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objeto de estudio a las normas que son efecto de aquel (situación de la ciencia política).
Las poblaciones en las que desarrollan su etnografía (Meyer Fortes y E.E EvansPritchard) se
clasifican en aquellas que tienen un Estado primitivo y aquellas sociedades sin Estado. Las
primeras son las que han centralizado sus autoridades políticas y judiciales, y las últimas, las
que aún no han consolidado dicha centralización.
Lo que está en juego en esta revisión del paradigma estructura - lista-funcionalista es una
variación en la comprensión del fenómeno político. Fenómeno político explicado como una
interrelación de múltiples actores durante un período de tiempo determinado en el que lo que se
constata no es la estructura de los lí- mites del poder sino la disputa por dichos límites. Al
analizar la cotidianidad de la administración del poder lo que se observa es que las personas que
están involucradas en los procesos políticos –incluso aquellos que se encuentran bajo
estructuras de dominación– se autoperciben en un rol protagónico, pues consideran que
participan con sus acciones estratégicas en la redefinición de los límites del poder.
Incapacidad de la antropología por confrontar dicha realidad hegemónica del Estado Moderno:
a) una huella de etnocentrismo, la cual se manifiesta en el uso acrítico del concepto de Estado de
Max Weber, de acuerdo al cual el monopolio de la fuerza que realiza una autoridad centralizada
es un proceso ‘más racional’ que otras formas de administración del poder, lo que explicaría su
poder de universalización. B) Racionalización del Estado como forma general de administración
del poder de las sociedades de las que provenían los antropólogos dificultaba la posibilidad de
estudiarlo como un fenómeno particular, valga decir, cultural, características que solo lograban
ver en las comunidades exóticas, los sujetos específicos de estudio en la antropología como
disciplina.
Tres caminos emprendidos por antropólogos que tienen como punto de partida la
desontologización del poder y que, al dirigir su mirada a nuevos campos de observación de la
antropología política, prepararon la ruta de la desontologización del Estado:
Taussig afirma que la condición de posibilidad o mediador necesario para que el Estado
colonial se convierta en lo que denominan Das y Poole (2004) un operador cultural universal,
no es otra cosa que la construcción de una cultura del terror. Taussig dirige su mirada a las
prácticas mediante las cuales acciones violentas ejercidas por el Estado son consideradas como
legítimas, son investidas de racionalidad (fetichismo del Estado). Al igual que todo fetichismo
activo, podemos ver claramente los fetiches de otros, pero difícilmente los nuestros
Los efectos intolerables del poder en las sociedades modernas ‘más allá’ del Estado
El orden global
La puesta a prueba del análisis del sistema-mundo por la etnografía implicó un nutrido
cuestionamiento. En el pionero trabajo de la antropóloga norteamericana June Nash subraya al
menos dos críticas. La primera radica en la pasividad de la periferia que el modelo de
Wallerstein parece presentar. En efecto, los resultados que arrojan las etnografías que se
realizan en lo que Wallerstein denomina ‘periferias’ dan cuenta de prácticas que difícilmente
podrían considerarse como periféricas y de aceptación pasiva de las reglas que establecen los
centros. La segunda consiste en una acusación de etnocentrismo, pues la teoría del sistema-
mundo usa descripciones de los modos sociales de producción de una manera totalizante, sin
tener en cuenta de nuevo, el material etnográfico y las diversas conclusiones derivadas de la
antropología económica.
En un trabajo posterior Tsing argumenta que los universales que promueve el Estado en su
proceso de globalización no se llenan por sí solos de manera abstracta, se llenan de manera
concreta en los encuentros entre el Estado y personas de carne y hueso, lo que justifica el uso de
la etnografía como método privilegiado para documentar dichos encuentros. El resultado de las
etnografías que representan esos encuentros demuestran que los efectos del encuentro global-
local son impredecibles, pues en la cotidianidad el particular puede afectar profundamente el
universal.
Aparición de la sociología histórica que va a erigir al Estado como su objeto central de estudio,
rompiendo con la tradición en ciencias sociales de considerar al Estado como un objeto no
empírico, como un objeto meramente ideológico. La sociología histórica considera fundamental
aproximarse al Estado como un proceso histórico caracterizado precisamente, por la puesta en
marcha de unas operaciones materiales que tienen como fin convertir los intereses particulares
de un grupo social en intereses de carácter general, de tal suerte que con el transcurso del tiempo
y no sin fuertes disputas, se logra una parcial homogeneización de los intereses de la población
(nación)
Mito del Estado: imagen del Estado como la fuente de la soberanía a través de la cual se
consolida el orden social que define un espacio para la nación y que se materializa en fronteras,
infraestructura, monumentos y ciertas instituciones investidas de autoridad. Dicho mito se
constata se constata en las experiencias cotidianas de las personas que tienen un cara a cara con
el Estado, incluso cuando esta experiencia se presenta en una situación de violencia permanente.
¿Por qué continúa esta imagen de fuente de orden aún cuando el Estado está involucrado en las
experiencias de violencia? Ahistoricidad con que se presenta el Estado, por el efecto Estado que
producen sus prácticas: lenguajes de estatalidad.
Se trata entonces de estudiar 1) cómo el Estado intenta hacerse real y tangible a través de la
producción de símbolos, textos e iconografía y la presentación (performance) de lo producido a
través de prácticas localizadas y cotidianas; y 2) cómo los destinatarios de esas presentaciones
las comprenden y construyen significados en la cotidianidad del encuentro entre el Estado y la
sociedad.
Proyecto de las etnografías sobre las prácticas cotidianas del Estado es fundamental para
entender la fuente de la soberanía de un Estado que puede ser hallada en el ejercicio cotidiano
de la violencia sobre espacios, cuerpos y poblaciones que los coloca en Estado de excepción.
Para Schmitt es en la crisis que se puede distinguir al soberano, no por el cumplimiento de los
procedimientos liberales en el marco de un Estado de derecho preestablecido, sino más bien por
ser aquel que pueda, en términos reales de fuerza, decidir el Estado de excepción
Para Benjamin esta noción sin fundamento democrático de la sobe - ranía es la base del
gobierno del ‘fascismo’ y es una fórmula promotora de la violencia en la sociedad.
Das y Poole invitan a tomarse en serio la crítica a la noción liberal de soberanía y en ese sentido,
a crear una antropología del Estado a partir de etnografías que describan las prácticas cotidianas
en los márgenes que el Estado mismo construye. Para ello es necesario un replanteamiento
crítico de la noción de margen, lo que implica comprender la violencia del Estado en contra de
ciertos grupos sociales, no desde una perspectiva en que interpreta la violencia como lo
excepcional del Estado moderno, sino como su condición de posibilidad.
Se advierte que el Estado construye márgenes en relación a tres ámbitos diferentes: el ámbito
espacial, en el que requiere diferenciar constantemente centro/periferia y construir fronteras
visibles/ invisibles; en el ámbito de la legibilidad en el que precisa distinguir los sujetos que
pueden leer y contar, y pueden ser leídos y contados; y en el ámbito de las formas de vida,
donde se pretende clasificar las conductas humanas en normales y patológicas.
Los márgenes no son inertes: los espacios de excepción que se constituyen en los márgenes son
espacios abiertos a la creatividad, a la discusión sobre alternativas de las formas económicas y
políticas instituidas. Así, los márgenes pueden ser espacios propicios para lo profundización de
asimetrías o para el establecimiento de nuevos equilibrios.
Los hallazgos de las etnografías sobre las prácticas cotidianas del Estado moderno nos dejan una
imagen muy distinta de aquella que promueve la mitología liberal y que lo ubica como el
garante universal de los derechos del ciudadano. Es en ese sentido que producen una
desontologización. A través de esta, dichas etnografías nos permiten hacer evidente el
despliegue de múltiples mitologías y rituales, en nombre de esa forma de gobierno que
llamamos ‘estatalidad’ y que tienen como fin estabilizar el fundamento del ejercicio de la
soberanía, en un contexto en el que esta soberanía se encuentra siempre en disputa, por la
ausencia misma de un único fundamento.