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Teoría y Práctica de la Traducción Literaria

Ana Ramos Calvo


Universidad Autónoma de Madrid
ana.ramos@uam.es

Secularmente se han venido traduciendo textos de unas


lenguas a otras de una manera empírica, artesanal. Esto no
quiere decir que no se haya reflexionado y teorizado sobre el
arte de la traducción, ni que los grandes traductores de la
historia hayan dejado de proponer sus teorías. Por poner un
ejemplo, al-Djahiz, en un capítulo de su Kitab al-Hayawan,
dedicado a la Historia de la Poesía, destaca el valor de la
traducción en sí misma, así como de las condiciones que
debe tener un buen trujamán, esto es, su amplio
conocimiento de las lenguas de origen y de llegada, su
identificación con el autor, su especialización en el tema
sobre el que versa el texto original, su método y los secretos
de sus limitaciones. Con todo ello, el gran autor abbasí
forma un cuerpo teórico.(1)

Sin embargo, ha sido muy recientemente cuando los


lingüistas se han ocupado de la traducción, elevándola a
categoría científica, al pasar a constituir una rama de la
lingüística aplicada, que trata de explicar cómo ha sido
elaborado un producto, independientemente de éste. Nace así
la Traductología, destinada a formar al profesional mediante
la aplicación de la experiencia acumulada, junto a la
reflexión del investigador. Las teorías sobre la traducción,
que fueron en un principio emitidas por estructuralistas y
generacionistas, han sido apoyadas más recientemente con la
contemplación de aspectos psicolingüísticos.

El propósito de estas páginas es, a la luz de las teorías


emitidas por los lingüistas, aportar mis propias reflexiones
sobre problemas que, con variable éxito, me he visto
obligada a resolver al enfrentarme a textos árabes y tratarlos
de verter a mi propia lengua, ya para darlos a conocer a
posibles lectores interesados, ya como base de mis trabajos
de investigación o ya, y esto de una manera cotidiana, como
apoyo pedagógico de mi actividad docente. Es decir, trataré
de incrementar, siquiera sea levemente, la casuística en la
que estas teorías se apoyan.

La traducción literaria es el campo al que se limita mi


experiencia, atendiendo principalmente a textos en prosa, ya
sean relacionados con la literatura imaginativa seria o bien
con el pensamiento, con pequeñas incursiones al mundo del
teatro, cuya problemática se ve incrementada con la
inherente a la interpretación.

El traductor literario, además de enfrentarse a las dificultades


que presenta toda traducción, ha de atender a la belleza del
texto, a su estilo y sus marcas (lexicales, gramaticales o
fonológicas), teniendo en cuenta que las marcas estilísticas
en una lengua, pueden no serlo en otra. Es el caso del uso del
Ud., inexistente en árabe y que puede resultar fundamental
en la traducción, así como el de acertar con la expresión de
ciertas marcas de respeto o de cariño (ya `ayni, por poner un
ejemplo). Se ha de procurar, pues, que la calidad de la
traducción sea equivalente a la del texto original, sin
desatender por ello a la integridad de su contenido. De estos
y otros problemas trataremos aquí(2).

Posibilidad de la traducción

La primera cuestión a la que deben enfrentarse los teóricos


es a la de la posibilidad de traducir. Para algunos, en nombre
de la lingüística, es teóricamente imposible(3). Sin embargo,
es una realidad social que las traducciones existen. La
cuestión es el grado de satisfacción que el traductor alcanza
con su trabajo. Pero ¿qué es traducir?. Entre las muchas
definiciones establecidas me parece particularmente
aceptable la propuesta por Catford: “ La traducción es la
sustitución del material textual de una lengua por material
textual equivalente de otra”(4), definición que nos lleva
necesariamente a reflexionar sobre un término
clave, equivalencia.

Para un traductor el problema fundamental será el de buscar


equivalentes que produzcan en el lector de la traducción el
mismo efecto que el autor pretendía causar en el lector a
quien iba dirigido el texto original. Ello le obliga a
contemplar el texto, siempre desde el punto de vista de la
traducción literaria, como la base de una continua
“negociación” con el autor, para que el lenguaje del nuevo
texto presente valores equivalentes a los del lenguaje
original, sin olvidar ni su fuerza, ni sus elementos dinámicos,
ni su calidad estética. Generalmente se acepta que no se
traducen significados, sino mensajes, por lo que el texto
deberá ser contemplado en su totalidad.

Situándonos concretamente en el campo de la traducción


literaria del árabe al español, el primer obstáculo que sale al
paso del traductor se deriva del hecho de que ambas lenguas
son vehículos de expresión de dos mundos reales muy
diferentes entre sí, tanto en lo que se refiere a la visión de la
realidad, como en lo que respecta al tipo de desarrollo
científico o tecnológico. Por ello, la búsqueda de
equivalencias resulta más compleja y los obstáculos más
insalvables que cuando el texto original se concibe en el
mismo ámbito sociocultural que el del texto de llegada.

Muchos de estos obstáculos, a veces realmente imposibles de


salvar, han puesto límites a mis traducciones, obligándome
en no pocas ocasiones a “negociar” con varios autores
árabes, pertenecientes a diferentes sociedades y a distintas
épocas. Paso a comentar algunos de ellos.

A) Límites de carácter interlingüístico


1.Equivalencias lexicales

Cuando las lenguas de origen y de llegada pertenecen a


ámbitos culturales diferentes, el primer problema al que
habitualmente debe enfrentarse el traductor es el de
encontrar en su propia lengua términos que expresen con el
mayor grado de fidelidad posible el significado de algunas
palabras, por ejemplo, aquellas relacionadas con tejidos
típicos, especialidades culinarias u oficios, propios de la
cultura en la que se hallan tanto el autor como los lectores a
quienes va dirigido el texto original.

La Tuhfat al-albab, libro de viajes de carácter geográfico,


escrito por un viajero granadino, que vivió entre los ss. XII y
XIII de nuestra era(5),proporciona un buen número de este
tipo de ejemplos cuando describe las peculiaridades
botánicas, minerales, artesanales o culinarias de los
diferentes países que menciona. Si algunos términos no son
difíciles de identificar (dibadj de Bizancio por raso harir de
China por seda) hay otros cuya correspondencia exacta en
nuestro idioma es imposible, como por ejemplo, muql (una
variedad de dátil de un cierto tipo de palmera
silvestre), siqlatun ,munayyar, mulham o jazz (todos ellos
tejidos de urdidumbre muy peculiar , característicos de
Bagdad, al-Rayy, Merw y Susa respectivamente). En el texto
original ese último tejido (al-jazz), por ser ampliamente
conocido en el medio socio-cultural del autor como peculiar
de Marruecos, evita a éste especificar que Susa es la ciudad
marroquí y no su homónima persa.
Algunos oficios locales, propios de una determinada cultura,
son asimismo difícilmente reflejados por un equivalente
español. Es más, a veces ni siquiera a un lector arabófono,
pero no nativo de la región en cuestión, le es fácil
identificarlo. Es el caso, por ejemplo, de esas mujeres, a las
que en el norte de Siria llaman gashashat(6), que siguen a
las cuadrillas de segadores y a las que el narrador sirio `Abd
al-Salªm al-`Udjayli incluye en el grupo de los “al-
dadjdjalin” (charlatanes y curanderos) y a las que el propio
autor, consciente de que es un término peculiar de una
determinada región, opta por describir, dando un rodeo,
explicando a sus lectores que su especialidad consiste en
“extraer la enfermedad del ojo”, pasando la lengua por el
interior del mismo, cuando se ha introducido en él un cuerpo
extraño(7). El mismo autor utiliza en uno de sus ensayos(8),
el término mulla, que él mismo explica en el texto (evitando
intervenir a su traductor), diciendo: “esto es, uno de esos
maestros religiosos, que son los que en el desierto se
encargan de enseñar a los niños”.

La búsqueda de equivalentes lexicales es particularmente


difícil, a veces incluso imposible, cuando afectan a aspectos
sociales, jurídicos o religiosos. En Barg el-Lil(9), pequeña
novela histórica del tunecino Bashir Jrayyef, el protagonista,
que da nombre a la novela, es un joven esclavo negro, que
vaga por las calles de la medina, tras huir de su amo, un
alquimista a quien ha destrozado el laboratorio. En su
deambular por las calles de la ciudad se topa con una anciana
que le propone, a cambio de cierta cantidad de dinero, que
actúe como “tayyas” en cierto asunto de divorcio. ¿Cómo
traducir este término? Se trata de una palabra que en el habla
coloquial tunecina denota cierto matiz peyorativo. Para el
lector de origen, es decir el lector árabe educado en un
ambiente familiarizado con el Islam, aún en el caso de no
conocer el vocablo vulgar, la trama argumental le daría la
clave, ya que corresponde al término clásico muhallil, que
designa a la figura religioso-jurídica (Corán II,230) mediante
cuya intervención un matrimonio disuelto por triple repudio
puede reanudar su vida en común, mediante un nuevo
contrato matrimonial (radj`a). Sin embargo el lector de la
traducción española se puede encontrar desorientado, si el
traductor no interviene de algún modo.

2. Ambigüedades intencionadas.

Entre los límites de carácter interlingüístico se encuentran


los juegos de palabras, destinados a producir ambigüedad y a
los que tanto teme el traductor. Los títulos de relatos y
novelas proporcionan abundantes ejemplos de estas
ambigüedades intencionadas, de difícil y, a veces, incluso
imposible traducción. Veamos algunos a continuación.

Al-`Udjayli, el autor sirio ya mencionado, tituló su primera


novela, Basima bayna-l-dumu`(10), buscando el contraste
entre el nombre propio de la protagonista, que en árabe
sugiere la idea de sonreír, con las lágrimas que la misma
derrama a lo largo de toda la narración. De hecho, la
contradicción expresada en el título condicionó el desarrollo
de la trama narrativa, ya que el autor confiesa haber
improvisado la acción, en la que siempre jugaba con el
contraste de sonrisa y llanto, a medida que se iban
publicando sus capítulos por entregas durante el verano de
1957 en la revista al-Ahad . La traducción al español se
presenta problemática, ya que si optamos por Básima llora,
por ejemplo, la reproducción del título sería correcta, pero se
perdería el contraste ideado por el autor . Aquí, la traducción
al castellano solamente pone en peligro el juego de palabras
buscado por el autor en el título, sin embargo, el problema se
acrecienta cuando la ambigüedad juega un papel esencial en
el desarrollo de la acción. Es el caso de una novela del autor
tunecino `Abd al-Madjid `Atiya, que lleva por título Jattu-ka
radi’(11). Según he podido comprobar, ésta es una expresión
de uso común, al menos en Túnez, cuyo significado depende
del contexto en que se produzca, ya que lo mismo puede
significar “tienes mala letra”, refiriéndose a la caligrafía del
interlocutor, que “tu línea telefónica está averiada”, en el
caso de una dificultosa conversación telefónica por cruce de
líneas, interferencias etc...
El diseñador de la portada del libro, como podemos ver en la
imagen, supo sugerir con gran acierto la ambivalencia de la
expresión, al escribir el título con trazo grueso, que sugiere
un cable con una rotura en el trazo de las letras, salpicando la
lámina con gruesos borrones de tinta y dibujando en la parte
superior un pabellón auditivo de grandes proporciones. Al
propio lector árabe le resultará imposible conocer cual de los
dos sentidos de la frase guarda relación con el contenido,
hasta no haber leído la novela. Por su parte, el traductor se
encuentra perplejo ante la dificultad de encontrar un
equivalente que refleje la intención del autor, pero sus
tribulaciones aumentan cuando en el curso del relato se
encuentra con la siguiente conversación entre un ejecutivo
que trata de comunicarse telefónicamente con el exterior a
través de una centralita y la operadora encargada de la
misma:

-Aquí la operadora nº 15 ¿qué desea, por favor?


-Quiero hablar con el exterior ¿está libre la línea?
-Bien, aguarde un momento
Pasados unos instantes, y tras dejarse oír unos ruidos en el
auricular, la telefonista dice:
- Jattu-ka radi’
Evidentemente aquí con el significado de “la línea está mal”.
El protagonista, con clara intención de bromear con la
muchacha, replica aparentemente ofendido:
-¿Jatti radi’? ¿Acaso la has visto o leído para juzgar que es
mala?
Sin duda ahora con el sentido de “¿mi letra es mala?”. La
operadora, sin embargo no entiende el cambio de
significado, puesto que dice:
-¿Perdón?.
A lo que el ejecutivo, con intención de confundir a la joven y
de seguir charlando con ella, contesta:
-Jatti (mi letra) es muy bonita, aunque no tanto como tu
voz...
La solución en este caso se presenta muy difícil para el
traductor, quien habrá de intervenir de algún modo, como
veremos más adelante.
Se puede presentar el caso de que la traducción literal o casi
literal sea más oportuna que la búsqueda de una
equivalencia. Veamos un ejemplo.

Al-`Udjayli, titula el ensayo, arriba mencionado (v.nota


8) Alif....Ba’...Ta’..., cuyo equivalente castellano sería
A...B..C..., sin embargo, no resulta tan sencillo optar en este
caso por la equivalencia. El texto reproduce un diálogo entre
dos personajes, árabe uno, europeo el otro. El árabe expone
sus ideas políticas valiéndose de un relato en el que un
maestro ambulante se empeña en que un muchacho beduíno
aprenda a leer, haciéndole repetir la letra Alif. Consciente el
árabe del texto de que su interlocutor europeo no conoce el
significado de esta voz, le explica: “esto es, la primera letra
del alfabeto árabe”(con lo que el traductor no necesita
intervenir). Aún admitiendo que se pudiera sustituir el título
árabe por un equivalente, en el curso de la acción sería de
todo punto improcedente, ya que resultaría ilógico para el
lector español que se obligara tan insistentemente a un niño
beduíno árabe a repetir la letra castellana “A”.
continua en *

(1). Al-Djahiz, Kitab al-Hayawan,El Cairo, al-Halabi,1965-


69 , vol.I p.75
(2). Para reflexionar sobre mi propia experiencia y proponer
algunos ejemplos me ha sido de gran utilidad la obra de
S.Peña y M.J.Hernández Guerrero, Traductología,
Málaga,1994, cuyo esquema me ha servido de base para
redactar algunos de los temas tratados.
(3). Véase Mounin,G.,Los problemas teóricos de la
traducción, Madrid,1977
(4). Catford,J.C., A Linguistic Theory of Translation,
Edimburgo,1965,trad.1970. Sobre distintas definiciones para
la traducción, v. S.Peña, op.cit.,pp.24-26
(5). Abu Hamid al-Garnati, Tuhfat al-albab,presentación,
traducción, notas e índices por A.Ramos, Madrid,1990
(6). Oficio descrito por S.Antaki y F.Sanagustin en su
trabajo “Contribution à l’étude de l’ophtalmologie
traditionelle en Syrie du Nord”,
en Arabica,XXXVI,1989,p.371 y nota 6.
(7). En el relato titulado “Wa al-dadjdjalun dardjat”, incluído
en la colección `Iyada fi-l-rif, para su traducción v.
A.Ramos,Relatos de un nómada mediterráneo,
Madrid,1998,pp.131-137
(8). “ Alif...Ba’...Ta’... en la colección, Idfa´bi-l-lati hiya
ahsan, para la traducción v., A.Ramos Relatos..op.cit.
p.p.93-99.
(9). Bashir Jrayyef, Barg el-Lil, trad. Ana Ramos,
Madrid,1982
(10). Se publicó en forma de libro en Beirut, 1959.
(11). Túnez,1978
*

3. El lenguaje dialectal

La introducción en obras narrativas de diálogos encaminados, bien a resaltar


valores particulares del lenguaje, bien a destacar la idiosincrasia del personaje
que lo utiliza, plantea al traductor una seria dificultad para transmitir a sus
lectores un efecto equivalente al producido en los destinatarios del producto
original.

Si bien ciertos registros coloquiales –lenguaje infantil, peculiaridades del


lenguaje de diferentes clases sociales o incluso la ubicación del lenguaje en su
marco temporal- no ofrecen particular dificultad, el traductor de la nueva
narrativa árabe, tras superar las etapas de su correcta traducción, se encuentra
muchas veces incapacitado para verter a su idioma los matices diferenciales de
los lenguajes locales (lengua `ammiya).

Como muestra de la dificultad de reproducción en castellano de uno de estos


idiolectos, propongo el ejemplo siguiente. Retomemos la figura de Barg el-Lil, el
joven esclavo negro de la novela de B. Jrayyef. Le encontramos rebosante de
felicidad después de haber cumplido su compromiso de contraer matrimonio con
la esposa repudiada (que resultó ser la mujer de sus sueños), para que el esposo
de ésta, arrepentido de su acción, pueda volver a reanudar su vida matrimonial
con ella. Pasada la noche de bodas, el venerable jeque y los dos ediles que el día
anterior, ignorando su condición de esclavo que le inhabilitaba para cumplir
aquella misión, habían estipulado las condiciones de su compromiso, conminan
al muchacho a que pronuncie las palabras de repudio. Cuando el negrito se niega,
incapaz de renunciar a la mujer idolatrada, se establece entre ellos el siguiente
diálogo:

-Eso fue lo acordado, acaba de una vez, cumple lo que has prometido y vete. El
hombre libre ha de cumplir lo que prometió.
El muchacho, indignado, respondió estas “enigmáticas” palabras:

- Anzazhurr, anzazhurr ana wasif ana ma unzizshay’an.

B. Jrayyef fue repudiado por algunos sectores de la crítica literaria de su país por
utilizar el lenguaje coloquial en los diálogos de sus novelas y en ésta su uso es
asimismo habitual, pero en este caso la comprensión resulta particularmente
difícil, incluso para arabófonos no habituados a estas peculiaridades idiomáticas
locales. La explicación, sin embargo, es sencilla, si bien llegar hasta ella me
supuso un verdadero quebradero de cabeza. Es sabido que la identificación de la
letra djim y de la letra zay, si van seguidas es frecuente en todos los dialectos
árabes, por lo que anzaz-unziz es facilmente reconocible como, andjaz-undjiz
pero en este caso la mayor dificultad consiste en el cambio del sonido de hache
aspirada fuerte por una aspiración débil de la misma letra, fenómeno propio de
los senegaleses, dándose la circunstancia de que el esclavo negro de la historia
era de origen senegalés –su rapto por parte de los negreros constituye uno de los
capítulos de la novela-. Aplicando estos cambios, la “enigmática “ frase es
fácilmente traducida por: Cumpla su palabra el hombre libre, cumpla su palabra
el hombre libre, yo soy un esclavo y no cumplo nada. La traducción es posible,
pero no su fuerza idiomática, que, sin duda, el lector tunecino puede apreciar
(algo así como un lector español identificaría a un personaje que pronunciara
Bidro en lugar de Pedro con un individuo de origen árabe).

Otro interesante ejemplo de este tipo nos lo ofrece el excelente narrador y


dramaturgo `Izz al-Din al-Madani en su pieza teatral Muley al-dultan alHasan
al-Hafsi(12). La escena sexta del Segundo Acto de esta obra se desarrolla en la
vieja medina tunecina en la época en que Carlos I de España, llamado por el
sultán hafsí, invade Túnez para expulsar al corsario turco Barbarroja. Un soldado
español vigila una larga cola formada por los comerciantes del barrio de Bab al-
Banat, que aguardan su turno para acceder al único cuchillo pendiente de una
cuerda que les está permitido utilizar, ya que el invasor les ha requisado todos sus
utensilios cortantes, propios de cada gremio. Indignados y bajo un sol implacable
que les está volviendo locos, los habitantes del barrio comentan la humillación a
que están siendo sometidos por los españoles, a los que insultan con los más
expresivos improperios.

El soldado español, que comprende algunas palabras árabes, seguramente las más
sonoras, les amenaza con su espada y les grita en una curiosa jerga hispano-árabe
en la que no falta algún galicismo:

-Fuira, fuira, kalam basta, basta, biti an tu bayis.

El autor soluciona el problema para sus lectores que no saben español, facilitando
de paso la labor del traductor, haciendo intervenir a sus personajes:

- ¿Qué dice? –pregunta uno de la cola, a lo que otro más “entendido en lenguas”,
responde: "-Dice que fuera, que basta de palabras y que te vayas a tu país". En
este caso, el pasaje traducido conserva la misma fuerza que el texto de origen, ya
que esta mezcolanza de palabras producen la misma impresión al lector del texto
árabe que no sepa español, que al lector del texto de llegada, que no sepa ára be.

4.Sonoridad del lenguaje

Los refranes y dichos populares suelen ir acompañados de una sonoridad


rebuscada que dificulta la tarea del traductor al tratar de hallar, no solamente un
equivalente para su significado, sino también para su sonoridad.
La novela de Jrayyef nos proporciona varios ejemplos para este apartado. En
cierto pasaje se cuenta el origen de un refrán muy popular aún hoy en Túnez:
¡Yuhriz Muhriz! cuya traducción exacta sería ¡Muhriz (el santo patrono de
Túnez) te protege!. Buscar su equivalente castellano tampoco ofrece
dificultad :¡Vaya suerte que tienes!, o bien ¡has nacido de pie! O cualquier otro
semejante, sin embargo , su sustitución en el texto no me pareció oportuna, ya
que desvirtuaría el pasaje del relato, en todo caso, lo que es imposible reproducir
es su sonoridad.

En esta misma novela se narra el origen de otro refrán, para el que, en lugar de
buscar uno equivalente en castellano me pareció más oportuna su traducción casi
literal. Se trata de un dicho actual cuyas fuentes busca el autor en la época en que
Carlos I de España invadió Túnez y que dice así: Nadie mejor que el andalusí
conoce la expulsión del rumí . Aunque este dicho tiene el mismo sentido que el
español: No siente la brasa más que aquel que la pisa, su traducción literal
conserva cierta sonoridad y además salva la coherencia del contexto.

B) Límites intertextuales

Si los textos, el original y el de llegada, pertenecen a ámbitos socio-culturales


muy diferentes (como es el caso de la traducción del árabe al español), resulta
muy difícil hacer llegar al lector del texto traducido ciertos elementos fácilmente
asimilados por el destinatario de la obra original (citas librescas, alusiones
culturales, costumbres populares, instituciones etc...), que pueden llegar incluso a
alterar el mensaje.

Cuando al-Garnati, el viajero medieval, alude por ejemplo a Iram la de las


columnas), no necesita ofrecer aclaración alguna, aún en el caso de que sus
posibles lectores no fueran particularmente cultos, ya que todos debían saber que
se trataba de la ciudad que mandó construir Shaddad ibn `Ad el omnipotente y
longevo rey de los `Adíes, a quien Dios castigó por su orgullo y cuya
desaparición de la faz de la Tierra junto con su pueblo es castigo ejemplar citado
por el Libro Sagrado. Por la misma razón que tampoco necesita explicar quien
son los desgraciados Nasnas (convertidos en medio-hombres por castigo divino)
ni las tribus desaparecidas de Tamud, Djadis o Tasm etc..., ya que son los
pueblos ante-históricos con los que cualquier árabe suele estar asimismo
familiarizado desde pequeño por El Corán, que los cita como modelos de
castigos escatológicos. Sin duda –por seguir con ejemplos del mismo autor-,
cuando éste nombra como garante de sus palabras a al-Djahiz, sus lectores
originales sabían a ciencia cierta que citaba a una autoridad indiscutible o si
menciona un poema de al-`Ashà, a todos, casi sin excepción, se les vendría a la
mente el poeta báquico contemporáneo del Profeta.

Lo mismo ocurre con las denominaciones específicas de ciertas artes, como la


música por ejemplo. Así, cuando nuestro conocido negrito Barg el-Lil deleitó con
su extraña música a sus conciudadanos, alguno comentó : Es un “hidjaz kar-
kurdi...”. Probablemente pocos sepan que se trata de la variante nº8 de la música
árabe en la que se han compuesto más obras que en ninguna otra, pero el lector
árabe se aproximaría más a la comprensión de este tecnicismo, que un lector
español.

C) Intervenciones del traductor

Como hemos visto, la casuística evidencia la existencia de una serie de límites


para la traducción, de carácter interlingüístico unos, intertextuales o referenciales
otros, que obligan al traductor a intervenir con mayor o menor acierto, con el fin
de conseguir para sus lectores el mismo efecto, o al menos un efecto equivalente,
al buscado por el autor para los suyos. Unas veces logrará este efecto mediante
una buena elección del equivalente lexical, pero otras se hará necesaria una
aclaración.

Cuando se trata de una traducción académica, especialmente cuando la obra de


origen pertenece a un autor de prestigio, el traductor, actuando como filólogo,
suele optar por introducir su traducción, presentando con mayor o menor
brevedad al autor y a la obra en concreto dentro de un contexto literario,
exponiendo a continuación sus propios criterios para efectuar su trabajo. Sin
embargo, ante la presencia de intraducibles, puede verse obligado a intervenir al
margen del texto original, optando unas veces por una traducción parcial, o
decidiéndose otras por añadir notas a pie de página.
En el caso de traducciones no académicas o de simple divulgación, especialmente
las hechas por encargo de editoriales comerciales, este último recurso solamente
es adoptado en casos realmente extremos.

Notas a pie de página

Llegamos así a la espinosa cuestión de las notas a pie de página. Hay quienes
opinan que constituyen la vergüenza del traductor. A veces, es cierto, un mal
traductor recurre a ellas, mostrando así su fracaso de no haber podido hallar un
determinado equivalente. Sin embargo, es un error generalizar irreflexivamente,
ya que, un mismo traductor puede recurrir a la introducción de notas o a
prescindir de ellas, según lo exija su trabajo.

A continuación, y basándome en la clasificación de las notas, comúnmente


aceptada por los teóricos, expondré los criterios que me han llevado a la inclusión
o exclusión de éstas en diferentes textos.

a) Notas situacionales

Están destinadas a situar al lector de la traducción en lugares con los que el lector
del texto original está familiarizado.

En una obra como La Tuhfat al-albab, citada más arriba, obra íntimamente
relacionada con la Geografía Descriptiva de un periodo y de un contexto cultural
muy alejado del momento en que se realiza el texto traducido, este tipo de notas
constituye aproximadamente el 45% de las notas a pie de página. Y ello, porque,
según mi criterio, la actualización de los topónimos rebajaría notablemente la
fidelidad y la calidad de la traducción, desvirtuando al mismo tiempo el carácter
medieval de la misma. Resultaría por lo menos anacrónico hacer navegar a un
viajero medieval por el mar Caspio o el de Aral, por los lagos de Van, Urmia o
Chad, porque en la aquella época se denominaban mar de los Jázares, mar de
Juwarizm, mar de Ahlat, mar de Urmia y mar cercano a la Ciudad de Cobre, que
es como el autor los cita respectivamente. Para evitar este efecto me pareció
obligado localizar los topónimos en obras geográficas medievales y actualizarlos
en las notas. Asimismo desvirtuaría el texto, produciendo un extraño efecto (tan
chocante por lo menos como el que produciría un “extra” que olvidara despojarse
de su reloj de pulsera en una película de romanos) situar al autor en el actual
Astracán –punto de partida de muchos de sus viajes- en lugar de en Sadjzin (que
en lengua local significa lugar desecado), que es el nombre que dicha ciudad
recibió precisamente en época de al-Garnati, nuestro autor, por la desecación del
ramal del río Volga, provocada por una alteración en el curso del mismo,
sustituyendo a la antigua denominación de Itil , que es como la recogen los
geógrafos árabes medievales.

En Barg el-Lil, la novela de B. Jrayyef, son también las notas situacionales las
que constituyen el más elevado porcentaje. El propio autor las introduce en su
texto, poniendo así de manifiesto la importancia que tiene para él que el lector se
sitúe en el laberinto de barrios de la antigua medina. En realidad, el verdadero
protagonista de su relato es el pueblo tunecino, esto es, los habitantes de los
distintos sectores de la vieja ciudad, cuya actitud, de rebelión unos, de sumisión
otros, ante los invasores, turcos o españoles, jugaron un papel fundamental en el
desarrollo de los acontecimientos históricos.

b)Notas etnográficas, intertextuales y textológicas

Ya comentamos que en el caso de la Tuhfat al-albab, es prácticamente imposible


hallar equivalencias en castellano para ciertos términos relacionados con
peculiaridades etnográficas de las diferentes regiones recorridas y descritas por el
autor. Es asimismo necesario situar al lector de la traducción en el ambiente
cultural, religioso y social al que pertenecieron los individuos a quienes iba
dirigida la obra original. La mayoría de estas dificultades fueron resueltas con
notas a pie de página, que entre etnográficas e intertextuales alcanzan un
porcentaje de un 43%, es decir, un número próximo al de las notas situacionales
descritas más arriba. De las notas restantes, unas están destinadas a señalar
algunos errores cometidos por el autor ( vg.: Abu Hamid sitúa el sepulcro del
Santo Patrón de Túnez en Qayrawan en lugar de en la capital tunecina donde
desde un principio estuvo ubicado), otras a señalar las variantes de ciertos pasajes
según los diferentes manuscritos que existen de la obra, o a reconstruir
fragmentos perdidos o confusos, mediante la consulta de obras de diferentes
autores, que los recogen textualmente.

Las notas etnográficas escasean por el contrario en la traducción de la novela


histórica de Bashir Jrayyef, son más frecuentes sin embargo las de carácter
intertextual, de las que me vi obligada a introducir las que juzgué imprescindibles
para orientar al lector de la traducción en los hábitos y la cultura de un país, en un
determinado momento en el que compartió su historia con España.

Hemos comentado ya el término tayyas, y la imposibilidad de encontrar su


equivalente en nuestro idioma, parece pues imprescindible su explicación en una
nota, así como su relación con ciertos aspectos jurídicos del divorcio en el mundo
musulmán.

En la misma obra encontramos imprescindible respetar en el texto, y aclarar en


nota, el apodo ilustre de “ Jayr al-Din”, con el que en el mundo árabe se
denomina al para nosotros terrible corsario al que conocemos por otro apodo,
éste peyorativo, “Barbarroja”. Si para facilitar su comprensión hubiéramos
puesto en boca de un personaje árabe de la época el apelativo cristiano, el texto
habría quedado desvirtuado por su inverosimilitud.

En el caso de la famosa novela de Mahfuz, Hijos de nuestro barrio, las


exigencias editoriales impedían la inclusión de notas. Las opciones para el equipo
traductor quedaban limitadas a traducir parcialmente el texto en algún caso
extremo, a buscar equivalentes aproximados o a recurrir a ciertos subterfugios
como , por ejemplo, el de conseguir para el término abaya un efecto visual en el
lector, traduciendo “envuelto en su abaya”, indicando así que se trata de una
especie de capa.

c)Notas de fondo
Hay otro tipo de notas que son las utilizadas por el traductor para manifestar su
opinión de acuerdo o de desacuerdo con algunos pasajes del texto original.

Una conocida obra de Gustave Le Bon, La Civilisation des Arabes, fue traducida
por Luis Carreras a finales del siglo pasado(13). El traductor hace preceder su
trabajo de un amplio prólogo donde pone de manifiesto sus profundos
conocimientos sobre la materia de la que trata el libro, cuya traducción justifica
por su carácter popularizador que puede servir para cortar la absurda concepción
de la civilización árabe que tiene el gran público. Sin embargo advierte que:
“hemos debido acribillar de notas de fondo ciertas partes, donde el autor estaba
deplorable en todos los conceptos”.

Efectivamente las discrepancias del traductor con lo escrito por el autor se


manifiestan ya en las primeras páginas, llegando en numerosas ocasiones el Sr.
Carreras a emplear en sus notas un tono realmente agrio. Así, por ejemplo,
cuando el autor escribe sobre la esclavitud entre los árabes, su traductor
manifiesta su total repulsa a sus teorías diciendo así: “ Aunque ya se comprende
que por el mero hecho de traducir un libro su traductor no se hace solidario con
él, no podemos menos de manifestar aquí toda nuestra antipatía por el mal
disimulado placer con que M. Le Bon defiende la esclavitud, escondiendo lo que
le conviene y citando lo que le ayuda”. “El autor –dice en otra nota el traductor-
tiene pretensiones de haber descubierto una nueva filosofía de la Historia.
Nuestra inten-ción es protestar por lo que acabamos de traducir”. A medida que
avanza en su lectura el lector va encontrando notas cada vez más crispadas y de
mayor extensión (a veces ocupan más de una página), reprochando al autor unas
veces su ignorancia, otras su petulancia, llegando incluso al ataque personal: “En
cuanto a M. Le Bon le diremos que es muy sensible que, después de lo mucho
que ha costado a los franceses su ignorancia del estado de los demás países del
mundo, aún no se hayan corregido de ella o siquiera hayan aprendido a librarse
de ponerse en ridículo hablando de aquellas cosas de las cuales están en la más
crasa ignorancia”... “pero ya se sabe que tratándose de autores franceses es
imposible evitar un raudal de majaderías que a uno le dejan estupefacto”. El Sr.
Carreras es consciente de que sus lectores perciben su contrariedad y se disculpa
ante ellos : “ El Sr. Le Bon todavía no se ha dado cuenta de ello y he aquí por qué
la parte política de esta obra ha exigido estas notas nuestras”
D) El traductor y su ética

Este tipo de intervenciones del traductor nos llevan a reflexionar sobre la ética
profesional del mismo. La amplia bibliografía existente sobre la Ciencia de la
Traducción dedica amplios capítulos al análisis de las cualidades que debe
presen-tar todo traductor, sin embargo, dicha bibliografía no recoge excesivas
referencias que permitan establecer las bases para inducir su ética.

Se da por supuesto que, para llevar a cabo con éxito el proceso lingüístico de la
traducción, el autor de ésta ha de tener un amplio conocimiento lingüístico,
contrastivo en ambas lenguas (los teóricos señalan al traductor como un bilingüe
con limitaciones). En la elección correcta del término apropiado (a veces esta
elección cae fuera de las registradas en los diccionarios) se basará, no solamente
la buena transmisión del mensaje de una lengua a otra, sino también su estética
literaria. Cuando se comparan diferentes traducciones de un mismo texto no
solamente se detectan errores –de los que incluso grandes traductores no se han
visto libres, como prueban numerosos ejemplos(14)- sino que se hace evidente su
distinto nivel estético.

También es sabida la necesidad de que el traductor posea un conocimiento exacto


del nivel cultural en el que se produce el original, así como una gran habilidad
para escribir en su propio idioma y para leer la lengua del autor, con objeto de
poder plasmar su tono y su estilo. Sin olvidar el dominio que se le supone a un
buen traductor del tema tratado en el texto original, con el fin de no incurrir en
falsas interpretaciones, debemos insistir por último en que para hacer un buen
trabajo el traductor debe poseer una gran destreza en los principios y técnicas de
la traducción, así como en el manejo de las herramientas de las que disponga –la
elección de un buen diccionario, adecuado al tipo de texto que traduce, por
ejemplo, recurriendo si es preciso a su propio diccionario mental, cuando no
consiga hallar en aquellos la equivalencia exacta -.

Supuestas todas estas cualidades, el primer movimiento del traductor consistirá


en hacer un profundo análisis del texto original, para después proceder a la
traducción del mismo, sin descuidar los entornos espacio-temporales, históricos y
culturales, tratando finalmente que el nivel del lenguaje de su producto esté
relacionado con el del original (culto, académico, vulgar, mixto, fraseo,
sentencias, retórica etc...), esto es, lo que los teóricos conocen como diacronía de
la traducción.

Entre los aspectos éticos a los que debe enfrentarse el traductor, se encuentra el
de su posible identificación con el autor, hasta el punto de olvidar su propia
ideología. Ya hemos visto más arriba -en el caso de la traducción al español de la
obra de Le Bon- un modo de manifestar las propias opiniones, por medio de las
notas de fondo, a lo que se debe añadir que el Sr. Carreras no solamente se
permite corregir al autor en los conceptos y en los datos históricos, sino también
en el estilo, como indica en su prólogo: “En cuanto a la traducción, sin faltar a las
ideas del original, hemos procurado dar cierta sencillez a las locuciones,
demasiado e inútilmente complicadas en el libro francés...Pues ocasiones ha
habido en que de cinco periodos del autor hemos hecho uno sólo”. Otros
traductores optan, sin embargo, por enfocar la cuestión desde otro punto de vista,
esto es, procurando que tanto la ideología como el estilo del autor lleguen a los
lectores de la traducción, de la manera menos contaminada posible.

Esto adquiere una importancia relevante cuando se procede a la traducción de


diferentes textos sobre una misma cuestión, enfocados por sus respectivos
autores desde puntos de vista muy diferentes, dictados por sus ideologías y
experiencias personales.

Basándome en mi experiencia propongo algunos ejemplos.

La cuestión palestina es, como sabemos, un tema recurrente en la producción


literaria de muchos autores árabes, que tratan de ella desde ángulos muy
particulares. Para la traducción de un bellísimo texto de Mahmud Darwish, La
Patria entre la memoria y la maleta(15) , traté de transmitir al lector el desgarro
del exilio y los deseos de luchar para liberar a la Patria, ocupada por intrusos, en
un lenguaje poético, tratando de captar los registros emocionales y los recursos
retóricos de un poeta de la categoría de su autor.
Sobre la misma tragedia del pueblo palestino otro autor, el sirio al-`Udjayli ha
escrito, desde la perspectiva de su compromiso activo – luchó como voluntario
junto a las fuerzas sirias que en 1948 combatieron en Palestina-, numerosos
relatos y ensayos, cuyos textos presentan registros completamente diferentes,
para expresar el profundo sentimiento de culpa por el comportamiento en la vida
cotidiana de los árabes para con sus hermanos oprimidos, que van desde un tono
lírico ( Donde quiera que esté(16)), pasando por un tono irónico y agresivo (
Alif...Ba’...Ta’..). hasta llegar a la crítica abierta y satírica (Correo devuelto(17)).

Asimismo, la posición del autor cuando trata de temas políticos se deja traslucir
en su obra, imprimiendo en ella su carácter. Así en sendos relatos de dos autores,
Don Quijote(18) del sirio Hani al-Rahib y Los Libros quemados(19) del tunecino
`Izz al-Din al-Madani se describe la rebelión de las masas estudiantiles lideradas
por un intelectual, trasluciéndose en el primero una clara ideología marxista, que
contrasta con el anarquismo burlón del segundo.

Las nuevas teorías de los lingüistas acerca de la traducción, me han inspirado


estas reflexiones a cuya luz examino y critico mis trabajos. Si he logrado en mi
traducción de textos muy diferentes en la intención y en el tono crear un nuevo
texto, que se lea con facilidad en mi idioma y que recoja, si no íntegro al menos
en parte, el mensaje de sus respectivos autores, si he conseguido que mis lectores
puedan al menos vislumbrar la fuerza del lenguaje y el tono particular de cada
uno de ellos, mis esfuerzos se verán compensados por la satisfacción que
proporciona el trabajo bien hecho. Si no es así, habré fracasado en mi intento,
¡pero ya se sabe que–según la frase de Ortega en sus reflexiones sobre estos
temas- en eso consiste “la miseria y el esplendor de la traducción”!

(12). Túnez-Libia,1977

(13). Le Bon, G., La civilización de los árabes, trad. Luis Carreras, Barcelona
1886

(14). M. `Abd al-Gani Hasan registra muchos errores cometidos por orientalistas
de gran prestigio en su obra Fi-l-tardjama (fi-l-adab al-`arabi),,1966. Por mi
parte, al contrastar diversas traducciones de la famosa novela de Naguib Mahfuz,
Awlad harati-na, (Beirut, 1972 ) pude detectar un curioso error en la siguiente
frase dentro del capítulo dedicado a Gabal (pág.135 de la edición árabe, pág.86
de la traducción inglesa , Londres,1981) : “ Qabla an yahwa an-nabut `alà -l-
mir’aati -l-kabira wara’a at-tawila...), la confusión de la palabra al-mir’aat (el
espejo), por al-mar’at (la mujer), llevó al traductor a escribir : “ The cudgel fell
on the old woman behind the table...” cuando el autor quería decir: “el bastón se
estrelló contra el gran espejo que había detrás de la mesa...” ( v. trad. española,
Barcelona 1989, p.121).

(15). Trad. Ana Ramos en Almenara,4,1973,pp.199-217

(16). A.Ramos Relatos de un nómada mediterráneo, op.cit.pp.101-114

(17). íbd., pp.115-123

(18). Véase, A.Ramos, Dun Quishut, en Revista de Estudos Árabes, nº4, 1994,
pp.77-90

(19). Véase A.Ramos, “Los libros quemados” en Del Atlas al Tigris”( Relatos
árabes de hoy), Madrid,1985, pp.53-59

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