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Gramsci y los Cuadernos de la Cárcel: un “cortaziano modelo para armar”

Hernán Ouviña

El contexto en el que Antonio Gramsci escribe sus dispersas notas entre rejas resulta
sumamente particular. Si bien es detenido el 8 de noviembre de 1926 por la policía del
régimen fascista, dando inicio a un doloroso periplo por diversos presidios de Italia, recién
en febrero de 1929 se lo autorizará a tener papel y pluma en su calabozo. Esto implicó que
durante casi tres años se viese privado de poder plasmar sus ideas en forma escrita, excepto
en cartas enviadas a sus seres queridos que, dicho sea de paso, eran controladas por
censores fascistas. Así pues, el 9 de febrero de 1929, un día después de inaugurada la lenta
redacción de sus Cuadernos, le expresa en una carta a su cuñada Tania Schucht: “¿Sabes?
Ya escribo en la celda. Por ahora sólo hago traducciones, para soltar la mano: entre tanto
pongo orden en mis pensamientos”.

Durante esos trágicos años en los que previamente se vio imposibilitado de escribir en su
celda, logró sin embargo volcar en numerosas epístolas sus inquietudes intelectuales y
afectivas. En una de ellas, redactada en la cárcel de Milán en marzo de 1927, explicita su
obsesión filosófico-política: escribir algo que pueda perdurar en el tiempo; que trascienda la
coyuntura inmediata. Allí afirma: “Mi vida siempre transcurre con la misma monotonía.
Hasta el estudio resulta muchísimo más difícil de lo que parece. Recibí algunos libros y
realmente leo mucho -más de un volumen por día, además de los diarios- pero no es a esto
que quiero referirme. Es a otra cosa: me obsesiona -supongo que es éste un fenómeno
propio de los presos- la idea de que debería hacer algo für ewig, para la eternidad, de
acuerdo con un concepto goethiano que según recuerdo atormentó mucho a nuestro Pascoli.
En una palabra: quisiera ocuparme intensa y sistemáticamente, de acuerdo con un plan
preconcebido, de alguna materia que me absorba y centralice mi vida interior”.

Este detallado plan (que contemplaba originariamente “una investigación sobre la


formación del espíritu público en Italia durante el siglo pasado”, “un estudio de lingüística
comparada”, uno sobre “el teatro de Pirandello y sobre la transformación del gusto teatral
italiano que él representó”, y “un ensayo sobre folletines y el gusto popular en literatura”)
será reformulado con el transcurso de los meses y años, aunque varios de los temas
reseñados en él aparecerán tangencialmente en diversas notas carcelarias. De hecho, el
primer Cuaderno escolar que da comienzo a su tortuosa escritura de encierro, fechado el 8
de febrero de 1929, se inicia con la descripción de 16 “Temas principales”, que eran los
siguientes: “1) Teoría de la historia y de la historiografía; 2) Desarrollo de la burguesía
italiana hasta 1870; 3) Formación de los grupos intelectuales italianos: desarrollo, actitudes;
4) La literatura popular de las “novelas por entrega” y las razones de su persistente fortuna;
5) Cavalcante Cavalcanti: su posición en la estructura y en el arte de la Divina Comedia; 6)
Orígenes y evolución de la Acción Católica en Italia y en Europa; 7) El concepto de
folklore; 8) Experiencia de la vida en la cárcel; 9) La “cuestión meridional” y la cuestión de
las islas; 10) Observaciones sobre la población italiana: su composición, función de la
emigración; 11) Americanismo y fordismo; 12) La cuestión de la lengua en Italia: Mazconi
y G. I. Ascoli; 13) El “sentido común” (cfr. 7); 14) Revista tipo: teórica, crítico-histórica, de
cultura general (divulgación); 15) Neo-gramáticos y neo-lingüistas (“esta mesa redonda es
cuadrada”); 16) Los sobrinitos del padre Bresciani”.
El itinerario y destino final de estos 33 Cuadernos escritos entre 1929 y 1935 (29
compuestos por notas y apuntes varios, y 4 dedicados exclusivamente a ejercicios de
traducciones) es digno de una novela policial. Tras la solitaria muerte de Gramsci en Roma
el 27 de abril de 1937, estos borradores son llevados clandestinamente y por barco a la
capital de Rusia, en donde al poco tiempo una comisión coordinada por Palmiro Togliatti
(en aquel entonces Secretario General del Partido Comunista Italiano) comienza a
ordenarlos para su publicación, a pesar de lo cual recién a partir de 1948 se darán a conocer
estas dispersas notas en su país natal, compiladas en un total de seis “libros”. Pero lejos de
difundirlas en el orden cronológico en el que fueron redactadas, se las decide agrupar
“temáticamente”, incorporándole incluso diferentes subtítulos para su mejor comprensión.
Los nombres de los “libros” serán los siguientes: Notas sobre Maquiavelo, la política y el
Estado moderno; El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce; Los
intelectuales y la organización de la cultura; Il Risorgimento; Literatura y vida nacional; y
Pasado y Presente (es sintomático que, en este último volumen, se haya decidido meter,
como en “cajón de sastre”, todos los fragmentos restantes considerados “residuales”).

Este criterio de sistematización por “argumento”, si bien permitió en un principio lograr


una mayor difusión de los textos gramscianos (porque sin duda se los tornó más
“comprensibles”, al dotarlos de una coherencia inexistente en su redacción original y
construir textos más pedagógicos), obturó sin embargo una lectura crítica anclada tanto en
el desarrollo de su producción teórico-política desde una óptica encadenada, cronológica e
integral, como atendiendo al contexto histórico específico que, mes a mes y de manera
constante, signó la dificultosa escritura de los Cuadernos.

Basta comentar, a modo de ejemplo, que esta primera edición que circuló tanto en territorio
italiano como en el resto del mundo (dicho sea de paso, la más conocida y reimpresa hasta
el día de hoy) no contempla las notas llamadas de “primera hechura”, es decir, aquellas
elaboradas sobre todo durante los primeros años de encierro y que luego fueron
reformuladas o bien revisadas por Gramsci en un segundo momento, ni tampoco los 4
Cuadernos de traducción. Ésta decidida omisión impide, entre otros ejercicios, analizar la
metamorfosis -para no hablar de “evolución”- del pensamiento gramsciano en sus sucesivos
años, así como la posibilidad de contrastar categorías y reflexiones, vertidas en sus
Cuadernos y luego desechadas, o bien repensadas en función de las inquietudes que fueron
surgiendo producto de nuevas lecturas teóricas y de acontecimientos históricos no previstos
inicialmente.

Habrá que esperar hasta 1975 para que finalmente -en idioma italiano al menos- se publique
una edición crítica de las notas carcelarias, esta vez a cargo del notable teórico Valentino
Gerratana, que será difundida en castellano décadas más tarde por la editorial Era y a
instancias de un núcleo de intelectuales pertenecientes a la Benemérita Universidad
Autónoma de México. No obstante, esta segunda edición -sin duda mucho más cuidada,
aunque en el caso de la edición para el público latinoamericano, con ciertas limitaciones
filológicas y deficiencias en su traducción- dista de haber cerrado la polémica alrededor de
la sistematización y lectura de los Cuadernos. Investigadores como Gianni Francioni han
cuestionado la interpretación de los Cuadernos en una clave meramente diacrónica,
postulando que Gramsci coteja sus ideas y las recrea también desde un punto de vista
simultáneamente sincrónico.

De ahí que, a la hora de abordar la lectura de los Cuadernos, además de estas necesarias
advertencias referidas al tipo de edición de las notas de la cárcel (centralmente, la
“temática” y la “crítica”), cabe insistir en el carácter inconcluso de los apuntes que los
constituyen. No está de más apelar al conocido párrafo en el que el tozudo Gramsci plantea
la necesidad de distinguir aquellos textos terminados y revisados por un autor, de los que
resultan provisionales: “Entre las obras del pensador estudiado -sugiere en otro de sus
borradores de encierro-, hay que diferenciar las que él mismo ha terminado y explicado, de
las que ha dejado inéditas por no estar consumadas y luego han sido publicadas por algún
amigo o discípulo, no sin revisiones, reconstrucciones, cortes, etc. O sea, no sin una
intervención activa del editor. Es evidente, que el contenido de estas obras póstumas tiene
que tomarse con mucha discreción y cautela, que no puede considerarse definitivo”.

Este tipo de llamado de atención debe ser tenido en cuenta cada vez que se analiza lo que él
mismo consideraba un “material todavía en elaboración”. Caso contrario, podemos caer en
lecturas como la del historiador inglés Perry Anderson, quien en su clásico ensayo Las
antinomias de Gramsci denuncia la supuesta existencia de una serie de contradicciones
conceptuales a lo largo de los Cuadernos, como si éstos fueran documentos acabados y
plausibles de ser interpretados como volúmenes “en sí”, dotados por tanto de una plena
coherencia cada uno de ellos y redactados en forma concatenada. A contrapelo, el propio
Gramsci no se cansó de aclarar que lo suyo era un ejercicio tan imperfecto y transitorio
como anti-dogmático y provisional.

Así, por ejemplo, a uno de los Cuadernos más importantes, el 11, escrito entre 1932 y 1933,
lo antecede una “Advertencia” (tal es el sugestivo título que Gramsci le pone): “Las notas
contenidas en este cuaderno, como en los otros, han sido escritas a vuelapluma, para
apuntar un breve recordatorio. Todas ellas deberán revisarse y controlarse minuciosamente,
porque ciertamente contienen inexactitudes, falsas aproximaciones, anacronismos. Escritas
sin tener presentes los libros a que se alude, es posible que después de la revisión deban ser
radicalmente corregidas porque precisamente lo contrario de lo aquí escrito resulte cierto”,
sentencia. Más allá de cierta exageración y cautela deslizada en su párrafo final, esta
aclaración no debe resultarnos ociosa, aunque tampoco amerite desestimar las reflexiones
vertidas en los Cuadernos por Gramsci, por el simple hecho de pensarse como inacabadas.
Debemos tener presente, simultáneamente, aquella aspiración a elaborar algo für ewig (de
mayor sistematicidad y destinado a perdurar) que no obstante resulta en permanente
construcción.

Por ello quizás valga la pena recuperar una definición lanzada provocativamente por José
María “Pancho” Aricó -uno de los primeros traductores de Gramsci tanto a la lengua
castellana como a la particular realidad latinoamericana. Este original pensador autodidacta
calificó a los Cuadernos de la Cárcel como un verdadero “cortaziano modelo para armar”.
La irónica analogía con Rayuela y 62. Modelo para armar -ambos, libros del notable
escritor argentino Julio Cortazar- pretendía dar cuenta del desafío que se nos presenta al
momento de intentar adentrarnos en la compleja y dispersa escritura del Gramsci entre
rejas. Buena parte de los intérpretes de su intrincada obra han planteado la necesidad de
identificar una categoría o concepto-clave que, a la vez que oficie como llave de ingreso a
los Cuadernos, permita “armar” ese mapa conceptual y político profundamente disperso en
sus voluminosos apuntes. Así, Norberto Bobbio propone como punto de partida ordenador
la noción de “sociedad civil”, Dora Kanoussi y Javier Mena el de “revolución pasiva”,
Perry Anderson el de “hegemonía”, Buci-Glucksmann el de “Estado ampliado”, Jean Marc
Piotte el de “intelectual orgánico”, Giussepe Prestipino el par “Estado-sociedad civil”, y
Hughes Portelli el de “bloque histórico”, por nombrar sólo algunos de los más destacados.

Al margen de la mayor o menor productividad de cada uno de estos conceptos, creemos que
todos ellos forman parte de una vocación estratégica: recrear el marxismo sobre nuevas
bases. En efecto, consideramos que las diversas nociones y categorías que Gramsci
despliega, complejiza, resignifica y articula entre sí en sus Cuadernos, pueden ser leídas
como parte de un corpus más denso y universal como es la filosofía de la praxis. No resulta
casual que el significante “materialismo histórico” deje de ser utilizado por Gramsci con el
transcurrir de los años y pase a ser sustituido por el de filosofía de la praxis. No estamos en
presencia, por lo tanto, de una mera modificación semántica. Antes bien, lo que se
evidencia en ese laboratorio vivo que son los Cuadernos es una crítica radical del marxismo
ortodoxo y vulgar predominante en la URSS, así como la necesidad de desarrollar, a partir
de un “encadenamiento dialéctico” de conceptos, una concepción del mundo antagónica a
la de la burguesía, que actualice lo mejor del marxismo, aunque sin caer en una defensa
enconada y mecánica de sus planteamientos teórico-políticos.

Al igual que para el Amauta peruano José Carlos Mariátegui, el marxismo no nos muestra
un itinerario a transitar, sino que funge de potente brújula para orientar nuestro andar
cotidiano, a partir de la articulación orgánica entre reflexión y acción, que permite el
análisis y la transformación del mundo, siempre desde una óptica propia y original. No se
trata por lo tanto de “aplicar” esquemas o categorías prefabricadas, ni de considerar a la
obra de Marx como un sistema acabado o un conjunto de verdades irrefutables (ya que,
como dirá irónicamente, “no es pastor con báculo”), sino de recrear sus presupuestos y
fundamentos, a partir de su confrontación con la cada vez más compleja realidad que
habitamos. Al fin y al cabo, como afirma en sus notas de encierro, “la realidad está llena de
las más extrañas combinaciones y es el teórico quien debe hallar en esta rareza la
confirmación de su teoría, ‘traducir’ en lenguaje teórico los elementos de la vida histórica,
y no, a la inversa, presentarse la realidad según esquema abstracto”, ya que “toda verdad,
incluso si es universal, debe su eficacia al ser expresada en los lenguajes de las situaciones
concretas particulares: si no es expresable en lenguas particulares, es una abstracción
bizantina y escolástica, buena para el pasatiempo de los rumiadores de frases”.

Si la reinvención del marxismo constituye el objetivo neurálgico de los Cuadernos de la


Cárcel, lo que da impulso a esta monumental e inconclusa empresa es la necesidad de
repensar la estrategia política revolucionaria en sociedades que resultan mucho más
complejas que la Rusia zarista. Por lo tanto, algunas de las preguntas que atraviesan en
filigrana la redacción de sus notas son las siguientes: ¿Por qué tras la profunda crisis que se
vive en buena parte de Europa Occidental luego de la primera guerra mundial, no
sobreviene una revolución socialista triunfante, sino un régimen tan regresivo como el
fascismo? ¿Qué hay de irreductible en la experiencia rusa y qué de universal, ejercicio de
traducción mediante? ¿Cuáles son las transformaciones sufridas por las sociedades
capitalistas más desarrolladas, y qué consecuencias traen aparejadas para la construcción
política de las clases y grupos subalternos? ¿Qué dinámica específica debe asumir la
transición al socialismo en este tipo de realidades?

Si el marxismo es concebido como “historicismo absoluto”, resulta entonces erróneo


entenderlo en tanto acabado sistema de pensamiento y acción. De ahí que más que
“utilizar” un esquema teórico cerrado, la cuestión para Gramsci sea cómo traducir y
actualizar ciertas categorías y estrategias generadas en otras latitudes y momentos
históricos, entre las que se destacan sin duda las gestadas en Rusia. Y teniendo en cuenta
que el año en el que se inicia la redacción de los Cuadernos (1929) es el mismo que da
comienzo a la primera gran crisis mundial del sistema capitalista, la revisión y crítica de
determinadas lecturas catastrofistas de la revolución, se torna para él más acuciante que
nunca, sobre todo porque no pocos de sus compañeros de militancia consideraban
erróneamente que, a la miseria creciente de las masas, le sobrevendría de manera inevitable
el triunfo revolucionario (sintetizado en el conocido apotegma del “cuanto peor, mejor”, tan
caro a la izquierda ortodoxa). Conceptos como los de “guerra de posiciones”, “Estado
ampliado”, “sociedad civil”, “hegemonía” y “revolución pasiva” son parte de esta necesaria
renovación y autocrítica, desde una perspectiva anti-economicista del marxismo, entendido
como filosofía de la praxis.

De ahí que las reflexiones e hipótesis elaboradas por Gramsci en sus Cuadernos de la
Cárcel no puedan sustraerse de un condicionamiento histórico que signa su militancia
política: la derrota sufrida a manos de las fuerzas fascistas en territorio italiano, y el
creciente predominio de una estrategia nuevamente sectaria en las filas de la izquierda
europea, y que tendrá durante la década del ‘30 resultados profundamente negativos para
las clases populares. Sus apuntes de prisión, iniciados hace exactamente 90 años atrás,
pueden leerse entonces como una contundente y original respuesta teórico-política a ambos
flagelos, en tanto militante revolucionario que supo combinar el pesimismo de la
inteligencia con el optimismo de la voluntad, sin dejar de apostar jamás al socialismo como
alternativa civilizatoria.

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