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Obesidad infantil

¿Qué hacer desde la familia?

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En ella encontrará el catálogo completo y comentado

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Obesidad infantil
¿Qué hacer desde la familia?

José Ignacio Baile

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Ilustraciones: Pedro Otero

© José Ignacio Baile

© EDITORIAL SÍNTESIS, S. A.
Vallehermoso, 34 - 28015 Madrid
Tel.: 91 593 20 98
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leyes, reproducir, registrar o transmitir esta publicación, íntegra o parcialmente, por cualquier sistema de
recuperación y por cualquier medio, sea mecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o por
cualquier otro, sin la autorización previa por escrito de Editorial Síntesis, S. A.

ISBN: 978-84-995802-5-8

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Índice

Prólogo

Introducción

1. Las historias de César, Daniel, Marta y Dana


¿Qué podemos aprender de estas historias personales?
¿Realmente hay muchos niños obesos?

2. ¿Cómo sé si mi hijo tiene sobrepeso u obesidad?


Definamos la obesidad
El IMC, un método para medir la obesidad
Obesidad infantil medida con el IMC
Test de tendencia a la obesidad
Tipos de obesidad
Androide (tipo masculino)
Ginoide (tipo femenino)
Secundaria

3. ¿Realmente es malo que mi hijo sea obeso?


¿Por qué hay que evitar y tratar la obesidad?
Efectos inmediatos
Efectos a largo plazo

4. ¿Por qué mi hijo es obeso?

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Perspectiva actual
Causas de la obesidad
La obesidad como resultado de hábitos inadecuados
La obesidad se refuerza a sí misma
Modelos multifactoriales en la explicación de la obesidad infantil

5. Prevención de la obesidad infantil


Adquisición de buenos hábitos alimentarios
Pautas de alimentación según la etapa infantil
¿Cuánto debe comer el niño?
Educar el apetito y el gusto
Actividad física en la infancia

6. ¿Cómo puedo reducir la obesidad de mi hijo?


¿Asumir la obesidad como un problema de salud importante
¿Un problema de la familia o sólo del niño?
Estrategias para reducir el sobrepeso o la obesidad de mi hijo
Establecimiento de un plan
Primero evaluar: ¿Qué está ocurriendo para que mi hijo tenga sobrepeso o
sea obeso?
Diseñar un plan de intervención
Cambios en el tipo de alimentos
Cambios en los hábitos de alimentación
Cambios en las pautas de actividad física
Problemas con el plan de intervención

7. ¿Cómo puedo afrontar los problemas psicológicos asociados a la obesidad


de mi hijo?
Problemas de autoestima
¿Cómo podemos mejorar la autoestima?
Problemas emocionales
Cómo detectar la depresión y cómo intervenir
Problemas de relación con los demás
¿Qué hacer?
Prevención de la anorexia y la bulimia
Anorexia y bulimia: ¿qué son y cómo se diferencian?
¿Qué puede hacer la familia para prevenir estos problemas?

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8. Tratamientos especializados para la obesidad
Psicológicos
Farmacológicos
Quirúrgicos

9. Para ampliar información


Textos para la reflexión
Texto 1: La obesidad a principios del siglo XXI: datos para la preocupación
Texto 2: ¿Por qué hay personas obesas?
Texto 3: El atractivo de la delgadez
Texto 4: Necesidades nutricionales en la infancia
Texto 5: Naos: estrategia del Ministerio de Sanidad para la nutrición,
actividad física y prevención de la obesidad
Lecturas recomendadas
Generales
Especializadas
Recursos institucionales

Bibliografía

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Prólogo

La obesidad se ha definido como la epidemia de los países desarrollados. El comienzo del


siglo XXI viene marcado por el aumento incesante de peso en Occidente.
La obesidad es un problema de salud pues está bien establecida su relación con una
serie de alteraciones importantes para el correcto desarrollo y bienestar del individuo. Se
ha estudiado que la obesidad incrementa el riesgo de enfermedad cardiovascular,
diabetes, hipertensión, apoplejía, enfermedades de la vesícula biliar, respiratorias,
músculo-esqueléticas y otras muchas que aumentan el riesgo de mortalidad.
La obesidad causa algunos problemas socioeconómicos. Las mujeres obesas no
tienen un nivel de estudios tan alto como las que no lo son, se casan menos o con
personas de un nivel económico inferior y tienen unos salarios más bajos. Las personas
con gran sobrepeso sufren mayores prejuicios y discriminaciones cuando pretenden ser
admitidas en centros de estudio, trabajo o vivienda (Puhl y Brownell, 2001; citado en
Henderson y Brownell).
La obesidad se ha considerado un problema personal de autocontrol individual. Es
una creencia muy popular que si una persona no quiere ser obesa puede dejar de serlo,
controlándolo sin dificultad. Por ello, fácilmente pueden ser considerados perezosos o
descuidados y sentirse culpables de la propia obesidad.
La obesidad constituye un problema estético. Cuanto más rica es una sociedad y
más disfruta de abundancia de comida, más delgado suele ser el ideal estético al que
aspira a parecerse. Da la impresión de que la cultura va en contra de la biología. En
presencia de comida abundante la gente tiende a engordar, sin embargo, las personas de
este ambiente quieren ser más delgadas. La obesidad o simplemente el sobrepeso es
causa de estigmatización. Las personas obesas (actualmente, que no en otras épocas de
precariedad) no resultan agradables, les es difícil encontrar ropa de moda que les
favorezca y suelen sentirse humilladas cuando preguntan por una talla que es superior a
la que la sociedad ha decidido atribuir a edades jóvenes.
La sociedad en la que vivimos aparece por una parte como intoxicada por la
superabundancia de comida y por otra parte muy preocupada por el constante aumento
de peso.
No es hasta hace poco tiempo que los políticos han decidido tomar cartas en el
asunto y considerarlo un problema de salud pública que debe ser abordado desde los

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diferentes ámbitos que la impulsan. En 1998 la Organización Mundial de la Salud (OMS)
declaró la obesidad epidemia global.
La prevalencia de obesidad en los niños y jóvenes alcanza aún un aumento superior
que en los adultos. Se estima que en el mundo hay 22 millones de niños obesos de edad
inferior a los 5 años.
Los niños obesos tienen muchas más probabilidades de permanecer como tales en la
edad adulta, además de sentirse excluidos de muchos ambientes, tendrán mayores
dificultades para hacer ejercicio físico, se verán peor estéticamente y estarán mucho más
alejados del modelo corporal al uso. Sin embargo, es más fácil corregir este problema en
edades jóvenes que en otros momentos.
A pesar de la conciencia del problema de la obesidad, poco se ha hecho hasta la
fecha para prevenirlo. A lo sumo, se ha dado información sobre las consecuencias físicas
del problema y se han mostrado nociones de nutrición y ejercicio físico.
En este libro, José Ignacio Baile, que es un estudioso de la imagen corporal, los
trastornos del comportamiento alimentario y que conoce a fondo la problemática que la
obesidad puede causar en la infancia y la adolescencia, aborda seriamente pero también
comprensiblemente el problema de la obesidad infantil. Su formación como psicólogo va
unida a una gran experiencia en la docencia que le permite abordar éste y otros
problemas.
En este libro se describe qué es la obesidad, cómo prevenirla, evitarla y tratarla. De
manera didáctica enseña a medir el sobrepeso y la obesidad y a discriminarlo de lo que
podría convertirse en un problema sin causa (preocupación exagerada por el peso si se
está en un rango normal). Aborda las posibles causas de obesidad e informa de los
conceptos nutricionales básicos en la infancia. El aspecto más crucial es el de qué puede
hacerse en la familia cuando hay un niño obeso.
A mi entender es un libro que permite enfrentarse al problema que va a tener que
resolver la sociedad de manera importante en un futuro próximo y que permitirá vivir con
una mayor libertad las imposiciones exageradas de un sociedad consumista que por un
lado incita a la ingesta exagerada de alimentos no necesariamente nutritivos y por ende,
engordantes y por otra parte propone unos modelos estéticos exageradamente delgados y
frustrantes.

Rosa M. ª Raich Escursell


Profesora titular de Psicología
Universidad Autónoma de Barcelona

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Introducción

Este libro quiere ayudar a las familias de niños que tienen sobrepeso, o incluso obesidad,
a superar este problema.
Hace unas pocas décadas un niño “gordito” era bien visto, pues hasta hace poco se
relacionaba el estar rellenito con salud y con felicidad, pero desde hace unos años hemos
descubierto que el sobrepeso tiene importantes consecuencias negativas. Muchas
enfermedades se asocian al exceso de grasa corporal, enfermedades muy debilitantes y
peligrosas. Por ejemplo, las personas adultas con obesidad tienen menor esperanza de
vida que las personas no obesas.
Pero no sólo las enfermedades físicas están asociadas a la obesidad, dado que
nuestra sociedad rechaza la gordura y propone la delgadez como el ideal a perseguir, las
personas con sobrepeso terminan también por tener problemas de autoimagen y
autoestima. Un aspecto muy importante de la obesidad infantil, que hace que dirijamos
especialmente la mirada hacia ella, es que además de tener consecuencias para la etapa
en que se sufre, tiene consecuencias para el futuro. Ser obeso en la infancia aumenta el
riesgo de ser obeso en la juventud y en la adultez.
Por todo ello conviene prevenir la obesidad infantil, y en ello están empeñadas en los
últimos años diferentes autoridades sanitarias, como el Ministerio de Sanidad español,
que durante el año 2005 puso en marcha una campaña específica de prevención de la
obesidad en esta etapa de la vida. Dichas autoridades proponen intervenir por dos
importantes razones: el incremento preocupante en cuanto al número de niños obesos en
nuestra población, y el fuerte impacto que dicha obesidad tiene en la salud de cada
infante.
Este libro trabaja la prevención, aunque de forma secundaria. Aporta
fundamentalmente pautas y estrategias para saber si un niño tiene excesivo sobrepeso, y
qué podría hacer una familia al respecto para intentar disminuirlo y mejorar la salud
integral del niño.
A continuación se señala una guía rápida de consulta del libro:

– ¿Tiene dudas sobre si su hijo es obeso o no? Vaya al capítulo 2, donde podrá
comprobar a través de un sencillo cálculo y unas tablas de referencia, el
estado de salud de su hijo respecto al sobrepeso u obesidad.

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– ¿Desea conocer cuáles son los efectos perjudiciales de la obesidad en un
niño? Diríjase al capítulo 3, donde podrá observar algunos de los trastornos
de salud asociados a este problema.
– ¿Tiene un hijo que no es obeso y le gustaría saber cómo prevenir que lo sea?
Entonces le recomendamos que lea el capítulo 5, y el texto 4 del capítulo 9, en
ambos apartados encontrará recomendaciones sobre hábitos familiares
referentes a la alimentación, así como información nutricional básica en la
infancia.
– ¿Desearía hacer algo para reducir la obesidad de su hijo? El capítulo 6 se
dedica a realizar un análisis de por qué su hijo puede ser obeso y elaborar un
plan de intervención familiar.
– ¿Le gustaría saber cómo afrontar algunos problemas de su hijo asociados
con la obesidad? Lea el capítulo 7, donde puede encontrar interesantes ideas
para ayudar a su hijo o para que la familia actúe bien en este tema.
– Si desea seguir conociendo más sobre el tema de la obesidad infantil, el
capítulo 9, con anexos documentales, le proporciona interesante información
adicional así como referencias a otros libros donde puede ampliar su
documentación.

Este libro es sencillo, directo y claro, para que pueda ser seguido con facilidad por
cualquier padre preocupado por la salud de su hijo con sobrepeso. Por ello y para no
hacerlo excesivamente técnico se ha optado por algunas estrategias lingüísticas, que sin
ser del todo oportunas, sí que nos van a ayudar en este objetivo de claridad. Por
ejemplo, cuando hablamos de niño o niños, nos referimos evidentemente a niños y niñas,
y si decimos padres, incluye al padre y a la madre. De igual forma, aunque existe una
diferencia significativa entre sobrepeso y obesidad, a veces se utilizarán indistintamente
estos términos.

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Las historias de César, Daniel, Marta y


Dana

César

César tiene ahora 10 años y es el hijo pequeño de un matrimonio joven, tiene una
hermana tres años mayor que él. Su padre y su madre están últimamente preocupados
con él debido a su peso, en la actualidad mide 1,42 m y pesa 50 kg.
Desde que tenía 2 o 3 años, César siempre presentó una “tendencia” a engordar, y
ellos sabían que tenía sobrepeso. Nunca le habían dado especial importancia, pero ahora
ha surgido un problema importante. Hace un mes que César no quiere ir al colegio, desde
que una tarde volvió de la escuela llorando por algo que le ocurrió en el patio. Al parecer
los compañeros de clase habían decidido jugar un partido de fútbol, y dos de ellos habían
ido eligiendo a los compañeros para formar parte del equipo. Ninguno de ellos lo eligió a
él. Mientras, oía comentarios como “el gordo para tu equipo” o “al gordo lo usamos de
balón…”, y él se sintió muy mal y se fue a casa.
Ese día su familia descubrió que era habitual que a César le insultaran e hicieran
bromas por su aspecto físico, que él callaba, hasta hoy, que ya no ha podido aguantarlo
más.
Ahora plantean llevarle al médico para ver que se puede hacer para reducir su
sobrepeso y evitar estos problemas que están surgiendo, y recuerdan los comentarios de
algunos familiares que les decían que debían haber actuado antes con el tema del
sobrepeso de César, pero como se le veía tan feliz y tan “sanote”, nunca creyeron que
fuera necesario; pensaban que conforme se hiciera mayor ya se “estiraría”.

Daniel

El padre de Daniel siempre tuvo sobrepeso, provenía de una familia en la que claramente

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todos tenían sobrepeso, pero tanto él como su mujer no creen que la obesidad de Daniel
sea por “herencia”.
Para la madre de Daniel, los problemas surgieron cuando dejó de tomar la leche
materna y empezó a tomar biberones y papillas. Daniel era muy especial y le costaba
mucho comer la comida preparada, lo que desesperaba a su madre. Empezó a poner miel
o azúcar para conseguir que se endulzara el sabor y le gustara más, así conseguía que
comiera lo que le había preparado.
Cuando empezaron con los alimentos sólidos y a comer “de plato”, Daniel siguió
siendo muy “raro para comer”, no quería hortalizas, ni verduras, y de frutas ni hablar,
pero sí que comía con ganas guisos muy condimentados, postres lácteos y dulces. Su
madre y su padre, con tal de “no oírle berrear” y porque comiera algo, le daban al final lo
que le gustaba. Además, por sus horarios de trabajo, no tenían mucho tiempo como para
estar “perdiendo el tiempo” a la hora de comer. Ambos veían que Daniel estaba más
gordito que sus compañeros del colegio, pero pensaban que no era preocupante, y que
cuando llegara a la adolescencia adelgazaría.
Daniel engordó mucho entre los 2 y los 10 años, y a ello contribuyó su rechazo por
la actividad física, y por hacer actividades que requirieran esfuerzo. Ahora, cuando los
padres piensan en ello, sospechan que realmente no es que él tuviera rechazo a esas
actividades, sino que el mismo sobrepeso hacía que para él fueran muy desagradables.
Daniel a los 10 años pesaba 48 kg, y su diversión más habitual era salir del colegio
por la tarde, comprarse una bolsa enorme de golosinas, y sentarse en el patio a ver cómo
sus compañeros jugaban al fútbol u otros juegos.
Aunque varios médicos habían advertido a la madre y al padre de que el nivel de
obesidad era peligroso, cualquier intento de “dieta” o potenciación del ejercicio físico
terminaba en fracaso.
Ahora estaban enormemente preocupados, la señal de alarma había venido del
colegio. Les llamó la profesora de educación física. Daniel, en una actividad de clase
donde había que correr un poco se había sofocado mucho, puesto muy rojo, y con
sudores fríos. Les recomendó que lo llevaran de nuevo al médico y que actuaran de
forma contundente con respecto a la obesidad del niño, pues ya empezaba a ser
alarmante.

Marta

Marta nació ya grande, pesó 3,750 kg y medía 51 cm cuando vino al mundo. Sus padres
recuerdan que de bebé fue una niña muy guerrera, lloraba mucho, inquieta, dormía mal,
pero tenía una “gran ventaja” con respecto a otros bebés: que nació con una gran
voracidad; tanto con la alimentación natural como cuando comenzó con la comida
preparada, Marta se comía todo desde pequeña.
Ese buen apetito siguió durante toda la infancia; le gustaban todos los alimentos. No

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es que fuera especial para comer, y sólo comiera cosas muy sabrosas, esa buena
disposición a la comida se dirigía hacia legumbres, verduras, guisos, carne, pescado. Sus
padres sí señalan que no tenía especial predilección por dulces o golosinas. Para ellos
resultaba bastante complicado limitarle la comida, pues “comía tan bien” y todo lo que
se le ponía, que “cómo controlarle y dejarle con hambre”.
Marta tuvo algunos problemas en el colegio con la educación física, pues era más
lenta y torpe que el resto de sus compañeros, y en algún momento recibió alguna burla
por su aspecto. Pero su carácter afable hizo que sobrellevara estos inconvenientes sin
mayor trascendencia.

FIGURA 1.1. Algunos niños padecen de sobrepeso en la edad infantil.

Todo ello hizo que durante toda esa etapa tuviera un sobrepeso importante, por
ejemplo, a los 4 años medía 1,2 m y pesaba 45 kg, y a los 13 años medía 1,65 m y
pesaba 74 kg.
Cuando llegó la adolescencia, y la imagen corporal adquirió una importancia

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especial, ella fue quien decidió empezar a controlar su alimentación y reducir ciertos
alimentos y su cantidad, todo ello bajo supervisión de su familia, que no dejaba que se
convirtiera en un problema. Esta reducción de ingesta calórica, y el estirón que dio, le
han permitido llegar a sus 19 años actuales con una figura bastante esbelta, pues mide
1,72 m y pesa 59 kg.
Si se le pregunta a su padre y a su madre cuáles son las razones por las que Marta
durante su etapa infantil tuvo ese sobrepeso, ellos ven claramente dos. Por una parte su
constitución física grande y tendiente al sobrepeso, que también se observa en sus
abuelos y tíos por ambas familias, y por otra parte ese apetito natural.

Dana

Dana fue una niña gordita desde que nació y hasta los 10 años, según cuenta su madre,
Laura. El problema, al parecer, estaba en que Dana se crió durante mucho tiempo con su
abuela, pues Laura la tuvo soltera y tenía que pasar gran parte del tiempo trabajando.
Según Laura, la abuela la sobrealimentó y la acostumbró a muchos caprichos, que
tuvieron diversas consecuencias; entre ellas la obesidad.
Aunque Dana era una niña feliz, y no tenía especiales problemas por su obesidad,
Laura decidió actuar. En una revisión con el pediatra, éste le informó de los riesgos de
salud que estaba sufriendo su hija, y le propuso que debía intervenir antes de que tuviera
algún problema importante.
El plan de intervención requirió algunos cambios en la vida de Laura, pues decidió
que a partir de ese momento cambiaba su horario laboral para comer en casa todos los
días y controlar la alimentación de su hija, así como intentar instaurar algunos hábitos
sanos. De igual forma, tomó la decisión de que los fines de semana iban a hacer
excursiones por la ciudad caminando, visitando parques, museos, tiendas, etc. Tuvo
también que controlar las suculentas meriendas que le seguía dando la abuela cuando ella
no estaba.
El plan de Laura no era muy sofisticado, y en principio no dio resultados fantásticos,
pero poco a poco Dana fue perdiendo peso, que junto al crecimiento natural, le sirvió
para estirar su figura, dejando de ser una niña gordita para tener un peso normal.
Dana tiene ahora 14 años y la obesidad no es un problema para ella.

¿Qué podemos aprender de estas historias personales?

Como se ha visto y como se verá a lo largo de este libro, no se puede tener una visión
simplista de la obesidad infantil, y afirmar sencillamente que se debe a que “el niño come
demasiado”. La influencia de la herencia y de los hábitos de toda la familia se pueden
intuir como responsables en los diferentes casos del exceso de peso.

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Analizar historias personales nos permite abandonar explicaciones simplistas de por
qué un niño es obeso. Igualmente, debe ayudarnos para entender cómo evoluciona este
problema de salud:

– Hay niños obesos en la infancia, que sin realizar una intervención (en especial
por las familias) corrigen su problema de forma natural a partir de la
adolescencia.
– Hay otros niños que prolongan su obesidad desde la infancia a la juventud y
posteriormente a la vida adulta. La cuestión en estos casos es buscar el porqué
y plantear qué podemos hacer para evitar y reducir ese problema.
– En otros casos, familiares que reconocen que el sobrepeso y la obesidad infantil
es un problema grave, asumen la responsabilidad de actuar para reducirla. En
ese intento, y en la mayoría de los casos, descubren que no es un cambio en
la alimentación o estilo de vida del niño afectado, sino que implica un cambio
en los hábitos familiares, y que sólo desde ese enfoque se consigue ser eficaz.
A estos familiares “responsables” va dirigida prioritariamente la información de
este libro.

¿Realmente hay muchos niños obesos?

Si el tema de la obesidad se ha convertido en un gran problema de salud por su gravedad


y extensión en la población adulta, con respecto a la población infantil los datos son
especialmente preocupantes, pues se observa un incremento generalizado del sobrepeso y
la obesidad, que además va en aumento. Esto nos predice una población adulta futura
que padecerá obesidad.
En la figura 1.2 se han resumido algunos de los datos españoles referentes a
población infantil.

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FIGURA 1.2. Encuesta Nacional de Salud 2003. Datos de peso en porcentajes de la población infantil.

De los datos de la figura 1.2, más otros aportados por la Encuesta Nacional de Salud
de 2003, podemos obtener reflexiones como las siguientes:

– Si nos limitamos a la infancia, de 2 a 10 años, los datos señalan que el 18,47%


de los infantes tienen sobrepeso, y el 14,88% obesidad.
– Entre los 2 y los 4 años casi el 17% de los niños tienen obesidad.
– Entre los 2 y los 10 años, 1 de cada 3 niños tiene sobrepeso u obesidad.

Los datos son realmente crudos, tenemos una población infantil con evidentes
problemas de sobrepeso e incluso obesidad, nada menos que 1 de cada 3 de nuestros
infantes. La propia encuesta de salud avanza posibles causas constatando importantes
déficit en ciertos hábitos de vida, como son el tipo de alimentación y el sedentarismo,
pero esto lo veremos más despacio cuando hablemos de las causas de la obesidad.

IDEA PARA RECORDAR

Según la Encuesta Nacional de Salud del año 2003, uno de cada tres infantes en España padece sobrepeso
u obesidad.

Uno de los datos más preocupantes es la evolución de los índices de obesidad en la


infancia. Según el Ministerio de Sanidad la obesidad, en el tramo de edad 6 a 12 años, se
ha triplicado en 20 años, lo que representa en la actualidad el 16% de los infantes obesos
cuando hace dos décadas apenas representaba el 5%. Actualmente, tenemos una de las
prevalencias de obesidad más altas de toda Europa.

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¿Cómo sé si mi hijo tiene sobrepeso u


obesidad?

Definamos la obesidad

Cuando se ve a una persona, infante o adulto, con una gran masa corporal casi nadie
tiene dudas en considerar que esa persona es obesa. La acumulación de grasa cuando es
extrema no genera dudas para ser llamada obesidad, o cuando la falta de masa corporal
es acusada también se puede hablar sin dudas de delgadez extrema y enfermedad. Pero si
no nos referimos a los extremos, el problema para definir cuándo alguien tiene sobrepeso
o cuándo tiene obesidad es más difícil.
La tendencia general es confundir obesidad y peso, cuestiones que no son
equivalentes. Podemos encontrarnos con una persona que tenga mucho peso y no sea
obesa, porque dicho peso es masa muscular debido a que realiza mucha actividad física;
por ejemplo, algunos deportistas pesan mucho porque desarrollan mucho sus músculos,
pero no porque tengan exceso de grasa. E igualmente, una persona que no tenga un peso
muy excesivo, podríamos llegar a considerarla obesa si su cantidad de grasa acumulada
con respecto al resto del cuerpo es elevada. Aunque evidentemente existe una importante
relación entre la obesidad y el peso, no siempre pueden hacerse equivalencias de forma
automática. A este respecto también conviene recordar que la grasa corporal tiene poca
densidad en comparación con otros tipos de tejidos corporales, como el muscular o el
óseo. Eso quiere decir que la grasa “ocupa mucho” pero pesa poco, en comparación, por
ejemplo, con los músculos. El peso, junto a otros valores que ya veremos, puede ser un
indicador más de la obesidad, pero no el único.
En la actualidad existe un consenso en la comunidad científica para definir la idea
básica de qué es la obesidad. Menos consenso hay para establecer los límites que para
decir que una persona ha pasado de estar delgada a tener un peso normal o que ha
pasado de normal a ser obesa. En el cuadro 2.1 se han recogido varias definiciones de
obesidad.

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CUADRO 2.1
Distintas definiciones de obesidad

1. Diccionario de Medicina 1:
Obesidad: aumento anormal de la proporción de células grasas, especialmente en las vísceras y en el tejido
subcutáneo del cuerpo. La obesidad hiperplástica está causada por el aumento del número de adipocitos en
un tejido adiposo abundante. La obesidad hipertrófica se produce por un aumento del tamaño de los
adipocitos en un tejido adiposo abundante.
Obeso: individuo corpulento cuyo peso es desproporcionadamente elevado. Desde el punto de vista médico,
se dice que una persona es obesa si su peso corporal supera en un 20% el peso ideal para su edad, sexo, talla
y hábito físico. Considerando que el cuerpo humano “normal” contiene un 25% de grasa, este porcentaje se
dobla para un paciente considerado obeso desde el punto de vista médico (Diccionario Mosby de Medicina).

2. Diccionario de Medicina 2:
Obesidad: Condición clínica que se define como un excesivo peso corporal a expensas del acúmulo de tejido
adiposo blanco. Desde el punto de vista antropométrico, se considera la existencia de obesidad cuando el
índice de masa corporal (peso en kilogramos/talla en metros al cuadrado) supera los 30 kg/m2 (Diccionario
Espasa de Medicina).

3. Definiciones de algunos autores/investigadores:


La obesidad es un exceso de grasa corporal (Moreno, 2005).
La obesidad se define como un exceso de masa grasa en nuestro organismo (Russolillo, Astiasarán y
Martínez, 2003).
La obesidad es una condición en la que la masa grasa del cuerpo es elevada (Björntorp, 2002).
La obesidad se define como un aumento de composición de grasa corporal. Este aumento se traduce en un
incremento del peso y aunque no todo incremento del peso corporal es debido a un aumento de tejido
adiposo, en la práctica médica el concepto de obesidad está relacionado con el peso corporal (Moreno,
Monereo y Hernández, 2000).

Leyendo las diferentes definiciones del cuadro 2.1, podemos obtener una idea
elemental sobre la obesidad, y observar que no se reduce a “pesar mucho”.
Por tanto, propongamos una definición básica que nos sirva en este libro:

✓ Obesidad: Estado físico de una persona que se caracteriza por tener una
excesiva cantidad de grasa corporal en relación al resto de su cuerpo, exceso
que se asocia a problemas de salud física, psicológica y social.

En nuestra definición hemos incluido la expresión “excesiva”; en próximos apartados


de este libro veremos qué podemos entender como excesiva en el caso de adultos o
niños. También hemos querido señalar que la obesidad no es simplemente una situación
física como otra cualquiera, sino que tiene una importante característica y es que el

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exceso de grasa genera de forma inmediata, y a largo plazo, problemas de salud, en
cualquiera de sus facetas, ya sea la física (disfunciones cardiovasculares por ejemplo), la
psicológica (baja autoestima entre otros problemas) y social (por ejemplo, rechazo de los
demás por el aspecto).

El IMC, un método para medir la obesidad

La cuestión es qué proporción de grasa en el cuerpo de una persona se puede considerar


que no es normal. Este tema nos genera dos problemas básicos:

1. Cómo valorar la cantidad de grasa que tiene un individuo.


2. Una vez estimada, en qué cantidad o porcentaje ponemos el límite para
considerarla normal o no.

Con respecto al primer problema diremos que existen técnicas y ciertos aparatos,
que son utilizadas por profesionales, que permiten medir con exactitud la cantidad de
grasa que tiene una persona, pero son técnicas que superan las posibilidades de una
familia normal, que es a quien va dirigido este libro. Por ello no las vamos a explicar
aquí. Por tanto, aunque asumamos que la obesidad es un exceso de grasa, a efectos
prácticos vamos a relacionarla con otro indicador mucho más fácil de obtener, que es el
peso.
Que un niño pese 45 kg, ¿significa que es delgado, normal, obeso? Pues,
evidentemente, sólo con ese dato no se puede saber. Va a depender, por lo menos, de
otras cuatro características:

– Edad.
– Altura.
– Sexo.
– Tipo de constitución física.

Por tanto, el peso en sí mismo y analizado solo, tampoco puede servir para
determinar la obesidad de alguien. Por ello se ha recurrido a mejores índices o
indicadores, que más adelante explicaremos, y que son de fácil cálculo y análisis.
Con respecto al segundo problema, dónde poner los límites de lo que es normal o
no, el método más usual es comparar un caso con su población de referencia. Se ha
asumido por los profesionales de la salud este criterio estadístico. Es decir, si alguien es
como la mayoría de la gente de su sexo y edad, se suele concluir que es normal, en
cuanto a su grasa acumulada. Se dirá que es obesa si supera a la mayoría de las personas
de su sexo y edad, por ejemplo si supera al 90%.
El sistema más extendido para evaluar el sobrepeso y la obesidad es relacionar en
cada edad el peso con la altura. Para ello se realiza una sencilla operación matemática.

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Es lo que se ha denominado Índice de Masa Corporal (IMC) o índice de Quetelet.
Este índice es un valor que relaciona el estado de salud en función del peso. ¿Cómo se
calcula? Para ello existe una fórmula muy sencilla:

Por ejemplo, para una chica que mida 1,70 m y pese 60 kg, se calcularía su IMC
así:

Y este dato de 20,76 ¿qué significa?, ¿cómo se valora? Para personas jóvenes
(mayores de 17-18 años) y adultas, podemos buscar en el cuadro 2.2 donde
comprobaremos si el IMC es adecuado o no. Los criterios de dicha tabla son los
considerados por la Organización Mundial de la Salud.

CUADRO 2.2
Valoración de IMC para adultos

Mayor de 50 Obesidad extrema, con muy alto riesgo


para la salud. (tipo IV).
De 40 a 50 Obesidad grave, con alto riesgo para la
salud (tipo III).
De 35 a 40 Obesidad elevada, con importante riesgo
para la salud. (tipo II).
De 30 a 35 Obesidad, con riesgo para la salud (tipo
I).
De 27,5 a 30 Sobrepeso, grado II.
De 25 a 27,5 Sobrepeso, grado I.
De 20 a 25 Peso normal.
De 16 a 20 Bajo peso.
Menos de 16 Delgadez peligrosa, con alto riesgo para
la salud.

En nuestro ejemplo la chica con 20,76 se sitúa dentro del rango de peso normal.
Recordemos que el cálculo del IMC y la valoración con el cuadro anterior se puede

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aplicar para personas adultas (mayores de 17-18 años).

Obesidad infantil medida con el IMC

Para niños, ¿podemos utilizar el IMC? En principio sí. Este índice también es el más
utilizado para determinar de una forma “objetiva” si un niño tiene sobrepeso u obesidad,
pero los valores para comparar son diferentes a los de un adulto y no se podría utilizar el
cuadro 2.2.
¿Cómo procedemos en el caso de niños o niñas? Primero se calcularía el IMC igual
que hemos puesto en el caso anterior. Pongamos un ejemplo. Tenemos a Juan de 10
años que mide 1,42 m y pesa 55 kg, su IMC será:

Este valor de IMC de 24,75, en caso de un adulto, informaría de que la relación


entre su peso y altura es normal (véase cuadro 2.2). Sin embargo, para Juan de 10 años
no, pues estaríamos hablando de obesidad grave. ¿Dónde comparamos los datos de IMC
de los niños para saber si hay obesidad?
Con niños el procedimiento cambia un poco. Se dice que un niño tiene sobrepeso si
su IMC es superior al que tienen el 75% de los niños de su edad (es decir si supera, lo
que se llama en estadística el percentil 75). Diremos que tiene obesidad si su IMC supera
al que tienen el 85% de los niños de su edad (es decir si supera el percentil 85) y
hablaremos de obesidad grave si su IMC supera al que tienen el 95% de los niños de su
edad (IMC en el percentil 95 o más). En este caso es lo mismo decir que sólo el 5% de
los niños de su edad tienen un IMC superior. Esta clasificación se recoge, expresado en
percentiles, en el cuadro 2.3.

CUADRO 2.3
Índice de masa corporal y determinación de la obesidad

IMC menor al percentil 10: delgadez peligrosa


IMC entre el percentil 10 y 25: delgadez
IMC entre el percentil 25 y 75: peso normal
IMC entre el percentil 75 y 85: sobrepeso
IMC entre el percentil 85 y 95: obesidad
IMC superior al percentil 95: obesidad grave

26
La pregunta ahora es ¿cómo sabemos en qué percentil de IMC se encuentra un niño,
o en nuestro ejemplo, en qué percentil se encuentra Juan con su IMC de 24,75?
Debemos recurrir de nuevo a unas tablas donde se han recogido los valores de IMC de
una población infantil y donde consideramos que podemos comparar nuestros datos y
saber qué percentil corresponde para cada valor de IMC. Disponemos de unas tablas
específicas para niños (cuadro 2.4) y para niñas (cuadro 2.5). Dichas tablas han sido
elaboradas a partir de gráficas poblacionales publicadas por el Ministerio de Sanidad y
Consumo español (Cabranes et al., 2000).
En el ejemplo que ponemos de Juan, su IMC era de 24,75. Con este dato se iría al
cuadro de niños, se buscaría su edad en la primera columna, y luego en la fila de su edad
se observaría si su IMC es igual o superior al indicado en la columna que corresponde al
percentil 95 (que es 20,75). Que supere el percentil 95 quiere decir que tiene un IMC
superior al 95% de los niños de su edad. Si tuviera un IMC cercano al percentil 50
significaría que su IMC es similar al de la mitad de los niños de su edad. Tener un
percentil de 95 o superior se traduce en obesidad grave según la clasificación expuesta
más arriba (cuadro 2.3). Por tanto diremos que Juan es un niño extremadamente obeso.
Para dejar más claro cómo se determina la presencia de obesidad en infantes,
realicemos otro ejemplo. Supongamos que Ana de 9 años mide 1,35 m y pesa 34 kg, su
IMC será:

CUADRO 2.4
Percentiles de IMC para niños (adaptado de Cabranes et al., 2000)

27
28
CUADRO 2.5
Percentiles de IMC para niñas (adaptado de Cabranes et al., 2000)

29
30
Con este dato de IMC de 18,68 una persona adulta tendría un peso bajo, según el
cuadro 2.2, pero en el caso de Ana al ser una niña, primero deberíamos saber en qué
percentil se encuentra en comparación con las niñas de su edad. Nos dirigimos al cuadro
2.5 de IMC para niñas, y buscamos la línea de su edad, 9 años. Ahí observamos que su
IMC de 18,68 se encuentra entre los percentiles 75 y el 85, lo que según hemos indicado
más arriba (cuadro 2.3) significaría que Ana tiene sobrepeso, sin llegar a ser obesidad.
En el cuadro 2.6 se puede ver un resumen de este proceso para determinar la posible
obesidad de un niño.

CUADRO 2.6
¿Cómo determinar la posible obesidad de un niño?

1.º Medir al infante, obtener el dato en metros (por ejemplo, 1,40 m).
2.º Pesarle, a ser posible por la mañana antes de desayunar, obtener el dato en kilogramos (por ejemplo, 38
kg).
3.º Calcular el IMC con la fórmula:

4.º En nuestro ejemplo obtendríamos un IMC de 19,39.


5.º Determinar a qué percentil corresponde ese IMC en el cuadro 2.4 si es niño o en el cuadro 2.5 si es
niña. Buscar en la columna primera la edad, y en esa fila observar a qué percentil corresponde el
IMC calculado. Si nuestro ejemplo es una niña de 8 años observamos que su IMC es ligeramente
superior al percentil 75, lo que significa que supera al 75 % de las niñas de su edad en cuanto al
percentil.
6.º Con este percentil determinamos, según lo señalado en el cuadro 2.3, si estamos dentro de un peso
normal, sobrepeso, obesidad… En nuestro caso la niña tendría sobrepeso.

Test de tendencia a la obesidad

En el anterior apartado hemos visto cómo se puede hacer una valoración objetiva de si
un niño tiene obesidad o no. En este apartado vamos a proporcionar un test que sirva de
orientación para conocer si el niño tiene tendencia a la obesidad, en virtud de unos
indicadores que conocemos al respecto por diferentes investigaciones.
De esta forma tendremos dos datos para responder a la pregunta que inicia este
capítulo, ¿cómo saber si mi hijo es obeso? Con la información del apartado anterior

31
podemos saber si lo es ahora, y con la información de este test sabremos si tiene
tendencia a serlo aunque no lo sea ahora, dándonos una información muy útil para la
prevención.
No es un test que sirva para hacer un diagnóstico, sino que nos proporciona una
información orientativa y preparatoria para intervenir en las áreas que más adelante se
explicarán. Este test se puede aplicar también a un niño que sea obeso y del que
deseemos saber si tiene tendencia estable a serlo.
Deberán rellenar este test los progenitores o educadores que conozcan bien la
dinámica de vida del niño.

CUADRO 2.7
Test de tendencia a la obesidad infantil

Leer cada pregunta y elegir una opción de respuesta.

1. El niño nació:
a) Con peso normal.
b) Con ligero sobrepeso.
c) Con bastante sobrepeso.

2. La alimentación durante los primeros meses:


a) Fue siempre leche materna.
b) Leche materna menos de 4-5 meses.
c) Fue siempre leche artificial.

3. Los progenitores y/ o familiares cercanos:


a) Son personas, en general, con peso normal.
b) Son personas, en general, con sobrepeso.
c) Son personas con clara obesidad.

4. El niño:
a) Come todos los días verduras, hortalizas y frutas.
b) Come algunos días de la semana verduras, hortalizas y frutas.
c) Es muy raro que coma verduras, hortalizas y frutas.

5. El niño:
a) Come, raramente, bollería industrial y refrescos.
b) Come de vez en cuando bollería industrial y refrescos.
c) Come casi todos los días bollería industrial y refrescos.

32
6. El niño:
a) Tiene diariamente actividades de ocio que requieren actividad física, como por ejemplo juegos en
la calle.
b) El niño tiende a ser sedentario, pero hace esporádicamente alguna actividad.
c) El niño es muy sedentario, sus actividades de ocio son todas pasivas: televisión, videojuegos,
ordenador, etc.

7. El niño:
a) Practica varios días a la semana una actividad deportiva.
b) Practica algo de deporte, una vez a la semana o menos.
c) Nunca practica deporte.

8. El niño:
a) Duerme regularmente todos los días más de 9-10 horas.
b) Duerme regularmente, pero menos de 9 horas.
c) Duerme mal y a veces pocas horas.

¿Cómo corregir el test? Se cuentan el número de respuestas A, el número de


respuestas B y el número de respuestas C, e interpretamos así:

– Si el n.º de A es mayoritario, respondiendo algunas B y pocas o ninguna C,


podemos decir que el niño tiene poca o ninguna tendencia hacia a la
obesidad. Lo que no significa que no esté obeso o no pueda serlo, dado que el
test no mide todos los factores implicados.
– Si el n.º de B es mayoritario, con alguna A y alguna B, podemos decir que el
niño tiene una tendencia media hacia la obesidad. Esto significa que algunos
de los factores implicados en la obesidad están presentes en la vida de este
infante, favoreciendo el sobrepeso, y que convendría analizar y tomar
medidas preventivas.
– Si el n.º de C es mayoritario, con algunas B y A, diremos que el niño tiene una
fuerte tendencia a la obesidad. Probablemente el niño sea ya obeso, aunque
como señalamos puede que no, porque el test no mide todos los factores
implicados. Con mayoría de C, convendría plantearse intervenir en prevención
o tratamiento si es el caso.

Tipos de obesidad

Hasta ahora hemos podido comprobar si un determinado niño es obeso o no, según los

33
valores de la población, o si tiene tendencia a la obesidad. Pero si alguien es obeso,
dentro de esa obesidad ¿se pueden diferenciar tipos?
En principio la obesidad es sencillamente el exceso de grasa, pero si relacionamos
ese exceso de grasa con enfermedades asociadas sí se puede realizar una clasificación de
la obesidad en diferentes tipos, y fundamentalmente según como esté distribuida esa
grasa por el cuerpo. Aunque el exceso de grasa puede distribuirse de forma homogénea
por todo el organismo, se observa que existe tendencia a acumular la grasa en dos zonas
principalmente. Y de esta manera se diferencia entre:

Androide (tipo masculino)

Se denomina así a la obesidad que tienen las personas cuando tienden a acumular la
grasa en el abdomen, generando lo que popularmente se denomina “michelines”
(“lonjitas” en países sudamericanos). Esta tendencia es más común en los hombres, por
eso se denomina androide, y genera una forma corporal que se asemeja a una manzana.

Ginoide (tipo femenino)

Se denomina así a la obesidad que tienen las personas cuando tienden a acumular la
grasa en las piernas, fundamentalmente en la parte superior, muslos y glúteos. Esta
tendencia es más común en las mujeres, por eso se denomina ginoide, y genera una
forma corporal que se asemeja a una pera.
Se estima que tener tendencia a la obesidad androide o ginoide es una cuestión que
se hereda. En la figura 2.1 puede verse una interpretación gráfica de estos dos tipos de
obesidad.

34
FIGURA 2.1. Diferentes tipos de obesidad según dónde tienda a acumularse la grasa corporal.

Aunque a simple vista puede intuirse si alguien tiene obesidad ginoide o androide,
puede hacerse una valoración más precisa. Para ello podrían hacerse dos mediciones con
una cinta métrica: la circunferencia de la cintura, más o menos a la altura del ombligo, y
la circunferencia de los glúteos, más o menos a mitad del trasero. Si la medición de la
cintura es mayor que la de los glúteos hablaremos de androide y si es menor será ginoide.
Diferenciar entre obesidad ginoide o androide, no sólo es una cuestión de estética, es
importante esta diferencia porque ambas obesidades tienen diferentes niveles de riesgo
para la salud. La obesidad androide (tendencia al exceso de grasa alrededor del
estómago), está asociada a más enfermedades y más graves que la obesidad ginoide. Por
ejemplo, los riesgos de enfermedad cardiovascular, complicaciones diabéticas o apnea del
sueño, son mayores en obesidad androide. La obesidad ginoide, como es lógico
sospechar, está más asociada a problemas de riego sanguíneo en las extremidades
inferiores, provocando riesgo de tromboflebitis.

Secundaria

35
En salud, se dice que un trastorno es secundario si es consecuencia de otro. El sobrepeso
y la obesidad pueden ser consecuencia de otras enfermedades o problemas de salud,
siendo, por tanto, consideradas como un signo más de dicha enfermedad. En este caso la
obesidad no es el principal problema, sino la otra enfermedad, y el tratamiento debe
dirigirse principalmente a tratar la enfermedad primaria. En este libro no vamos a
dedicarnos a esta obesidad secundaria, ya que se estima que muy pocos casos de
obesidad infantil se deben a este origen, pero es conveniente que conozcamos su
existencia para no confundir cuáles deben ser los objetivos de intervención.
A continuación exponemos algunas alteraciones de la salud y/o enfermedades que
pueden causar obesidad:

– Daños cerebrales, como tumores o hidrocefalia. Especialmente afecciones del


hipotálamo.
– Alteraciones hormonales, como déficit de hormona GH o hipotiroidismo.
– Síndromes, como el Prader-Willi o Cushing.
– Efectos secundarios de fármacos, como esteroides o antidepresivos.
– Efectos de la inmovilidad asociada a ciertos problemas de salud, como la
distrofia muscular o espina bífida.
– Ciertos trastornos mentales pueden provocar hiperfagia y aumento de peso,
como algunos trastornos psicóticos o ciertas depresiones.

IDEA PARA RECORDAR

Es importante descartar que la obesidad de un niño no se debe a otra enfermedad, es decir, que no se trata
de una obesidad secundaria. En caso de sospecha, debe ser puesto en conocimiento de un médico para que
realice el posible diagnóstico y tratamiento de la enfermedad principal, y se considere si se requiere alguna
intervención específica para el sobrepeso o no.

Es necesario, por tanto, que una familia que esté preocupada por la obesidad de uno
de sus hijos descarte que se deba a otro tipo de enfermedad. Para ello se pueden tener en
cuenta algunos indicadores que pueden estar avisando de otras enfermedades, como el
origen de la obesidad. Algunos de éstos son:

– Comportamientos extraños, hipersomnia, cambios bruscos del humor,


incapacidad de concentración, depresión, etc.
– Una obesidad muy resistente, que aun controlando oportunamente la
alimentación y ejercicio físico del niño, no disminuye.

Ante alguno de estos indicadores, o cualquier sospecha, es mejor descartar la


presencia de alguna enfermedad primaria acudiendo al médico para que valore la
situación, y establezca posibles técnicas diagnósticas y posibles tratamientos.

36
PREGUNTAS Y RESPUESTAS

¿Cuál es el peso adecuado al nacer?

No existe un peso exacto que se puede considerar como “el adecuado” para
un recién nacido. Se ha venido en considerar que un recién nacido tiene bajo
peso si su peso es inferior a 2.600 g, y si supera los 4 kg se le considera
“macrosoma” en cuanto a que es “grandote”. Por tanto, el rango de pesos
más comunes está entre 2,6 y 4 kg. Hoy día prematuros de 1 kg o incluso
menos, pueden ser bebés que pueden salir adelante gracias a las nuevas
tecnologías. Evidentemente este dato del peso debe ser valorado con la talla
del recién nacido, que suele estar entre 46 y 54 cm. Los niños suelen pesar
más que las niñas. Es normal que durante la primera semana los bebés
pierdan algo de peso, y que comiencen a ganarlo a partir de la segunda.

¿Sobrepeso y obesidad son lo mismo?

No. Aunque muchas veces las utilizamos como sinónimos, se refieren a


realidades diferentes. Un niño tiene sobrepeso si supera con su IMC al 75%
de los niños de su edad, y tiene obesidad si supera al 85%. Los problemas de
salud están, lógicamente, más asociados la obesidad que al sobrepeso.

¿Existen otras formas de medir la obesidad que no sea con el índice de


masa corporal?

Realmente, el índice de masa corporal (IMC) no es el mejor método para


medir la obesidad en adultos o en niños, pero es un sistema sencillo, rápido
de calcular y bastante aproximado. Los mejores métodos son aquellos que
miden directamente cuál es el porcentaje de grasa en el cuerpo, y nos
permiten determinar de forma objetiva si es excesiva o no. Existen diversas
técnicas como son las medidas de varios pliegues de piel o las técnicas
bioelectrónicas que miden la densidad corporal, que son más precisas que el
IMC, pero que deben ser aplicadas por profesionales de la salud con los
medios técnicos apropiados. Para los objetivos de mejora de la calidad de
vida a nivel familiar, el IMC es un método adecuado para el análisis, siempre
y cuando tengamos en cuenta que en niños debemos comparar los datos en
tablas específicas para ellos.

37
¿Qué es el “peso ideal”?

El concepto de “peso ideal” se creó por ciertas compañías de seguros


americanas en la segunda mitad del siglo XX, y se corresponde con un 10 o
15% inferior al que se consideraba normal para una determinada edad, sexo
y altura. La idea de estas compañías es que las personas que son más
delgadas que lo esperable, son menos proclives a sufrir enfermedades. Si
bien es cierto que la obesidad está asociada a ciertos problemas de salud, la
búsqueda de la delgadez muy por debajo de un peso normal también pone en
riesgo la salud. El método más sencillo que tenemos para determinar cuál es
el peso adecuado de una persona adulta o infante es calcular su Índice de
Masa Corporal, como se ha he explicado en este capítulo, y compararlo en
las tablas indicadas con el resto de la población.

38
3

¿Realmente es malo que mi hijo sea obeso?

Por qué hay que evitar y tratar la obesidad

Hasta hace unas décadas el exceso de peso se consideraba como una “complicación” de
salud, algo que podía empeorar el estado físico de una persona o agudizar una
enfermedad. Hoy día el sobrepeso o la obesidad son considerados para muchos
profesionales como una enfermedad en sí misma, incluso ha sido clasificada como tal por
la Organización Mundial de la Salud (OMS). La OMS no sólo ha dicho que la obesidad
es una enfermedad sino también que, dado el número de los afectados, es una de las
enfermedades principales de las sociedades desarrolladas.
¿Pero cuáles son los aspectos negativos de tener sobrepeso u obesidad?
Principalmente se podrían clasificar en dos grandes grupos: los efectos en la salud
inmediatos y los efectos a largo plazo. En la figura 3.1 se hace una interpretación gráfica
de este planteamiento.

FIGURA 3.1. Efectos de la obesidad en la salud.

Efectos inmediatos

39
Los efectos de la obesidad en la salud de un niño, de forma inmediata, están asociados a:

– Grado de obesidad. Cuanto mayor sea el sobrepeso/ obesidad más afectada se


ve la salud.
– Duración. Cuanto mayor tiempo esté el niño con su exceso de peso, mayores
riegos existen para la salud.
– Edad. Se ha observado que la obesidad en la última etapa de la infancia y
primera pubertad puede implicar mayores riesgos que una obesidad de
duración puntual durante la primera infancia.

A continuación se exponen algunas de las enfermedades y problemas de salud física


a las que se ha asociado la obesidad. La mayoría de estos estudios se refieren a personas
adultas, por tanto, no podemos concluir automáticamente que son de igual aplicación a
infantes, pero se exponen porque nos sirven para alertar de los peligros de mantener un
sobrepeso excesivo.

– Diabetes.
– Hipertensión arterial. Se estima que en la actualidad ya el 3% de los niños y
adolescentes tienen hipertensión arterial, y ello debido al incremento de la
obesidad infantil.
– Resistencia insulínica.
– Inicio de enfermedades coronarias.
– Aumento del colesterol LDL, comúnmente llamado colesterol “malo”.
– Arterioesclerosis.
– Insuficiencia pulmonar.
– Las niñas obesas suelen tener menarquia (regla) adelantada.
– Problemas para respirar.
– Dificultades para dormir.

A los anteriores problemas en el ámbito de la salud física hay que añadir los
problemas de salud desde la perspectiva psicológica y social. Señalemos algunos de
ellos.

– Problemas de autoimagen. Durante la primera infancia un niño obeso no va a


“sufrir” porque su imagen sea obesa, es más, puede incluso que reciba
mensajes afectuosos y cariñosos por esa imagen “rechoncha”. Pero
aproximadamente a partir de los 9-10 años los niños ya son capaces de
realizar comentarios sobre la imagen corporal a otros compañeros, y los que
los reciben ya son capaces de entenderlos y saber lo que significan. En estos
momentos los comentarios despectivos del tipo “la gordita no juega” o
“Pablo es un hipopótamo”, sí que hacen mella en la propia autoimagen,
generando dolor y haciendo que se sientan rechazados. Existen numerosas
investigaciones que avalan la importancia que tienen las burlas de los

40
compañeros, y sobre todo las que realizan los familiares, en la formación de la
propia autoimagen. Muchos de los trastornos de la conducta alimentaria que
se dan en la adolescencia se relacionan con experiencias de burlas en la
infancia y primera adolescencia, es decir, que la obesidad va generando un
malestar psicológico, que se traduce en la aceptación de tener una mala
autoimagen y por extensión una menor autoestima.
– Comportamientos sociales poco saludables. Las reacciones que suelen tener
los niños con obesidad que son sometidos a burlas por tener esa imagen
corporal son variadas; muchos lo sobrellevan sin más, pero otros reaccionan
de forma poco saludable. Entre estas reacciones destacamos dos. Aquellos
que buscan compensar el rechazo de los demás por su obesidad, recurriendo a
hacerse “los graciosos”, los “chistosos”, a aceptar atender los caprichos de los
demás, etc., buscando en estas conductas la aceptación y la integración social.
Evidentemente, estas reacciones no son sanas, pues “pervierten” el tipo de
relación que se establece con los demás. También están aquellos que
reaccionan de forma contraria, ya que al sentirse criticados y rechazados, lo
que hacen es aislarse, no querer ir al colegio, no querer salir a jugar con los
compañeros, etc. De igual forma, debemos decir que este tipo de
comportamiento no es saludable, pues el aislamiento social no tiene ningún
efecto positivo, sino todo lo contrario.

IDEA PARA RECORDAR

Algunos niños obesos son especialmente graciosos, simpáticos, y condescendientes con los deseos de los
demás. Esto, muchas veces, realmente esconde un intento de ser aceptados por los demás, buscando
compensar el rechazo que han sufrido por su imagen obesa. Algunos niños obesos, en este afán de agradar,
se convierten en pequeños bufones o ponen en riesgo su propia salud.

– Problemas sociales asociados a la obesidad. Además del rechazo del que


hemos hablado, cuando la obesidad es muy elevada, el niño puede encontrarse
con problemas como los siguientes:

a) Dificultades para encontrar ropa de su talla, o tener que llevar ropas que
no son “la moda”, lo cual también puede ser origen de burlas y
descalificaciones.
b) Problemas en los transportes públicos para acceder o para ocupar un lugar.
c) Cuando se acerca la adolescencia los varones pueden sufrir por el efecto
estético que genera su exceso de grasa, como por ejemplo la
pseudoginecomastia (que parezca que tienen mamas, cuando lo que
realmente tienen son cúmulos de grasa) o debido al exceso de tejido
graso, observar que se tiene un tamaño de pene aparentemente más
pequeño.
d) El adelanto de la regla con respecto a sus compañeras, que ya hemos

41
indicado, también puede ser origen de confusión psicológica y posible
fuente de rechazo.

Por todos los problemas anteriormente señalados, que confluyen en posibles


rechazos sociales, podemos intuir que los casos de ansiedad, tristeza, e incluso
depresión son más comunes en niños/adolescentes obesos que en los que no lo son. En
algunos casos estos problemas psicológicos se intentan resolver con reacciones poco
saludables que empeoran la situación. Por ejemplo, buscar consuelo en la comida. El
niño que se siente triste y deprimido, porque se siente rechazado, puede buscar en los
dulces y golosinas una fuente de placer para calmar sus sentimientos negativos.
Una reacción común de muchos infantes con obesidad es buscar en su familia esa
aceptación y cariño que no encuentran en sus compañeros. A veces la familia reacciona
con un afán proteccionista que no ayuda, y que puede incluso justificar al niño que no es
necesario hacer nada para mejorar su obesidad sino que siendo así todo está bien. Véase,
en el capítulo de causas de la obesidad, la figura 4.3 al respecto.
Hemos resaltado problemas psicológicos asociados a la obesidad infantil, pero como
bien se puede comprobar, no puede decirse que estén causados por el exceso de grasa,
sino porque la obesidad es una condición social fuertemente rechazada por la sociedad.
Es decir, que la obesidad no causa problemas psicológicos, los problemas psicológicos
provienen de las reacciones sociales que tienen los demás ante una determinada imagen
corporal. En esta línea lo expresan muy bien algunos investigadores de la obesidad:

Aunque la obesidad está asociada a problemas psicológicos, los obesos, en conjunto, no tienen más
alteraciones psíquicas graves que la población general. Sin embargo, en la sociedad actual, muy preocupada
por la estética, la obesidad añade un fuerte factor de ansiedad y sentido de inferioridad que condiciona
importantes modificaciones en las relaciones laborales, sociales y afectivas (Moreno et al., 2000).

Finalizamos este apartado con la figura 3.2, donde se expone un resumen de cómo
afecta la obesidad a la salud de forma inmediata.

42
FIGURA 3.2. Algunos problemas de salud asociados a la obesidad infantil.

Efectos a largo plazo

Hay que evitar ser obeso en la infancia por los problemas de salud que genera de forma
inmediata, tal y como se ha expuesto anteriormente, pero también conviene evitar la
obesidad infantil, o intervenir para reducirla, por los problemas que generan a largo plazo.
No debe engañarse ningún padre ni ninguna madre si observa que su hijo “gordito” o hija

43
“gordita” aparente ser feliz, y no tener ninguna enfermedad que se pueda asociar al
sobrepeso, si este exceso de peso, aparentemente, no le está causando problemas en la
actualidad. Lo que sí está es aumentado de forma peligrosa el riesgo de que más adelante
los sufra, aunque sea un adulto delgado.
Comentemos algunos de los efectos a largo plazo de ser obeso en la infancia.

Aumento del riesgo de ser obeso en la etapa adulta

El primero que podemos señalar es que se observa una relación entre ser obeso en la
infancia y la probabilidad de ser obeso en etapas posteriores de la vida: la juventud y la
adultez. Se ha estudiado esta relación y actualmente se acepta el riesgo que se indica en
el cuadro 3.1.

CUADRO 3.1
Riesgo de sufrir obesidad cuando se es adulto si se ha padecido en la infancia y/o adolescencia

Presencia de obesidad a ciertas edades Riesgo de ser obeso en la edad adulta


6 meses 14%
7 años 41%
10-13 años 70%
Adolescencia 80%

Según se expone en el cuadro anterior, existe un alto riesgo de continuar siendo


obeso si se ha sido en la infancia y adolescencia. Este riesgo es mayor cuanto más tiempo
se es obeso en la infancia, y si la obesidad se ha sufrido en etapas cercanas a la
adolescencia o infancia tardía. Quien es obeso en la adolescencia será obeso con un 80%
de probabilidad cuando sea adulto. La obesidad en la etapa adulta está asociada a
importantes riesgos de salud, como veremos ahora, por tanto una de las razones más
importantes para evitar o tratar la obesidad infantil es prevenir que se extienda a toda la
vida.
¿Por qué si un niño es obeso, existe mayor riesgo de que sea también obeso cuando
sea adulto? Esto se debe a dos razones muy importantes.

– La adquisición de hábitos alimentarios. Una de las razones por las cuales un


niño es obeso son sus “malos” hábitos alimentarios, y debemos saber que
estos hábitos se pueden quedar fijados para etapas posteriores. Pongamos
algún ejemplo. Si un niño durante toda su infancia no come verduras o frutas,
porque no le gusta el sabor, y su familia no le educa oportunamente para que
las disfrute, es muy probable que esta aversión hacia las verduras y las frutas

44
se mantenga para etapas posteriores. Otro ejemplo sería que el niño se
acostumbre a comer bollería habitualmente, este hábito también quedará para
su adolescencia y etapa adulta, provocando sobrepeso. Por ello, es muy
importante adquirir buenos hábitos alimentarios en la infancia, porque pueden
quedar fijados para toda la vida. Exactamente lo mismo se puede decir de la
adquisición de hábitos cotidianos para realizar actividad física.

IDEA PARA RECORDAR

Se ha comprobado que la obesidad en la infancia y adolescencia incrementa la probabilidad de que esa


persona cuando sea adulta también padezca de obesidad. Cuanto más tiempo se sea obeso en la infancia,
más riesgo existe de serlo en el futuro.

– Otra razón que explica por qué los niños obesos corren el riesgo de convertirse
en adultos obesos se refiere a un aspecto biológico. El aumento de la grasa
corporal puede ser debido a dos razones: hiperplasia o hiperplastia. Diremos
que alguien está acumulando grasa por hiperplasia porque están aumentando el
número de células que guardan la grasa (adipocitos); y diremos que alguien
está acumulando grasa por hiperplastia, porque las células adipocitarias que
tiene esa persona están aumentando en capacidad, “se están hinchando”,
reservando más grasa, no porque estén aumentando en número. Esto nos
sirve para señalar que en diferentes momentos de la infancia el infante es
proclive a la hiperplasia, a crear nuevas células que acumulen grasa, células
que quedarán para toda la vida. Si en esas etapas sensibles (por ejemplo cerca
de la pubertad) a través de la alimentación y del escaso ejercicio, se estimula a
que se desarrollen muchas células “almacén”, además de tener un niño obeso,
lo que estaremos haciendo es que esa persona en el futuro tenga más facilidad
para acumular grasa que otra persona que durante la infancia no creó tantas
células “almacén”. Esto explicaría el aumento del riesgo de obesidad en
adultos, que en la infancia fueron obesos.

Aumento de la probabilidad de sufrir diabetes de tipo 2 en la juventud y etapa


adulta

Cuando hemos hablado de los problemas de salud que en la infancia están asociados a la
obesidad, ya hemos comentado la diabetes, ahora comentemos cómo no sólo el riesgo es
para la etapa infantil, sino que se extiende más allá.
Tradicionalmente la diabetes de tipo 2, véase cuadro 3.2 para más información, se
consideraba una enfermedad que afectaba principalmente a adultos, sin embargo, en los
últimos años se observa una reducción de la edad de las personas que la padecen. Esta
reducción se asocia a personas que han mantenido un sobrepeso u obesidad en la

45
infancia o que han continuando así a lo largo de la adolescencia y primera juventud.

CUADRO 3.2
¿Qué es la diabetes de tipo 2?

La diabetes es una enfermedad que se caracteriza por tener unos niveles muy elevados de
glucosa en sangre, que produce daños al organismo (renales, neurológicos, oftalmológicos, etc.),
y que pueden llegar a ser muy graves.
El nivel excesivamente alto de glucosa en sangre se debe a que ésta no está accediendo
correctamente a las células del organismo, donde la glucosa se utiliza como fuente de energía. La
glucosa “entra” en las células por medio de la insulina, sustancia producida por el páncreas, y
que en las personas con diabetes no se produce o se produce en cantidad insuficiente. La falta de
insulina puede ser total, y requerir la administración externa de forma periódica; estaríamos ante
una diabetes insulino-dependiente o de tipo 1.
En la diabetes de tipo 2, el páncreas sí que produce insulina, pero ésta no es lo
suficientemente efectiva para mantener los niveles de glucosa normales.
La diabetes de tipo 2 se ha asociado tradicionalmente a personas mayores de cuarenta años
y con sobrepeso, y que siguiendo unas pautas alimentarias, de actividad física y de control,
pueden corregirla reduciendo los riesgos para su salud. Las personas con diabetes de tipo 2 no
requieren de administración de insulina externa, salvo casos graves.
En los últimos años se observa una reducción de la edad de aparición de este tipo de
diabetes, incluso en personas muy jóvenes, debido a la extensión de la obesidad infantil.

Los expertos están alertando de la aparición de complicaciones de salud, asociadas a la


diabetes de tipo 2, en personas jóvenes menores de 30 años debido a la existencia de
unas tasas tan altas de obesidad infantil.

Disminución de la esperanza de vida en la edad adulta si la obesidad se


prolonga

En varios de los libros que se recomiendan en el capítulo 9 se pueden encontrar


detalladas las enfermedades a las que se asocia la obesidad en la edad adulta, dado que
este libro se dirige a la obesidad infantil, no vamos a detenernos especialmente en ello,
sólo vamos a mencionar tres cuestiones, que pueden servir de ejemplo de cuán necesario
es que desde la infancia debamos prevenir la obesidad.

– Se estima que las personas que mantienen una obesidad prolongada, por
ejemplo entre los 25 y 35 años, su riesgo de muerte por las enfermedades
asociadas es 12 veces mayor que en personas no obesas (Moreno y Beltrán,
2005).

46
– Las personas obesas tienen alto riesgo de sufrir enfermedades
cardiovasculares, enfermedades que están a la cabeza de las causas de muerte
en el mundo occidental. Entre estas enfermedades podemos destacar la
hipertensión arterial, la insuficiencia cardiaca, los infartos de miocardio o la
angina de pecho.
– Las personas obesas, en contra de una creencia popular, no son más felices que
las personas no obesas. Entre ellas se dan comúnmente trastornos psicológicos
como la ansiedad y la depresión, y la tasa de suicidios es mayor que en las
personas de peso normal.

Peor autoestima en la edad adulta

Un adulto que fue obeso, aunque ya no lo sea, puede guardar en su interior los efectos
psicológicos de ser un niño obeso en una sociedad que estigmatiza la obesidad.
Por ejemplo, se ha comprobado que gran parte de las chicas que en la adolescencia
o juventud sufren de anorexia nerviosa o bulimia nerviosa, recuerdan haber tenido
experiencias pasadas de sobrepeso y haber recibido burlas de sus compañeros y
familiares por ello.
Es decir, que la autoestima, asociada a la imagen corporal, puede quedar dañada
para la vida adulta aunque ya no se tenga sobrepeso, si durante la infancia se tuvo y
acarreó malas experiencias personales.
Recordemos finalmente el Informe sobre la Salud del Mundo de la Organización
Mundial de la Salud en el 2002, que resaltaba que la obesidad estaba asociada al 60% de
la muertes debidas a enfermedades no contagiosas (cardiovasculares, cáncer, diabetes,
etc.) y si no se toman medidas importantes se llegará al 73% en el año 2020. En la
actualidad se estima que en el mundo mueren 57 millones de personas por problemas
asociados al exceso de peso.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

“A mi hija Paula le ha venido muy pronto la primera menstruación,


¿puede estar relacionado con su obesidad?”

Sí. Se ha comprobado cómo las niñas con obesidad tienen una maduración
acelerada, que se puede observar con un desarrollo corporal más evidente,
un crecimiento precoz de las mamas y la aparición de la menstruación antes
que a las niñas de su edad con peso normalizado. Dado que estas
consecuencias de la obesidad son incontrolables, conviene que los padres

47
estén preparados para ello y puedan informar a su hija y prepararla
psicológicamente para que no tenga un impacto negativo en la niña,
haciéndole ver que dichos cambios son normales y consustanciales al
crecimiento. No conviene que se cree un clima negativo ante estos cambios,
ni que por supuesto se le critique por ello asociándolo al peso.

“¿Creía que la diabetes era un problema que nada tenía que ver con el
peso?”

Existe un tipo de diabetes, la 2, que sí está claramente asociada a los hábitos


saludables y al peso. En este tipo de diabetes el páncreas no deja de producir
insulina, pero la que genera no es suficiente para realizar la función de
introducir la glucosa en las células. Este tipo de diabetes se sufría en la edad
adulta tras muchos años de sobrepeso, sin embargo, en la actualidad está
apareciendo en personas cada vez más jóvenes, por la generalización de la
obesidad en infantes y jóvenes.

“A nuestra hija Diana, de 11 años, que tiene notable sobrepeso, se la ve


muy feliz y tiene muchas amigas, ¿por qué se dice que el sobrepeso infantil
está asociado a menos relaciones con los demás?”

Casi todas las afirmaciones que se hacen en estos temas de salud deben
tomarse como generalizaciones y relacionadas con la mayoría de los casos.
Es perfectamente compatible una situación de sobrepeso con un buen estado
psicológico. Sin embargo, en este tema conviene que los padres no
confundan la falta de conciencia de problema de salud que tiene un niño de
su situación con la realidad. Existen algunos estudios que han comprobado
cómo muchos niños obesos no se perciben a sí mismos como tales, ni viven
su obesidad como un problema de salud. Aunque la niña se sienta feliz con
su aspecto, no significa que el sobrepeso no esté dañando sus articulaciones
o le esté configurando una adultez obesa. De igual forma los padres deben
estar atentos a ciertas relaciones que se dan en niños obesos, que para
contrarrestar situaciones de rechazo, son condescendientes con sus amigos
en muchas cosas, les dejan sus juguetes, les prestan sus cuadernos, etc.,
aparentando buenas amistades, cuando lo que hay es un aprovechamiento
injusto.

“Mi hijo Raúl tiene problemas de respiración, ¿puede ser debido a su


exceso de peso?”

48
Los problemas de respiración, así como los problemas para conciliar el sueño
o despertarse por la noche son más comunes en niños obesos que en los que
tienen un peso normalizado, por tanto es probable que ambos temas estén
asociados. No obstante, si dicha dificultad es permanente o muy acusada
convendría consultar al pediatra o médico de familia. Si el problema proviene
del sobrepeso se corregirá al reducir éste. Mientras tanto conviene que el
niño no esté expuesto a sobreesfuerzos que pudieran provocarle algún tipo
de insuficiencia respiratoria.

“Nuestra hija María de 11 años tiene evidente sobrepeso, pero cuando lo


hablamos con ella, lo niega. ¿Por qué tiene esta actitud?”

Que un niño niegue su sobrepeso u obesidad no se debe exclusivamente a


negar un problema que tiene, puede deberse a una verdadera falta de
conciencia de que lo que tiene puede ser algo problemático. Normalmente si
el sobrepeso no es muy excesivo no tiene por qué tener consecuencias
inmediatas y evidentes sobre la salud, que se representen como problemas
para él. A veces la conciencia de problema con el sobrepeso la adquieren los
niños a partir de los 8-9 años, si son criticados por su imagen o marginados
en juegos. Los padres deben hablar con el hijo –poco consciente de la
realidad de su situación–, evitando dramatizar y acomplejar al niño, pero
intentando que sea consciente de la realidad para poder mejorar. Si llegada la
adolescencia sigue teniendo evidentes problemas para reconocer su
verdadera imagen corporal, podría estar iniciándose un trastorno que debería
ser valorado por el psicólogo.

49
4

¿Por qué mi hijo es obeso?

Perspectiva actual

En nuestra cultura, hasta hace unas pocas décadas, se tenía muy clara la respuesta a la
pregunta ¿por qué existe la obesidad?: hay personas obesas porque esas personas comen
mucho.
Esta respuesta tan sencilla engloba dos ideas muy importantes que casi todo el
mundo asumía: que la obesidad era una cuestión de decisión, voluntad o control
personal, y que la obesidad se asociaba fundamentalmente a la ingesta excesiva. Durante
mucho tiempo, debido a estas ideas, se ha culpabilizado a las personas obesas de serlo
“porque quieren” o “porque no son capaces de controlarse lo suficiente”. Hoy día la
visión de la obesidad no es tan simple y se atiende a otras consideraciones para
explicarla.
Al menos, debemos tener en cuenta las siguientes cuestiones:

– Existen factores propios de la persona que son importantes en la determinación


de su peso y posible obesidad, por ejemplo, las tendencias heredadas de los
progenitores, o el entorno próximo en el que viva (hábitos familiares, por
ejemplo).
– Existen factores externos a la persona que son también importantes en la
determinación del peso y la posible obesidad, como son las tendencias sociales
y costumbres sobre alimentación, ocio y estilos de vida.
– Por ello debemos descartar el considerar que la obesidad tiene una causa única,
y menos todavía que se deba simplemente a una falta de control por las
personas que la sufren. Al parecer, la obesidad nace de una interacción de
factores sociales, personales, familiares, genéticos, etc. más allá de una simple
falta de capacidad para controlarse.

Conviene acercarse a la explicación de la obesidad con una “mentalidad abierta”, es


decir, no intentando buscar una causa única, sino asumir que la obesidad está multi-

50
determinada, y que según la persona de la que estemos hablando, unos factores tendrán
más importancia que otros. Desde esta perspectiva se aborda el siguiente apartado.

Causas de la obesidad

En este capítulo nos vamos a centrar en las posibles causas psicológicas de la obesidad,
fundamentalmente en su relación con los hábitos cotidianos. En el capítulo 9 de
ampliación de información se incluye un texto sobre la “la explicación de la obesidad”
(texto 2) que incluye información desde el punto de vista general y genético.

La obesidad como resultado de hábitos inadecuados

La explicación de la epidemia de obesidad que se extiende por los países occidentales se


encuentra en la universalización de ciertos hábitos alimentarios y en el sedentarismo. Si
entráramos a valorar cada caso concreto deberíamos entonces sopesar la influencia
hereditaria.
El gran interés de explorar qué hábitos están detrás de la obesidad es que los hábitos
se pueden modificar si se considera que no son adecuados, algo que por el momento no
podemos hacer con los genes heredados. Igualmente, es importante reflexionar sobre el
hecho de que los hábitos de alimentación y de práctica de actividad física se aprenden
bien o mal durante la infancia, en el entorno familiar, bajo la responsabilidad del padre
y/o la madre. Por tanto, deben tener especial interés los progenitores en conocer qué
hábitos de vida están detrás del sobrepeso, los cuales están en sus manos cambiar para
prevenirlo o reducirlo.
En un extenso estudio en población infantil española (EnKid, 2001), se observó que
los factores más relacionados con la obesidad infantil y asociados a hábitos eran:

– Ausencia de lactancia materna.


– Ingesta elevada de grasa.
– Consumo elevado de bollería, embutidos y refrescos.
– Bajo consumo de frutas y verduras.
– Sedentarismo.
– Ausencia de práctica de deportes.

Detengámonos un poco en estos factores, agrupándolos en dos grandes cateregorías:


nuevos hábitos alimentarios y vida sedentaria.

51
Nuevos hábitos alimentarios

Qué se come, cómo se come y en qué cantidad, sirven de buen guión para entender los
nuevos hábitos de alimentación. A continuación se ponen algunos ejemplos.

– ¿Qué se come? En muchos países, España es un buen ejemplo, se han ido


perdiendo buenas prácticas gastronómicas, como son las derivadas de la dieta
mediterránea (verduras, legumbres, frutas, pescado, aceite de oliva…) que se
han sustituido por el consumo de alimentos muy ricos en azúcares y grasas
(bollería industrial, patatas fritas, embutidos…). Costumbres poco latinas
como añadir mantequilla al pan, o condimentar todo con salsas mayonesa o
ketchup, han venido también a contribuir a este exceso de calorías.
Igualmente, se han ido popularizando como bebida habitual los refrescos, los
cuales aportan gran cantidad de calorías y pocos elementos nutrientes. Estos
cambios se han generalizado para detrimento de nuestra salud; los alimentos
que se están universalizando favorecen el sobrepeso, y a veces, una
alimentación desequilibrada en cuanto a nutrientes.
– ¿Cómo se come? La forma de comer también ha ido cambiando, y
lamentablemente para peor. Desde el punto de vista que nos ocupa, nuevos
hábitos se están extendiendo que favorecen el sobrepeso: renunciar a hacer un
buen desayuno por falta de tiempo (luego se comen bollos o golosinas para
compensar el hambre…), comer a gran velocidad, comer comidas
precocinadas, comer en restaurantes de comida rápida, cocinar cada vez
menos y encargar cada vez más comidas para casa, las cuales suelen ser muy
ricas en calorías (pizzas, comida china…), etc.

IDEA PARA RECORDAR

Según el Ministerio de Sanidad, el 8% de los niños españoles acude al colegio sin haber desayunado.

– ¿Cuánto se come? Si bien la cantidad de alimentos saludables que se comen ha


ido disminuyendo, la cantidad de alimentos ricos en grasas, azúcares, es decir,
en calorías vacías ha aumentado, y ya no sólo a nivel nacional, sino en cuanto
a lo que es una ración normal. Los refrescos se toman ya en botellas de medio
litro o de 750 cc, las hamburguesas con sus salsas han ido aumentando de
tamaño en los últimos años, si hace unos años en el cine sólo se comía
palomitas, hoy día se extiende la costumbre americana de ver la película
comiendo perritos calientes o nachos con queso, con grandes refrescos. Hace
también pocas décadas las chucherías y la bollería industrial eran caprichos
que se comían de vez en cuando o en cumpleaños. Actualmente, en muchos
niños, son alimentos comunes todos los días, y así podríamos ver un sinfín de
ejemplos de cómo cada vez se come más cantidad, pero de alimentos poco

52
saludables y favorecedores de la obesidad.

En cuanto a los hábitos alimentarios deberemos decir que muchos progenitores han
abandonado una buena práctica, que es la educación en los mismos. Muchos niños no
comen verduras o frutas porque se les ha permitido que terminen por aborrecer su sabor,
y para contentarles se les ha consentido acostumbrarse a comer otras cosas. Los hábitos
alimentarios se educan, y el ritmo de vida actual, junto a la disponibilidad económica para
adquirir otros alimentos sustitutos más “ricos de sabor”, están haciendo que los padres
olviden esta tarea educativa, facilitando así la aparición de la obesidad.

Vida sedentaria

El otro gran estilo de vida o hábito asociado al sobrepeso es el que se refiere a la


realización de actividad física, ya sea en la vida cotidiana, o como actividad deportiva
regular.
En España los datos son abrumadores, según la Encuesta Nacional de Salud hechos
públicos en 2005:

– La mitad de la población española encuestada (niños y adultos) reconocen que


no realizan ninguna actividad física en su tiempo libre.
– El 89% de los niños ven la televisión a diario.
– Un 45% de los niños pasan frente al televisor entre 1 y 2 horas diarias. Un 21%
entre 2 y 3 horas diarias, y un 9,3% más de 3 horas diarias.

A este respecto diremos que dos son las tendencias actuales en cuanto a los estilos
de vida relacionados con la actividad física. Una es la reducción de las actividades
cotidianas que requieren movimiento, como son: no bajar escaleras, no caminar para ir
de un sitio a otro, automatizar muchas tareas (como lavar el coche…), realizar
actividades de ocio que no requieren movimiento (ver televisión, jugar con videojuegos,
utilizar el ordenador…); y otra la falta de una práctica deportiva de forma cotidiana.
Este estilo de vida sedentario favorece el sobrepeso de forma contundente.

53
FIGURA 4.1. Los hábitos sedentarios, como ver excesivamente la televisión, favorecen el sobrepeso.

A modo de ejemplo, se reproduce el cuadro 4.1, donde puede observarse la relación


entre horas que se dedican a ver la televisión y la prevalencia de sobrepeso en una
investigación estadounidense. Entre los niños que más ven la televisión la prevalencia del
sobrepeso es mayor. Más de 1 o 2 horas de televisión al día tiene malos efectos sobre la
salud del niño, además de contribuir a su sobrepeso, reduce la realización de otras
actividades más educativas, creativas y socializantes.

CUADRO 4.1
Relación entre tiempo dedicado a ver televisión y prevalencia de sobrepeso en niños estadounidenses (citado en
Estudio EnKid, 2001)

Horas diarias viendo TV Prevalencia de sobrepeso


De 0 a 2 horas 11,6%
Entre 2 y 3 horas 22,6%
Entre 3 y 4 horas 27,7%
Entre 4 y 5 horas 29,5%
Más de 5 horas 32,8%

El hábito de ver la televisión de forma excesiva se ha asociado al aumento de la


obesidad infantil a través de diferentes mecanismos (Chueca, Azcona y Oyarzábal,

54
2002):

– Por el gran número de alimentos calóricos que se anuncian.


– Porque muchos personajes de televisión tienen unos hábitos alimentarios poco
sanos.
– Porque mientras se ve la televisión, se incrementa la probabilidad de tomar
aperitivos.
– Porque se sustituyen actividades de ocio más activas a cambio de la pasividad
de ver la televisión.

En los últimos años también se han asociado los malos hábitos de sueño con el
sobrepeso y la obesidad. Los niños que duermen menos y de peor forma tienen más
riesgo de ser obesos; los investigadores lo explican por la interacción de ambas
manifestaciones a través de las hormonas.
Resumiendo todo lo anterior, para explicar la obesidad debemos atender a:

– Tendencias heredadas.
– Hábitos alimentarios (qué, cómo, cuánto).
– Realización de actividad física cotidianamente junto a actividad deportiva de
vez en cuando.
– Hábitos saludables de sueño.

La explicación de la alta prevalencia de obesidad en la sociedad actual, se puede


asociar a los cambios poco saludables en los dos últimos aspectos enumerados.

La obesidad se refuerza a sí misma

Debemos avanzar un poco más en este intento de explicar las causas de la obesidad.
Hemos hecho referencias a cuestiones de herencia y a hábitos dentro del estilo de vida,
pero existen otras consideraciones que nos pueden ayudar a entender la obesidad. Vamos
a destacar aquí un factor que es muy importante: la obesidad se refuerza a sí misma. Es
decir, la obesidad tiene ciertas consecuencias que favorecen que se siga siendo obeso.
Comentemos tres formas por las cuales la obesidad se refuerza a sí misma.
Una que puede ser muy evidente es por sus efectos sobre la salud. La obesidad
puede generar por sí misma problemas músculo-esqueléticos (sobre todo dolores en
articulaciones) que van a favorecer el sedentarismo (por tanto, más ingesta y menos
gasto calórico) y con ello potenciar la obesidad y así crear un círculo insano (véase la
figura 4.2 para una interpretación gráfica de este planteamiento).

55
FIGURA 4.2. Consecuencias que refuerzan la obesidad: problemas de movilidad.

Otro efecto reforzante de la obesidad son los cambios que provoca en el propio
metabolismo, que favorecen a la propia obesidad, junto a la creación de más células
grasas (adipocitos), que se convierten en almacenes de grasa que esperan a que aparezca
para acumularla fácilmente. Existen períodos críticos durante la infancia en los que si el
niño es obeso creará más adipocitos que serán futuros reservorios de grasa, facilitando su
acumulación (véase figura 4.3). Ya se explicó este tema cuando se habló de los efectos a
largo plazo de la obesidad infantil.

FIGURA 4.3. Manifestación de la obesidad a nivel histo-fisiológico y efectos reforzantes.

El último efecto reforzante del que vamos a hablar es el que se debe a algunas
consecuencias psicológicas que tiene la obesidad, consecuencias que a la larga favorecen

56
que la obesidad se mantenga y/o se potencie. Nos centramos en el rechazo que muchos
niños obesos sufren por ser obesos, y por consiguiente, “diferentes a los demás”. La
percepción de este rechazo, en forma de burlas, desinterés, no dejar jugar, etc. puede
tener dos consecuencias negativas. Por una parte una reacción emocional negativa,
consistente en tristeza, ansiedad, lloros, incluso depresión; y una situación real de soledad
al encontrar dificultades para hacer actividades con los amigos o incluso hacer amigos.
Ante la reacción emocional de tristeza y/o ansiedad algunos niños pueden buscar
sensaciones placenteras que las contrarresten y disminuyan, y muchos las encuentran en
la comida. Comiendo dulces o golosinas pueden “ahogar” sus sentimientos negativos.
Evidentemente, ésta no es una buena forma de resolver el problema, pues lo que hace es
favorecer el sobrepeso y aumentar las posibilidades de rechazo y complicaciones
psicológicas.
La otra posible consecuencia del rechazo también puede potenciar la obesidad.
Aquellos niños que se sienten solos pueden buscar en la familia mayor protección, y los
progenitores pueden realizar acciones, en principio bienintencionadas para reducir el
malestar de su hijo, pero que no son muy adecuadas. Por ejemplo, criticar la actitud de
los otros niños pero justificar el sobrepeso y “normalizarlo”, o también hay familiares que
pueden incluso recurrir a la comida (dándole al niño ciertos caprichos) para intentar
reducir su malestar por sentirse solo. Ambas acciones de los progenitores terminan por
favorecer el sobrepeso.
Como hemos visto, son consecuencias de la obesidad que, mal dirigidas, terminan
influyendo en que ésta se mantenga en el tiempo o incluso aumente (puede verse una
interpretación gráfica de estos ejemplos en la figura 4.4).

Modelos multifactoriales en la explicación de la obesidad infantil

Visto todo lo anterior debemos llegar a una conclusión muy elemental: cuando vemos a
una niña “gordita” o un niño con sobrepeso, no podemos pensar que existe una causa
única y concreta que lo está provocando. La obesidad está relacionada con muchos
factores, y sólo cuando se deriva de una enfermedad primaria, podríamos decir que tiene
una causa única.
Se han comentado factores que explican por qué un niño es obeso, y que podrían
resumirse en tendencias hereditarias y estilo de vida (hábitos alimentarios y de actividad
física que mantiene en su vida cotidiana). Hemos destacado la importancia de la
educación y dinámica familiar, y también hemos visto que, a su vez existen factores que
explican que la obesidad tiende a perpetuarse en el tiempo porque tiene unos efectos
reforzantes al estilo de un “círculo vicioso”.

57
58
FIGURA 4.4. Consecuencias que potencian la obesidad infantil creando un círculo vicioso.

Cuando se realizan análisis de este tipo recurriendo a varios factores, se dice que
estamos ante un modelo explicativo multifactorial, de ahí el título de este apartado. Hoy
día, en salud se considera que casi todos los trastornos se explican mejor desde modelos
que hacen referencia a varios factores como responsables de que existan y que se
mantengan en el tiempo.
En la figura 4.5 se realiza una integración de varios de los factores implicados en la
explicación de la obesidad infantil, dentro de un modelo multi-factorial.

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FIGURA 4.5. Modelo multifactorial de explicación de la obesidad infantil.

Como puede verse en la figura 4.5, dicho modelo intenta relacionar muchos de los
factores que hemos estado analizando como posibles responsables de la obesidad.
Por una parte se asume que en la actualidad existen unas tendencias sociales
propiciadoras de la obesidad, son hábitos de alimentación, de ocio, de actividad física,
etc., que se promocionan a través de medios de comunicación, películas, juegos… y que
crean un campo propicio para que los niños desarrollen sobrepeso. La universalización de
estas tendencias puede ser la razón de que la obesidad infantil y adulta sea ya una
epidemia.
Pero, si bien todos los niños están sometidos a estas presiones negativas y
favorecedoras de la obesidad, no todos terminan por desarrollarla. Eso significa que
existen ciertas características individuales que matizan estas presiones y que desembocan
o no en conductas negativas. En el modelo hemos destacado tres características que
diferencian a unos niños de otros y que pueden ser, en última instancia, las responsables
de que terminen por tener sobrepeso. Una sería su tendencia heredada al sobrepeso, y la
otra los hábitos alimentarios y de actividad física existentes en su ambiente familiar y que
por tanto está aprendiendo y poniendo en marcha y, por último, una falta de adecuados
hábitos de sueño. Son tan importantes estos factores que podemos decir que un niño en
un ambiente familiar y educativo adecuado, donde está aprendiendo a ser crítico con las
presiones sociales, y está paralelamente adquiriendo buenos hábitos alimentarios y de
actividad física, podrá tener un desarrollo libre de sobrepeso por muchas tendencias
sociales en contra que haya. La adquisición de estos buenos hábitos de los que estamos
hablando, podrá incluso disminuir y neutralizar la materialización de la tendencia
hereditaria a engordar.
El modelo expuesto señala que la obesidad aparece porque todo lo anterior lleva a
mantener en el tiempo unas conductas insanas y pro-obesidad: comer mal en cuanto al
tipo de alimentos, comer en exceso (especialmente alimentos grasos y azucarados) y
tender al sedentarismo. Una vez que la obesidad ha hecho su aparición, genera en el
infante una serie de consecuencias (físicas y psicológicas) que pueden reforzar las
conductas negativas, haciendo que la obesidad se mantenga o vaya a más.
Terminamos con este modelo multifactorial nuestro repaso a las causas de la
obesidad, y terminamos afrontando la respuesta que planea sobre este tema: la obesidad,
¿cuestión de hábitos o de herencia? No existe una respuesta unívoca, pero podemos
contestar con varias conclusiones:

1. La obesidad no puede ser vista, como se hacía antaño, como una simple falta
de control en cuanto a lo que se come.
2. Existen importantes estudios sobre genética que están demostrando que se
puede heredar una tendencia a tener sobrepeso, tendencia que se desarrolla o
neutraliza en función de las experiencias vitales.
3. Existe una evidencia mundial de que dos grupos de hábitos, la alimentación y la

60
actividad física, están evolucionando hacia estilos de vida favorecedores del
sobrepeso.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

“Acabamos de tener un niño, y mi marido es obeso. ¿Existe mayor


probabilidad de que nuestro hijo lo sea?”

La obesidad infantil es consecuencia de muchos factores, en especial la


tendencia genética (tipo de metabolismo, mayor apetito…), los hábitos
alimentarios (qué se come, cuánto se come y cómo se come) y de los hábitos
de actividad física. El posible sobrepeso de un niño va a depender de la
influencia de los tres factores anteriores. Si un padre es obeso, o si lo son los
dos, es probable que influyan en el peso de su hijo, no sólo por vía genética,
sino fundamentalmente por los hábitos familiares de alimentación y actividad
física, que bien creados podrían neutralizar la tendencia hereditaria. Por todo
ello, sí que podemos señalar que existe una relación entre el peso de los
progenitores y el de sus hijos. Se ha comprobado que si uno de los
progenitores es obeso la probabilidad de que lo sean sus hijos es del 50 %,
pero si lo son los dos, la probabilidad se incrementa al 80%.

“Hemos observado que nuestra hija Laura come y hace la misma actividad
física que su amiga Edurne; sin embargo, nuestra hija está mucho más
gordita. ¿Cómo se explica esto?”

Si bien el peso está estrechamente relacionado con los hábitos alimentarios y


los hábitos de ejercicio físico, no debemos olvidar que el metabolismo de las
personas es diferente. Existen personas con un metabolismo más eficiente en
la quema de calorías, por ejemplo cuanta más masa muscular tenga la
persona en relación a su peso total, más eficaz es su organismo para
consumir “lo que come”. Esta capacidad del metabolismo proviene de
tendencias hereditarias, pero también de cómo se vaya madurando y
acostumbrado a dicho cuerpo; un cuerpo atlético y más musculado aun en
reposo es más eficaz que otro menos musculado. Las investigaciones
fisiológicas todavía no han explicado totalmente los mecanismos biológicos
que subyacen a estas diferencias entre personas.

“¿Existe alguna razón por la cual a los niños les guste tanto el azúcar o
los alimentos grasos?”

61
Nuestras células utilizan como energía la glucosa, que es a la sustancia que
se debe convertir gran parte de lo que consumimos para que las células
puedan aprovecharlo. El azúcar, a diferencia de otros nutrientes, se convierte
de forma inmediata en glucosa siendo, por tanto, una fuente de energía muy
rápida y eficaz, por lo cual nuestro organismo reconoce tan sabroso sabor,
porque es una fuente de energía muy rica. Con las grasas ocurre algo similar.
Al organismo requiere de grasas para almacenar nutrientes para el futuro,
pero también debemos saber que a través de las grasas donde los sabores de
los alimentos se potencian y saben más sabrosos. De sobra es conocido el
efecto potenciante del sabor de las frituras, que suelen gustar mucho a los
niños, pero de las que no conviene abusar.

“El hijo de unos amigos tiene obesidad, pero los padres no lo reconocen.
¿Puede ser un exceso de protección?”

Algunos padres entienden mal la protección que deben dar a sus hijos,
cayendo en lo que viene en denominarse “sobreprotección familiar” y que se
observa en algunos casos de obesidad infantil. Algunos padres creen que la
obesidad no es un verdadero problema o creen que no es de “buenos
padres” intentar controlar la comida de uno de sus hijos u “obligarle” a hacer
ejercicio. Otros padres saben que la única forma de que un niño adquiera
buenos hábitos alimentarios es cambiándolos ellos también, lo que les lleva a
ser reticentes a reconocer esta situación. Esta actitud proteccionista no es
adecuada, dado que no afrontar la obesidad en la infancia tiene importantes
riesgos para la salud del niño, y la educación correcta requiere a veces
comportamientos estrictos, que quizá requieren ciertos sacrificios a corto
plazo, pero buenos beneficios a corto y largo plazo.

“Nuestra hija Irache de 12 años duerme mucho, ¿puede por ello tener
mayor riesgo de sobrepeso?”

Contrariamente a lo que pudiera parecer, en los últimos años, varias


investigaciones han relacionado el sobrepeso con el dormir poco o mal. Los
niños que duermen menos de diez horas diarias, de media semanal, se
acuestan tarde o se levantan pronto, tienen más riesgo de ser obesos que
quienes tienen un hábito de sueño más regular y duradero. Ello se ha
asociado a que los malos hábitos de sueño alteran ciertas hormonas que
luego influyen en el apetito. Además, al dormir poco, se está durante el día
más cansado como para ser activo físicamente, y también al acostarse más
tarde y levantarse antes, se dispone de más tiempo para comer. Por todo
ello, es importante favorecer que los niños duerman lo suficiente.

62
63
5

Prevención de la obesidad infantil

Dedicamos un breve capítulo a la prevención de la obesidad infantil, dado que vamos a


profundizar más en los próximos capítulos en el planteamiento de una intervención en
caso de que ya exista dicha obesidad.
La prevención de la obesidad infantil se fundamenta en las siguientes ideas:

1. Generar en el repertorio conductual del niño unos buenos hábitos alimentarios,


que se traducen en comer las cantidades adecuadas, de los alimentos
adecuados y de la forma adecuada, según la edad y el tipo de actividad física
que se desarrolle.
2. Crear unos buenos hábitos de actividad física, tanto cotidiana como deportiva,
que se conviertan en rutinas habituales.
3. Conocer las tendencias hacia el sobrepeso que puede tener un infante, por sus
posibles influencias genéticas, y actuar con especial hincapié en esos casos, en
el desarrollo de los hábitos alimentarios y de actividad física.
4. Solicitar tempranamente la ayuda de un profesional de la salud (médico,
psicólogo…) en caso de presencia de obesidad a la que no se sabe atender
desde la familia, para prevenir su perpetuación y sus consecuencias negativas.

Para profundizar en los puntos que se acaban de exponer, los familiares interesados
pueden:

– Leer el texto 4 del capítulo 9, sobre necesidades nutricionales en la infancia,


donde pueden obtener información elemental sobre nutrición.
– Profundizar en algunos aspectos más psicológicos y comportamentales de la
alimentación en la infancia, sobre todo el papel de los padres y la creación de
buenos hábitos, que se exponen en este capítulo.

La información contenida a continuación, más la del texto 4 (capítulo 9), además de


servir para la prevención, será la base sobre la que desarrollemos un programa de

64
intervención en caso de presencia de obesidad, y por tanto a ella nos referiremos en
capítulos próximos.

Adquisición de buenos hábitos alimentarios

Pautas de alimentación según la etapa infantil

Lactancia

Es una etapa de crecimiento progresivo y rápido, con un importante aumento de talla y


peso. En pocos meses el peso del bebé se va duplicando, por lo que la alimentación debe
ser en cantidad y calidad adecuada para dar nutrientes a este desarrollo, pero no por ello
se debe sobrealimentar.
Algunos consejos alimentarios son:

– El mejor alimento durante los primeros meses de vida (hasta los 6) es la leche
materna, pues su composición es ideal para el desarrollo del bebé y el proceso
de alimentación materna establece unas pautas madre-bebé muy interesantes
desde el punto de vista emocional.

65
FIGURA 5.1. La lactancia materna es el mejor alimento para el bebé.

– La alimentación con leche materna previene el sobrepeso, proporciona defensas


al bebé, se adapta a las necesidades del crecimiento, etc. Con la leche materna
el peso del bebé puede crecer más lentamente que si le alimenta
tempranamente con leche artificial, pero este crecimiento es más sano.
– La lactancia natural tiene también algunos beneficios como que puede ser
proporcionada en cualquier lugar, sin requerir de una preparación especial, y
además económicamente no genera un gasto extra en la compra de lactancias
artificiales.

De los 6 meses a los 2 años

– A partir de esta primera etapa (5-6 meses) se puede ir haciendo una transición a
otro tipo de alimentación natural o artificial, transición que se realizará de
forma progresiva y observando las reacciones del bebé.

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– La nueva alimentación (biberones, papillas, alimentos triturados…) deberá ser
variada y equilibrada, y se evitarán enriquecerlos con azucares o miel, así
como añadir sal. Es ahora el momento para empezar a prevenir el sobrepeso,
con dos acciones sencillas: que la alimentación sea equilibrada y que no se
sobrealimente al bebé.
– A partir de los 9 meses las texturas de las papillas pueden ser más gruesas, y el
niño ya puede comer muchos de los alimentos habituales tal y como son
preparados para adultos.
– Conviene ir introduciendo un alimento nuevo cada vez, y ver cómo reacciona el
niño a ese alimento, teniendo especial cuidado en detectar reacciones
alérgicas. Es necesario tener paciencia e insistir con los alimentos nuevos, pues
sólo después de probarlos una docena de veces empezará una aceptación y
adaptación del gusto.
– La variedad de sabores servirá para ir educando el gusto del niño y
acostumbrándole a los sabores futuros de los alimentos sólidos. Es el
momento, por ejemplo, para que los sabores de las verduras se asimilen como
“sabrosos”.
– En esta etapa es necesario que los padres, diferencien las señales que emite el
bebé de hambre y de saciedad. Es muy habitual confundir lloros e inquietud
con hambre, y que se tienda a calmar al bebé dándole de comer. Para evitar
esta tendencia, dar la alimentación en la cantidad adecuada y no más, para ello
es muy importante seguir las pautas alimentarias que el pediatra habrá
señalado, así como los consejos que estamos exponiendo.
– En principio, respetar que el niño deje de comer cuando ya manifiesta que no
tiene hambre.

IDEA PARA RECORDAR

La leche materna es el alimento más completo, y de más fácil digestión, para los bebés de 0 a 6 meses. La
alimentación materna además de ser nutritivamente ideal, crea unos lazos emotivos madre-bebé muy
intensos.

Período preescolar y escolar (de 2 a 12 años)

A partir del año y medio a los niños ya se les puede enseñar a manejar algún tipo de
cubierto, habilidad que irán adquiriendo poco a poco, y con mucha paciencia de los
padres.
Si se crea un contexto adecuado de alimentación ello va a favorecer la adquisición de
buenos hábitos alimentarios, como por ejemplo que siempre se coma en el mismo lugar,
ante los mismos estímulos (baberos, tipo de cubiertos, asiento en la mesa, sin distractores
como la televisión, etc.).

67
El ritmo de crecimiento, entre los 3 y los 12 años, se desacelera aunque no se deja
de crecer, ganando igualmente peso todos los años, hasta 3 kg. Durante esta etapa, el
apetito puede sufrir variaciones, reduciéndose por ejemplo al principio de la etapa; es
normal y debe saberse esta circunstancia para no convertir la alimentación en una lucha
diaria.
En este período la alimentación no requiere de unas indicaciones especiales. Sí que
es muy importante para prevenir la obesidad, adquirir unos hábitos de alimentación sanos
(qué comer, cómo comer, cuánto comer), que si son instaurados firmemente servirán de
prevención del sobrepeso y la obesidad para toda la vida.

Pubertad

Dado que este libro se dirige a la etapa infantil, no dedicamos especial atención a la
adolescencia. Solamente señalar que en esta etapa se inicia de nuevo un desarrollo
corporal muy fuerte y en poco tiempo; ello va a requerir de nuevo mayores
requerimientos energéticos de la alimentación. Será muy importante el aporte de
proteínas que permitan el desarrollo corporal, y de hidratos de carbono para alimentar
esa energía típica de la adolescencia. Se cuidará especialmente el consumo de grasas para
prevenir sobrepeso, sobre todo conociendo la importancia que el aspecto físico tiene en
esta etapa de la vida.
Es también buen momento para prevenir hábitos alimentarios que pueden ser en este
momento una tentación, y que no deben ser habituales. Nos referimos a la comida rápida
en restaurantes donde comúnmente pueden reunirse los adolescentes, atraídos porque
están de moda y porque ofrecen precios asumibles para sus economías. Lo mismo
diremos de refrescos y bebidas famosas, atractivas por su publicidad, y ricas en azúcares,
que favorecen el sobrepeso.

¿Cuánto debe comer el niño?

Muchas madres y padres viven con la enorme preocupación de que sus niños coman lo
suficiente, para evitar desnutrición o que no crezcan adecuadamente. Con este afán de
alimentar bien, a veces las comidas se convierten en campos de batalla en el intento de
que el niño se acabe todo el plato.
En este sentido cabe exponer una propuesta de comportamiento alimentario que
difunde la Asociación Ellyn Satter, una entidad americana dedicada a la nutrición. Para
ellos una buena pauta de educación alimentaria es que los padres elijan qué se come,
cuándo y cómo, y que los niños decidan la cantidad. De esta forma si el niño no desea
terminar toda la comida preparada para él, no debe hacerse un intento de obligarle, sino
respetarle. Ahora bien, el niño no podrá comer de otra cosa posteriormente, aunque

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tenga hambre. Si el niño, al no comer bien en la hora de la comida, tiene hambre a mitad
de la tarde, podrá elegir comer la cantidad que desee pero de lo que los padres
establezcan: fruta, yogur, restos de la comida… no alimentos con calorías vacías que se
le pueden antojar para saciar su hambre, como bollería industrial, patatas fritas,
golosinas, helados, etc.

IDEA PARA RECORDAR

Para ciertos especialistas, los padres deben decir qué se come, cuándo se come y cómo se come, pero el
niño debe decidir si come y cuánta cantidad. De esta forma se crea una relación no conflictiva con la
comida, y se garantiza una alimentación sana.

Esta pauta es muy respetuosa con el comportamiento del niño, pero educativa en
cuanto a la calidad del tipo de alimentación, pues por una parte se respeta cuánto quiere
comer el niño, pero por otra se garantiza que lo que coma será siempre sano.
En el cuadro 5.1 se resumen algunas buenas pautas alimentarias recomendadas
desde este instituto:

CUADRO 5.1
Pautas alimentarias en niños según la Asociación Ellyn Satter. (Adaptado de Casanueva et al., 2001)

1. Los padres son responsables de:


• Seleccionar y comprar la comida.
• Preparar y ofrecer las comidas
• Regular el horario de las comidas.
• Ofrecer los alimentos de manera que el niño pueda manejarlos.
• Facilitar métodos de alimentación que el niño logre dominar.
• Hacer agradables las horas de las comidas.
• Apoyar al niño para que participe en las comidas familiares.
• Establecer ciertas reglas de comportamiento en la mesa.
• Determinar los lugares donde se come.
• Comprobar que no existan problemas de salud que interfieran con el apetito.
• No son responsables de cómo se transforma el cuerpo del niño.

2. El niño es responsable de:

• Comer o no.
• Decidir la cantidad que come.

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Educar el apetito y el gusto

Una idea importante que deben entender los progenitores es que muchos de los
comportamientos alimentarios que consideramos “automáticos” o “naturales” como el
apetito o el gusto, realmente son educables y pueden aprenderse bien o aprenderse mal.
Es éste un aspecto importante en la prevención de problemas con el comportamiento
alimentario, ya sea la obesidad u otros en la adolescencia, por lo cual es necesario
esforzarse en:

– Educar el apetito. Esto se consigue dando de comer sólo en los momentos


adecuados, dando tiempo a que aparezcan las sensaciones naturales de
apetito/hambre en los períodos en los que no se come y de saciedad durante la
comida. Manteniendo este comportamiento básico, el apetito aparecerá de
forma natural pero ordenado. Los padres que sobrealimentan a sus hijos en el
período entre comidas, terminan por alterar este proceso natural. También es
desaconsejable una comida muy rápida que no generará suficiente saciedad y
que provocará hambre al poco tiempo. Otro comportamiento contrario a este
objetivo es ceder al hambre de la mañana con golosinas o dulces, pues altera
el apetito con el que se llega a la comida, provocando que no se coma lo
previsto (que normalmente es alimentación sana y equilibrada) y que aparezca
de nuevo hambre a media tarde que se intenta contrarrestar con golosinas o
dulces. Es decir, el apetito se educa manteniendo buenos hábitos en la
distribución de la comida a lo largo del día, respetando los períodos sin comer
y los de comida.
– Educar el gusto. El gusto también se educa, y también se hace de una forma
muy sencilla. Y es acostumbrando al niño a comer de todo desde que se
empieza con la alimentación sólida a los 5-6 meses. El origen de muchos niños
malcomedores y caprichosos son progenitores que, por conseguir que los
niños coman, terminan por darle sólo de aquello que comen fácilmente, y
acaban por retirar grupos enteros de alimentos de su menú (sobre todo
verduras, hortalizas, legumbres…).

Actividad física en la infancia

La otra gran línea preventiva de la obesidad infantil es la adquisición paulatina de unos


hábitos de actividad física, que desarrollen y fortalezcan los músculos y el sistema óseo,
generando paralelamente un metabolismo basal más eficaz en el gasto de calorías.
Repasamos a continuación algunos aspectos y consejos preventivos, y dejamos para
capítulos siguientes un desarrollo más amplio de qué hacer en este sentido cuando la
obesidad ya está presente.

70
Durante el primer año de infancia

Durante los primeros meses se puede promover el desarrollo físico del niño a través de
una psico-estimulación, que incluya estímulos visuales, sonoros y físicos. Esto podemos
conseguirlo adaptándonos a la edad con acciones como las siguientes:

– Cambios de posturas.
– Masajes suaves en sus piernitas, brazos, estómago, espalda…
– Uso de sonajeros.
– Utilizar objetos de colores y con sonidos que atraigan su atención y le hagan
mover su cabeza.
– Estimularle a que agarre juguetes y objetos.

A partir de los 6 meses y hasta los 12 meses

– Sentarle en lugar seguro para que fortalezca la musculatura de la espalda y del


cuello.
– Permitirle que gatee y ruede por superficies limpias y seguras.
– Darle una pelota para que juegue rodando sobre ella.
– Conforme pueda levantarse, ayudarle a ponerse de pie, y conforme vaya
creciendo ayudarle a dar pasos.

Del primer año hasta el tercero

En esta etapa conviene que estimulemos dos grandes hábitos:

– La movilidad, caminando y portando cosas. Ayudarle a subir escaleras, hacer


pequeñas carreras, etc.
– La actividad física a través de juegos de movimiento, de esconderse, de tirar
objetos, patear un balón, bailar, etc.

A partir del tercer año

A partir de esta edad conviene que vayamos organizando actividades en familia que
favorezcan la actividad física, pero que paralelamente y conforme crezca el niño le
permitan actividades independientes. Algunos consejos al respecto, que habrá que
adaptar a la edad del infante, son:

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– Comprar juguetes deportivos que favorezcan la actividad física: balones,
triciclos, bicicleta, raquetas, etc.
– Frecuentar parques y columpios públicos, donde el niño, vigilado por sus
padres, además de realizar actividad física se socialice con otros iguales. A
partir de cierta edad los padres deberán valorar permitirle o no salir a la calle
solo.
– Realizar actividades en familia: paseos, excursiones, visitas a centros culturales,
etc.
– Control y reducción de actividades sedentarias como ver la televisión.
– Conforme el niño crezca hacerle partícipe de las tareas de la casa que requieren
actividad: ir de compras, barrer, recoger su habitación, lavar el coche, limpiar
el jardín, etc.
– Y finalmente una muy buena pauta de desarrollo físico, es la iniciación en
alguna práctica deportiva, ya sea en el entorno escolar, o en algún club
deportivo cercano al domicilio. Si esa práctica se realiza en familia, existe
mayor garantía de que el niño quede motivado con la actividad.

FIGURA 5.2. La práctica habitual de ejercicio es una de las mejores formas de prevenir la obesidad infantil.

72
PREGUNTAS Y RESPUESTAS

“He oído decir que dar biberón a los bebés favorece la obesidad infantil,
¿es cierto?”

Las afirmaciones absolutas suelen ser erróneas; no obstante se ha


comprobado que la lactancia materna natural es la alimentación más
beneficiosa para el bebé, y que los niños alimentados con preparados (leche
artificial, papillas…) tienen más riesgo de sufrir sobrepeso. Si por alguna
razón hay que dar de comer a un niño alimentos preparados se debe cuidar
en su elaboración no abusar de azúcares, sal, grasas, etc., que pueden hacer
el alimento más rico y sabroso, consiguiendo que se lo coma mejor el niño,
pero que favorecen el exceso de peso. Hay que seguir las indicaciones del
pediatra al respecto y así se evitará que el alimento preparado tenga efectos
negativos en el peso.

“Nos gustaría tener un conocimiento de lo que come nuestro hijo en el


comedor escolar. ¿Cómo podemos hacerlo?”

Aunque debemos dar importancia a la información que nos pueda dar el niño
de lo que come en el colegio, es conveniente utilizar medios más eficaces.
Algunos comedores escolares dependen de las Asociaciones de Padres y
Madres del centro escolar, por lo cual deberá dirigirse a dicha asociación para
que le informe de forma periódica de cuáles son los menús diarios en el
comedor escolar y bajo qué criterios nutricionales se elaboran. Si el comedor
depende del Consejo Escolar del centro, diríjase al director del colegio para
solicitar dicha información. En muchos centros escolares tienen la práctica
habitual de enviar por escrito a las familias el menú diario del comedor
escolar, con, incluso, recomendaciones para las familias de cómo completar
en la cena o durante el fin semana la alimentación, y así conseguir entre
todos una correcta alimentación en variedad y cantidad. Si la preocupación
es cómo come su hijo en el colegio, solicite una entrevista con el personal
encargado de la vigilancia en el comedor escolar para que le dé información,
o que ustedes le señalen sobre qué aspectos quieren que controlen la
alimentación de su hijo (que no coma postres de otros compañeros, que no
beba refrescos, etc.).

“Nuestra hija Marta de 10 años quiere que dejemos la báscula de peso a


su alcance para pesarse en ella, ¿es recomendable?”

73
El control del peso de los niños hasta que entren en la adolescencia
corresponde a los padres y/o pediatra. Conviene controlar dicho peso de
forma periódica para conocer la realidad del estado de salud en ese sentido,
pero no debe convertirse en una obsesión. En un plan de reducción de peso
infantil, un control semanal es suficiente. Uno de los síntomas de trastorno
de conducta alimentaria en la adolescencia, de especial vigilancia en niñas, es
su deseo de pesarse frecuentemente, muchas veces a diario (o incluso en
varias ocasiones en el día), por lo cual éste es un aspecto de gran
importancia familiar. Sería aconsejable que la báscula estuviera guardada, se
sacara en el momento de control del peso y se volviera a guardar, para evitar
usos problemáticos.

“Mi hijo Pedro de 12 años tiene como costumbre comprarse todos los días
un refresco en una máquina expendedora que hay en el instituto, ¿cómo
podría reducir esta conducta?”

La primera cuestión es preguntarse por qué necesita todos los días


comprarse un refresco: ¿lo utiliza como bebida para acompañar a la comida
o es simplemente un hábito sin ninguna necesidad? A veces ciertos niños
consumen refrescos “enganchados” a los azúcares que aportan y que les
permiten aguantar durante más tiempo tras una comida escasa, como un
desayuno insuficiente, o ante la falta de merienda. La solución pasa por
acostumbrar al niño a llevarse un botellín de agua desde casa. Hoy día
existen aguas con sabores (también se pueden preparar en casa) que pueden
ser atractivas para el niño y no llevan excesos de azúcar. En caso de que la
conducta siga siendo difícil de controlar se pueden plantear acciones más
expeditivas, como limitar la disponibilidad de dinero del niño, o incluso si la
máquina está dentro del instituto hablar con los responsables del mismo para
ver si podría sólo expender productos saludables.

“¿Debo prohibir a mi hija ciertos alimentos de forma tajante?”

Los especialistas en nutrición no diferencian entre alimentos “buenos” o


alimentos “malos”, sino entre alimentos más saludables o alimentos menos
saludables. No existe, por tanto, alimentos tabú. Entre los alimentos
considerados como menos saludables, por aportar gran cantidad de calorías o
sólo un tipo de nutriente, se encuentran los refrescos, las golosinas, los
dulces, las patatas fritas, los snacks, etc. Con respecto a estos alimentos no
conviene prohibirlos, sino limitarlos a momentos concretos, que no se
conviertan en habituales de todos los días. No procede utilizarlos como
premios para conseguir otras cosas, es decir, si la niña se porta bien en el

74
colegio o si hace una tarea en casa, no premiarla con dulces o golosinas;
práctica que ha sido común en generaciones anteriores.

“Tenemos un hijo de 8 años con sobrepeso, nos cuesta mucho quitarle de


comer ciertos alimentos porque lo pasa mal. ¿No sería mejor esperar a la
adolescencia para ver si se estira o se implica él mejor?”

Conviene actuar lo antes posible en el sobrepeso. Cuanto más tiempo esté un


niño con sobrepeso más difícil es su tratamiento, y más riesgo existe de que
se prolongue en el futuro; un adolescente obeso será probablemente un
adulto obeso. Si el niño “sufre” cuando se le reducen ciertos alimentos, la
clave estará en que el resto de la alimentación sea, en cantidad y
composición, lo suficientemente rica para que compense su apetito. Pueden
utilizarse alimentos ricos en fibras (cereales, verduras fibrosas, frutas…) que
le sacien sin aportar muchas calorías. La ociosidad también suele ser causa
de momentos donde aparece la necesidad de comer, más por aburrimiento
que por apetito, por lo cual si se plantean actividades para ocupar el ocio, se
puede conseguir evitar la sensación negativa de “hambre”: actividades
deportivas, excursiones, visitas, juegos en familia, compras…, son algunos
ejemplos de acciones que se pueden realizar.

75
6

¿Cómo puedo reducir la obesidad de mi


hijo?

Asumir la obesidad como un problema de salud importante

A estas alturas del libro, este apartado podría parecer superfluo, pues hemos explicado
largamente que la obesidad es una enfermedad, ya una epidemia según la Organización
Mundial de la Salud, y que conlleva muchísimas complicaciones para la salud física,
además de generar problemas de orden psicológico y social.
No vamos a insistir en esos aspectos, y quien haya empezado a leer el libro por aquí,
le recomendamos la lectura de los capítulos 3 y 4.
De lo que conviene tratar aquí es de uno de los obstáculos más importantes que
pueden ocurrir en la prevención y el tratamiento de la obesidad infantil, y es la siguiente
idea, todavía arraigada en algunos entornos culturales y en ciertas personas: que la
obesidad no es un problema que requiera especial atención. Respecto a la obesidad
infantil algunos de los mitos erróneos que todavía se mantienen y que conviene erradicar
son:

1. La obesidad infantil no es una enfermedad, es un estado temporal del niño o la


niña, y cuando llegue a la adolescencia ya dará el estirón y adelgazará por sí
mismo.
2. Los niños gorditos y las niñas gorditas son más alegres que sus compañeros y
se les ve más felices.
3. Controlar la comida a un niño que tiene más hambre es un acto poco humano,
y no es propio de un buen padre.

Fundamentadas en ideas erróneas y falsas como las anteriores, muchas familias se


tapan los ojos, y prefieren dejar pasar el tiempo, y no actuar sobre el posible sobrepeso
de su hijo.
Debemos por tanto afirmar con rotundidad que ideas como las anteriores son falsas,

76
y que la obesidad infantil es una enfermedad que puede y debe prevenirse y tratarse lo
antes posible, y que en modo alguno está demostrado que los niños gorditos sean más
felices que los no gorditos.
Las reacciones de un paternalismo mal entendido, como el no querer hacer sufrir al
hijo controlando la alimentación, debe superarse pensando que pequeños esfuerzos en
ciertas etapas proporcionarán a la larga beneficios mayores para la salud física y
psicológica.
En este sentido debemos también alertar de que algunas familias se esconden en
argumentos falaces, como los expuestos más arriba, para evitar tener que comprometerse
ellos también con la intervención. Como ya hemos visto, algunas de las causas de la
obesidad infantil son patrones familiares: tipos de comida, cómo se come, actividad
física… El asumir que se tiene un hijo obeso requiere muchas veces realizar cambios en
la vida de toda la familia, y la resistencia a estos cambios puede ser la razón para quitar
importancia a un problema serio.
Por tanto, el primer paso para tratar la obesidad de un hijo, es asumir que la
obesidad infantil es un problema de salud muy importante y que debe intervenirse sin
dilación; esta asunción debe hacerse sin reservas y por parte de los dos progenitores (o
tutores si es el caso).

¿Un problema de la familia o sólo del niño?

Asumida la obesidad como una enfermedad importante que debe tratarse, la segunda
cuestión que deben analizar los progenitores es si se trata de un problema de la familia o
sólo del hijo. Evidentemente todo lo que le ocurre a un hijo incumbe a la familia, y se
convierte en un problema de todos. Pero aquí la pregunta tiene otro sentido, y va dirigida
más a analizar si las causas de la obesidad del niño, tanto en su origen como en su
mantenimiento, se deben exclusivamente a cuestiones individuales del pequeño o está
implicada toda la familia.
Veamos un caso extremo muy claro. Si una niña tiene un problema médico, y está
tomando medicamentos que le hacen engordar, estamos ante una obesidad secundaria
cuyo origen es de naturaleza exclusivamente individual y no familiar. Aun en este caso
deberemos plantearnos que la mejora de esa obesidad, seguramente pasa por un
compromiso también familiar.
El otro extremo sería una familia en que progenitores e hijos son todos obesos, y sus
hábitos alimentarios y de actividad física promueven el exceso de peso. En este caso no
tendría sentido plantearse intervenir en la obesidad de uno de los hijos, atendiendo
exclusivamente a él, sino que, evidentemente, es un problema de toda la familia.
Entre ambos casos extremos se sitúan la mayoría de las familias, y por tanto la idea
que se debe resaltar es que la obesidad infantil es un problema que se sitúa en el plano
familiar, teniendo sus orígenes en tendencias genéticas y en hábitos adquiridos en la

77
familia y/o mantenidos en la familia: tipo de alimentación, hábitos de alimentación,
actividad física enseñada y promovida, rutinas de ocio familiares, etc.
Por ello, a la hora de plantearse una intervención en el tratamiento de la obesidad de
uno de los hijos, la segunda cuestión que deben asumir los progenitores (la primera era
asumir la obesidad como una enfermedad real y tratable) es que la intervención
probablemente deba realizarse con toda la familia, y que supondrá cambios y esfuerzos
para todos, no sólo para el afectado en cuestión.

¿Está sirviendo la obesidad para algo?

Antes de iniciar un plan de intervención para la reducción de la obesidad infantil, los


progenitores deberían intentar reflexionar y contestar a la pregunta de si la obesidad está
sirviendo para algo en la familia, si tiene alguna función. En psicología, se llama ganancia
secundaria a los efectos positivos que se consiguen a través del mantenimiento de una
enfermedad. Por ejemplo, un niño puede “querer” estar enfermo de “algo” porque así
consigue la atención de su madre; un ligero dolor abdominal puede convertirse así en un
dolor que no cesa, pero lo que mantiene el dolor es la atención materna. Algunas familias
sin ser muy conscientes de ello, pueden encontrar en la anorexia nerviosa de una hija el
único elemento común que les une, pues la familia se ha desestructurado y tener un
problema común que afrontar les genera unión. Lamentablemente, la acción protectora
familiar puede en este caso perpetuar el trastorno más que curarlo, pues el trastorno tiene
una función.
En el caso de la obesidad de un hijo también podemos encontrar casos en los que
dicha obesidad está en parte mantenida porque sirve para otros fines. Por ejemplo:

– La alimentación utilizada para calmar otros problemas. Ante problemas de


índole familiar, alguno de los progenitores puede intentar compensarlos con
conductas poco saludables: comprar golosinas, dar dulces, helados, llevar al
niño a restaurantes de comida rápida, etc. A veces la comida se utiliza como
sustituto de cariño o del tiempo que no se le ha podido dedicar al niño.
– Existen niños que utilizan la comida para manejar situaciones y poder comer
sólo lo que les gusta, si no, no comen nada, y se ponen llorones o agresivos.
En algunos casos tenemos niños menos peleones, pero obesos.
– La obesidad del niño como enfermedad es el único tema que une a unos
progenitores de una pareja desestructurada. El hablar de ese tema, el ir al
pediatra, el tener que hablar con la psicóloga del colegio, etc. se convierten en
las únicas actividades que se hacen ya en pareja; de forma inconsciente la
obesidad del niño “le está viniendo bien” a la pareja.

Si la familia descubre que la obesidad del hijo está cumpliendo una función en la
dinámica familiar, deberá ser tratada esta función como prioritaria antes que otras

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cuestiones. Por ejemplo, si uno de los progenitores quiere compensar su falta de tiempo
con su hijo, deberá hacerlo con acciones sanas, no promoviendo hábitos enfermizos.

Estrategias para reducir el sobrepeso o la obesidad de mi hijo

Establecimiento de un plan

En este apartado vamos a proponer un plan para reducir el sobrepeso y obesidad de un


niño. El planteamiento se fundamenta en los principios de intervención de la psicología
de la salud.
En el cuadro 6.1 se recogen los pasos o fases que incluye este plan. Los tres
primeros pasos ya han sido comentados en los apartados anteriores de este capítulo. A
continuación iremos analizando los siguientes puntos, comenzando por el cuarto, sobre
evaluación.

Primero evaluar: ¿qué está ocurriendo para que mi hijo tenga sobrepeso o
sea obeso?

Casi todos los progenitores saben si tienen un hijo con sobrepeso u obesidad, y saben de
forma genérica que se debe a problemas con la alimentación y el ejercicio físico. Pero
esta información tan difusa no nos ayuda a remediarla. Hacer intentos descoordinados y
no mantenidos en el tiempo para cambiar “malas costumbres” no suelen dar buen
resultado. Vamos, por ello, a plantear otra forma de hacer las cosas, que requiere un
poco más de esfuerzo y paciencia, pero que es mucho más efectiva.

CUADRO 6.1
Tratamiento de la obesidad desde la familia.

1.º Asumir la obesidad como una enfermedad importante y tratable.


2.º Asumir que el tratamiento de la obesidad de un miembro de la familia afecta a toda la familia y requiere
el compromiso y esfuerzo de todos sus miembros.
3.º Descartar que la obesidad no está cumpliendo una función para algún miembro o para la familia y que es
la causa por la cual se mantiene.
4.º Realizar una evaluación de la obesidad y de los hábitos de alimentación y de actividad física.
5.º Descartar un problema médico que esté causando la obesidad.
6.º Realizar un plan de intervención.
7.º Iniciar la modificación de tipos de alimentos.

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8.º Iniciar la modificación de hábitos alimentarios.
9.º Iniciar la modificación de hábitos de actividad física.

Antes de iniciar ninguna acción para reducir el peso, vamos a realizar una evaluación
de la situación. Con esta evaluación debemos:

1. Conocer si el niño o la niña tiene o no problemas de exceso de peso, y, si los


tiene, en qué grado; es importante saber si tiene un sobrepeso ligero o si tiene
una obesidad peligrosa. Este dato nos permite hacer propuestas de trabajo más
realistas y adecuadas. Por ejemplo, la actividad física no puede ser igual de
exigente para alguien con ligero sobrepeso que alguien con una obesidad
importante y limitadora.
2. La evaluación debe servir también para detectar qué hábitos poco saludables
están detrás del sobrepeso-obesidad, para poder hacer una intervención más
adecuada, incidiendo en aquellos aspectos más deficientes.

Para el primer objetivo, se debe seguir el planteamiento del capítulo 2, midiendo al


niño y pesándolo, y conociendo su edad, determinar el IMC y, acudiendo a las tablas
expuestas, conoceremos si tiene un peso normal, tiene sobrepeso u obesidad, y de qué
grado. Para hacer un seguimiento de este dato, puede utilizarse un modelo como el que
se expone en el cuadro 6.2. En la primera fila se señalan los datos correspondientes a la
fecha de la primera valoración, y luego se rellena una fila cada 7 días, y si la intervención
está siendo efectiva, se va ampliando el período a dos semanas, un mes, etc.

CUADRO 6.2
Modelo de registro para el seguimiento del estado físico

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Para el segundo objetivo, el de analizar hábitos de vida relacionados con el peso,
dirigiremos la atención hacia los dos hábitos implicados en la obesidad: los alimentarios y
los de actividad física. La evaluación se realizará recogiendo información a lo largo de
una semana. Para facilitar dicha recogida se propone una hoja de registro como se indica
en el cuadro 6.3.
Es muy importante ser exhaustivo en la recogida de la información, pues nos servirá
para diseñar mejor la intervención. Para ello no sólo habrá que contar con la información
que se pueda observar directamente, sino que quizá convendrá preguntar a hermanos,
compañeros del colegio, compañeros de actividades extraescolares.
Algunas recomendaciones para rellenar la hoja de registro son:

– Ser exhaustivo, señalar toda la información. Detallar todo lo que incluía el


desayuno; si por la mañana comió algún tipo de bocadillo, bollo, golosina,
anotarlo; igual con la hora de la comida; durante la tarde, etc., y así durante
todo el día. Hacer lo mismo con la actividad física. Aquí se indicará la
actividad física deportiva pero también la habitual: si caminó para ir a algún
sitio, si cogió transporte urbano, si estuvo durante toda la tarde sentando
estudiando o viendo la televisión, etc.

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– También es muy importante cómo se hicieron las comidas. No sólo anotar qué
comió, sino si lo hizo solo, en familia, con amigos, etc.
– Puede ser interesante anotar también detalles importantes asociados, por
ejemplo, si un día estaba triste porque tuvo malos resultados académicos, si
un día terminó con especial hambre el día, etc.

¿Cómo interpretar la información obtenida? Con la información de una semana (de


dos sería más completa) debemos obtener información que nos permita aplicar el plan de
trabajo de una forma más eficaz. Para ello, analizando las hojas de registro, debemos
responder a estas preguntas y reflexionar al respecto:

CUADRO 6.3 Hoja de registro de hábitos

82
83
a) Calcular aproximadamente cuántas calorías está ingiriendo el niño. Para ello se
puede utilizar la información del texto 4 del capítulo 9: ¿para la edad del niño,
la cantidad de calorías diarias es la adecuada? Hasta 6 meses, 650 calorías; de
6 meses a 1,5 años, 950 calorías; de 1,5 a 4 años, 1.250 cal; de 4 a 6 años,
1.700 cal y de 6 a 10 años, 2.000 cal.
b) ¿La distribución de la cantidad de comida que come el niño a lo largo del día es
equilibrada en el desayuno, comida, merienda y cena?
c) ¿El tipo de alimentos que come el niño respeta los grupos y cantidades
saludables? Véase al respecto la figura 9.6 (capítulo 9).
d) ¿Está haciendo el niño actividad física regularmente? ¿Hace varios días a la
semana alguna actividad deportiva? ¿Tiende a realizar excesivas actividades
sedentarias: ver la televisión, juegos informáticos, estudiar, etc.?
e) ¿Existen comportamientos repetitivos que pueden ser motivo de malos hábitos?
Por ejemplo, si siempre que come golosinas lo hace con cierto amigo, o si ve
más horas de televisión los días que se queda a cuidarle la abuela, o si cena
mucho los días que ha tenido actividad deportiva, etc.
f) Poner en relación el análisis anterior con los comportamientos del resto de la
familia. ¿Los otros miembros de la familia respetan los principios de una
alimentación saludable: distribución de comidas a lo largo del día, alimentos
equilibrados, cantidades adecuadas? ¿Los otros miembros de la familia crean
un ambiente favorecedor de la actividad física o tienen comportamientos muy
sedentarios que arrastran al niño obeso?

Con el análisis de la información obtenida por la hoja de registro, se pueden llegar a


varias conclusiones. A continuación comentamos algunas de ellas; éstas que exponemos
son además el fundamento de un plan de intervención que se expondrá más adelante:

1. El niño o la niña tiene unos hábitos alimentarios y de actividad física


adecuados, en cuanto a cantidad, calidad y distribución, sin embargo presenta
sobrepeso u obesidad. En este caso, si el sobrepeso es ligero deberemos
considerar que su metabolismo no es muy eficiente y aun alimentándose bien
y haciendo ejercicio físico regularmente tiende a acumular grasa. Este niño o
niña se beneficiará de un plan de intervención no excesivamente estricto. Sin
embargo, si el análisis está bien hecho y lo que presenta el niño o la niña es
obesidad, aun teniendo buenos hábitos alimentarios y de actividad física,
deberemos plantearnos una revisión médica que descarte que la obesidad no
se debe a otra enfermedad.
2. La segunda posible conclusión del análisis de la hoja de registro, y la más
probable, es que la alimentación y hábitos alimentarios no son los adecuados.
A esta conclusión llegamos si se observan alguno de estos datos o varios de
ellos:

84
– La cantidad de alimentación es excesiva en cuanto a calorías ingeridas al
día.
– No se hace una distribución adecuada de la ingesta a lo largo del día (25%
desayuno, 30-40% comida, 10-15% merienda, 20% cena)
– El tipo de alimentos no tiene una distribución saludable, según la pirámide
de alimentación (figura 9.6).
– Se abusa de alimentos calóricos y pobres nutricionalmente: bollería
industrial, golosinas, dulces, helados, refrescos, etc.
– No se respetan buenos hábitos alimentarios: comer acompañado,
desayunar pausadamente, realización de comidas variadas, abuso de
comidas rápidas y precocinadas, uso de bollerías como sustitutos de
otros alimentos en almuerzos o meriendas.
– Existen excesivos acontecimientos especiales (cumpleaños, fiestas,
aniversarios, etc.) que se celebran con comidas cargadas de calorías:
pasteles, golosinas, refrescos, etc.

IDEA PARA RECORDAR

Las causas de la obesidad de un niño que no tiene gran independencia para moverse (por ejemplo menor
de 2-3 años) serán fundamentalmente debidas a pautas de alimentación y comportamientos alimentarios de
los progenitores (y por supuesto, a su metabolismo heredado). Sin embargo, en un niño mayor, con
independencia de la movilidad, las causas estarán asociadas al comportamiento alimentario y a la
inadecuación de la cantidad y el tipo de actividad física, que ya dependen de su voluntad y hábitos.

3. Otra posible conclusión al análisis de la hoja de registro, que puede ser la pauta
errónea principal o complementaria a la anterior, es que los hábitos de
actividad física no son adecuados. Eso sería así si se dan algunas de las
siguientes consideraciones o varias de ellas:

– El niño no realiza ninguna actividad deportiva durante la semana, o si


realiza alguna es de carácter sedentario (juegos de mesa como el ajedrez,
por ejemplo). También puede realizar alguna actividad deportiva pero de
forma muy escasa, por ejemplo, sólo durante el horario escolar en la
asignatura de actividad física.
– El niño siempre se desplaza al colegio, a sus actividades extraescolares, a
visitar a familiares en transporte público o en el coche.
– El niño durante su tiempo de ocio fundamenta sus actividades en
comportamientos sedentarios como dedicar mucho tiempo a ver la
televisión en el sofá, pasar muchas horas jugando a los videojuegos
sentado, estar mucho tiempo en el ordenador sentado haciendo
actividades escolares, etc.

4. De la información obtenida en la hoja de registro, y de la reflexión sobre las

85
posibles causas del sobrepeso del niño podemos deducir si existen ciertas
situaciones que se repiten y que son propicias para el desarrollo de hábitos
poco saludables en relación con la adquisición de sobrepeso. Siguiendo
algunos principios de psicología del aprendizaje, sabemos que las conductas –
las adecuadas como comer sano o las inadecuadas como comer dulces en
exceso–, se producen en presencia de ciertos estímulos que las provocan, y se
vuelven a repetir si la consecuencia de dichas conductas ha sido positiva, y
tiende a desaparecer cuando éstas no tienen consecuencias o son negativas.
Detectar esos estímulos que provocan las conductas de alimentación
inadecuada o las tendencias al sedentarismo, así como detectar las
consecuencias de estas acciones que están provocando su mantenimiento,
sería muy interesante para poder actuar en la obesidad. Para ayudar en este
sentido, en las figuras 6.1 y 6.2 se hace una interpretación gráfica de lo que
estamos comentando, y a continuación se exponen las preguntas que podemos
utilizar en el análisis.

FIGURA 6.1. ¿Cómo analizar los comportamientos alimentarios?

86
FIGURA 6.2. ¿Cómo analizar los comportamientos de actividad física?

– ¿Existen algunos estímulos/situaciones que provocan conductas poco


saludables de forma repetida? Por ejemplo: siempre que viene cierto
familiar trae golosinas o dulces; los martes y los jueves, que tiene cierta
actividad extraescolar muy estresante intenta compensar dicha ansiedad
comiendo dulces cuando llega a casa, como no hay nadie en casa a
ciertas horas lo que hace es tumbarse en el sofá a ver la televisión,
porque nos lo ha contado, etc.
– Otra pregunta que nos podemos hacer es si existen ciertas consecuencias,
tras una conducta poco saludable, que la refuerzan para un futuro. Por
ejemplo, como no hace actividades deportivas extraescolares se evitan
posibles críticas, así refuerza que “ha estado bien” no hacer dicha
actividad; o al comer golosinas y dulces debido a un mal día en el colegio
se reduce la ansiedad, y eso favorece que se siga utilizando dicho
consumo para reducirla en el futuro.

5. Probablemente los progenitores cuando analicen las hojas de registro del


comportamiento alimentario y de la actividad física habitual de su hijo con
sobrepeso u obesidad, lo que descubrirán es que confluyen diversas razones
que explican dicho exceso de peso: una combinación de malos hábitos
alimentarios y de escasez de actividad física, por lo que cualquier
intervención, deberá dirigirse en varios campos diferentes.

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¿Puede existir alguna otra razón para justificar el exceso de peso? Ya hemos
señalado que una obesidad puede ser secundaria a otra enfermedad, y que en ese caso
convendría una valoración médica y tratar prioritariamente dicha enfermedad (véase el
capítulo 2 para más información).
También podemos deducir que el exceso de peso se debe a una cuestión genética,
pues toda la familia tiene sobrepeso. Ante este hecho debemos asumir que los genes no
se pueden modificar, pero que sabiendo que existe esa predisposición puede ayudarnos a
plantear la prevención, es decir, desde que el niño nace cuidar especialmente la
alimentación y promover la adquisición de hábitos de ejercicio físico para contrarrestar
esa predisposición genética y evitar un sobrepeso peligroso.

¿Y los hábitos de los demás miembros de la familia?

Además de registrar los hábitos alimentarios y de ejercicio físico del niño o niña en
cuestión, debemos pensar qué influencia tienen los hábitos alimentarios y de ejercicio
físico del resto de los miembros de la familia, porque quizá las propuestas de cambio
para tratar la obesidad infantil no deban ser sólo para el niño en cuestión, sino para todos.
Si los miembros de la familia son sedentarios, es normal que el niño tienda a imitar
dichos comportamientos, y que no se sienta motivado ni apoyado para hacer más
ejercicio. Si el padre se pasa horas y horas sentado en el sofá viendo televisión, no debe
extrañarnos que el niño quiera hacer lo mismo, y no vea como algo interesante practicar
deporte. Si la madre, que vive en un segundo piso, siempre coge el ascensor, y va a todas
partes en coche, no es sorprendente que el niño quiera hacer lo mismo.
Si los padres comen fundamentalmente alimentos precocinados y/o fritos, y pocas
veces verduras y hortalizas, no puede extrañarnos que la niña con sobrepeso tenga
también esos hábitos alimentarios, y no podremos en modo alguno plantearnos seguir con
dichas prácticas y pretender que la niña coma diferente por su bien.
Es decir, que debemos evaluar también las prácticas de toda la familia y entender
que el comportamiento de uno de sus miembros está influido y determinado por el
comportamiento de los demás. Y por supuesto, si vamos a hacer un plan de cambio de
hábitos de uno de los miembros para mejorar su salud, debemos asumir que sólo con la
intención de cambiar y ajustar todos los miembros a su comportamiento, se podrá hacer
una intervención eficaz.
Terminemos con otro ejemplo común. Si intentamos intervenir reduciendo la
cantidad de dulces que come un hijo con sobrepeso, y resulta que una hermana sin
sobrepeso come delante de él, o cuando van de compras, dicha hermana puede
comprarse golosinas, será tremendamente difícil que consigamos modificar de forma
estable el comportamiento del niño en cuestión.

88
La evaluación es por tanto muy importante

Para finalizar todo lo anterior centrémonos en dos aspectos importantes de la evaluación


de los hábitos alimentarios y de actividad física del niño con sobrepeso y del resto de la
familia, y es que después de todo el análisis debemos tener suficiente información como
para responder a estas dos preguntas:

– ¿Qué conductas alimentarias y de actividad física son inadecuadas?


– ¿Cuándo y por qué se están provocando y manteniendo dichas conductas
inadecuadas?

Si disponemos de respuestas para esas dos preguntas, hemos hecho bien el análisis y
podemos afrontar con mayores garantías de éxito la siguiente etapa en esta propuesta de
intervención.
Deberíamos finalizar todo este proceso de indagación de las causas del sobrepeso u
obesidad del niño en cuestión poniéndolas por escrito en un cuaderno dedicado a este
asunto. El hecho de escribirlas nos puede ayudar a concretar mejor el problema y a
afrontarlo mejor. Este cuaderno lo iremos completando con anotaciones e información
que se planteará más adelante. Una forma de ir escribiendo e incorporando información
es utilizar una hoja como la expuesta en el cuadro 6.4. Ahora podríamos completar la
columna primera y segunda; la información para complementar las columnas siguientes,
la obtendremos siguiendo las recomendaciones de los próximos apartados.

Diseñar un plan de intervención

Una vez que hayamos detectado en nuestro caso cuáles son las posibles causas del
sobrepeso, debemos hacer un plan de intervención para ser más rigurosos en su
aplicación, y no solamente hacer acciones puntuales y descoordinadas. Si el niño tiene
cierta edad (a partir de 6 años) podemos hablar con él del problema y explicarle con
palabras, expresiones y ejemplos adecuados para su edad, que vamos a cambiar ciertas
cosas a partir de ahora y por su bien. El niño entenderá mucho mejor los cambios si
observa que es un compromiso de todos los miembros de la familia y que todos están
también haciendo ese esfuerzo de cambio.

Objetivos

¿Qué objetivos va a tener nuestro plan? Va a depender del caso, y fundamentalmente de


lo que hayamos observado y concluido a través de la información registrada, tal y como

89
se ha explicado en el apartado anterior. Dado que aquí nos referimos a casos generales,
vamos a exponer unos objetivos generales válidos para todos, y que habrá que ajustar en
cada situación, haciendo hincapié en los aspectos más deficientes, y menos en los que no
lo son.

CUADRO 6.4 Hoja para anotar información del plan de intervención (se ha añadido un ejemplo en la primera fila)

90
91
1. ¿Cuál es el objetivo principal? Aunque el exceso de grasa o peso es nuestro
indicador del problema de salud, no debemos considerar que el objetivo
principal del plan es la reducción del peso, eso debe ser la consecuencia
necesaria de un objetivo mejor planteado desde el punto de vista de la salud, y
que podría ser : modificar aquellos hábitos de alimentación y de actividad
física inadecuados, e instaurar unos nuevos hábitos más saludables que
permitan una mejor calidad de vida (reducción del peso, mejor auto-
imagen, mejor relación con los demás, etc.).
2. Aun sin ser el objetivo principal la reducción de peso, debemos tener una
referencia. Para ello deberemos establecer para la edad y altura del niño un
peso adecuado, por debajo del cual se considerará conseguida la reducción del
sobrepeso. ¿Cómo determinamos esto? Podemos utilizar los datos del capítulo
2. Veamos dos ejemplos:

– Ana, que tiene 9 años y mide 1,43 m convendría que estuviera por debajo
del percentil 75, (según el cuadro 2.3), eso corresponde con un IMC de
18,5 (según el cuadro 2.5), que traducido a peso significaría:

Peso= IMC × Altura2 ; Peso= 18,5 × 1,432= 37,8 kg.

– Jorge, que tiene 9 años y mide 1,39 m, convendría que estuviera por
debajo del percentil 75 (según el cuadro 2.3), eso corresponde con un
IMC de 18 (según el cuadro 2.4), que traducido a peso significaría:

Peso = IMC × Altura2 ; Peso= 18 × 1,392 = 34,8 kg.

Hay que tener cuidado con la duración del plan. Si estamos calculando un peso para
un niño de 8 años, y el plan de instauración de nuevos hábitos y reducción del peso dura
un año o más, habrá que recalcular el peso adecuado, pues dicho peso será algo mayor,
conforme vaya creciendo, debido al desarrollo corporal.

Determinar en qué hábitos y comportamientos se va a incidir

Para esto debemos plantearnos que no sólo debemos dirigirnos a las conductas que
hayamos detectado como problemáticas. Por ejemplo, si hemos observado que hay un
exceso de consumo de dulces, la idea no es plantearse que simplemente “hay que
prohibirlos e impedir que los consuma el niño”. Si queremos que el cambio se produzca
en el hábito, y el cambio sea duradero, deberemos intentar intervenir en tres facetas de
esa conducta: los estímulos del ambiente que la favorecen (intentando evitarlos o
asociando dichos estímulos a otras conductas más sanas, por ejemplo), sobre la propia

92
conducta inadecuada, y sobre las consecuencias de dicha conducta que hacen que se esté
reforzando para el futuro (véase la figura 6.3).

FIGURA 6.3. ¿Dónde intervenir?

Aunque cada caso tendrá unos temas de intervención, los ámbitos específicos se
determinarán a partir de la información obtenida durante la semana de registro de
información. De forma general se pueden señalar como objetivos:

1. Mejorar el tipo de alimentación del niño.

a) Tipo de alimentos consumidos, inclusión de la pirámide de alimentación.


b) Cantidad adecuada de cada alimento.
c) Retirada de los alimentos “superfluos”, ricos en grasas.

2. Mejorar los hábitos de alimentación.

d) Mejorar la distribución de alimentos a lo largo del día.


e) Poner especial atención al desayuno.
f) Adquirir pautas de alimentación sanas: comer en familia, comer sentados,
respetar menús, etc.

3. Mejorar los hábitos de actividad física. (En un niño obeso muy pequeño,
seguramente este objetivo no será el principal, pero sí que deberá ser un
objetivo para la prevención).

g) Reducir el sedentarismo, modificar pautas habituales para motivar el


movimiento: subir escaleras, trasladarse a sitios caminando, realizar
actividades de ocio que impliquen movimiento, etc.

93
h) Promover la realización de una actividad física deportiva de forma regular.

Si en la parte de evaluación ya comenzamos a escribir en un cuaderno, como se


aconsejaba, señalando cuál había sido el resultado de la evaluación y cuáles eran las
causas que se estimaban eran las responsables del problema, podemos ahora continuar
añadiendo cuáles son los objetivos que nos marcamos para mejorar la situación. Escribir
los objetivos “nos obliga” a concretarlos y a tenerlos presentes como para releerlos cada
cierto tiempo. Podríamos completar la tercera columna del cuadro 6.4 de seguimiento del
plan.

Algunas ideas para elaborar un “buen plan”

1. Motivación. Es crucial conseguir suficiente motivación para iniciar el plan, y


mantener los cambios en la vida cotidiana que se van a requerir. ¿Cómo
conseguir motivación?

– Con la niña o el niño en cuestión, va a depender de su edad y si se puede


hablar con él. Si tiene más de 5 a 6 años podemos explicarle por qué se
van a cambiar ciertos hábitos, cómo se van hacer y sobre todo qué
beneficios va a conseguir: estar más sano, estar más guapo, poder hacer
deporte, etc. Con un niño más pequeño quizá no se puede explicar todo
un plan, pero sí comentar y alentar cuándo se están tomando medidas
concretas. Con un infante de 1 a 3 años obeso, el plan va dirigido
fundamentalmente a los progenitores, ellos tienen que ser los motivados,
pues los hábitos del niño en esa etapa son de su plena responsabilidad.
– Una fuente de motivación muy importante es que cada miembro de la
familia vea que el resto se está comprometiendo con el plan, es decir,
observar que es un objetivo y compromiso de toda la familia, que el niño
(y por extensión todos los demás) mejoren sus hábitos alimentarios y de
actividad física.
– Se puede plantear buscar una fuente externa de motivación si el niño es
capaz de entenderla y valorarla. Lo explicaremos más adelante al hablar
de “contratos conductuales”.

2. Actitud. Existen más garantías de que el plan se pueda llevar a cabo si se


dispone de un actitud positiva hacia él y se adquiere una serie de posturas,
como:

– Que todos asuman el objetivo general y objetivos específicos.


– Saber qué se está haciendo y por qué. Explicárselo adecuadamente a
hermanos y resto de familiares, por ejemplo tíos, abuelas, amistades,

94
etc., para que colaboren en la misma dirección.
– Mantener constancia y firmeza. Una reducción rápida de peso se podría
conseguir por métodos poco recomendables. El objetivo de este plan es
modificar hábitos de vida para que se reduzca el peso pero,
fundamentalmente, para que se queden instaurados como pautas
saludables. La instauración de nuevos hábitos requiere tiempo, y por
tanto hay que ser constante y firme.
– Saber adaptarse y ser flexible al caso concreto y a los cambios. Por muy
bien que hagamos un plan debemos saber que no se podrá aplicar de
forma milimétrica. Hay que estar preparados para ser flexibles y saber
adaptarse a las situaciones, a los cambios, a las situaciones inesperadas,
etc.

3. Estrategias especiales. Los psicólogos para modificar hábitos suelen emplear


diferentes técnicas psicológicas, algunas de ellas son fáciles de aplicar también
por los progenitores. Estas técnicas pueden emplearse si se considera que es
necesario conseguir una mayor implicación del niño o para implicar también a
otro hermano. Explicamos aquí dos, las que son más sencillas y que pueden
ser útiles.

– Economía de fichas. Esta técnica se fundamenta en buscar un refuerzo o


premio que sirva de motivación para mantener determinado
comportamiento en el tiempo. Se anuncia que el premio se conseguirá al
final de un período, si el niño se comporta de cierta manera. Por
ejemplo, si deseamos instaurar algunos hábitos como no comer golosinas
entre horas, o dedicar cada día 30 minutos a caminar por las tardes o
sustituir la merienda de dulces por frutas y un vaso de leche. Podemos
decirle al niño que si lo mantiene durante dos o tres semanas conseguirá
un determinado premio, que puede ser (en función del niño y sus
gustos), una entrada para un espectáculo que le guste, un juguete, una
excursión en el fin de semana a un sitio diferente, etc. Para un niño
obtener un posible premio dentro de varias semanas, puede ser poco
motivante para mantener una conducta costosa. Para ello, esta técnica lo
que propone es que se divida el premio en fichas (o puntos) y que cada
día que se mantenga la conducta perseguida se le dé al niño una ficha o
varias; pueden ser pegatinas que va acumulando en su habitación, por
ejemplo. También podría ser un dibujo del premio que se ha cortado en
trozos y cada día se le va dando un trozo para que vaya formando el
dibujo completo; cuando lo tenga se le da el premio. Tanto las conductas
que se persiguen, el tiempo que se decide mantener el sistema, como el
premio, van a depender de la edad del niño, del tipo de la dificultad de la
conducta, de la disponibilidad de premios, etc. Ahí la familia debe ser

95
flexible e imaginativa.
– Contrato conductual. Esta técnica tiene como fundamento llegar a un
acuerdo de obligaciones/ compromisos y consecuencias de su
cumplimiento o incumplimiento, como si de un contrato legal se tratase.
Por el planteamiento más abstracto de la técnica, la misma puede ser
oportuna a partir de cierta edad, y sobre todo con niños pre-adolescentes
de 11 a 12 años. El contrato requiere que, sobre el tema que se va a
acordar, haya un consenso previo adecuado para alcanzar dicho objetivo,
además de una motivación básica. Los contratos sobre conductas se
suelen redactar de forma sencilla, clara y son firmados por ambas partes
(en nuestro caso el niño en cuestión y sus familiares, por ejemplo). En el
contrato se pueden especificar cuáles son los “premios”, que se
conseguirán al realizar las conductas acordadas, y cuáles serán las
posibles consecuencias negativas de los incumplimientos –para ello se
tendrá en cuenta la situación y características del niño–, y que toda
acción debe tener un valor educativo y positivo, nunca punitivo o de
simple castigo.

4. Estrategias habituales. En el establecimiento del plan de trabajo para reducir el


exceso de peso u obesidad, debemos tener también en cuenta algunas
consideraciones importantes.

IDEA PARA RECORDAR

El uso de castigos para reducir la presencia de conductas inadecuadas debe ser algo excepcional y bien
planteado. Un castigo debe ser educativo, no interferir en el desarrollo psicológico del niño, proporcional a
lo inadecuado de la conducta, inmediato a la conducta que se va a castigar, entendible por el niño y nunca
de carácter físicamente violento.

– Premios/castigos. A lo largo de una intervención de regulación de hábitos,


tanto las técnicas más estructuradas (como la economía de fichas o el
contrato conductual), como las técnicas más improvisadas, suelen
terminar por usar premios (refuerzos) para las conductas adecuadas que
se van consiguiendo y castigos para intentar eliminar las conductas
inadecuadas. Este planteamiento requiere por parte de los progenitores
una reflexión para no hacer un uso indebido. Los premios deben ser
educativos y temporales. No usar como premios cosas u actividades que
estén asociados a otros hábitos no adecuados, por ejemplo, no premiar el
estar todo el día sin comer golosinas, dejándole ver dos horas de
televisión tumbado en el sofá. Igualmente, el establecimiento de un
premio “especial” debe ser algo singular y temporal, asociado a la
consecución inicial de la instauración de la conducta que buscamos, pero
con el tiempo dicha conducta debe haberse instaurado y debe

96
mantenerse porque en sí misma es adecuada y motivante, no porque
siempre va a ver “premios especiales” por hacerla. Cuando se quiere
reducir una conducta casi siempre pensamos sólo en castigarla, pero
existen otras opciones. Si se opta por el castigo éste debe ser también
educativo, y para ello debe ser inmediato a la conducta: que el niño
claramente sepa por qué se le castiga y cómo podría haberlo evitado,
debe hacerse a través de mecanismos no agresivos (nunca violencia, ni
daño físico) y el castigo no debe interferir en su desarrollo psicológico.
Los castigos más simples pueden ser imponerle hacer alguna actividad
que usualmente no le corresponde y que le desagrada (por ejemplo tener
que barrer el patio) o retirar una actividad que le agrada (por ejemplo no
poder usar Internet o ver la televisión). Otra forma de intentar retirar una
conducta que no es adecuada es no reforzándola, es decir, consiguiendo
que una vez que ha ocurrido dicha conducta no haya después
consecuencias positivas que son las que hacen que se mantenga en el
tiempo. Por ejemplo, los niños hacen cosas desagradables o inadecuadas,
muchas veces sólo porque así consiguen la atención de su madre o de su
padre. Si detectamos esta pauta, puede ser muy eficaz no atender dichas
conductas, para que poco a poco se extingan por falta de refuerzo.
– Uso de la afectividad. Mostrar afecto (palabras agradables, besos,
caricias, abrazos, contacto físico…) o no mostrarlo (palabras
recriminatorias, por ejemplo) pueden ser en sí mismos potentes
mecanismos para premiar o castigar conductas y conseguir con ello
potenciarlas o reducirlas según el caso. Los premios/castigos afectivos
son más fáciles de conseguir, inmediatos, más baratos frente a los
premios y castigos materiales. Las palabras de aliento y felicitación por
un día sin haber comido golosinas, el recibir al niño con un buen abrazo
y besos después de cada hora de actividad deportiva que está
esforzándose en hacer, junto a cariñosas expresiones animándole a
seguir, son en sí mismos grandes reforzadores. No usar el afecto
negativo como castigo. Los niños siempre se merecen el cariño y amor
de su familia, aunque se equivoquen o no sean capaces de cumplir un
compromiso, en este caso se puede tener cuidado en que el afecto se
muestre, pero no detrás de incumplimientos, sino en otros momentos.
Detrás de los fallos sí que puede haber palabras rotundas y claras, y si es
preciso, severas.
– No usar la comida como castigo o premio. Una recomendación muy
importante es que la propia comida o los hábitos de alimentación no son
adecuados como premios y/o castigos en un programa de intervención
por exceso de peso. No podemos avisar de que se “premiará” a la niña si
permanece durante una semana sin comer golosinas, con una bolsa de
golosinas el domingo. De esta forma se están enviando mensajes

97
contradictorios que sólo pueden confundir a la niña en cuestión. Otra
cosa es que se hagan excepciones con el tema de la comida. Si un
alimento del que se ha abusado se elimina de la alimentación habitual,
puede ser oportuno que en algún momento especial se deje consumirlo.
También es muy importante detectar si hasta ahora se había utilizado la
comida como forma de premiar u ocultar otros temas. Por ejemplo,
últimamente suele ser habitual que padres/madres culpabilizados por el
poco tiempo que pueden pasar con sus hijos debido a su ritmo de vida,
intenten compensar esa situación ofreciendo golosinas o invitando a
restaurantes de comida rápida cargada de grasas y refrescos azucarados
que favorecen el exceso de peso. La comida no debe usarse como
castigo, premio o sustituto de afectos. La comida tiene una función
biológica básica y de disfrute, que debe ser independiente de otros
asuntos.

Una última consideración a la hora de plantearse un plan de reducción de exceso de


peso de un hijo, y de diseñar una estrategia de acciones para poner en práctica, es no
olvidar que estamos ante un problema grave como es la obesidad, pero quien lo está
sufriendo es un niño, no un adulto. Eso quiere decir, que si bien el plan debe estar bien
estructurado con objetivos y acciones bien claros, sin embargo el ambiente en el que se
toman estas medidas debe ser agradable, firme pero con alegría, no se trata de una serie
de cambios negativos y castigos, todo lo contrario, se trata de cambios positivos hacia
hábitos más sanos. Si intentamos transmitir un ambiente agradable a las acciones que
estamos acometiendo, sin duda el niño estará más predispuesto a cumplir con lo que le
estemos proponiendo.

Cambios en el tipo de alimentos

En las anteriores líneas hemos planteado cuál podría ser la forma de establecer un plan
de trabajo para reducir el exceso de peso de un niño con sobrepeso u obesidad.
Igualmente se han señalado algunas técnicas generales que pueden ser de utilidad para
conseguir que se produzcan cambios en los hábitos y que éstos se mantengan. Ahora, la
cuestión es ¿sobre qué conductas se debe actuar y qué nuevas conductas se deben
instaurar? Al respecto ya hemos señalado que se trabajará sobre aquellas que se hayan
detectado como más deficientes según la evaluación que se habrá hecho, ayudados de las
hojas de registro en cada caso concreto. También se han indicado unos objetivos que
pueden ser generales a muchos casos, y ahora iniciamos varios apartados donde se van a
dar algunas sugerencias de acciones para acometer que también pueden ser de aplicación
a la mayoría de los casos. Empezamos por el tipo de alimentación, seguiremos por los
hábitos de alimentación, y terminaremos por los hábitos de actividad física. Ahora ya

98
podremos completar las columnas cuarta y quinta del cuadro 6.4 del seguimiento del
plan.
Quien esté diseñando una intervención con un niño encontrará aquí diferentes pautas
de trabajo, y para ponerlas en práctica podrá seguir las indicaciones del apartado anterior.
El control de consumo de alimentos inadecuados fuera del ámbito familiar debe
controlarse desde la educación al respecto y también con sistemas más expeditivos, como
por ejemplo a través de la disponibilidad de dinero para comprar golosinas, dulces,
helados o refrescos. Si el niño abusa comprando por sí mismo, se le debe conminar a no
hacerlo, y si fuera necesario reducir su disponibilidad de dinero o incluso hablar con los
responsables de los establecimientos donde compra (se puede exigir a un dependiente que
se abstenga de vender determinados productos a un menor de edad, pues dichos actos
podrían ser anulables legalmente).
Una de las primeras posibles grandes áreas de trabajo es el tipo de alimentación que
está comiendo el niño en cuestión, y que en los casos de sobrepeso suele ser inadecuada,
en cuanto a calidad y cantidad. Esta inadecuación podemos intuir que se debe a:

– Desconocimiento sobre nutrición en la familia.


– Consumo de alimentos sin control familiar.

En este apartado vamos a dar varias pautas para mejorar el conocimiento sobre
nutrición de la familia orientado a la reducción del exceso de peso, pero la familia deberá
analizar qué está ocurriendo fuera de su ámbito de control directo, como por ejemplo,
cuando está en casa de amigos o familiares, en sus ratos de ocio, en el comedor del
colegio, etc. Para ello necesitará, evidentemente, recabar la colaboración de otros, que
pueden ser familiares, amigos del niño, hermanos, y tener una estrecha comunicación
con los educadores del colegio en caso de que el niño haga comidas en el comedor
escolar. Los menús escolares generalmente están bien diseñados y suelen ser equilibrados
en calidad y adecuados en cantidad; muchos centros informan periódicamente a las
familias de los menús que están comiendo sus hijos. Aunque el menú escolar no sea
probablemente una causa de mala alimentación, a veces en el comedor escolar pueden
ocurrir cosas que sí lo sean, como por ejemplo que otros niños mal-comedores le den al
niño con sobrepeso su pan, sus postres, o la parte de la comida que no quieren y que éste
lo acepte de buen agrado. En los comedores escolares hay educadores que controlan que
se coma bien, pero a veces es imposible un control total; si la familia está preocupada,
puede solicitar un especial control en el caso del niño en cuestión, para que si se detectan
comportamientos de este tipo, intervengan para eliminarlos.
Dicho lo anterior, vamos a dirigir los esfuerzos a proporcionar información que
permita tener una mejor alimentación. En cuanto a las recomendaciones alimentarias para
reducir el peso, se ha resumido la información en tres consejos sobre nutrición que
aparecen en el cuadro 6.5, y que se explican a continuación.

CUADRO 6.5

99
Recomendaciones sobre nutrición para reducir el exceso de peso

1. Ingerir al día la cantidad de alimentos suficientes para mantener la actividad diaria y el


crecimiento.
2. Incluir en la alimentación diaria las proporciones de alimentos adecuados para un desarrollo
sano.
3. Reducir y/o eliminar de la dieta los alimentos que sólo proporcionan “calorías vacías”.

1.º Ingerir al día la cantidad de alimentos suficientes para mantener la actividad


diaria y el crecimiento

¿Y cuál es la cantidad adecuada de alimentos? Para ello podemos obtener la


información del capítulo 9, y de forma genérica en el cuadro 9.4 de dicho capítulo, o si
deseamos una información más precisa y detallada podemos hacer una consulta al
pediatra o a un médico especialista en nutrición. Según el cuadro 9.2 podemos ver cuál
es la cantidad de calorías diarias adecuadas según la edad para un desarrollo sano, si de
nuestro análisis observamos que el niño está consumiendo muchas más, lo que se hará es
reducirlas hasta la cantidad indicada en dicho cuadro.
Si lo que se observa es que el niño está consumiendo habitualmente lo que se indica
ya en el cuadro 9.2, podemos instaurar durante un tiempo una cantidad que pueda ser un
25-30% inferior, por ejemplo si para un niño sano de 6 años se recomienda una ingesta
diaria de 1.700 calorías, podría plantearse una ingesta temporal de un 25% menor que
sería aproximadamente 1.300 calorías diarias, y si el niño tiene 10 años (que se
recomienda 2.000 calorías), se podrían buscar menús diarios de unas 1.400 calorías para
reducir el exceso de peso, que es un 30% menos. En este caso debemos considerar que
el objetivo es que actuando sobre otras áreas (incrementado la actividad diaria y la
práctica deportiva) el niño llegue a comer las calorías habituales de un niño sano sin que
eso le suponga incrementar de peso, y que los menús reducidos sean una medida
temporal. El ajuste de la cantidad de calorías ingeridas debe hacerse en función de cómo
vaya evolucionando la reducción de exceso de peso, y de si el infante está paralelamente
realizando mayor actividad física que requiere de mayor energía.
Con dicha información se pueden elaborar unos menús de comida semanales, que
cumplan también con la segunda recomendación, que comentaremos más adelante, sobre
la tipología de alimentos; menús que deben irse modificando para que no se conviertan
en repetitivos.
Para la elaboración de los menús:

– Utilizar la información del texto 4 del capítulo 9.


– Seguir los criterios generales de la alimentación mediterránea, adaptándola a las
costumbres gastronómicas de cada región.
– Si se tiene problemas para calcular calorías y diseñar menús variados al

100
respecto, se puede solicitar menús a un especialista en nutrición infantil
(pediatra, médico nutricionista, etc.), o también recurrir a libros especializados
en nutrición infantil que aportan listados de menús. En el capítulo 9 sobre
ampliación de información se recomienda un libro de dos pediatras, Frontera y
Cabezuelo, donde se pueden encontrar listados de menús infantiles
organizados por edades y diferentes necesidades. A modo de ejemplo en el
cuadro 6.6 se indica un menú de 1.300 calorías. (Se debe tener en cuenta a la
hora de la comida y cena se podrá comer un trozo de pan [aprox. 30 g] y los
guisos se harán con un poco de aceite de oliva).

CUADRO 6.6
Ejemplo de un menú de 1.300 calorías, aproximadamente

Desayuno:
Un vaso de leche entera (250 g).
Una cucharadita de azúcar.
Una rebanada de pan de molde con confitura.

Almuerzo:
Dos piezas de fruta.

Comida:
1.º Verduras cocidas (300 g) y condimentadas
ligeramente o en puré.
2.º Carne a la plancha (30-40 g)
Postre: Una fruta.

Merienda:
Yogur y 3-4 galletas.

Cena:
Tortilla de un huevo, con arroz blanco hervido
y un poco de tomate frito.
Fruta.

2. Incluir en la alimentación diaria las proporciones de alimentos adecuados para


un desarrollo sano.

Estrechamente ligada a lo expuesto anteriormente está esta recomendación, ya que


no sólo es importante que reduzcamos la cantidad de alimentos que se ingieren hasta una
cantidad adecuada para la edad y el tipo de actividad que desarrolle el niño, sino que el
tipo de alimentos que ingiere el niño ha de ser adecuado.

101
Para cumplir con este criterio debe seguirse la pirámide de alimentación (figura 9.6
del capítulo 9) y las indicaciones que se acompañan de cuántas raciones de cada grupo
de alimentos conviene incluir cada día. Con esta información elaboramos los menús
diarios siguiendo la información que ya se expuso; en caso de dificultad para elaborarlos
se deben solicitar a un especialista (pediatra, médico nutricionista) o buscarlos en los
libros especializados en nutrición.

FIGURA 6.4. La fruta no debe faltar en la alimentación diaria de un niño sano.

A la hora de elegir los alimentos hay que tener en cuenta algunas consideraciones
como:

– Si el niño tiene 10 años y jamás ha comido coliflor porque siempre se le ha


permitido que la rechazara y ya tiene una aversión a la misma, no
pretendamos ahora que la coma. No se deben permitir caprichos y hábitos
generales mal adquiridos, como por ejemplo que no se coma ninguna verdura
o ninguna hortaliza, pero sí se deben respetar ciertos gustos ya adquiridos y
que intentar erradicar ahora va a generar más conflictos que beneficios.
– Comer con variedad, haciendo especial hincapié en la educación de los gustos

102
hacia alimentos como las verduras, legumbres y frutas.

3. Reducir o eliminar de la alimentación los alimentos que sólo proporcionan


“calorías vacías”.

Retirar alimentos que tienen “calorías vacías”, es decir que aportan calorías en
forma de excesivas grasas y azúcares, pero que no tienen nutrientes (proteínas, hidratos
de carbono, vitaminas, minerales…), por ejemplo los refrescos o golosinas.

FIGURA 6.5. El consumo de golosinas puede ser perjudicial si es abusivo.

A la hora de comer hay que acostumbrar al niño a hacerlo con agua, para beber, y
en momentos especiales utilizar bebidas naturales como zumos recién exprimidos o
bebidas comerciales que no tengan azúcares añadidos y con los menos colorantes y
conservantes posibles.

IDEA PARA RECORDAR

No se puede decir que las golosinas y los dulces son malos, es malo su consumo rutinario y abusivo porque
no son muy nutritivos y aportan un exceso de calorías que favorece el sobrepeso. En un plan de mejora de
hábitos alimentarios, habrá que retirar el consumo excesivo, pero no ser drásticos y prohibir totalmente su
consumo. Puede dejarse comer golosinas, dulces y pasteles en situaciones muy controladas, y en momentos
especiales (cumpleaños, fiestas escolares…).

Cambios en los hábitos de alimentación

103
Tras analizar la importancia de la cantidad de comida ingerida y del tipo de alimentos a
ingerir, la tercera gran línea de trabajo para reducir el exceso de peso es ir adquiriendo
unos buenos hábitos de alimentación. Cuándo y cómo se come, es decir, la forma de
comer también puede contribuir al sobrepeso.
¿Qué hábitos de alimentación son aconsejables? A continuación vamos a exponer
unas cuantas ideas al respecto, algunas de ellas son propuestas especiales para poner en
marcha durante un plan temporal para reducir el peso, y otras ideas se refieren a hábitos
que puede ser interesante adquirir y mantener durante toda la vida.

Buenos hábitos de alimentación para reducir el sobrepeso infantil:

1. Adquirir buenas costumbres alimentarias, como establecer horarios cotidianos


de desayuno, comida, merienda y cena, y mantener dichos horarios. En
nuestra tradición españolamediterránea los horarios aproximados han sido:

a) Desayuno entre las 7:30 y 9:00 h.


b) Almuerzo entre las 10:00 y 11:00 h.
c) Comida entre las 13:00 y 15:00 h.
d) Merienda entre las 16:30 y 18:00 h.
e) Cena entre las 20:00 y 22:00 h.

2. No picar entre comidas, no dar tentempiés, ni proporcionar dinero al niño para


que se compre comida para el almuerzo o merienda. Preparar al niño su
almuerzo o merienda y que se lo lleve desde casa.
3. Dar la adecuada importancia al desayuno en cuanto a la cantidad de comida
que se incluya, como al tiempo que se dedique al mismo (véase el cuadro 6.7
para más información).
4. Comer siempre sentados y dando un tiempo a disfrutar del momento.
5. Comer en compañía, en familia, con un hermano, etc.
6. Elogiar los alimentos saludables a la hora de las comidas y criticar los alimentos
menos saludables.
7. Reducir al mínimo las comidas fuera de hora, los dulces, las golosinas, etc.
8. Si se come fuera de casa, intentar mantener las mismas pautas que en casa, en
cuanto al tipo de alimentación (evitar la comida rápida) y la forma de hacerlo
(sentados, en compañía, con su tiempo, etc.).
9. Cuando se esté en un programa de reducción de cantidad ingerida puede ser
muy útil servir las raciones en platos pequeños para que dé la sensación de
gran cantidad de comida.
10. Reducir la cantidad de alimentos fritos y empanados.
11. Usar formas de preparación de comidas menos grasientas: cocer verduras al
vapor, cocinar carne y pescados a la plancha, etc.

104
CUADRO 6.7
Ideas para un desayuno adecuado

1. El desayuno debe proporcionar la alimentación y energía suficiente para toda la actividad intelectual y
física del niño a lo largo de la mañana.
2. Sólo un vaso de leche no es suficiente como desayuno para un niño.
3. Ir mal alimentado al colegio genera disminución del rendimiento escolar, inquietud, y apetito voraz que
puede provocar consumo de golosinas o dulces, las cuales no alimentan, facilitan el sobrepeso y las
caries.
4. El desayuno es más atractivo:
a) Si se disfruta de él, sentados todos en la mesa. Eso quizá supone levantarse un poco antes, pero
compensa, más aún en una sociedad donde hay pocos momentos para compartir en familia.
b) Si se varía el contenido y la presentación. Combinar frutas, zumos, cereales, leche, etc. Se puede
elegir el alimento del mes, o de la temporada, y así huir de un desayuno monótono.
c) Si participa el niño en su preparación tanto por la mañana, como la noche anterior, por ejemplo,
preparando una macedonia de frutas.
5. Aunque cada familia tiene sus hábitos, debemos recordar que en el desayuno se pueden incorporar
diferentes tipos de alimentos que lo hacen para el niño más atractivo, por ejemplo: leche con cacao,
pan con mantequilla y confituras, frutas frescas o macedonias sin azúcar añadido, tortilla francesa,
zumos de frutas (especialmente el de naranja), sándwich de pan integral con queso, jamón york,
yogures, requesón, miel, etc.

12. Retirar la grasa de carne y pescados antes de cocinarlos.


13. Inducir la saciedad con alimentos no calóricos. Por ejemplo, comer primero
verduras, ensaladas, incluso fruta, para luego reducir la cantidad ingerida de
otros alimentos más calóricos.
14. Inducir la saciedad dando tiempo a que el organismo procese los alimentos,
contribuyendo a ello comiendo despacio.
15. Si la edad de la niña o del niño lo permite, implicarles en la compra de los
alimentos, y posteriormente en su almacenaje y elaboración. En todo el
proceso comentar por qué se está optando por unos alimentos y no por otros,
las ventajas de los alimentos sanos y los inconvenientes de los menos sanos.
16. Usar los refuerzos afectivos (expresiones positivas, agradables) ante los
adelantos en la instauración de buenos hábitos alimentarios como comer
despacio, no comer dulces entre comidas, sustituir el refresco por el agua, etc.

¿Cómo modificamos estos patrones de comportamiento? Pues en principio siguiendo


una dinámica familiar normal, fundamentada en la reducción progresiva de los malos
hábitos (aquellos claramente perniciosos se deben retirar bruscamente) y la inclusión
progresiva de los hábitos que consideramos más sanos. Si alguno de los hábitos está
resultando especialmente complicado podemos entonces seguir las recomendaciones
expuestas en el apartado sobre el diseño del plan, donde se proporcionan algunas

105
estrategias procedentes de la psicología de la salud que podrían ser efectivas: como el
contrato conductual, la economía de fichas, el sistema de refuerzos/castigos educativos,
etc. En el cuadro 6.8 se señala un ejemplo de aplicación de la técnica de la economía de
fichas para reducir un hábito alimentario inadecuado.

CUADRO 6.8
Ejemplo de un programa de economía de fichas para reducir el consumo de dulces

Ana es una niña de 10 años con obesidad. Su padre y su madre han detectado que dicha obesidad se debe a
diversas causas, entre ellas el consumo excesivo de dulces. Desde hace varios años Ana come todos los días
dulces. A mitad de la mañana en el colegio, se compra un bollo relleno de chocolate, y para merendar suele
comer de nuevo algo de bollería. Dado que esta conducta de Ana está siendo de las más difíciles de
modificar, y no ha sido efectivo el simple hecho de explicarle que debe cambiarla, su madre ha decidido
instaurar un programa de economía de fichas, con el siguiente planteamiento:
1. Conducta que se debe sustituir: consumo del bollo para el almuerzo y bollería para merendar.
2. Conducta sustituta: No se llevará dinero para comprarse el bollo del almuerzo y a cambio se llevará una
pieza de fruta y un pequeño zumo o un yogur bebible descremado. En la merienda se retirará la
bollería, y se comerá algo diferente dependiendo del día (vaso de leche y fruta, zumo y pequeño
bocadillo, sándwiches, etc.)
3. El sábado, como excepción, sí podrá merendar un bollo.
4. Si Ana mantiene durante 2 semanas dicha conducta, al final de dicho período conseguirá poder ir un fin
de semana con su tía a la casa de la playa, algo que lleva pidiendo desde hace meses.
5. La madre de Ana le pide que dibuje la casa de su tía en la playa y a ella asomada en la ventana, y luego
corte el dibujo en 15 tiras y las guarde. Cada día que Ana cumpla con el programa, su madre le dará
una tira para que vaya confeccionando el dibujo que lo tendrá pegado en su habitación. Cuando lo
complete podrá ir con su tía.

Algunas consideraciones:

Si el programa ha resultado bien, se puede mantener con dicha conducta y ampliar a otras, claro está,
modificando los premios y/ o modificando el período para conseguirlos. Puede ser muy interesante
establecer premios menores parciales que se consigan cada 15 días o un mes, y un premio más importante
que se conseguirá si se van instaurando los buenos hábitos durante más tiempo, como 6 meses o un año (¿un
viaje? ¿una bicicleta? ¿un juguete especial?).
Hay que saber establecer bien la conducta, la misma debe ser clara y fácil de realizar, y fácil saber si se está
cumpliendo (se puede recabar la ayuda de otros si fuera necesario para este control, amigos, hermanos,
etc.). También es crucial asegurarse de que la niña ha entendido perfectamente el plan. Hay que explicar que
el objetivo no es conseguir sólo el premio, sino comportarse más sanamente para estar mejor y ser más
felices.
Una última consideración es la de ser capaces de adaptarse a las cuestiones inesperadas y saber cómo se van
a resolver. Por ejemplo, qué se va hacer ante un incumplimiento, un engaño… (¿se permite un fallo? ¿se
retira una ficha?).

106
Dieta

Finalizamos este apartado haciendo mención al concepto de “dieta”. En este libro no la


hemos utilizado porque en nuestra sociedad se entiende dieta como un cambio temporal
en la cantidad de alimentos que se ingieren, para luego volver a comer igual, y lo que
aquí se ha pretendido dejar claro es que para mejorar el estado físico de un niño (y de un
adulto) lo que hay que hacer es cambiar de forma estable los hábitos alimentarios y de
actividad física poco saludables por otros más saludables, no sólo llevar un régimen
alimentario temporal. En este sentido, es necesario advertir de que existen muchas
publicaciones que realizan recomendaciones alimentarias, y que se han generalizado
cientos de dietas, algunas milagrosas-peligrosas, donde cualquier padre va a encontrar
propuestas alimentarias de lo más variadas. Llamamos la atención sobre ese tipo de
remedios rápidos poco fundamentados en investigaciones científicas, que si no son
recomendables para adultos, en modo alguno debemos aplicarlos con niños. En este libro
se han seguido las recomendaciones nutricionales establecidas de forma general por el
Ministerio de Salud español por considerar que es una entidad que sigue las propuestas
por la Organización Mundial de la Salud, y se fundamentan en estudios científicos
rigurosos.

Cambios en las pautas de actividad física

La tercera gran área vital donde conviene plantearse adquirir buenos hábitos es la de la
actividad física, las dos anteriores eran en la cantidad y tipología de alimentos y en los
hábitos de alimentación.
Como ya se explicó en el capítulo de causas de la obesidad, en la sociedad actual
existe un gran problema con el sedentarismo y los hábitos de ocio, que están potenciando
los problemas de exceso de peso y obesidad.
¿Cómo actuar en este tema con el niño con sobrepeso u obeso? Habrá que actuar en
las dos grandes áreas típicamente afectadas, que son la escasez de actividad física
cotidiana y la falta de práctica de algún tipo de deporte. El principio general de actuación
debe ser el de su progresiva promoción. Pero siguiendo el esquema que hemos expuesto
en este apartado de intervención desde la familia, la clave estará en que los progenitores
hayan hecho un buen análisis, y hayan detectado cuáles son las conductas inadecuadas
en este tema y de igual forma cuáles pueden ser las razones para que así sean.
Las recomendaciones que vamos a hacer en este apartado van dirigidas a:

1. Incrementar la actividad física diaria, asociada a comportamientos cotidianos.


2. Promocionar la práctica deportiva habitual.

107
Actividad física cotidiana: recomendaciones para reducir la obesidad infantil

Hoy día los niños se desplazan a todos los lugares en coche o transporte público, pasan
muchas horas dentro de los domicilios (ya no se frecuenta tanto la calle y los parques
como antaño) y tienen hábitos de ocio muy sedentarios, como ver la televisión (según
datos de las últimas encuestas el 30% de los niños pasan diariamente entre 2 y 3 horas, o
más, frente al televisor), se multiplican los videojuegos, y el ordenador se ha convertido
en un miembro más de casi todas las familias.
Éstas pueden ser algunas recomendaciones al respecto:

1. Cambiar los hábitos sedentarios de toda la familia. Será muy difícil que
intentemos convencer al niño de que no esté tanto tiempo viendo la televisión
en el sofá, si él ve que es lo que hace durante horas su familia. Por tanto, el
cambio de hábitos sedentarios del niño volverá, como ya hemos expuesto
continuamente, a implicar a toda la familia.
2. Fomentar el caminar como forma de desplazamiento: bajar escaleras y usar
menos el ascensor, no coger el coche para ir a todos los sitios (el uso del
transporte público suele requerir también movimiento hasta las paradas o
escaleras por las estaciones), usar el transporte público favoreciendo el
caminar (por ejemplo, montándose en alguna parada más lejana), acostumbrar
al niño a realizar tareas que requieran caminar (ir a por compras, tirar la
basura, pasear a una mascota), etc.
3. Fomentar actividades que requieran movimiento como: ayudar en las tareas
domésticas, ayudar en la limpieza del coche, ayudar con la limpieza del patio o
el jardín (cortar el césped, regar las plantas), etc.
4. Comprar juguetes que favorezcan la actividad física, como juguetes deportivos
(balones, bumeranes, raquetas…), cometas, bicicletas, etc.
5. Inscribir al niño en actividades extraescolares, que sin ser deportivas, sí que
requieren actividad física: excursionismo, recorridos culturales, teatro, danza,
etc.
6. Realizar los fines de semana alguna actividad que requiera desplazamientos:
caminar, visitar exposiciones, museos, excursiones al campo, etc.
7. Controlar y reducir el tiempo dedicado a ver la televisión. Existe una
correlación entre el tiempo que se dedica a ver la televisión y el riesgo de
padecer sobrepeso. Según la Academia Americana de Pediatría, los niños no
deberían ver más de 1 o 2 horas de televisión al día, por sus efectos negativos
sobre el sobrepeso y el desarrollo psicológico.

IDEA PARA RECORDAR

Que un niño no haga actividad física cotidianamente es debido a que tiende a ser “vago” o ¿es que los
adultos con los que convive no le animan a hacerla, no la hacen ellos y por tanto no son buenos modelos
para imitar, o no tienen tiempo para acompañarle un rato al parque todas las tardes?

108
8. Promover los juegos de calle, patio, columpios, etc. Recuperar de nuevo los
parques y los juegos en la calle, con la adecuada vigilancia y seguimiento por
parte de algún adulto. Un tiempo diario dedicado a este tipo de juegos
proporciona una actividad física similar a la deportiva, además de crear lazos
de amistad, y establecer relaciones.

La clave de todas las anteriores actividades es que no son “actividades


excepcionales” que se deban hacer durante un tiempo, sino que son hábitos de vida que
deben quedar instaurados en el repertorio conductual del niño y de sus mayores.
Para que dichos hábitos se inicien y mantengan, seguiremos las recomendaciones
expuestas cuando hablábamos del diseño del plan, en principio explicar las razones para
estos cambios, elogiar que se hagan y observar que los mayores también lo hacen, será
suficiente para motivar al infante. A veces puede ser más difícil por la resistencia del
niño, en ese caso podemos utilizar alguna técnica más estructurada como la ya explicada
del contrato conductual. En el cuadro 6.9 se expone la aplicación de dicha técnica a un
caso de promoción de actividad física cotidiana.

CUADRO 6.9
Ejemplo de la técnica de contrato conductual para promover la actividad física y reducir la obesidad

Íker es un niño de 11 años con un problema de sobrepeso. Su padre ha analizado cuáles pueden ser las
causas y ha observado que realizaba muy poca actividad física. Cree conveniente intentar que Íker cambie
sus hábitos cotidianos, para en un futuro motivarle para hacer algún deporte. Como Íker está de acuerdo
(últimamente está preocupado porque dice que es más feo que los demás por ser “gordito”) acepta que hay
que hacer cambios, pero le cuesta mucho cualquier esfuerzo. Su padre le ha propuesto hacer un contrato en
estos términos:

Madrid, 10 de noviembre de 2006

Íker, con el objetivo de hacer más actividad física para estar más sano, más ágil, más guapo, y reducir su
peso, se compromete a las siguientes acciones;
y
Pablo, padre de Íker, con el objetivo de ayudarle a estar más sano, más ágil, más guapo y reducir su peso, se
compromete con Íker también a:
1. Íker a partir de ahora subirá y bajará las escaleras del bloque sin coger el ascensor, a excepción de que
lleve cosas de peso (planta baja-3. er piso)
2. Íker al volver del colegio se bajará una parada antes del bus urbano para caminar ese trayecto hasta
casa (10 minutos caminando.)
3. Íker se compromete a partir de hoy a bajar todas las noches la basura llevándola al contenedor que
hay en tres calles más allá del bloque. (10 minutos caminando de ida y otros 10 de vuelta).
4. Pablo se compromete a acompañar a Íker todas las noches a bajar la basura.
5. Si Íker mantiene este plan durante toda la semana, durante el fin de semana podrá optar por elegir
una actividad que le guste de entre: ir al cine, conectarse a Internet 1 hora junto a su madre o su

109
padre u oír música en el equipo de audio de la casa.
6. Si Íker o Pablo no cumplen sus compromisos, los sábados no podrán ver la televisión a ninguna hora.

Firma de Íker Firma de Pablo


Algunas consideraciones:
El contrato debe ser redactado de forma sencilla. Debe incluir conductas que sean novedosas pero que estén
acordadas por ambas partes. Debe incluir compromisos de ambas partes. Conviene que lo que se decida que
se va a hacer en caso de incumplimiento no sea un castigo poco educativo, y que no esté relacionado con el
tema del contrato (reducir el exceso de peso), no sería adecuado “castigar” quitando comidas preferidas o
castigarle a hacer actividad física en este caso.
El contrato no se hace un día y se guarda en un cajón, puede ser interesante tenerlo a mano, o ponerlo en un
lugar visible (habitación del niño, puerta del frigorífico…) y leerlo de vez en cuando: si se está cumpliendo
para confirmarlo, y si no se está cumpliendo para analizar por qué y ver cómo se consigue cumplir.

Actividad física deportiva

La segunda línea de trabajo en la promoción de la actividad física es iniciar algún tipo de


práctica deportiva de forma regular. La práctica deportiva además de sus buenos efectos
sobre el control del peso, genera otras consecuencias muy interesantes, como son la
educación en el esfuerzo, la actividad en equipo, el desarrollo de habilidades sociales, el
someterse a reglas, el espíritu sano de competición, etc.
Para muchos niños con sobrepeso u obesidad el ejercicio físico puede ser un
suplicio, y suele ser por dos razones muy importantes y que debemos conocer. Por una
parte está el sobre-esfuerzo físico que debe realizar el niño, que incluye agotamiento y
cansancio, así como posibles dolores músculo-esqueléticos derivados de su peso y falta
de actividad física. Y por otra parte el miedo al ridículo y a las burlas, muchos niños
obesos cuando realizan una actividad física son sometidos a comentarios despectivos por
su aspecto o por sus problemas para realizar la actividad. Ambos problemas debemos
tenerlos en cuenta a la hora de plantearnos promover una actividad deportiva en el niño,
con el objeto de que consigamos que dicha actividad sea vista como fuente de beneficios,
y no como un problema o incluso un castigo.
Si el niño lleva mucho tiempo sin hacer deporte, y tiene un sobrepeso importante,
convendría que antes de iniciar una actividad deportiva el pediatra haga una valoración
del estado de las articulaciones del niño, así como de su sistema cardiovascular, para
evitar riesgos y adecuar la actividad a su estado físico.
¿Qué actividad deportiva proponemos? Esto va a depender de muchos aspectos,
comentemos algunos.

1. Sexo y edad. Aunque el deporte no tiene sexo, culturalmente los niños y las
niñas tienen sus preferencias por la educación que han recibido. Hay que ser

110
conscientes de ello y no ir contra dichas preferencias.
2. Gustos del infante. Si ha mostrado en alguna ocasión predilección por algún
deporte, o conoce a algún deportista famoso que puede ser su modelo de
motivación, ese deporte puede ser más interesante que otros.
3. Disponibilidad. A la hora de elegir la modalidad deportiva hay que tener en
cuenta si se puede practicar cerca de casa, si existen programas municipales
donde inscribirse, si existe algún club deportivo donde apuntarse, que la
economía familiar pueda o no costear el material deportivo y el monitor, etc.
4. Tiempo. La actividad deportiva tendrá sus efectos (en el control de peso, sobre
la psicología del niño…) si se practica con regularidad, una o dos veces a la
semana como mínimo, y eso se consigue si el niño puede dedicar tiempo a ello
y si un adulto tiene también tiempo como para llevarlo y recogerlo. A la hora
de optar por un deporte u otro, este tema también es crucial.
5. Tipo de sobrepeso. Cuanto mayor sea el sobrepeso u obesidad, con mayor
cuidado habrá que iniciar la actividad deportiva, siendo ésta menos fatigosa y
con mayor control supervisada por un monitor. Si se va consiguiendo reducir
el peso, se podrá aumentar el tiempo y esfuerzo en dicha actividad deportiva o
cambiar a otra más exigente. En el cuadro 6.10 se señalan a modo de
ejemplos algunas modalidades deportivas en función del grado de sobrepeso.
(Recordemos que podemos considerar peso ideal al que corresponde al
asociado al IMC del Percentil 50 para la edad del niño, según los cuadros del
capítulo 4.)

En cuanto a la cantidad de tiempo que es adecuado dedicar eso va a depender del


tipo de actividad y de cómo vaya respondiendo el niño. Podemos plantearnos
inicialmente un compromiso leve (1 o 2 horas a la semana) para ir posteriormente
incrementándolo si se ve factible.
¿Cómo conseguimos que se implique en la actividad deportiva? Una vez decidida la
actividad deportiva que se va intentar practicar el problema se encontrará en que la
misma se mantenga en el tiempo, y no sea cuestión de dos días. Algunos consejos para
ello:

CUADRO 6.10
Tipo de actividad deportiva según sobrepeso (adaptado de Calzada, 2002)

1. Niños con sobrepeso (< 150% del peso ideal).


Actividad aeróbica, caminar, subir escaleras, fútbol, tenis, saltar cuerda, natación, baile, deportes de
gimnasio.
2. Niños obesos (150-200% del peso ideal).
Natación, ciclismo, baile, caminar con intervalos de descanso.
3. Niños con obesidad grave (> 200% del peso ideal).

111
Natación, ejercicios aeróbicos sentados, bicicleta.

– Que el deporte que se esté practicando lo haya elegido el niño es mayor


garantía de mantenimiento, a que sea uno impuesto, o en el que quedaban
plazas libres al inscribirse.
– Que la actividad deportiva no se perciba como un castigo por estar “rellenito”,
sino como una actividad interesante para la salud y para pasárselo bien.
– Que se practique en familia. A veces no es necesario inscribirse en una
actividad deportiva reglada y en un lugar especial, sino instaurar una práctica
deportiva familiar. Dicha actividad además de venir bien a la salud de todos,
va a generar gran motivación en el niño en cuestión, al ver que su padre, su
madre, o algún hermano también hacen actividad física. Para ello se pueden
hacer caminatas juntos, dedicar parte del fin de semana a realizar excusiones,
o practicar un deporte en una instalación deportiva pública al aire libre, etc.
Este tipo de iniciativas además de sus efectos sobre la salud, son elementos de
unión familiar, y realizados con imaginación no tienen por qué suponer un
coste económico.
– Es importante reforzar la dedicación temporal y de esfuerzo a la práctica
deportiva. Los simples comentarios positivos cada día al regreso de su práctica
pueden ser potentes reforzadores, pero si es necesario se puede utilizar algún
refuerzo material (compra de algún juguete, ropa deportiva…).

Si la implantación de esta actividad deportiva está suponiendo grandes dificultades,


se podría establecer algunas técnicas más sistemáticas en el control de hábitos, en
apartados anteriores ya se han visto la técnica de economía de fichas o el contrato
conductual, técnicas que también podrían aplicarse en este caso.

Problemas con el plan de intervención

El niño que no colabora

Insistamos en este apartado sobre un problema común de muchos padres: enfrentarse


con el niño rebelde que no colabora con un plan para reducir su sobrepeso; no reduce el
consumo de dulces, se niega a reducir el tiempo dedicado a ver la televisión, se enfada,
etc.
A continuación se establecen algunas pautas de trabajo. Reflexionamos sobre
posibles causas para la negativa a colaborar y cuáles son algunas soluciones posibles.

– Que el plan sea excesivamente exigente. Si el niño está acostumbrado a comer

112
dulces y golosinas todos los días, plantear su retirada de forma radical puede
ser harto difícil, o si lleva meses sin hacer una actividad deportiva, plantear
sorpresivamente que la haga todos los días es, además de excesivo,
improcedente desde el punto de vista de la salud física. La solución en este
caso pasaría por adecuar el plan o ritmo de intervención, a un patrón más
acorde con la realidad y las posibilidades del niño.
– Que el niño no vea una implicación de toda la familia. Ésta puede ser la otra
gran razón de la negativa a colaborar, si al niño se le dice que no puede ver la
televisión tanto tiempo, pero, sin embargo, es lo que hace su padre; o que no
puede beber refrescos para comer, sino agua, pero a su hermana se le permite
que los beba todos los días, es compresible que el niño tenga muchas
dificultades para autocontrolarse. La solución pasa por una mayor implicación
de toda la familia en los hábitos familiares, y el control de ciertas conductas
delante del hijo obeso.

IDEA PARA RECORDAR

Aunque el niño tenga mucho sobrepeso el plan de reducción no debe ser excesivamente exigente, y menos al
principio, porque si no, es normal que no obtengamos la suficiente colaboración por parte del infante. Es
mejor empezar con objetivos suaves, y conforme se vayan adquiriendo los hábitos, incrementar las
exigencias.

– Una tercera razón que puede estar detrás del niño poco colaborador es que el
plan de reducción de ingesta le esté causando mucho apetito, y que ello le
genere malestar e irritabilidad. Ante esta situación conviene revisar los menús
y posibles tentempiés que se le están permitiendo. Quizá proceda incrementar
la cantidad de fibra alimentaria, o incluir más alimentos saludables entre horas
(frutas, zumos, yogures descremados…), y observar si durante los períodos
entre comidas el niño se aburre porque no tiene nada que hacer y por tanto
magnifica la sensación de hambre.
– Por último consideremos que una posible causa de su falta de colaboración sea
su “carácter”, entendido como un niño difícil, que en general es rebelde, poco
colaborador, protestón, etc. En este sentido, los padres deben trabajar la
comunicación y la motivación. Dependerá de la edad del infante para poder
explicarle de una forma más o menos clara los problemas de seguir con
sobrepeso y de los beneficios de reducir su peso, y en consonancia motivarle
para mejorar su aspecto y su salud. Hay que hacer evidentes, y resaltar, los
beneficios de tener unos hábitos saludables y no centrarse tanto en los
aspectos negativos. En caso de que no podamos “persuadirle” ni motivarle a
través de las conversaciones pausadas y los propios ejemplos clarificadores,
podremos recurrir a técnicas más expeditivas para conseguir su colaboración:
uso de refuerzos y premios de forma inmediata o demorada (recuérdese las
técnicas de economía de fichas y contratos conductuales mencionados), o el

113
uso de la retirada de refuerzos positivos a las conductas que deseamos reducir
(“si hoy no haces tu media hora de caminata, no podrás ver la televisión por la
tarde”).

Abandonos y recaídas

En estrecha relación con lo antes analizado está el problema de los abandonos del plan de
intervención, o después de haber conseguido un determinado objetivo, recaer y volver a
ganar peso.
Debemos recordar que el objetivo de nuestro plan de intervención no se centra
obsesivamente en conseguir un determinado peso, sino en la adquisición de unos hábitos
saludables en la alimentación y de ejercicio físico, que como consecuencia tengan el
ajuste del peso.
La mayoría de los abandonos y recaídas se deben a dos causas, sobre las que
deberemos centrar nuestra atención si deseamos evitar este problema.

– Por una parte la falta de vigilancia y dejación del control por parte de los
progenitores. Por muy sano que sea el reducir el consumo de ciertos alimentos
y el comer otros, o el realizar cierta cantidad de actividad física, si no se
disponía de dichos hábitos, el adquirirlos requiere una buena dosis de
autocontrol y de capacidad de ver unos beneficios que se proyectan en el
tiempo, a cambio de renunciar a unos beneficios inmediatos (como comer
dulces o estar tumbado en el sofá). No se puede esperar que todo este
ejercicio de autocontrol surja de forma espontánea y se mantenga en un niño.
Por ello es sustancial el papel permanente de seguimiento, control y refuerzo
de los padres y el resto de la familia. Si se baja la guardia, es fácil el abandono
del plan. Por ello para evitar dichos abandonos debemos considerar que la
familia debe manejar una buena dosis de motivación, que el plan haya sido
acordado por todos y que esté produciendo algunos beneficios positivos.
– Un plan mal diseñado es la segunda causa probable de un abandono o de una
recaída temprana. Si se ha realizado un plan para 4 meses, se ha conseguido
reducir cierto peso, y la familia piensa que ya se ha logrado el objetivo, es
muy probable una recaída. Un buen plan no es para bajar de peso en poco
tiempo, sino para cambiar hábitos familiares a largo plazo y de forma
permanente. Se evitarán las recaídas con acciones como las siguientes:

a) Elaborar planes de cambio de hábitos permanentes y sin marcarse un


tiempo determinado ni límite.
b) Seguir la evolución del peso a través de una gráfica o cuadro que se ponga
en un sitio visible, y donde se anote cada semana el peso e IMC.
c) Modificar cada cierto tiempo los posibles beneficios y premios que puede

114
conseguir el niño por cumplir ciertas tareas (mantenerse sin comer
dulces, encargarse todos los días de sacar al perro, etc.). Si no se
cambian los premios o beneficios el niño puede perder motivación.
d) Prevenir las situaciones de riesgo. Si la familia baja la guardia y vuelve a
tener en casa productos poco saludables y apetecibles (refrescos, comida
rápida, dulces…) es normal que el niño caiga en la tentación de volver a
comerlos, y sería muy inhumano que otros miembros de la familia los
consuman delante de él, pero a él no se le permitan. De igual forma suele
ser momento propicio para recaídas, períodos singulares donde se rebaja
la atención y el cuidado, como son vacaciones o estancias en casa de
familiares.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

“He encontrado a mi hija Laura dándose algunos atracones cuando creía


que no estábamos en casa, ¿qué puedo hacer?”

El problema de los atracones en la infancia requiere las siguientes


consideraciones y posibles soluciones ¿Son debidos a un apetito voraz,
provocado por una alimentación irregular o insuficiente el resto del día? ¿No
tiene la niña acceso a tentempiés saludables (fruta, yogures descremados,
zumos…) que le hagan controlar el apetito entre comidas principales? ¿Se
dan con ciertos alimentos que se encuentran en casa en cantidad excesiva
(golosinas, dulces, snacks…) o los excesos son con alimentos sanos? ¿Esos
atracones ocurren como respuesta a crisis de ansiedad, rabietas, o frustración
ante ciertas negativas? ¿La niña consigue comprarse comida a escondidas
porque maneja ciertas cantidades de dinero? En las anteriores preguntas
pueden los padres encontrar algunas de las posibles causas de los atracones,
que es también donde pueden actuar.
El tema de los atracones tiene especial importancia en la adolescencia y
especialmente si la niña tiene una autoimagen negativa y cierta falta de
control de impulsos, porque nos estaría “anunciando” una posible
sintomatología bulímica, que cuanto antes conozcamos e intentemos reducir
mayor éxito podremos conseguir.

“Por consejo de un psicólogo he realizado con mi hijo Alonso un


programa de economía de fichas para que haga más ejercicio físico, pero
no conseguimos que tenga resultados, ¿por qué puede ser?”

Normalmente los programas de economía de fichas son muy eficaces en el

115
control de conductas de niños y adolescentes, y en el tema de sobrepeso u
obesidad, han sido utilizados tanto para mejorar los hábitos alimentarios
como para los de actividad física. Cuando no funcionan se debe a alguna de
las siguientes razones. Primero, a haber elegido bien los reforzadores o no,
¿realmente el premio que va a conseguir el niño es algo deseado por él, o no
tiene suficiente atractivo? La segunda razón suele ser que la conducta que
debe realizar el niño es muy difícil de instaurar porque es radicalmente
diferente a lo que hacía hasta ahora o se le pide que lo haga en una
intensidad muy elevada o a un ritmo de adquisición excesivo. La tercera
razón por la que no suelen funcionar los programas de economía de fichas es
el plan para dar las fichas y refuerzos, conviene que al principio sea “fácil”
conseguir fichas y algún premio básico en pocos días (una semana como
mucho) y luego ir aumentando la cantidad de fichas y días para conseguir un
premio, de igual forma conviene tener un premio más sustancioso de
referencia que se conseguirá al instaurarse el hábito que persigamos durante
varios meses.

“Qué objetivo es mejor con un niño con exceso de peso, ¿plantearse


reducirlo o que lo mantenga estable?”

En principio, el objetivo fundamental en este tema es conseguir la


instauración de buenos hábitos alimentarios y de actividad física, y no
obsesionarse con el peso, aunque no deje de controlarse. Si el niño tiene
exceso de peso pero sin ser una obesidad preocupante, quizá sólo es
necesario que se mantenga con el peso actual, dado que el crecimiento
natural hará que con dicho peso cada vez tenga menos grasa y deje de ser
excesivo. Pero si el niño tiene obesidad con bastante exceso de peso,
entonces la instauración de buenos hábitos debe conllevar una reducción del
peso por reducción de la cantidad de grasa, siempre teniendo en cuenta ese
crecimiento natural que provoca a lo largo de los años un aumento de peso
natural.

“Me gustaría que mi hijo Javier adquiriera el hábito de lavarse los dientes
por lo menos dos veces al día, ¿qué acciones pueden ser adecuadas?”

Para instaurar una conducta como ésta se pueden combinar varias técnicas
de señalamiento, autocontrol y seguimiento. Por ejemplo, se podría empezar
por hacer una plantilla en una hoja donde estén los días de la semana, y
donde marque con una X cada vez que se lave los dientes. Esa hoja se
pegará en el espejo del baño (u otro lugar visible). Además de esta técnica,
se puede señalar la necesidad de lavarse los dientes colocando el cepillo de

116
dientes como un utensilio más al poner la mesa para comer (se pone el plato,
vaso, tenedor, cuchillo y cerca el cepillo). Por último, se puede utilizar un
programa que incluya algún premio o refuerzo, ya sea un contrato
conductual o un programa de economía de fichas, explicados en este
capítulo. Estas técnicas requieren realizar acciones especiales durante un
tiempo, mientras se adquiere el hábito, pero pasado dicho espacio temporal,
la conducta debe mantenerse por sí misma, ya que genera refuerzos
intrínsecos (rituales habituales, sensación de limpieza…).

“¿Cómo puedo controlar que mis hijos vean menos la televisión?”

El hábito de ver televisión puede tener dos consecuencias negativas: por una
parte contribuir al sobrepeso, dado que es un hábito pasivo, y por otra que
los programas de televisión puedan transmitir mensajes nocivos a los niños
(excesiva violencia, actitudes consumistas, lenguaje inadecuado, etc.). Se ha
comprobado cómo los niños que más horas de televisión ven al día, más
riesgo tienen de padecer sobrepeso. No hay que olvidar que la televisión en
la actualidad es un medio de comunicación de enorme importancia y que se
ha convertido en un elemento consustancial al modo de vida de nuestra
sociedad, por lo cual su prohibición absoluta al niño no parece oportuna.
Para reducir el tiempo delante del televisor el mejor plan es que toda la
familia adquiera ese hábito, y que en el tiempo ganado se hagan otras
actividades más instructivas. Directamente, con los niños se puede acordar
que al cabo del día puedan ver un tiempo concreto y limitado de televisión
(¿1 hora o 1 hora y media?) o ver uno o dos programas para niños… Este
tiempo puede ser anotado en una hoja junto al televisor. Suele ser efectivo,
por sorprendente, utilizar un reloj cuenta atrás (del tipo a los que se usan en
cocina) y ponerlo en marcha a la vez que se enciende el televisor para que
señale cuándo ha pasado el tiempo acordado. No obstante, hay que insistir
en que la clave para la reducción del tiempo está en que sea algo que haga
toda la familia, y que exista una alternativa o de ocio educativa atractiva.

“¿Qué deporte podría ser recomendable para nuestra hija de 10 años que
tiene sobrepeso?”

La primera pregunta que deben hacerse los padres es cuánta actividad física
cotidiana realiza su hija: ¿camina?, ¿sube y baja escaleras?, ¿pasa demasiado
tiempo en el sofá?… Si hay un déficit en estas actividades, antes de
plantearse realizar un deporte habría que promover los hábitos cotidianos de
actividad física. Si además los padres están interesados en que haga un
deporte, dado que además de mejorar el sobrepeso mejora otras áreas

117
psicológicas y sociales, habría que recomendar aquel deporte que, por sus
características y el contexto donde se realiza, sea el más favorable y
motivante. Algunos deportes sencillos y baratos, aunque requieren del tiempo
de la familia para practicarlos y controlarlos, son el simple caminar, correr si
se puede, o el ciclismo. Un circuito de gimnasia más un tiempo de natación,
también puede ser un buen hábito de deporte habitual, aunque en estos casos
requerimos de más tiempo y a veces de cierto desembolso económico. Y
evidentemente todos los deportes clásicos en equipo, que en muchas
ocasiones pueden practicarse en el propio colegio, como son el fútbol,
baloncesto, tenis, etc. La garantía de mantenimiento de la actividad deportiva
se encuentra en la implicación familiar, y que el deporte sea divertido y
gratificante para la niña.

“¿Podemos utilizar alguna técnica para que nuestro hijo Carlos, que niega
que come muchos dulces y golosinas, se dé cuenta de ello por sí mismo?”

Sí, se pueden utilizar diversas técnicas. Como bien se plantea en la pregunta,


lo mejor para iniciar un plan de reducción de peso es que el propio infante se
dé cuenta de que hay que cambiar algunos hábitos, y que no sólo sea porque
los padres lo han convencido de ello. Algunas de las técnicas que pueden
utilizarse son las siguientes. Se puede empezar haciendo que Carlos lleve un
diario, apuntando todos los dulces y golosinas que come a lo largo del día,
puede hacerlo con una pequeña libreta que lleve en su mochila o incluso en
algún bolsillo del pantalón, para posteriormente, por la noche hacer en
familia un balance y comentarlo. También se puede pedir que guarde todos
los envoltorios de golosinas y dulces para hacer un “montón” en un lugar de
su habitación y que sea evidente cómo va creciendo, a la vez que en una
hoja en la pared se anota el número de dulces consumidos por día. Una
tercera técnica puede utilizarse, si normalmente va acompañado de un
hermano o amigo que coma muchos menos dulces y golosinas con él,
proponiéndole que durante una semana sólo coma exactamente los mismos
que su acompañante.

118
FIGURA 6.6. Dulces y pasteles deben consumirse con moderación para evitar que puedan contribuir al
sobrepeso.

“¿Hasta qué punto es adecuado usar el castigo para reducir conductas


negativas asociadas a la obesidad infantil?”

Si deseamos reducir una conducta negativa (comer demasiado, comer


comida inadecuada, sedentarismo…) podemos actuar de diferentes formas.
La más educativa sería el premiar/reforzar la conducta alternativa positiva
que haga que se reduzca la negativa, más que castigar dicho
comportamiento. Por ejemplo, si deseamos reducir la cantidad de dulces que
se comen en la merienda, es más educativo y eficaz, intentar acostumbrar al
niño a comer frutas o yogures descremados incitando a ello y reforzando con
alabanzas u otros premios si se realiza, a simplemente recriminar y castigar el
hecho de que coma dulces. También se puede reducir una conducta por la
vía de la omisión de algo positivo, por ejemplo, si se meriendan dulces en
vez de fruta, esta noche no se podrá ver la televisión. En psicología
educativa se prefiere siempre premiar lo positivo o retirar algo positivo, antes
que castigar provocando una situación o estímulo negativo.

119
120
7

¿Cómo puedo afrontar los problemas


psicológicos asociados a la obesidad de mi
hijo?

En este capítulo se van a revisar varios problemas psicológicos y familiares asociados a la


obesidad infantil. Se analizarán cuáles son los problemas más habituales, cuáles pueden
ser las causas y algunos consejos para poder intervenir desde la familia.
Previamente, conviene realizar una importante reflexión sobre estos problemas: ¿qué
es primero? Los problemas de ansiedad, relación con los demás, depresión, etc. pueden
ser causa de obesidad infantil, pueden ser consecuencia de ella o pueden cursar de forma
paralela. La importancia de poder contestar a esta pregunta es que los esfuerzos para
reducir el problema que nos ocupe se dirigirán en una u otra dirección. Si el niño se
refugia en la comida por sus problemas de relación con sus compañeros y amigos,
evidentemente el problema de la obesidad que está adquiriendo es secundario, y donde
hay que actuar principalmente es en mejorar sus relaciones sociales. Sin embargo, si por
culpa de un sobrepeso excesivo un preadolescente tiene problemas de autoestima, el
tratamiento para reducir el peso será uno de los aspectos prioritarios, entre otros.
En el cuadro 7.1 se recogen, a modo de resumen, algunos de los problemas de orden
psicológico que se han relacionado con la obesidad infantil.

CUADRO 7.1
Problemas psicológicos y sociales asociados a la obesidad infantil (adaptado a partir de Chueca et al., 2002)

– Peor consideración social.


– Marginación social.
– Imagen pobre de sí mismos.
– Sensación de inferioridad y rechazo.
– Dificultades para hacer amigos.

121
– Depresión.
– Aislamiento, inactividad.
– Disminución de la autoestima.
– Ansiedad.
– Alteraciones del comportamiento.

También es necesario señalar que algunos estudios han puesto de manifiesto que
muchos niños obesos ni son conscientes de tener un problema de salud por su peso, ni
viven esa situación con alteración de su salud psicológica, probablemente en relación a
entornos sociales menos agresivos o más protectores.

Problemas de autoestima

“Carmen, que tiene 10 años, dice que no quiere ir a la fiesta de fin de curso del colegio. Su
padre habló con ella el otro día para saber por qué, y ella dice que como está gordita no le va quedar
bien el disfraz que van a llevar todos los compañeros de su clase. Su padre le dijo que el disfraz a
cada niño le quedaba diferente y que eso no importaba, pero Carmen insistía en que ella todo lo
hacía mal y que era más torpe y tonta que el resto de sus compañeros, por lo que prefería quedarse en
casa.”

El anterior ejemplo sería un caso de problema de autoestima en un niño con


obesidad infantil. La autoestima, definida de una forma sencilla, es el concepto o
valoración que tenemos de nosotros mismos. Una autoestima elevada es signo de
aceptación propia y de confianza en nuestras posibilidades.
La obesidad infantil puede ser una causa de problemas de autoestima, y
normalmente se ve afectada al observar reacciones negativas y discriminatorias de los
demás hacia el aspecto físico, y a no ser capaz de hacer el oportuno filtro para evitar su
impacto. Por lo cual, podemos intuir que para que la obesidad infantil sea origen de baja
autoestima deben darse ambos factores:

– Experiencias negativas referentes al aspecto físico.


– Incapacidad personal para relativizar críticas, burlas, etc., y compensarlas con
otras auto-percepciones positivas.

En el ejemplo de Carmen se ha indicado una situación donde se podría detectar un


problema de autoestima. A continuación se pueden ver los elementos que suelen
utilizarse para evaluar la autoestima en niños y adolescentes, y que podemos utilizar
como guía para explorarla en un infante:

– ¿Cómo se considera físicamente? Me gusta mi cuerpo, estoy satisfecho con mi

122
imagen, creo que gusto a los demás, etc.
– ¿Cómo se autoconsidera intelectualmente? Creo que soy inteligente, soy capaz
de hacer las tareas escolares, los demás creen que soy listo, etc.
– ¿Cómo se autoconsidera emocionalmente? Creo que soy una persona feliz, los
demás piensan que soy una persona alegre, etc.
– ¿Cómo se autoconsidera socialmente? A los demás les gusta estar conmigo,
creo que soy buen amigo, en clase tengo buenos compañeros, etc.

Se ha investigado que las niñas que han sufrido burlas debido a su aspecto, tienen
afectada su autoestima, y son más proclives a sufrir trastornos de conducta alimentaria
en la adolescencia y juventud. Las burlas son más sentidas si provienen de familiares
(padres, hermanos…) o de amigos cercanos.

¿Cómo podemos mejorar la autoestima?

Algunos consejos para ayudar desde la familia a un niño con problemas de autoestima,
debidos a su obesidad, son los siguientes:

– Establecer una relación padres-hijos, desde la infancia, fundamentada en


muchas facetas de la vida, no centrada en el aspecto físico o el peso.
– Mantener una comunicación fluida con objeto de detectar posibles
pensamientos erróneos en el niño, que están manteniendo un autoconcepto
negativo. Por ejemplo, comprobar si asocia el estar “gordito” con ser “peor
persona o peor amigo”, o si cree que “las personas gordas tienen menos
derechos que las personas delgadas”. Convendría una vez detectado este tipo
de pensamientos, reflexionar con él. Hacerle ver que comete errores pensando
así, y que debe cambiar esa forma de reflexionar por formas de pensar más
sanas, proporcionándole ejemplos y argumentos sólidos.
– Dar la justa importancia al peso: realismo sí, pero sin exagerar. El peso es
importante como un indicador de salud, pero no es el indicador más
importante ni el único.

IDEA PARA RECORDAR

Muchos problemas de autoestima en niños con exceso de peso provienen de centrar la relación con ellos en
torno a su peso. Hay que intentar reforzar las facetas positivas del niño y darle sólo la importancia justa al
peso.

– Resaltar las cualidades positivas del niño. Aunque el niño tenga problemas por
su exceso de peso, seguro que tiene otras muchas facetas positivas que se
pueden reconocer y reforzar: cómo se comporta en casa, sus actividades

123
escolares, sus muestras de afecto, su alegría, cierta habilidad para hacer algo,
etc.
– Establecer un programa realista de reducción de peso, donde se implique toda la
familia y no se vea como un problema exclusivamente centrado en el niño.
– Que las propuestas para mejorar los hábitos saludables se centren en los
aspectos positivos que se van a conseguir y no tanto en destacar los negativos
de seguir como ahora se está.
– Realizar actividades gratificantes con el niño, en actividades y acciones donde él
sea competente, con objeto de que al conseguir resultados, obtenga
sensaciones positivas asociadas a sus capacidades y se refuerce su autoestima.

Problemas emocionales

“Desde hace una semana Luis, de 10 años, ha perdido el interés por el colegio y por salir por
las tardes a divertirse con sus amigos. Sus padres notan que se queda en casa mucho tiempo solo,
tristón, con poca energía y motivación para hacer cualquier cosa. Él dice que se ha quedado sin
amigos porque está gordito y que prefiere estar solo en casa antes de sentirse mal cuando está con
ellos.”

Luis, tal y como se señala, muestra síntomas de depresión, que es una de las
consecuencias negativas emocionales que puede llegar a provocar el percibirse diferente y
rechazado por culpa de un aspecto físico no aceptado socialmente, debido a un exceso de
peso.
No todos los niños con sobrepeso van a sufrir episodios depresivos. Cómo es su
personalidad, haber padecido o no experiencias negativas asociadas a su aspecto físico,
educación recibida, contar con un entorno familiar protector, etc. son variables que
amortiguan los factores que incitan a la depresión.
Es también en la depresión infantil cuando debemos plantearnos si es consecuencia
de la obesidad o al revés. Es común que niños no obesos que comienzan con un episodio
de depresión por diferentes motivos, modifiquen sus hábitos de vida, tendiendo al
aislamiento y a la pasividad física, comiendo más o abusando de dulces, favoreciendo en
definitiva el sobrepeso.
Si realmente estamos ante un episodio de depresión infantil, aunque los padres
deban intervenir para reducirla, conviene que soliciten la intervención (correcto
diagnóstico y tratamiento) de un especialista de la salud, ya sea el pediatra, un psicólogo
infantil o un psiquiatra.

Cómo detectar la depresión y cómo intervenir

124
Detectar

Lo primero que deben intentar los padres es detectar que su hijo está pasando por un
episodio depresivo. La mejor forma de darse cuenta de ello es el conocimiento de su hijo
y la observación permanente. Si conocemos bien al niño, sabremos cuándo está haciendo
algo diferente o extraño, o cuándo está dejando de hacer cosas que hace habitualmente.
En concreto y con respecto a la depresión, son signos y síntomas de que están haciendo
aparición, los siguientes procesos:

– Cambios en la actividad diaria, tendiendo al aislamiento y a la falta de actividad.


– Falta de interés y motivación para la realización de actividades que antes hacía
por rutina o por placer: ir al colegio, jugar con sus amigos, practicar algún
hobby, etc.
– Comentarios, expresiones y pensamientos auto-negativos, ideas extrañas o
comportamientos auto-lesivos.
– Episodios recurrentes de tristeza, melancolía, lloros injustificados.
– Hipersensibilidad, irritabilidad.
– Quejas de malestar físico como dolor de cabeza, cansancio, hambre
permanente o falta de apetito.
– Problemas de atención, concentración, disminución del rendimiento escolar.
– Cambios en el patrón de sueño, dormir mucho más o dormir peor.

Preguntarse por qué

Si en la familia detectamos alguno de los síntomas anteriores, la segunda cuestión que


debe plantearse es cuáles pueden ser las razones para que el niño esté deprimido.
Si la causa puede ser debido a su exceso de peso, él mismo puede ser el origen de la
depresión o se están provocando problemas de auto-imagen y de relación social con los
demás.

– Debido a su sobrepeso, ¿se le está tratando diferente (comentarios agresivos, se


le ha quitado la posibilidad de hacer ciertas cosas, etc.) dentro de la familia?
– ¿Podemos saber (hablando con él o a través de un conocido) si en su entorno
de amigos se le está marginando debido a su exceso de peso?
– ¿Puede ser que en el colegio esté teniendo experiencias negativas debido a su
aspecto físico? (burlas, comentarios, marginación de actividades, etc.)
– Quizá no existen evidencias de ningún trato diferente, y es el propio niño el que
está interiorizando una imagen negativa de él.

125
¿Cómo intervenir?

Detectado que el niño está pasando por un episodio depresivo, y aclaradas las posibles
causas (o no), los padres deberían plantearse, antes de hacer nada, obtener la opinión de
un especialista de la salud, quien puede hacer un diagnóstico más preciso de si nos
encontramos o no ante una depresión, así como establecer un tratamiento más eficaz. De
todas formas, desde la familia se pueden poner en marcha las siguientes actuaciones:

– Incrementar la atención y observación del comportamiento del niño. Debemos


confirmar que no estamos ante unas reacciones anecdóticas y que realmente el
niño puede estar deprimido. Esta especial vigilancia debe incrementarse si
existe algún tipo de riesgo, como pueden ser las autolesiones.
– La siguiente intervención que debería intentarse desde la familia es reducir el
impacto negativo de comentarios o actuaciones de los propios miembros de la
familia o del entorno en el niño. Para ello, además de evitar que ocurran,
convendría dotar al niño de recursos de filtro para enfrentarse a dichos
comentarios, y de disponer de suficiente repertorio de actividades para
realizar, para que no se sienta perdido, si por su aspecto no le permiten hacer
una.
– El desarrollo de la autoestima, sería la tercera recomendación a realizar, para lo
cual se puede leer el apartado anterior de este capítulo.
– En especial es recomendable la realización de actividades gratificantes en
familia, que devuelvan al niño las sensaciones positivas: comer juntos, realizar
excursiones, hacer juegos en familia, visitar un centro de ocio, leer juntos, etc.
– Por último, y en la medida de lo posible, desde la familia se puede intentar
influir en el entorno del niño para que eviten, con sus acciones y comentarios,
empeorar la situación. Se puede hablar con los hermanos, familiares, abuelos,
profesores del colegio, amigos del niño, etc., y hacerles conscientes de que
está pasando por un mal momento, y que necesita de todos un poco de
esfuerzo para no herir sus sentimientos, con actitudes negativas centradas en
su aspecto físico.

Problemas de relación con los demás

“La madre de Jorge, de 11 años, descubrió el otro día que éste ya no tenía su colección de
cochecitos que llevaba dos años coleccionando. Jorge decía que los había ido regalando a sus
amigos, pero su madre no entendía muy bien por qué. Después de insistir mucho, descubrió, que la
única forma que tenía Jorge de que le dejaran ir a jugar al balón otros dos niños, era que pagara con
algo por ser gordito, y ésa era la forma por la que había ido perdiendo sus cochecitos.”

A veces los niños con sobrepeso pueden tener problemas de relación con los demás,

126
problemas que a veces no son evidentes y palpables para los padres, y que sólo se
enteran cuando alguno de ellos ya lleva tiempo afectando negativamente al niño. Estos
problemas pueden ser:

– Aislamiento, que puede ser elegido o por marginación, y que puede ser
constante y general, o sólo puntual y asociado a un determinado contexto, por
ejemplo por las tardes en las actividades deportivas, o en la clase del colegio.
– Otro problema que puede estar sufriendo es el de intimidación, burlas,
comentarios, amenazas, que estén generando en el niño miedos y
comportamientos anómalos. Por ejemplo, puede ocurrir que una niña gordita a
la que intimidan todas las tardes al salir del colegio solicite a sus padres que
vayan todos los días a recogerla porque “tiene miedo”, aunque no diga
exactamente por qué.
– También debemos mencionar los abusos, como se ha puesto de manifiesto en el
ejemplo. Para evitar burlas o discriminaciones y conseguir la aceptación de los
demás, muchos niños con problemas de obesidad, pueden acceder a realizar
cosas que no harían en otras circunstancias: como puede ser hacer tareas
escolares de otros, acarrear pesos, ceder parte de su comida, dar dinero,
regalar cosas, etc.

¿Qué hacer?

A continuación se exponen algunos consejos.

1. El primer consejo sería intentar descubrir si el niño está teniendo algún


problema de relación. Para ello a veces sólo es necesario hablar con él, y que
nos cuente qué le pasa. En otros casos los padres deberán intuirlos por
comportamientos extraños del niño (no quiere ir al colegio, le faltan cosas,
hace tiempo que no habla de cierto amigo, está especialmente huraño, hostil o
deprimido…). A veces se puede consultar a amigos, familiares o profesores
del colegio, sobre si conocen o han detectado algún problema con el niño.
2. El segundo paso que deben hacer los padres es intentar que el problema no se
convierta en un trastorno psicológico grave, para ello los padres deben
desdramatizar la situación, ofrecer información, cariño y apoyo al niño, y
hacerle ver que sólo desde el conocimiento se le puede ayudar. No se le debe
regañar por no haberlo contado antes, sino intentar crear un adecuado clima
de confianza, para que podamos conocer los detalles del problema, y para que
si vuelve a ocurrir lo cuente sin miedo a posibles recriminaciones.
3. Actuar con los medios disponibles. Si ha existido algún tipo de abuso o
problema grave, intervenir con la contundencia necesaria, que puede incluir la
solicitud de intervención de los padres de otros niños, la participación de

127
miembros del colegio, o dado el caso, incluso la denuncia ante las autoridades.
Si el problema no es de tal gravedad, quizá sólo haya que intervenir con el
niño para que sepa cómo actuar en el futuro para evitar dichas situaciones.
4. Normalmente se necesitará reforzar la autoestima del niño, de tal forma que
confíe en sí mismo y sus habilidades para resolver los problemas que le
ocurren en su vida, sin necesidad de tener que asumirlos como inevitables.
Para ello se puede trabajar en la línea de lo expuesto en el primer apartado de
este capítulo.
5. Por último, se puede aconsejar que se trabaje con el niño algunas habilidades
sociales que le permitirían interactuar con otros de forma más sana. Por
ejemplo, enseñarle a cómo reclamar sus derechos, o estrategias para decir no
cuando no quiere hacer algo, enseñarle que ser estricto y exigir respeto no
pone en riesgo la amistad de otros, etc. (véase el cuadro 7.2, con la
explicación de algunas estrategias para decir “no”).

CUADRO 7.2.
Habilidades Sociales: estrategias para decir “no”

1. Técnica sándwich

Consiste en decir la negativa entre dos cosas positivas.


1.º Algo positivo.
2.º La negativa al tema.
3.º Algo positivo.
Ejemplo: Alguien nos pide el cuaderno para copiarse una tarea y no queremos dejárselo. Podríamos decirle:
“Me gustaría mucho ayudarte con este tema, pero no puedo dejarte el cuaderno, ya te echaré una mano en
otras cosas”.

2. Técnica del razonamiento firme

Consiste en dar la negativa y 2 o 3 razones contundentes que parezcan inamovibles en ti.


1.º Negativa.
2.º Plantear 2 o 3 razones contudentes.
Ejemplo: Queremos decir no a una propuesta de esconder a una compañera la mochila. Podríamos decir:
“No quiero hacerlo, me parece una ‘pasada total’ y a mí me molestaría muchísimo”.

3. Técnica de la alternativa

Consiste en decir no a la petición y dar una o más alternativas a esa propuesta; a veces puede ser más
interesante decir primero las alternativas antes de decir no.
1.º Negativa.
2.º Dar una o más alternativas a la propuesta o viceversa.

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Ejemplo: Se nos propone pasar un rato tirando piedras a los peces del lago del parque. Podríamos decir:
“¿Y si paseamos en bici esta tarde o jugamos al baloncesto en el barrio?, yo a lo del lago no voy a ir”.

4. Técnica de “déjamelo pensar”

Consiste en retrasar la respuesta a través de cualquier excusa, con intención de decir no. A veces no es
necesario llegar a decir no, ya que pasado el momento de la propuesta, quizá ya no nos hagan la petición otra
vez. Hay que decir siempre que cuando ya sepáis la contestación seréis vosotros los que avisaréis para
contestar, si no, puede que os atosiguen continuamente para que digáis que sí.
1.º Retrasar la respuesta con cualquier excusa.
2.º Ante la insistencia, decir no rotundamente o usando una de las anteriores estrategias.
Ejemplo: Se nos propone participar en un grupo de trabajo al que no nos apetece pertenecer. Podríamos
decir: “No os contesto ahora, dejádmelo pensar, en cuanto lo tenga claro os aviso”.

Prevención de la anorexia y la bulimia

“Julieta tiene 13 años, durante su infancia fue una niña ‘gordita’, y según cuenta lo pasó muy
mal por ello, ya que en el colegio se burlaban de ella, y de la ropa que debía llevar, que nunca era la
de moda. Cuando llegó a la adolescencia se dio cuenta de que ninguno de los niños que le gustaban
se fijaban en ella, y tomó la decisión radical de perder peso con una dieta hiperestricta y hacer
ejercicio físico a diario, de esta forma ha perdido 20 kg en 6 meses, y aunque al principio todos le
decían que se veía más bonita, ahora su familia está preocupada porque ha sido todo demasiado
rápido y no parece tener límite; además la menstruación ya no es regular.”

El caso de Julieta es un buen ejemplo de lo que a veces ocurre con una historia
infantil de obesidad. Algunas chicas que han sufrido por su aspecto físico a lo largo de la
infancia, al llegar a la adolescencia, donde la imagen corporal se convierte en algo tan
importante en las relaciones con los demás, toman la decisión de iniciar un proceso
agresivo de reducción de peso, que en algunos casos puede desembocar en un trastorno
de la conducta alimentaria. Muchas chicas con Anorexia o Bulimia, recuerdan haber sido
en la infancia más gorditas que sus amigas y que incluso sufrieron burlas por ello.

Anorexia y bulimia: ¿qué son y cómo se diferencian?

La anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa son dos tipos de trastornos de la conducta


alimentaria, que tienen algunas características similares. A continuación se exponen los
rasgos más singulares de cada uno de ellos.
La anorexia nerviosa se caracteriza por un deseo de estar muy delgada, manteniendo
el peso por debajo del 85% esperado para su edad y estatura, a través de dietas muy
estrictas y ejercicio físico excesivo. También se les observa una falta para reconocer que

129
su peso es muy bajo y su aspecto es demasiado delgado. La niñas con anorexia nerviosa
suelen tener una menstruación irregular (para el diagnóstico se requieren 3 meses
seguidos sin menstruación).
La bulimia nerviosa tiene como rasgo característico un patrón alimentario irregular,
en el que aparecen frecuentemente atracones (comer mucho y en poco tiempo), y luego
acciones para compensar la ansiedad por haber comido tanto, como pueden ser vómitos,
uso de laxantes, actividad física extrema, etc. Todas estas acciones están encaminadas a
mejorar su insatisfacción corporal, dado que se ven “gorditas”. Los ciclos atracón-vómito
no son buenos métodos para controlar el peso, por lo cual las chicas con bulimia nerviosa
no tienen por qué perder peso, y en muchas ocasiones siguen manteniendo un sobrepeso.
Entre la anorexia y la bulimia existen algunas diferencias importantes. Si bien una
chica con anorexia puede utilizar el método de los vómitos para controlar también su
peso, es muy raro que se dé atracones de comida, que es un rasgo específico de la
bulimia. Las chicas con anorexia suelen ser perfeccionistas en muchas facetas de su vida,
sin embargo, el rasgo de personalidad de las chicas con bulimia es la falta de control de
impulsos. Por último, podemos destacar que el abuso de fármacos laxantes/diuréticos u
otras sustancias (tabaco, alcohol…) es más común en la bulimia que en la anorexia.
El mantenimiento durante mucho tiempo de uno de estos trastornos puede tener
efectos muy perjudiciales para la salud, y en casos extremos incluso la muerte.

¿Qué puede hacer la familia para prevenir estos problemas?

Se ha incluido este tema porque uno de los factores que se han asociado con el inicio de
la anorexia o la bulimia, es haber sufrido obesidad en la etapa infantil.
Por ello, los padres de un niño obeso, y en concreto de niñas obesas, deberían estar
especialmente atentos cuando se inicie la adolescencia, para evitar que la obesidad dé
paso a uno de estos graves problemas de salud.
¿Sobre qué niñas habría que tener especial atención? Singularmente las que tengan,
o hayan sufrido, alguno de los siguientes factores de riesgo:

– Aquellas que hayan sufrido por su imagen corporal a lo largo de la infancia


burlas, comentarios negativos, etc.
– Las niñas a las que se observa muy preocupadas por la imagen corporal, que
hacen referencias a su aspecto, que se quejan continuamente al mirarse al
espejo, que se comparan frecuentemente con amigas, que se quejan
especialmente a la hora de comprarse ropa, etc.
– Aquellas niñas que junto a los anteriores factores, tienen ciertos rasgos de
personalidad. En concreto si son perfeccionistas (les gusta tener todo
controlado y recogido, son muy eficaces en las tareas escolares, soportan mal
los fracasos…), dado que es un rasgo muy característico de las chicas con

130
anorexia. También sería conveniente atender con cuidado a una niña con
claros problemas de control de impulsos (un día quiere una cosa otro día otra,
es incapaz de terminar lo que empieza, a veces se da atracones…), ya que es
un rasgo muy presente en las niñas con bulimia.

IDEA PARA RECORDAR

La niña que ha sufrido obesidad en la infancia, que inicia dietas estrictas en la adolescencia porque está
especialmente preocupada por su imagen, y que además tiene una clara personalidad perfeccionista, debe
ser una niña que requiere especial atención porque está en alto riesgo de iniciar un trastorno de conducta
alimentaria.

– Las chicas que se vean especialmente interesadas en medios de comunicación


(revistas, programas de televisión) donde se comparan con actrices y modelos,
o donde obtienen información de dietas y remedios para perder peso.
– Por último deberán estar especialmente atentos los padres que observen a una
niña que en la adolescencia inicia conductas de control de peso de forma
drástica: ya sea dieta, comienzo de ejercicio físico con un fin estético, etc.

¿Existe algún motivo que dispara el inicio de estos trastornos? La investigación sobre
las historias de chicas con anorexia o bulimia ha comprobado que en general sí, sobre
todo en aquellas que han tenido alguno de los factores de riesgo antes mencionados, y
que en un momento de su adolescencia sufrieron una etapa de estrés o ansiedad, que
suele coincidir con el inicio de las conductas más patológicas. Las situaciones de estrés
pueden deberse a muchos motivos, entre los que se incluyen: desengaños amorosos,
pérdida de un familiar, cambio de domicilio, viaje estresante, separación de los
progenitores, etc.

Estrategias y actuaciones

Lo primero, sin duda, es conocer a su hija y estar especialmente atento a si ocurre alguno
de los factores de riesgo expuestos antes. Si los progenitores desean que no llegue a
aparecer alguno de esos factores o, si ya ocurre, que no llegue a afectar de forma
peligrosa, deberían plantearse alguna de las siguientes estrategias:

1. Promover una autoestima y actitud hacia sí misma que no se centre, de forma


exclusiva, en la imagen corporal.
2. Fomentar una actitud crítica ante los mensajes sociales que idealizan la
delgadez como único patrón de belleza.
3. Ayudar a la niña perfeccionista a que flexibilice su forma de pensar y actuar.
Para ello no exigirle que sea siempre la mejor, hacerle ver que los errores y

131
fracasos ocurren de vez en cuando en la vida, y que también de ellos se puede
aprender.
4. Ayudar a realizar planes de reducción de peso, si lo necesita la niña, que se
centren en la adquisición de hábitos sanos, no exclusivamente en el peso.
5. Fomentar hábitos de alimentación en familia. Se ha comprobado que uno de los
factores de riesgo muy implicado en la aparición de estos trastornos son las
niñas que en su preadolescencia y adolescencia temprana comen solas.
6. Proporcionar una educación básica en nutrición, resaltando la gran calidad
nutricional de ciertos alimentos que comidos en cantidades adecuadas y en
preparaciones sencillas no engordan, y que no deben ser eliminados de la
dieta: verduras, legumbres, yogures, frutas, pescados, carnes a la plancha, etc.
7. Comentar y tener claro entre qué valores de peso puede moverse la niña,
estando dentro de la normalidad (puede consultarse para ello la información
del capítulo 2).

Las acciones familiares propuestas siempre tienen como elemento común el


conocimiento de los hijos y el diálogo con ellos. Puede advertirse que la mejor forma de
conseguirse una buena relación comunicativa con un adolescente es haberla practicado
durante la infancia. Un padre que intenta acercarse de forma sorprendente en la
adolescencia, cuando no lo ha hecho antes, puede encontrarse con un niño extrañado,
poco colaborador o incluso desafiante.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

“¿Puedo hacer algo para eliminar las rabietas de mi hija Ana cuando me
niego a comprarle chucherías o dulces?”

Las rabietas suelen ser respuestas inadecuadas a la frustración, formas de


expresar la ira ante una negativa. Las rabietas habituales ocurren porque
tienen algún mecanismo que las mantienen, de algún modo están siendo
reforzadas, porque si no, no se repetirían. Las fuentes que refuerzan las
rabietas suelen ser: conseguir la atención de los demás (que se le hable,
atienda, coja en brazos), conseguir algo en concreto (que se le compre algo,
que se le deje más tiempo con un juguete, ver más rato la televisión), o no
tener que hacer algo (no comer verduras, no tomarse un medicamento, no
irse a dormir). Los padres interesados en conseguir disminuir las rabietas
pueden utilizar estrategias, como las siguientes. Primero intentar evitar las
situaciones provocadoras (no pasar por delante del puesto de chucherías, por
ejemplo). Segundo, si se inicia la rabieta, ignorarla y no prestar atención (es
preferible a castigarla con malas palabras); si es necesario dejar solo al niño
en un contexto seguro pero donde su rabieta no sea atendida por nadie. Y en

132
tercer lugar, que no consiga su objetivo (nunca comprarle lo que pide tras
una rabieta) o que incluso pierda algo que ya tenía conseguido (si se le había
comprado algo quitárselo en el momento de la rabieta y dárselo más adelante
haciéndolo coincidir con un comportamiento positivo). Manteniendo una
actitud firme en la línea expuesta, que no quiere decir autoritaria ni dejando
de mostrar cariño, las rabietas pueden controlarse.

“He comprobado que mi hijo Daniel está engordando desde hace un año,
que fue cuando nos divorciamos su madre y yo, ¿puede estar
relacionado?”

La separación de los padres puede suponer en alguno de los hijos un


incremento del sobrepeso por varios mecanismos, que pueden ser prevenidos
por los progenitores. Por una parte el cambio de hábitos familiares puede
provocar una alimentación irregular o una disminución de la actividad física,
provocando un incremento del peso. De igual forma algunos padres
compensan la falta de tiempo cotidiano con sus hijos, celebrando los
momentos de encuentro con comidas y bebidas especiales, y a veces con
chucherías o dulces, que pueden contribuir a una ingesta de calorías
excesiva. Y por último hay que mencionar que algunos niños pueden sufrir
ansiedad y estrés por la situación de separación, que en algunos casos
pueden compensar comiendo más.

“Nuestra hija María, de 12 años, quiere que le compremos todas las


semanas una revista para adolescentes, donde vemos que se publican
muchos productos adelgazantes, ¿puede ser perjudicial?”

Estudios recientes en España han comprobado que uno de los factores mejor
asociados al comienzo de trastornos de conducta alimentaria como son la
anorexia o la bulimia, es el consumo habitual de medios de comunicación
que promuevan como deseable la imagen muy delgada en mujeres, y
publiciten métodos adelgazantes. El simple hecho de leer estas revistas no es
causa de un trastorno de este tipo, es un factor más. Si una niña tiene
problemas de sobrepeso, últimamente está especialmente preocupada por su
imagen, es muy perfeccionista o tiene claros problemas para controlar
impulsos, el que además consuma este tipo de revistas puede ser una llamada
de atención para los padres. En ese caso convendría que los padres más que
prohibir su compra, pues puede adquirirlas o consultarlas por otros medios,
intenten conseguir que las lea con una actitud crítica, a ser posible guiadas
por comentarios de los padres que insistan en la falta de eficacia, y riesgos
para la salud de muchos métodos adelgazantes (dietas extremas, pastillas,

133
cremas) que se anuncian. De igual forma, criticar la imagen de delgadez
extrema como el ideal de belleza, dado que suele ir acompañado de
problemas de salud e insatisfacción personal.

¿Existe algún test para evaluar la autoestima de un niño con obesidad?

Actualmente, en España no disponemos de un test específico para medir la


autoestima de un niño obeso. Contamos con muy pocos tests específicos y
suficientemente validados para medir la autoestima infantil en la población
general; este tipo de pruebas de evaluación se han diseñado
fundamentalmente para adolescentes y adultos. Entre estos tests, el más
utilizado es la escala de autoestima de Rosenberg, que se utiliza con
adolescentes y adultos, y que incluye preguntas como las siguientes: Creo
que tengo varias cualidades buenas, en general estoy satisfecho conmigo
mismo, a veces pienso que no sirvo para nada, desearía valorarme más a mí
mismo, etc. Si unos padres quien realizar una valoración más precisa de la
autoestima de uno de sus hijos, convendría que consulten a un psicólogo
infantil, quien podrá administrar, corregir e interpretar la prueba psicológica
más adecuada.

“He observado que últimamente mi hijo Daniel habla mucho de la muerte,


y las historias que escribe o los dibujos que hace siempre tienen un fin o
una temática triste, ¿puede ser un síntoma de depresión?”

Ese tipo de comportamiento suele estar asociado a un episodio de depresión


infantil, al que a veces también acompañan comentarios o ideas de suicidio.
Pero si el niño sólo muestra ese comportamiento extraño no significa que
esté sufriendo depresión, sino que pasa por un momento de especial
sensibilización sobre esos temas. La depresión infantil suele tener otros
signos y síntomas que también suelen estar presentes, como son la
anhedonia (falta de interés por actividades que antes eran placenteras),
tristeza, melancolía, cambio de hábitos (en el patrón de sueño, de
alimentación), reacciones hostiles o de sumisión, etc. Uno solo de estos
síntomas durante un tiempo concreto, no debe hacernos pensar que estamos
ante una depresión, pero varios de ellos a la vez, o uno que no cesa, puede
requerir nuestra atención y la intervención de un profesional de la salud,
médico o psicólogo.

134
135
8

Tratamientos especializados para la


obesidad

Psicológicos

Las propuestas de intervención que hemos recomendado en los capítulos anteriores de


este libro se fundamentan en planteamientos de la psicología actual y de las
investigaciones de nutrición. Por ello, no vamos a realizar ahora un análisis detallado de
cuáles son las estrategias que se utilizan en psicología para tratar la obesidad. Nos
limitaremos a comentar brevemente cómo se plantea una intervención psicológica
estructurada y diseñada por un profesional de la salud.
Una intervención psicológica, desde un enfoque cognitivoconductual, dirigida a tratar
la obesidad va a tener las siguientes características:

IDEA PARA RECORDAR

Los tratamientos psicológicos actuales más efectivos no tratan de cambiar la mente o buscar traumas
infantiles. Utilizan técnicas psicológicas que permiten descubrir formas de pensamiento y conductas que
están favoreciendo la obesidad, y utilizan técnicas psicológicas para establecer, de forma firme, nuevos
hábitos alimentarios y de ejercicio, entre otros objetivos.

1. Primero descartará que la obesidad se debe a algún tipo de problema médico.


2. Se realizará una evaluación estricta y rigurosa, con objeto de responder a
preguntas como: ¿Por qué, cuándo y cómo se están manteniendo conductas
que están provocando sobrepeso, ya sean en alimentación o en cuanto a
sedentarismo? ¿Existe algún tipo de ganancia o refuerzo para que dichas
conductas se mantengan en el tiempo?
3. Una vez detectadas las conductas, se realizará un plan riguroso de intervención,
guiado por el psicólogo a través de sesiones periódicas, una a la semana o
cada quince días.

136
4. El psicólogo utilizará técnicas de psicoeducación, y propondrá programas de
acción con el objetivo de controlar los estímulos, manejo de refuerzos,
premios y castigos, entre otras acciones.
5. El objetivo de la terapia se habrá conseguido cuando el niño y/o la familia
hayan sustituido de forma permanente las conductas que provocaban la
obesidad por conductas saludables que mantienen el peso normal.

A modo de ejemplo, en el cuadro 8.1, se exponen cuáles son las sesiones de un


tratamiento típico de obesidad infantil a través de una intervención psicológica.

Farmacológicos

Evidentemente, desde la familia poco se puede hacer en cuanto a un planteamiento


farmacológico para el tratamiento de la obesidad de su hijo, pero dado que es un tema
que en los últimos años está tomando especial relevancia, incluimos aquí una breve
reseña. Sirvan estos datos exclusivamente como información general, pues todo
tratamiento farmacológico deberá ser decidido y supervisado por un médico.
Si hace unas décadas el tratamiento farmacológico de la obesidad estaba mal visto,
incluso en el mundo médico, en la actualidad se considera que es una herramienta
terapéutica más que debe ser considerada, sobre todo en obesidad resistente y con alto
riesgo para la salud. Igualmente, hay que señalar que también se conocen personas
obesas que no responden a los fármacos antiobesidad, y que en el caso de niños, el
tratamiento farmacológico debe ser considerado con especial cuidado por los efectos
secundarios de algunos de los fármacos disponibles.

CUADRO 8.1
Sesiones de un programa psicológico de tratamiento de obesidad infantil (adaptación a partir de Kirschenbaum
et al., 1989)

1.ª Sesión: Generación de un compromiso de perder peso.


2.ª Sesión. Evaluación de los hábitos de alimentación y de ejercicio actuales.
3.ª Sesión: Inicio del cambio.
4.ª Sesión: Alimento, nutrición y peso.
5.ª Sesión: Reducción de calorías.
6.ª Sesión: Uso de autoinstrucciones e imaginación.
7.ª Sesión: Ayudar a los participantes a convertirse en comensales asertivos.
8.ª Sesión: Alternativas no ingestivas para afrontar la tensión.
9.ª Sesión: Establecimiento de objetivos, planificación y resolución de problemas.
10.ª Sesión y siguientes: Tratamiento en grupo a largo plazo.

137
Objetivos del tratamiento farmacológico:

1. Disminuir la sensación de hambre o apetito, es decir, disminuir las ganas de


comer.
2. Reducir el aprovechamiento calórico de los alimentos, disminuyendo la
capacidad del sistema digestivo para absorber los componentes que más
engordan de los alimentos.
3. Aumentar el rendimiento metabólico del organismo, promoviendo un
incremento de la energía gastada.
Por el momento, no se dispone de fármacos que permitan conseguir los tres
objetivos a la vez, pero sí se conocen fármacos que actúan sobre cada uno de los
objetivos anteriores. Los fármacos que vamos a comentar no son sustancias milagrosas
para el tratamiento del sobrepeso o la obesidad, pues todos tienen importantes efectos
secundarios adversos. Por todo ello el tratamiento farmacológico requiere:

1. Que su administración esté recetada por un médico, quien establecerá cuál es el


fármaco adecuado y cuál la mejor forma de administración.
2. Que el tratamiento farmacológico se realice como último recurso, si el cambio
de hábitos alimentarios y de actividad física no consiguen un efecto positivo y
existe riesgo para la salud.
3. Que el tratamiento no se plantee como único enfoque y de forma crónica, sino
que esté inmerso en un tratamiento más amplio dirigido también a cambiar los
diferentes hábitos de la vida implicados en el sobrepeso.

Con estas matizaciones, veamos algunos de los fármacos existentes para el


tratamiento de la obesidad.

Fármacos anorexígenos

Anorexia significa falta de apetito, por eso a los fármacos encaminados a reducir el
apetito se los denomina anorexígenos. Éstos actúan sobre el centro neuronal del sistema
nervioso central que controla la sensación de saciedad, “engañan” a este centro neuronal,
provocando una sensación de saciedad, reduciendo consiguientemente la ingesta y a la
larga el sobrepeso.
Se clasifican según sobre qué neurotransmisor ejercen su acción. Por ejemplo, el
dietilpropión o la fentermina, que actúan como neurotransmisores adrenérgicos o
dopaminérgicos, o la fluoxetina y sertralina, que actúan sobre el neurotransmisor
serotonina. Estos medicamentos tienen potentes efectos secundarios y algunos están
desaconsenjados para el tratamiento en niños, por ello el médico deberá realizar una

138
valoración minuciosa al respecto.

Fármacos que disminuyen la absorción de nutrientes de los alimentos

El objetivo de los fármacos de este grupo es de actuar en el ámbito de las enzimas que
trabajan en el intestino colaborando a la absorción de los nutrientes de los alimentos. Al
inhibir las enzimas intestinales las grandes moléculas de los hidratos de carbono y de las
grasas no pueden ser “digeridas” y no pueden ser absorbidas y pasar al torrente
sanguíneo, eliminándose en las heces.
Los dos fármacos más conocidos en este grupo son la acarbosa y el
tetrahidrolipstatina (Orlistat).
Dentro de este grupo podrían incluirse sustancias que no actúan en un nivel
farmacológico, pero que también “entorpecen” la absorción alimentaria en el intestino,
como es la fibra alimentaria. La fibra al no poder ser absorbida permanece en el tránsito
intestinal dando la sensación de saciedad y entorpeciendo la absorción de otros nutrientes
calóricos. El efecto real de este tratamiento con fibra alimentaria contra la obesidad no
está del todo contrastado.

Fármacos que aumentan el gasto metabólico

Cuando alguien se encuentra en una situación de peligro, su metabolismo se incrementa


para poner todo el cuerpo en situación de respuesta rápida (aumento de la tensión
muscular, tasa cardíaca, tasa respiratoria…), todo ello incrementa el gasto metabólico,
este efecto es debido a una hormona activadora, la adrenalina.
Con este principio se han desarrollado fármacos que promueven la actividad de dos
hormonas que son activadoras del organismo y por consiguiente el metabolismo basal, la
adrenalina y la noradrenalina. Algunos de estos fármacos son la efedrina y el dinitrofenol.
Al igual que los fármacos anorexígenos, los que promueven el gasto metabólico tienen
importantes efectos secundarios, por lo cual su administración debe ser cuidadosamente
valorada por el facultativo.

IDEA PARA RECORDAR

El tratamiento de la obesidad con fármacos es una opción fundamentalmente usada con adultos o para la
obesidad infantil muy resistente. Sólo un médico puede decidir iniciar un tratamiento farmacológico, y
determinará qué tipo de fármaco, dosis y establecerá la forma de controlar los efectos. Nunca se deben
consumir fármacos por automedicación o por consejos de alguien a quien le hayan ido bien.

139
Fármacos de efecto amplio

La sibutramina es uno de los fármacos que actualmente más se utiliza porque reúne los
efectos de algunos de los anteriormente comentados: es capaz de producir un efecto
anorexigénico (reduciendo el apetito) y de incremento del gasto metabólico.
En el cuadro 8.2 se ha realizado un resumen de algunos de los fármacos
comentados.

Quirúrgicos

El tratamiento quirúrgico de la obesidad, también llamada cirugía bariátrica, se emplea en


caso extremos de obesidad (IMC superior a 40), y no suele realizarse en niños menores
de 15 años, pues se reserva a casos que tras muchos años de evolución no encuentran
mejoría y presentan graves afecciones de salud.

CUADRO 8.2
Algunos fármacos en el tratamiento de la obesidad

1. Fármacos anorexígenos:
– Dietilpropión.
– Fentermina.
2. Fármacos que disminuyen la absorción de nutrientes de los alimentos:
– Acarbosa.
– Tetrahidrolipstatina (Orlistat).
– Fibra alimentaria.
3. Fármacos que aumentan el gasto metabólico:
– Efedrina.
– Dinitrofenol.
4. Fármacos de efecto amplio:
– Sibutramina.

Por ello, en este libro sólo vamos a comentar brevemente este tipo de tratamiento,
dando una información muy general al respecto.

Técnicas de reducción de la capacidad estomacal

140
Estas técnicas tienen por objeto reducir la capacidad del estómago para recibir alimentos,
disminuyendo el volumen real del estómago. Con esta reducción se consigue que con
poca cantidad de alimentos se llegue rápidamente a una sensación de saciedad. Las
técnicas más empleadas son la colocación de grapas sobre la pared del estómago, o de un
anillo en la parte superior, disminuyendo el volumen del mismo.
Otra técnica que sirve para reducir la capacidad del estómago es la de introducir un
globo que se llena de suero. Este globo se mantiene durante un tiempo para ayudar a
otras técnicas de comportamiento a reducir la ingesta, pero no es un tratamiento que se
pueda hacer para dejarlo permanentemente, ya que con el tiempo se anula su efecto
saciante.

Técnicas de derivación gástrica

Es una técnica por la cual se realiza “un puente” entre el estómago y el intestino
provocando que los alimentos “se salten” parte del tubo digestivo, reduciendo
notablemente la absorción de los mismos. Existen diferentes métodos dependiendo de
“qué longitud del tubo” se va a saltar el puente y cómo se van a realizar las uniones.
Actualmente existen muchas técnicas quirúrgicas y cada año, algún equipo médico
presenta su variante. Las técnicas quirúrgicas son muy invasivas y tienen importantes
efectos secundarios, tanto en la recuperación tras la intervención, como en los años
siguientes, por ello deben ser reservadas para casos extremos y con una experta
valoración médica.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

“¿Es adecuado utilizar productos adelgazantes con niños obesos?”

Primero conviene que diferenciemos entre medicamentos adelgazantes y


productos adelgazantes no medicamentosos o dietéticos. Con respecto a los
medicamentos adelgazantes, sólo un médico, valorando la situación, deberá
recetarlos y controlar su administración; con niños sólo se utilizan en
situaciones excepcionales. También existen en el mercado toda un serie de
productos que se venden como adelgazantes: fibra alimentaria, quemagrasas,
sustitutos de comidas, etc. Si dichos productos tiene su autorización sanitaria
oficial, en principio no tienen por qué ser nocivos para la salud. Otra cosa es
que sean realmente efectivos, o incluso un fraude por su total inefectividad.
Pero como se ha puesto de manifiesto en este libro con los niños (y también
con los mayores) el mejor ataque al exceso de peso es el cambio permanente
de hábitos alimentarios y de actividad física, y no utilizar puntualmente

141
“remedios milagrosos”. Procede llamar la atención a los padres sobre el
abuso de algunos de estos productos que hacen las chicas en etapa
adolescente, y que podría ser un síntoma de inicio de un trastorno de
conducta alimentaria, si se acompaña de otras manifestaciones como gran
insatisfacción corporal, dieta extrema y/o ejercicio excesivo.

“¿En qué casos sería recomendable que el sobrepeso de un niño fuera


tratado por un especialista de la salud?”

En este libro hemos recomendado que el mejor abordaje del exceso de peso
de un niño es el cambio de hábitos de toda la familia en cuanto a
alimentación y actividad física, cambios que deberían aparecer por el propio
interés de la familia. Pero en algunos casos convendría que el diagnóstico de
cuáles son las razones del sobrepeso las realice un especialista, o sea él quien
diseñe y controle el plan de cambios en los hábitos. Si se dan algunas de las
siguientes condiciones podría convenir que el especialista intervenga: una
obesidad muy acusada (percentil 85 o superior en las tablas que vimos en el
capítulo 2), en la que realmente no se corresponda el exceso de peso con una
alimentación excesiva o falta de actividad física, que hayan aparecido junto a
la obesidad otros problemas de salud (respiratorios, articulares…), que la
familia no se ponga de acuerdo ni colabore en la realización del plan que se
hayan propuesto, que junto al problema del peso haya evidencias de
alteración de salud psicológica como síntomas depresivos, ansiosos,
obsesivos, etc.

“¿Cuál es el especialista adecuado para tratar la obesidad infantil: un


médico, un psicólogo…?”

Elegir el especialista depende de cuál sea la dimensión del problema que


deseemos tratar. Un médico de medicina familiar o un pediatra o
nutricionista podrá realizar un adecuado diagnóstico de la situación de salud
del niño, valorar el grado de obesidad, y realizar las oportunas
recomendaciones nutricionales, así como tratar, si concurriesen, otras
enfermedades asociadas. Si el problema es cómo conseguir la aplicación de
un plan de intervención para cambiar los hábitos del niño o de la familia, o
intervenir sobre problemas de aspecto más psicológico, como mejorar la
autoestima o resolver conflictos escolares, el especialista indicado sería el
psicólogo. No obstante ambas intervenciones no son excluyentes, y si se
requiere de la intervención de un especialista, probablemente el
planteamiento más adecuado será acudir a ambos y tener una visión
completa del problema y de cómo solucionarlo.

142
¿Sería adecuado aplicar una liposucción a una niña de 13 años con un
exceso de grasa en su cintura?

No. En niños, la intervención quirúrgica para tratar la obesidad está


desaconsejada. En niños y adolescentes se puede tratar la obesidad actuando
de forma rigurosa en sus hábitos alimentarios y de ejercicio físico. Sólo en
los adultos con una obesidad mórbida, con riesgo para la salud y tras otros
intentos infructuosos menos agresivos para reducirla, se puede acudir a la
cirugía bariátrica. Las liposucciones se han generalizado como una técnica
estética entre adultos, que en modo alguno pueden considerarse como una
solución para la obesidad en la infancia o adolescencia.

143
9

Para ampliar información

Textos para la reflexión

Texto 1: La obesidad a principios del siglo XXI: datos para la preocupación

Vivimos en un mundo paradójico. Mientras millones de personas en países


subdesarrollados están muy delgados por falta de alimentación, e incluso mueren de
hambre, millones de personas en países desarrollados sufren por su exceso de peso
debido a sus hábitos de vida, gastando en numerosas ocasiones cantidades ingentes de
dinero en técnicas para adelgazar. Más sorprendente resulta, incluso, aquellas jóvenes
que viviendo en la abundancia “deciden” enfermar renunciando a comer, enzarzándose
en graves trastornos como la anorexia nerviosa.
Personas con sobrepeso peligroso para su salud han existido siempre. Ese sobrepeso
ha sido mirado de forma diferente según la época histórica. En épocas de carestías quien
tenía sobrepeso era reflejo de disponer en abundancia de alimentos, por tanto el
sobrepeso podía ser admirado y envidiado. Pero ya desde la época de los primeros
protomédicos se conocía que el sobrepeso estaba asociado a riesgos para la salud, por
ejemplo, recordemos lo que decía Hipócrates en la Grecia clásica hace 2.500 años:

Las personas de constitución gruesa tienden a morir repentinamente más comúnmente que las
personas delgadas.

O lo que decía en la época del Imperio romano, hace unos 2.000 años, el médico
Aulio Cornelio Celso:

Las personas obesas fallecen más bien por enfermedades agudas y sofocaciones, y a menudo mueren
de muerte repentina, lo que no sucede casi nunca a las personas delgadas.

Pero este conocimiento se refería a casos puntuales, pues las condiciones de vida en
épocas históricas pasadas no favorecían en modo alguno que la obesidad fuera algo muy

144
extendido.
Hoy día, a comienzos del siglo XXI, la obesidad en los países desarrollados está tan
extendida, y está teniendo tantos efectos sobre la salud de sus ciudadanos, que las
autoridades sanitarias están sumamente preocupadas.
Algunas características de la obesidad a principios del siglo XXI son:

1. No se refiere a unos casos aislados sino que la proporción de sujetos obesos es


tan alta que se habla ya de una epidemia.
2. Es considerada como una enfermedad, no como una situación de falta de
control, explicación a la que se achacaba antaño el sobrepeso. La
Organización Mundial de la Salud (OMS) ha señalado que la obesidad es la
enfermedad, con proporciones epidémicas, a la que actualmente más atención
debe prestarse en las sociedades occidentales.
3. Ya no se considera como una situación personal cuyo origen es voluntario, o
por simples factores individuales, sino que se asocia a cuestiones sociales,
como por ejemplo el tipo de alimentación que se promueve desde los medios
de comunicación.
4. No es un problema individual, que causa únicamente problemas al sujeto
obeso. Hoy día la obesidad, por su extensión en la población y gravedad, tiene
importantes consecuencias sobre los sistemas sanitarios generando gastos
económicos extraordinarios.

Algunos datos preocupantes de ámbito internacional

Esta epidemia de la que hablamos se ha manifestado fundamentalmente en las últimas


décadas del pasado siglo XX. En el ámbito internacional algunos países, por ejemplo en
Estados Unidos, han realizado interesantes estudios que proporcionan datos muy
evidentes. En la figura 9.1 podemos ver cómo ha evolucionado la proporción de
población obesa en ese país a lo largo de 15 años.

145
FIGURA 9.1. Evolución de la proporción de la población obesa en Estados Unidos desde 1980 a 1994.

En la figura anterior puede observarse la evolución de la población obesa en Estados


Unidos a lo largo de casi 15 años a finales del siglo XX. Autores contemporáneos explican
que en ese país a comienzos del siglo XXI, dos de cada tres adultos tienen sobrepeso u
obesidad (el 66% de la población adulta), y lo son uno de cada tres niños (el 33% de la
población infantil).
La figura 9.1 es muy interesante porque nos señala que el problema del sobrepeso y
la obesidad tiene unas proporciones enormes en un país que es ejemplo por su desarrollo.
Pero también nos informa de algo que es igualmente preocupante, y es la tendencia.
Tanto en adultos, como en adolescente o niños, la tendencia desde los años setenta del
siglo XX es a incrementarse preocupantemente. En poco más de tres décadas, la
población adulta con sobrepeso en Estados Unidos se ha incrementado del 25 al 34%,
pero quizá lo más alarmante es que la población infantil con sobrepeso se ha
incrementado en 6 veces.
Es tal la preocupación sobre esta epidemia de sobrepeso, que se estima que va a
tener un impacto sobre la salud de la población muy intenso, y que si se continúa a este
ritmo, la esperanza de vida media de los estadounidenses puede reducirse en 5 años para
la mitad del siglo XXI.

Datos en España

En España los datos son igual de preocupantes que en Estados Unidos.

146
Según la Encuesta Nacional de Salud del año 2003, casi la mitad de la población
española adulta mayor de 18 años tiene sobrepeso u obesidad. El 35,9% de la población
tiene sobrepeso (IMC entre 25 y 30) y el 13,3% y tiene obesidad (IMC mayor de 30)
(véase la figura 9.2 para una interpretación gráfica).
Según el Ministerio de Sanidad español, en poco más de 15 años la proporción de
obesos en el país se ha duplicado, pasando del 7,4% en 1987 al 13,6% en 2003.
La siguiente reflexión sirve de ilustración de los datos anteriores:

Datos más recientes vienen a confirmar la existencia de una auténtica epidemia de obesidad entre los
niños y adolescentes en todas las sociedades desarrolladas o en vías de desarrollo, siempre y cuando no
existe pobreza extrema, independientemente de cuál sea su situación geográfica [mundial] (Calzada, 2002).

FIGURA 9.2. Encuesta Nacional de Salud, 2003 (España) Distribución de población en función del peso, en
porcentajes. (Fuente: Instituto Nacional de Estadística).

Consecuencias sociales de la obesidad

En esta reflexión sobre estos datos, debemos recordar que el sobrepeso y la obesidad no
sólo generan problemas a los individuos que tienen dicho trastorno de salud, sino que se
derivan importantes costos para los sistemas de sanidad que deben atender esos
problemas. La obesidad se está convirtiendo en una epidemia, y los expertos ya están
valorando cómo se van a resentir los sistemas sanitarios.
Por ejemplo, se estima que entre el 6 y el 8% del gasto sanitario de los presupuestos

147
de los países desarrollados, se emplea para prevenir, paliar o tratar problemas de salud
asociados a la obesidad. Esta cantidad, en la actualidad, en España estaría entorno a
2.500 millones de euros anuales, y en Estados Unidos sería la desorbitante cifra de
100.000 millones de dólares.
Con estos datos debemos abundar en la necesidad de la prevención y el tratamiento
del sobrepeso y la obesidad, pues existen importantes razones individuales (mejorar la
calidad de vida de los individuos que las padecen), pero también importantes razones
sociales, para reducir los costos sanitarios de tratar a miles de personas con trastornos de
salud asociados al exceso de peso.

Texto 2: ¿Por qué hay personas obesas?

En este texto se analizan algunas ideas que nos pueden dar alguna luz en la explicación de
por qué hay personas obesas.
Existen ciertos países donde prácticamente no existe obesidad, hablamos de los
países más pobres del mundo, donde el acceso a la comida es problemático, y donde las
personas mueren de hambre o enfermedades asociadas y no por problemas con la
obesidad. Es fácil recordar países subsaharianos o de Asia, en este análisis. La respuesta
sencilla a que no haya obesidad es porque no hay alimentos, y por tanto podríamos
deducir que la obesidad es exclusivamente un asunto de tener acceso a muchos
alimentos. Este análisis también se puede hacer de países occidentales en períodos de
carestía, como los países europeos durante la Segunda Guerra mundial, cuando también
se redujo fuertemente el acceso a alimentos, y consiguientemente la obesidad.
Pero no nos quedemos sólo con la idea anterior. En la sociedad actual y en los
países en los que ciertas clases sociales tienen igual acceso a los alimentos, no todas las
personas tienen los mismos niveles de sobrepeso u obesidad. Es decir, que no sólo debe
ser tener la posibilidad de comer mucho lo que genera la obesidad. Por ejemplo, cuando
se estudia a los niños adoptados y se compara su peso con el de su padre y madre
adoptantes, y con el de su padre y madre biológicos ¿con quién cree el lector que tendrá
más parecido? Podría pensarse que con quien esté viviendo, pues compartirá con ellos
hábitos alimentarios y acceso a alimentos. Pues curiosamente no. De forma
estadísticamente significativa, con quien más se relaciona su peso es con sus progenitores
biológicos. Esto nos llevaría a pensar que el peso está fuertemente influido por la
herencia biológica que recibimos de nuestros progenitores y no tanto por el acceso a
alimentos, y debemos decir por tanto, que parece existir una tendencia hereditaria hacia
la obesidad.
Como algo anecdótico, pero en este afán de aportar ideas a la reflexión, comentemos
que diversas investigaciones han comprobado que el peso de las mascotas se correlaciona
con el peso de sus dueños, es decir, que personas con alto peso tienden a tener mascotas
con más peso. ¿Y esto qué información nos aporta? Pues que aunque un grupo de

148
personas, y en este caso también animales, tengan un acceso fácil a alimentos, tal y como
ocurre en nuestras sociedades, en la obesidad influyen factores tan importantes como el
comportamiento alimentario de las personas de nuestro entorno, que repercuten sobre el
comportamiento de otras, y que la decisión de comer un alimento u otro, o una cantidad
u otra, no sólo depende de la voluntad individual.
En este repaso de ideas para comprender el origen de la obesidad, terminemos
comentando una. En las últimas décadas del siglo XX la obesidad se ha ido extendiendo
en los países donde han aparecido unas tendencias sociales muy claras, como son:

– El sedentarismo originado por la generalización de actividades laborales que


requieren cada vez menos actividad física.
– El sedentarismo originado por las actividades de ocio que son también poco
exigentes en cuanto a la necesidad de movimiento y actividad física: ver
televisión, juegos electrónicos, ordenador, Internet, etc.
– Tendencias alimentarias ricas en grasas y de dudosa calidad nutritiva, como son
los alimentos precocinados, que se imponen en un mundo de prisas, y donde
cocinar y preparar los alimentos más que un hábito habitual y reconocido, se
ha convertido en un lujo o “una pérdida de tiempo”.
– Restaurantes de comida rápida por doquier, también rica en grasas y que sirven
la comida en poco tiempo y aparentemente a precios más reducidos que los
restaurantes tradicionales.
– Una costumbre generalizada de sustituir el agua y bebidas naturales por
refrescos, que suelen ser muy azucarados.

149
FIGURA 9.3. Nuevos hábitos alimentarios favorecedores del sobrepeso.

Si la obesidad ha ido creciendo en países donde se han impuesto las anteriores


tendencias sociales, ello indica que la obesidad también está asociada a factores sociales
de forma muy fuerte. Pero si todos los ciudadanos que viven en países con esas
tendencias sociales están sometidos a esa presión para que mantengan conductas
favorecedoras de la obesidad, pero sólo algunos son obesos (cada vez más,
lamentablemente), deberemos considerar que esos factores sociales no son por sí mismos
capaces de explicar la obesidad, y que las características individuales de las personas
también tienen un papel importante.

Explicaciones de la obesidad: perspectiva general

Existen algunas explicaciones de la obesidad que podemos considerar muy sencillas, pero
que en esencia o como síntesis, podrían considerarse válidas y que permiten un primer
acercamiento a la obesidad.
Estos análisis consideran al cuerpo humano como un organismo que se comporta
como una máquina en la que entran calorías (energía) a través de la comida, y que las
mismas son eliminadas a través de la energía utilizada para mantenerse vivo y para
realizar actividad física. Si la cantidad de calorías que entra es mayor que la que se

150
elimina, el organismo la guarda y acumula en forma de grasa por si en un futuro se
requiere. Este análisis respondería a un planteamiento del tipo:

Calorías almacenadas = Calorías ingeridas – Calorías gastadas

Las calorías almacenadas lo son en grasa, y si este proceso de almacenaje de


calorías se mantiene en el tiempo, termina por provocar un exceso de grasa al que
denominamos sobrepeso u obesidad.
También se podría hacer este análisis simple imaginando una balanza que
representara una tendencia a lo largo del tiempo entre la relación de calorías ingeridas y
calorías gastadas (véase figura 9.4 para una interpretación gráfica).

FIGURA 9.4. Obesidad entendida como un balance no adecuado y que se mantiene en el tiempo, entre calorías
ingeridas y gastadas.

Evidentemente, las calorías ingeridas proceden íntegramente de los alimentos. El que


se ingieran más o menos calorías de los alimentos depende:

– Del tipo de alimentos. Hay alimentos que aportan más energía que otros. Por
ejemplo, los alimentos ricos en grasas o azúcares.
– De la cantidad. Evidentemente cuanta más cantidad se coma de un alimento
más energía se está ingiriendo.
– De la forma de comer. Las calorías consumidas no tienen la misma aportación
energética a efectos de convertirse en grasa, si la alimentación se hace
distribuida en el día, o si se consumen todos los alimentos en sólo dos
ocasiones.

151
¿De qué dependen las calorías gastadas o ingeridas por una persona?
Fundamentalmente de estas cuestiones:

– De las que gasta para mantenerse vivo, mantener los órganos en


funcionamiento, la temperatura corporal, etc. A este gasto se denomina
metabolismo basal.
– De las que gasta para realizar la actividad física, como desplazarse o una
actividad física laboral o deportiva.
– De las que gasta para procesar los alimentos, que también se llama efecto
termogénico de los alimentos.
– De su eficacia energética. Este concepto se asociaría al metabolismo basal, y se
referiría a que hay personas más eficientes que otras en el gasto calórico –
cuestión ésta que puede ser por diferentes motivos, el más común es la
composición corporal–, veamos un ejemplo. Dos personas de la misma edad,
misma altura y con el mismo peso, pueden tener diferente composición
corporal: una de ellas tener mucha masa muscular y la otra gran cantidad de
grasa. La masa muscular consume gran cantidad de energía y la grasa no, por
tanto permaneciendo las dos personas sin hacer actividad, la que tiene mayor
proporción de masa corporal está gastando más calorías que la segunda sin
hacer nada en especial, sólo por su composición corporal.
En la figura 9.5 se hace un análisis gráfico de cómo se distribuye de forma genérica
el gasto calórico.

FIGURA 9.5. Distribución del gasto calórico.

La cuestión es, que conociendo el anterior análisis, ¿por qué hay personas que
ingieren más alimentos de los necesarios, o alimentos de peor calidad? o ¿por qué hay
personas que realizan poca actividad física que no les permite gastar la energía que
consumen? o ¿por qué hay personas que tienen peor eficacia energética? Las respuestas
a estas preguntas nos obligan a realizar un análisis del origen de la obesidad en referencia

152
a diferentes factores.

Tendencia hereditaria a la obesidad

Como ya hemos comentado, hace unas décadas en el análisis de la obesidad no había


dudas, era un problema de falta de control, se comía demasiado y se hacía poca
actividad física; y básicamente ésas eran las causas aducidas del problema. Sin embargo,
se comprobaba que entre personas de estatura y edad similar, que comían de forma
parecida y hacían actividad física también de forma similar, una de ellas tenía mayor
tendencia a engordar que la otra, junto a la evidencia de que existen familias donde todos
sus miembros son “obesos”, hizo pensar que quizá había una disposición biológica que
facilita el sobrepeso y que incluso podría ser transmitida hereditariamente.
¿Qué significa tener una tendencia a “engordar”? Básicamente podríamos decir que
son dos tendencias: Tener permanentemente un mayor apetito que los demás y tener un
metabolismo basal menos eficaz, es decir, que las calorías que se consumen cuando no
realiza ninguna actividad física son menores que las de quien tiene un metabolismo basal
más eficaz.
En la figura 9.6, se expone una interpretación gráfica de esta tendencia.

FIGURA 9.6. Tendencia hereditaria a engordar.

Tener una tendencia de este tipo, no significa que inexcusablemente vaya a


manifestarse, ni lo contrario, que una persona que no tiene una tendencia hereditaria a
engordar nunca tendrá sobrepeso. La obesidad siempre será una interacción de factores

153
heredados y factores de la vida cotidiana. Se puede tener una mayor tendencia a
acumular grasa, pero sólo se acumulará si se ingiere suficiente cantidad de grasa de los
alimentos; alguien que tenga dicha tendencia a engordar, pero que realiza mucha
actividad física, probablemente no llegará a estar gordo. Y al revés, alguien que no tenga
una tendencia hereditaria, pero que tiene unos malos hábitos alimentarios y de actividad
física, es probable que desarrolle sobrepeso. Por tanto la tendencia hereditaria a engordar
nos sirve para explicar por qué existe tanta variabilidad en las personas, y también para
entender por qué ciertas personas que realizan grandes esfuerzos de control alimentario y
de actividad física siguen sin conseguir reducir su peso.
¿Qué importancia tiene la tendencia hereditaria en la obesidad? Es difícil cuantificar
esta influencia y dar un dato. Algunos estudios han proporcionado interesantes resultados
que pueden dar alguna idea al respecto. Por ejemplo, existe un estudio sueco de 1990 en
el que se estudió a hermanos gemelos monocigóticos (gemelos idénticos que comparten
el 100% de los genes) y gemelos dicigóticos (gemelos que han nacido a la vez, pero no
son idénticos, y tienen genética diferente). Se buscaron gemelos que habían sido
separados en el momento del nacimiento y educados por familias diferentes, y se
encontró que el índice de masa corporal (relación peso/altura) era muy parecido entre
ambos gemelos en el caso de los monocigóticos, pues coincidía en un 70%, y era escaso
en el de los dicigóticos, coincidía en un 17%. En ambos casos cada hermano había
crecido en familias diferentes, con hábitos de alimentación diferentes, pero los gemelos
monocigóticos aun así eran similares en peso en un 70% de los casos. Esto apuntaría a
que la genética determina en gran medida el índice de masa corporal, más que el
ambiente de crecimiento. Para quienes realizaron dicha investigación la obesidad tendría
una heredabilidad del 74% (citado por Moreno et al., 2000).
¿Qué hereda un niño que hereda una tendencia a la obesidad? Existen en la
actualidad una gran cantidad de investigadores buscando el “gen” de la obesidad, y cada
día se hacen aportaciones al respecto. No se ha encontrado un gen en concreto, sino
multitud de genes que podrían estar implicados en una tendencia a la obesidad (hay que
recordar que la mayoría de las investigaciones sobre genética de la obesidad se están
realizando en roedores). Los genes que regulan la producción de leptina (que se encarga
de mediar en la sensación de saciedad) es una de las líneas más investigadas. No procede
realizar en este libro una descripción de los numerosos hallazgos al respecto, simplemente
comentaremos que los genes implicados, lo que parece que transmitirían, serían ciertas
tendencias hacia el sobrepeso asociadas a:

– Determinado tipo de balance energético.


– Regulación de la saciedad.
– Regulación del apetito.
– Regulación de la conducta alimentaria.
– Tendencia general a la obesidad.

La tendencia a la obesidad desde el punto de vista genético no es capaz de explicar

154
la epidemia de obesidad que asola el mundo occidental a principios del siglo XXI, aunque
sí puede explicar las diferencias entre personas. Por ello necesitamos recurrir a otros
factores no genéticos, y más relacionados con los hábitos de vida para entender por qué
hay en la actualidad tanto obeso.

Texto 3: El atractivo de la delgadez

Podemos preguntarnos por qué la obesidad está tan mal vista por nuestra sociedad, hasta
el punto de ser capaz de crear problemas psicológicos a quienes la padecen. Para intentar
comprender esta tendencia social, nosotros (Baile y Garrido, 2002) realizamos una
investigación con adolescentes para saber a qué valores sociales se asociaban los
conceptos de delgadez y gordura. Para ello solicitamos a un grupo de adolescentes que
relacionaran una serie de adjetivos y valores sociales (belleza, éxito, bondad, erotismo,
inteligencia, atractivo, maldad, etc.) a una serie de figuras.
Un grupo de participantes en la investigación debían adjudicar los adjetivos entre
una figura de mujer gorda y otra delgada, y otro grupo debía adjudicar los adjetivos entre
una figura de mujer gorda, otra de estética normal y otra delgada. Los resultados fueron
contundentes. Cuando se podía elegir entre figura gorda y delgada, prácticamente la
totalidad de los adjetivos y valores sociales positivos se adjudicaban a la figura delgada
(en algunos casos por el 100% de los participantes como los adjetivos “belleza” y
“juventud”), y la práctica totalidad de los adjetivos y valores sociales negativos se
asociaban con la figura gorda.
Si los participantes podían elegir entre tres figuras, había un desplazamiento de
adjetivos y valores sociales positivos de la figura delgada hacia la figura normal, pero se
seguían manteniendo la mayoría de los negativos con la figura gorda.
Esto nos llevó a la conclusión de que los adolescentes estudiados, y probablemente
sea una tendencia social general, más que ver con gran atractivo la delgadez, lo que
ocurre es que ven de forma muy negativa la gordura. Es lo que podemos llamar una
fobia hacia la estética asociada a la obesidad, llega al extremo de no ser una presión sana
para que las personas adquieran un peso normalizado, sino una presión extrema que
puede llevar a las adolescentes y jóvenes a embarcarse en dietas extremas y peligrosas.

Texto 4: Necesidades nutricionales en la infancia

1. Ideas básicas sobre nutrición

El cuerpo humano necesita diferentes sustancias, que denominamos nutrientes, para estar
vivo. Esas sustancias las conseguimos por dos vías: por la ingesta de alimentos o por la

155
creación propia.
Los nutrientes realizan diferentes funciones como son:

– Proporcionar energía al cuerpo para que se mantenga vivo, para poder


movernos, pensar, mantener los órganos en funcionamiento, reparar daños en
el organismo, etc.
– Proporcionar “material” para crear tejidos corporales que permitan al organismo
crecer o construir tejidos perdidos.
– Proporcionar ciertas sustancias que facilitan las acciones corporales, como tener
un sistema inmune más eficaz, fijar minerales a los huesos, etc.

Los nutrientes que llevan los alimentos incluyen diferentes sustancias que hacen las
funciones anteriores. Estos nutrientes se han clasificado en macronutrientes y
micronutrientes. Los macronutrientes son sustancias de los alimentos que se necesitan
ingerir todos los días en cantidades importantes (decenas o centenas de gramos), y los
micronutrientes son sustancias de los alimentos que se deben ingerir, a ser posible
también todos los días, pero en cantidades muy pequeñas (a veces del orden de pocos
miligramos).
En el cuadro 9.1 se indican qué sustancias son macronutrientes y cuáles
micronutrientes. Se señala el nombre común, y entre paréntesis se indica otro nombre
más técnico que puede encontrarse en textos especializados, o algún ejemplo en el caso
de los micronutrientes.

CUADRO 9.1
Macronutrientes y micronutrientes

MACRONUTRIENTES

Hidratos de carbono (glúcidos)


Proteínas (prótidos o aminoácidos)
Grasas (lípidos)

MICRONUTRIENTES
Vitaminas (A, B, C, D)
Minerales (calcio, hierro, yodo)

Los hidratos de carbono de los alimentos se encuentran en abundancia en los


cereales, arroz, legumbres, tubérculos, etc. Una vez digeridos, se convierten en glucosa,
sustancia que a través de la sangre proporcionan la energía a todas las células para vivir.
Como no comemos de forma continuada, para mantener el nivel de glucosa necesario
para que las células vivan, el hígado almacena cierta cantidad de dicha sustancia en

156
forma de glucógeno. Conforme el organismo va necesitando dicho elemento, éste se
convierte en glucosa de nuevo y se pone en circulación. Existe un alimento que se puede
considerar pura energía, pues se transforma todo él en glucosa; es el azúcar. Dado el
poder energético del azúcar, no es de extrañar que la biología haya hecho que su sabor
sea especialmente valorado y se consideren muy ricos al gusto los alimentos azucarados.
Cuando en el organismo existe un exceso de glucosa, más de la que es necesaria de lo
requerido para mantener vivas las células y la guardada por el hígado para el
funcionamiento diario, lo que se hace es convertir ese exceso en grasa y guardarla para
futuras necesidades.
Las proteínas se encuentran principalmente en alimentos de origen animal como son
la carne, el pescado, los huevos, la leche y sus derivados (yogur, queso, natillas, etc.),
también se pueden hallar en vegetales como las legumbres y la soja, aunque se considera
que las proteínas de origen vegetal son de menor valor biológico que las de origen animal.
La proteína contenida en la clara del huevo es la que se estima como la más completa.
Las proteínas, una vez digeridas, se metabolizan y se “rompen” en los elementos que las
componen, que son los aminoácidos, usados como elementos constitutivos de los tejidos
del organismo. Las proteínas son los ladrillos con los que se construyen los tejidos y
órganos del cuerpo. Por ello es fácil deducir que en los períodos de importante
crecimiento –primer y segundo año de vida y la pubertad–, son de especial importancia,
pues con ellas se crean los músculos, la piel, los órganos internos, y por tanto se puede
crecer. También son imprescindibles para ir sustituyendo los tejidos dañados por la edad
o por una enfermedad o traumatismo.
Las grasas se encuentran principalmente en alimentos como el aceite, la nata de la
leche (y derivados como la mantequilla), manteca animal, algunas frutas (aguacate, por
ejemplo) y en los frutos secos. Las grasas, una vez digeridas, tienen dos funciones
principales, una es la de servir de sustancia base para la creación de otras sustancias
importantes para el organismo, como ciertas hormonas, y la otra la de ser convertida en
glucosa para servir de fuente de energía para las células. Si el organismo está ya
“servido” de glucosa por los hidratos de carbono que está comiendo, la grasa que se
ingiere se almacenará para futuras necesidades. Igualmente, si se consumen hidratos de
carbono en exceso, la glucosa producida será excesiva y se convertirá en grasa. Las
células que guardan la grasa para el futuro son los adipocitos.
Las vitaminas y los minerales, se encuentran en muchos alimentos, especialmente
los vegetales, como son las hortalizas, verduras, frutas y legumbres. Existe una vitamina,
la B12, muy importante para evitar un tipo de anemia, que sólo se encuentra en
productos de origen animal, por lo cual aquellas personas que mantienen dietas veganas
(sin consumir ningún producto de origen animal) deberán suplementar su alimentación
con esta vitamina. Las vitaminas intervienen como “mediadores” en muchos procesos del
organismo, y aunque se requieren en cantidades muy pequeñas, son imprescindibles. Por
ejemplo, para que el calcio se fije en los huesos y permita que crezcan y se mantengan
robustos, se necesita la vitamina D. Un defecto de vitamina C, por ejemplo, debilita el
sistema inmune, y puede llegar a producir enfermedades graves como el escorbuto. De

157
igual forma, los minerales desempeñan un papel importante en el organismo, aunque sus
requerimientos habituales son en cantidades reducidas. Por ejemplo, el hierro es
fundamental para el funcionamiento de los glóbulos rojos de la sangre, el calcio es
elemento constitutivo de los huesos, el yodo permite el funcionamiento adecuado de la
glándula tiroides, el sodio y potasio son imprescindibles en el funcionamiento de muchas
células como las neuronas, etc.
Aunque no se considera un nutriente como tal, existe otro elemento que debe
considerarse imprescindible para un organismo; es el agua. En un mundo de refrescos
fantásticos, zumos en tetrabrik, bebidas reconstituyentes, licores y demás, se ha ido
desplazando el consumo de agua, olvidando el papel imprescindible y crucial en todo
hábito alimentario sano, hasta el punto de que cuando se desea mejorar la alimentación,
una de las pautas que actualmente se aconsejan es recuperar la sana costumbre de beber
agua en abundancia.

A) Hambre y saciedad

Comentemos brevemente estos elementos que afectan a la conducta alimentaria: el


hambre y la saciedad, y que tan importantes son en el control de la ingesta.
Cuando decimos que tenemos hambre ¿qué significa? Siendo un poco reduccionistas
en la explicación, realmente nos referimos a dos cosas:

– Una percepción interna de sentir el “estómago vacío”.


– Una sensación más difusa de “deseo de comer”.

La primera, evidentemente, proviene de que el aparato digestivo se encuentra vacío


y genera unas sensaciones que identificamos como que “ya toca comer”. La segunda se
debe a que el cerebro ha valorado que el nivel de glucosa en sangre (la fuente de energía
para las células) está bajo y que sería conveniente ingerir alimentos para recuperar un
nivel adecuado. En el cerebro se encarga de esta vigilancia el hipotálamo.
Si no ingerimos alimento, se pondrán en marcha mecanismos internos para intentar
compensar esta necesidad, se recurrirá al glucógeno del hígado, y si no, a las reservas de
grasa. En ciertos casos, como necesidad urgente de energía o agotadas las reservas de
grasa tras mucho tiempo sin comer, el organismo puede tomar la decisión de empezar a
“autocomerse”, es decir, a destruir tejidos propios (normalmente masa muscular) y
convertirlos en glucosa para mantener vivo al resto del organismo.
Supongamos una situación menos extrema. Si tras la sensación de hambre,
ingerimos comida, ¿cuándo el organismo dirá que ya es suficiente? ¿cuándo tendremos la
sensación de saciedad? De nuevo, podemos intuirlo a través de dos mecanismos
generales:

– Sensaciones interoceptivas de tener el “estómago lleno”.

158
– Sensación de saciedad y de que no es necesario más alimento.

Esta sensación de saciedad de nuevo debemos asignársela al hipotálamo, que “sabe”


que hemos comido y que ya no es necesario seguir haciéndolo (aunque podemos no
hacerle caso, y aun estando saciados seguir ingiriendo), a través de tres vías:

– El control de glucosa en sangre, conforme nos alimentamos va subiendo el


nivel, y el hipotálamo es sensible a dicha concentración, siendo un indicador
de que ha habido alimentación.
– El estómago está comunicado con el cerebro a través de fibras nerviosas, y
cuando está “hinchado” por el procesamiento de los alimentos, informa al
hipotálamo de ello.
– Por último, en el proceso de digestión se liberan sustancias en sangre que viajan
hasta el hipotálamo informando de que el organismo ha recibido alimentos.

Esta información sobre los mecanismos que generan las sensaciones de saciedad
puede ser útil para una de las líneas de trabajo en la prevención y tratamiento de la
obesidad: disminuir la ingesta de calorías por comer en exceso.
Para ese objetivo puede plantearse intentar generar saciedad lo antes posible y que
eso sirva para que se coma menos. Dado que una de las sensaciones de saciedad es
“sentir el estómago lleno, hinchado”, se pueden utilizar estrategias para provocar esta
sensación lo antes posible. Para ello pueden iniciarse las principales comidas con
alimentos voluminosos pero poco calóricos, como lo son las verduras o ensaladas de
lechuga. Algunos nutricionistas han llegado a plantear que sería más oportuno comer la
fruta antes que las comidas principales, no como postre, que es una gran tradición
cultural. Al parecer las frutas se digieren mejor si encuentran el tubo digestivo vacío, y
ello serviría para el efecto de saciedad que estamos planteando, pero evidentemente es
difícil que modifiquemos nuestros patrones de alimentación de una forma tan fuerte,
como la de comer “el postre primero”.
Otra posible forma de inducir la saciedad, y con ello intentar disminuir el apetito y la
cantidad de alimentos ingeridos, es comer despacio. Tal y como hemos indicado, otra de
las vías por las que se generan las sensaciones de saciedad, es la monitorización
(seguimiento) de la concentración de glucosa en sangre por parte de ciertas partes del
cerebro. Cuando comemos, el aparato digestivo tarda un tiempo en digerir la comida y
convertir parte de los alimentos en glucosa, que pasa del intestino a la sangre, y cuando
alcanza un nivel determinado se convierte en una señal de saciedad. Si comemos muy
rápido, no da tiempo a que ocurra este proceso y seguimos comiendo sin que lleguen
bien las señales al cerebro para que active la sensación de saciedad. Si comemos
despacio, los primeros alimentos pueden ir proporcionando glucosa para generar
saciedad, y probablemente se disminuya el apetito y se termine por comer menos que si
se hubiera comido todo muy rápido. Este mismo planteamiento sirve para explicar por
qué conviene hacer varias comidas a lo largo del día, e intentar mantener ciertos niveles

159
de glucosa en sangre que no favorezcan un apetito atroz.

B) Calorías

La caloría es una unidad de medida de la física del calor, que se utiliza (a veces
abusivamente) en el ámbito de la alimentación. Una caloría, desde el punto de vista de la
física, es la cantidad de calor necesaria para subir un grado centígrado un centímetro
cúbico de agua. En nutrición, cuando se está hablando de una caloría realmente se está
refiriendo a una kilocaloría (1.000 calorías), pero siempre se admite que a 1.000 calorías
se les llame 1 caloría. Debemos saber que una manzana tiene 45 kilocalorías (45.000
calorías), pero en nutrición se dirá que tiene 45 calorías.
En el ámbito nutricional la caloría sirve para indicar cuánta energía necesita un
organismo para vivir y realizar su actividad (por ejemplo, un adulto deportista necesita
3.600 calorías al día), y también para saber cuánta energía aporta un alimento al
organismo (por ejemplo, un yogur aporta 100 calorías).
Conocemos las calorías que aportan cada uno de los macronutrientes, y que son las
siguientes:

– Un gramo de hidratos de carbono aporta 4 calorías.


– Un gramo de proteínas aporta 4 calorías.
– Un gramo de grasas aporta 9 calorías.

En principio el cuerpo humano alcanza un equilibrio, que le evita engordar, si hay un


cociente energético igual a 1, es decir, si la cantidad de calorías gastadas al día, es similar
a la cantidad de energía ingerida en la alimentación. Si el balance es mayor que 1 de
forma continuada, significará que se engordará; y si es menor que uno, que se
adelgazará. Ese cociente se calcularía de una forma simple con la siguiente fórmula:

Las calorías suelen utilizarse como unidad única para medir todos los alimentos.
Dado que los alimentos son diferentes, y que cada uno aporta nutrientes diferentes, se
unifican todos analizándolos desde el punto de vista de cuántas calorías aportan. Por
ejemplo, si un niño necesita 2.000 calorías al día, podríamos ir viendo cuántos alimentos
necesitamos, según las calorías que aporten, para llegar a esa cantidad. Pero esto entraña
un peligro, y es que un análisis simple podría hacernos ver que podemos aportar las
2.000 calorías necesarias sólo comiendo dos alimentos en cantidad suficiente para que
cada uno aportara 1.000 calorías, pero esto no sería adecuado, porque probablemente no

160
habría suficiente variedad de nutrientes como para tener una alimentación equilibrada. En
una alimentación sana no sólo importa que se alcancen las necesidades energéticas
medidas en calorías, que lo es, sino que haya suficiente variedad de nutrientes para
mantener la salud.
Por la razón anterior, y dado el abuso que en las últimas décadas se ha hecho de las
calorías para el control de peso en dietas peligrosas, en este libro se utiliza este indicador
sin abuso. Parece mejor hablar de raciones de alimentos y no ser esclavos de las calorías
que aportan.

2. Pautas generales de alimentación

En este apartado se realizará una revisión sobre la alimentación en la infancia. Esta


revisión no está dirigida a niños con obesidad, sino que hablamos de la nutrición
adecuada para cualquier infante. Esta información puede servir para comparar la
alimentación actual de cualquier niño o niña, sea obeso o no, y saber si se encuentra en
unos parámetros normales. También puede ser la información base para reconstruir los
hábitos alimentarios inadecuados de un niño obeso, tal y como se plantea en el capítulo
6.
Para organizar la información sobre la alimentación en la infancia, se ha organizado
el tema en varias pautas o consejos.

Pauta 1. Distribución de la cantidad de ingesta a lo largo del día

¿Cuánta energía se necesita según la edad? Aunque esta energía necesaria va a


depender del tipo de constitución del niño o la niña, y de la actividad general que suelan
hacer, en el cuadro 9.2 se señalan las calorías por día que se recomiendan según la edad
para un infante normal.

CUADRO 9.2
Necesidades energéticas aproximadas según la edad

Edad Calorías
Hasta 6 meses 650
6 meses a 1,5 años 950
1,5 a 4 años 1.250
4 a 6 años 1.700
6 a 10 años 2.000

161
En general se estima que entre uno y tres años son necesarias unas 100 cal por cada
kg de peso, y de cuatro a seis años unas 90 cal por cada kg de peso.
A partir de los 10 años, las necesidades energéticas son diferentes entre hombres y
mujeres, pues el desarrollo en la purbertad es diferente. Aunque en este libro no vamos a
ser excesivamente insistentes con el cálculo de menús y calorías (le vamos a dar más
importancia a los hábitos de vida), se acompaña el cuadro 9.3 con las calorías que
aportan varios de los alimentos más comunes en la gastronomía mediterránea.
Prácticamente todos los alimentos envasados traen hoy día en su etiqueta señalados su
valor energético en calorías, de igual forma existen en el mercado editorial numerosos
libros compuestos de tablas de alimentos, composición nutricional y aporte calórico, para
aquellos que estén muy interesados en este tema.
¿Cuándo comer y cuánto? Analicemos cómo distribuir la alimentación a lo largo del
día, para ello sí que necesitaremos hacer referencia a la cantidad energética necesaria en
cada momento a través de calorías.
Las recomendaciones generales serían las siguientes:

– En el desayuno, ingerir el 25% de las calorías del día.


– A media mañana, ingerir del 10 al 15% de las calorías del día.
– En la comida, ingerir del 30 al 40% de las calorías del día.
– En la merienda, ingerir del 10 al 15% de las calorías del día.
– En la cena, ingerir del 20 al 30% de las calorías del día.

En los últimos años se observan dos tendencias muy negativas en contra de la


distribución anterior, una es la de reducir el desayuno a la mínima expresión. Según la
Encuesta Nacional de Salud del 2003, el 6,1% de la población reconoce que no desayuna
nada, sólo el 7,6% reconoce realizar un desayuno completo y casi el 20% de los niños
sólo desayunan algún líquido. La otra tendencia errónea es la de concentrar la
alimentación regular/ familiar a dos veces (comida y cena) y suplir el resto de la
alimentación con alimentación rápida y muchas veces fabricada industrialmente. Diremos
que ambas tendencias son totalmente erróneas y que contribuyen notablemente al
desarrollo de sobrepeso y obesidad.

CUADRO 9.3
Aporte calórico aproximado de varios alimentos comunes

162
163
IDEA PARA RECORDAR

El desayuno es una de las comidas más importantes a realizar, si no la más importante. Debe aportar el
25% de la energía total consumida en el día. Entre los alimentos ingeridos en el desayuno convendría que
hubiera una buena representación de hidratos de carbono (cereales, pan tostado…), leche y fruta. Los niños
que no hacen un buen desayuno, serán proclives a comer dulces a mitad de mañana, y a comer más
compulsivamente al mediodía, favoreciendo la obesidad.

El desayuno es quizá la comida más importante del día, ya no por la cantidad de


comida que se debe ingerir (en torno al 25% del total del día) sino porque prepara al niño
para su actividad diaria. Un mal desayuno además de perjudicar a su actividad física,
concentración, atención escolar, etc., genera una sensación de hambre a lo largo de toda
la mañana que inducen al consumo de alimentos ricos en calorías, como bollos y
golosinas, favoreciendo la obesidad. Si se pasan varias horas después de un desayuno
pobre, y con el estómago vacío, el niño tenderá a comer compulsivamente a mediodía,
deseando alimentos energéticos y no teniendo buenas digestiones.
Es preferible distribuir los alimentos en varias ocasiones a lo largo del día, mínimo 4,
y no concentrar el grueso de alimentación en sólo dos, comida y cena, pues ello provoca
una permanente sensación de hambre que induce a “picar” y comer a destiempo y
alimentos que proporcionen energía de forma inmediata y rápida, como son los que se
fundamentan en azucares y grasas. Alimentos estos, que a su vez contribuyen
fuertemente al desarrollo de la obesidad.

Pauta 2. ¿Qué alimentos?

En la siguiente lista se indican los alimentos que convendría comer diariamente. En


vez de indicar cuántas calorías, hablamos de raciones, que es más sencillo. La lista no es
exhaustiva. Observando los alimentos incluidos se deduce a qué grupo de alimentos se
refiere, por lo cual se pueden comer otros alimentos que sean de ese tipo.
Plan de alimentos a incluir habitualmente en la alimentación diaria:

a) De 4 a 6 raciones de los siguientes alimentos:


– Patatas, legumbres, pan, pasta, cereales, azúcar, dulces y frutos secos.
b) De 2 a 3 raciones de:
– Frutas.
c) De 2 a 3 raciones de:
– Leche y derivados (queso y yogur).
d) De 2 a 3 raciones de:
– Carne, huevos y pescado.
e) 40 a 60 gramos de:
– Grasas, aceite y mantequilla.

164
En la lista anterior se hace un esfuerzo por indicar los alimentos recomendados
diariamente, pero a lo largo de la semana convendría incluir también alimentos de otros
grupos en varias ocasiones, como son las verduras y las hortalizas.
Sobre esta distribución de alimentos se suele hacer una representación gráfica como
la de la figura 9.7. En ella se resume que una alimentación equilibrada debe distribuir las
cantidades consumidas como si de un triángulo o pirámide fuera. En la base, en la parte
más ancha, se incluyen gran cantidad de hidratos de carbono: como el pan, los cereales,
el arroz, la pasta, etc. En el siguiente escalón, y por tanto en menor cantidad pero
también muy abundante las verduras, hortalizas y frutas. En un tercer nivel, ya con
menor cantidad, los alimentos prótidos, es decir, los productos animales y las legumbres.
En la punta superior, donde el triángulo se hace pequeño se indican los alimentos que
menos deben consumirse, que son las grasas: bollos, pasteles, etc.

FIGURA 9.7. Triángulo de la alimentación. Distribución de la alimentación: la cantidad que debe consumirse está
en relación con el tamaño que ocupan en el triángulo.

165
En la sociedad española se observa una tendencia a reducir la alimentación
tradicional mediterránea por hábitos anglosajones menos saludables. Por ejemplo, según
la Encuesta Nacional de Salud del 2003, sólo el 31% de los niños y adolescentes toman a
diario verduras y frutas (ricas en vitaminas, minerales y fibras), y sin embargo el 45%
consumen a diario dulces y bollería (ricos en grasas saturadas).

Pauta 3. ¿Cuál es la cantidad adecuada de cada alimento?

En la anterior pauta de alimentación se habla de raciones recomendadas de ciertos


alimentos para cada día. Aunque la distribución de raciones por tipos de alimentos se
puede considerar válida para todas las edades, evidentemente, el tamaño de la ración no
es la misma para un niño de 3 años que para uno de 12, para ello tenemos cuadros de
tamaños de raciones por edad y que pueden servir de guía (véase cuadro 9.4).
En dicho cuadro se observa, por ejemplo, que a los 2 años puede ser adecuada una
ración de 60 gramos de patatas, pero que a los 11 años esa ración debería ser de 150 g
aproximadamente.
En el cuadro 9.4 se han señalado las raciones aconsejadas, por etapas, de los
principales grupos alimentarios que claramente incluyen los macronutrientes necesarios
para una buena alimentación: hidratos de carbono, proteínas y grasas.
Realizando esa alimentación equilibrada y variada, podemos considerar que las
cantidades necesarias de micronutrientes (vitaminas y minerales) también estarán
cubiertas. Por ejemplo, hemos señalado que deben incluirse diariamente frutas en
determinada cantidad según la edad. Garantizaremos las necesidades de micronutrientes
si se varía el tipo de frutas a lo largo de la semana: cítricos, manzanas, peras, frutas
tropicales, fresas, ciruelas, etc. Igualmente, los micronutrientes principales los
encontraremos en las verduras, hortalizas y legumbres que también deberán ser variadas
a lo largo del tiempo: lechugas, acelgas, alcachofas, guisantes, lentejas, garbanzos,
zanahorias, etc. Debemos decir lo mismo de la forma de conseguir dichos nutrientes si se
incluyen productos de origen animal diverso de tipo: carne, pescado, huevos, productos
lácteos, embutidos en cantidades moderadas, etc.
Así como el control de los macronutrientes es sencillo, pues las cantidades
recomendas para un día pueden medirse en raciones, o gramos si se desea, los
micronutrientes se necesitan en cantidades muy pequeñas, del orden de miligramos o
microgramos al día. Por ello podemos dar por seguro que una alimentación variada y en
cantidad suficiente los aportan, y no debemos preocuparnos en buscarlos
específicamente.

CUADRO 9.4 Raciones de alimentos por etapas de crecimiento, de 1 a 12 años, y pesos según se compran
(Ministerio de Sanidad)

166
167
No obstante, si se desea saber cuál es la cantidad de vitaminas y minerales
recomendada para cada edad, puede consultarse el libro que se indica en el siguiente
apartado de este capítulo.
¿Son necesarios los suplementos vitamínicos y de minerales? En los últimos años se
han generalizado en el mercado cápsulas o pastillas, que incluyen las cantidades
necesarias de vitaminas y minerales recomendadas para un día. ¿Son convenientes? En
principio podemos considerar que las vitaminas y minerales deben proceder de la
alimentación común y normal, y haciéndola como hemos indicado, en cantidad y
variedad suficiente, podemos asumir que se cubren todas las necesidades. Sólo habrá que
recurrir a suplementos vitamínicos, a través de pastillas u otro tipo de fármaco, si el
organismo se encuentra en una situación de carencia por alguna razón, dieta estricta,
enfermedad, etc. Esta recomendación es igualmente válida para niños que para adultos.
Por lo cual, en principio, diremos que los suplementos vitamínicos pueden ser
interesantes para ciertos momentos, pero que en la vida cotidiana con una alimentación
sana y equilibrada, no.
No debe olvidarse, en referencia a lo anterior, que el consumo en exceso de
vitaminas o minerales a lo largo del tiempo, puede llegar a ser perjudicial y provocar
enfermedades. Es difícil que alguien se “intoxique” de una vitamina a través de las
cantidades que obtiene en la alimentación, pero sí se podría dar el caso si se abusara de
suplementos artificiales.

Texto 5: Naos: estrategia del Ministerio de Sanidad para la nutrición,


actividad física y prevención de la obesidad

El Ministerio de Sanidad español a lo largo del año 2005 (AESA, 2005) hizo público un
programa que tiene por objetivo disminuir la obesidad de la población, dada la elevada
prevalencia de este problema en la actualidad. Dicho programa parte de la idea de que la
obesidad es un problema social general, donde diferentes actores tienen responsabilidad:
autoridades sanitarias, empresas alimentarias, padres, colegios, medios de comunicación,
etc.
La meta general que se propone desde la estrategia NAOS es la siguiente:

Fomentar una alimentación saludable y promover la actividad física para invertir la tendencia
ascendente de la prevalencia de la obesidad y, con ello, reducir sustancialmente la morbilidad y mortalidad
atribuibles a las enfermedades crónicas.

Y los objetivos principales son los siguientes:

1. Fomentar políticas y planes de acción destinados a mejorar los hábitos


alimentarios y aumentar la actividad física de la población.

168
2. Sensibilizar e informar a la población del impacto positivo que, para su salud,
tienen una alimentación equilibrada y la práctica regular de actividad física.
3. Promover la educación nutricional en el medio familiar, escolar y comunitario.
4. Estimular la práctica de actividad física regular en la población, con especial
énfasis en los escolares.
5. Propiciar un marco de colaboración con las empresas del sector alimentario
para promover la producción y distribución en productos que contribuyan a
una alimentación más sana y equilibrada.
6. Sensibilizar a los profesionales sanitarios para impulsar la detección sistemática
de la obesidad y el sobrepeso en la población.
7. Realizar el seguimiento de las medidas propuestas y la evaluación de los
resultados obtenidos a través de la estrategia.

Es interesante resaltar la atención que propone el Ministerio en el papel que tienen


las empresas del sector alimentario, considerando que los cuatro ámbitos implicados en la
prevención de la obesidad y su reducción son el familiar/comunitario, el escolar, el
empresarial y el sanitario.

Lecturas recomendadas

Generales

Beil, B. (2001): El niño con sobrepeso. Barcelona, Ediciones Médici.


Traducción de un libro original alemán. Sus principales aspectos positivos son
que está en castellano, que es muy breve y que es muy visual. Todo ello puede
ayudar como primera lectura sobre el tema de la obesidad infantil, o para usarlo
conjuntamente con un adolescente.
Su lectura debe tener presente que los datos que utiliza no son de población
hispana, y por tanto deben utilizarse con cautela para comparar a niños españoles.

Dorosz, Ph. (2003): Cuadro de vitaminas, sales minerales, oligoelementos. Barcelona,


Editorial Hispano Europea.
Libro muy breve con información básica sobre qué son los micronutrientes, en
qué alimentos se encuentran, cuáles son los efectos de su carestía y cuáles son las
cantidades recomendadas para cada etapa de crecimiento.

Frontera, P. y Cabezuelo, G. (2004): Cómo alimentar a los niños. Guía para padres.
Barcelona, Editorial Amat.
Es un interesante libro sobre nutrición escrito por dos pediatras en un lenguaje
accesible para personas sin formación especializada. Los autores realizan un

169
interesante recorrido por las necesidades nutricionales desde el nacimiento, así como
las características de los diferentes alimentos.
Tiene un capítulo dedicado a la obesidad infantil, que sin ser muy extenso
aporta menús variados para realizar una intervención desde el punto de vista
alimentario.

LeBow, M. D. (1986): Obesidad Infantil. Una nueva frontera de la terapia conductual.


Buenos Aires, Editorial Paidós.
Éste es uno de los pocos libros que existen en castellano sobre obesidad infantil,
además de ser una traducción de un original de 1983. Es interesante porque hace un
abordaje científico de la obesidad infantil y aportaciones útiles para enfocar su
tratamiento.
El inconveniente es que estamos ante una traducción de un original que ya tiene
más de veinte años. Por tanto, algunos de los planteamientos se han quedado
obsoletos, pero el ser uno de los pocos libros en castellano específico de obesidad
infantil lo sigue convirtiendo en un referente.

Madrid, J. (1998): El libro de la obesidad y su tratamiento. Madrid, Editorial Aran.


Este libro no es específico de obesidad infantil, tema al que dedica un capítulo,
y va dirigido principalmente a la obesidad en adultos, pero por su claridad y sencillez
en la exposición de los conceptos asociados a esta enfermedad es muy
recomendable.

Especializadas

Kirschenbaum, D. S.; Johnson, W. G. y Stalonas, P. M. (1989): Tratamiento de la


obesidad en niños y adolescentes. Barcelona, Editorial Martínez Roca.
Éste es un libro que plantea un programa de tratamiento de la obesidad infantil
dirigido a profesionales de la salud como pueden ser psicólogos, pediatras,
psiquiatras, etc. Explica sesión a sesión, en un total de 9, cómo plantear una
intervención psicológica. Proporciona material para ser empleado, como cuadros,
autorregistros, numerosos ejemplos, etc.
Diremos que como la mayoría de los textos de que disponemos,
específicamente sobre obesidad infantil, es una traducción de una obra no española,
y que el libro original tiene ya casi veinte años, por lo cual algunos de los
planteamientos requieren adaptación a la población española actual.

Moreno, B.; Monereo, S. y Álvarez, J. (2000): Obesidad, la epidemia del siglo XXI.
Madrid, Editorial Díaz de Santos.
Un libro escrito por unos cincuenta especialistas españoles en nutrición,
psiquiatría, pediatría, etc., que abordan de una forma técnica y rigurosa, en 26

170
capítulos, diferentes aspectos de la obesidad desde la epidemiología al tratamiento
quirúrgico.
Este libro sería recomendable para profesionales de la salud que deseen ampliar
los conocimientos sobre obesidad, y conocer las aportaciones recientes de las
investigaciones al respecto.

Recursos institucionales

MINISTERIO DE SANIDAD
Su entorno virtural incluye diversa información interesante relacionada con la
obesidad infantil. Por una parte dispone de un vídeo divulgativo que promueve
conductas sanas para evitar el sobrepeso, y por otra tiene una completa guía de
alimentación en la infancia y adolescencia.

SOCIEDAD ESPAÑOLA PARA EL ESTUDIO DE LA OBESIDAD


Importante sociedad científica especializada en el estudio de la obesidad y en la
divulgación de los problemas asociados a este trastorno, así como consejos para su
prevención y tratamiento. Es de fácil consulta en la Red y proporciona interesante
información práctica.

FUNDACIÓN ESPAÑOLA DEL CORAZÓN


Esta fundación proporciona información sobre las enfermedades asociadas al
corazón, dando especial importancia a la obesidad. Tiene un apartado específico en
la Red dirigido a obesidad infantil.

ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA SALUD


Información amplia y especializada sobre el problema de la obesidad en el
mundo.

ASOCIACIÓN PARA LA PROMOCIÓN DEL CONSUMO DE FRUTAS Y


HORTALIZAS
Una de las pautas alimentarias más sanas es la de comer todos los días fruta,
verduras y hortalizas. Aquí se puede encontrar información interesante que
promueve que al menos se coman cinco raciones de fruta y hortalizas al día.

ASOCIACIÓN ELLYN SATTER


Asociación americana fundamentada en los trabajos de la especialista en
nutrición Ellyn Satter, con interesantes (a veces novedosas y paradójicas) propuestas
sobre cómo comportarse con respecto a la nutrición infantil.

171
172
Bibliografía

Agencia Española de Seguridad Alimentaria – AESA (2005): Estrategia NAOS. Madrid, AESA.
Baile, J. I. y Garrido, E. (2002): “¿Por qué la delgadez es atractiva? Un estudio de asociación de palabras en
chicas adolescentes”. Revista Huarte de San Juan UPNA, 8-9, pp. 187-197.
Björntorp, P. (2002): “Definition and classification of obesity”. en Fairburn, C. G. y Brownell, K. D. Eating
disorders and obesity, pp. 377-381.
Cabranes, J. A., Gil, I., Gómez, C., Gual, P., Julián, R., Ponce de León, C., Ramírez, R. y San Sebastián, J.
(2000): Protocolo de Atención a Pacientes con Trastornos del Comportamiento Alimentario (TCA)
dirigido a médicos de atención primaria. Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo.
Calzada, R. (2002): Obesidad en niños y adolescentes. México, ETM.
Casanueva, E., Kaufer, M., Pérez, A. y Arrollo, P. (2001): Nutriología médica. México, Editorial Médica
Panamericana.
Chueca, M., Azcona, C. y Oyarzábal, M. (2002): Obesidad infantil. Anales del Sistema Sanitario Navarro, 25, pp.
127-141.
Deusto (1992): Guía para la nutrición equilibrada. Bilbao, Ediciones Deusto.
Estudio EnKid (2001): Obesidad infantil y juvenil. Barcelona, Masson.
Fairburn, C. G. y Brownell, K. D. (2002): Eating Disorders and Obesity. Nueva York, Guilford Press.
Kirschenbaum, D. S., Johnson, W. G. y Stalonas, P. M. (1989): Tratamiento de la obesidad en niños y
adolescentes. Barcelona, Editorial Martínez Roca.
Madrid, J. (1998): El libro de la obesidad y su tratamiento. Madrid, Aran Editorial.
Ministerio de Sanidad (1989): El desayuno del niño en edad escolar. Madrid, MSC.
Moreno, B. y Beltrán, B. (2005): Verdades y mentiras sobre la obesidad. Madrid, Planeta.

Moreno, B., Monereo, S. y Álvarez, J. (2000): Obesidad, la epidemia del siglo XXI. Madrid, Editorial Díaz de
Santos.
Russolillo, G., Astiasarán, I. y Martínez, J. A. (2003): Intervención dietética en la obesidad. Barañain, Editorial
Eúnsa.
VV AA (2000): Nutrición saludable y prevención de los trastornos alimentarios. Madrid, Ministerio de Sanidad y
Consumo.

173
Índice
Portada 2
Créditos 8
Índice 9
Prólogo 12
Introducción 14
1. Las historias de César, Daniel, Marta y Dana 16
¿Qué podemos aprender de estas historias personales? 19
¿Realmente hay muchos niños obesos? 20
2. ¿Cómo sé si mi hijo tiene sobrepeso u obesidad? 22
Definamos la obesidad 22
El IMC, un método para medir la obesidad 24
Obesidad infantil medida con el IMC 26
Test de tendencia a la obesidad 31
Tipos de obesidad 33
Androide (tipo masculino) 34
Ginoide (tipo femenino) 34
Secundaria 35
3. ¿Realmente es malo que mi hijo sea obeso? 39
¿Por qué hay que evitar y tratar la obesidad? 39
Efectos inmediatos 39
Efectos a largo plazo 43
4. ¿Por qué mi hijo es obeso? 50
Perspectiva actual 50
Causas de la obesidad 51
La obesidad como resultado de hábitos inadecuados 51
La obesidad se refuerza a sí misma 55
Modelos multifactoriales en la explicación de la obesidad infantil 57
5. Prevención de la obesidad infantil 64
Adquisición de buenos hábitos alimentarios 65
Pautas de alimentación según la etapa infantil 65
¿Cuánto debe comer el niño? 68

174
Educar el apetito y el gusto 70
Actividad física en la infancia 70
6. ¿Cómo puedo reducir la obesidad de mi hijo? 76
¿Asumir la obesidad como un problema de salud importante 76
¿Un problema de la familia o sólo del niño? 77
Estrategias para reducir el sobrepeso o la obesidad de mi hijo 79
Establecimiento de un plan 79
Primero evaluar: ¿Qué está ocurriendo para que mi hijo tenga sobrepeso o
79
sea obeso?
Diseñar un plan de intervención 89
Cambios en el tipo de alimentos 98
Cambios en los hábitos de alimentación 103
Cambios en las pautas de actividad física 107
Problemas con el plan de intervención 112
7. ¿Cómo puedo afrontar los problemas psicológicos asociados a la
121
obesidad de mi hijo?
Problemas de autoestima 122
¿Cómo podemos mejorar la autoestima? 123
Problemas emocionales 124
Cómo detectar la depresión y cómo intervenir 124
Problemas de relación con los demás 126
¿Qué hacer? 127
Prevención de la anorexia y la bulimia 129
Anorexia y bulimia: ¿qué son y cómo se diferencian? 129
¿Qué puede hacer la familia para prevenir estos problemas? 130
8. Tratamientos especializados para la obesidad 136
Psicológicos 136
Farmacológicos 137
Quirúrgicos 140
9. Para ampliar información 144
Textos para la reflexión 144
Texto 1: La obesidad a principios del siglo XXI: datos para la preocupación 144
Texto 2: ¿Por qué hay personas obesas? 148
Texto 3: El atractivo de la delgadez 155
Texto 4: Necesidades nutricionales en la infancia 155

175
Texto 5: Naos: estrategia del Ministerio de Sanidad para la nutrición, 168
actividad física y prevención de la obesidad
Lecturas recomendadas 169
Generales 169
Especializadas 170
Recursos institucionales 171
Bibliografía 173

176

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