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Quisiéramos agradecer particularmente a Orlando Guzmán por habernos

autorizado a utilizar el siguiente cuento para nuestro texto de entrenamiento


sentado en la estación esperando ante lo que prometía ser un gran viaje por el
tiempo, miraba absorto las grandes letras negras de mi boleto. No el boleto para
abordar el expreso temporal con destino al siglo XVII, sino el boleto de admisión
al espectáculo que presenciaría en dicho siglo.

Mirando mi cronosensor, observé que el tren con destino al pasado llevaba


retrasado algunos minutos subjetivos. Por supuesto debía de tratarse de algún
desajuste en las coordenadas a bordo.

Decidí echar una mirada alrededor, mientras el dichoso expreso aparecía. La


estación estaba llena, pues se trataba de un día feriado. Las tiendas de
vestuario se encontraban abarrotadas, los viajantes hacían largas filas frente a
los bancos de datos para averiguar los sitios más adecuados para hacer turismo
y luego se formaban en las filas de los cajeros automáticos para cambiar sus
créditos A monedas más apropiadas escudos, rupias, doblones.

Entre los pasajeros había algunos que estaban ataviados con largas romanas,
otros con trajes occidentales del siglo XIX, otros con finas túnicas de seda y
espléndidos kimonos. Por mi parte, iba vestido con ropas severas pero que
atraían la atención de todos los que me rodeaban. Ignorando sus miradas, me
acerqué a la taquilla donde días antes había adquirido mis boletos.

Me preguntaba si usted sabría si el retraso del expreso se notará subjetivamente


en las coordenadas din de inicio de la función dije a la vendedora electrónica de
entradas, muy serio. Si lo que quiere saber es si llegará a tiempo a la función, no
se preocupe. La función y ya se ha representado satisfactoriamente y, ya que el
universo detesta las paradojas, se representará satisfactoriamente de nuevo
aunque nosotros estemos sufriendo un aparente retraso.

El tono profesional con que me soltó esta explicación hice hizo que me sintiera
un poco estúpido con mi uniforme de juez inquisidor haciendo preguntas a una
empleada robot. Yo le parece muy extraño que un expreso que puede viajar por
el tiempo llegué con retraso pues si lo mira bien, no es extraño. Después de
todo, ese tren tiene que realizar algunas mediciones para saber qué instantes
del tiempo va pasando y dado que las mediciones no son perfectas, tampoco
son exactos los tiempos de llegada. La encargada de la taquilla me dedicó una
subrutina de sonrisa mientras continuaba lo que quiero decirle es que el expreso
se encuentra dentro de su tiempo de tolerancia. Un tren temporal no puede en
sentido estricto llegar con retraso.

Me sabía la historia mejor que ella. El pasado no se puede cambiar. No es que


no convenga cambiarse, sino que resulta inamovible. Punto de haber sido de
otra forma, las guerras más cruentas y los crímenes más bárbaros pudiesen
haber sido evitados.
Pero claro en este caso los viajes en el tiempo no resultarían seguros. De hecho
la única razón de que los viajes en el tiempo se hubiesen convertido en poco
más que una cor curiosidad, es que no tenían ninguna de las características
fantásticas con que se les había imaginado antes de ser descubiertos.

Por ejemplo, no podían usarse como objetivos militares. Me alejé de inmediato,


con mi buen humor en estado de coma había esperado tanto por un boleto para
esta función de repente la estación pareció oscilar, como si se tratase de un
espejismo. Ráfagas de desorientación recorrieron la sala de espera mientras el
expreso temporal aparecía en mitad del andén.

La forma del expreso era usual: un gran elipsoide de revolución, con un acabado
de espejo, de más de 30 m de largo y 10 de ancho posado sobra sobre una
concavidad que le correspondía en forma y acabado los pasajeros abordamos el
expreso con gran satisfacción y tras acomodarnos en nuestros asientos, recibir
las instrucciones de la azafata para casos de decronización súbita y ajustarnos
los cinturones cinturones de seguridad, enfilamos hacia el pasado dejando tras
nosotros una estación semivacía llena de espejismos.

El expreso temporal emergió a la superficie temporal del siglo XVII, en mitad de


la noche en Italia. Los pasajeros que bajábamos en este siglo fuimos
rápidamente transferidos a una carroza que nos aguardaba al amparo de la
oscuridad según mi cronosensor habíamos llegado a tiempo para iniciar la
función. Así que nos dirigimos al cruce de caminos y preparamos la emboscada.
Cuando la otra carroza pasaba frente a nuestra a la nuestra disparamos cargas
de gas tranquilizante, al instante los caballos se detuvieron y los conductores de
la carroza quedaron profundamente dormidos. Nuestros guías retiraron a los
pasajeros y los escondieron detrás de unos arbustos. Había llegado el momento
de meternos en nuestros personajes.

Me coloqué a un lado del contable que representaría al juez superior de la


inquisición, tomando lugar que me correspondía como parte acusadora. El tercer
tipo, un diseñador de modas que tenía una apariencia bastante sofisticada, se
colocó al otro lado del contable y ya teníamos listo el jurado completo

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