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Este trabajo propone, a partir de la práctica docente, la manera en que el teatro – particularmente la
modalidad llamada “performance”- puede propiciar la participación de estudiantes y profesores, tanto de las
artes como de las ciencias, en un proceso crítico, democrático y lúdico y, en último análisis, de mutuo
aprendizaje. Hablo sobre aspectos que, si bien son medulares al currículo académico en ambas ciencias (las
ciencias humanas y las ciencias naturales) se elaboren y plasmen artísticamente a través de una propuesta
estética-performativa, en el que se beneficiarían, tanto los integrantes del elenco, como la comunidad
universitaria en general. El método performativo que propongo, en el contexto del espacio universitario, se
puede convertir, de este modo, en una manera muy entretenida de adquirir conocimiento así como, en una
experiencia vívida del pensar crítico.
Dicho esto, cabe ahora definir, en primera instancia, en qué consiste la interdisciplinaridad; cómo
ésta se relaciona con lo que llamo el método performativo, y en qué medida, este acercamiento pedagógico
puede también estimular la práctica del pensar inter y transdiciplinario. En segundo lugar, presentaré la
puesta en práctica, a través de la experiencia educativa, del método performativo ilustrada a base de
ejemplos específicos dentro del performance Dueños del fuego, -el que habré de comentar teóricamente-
para luego, al final de esta exposición, dar paso a un resumen audiovisual del montaje escénico.
La interdisciplinaridad puede definirse como la cooperación entre disciplinas alrededor de un objeto
de estudio. Mi propuesta es que el método teatral-performativo, dada su diversidad de elementos técnicos,
temáticos y conceptuales que coadyuvan en un mismo tiempo y espacio para hacer posible la representación
teatral, contribuye a la colaboración entre las disciplinas.
En efecto, podemos aplicar principios teóricos y prácticos de varias disciplinas,
(Anne Ubersfeld et al, Aproaching Theatre), utilizando como medio de expresión y como objeto de
investigación la representación teatral. Por ejemplo, desde la psicología, el desarrollo del psicodrama, que le
confiere cierto valor terapéutico al teatro, ha abierto el camino para trabajos creativos y para el análisis
crítico. Incluso psicoanalistas han hecho estudios en el campo de la actuación y del texto dramático. Desde
la historia, podemos mostrar aspectos de la estructura social e ideológica y los códigos estéticos y valores
axiológicos de determinado período histórico. La filosofía se puede acercar al teatro desde varias
perspectivas, por ejemplo, en relación a la dimensión tiempo/espacio, respecto a la multiplicidad de
temporalidades que experimenta el receptor; a la noción de realidad en tanto ser/parecer e incluso, al
problema mismo de la ética y de la verdad. La crítica interpretativa que se deriva de la filología y de la
crítica literaria, ofrece opciones teóricas que facilitan el reconocimiento de aspectos operativos en el texto
espectacular (escenificación, actuación, vestuario, iluminación, etc), que permiten que éstos sean leídos a
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partir de distintas hipótesis interpretativas. Desde la literatura, la poesía y los géneros literarios, nos permite
exponer el teatro con relación a otras formas de arte; reconocer poéticas diversas y reflexionar sobre las
teorías de los géneros. Ciertos métodos aplicados por las ciencias sociales como las entrevistas, las
encuestas, el análisis estadísticos, etc, pueden ser aplicados a las audiencias receptoras, tales como, su
composición social, educativa, generacional, preferencias, necesidades, patrones culturales de consumo, la
relación de la audiencia con la localización, etc. Puede explorar la conexión entre la demanda social por el
teatro y la cotidianidad, así como la relación con otros factores sociales como el hábito, el ocio o tiempo
libre, la socialización, la política cultural, entre otros aspectos. Desde las ciencias naturales, podemos
abordar asuntos ambientales, ecológicos, genéticos o bioquímicos. La antropología y la biología, nos
permite ver el teatro como un ritual ancestral colectivo, fuertemente codificado, en el que confluyen
elementos físicos, acústicos, sensoriales, biológicos. La neuroquímica, también incide a partir de una
reflexión del comportamiento biológico que podría corresponder a la programación genética moldeada por
factores socio-ambientales y por estructuras rítmicas.
En definitiva, estos ejemplos nos pueden dar una idea de la pertinencia del método performativo
aplicado al proceso de enseñanza-aprendizaje desde la colaboración multidisciplinaria e interdisciplinaria.
Pero, podría añadir que el teatro nos lleva también a ejercer una práctica intradisciplinaria. Esto es así en la
medida en que el teatro no sólo puede exponer dramáticamente un tema-objeto abordado críticamente y
enfocado desde perspectivas epistemológicas diferentes y concomitantes, sino que dichos enfoques
interdisciplinarios se exponen, desde el medio teatral o performativo que, en sí mismo, en tanto medio, es en
efecto, una disciplina.
En todo caso, el teatro y el performance permiten convocar o, más bien, posibilitar un repertorio de
acercamientos entre diversas disciplinas que, dependiendo del tipo, carácter, estilo y complejidad de la obra
y, sobre todo, de la intención con la que se monta, confluyen, se combinan o se traslapan unas disciplinas
con otras. Y, de manera inversa, es decir, desde el espacio teatral, nos movemos hacia una o varias
disciplinas. De manera que desde el teatro nos podemos desplazar a las disciplinas y desde las disciplinas
nos podemos mover hacia el teatro. Desde luego, este no es un movimiento unidireccional en el que uno
excluye totalmente al otro. Por el contrario, el proceso se da simultáneo en ambas direcciones, sólo cambia
la fuerza o énfasis en una de esas dos líneas de movimiento. Por ejemplo, mi propuesta educativa recoge
ambos movimientos, pero con particular atención al segundo desplazamiento, esto es, desde la disciplina se
va formulando la representación teatral. En el caso específico de Dueños del fuego trabajé la obra a partir
de un proyecto comisionado por el Departamento de Física de la Facultad de Estudios Generales, de modo
que el énfasis de ese texto estuvo enfocado ab initio desde las ciencias naturales.
De todas maneras, el teatro combina medios múltiples y por su naturaleza sígnica, ritual e icónica,
crea esferas de interacción dialógica a distintos niveles: verbal, actoral, gestual y técnico-espectacular que el
receptor debe traducir en un proceso inestable de cooperación y de co-creación . Estos niveles o esferas no
son estáticos, están marcados por la acción dramática y por el diálogo de los elementos sensoriales y
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conceptuales que arroja la escena, de manera que estos niveles se entrelazan y el espectáculo se resignifica
reiteradamente. De ahí que el sentido dramático deviene, en gran medida, por la fuerza de las percepciones
simultáneas que fluyen a la mente y a los sentidos del espectador. Ocurre, pues, una especie de
resemantización continua por la riqueza de significados inherente a los signos teatrales: símbolos, lenguaje
connotativo y denotativo, cambios constantes entre lo verbal y lo no-verbal, intercambiabilidad de
significados y de significantes, códigos escénicos, códigos ideológicos, culturales, convencionales, en fin,
una saturación de sentido y de relaciones dinámicas de transmisión-recepción que el espectador recibe,
simultáneamente, en un mismo tiempo y espacio colectivo.
En efecto, la estructura dramática tiende a ser multidisciplinaria, toda vez que esa complejidad
sígnica del conjunto semiótico de los lenguajes artísticos que confluyen en el proceso de transmisión del
mensaje desde la escena, y de descodificación desde del auditorio, predispone que coincidan fuerzas de
pensamiento, de acción y de lenguaje que atraviesan las disciplinas. Me refiero a valores relacionados con
lo político, lo estético, lo literario, lo poético, lo filosófico, e incluso aspectos tecnológicos y científicos que,
en mayor o menor grado, son parte esencial del lenguaje y de la estructura dramática; así como agentes-
temas que pueden accionarse como objeto de conocimiento de diversas disciplinas.
En definitiva, lo que me parece importante es reconocer que el método performativo hace acopio y
pone en funcionamiento dicha multiplicidad de valores, lenguajes y códigos en función de un modelo lúdico
por el cual es posible el proceso de enseñanza- aprendizaje. Este modelo lúdico es, habidas cuentas, la base
o fundamento de una práctica de pensar no sólo con la lógica de la razón, sino a base de la inmersión
corporal, sensorial, inestable y conflictiva -aunque no por ello menos placentera- de la experiencia
performativa. En este sentido, a nivel de la práctica de la discusión de la obra y del montaje escénico por
parte de estudiantes y profesores, el método performativo tiende a borrar la distinción entre maestro-
estudiante. Opera sobre el escenario el producto de una dinámica creativa en equipo que desestabiliza las
jerarquías de las relaciones tradicionales de poder, en tanto unos como otros (estudiantes y profesores)
aprenden unos de los otros contribuyendo de esta manera a que el aprendizaje se convierta en enseñanza y la
enseñanza en aprendizaje.
Desde un punto de vista conceptual, respecto a las demarcaciones o fronteras de las disciplinas
académicas, puedo afirmar que el método performativo permite que éstas fluyan y floten en el tiempo y en
el espacio escénico, pues tanto actores como receptores son también portadores de significados que el
espectáculo, como agente precipitante, pone en acción. Esta pragmática de la interacción entre actores, texto
espectacular y destinatario hace de la ficción escénica un horizonte de posibles verdades, creadas por la
representación de la libre convergencia de las disciplinas. Se trata, en último análisis, de jugar para crear,
inventar, experimentar y, sobre todo, cuestionar, actividades todas esenciales para cultivar la sensibilidad, el
pensamiento crítico y la creatividad.
II
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Con la obra Dueños del fuego me propuse representar lo que ha sido una constante en la historia de
la civilización: el espíritu de búsqueda, exploración y dominio de la materia y de su transformación. Esta
hipótesis se ilustra a través de la metáfora del fuego en tanto elemento caracterizador común que aparece
presente en los mitos fundacionales de las religiones y en la tradición artística de la cultura occidental. La
manipulación y el dominio del fuego, y de sus secretos, ha mantenido al ser humano en la brecha de la
exploración científica desde la antigüedad hasta la posmodernidad.
De ahí que el fuego ha constituido el espacio mítico, estético, poético, religioso y científico de los
múltiples y complejos saberes que han configurado el desarrollo de la sociedad. En este sentido, todos
somos hijos del fuego. Desde el alfarero, pasando por el herrero y el metalúrgico, hasta el alquimista y el
bioquímico, han utilizado el fuego para transformar y acelerar los cambios en la materia. Y, podría añadir
que el origen mismo del universo, tal parece, fue engendrado por una inconmensurable explosión cósmica
en perenne expansión. Vivimos, pues, en un mundo explosivo, tanto telúrica como política y
tecnológicamente; y esa combustión yace en la base misma de nuestro imaginario social.
Esta velocidad de liberación y metamorfosis de unas formas en otras; de plasmar, modelar y
recomponer el mundo natural en nuevas estructuras, o de imitar y reproducir el diseño y aspecto natural del
mundo y de la vida, incluso la humana, están en la raíz de ese misterioso espíritu de curiosidad, de
exploración y de ansias de poder y de dominación que ha caracterizado a la civilización.
En dicho performance Dueños del fuego, problematizo ese afán de búsqueda de conocimientos que,
si bien ha convertido al hombre en un verdadero demiurgo capaz de cambiar y controlar muchos de los
procesos de la naturaleza, en el interior de su ser, y de su ser en el mundo, ha permanecido virtualmente
igual. Es decir, como ser seducido por el laberinto de espejos de su propia ambición refractada y dispersa,
que la luz del fuego ha multiplicado, a través de su extraordinaria capacidad de invención tecnológica.
Hecho éste que queda como una interrogante sobre el balance del pasado y del futuro de la idea misma del
Humanismo.
La representación social que históricamente han tenido las maneras de control del fuego, en tanto
dispositivo de una particular actividad cognitiva, produce un saber que, para nuestro desarrollo civilizatorio,
ha constituido un poder. En esa medida, como bien señala Edgar Morin, “el poder controla el saber para
controlar el poder del saber”. (El método: el conocimiento del conocimiento). De ahí que, al menos para mí,
no bastaría hablar del performance como una práctica del pensar interdisciplinario si no va acompañada,
como punto de partida esa propuesta escénica, de una interrogación crítica del objeto que se representa y de
la naturaleza misma de ese objeto de interrogación. Ante la llamada crisis epistemológica que vive la
sociedad contemporánea, no basta, pues, con difuminar las fronteras de las disciplinas tradicionales si el
saber resultante de esta actividad insiste en reproducir la jerarquía de valores axiológicos, políticos e
ideológicos de ese poder-saber al interior de nuestro sistema educativo.
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Se trata por lo tanto, de un método que parte de la idea de un cuestionamiento de los paradigmas,
pero –y me parece importante aclarar- sin ninguna pretensión didáctica o moralizante; pues en el juego de la
representación escénica, actores y espectadores por igual saben que lo que están viendo o haciendo ver, es
eso mismo: una ficción, una representación. Pero, y quizás lo más importante, es que al poder suspender la
incredulidad y asumir el juego de la ficción, nos sentimos más libres, más livianos –en el sentido de levedad
que propone Italo Calvino- para fluir y flotar entre los planteamientos interdisciplinarios que puede proponer
la obra.
En este sentido, la reflexión que hago sobre el fuego, por ejemplo, me permite hacer extrapolaciones
entre las ciencias humanas y las ciencias naturales. Pero, ese fluir se da a partir de un posicionamiento ético,
aunque no por ello menos antagónico, conflictivo, inestable e incluso contradictorio. Pues no se trata de
imponer una verdad, ni nueva, ni vieja, sino más bien de desjerarquizar ciertas prácticas pedagógicas y
culturales, y de explorar críticamente, a través del método performativo, cómo se halla implicado la
compleja madeja de ese saber-poder –en este caso el dominio del fuego- que ha construido el hombre en su
relación con la sociedad y consigo mismo.
El método performativo abre, así, la posibilidad de una práctica educativa en la que concurre lo
metadiscursivo y metareflexivo, toda vez que la representación teatral al aceptar varios niveles simultáneos
de discursividades y de temporalidades produce una tensión dialógica entre la reflexión que el texto propone
sobre lo que acontece en escena (en este caso el tema del dominio del fuego), con la manera en que está
tratado dicho objeto de reflexión, a través de un cierto montar y desmontar la autoridad misma de dicho
texto. En otras palabras, de lo que se trata es, en último análisis, de propiciar a través del método
performativo, la posibilidad de desarrollar metapuntos de vista en torno a un tema-objeto de conocimiento,
expuesto dramáticamente, de manera que pueda refractarse, que pueda verse y, sobre todo, que pueda
reconocerse a sí mismo viéndose.
En el método performativo se efectúa, pues, un constante proceso de apropiación y de traducción de
diversos sistemas de significación cultural (símbolos, convenciones, códigos, técnicas y tradiciones) que el
actor y el texto espectacular ponen en movimiento, creando, a su vez, distintos niveles de legibilidad
(narrativo, temático, formal, ideológico, sociológico, cultural, estético), que obliga al receptor a realizar una
o varias posibles lecturas de los hechos que le presenta la escena. Ocurre lo que Patrice Pavis llama
“transferencia intercultural”. (Hacia una teoría de la cultura y de la puesta en escena).
Por un lado, se da la ilusión de la identidad icónica y el distanciamiento estético que producen el
espacio escénico ante el espectador, y por el otro, tenemos la tensión reflexiva que opera en la mente del
espectador, a través de cierta saturación sígnica propia de la escena y gracias al rico intercambio
intercultural que ostentan los múltiples sistemas de significación teatral: lingüístico, metalingüístico, de
códigos socio-culturales, códigos de representación, lenguaje corporal, iconicidad, ritualidad, habla, acción
dialogada, música, canto, transposiciones temporales en síntesis, complejos procesos semióticos de
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interacción entre la escena y la sala propias de la naturaleza, esencialmente dialógica y bisémica, del texto
escénico es decir, como realidad inmediata y como realidad convertida en signo de sí misma.
De manera que para llevar a cabo el proceso de transmisión del mensaje desde la escena y de la
descodificación del mismo, utiliza signos de diversos tipos y de diversos grados de convencionalidad. El
habla escénica se satura de complejos significados extraídos de la memoria cultural de la escena y de la sala.
Este hecho obliga –como señala Yuri Lotman en su Semiótica de la escena- a que en la mente del receptor
ocurra una constante tensión entre lo acostumbrado y lo desacostumbrado, entre lo comprensible y lo
incomprensible, lo que suscita aprobación y lo que provoca objeciones. Ese proceso de transmisión-
recepción del mensaje en el curso del espectáculo se despliega con arreglo al modelo lúdico (Y. Lotman). La
interacción entre el texto espectacular y el destinatario –lo que se ha denominado como pragmática
(Marcella Bertucecelli, Qué es la pragmática)- ejerce sobre el receptor una influencia viva pero, al propio
tiempo, conflictiva y desestabilizadora, dependiendo del grado de comprensión del espectador y de su
horizonte de expectativas.
Ahora bien, en lo que respecta al método performativo que propongo, cabe señalar que quizá,
precisamente, por esa complejidad conflictiva del teatro en tanto estructura semiótica, hecha de signos
organizados dentro de un ensamblaje socio-cultural de significados y significantes que se entrecruzan, me
lleva a considerar ese método como un posible camino pedagógico inter. y transdisciplinario toda vez que
puede propiciar en el estudiante un acercamiento interactivo, lúdico y de continua reflexión frente al tema
representado. Sin embargo, esta colaboración entre disciplinas que la escena permite desplegar, si bien se da
a partir del medio performativo, su carácter esencialmente lúdico tiende a proyectar la experiencia cognitiva
más allá de las disciplinas.
En este sentido, la reflexión o discusión que surge tanto del proceso de creación en la puesta en
escena entre estudiantes y profesores, como de la reflexión del receptor a partir de la puesta en escena, puede
estimular, en ambos casos, que la experiencia del pensar se abra al cuestionamiento mismo de las
disciplinas, a la trasgresión de sus límites o fronteras. De ahí que dicha práctica podríamos dar en llamar: la
antidisciplina de la interdisciplinaridad. Pues esa actividad pensante: física, sensorial e intelectualmente,
comienza a re-conocer(se) justamente en el sentido de su cuestionamiento, como consecuencia del serio
desafío a que invita y seduce en el sujeto actuante el juego de lo performático.
Por otra parte, la representación teatral supone, la traducción de un conjunto cultural cuya
apropiación de la realidad se hace bajo la forma de una traducción de uno y de múltiples aspectos de la
realidad, es decir, bajo la forma de una transposición intercultural (P. Pavis). Hecho éste que también
contribuye, indirectamente, a explorar otras maneras de repensar las relaciones de autoridad entre texto
literario y texto espectacular, entre lenguaje y discurso, entre el enunciado y la enunciación, y entre el
gesto y la acción dialogada.
En el teatro, el receptor se expone a lo que Lotman llamó “conducta sígnica” basada en complejas
formas de carácter lúdico y ritual. Entre la conducta práctica y ritual se crean esferas de interacción
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polisémicas que también forman parte de procesos sociopsicológicos. La esencia de esta conducta, señala
Lotman, consiste en saber y no saber, en recordar y olvidar que la situación es ficticia. Se establece, pues, un
equilibrio entre esos dos planos: el que juega sabe que no se halla en la realidad, sino en un mundo lúdico-
convencional. No caza, sino que hace como si cazara. Pero, simultáneamente, experimenta las emociones
correspondientes a una autenticidad de las circunstancias imaginadas y, así también, el receptor. El juego
funciona aquí como uno de los mecanismos para la producción de una conciencia creadora.
En conclusión, el método performativo contribuye a estimular tanto en los ejecutantes como en los
receptores, a participar del juego creativo que propone la ilusión de la ficción escénica y, en esta medida,
resulta en una experiencia viva respecto al propio proceso cognitivo
El método performativo en tanto práctica de un pensar interdisciplinario, debe proponerse como un
camino que facilite el cuestionamiento de valores aprendidos; como la mise en abyme de un delivery que nos
mueva a interrogar las razones mismas de nuestra interrogación. En otras palabras, de lo que se trata es de
poner en marcha una actividad intelectual que nos oriente hacia otras formas de pensar el pensamiento que,
dado el carácter metareflexivo de esta práctica de pensar (nos) y, a consecuencia de ella, podamos asumir
una postura, no solamente crítica o teórica sino, también ética como parte inherente al proceso mismo del
pensar transdisciplinario.
¿En qué medida cree usted que el concepto de posdramático pudo ser generado gracias
al tipo de teatro que se estaba produciendo en Alemania en aquel momento?
No es una pregunta sencilla de responder puesto que para hacerlo tendría que remitirme en
primer lugar a la historia del concepto, a cómo fue que empecé a usarlo. La noción de
posdramático la utilicé por primera vez en el año 1991, es decir nueve años antes de que
saliera este libro que tanta felicidad me trajo. Pero en aquel momento yo estaba realizando
una investigación sobre la tragedia en la Antigüedad. La hipótesis principal que quería
demostrar era que la tragedia antigua no es dramática en el sentido moderno de la palabra, tal
como se usa esta idea desde el Renacimiento. Por lo tanto me permití, exagerando un
poquito, llamar a la tragedia antigua “teatro predramático”. Y fue por eso que luego, y
gracias a ese contexto de aparición, usé lo posdramático para referirme al teatro de hoy. Y lo
que en realidad estaba diciendo, más allá de que no muchos lo notaran, era que el desarrollo
de hoy del teatro tiene muchas analogías con el teatro predramático de la época de la
Antigüedad. Pero para poder completar la historia, debo decir que esa noción del
posdramatismo ya la tenía en mi cabeza mientras en los años 90 estaba escribiendo mi libro
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sobre las nuevas formas teatrales. Y para poder armar ese libro siguiendo los preceptos
críticos que guían mi carrera, veía mucho teatro, casi todo lo que se producía y que tenía
oportunidad de conocer. Y mientras más veía más confirmaba mi hipótesis. Porque hay que
decir que yo no iba al teatro para encontrar ejemplos o pruebas para el teatro posdramático,
sino que fue el teatro mismo el que me sugirió el concepto. Durante treinta años miré con
mucha pasión el teatro experimental y le puedo confesar que también jugaba con la idea de
un título más académico como “Estudio sobre el Teatro Nuevo”. Pero finalmente opté por no
renunciar a aquella palabra que tenía tanto tiempo en mi mente. Y ahora, viendo el resultado,
estoy muy contento de haberla usado. Me dije a mí mismo que tenía que tener coraje y no
especular sobre lo que la academia estaba esperando que yo produjera y la lancé. Y a juzgar
por lo ocurrido siento que esta palabra finalmente resultó ser buena para señalar la diferencia
entre el teatro de hoy y el tradicional. En ese sentido lo que busqué fue establecer un diálogo
entre la teoría y la práctica pero evitando que la práctica se vea sometida a los devenires y
exigencias de la academia. Y en tal sentido diría que las obras que me ayudaron, y mucho, a
forjar ese concepto fueron precisamente las que son analizadas y discutidas en mi libro.
Recién se refirió al uso que el Renacimiento había hecho del concepto de lo dramático.
¿Cómo lo definiría?
Es un campo muy amplio que abarca infinidad de formas dramáticas renacentistas, vía
Shakespeare, Racine, Corneille, vía el teatro clásico de la época alemana hasta Ibsen. En
todo ese vasto territorio y a lo largo de todos esos años hay un desarrollo continuo del
concepto de drama que le da muchos matices distintos. Por eso recomiendo leer el trabajo de
Peter Szondi sobre el concepto del drama [hace referencia a Teoría del drama moderno que
se publicó en español junto a Tentativa sobre lo trágico]. Y creo que hay que seguir
desarrollando esta posición de Szondi ya que él describió algunas características del drama
ideal y puro: el hombre visto sólo como ser social, la significación central del diálogo, el
hecho de que el drama vive en el presente, con reducción de todo lo que sea épico y lírico y
una concentración sobre lo que Hegel llamó “la colisión dramática” [concepto con que
supera la noción de acción aristotélica, en tanto incluye en la noción de drama la idea de un
choque de fuerzas entre los sueños y las aspiraciones humanas en contraste con las
circunstancias histórico-sociales]. Pero se vuelve necesario retomar ese libro hoy por hoy
clásico puesto que tiene diversos problemas. El primero es que Szondi desarrolla el concepto
del drama de forma muy sucinta. Si bien es de los mejores libros que se han escrito sobre el
tema y goza de toda la rigurosidad e inteligencia de su autor, considero que no alcanza, que
hace falta un estudio más amplio todavía que continúe los pasos de Szondi. Pero además hay
otro inconveniente que está reconocido por el autor mismo y es que él no hace ciencia
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teatral, solamente está investigando la forma literaria del drama. Y desde aquel momento –
recordemos que Szondi murió en el año 1971– la ciencia teatral ha hecho progresos muy
importantes. Es por eso que creo que hoy se podría reelaborar el concepto forjado por Szondi
y continuar con su posición dialéctica pero aportándole otros niveles que son los que
nuestros conocimientos actuales permitirían darle. Con todo ello no quisiera que se entienda
que estoy cuestionando a Szondi sino más bien todo lo contrario. Retomar sus ideas para
avanzar es una manera de homenajear a este intelectual al que me siento orgulloso de haber
conocido y de poder considerarme su alumno. Cuando él murió tenía siete doctorandos. Y yo
era uno de ellos. Siempre digo que he aprendido a leer tres veces: una vez de niño, la
segunda con Peter Szondi que era un filólogo fantástico, y la tercera vez con Jacques
Derrida, donde tuve que recomenzar todo mi entendimiento de la lectura desde cero. Y
espero que los tres procesos de aprendizaje todavía se sientan en mis trabajos, incluyendo mi
aprendizaje de cuando era niño.