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Tres metáforas y un desconcierto.

U-GOB - Tecnología en Gobierno y el Instituto Nacional Electoral, organizaron el “2º Foro de


Agenda Digital: Innovación social y participación ciudadana”. El encuentro fue patrocinado
por Red Hat, Check Point Software Technologies México y Acerta Computación Aplicada. Y
se realizó en las instalaciones del Instituto Nacional Electoral, en la Ciudad de México el 13
de noviembre de 2018.

Dado el momento de transición por el que atraviesa el país, se consideró, a este, un buen
momento para disponer de un foro en donde se compartieran inquietudes y perspectivas
diversas alrededor de los problemas y desafíos de la era digital. Uno de los objetivos fue
discutir la profundidad del horizonte y el alcance de las posibilidades de una Agenda Digital
para México. Para lo cual se convocó a hombres y mujeres de la academia, del sector de la
industria de las TIC’s, de distintos niveles del gobierno y de la sociedad civil y público
interesado en el tema. De tal modo, articular reflexiones provenientes de distintos entornos;
identificar áreas específicas, procesos concretos y rutas de acción y; finalmente, desarrollar y
construir una “Agenda digital para México inclusiva y abierta”.

En última instancia se trata de elaborar una agenda a partir de premisas tales como que “la
ciudadanía se construye con la participación”, que “los medios digitales de comunicación
favorecen la participación” y que “la participación es condición imprescindible de la inclusión
social”. Es decir, la naturaleza del entorno digital es capaz de favorecer una participación
ciudadana democrática, incluyente y crítica.

Lo que sigue a continuación son consideraciones propias a partir de los apuntes y notas que
tomé de diferentes ponencias. No haré un análisis o critica de cada exposición. Simplemente
elaboro un comentario general y una critica global a partir de lo que escuché durante el Foro.
Por supuesto, no pretendo enmendar planas ni mucho menos. Lo que sí intento es trazar
algunos ejes que desde mi punto de vista se pasaron por alto. En descarga de los ponentes
se debe decir que realmente tuvieron poco tiempo para sus exposiciones y menos tiempo
aún para recibir, y en su caso, responder y aclarar preguntas e inquietudes del auditorio.
Además pretendo ser breve y directo, por ello es que me concentro en tres metáforas y un
desconcierto.

Las metáforas son: la “ecología”, el “impacto tecnológico” y los “retos y oportunidades”, el


desconcierto tiene que ver con la invisibilización de una “critica a la razón democrática”.

En diferentes ponencias se utilizó el término “ecosistema”, infortunadamente sin mayor


aclaración del modo en que se aplicaba el término. Me ha parecido que, en todo caso, ha
sido desaprovechada la riqueza de la analogía. Creo que se referían simplemente a un
esquema de cohabitación, a un conjunto de “especímenes” coexistentes, a un sistema de
relaciones. Sin embargo, las características de la estructura de los elementos cohabitantes
(redes sociales), la naturaleza y ambigüedad digital/analógica de los “especímenes”
(transmedialidad) y los procesos de competencia y colaboración de los actores y factores
involucrados (economía política), estuvieron muy lejos de ser explícitamente puestos sobre la
mesa.

En las mesas de discusión, se valoró a la tecnología en términos de su “impacto” en la


sociedad. En este caso, la metáfora no se queda corta, sino, más bien es imprecisa. Pienso
que no se puede hablar de la tecnología como de algo que nos “impacta”, como algo que
viene de fuera, como algo ajeno pero a lo cual debemos acostumbrarnos. Es decir, como una
fatalidad. La tecnología es un hecho intrínseco a la cultura humana. La cultura digital no es
una excepción. La tecnología no nos “impacta”, más bien, la adoptamos (o no), de ser el
caso nos apropiamos de ella. Desde esta perspectiva nociones como “transgresión” y
“disrrupción” cobran una importancia semejante a la de “innovación”. Es decir, se ponen en
juego no sólo los medios a través de los cuales conseguir un propósito sino que, los mismos
fines se vuelven objeto del debate. Sin embargo, del mismo modo que la tecnología no es
una determinación, tampoco se trata de una prerrogativa de los usuarios. El campo mismo en
donde los agentes sociales actúan está descrito por las relaciones de fuerza entre ellos. De
tal modo que la adopción o apropiación de una tecnología implica el juego entre diversos
intereses y estrategias que, inclusive, trascienden el diseño material y propósitos funcionales
de los dispositivos técnicos. En todo caso, las decisiones alrededor de la tecnología son
objeto de debate.

Entiendo la “actitud mental positiva” que se pretende mantener. Entiendo también que hay
una orientación discursiva que se busca presentar. También entiendo que “retos, desafíos y
oportunidades” no son metáforas sino eufemismos. Pero, es el caso de términos empleados
para referirse a otra cosa. El problema, según lo veo, es que esa otra cosa queda
desvirtuada. Aunque esa otra cosa es parte central de un diagnóstico y por ello deberíamos
llamarla por su nombre. Creo que, con esos términos, se aspira a señalar “problemas,
contradicciones, oposiciones y resistencias”. No propongo utilizar una jerga adversarial o
crítica. Se trata, antes que de contar con las “mejores propuestas y soluciones”, de reconocer
un campo de acción hostil por razones políticas, no técnicas. Que la opción de alternativas
técnicas a problemas políticos es discutible. Que la articulación de ciertas opciones políticas
sobre ciertas problemáticas técnicas, es discutible. No son problemas a solucionar, son
debates a sostener. Los eufemismos oscurecen el escenario, arrojan una sombra sobre el
resto de los actores sociales participantes en el campo. Los eufemismos naturalizan una
estrategia, ocultan la identidad social de quien los usa. Los eufemismos no son una cortesía,
evaden el debate por las peores razones, asumir que no hay nada de fondo para debatir.

Cómo, si no es llamando a las cosas por su nombre, es que se podrá dar cuenta de
paradojas tales como apelar a instrumentos técnicos que favorezcan la inclusión y la
participación libre, crítica e innovadora pero dentro de un conservador, estricto y controlador
marco institucional. Por ejemplo, se reconoce la imprescindible necesidad de evaluar las
políticas públicas y las virtudes de esas evaluaciones, pero sin señalar que el resultado de
las mismas deben tener consecuencias administrativas, legales y operativas. A partir de
dichas consecuencias deberían construirse alternativas, en efecto, disrruptivas.

Finalmente, muchos de los modos y estilos de acción y comportamiento contemporáneos


ocurren en ese espacio público expandido llamado “ciberespacio. La dimensión política de
esas formas de ser y de estar en la “realidad digital” es polimórfica. A veces explícita y a
veces no. En ocasiones intencional y a veces no. Eventualmente propositiva pero muchas
veces no. Lo que me interesa subrayar es que aun explicita, intencional y propositivamente
política, la acción en el ciberespacio no es, necesariamente, de orden democrático. De hecho
mucha de esa participación política es una radicalización y profundización de la critica al
aspecto representativo de la democracia, es decir, a la democracia electoral, a las
estructuras partidistas y a la noción misma de ciudadanía. No es nada nuevo pero,
definitivamente levantan una legítima crítica a la democracia misma. Mi desconcierto
proviene, entonces, de que no se haya partido de una reivindicación de la política y por
extensión de la democracia. No son tiempos en los que podamos asegurar que hay
consenso en admitir a la política y la democracia como las menos malas de las herramientas
de la convivencia social. En este foro se ha omitido discutir, al menos diferenciar, la política
de lo político de la gobernanza. Y se terminó por hablar de administración pública y no de
relaciones sociales. Se habló de los efectos de la tecnología y no de su singularidad. En
algunos caso, se concluyó que el elemento humano es pernicioso para las soluciones
técnicas. Frecuentemente, el término “usuario” pareció más valioso que el de “ciudadano”.
No debemos dejar de decirlo, los ciudadanos no somos clientes del gobierno, del mismo
modo que el gobierno no es un simple prestador de servicios. Las políticas públicas gozan
(si, gozan) de un trasfondo ideológico, el cual trasciende las estrategias mercadotécnicas e,
inclusive, a los argumentos legales que las justifica.

Lo que me hubiera gustado ver es algo más que una presentación de posturas y ofertas por
parte de quienes, de todos modos ya tienen esa obligación y hacen un privilegio de ello.
Comprendo la muy buena intención de ofrecer soluciones concretas a problemas concretos
pero, reducir a las personas a usuarias de los servicios que presta el Estado, quizá, abona
más al problema de una ciudadanía poco participativa y desconfiada de las instituciones. Por
ello, reitero, para concluir, la democracia se encuentra en crisis (no de ahora, pero en la
actualidad se ha recrudecido). Si no partimos de ese escenario, el diagnostico sería erróneo
y las soluciones que se ofrezcan serán, en el mejor de los casos, paliativas. Definir lo que
significa la cultura digital para espacios tales como “la política”, “lo político” y “la gobernanza”
sería un modo de, por lo menos, apreciar en una dimensión justa el campo de acción social
en donde se pretende intervenir.

En fin, para decirlo del modo más sintético posible: la construcción de la relación entre
tecnología en general, pero digital en particular, y gobierno, pasa efectivamente, por elaborar
o presentar los escenarios para el desarrollo e implementación de TIC’s en un marco
democrático de participación, sin embargo se subordina al debate y reflexión en torno a las
contradicciones y desencuentros, articulaciones y sinergias entre la cultura digital y la cultura
política.

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