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La liebre y la tortuga

En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa y vanidosa, que no

cesaba de pregonar que ella era la más veloz y se burlaba de ello ante la lentitud

de la tortuga.

-¡Eh, tortuga, no corras tanto que nunca vas a llegar a tu meta! Decia la liebre

riéndose de la tortuga.

Un día, a la tortuga se le ocurrió hacerle una inusual apuesta a la liebre:

- Estoy segura de poder ganarte una carrera.

¿A mí? Preguntó asombrada la liebre.

- Sí, sí, a ti, dijo la tortuga. Pongamos nuestras apuestas y veamos quién gana la carrera

La liebre, muy engreída, aceptó la apuesta.

Así que todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. El búho señaló los puntos de
partida y de llegada, y sin más preámbulos comenzó la carrera en medio de la incredulidad de los
asistentes.

Astuta y muy confiada en si misma, la liebre dejó coger ventaja a la tortuga y se quedó haciendo
burla de ella. Luego, empezó a correr velozmente y sobrepasó a la tortuga que caminaba despacio,
pero sin parar. Sólo se detuvo a mitad del camino ante un prado verde y frondoso, donde se dispuso
a descansar antes de concluir la carrera. Allí se quedó dormida, mientras la tortuga siguió caminando
paso tras paso, lentamente, pero sin detenerse.

Cuando la liebre se despertó, vio con pavor que la tortuga se encontraba a una corta distancia de la
meta. En un sobresalto, salió corriendo con todas sus fuerzas, pero ya era muy tarde: ¡la tortuga
había alcanzado la meta y ganado la carrera!

Ese día la liebre aprendió, en medio de una gran humillación, que no hay que burlarse jamás de los
demás. También aprendió que el exceso de confianza es un obstáculo para alcanzar nuestros
objetivos y que nadie, absolutamente nadie, es mejor que nadie.
Atalanta e Hipómenes

Hubo una vez en Esciros, isla del mar Egeo, un rey llamado Esqueneo cuya hija, Atalanta, había sido
educada en un ambiente muy permisivo y colmado de mil y un caprichos. A la joven Atalanta le
gustaban las actividades de todo tipo, y entre ellas se encontraba la actividad de la caza. Se pasaba
los días enteros con su carcaj de flechas sobre su espalda buscando animales a los que atrapar. Tal
era su afición y maestría que ni siquiera los centauros del lugar conseguían alcanzarla en su
habilidad.

Sin embargo, aquella dura afición le pasó factura endureciendo su corazón. Un corazón que no se
reblandecía con nadie, ni siquiera con la mirada amable de sus muchos pretendientes, entre los
cuales se encontraba el valeroso Hipómenes. El joven, acudió cansado al Olimpo para contar a los
dioses su desventura amorosa e infructuosa con la joven Atalanta, y Venus, compadecida, decidió
entregarle tres manzanas de oro del Jardín de las Hespérides recomendándole que participara con
inteligencia en una próxima carrera en la que participaría también la joven.

El día de la famosa carrera, cuando dieron la señal de salida para comenzar, la joven Atalanta partió
a la velocidad del rayo dejando a todos los pretendientes que habían acudido atrás. Entonces,
Hipómenes dejó caer sus tres manzanas sobre el terreno bien distanciadas, y tal era el afán cazador
de Atalanta, que se volvió parando la carrera sólo para recogerlas. De este modo, y haciendo un
gran esfuerzo, Hipómenes llegó el primero a la meta, obteniendo así la atención y, más tarde el
amor, de la joven Atalanta, que quedó prendada ante tal esfuerzo.
Tanabata

En esta leyenda japonesa, Orihime (que significa princesa que teje) era hija de de Tentei, el señor
del Cielo. A este último le encantaba la ropa que Orihime tejía; pero ella, en cambio, se encontraba
desanimada porque gracias a su duro trabajo, no había tenido la oportunidad de enamorarse.
Tentei, preocupado, le presenta a Hikoboshi, de quien se enamoró perdidamente. Al casarse, ambos
dejaron de cumplir con los mandatos de Tentei, con lo cual el señor del Cielo termina por separarlos.

Ante las lágrimas de Orihime, Tentei les permitió encontrarse al séptimo día, una vez terminadas
sus responsabilidades (por eso el nombre de Tanabata, que significa “Noche del séptimo”). Pero
para esto tenían que atravesar un río donde no había puente. Ella lloró tanto que una bandada de
urracas se acercó para hacer de puente con sus alas. Actualmente, existe un festival en Japón que
se llama Tanabata, o Festival de la Estrella. Según la leyenda este es el día en que los amantes que
han sido separados se reencuentran.
Los tres ancianos

Una cálida tarde de verano, cuando estaba a punto de ponerse el sol, una mujer salió al jardín de su
casa con una gran jarra de agua entre las manos para regar las flores ¡Adoraba las plantas y nada le
gustaba más que cuidarlas con esmero!

Mientras contemplaba sus hermosas begonias observó que tres ancianos de barba blanca como la
nieve traspasaban la valla de su propiedad y se sentaban sobre la hierba. Extrañada, dejó la jarra
sobre el banco de piedra que tenía en la entrada y se acercó a hablar con ellos.

– Buenas tardes, caballeros. No les conozco… ¿Son nuestros nuevos vecinos?

Uno de los ancianos, el que estaba sentado a su derecha, se apresuró a responder:

– No, señora, no somos de por aquí.

La mujer se dio cuenta de que eran muy viejitos y que además parecían cansados y hambrientos.
Generosamente, les animó a entrar.

– Me da la sensación de que tienen apetito y me gustaría invitarles a probar el estofado que acabo
de preparar. Mi marido y yo estaremos encantados de compartir nuestra humilde mesa con ustedes.

Los ancianos se miraron y el que estaba sentado a la izquierda tomó la palabra.

– Es usted muy amable pero no podemos ser invitados a una casa los tres juntos.

La mujer se quedó estupefacta.

– Perdone pero no entiendo lo que me dice ¿Qué quieren decir con que no pueden entrar los tres
juntos? Mi casa no es muy grande pero hay sitio para todos.

El tercer anciano, situado en medio de los otros dos, sonrió y se lo explicó todo.

– Mi nombre es Riqueza y vengo a traerles toda la fortuna que se pueda imaginar. Mi compañero
de la derecha se llama Éxito y viene cargado de fama y honores. El que está sentado a mi izquierda
se llama Amor y quiere regalarles afecto y ternura a raudales.

Por un momento la mujer pensó que esos tipos tan extraños le estaban tomando el pelo pero antes
de que pudiera decir nada, Riqueza siguió hablando.

– Solo uno de nosotros podrá cenar con ustedes, pues debe elegir entre la riqueza, el éxito o el
amor. No se preocupe, esperaremos aquí mientras lo decide con su familia.

La mujer asintió con la cabeza y entró corriendo en la casa. Su esposo estaba tumbado en la cama,
muy concentrado en la lectura del libro que tenía entre las manos; su hija, una linda niña de diez
años, sentadita sobre el suelo de madera peinaba a su muñeca favorita.

– ¡Escuchadme, por favor, tengo algo urgente que contaros!

Los dos la miraron intrigados y ella relató palabra por palabra la conversación que acababa de tener
con los ancianos de barba blanca. Cuando terminó, su marido pensó que todo era muy raro.

– ¡Tranquilízate, cariño! ¿No se tratará de una broma?


– No, no, te aseguro que dicen la verdad ¡Sé reconocer cuando alguien miente descaradamente y
estos tres caballeros parecen muy sinceros!

– Bueno, vamos a suponer que tienes razón. Si es cierto lo que cuentan ¡estamos ante una
oportunidad increíble que no podemos desaprovechar!

– Sí, sí que lo es ¡pero tenemos que darnos prisa y decidir ya a cuál de los tres invitamos a cenar!

El hombre empezó a pasear de un lado a otro más nervioso que una lagartija dentro de una caja de
zapatos.

– Creo que debemos elegir a Riqueza… ¿Te imaginas lo que sería ser ricos para siempre?
¡Tendríamos de todo y viviríamos como reyes!

La esposa negó con la cabeza.

– ¡Uy, no sé, no sé!… No lo tengo nada claro ¿No sería mejor invitar a Éxito? Seríamos admirados
por todo el mundo y la gente nos trataría de manera especial ¡Siempre he deseado ser una persona
famosa e importante!

La niña, que escuchaba atentamente la conversación, los miró con incredulidad y expresó su más
sincera opinión.

– ¡Papá, mamá, no os entiendo! Lo más importante de la vida es el amor y es a Amor a quien


debemos invitar a cenar.

Los padres se quedaron callados y se sintieron profundamente avergonzados. La madre se agachó


y acariciándole la carita, le dijo:

– Tienes razón, cariño mío, el amor es lo que tiene más valor.

El padre también se puso a su altura y reconoció su equivocación.

– ¡Ay, hija mía, qué bien hablas y qué bien razonas! ¡Ahora mismo salgo a comunicarles nuestra
decisión!

Descalzo como estaba salió al jardín y vio a los tres ancianos esperando en silencio, tal y como habían
prometido.

– Señores, nos gustaría muchísimo que pasaran los tres, pero como solo podemos escoger a uno
hemos decidido que con mucho gusto invitamos a Amor. Si es tan amable, acompáñeme, por favor.

Amor, el anciano con más cara de bonachón, se acercó a él y juntos caminaron sobre la hierba.
Entraron en la casa y la mujer le indicó que se sentara a la mesa.

– Es un placer tenerle con nosotros, señor Amor.

El anciano sonrió y tomó asiento. En ese mismo instante, los otros dos se presentaron en el
comedor. La familia se miró desconcertada y la mujer se acercó a ellos con amabilidad.

– Pasen, por favor, están en su casa. Estamos felices de que también se unan a la cena pero me
gustaría saber por qué al final los tres aceptan nuestra invitación. Nos hicieron escoger a uno y
decidimos que fuera Amor… ¡Perdonen, pero la verdad es que no entiendo nada!
El señor Amor miró a la niña que estaba sentada a su lado, le guiñó un ojo, y resolvió el misterio.

– Verá, buena mujer, todo tiene una fácil explicación: si hubiera escogido el éxito o la riqueza los
otros dos nos habríamos quedado afuera, pero me han elegido a mí, y a donde yo voy ellos van,
pues donde hay amor, siempre hay éxito y riqueza.

¡Ahora todo estaba aclarado! El matrimonio entendió que vivir rodeados de amor es lo que
realmente da la felicidad completa. Gracias a su maravillosa hija habían elegido bien, pues el amor
les traería también éxito y riqueza en la vida.

Los seis se dieron un cálido abrazo y después compartieron el aromático estofado casero, que por
cierto, estaba para chuparse los dedos.

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