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(16) Cf. G. BARDY, La Cité de Dieu. Limes I-V, en OEUVRES de Saint Augustin, 33
(Bibliothéque Augustinienne),) 1959, p. 97.
(17) Se trata de los capítulos XIX-XXII, escritos antes del añ'Ü 427, en que compuso las
Retractiones, cuando Agustín tenía 72 años, edad que se presta a pensar en las
postrimerías humanas, en las realidades últimas y definitivas. El Santo trata de
uno de los problemas filosóficos más familiares a la antigua clásica y pone fin al
pensamiento clásico con sus 288 teorías de la "vita beata". Cf. V. CAPAÑAGA,La
ciudad de Dios (BAC, II), Madrid, 1977, p. 998. Según J. F. ORTEGA, op, cit., 6
el libro XIX de la "Cindad de Dios" ha sido llamado un tratado de sociología.
Fundamentos al respecto ya se encuentran en De ordine.
(18 ) Es notable el ímpetu dramático de la especulación agustiniana, Cf, V. CAPAÑAGA,
La ciudad de Dios, p. 998. Es importante la dimensión teológica en las reflexiones
en torno a la paz, d. E. DINKLER, Friede, RAC VIII, 1970, p. 478. El libro XIX
del De civitate Dei refleja claramente la teología de la persona y de la historia que
según Danielou es el eje fundamental del pensamiento de Agustín, d. G. P. LAW-
LESS, op. cit., 52.
(19 ) De civ. Dei, XIX, 10. Resalta aquí la importancia de la dimensión del "culto".
Cf. J. RATZINGER,Herkunft, p. 972,
(20) De ciu. Dei, XIX, 10 ... in hoc enim loco infirmitatis et diebus malignis etiam ista
sollicitudo non est inutilis. Hay aquí una referencia al "espacio" = loco infirmitatis"
y al "tiempo = diebus malignis", factores constituyentes del "saeculum", Cf. R. A.
MARKus, Saeculum, History and Society in the Theology of Sto Augustine, Cambridge,
1970; P. BROWN, op. cit., pp. 193s.
42 ANNELIESE MEIS, S. SP. S.
(21) Según De civ. Dei, XIX, 4, el tiempo es ambivalente, ambivalencia que pertenece a
la misma metafísica de la criatura racional, que física y espiritualmente es defectible
y por su libre albedrío puede declinar hacia el bien y el mal. Cf. V. CAPAÑAGA,La
ciudad de Dios, II, 1004. De ahí que el "saeculum" no es el "mundo", sino una
existencia de castigo. Cf. P. BROWN,op. cit., p. 193s. Es el "hoc malignum saeculum",
De civ. Dei, XIX, 6, en que surge la tortura y la guerra, De civ. Dei, XIX, 6, el
suicidio, De civ. Dei, XIX, 4, la enfermedad, De civ. Dei, XXII, 22.
(22) El "mar" es frecuentemente imagen de la inestabilidad. Cf. R. MARKUS,op. cit., 10;
H. RONDET, Le symbolisme de la mer chez saitlt Augustill, AM IIl, París. 1954,
pp. 691-701. Según De civ. Dei, XX, 3 el "mundum nihil solido stahili .. .". Cf. De
civ. Dei, XX, 17.
(23 ) De civ. Dei, XIX, 10. Los "cives civitatis Dei" se encuentran bajo continua presión,
"pressuri". Cf. R. MARKUS,op. cit., p. 101.
(24) De civ. Dei, XIX, 10. Cf. R. MARKUS,op. cit., p. 83.
(25) De civ. Dei, XIX, lo ... ubi pax plenissima atlllle certissima esto El rasgo más funda-
mental del "saeculum" es, sin duda, su ser incompleto; de ahí que la consumación
sólo se da en el más allá. Cf. P. BROWN,op. cit., p. 195.
(26) De civ. Dei, prol. 1, "Gloriosissimam civitatem Dei, sive in hoc temporum cursu, cum
inter impios perregrinatur ex fide vivens, sive in ilIa stabilitate sedi aeternae, quam
nunc expectat per patiantiam". Cf. De civ. Dei, XXI, 15. Esto significa que el sentido
de la historia no está dentro de la misma, sino fuera del tiempo en la vida eterna.
Cf. A. LUNEAu, op. cit., p. 324.
(27) Cf. De civ. Dei, XIX, 5. P. BROWN,op. cit., pp. 201s. constata aquí una ambigüedad
insuperable entre la fuerte conciencia de la situación real del hombre en este
"saeculum" y el deseo por una seguridad en el más allá. La guerra desde lo más
hondo del hombre v desde las entraí\as mismas de la sociedad brota y rebrota con-
tinuamente, haciendo de la paz un bien inasequible en este siglo. Cf. V. CAPAÑAGA,
op. cit., p. '999.
(28) De civ. Dei, XIX, 10, "Ibi eni merunt naturae munera, hoc est, quae naturae nos-
trae ab omnillm Creatore donantur".
(29) De civ. Dei, XIX, 3; Cf. XIII, 24.
(30) De civ. Dei, XIX, 10 ... non solum bona ... non solum in animo, qui sanatura per
sapientiam, verum etiam in corpore, quod resurreccione renovabitur.
(31) Cf. De civ. Dei, XIII, 3 ... naturam mutavit en peius ... Esta mudanza se expresa
por la debilidad de las fuerzas humanas, la ignorancia, la mortalidad, la concupis-
PAZ Y VIOLENCIA SEGUN SAN AGUSTIN 43
así de una cierta paz como hombres mortales (38). Las virtudes de los
"cives civitatis Dei", sin embargo, son las verdaderas, porque, además del
recto uso de las cosas, el "civis civitatis Dei" sabe referir todo a aquel fin
último, donde disfrutaremos de tal paz que mejor y más perfecta no es
posible (39). La paz se constituye, por consiguiente, en el fin de todas las
aspiraciones del ser humano, con una estructura abierta a la trascenden-
~a, un fin que en último coincide con el de la misma "ciudad de Dios" (40).
Asi lo trata de demostrar Agustín, con su exégesis del "nombre misti-
ca" de la "Civitas Dei", Jerusalén, sobre la base del salmo 147, 12-14 (41).
Jerusalén, pues, significa etimológicamente, "visión de la paz" (42). Pero
como el término "paz" se encuentra mezclado con las cosas perecederas,
será mejor precisar el fin de la "ciudad de Dios" como "vita aeterna" (43) .
Esta fórmula, por su parte, es aplicada por los filósofos también a los
malvados, cuando hablan de la "inmortalidad del alma" (44). De ahí que
no es posible aplicarlo a la "civitas Dei", y es preferible decir "paz de la
vida eterna" o "vida eterna en paz" (45). La paz es así un bien tan gran-
de, que no hay nadie en este mundo a quien no le guste hablar y escuchar
de él (46).
Con esto finaliza un primer paso de análisis que abarca los capitulas
10 a 11 del libro XIX de De civitate Dei. La paz aparece en estos capítulos
como muy entretejida con la situación del hombre en un mundo lleno de
violencia. La estructura abierta del ser humano y el carácter incompleto
de este "saeculum" constituyen, sin embargo, la paz en un "bien futuro".
No se trata, ciertamente, de un bien lejano, ni sobrepuesto, sino de una
realidad que responde a las necesidades más íntimas de la naturaleza
humana, constituida por Dios desde su origen con clara referencia a un
fin último. No todos los hombres asumen éste, esta referencia al fin últi-
mo, no logran más que una "cierta paz" como fruto de sus virtudes. SólO
los "cíves civitatis Dei" gozan de la paz verdadera y perfecta, gozo que
ya se inicia en este mundo. En esta dinámica, incoativa y atrofiada a su
vez, Agustín percibe la ambivalencia en la aspiración de la naturaleza
humana por la paz, como se verá a continuación.
(38) Cuando Agustín habla de las vírtudes de los paganos, les niega la verdadera dimen-
sión, la "vera pietas", la "vera caritas", la "vera religio", porque la falta de la orien-
tación hacia el Dios verdadero es obvia. Cf. De civ. Dei, XIX, 10.
(39) De civ. Dei, XIX, 10. Llama la atenciún la construcciún "sed ... vera". Cf . .l.
LAuFs, op. cit., 105.
(40) De civ. Dei, XIX, ll. Cf. XI, 1; XIX, 1; XXII, 30. ef. P. BRo\VN,up cit., 197.
(41) De civ. Dei, XIX, 11. Agustín juega aquí con l'i dohle ~entido del "(wablo latino
"finis", es decir, "meta" v "límite".
(42) De civ. Dei, XIX, ll. ESta etimología es discutida, pero tiene '1ue ver ciertamen-
te con la raíz de "paz". Según J. RArLlNGEH,op. cit., 971, se trata a'luí de una
alegoría cris,tiana, basada en Pablo. H.l. MARROU,La theologie de l'histoire, AM III,
199, da razún a Ratzinger. Cf. M. PONTET, op. cit., 515-53. La expresión de "visión
de paz" parece limitarse a una aprehensión intelectual de Dios, mas, en realidad, toda
la persona humana se pone en acción para glorificar a Dios. Cf. V. CAPAÑAGA,Agus-
tín de llipona, 452s. Esta interpretaciún es muv frecnente en las Enarrationcs in
Psalmos. A esta paz de Jerusalén se opone aquí la de Babilonia, "ciudad de confu'
sión". Cf. Enarr in ps 127,16; 121,13,
(43) De civ. Dei, XIX, 11. Cf. De civ. Dei, XXII, 30; Enarr in ps 127,16.
(44) De civ. Dei, XIX, n.
(45) Ibid.
(46) Ibid.
PAZ Y VIOLENCIA SEGUN SAN AGUSTIN 45
La paz es, como la alegria, un bien deseado por todos los hombres (47) .
Asi lo demuestra, según Agustin, un conocimiento acertado de las reali-
dades humanas y de la naturaleza común del hombre (48). Esta "natura
communis" es por esencia social (49). Con este fin creó Dios al primer
hombre, poniendo en su naturaleza la aspiración por la "unitas societas",
que incluye el deseo por la "concordia", y se basa en la "pax" (50). Surge
asi, desde el origen de la estructura del hombre, una relación entre paz
y sociedad como fin de la naturaleza, orientadas por sus "leyes" (51).
Al dar, sin embargo, el primer hombre la espalda a Dios, haciéndose él
principio de su existencia, se produce un cambio en las relaciones con
Dios y con los demás hombres, que afecta sensiblemente a la aspiración
del hombre por la paz (52), dejándola sin punto de referencia. Con esto,
sin embargo, no se borran los "vestigia extrema" de la aspiración del
hombre por la paz. Por el contrario, siguen vigentes en los "mali", los
"cives civitatis terrenae", y son rescatados en los "beati", los "cives civi-
tatis Dei", por la gracia de Cristo (53). Esto se traduce, concretamente en
la historia, en un ambivalencia de la aspiración de la naturaleza del hom-
bre por la paz (54).
Así lo atestiguan, en primer lugar, aquellos hombres que quieren la
guerra (55). Esta "voluntad de guerra" es propia de los "cives civitatis
terrenae", ya que los "cives civitatis Dei" llevan a cabo la guerra, no por
"voluntad" (56), sino por "necesidad", impuesta por la "iniquitas" de los
"cives civitatis terrenae" (57). Estos precisamente se dejan impulsar a la
guerra por el "querer vencer", buscando una "paz cubierta de gloria" para
(47 )De civ. Dei, XIX, 12 " ... sicut nemo est qui gaudere nolit, ita nemo est pacem ha-
bene nolit. Cf. De civ. Dei XII, v... Es llamativa la cen:anía entre "paz" y "gau-
dium". Cf. G.P. LAWLESS,op. cit., 61.
(48) Se trata de un conocimiento obtenido por la experiencia, "intuetur". La expresión
"natura communis" no designa la "esencia universal" del ser humano, sino al hom-
bre concreto, tal como lo describen los cps. 10 y 11 del libro XIX del De civ. Dei.
La relación gramatical del cp. 12 con los cps. precedentes se establece por el "enim".
Cf. J. LAUFS,op. cit., p. 4.
(49) Así lo hace ver el análisis minucioso de J. LAUFS,op. cit., 82-83
(50) De civ. Dei, XII, 28; XIV, 1. Cf. III, 2; XII, 21;23.
(51) De civ. Dei, XIV, 1.
(52) De civ. Dei, XII, 9; XIII, 3; XIV, 13; XIX, 5. De ahí que De civ. Dei, XII, 27,
puede afirmar "Nihil enim esta quam hoc genus tam discordiosum vitio, tam so-
ciale naturam". Aquí está el origen de la guerra. Cf. J.F. ORTEGA,op. cit., 12.
(53) De civ. Dei, XII, 23, destaca bien el aspecto cristológico. Cf. XV, 2... "a peccato
naturam liberans gratia". Cf. J. LAUFS,op. cit., 5.
(54) Cf. De civ. Dei, XII, 14. Se encuentra aquí subyacente a esta ambivalencia las dos
clases de hombres, ya que cada una vive su paz propia. Cabe cuestionar aquí la
afirmación de J.F. ORTEGA,op. cit., 10, "El deseo y necesidad de paz es en el cora-
zón del hombre como una herencia fallida de recuerdos de tiempos mejores".
(55) De civ. Dei, XIX, 12. Según XIX, 18, la paz es contraria a la guerra. Según T.F.
ORTEGA,op. cit., 17, la doctrina de Agustín sobre la guerra no es sino un apéndice
a su teoría sobre paz. Es fruto de una refutación de las teorías de una doble serie
de adversarios: 1) los maniqueos, con su pacifismo más teórico que práctico; 2)
los paganos, que reprochan a la Iglesia los desastres militares del Imperio. La pri-
mera oportunidad de tratar la guerra se la brindó Fausto en los años 397-98.
(56) De civ. Dei, XIX, 7. Cf. J. LAUFS, op. cit., 8.
(57) De civ. Dei, XIX, 7.
46 ANNELIESE MEIS, S. SP. S.
ser "victrix gentium" (58). Desean la paz tan sólo en la medida en que
ésta representa la victoria sobre otros. Se trata de una "pax gloriosa" que
se obtiene por la "victoria gloriosa", gracias a la "cupido gloriae", esta
fuerza impulsora de la "civitas terrena" y diametralmente opuesta a la
"gloria Dei", que buscan los "cives civitatis Dei" (59). Esta "cupido glo-
riae" mueve también a aquellos que estudian las artes bélicas (60). La paz
es, así, el fin deseado de la guerra, lo cual vale, sobre todo, para los "cives
civitatis terrenae", pero también para los "cives civitatis Dei"; así como
tampoco nadie, trabajando por la paz, busca la guerra (61). Con esto se
confirma la verdad de que "nemo est qui pacem habere nolit": verdad
que, de hecho, resulta ser ambivalente en aquellos que llevan a cabo la
guerra (62).
Esta ambivalencia resalta, luego, con más fuerza, en la conducta de
aquellos hombres que quieren perturbar la paz en que viven (63). Lo pre-
tenden hacer, no porque odian la paz, sino porque quieren cambiarla a su
capricho. Su intención, su meta, es una paz transformada según su arbi-
trio. Esto lo intentan lograr "per seditionem", por la sublevación, que sig-
nifíca irrupción en la paz de otros y, con esto, perturbación de la dimen-
sión social (64). Pero es llamativo que para la realización de esta doble
intención se requiera una cierta especie de paz, "speciem pacis", entre los
propios miembros de la conspiración y conjunta (65). Resulta así nueva-
mente verdad que no hay nadie que no quiera la paz. El "cómo" y el
resultado aspirado, sin embargo, revelan toda la ambivalencia de esta
"voluntad de paz", especialmente en lo que se refiere a la dimensión
social (66) .
Esta dimensión social se ve luego más cuestionada todavía cuando
cabe fijarse en la voluntad de paz que manifiestan los bandoleros, los
"latrones" (67). A pesar de que esta gente irrumpe con toda violencia en
la paz de otros, quiere tenerla con sus cómplices y procuran, de esta ma-
nera, aquel estado que permite ser más eficaz (68). Esta "pax sociorum"
que, a pesar de ser insociables más allá de su "genus", quieren paz con la
"domestica societas" de su propio "genus". La "pax domus" de un milano
corresponde ciertamente a la que tiene el "latro" en su hogar; sin embar-
go, no se distingue profundamente de ella, ya que en la casa del "latro"
reinan la violencia y la sumisión a un principio impuesto; en la del mi-
1ano hay paz (77). De ahi que la paz de un animal puede ser mayor que
la de un hombre alejado de Dios, en cuanto aquél realiza el destino de
su naturaleza. Pero más grande que la paz de un animal debe ser la del
"civis civitatis Dei", que se siente impulsado por "las leyes de su natu-
raleza" a formar sociedad con los demás y a vivir en paz con todos, hasta
donde esté en su mano hacerlo (78). En conclusión, la "pax impiorum",
comparada con la "pax iustorum", no merece el nombre de paz a los ojos
de quienes anteponen la rectitud a la perversión y el orden al caos (79).
El aspecto "ordenado" y "perverso" en la aspiración de la "natura
communis" del hombre por la paz, cabe finalmente aclararlo por el ejem-
plo del "hombre suspendido cabeza abajo" (80). La situación del "cuerpo"
y el orden de los miembros, el "ordo membrorum", son "perversos". Esta
"perversión" especial, sin embargo, no se produce sin relación a la paz. De
hecho, ésta se da entre "cuerpo y alma", es decir, en el "corpus anima-
tum", en la medida en que el alma se preocupa por la salud del cuerpo
por todo el tiempo que el hombre viva (81). Aunque el alma se aleje del
cuerpo, éste solo, el "corpus solum", todavia conserva la paz de su partes,
la "pax partium" (82). Y este cuerpo, si tiende hacia la tierra y está como
retenido por un vinculo de suspensión, es porque aspira al orden que pide
su propia paz y exige, por la voz de su pesantez, el lugar de su reposo (83).
El "ordo pervertido", donde no se cumplen las exigencias de la "natura
corporis", quiere esta significativa relación entre "ordo", "pax" y "re-
quies" (84). Esto significa que lo perverso, para poder existir, tiene que
ser pacificado, "pacata", debido a la relación todavia existente entre paz
y orden, lo cual se debe a las "leges summi Creatoris et ordinatoris", leyes
eficaces en el nivel del cuerpo, independientemente de la conducta moral
del hombre (85). De ahi que la "pax corporis" se da sin distinción en todos
los hombres, pero tanto pronto como más allá de las "leyes" se requiere
la "sumisión" de la voluntad al Creador, la paz se tornará "pax impio-
rum" o "pax iustorum", y el "ordo", sumisión a Dios o imitación perversa
de Dios (86).
Finaliza aquí el análiis del capítulo 12 del libro XIX de De civitate
Dei. Agustin confirma la verdad de que nadie existe que no quiera la paz,
a. través de una aproximación fenomenológica a la experiencia humana.
Se trata, pues, de una aspiración profunda de la naturaleza humana, que
Dios crea con un destino social, pero cuya última proyección se refiere a
El. Este destino ha sufrido una perversión por el acto soberbio del hombre
de autoconstituirse en "principio" de la propia existencia y ejercer violen-
cia sobre los demás, que cambian su suerte inicial de "iguales" en "súb-
ditos". Dentro de esta "perversa imitación de Dios", sin embargo, no se
destruye por completo la aspiración por la paz en el hombre; pero se torna
ambivalente en todas sus expresiones, sobre todo en lo que se refiere a
la guerra y la sublevación, que cuestionan de modo especial la dimensión
social por la dis-cordia y el des-orden. La misma aspiración, sin embargo,
subsiste, como no-ambivalente en el mero nivel corporal de la naturaleza
orientada por las "leges", puestas en ella por el Creador. Esta doble diná-
mica de una sola verdad -la de que el hombre necesita la "con-cordia",
la "unitas pacis"- Agustín trata a continuación de explicarla desde sus
raíces, al hacer que se comprenda como perversión el "ordo", de origen
propiamente teológico.
(86 ) Cf. J. LAUFS, op. cit., 30s. Para la idea complicada de "ardo" como influye en el
pensamiento ético de Agustín, ef. J. BURNABEY, Amor Dei, London 1938, 113137; R.
HOLTE, op. cit., 193s.
(87) La expresión "referre ad" constituye el centro del pensar agustiniano respecto a la
actividad humana, Cf. P. BROWN,op. cit., 188. Es importante tomar en cuenta en
el análisis del cp. 13, que aquí se inicia, la relación intrínsecamente dada y expre-
samente señalada con el cp. 12, que resalta en el abjetivo "ordinata" como relacio-
nada al "ardo". CL J. LAUFS,op. cit., 35.
(88) De civ. Dei, XIX, 13 "... Ordo est parium dispariumque rerum sua cuique loca
tribuel1s disposito". Se trata aquí de una definición muy fundamental que encuen-
tra su primer desarrollo, en De Ordo, IV, 11-14. Cf. J. R1EF, Der ordobegriff des
¡ungen Augustinus (Abhandlungen zur Moraltheolagie, 2), Paderborn 1962. En el
De civitate Dei predomina la doctrina positiva del "ardo": el ardo divino del uni-
verso, lleno de belleza, dado por Dios. "Ommes ardo a Deo". Cf. De civ. Dei V, 10.
Esta presente aquí la idea de la "dispositio", el plan salvífica que entraña todo en
forma atemporal. Cf. W. WIELAND,Offenbarung bei Augustinus (Tübinger Theolo-
gische, Studien, 12), Mainz 1978, 285s. El hombre, a causa de su lugar en el
ardo divino, no puede elevar su exigencia de una plena autodeterminación. CL P.
BROWN,op. cit., 187; Cf. J,F. ORTEGA,op. cit., 7.
(89) El concepto "res" es amplio. Cf. De civ. Dei, XI, 16, Según J,F. ORTEGA,op. cit.,
8, la idea de "jerarquía" es otro elemento esencial del "ordo". Para el concepto
50 ANNELIESE MEIS, S. SP. S.
sino a la "natura" del diablo. Esta sólo existe sobre la base de las "reliquae
pacis", que son como la condición para que la voluntad perversa sea eficaz
en el diablo y su naturaleza sea "pacata" (110). De esta manera, hasta en
el supremo castigo del infierno los inicuos e impios deploran en sus tor-
mentos los daños ocasionados a los bienes de su naturaleza, conscientes
de que sus privaciones vienen de Dios con mayor justicia (111).
Dios, el "naturam omnium sapientissimus conditor et iustissimus or-
dinator", ha dado a los hombres en la tierra los bienes, cuya pérdida los
lmpíos lamentan en los extremos suplicios (112). Se trata de "bona" apro-
piados para esta vida, como son la "vita", "salus", "incolumitas" y "socie-
tas" (113). Estos bienes se encuentran relacionados con la "pax tempora-
lis", que abarca en la "vita" y "salus" la paz entre alma y cuerpo: en la
"incolumitas", la "pax corporis" y la "pax animae irrationalis" (114).
Como tal, la "pax temporalis" se realiza en la "societate sui generis", es
decir, en el "mortal genus humanum" (115). Apunta, por consíguíente, al
modelo de la vida mortal, y a los bienes al servicio de esta "mortalitas" la
paz se realiza a sus tres niveles en forma independiente de la voluntad,
siguiendo las leyes del Sumo Ordenador (116). Decisivo luego es, sin em-
bargo' el uso de estos bienes relacionados con la "pax temporalis". Como
los "cives civitatis terrenae" guiados por su voluntad perversa usan mal,
"perperam utí", los dones dados por Dios, la "pax temporalis" no alcanza
más allá y echa incluso a perder los mismos bienes (117). Los "cives civi-
tatis Dei", al usar, por su parte, bien, "recte bene", estos bienes, guiados
por su voluntad recta, obtienen hasta la "pax immortalis", ya presente en
esta vida por la fe: se produce así un aumento de la "pax temporalis".
Con esto se pone fin al análisis del capítulo 133 del libro XIX de De
civitate Dei. Adquiere aquí relieve el trasfondo teológico profundo de la
aspiración humana por la paz, ya que ésta se articula como muy entreteji-
da con la dinámica de la voluntad de Dios, tal como se expresa en el
"ordo", aquel plan divino según el cual todo ser forma parte de una
totalidad estructurada gradualmente tanto en el nivel óntico como en su
proyección temporal. De hecho, se trata aquí de aquella "dispositio" en
que todo ser y movimiento se ordena desde su origen hacia Cristo, su cen-
tro, y desde El hacia al consumación definitiva en la vida eterna, que es
la más ordenada y como tal la paz perfecta, siendo la paz, por consi-
guiente, una armonía de elementos muy diversos, hasta opuestos, dentro
de la "tranquilidad del orden". No se trata aquí de una realidad hecha,
prefijada definitivamente, sino que todo queda por hacer. Esto sólo es
posible gracias a un querer activamente asumir en libertad el lugar desig-
nado a cada uno en el todo por la voluntad de Dios. Aquí se produce el
( 110) Para Agustín no existe una "natura" sin "pax". La afirmación del cp. 12 se mues-
tra aquí acertada en relación con la voluntad perversa del diablo, de lo que "per-
versum" tiene que ser "pacatum".
( 111) De civ. Dei, XIX, 13.
(112) Ibid.
( 113) Cf. J. LAuFs, op. cit., 82-87.
( 114) De civ. Dei, XIX, 13.
( 115) Ibid. Aquí es perceptible una línea que viene de los "miseri". En el nivel de la
"mortalitas" no se separan los dos genera. Cf. De ciD. Dei, XIX, 1.
( 116) De civ. Dei, XIX,I33.
(117) Las dos actitudes de la voluntad determinan el uso. Cf. De civ. Dei, V, 10.
PAZ Y VIOLENCIA SEGUN SAN AGUSTIN 53
( 118) Así se lo puede apreciar en la famosa "tabula-pax" con que se inaugura la argu-
mentación de los caps. 14-16 a partir del cp. 1.33. Supone la idea del "ordo". Los
"rera temporalia" abarcan la "pax temporalis", la "pax corporis", la "pax animae
irrationalis" y la "pax corparis et animae". CL J. LAUFS, op. cit., 89s.
( 119) El conocido esquema "uti-frui" atestigua que Agustín conoce la diferencia estruc-
tural de la relación Dios-mundo-hombre. CL U. DUCHRow, op. cit., 221. Cf. R.
HOLTE, op. cit., 207.
( 120) Cf. J. LAUFS, op. cit., 89s.
( 121) Cf. M. CAMPELLO,op. cit., 438.
( 122) El "ardo" pone como punto de referencia el "fruetus pacis aetema", del que carece
la "civitas terrena". Cf .. LAUFS, op. cit., 8'9s.
(123 ) De cio. Dei, XIX, 14.
(124) Ibid.
( 125) Ibid.
(126) Ibid.
(127) Ibid.
54 ANNELIESE MEIS, S. SP. S.
ceptos brota la paz (137). "Amar a Dios, como "bene amare", se identifica
con el "ordine custodire" (138). El "amar al prójimo" ligado a este "amar
a Dios", sin embargo, no crea simplemente la paz con el prójimo -ya qu~
el prójimo puede ser el "civis civitatis terrenae" que hay que amar para
tener paz con Dios, pero que a su vez no ama a Dios (139). El amar al
prójimo se da, pues, como un "proximo ad diligendum Deum consulere",
un "deber procurar que también su prójimo ame a Dios", lo que sólo es
posible cuando el prójimo acepta este "consulere", es decir, cuando se deja
ayudar con consejos y ayuda en su amor a Dios (140). Esto, sin embargo,
permiten sólo los "cives civitatis Dei" y por consiguiente sólo con ellos
se logra la "pax hominum" como "estar ordenado de corazón a corazón",
"ordinata concordia". Los "cives civitatis terrenae" no sólo rechazan el
"consulere", sino de hecho hasta persiguen a los "cives civitatis Dei" (141).
El logro de la "pax hominum" en la "civitas Dei" y su imposibilidad en
la "civitas terrena" se concretan luego tanto en la búsqueda de la "pax
domus" como en la de la "pax civitatis".
La "pax domus" surge de la responsabilidad del hombre por los suyos
y expresa, como "ordinata imperandi atque oboediendi concordia cohabi-
tantium", el significado profundo del "deber ayudar a que el prójimo ame
a Dios; fluye asi de la "pax hominum", cuyos "homines" son ahora los
'·cohabiantes". En este lugar limitado a su familia, el "civis civitatis Dei"
ejerce la autoridad, "imperare", como "consulere" y el "consulere" es
aceptado en obediencia. Sólo el "civis civitatis Dei" puede "imperar" rec-
tamente, porque no se deja llevar por la "superbia" ni por la "cupiditas",
sino que comprende su mandato como un "officium consulendi" que rea-
liza con "misericordia providendi": "manda" sólo en forma aparente, pero
en realidad "sirve" (142). El "civis civitatis terrena e", por su parte, tam-
bién aspira a la "pax domus", pero su "imperare" carece del "consulere":
es asi un imperare dominandi cupiditate" y no un "imperare misericordia
consulendi" (143). El "consulere" demuestra de hecho que la "pax domus"
de los "cives civitatis Dei" se basa en el "ardo" como sumisión a Dios.
Pero, ¿cómo integrar en esta paz a los esclavos? (144). Cabe recordar
que el "naturalis ardo" prescribe que el hombre impera, pero esto es legi-
timo desde el comienzo de la creación sólo en vista a la mujer y a los
hijos, pero no con respecto a los hombres en general. El hombre, por na-
turaleza, no es esclavo; la esclavitud es más bien consecuencia del pecado:
es castigo. El "naturalis ordo" exige que se ejerza el "officium consulen-
di", de tal manera que sólo en vista a los "bona temporalia" los siervos son
considerados esclavos, mientras que en lo que atañe a los "bona aeterna",
la salvación, los "servi", son "filii" , conservando asi la "pax domus" basa-
da en el "ordo". Los "cives civitatis terrenae", por su parte, dominan sobre
los hombres, violan la ley por la "libido dominandi", la cual resulta más
clara: todavia en lo que se refiere a la "pax civitatis".
La "pax civitatis", como "ordinata imperandi oboediendique concor-
dia civium", proviene de la "paz hominum". Se relaciona con la "pax do-
mus", pero la sobrepasa en la medida en que los "homines" ahora son
todos los habitantes de un "domus" y de una "civitas" (145). La "concor-
dia" de esta "pax civitatis", basada también en el "ordo" que exige sumisión
a Dios, se logra también aqui sólo por el "consulere". Ese sólo es posible
en la "civitas Dei", tanto en el "domus" como en la "civitas", y como tal
debe ser respondido por la obediencia. De ahi que cada perturbación de
esta "pax civitatis" se castiga, a causa de la preocupación por la salvación
de los hombres (146). Se trata aqui de un grandioso esbozo de Estado, en
el cual todos sus ciudadanos pertenecen a la "civitas Dei" y se encuentran
en la "concordia" fundamental gracias a la sumisión al "ordo", mandan y
obedecen. Es indudablemente un ideal que surge aquí y en el que cada
"partícula" debería ser un "domus iustus ex fide viventis" (147). Pero
Agustín está muy consciente de que se trata de un ideal: por eso opone
a este "domus" creyente el "domus hominum qui non vivunt ex fide" (148).
De hecho, en el Estado concreto, los dos tipos de "domus" se oponen
radicalmente e impiden que el Estado forme una "integritas universa",
de tal manera que la paz predominante en este Estado no se funda en el
"ordo" (149) .
Con esto termina el análisis de las formas concretas de paz, que Agus-
tín lleva a cabo en los capítulos 14 a 16 del libro XIX del De civitate Dei.
Las diversas formas surgen a partir del uso que se hace de las cosas. Sólo
cuando el "uti" se ordena al "frui" en Dios y no se invierte el orden en
bien propio, se da la paz como "ordinata" a todo nivel, en la subordinación
de la dimensión corporal al alma racional y de ésta a Dios en la fe. Desde
Dios es posible la paz entre los hombres, en la casa y en el Estado. De
hecho, los "cives civitatis terrenae" sólo realizan la paz en las tres formas
inferiores y carecen hasta de la "pax animae rationalís", ya que no se
someten a Dios, por la fe. Los "cives civitatis Dei", por su parte, pueden
realizar todas las formas de paz posible, ya que no sólo creen y se someten
a Dios, sino que movidos por la caridad logran establecer la paz entre los
hombres tanto desde Dios como hacia Dios, y esto sobre todo en su propia
casa. Esta "pax domestica" de una familia creyente constituye el ideal
de la paz en el Estado, en la "civitas", ideal que de hecho no se da en este
mundo, ya que son los "cives civitatis terrenae" los que dominan la vida
.~~.~.
(145) De civ. Dei, XIX, 16.
(146) Cf. J. LAUFS, op. cit., 113-16.
(147) De civ. Dei, XIX, 17.
(148) Ibid. Cf. P. BRoWN, op. cit., 1!J8s.
(149) Se trata de la paz de Babilonia. Cf. J. LAUFS, op. cit., 1135.
PAZ Y VIOLENCIA SEGUN SAN AGUSTIN 57
politica, en la cual los "cives civitatis Dei" sólo coexisten. Se trata de una
coexistencia llena de tensiones, como se verá a continuación; tensiones,
sin embargo, que en último término se reducen a una sola: la tensión
eseatológica.
5. LA TENSION ESCATOLOGICA
( 158) Ibid.
(159) Ibid.
( 160) Ibid.
(161) Se trasluce aquí la dimensión eclesial. Cf. Bnow:", La vie, 371s.
(162) De civ. Dei, XIX, 17.
(163) Ibid. Cf. J. LAuFs, op. cit., 123-124.
(164) De civ. Dei, XX, 30. Cf. XIX, 10. La resurrección corporal ha cambiado todas las
cosas. Se da en el cuerpo el cumplimiento de lo que la gracia ha hecho para el
alma, estableciendo así la unidad entre Dios y todas las cosas. Cf. A. LUNEAu, op.
cit., 375s.
(165) De civ. Dei, XIX, 17. En la ciudad del cielo se habla en superlativos. Lo que en
el tiempo es ordenado y concordia, allí se convierte en "ordinadissimus" y "con-
cordissimus". Cf. De civ. Dei, XX, 15.
(166) La justicia social no se toma en cuenta como tal. Sobresale en Agustín el aspecto
"justicia de Dios". Cf. M. CAMPELLO,op. cit., 441. B. STUDER,Jesucristo, nuestra
¡usticia, según san Agustín, AUGUSTINUS 26 (1981), 253-82.
PAZ Y VIOLENCIA SEGUN SAN AGUSTIN 59
en perfecto orden, donde los valores inferiores están sometidos a los su-
periores con una estabilidad inquebrantable (167).
Finaliza aquí la descripción de la realidad de la paz, según el capítulo
17 del libro XIX de De civitate Dei. Agustín hace desembocar su análisis
en la presentación de la "pax caelestis", paz plena, que orienta toda la
comprensión agustiniana de la paz. Dicha paz verdadera sólo es aspirada
por los "cives civitates Dei", mientras que los "cives civitatis terrenae"
buscan la "pax terrena", donde también participan los "cives civitatis
Dei" en lo que se refiere a la vida mortal. De ahi esta tensión irreconci-
liable con referencia a la vida eterna, tensión que, sin embargo, permite
una cierta armonía en la coexistencia de las dos ciudades, y esto en la
medida en que lo iniciado en esta vida se consumará en el más allá. Mien-
tras tanto los "cives civitatis Dei" peregrinantes buscan la paz en la
justicia por el amor.
CONCLUSION
(167) De ciu. Dei, XXII, 30. Desemboca la argumentación agustiniana en el tema del
"repO'So". "Vacare" significa la ausencia d~ todo el cortejo de males y conflictos
que amargan nuestra existencia. Cf. V. CAPAÑAGA,op. cit., 457. Se trata del su-
premo reposo sabático. Cf. A. LUNEAU, op. cit., 376. Cf. De ciu. Dei. XXI, 15.
60 ANNELIESE MEIS, S. SP. S.