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Anselm Grün

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Re spue stas a las preguntas que plantea la vida

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Introducción

1. Padres e hijos/Familia 13

2. Trabajo y vida cotidiana

3. Autodescubrimiento / Seguridad en sí mismo / Autoconfianza

4. Amor y amistad - Problemas en las relaciones

5. Los otros y yo

6. Espiritualidad y cuestiones de fe

7. Enfermedad y salud

8. Fracaso y culpa

9. La muerte, el morir y el duelo

Conclusión

Índice general

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A diario recibo cartas de personas que me exponen sus problemas y esperan que les dé
una respuesta. Quieren saber qué deben hacer de un modo muy práctico. Se preguntan
por el sentido, y buscan ayuda y orientación para resolver sus problemas cotidianos
concretos. No quieren que yo se los solucione, sino que les dé un impulso para que ellas
mismas encuentren la solución. A juzgar por las numerosas preguntas que recibo y por
las que llegan cada día a las redacciones de las revistas, se puede suponer que la falta de
orientación es cada vez mayor en nuestros días. Y esto no vale solo para algunos
individuos concretos. Los empresarios, que se ven obligados a adaptar sus empresas a los
rápidos cambios del mercado, buscan el consejo de los especialistas; igualmente, los
políticos, presionados por cuestiones urgentes, confían en el parecer de institutos de
investigación. Además de los tradicionales orientadores pedagógicos y matrimoniales,
hace ya mucho tiempo que se está produciendo una proliferación de sociedades
consultoras, especializadas en diferentes sectores: consejeros personales, asesores del
cliente, del estilo o de la alimentación, expertos en seguros o en temas de patrimonio. La
orientación en casi todos los ámbitos de la vida se ha convertido en un negocio rentable
de prestaciones de servicio, y los sociólogos han acuñado el término «sociedad del
asesoramiento» para describirla.

La vida se ha vuelto más insegura; las biografías y las decisiones de las personas no
están determinadas ya por las tradiciones o por otras normas. El mundo ha perdido su
carácter unívoco y transparente, y se ha vuelto, en general, más peligroso. Como
consecuencia de ello, cada individuo configura cada vez más su propia vida. Un
psicólogo sostiene que los seres humanos están entrando progresivamente en una especie
de laberinto de inseguridad, desorientación y perplejidad personal. Y muchos sienten una
gran necesidad de salir de este laberinto y de preguntar a otras personas cómo se puede
dar sentido a la vida y qué se debe hacer en determinadas situaciones concretas. Se
encuentran abandonados a sí mismos y secuestrados por sus dificultades, hasta tal punto
que no son capaces de integrarlas correctamente en la totalidad de la vida.

¿Qué debemos hacer? Esta pregunta, que subyace en la búsqueda de consejo y


ayuda, no es nueva. Es un interrogante humano antiquísimo que suscitó ya el interés de
los filósofos griegos. Junto a las preguntas «¿Quién soy yo?» y «¿Qué es el ser?», era la
cuestión fundamental que ellos querían responder. El evangelista Lucas pone tres veces
esta pregunta en boca de la gente que acude a Juan el Bautista. Y cuando Pedro predica
en el día de Pentecostés, los oyentes, tocados en el corazón, le interrogan: «¿Qué
debemos hacer?» (Hechos 2,37). Es una cuestión que también nosotros planteamos
cuando nos sentimos perplejos, y cuando no sabemos seguir adelante o estamos muy
impactados por algo. Entonces nos preguntamos cómo debemos responder con nuestra
vida a tales experiencias profundas.

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Cuando pienso en la filosofía griega - en la filosofía de Sócrates, por ejemplo-, me
impresiona gratamente la pre gunta por el «recto hacer». Pero cuando considero esta
cuestión de manera aislada, entonces me asalta la angustia ante la posibilidad de que sea
demasiado moralizadora.

Desde mi planteamiento espiritual y psicológico, pienso que en primer lugar es


importante preguntarse: «¿Quién soy yo? ¿Qué es lo que constituye el misterio de mi
condición humana y de mi salvación?». Solo entonces se vuelve significativa la pregunta
por el hacer. El «hacer» debe fluir de una experiencia nueva.

Por otro lado, algo dentro de mí reacciona contra la pregunta «¿Qué debo hacer?»,
porque la asocio con recetas universales demasiado simples que se ofrecen en numerosos
manuales de orientación. Renuncio de buen grado a dar consejos fáciles porque, como
pone de manifiesto la lengua alemana, los consejos (Ratschldge) son a menudo golpes
(Schldge) que nos dan.

Como dice el refrán: «Un buen consejo es caro». Por eso, también quiero guardarme
de dar consejos baratos, entendidos como indicaciones que serían como parches
piadosos, aplicados sobre la aflicción de la persona que pregunta, o como una receta que
he seguir para obtener el resultado que persigo.

Me gusta el proverbio finlandés que dice: «Un buen consejo es como la nieve;
cuanto más ligera cae, tanto más tiempo permanece». En este sentido desearía también
yo ofrecer respuestas discretas a las preguntas que me plantean, con la esperanza de que
puedan permanecer más tiempo y tengan un efecto en el alma de los lectores y las
lectoras.

La lengua alemana está llena de sabiduría. En ella se emplea en sentido positivo la


palabra Rat, que significa originariamente lo que necesitamos de manera perentoria para
subsistir. En este sentido hablamos, por ejemplo, de Vorrat, «provisión», o de Hausrat,
«utensilios domésticos». Solo en sentido derivado, Rat significa «instrucción,
recomendación». Pero Rat designa también a la comunidad de las personas que
aconsejan. La palabra Ratschlag, «consejo», expresa en primer lugar que con nuestro
consejo (Rat) damos un golpe (Schlag) a quien nos pregunta, es decir, le damos un
impulso eficaz. Pero en sentido estricto queremos decir que trazamos (schlagen) un
círculo de asesoramiento, que delimitamos el círculo para la orientación. Esta imagen me
resulta más simpática. No deseo dar Ratschldge que golpeen (schlagen) a quienes
preguntan, sino que delimiten un círculo dentro del cual podamos buscar una solución.

Prefiero la palabra Empfehlung, «recomendación», al término Ratschlag, «consejo»,


porque mi intención es expresar una recomendación a quienes me preguntan. El verbo
alemán empfehlen, «recomendar», está relacionado con befehlen, «ordenar, mandar».
Ahora bien, el significado originario de este término no es «dar órdenes», sino más bien

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«confiar, encargar». En el lenguaje religioso, befehlen tiene este sentido: «Encomiendo
mi alma a Dios». O, como dice el canto de Paul Gerhard: «Confía tus caminos y aquello
que mortifica tu alma a los cuidados fidelísimos de Aquel que gobierna los cielos». Deseo
confiar a la consideración de las lectoras y los lectores las respuestas que doy a las
preguntas, para que en sus corazones encuentren una respuesta a sus interrogantes.

Con las respuestas que ofrezco en este libro no pretendo resolver los problemas que
me han planteado. Pero es evidente que la persona que pregunta recibe una ayuda
cuando alguien considera su situación desde otra perspectiva. El cambio de punto de
vista amplía la visión del interesado. A menudo, el mero cambio de perspectiva hace
posible que se vean las cosas de otro modo y, quizá, con más claridad. Y, de pronto, a la
luz de una respuesta que viene de fuera y gracias a ella, quienes preguntan pueden
encontrar su propia respuesta.

Cuando ofrezco mis respuestas, no considero concienzudamente los pros y los


contras, sino que escucho las pa labras que surgen en mi interior. Sé que no puedo dar
respuestas definitivas y, sobre todo, que no puedo resolver los problemas de los demás.
Cada persona tiene que encontrar la solución a sus problemas. Yo puedo únicamente
formular algunos pensamientos con la esperanza de que sean eficaces. A veces, las
reflexiones de otra persona ayudan a ampliar un punto de vista empantanado y cada vez
más reducido. Porque en ocasiones estamos tan bloqueados por nuestras propias
dificultades, que no somos capaces de integrarlas correctamente en la totalidad de la vida.
Entonces es bueno dar un paso atrás, porque desde la distancia podremos ver con más
precisión y bajo una luz nueva nuestra propia vida.

Para responder, parto de mis experiencias personales y, por supuesto, también de mi


formación espiritual y de aquello que he aprendido de los psicólogos. No distingo si mi
respuesta es más psicológica o más espiritual. Para mí, las dos dimensiones son
importantes: el aspecto psicológico y el aspecto espiritual. Escribo lo que me ofrece mi
intuición o, mejor dicho, lo que me sugiere el Espíritu Santo. Confío mis palabras a la
persona que me pregunta para que ella entre en contacto con la confianza que habita en
su interior. Y le comunico mis palabras para que confíe en ellas, las haga suyas y las
incorpore a su propia vida. El significado originario de «recomendar» es «confiar a la
protección de». Las palabras que escribo como respuesta a las cartas que recibo han de
proteger a las personas que se sienten oprimidas por los apuros y las dificultades que
padecen. Tales palabras tienen que ser como una casa en la que cada persona pueda
considerar su vida en una atmósfera sosegada y recupere las fuerzas que necesita para
superar sus dificultades.

Huelga decir que mientras escribía este libro me han asaltado dudas y me he
preguntado si era lícito utilizar las preguntas de tantas personas para ofrecer mis
respuestas. Las preguntas nacen de situaciones personales concretas, pero las he
generalizado con el fin de que quienes me las hicieron no puedan ser identificados. Por

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otro lado, he enmarcado algunas de esas preguntas en un horizonte más amplio para que
pudieran interesar a un mayor número de lectores y lectoras. Además, no me he limitado
a repetir las respuestas tal como las formulé en las cartas privadas. Estas me han servido
únicamente como trasfondo y punto de partida en el momento de redactar las respuestas,
y he pensado siempre en personas que podían encontrarse en situaciones parecidas.
Espero que, al recorrer este libro, muchos lectores y lectoras encuentren un camino
personal que les permita responder a sus preguntas.

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CUANDO el diálogo con otras personas se hace más intenso y confidencial, casi siempre
se habla de la relación con los progenitores. Entonces aparecen las heridas de la infancia,
y también los problemas de la relación actual con los padres. Es natural que haya heridas.
Y, sin embargo, en algún momento tenemos que dejar de acusar a nuestros progenitores
y asumir la responsabilidad de nuestra infancia. Esta fue como fue, con sus experiencias
positivas y negativas, con las raíces sanas y con las humillaciones que experimentamos.
Nuestra tarea es reconciliarnos con las heridas y, como dice santa Hildegarda de Bingen,
transformarlas en perlas. Precisamente las circunstancias que nos hicieron sufrir pueden
ayudarnos también a descubrir y desarrollar mejor nuestras actitudes personales. Ya la
sabiduría de los antiguos griegos sostenía que solo un médico que haya padecido la
enfermedad puede curar. En efecto, quien conoce personalmente el dolor puede sentir
compasión.

A menudo, las heridas de la infancia repercuten en la relación actual con los padres.
Solo si me he reconciliado con mi historia puedo aceptar que mis progenitores sean como
son, sin hacerles reproches por las heridas que he su frido. Para poder aceptar a mis
padres y llegar a ver también lo bueno que hay en ellos, antes tengo que despedirme de
las expectativas que he puesto en ellos. Todos habríamos deseado tener una madre y un
padre ideales. Sin embargo, nuestros progenitores no corresponden a esas expectativas, y
tampoco tienen por qué hacerlo. A veces hemos de dolernos por su forma de ser, porque
nuestra madre es fría y nuestro padre es débil y no puede ofrecernos ningún apoyo. Si
hacemos duelo por aquello que consideramos deficiencias de nuestros progenitores,
descubriremos también sus puntos fuertes. Al fin y al cabo, ellos fueron capaces de salir
adelante en la vida. Sentiremos curiosidad por descubrir su filosofía de vida. ¿Qué les
sirvió de apoyo? ¿Cómo respondieron a los desafíos del exterior? ¿Cómo superaron sus
propias heridas? ¿Qué arte de vivir desarrollaron para sí mismos? Hacer este duelo nos
libera de echarles la culpa o de sentir lástima de nosotros mismos por tener tales
progenitores. Y, por el contrario, nos hace sentir curiosidad por reflexionar sobre su vida,
sobre la manera en que llegaron a madurar y el modo en que lidiaron con las dificultades,
y nos hace reconocer el amor y la solicitud con que cuidaron de la familia.

Otro tema importante es el de la relación entre padres e hijos. Todos los progenitores
desean lo mejor para la educación de sus hijos. Pero no pocas veces topan con sus
propios límites. A veces tienen la impresión de que sus hijos se les van de las manos, de
que emprenden caminos completamente distintos de los que ellos habían previsto.
Entonces aparecen los sentimientos de culpa. Precisamente en la educación de los hijos y

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en el acompañamiento de niños y jóvenes percibimos hasta qué punto dependemos de la
bendición de Dios. Que aquello que hacemos por nuestros hijos llegue a ser realmente
una bendición no depende solo de nosotros. A este respecto, no ayuda mucho remitirse a
la «autoridad» de los manuales educativos y cubrirse de reproches porque no hemos
estado a la altura de los modelos ideales contenidos en ellos. Es mucho más importante
educar a los niños con total solicitud y amor, y confiar también en nuestros sentimientos.
Y más crucial aún es confiar en que la semilla que hemos plantado en los niños florecerá
algún día. Y si ellos se desarrollan de un modo que los padres no han previsto, estos
pueden confiar en que sus hijos tienen un ángel, que los acompaña en todos sus caminos,
también cuando se extravían, y que en algún momento los conducirá a la senda que les
conviene y los lleva a la vida.

SIEMPRE nos hemos preocupado mucho por nuestro hijo y le hemos protegido. En el
estudio hemos probado con todos los medios posibles, con exhortaciones, con
recompensas y con clases privadas caras. Pero no ha obtenido el graduado escolar. Yo
provengo de una familia sencilla, pude estudiar gracias a un conjunto de circunstancias
favorables y sé que en nuestra sociedad es muy importante «estar bien preparado». Por
supuesto, no pretendo someter a nuestro hijo a demasiada presión, pero es sabido que, si
esta desaparece, no se llega muy lejos.

¿Hasta qué punto podemos ser exigentes con nuestro hijo?

Cada hijo es único y tiene sus aptitudes particulares. No tienen que ser necesariamente
capacidades intelectuales. Que vuestro hijo no haya obtenido el graduado escolar no es el
fin del mundo. Seguro que tiene otras aptitudes, que merece la pena descubrir y
fomentar. Por otro lado, no deberíais proyectar vuestras expectativas en él. Es mucho
más útil que meditéis sobre él. ¿Cuáles son sus puntos fuertes? ¿En qué le cuesta menos
avanzar? ¿Qué es lo que quiere fluir en él? Confiad en que vuestro hijo encontrará el
camino que lo lleve hacia una vida plena. Pero esta no tiene que coincidir necesariamente
con lo que nosotros nos hemos imaginado. Existen también niños que tienen ritmos
diferentes, que despiertan más tarde, obtienen el graduado escolar y hacen el bachillerato
o siguen otros cursos en los que continúan formándose. Hay muchos caminos diferentes
que llevan a una vida plena. Confiad en vuestro hijo y confiad en que Dios mantiene su
mano bondadosa sobre él, y su ángel lo acompaña y lo guía por el camino en el que
crecerá en su unicidad y singularidad.

Dices que sin cierta presión no se llega muy lejos. Por supuesto, no podéis dejar que
haga solo lo que le apetezca. Necesita desafíos y también límites con los que toparse. Si
no tiene desafíos y límites, vuestro hijo no crecerá. Pero los padres se encuentran
siempre ante una empresa arriesgada: ¿hasta qué punto debemos establecer límites
estrictos y hasta dónde podemos exigir a los hijos? Lo decisivo es que no proyectemos
nuestras expectativas en el niño, sino que nos preguntemos qué necesita para poder

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desarrollar sus capacidades. Lamentablemente, hay también niños menos dotados que
utilizan el hecho de tener menos aptitudes como excusa para no esforzarse. Pero esto no
les hace bien. Desafiad a vuestro hijo, pero de tal modo que pueda crecer lo que hay en
él. Y no dejéis de creer en él. La fe le hace crecer. Y vosotros necesitáis depositar la
esperanza en lo que todavía no veis. Tener esperanza no significa poner determinadas
expectativas en los hijos, sino más bien esperar, por ellos y en ellos, que se pueda
desarrollar también lo que todavía está oculto en ellos. Vuestra esperanza es el mejor
abono para la semilla oculta que quiere florecer en vuestro hijo.

EN mi juventud recibí una educación bastante rígida y cargada con muchas prohibiciones
- sobre todo en lo relativo a la sexualidad-, que todavía hoy me hace sufrir. No deseo que
mis hijos reciban una formación semejante, llena de angustia y amenazas; además, no la
aceptarían. Por otro lado, no quiero caer en la actitud permisiva que percibo por todas
partes en nuestro ambiente.

¿Qué límites debo establecer?

Dialoga con tus hijos acerca de lo que piensan sobre la sexualidad. Y háblales de tu
experiencia con la sexualidad: de la educación severa, por supuesto, pero también de los
criterios que te han resultado válidos en la vivencia de la sexualidad. Si estáis de acuerdo
en el sentido de la sexualidad, entonces también podréis establecer límites. Los límites no
son arbitrarios, sino que con ellos recuerdas a tus hijos cuál es el verdadero sentido de la
sexualidad, en el que os habéis puesto de acuerdo en vuestro diálogo. Pero si no habéis
llegado a un consenso, confía en tu sensibilidad. Si tus hijos son todavía demasiado
jóvenes para tomar decisiones responsables en el ámbito de la sexualidad, puedes
sencillamente confiar en tus sentimientos. Puedes decir a tu hijo que no estás dispuesto a
permitir que pase la noche en una habitación con su novia, que no ha cumplido aún 16
años. Es posible que él te diga que eres muy estricto y que estás «anticuado». Pero si
estás convencido de algo, no dejes que esos reproches te hagan sentirte inseguro. Con
sus reproches, tus hijos están intentando presionarte para que te retractes de tus
decisiones. Pero la verdad es que los hijos anhelan tener límites claros. Aun cuando
critiquen los límites, terminarán aceptándolos y respetándolos. Naturalmente, no se
pueden establecer límites arbitrarios, sino que hace falta una reflexión madura.
Precisamente en nuestro mundo, donde parece que todo está permitido, los hijos de sean
claridad. Pero anhelan también ser comprendidos. Quieren ser tomados en serio.
Pregunta a tus hijos cómo ven ellos la sexualidad y qué esperan de ti. Muchos jóvenes
tienen una visión totalmente sana de la naturaleza de la sexualidad, que solo puede ser
una experiencia feliz cuando se vive en la seguridad, el vínculo, la aceptación y la
fidelidad.

TENEMOS tres hijos y queremos educarlos de tal modo que sean personas conscientes
de los valores, agradecidas, generosas y sensibles desde el punto de vista religioso. Ahora

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bien, estas características ¿siguen siendo valores que desempeñan todavía algún papel en
la vida práctica de nuestra «sociedad de vencedores y arribistas»?

¿Qué es lo más importante en la educación de los hijos?

Es importante que transmitáis a vuestros hijos que son personas valiosas y únicas. Pero
esto no se muestra con palabras, sino que los hijos han de percibirlo a través de la forma
en que os portáis con ellos. Los valores hacen que la vida sea valiosa. Los valores nos
indican cuál es nuestra dignidad. El agradecimiento no se puede imponer. Pero se lo
podéis transmitir a vuestros hijos si bendecís la mesa y dais las gracias por los dones
recibidos o, por la noche, dais gracias a Dios con ellos por todo lo que recibís de él cada
día. Los hijos aprenden la generosidad precisamente en la vida concreta de la familia,
cuando realizan servicios concretos en el marco familiar, como fregar los platos o hacer
la compra y la limpieza de la casa. Podéis confiar en que el comportamiento social que
los niños aprenden en la familia seguirá manifestándose también fuera del círculo
familiar. No se puede forzar la generosidad con llamamientos morales. Pero la vivencia
concreta queda grabada en los corazones de los niños. Aun cuan parezca que a veces se
pierde, sin embargo permanece en el corazón y aparecerá de nuevo. En ocasiones es útil
hablar con los hijos sobre aquello que hace que una persona sea realmente valiosa, a
saber: su propio valor interior, y no la ropa que lleva, las marcas que viste o el coche que
conduce. La persona que aprecia los valores es también ella misma valiosa. Su valor es
estimado por los demás. También los niños lo perciben, y esto los fortalece
interiormente.

CUANDO el mundo entero está bajo la influencia de los medios de comunicación, y


nuestros hijos sienten que no están a la altura de sus amigos si no tienen el móvil más
moderno o no han visto el último programa de televisión del que hablan todos sus
compañeros de clase, ¿cuál debe ser nuestra reacción como padres?

¿Podemos todavía proteger a nuestros hijos de los medios de comunicación?

No podéis proteger completamente a vuestros hijos de la influencia de los medios. No


podéis construir un mundo intacto en el que no existan esos medios. Pero podéis educar
a vuestros hijos en el uso moderado de los medios. En vez de estar siempre viendo la
televisión pasivamente, sería mejor que los niños jugaran entre ellos o con sus padres.
Con frecuencia, el televisor sirve para compensar la falta de atención de los progenitores.
Cuando los niños sienten la proximidad de estos, no se hacen teleadictos. Frente a la
inevitable comparación con otros niños, sería importante transmitirles el valor de la
autoestima. Quien posee suficiente autoestima no necesita competir con los demás
enseñando el móvil más nuevo o hablando de los programas de televisión. Por el
contrario, los niños necesitan anunciar llenos de orgullo que no sienten la necesidad
imperiosa de ver este o aquel programa. Según el sociólogo alemán Helmut Schelsky, las

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élites sociales se han caracterizado siempre por la ascesis, es decir, por la renuncia
consciente al disfrute o al consumo. Quien quiere educar a sus hijos como personas
responsables tiene que establecer límites, no porque quiera prohibir, sino porque de ese
modo da a los niños la oportunidad de crecer realmente. Quien pasa muchas horas frente
al televisor o el ordenador no sigue creciendo interiormente. Pero se necesita también,
por parte de los padres, una madurez suficiente cuando los hijos se quejan porque los
demás niños visten ropa de marca, tienen el móvil más moderno y ven la televisión
siempre que quieren. Con estos reproches, los niños pretenden que sus padres tengan
sentimientos de culpa, pero también quieren ponerles a prueba, para ver si ceden o se
mantienen firmes en sus convicciones. Si en el diálogo con los hijos, los padres
mantienen una actitud madura, esto impresiona a los niños. De hecho, esperan que sus
padres no sean como otros muchos que cumplen los deseos de sus hijos solo para que les
dejen en paz. Aunque los niños les hagan reproches, de algún modo se sienten orgullosos
de ellos y algún día dirán: «Al menos sé que mis padres se preocupan por mí. Me hacen
frente y no ceden enseguida». Los niños tienen una gran sensibilidad para percibir si sus
padres tienen coraje para enfrentarse a ellos, o si son demasiado débiles y hacen lo que
todos los demás. Los padres necesitan las dos cualidades: coraje y, al mismo tiempo,
entrega amorosa. Solo de este modo se puede transmitir a los hijos que hay otros valores,
que van más allá del poseer todo lo que poseen los demás.

TENGO 39 años y estoy embarazada por primera vez... y muy feliz por ello. Mi
ginecólogo me insiste en que solicite un diagnóstico prenatal, y también mis amigas me lo
recomiendan. Pero yo no estoy de acuerdo y pienso que mi deber es acoger la nueva
vida tal como venga. No obstante, comprendo que, en definitiva, me encuentro sola
porque mi compañero piensa como los demás.

Y siento angustia ante la posibilidad de tener un hijo discapacitado.

Fíate de tus sentimientos. Aun cuando te encuentres sola, son tus sentimientos. Y son
más importantes que las opiniones de las amigas. Desearía exponerte únicamente dos
ejemplos que he conocido de cerca. Un médico recomendó a dos mujeres que abortaran
porque sus hijos iban a ser discapacitados. Pero ambas decidieron tenerlos. Y los dos
niños siguen estando hoy sanos. El diagnóstico prenatal angustió a estas mujeres durante
siete u ocho meses y les creó graves problemas de conciencia. Los diagnósticos
prenatales no son siempre acertados. A menudo se recurre a ellos por temor a que el hijo
tenga malformaciones. Ponte y pon a tu hijo en manos de Dios y confía en que Sus
manos os protegen a los dos. Aun cuando el niño naciera con alguna discapacidad, ello
podría ser una bendición para vuestra familia. Abandónate en Dios. Esto te dará libertad
y confianza. Y habla con tu compañero acerca de lo que le hace sentir angustia. Los
varones suelen pensar que todo es factible o controlable. Pero esto no vale para la vida
de vuestro hijo. Un hijo es siempre un misterio. También un hijo sano puede ser fuente
de preocupaciones, y un hijo discapacitado puede ser una bendición. Los hijos son

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siempre un regalo, y necesitamos creer y confiar en que Dios hará del nuevo ser humano
que va creciendo una persona única e irrepetible que se convertirá para nosotros en una
bendición.

TENEMOS una hija discapacitada de nacimiento. Cuando ella nació, nuestro matrimonio
estuvo a punto de hundirse bajo aquella carga. Mientras nuestra hija, que ahora tiene
ocho años, viva con nosotros, podremos ayudarla y estaremos a su lado. Pero temo lo
que pueda pasarle después. La sociedad no está constituida hoy de tal modo que las
personas débiles tengan una oportunidad.

¿Qué pasará cuando ya no podamos cuidar de nuestra hija?

En primer lugar, puedes estar agradecida por el hecho de dedicar tanto amor a su hija y
ayudarla con todas tus fuerzas. Y puedes confiar en que no eres la única que cuidas de tu
hija. Naturalmente, no puedes limitarte a abandonar la preocupación solo en Dios. Pero
la confianza en que él mantiene su mano sobre tu hija puede ser para ti un alivio.
Sostenida por esa confianza, encontrarás soluciones y caminos bien concretos. Hay
instituciones y centros de asistencia que nuestra sociedad ofrece para posibilitar una vida
buena a los niños discapacitados. A veces, ellos se sienten en casa en tales instituciones.
No te dejes paralizar por tu angustia; por el contrario, habla con ella. Tu angustia puede
desencadenar en ti fantasías que te permitan encontrar soluciones para tu hija, de modo
que pueda vivir su vida. Pero mientras ella habite en vuestra casa, percibe diariamente el
misterio de vuestra hija. No somos solo nosotros los que damos algo al niño
discapacitado, sino que él también nos da algo. Con frecuencia tiene una profundidad que
nos permite ver el misterio de nuestra propia vida. Pregúntate cuál es el mensaje que tu
hija tiene para ti y para tu familia, qué bendición trae para ti y tu familia, a pesar de las
dificultades.

A mi hijo menor - que en este momento tiene cuatro años - le gusta vestirse con ropas de
niña. Mi madre me ha advertido de que un día podría ser homosexual. Yo no quiero
volverme loca por esta causa. Por otro lado, también noto que esto me inquieta.

¿Cómo debo comportarme?

Si te dejas inquietar demasiado por el comportamiento de tu hijo menor, él lo percibirá.


Es mejor que hables con él, pero no en un tono de preocupación y menos aún de
censura. No proyectes tus angustias sobre esta cuestión. Es lo más natural del mundo
que él sea curioso, que examine su propia identidad. Considera su comportamiento como
curiosidad, como una forma en que, al encontrarse en la primera infancia, investiga cuál
es la diferencia entre niño y niña. Pregúntale, sencillamente, por qué le gustan tanto las
ropas de niña. Pero no introduzcas en la pregunta segundas intenciones. Simplemente
estás hablando con tu hijo sobre su forma de actuar. También puedes preguntarle si

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prefiere ser niña en vez de niño y por qué. Cuanto más tranquila y abiertamente hables
con tu hijo sobre ello, tanto más rápidamente pasará esa fase bastante normal. Si
reaccionas con excesiva preocupación, es posible que tu hijo permanezca por más tiempo
en esa etapa. Porque entonces descubre un medio de vincularse a ti y recibir tu atención.
Ciertamente será bueno que tu hijo juegue con otros niños. Y si su padre se ocupa de él,
ello le hará bien y será importante también para que desarrolle su identidad. Pero no
existe una imagen única de varón. Cada niño necesita desarrollar su identidad personal
como varón.

HEMOS educado a nuestra hija siguiendo principios cristianos. Para nuestra alegría, llegó
incluso a estudiar teología durante algunos semestres. En Israel conoció a un palestino
musulmán, se enamoró de él y se casó. Se convirtió al islam, ha tenido hijos y vive en
Palestina. Su marido le prohibe que viaje a Alemania y no le permite que podamos
conocer a nuestros nietos. Ante esta experiencia, yo me pregunto:

¿Tiene sentido pretender dialogar con el islam?

Puedo entender bien tu dolor. No poder ver a tus propios nietos es una grave ofensa. Te
sientes impotente porque tu hija está totalmente sometida a su marido, lo cual contradice
nuestra imagen del matrimonio y de la libertad. Duele ver cómo una hija se ha dejado
arrastrar así. Tal vez al principio estaba fascinada por el hecho de que un joven vivía su
fe de una manera tan radical. Quizá se dejó cegar por el amor. Ahora se encuentra en esa
situación. Solo puedes esperar y orar para que la estrechez - tanto la de tu hija como la
de su marido - dé paso, poco a poco, a la amplitud. Si alguien se encierra así, es porque
siente angustia. Y cuando las personas están marcadas por la angustia, es difícil entablar
un diálogo con ellas, porque la angustia nos cierra los ojos y nos impide ver lo que los
demás están viviendo. No pierdas la esperanza de ver un día a tus nietos. Tal vez ellos
mismos se liberen de la estrechez. Ellos tienen un ángel que los guía. Confía en que su
ángel los conduce hacia la amplitud. Si alguien siente angustia, no puede mantener un
diálogo. Una persona angustiada es incapaz de dialogar. Gracias a Dios, hay otros
musulmanes que son tolerantes y están abiertos al diálogo. Pero en ese diálogo tienes que
introducir también tu experiencia de una convivencia fracasada. Esta nos guarda de una
armonización fácil de la realidad y agudiza la mirada que dirigimos al mundo que nos
rodea.

CIERTAMENTE quiero a mi madre, pero sufro a veces por el amor con que ella me
responde. Ella busca en mí el amor que nunca le dio su madre, y muchas veces
sobrepasa el límite. Por ejemplo, cuando se entromete en mi vida o cuando noto que
nunca se cansa de hablar de mí y de mis supuestos éxitos delante de sus conocidos.

¿Cómo puedo establecer límites sin herir?

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No puedes cambiar a tu madre. Solo puedes determinar el límite: si ella se entromete en
tu vida, puedes determinar lo que quieres contarle y lo que no quieres decirle. Cuando tu
madre te dé consejos, no te irrites; escucha lo que te dice, pero no te dejes impresionar
por ello. Lo mejor es que hagas caso omiso de sus palabras. No tiene sentido discutir con
ella. Escucha los deseos de tu madre, pero escucha después lo que te dice tu corazón y di
claramente: «No, no quiero esto, o no puedo hacer esto». Una buena imagen para tu
trato con tu madre sería esta: imagínate que vas al teatro. Observas lo que sucede, pero
no participas ni tienes un papel. Observas los papeles que representa tu madre, pero no
los enjuicias. Sencillamente, tratas de comprenderlos, como si fueras una espectadora.
Pero no entras en escena ni te dejas arrastrar. Así proteges tu propio límite, el límite
entre el escenario, donde tu madre representa sus papeles, y las localidades, en una de las
cuales estás sentada. Entonces, el contacto con tu madre se irá haciendo más fácil para ti.
No tienes que someterte a la presión de tener que reaccionar a todas las palabras
acaparadoras o aleccionadoras de tu madre.

Si tu madre habla de ti y de tus éxitos delante de sus conocidos, no es mucho lo que


puedes hacer para cambiarlo. En último término, tu madre está orgullosa de ti. Lo nece
sita. Si estás presente cuando ella habla de ti, entonces puedes pedirle que se calle y
decirle que no quieres que cuente tu vida. Pero si habla de ti cuando estás ausente,
entonces tómatelo con buen humor. Es también una señal de que está orgullosa de ti y te
ama. Acéptalo como una expresión del amor que te profesa.

ME preocupa mi hija, ya adulta, que está totalmente entregada a su trabajo - en mi


opinión, sobrepasando el límite de su salud-, tiene además tres hijos y un marido difícil y,
para colmo, asume cargos honoríficos en la comunidad. Me gustaría ayudarla y hacer
algunas cosas en su lugar. Pero es evidente que mi solicitud hace que se ponga nerviosa y
no quiere en modo alguno dejarse ayudar por mí. Ella dice que es fuerte y autónoma, y
me echa en cara que me entrometo en su vida.

Realmente, solo quiero lo mejor para ella.

Entiendo muy bien que te haga sufrir el ver cómo tu hija se exige más de lo que es
debido. Pero ella es adulta y responsable de sí misma. Respeta el límite que ella ha
establecido. Es probable que necesite ese límite para poder vivir su propia vida.
Naturalmente, es doloroso para una madre percibir que una hija cuida tan poco de sí
misma. Pero tu hija tiene que aceptar sus propios límites. Y el límite lo reconocemos solo
cuando nos sobrepasamos. Trata de confiar en que tu hija terminará reconociendo su
límite. Y ora por ella, para que su vida se convierta en una bendición para sí misma y
para su familia.

Puedes comunicar a tu hija la preocupación que sientes, sobre todo ante la


posibilidad de que caiga enferma por el exceso de trabajo. Ahora bien, no puedes hacer

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nada más que ofrecerle tu ayuda. Ella tiene que aprender por sí misma a establecer
límites. Si se complace en entregarse no solo a su familia y a su trabajo, sino también a la
comunidad, no tienes que impedírselo. Tal vez ella lo necesite para poner a prueba sus
aptitudes. Trata de comprenderla. Lo que no entiendas puedes decírselo tranquilamente,
pero sin censurarla, sino como expresión de tu preocupación y tu amor por ella. Tu hija
debe tener la sensación de que la dejas vivir libremente, pero, al mismo tiempo, estás
siempre dispuesta a ayudarla cuando necesite tu ayuda. Si tu hija siente esta libertad,
volverá a pedirte ayuda.

Mi hija, que salió de casa y se trasladó a una gran ciudad por motivos de trabajo, cayó en
las garras de una secta. Nosotros, mi marido y yo, no podemos hablar con ella sobre este
tema, porque ya no viene a casa. Nos sentimos impotentes y solo nos queda ver cómo
estamos perdiéndola. Pero no podemos «renunciar» a ella.

¿Qué podemos hacer para evitar que nuestra hija sea infeliz?

Es difícil para los padres ver cómo una hija se ha dejado influir por una secta y es
arrastrada por ella, tal vez hasta el punto de perder su libertad. Ahora bien, dado que
vuestra hija no va a casa, no tenéis ninguna posibilidad de influir en ella. Solo os queda
rezar, esperar y confiar en que ella misma, en algún momento, sentirá que ese no es un
buen camino para su vida. Al principio, parece que las sectas aportan estabilidad a
personas con baja autoestima. Tal vez vuestra hija esté también fascinada por la claridad
y la radicalidad de la secta. No tengáis sentimientos de culpa. Confiad en que aquello que
le ofrecisteis se impondrá en algún momento. Rezad para que ella se haga más fuerte
interiormente y termine liberándose de las garras de la secta. Podéis escribirle una carta.
Y es posible que os la devuelva. Si llegáis a escribirle, no incluyáis reproches dirigidos a
ella ni a la secta. Habladle de vuestra preocupación y decidle que seguís abiertos a ella,
porque debe saber que tenéis una casa con las puertas siempre abiertas, y que puede
contar en cualquier momento con vuestra ayuda si la necesita. Lo que está sucediendo en
este momento en su alma escapa a nuestro conocimiento. La secta tiene algo que
despertó su interés. Pero podéis confiar en que un ángel acompaña a vuestra hija y la
conduce también en medio de sus errores y extravíos. Orad para que su ángel la
conduzca al camino que le permita encontrar la senda de su propia vida.

NUESTRO hijo está desempleado, pese a que tiene una buena formación.
Recientemente ha decidido trasladarse a una isla del océano índico, lugar de destino de
muchos turistas, para llevar allí una vida más cómoda. Nosotros estamos convencidos de
que esto es una huida.

Ya no nos escucha.

Vuestro hijo tiene valor. Él quiere asumir la responsabilidad de su propia vida y vosotros

19
podéis confiar en que encontrará su camino en un lugar distante. Lo importante es que
establezcáis límites económicos. Podéis pagarle el viaje en avión. Pero él tendrá que
cuidar después de sí mismo. No puede llevar una vida cómoda a costa vuestra. Cuando
habléis con él, no pongáis en tela de juicio su deseo; más bien preguntadle cuáles son sus
planes y cómo imagina que podrá realizarlos. Optad por escuchar en vez de tratar de
convencerlo. Si se siente tomado en serio, entonces vuestro hijo será también más libre
para poner fin al experimento, en caso de que este fracase. Lo único que podéis hacer es
delimitar el marco en el que estáis dispuestos a ayudarlo y poner en claro aquello para lo
cual no le ofreceréis nunca vuestro apoyo. Si él tiene ese deseo, debe asumir también la
responsabilidad y reflexionar sobre el modo en que podrá realizarlo. Tratad de ver
positivamente su «locura». Él tiene imaginación. No quiere ser uno más, sino que tiene
su propia concepción de la vida. Si os interesáis por su filosofía de vida, tal vez surja
también un buen diálogo. Y tomaréis parte en la amplitud de miras de vuestro hijo.

Mi madre era una mujer fría y todavía ejerce poder sobre mí, aun cuando hace ya unos
años que falleció. Siempre anhelé su amor y cuidé de ella cuando estuvo enferma y
encamada. De hecho, también ella me lo exigía y, sencillamente, yo no era capaz de
dejarla sola o de llevarla a un residencia de ancianos. Últimamente siento la herida que
ella dejó en mí por su frialdad. Desde un punto de vista teórico, sé que debería
separarme de ella interiormente de una vez por todas y, sin embargo:

Aún me resulta muy difícil distanciarme de ella.

Es importante dejar que la herida se manifieste una vez más. Tu madre no cumplió tu
anhelo más profundo de amor, ternura y seguridad. Y esto duele. No has tenido la madre
que ansiabas. Ahora bien, al permitir que tu dolor se manifieste, has de dejar que se
exprese también la ira y debes distanciarte de tu madre. Deberías expulsarla de tu
corazón. Solo de este modo podrás librarte de ella. Y tienes que transformar la ira en
amor a ti misma: «Puedo vivir por mí misma. No necesito a mi madre. Tengo, en mí
misma, sentimientos maternales hacia mí. Trato maternalmente a la niña herida que hay
en mí». Reconoce que estás en desventaja y, después, asume la responsabilidad de tu
vida. Has vivido cosas terribles. Pero también esto te mantiene viva, te obliga a cuidar de
ti y a ser maternal contigo misma. Lo primero que necesitas es despedirte de tu madre,
liberarte de ella. Una forma de hacerlo es perdonar. Al perdonar a tu madre, dejas toda la
dureza con ella. Es su vida. Le has dado excesivo poder por haber cultivado siempre la
esperanza de ser amada por ella. Líbrate del poder de tu madre: al perdonar, te liberas de
la energía negativa que aún está en ti por causa de la herida. Y, después, camina hacia el
futuro, llena de confianza. Las experiencias por las que pasaste pueden servirte en lo
sucesivo. Observarás que a tu alrededor hay muchas personas necesitadas que ansían
amor. Tal vez puedas desarrollar con ellas tu capacidad de mostrar comprensión y
ayudar, de acompañar a otras personas y ejercer sobre ellas una acción sanadora. Si
transformas tu herida en una perla, puedes librarte interiormente de tu madre con más

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facilidad y mantener por fin una buena relación con ella, porque te sientes libre. Y
también podrás darle gracias por lo que te dio. Tal vez no haya sido suficiente para ti,
pero fue algo. Y es probable que para tu madre fuera mucho. Fue lo que ella podía dar.
Desde su propia historia y estructura, ella no podía ofrecer más que eso.

A diferencia de mis hermanos, yo no tengo hijos, pero estoy plenamente dedicada a mi


trabajo. Mi madre ha envejecido y, después de la muerte de mi padre, está cada vez más
confusa. Nunca tuve una relación suficientemente cálida y cordial con ella, pero me
siento obligada a cuidarla. Ya no puedo dejar que viva sola por mucho tiempo, pero
tampoco quiero que vaya a una residencia de ancianos. A mis hermanos no les importaría
ingresarla en un centro para personas mayores, pero de momento dejan recaer sobre mí
todos los cuidados.

¿Tengo que ocuparme de todo por ser la hija?

Lamentablemente sucede con demasiada frecuencia que los hijos dejan en manos de las
hijas el cuidado de los padres. Pero no tienes que responsabilizarte de tu madre tú sola.
No dispenses a tus hermanos de su obligación. Trata de reunirte con ellos. Reflexionad
juntos sobre las opciones que podéis tomar. Yo no me ocuparía de todo solo, sino que,
por el contrario, asumiría únicamente la parte de responsabilidad que me corresponde,
según lo acordado conjuntamente en el diálogo familiar. Puede suceder, claro está, que
tus hermanos quieran ingresar a tu madre en una residencia de ancianos con el fin de
librarse de la responsabilidad. Y si tú quisieras cuidar de ella, entonces ellos cargarían
todo el peso sobre ti. Lucha para que podáis encontrar juntos un camino que sea viable
para todos. Si tus hermanos no quieren hacer nada, entonces tienes que preguntarte si
puedes asumir sola el cuidado de tu madre o si es una sobrecarga para ti. Si el peso es
demasiado grande, entonces tienes que pensar también en ti. No es una decisión fácil.
Por eso deseo que mantengas un diálogo abierto con tus hermanos y una lucha honrada
para encontrar una solu ción que sea buena para todos. Ten siempre en cuenta también
tus propios límites. Has de hacer lo que puedas por tu madre. Pero si te exiges
demasiado, esto será a largo plazo nocivo para la relación con ella. Por último, se trata de
cuidar de ella de tal modo que esto se convierta en una bendición para toda la familia.

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EN este campo hay sobre todo tres ámbitos temáticos que se abordan con mayor
frecuencia: la presión de la empresa para que el trabajador rinda cada vez más; el
problema de encontrar el equilibrio entre el trabajo profesional, por un lado, y la familia y
la vida privada, por otro; y la convivencia con jefes que no están a la altura de su cargo,
que realmente no saben liderar. Ciertamente hay otros muchos campos temáticos que se
podrían abordar. Pero estos son los tres temas que interesan la mayoría de las veces a
quienes plantean las cuestiones.

La presión a la que muchas personas se ven sometidas en su trabajo es una realidad


que no podemos ignorar. La presión viene sobre todo de fuera. La empresa compite con
otras empresas. Debido a la globalización, esta presión es cada vez mayor, y crece sin
cesar el número de firmas que bajan los precios. Pero no se puede producir a precios
cada vez más bajos. En esta situación, las empresas tienen que concentrarse en sus
valores. Algunas investigaciones llevadas a cabo en el ámbito de la economía empresarial
muestran que no se obtiene beneficio vendiendo más productos con precios cada vez
más bajos, sino gracias a los clientes fieles. Y los clientes fieles están interesados en otros
valores: confiabilidad, honradez, amabilidad, calidad del trabajo, respeto a las reglas de
juego y capacidad de encontrar buenas soluciones.

Pero la cuestión es cómo podemos lidiar personalmente con la presión. El modo en


que convivimos con ella depende siempre de nuestra concepción de la vida y de nuestros
modelos de vida. Hay personas que evalúan inmediatamente todo lo que hacen. Ejercen
de continuo presión sobre sí mismas en el sentido de que quieren hacerlo todo a la
perfección o ser cada vez más rápidas y eficientes. Se someten a presión incluso cuando
planchan o limpian el polvo, y piensan que deben hacer esos trabajos incómodos en el
menor tiempo posible. Pero entonces el trabajo deja de ser un placer. Ya no están
presentes en lo que hacen. No consiguen relajarse al planchar la ropa, y aprovechan para
entregarse a sus pensamientos o escuchar música o un audiolibro en cuanto hacen algo
sencillo. Tales personas reaccionan de un modo muy sensible a la presión exterior. Se
dejan oprimir y estrujar por la coacción externa. Como consecuencia, se sienten
permanentemente sobrecargadas por ella. Pero si afronto la presión como un desafío
deportivo, no me siento ahogado, sino que encuentro siempre nuevas posibilidades de
solución. Reacciono con creatividad a la presión externa, la cual me mantiene vivo. Pero
solo soy capaz de esto si, al mismo tiempo, siento una libertad interior frente a la presión.
No tengo que realizar siempre y a cualquier precio las exigencias que vienen de fuera.
Las afronto como un desafío. Pero si no puedo responder a ellas, lo acepto,
sencillamente.

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El segundo tema es la relación entre el compromiso profesional y la vida de familia.
Muchas personas no consiguen llegar a un equilibrio entre el trabajo y la familia. El
trabajo profesional consume toda su energía. Cada vez queda menos tiempo para la
familia. Aquí es importante que haya ritos que cierren la puerta del trabajo y abran la
puerta de la familia. Si en mi vida de familia sigo todavía ocupado con el trabajo,
entonces no puedo dedicarme realmente ni al cónyuge ni a los hijos. Entonces vivo todo
como una realidad incómoda y una exigencia excesiva. Pero si por medio de un breve
rito - dejar el trabajo espirando largamente, librarme del trabajo mientras voy de camino
a casa, rezar una breve oración para distanciarme del trabajo y orientarme hacia mi
familia - cierro la puerta del trabajo, entonces puedo alegrarme del encuentro con mi
familia. Entonces mis hijos no son una molestia para mí, sino que forman parte de mi
descanso. Puedo jugar con ellos y, al hacerlo, sentirme libre de toda presión externa. O
bien me intereso por las cuestiones que ellos se plantean, y esto aporta algo nuevo a mi
vida.

Junto a los ritos, hace falta una buena disciplina en relación con el tiempo. La familia
necesita saber a qué hora llego a casa. Es frecuente que la persona que tiene muchas
responsabilidades en su empresa llegue tarde a casa. No siempre puede librarse de esto.
Pero entonces la confiabilidad es aún más importante. Mi cónyuge necesita tener la
seguridad de que reservaré al menos una noche a la semana para él. No deberíamos
renunciar a ella por ningún otro compromiso. Es necesario tener tiempos sagrados que
estén protegidos y que no puedan ser profanados por deseos ajenos o exigencias
externas.

Los ritos y la disciplina del tiempo nos ayudan a dedicarnos mejor a la familia. Pero
muchas veces falta la energía. Las personas están tan cansadas del trabajo que, en casa,
casi no tienen energía para iniciar algo con la familia. La falta de energía es una
advertencia para que prestemos más atención a nuestros propios límites. El hecho de que
experimentemos la familia como un peso o como una fuente de energía depende también
de nuestra actitud. Si me alegra convivir con mi familia, ella me dará una nueva energía.

Continuamente escucho quejas sobre jefes que no están a la altura de su papel, que
son incapaces de tomar decisiones, que angustian a los demás, que exigen demasiado a
los colaboradores. No hay soluciones universales para la convivencia con ellos. La
primera opción consiste en protegerse y, de este modo, liberarse interiormente del poder
del jefe. Entonces puedo decirme a mí mismo: «El otro tiene sobre mí únicamente la
cantidad de poder que yo le conceda». Naturalmente, el jefe tiene el poder exterior. Pero
que yo me deje determinar interiormente por él depende de mí. La segunda opción
consistiría en comprender al jefe. ¿Por qué es así? Tal vez yo encuentre entonces en su
angustia o en su inseguridad un motivo para su comportamiento. Comprender no
significa que yo lo acepte todo. Es posible que el hecho de comprender me ayude a tener
una nueva capacidad de resistencia. Puedo posicionarme mejor cuando comprendo al
otro. No permito que me condicione; no me dejo determinar por su forma de actuar

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conmigo; por el contrario, dejo que sea como es. Esto me da una nueva autonomía. La
tercera opción consistiría en convivir con el jefe de un modo nuevo. Si soy interiormente
libre en relación con él, encuentro a veces también formas creativas de reaccionar frente
a él. A veces, el buen humor suaviza muchas cosas. En ocasiones es una pregunta que le
lanzo y hace que se sienta inseguro. Lo decisivo es que yo esté en contacto conmigo
mismo y con mi propia fuente, y que no deje que el comportamiento del jefe enturbie
esta fuente.

Ml trabajo me proporcionó siempre mucha alegría, a pesar de todo el estrés que


conllevaba. Pero también me agotó una y otra vez, e incluso llegó a poner en peligro mi
salud. Todo ha cambiado con la llegada de un nuevo jefe. Él me exige más y más y, por
otro lado, no consigue soportar que yo tenga éxito. Hasta ahora no he recibido ni un solo
elogio suyo, aun cuando mis colegas me hayan felicitado por algún logro especialmente
bueno. Por regla general, él se atribuye los éxitos; nunca percibe a los demás. Aunque sé
- y puedo decirme - que su comportamiento es inmaduro, y tal vez incluso enfermizo,
esto no me ayuda; su permanente desprecio me ofende y noto que yo mismo estoy
cayendo enfermo porque, lamentablemente, no puedo despedirme.

¿Qué puedo hacer contra la falta de consideración?

Has analizado correctamente el comportamiento de tu jefe. Es inmaduro y narcisista. Lo


único que hace es dar vueltas en torno a sí mismo y su propia grandeza. Por eso, no
puede admitir a ningún colaborador bueno a su lado. Y esto duele. Pero no le concedas
tanto poder. Convierte su falta de madurez en un motivo para prestarte más atención y
entrar en contacto contigo mismo. Tú percibes lo que puedes hacer y en qué tienes éxito.
No dejes que el desprecio del jefe ensombrezca tu éxito. Los demás ven tus logros. Y tú
mismo los ves. Afronta la situación como un desafío para vivir de tu propia fuente, y no
de la fuente de la confirmación ajena. Nadie puede quitarte tu fuente de placer en el
trabajo ni la fuente del Espíritu Santo de la que bebes. Cuanto más en contacto estés
contigo mismo, tanto menos te afectará el desprecio de tu jefe. Puedes decirte que no
necesitas de ninguna manera su elogio, porque vives de ti mismo y de Dios, y no de la
atención que te preste tu jefe. Esto te hace más libre, más autónomo y más fuerte.

EN mi vida profesional voy dejando siempre para mañana todo lo que me resulta
desagradable. Pero la consecuencia es que voy siempre al trabajo bajo presión. Y esta es
mayor porque sé que tengo muchas tareas pendientes que están esperándome.

¿Cómo puedo aprender a afrontar mejor los problemas?

Es bueno que por la mañana establezcas un plan de las tareas que desearías hacer, por
orden de importancia. Lo mejor es que anotes las cosas desagradables en primer lugar.
Porque cuanto más las pospongas, tanta mayor presión ejercerán sobre ti y no tendrás

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energía suficiente para llevar a término otros trabajos. Una vez que hayas resuelto lo que
te resulta desagradable, tendrás más fuerza para concluir lo que aún te queda por hacer.
Sencillamente, puedes decirte a ti mismo: «Una cosa después de otra». También la tarea
más complicada empieza con el primer paso. Trata de dar el primer paso, y entonces los
demás dejarán de ser tan difíciles. Ese primer paso no tiene que ser gigantesco. También
los pequeños pasos bastan para empezar. Pregúntate también por qué esto o aquello es
desagradable. ¿En qué te ayudaría el hecho de que no fuera tan desagradable? ¿Sientes
angustia ante la posibilidad de enfrentarte a alguien? ¿Realmente ese problema es tan
difícil de resolver? Analiza lo que te desagrada. Entonces notarás que los problemas se
pueden reducir a unas cuestiones que se han de solucionar. Afronta las cosas difíciles
como un reto deportivo, pero no te sometas a presión. Porque la presión te paraliza y te
roba toda la energía. Parece que la presión viene de fuera, pero, en realidad, muchas
veces somos nosotros mismos quienes nos presionamos. Conserva tu libertad interior
frente a los desafíos del exterior.

EN mi trabajo, me valoran y me evalúan siempre únicamente por el éxito. Pero,


naturalmente, no podemos tener solo éxitos. Tal vez se deba a mi edad, pero lo cierto es
que me faltan cada vez más el impulso y la motivación interior -y también la alegría de
vivir.

¿Cómo puedo afrontar mi frustración?

Tienes razón. No podemos tener solo éxitos. Precisamente con el envejecimiento


sentimos nuestros propios límites. La primera tarea sería, por tanto, despedirnos de
nuestras propias exigencias: no es imprescindible tener siempre éxito. Empiezo a realizar
las tareas. Pongo en ello mi experiencia. Pero no me someto a la presión de tener éxito a
cualquier precio.

No es preciso que tengas el ímpetu de tu juventud, pero necesitas una nueva


motivación. Tal vez te motive el imaginarte lo siguiente: «Tengo experiencia y la
transmito. Soy equilibrado. Nadie puede quitarme estas aptitudes. Trato de crear un
ambiente positivo entre mis compañeros de trabajo. No me dejo determinar por las
expectativas de los demás, sino que vivo desde el núcleo de mi ser». Estos pensamientos
pueden motivarte para seguir aprendiendo, no solo en lo relativo al saber profesional,
sino también en el plano personal. Afronta tu trabajo como un desafío para crecer
humana y espiritualmente. Si quieres reencontrar tu alegría de vivir, necesitas tomar
aliento y tener momentos de sosiego. Si escuchas en tu interior con serenidad, confía en
que, por debajo de la dificultad y del desánimo, brotará en ti una fuente de alegría. Trata
de entrar en contacto con esa alegría. Y pregúntate qué es lo que fortalece esa alegría tan
intensamente, hasta el punto de que se hace consciente. Tal vez sea la música, quizá sea
también la naturaleza. Busca los lugares en los que puedes volver a entrar en contacto
con la alegría que existe dentro de ti.

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Observa que tu valor está en el hecho de tener experiencia, crear un ambiente
positivo, entenderte con tus colegas y encarnar la sabiduría del mayor entre ellos. Asume
tu edad y no dejes que los demás te contagien la obsesión por la juventud que reina en la
empresa. Tienes una función importante en la empresa, independientemente de que el
jefe lo vea o no. La valoración de la empresa es para ti un desafío que te permite
descubrir otros valores para ti mismo y ponerlos en práctica. Entonces tu vida se torna
valiosa, y encuentras un nuevo placer en los valores y en tu vida.

Se trata, sobre todo, de que te aceptes a ti mismo y de que seas agradecido por lo
que eres. Has de verte con buenos ojos. Respétate. Entonces serás más independiente
del enjuiciamiento que domina en tu empresa.

LA presión en mi trabajo ha ido creciendo constantemente. Los colegas no son


sustituidos cuando se jubilan o se despiden, no se contrata a nuevos compañeros y se
hace que las tareas, que no dejan de aumentar, recaigan sobre los hombros que quedan.
Yo me estreso y me siento como un hámster en su rueda, porque, además, todo funciona
cada vez más deprisa - y yo no soy más joven-. No consigo concentrarme, porque el
estrés me persigue también en el tiempo libre y durante el fin de semana. Ya no sé dónde
me encuentro. Tampoco veo de qué modo podría reaccionar contra ello. Últimamente,
solo deseo la jubilación. Me siento como decía recientemente una amiga:

«Esta no es la vida que había imaginado».

La presión exterior ha aumentado, ciertamente. Pero también nosotros tenemos la


responsabilidad de no dejar que nos presionen. No necesitamos interiorizar la presión.
Deberíamos considerarla como un reto deportivo. Ahora bien, tampoco el deportista
consigue cumplir todas sus expectativas. Tiene que aceptar sus propios límites. Nuestra
tarea es mostrar al jefe cuál es nuestro límite y también el límite de sus expectativas, en
vez de dejarnos presionar cada vez más. Esta es una de las opciones. La otra opción
consiste en cultivar un poco de higiene psíquica. Afirmas que el estrés te persigue
también en el tiempo libre. Es importante que practiques ritos que cierren la puerta del
trabajo. Si no la cierras, no puedes abrir la puerta del tiempo libre. Puedes cerrar la
puerta del trabajo si permaneces sentada un momento en tu oficina y te liberas de toda la
indignación y la presión. O puedes usar también conscientemente el camino de regreso a
casa para liberarte de todo lo que ha habido en el trabajo. O bien ducharte y liberarte de
la suciedad interior y exterior, y entonces, como un ser humano re novado, entras en el
tiempo libre y disfrutas de él. Los ritos te dan la sensación de que vives tú misma, en
lugar de ser vivida. Y te regalas un tiempo sagrado que te pertenece y sobre el cual nadie
puede mandar. En ese tiempo sagrado puedes tomar aliento. En él te sientes tú misma.
En él desaparece toda presión exterior.

TRABAJO en una institución llamada «benéfica». Me incorporé al trabajo con mucho

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entusiasmo, pero últimamente observo cada vez con más claridad que también en ella
cuenta solo el dinero y no la cualidad ética y los criterios humanos, aunque esto es lo que
se propaga hacia fuera. Todo lo demás está subordinado al éxito económico y a la
presión del ahorro. Quien se opone a ello es relegado a un segundo plano y no puede
seguir avanzando.

¿Cómo puedo lidiar con esta falsedad?

Lamentablemente, también las instituciones benéficas, que suscitan un elevado idealismo,


tienen su lado oscuro. Por el hecho de estar normalmente a disposición de los demás, las
personas que trabajan en ellas no notan que con su actividad están satisfaciendo su deseo
de poder. La insistencia en el dinero podría ser una forma de encauzar el deseo de poder.
Por otro lado, tales personas suelen disculparse diciendo que cada uno tiene que mirar
por sí mismo porque, de lo contrario, nos quedaremos todos sin trabajo. Ciertamente, el
desafío económico subsiste. Pero no podemos dejarnos tiranizar por puntos de vista
económicos. Sé enérgico e insiste para que las directrices impresas en papel dorado no
queden después en papel mojado. Esto acabaría con la motivación. Solo podemos
trabajar bien si la pretensión y la realidad coinciden hasta cierto punto. No acuses,
porque entonces los dirigentes asumirán una postura meramente defensiva. Pero no dejes
de remitirte a las directrices que hayan sido elaboradas en común. Anima a tus colegas
para que se pregunten hasta qué punto las medidas tomadas coinciden con las directrices.
Y ten cuidado en el uso del lenguaje. Pregúntate si tu lenguaje interior contradice tus
elevadas pretensiones. Nuestro lenguaje nos traiciona. Lamentablemente, también en las
instituciones benéficas se habla con frecuencia un lenguaje duro y frío. En las reuniones,
fíjate en el modo en que hablan los demás. Y confía en que habrá también otras personas
a tu lado que se identificarán con tu modo de pensar. Si te unes a las quienes piensan de
un modo semejante, entonces los demás no pueden ignoraros. Eso actuará como
levadura sobre toda la institución. No pierdas la esperanza.

Mi superior es una persona que no quiere tomar ninguna decisión y prefiere


responsabilizar a quienes están subordinados a él. Pero al hacerlo, eleva tanto las
expectativas o define los requisitos necesarios para una decisión correcta de tal modo,
que esta se vuelve casi irrealizable. Naturalmente, cuando algo sale mal, me echa toda la
culpa y me hace cargar con toda la responsabilidad.

¿Cuál debe ser mi comportamiento frente a esta situación?

No es fácil tratar con un jefe que no quiere tomar ninguna decisión y no está dispuesto a
asumir la responsabilidad sobre la empresa, sino que, por el contrario, echa siempre la
culpa a los demás. En última instancia, tu jefe ocupa un puesto equivocado. Pues,
cuando un ejecutivo no asume ninguna responsabilidad sobre las personas y sobre las
decisiones, en realidad no dirige. Y donde nadie dirige, todos los trabajadores sufren. No

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obstante, la cuestión es cómo vas a reaccionar frente a esto. Te sugiero que te limites a
contemplar su comportamiento y a comportarte como un espectador que observa cuál es
el papel que el jefe representa cada día de nuevo, pero sin entrar en escena. Yo no
asumiría la responsabilidad en ningún caso, sino que le mostraría lo que sucede si él no
quiere decidir. Si has tomado una decisión que no ha dado un buen resultado, entonces
tienes que asumir la responsabilidad por ello. Pero, en este caso, yo diría al mismo
tiempo lo que me faltó al tomar la decisión, es decir, que no tuve el respaldo del jefe. Sin
el respaldo del superior, ninguna decisión puede tener éxito. No concedas tanto poder a
tu jefe. Él siente la necesidad de echar la culpa a los demás. Pero si tú no te justificas ni
te disculpas, sino que, por el contrario, sencillamente dejas las cosas como están,
entonces él notará que no consigue ejercer ningún poder atribuyendo la culpa a los
demás. Suscitar en los demás sentimientos de culpa es la forma más sutil del ejercicio del
poder. Y tienes que liberarte interiormente de ello. Entonces tu jefe notará en algún
momento que ya no puede seguir jugando este juego contigo.

NUESTRO ramo profesional está sometido a una fuerte presión económica. Y nuestros
directivos transmiten esa presión a todos los trabajadores de nuestra pequeña empresa.
Nuestro jefe quiere tener éxito rápidamente, y sentimos cómo pesa sobre nosotros la
amenaza del despido. Yo he dado siempre lo mejor de mí, y me esfuerzo mucho por
realizar un trabajo perfecto. Pero en el fondo me siento impotente. No puedo controlar
las condiciones estructurales del éxito ni tengo en mi mano los factores que, en última
instancia, lo determinan.

Realmente, ya no puedo trabajar más.

Si el ramo profesional en el que trabajas está sometido a presión económica, entonces


tiene poco sentido responder a él con un volumen aún mayor de trabajo y de
rendimiento. Yo sugeriría más bien que los ejecutivos se reúnan y reflexionen en común
sobre las oportunidades que ofrece el mercado y lo que puede ayudar, a largo plazo, para
que la empresa sobreviva y se desarrolle saludablemente. Si el jefe solo quiere tener éxito
lo antes posible, en la mayoría de las ocasiones esto es un indicio de que no está
reflexionando suficientemente sobre la manera en que la empresa debe responder a los
desafíos del momento. Y todos los trabajadores sufren como consecuencia de esa falta
de reflexión. No puedes permitir que te carguen cada vez con más peso. Esto es una
exigencia excesiva para ti y hace que te amargues. Álzate y ten valor para reclamar
reuniones en las que también los trabajadores puedan participar y hacer propuestas sobre
el modo en que la empresa debería ser administrada en el futuro. En esta situación se
necesita sobre todo imaginación y creatividad. ¿Cuáles son nuestros puntos fuertes?
¿Qué necesitan hoy las personas? ¿Qué respuesta podemos dar nosotros a esas
necesidades? Al plantear estas preguntas, descubrirás nuevos caminos para ti y para tu
empresa. Pero si aceptas que toda la presión recaiga sobre ti, entonces te sentirás cada
vez más impotente. Y la presión ciega a las personas, que trabajan más y más sin saber

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para qué. Fíjate en la imagen de Marta y María. Marta trabaja como ama de casa y se
vuelve agresiva con su hermana, que escucha sencillamente lo que Jesús tiene que
decirle. La empresa tiene que escuchar primero con atención cuáles son las necesidades
de las personas, y también lo que piensan los trabajadores. A menudo, esto aporta más
que un volumen aún mayor de trabajo.

EN mi trabajo lo he dado siempre todo. Últimamente, estoy sometido a una presión cada
vez mayor y pienso que ya no puedo aguantar más. Me siento vacío, desgastado, sin
vitalidad y sin creatividad. Solo consigo llegar hasta la oficina arrastrándome cada día y
con un gran esfuerzo interior. Sé que no puedo dejar que nadie lo perciba ni confesar mis
limitaciones, porque la situación en el mercado de trabajo - al menos en nuestro ramo
profesional - no tiene en consideración a la persona individualmente.

Les resulta muy fácil despedir y sustituir a los empleados.

Antes de confesar ante los superiores mi limitación, yo tomaría otra opción. Antes que
nada, yo cuidaría de mí mismo. El primer cuidado responde a la cuestión: ¿de dónde
saco mi fuerza? Si saco mi fuerza de la ambición de satisfacer a mis superiores, entonces
terminaré pronto agotado. Tienes que entrar en contacto con tu propia fuente interior,
con la fuente de tu propia creatividad o, en última instancia, con la fuente del Espíritu
Santo. Entonces podrás sacar fuerzas de ella sin agotarte demasiado pronto. La otra
opción pasa por la delimitación. Establece límites claros y no los sobrepases. No trabajes
más tiempo del debido. Necesitas, además, límites interiores, que no sean sobrepasados
por los demás. No te presiones a ti mismo. Repítete una y otra vez: «Trabajo porque
quiero, no porque tengo que cumplir las expectativas de los demás». Reconquista tu
libertad interior. Entonces podrás afrontar la situación de un modo autónomo. Si solo te
preocupa la posibilidad de perder el puesto de trabajo, estás concediendo demasiado
poder a tu jefe. Y te sometes a una presión excesiva. Sé libre interiormente. Trabaja lo
mejor que puedas. Pero trata de portarte bien contigo mismo y disfrutar de las pausas
que te hacen bien y te dan la sensación de que eres tú mismo quien está trabajando, y de
que no te limitas a tener que cumplir las expectativas de los demás.

Mi jefa tiene la manía de querer controlarlo todo. No confía en nadie, quiere examinarlo
todo y ver todos los detalles. No me ayuda saber que esa cualidad desagradable puede
estar basada en su infancia infeliz. Desde mi posición, no puedo desempeñar el papel de
psicoterapeuta ni quiero ser la persona sumisa que comprende al jefe y lo disculpa todo.
Tampoco puedo hacer valer mis derechos, porque ella está en la posición más fuerte.
Pero todo esto es frustrante y me desmotiva.

¿Cómo puedo salir de este clima nocivo?

No es necesario que desempeñes el papel de terapeuta de tu jefa. Y tampoco tienes que

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comprenderlo todo. El comprender es únicamente una ayuda para que no te dejes
arrastrar personalmente por su comportamiento. Al comprender que ella está obsesionada
por el control, dejas que esa enfermedad sea «su» enfermedad, pero no permites que
tenga ningún poder sobre ti. Te distancias de ella. Observa el modo en que tu jefa vive
esa obsesión, pero no pases de ser un mero espectador. No es preciso que entres en su
juego. Has de ser interiormente libre con respecto a sus manías. Si te dejas impresionar
por ellas, te sometes a ellas. Deja que su obsesión sea «su» obsesión. No tienes por qué
dar cuentas siempre y en todas las circunstancias. Tómatelo todo con buen humor. Si
solo te preocupas por comprender a tu jefa, entonces te subordinas a ella y le concedes
un poder excesivo. Entonces, la comprensión sería, en última instancia, una disculpa para
tu jefa. Y, al mismo tiempo, te estarías sobrecargando con ello. Asumirías la
responsabilidad que le corresponde a ella. Ahora bien, comprender (verstehen) tiene que
ver con estar en pie (stehen) y tener «firmeza, resistencia» (Stehvermógen). Trata de
comprender a tu jefa, pero mantén tu posición. Distánciate de ella. Deja que las manías
queden circunscritas a ella e imagina que, desde tu condición de espectador, aprendes
muchas cosas sobre los juegos que pueden jugar las personas, y cómo las manías y
obsesiones pueden causar estragos en la vida del individuo y del grupo.

Mi familia - tenemos tres hijos, que todavía van a la escuela - y mi trabajo me exigen
cada vez más. Esta situación está asumiendo unas proporciones que me están llevando al
borde de la depresión y el agotamiento. Paso muy poco tiempo con mi familia y
fácilmente me irrito, me vuelvo agresivo o me siento desanimado. Esto me está haciendo
daño y está deteriorando también la relación con mi actual compañera. No puedo
renunciar al trabajo, aunque este sería mi mayor deseo. Pero hoy en día sucede que, si
una persona se queda de pronto desempleada, enseguida se ve fuera del «mercado
laboral».

Necesitamos el dinero que yo gano.

Si estás permanentemente sobrecargado, tiene sentido que busques otro trabajo. Pero si
yo estuviera en tu lugar, solo me despediría después de haber encontrado otro empleo.
Hasta que lo encuentres, conviene que adoptes otra estrategia. Primero, has de
preguntarte cuál es el mejor modo de recuperar fuerzas: ¿hacer deporte, escuchar
música, jugar con los niños? ¿O entrar en la quietud, en la que estás disponible para ti
mismo? Entonces necesitas tener buenos ritos para separar el trabajo de la familia. Los
ritos establecen un corte entre el trabajo y la familia. Pero, al mismo tiempo, necesitas
imágenes interiores. Si vas a casa imaginando que también los niños tienen sus
expectativas en relación contigo, te sentirás sobrecargado. Necesitas otras imágenes.
Imagina que te hace bien compartir el tiempo con los niños. Ellos hacen que tengas otros
pensamientos. Te ayudan a relativizar el trabajo y cortar con él cada día. Imagina que
vas de regreso a casa, donde tienes tu propio espacio y construyes tu propio mundo.
Entonces te gusta ir a casa. Y no experimentarás la convivencia con los niños como

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causa de estrés. No te sometas a presión; por el contrario, acércate a tu familia como un
espacio donde puedes hacer el ejercicio de dejar el trabajo y entrar en otro mun do que
te hace bien. Necesitas también imágenes positivas para tu trabajo. No vayas a trabajar
con la imagen de quien está siendo oprimido, sino con la imagen del hombre erguido y
libre, que desea encontrarse con otros y emprender algo con ellos. Presta atención a tus
sentimientos, cuando vas a trabajar. No te dejes determinar por la situación; por el
contrario, haz frente a la situación con tus propios sentimientos e imágenes.

EN mi trabajo, soy jefa de varias colaboradoras a las que intento echar una mano.
Ayudar fue siempre uno de mis objetivos. En mi familia, la disponibilidad para ayudar, el
amor al prójimo y el cuidado de los familiares hasta el momento de la muerte formaron
siempre parte de nuestras obligaciones. Se trataba siempre de ver quién era el miembro
más débil y necesitado de ayuda. Las necesidades propias quedaban siempre relegadas a
un segundo plano. Así sigue siendo hasta hoy. No obstante, desde hace algún tiempo
tengo problemas serios de salud, que me están obligando a mirar más por mí misma.
¿Qué debo hacer?

Siento remordimientos si no respondo a mis propias exigencias.

Puedes estar agradecida por los valores que viviste y aprendiste en tu familia. Ahora
bien, todos los aspectos buenos que vivimos tienen también un lado oscuro. Y este lado
oscuro consiste en vivir al margen de nosotros mismos y de nuestras necesidades. Esto
nos hace sentir amargura y dureza, o nos lleva a exigirnos demasiado... En tu caso, tu
cuerpo te está mostrando que no puedes vivir unilateralmente la ayuda a los demás.
Porque entonces te sobrecargas. Pero no necesitas dar un giro de 180 grados, porque no
corresponde a tu modo de ser. Ahora debes cuidarte con el mismo cuidado que dispensas
a los demás. Percibe cuál es tu límite. Afirmas que sientes remordimientos si no
respondes a tus propias exigencias. Únicamente necesitas despedirte de la ilusión de que
puedes vivir solo para los demás. Y también has de renunciar a la ilusión según la cual
puedes ir por la vida sin ninguna culpa. No tienes ninguna garantía de que aquello que
haces es lo correcto, de que estás poniendo límites a tu ayuda demasiado pronto y tal vez
podrías ayudar aún más. Tu cuerpo te obliga a reconciliarte con tu propia limitación.
Después de escuchar a tu cuer po y tu alma, decide lo que quieres hacer por los demás, y
el tiempo y la dedicación que tú misma necesitas. Regálate la satisfacción de tus propias
necesidades. Puedes confiar en que tu carácter te impedirá quedarte mirando únicamente
a tus carencias. Pero cuando satisfagas una necesidad, disfruta de ello sin sentir
remordimiento. No obstante, si lo sientes, ofréceselo a Dios y dale gracias porque te
concede la vida. Él te habla también a través de tus sentimientos y necesidades. Él te
muestra lo que necesitas para vivir, para que también puedas estar disponible para los
demás.

DESDE hace algún tiempo, soy objeto de acoso laboral. No solo mis compañeras de

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trabajo no hablan ya conmigo, sino que hasta mi jefe me trata con desprecio. En la
empresa hay que suprimir varios puestos de trabajo, y están tratando de hacerme la vida
imposible hasta que yo misma me despida. Estoy perdiendo toda la confianza en mí
misma.

¿Cómo puedo obtener nuevas fuerzas y llegar a una convivencia más o menos
razonable?

La víctima del acoso laboral es el chivo expiatorio sobre el que se descargan todos los
problemas que en la empresa se barren y se ocultan debajo del felpudo. La mejor opción
sería solicitar una supervisión de equipo con el fin de investigar las causas del conflicto.
Pero si tu jefe no hace otra cosa que tratarte con desprecio, entonces es improbable que
el equipo esté dispuesto a ocuparse de los verdaderos problemas. En ese caso, no te
queda más remedio que hacerte independiente interiormente de tus compañeras de
trabajo y de tu jefe. Para ello tienes que respetar tu propio límite. Si te sientes demasiado
débil para subsistir en esta atmósfera hostil, entonces puedes buscar ayuda de fuera (una
orientación individual o una terapia) o sacar las consecuencias y buscar algo diferente
para ti misma. Ahora bien, la búsqueda de otro empleo no puede convertirse en una
huida. Por el contrario, deberías afrontar el acoso laboral como una ocasión para analizar
mejor tus propias necesidades. ¿Realmente deseo seguir trabajando en esta empresa por
más tiempo? ¿O tal vez antes de ser acosada en mi trabajo había en mí una voz interior
que me decía que ese no era mi sitio? Si este es el caso, entonces incluso el acoso laboral
tiene un sentido, pues quiere animarte a seguir tu propio camino.

A decir verdad, tengo mucho éxito en mi trabajo. Pero ni siquiera puedo alegrarme de
mis éxitos, porque el siguiente desafío me persigue, y exige que le dedique mis fuerzas y
mi concentración.

¿Cómo puedo volver a sentir el gozo y las ganas de vivir, más allá de mi trabajo
profesional?

Puedes estar agradecido por tus éxitos profesionales. Pero no puedes basar tu identidad
exclusivamente en el trabajo. ¿Quién eres, independientemente de tu actividad
profesional? ¿Cuál es tu esencia interior? ¿Con qué disfrutas? ¿Dónde te sientes
identificado contigo mismo y en armonía con tu esencia más íntima? Esta es una forma
de relativizar el trabajo. La otra forma consiste en ver de otro modo los desafíos de la
actividad profesional. Afirmas que el siguiente desafío te persigue. Esta es una imagen
muy negativa y hace que el trabajo te resulte difícil. Necesitas imágenes más positivas
para reaccionar frente a los desafíos en el trabajo. Tal vez puedas recurrir a una imagen
deportiva. El desafío no te persigue, sino que suscita nuevas fuerzas y posibilidades en ti.
O te sientes como un deportista que está entrenando, y que no se compara con los demás
ni se pregunta si es mejor que ellos. Por el contrario, tiene sensibilidad para sus propias

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fuerzas y sus propios límites. Piensa con qué imagen interior quieres ir al trabajo por la
mañana. Tal vez podría ser la imagen del ser humano erguido que va a trabajar con la
cabeza alta y desea afrontar lo que se le presente sin dejarse presionar. Entonces, el
desafío no te persigue. Por el contrario, está frente a ti. Lo afrontas, tomas las riendas y
lo configuras y le das forma con creatividad e imaginación.

EN el departamento de ventas de la empresa donde trabajo, tenemos que imponernos


frente a la competencia, que es cada vez más dura, en un mercado que se vuelve más y
más difícil. Yo mismo noto cómo la lucha por la supervivencia suscita mi agresividad,
cómo se trata de aniquilar a la competencia. En última instancia, se trata de desbancar a
los demás para poder sobrevivir uno mismo. Es como el arrebato de una cacería. Pero es
así como funciona nuestra economía. Ahora bien, yo también tengo desde hace un
tiempo la sensación de que no me hace ningún bien vivir así.

No puedo librarme de ello. ¿Qué alternativas me quedan?

No puedes desentenderte de la tarea que te corresponde. Tienes que vender los


productos de tu empresa. Pero puedes abandonar las imágenes que tu empresa te ofrece
y que has interiorizado, las imágenes agresivas de la cacería, del suplantar o aniquilar.
Adopta más bien la imagen de la competición deportiva. Estás corriendo con otros. Y
cada uno de los competidores desearía correr más deprisa. Pero no puedes ser el primero
siempre y en todas las circunstancias. Percibe cuáles son tus posibilidades, y dónde se
sitúan tus límites y los límites de tu empresa. Y, después, busca métodos de
entrenamiento para optimizar las posibilidades que hay en ti. Pero despídete de todas las
imágenes demasiado agresivas. No dejes que los demás te impongan las imágenes; por el
contrario, observa en tu propio corazón cuáles son las imágenes buenas que surgen en él
para ti. Tal vez sea la imagen de que tú, con tus productos, vendes esperanza, esperanza
en una vida mejor. Si vendes con tales imágenes, no te sentirás arrastrado por otros. No
luchas contra los demás, sino por aquello que representas. Pero tienes que estar
convencido de que tus productos hacen bien a las personas, les proporcionan esperanza y
enriquecen su vida.

KECIENTEMENTE me han nombrado jefe de un departamento y esto implica que soy


superior de mis antiguos colegas, con los cuales tenía una relación personal muy buena,
también fuera del despacho. Ahora noto que se retraen y que en algunas cosas tratan de
«esquivarme». Naturalmente, conozco también mis límites -tal vez mejor que ellos.

¿Cómo puedo hacer frente a la desconfianza y la envidia?

En primer lugar, tienes que aceptar el hecho de que, como jefe, ya no eres un colega
entre colegas. El ser nombrado jefe implica una cierta soledad. Tienes que reconciliarte
con esa soledad. Yo no preguntaría de inmediato a los colegas si lo que les pasa es que

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tienen envidia y desearían por encima de todo ocupar mi puesto. Tal vez la resistencia de
tus colegas sea una señal de que no has asumido aún por entero tu nuevo papel.
Reflexiona acerca de cómo quieres desempeñar de manera clara e inequívoca ese papel.
No te disculpes interiormente - la mayoría de las veces esto sucede solo de modo
inconsciente - ante tus colegas por haber recibido el nuevo cargo. Identifícate con tu
condición de jefe. No hagas alarde de ello, pero tienes que asumir claramente el hecho de
que ahora eres jefe y no uno más entre tus colegas. No deberías reprimir tus debilidades.
Pero, siendo consciente de tus propios límites, ahora eres jefe. «Jefe» viene de caput,
«cabeza». Ahora ocupas el lugar de la cabeza en la empresa. Y has de estar a la altura.
Dirigir significa asumir la responsabilidad de todo el conjunto y usar el poder para
despertar vida en los colaboradores. Dirigir significa, en último término, servir. Esto no es
siempre agradable. Asumes un servicio y una responsabilidad para con tus colaboradores.
No tienes que disculparte por ello. Una vez que lo reconozcas interiormente con toda
claridad, tus colegas acabarán comportándose de otro modo en relación contigo.

TENGO que tomar una decisión muy importante para mi vida privada y mi trabajo. En
una fecha muy próxima he de tomar una opción, en un sentido o en otro. Me siento
desgarrado interiormente y no veo con claridad. Oro todos los días y pido a Dios que me
muestre el camino correcto. Pero mi condición de desgarramiento interior no mejora por
ello. Por el contrario, me siento como el famoso conejo ante la serpiente, que ve cómo
llega la desgracia, pero no puede ponerse a salvo porque permanece sentado frente al
reptil como si estuviera paralizado.

¿Cómo podré tomar una decisión acertada?

Es bueno que reces para tomar una decisión acertada. Pero Dios no va a decirte de un
modo claro y preciso cuál es la solución. La oración es una ayuda para salir de las
cavilaciones y mirar de una manera más profunda en el corazón. En la oración, presenta
a Dios tu desgarramiento. Quizás eso te proporcione serenidad y claridad. No obstante, si
la oración no te aporta ninguna claridad y sigues sintiéndote desgarrado, no podrás
decidirte. Solo cuando sientas en ti claridad interior podrás tomar una decisión.

Existen ayudas para que puedas encontrar claridad interior. Una sería que imaginaras
lo siguiente: me he decidido por esta alternativa, ¿cómo estaré dentro de cinco o diez
años? ¿Qué imágenes surgen en mí? ¿Qué sentimientos afloran en mí? A continuación,
trasládate a la otra opción. ¿Cómo estaré dentro de cinco o diez años? Al plantearte
ambas opciones, ten en cuenta los sentimientos que afloran en ti. Conocemos la voluntad
de Dios - como sostienen los monjes más antiguos - cuando sentimos en nosotros paz
interior, libertad, vitalidad y amor.

La otra ayuda para llegar a una decisión clara podría consistir en el siguiente
ejercicio. Vives dos días con la primera opción. Al levantarte, al desayunar, al trabajar, en

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to do lo que hagas, piensa: «Me he decidido por este camino». Después, vive dos días
con la otra opción. Al cabo de cuatro días, puedes comparar los sentimientos y las
disposiciones interiores que tuviste con cada una de las opciones. También aquí vale lo
siguiente: puedes reconocer la voluntad de Dios donde había más paz, libertad, vitalidad
y amor. Si no encuentras claridad en ninguno de los dos ejercicios, tendrás que reconocer
que el tiempo para tomar una decisión no está aún maduro. Por otro lado, nunca se da
una claridad absoluta. Debes desistir de pensar que puedes encontrar la decisión
absolutamente correcta. Y toma conciencia de que toda decisión por una alternativa es
también una decisión contra la otra opción. Tendrás que hacer duelo por lo que excluyas.
Sin el dolor que implica hacer duelo por mi propia limitación, no puedo decidirme. Y es
necesario que confíes en que Dios también te acompaña y te bendice en el camino por el
que te hayas decidido.

USTED sostiene que es necesario dirigir con valores. Pero ¿qué sucede cuando las
ventas y los beneficios, la maximización del lucro y el superávit de la empresa son los
valores supremos?

¿Cuáles son los valores no materiales en la dirección de una empresa?

Naturalmente, una empresa ha de tener beneficios. De lo contrario, no puede subsistir


durante mucho tiempo. Pero cuando la maximización del lucro es vista como el valor
supremo, y sobre todo cuando los beneficios tienen que aumentar cada año, entonces ya
no se tiene en consideración el valor del ser humano. La persona se convierte en víctima
del valor financiero. Es posible que esto sea bueno a corto plazo para los resultados de
una empresa. Pero una empresa solo es valiosa a largo plazo cuando estima los
verdaderos valores, como la justicia, la honestidad, el juego limpio, la solidaridad, la
fortaleza, la moderación, la perseverancia y la prudencia. Quien aprecia estos valores
crea también valores financieros. A largo plazo, su empresa tendrá éxito también en el
ámbito económico. Pero quien piensa únicamente en el éxito, y sacrifica los valores
humanos en el altar del éxito, está devorando su propia carne. Porque si en una empresa
no se respeta a los empleados, llegará un momento en que a nadie le gustará trabajar en
ella. Hoy es necesario que haya una buena cultura empresarial para poder contratar a
buenos trabajadores. En una empresa en la que los valores son despreciados las personas
no se sienten respetadas. El desprecio de los valores lleva siempre consigo un auto-
desprecio y un desprecio del ser humano. Y esto, a su vez, hace que la convivencia
termine careciendo de valor. Ahora bien, si la convivencia no funciona, a largo plazo
tampoco funcionará el resultado. Porque entonces una gran parte del potencial se pierde
a través de intrigas y juegos inmaduros. Los valores son también para una empresa, en
última instancia, fuentes de energía de las que puede beber. Cuando los valores
económicos son lo más importante, una empresa pierde sus verdaderas fuentes que
otorgan fecundidad y bendición a su actividad.

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EN casi todos los medios de comunicación se habla hoy de autodescubrimiento y
autoconfianza. Pero cuanto más se habla de ello, tantas más dificultades tienen las
personas para encontrar su verdadera identidad. Todos los psicólogos nos dicen que
hemos de aceptarnos a nosotros mismos. Pero la cuestión es cómo consigue uno
aceptarse a sí mismo. Sentimos nuestras deficiencias justo con respecto a los ideales
muchas veces excesivamente elevados que se ponen ante nuestros ojos en los medios de
comunicación. Por un lado, es bueno que no nos acomodemos, y que, por el contrario,
nos pongamos en camino, trabajemos sobre nosotros mismos y seamos cada vez más
auténticos. Por otro lado, hemos de despedirnos de los ideales excesivamente elevados.
Estos dejan en nosotros únicamente frustración o desasosiego. Trabajamos cada vez más
en nosotros mismos y, sin embargo, no damos ningún paso adelante. Aquí es importante
reconciliarnos con nuestra medianía. Esto no quiere decir que nos quedemos cruzados de
brazos. Significa más bien liberarnos de la ilusión de creer que somos capaces de acelerar
cada vez más nuestro crecimiento personal. También en el ámbito personal del
autodescubri miento asumimos hoy conceptos de economía. Eso no nos hace bien.

Se trata, por tanto, de partir de la espiritualidad y la psicología para encontrar un


camino viable, de modo que podamos estar en armonía con nosotros mismos, con
nuestro cuerpo, con nuestra alma, con nuestros puntos fuertes y nuestros puntos débiles,
con nuestro envejecimiento y con el hecho de que no estamos a la altura de todas las
promesas que hoy ponen ante nuestros ojos algunos movimientos terapéuticos o
esotéricos. En la relación con nosotros mismos son necesarias las antiguas actitudes de la
humildad y la justa medida. Solo entonces encontraremos un camino que nos permita
reconciliarnos con nosotros mismos, decirnos sí tal como somos y, al mismo tiempo, no
perder la esperanza en que seguiremos creciendo interiormente y configurándonos cada
vez más con la imagen que Dios se ha hecho de nosotros.

En las preguntas sobre el autodescubrimiento personal se menciona con frecuencia el


tema de la espiritualidad. A la gente le gusta usar este concepto, pero no lo hace de un
modo riguroso. Para cada persona tiene una acepción diferente. Espiritualidad significa
propiamente «vivir desde el Espíritu». Y para nosotros, los cristianos, este Espíritu es el
Espíritu Santo que penetra en nuestro interior; es la fuente de la desearíamos vivir.
Actualmente, muchas personas entienden la espiritualidad como el ocuparse de cosas
espirituales, dedicarse a la meditación o hacer cursos espirituales. Estas son siempre

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formas concretas en que puede expresarse la espiritualidad. En la búsqueda del camino
espiritual, muchos no se sienten comprendidos por quienes los rodean. Con su búsqueda
espiritual incomodan a quienes están a su alrededor. Por lo demás, en cada uno de
nosotros habita un deseo más profundo que es, en última instancia, el deseo de vivir
desde Dios y con Dios. Pero muchas veces reprimimos este deseo. Cuando una persona
cercana a nosotros emprende un camino espiritual, nos recuerda ese deseo reprimido en
nuestro interior. No queremos recono cer nuestro anhelo. Entonces corremos el peligro
de desvalorizar la búsqueda espiritual de los demás. Son sobre todo las personas que se
interesan solo por el dinero y el éxito las que ridiculizan la espiritualidad de los otros, para
no hacer frente a su mala conciencia. Porque en ellas hay una voz que les dice que la
vida no es solo dinero y éxito.

Una persona que trata de vivir espiritualmente necesita una gran confianza interior
para no dejarse determinar por esas actitudes de desprecio. Y viceversa, hay también,
claro está, exageraciones en el camino espiritual. A veces, las interpelaciones críticas del
exterior están plenamente justificadas. Nos advierten para que nos preguntemos si con
nuestro camino espiritual estamos huyendo de los desafíos del día a día. Para los
antiguos monjes, el control de la realidad era siempre un criterio importante. Si me
confronto con la realidad y dejo que el Espíritu de Dios penetre en ella, entonces este es
un buen camino espiritual. Pero si mi práctica espiritual me sirve para huir de la
responsabilidad en la familia o en la empresa, entonces esta no es la espiritualidad que
Jesús nos anunció.

Un tema importante en el contexto del autodescubrimiento es la reconciliación con el


envejecimiento. Está, por un lado, la crisis que muchas personas experimentan en la
mitad de la vida. Esta crisis, que C.G.Jung sitúa entre los 35 y los 45 años -y que hoy se
sitúa, probablemente, más entre los 40 y los 50 años-, es para muchas personas una
ruptura, porque no están en paz consigo mismas. Se preguntan por el sentido de la vida.
Al mismo tiempo, sucede con frecuencia que en esta fase las personas se abren a temas
espirituales. Perciben que el dinero solo no da la felicidad, que no les basta con tener
éxito. C.G.Jung llega incluso a decir que el éxito puede ser el mayor enemigo de la
transformación. La persona que se apoya únicamente en el éxito exterior pierde la
relación con su verdadera identidad. Se atrofia interiormente y se estanca en el camino
que la lleva a ser ella misma. La mitad de la vida nos invita a volvernos hacia nuestro
interior y a buscar en él un funda mento para nuestra vida. En última instancia, buscamos
a Dios como el cimiento sólido sobre el cual podemos construir la casa de nuestra vida.

Ya en esta etapa nos confrontamos con el envejecimiento. A más tardar, este tema se
plantea de nuevo en la jubilación. Surgen entonces las angustias sobre el modo en que
hemos de lidiar con el envejecimiento, con la fragilidad típica de la vejez o incluso con el
alzhéimer o la demencia, si nos afectan. No debemos dejar que esta angustia nos domine.
Ahora bien, si se manifiesta, quiere recordarnos quiénes somos verdaderamente y lo que
constituye nuestra identidad más profunda. ¿Cuál es el misterio del ser humano, que en

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la vejez se torna más débil y morirá? ¿Qué huella de vida queremos dejar grabada en este
mundo cuando ya no estemos en el centro? ¿Cuál será nuestro apoyo cuando la salud se
debilite? La confrontación con el envejecimiento es siempre también un desafío
espiritual. En definitiva, solo podemos reconciliarnos con el envejecimiento y la
debilitación si descubrimos en nosotros un fundamento más profundo, si encontramos a
Dios en nosotros. Si Dios habita en nuestro interior, si Dios reina en nosotros - esto es lo
que significa el concepto «reino de Dios»-, entonces somos libres de los criterios del
mundo, entonces, aun cuando no podamos presentar ningún logro exterior, tenemos todo
lo que necesitamos. Justo en la vejez podemos hacernos más permeables a Dios.
Entonces nuestro envejecimiento adquiere un nuevo sentido: ser testigos del Dios que da
vida a los muertos, del Dios de la esperanza y del amor.

Otro tema que aparece una y otra vez en el contexto del envejecimiento es la relación
con los progenitores ancianos. Está la preocupación por ellos y la disposición a cuidar de
ellos cuando necesiten ayuda. Pero está también la angustia ante la posibilidad de verse
sobrecargado por ese cuidado. Tanto si cuidamos nosotros mismos de nuestros
progenitores ancianos como si nos preocupamos de ellos cuando están en una residencia,
se trata siempre de recon ciliarnos con ellos y de construir una nueva relación para
despedirnos bien de ellos. El trato con nuestros progenitores ancianos nos confronta con
nuestro propio envejecimiento. Y nos plantea la tarea de reflexionar sobre nuestras
raíces, de ser agradecidos por las raíces buenas que hemos recibido de nuestros padres y
de transformar las heridas, que también hemos sufrido, en algo precioso. Precisamente el
último trecho de la senda recorrida con nuestros padres ancianos puede ser un camino de
reconciliación, de gratitud y de amor. Y deberíamos aprovechar esta oportunidad para
descubrir el secreto de nuestros progenitores. ¿De qué vivieron? ¿Qué fue lo que los
sostuvo? ¿Por qué actuaron así? ¿Cómo superaron las heridas de su infancia? Si dejamos
que nuestros padres nos cuenten, eso les hará bien. Conoceremos mejor su misterio y, a
través de él, sabremos también más, en definitiva, acerca de nosotros y de las raíces de
las que vivimos.

EN medio de toda la agitación a la que estoy expuesto para llevar a cabo de algún modo
las tareas de cada día, noto una y otra vez en mí un sentimiento de «indiferencia» hacia
todo - ya no tengo ganas de nada-. No consigo ver nada claro a propósito de mí mismo y
tampoco tengo ninguna relación con Dios.

¿Qué puedo hacer por mí y por mi vida espiritual?

Ante todo, no deberías condenarte. Más bien debes tomar en serio tu sentimiento de
«indiferencia», porque tiene un sentido. Con él quieres protegerte de una sobrecarga
excesiva. Después puedes preguntarte qué es lo que anhela tu alma. ¿Qué conmueve a tu
alma? ¿Será la música, la quietud, un buen libro o un paseo? Permítete hacer aquello que
tu alma anhela. Quizás tengas la impresión de que ni siquiera sabes lo que deseas.

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Entonces, tómate tiempo para escucharte a ti mismo. ¿Qué quiere decirme la
«indiferencia»? ¿Contra qué me estoy defendiendo? ¿Qué es lo que no quiero
reconocer? ¿Será que no quiero aceptar el hecho de que por el momento mi vida no está
en orden, que debería entrar de nuevo en contacto con mi verdadera identidad?
Reflexiona después sobre lo que podría hacerte bien en tu vida espiritual. ¿Serán ritos,
será la meditación, el volver a participar en el culto, o un curso de espiritualidad? Pero
antes de preguntarte por los pasos concretos que te gustaría dar, deberías reflexionar
acerca de lo que significa la espiritualidad para ti. Cuando hablas de espiritualidad, ¿qué
anhelo se manifiesta en ti? ¿Es la relación personal con Dios o con Jesucristo? No
podemos establecer la relación así, sin más. Pero en la quietud puedes ofrecer a Dios o a
Jesús tu vida y tu verdad. Imagina que con todo lo que eres, también con tu vacío y con
tu «indiferencia», estás envuelto en el amor de Dios; imagina que eres aceptado por
completo. Entonces puede surgir en ti una paz profunda. Y vislumbras lo que significa
ser amado por Dios. Aquí se puede sentir algo de una relación personal. Ahora bien, no
debes forzar en ti determinados sentimientos. Hay quienes creen que deberían tener en la
relación con Dios los mismos sentimientos que tuvieron en su juventud. No podemos
producir los sentimientos. Pero si presentamos ante Dios nuestra vida y nuestra realidad,
entonces pueden surgir sentimientos de libertad y agradecimiento y vislumbramos quién
es Dios y cómo Él es el amor, el cual suele ser incomprensible, pero, al mismo tiempo, es
ilimitado.

Topos hablan de valores, de la necesidad de transmitirlos a los hijos y de vivirlos


ejemplarmente. Todos dan por supuesto que una sociedad que no está anclada en los
valores se desquicia.

¿Cómo puedo vivir unos valores que nadie me ha transmitido?

En todos nosotros vive también el deseo de ser valiosos, de tener una dignidad
indestructible. Si entro en contacto con este deseo, entonces barrunto también lo que son
los valores. Como dice la lengua latina, los valores son virtutes, fuentes de energía de las
que podemos beber. Son virtudes, aptitudes que sirven para que nuestra vida sea plena.
Y son actitudes que sostienen nuestra vida. Pero lo decisivo en los valores es el hecho de
que corresponden a la dignidad del ser humano. La filosofía griega describió cuatro
valores fundamentales: justicia, fortaleza, templanza y prudencia. Hoy completamos esas
virtudes fundamentales con estas otras: honradez, solidaridad, coraje civil, perseverancia
y responsabilidad de cara al futuro. Dado que no te transmitieron determinados valores,
no te resulta fácil creer en tu propio valor. Pero confía en el presentimiento interior que
te dice que tienes tu propia dignidad. En tu alma están impresos los valores,
independientemente de la educación que hayas recibido. El alma tiene esos valores en sí,
porque penetra en el inconsciente colectivo. Allí, en el inconsciente colectivo, somos
partícipes de las experiencias de generaciones anteriores. Y allí participamos también en
los valores que fueron experimentados como valiosos por quienes vivieron antes que

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nosotros. Escucha, por tanto, en tu interior. Trata de llegar, pasando a través de la
ausencia de valores en tu entorno, hasta el fondo de tu alma y de descubrir allí los
valores. Ciertamente, esto no es siempre fá cil, porque la ausencia de valores que
heredamos a través de la educación y de nuestro ambiente pondrá siempre en cuestión
nuestra sensibilidad para los valores. Así pues, confía en los valores que están impresos
en tu alma. Y reflexiona sobre los principios que puedes darte para poder vivir también
los valores en los que cree tu corazón.

DESDE hace unos años, el tema de la espiritualidad es cada vez más importante para mí.
He asistido a varios cursos, leo mucho y también participo regularmente en un grupo
donde nos reunimos para «meditar». Y creo que mi vida ha adquirido de este modo una
nueva profundidad y que me he aproximado más a mí misma. Mi marido no quiere
recorrer este camino conmigo. Casi no puedo hablar con él sobre este asunto. Cuando
voy al grupo de meditación, él trata de ridiculizarlo. Piensa que estoy obsesionada con la
religión. No deja que nada de esto le afecte. Para él cuenta solo una cosa: el dinero y el
éxito en su profesión.

¿Cómo puedo afrontar este rechazo de todo lo espiritual?

Mientras el dinero y el éxito sean lo único importante para tu marido, no tienes ninguna
posibilidad de convencerlo de la importancia que tiene para ti tu itinerario espiritual. No
obstante, el hecho de que necesite ridiculizarlo quiere decir que este le hace sentirse
inseguro. Es posible que tu meditación le recuerde que él ha perdido el contacto con su
propia alma. Pero no parece dispuesto a admitirlo. Por eso, tiene que criticarte. No te lo
tomes como algo personal. Aguarda, espera y confía en que también bajo la superficie de
la máscara - el dinero puede reforzar la máscara, como dice C.G.Jung - existe algo más.
En cuanto aparezcan los primeros fracasos o el cuerpo exija ser escuchado, la
impenetrable máscara empezará a resquebrajarse. Entonces podrás hablar racionalmente
con tu marido. Hasta que llegue ese momento has de tener paciencia. No dejes que te
haga sentir insegura; al contrario, sigue con confianza tu propio camino espiritual. Y
cuando tu marido te ridiculice, no lo interpretes como un mensaje dirigido a ti; más bien,
escucha lo que está diciendo sobre él con sus palabras. Quizás esté expresando su
angustia porque está viviendo al margen de lo que es esencial y solo le queda un vacío.
Pero, al mismo tiempo, nunca deberías perder la esperanza en que también en él hay un
deseo de algo más. Capta ese deseo en sus palabras. Entonces afrontarás la situación de
una forma diferente.

UNA amiga que ha cumplido 50 años recientemente, y cuyos ancianos padres fallecieron
el uno poco después del otro, me repite continuamente que la vejez es terrible, que es
algo así como contemplar un abismo, que lo determinante son la decadencia y la
separación, que todo va de mal en peor, tanto física como espiritualmente, después de
cumplir 50 años. Por supuesto, también yo siento angustia ante la vejez siempre que, al

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visitar una residencia de ancianos, veo a personas desorientadas. ¿Cómo puedo
relacionarme con mi amiga y ayudarla a superar esta angustia?

¿Cómo puedo prepararme ya para mi vejez?

Naturalmente, la última fase de la vida puede ser penosa. Pero yo conozco también a
personas ancianas que aseguran que nunca han estado tan en paz consigo mismas como
ahora, después de haber cumplido 80 años. Yo no aceptaría sin más las afirmaciones de
una amiga ni me opondría a ellas. Más bien le preguntaría personalmente qué es lo que le
hace sentir angustia y cómo le gustaría vivir su vejez. La vejez nos plantea determinadas
tareas: reconciliarnos con nuestra vida, también con lo que no fue vivido y con todo lo
que no es perfecto, despedirnos de la fuerza y del éxito, y aceptar las limitaciones de
nuestra existencia. La reflexión sobre la muerte nos invita a vivir conscientemente el
momento presente, llenos de gratitud por lo que se nos ha regalado hasta ahora y
confiando plenamente en que también en la vejez tenemos una tarea importante que
realizar para la humanidad: irradiar en este mundo benevolencia, sabiduría y serenidad.
Solo podrás liberar a tu amiga de la angustia si te enfrentas a la angustia que tú sientes
frente al envejecimiento y encuentras una respuesta a ella. La angustia frente al
envejecimiento nos invita a reflexionar sobre el sentido de nuestra existencia. El sentido
de la vida no consiste en estar siempre llenos de energía y salud, sino en hacerse
permeables al Espíritu de Dios y al amor de Dios. En esto consiste la tarea de envejecer:
hacernos cada vez más permeables a la benevolencia, la libertad y el amor de Dios.

No hace mucho que he cumplido los 40 años. Para quien observa desde fuera, tengo
éxito en mi trabajo y una familia «normal», y mantengo buenas relaciones. A pesar de
ello, todo me parece de pronto problemático, vacío y sin sentido. ¿Es necesario que
suceda todo esto?

Me siento como si estuviese en el centro y, sin embargo, totalmente al margen.

La situación que presentas es la típica midlife crisis, la crisis de la mitad de la vida, que
fue descrita por primera vez por el psicólogo C.G.Jung. Es entonces cuando nos
preguntamos si era preciso que todo fuera como ha sido. Es bueno que todo te parezca
problemático, vacío y sin sentido. Esto te obliga a reflexionar de nuevo sobre el sentido
de tu vida. ¿Qué huella quieres dejar impresa en este mundo? ¿Qué es importante para ti
en tu vida? ¿Qué es lo que te sostiene? De todo lo que hasta ahora ha sido importante
para ti, ¿qué es lo que deberías relativizar y ver de un modo diferente? La crisis de la
mitad de la vida es una tarea. Según el místico alemán Johannes Tauler, el aprieto en el
que entramos en esta etapa vital pretende forzarnos a pasar de la superficie a la
profundidad, a adentrarnos en el fondo de nuestra alma, para descubrir en él a Dios y
nuestra verdadera identidad. Tauler compara la mitad de la vida con una casa bien
construida. Hemos construido nuestra propia existencia. Sabemos cómo funciona la vida.

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Es posible que exteriormente todo parezca estar bien. Pero hemos perdido nuestro
centro, hemos perdido nuestra alma. Entonces, el mismo Dios entra en nuestra casa. Y
hace como una mujer que está buscando algo. Pone las sillas encima de la mesa y vacía
los armarios para buscar - como muestra la parábola de la dracma perdida (Le 15,8-10) -
la dracma, la verdadera identidad. En la crisis de la mitad de la vida se trata de buscar
nuestra propia identidad, que está enterrada por debajo de toda la superficialidad que nos
envuelve. Así pues, la inseguridad que produce la crisis de la mitad de la vida es también
saludable. Nos obliga a buscar nuestra verdadera identidad y a reflexionar sobre el
sentido de nuestra existencia. A partir de esta etapa - dice C.G.Jung - solo permanece
vivo quien entra en contacto con su anhelo espiritual, quien está dispuesto a volverse
hacia su interior y a buscar aquello que lo sobrepasa, a buscar, en última instancia, a
Dios, la verdadera meta de su vida. Por tanto, toma en serio tus sentimientos y afronta el
desafío que te lanza la mitad de la vida.

Mi vida es realmente muy «intensa»: trabajo, familia, hobbies, un amplio círculo de


personas conocidas. Estoy «funcionando» todo el tiempo, ocupado desde la primera hora
de la mañana hasta la última hora de la tarde. Pero últimamente me asalta una y otra vez
un miedo cerval ante la posibilidad de que todo esto carezca de sentido, de que ya no
sepa cuáles son mis verdaderos y grandes anhelos, y mis verdaderas metas. Pero ya no
me empeño en alcanzarlas, porque estoy persiguiendo otros objetivos muy diferentes. Mi
sensación es que estoy viviendo al margen de todo lo que realmente tiene sentido y sería
«mi» vida.

¿Cómo puedo aún cambiar mi vida?

En primer lugar, tienes incluso un motivo para estar agradecido por la angustia con que tu
alma reacciona frente a la situación en que te encuentras. Tu alma te está mostrando que
debes cambiar el rumbo de tu vida. Es manifiesto que has de detenerte y preguntarte cuál
es el mensaje que tu alma quiere transmitirte. Es posible que tus numerosas actividades
sean una huida de la cuestión esencial: ¿qué te gustaría hacer de tu vida?, ¿qué sentido te
gustaría dar a tu vida? En este momento, no se trata de que introduzcas cambios bruscos
en tu existencia, sino de que seas más sereno y pausado a fin de poder sentir en ti mismo
hacia dónde te gustaría encaminarte. Confía en los impulsos interiores que emergen
entonces en ti. Tu alma está sana. Esto se muestra en la angustia con que ella te recuerda
que no puedes seguir caminando así, sino que deberías vivir más atentamente. Antes de
cualquier cambio exterior es necesaria la transformación interior. ¿Qué es lo que ha de
transformarse dentro de ti? ¿Cuáles son los sueños de tu vida de los que conviene que te
despidas? ¿Con qué deberías reconciliarte? Quizás con tu medianía, por la que deberías
hacer duelo para poder entrar en contacto con nuevas posibilidades en tu alma. Entonces
podrás reflexionar con toda tranquilidad sobre la energía y las capacidades que Dios te ha
regalado y que te gustaría vivir.

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«TIENES que decirte "sf' a ti mismo»: esto es más fácil de decir que de hacer. Me
resulta muy difícil aceptarme precisamente cuando soy honrado conmigo y no reprimo
mis flaquezas y mis errores. Y solo cuando soy sincero tengo la posibilidad de seguir
desarrollándome.

¿Cómo puedo aprender a aceptarme mejor?

Tienes razón. Cualquier psicólogo nos dice que debemos aceptarnos a nosotros mismos.
Pero algo que parece tan fácil es, de hecho, una tarea para toda la vida, y muchas veces
no resulta nada fácil. Dices que tienes dificultad para afrontar honradamente tus
flaquezas y errores. Solo puedes aceptarte si te despides previamente de las ilusiones que
te has hecho con respecto a ti mismo, si te despides de la ilusión de ser perfecto y de
tener solo puntos fuertes. Tienes que hacer duelo también por el hecho de estar dentro de
la media, de ser como eres. Al elaborar este duelo, descubrirás también en ti, en el
fundamento de tu alma, tus numerosos lados positivos, tu propia fuerza, tus posibilidades
de vida. A este duelo pertenece también la gratitud por lo que Dios te ha regalado. Eres
único tal como eres. Eres valioso. Ante Dios tienes un valor infinito. Puedes responder a
las dudas que tienes sobre ti mismo pronunciando una y otra vez la promesa que recibiste
en el bautismo: «Tú eres mi hijo amado, tú eres mi hija amada, en ti me complazco».
Eres valioso antes de haber realizado cualquier cosa y antes de haber mostrado tus
puntos fuertes. No obstante, a pesar de estos pensamientos, emergerán siempre en ti
dudas sobre ti mismo. Habla con ellas y pregunta por las ilusiones que ocultan. Y
después, despídete de esas ilusiones. Trata de ser agradecido por lo que eres. Así crecerá
poco a poco en ti este sentimiento: «Me complace ser como soy». Esto no es una auto-
aceptación atormentada, sino una expresión de alegría, gratitud y amor por ser la persona
única que soy.

ME resulta difícil aceptar mi cuerpo y sufro por ello también psíquicamente. Soy más
bien pequeña y «rechoncha», y no correspondo al ideal de belleza vigente a mi alrededor.
Me siento «canija» y constato que otras personas, aquellas que son preferidas, tienen
sencillamente una «altura» más imponente, parecen más hermosas o me miran «por
encima del hombro».

¿Cómo puedo estar agradecida por algo que me complica tanto la vida?

Cada época tiene sus propios ideales de belleza. Y las personas valoran a los demás,
inconscientemente, según esos ideales. Resulta doloroso no corresponder a ese ideal de
belleza. Pero si observas sobriamente esos ideales, comprobarás que son muy relativos.
¿Por qué ser bajo es peor que ser alto o grande? ¿Qué constituye la verdadera grandeza
del ser humano? ¿Qué me hace valioso? No es la forma del cuerpo, sino mi persona, la
cual vive, naturalmente, en mi cuerpo. Por supuesto, no es tan fácil complacerse en el
propio cuerpo cuando no es visto por los demás de un modo tan positivo. Hildegarda de

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Bingen dice que debemos tratar a nuestro cuerpo de tal forma que el alma se complazca
en habitar en él. Intenta, por tanto, sentirte bien en tu cuerpo. Tampoco hay criterios
absolutos para establecer quiénes son gordos y quiénes son delgados. Actualmente hay
muchas mujeres que se vuelven anoréxicas porque sienten una gran angustia ante la
posibilidad de engordar. Por eso caen enfermas. Y una mujer anoréxica no es bella.
Reconcíliate con tu cuerpo tal y como es. Si te sientes demasiado corpulenta, entonces
puedes reflexionar sobre el método para llegar a tener tu peso ideal. Quizás puedas hacer
una cura de ayuno o moverte más. Esto te hará bien. Pero no deberías de ninguna
manera atormentarte ni presionarte para conseguir una forma corporal que no te
corresponde. Tampoco aquí existe la forma ideal. Siente cuál es la forma que te
corresponde exactamente. Y di «sí» a esa forma, aunque quienes te rodean tengan otros
criterios. Todo ser humano es bello cuando es plenamente él mismo. El amor embellece a
la persona. Si entras en contacto con el amor que está ya en ti, y si ese amor irradia a
través de ti hacia el mundo, entonces eres hermosa, independientemente de los ideales de
belleza exterior que declare la moda del momento.

¿CóMo puedo encontrar personalmente paz en mi corazón si a mi alrededor veo cómo la


ambición y la injusticia lo determinan todo? No soy capaz de superar esta dificultad.

¿Debería preocuparme sólo de mi salvación?

Ciertamente sería una forma de egocentrismo que te centraras solo en la salvación de tu


alma. Ser cristiano significa siempre comprometerse también por un mundo más justo.
Pero hemos de ver en todo momento nuestra propia limitación. La cuestión es esta: ¿de
qué modo puedo contribuir realmente para que el mundo que me rodea sea más justo?
Puedo, por ejemplo, luchar políticamente por un mundo más justo. Pero también en esa
lucha se manifestarán rápidamente ciertos límites. Tendrás que reconocer que también en
un partido que se compromete por la justicia hay estructuras injustas. Ahora bien, algo
que siempre podemos hacer es reclamar la justicia y tratar nosotros mismos de crear más
espacio para la justicia a nuestro alrededor. Mi desafío personal es ser justo con las
personas que me rodean en mi familia, en mi empresa, en mi comunidad. La ambición
que veo a mi alrededor está también en mi corazón. En este sentido, ver el mundo que
me rodea lleno de ambición e injusticia me desafía siempre también a observar mi propio
corazón y liberarme en él de la ambición. En este punto es importante que encuentre la
paz en mi propio corazón. No puedo encontrarla huyendo del mundo, sino liberándome
de los criterios de este mundo mientras vivo en medio de él. Ahora bien, esta paz interior
no es algo que disfruto solo para mí. Es más bien el presupuesto para que yo me
comprometa a favor de este mundo. Jesús declara bienaventurados a quienes construyen
la paz. Para él, no basta con tener sentimientos pacíficos. Yo tengo también la tarea de
comprometerme por la paz. Natural mente, debo tener siempre presente que no soy
Dios, sino únicamente un ser humano. He de percibir cuál es la tarea personal que Dios
me ha encomendado, lo que puedo cambiar y lo que no puedo cambiar. Tengo que

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reconciliarme con mi propia limitación. Si no lo hago, aun cuando me esfuerce por
construir la paz, al final sembraré solo semillas de discordia.

RECIENTEMENTE he cumplido 40 años y casi he sentido pánico al pensar en mi vida.


Tengo la sensación de que ya ha sido vivida y ha pasado. Ya no hay nada nuevo. No he
conseguido realizar todos los buenos propósitos en los que siempre he creído ni todos los
planes que he ido trazando una y otra vez a lo largo de mi vida. Estoy tan enredado en
mis hábitos y mis modelos de comportamiento, que no consigo salir adelante.

No he hecho nada positivo en mi vida. ¿Para qué seguir viviendo?

Es doloroso reconocer que nunca he vivido rectamente y que no he realizado lo que me


he propuesto. En primer lugar, tengo que hacer duelo por esta vida no vivida. Pero
después puedo imaginar lo siguiente: quizá mis intentos de configurar mi propia vida
hayan estado muy marcados por mis ilusiones. O tal vez mis caminos no hayan sido
apropiados para la realización de la imagen originaria que Dios se ha hecho de mí. Quizá
mis propósitos y planes hayan estado demasiado dirigidos por quienes estaban fuera,
porque quería equipararme a los demás o satisfacer mi propia ambición. Entonces,
debería adentrarme más profundamente en mi infancia. ¿Cuál era entonces la vida que
soñaba? En aquella etapa de mi vida, ¿cuándo me sentí en armonía conmigo mismo?
¿Dónde fui capaz de olvidarme de mí mismo y ocuparme de algo durante horas enteras?
Cuando haya accedido a esas experiencias, descubriré la verdadera huella de mi vida.
Entonces puedo preguntarme: ¿cómo puedo dejar impresa en este mundo mi huella más
personal? Exteriormente, tal vez no cambie mucho. No puedo o no quiero cambiar de
trabajo. Pero puedo dejar mi sello personal en todo lo que hago. Nunca es tarde para
esto. No necesitas cambiar muchas cosas en tu vida. No tienes que demostrar nada. Lo
decisivo es que vivas auténti camente, que dejes grabada en este mundo la huella más
personal de tu vida. Un camino importante para lograrlo es que te reconcilies con la
sensación de estar enredado, de no ser tan libre como te gustaría. Solo si consideras la
verdad sobre ti mismo y te reconcilias con ella, puedes transformarte. Te despides de tus
ilusiones y empiezas a vivir, aquí y ahora, tal vez con más modestia de la que has
querido en toda tu vida. Pero serás sincero contigo. Y así tu vida se convertirá en una
bendición para ti mismo y para los demás.

AL encontrarme a caballo entre un año y el siguiente, siempre hago los mejores


propósitos. Quiero cambiar radicalmente mi vida, librarme de los viejos hábitos, ser una
persona mejor. La mayoría de las veces lo consigo solo durante unos días o unas
semanas. Entonces se instala nuevamente la vieja rutina y me resigno. ¿Qué puede uno
hacer cuando percibe que está siempre recayendo en los mismos modelos de
comportamiento y en los mismos errores, y no consigue salir adelante?

¿Qué puede uno hacer cuando quiere cambiar y no lo consigue?

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Es bueno que hagas propósitos y quieras mejorar tu vida. Pero un principio fundamental
para toda voluntad de cambio es el siguiente: solo puedo cambiar aquello que he
asumido. Por consiguiente, primero necesitas responder con realismo estas preguntas:
¿quién soy yo? ¿Cuáles son mis puntos fuertes y mis puntos débiles? ¿Qué puedo
cambiar y qué debo aceptar? No puedes ser, sin más, una persona mejor. Esto es muy
poco preciso. Tienes que establecer metas claras. Y, después, un programa de
entrenamiento. ¿Qué pasos concretos doy y qué me gustaría ejercitar? No puedes
proponerte, sin más, ser en el futuro siempre amable, y más misericordioso contigo
mismo y con los demás. Necesitas tener una pista de entrenamiento en la que puedas
ejercitar estas actitudes.

Semejante pista de entrenamiento podría ser la siguiente: me gustaría, a partir de la


próxima semana, ser más auténtico y no dejarme determinar por las personas que están a
mi alrededor. ¿Cómo puedes alcanzar esta meta? Tal vez no seas capaz de estar siempre
en armonía contigo mismo, pero puedes formular el siguiente propósito: todos los días
realizaré un rito matutino para ponerme delante de Dios y sentir que estoy en su
presencia. Y todas las noches pre sentaré el día ante Dios, abriendo mis manos en forma
de concha. Entonces dejaré de censurarme por el hecho de que no vivo siempre en
armonía conmigo mismo. Al menos por la mañana y por la noche estaré en contacto con
mi núcleo. Y si lo ejercito durante un tiempo prolongado, también a lo largo del día estaré
cada vez más centrado y no me dejaré condicionar tan fácilmente por los estados de
ánimo reinantes a mi alrededor. La psicología del comportamiento dice que el hecho de
realizar o no un propósito no depende de la fuerza de voluntad, sino de la sensatez.
Quizás hayas asumido un propósito excesivamente elevado. Si no consigues realizarlo,
entonces sería sensato que dieras pasos más pequeños. Ahora bien, deberías ejercitar
diariamente ese paso más pequeño. Y si de pronto te olvidas, no tienes que culparte.
Sencillamente, ejercítalo de nuevo mañana. Algo cambiará entonces dentro de ti. Para
esto hace falta paciencia, ciertamente. Nadie puede ir contra su propia naturaleza. Yo
sigo siendo el mismo. Pero puedo formar y mejorar muchas cosas en mí.

«Yo no soy digno de esto»: este sentimiento fundamental está profundamente arraigado
en mí y reprime mi alegría de vivir. Me lo inculcó mi madre, que fue siempre humillada
por mi padre.

¿Cómo puedo librarme de mi complejo de inferioridad?

Es bueno que hayas reconocido en ti ese sentimiento fundamental y que sepas también
de dónde procede. Nunca te librarás por completo de él, y se manifestará una y otra vez.
No luches contra él. Si lo haces, te sentirás como un perdedor. Cuando se manifieste de
nuevo en ti, puedes dirigirle estas palabras: «Sí, te conozco. Has vuelto a presentarte.
Pero hoy no tengo tiempo para ti. Hoy creo que soy digno de regalarme esto o aquello,
de hacer por mí aquello que ahora me conviene». También puedes percibir el sentimiento

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e, inmediatamente después, distanciarte de él en el día de hoy. Cuantas más veces te
hayas distanciado de este sentimiento, tanto más se debilitará. Ciertamente volverá a
manifestarse, pero ya no tendrá ningún poder sobre ti. El otro camino es dirigir
conscientemente a ese sentimiento fundamental palabras de la Sagrada Escritura, como,
por ejemplo, este texto del profeta Isaías: «Porque te aprecio y eres valioso y yo te
quiero, entregaré países a cambio de ti, pueblos a cambio de tu vida» (Is 43,4). Cuantas
más palabras como estas grabes en tu corazón, tanto más se debilitarán los sentimientos
antiguos. La expresión «Yo no soy digno de esto» indica también que no te sientes
valioso. Hoy son muchas las personas que sufren por causa de una baja autoestima. No
necesito mostrarme altivo o seguro de mí mismo, sino creer en mi propio valor. Dios me
ha dado una dignidad única. Esa dignidad es independiente de lo que represento hacia
fuera. Si realizo mi tarea, consistente en tomar conciencia siempre de mi dignidad,
entonces sentiré mi valor y ya no tendré que demostrar lo que valgo. Pero también este
es un largo camino. Si creo en mi valor, debo superar una y otra vez las dudas que me
corroen, y la idea según la cual, si me comparo con los demás, no puedo demostrar nada.
No se trata de demostrar, sino del valor que tengo en mí, porque Dios me lo ha dado.

ME produce una gran alegría ayudar a otras personas y darles consejos y apoyo. Pero
noto también que esto me sobrecarga y que mi capacidad de ayudar tiene un límite.
Como cristiano, ¿estoy más obligado que otros a vivir para los demás?

¿Dónde debo establecer los límites para no perderme yo mismo?

Jesús nos dice que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos. Así pues, él
quiere que encontremos un buen equilibrio entre el amor al prójimo y el amor a nosotros
mismos. Si amas a los demás, también tú estás recibiendo un regalo con ello. Pero si
sientes que estás exigiéndote demasiado, entonces ese sentimiento te está mostrando tu
propio límite. Mientras el hecho de ayudar te produzca alegría, sigue haciéndolo. Pero si
Dios te habla a través de la sensación que tienes de estar sobrecargado o amargado,
entonces debes prestarle atención. A través de ese sentimiento, te está indicando dónde
se encuentra tu límite. Y desea invitarte a portarte bien contigo mismo y a cuidar de ti.
Te invita a despedirte de la idea de que solo tú puedes ayudar a determinadas personas.
A veces asociamos ideas grandiosas a nuestro acto de ayuda, como si nosotros fuéramos
las únicas personas que podemos o tenemos que prestar esa ayuda. Entonces es bueno
que veamos más allá de nosotros y de nuestro estrecho horizonte. Jesús dirige siempre
nuestra atención al prójimo que se encuentra a nuestro lado. Pero Él no ayudó a todos.
Él limitó siempre su ayuda y se retiró a la soledad de la montaña cuando había mucha
gente a su alrededor. Si aplicamos esto a nuestra situación, significa que nos invita a
encontrar un buen equilibrio entre ayuda y repliegue, proximidad y distancia. Nunca
tenemos la certeza de que estamos ayudando en la medida apropiada. Es ahí donde
tenemos que escuchar a nuestros senti mientos. Estos nos dicen si estamos ayudando
como conviene o si deberíamos aceptar con toda humildad nuestra limitación. Si

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aceptamos nuestros límites, en adelante nos sentiremos bien al prestar ayuda. Si
sobrepasamos nuestros límites, corremos el peligro de endurecernos hasta el punto de no
querer ayudar a nadie. Con esto hacemos daño no solo a los demás, sino también a
nosotros mismos. Porque la dureza nos distancia de nuestro propio corazón. Siempre que
te sientas agresivo, es una señal de que debes tomar en serio tu propia limitación.

«No nos avergüences». Esto fue lo que mis padres - mi padre era un modesto
funcionario - me dijeron cuando ingresé, siendo todavía un niño, en el instituto de
enseñanza secundaria. Esto me hizo vivir angustiado y desconfiado con respecto a todo,
durante toda mi vida.

¿Cómo puedo superar los mensajes negativos que recibí en mi infancia?

Tales frases pueden quedar grabadas muy profundamente en nuestra alma. Esa frase
surgirá una y otra vez en ti. Y es muy difícil que puedas impedirlo. Pero puedes
reaccionar con estas palabras: «Sí, conozco esa frase. Proviene de mi padre. Pero Dios
pronunció otra frase sobre mí: "Tú eres mi hijo amado, tú eres mi hija amada, en ti me
complazco". Puedo ser como soy. Es bueno que yo sea como soy». Aquella frase de tu
infancia es la responsable de la angustia que has ido arrastrando a lo largo de tu vida.
Pero ¿ha sido única y exclusivamente negativa? Ella te ha motivado siempre también
para trabajar en ti mismo, para rendir en la escuela. En este sentido, contiene asimismo
algo bueno. No obstante, es importante que la relativices y te digas: «Ahora ya no la
necesito». No tienes que compararte con los demás ni preguntarte qué piensan de ti. Más
bien debes sentirte a ti mismo. Una vez que estés en contacto contigo mismo, con tus
sentimientos, con tu cuerpo, una vez que vivas en tu propio centro, entonces se
desvanecerá también la angustia que sientes frente a las personas. La angustia aparece
siempre que yo, en mis pensamientos, dependo excesivamente de los otros y me
pregunto si también ellos me aprecian. Pero mi valor no depende de lo que los demás
piensan de mí. Mi valor está en mí, me lo ha dado Dios. Si siento este valor en mí, si soy
agradecido por este regalo, entonces desaparece también la angustia. Y si, a pesar de
todo, la angustia surge de nuevo, entonces interprétala como un motivo para recordar
que puedes ser como eres, y que no necesitas ser confirmado por todos y ser amado por
todos.

UN amigo me dice que en nuestra vida solo puede hacerse real lo que deseamos y
aquello en lo que creemos firmemente. ¿Será verdad?

¿Cómo puedo desarrollar una fuerza del deseo que cambie mi vida para bien?

Soy escéptico siempre que alguien me promete: «Solo necesitas desearlo firmemente» o
bien: «El mero hecho de creer en una cosa es suficiente para que se haga realidad». En
una ocasión vino a verme alguien que se había arruinado casi por completo porque había

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puesto en práctica un principio que había oído en un curso, a saber: solo necesito
imprimir mi voluntad de éxito muy profundamente en mi subconsciente para poder
conseguir todo lo que me proponga. Esto es absurdo, pues significa que podemos
alcanzar todo lo que queramos. Naturalmente, me conviene desear de todo corazón que
mi vida sea plena o que Dios me mande una persona querida. Pero con los deseos no
podemos forzar nada.

La palabra alemana wünschen, «desear», procede de la misma raíz que la palabra


gewinnen, «ganar». Pero ganar no significa que las cosas lleguen como llovidas del cielo.
Más bien, significa originariamente conquistar, alcanzar algo a través del esfuerzo, el
trabajo o la lucha. Si realmente deseo algo, entonces también tengo que luchar por ello.
No puedo pensar que todo me lloverá del cielo por el mero hecho de desearlo. Esto sería
el país de Jauja del que hablan los cuentos. Pero nuestra vida no es un país de Jauja.

En el lugar de la fuerza del deseo, Jesús pone la fe: «Todo es posible para quien tiene
fe» (Me 9,3). Si creemos que algo será bueno, que Dios nos concede una vida plena,
entonces ciertamente esto tiene un efecto. Y con frecuencia experimentaremos que
sucede aquello en lo que creemos. Pero la fe no es una fuerza mágica que realice
automáticamente lo que cree. Por el contrario, en la fe me entrego a Dios. La fe me lleva
a confiar en que él no realiza necesariamente mis deseos infantiles, sino que me da
aquello que de verdad me hace vivir.

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EN los cursos que imparto, cuando ofrezco la posibilidad de dialogar, casi el ochenta por
ciento de las conversaciones giran en torno a problemas conyugales y de amistad.
Obviamente, no es tan fácil convivir durante toda la vida con el cónyuge y, junto con él,
educar a los hijos. Antaño, esto no era muy diferente. Siempre ha habido problemas en
las relaciones. Pero también hay motivos para que en nuestros días estén aumentando
exageradamente. Hay muchas expectativas puestas en la vida de pareja en una sociedad
que se individualiza cada vez más. Las personas desean ser felices en cualquier
circunstancia, desean tener siempre en su vida la sensación del amor que fascina y lleva
al éxtasis. Y también repercute en el matrimonio la idea, que hoy impregna todo
pensamiento, según la cual todo es factible. Se piensa que también el éxito de una pareja
es factible. Bastaría seguir las reglas de juego de una buena comunicación para que un
matrimonio tuviera éxito. Hoy muchas personas están convencidas de que todos los
conflictos que surgen en un matrimonio deben ser resueltos. Pero Arnold Retzer,
especialista en terapia de parejas, sostiene que, en un matrimonio estable, los problemas
no se resuelven: «Buscar un cónyuge para una relación duradera significa buscar algunos
problemas duraderos». La cuestión es el modo en que convivimos con los conflictos.
Quien quiere resolver obstinadamente todos los problemas acaba creando problemas
nuevos. Según Retzer, se trata de «afrontar las dificultades no con ofensas y desprecios,
sino con buen humor, cariño, simpatía y respeto».

El terapeuta apunta también a otro lastre que pesa actualmente sobre los
matrimonios: la exigencia de justicia e igualdad. Quien espera una justicia y una igualdad
absolutas en el matrimonio está condenado al fracaso. En vez de la exigencia de un justo
equilibrio, lo que hace posible los matrimonios duraderos es el camino del perdón. «Uno
no se perdona nada cuando perdona. Quien perdona renuncia a las exigencias que surgen
de la ilusión de justicia dentro de la pareja. El milagro del matrimonio tiene su origen más
en las posibilidades de perdón que en los intentos de equilibrio».

Hans Jellouschek ve en las concepciones neorrománticas el motivo del fracaso de


muchos matrimonios. Una de esas concepciones neorrománticas es aquella según la cual
los cónyuges deben estar siempre próximos el uno al otro. Y, sin embargo, la convivencia
matrimonial solo es plena cuando hay un equilibrio en la relación entre proximidad y
distancia. Otra concepción neorromántica es, por ejemplo, aquella según la cual los
cónyuges deberían ser siempre felices en el matrimonio. Pero la unión matrimonial no es
una «organización de la felicidad», sino una pista de entrenamiento en la que podemos
experimentar una y otra vez la dicha. Ahora bien, quien se promete ser feliz en común se

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está sobrestimando. Cuando se habla de la felicidad, muchos piensan que es factible.
Arnold Retzer habla desde la experiencia del terapeuta cuando afirma: «Los cónyuges
que creen que la felicidad es factible se dejan poseer por la ilusión de un poder
incondicional sobre sí mismos, la cual pretende hacer olvidar que, en realidad, la vida -
incluida la vida conyugal-acontece casi siempre sin más, y solo es modelada
ocasionalmente».

Al acompañar a las personas, he tenido siempre la sensación de que el matrimonio


solo puede llegar a ser pleno cuando los cónyuges se reconcilian con la medianía de su
relación. Todas las expectativas demasiado elevadas puestas en el cónyuge y en uno
mismo conducen al fracaso. Ahora bien, la reconciliación con la realidad de nuestra
relación pasa necesariamente por un trabajo de duelo: hago duelo porque nuestro
matrimonio es así, porque mi cónyuge no responde a mis expectativas y porque yo
mismo no estoy a la altura de mis exigencias. Solo si nos dolemos por la mediocridad de
nuestra relación y de nosotros mismos, accedemos al potencial positivo que se encuentra
también en nosotros. Es entonces cuando podemos saborear con gratitud lo que
constituye también nuestro matrimonio: nos mantenemos fieles el uno al otro, podemos
contar el uno con el otro, juntos formamos una familia, cuidamos de nuestro hogar,
estamos ahí el uno para el otro. Si no hacemos duelo por nuestra medianía, entonces nos
lamentaremos por el estado de nuestro matrimonio, o nos acusaremos el uno al otro,
echándonos la culpa por el hecho de que nuestra relación nos resulte tan difícil.

CUANDO mi marido y yo nos casamos hace unos años, no excluimos la posibilidad de


tener hijos, sino que sencillamente lo «dejamos» para más adelante. Pero hoy mi marido
rechaza esta posibilidad con todos los argumentos posibles. Se disculpa alegando
problemas futuros en este mundo terrible, o aludiendo a la carga psíquica y la presión
que a los dos nos impone nuestro trabajo. Los motivos cambian y se sitúan, al parecer,
en un plano más profundo. Siempre que hablamos de este asunto, terminamos
discutiendo. Pero a medida que pasa el tiempo, cada vez deseo más tener hijos.

¿Qué es lo que debo hacer?

Tienes razón: al parecer, los motivos que tu marido alega para no querer tener hijos se
sitúan en un nivel más profundo. Los problemas futuros son por lo general un pretexto.
Cualquier momento es un buen momento y un momento terrible. Ha habido momentos
mucho más difíciles que los actuales. Pero parece evidente que tu marido no está
dispuesto a hablar sobre los motivos más profundos que se encuentran en su alma, en su
inseguridad, en sus dudas acerca de si sabrá estar a la altura como padre. Si te limitas a
ceder, entonces crecerá probablemente en ti la agresividad hacia tu marido, el cual te
impide tener hijos. Podrías pedirle que te diera la oportunidad de hablar de este tema en
presencia de un tercero: un sacerdote, un pastor o un terapeuta matrimonial. Si no está
dispuesto, conviene realmente pensar si tiene sentido una separación, porque el deseo de

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tener hijos es tan profundo como el deseo de amar al cónyuge, y no pareces dispuesta a
renunciar a algo esencial en tu concepción del matrimonio. Desde el punto de vista del
Derecho Canónico, la exclusión consciente de los hijos es un motivo suficiente para la
nulidad matrimonial. Pero, naturalmente, convendría que no optaras de inmediato por
esta alternativa, sino que agotaras todas las posibilidades de ayuda a través del diálogo. Y
para ti misma debe quedar claro hasta qué punto el deseo de tener hijos es importante en
ti. ¿Es más fuerte que el vínculo con tu marido, que excluye la posibilidad de tener hijos?
¿Y cómo afrontas la idea de separarte de tu marido? ¿Te produce angustia o te da una
sensación de libertad? Debes tomar en serio tu concepción de la vida y a ti misma. Por
otro lado, yo no puedo tomar la decisión sobre tu futuro.

ME he enamorado de otro hombre. Está casado, como yo. «Ha entrado» en mi vida de
improviso, como un relámpago. Junto a él me encuentro bien, me siento viva y feliz. Nos
entendemos de maravilla. Nuestra relación es sencillamente hermosa. Él no es en modo
alguno superficial, sino muy, muy profundo. Nuestra relación empezó hace más de un
año, y no quiero ni pensar que pueda terminar, porque me destrozaría el corazón.

Naturalmente, también experimento sentimientos de culpa con respecto a mi marido.


¿Qué debo hacer?

Puedes estar agradecida por el hecho de haberte enamorado. Esto muestra que tu
corazón es aún capaz de amar. El amor que sientes en tu interior te pertenece. Es
independiente del varón que lo suscitó. Tu tarea es integrar ese amor en tu vida. No
necesitas romper con ese hombre. Puedes saborear el hecho de que su proximidad te
hace bien. Pero has de reflexionar sobre cómo podrás integrar a largo plazo, en tu
relación con tu marido y tu familia, ese amor que sientes en ti. Si toda tu energía y todo
tu amor fluyen solo hacia ese varón, entonces te sentirás interiormente desagarrada. Y
eso no te hará bien, porque no puedes vivir durante mucho tiempo caminando en dos
direcciones diferentes. Con el tiempo, eso te destrozaría. Pre-gúntate qué suscita él en ti.
Cuando nos enamoramos de otra persona, ella centra nuestra atención en aquello que
también está en nosotros y que, sin embargo, hemos descuidado. Al pensar en ese varón
y en lo que desencadena en ti, deberías mirar también dentro de ti misma y reflexionar
sobre cómo puedes desarrollar e integrar en tu vida la dimensión de tu ser que estás
experimentando en este momento. Entonces, tu relación con tu marido y con tu familia
se enriquecerá. No se trata de que te separes violentamente de ese hombre. Pero debes
tomar conciencia claramente de tus límites. Y has de decidirte de nuevo por tu marido y
tu familia. De lo contrario, estarás destruyendo dos familias. Y, ciertamente, no podrás
vivir bien con el sentimiento de culpabilidad por haber roto dos hogares.

TARDÉ mucho tiempo en darme cuenta de que mi marido me era infiel con otra mujer
desde hacía varios años y, por esa razón, me afectó más y me hirió más profundamente.
Durante esos años tuve la sensación de que vivíamos una relación matrimonial normal y

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buena, y de que también espiritualmente - los dos pertenecemos a un grupo de
meditación zen y meditamos casi a diario - teníamos mucho en común. La indignación
que siento hacia mi marido es tan grande, que a veces deseo matarlo. En ocasiones siento
un odio frío hacia él. Ya no puedo vivir con él. Tengo que dejarlo. Naturalmente, he
querido dialogar con él. Tampoco él puede explicarme cómo pudo hacerme esto. Y
cuando jura que todo pasó e incluso me pide que supere mi propia decepción, esto es lo
que siento:

Percibo que mi corazón no está preparado para la reconciliación.

Puedo entender bien tu indignación y tu decepción. La meditación en común no es una


garantía de que el cónyuge no pueda enamorarse de otra mujer. Pero tu marido no solo
se enamoró, sino que, además, te fue infiel con otra mujer, y esto es una ofensa muy
profunda. Tu indignación y tu odio son, ciertamente, reacciones buenas de tu alma. Pero
no debes dejar que tu odio te devore. El odio es el impulso de liberarte interiormente de
tu marido, de no conferirle ningún poder y de transformar la indignación en una fuerza
para vivir por ti misma, independientemente de él. Al permitir ese impulso y distanciarte
de tu marido, deberías reflexionar con toda serenidad acerca de si una separación es
realmente la opción apropiada. Tal vez sea solo una reacción frente a una herida
profunda. Tal vez te hagas más daño con la separación. Deberías ciertamente permitirte
en tu interior la separación. Es una posibilidad. Pero si tu marido admite y reconoce
interiormente cuán profundamente te ofendió y si lucha de nuevo por ti, entonces
convendría plantearse de nuevo si, después de una fase de un mayor distanciamiento,
sería posible una nueva convivencia. Esta ciertamente conllevaría una oportunidad de
convivir de modo más realista y más profundo, después de haberos despedido
dolorosamente de las ilusiones con que habéis vivido hasta ahora. Para ello sería
necesario que perdonaras a tu marido. Ahora bien, el perdón no acontece
instantáneamente, sino que necesitas tiempo. Con todo, si perdonas a tu marido,
entonces será posible empezar de nuevo. Tal vez tenga sentido un rito de reconciliación
en presencia de un matrimonio amigo o de un terapeuta, un rito en el que verbalizarías
conscientemente tu herida y, al mismo tiempo, tu disposición para perdonar a tu cónyuge
y no transformar tu herida en un continuo reproche. Pero el rito solo tiene sentido si tu
marido admite de hecho interiormente cuánto te ofendió, y si estás dispuesta a perdonar.

Mi vida conyugal me hace sufrir. No nos casamos por amor ni estábamos locamente
enamorados, pero no han faltado momentos felices. Ha habido momentos en los que me
he sentido protegida y en casa. Pero últimamente no soy feliz. Muchas veces no me
siento comprendida por mi marido. Percibo cada vez más que no es sensible a mis
necesidades. Me gustaría hablarle acerca de mis sentimientos, pero él bloquea nuestras
conversaciones. En nuestra relación me siento sola con frecuencia.

¿Qué puedo hacer para que mi matrimonio sea feliz?

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En primer lugar, es importante que hagas duelo por el hecho de que tu matrimonio sea
como es: mediano, trivial, sin gran amor ni comprensión. Y deberías despedirte de la
ilusión según la cual tu matrimonio es tu único refugio. Tienes que buscar tu hogar en ti
misma y encontrar un hogar más profundo en Dios. Si tu matrimonio no es en este
momento tan ideal como desearías, entonces deberías cuidar más de ti misma. Y después
puedes tratar de entenderte mejor con tu marido. Pero tengo la impresión de que
deberías despedirte primero de las imágenes que tienes de él y del modo en que debería
comportarse en relación contigo. Solo cuando encuentres la paz en ti misma, sin tu
marido, encontrarás de nuevo un camino con él. Si eso no fuera posible conversando
vosotros dos solos, entonces puedes buscar ayuda en una terapia matrimonial. Pero tal
vez te encuentres justo en el momento de hacer más por ti misma. Ya llegará el momento
de abordar también el tema de vuestra convivencia. Cuanto más fuerces a tu marido a
dialogar sobre tus sentimientos, tanto más posible será que bloquee la conversación. Si
decides seguir tu propio camino, quizá tu marido sienta curiosidad con respecto a ti y tu
nueva senda. Entonces podrías entablar una conversación. O tal vez tu marido entre en
una crisis que le haga abrirse al diálogo. No deberías perder nunca la esperanza. Esperar
significa siempre: «Espero en ti y por ti. No tengo determinadas expectativas puestas en
ti. Espero que llegues a descubrir y vivir tu propio yo. Entonces, también nuestra
convivencia se renovará». No deberías esperar por encima de todo que tu matrimonio te
dé la felicidad, sino descubrirla en ti misma al entrar en contacto contigo y encontrar en
Dios tu fundamento más profundo, lo cual te libera de la presión de tener que sentirte
siempre feliz. En este camino interior vivirás de nuevo la felicidad, pero no podrás
retenerla, porque te será dada siempre como un regalo.

ESTOY casada desde hace más de 14 años. Acabo de darme cuenta de que mi marido
me es infiel. No es la primera vez; esta tuvo lugar al comienzo de nuestro matrimonio.
En aquel momento, el shock fue aún mayor. Amo a mi marido y no me gustaría
perderlo. Aparte de esto, estoy convencida de que la promesa matrimonial es vinculante
para toda la vida. ¿Es posible perdonar sin que subsistan dudas y cicatrices? ¿Qué forma
podría adoptar un proceso de perdón? Y, naturalmente, también me tortura esta pregunta:

¿Será que, en último término, soy tonta si lo perdono?

Perdonar no significa que seas una simple ingenua, ni que aceptes todo lo que haga tu
marido únicamente para no perderlo. Si lo hicieras, no te estarías tomando en serio a ti
misma. No obstante, el perdón es posible; pero requiere ciertos pasos.

El primer paso es que admitas el dolor que tu marido te causa. Y él tiene que ser
también consciente del dolor que te ocasiona. No debes fingir que eres valiente solo para
que él permanezca a tu lado. Reconoce que estás sufriendo, que te está haciendo daño.

El segundo paso es admitir la indignación. Percibe la rabia que sientes hacia tu

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marido, porque te ha herido profundamente. La indignación es la fuerza para librarte de
él y lograr una distancia saludable con respecto a él. Tu vida no depende solo de tu
marido. Tienes también dignidad en ti misma. Eres igualmente valiosa sin tu marido. Al
mismo tiempo, deberías transformar esa indignación en fuerza para tomar tu vida en tus
propias manos. La indignación se convierte en amor a ti misma: «Puedo vivir por mi
misma. No dependo totalmente de ti».

El tercer paso consistiría en investigar objetivamente lo que está aconteciendo.


Pregúntate: ¿qué es lo que se ex presa en la infidelidad de mi marido a nuestra relación?
¿No se anuncia en ella el sueño de un amor más amplio? Si te haces estas preguntas, no
te limitarás ya a censurar a tu marido. Hablarás con él sobre el significado de la relación
con la otra mujer. ¿Será una señal de que no se siente realizado? ¿Será que tiene
concepciones idealizadas e inmaduras con respecto al amor y el matrimonio? ¿O será un
desafío que os invita a reflexionar de nuevo sobre vuestro matrimonio, y a considerar
aquello que en vuestra vida conyugal se ha convertido en rutina y, sobre todo, cómo se
puede configurar de un modo más vivo? Ciertamente esta mirada objetiva te hará sufrir,
pero también te ayudará a librarte de seguir cargando unilateralmente la culpa sobre el
otro. Tal vez la infidelidad de tu marido sea también para ti una oportunidad de
reconocer la verdad sobre ti misma y hacer que vuestra relación sea más viva. A veces,
nos falta libertad en la relación. En ocasiones, la pasión del amor se va debilitando poco a
poco. Si no consigues tú sola esclarecer la situación con tu marido, entonces convendría
buscar un orientador matrimonial. Si tu marido está dispuesto a ello, está mostrando de
este modo que vuestra vida conyugal es importante para él.

Solo después de dar estos tres pasos puede tener lugar el acto de perdón. El perdón
es ante todo un acto de liberación. Me libero de la energía negativa que hay en mí por
causa de la herida. Y me libero de la vinculación excesivamente estrecha con quien me
ha herido. Hago que su culpa quede circunscrita a él y no me quedo girando de continuo
en torno a su persona. También ahí puede ser útil realizar un rito de reconciliación - tal
vez en presencia de un terapeuta-. Ese rito de reconciliación puede significar el final de la
herida por la infidelidad: se sepulta lo que ya es viejo y se vuelve a empezar. Perdonar no
significa hacer que las cosas resulten demasiado fáciles para uno mismo y para el otro.
La infidelidad ha de ser superada por completo. Entonces puede ser sepultada. Entonces
deja de ser un motivo para censurar al otro, y se hace posible una nueva con vivencia.
En este rito de reconciliación, tu marido tiene que prometerte que no volverá a herirte
con una infidelidad. No puede prometerte que no volverá a enamorarse. Pero puede
asegurarte que no te engañará en secreto y que, por el contrario, transformará un posible
nuevo enamoramiento en tema de diálogo entre vosotros o de una terapia matrimonial.

HACE cinco años que convivo con mi novio. Recientemente me ha propuesto que nos
casemos. Hace solo unas semanas, yo no habría dudado en decir que sí. Pero le he
pedido tiempo para pensarlo. El motivo es que en un curso de yoga he conocido a un
hombre del que, por primera vez desde hace mucho tiempo, me siento muy enamorada.

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Estoy totalmente confundida y no sé si es únicamente pasión o si hay algo más. No
quiero poner en peligro mi relación, pero tampoco deseo por ahora tomar
precipitadamente la opción por el matrimonio.

¿Por cuál de los dos debo decidirme?

También en el matrimonio puede suceder siempre que, en medio de una relación estable,
te enamores de otro hombre. La cuestión es cómo integras en tu vida, y en la relación
que estabas manteniendo, el hecho de haberte enamorado. Si hace ya cinco años que
convives con tu novio y hasta hace poco no habrías vacilado en aceptar la propuesta de
matrimonio, hay muchos indicios de que debes decidirte por esa relación. Siempre nos
enamoramos de personas que viven algo de aquello que está ya en nosotros y que, sin
embargo, hemos vivenciado muy escasamente. Pregúntate qué evoca ese varón en ti.
Después, observa en tu interior. Lo que él evoca en ti se encuentra ya en ti. Te pertenece
a ti. No debes poner en peligro tu relación por ello. Tienes 33 años. Si te decides por el
varón del que te has enamorado, necesitarás de nuevo un tiempo para esclarecer la
relación. Y, además, no habrás optado por tu novio. Nunca encontraremos el cónyuge
ideal que responda a todos nuestros sentimientos. Siempre habrá personas que evoquen
otras dimensiones en ti. Tendrás que despedirte de la imagen ideal que te has hecho del
otro y aprender a decir «sí»: a ti misma, con tu medianía, y a tu novio, que también tiene
sus aspectos positivos y sus lados más difíciles. Has de hacer duelo por el hecho de que
ni tú ni tu novio sois personas ideales. Si lo haces, justamente de ese modo entras en
contacto con todas las fuerzas positivas que se encuentran en ti y en tu novio. Por eso, te
deseo que el ángel de la claridad te acompañe en tu decisión.

Vivo sola y anhelo una relación de pareja que sea verdaderamente buena; anhelo
proximidad, amor y acogida. Pero siempre que alguien se acerca demasiado a mí, sucede
de inmediato que no consigo soportarlo y destruyo la relación; noto que siento ganas de
destruir aquello que ansío verdaderamente. Sufro por no ser capaz de vivir esa
proximidad y llego a odiarme por ello.

¿Cómo puedo salir de este círculo vicioso?

No eres la única persona que vive la ambivalencia entre el deseo de proximidad y la


angustia ante una proximidad excesiva. Esto le pasa hoy en día a mucha gente. Para
empezar, no tienes que condenarte a ti misma. Dices que sientes ganas de destruir lo que
ansías. En esa autodestrucción hay siempre también una auto-condenación. Es
importante que aceptes el hecho de que ansías la proximidad y, al mismo tiempo, sientes
angustia ante la proximidad. Entonces puedes conversar con tu angustia. ¿Qué te dice esa
angustia? ¿Qué te hace sentirte angustiada? ¿Es la angustia ante la posibilidad de que el
otro pudiera abandonarte después de aproximarse realmente a ti y saber cómo eres?
Entonces la angustia te hará reconocer que te ves a ti misma de un modo excesivamente

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pesimista. En tu opinión, solo serías digna de amor si fueras perfecta; pero así, tal y
como eres, nadie puede amarte realmente. Esta angustia ante la proximidad te invita a
amarte tal como eres y a permitirte ser como eres. Si te lo permites, no te sentirás tan
angustiada ante la proximidad de otra persona. Muchas veces hay otra angustia unida a la
anterior: la angustia ante la posibilidad de que me abandonen. Y esto me causaría tanto
dolor, que de entrada prefiero seguir solo. Esta angustia es comprensible. Duele ser
abandonado. No obstante, una relación es algo que va creciendo. Al principio, no
necesitas mostrarlo todo. Cuanto más crece la confianza, tanto más te acercas. Y, cuanto
más intensa se hace la confianza, tanta menos angustia has de sentir ante la posibilidad de
ser abandonada. Naturalmente, el amor hace siempre que la persona sea vulnerable. Pero
también sana las heridas.

La angustia quiere expresar también una tercera realidad: puedo estar agradecido por
la relación y por la amistad, que son un regalo para mí. Pero no puedo permitir que estas
realidades determinen mi valor, todo mi yo. Pues, si por algún motivo la amistad no
llegara a buen puerto, esto no implicaría la destrucción del fundamento de mi existencia.
Porque no he construido la casa de mi vida únicamente sobre la persona amiga, sino
sobre Dios. Tengo en mí un fundamento que nadie me puede negar.

Vivo muy pendiente de mi trabajo y muy entregado a él. Pero mi soledad me hace sufrir
enormemente. A menudo paso solo los fines de semana y los días de fiesta. ¿Cómo
puedo salir de esta situación?

¿Tendré que aprender a vivir con la soledad?

Si sufres por causa de tu soledad, esto constituye un desafío para que relativices el
trabajo y te plantees la necesidad de convivir con otra persona. No puedes estar siempre
dando. También tienes necesidades. Y una necesidad importante es la experiencia de
amor, de pareja o de amistad. Si reconoces esa carencia, entonces puedes reflexionar
sobre los pasos que desearías dar para poder encontrar personas que estén en la misma
longitud de onda que tú. No puedes consumirte trabajando; necesitas también configurar
tu vida. Un camino para ello pasa por la construcción de una amistad y vida de pareja. El
otro pasa por la percepción consciente de la soledad, la cual puede ser también una
oportunidad para hacer lo que en este preciso momento me hace bien, para disfrutar del
hecho de no tener que dar nada, sino simplemente estar ahí. Peter Schellenbaum sostiene
que se puede entender la palabra alemana allein, «solo», también como all-eins, es decir,
«todo uno, ser uno con todo». En este sentido puede ser maravilloso estar solo. Si
acepto que estoy solo, esta soledad puede convertirse para mí en una fuente de
bendición. Paul Tillich dijo en una ocasión que la religión es aquello que cada uno hace
con su soledad. Ahora bien, la soledad tiene siempre los dos componentes: la oportunidad
de entrar más profundamente en el propio corazón y en la propia alma y, por otro lado,
el dolor de estar solo. Por eso, conviene llorar también la soledad, admitir el dolor.

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Entonces, por medio del dolor de la tristeza, accedo al fundamento de mi alma. Allí
siento una nueva profundidad. Y en esa profundidad estoy en armonía conmigo y con mi
vida.

Percibe cuál es el camino que te conviene en este preciso momento: en un fin de


semana puedes saborear la soledad; en otro sufres por ella. Encuentra la justa medida
entre la soledad y la comunidad, entre el camino de afirmación de la soledad y el camino
del disfrute de la convivencia con buenos amigos. Pero solo podrás hacerlo si reconoces
tu necesidad: «No me basto a mí mismo. Tengo necesidad también de otras personas».
Y no pierdas la esperanza de encontrar a la persona con la que te gustaría compartir tu
vida.

A veces discuto con mi compañero y noto cómo la agresividad hace que nos hundamos
cada vez más. Palpo de inmediato cómo el placer de la discusión tiene en sí algo malo y
destructivo, y, al final, casi se transforma en odio. Pero a partir de un cierto momento, ya
no soy capaz de librarme de esa situación. Es como si nunca hubiera habido confianza o
proximidad entre nosotros.

¿Qué puedo hacer para que no nos hundamos cada vez más?

Es importante que seas consciente de tu agresividad, incluso independientemente de las


desavenencias. La agresividad forma siempre parte también del amor, y pretende regular
la relación entre proximidad y distancia. Es una llamada de atención para que no nos
limitemos a adaptarnos, y al adaptarnos, nos anulemos. Si sientes ganas de oponerte, hay
en ello algo bastante saludable: no quieres someterte siempre. Deseas ser tú misma. No
quieres amoldarte, sino mostrar que eres una persona autónoma. Pero por el hecho de
haberlo descuidado durante demasiado tiempo, adquiere de repente tales proporciones
que lo vives como algo malo y destructivo. Cuando algo se vuelve malo, es siempre una
señal de que fue reprimido o sometido durante un tiempo excesivo. Por consiguiente,
reconcíliate con tu agresividad. Y reflexiona sobre el modo en que pretendes vivir tu
agresividad en el día a día. Si la sientes, esto constituye siempre una señal que te envía
este mensaje: «Ahora debo estar atenta para seguir siendo yo misma y no anularme». No
te dejes intimidar por tu agresividad. Esta es saludable, porque te muestra que una
relación solo va por buen camino cuando los dos no se anulan, sino que siguen siendo
ellos mismos. El amor tiene siempre estos dos componentes: ser atraído por la otra
persona y el deseo de fundirme con ella y, al mismo tiempo, saber que he de seguir
siendo yo mismo. De lo contrario, me perdería. Cuanto más conscientemente percibas tu
agresividad, tanto mejor podrás convivir con ella. Entonces no tendrá un efecto
destructivo, sino fructífero y vivificador. Pero despídete también de la exigencia de tener
que oponerte siempre. Acceder al deseo del cónyuge puede ser también una señal de
vigor. Eres suficientemente libre también para renunciar a tu propio deseo y abrirte al
otro tal como es. Pero tu actitud de oposición no se dirige solo a los proyectos comunes,

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sino también a la persona de tu compañero. En tu agresividad se encuentra el deseo de
determinar cómo debe ser el otro. Imagínate ese deseo, dale forma. Entonces notarás
que es irreal. Tu agresividad es entonces una invitación a aceptar al otro tal como es, con
sus puntos fuertes y sus puntos débiles, con sus lados luminosos y sus lados oscuros.

Mi marido sufre por causa de su trabajo porque, aun cuando es para él una satisfacción,
también le exige demasiado. En casa, cada día se está volviendo más agresivo, y
descarga sus frustraciones en mí y en nuestros hijos. Ya no consigo aproximarme
directamente a él y, además, evita las conversaciones. Desde hace algún tiempo bebe
más de lo que le conviene. Me ha prometido varias veces que va a dejar de beber, pero
no es capaz de superar este problema. ¿Qué debo hacer?

¿Cómo puedo ayudar a mi marido y a mí misma?

Tu marido se avergüenza porque su trabajo no lo satisface y porque descarga en su


familia la frustración que siente. Precisamente porque se avergüenza de ello, evita toda
conversación y trata de librarse de las frustraciones bebiendo. Pero esto constituye para
él una decepción aún mayor, que lo lleva a cerrarse cada vez más. Es importante que no
te dirijas a él con censuras, sino que le preguntes sencillamente cómo le va. Y si habla
mal del trabajo, pregúntale qué consecuencias podría extraer de ello y qué otros caminos
habría. Pregúntale sin lanzarle reproches. Y, si ves que también evita las preguntas y no
quiere hablar sobre sí mismo, entonces aconséjale que hable con una persona en la que
confíe, con un amigo o un terapeuta. Debe tomarse más en serio a sí mismo y cambiar
algo en su situación. Si nada de esto ayuda, entonces sería bueno que le pusieras límites.
Cuando descargue sus frustraciones en ti y en vuestros hijos, deberías defenderte: «Son
tus frustraciones. Trata de superarlas, en vez de descargarlas en nosotros». O no
reacciones de ninguna manera frente a ello y, sencillamente, vete a otra habitación: «Solo
hablaré de nuevo contigo cuando vuelvas a ser tú mismo. No tengo ganas de ser víctima
de tus frustraciones. Es mejor que salgas a dar una vuelta y te liberes de ellas». No debes
tomarte esas agresiones de tu marido como algo personal, sino como un grito de socorro
que lanza su alma. Y has de tomar en serio ese grito de socorro y darle a entender cómo
explicas tú su comportamiento. Tal vez entonces pueda él reconocer la verdad sobre sí
mismo.

DISCUTO con mi marido cada vez con más frecuencia. Muchas veces, el punto de
partida son cosas insignificantes como, por ejemplo, el dinero. En mi infancia fui educada
para ser ahorradora, y siento angustia ante la posibilidad de que derroche nuestro dinero
y ponga en peligro nuestra seguridad. Él me recrimina diciéndome que soy tacaña. A
veces, nuestras discusiones sobrepasan el límite de lo soportable.

¿Cómo se puede, en una relación de pareja, tratar de manera equilibrada y «razonable»


el tema del dinero y la «seguridad»?

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Lamentablemente, el dinero es en muchas familias un tema tabú o un punto de
desencuentros continuos. No se trata solo del dinero, sino también de la propia
educación, de actitudes específicas ante las cuestiones relativas a los valores. Tú misma
fuiste educada para ser ahorradora. Eso está bien. Y puede servirte de apoyo para que tu
marido no lo derroche todo. No obstante, no puedes convertir tu carácter ahorrador en la
norma suprema. Pregúntate si hay otra manera de tratar con el dinero. Es importante que
tomes en serio tu angustia y, junto con tu marido, establezcas normas claras sobre cuánto
dinero necesitas para los gastos domésticos, cuánto para las compras ordinarias y
extraordinarias, y cuánto se ha de ahorrar cada mes para el día de mañana. Las normas
claras establecidas de común acuerdo son mejores que los enfrentamientos diarios.
Naturalmente, los ingresos y los gastos tienen que ser regulados. De lo contrario, siempre
habrá discusiones. No obstante, aun cuando hayáis establecido normas razonables que os
den un poco de seguridad, el dinero se convertirá una y otra vez en un problema. Pero
no se trata solo del dinero, sino que al dinero se vinculan otras muchas cosas: puede ser
la angustia ante el futuro o la angustia ante la posibilidad de que tu marido necesite el
dinero para obsequiar a otras personas, el miedo a que no cuide suficientemente de la
familia, etc. El dinero representa la entrega. Si tu marido gasta mucho dinero, tienes la
impresión de que estás en desventaja, de que para él el dinero y su consumo son más
importantes que la relación. Pregúntate, por tanto, qué representa el dinero para ti y para
tu marido, y qué otros temas se vinculan a las discusiones en torno al dinero. Y trata de
hablar sobre ello de forma racional y sobria, y de establecer normas claras.

LA familia de mi novio no me acepta. Su padre apenas me dirige la palabra y hace todo


lo posible para demostrarme que no soy de su agrado. Su hermana mantiene también una
actitud distante. Lo único que yo quiero es comprensión y sentirme aceptada. Mi novio
hace todo lo posible por apoyarme, pero también sufre porque ve que me siento muy
herida.

¿Cómo puedo convivir con personas que no quieren aceptarme?

Es doloroso que la familia de tu novio no te acepte. Pero si él y tú estáis convencidos de


que vuestro amor «funciona» y es suficientemente fuerte para durar toda la vida,
entonces lo mejor es que sigas el camino del amor. Ahora bien, debes encontrar el modo
de protegerte de quien no soporta tu presencia. Tal vez el padre y la hermana de tu novio
proyecten en ti sus expectativas personales, a las que, evidentemente, no correspondes.
Sufrirás porque no experimentas la aceptación que esperas, y no podrás evitarlo. Sería
hermoso que te aceptaran. No obstante, si no te acogen, has de establecer una distancia
interior suficiente con respecto a esa familia, pero sin perder nunca la esperanza en que
algún día lleguen a aceptarte. Si los familiares de tu novio ven que sois felices juntos, es
posible que antes o después aprueben vuestro amor.

Por tu parte, pregúntate también con sinceridad si tu amor está en condiciones de

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soportar la carga que te ves obligada a llevar. Si el rechazo se mantuviera de continuo,
ciertamente no sería fácil vivir sin el respaldo de la familia. Con todo, es posible salir
adelante. En cualquier caso, eres libre. Es importante que tu vida no dependa de la
aceptación de la familia. Y tu novio, por su parte, debe confirmar su amor por ti, aun a
costa de defraudar las expectati vas de sus familiares y de romper el vínculo estrecho con
ellos, porque esa dependencia no le hace bien. Lo paraliza y no le permite seguir
libremente su propio camino.

Pedid la claridad interior. Y cuando la hayáis alcanzado, proseguid el camino del


amor y confiad en que vuestro amor será más fuerte que el rechazo de la familia. Que el
ángel de la claridad y de la determinación os acompañe siempre.

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VIVIR es convivir; la vida se desarrolla en la coexistencia que se establece en numerosos
ámbitos: con los vecinos, en la empresa donde trabajamos, en la parroquia o comunidad
donde nos comprometemos, y en los numerosos contactos que tenemos cada día. En la
convivencia con los demás, nos confrontamos con nuestros sentimientos y modelos de
vida. Al conversar con un varón que habla alto, nos acordamos de nuestro padre, que
nos hacía sentir miedo cuando gritaba. Y entonces, de inmediato, asumimos el papel de
la niña pequeña miedosa o del niño pequeño sumiso. En la convivencia con los demás,
muchas personas se irritan cuando vuelven a tener experiencia de sus viejos modelos de
vida. Piensan que con 50 o 60 años de edad, deberían haber dejado atrás hace mucho
tiempo las marcas de la infancia. Sin embargo, en vez de irritamos, deberíamos utilizar
nuestra relación con otras personas como una oportunidad para crecer y hacernos cada
vez más conscientes de nosotros mismos. El encuentro con otras personas es una fuente
importante de autoconocimiento y de maduración personal.

Hay un dato muy esencial: en la convivencia con los demás tenemos que despedirnos
de la presión de compararnos con otras personas. Aun cuando no queramos
compararnos, tales pensamientos se manifiestan en nosotros; lo que pretenden es
invitarnos a que nos digamos conscientemente «sí» a nosotros mismos. No tenemos que
ser como los demás. Somos nosotros mismos. Somos únicos. No se trata de ser mejor,
más fuerte o más inteligente, ni de parecer mejor que los demás. Más bien, se trata de
entrar en sintonía con nosotros mismos. Si estoy en armonía conmigo mismo, me
relacionaré con los demás con total libertad. Siempre que me someto a la presión de
tener que adaptarme a una determinada imagen, la convivencia se vuelve estresante. Si
nos permitimos ser nosotros mismos, entonces la convivencia se vuelve libre, y la
libertad se une con el respeto mutuo. Quien descubre en sí mismo su valor reconoce
también el valor del otro y es capaz de alegrarse con él.

Solo podemos vivir bien unos con otros si nos abrimos los unos a los otros. Pero
hemos de establecer límites razonables. Hay personas que no establecen límites. Se
funden con todo lo demás. Lo ponen todo en relación consigo mismas. Cuando viajan en
autobús, tienen la impresión de que otros viajeros están hablando sobre ellas. Si dos
personas se ríen, piensan que se están riendo de ellas. Todos tendemos a adoptar esta
actitud: si alguien mira malhumorado, creemos que desaprueba nuestro comportamiento
o nos está rechazando. Lo relacionamos todo con nosotros mismos. Una cosa es segura:
necesitamos establecer límites para poder relacionarnos bien con los demás sin agotarnos
y sin dejarnos acaparar por ellos. No obstante, muchas personas tienen miedo de decir
«no». Creen que podrían herir a otros. Sin embargo, un «no» dicho con claridad puede

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crear una relación clara. El otro sabe dónde se encuentra. Proximidad y distancia,
establecer límites y abrirse, salir al encuentro del otro y replegarse... todo esto exige un
buen equilibrio. Si conseguimos ese equilibrio, entonces experimentaremos la convivencia
como un enriquecimiento.

Lucio a brazo partido contra la envidia. Es un sentimiento que está arraigado muy
profundamente en mí, y yo sé, naturalmente, que es un vicio o al menos no es un rasgo
positivo de mi carácter. Sé que es absurdo y, sin embargo, estoy normalmente dominado
por él. Me esfuerzo por ser agradecido y, no obstante, vuelvo a lamentarme por el hecho
de que las cosas les vayan mejor a los demás o les resulten más fáciles.

¿Cuál es el mejor modo de responder a esa envidia?

No tienes que luchar contra tu envidia, sino hablar con ella. ¿Qué es lo que te dice tu
envidia? ¿Qué deseo se oculta tras ella? ¿Es tal vez que te gustaría ser feliz, vivir más
cómodamente, lidiar más fácilmente con la vida? Si admites estos deseos, quizá
descubras que existe en tu interior la capacidad de lidiar de una forma distinta y más fácil
contigo mismo, de mejorar algunas cosas. Esta sería una opción. La envidia te muestra la
fuerza que hay en ti. Y deberías estar agradecido por ello.

La otra opción consiste en lo siguiente: deberías hacer duelo por ser como eres, por
estar medianamente dotado, por tener una determinada dificultad, etcétera. Este trabajo
de duelo pasa por el dolor que sientes por tu limitación. Pero, a través del duelo,
entramos también en contacto con el potencial de nuestra alma, que se encuentra en
nosotros. Y nos hacemos capaces de decir «sí» a nosotros mismos tal como somos, de
decir «sí» a nuestra medianía. Este «sí» conduce a la paz interior. Por consiguiente, no
luches contra la envidia. Por el contrario, permite que la envidia que se manifiesta en ti te
recuerde siempre que debes ser agradecido por lo que tienes, por lo que eres y por lo que
vives. Danken, «agradecer», procede de denken, «pensar». La envidia te invita a pensar
correctamente o, dicho de un modo más exacto, a pensar de tal modo que puedas ser
agradecido. Y encontrarás motivos suficientes para estar agradecido por ser como eres,
para ser agradecido por los dones y vivencias que Dios te ha dado.

CUANDO estoy en presencia de alguien que está siempre criticando y habla solo de
cosas negativas, me siento totalmente impotente.

¿Cómo debo reaccionar?

La primera opción en tales situaciones es protegerse uno mismo y no dejarse contagiar o


influir por las palabras negativas. Dejo que las palabras se queden confinadas en el otro y
no les doy respuesta. En cambio, si respondo, el otro encontrará siempre nuevos motivos
para seguir adelante con su crítica. Si contrapones algo bueno, dirá: «Sí, pero...».

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Hay dos modos de responder. El primero es el silencio. Si no dices absolutamente
nada, si permaneces en silencio, entonces el otro notará de inmediato que sus palabras no
encuentran ninguna resonancia. Estará, por tanto, manteniendo un monólogo. Y, a largo
plazo, esto resultará tedioso para él. El segundo modo de responder consiste en
preguntarle directamente: «¿Qué ganas viendo las cosas de un modo tan negativo?». Esta
pregunta hará que el otro se sienta por lo menos inseguro. Tal vez responda con una
evasiva: «El mundo está rematadamente mal». Entonces, yo le contestaría: «Nosotros
vemos el mundo siempre del modo en que nos vemos a nosotros mismos». Pero no
discutiría más a este respecto, sino que simplemente dejaría que las palabras actuaran por
sí mismas. Ellas harán que se sienta inseguro. Y, aun cuando no modifique de inmediato
su modo de hablar, será como un aguijón en su alma, un impulso que en algún momento
influirá en su modo de ver las cosas.

DE vez en cuando, entre colegas y amigas hablamos sobre otras personas. Suelen ser
chismorreos y observaciones críticas. Noto que esto resulta atractivo y que hablar mal de
otros puede convertirse en un hábito. Y observo también que es una gran tentación de la
que casi no consigo librarme.

Es una especie de adicción que hace que no me sienta bien.

Nos gusta hablar sobre los errores de los demás y los denigramos para sentir que somos
mejores que ellos. Desviamos la atención de nuestros propios errores y, en secreto,
desearíamos situarnos por encima de los demás. Nos consideramos mejores que ellos.
Pero, al mismo tiempo, percibimos que esas conversaciones no conducen a ninguna
parte, y después nos sentimos peor. Hermann Hesse dijo en una ocasión: «Lo que no
está en nosotros tampoco nos irrita». Cuando estés hablando sobre otras personas,
pregúntate: «¿Estaré hablando ahora precisamente sobre mí? ¿Tendré exactamente los
mismos errores que las personas a las que estoy criticando?». Así pues, toma tus
palabras como espejo para ti misma. Esto hará que dejes de hablar negativamente de
otras personas.

La pregunta es cómo debes reaccionar frente a tus colegas y amigas. No debes


ponerte por encima de ellas lanzándoles reproches por su comportamiento. Deberías
permanecer en silencio, desviar la conversación hacia otro tema o decir de improviso:
«En el fondo, no me gusta hablar de los demás. Después de todo, no soy diferente de las
personas de quienes estamos hablando ahora». Con estas palabras estás invitando a tus
colegas, sin censurarlas, a abordar otros temas. De este modo respondes al deseo de tus
amigas de conversar unas con otras de otra manera. Pues cuando hablan de ese modo
sobre otros, ciertamente tus amigas tampoco son felices. Tales conversaciones dejan en
todos los interlocutores un resabio nada agradable. Por eso, cuando participes en
situaciones como estas has de tener el valor necesario para situarlas en un nivel más alto.

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ME considero una persona buena. Y si alguien me pide algo amablemente, soy casi
incapaz de decir «no». Pero noto que las personas se aprovechan también de mi bondad.

¿Cómo puedo aprender a decir «no» sin dejar de ser amable?

Puedes estar agradecida por tu amabilidad y generosidad, porque son dones valiosos que
has recibido. No es necesario que des un giro de 180 grados, porque entonces actuarías
contra tu naturaleza. Pero tienes que prestar atención a tus sentimientos. Si sientes que se
están aprovechando de ti, entonces afloran en ti sentimientos de amargura y agresividad.
Y debes tomar en serio esos sentimientos. Ellos te indican que necesitas establecer
límites. El sentimiento de ser explotada es, por tanto, como una alarma que te muestra
que harías bien en prestarte más atención a ti misma y, en una determinada situación,
decir «no». Cuando sientas dificultad para decir «no», pregúntate por qué. Tal vez te
guste ser estimada por todos. Entonces, reconoce también tu carencia: «Sí, me gustaría
ser estimada por todos». Cuando lo admitas, notarás que es poco realista. De este modo
puedes reconocer tu necesidad y, al mismo tiempo, librarte de ella.

Tal vez sientas angustia ante la posibilidad de herir a otra persona al decir «no». Pero
también puedes decir «no» de un modo amable y claro, sin herir al otro. Puede suceder
que el otro se sienta herido y despierte en ti un sentimiento de culpa haciéndote creer que
has sido egoísta. Sin embargo, eso es solo un truco con el fin de inducirte nuevamente a
decir «sí». Suscitar en los demás sentimientos de culpa es la forma más sutil del ejercicio
del poder. Naturalmente, no tienes ninguna garantía de que siempre actúas
correctamente. Pero has de confiar en tu sentimiento interior. Este te dice dónde tienes
que decir «sí» y dónde tienes que decir «no». El hecho de decir «no» puede darte un
sentimiento de libertad y coherencia, y clarifica también la relación con el otro. Sitúa la
relación sobre una base más sólida.

Soy presidente de un club en el que hemos de tomar numerosas decisiones.


Naturalmente, esto solo es posible de acuerdo con los demás. Yo me inclino a decidir
dejándome guiar por mi instinto, basándome en mis intuiciones y sentimientos. Pero mi
copresidente es más racional, y tiene que sopesar todos los pros y los contras, y reunir
previamente todas las informaciones, antes de llegar a una conclusión. Esto produce de
continuo divergencias notables en los puntos de vista e incluso algún conflicto
desagradable.

¿Cómo debo comportarme en tales conflictos?

Puedes estar agradecido por tu capacidad de decidir intuitivamente. Resulta evidente que
te gusta tomar decisiones, mientras que tu colega, en principio, tiene muchas dificultades
para dar ese paso, y por eso necesita todos los argumentos posibles. No es extraño que la
diversidad de caracteres pueda provocar conflictos entre vosotros. No obstante, también

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puedes ver esa diversidad como un buen complemento. Mantén tu capacidad de decidir
intuitivamente. Propón a tu colega tu decisión: «Yo decidiría en este sentido...». Pero
dale tiempo para examinar la decisión. Así, no lo sorprendes y aceptas su toma de
decisión con criterio, e incluso ves en ello una oportunidad. Si él es partidario de tomar
otra decisión, no estás obligado a ceder, pero sí a escuchar sus argumentos y, después, a
decidir partiendo de tu sentimiento interior. A menudo, esto es mejor que el exceso de
argumentos. No obstante, no deberías entablar una lucha por el poder. En estas
situaciones, si se inicia una lucha por el poder, solo hay perdedores. Si llegáis a
concepciones contrarias, entonces puedes decir: «Escucho de buen grado tus argumentos
y los respeto. Pero, al mirar en mi interior, siento que mi decisión va en otro sentido». Si
eres un presidente verdaderamente competente y responsable, puedes confiar en que,
aun cuando decidas de un mo do diferente, el otro será capaz de aceptar tu decisión sin
perder el buen humor. De hecho, le has indicado que su reflexión ha sido importante para
el proceso de decisión. Naturalmente, hay algunas decisiones que se han de tomar de
inmediato. En ese caso, deberías confiar en que tu colega sea capaz de asumir la decisión
contigo, aun cuando no haya tenido tiempo para reflexionar.

EN cierto sentido tengo una «memoria de elefante». Experimento una dificultad enorme
para perdonar u olvidar algo que me han hecho, incluso después de mucho tiempo. Las
cosas negativas me agitan una y otra vez. Me persiguen y, por supuesto, influyen en mí
de un modo también negativo. Pero también sufro por el hecho de que no consigo
desprenderme de esos malos pensamientos. Me irrito conmigo mismo y me siento
deprimido por recaer de nuevo en ese modelo de comportamiento.

¿Qué puedo hacer para liberarme verdaderamente de las viejas ofensas?

El hecho de irritarte contigo mismo no está bajo tu control. Pero sí que eres responsable
del modo en que respondes a esa irritación. Las ofensas aparecen, sencillamente. No
puedes impedir que ocupen un lugar en tu memoria. Pero puedes tratar con ellas de otra
manera. Observa las ofensas, pero no revuelvas las viejas heridas. Reconoce que esa
ofensa te ha hecho daño, pero imagina después que te ha abierto a tu verdadero yo. La
ofensa destruyó tus ilusiones de un mundo saludable. Destruyó las máscaras que te has
puesto a ti mismo, las corazas que querías construir en torno a tu corazón, con el fin de
no poder ser herido tan fácilmente. La ofensa puede convertirse también en una
oportunidad de acceder más profundamente al fundamento de tu alma para descubrir allí
tu verdadero yo.

Otra manera de tratar con las ofensas sería ofrecérselas a Dios, en vez de luchar
contra ellas. Imagina que el amor sanador de Dios penetra en tus heridas y las
transforma. Entonces tus heridas se convierten en la puerta de entrada para el amor de
Dios. Y las ofensas te recuerdan siempre que ese amor es más fuerte que las heridas que
los demás te han causado. Las ofensas se convierten en señales que te recuerdan el amor

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de Dios. De este modo pierden su poder destructivo sobre ti. No necesitas desprenderte
de los pensamientos. Tómalos como amigos que desearían llevarte a Dios y a tu
verdadero yo.

NATURALMENTE, conozco el alivio y la liberación que se pueden sentir cuando uno


hace las paces con otro. Me gustaría reconciliarme con alguien.

zY si la otra persona no está dispuesta a la reconciliación?

La palabra latina reconciliatio significa que recuperamos la comunión con una persona
con la que hemos discutido. La palabra alemana Versóhnung, «reconciliación», tiene
varias acepciones. Puede significar reparación, pero también «tranquilizar, sosegar,
serenar». Cuando me reconcilio con otra persona, tranquilizo su alma, que estaba furiosa
conmigo. Entonces es posible una nueva relación.

La reconciliación acontece normalmente entre dos personas. Pero si el otro no está


dispuesto de ninguna manera a reconciliarse, entonces no hemos de depender de él. No
debemos anularnos ni someternos. Por el contrario, en semejante situación se trata de
reconciliarnos interiormente con el otro, perdonarlo y dejar que sea interiormente libre.
Es doloroso ver que el otro no está dispuesto a reconciliarse. Pero no debemos juzgarlo,
sino hacer duelo porque él sea así. ¿Hasta qué punto debe sentirse ofendido para estar
tan fijado en su herida? ¿De qué tiene miedo? ¿Tendrá miedo de cuestionarse a sí mismo
y los principios fundamentales de su vida? ¿Tendrá miedo de perderse a sí mismo? En
esta situación se trata de respetar el hecho de que él no está todavía dispuesto a
reconciliarse. Pero no he de perder nunca la esperanza. No debo abandonarlo nunca.
Dejo siempre una puerta abierta. Pero no tengo que presionarlo cada día para que entre
por ella. A él le corresponde la decisión de aceptar un día el ofrecimiento de la puerta
abierta o quedarse fuera para siempre. También esto tengo que respetarlo, aunque me
resulte difícil. Con todo, aun cuando el otro no esté dispuesto a reconciliarse conmigo, mi
deber es reconciliarme interiormente con él, es decir, no ha cerle ningún reproche más,
sino dejar que sea como es y, no obstante, tenderle la mano para la comunión. Estoy
reconciliado con el otro cuando no tengo ya nada contra él. Esto es siempre un bien que
me hago a mí mismo, porque, en la medida en que no esté reconciliado, soy aún rehén
del otro, todavía le concedo poder. Su energía negativa actúa aún en mí. La
reconciliación me libera de esa energía negativa. Sana la herida que está todavía en mí y
me concede paz interior.

SIENTO angustia ante las personas que actúan con prepotencia, se consideran superiores
a mí con su retórica y, además, tienen una posición que les permite mirarme «por encima
del hombro».

¿Qué puedo hacer contra esta parálisis interior?

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En primer lugar, sería bueno que te preguntaras a quién te recuerdan las personas ante las
cuales te sientes inferior. Tal vez a tu padre, que te intimidó. O quizá desarrollaste muy
poca autoestima en tu infancia. Lo cierto es que dejas que esas personas te impongan el
papel de inferior. No debes entablar ninguna lucha por el poder. El primer camino
consiste en que estés bien contigo mismo, es decir, en contacto contigo. Si estás en
contacto contigo, entonces el otro no tiene tanto poder sobre ti. Puedes imaginar lo
siguiente: estoy en total armonía conmigo mismo, me encuentro en paz conmigo. Percibo
mi unicidad. Me permito ser como soy. No necesito tener una gran facilidad de
expresión. Pero soy yo mismo.

Después imagina lo siguiente: mientras me encuentro en armonía conmigo mismo,


esa persona, ante la cual muchas veces me quedo como paralizado, se presenta ante mí y
empieza a tratar de convencerme con sus argumentos. No necesito de ninguna manera
enfrentarme a ella. Sencillamente, permanezco centrado en mí mismo y observo lo que
sucede en el otro. ¿Por qué razón necesita comportarse así, con tanta prepotencia? ¿Por
qué necesita cimentar sus argumentos con una retórica tan grandiosa? ¿Será que no cree
en ellos? ¿Será que necesita encontrar tantos fundamentos porque no tiene ningún
fundamento interior sobre el cual apoyarse? ¿Qué le responderé yo si permanezco
totalmente en mi centro? ¿O tal vez preferiré guardar silencio porque no merece la pena
dar una respuesta? ¿Es posible que precisamente mi silencio haga que se sienta inseguro?

Si esbozas la conversación en tu imaginación, eso también te ayudará a hablar con


tales personas de otro modo y a reaccionar frente a ellas de otra manera. Entonces,
cuando te encuentres de hecho en una conversación, no te quedarás ya paralizado. Por el
contrario, el otro te hará entrar en contacto con tus propias fuerzas y con tu propia
capacidad. Pero esto requiere tiempo. Has almacenado en tu interior imágenes muy
poderosas del otro. Imagina que la otra persona es también solo un ser humano, alguien
que necesita esconder algo detrás de su fachada. Necesitas tener otras imágenes de ti
mismo y del otro para que la conversación tenga éxito. Está claro que mantienes una
imagen precaria de ti mismo que tal vez se exprese también en palabras como: «No estoy
en lo cierto. Soy pequeño y no tengo talento. No respondo a lo que se espera de mí». Y
tienes también una imagen poco realista del otro: «Tiene mucho poder. Adivina mis
intenciones. Es superior a mí. No estoy a la altura de sus expectativas». No busques
cualquier imagen, arbitrariamente, sino las imágenes que correspondan de hecho a ti y al
otro y que permitan que la relación sea más realista. Entonces, no solo te transformarás,
sino que también cambiará tu relación con los demás.

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Las personas que están interesadas en cuestiones religiosas y se encuentran en una
búsqueda espiritual viven hoy, por un lado, la experiencia de la inseguridad que les
provocan sus contemporáneos que rechazan la fe y la religión o no ven qué sentido
pueden tener estas creencias. Pero también sienten inseguridad por aquellas personas que
están tan firmes en su fe, que para ellas todo es claro e incuestionable, y ven cualquier
duda como debilidad o infidelidad.

La actitud hacia la religión no es nunca inequívoca en el clima intelectual de nuestro


tiempo. Por un lado, se habla del retorno de la religión. La búsqueda espiritual está
ampliamente difundida, también en círculos que no son típicamente eclesiales. Y muchos
psicólogos descubren hoy el efecto positivo de la espiritualidad. Por otro lado, parece que
también se está produciendo hoy un renacimiento del ateísmo. Esto infunde inseguridad
en muchas personas de fe. Lo decisivo es que la fe no puede ser extirpada del mundo
con argumentos científicos, puesto que se sitúa en un nivel diferente del de la «pura
razón», que tampoco existe de ninguna manera como tal.

El otro desafío que se lanza a las personas que buscan y son sensibles a las
cuestiones espirituales consiste en la percepción de que perderán su fe, la cual era
anteriormente importante y evidente para ellas. Tales personas vivieron en la infancia, en
la adolescencia y tal vez también mucho tiempo después, en la seguridad de la fe y se
movieron durante largo tiempo con total naturalidad en un ambiente espiritual marcado
por la Iglesia. De pronto, no sienten ya nada de aquello en lo que creían y que les sirvió
de apoyo en su vida espiritual. Sienten un vacío, una laguna en su vida, y buscan
honradamente una fe que las convenza y realmente las sostenga y les confiera una nueva
seguridad interior.

A menudo, las personas creyentes sufren también por el hecho de que sus hijos y
nietos no quieren saber nada de la fe. Los hijos y los nietos no rechazan la fe, pero
parece que no son sensibles a ella ni tienen ningún interés por ella. La fe es para ellos
simplemente algo extraño. Esto deja perplejos a muchos padres y abuelos creyentes.

Hay también otros cristianos que están plenamente convencidos de aquello en lo que
creen. Para ellos, todo está claro. Y hacen que quienes se encuentran en una actitud de
búsqueda espiritual tengan mala conciencia porque no mantienen una relación personal
con Jesús o con Dios. En opinión de aquellos, bastaría que estas personas confiaran
todas las cosas a Jesús para que todo resultara bien. Nos gustaría tener esta certeza.
Pero, al mismo tiempo, tales cristianos hacen surgir en nosotros la duda acerca de si las
cosas son realmente tan fáciles. A veces sus palabras nos someten a la presión de vernos

70
obligados a tener los mismos sentimientos, a sentirnos amados por Jesús. Pero no está en
nuestra mano provocar determinados sentimientos. Las personas creyentes que buscan
honradamente fortalecen su fe. Pero no quieren que les impongamos un sólido edificio de
creencias. Prefieren seguir siendo seres humanos que, con honradez, buscan y
preguntan. Sus preguntas son un desafío a la Iglesia para que anuncie la fe en un lenguaje
que toque los corazones. Debe ser un lenguaje que no trivialice la fe, sino que, por el
contrario, se dirija a nuestra ansia más profunda de Dios. Hoy deseamos hablar el
lenguaje que hablaron los discípulos en Pentecostés, porque el Espíritu Santo descendió
sobre ellos en forma de lenguas de fuego. Entonces pudieron hablar de tal modo que los
oyentes se sintieron comprendidos en su corazón. Cada uno entendía lo que los
discípulos querían decir. No era una comprensión intelectual, ni tampoco algo que dejaba
a las personas aisladas en su interioridad, sino una comprensión que conducía a la
pregunta: «¿Qué debemos hacer?» (Hechos 2,37).

Max Horkheimer sostiene que justamente un lenguaje que no se limite a acomodarse


mantendría despierto en nosotros el deseo del totalmente Otro. Pero tiene que ser un
lenguaje que toque nuestro corazón y lo abra a Dios. En un libro de Albert Biesinger
sobre la educación religiosa se postula el objetivo de No mentir a los niños acerca de
Dios (Sal Terrae, Santander 2003). Esto vale también en relación con los adultos, que no
quieren ser engañados en lo que se refiere a Dios. Les gustaría confiar en su deseo de
que Dios sea la meta de su vida. ¿Cómo encontramos el lenguaje que responda a ese
deseo de Dios y abra los corazones a Dios y al misterio de Jesucristo?

Mi madre me educó ella sola. Mi «progenitor», es decir, mi padre biológico, desapareció,


de modo que nunca tuve contacto con él.

¿Cómo puedo ver a Dios como Padre si no he conocido a mi padre?

El hecho de no conocer a nuestro padre biológico es siempre una herida. No puedes


ignorar esa herida, pero deberías hacer duelo por ella. Entonces, a través de la herida,
entrarás en contacto con el potencial de tu alma. Y descubrirás también en tu alma la
imagen arquetípica del padre. Las imágenes arquetípicas están grabadas en nuestra alma,
independientemente de nuestra educación. En el fondo de nuestra alma sabemos lo que
es un buen padre. Si entramos en contacto con esa imagen arquetípica en nosotros, ella
desarrolla siempre un efecto sanador. Nos centra, como afirma C.G.Jung; con ello quiere
decir que nos conduce a nuestro verdadero yo. Escucha, por tanto, en el interior de tu
alma, y descubre allí la imagen arquetípica del padre que se encuentra en ella. También
puedes descubrirla preguntándote qué personas paternales te agradan y te tocan en la
vida real o también en las películas y en los libros. Entonces sería bueno que grabaras esa
imagen cada vez más profundamente en tu interior, y que trataras de convivir contigo
mismo de una manera determinada por los lados positivos de esa imagen de padre. Si
abrazas paternalmente al niño abandonado y herido que hay en ti, el padre que hay en ti

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será cada vez más fuerte.

Un modo importante de entrar en contacto con el padre que hay en ti es el encuentro


con personas paternales. Ciertamente te habrás encontrado en tu vida con personas
paternales, padres sustitutivos: tal vez tu abuelo, un tío, un profesor, un sacerdote. Si
quieres proyectar en Dios las experiencias que has tenido con esas personas paternales,
en tonces se manifestará quién puede ser Dios para ti. O confía en tu deseo interior del
padre y dirige ese deseo hacia Dios. De este modo, las palabras de la Biblia sobre el Dios
paterno tocarán tu corazón. Recita el Padrenuestro con este deseo. Entonces es posible
que tengas la experiencia de Dios como Padre que te da apoyo, que está a tu lado, que
nunca te abandona, que te da valor para asumir tu propia vida.

Mi padre me enseñó siempre que la fe es absurda. Yo opté por la fe. Pero muchas veces
me asaltan fuertes dudas y me pregunto si no será todo una ilusión.

¿Cómo afronto mis dudas de fe?

Las dudas forman parte de la fe, nos obligan a cuestionar aquello que creemos y nos
ayudan a reformular para nosotros mismos lo que realmente pensamos cuando creemos
en Dios, en Jesucristo, en su resurrección, en la vida eterna que nos espera. Pero hay
también dudas que son un obstáculo para nuestra fe. Si lo cuestionamos todo, si
destruimos todo por la duda, entonces ya no hay nada en lo que podamos confiar. Por
eso podría ser útil que imaginaras esto: «Sí, todo es solo una ilusión. Mi padre tiene
razón, la fe es absurda». Si me permito imaginar esto, entonces sentiré profundamente
en mi corazón que merece la pena creer, porque si no, todo sería absurdo; si no, no
podríamos confiar en nada. Y yo me decido por la fe. Por otro lado, ves que tu padre no
fue feliz con su incredulidad. Está claro que la vivió muy obstinadamente; si no, no
habría intentado adoctrinarte. Esta obstinación muestra que tenía deseos de creer, pero
no confió en ellos.

La voz de tu padre emergerá una y otra vez en ti. Tal vez tu tarea frente a esas
dudas interiores y las amenazas de increencia consista siempre en buscar la fe y luchar
por ella. De este modo te estarás prestando un servicio no solo a ti mismo, sino también
a muchas personas que tienen hoy dificultades para creer. Como representante de
muchos seres humanos que dudan, luchas para llegar a la fe y, de este modo, ayudas
también a otros a superar sus dudas. Y serás capaz de hablar de la fe de tal modo que
también las personas que buscan comprendan lo que significa tener fe, que las personas
que dudan entren en contacto con su deseo de entregarse a Dios en la fe y de encontrar
en Dios la libertad y la estabilidad interior.

Yo salí de la Iglesia evangélica después de la guerra porque nuestro pastor era nazi. No
bautizamos a nuestra hija, pero tratamos de educarla según principios morales y también
en una actitud de apertura hacia la religión. Ella tiene hoy un hijo que no ha recibido

72
ninguna educación religiosa. Recientemente me he incorporado de nuevo a la Iglesia y
participo activamente en la vida de la comunidad. Siento que esto es importante para mí
y, al mismo tiempo, sufro de un modo muy especial por el hecho de que mi nieto no sabe
cómo orientarse en este mundo.

¿Cómo puedo transmitir a mi nieto algo que es importante para mí?

No puedes desempeñar el papel de misionero con respecto a tu nieto. Pero deberías


hablar tranquilamente con él sobre aquello que es importante para ti. Puedes contarle
sencillamente lo que haces en la iglesia. Si tu nieto está abierto a ello, podrías decirle
también qué es lo que te sostiene y lo que la fe representa para ti. Y yo también le
preguntaría cómo entiende su vida y dónde encuentra el sentido de la existencia. No sé
qué edad tiene tu nieto. Si es todavía pequeño, podrías rezar con él. Si es ya mayor,
podrías regalarle un libro que le transmita otra perspectiva. Y sobre todo debes confiar en
que encontrará un medio de sentir en su corazón más que aquello que es capaz de
expresar hacia fuera. Porque todo ser humano tiene en su interior un deseo de ese más.
Puedes abrigar la esperanza de que un día ese deseo sea tocado y despertado también en
él por medio de una experiencia espiritual. Conozco a bastantes personas que no
recibieron ninguna educación religiosa, pero han descubierto en su corazón un deseo
religioso. Tenían una actitud de apertura a las liturgias o los templos en los que se sentían
bien. Puedes sencillamente visitar iglesias con tu nieto y hablarle sobre ellas. Entonces
verás cuáles son sus interrogantes. Pero es también un desafío para ti encontrar un
lenguaje que tu nieto entienda y que le abra el corazón para algo que es mayor que la
lucha cotidiana por las buenas notas o el tener dinero.

HE conocido recientemente a un amigo muy simpático y creo que es amor lo que está
naciendo entre nosotros. Pero él viene de un ambiente familiar muy diferente del mío, y
no tiene ningún interés en la fe ni en el cristianismo. Evitamos hablar de este tema. Es
cierto que hay otras muchas cosas que nos unen y nos interesan, pero esta laguna se
interpone entre nosotros. ¿Cómo puedo colmarla?

¿Bastará el amor?

Para el éxito de la amistad y el matrimonio no es absolutamente necesario que el otro


tenga la misma fe que yo. Pero no se debe eludir este tema. Si no, faltará siempre algo
entre tu novio y tú. Y tendrás la sensación de que una parte de ti no es amada. Por tanto,
habla sobre tu fe y lo que ella significa para ti. No es estrictamente necesario que él
comprenda lo que crees. Pero la forma en que te escucha te permite percibir si te sientes
apreciada y amada también con tu fe. Si tu novio ridiculiza tu fe, esto sería ciertamente
un motivo para separarte de él. Porque entonces sentirías que no te toma en serio.
También puedes examinar si el amor es lo bastante fuerte para superar la diferencia de
posiciones con respecto a la fe. No necesitas esperar que él asuma tu fe. Pero debería

73
tomarla en serio y al menos mostrarse interesado. Tu fe es también para él una invitación
a reflexionar sobre su manera de concebir la vida y preguntarse qué es aquello que, en
última instancia, lo sustenta y qué sentido ve en su propia vida. Puedes estar agradecida
por el amor que sientes. El amor es la verdadera base para una relación duradera. Pero el
amor se dirige siempre al ser humano entero, con su historia, con su fe, con sus
convicciones más profundas. Si la increencia de tu novio es para ti una invitación a
reflexionar sobre tu fe, entonces la relación es sólida. Pero si olvidas tu fe en
consideración a tu novio, eso no te hará bien a ti ni hará bien a la relación.

Mi madre me dice siempre que yo debería pensar en positivo. Está convencida de que se
debe apostar por la fuerza de lo positivo. El bien se impondrá antes o después. Y también
se oye con frecuencia en la televisión una frase igualmente frívola y superficial con
respecto a un mundo saludable: «Al final, todo saldrá bien». Estoy convencido de que
ese «pensamiento positivo» no es más que una expresión de insensatez popular. Por otro
lado, mi madre me dice que esto es una cuestión de fe, entendida como confianza en
Dios. Entonces, si soy escéptico con respecto a esto, ¿quiere decir que no soy cristiano o
que soy increyente? Basta leer cada día el periódico, o abrir los ojos y mirar a nuestro
alrededor.

¿Quién me asegura que al final todo irá bien?

Hay que distinguir entre la confianza que da la fe y la actitud, tan típica hoy, que consiste
en verlo todo positivamente. Si tengo que verlo todo de un modo positivo, es señal de
que reprimo todo lo negativo, de que no deseo afrontarlo. Sin embargo, siempre
coexisten ambas cosas: el bien y el mal, lo positivo y lo negativo. Puedes confiar
tranquilamente en tu sentimiento de que frases como «Todo saldrá bien» son demasiado
triviales y pretenden inducirnos a creer en algo que no es verdad. Por otro lado, tu madre
tiene razón cuando afirma que la creencia en lo positivo tiene que ver con la fe en Dios.
La confianza en Dios me lleva a ver mi vida bajo una luz más positiva. Pero la confianza
en Dios no significa que no pueda pasarme nunca algo negativo, que yo no pueda caer
enfermo o fracasar. La confianza en Dios se sitúa en un nivel más profundo. Dios me
sostiene en todas las situaciones. Aun cuando yo caiga enfermo, aun cuando fracase
profesionalmente, no dejo de estar en las manos amorosas de Dios. Esta manera positiva
de ver las cosas pertenece a la fe. Del mismo modo que ves críticamente la «fuerza de lo
positivo», deberías cuestionar de forma crítica también tu pesimismo. ¿Indica mi
pesimismo que me veo negativamente? ¿Por qué me veo así? Sencillamente, hay
diferentes clases de personas. Si heredaste de tu familia esa actitud pesimista, no deberías
descartarla fácilmente; pero tendrías que cuestionarte si de verdad necesitas verlo todo de
un modo tan pesimista. Yo no diría: «Tengo que verlo positivamente», sino que más bien
me preguntaría: «¿Es que no puedo ver las cosas de otro modo?». O puedes preguntarte:
«Si es verdad que, como dice el salmo, "El Señor es mi pastor, nada me falta", ¿de qué
modo me sitúo yo?». De este modo, aun cuando no te sientes obligado a verlo todo

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positivamente, experimentas, de pronto, otra manera de enfocar las cosas. Esta manera
podría ayudarte a ver el mundo con otros ojos. No te pones gafas de color de rosa, sino
que ves el mundo con realismo. Ahora bien, detrás de todas las cosas encuentras un
fundamento más profundo. Tras las cosas ves al mismo Dios que sostiene este mundo en
sus manos. Esto no impide lo negativo, pero le priva del poder definitivo.

Mis días están llenos de trabajo hasta el límite. Con todo, tengo cada vez con mayor
frecuencia la sensación de que me falta algo que sustente el día a día. ¿Cómo podría
ejercitarme para que mi vida cotidiana se transforme también a largo plazo?

¿Cómo deberían ser los Ejercicios en la vida diaria para una madre que trabaja?

Confía en tu sentimiento de que te falta algo. Y después escucha en tu interior para


descubrir lo que te falta, lo que anhelas. ¿Qué podría sustentar tu vida diaria? Supongo
que será el saber que eres sostenida por Dios y te encuentras bajo su bendición en todo
lo que haces. La cuestión es cómo puedes tener, en tu vida cotidiana, la experiencia de
que la proximidad sanadora y amorosa de Dios te envuelve y su mano te acompaña,
bendiciéndote dondequiera que vayas. Un buen medio de experimentar también la
proximidad de Dios en el día a día sería la realización de buenos ritos. Tal vez pienses
que no tienes tiempo para ellos. Pero hay dos formas de ritos. Una forma consiste en
reservar conscientemente un tiempo para la meditación, para la oración o para la lectura
de la Biblia; pero es posible que no tengas tiempo para ello. La otra forma de rito
consiste en hacer de una determinada forma aquello que hacemos ahora de cualquier
manera. Todas las mañanas te levantas, te aseas y desayunas. La cuestión es cómo lo
haces. Los ritos crean un tiempo sagrado. Una madre que tiene niños pequeños puede
vivir los cinco minutos que pasa sola en el baño como un tiempo sagrado. El tiempo
sagrado le pertenece. Sagrado es lo que se sustrae al mundo, aquello sobre lo cual el
mundo no tiene ningún poder y que nos permite tomar aliento. Puedes configurar ese
tiempo sagrado con este rito sencillo: durante dos minutos levantas las manos para
bendecir, y bendices a tu familia. Que tus bendiciones se de rramen sobre tu marido y tus
hijos, sobre los espacios de tu casa y de tu trabajo. Entonces vivirás el día de otro modo.
Por la noche cierra la puerta de tu corazón cruzando los brazos sobre el pecho. Imagina
que hay en ti un espacio sagrado al que nadie tiene acceso. Disfruta el hecho de estar
totalmente centrada. Imagina que Dios mismo habita en ti. Estos ritos breves transforman
todo lo que haces: lo harás con una actitud diferente. No importa que te entregues por
entero al trabajo, porque tienes cada día un tiempo sagrado que, aun cuando sea breve,
te pertenece y te permite entrar en contacto contigo y con Dios. Eso impide que llegues a
perderte. Sientes que tú, tus hijos y todas las personas a las que quieres estáis
acompañados por la bendición de Dios. Y puedes acordarte una y otra vez de que habitas
en espacios bendecidos. Tu sala de estar no está ya llena del conflicto y los
malentendidos del día de ayer, sino de las bendiciones de Dios. En tales espacios
bendecidos tendrás también la experiencia de que eres bendecida.

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Yo veo y siento cada día que el mundo va de mal en peor - desde el cambio climático
hasta el hambre que campa a sus anchas, pasando por el desempleo en nuestro país-, y
pienso que solo es posible cambiar algo si la gente se compromete activamente. Si
queremos preservar la creación y dejar a nuestros hijos un mundo donde se pueda vivir
dignamente, podemos hacerlo. Lo que muchos ven como «camino espiritual» es para mí
una huida del mundo y de la tarea de ayudar a otras personas en su necesidad concreta.
Sufro por causa de esa pasividad adornada espiritual y religiosamente.

¿Cómo se puede motivar a personas interesadas en lo espiritual para que HAGAN algo
que tenga sentido?

Hay ciertamente una forma de espiritualidad que es una huida del mundo y de la
responsabilidad en relación con el mundo; que gira solo alrededor de la propia
experiencia, del propio bienestar, y es, en última instancia, narcisista e infecunda para el
mundo, porque no tiene ningún efecto sobre el. La espiritualidad cristiana es siempre
también una responsabilidad para con el mundo. Es cierto que los antiguos monjes se
retiraban del mundo, pero asumían que eran responsables para con él. Por medio de su
camino espiritual, querían hacer que el mundo fuera más luminoso y saludable. Y así era,
porque a ellos acudían personas llegadas de todas partes en busca de ayuda, consejo y
luz para sus vidas.

Hemos de asumir nuestra propia responsabilidad para con el mundo. A quienes


siguen su camino espiritual no debemos acusarles diciendo que huyen y se desentienden,
ya que están siguiendo un deseo que está profundamente arraigado en el corazón
humano: el deseo de la experiencia de Dios. Pero nuestro deber es describir
correctamente la esencia de la espiritualidad y vivirla auténticamente. Lo que decimos y
escribimos sobre la espiritualidad tiene consecuencias. La espiritualidad cristiana tiene
que ver siempre con los dos polos: oración y trabajo, mística y política, lucha y
contemplación. Si vinculamos el deseo que tienen las personas de experiencia religiosa a
su responsabilidad para con este mundo, entonces, en vez de condenarlas, las
conduciremos hacia la verdadera vida. Porque, en última instancia, girar en torno a sí
mismo no da la felicidad, sino que lleva, también en el nivel espiritual, a un callejón sin
salida. Porque si uno está siempre dando vueltas en torno a su propio bienestar, es muy
raro que, en último término, se sienta bien. Pero si su amor penetra en las relaciones y en
este mundo, si configura activamente este mundo, entonces sentirá una y otra vez con
agradecimiento que merece la pena comprometerse por las personas y por el mundo.

EN nuestra comunidad, ya no me siento en casa. Veo que la Iglesia mantiene su


estructura, pero decae cada vez más. En mi comunidad rural hay un sacerdote indio que
celebra la misa y después vuelve a su convento. La gente no puede conversar con él,
porque ni siquiera habla ni comprende correctamente nuestra lengua.

76
¿Cómo sentirme de nuevo en la Iglesia como en mi hogar?

Lamentablemente, muchos cristianos tienen hoy la dolorosa experiencia de que la Iglesia


ya no es su hogar. Deberían verbalizar esta experiencia en la Iglesia escribiendo al obispo
y a los responsables diocesanos. La Iglesia debe al menos conocer las repercusiones que
tiene para muchos creyentes el hecho de que ella no ofrezca lo necesario a las
comunidades. Pero en vez de quedarte esperando que se haga algo desde arriba, podrías
reaccionar frente a la situación que describes. Hay dos modos de responder a esta
situación. El primer modo sería que buscaras otra comunidad para ir a misa, en la que te
sientas tocado y en la que te comprometas. Puede ser una comunidad cercana o un
convento donde encuentres tu hogar espiritual. Si en él te sientes en casa, puedes
participar también en la celebración de la misa conventual, aun cuando no sea muy
atractiva exteriormente. El otro modo sería que buscaras en tu comunidad personas
animadas por los mismos sentimientos y que construyeras junto con ellas algo vivo,
fundaras un grupo de meditación, un círculo bíblico o una comunidad de vida. Juntos
podéis reflexionar sobre cómo preparar también la misa de modo que se convierta en
misa de la comunidad. Si ninguno de estos dos caminos fuera viable para ti, entonces
sería importante que siguieras un camino espiritual interior. Nadie puede impedírtelo. Si
descubres en ti el es pacio donde Dios, el misterio, habita en ti, entonces puedes sentirte
también en casa en tu interior. Y si te sientes en casa en ti mismo y en Dios, entonces es
posible que a veces te sientas también en casa en una comunidad que, de por sí, tal vez
no sea tan viva.

DESPUÉS de algunas decepciones como mujer, he encontrado una compañera con la


que soy feliz. Las dos hemos recibido una formación cristiana, pero no tenemos ninguna
posibilidad de vivir nuestra fe en el contexto de la comunidad católica. Chocamos con la
hostilidad y la desconfianza.

¿Qué podemos hacer al experimentar este rechazo?

Puedes dar gracias por la felicidad que estás viviendo con tu compañera. Apoyaos
mutuamente en vuestro camino espiritual. Leed juntas la Biblia, meditad juntas y seguid
los caminos espirituales que os resulten adecuados. Buscad comunidades católicas que no
os rechacen. Seguro que en alguna ciudad las encontraréis. Si no, entrad en contacto con
un convento en el que no os sintáis rechazadas. Allí podéis tratar de sentiros en casa.
Sabéis que podéis acudir siempre allí para vivir la fe también en una comunidad mayor
que os dé apoyo. Podéis apoyaros mutuamente. Pero también es bueno que os sintáis
sostenidas por una comunidad. No toméis como algo personal el rechazo que habéis
vivido en algunos círculos eclesiásticos. Vuestra convivencia crea inseguridad en muchas
personas y les recuerda las contradicciones de su propia vivencia de la sexualidad. En vez
de juzgar a otras personas, percibid que muchas de ellas se sienten incómodas con
vuestra concepción de la vida. Confiad en vuestro sentimiento y en vuestra conciencia, y

77
vivid vuestra relación en un clima de confianza en Dios.

LEO en muchos libros, y últimamente se lo oigo también a cristianos convencidos, que


es importante construir una relación muy personal con Jesús. Pero yo, sencillamente, no
lo consigo. Para mí, Él está demasiado lejos de lo que me inquieta y atormenta en el día
a día. ¿Qué debería hacer?

Entrar en relación con Dios...: ¿cómo se hace esto en la práctica?

Construir una relación personal con Jesucristo es ciertamente el objetivo del camino de
un cristiano. Pero si una persona no siente esa relación, no sirve de mucho decirle que
debe construirla. Hay muchos caminos para llegar a la fe. Un camino es el siguiente: mira
tu vida cotidiana. Lo que vives, aquello en lo que trabajas, las relaciones que mantienes,
¿es esto lo que satisface tu deseo del modo más profundo? ¿No habrá ahí otro deseo, el
deseo de una experiencia de Dios, el deseo de una experiencia de un amor que no se
agota, porque se trata de un amor divino? Si sientes ese deseo en ti, entonces lee los
Evangelios. ¿Cómo te sientes cuando lees las palabras de Jesús o cuando meditas los
relatos de sanación? ¿No te dicen nada, o eres tocado por Jesús cuando sale al encuentro
de las personas, cuando las toca y las pone en pie, sin condenar a nadie? Si no
comprendes los Evangelios, busca alguna ayuda, un curso o libros que interpreten los
Evangelios de un modo comprensible.

Otro camino para estar abierto a Dios en la vida diaria son los ritos. Empieza el día
con un momento de silencio, en el que te pones bajo la bendición de Dios. Puedes hacer
un gesto de bendición y dejar que la bendición de Dios se derrame sobre los espacios de
tu vivienda y de tu trabajo, y sobre las personas a quienes quieres. Y por la noche,
concluye tu jornada con un gesto en el que extiendes tus manos ante Dios en forma de
concha y le entregas el día que has vivido. Si por la mañana y por la noche estás unido a
Dios durante un momento, si tu jornada empieza así, entonces poco a poco se va
desarrollando una relación con Dios o con Jesucristo. Pero no te sometas a presión. No
siempre conseguimos sentir esa relación. Sé agradecido cuando una palabra de Jesús te
llegue al corazón. Contempla una imagen de Cristo. Tal vez entonces sientas que la
mirada de Jesús te toca. Y pide a Jesús que puedas sentir su proximidad, y que puedas
vivir de esa cercanía.

DISCUTO a menudo con mi marido, que se considera cristiano, pero ve en Jesús solo a
un gran hombre que hoy se opondría frontalmente a la Iglesia oficial. Cuando
conversamos sobre esto, siempre entramos en conflicto. E incluso cuando evitamos
abordarlo, este tema está presente entre nosotros. En estas cuestiones, tan importantes
para mí, no conseguimos ponernos de acuerdo. Esto hace que me invada la tristeza, y
percibo que nos estamos alejando. Él rechaza aquello que para mí es importante. ¿Cómo
debo comportarme?

78
¿Qué haría Jesús en mi lugar?

Discutir por declaraciones dogmáticas tiene poco sentido, porque a cada declaración le
vinculamos algo personal. La cuestión es por qué tu marido necesita ver en Jesús solo a
un gran hombre. ¿Será porque le gustaría rebajarlo a su propio nivel? ¿Será porque no
consigue soportar que el mismo Dios se exprese en un ser humano? Naturalmente, no se
trata de que lo sometas a presión para que crea que Jesús es Hijo de Dios, pues ¿qué es
lo que entendemos cuando decimos que «Jesús es Hijo de Dios»? Huelga decir que la
Iglesia oficial no está siempre a la altura del mensaje de Jesús. Esto fue así ya en tiempos
de Jesús, porque en su grupo de discípulos había algunos que no lo entendían
plenamente. La Iglesia está llamada permanentemente a luchar por cumplir las exigencias
de Jesús. Ahora bien, la Iglesia está constituida por seres humanos, y también en su seno
se actúa humanamente. Pero yo no niego que ella lucha por seguir a Jesús, por
corresponder a su mensaje y estar a la altura del misterio de su persona. Soy siempre
escéptico cuando alguien dice: «Jesús no es más que un ser humano». En cualquier caso,
la contemplación de Jesús es una tarea que nunca se termina. Él no se deja controlar tan
fácilmente. Tu marido no está obligado a creer que Jesús es Hijo de Dios. Pero sería
importante que se expusiese a las exigencias de Jesús, en vez de querer tenerlo bajo
control. Con todo, yo no discutiría por una declaración dogmática ni por los
innumerables errores que la Iglesia comete, sino por el modo en que queremos vivir
nuestra fe y por aquello sobre lo que fundamentamos nuestra esperanza. ¿Qué es lo que
me sostiene? ¿Qué significa ese Jesús para mí personalmente? ¿Cómo entiendo sus
palabras? Si tu marido ve a Jesús como un hombre importante, entonces tendría sentido
que leyerais juntos el Evangelio y os confrontarais con Jesús. No estáis obligados a ver
las cosas de la misma manera. Escuchaos mutuamente y compartid cómo veis cada uno
a Jesús. Entonces se manifestará claramente para los dos algo de su riqueza y de su
misterio. Tendréis la experiencia de que Jesús es el maestro de sabiduría que une en su
persona la sabiduría de Oriente y la de Occidente. Pero vislumbraréis también en él y en
sus palabras algo que no puede ser explicado de modo puramente psicológico. Y eso que
no puede ser explicado lo interpretaréis en este sentido: en ese Jesús, Dios mismo se
comunica, Dios mismo vino a nosotros para llenarnos con la vida divina. La buena nueva
del cristianismo consiste justamente en que Dios se puso en camino para descender hasta
nosotros. Este es un mensaje generador de felicidad. En medio de todas las declaraciones
dogmáticas, tenemos que confesar siempre que Dios está más allá de todos nuestros
conceptos y que nosotros, en última instancia, no somos capaces de comprender
realmente lo que significa la filiación divina de Jesús. Las declaraciones dogmáticas tienen
la función de dejar que subsista el misterio. Y, para mí, la esencia de todas las
declaraciones religiosas es que nos abramos al misterio, que es mayor que nuestra
comprensión.

Ml difunto marido y yo hemos tenido siempre una buena relación con nuestro nieto. A
diferencia de sus padres, yo trato de hablar con él también sobre Dios. No hace mucho

79
tiempo que me dijo: «Ya no necesito al buen Dios, porque tengo a mi abuelo en el cielo».
La respuesta me alegró, pero también me dejó un poco insegura. En efecto, esa no es la
imagen de Dios que yo quería transmitirle.

¿Cuál es el modo correcto de hablar de Dios a los niños?

Normalmente, los niños tienen sus propias ideas de Dios, del cielo y de la vida después
de la muerte. Yo aprovecharía las palabras de tu nieto como oportunidad para hablar con
él sobre esos temas. Empezaría confirmando su declaración: «Sí, tienes a tu abuelo en el
cielo, y él te acompaña desde allí. Está contigo y puede ayudarte, puesto que está junto a
Dios. Tu abuelo pide a Dios por ti, para que tu vida sea plena. Seguro que no le gustaría
que pensaras que él es Dios. Sencillamente, está junto a Dios, e intercede ante Dios por ti
y cuida de ti. Tu abuelo es feliz porque está en Dios, y le gustaría que tú también te
abrieras a Él. Dios le ha hecho el regalo de vivir en el cielo». Habla con tu nieto de un
modo muy personal. Y escucha siempre también lo que él piensa y cómo se imagina todo
esto. En vez de tratar de cambiar sus ideas, corrígelas en un sentido que sea verdadero
para ti y que tu nieto pueda aceptar. En caso de que te sientas sobrecargada en la
conversación con él, trata de encontrar en una librería un buen libro que exprese cómo
podemos hablar de Dios con los niños. Los libros pueden ofrecerte sugerencias. Pero
necesitas, en última instancia, confiar en tu corazón cuando converses con tu nieto. Trata
de comprenderlo, pero trata también de transmitirle tu fe en un lenguaje que él pueda
entender.

CUANDO mi madre estaba a punto de fallecer - unos años después de mi padre-, me


preguntó en el lecho de muerte si volveríamos a vernos todos en el cielo. Yo le respondí
afirmativamente, aun cuando sabía, por supuesto, que es difícil encontrar una
declaración cierta a este respecto. ¿Cómo se puede hablar sobre estas cosas?

¿Cómo podemos imaginarnos el más allá?

La respuesta que diste a tu madre es correcta. Sí, volveréis a veros. Pero, naturalmente,
debemos preguntarnos cómo hemos de imaginar esa realidad. Es seguro que no será
como un encuentro de colegas de clase, en el que las personas vuelven a verse después
de muchos años y conversan entre sí. Tampoco será una disolución común de gotas de
agua en el mar. Como cristianos, creemos en la resurrección. Iremos en cuerpo y alma al
encuentro con Dios. Aquí, cuerpo y alma significa: nosotros como personas, con nuestra
historia concreta, nosotros como personas únicas e inconfundibles, iremos a encontrarnos
con Dios. Y, como tales, todos entraremos a formar parte de la comunión con Dios y nos
veremos los unos a los otros. No dejaremos de participar en el amor, tanto en el amor de
Dios como en el amor a las personas a las que hemos amado aquí. El filósofo francés
Gabriel Marcel dijo en una ocasión: «Amar significa decir al otro: "Tú no morirás"».
Muchas personas que han pasado por experiencias de proximidad a la muerte afirman

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que fueron acogidas por sus parientes difuntos. Naturalmente, esto no constituye aún una
prueba de que volveremos a vernos, pero podemos tomarlo como un fortalecimiento de
nuestra fe. Al leer las cartas que los hombres que lucharon en la resistencia contra el
Tercer Reich escribieron a sus esposas antes de ser ejecutados, descubrirás siempre una
firme esperanza: «Volveremos a vernos». Ellos confiaban en que sus verdugos, aun
cuando pudieran quitarles la vida, no tenían poder sobre su amor. Por tanto, confía en
que volveréis a veros. Pero, al mismo tiempo, renuncia a imaginar ese encuentro de una
manera demasiado concreta. Os veréis de nuevo, pero el modo en que esto sucederá
escapa, en última instancia, a nuestra capacidad imaginativa, y sigue siendo un misterio.

Los teólogos dicen que Dios está en todas partes, también en nosotros. Yo tengo
dificultades para entenderlo.

Si Dios está también en mí, ¿por qué no puedo sentirlo?

No podemos forzar la experiencia de Dios. Esta experiencia es siempre un regalo. Dios se


muestra a nosotros. Pero hay ayudas que nos permiten estar abiertos a la experiencia de
Dios. El primer paso es el siguiente: pregúntate si te sientes a ti mismo. Si no me siento a
mí mismo, entonces tampoco sentiré a Dios. Si te sientes a ti mismo, esto no es aún una
experiencia de Dios, pero te abre a ella. Imagina que estás en la presencia de Dios,
envuelto por su amor. Tal vez experimentes una sensación de seguridad. Esto constituye
una forma de experiencia de Dios. Entonces puedes imaginar lo siguiente: estoy entrando
en mi interior, y allí siento mis pensamientos y sentimientos. Pero no me detengo ahí.
Penetro cada vez más profundamente en mí mismo, a través de todos los pensamientos
y sentimientos, a través de lo consciente y lo inconsciente, hasta llegar al fundamento de
mi alma. ¿Con qué me encuentro al penetrar hasta el fondo de mí mismo: solo con mis
propias emociones, o con un misterio que hay en mí y me sobrepasa? ¿Hay en el fondo
de mi alma algo que escapa a mi control? Entonces puedo vislumbrar que Dios habita en
mí, en el fundamento de mi alma. Pero ese Dios que habita en mí no está a mi
disposición. No me pertenece. Es el misterio que escapa a mi control y que, al mismo
tiempo, siempre se oculta en mí. Pero tal vez surja entonces en ti el presentimiento de
que tú mismo eres un misterio. Si te escuchas en profundidad a ti mismo, descubrirás
que no eres capaz de describir tu propio yo. No conseguirás responder a la pregunta
sobre tu identidad, porque esta desemboca en el misterio. Tampoco puedes responder
claramente a la pregunta por Dios, pero vislumbras el misterio de Dios en el fundamento
de tu alma. Entonces, entra en la quietud. Entrégate a esa quietud y descubre que es Dios
mismo aquel en quien encuentras tu sosiego.

También se puede sentir a Dios a través de la naturaleza. Considera la belleza de la


creación. ¿Qué ves en ella? ¿Solo las flores, los bosques y los campos, o eres capaz de
contemplar, en medio de toda la hermosura, algo de la belleza de Dios que te envuelve?
¿Qué sientes cuando el sol te ilumina: solo los rayos del sol o el amor de Dios que te toca

81
por medio del sol? Quizá puedas sentir a Dios también por medio de la música. Escucha
una cantata de Bach o una misa de Mozart. Tal vez la música te abra al misterio de Dios,
quien se hace audible en esas composiciones maravillosas y abre nuestro corazón al
misterio inaudible e inexpresable.

DE improviso me he dado cuenta de que la religión, en medio de todo aquello que llena
mi vida, se ha convertido en los últimos años en algo cada vez menos importante, y casi
he olvidado lo que significaba antes para mí. Pero también tengo de continuo la
sensación de que me falta algo.

¿Cómo puedo redescubrir aquello que constituye más profundamente la religión?

Si la religión ha desaparecido de tu vida, esto tiene ciertamente un sentido. Tal vez tenías
una comprensión demasiado simple o demasiado superficial de la religión. Esto es lo que
has perdido. Esta pérdida pretende decirte que has de preguntarte nuevamente qué
significa lo religioso para ti. Sientes el deseo de la religión. En ese deseo de la experiencia
religiosa se encuentra ya algo religioso. Pregúntate, por tanto, qué es lo que realmente
deseas. Y entrégate a ese deseo, porque él te llevará hacia Dios.

Otro camino consistiría en ver de nuevo con más exactitud lo que la religión significó
para ti en la infancia. ¿Qué vivías cuando ibas a la iglesia con tus padres, cuando ellos
rezaban contigo? ¿Qué imágenes de Dios tuviste en la infancia? ¿Significaba la religión
algo para ti? ¿Qué significaba para tus padres? Pregúntate por las experiencias que tu
familia y tú tuvisteis con la religión. Tal vez entres de nuevo en contacto con las raíces de
tu fe.

Oto camino consiste en leer la Biblia u otros libros religiosos. Lee pausadamente y
pregúntate: ¿entiendo lo que leo? ¿Me toca el corazón? ¿Qué despierta esta palabra en
mí? Entonces, confía en tu sentimiento. También puedes acudir a una celebración
litúrgica. Puedes hacerlo sencillamente como un espectador que observa desde fuera lo
que está sucediendo. Pregúntate entonces qué es lo que te toca el corazón.

Otro camino es el siguiente: imagina que las palabras de la Biblia, que las
celebraciones litúrgicas o los ritos tienen sentido. Y experimenta con ello. Si es cierto lo
que dice el Salmo 23: «El Señor es mi pastor, nada me falta», ¿qué significan estas
palabras para mí? ¿Tienen la capacidad de cambiar mi vida? ¿Me hacen afrontar la
jornada de otro modo?

Sigue buscando y confía en tu deseo. En tu deseo está presente ya la religión.


Encontrarás a Dios y encontrarás un camino en el que el misterio de la religión, el
misterio de Dios y el misterio de tu propia vida se manifestarán para ti.

UNA de mis amigas ha estado recientemente en un congreso sobre ángeles. Los ponentes

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hablaron de contactos directos y encuentros sanadores con los ángeles, que les dieron
consejos muy concretos para su vida.

¿Intervienen realmente los ángeles en nuestra vida?

Parece que tu amiga ha estado en un congreso esotérico sobre ángeles. Quienes profesan
creencias esotéricas están convencidos de que los seres angélicos están a nuestra
disposición. Como cristianos, nosotros creemos también en ángeles que nos acompañan
y nos protegen. Pero los ángeles son mensajeros de Dios, que es quien nos los envía.
Nosotros podemos pedir a los ángeles que nos acompañen, pero no tenemos ningún
poder sobre ellos. No podemos hacer que se presenten a nuestro antojo para exigir que
nos auxilien. A veces, nos ayuda la sobria dogmática de la tradición teológica, según la
cual los ángeles son seres espirituales y poderes personales creados. Como seres creados,
se puede tener experiencia de ellos. Pueden manifestarse en un impulso interior, o en otra
persona que, en un determinado momento, se convierte en un ángel para nosotros, pero
también en una experiencia de luz o en una aparición. Son poderes personales, pero no
son personas que podamos tener bajo nuestro control. Protegen nuestro ser para que no
nos desintegremos. Jesús dice en la Biblia que los ángeles nos acompañan y que, al
mismo tiempo, contemplan el rostro de Dios (Mt 18,10). A partir de esta palabra de
Jesús, los Padres de la Iglesia desarrollaron la doctrina del ángel de la guarda, según la
cual todo ser humano recibe al nacer un ángel que estará a su lado, que lo acompañará,
incluso cuando se desvíe y se extravíe, y que lo conducirá en la hora en que fallezca, a
través del umbral de la muerte, hasta las manos bondadosas de Dios. Los ángeles nos
muestran la proximidad sanadora de Dios y nos ponen en contacto con el potencial que
se encuentra en nuestra alma. Pero, como ya se ha dicho, nosotros no podemos disponer
de ellos. Los ángeles son una realidad sobre la que solo podemos hablar por medio de
imágenes. Por algo los artistas los representen con alas. Los ángeles nos dan alas. Dan
levedad a nuestra alma. Pero la imagen de las alas pretende decirnos también lo siguiente:
si queremos saber con demasiada precisión lo que son los ángeles, qué aspecto tienen y
lo que nos dicen muy concreta y exactamente, entonces vuelan lejos de nosotros. Sobre
los ángeles solo podemos hablar de un modo aproximativo. Ellos son compañeros fieles
en nuestro camino, pero, al mismo tiempo, no están a nuestra disposición.

A mí me transmitieron sobre todo imágenes de Jesús como una persona severa: el Jesús
que expulsa a los vendedores del templo, que exige que nos separemos de nuestros
padres, que vino a traer la espada, que fue martirizado en la cruz.

¿Es posible imaginarse también a Jesús como una persona alegre y sonriente?

Los relatos evangélicos nos muestran muy claramente que Jesús fue un hombre de
corazón alegre y abierto. Jesús percibía la belleza de la creación y contaba parábolas
maravillosas. Era capaz de cautivar a las personas con sus relatos. Las sanaba y las

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consolaba. Les enseñaba que eran acogidas incondicionalmente. Manifestaba la
misericordia divina a quienes se sentían pecadores y entraba en comunión con ellos,
comía y bebía con ellos. Es cierto que en esas comidas no reinaba la seriedad. En ellas
había alegría y jovialidad. Y el Evangelio de Juan nos asegura que Jesús nos amó hasta el
extremo. Era un amor de amistad auténtico y profundo. Él mismo nos dice: «Nadie tiene
mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

Es indudable que toda imagen de Jesús está siempre condicionada también por su
tiempo. Aprendiste imágenes severas de Jesús porque durante tu infancia la piedad solía
estar condicionada por una actitud de negación de la vida y de ascetismo. Muchas veces
estaba marcada también por la idea de que el ser humano es malo. Jesús enseñaba a las
personas que acudían a él algo decisivo: que Dios las ama, que tienen un núcleo divino,
una dignidad inviolable. Es cierto que Jesús pronunció también palabras severas; pero su
objetivo no era infundirnos miedo, sino abrirnos los ojos para que no nos dejemos
adormecer por las ilusiones que nos hemos hecho sobre nuestra vida. Con sus palabras,
Jesús quiere siempre despertar la vida en nosotros. Él dice respecto a sí mismo: «He
venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). A esta vida en
plenitud pertenecen ciertamente también la jovialidad y la libertad, el humor y la risa.
Pero el modo en que cada uno vive esa vida en plenitud depende también de su
estructura interior. Y, por lo demás, deberíamos evitar expresiones como: «Todos
tenemos que estar alegres», porque con ellas hacemos que las personas de carácter
depresivo tengan mala conciencia. Con sus dichos, Jesús transmite alegría, no porque nos
exhorte a alegrarnos, sino porque sus palabras nos ponen en contacto con la alegría que
se encuentra en el fondo de nuestra alma, pero que muchas veces está mezclada con
angustias y tristeza. Jesús afirma sobre sí mismo: «Os he dicho estas cosas para que mi
alegría esté en vosotros, y para que vuestra alegría sea colmada» (Jn 15,11).

A juzgar por el modo en que la Iglesia se presenta hoy, parece evidente que se está
atrofiando y va camino de perder su importancia para la sociedad y para la vida de la
mayor parte de las personas.

¿Tiene futuro la iglesia?

Yo creo firmemente que la Iglesia tiene futuro. Por supuesto, tenemos que despedirnos
de la concepción de la Iglesia popular, que llega a todas las personas e influye también en
todos los sectores sociales. Pero si la Iglesia cree de verdad en su misión y la cumple por
medio de su acción, entonces tiene futuro. La Iglesia tiene una tarea muy decisiva:
mantener planteada en nuestro mundo la pregunta por Dios. Nuestra sociedad corre el
riesgo de dejarse determinar totalmente por la dimensión económica. Todo es valorado
desde puntos de vista económicos. Esto priva al ser humano de su verdadero valor. La
Iglesia tiene la tarea de comprometerse en favor de las personas. Abriendo el cielo para el
ser humano, crea para él un espacio de libertad, de modo que no se deje determinar por

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intereses puramente económicos. Poniendo a Dios en el centro, hace posible que el ser
humano encuentre su propio centro. La Iglesia necesita recuperar su sabiduría espiritual y
ofrecer a las personas un lugar donde puedan poner en práctica su búsqueda espiritual.
Solo tiene futuro si recobra su competencia espiritual.

Otra tarea de la Iglesia es asumir la función profética en nuestra sociedad. No debe


situarse en este mundo como quien lo sabe todo. Ahora bien, al igual que los profetas del
Antiguo Testamento, tiene la misión de llamar la atención sobre las tendencias que en
nuestra sociedad causan daño al ser humano, y debe luchar contra la injusticia y la
mentira. Este envío profético no es siempre agradable. Pero necesitamos un
amonestador, alguien que no se ajuste a todas las tendencias de la moda, y que
identifique y denuncie sobre todo las tendencias de nuestra sociedad que son contrarias a
la vida.

Es probable que la Iglesia como institución disminuya. Pero esto no es


necesariamente una desventaja. Más bien es una oportunidad. Así puede llegar a ser
auténtica y anunciar de un modo nuevo su mensaje del Reino de Dios en este mundo.
Allí donde Dios reina, el hombre se hace libre. Allí donde reinan ídolos como el dinero, el
poder o el éxito, el ser humano se hace esclavo. La Iglesia del futuro es la defensora de la
libertad y la dignidad del ser humano y, al mismo tiempo, el lugar donde él encuentra su
patria en medio de este mundo. Porque solo podemos estar en casa donde habita el
misterio. Donde la Iglesia es un espacio para este misterio de Dios, allí encuentra el ser
humano desamparado de nuestro tiempo una patria y un hogar.

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HAY dos cuestiones que preocupan especialmente a las personas: ¿cómo convivo con mi
enfermedad cuando me veo afectado por ella?, ¿cómo me relaciono con las personas
enfermas? En los enfermos nos encontramos con nuestro propio miedo a enfermar, a
envejecer, y quizá a vernos desamparados o dementes. Pero tiene poco sentido
interpretar la enfermedad, por ejemplo, a partir del pasado. Porque entonces emerge
rápidamente en nosotros un modelo de interpretación: «¿Qué he hecho mal para caer
enfermo?». O bien: «¿Por qué me castiga Dios con la enfermedad». Tales modelos de
interpretación no prestan ninguna ayuda. Solo producen en nosotros sentimientos de
culpa. Y estos nos torturan. En vez de ayudarnos a recuperar la salud, hacen que
estemos más enfermos. En vez de preguntarnos por la causa de la enfermedad en este
sentido, es mejor aceptar su desafío y preguntarnos qué sentido descubrimos en ella o
qué sentido podemos darle.

Cuando veo así la enfermedad, tengo dos opciones: o dejo que la enfermedad
destruya mis ideas sobre mí mismo, sobre mi vida y sobre Dios, o me mantengo firme en
ellas. Entonces corro el peligro de arruinarme yo mismo. La enfermedad destruye, por
ejemplo, mi concepción se gún la cual podría, por medio de una alimentación saludable y
un modo de vida sano, garantizar mi salud. El mal que padezco destruye la idea que
tengo de mí mismo, según la cual soy siempre fuerte, tengo éxito, gozo de buena salud y
rindo mucho. Y destruye mi concepción de la vida, según la cual puedo conseguir todo lo
que quiera. Hace fracasar mi ilusión de que puedo siempre saborear intensamente la vida.
Y también destruye mi idea de Dios: del Dios que me libra de toda desgracia y me
protege también de la enfermedad y la muerte.

Si dejo que esas ideas sean destruidas, entonces puede acontecer algo nuevo en mí.
Me abro a mi verdadero yo. Descubro entonces quién soy realmente. Entro en contacto
con mi yo originario y auténtico. Tomo conciencia de mí mismo. Y me abro a las
personas que me rodean. Las percibo de un modo diferente, las comprendo mejor en su
propia enfermedad. Y me abro al Dios totalmente diferente. Dios es amor. Pero ese amor
es con frecuencia completamente distinto de lo que yo imagino. Es, en última instancia,
incomprensible.

Pero si sigo aferrado a mi idea de mí mismo, de mi vida y de Dios, me destruiré.


Mantengo mi autoimagen, según la cual siempre soy fuerte y tengo éxito. Pero al destruir
la autoimagen a la que me aferro, la enfermedad me destroza también a mí. Entonces
siento que carezco de valor. Ya no quiero vivir. Ya no me comprendo. Ya no puedo
aceptarme a mí mismo. Y la enfermedad me destroza, porque todo aquello que asocio a

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la vida ya no es posible. Entonces la vida carece de valor para mí cuando ya no puedo
subir a una montaña, ni saborear una buena comida y un buen vino. Y tampoco quiero
saber ya nada de Dios, que no me libró de la enfermedad. Ahora bien, si Dios ha sido
para mí, durante muchos años, el apoyo y el fundamento de mi vida, me arruino a mí
mismo cuando me aparto de ese Dios y me cierro a él, porque entonces me cierro, en
última instancia, a mi propio deseo y al conocimiento profundo de mi yo, a saber, que
estoy en Dios.

Otras cuestiones que siempre emergen en este contexto se refieren a la convivencia


con los enfermos. En ellos percibimos con frecuencia aspectos que nunca habíamos
visto: por ejemplo, su deseo de no seguir viviendo, de poner fin a su vida. O nos
encontramos con su debilidad. Los enfermos, a quienes siempre hemos tratado con
respeto, a quienes tal vez hemos admirado, se vuelven de pronto débiles y desvalidos.
Esto hace que nos sintamos inseguros. Pero a veces justamente la convivencia con
nuestro padre enfermo o con nuestra madre debilitada puede transformar y profundizar
nuestra relación con ellos. De pronto los comprendemos. Nos reconciliamos con nuestro
padre, que depende de nuestra ayuda, que ya no habla ruidosamente ni es exigente y nos
trata ahora de un modo nuevo. Nos reconciliamos con nuestra madre, a la que
conocemos de una manera nueva en su enfermedad. La convivencia con los enfermos es
siempre también una oportunidad para nosotros, porque podemos encontrarnos de una
forma nueva y tal vez reconciliarnos con ellos en caso de que haya viejas heridas.
Deberíamos aprovechar esa oportunidad, a pesar de todas las dificultades que
experimentemos, por ejemplo, al cuidar o acompañar a nuestros progenitores ancianos en
la vejez. Pero es importante que tengamos siempre en cuenta nuestros propios límites.
Solo quien convive bien con sus límites puede también, a largo plazo, convivir bien con
las personas enfermas y necesitadas de ayuda.

M1 padre, que no había estado nunca enfermo, ha envejecido, se siente débil y está
postrado en cama. Pero no puede soportarlo de ninguna manera. Recientemente me ha
sorprendido al decirme que se va a matar, que ya no quiere vivir y que yo debería
ayudarlo. Llegó incluso a proponerme que le envolviera la cabeza en una bolsa de
plástico y la mantuviera bien cerrada. Aunque he tratado de disuadirlo y de tomar su
propuesta como una broma, también yo me encuentro, por supuesto, profundamente
conmocionado.

Me siento muy inseguro acerca del modo en que debo comportarme en el futuro.

Tu primera reacción - tomar la propuesta de tu padre como una broma - ciertamente fue
buena, porque distendió la situación. En aquella circunstancia, una conversación más
profunda difícilmente habría tenido sentido. Pero como te sientes inseguro, sería bueno
que retomarais el tema en una ocasión apropiada. Ahora bien, yo no discutiría sobre ello,
sino que le preguntaría qué concepción tiene de su propia vida y qué desea, qué necesita

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para poder vivir bien. Si piensa que por estar postrado en cama lleva una existencia que
no es digna de ser vivida, entonces puedes hablarle sobre lo que hace que un ser humano
sea valioso. ¿Es únicamente el rendimiento y la salud, o es su misma persona? Y la
persona permanece, aunque esté enferma y encamada. Ciertamente deberías entender
que no es fácil para él aceptar la pérdida de las fuerzas y de la salud. Le resulta doloroso
despedirse de aquello que hasta ahora ha formado parte de su concepción de la vida.
Pero también la enfermedad forma parte de nuestra vida. Y solo cuando la aceptamos,
maduramos - tal vez incluso nos hacemos personas sabias-. Entonces puedes decirle
también cuáles son tus de seos para él. Puedes decirle que estás orgulloso de un padre
que es también capaz de ser frágil, que pasa por la enfermedad e irradia algo que hace
bien a todos. Y puedes decir a tu padre que deseas que pueda ser aún por mucho tiempo
una bendición para toda la familia, no por lo que realiza, sino por lo que es.

HACE dos meses me diagnosticaron que tenía un cáncer. Todos me infunden esperanza
diciéndome que puedo ser operada. También mi familia me fortalece mucho. Mi hija es
especialmente valiente. No obstante, sufro ataques de pánico, sobre todo por la noche.
Siento angustia especialmente ante la posibilidad de tener que dejar sola a mi hija.

La angustia casi me está matando.

Tus ataques de pánico muestran que amas a tu hija y deseas ser aún durante mucho
tiempo una buena madre para ella. Habla con tu angustia y ofrécesela a Dios. No sientas
remordimiento por el hecho de tener miedo. El miedo puede existir. Tiene un sentido.
Pretende invitarte a reflexionar sobre tus preocupaciones. No puedes asumir para
siempre el cuidado de tu hija. Confía en que Dios mantiene su mano bondadosa
extendida sobre ella. Y ora pidiendo a Dios que cure tu cáncer por medio de todas las
ayudas que los médicos ofrecen, de modo que puedas ser por mucho tiempo una buena
madre. Pero considera también que no somos dueños de la duración de nuestra vida.
Todos estamos en las manos de Dios, en cualquier situación. Tenemos que cuidar de
nuestros hijos y, al mismo tiempo, dejar a un lado la preocupación y confiar en que Dios
les dé la fuerza suficiente para que también ellos encuentren su camino. No luches contra
tu angustia, porque de ese modo solo la fortaleces. Entabla amistad con ella, porque
pretende recordarte que debes confiar siempre a la protección de Dios tu vida y la de
toda tu familia. La angustia te invita a vivir conscientemente cada momento que Dios te
concede. Deja que ella te estimule a dedicarte afectuosamente a tu hija y a percibir de un
modo nuevo el misterio que tu hija representa, a decirle palabras de amor y de cariño que
no le decías desde hace mucho tiempo. Entonces no necesitarás librarte de tu angustia,
porque se habrá transformado en una invitación a vivir de un modo intenso y atento.

DESDE hace varios años padezco esclerosis múltiple. He vivido algunos periodos de
esperanza, pero últimamente estoy en silla de ruedas y mi estado empeora cada vez más.
Durante los últimos años he luchado por la curación y por encontrar respuestas a la

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pregunta por el sentido. Ha sido un periodo muy difícil en el que, junto a la
desesperación, ha habido también esperanza. ¿Y ahora? Físicamente estoy peor y el
objetivo que antes perseguía - encontrar una respuesta al porqué - ha desaparecido de
repente.

¿Qué sentido tiene TODO esto?

Nunca encontrarás la respuesta a tu porqué. No sabemos por qué nos afecta una
determinada enfermedad. únicamente podemos tratar de darle una respuesta y - como
dice Viktor E.Frankl, el terapeuta judío que estuvo en el campo de concentración -
encontrarle un sentido. La enfermedad no lo tiene, pero podemos darle uno. Jesús nos
ofrece una clave sobre el modo en que podemos dar un sentido a la enfermedad. Él
acompaña a los discípulos que están tan decepcionados por su muerte en cruz que huyen
de Jerusalén y se dirigen a Emaús. Ellos no entienden nada de lo que ha pasado. No
pueden comprender por qué Dios permitió que a Jesús, el Rabí admirable, le pasara eso.
Jesús habla con ellos sobre su decepción. No les dice por qué sucedió todo aquello, pero
les muestra, a partir de la Biblia, que no careció de sentido y no fue un fracaso, sino un
camino hacia una nueva vida, un camino hacia la gloria de Dios. Él les dice: «¿No tenía
que padecer todo eso el Mesías para entrar en su gloria?» (Le 24,26).

Nosotros podríamos entender esa respuesta, aplicada a nuestra vida y a nuestra


enfermedad, del siguiente modo: la enfermedad destruye mis ideas sobre mí mismo,
sobre mi vida y sobre Dios. Si dejo que esas ideas sean destruidas, no me destrozo, sino
que me abro a mi verdadero yo y al Dios incomprensible, al esplendor originario que
Dios me concedió.

La enfermedad hace que te plantees esta pregunta: ¿quién soy yo? ¿Cuál es el
sentido de mi vida? Necesitas despedirte de la ilusión de que puedes dar un sentido a tu
vida a través de tus realizaciones. Tu vida es valiosa simplemente por el hecho de que la
vives y es única. Con tu vida dejas una huella en este mundo. Si justamente en tu
enfermedad te haces permeable a Dios, entonces ella se convierte en una bendición para
otras personas, entonces la gloria de Dios resplandece en ti. Eres permeable al amor de
Dios, que es más fuerte que la muerte. Naturalmente, no es fácil que alguien en su
impotencia se entregue por completo al incomprensible amor de Dios y se haga
permeable a ese amor. Es un proceso doloroso. San Pablo expresa la experiencia de una
enfermedad que hubo de padecer en su cuerpo, y que no pudo superar, con estas
palabras: «Si nuestro exterior se va deshaciendo, nuestro interior se va renovando día a
día» (2 Co 4,16). Por eso, te deseo que te reconcilies con tu enfermedad incomprensible
y que descubras el espacio interior en el que Dios habita en ti. Allí donde Dios habita en
ti, estás sana e intacta. Allí no tiene acceso la enfermedad. Y a partir de allí puedes
irradiar algo que se convierte en una bendición para ti y para las personas con las que te
encuentras.

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DURANTE mucho tiempo he sufrido continuas depresiones, pero ahora estoy teniendo
la experiencia de una gran alegría de vivir y, al mismo tiempo, siento angustia ante la
posibilidad de que esto no sea más que el lado maniaco de mi enfermedad. ¿Tengo que
confiarme a los cuidados del médico o más bien escuchar a mi corazón, que me dice que
me alegre sencillamente por haber encontrado de nuevo el placer de vivir?

¿Puede la alegría ser patológica?

Escucha a tu corazón y da gracias por la alegría de vivir que estás experimentando. Si


sientes angustia ante la posibilidad de que pueda tratarse únicamente del lado maniaco de
tu enfermedad, entonces responde a esa angustia tratándote cuidadosamente. Presta
atención a la justa medida. En efecto, «manía» significa siempre «falta de medida». La
alegría puede ser desmedida. Pero trata de dormir lo suficiente, de no trabajar en exceso
y de seguir una rutina diaria metódica. Si mantienes de este modo una justa medida,
puedes entregarte con agradecimiento a tu alegría de vivir. No tienes ninguna garantía de
que ese gozo permanecerá siempre, pero la angustia ante la posibilidad de que dentro de
dos meses haya desaparecido no puede ser un motivo para que no te alegres ahora.
También la alegría es un regalo que disfrutamos, pero no podemos retenerlo. Mientras
sientas esa alegría de vivir, agradece a Dios ese regalo. Tal vez ese gozo de vivir se torne
más sereno. En cualquier caso, lo que ahora estás sintiendo es una parte de ti. Y aun
cuando de pronto no te encuentres tan sano, debes saber que por debajo de la depresión
mana siempre también la fuente de la alegría. A veces, esa fuente está cegada. Entonces
nuestro deber es entrar de nuevo en contacto con ella pasando a través de todos los
demás sentimientos que han ido cegándola. Así pues, disfruta de la alegría que sientes
ahora. Al saborearla, estás en sintonía contigo mismo. Y mientras mantengas el contacto
contigo, no necesitas sentir ninguna angustia ante la posibilidad de ser maniaco. No dejes
que la angustia te aparte de la alegría; por el contrario, acéptala como una invitación a
disfrutar del gozo como un regalo de Dios y a percibirte de un modo nuevo. En vez de
interpretar la alegría como manía patológica y sofocarla por causa de esa interpretación,
entiéndela como la transformación de tu herida (de la depresión) en una perla: la perla de
una nueva vitalidad y de un gozo nuevo.

No consigo alegrarme con nada. Lo veo todo negro. Antes sentía alegría cuando
caminaba por la naturaleza. Hoy camino, pero ya no siento nada. Todo se ha vuelto
vacío para mí. Y yo me he vuelto insensible.

¿Qué puedo hacer para alegrarme de nuevo?

No hay ningún truco rápido para poder alegrarse de nuevo. Lo que has descrito parece
una depresión. Una persona deprimida ya no siente nada; la alegría le parece una palabra
extraña, una palabra que ya no tiene ningún efecto sobre ella. Un primer paso sería que
te reconciliaras con tu depresión. En tu alma se ha instalado algo que te impide alegrarte.

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Yo hablaría con la depresión. ¿Qué es lo que quiere decirme? ¿Se trata de una depresión
por agotamiento? ¿Me está mostrando que primero tengo que cuidar bien de mí mismo
para entrar de nuevo en contacto conmigo y con mis sentimientos? El segundo paso
consiste en que trates de percibir algo con tus sentidos. Camina por la naturaleza y trata
de sentir el viento en tu piel, y el sol que te da calor. No es preciso que tengas
sentimientos muy determinados. Pero si lo intentas, tal vez puedas percibir y sentir de
nuevo algo que viene de fuera hasta ti. Y esto podría ser la señal de que puedes
comenzar a percibir también la belleza que hay a tu alrededor y puedes alegrarte con ella.
El tercer paso podría ser el siguiente: percibe tu propio vacío. Siente lo que hay en el
interior de tu cuerpo. ¿Dónde podrás sentir ese vacío: afecta a todo tu cuerpo o se ha
instalado solo en un ámbito determinado? Imagina ese vacío y camina a través de él.
¿Hay otros sentimientos y otras imágenes que emergen en ti? Confía en que por debajo
del vacío se encuentra en ti una fuente de alegría. Aun cuando no sientas la alegría, ella
está presente incluso en esas condiciones. Únicamente la imaginación puede relativizar tu
sensación de vacío. No te sometas a presión para sentir la alegría de nuevo. Pero
tampoco desistas. Trata de aproximarte a la alegría que hay en ti. Tal vez una palabra, un
encuentro o una experiencia espiritual puedan ponerte de nuevo en contacto con esa
alegría.

Ml suegra vive en una residencia de ancianos. Padece demencia y muchas veces no


reconoce ni siquiera a su hijo. Nuestras visitas me alarman. Por un lado, percibo que es
difícil dar a una persona, que en muchos aspectos se ha vuelto extraña, el amor que
merece. Y, por otro, mi marido y yo nos sentimos siempre sobrecogidos por la angustia.

¿Nos sucederá algo parecido a nosotros?

Dos son los sentimientos que tienes cuando estás con tu suegra demente. Uno es el
sobresalto ante una persona que parece vivir en otro mundo, que está tan enajenada que
no reconoce ni a sus propios hijos. Esto es doloroso. Pero podemos confiar en que detrás
de esa fachada insensible se encuentra aún un ser humano con su dignidad. Y a veces
penetra una luz a través de la fachada. Puedes confiar en que, a pesar de la demencia, tu
suegra percibe el amor que le das. Naturalmente, ese amor es siempre unilateral, porque
no recibes ninguna respuesta. Es más bien conmiseración. Tal vez te ayude el imaginar
que en tu suegra estás amando y tratando bien a una parte inconsciente de ti misma.

El segundo sentimiento es la angustia ante la posibilidad de que un día puedas verte


afectada por la demencia. Yo también conozco esa angustia. Es bueno confrontarse con
ella. En primer lugar, no tiene que hacerse realidad. La demencia es un desafío para que
vivamos conscientemente, con todos los sentidos, para que continuemos el camino y no
nos quedemos parados. Por otro lado, la demencia nos muestra en qué consiste nuestra
verdadera dignidad. Esta es una realidad más profunda que lo que mostramos hacia
fuera. Hay en nosotros un núcleo indestructible, un núcleo divino, que no será eliminado

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ni siquiera por la demencia. Aun cuando nosotros, en la demencia, nos retiremos del
mundo consciente, nuestro núcleo interior permanecerá claro y despierto. Y aunque
estemos afectados por la demencia, al morir, iremos al encuentro con Dios. Acoge la
angustia como una invitación a vivir conscientemente y agradecida por la vitalidad que
Dios te ha dado. Y deja que la angustia te recuerde siempre quién eres verdaderamente y
que en ti se encuentra algo que es más fuerte que la muerte: el amor y tu persona
inconfundible, que es única y resplandece en medio de todo lo que podría turbar tu brillo
originario.

EN este momento padezco trastornos del sueño. Después de dormir unas pocas horas
me despierto y doy vueltas a mis problemas. Hago horas extraordinarias en mi despacho
y, a pesar de todo, no consigo realizar mi trabajo. También en casa tengo
preocupaciones: mis hijos están en la pubertad y mi marido tiene en su empresa enormes
dificultades, que, naturalmente, también me afectan. Y después de una noche insomne,
estoy aún más cansada al día siguiente.

¿Cómo puedo combatir mis problemas de sueño para poder recobrar mis energías?

Desearías no despertarte por la noche, mas no puedes evitarlo. Pero lo que sí depende de
ti es cómo afrontas el hecho de estar despierta. No luches contra ello, sino afróntalo
como una oportunidad. Podría ser una oportunidad para presentar tu vida ante Dios y
hablar con él sobre ella. En vez de cavilar sobre la forma de resolver todas las
dificultades, reza por tu marido y por tus hijos. Entonces crecerá tu confianza. Y, con esa
confianza, podrás también conciliar el sueño y descubrirás que lo más importante no es
cuántas horas duermes. Si en las fases en que estás despierta, te permites descansar
distendidamente en los brazos amorosos de Dios y, con tus preocupaciones, te
abandonas al amor de Dios, entonces también esas fases serán importantes y
reparadoras. Tal vez te despiertes de noche porque durante el día no tienes ningún
momento para presentar tus problemas a Dios. El sueño guarda relación con el
desprendimiento. Si luchas contra el insomnio, este se hace aún más intenso. Si en la fase
en que estás despierta no haces otra cosa que cavilar, a la mañana siguiente estarás
rendida de cansancio. Pero si en vez de irritarte por el hecho de estar despierta, lo acoges
como una llamada de Dios, entonces esos momentos en que estás en vela pueden ser
fecundos para ti. En efecto, el hecho de despertarse de noche es también una invitación a
la serenidad. Imagina que con tus problemas, tu inquietud y tu insomnio estás
descansando en las manos de Dios. Entonces, lo más importante no es que concilies el
sueño. Al descansar en sus manos, tu cuerpo encontrará el reposo que necesitas.

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EN contra de lo que esperaríamos, la vida no discurre sin obstáculos. A veces
fracasamos con nuestro proyecto de vida, en nuestra profesión o en nuestro matrimonio.
Cuando fracasamos, se destruye el edificio de la vida que hemos construido, pero esto
puede ser también una oportunidad. La oportunidad consiste en que Dios recomponga
los fragmentos de nuestra existencia, de modo que corresponda más a la imagen
originaria y auténtica que Él se hizo de nosotros. Muchas personas tienen dificultades
para admitir el fracaso. Pero si nos reconciliamos con nuestro fracaso sin culparnos,
entonces, a pesar de todas las rupturas, reconoceremos también un hilo conductor en
nuestra vida. Continuidad y rupturas: ambas cosas forman parte de nuestra existencia. La
continuidad nos da la confianza en que nuestra vida no está constituida simplemente por
piezas aisladas de un puzzle, las cuales no ofrecerían una imagen de conjunto y no
tendrían conexión interna. Por el contrario, experimentamos en la continuidad de esa vida
un hilo conductor que la atraviesa y que, a pesar de todas las fracturas, le concede
unidad. Nuestra vida es una totalidad, una obra de arte que, por medio de las fisuras, se
abre a la verdad in terior. Las rupturas nos muestran que a menudo mezclamos la imagen
interior que Dios se hizo de nosotros con nuestras propias imágenes y expectativas.
Además, tales fracturas nos revelan la imagen originaria.

En los siglos pasados, la Iglesia puso en el centro de su anuncio la culpa y la


pecaminosidad. Por ese medio infundió sentimientos de culpabilidad en muchas personas
y les hizo daño. Pero hoy nos encontramos frente el peligro contrario: excluir de nuestro
pensamiento el fenómeno de la culpa en cuanto tal. Ahora bien, todo ser humano tiene el
sentimiento de que puede ser culpable y perder su vida. En las tragedias, los griegos
hablaban de la trágica culpa del ser humano. También otras religiones conocen el
fenómeno de que el ser humano vive de espaldas a sí mismo y a su verdad. Si excluimos
la culpa del discurso religioso, entonces las personas hablarán de ella en la sesión de
terapia. Por eso, lo verdaderamente importante es hablar de ella de tal modo que no
transmitamos angustia por la culpa sino que, por el contrario, presentemos un medio para
afrontar la realidad y el peso de la culpa. Ese medio es el mensaje cristiano del perdón
concedido por Dios, porque nos libera del juez inmisericorde que llevamos en nosotros
mismos y que siempre nos declara culpables. Necesitamos la misericordia de Dios para
librarnos de nuestra propia crueldad. Esta es la razón por la que el mensaje cristiano del
perdón de la culpa es sumamente central. Es una buena nueva que nos posibilita dirigir
nuestra mirada al amor incondicional de Dios y, al hacerlo, mirarnos también a nosotros
mismos, con nuestros lados sombríos y nuestra culpa, sin condenarnos. El perdón es
comprendido hoy por muchos psicólogos como un acto terapéutico de auto-purificación
y como un medio de convivir humanamente en este mundo. Esto es justo lo que nos

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muestra el perdón concedido por Dios. El perdón pretende capacitarnos para
perdonarnos también a nosotros mismos y los unos a los otros.

CUANDO era aún muy joven, fui violada por un amigo un poco mayor que yo. De
inmediato rompí toda relación con él, y él también se trasladó a otra ciudad y desapareció
de mi vida. Hace poco se presentó de nuevo. Quiere tener una conversación y, según
dice, le gustaría construir una nueva relación de confianza. Aquel incidente ya no me
afecta, pero siento que todo quedó «congelado» en mí con respecto a él. No le deseo
ningún mal ni lo odio, pero quiero tratar por todos los medios de que ni siquiera se
acerque a mí. No quiero que se sienta cómodo.

Sé que debería actuar de otro modo, pero no soy capaz de perdonarlo.

El abuso sexual es una herida profunda que no se puede ignorar. Yo no daría al ex amigo
la esperanza de una nueva relación de confianza. Pero pienso que deberías perdonar.
Porque si no perdonas, la energía negativa que aún está en ti a causa de la herida sigue
actuando en ti. Perdonar no significa olvidarlo todo y reanudar una relación
completamente normal con la otra persona. El perdón significa ante todo que me libero
de la energía negativa que todavía influye en mí por causa de la herida. Si no perdono,
sigo aún preso del otro. Pero solo puedo perdonar si permito que se exprese el dolor por
la herida, y también la indignación que me hace rechazar al otro. No puedes ceder a su
deseo ni dejar que vuelva a abusar de ti. Reflexiona sobre lo que puedes hacer por ti
misma para librarte del abuso. Tampoco te hace bien el sentimiento que expresas con
estas palabras: «Todo quedó "congelado" en mí con respecto a él». El perdón es
compatible con tu deseo de no tener ningún contacto con tu ex amigo. Pero esto no debe
ser entendido como hostilidad, sino como prevención contra una nueva ofensa. Si yo
estuviera en tu lugar, escribiría a esa persona que quiere volver a entrar en contacto y le
expresaría mis sen timientos. La carta no debería contener reproches. Le expondría con
claridad que lo perdono, pero que no deseo ningún contacto. Es importante que la vieja
herida no se abra de nuevo. Entonces sentirás la paz en tu interior. Has perdonado, pero
también le has mostrado que él tiene que asumir las consecuencias de su abuso. Esto es
lo que deduzco de tu observación: «No quiero que se sienta cómodo». En esto hay algo
saludable: no deseas que él resuelva todo con una conversación o actuando como si nada
hubiera pasado. Eso no puede ser. Él tiene que tomar conciencia de lo que hizo. Y el
perdón no significa que la antigua relación vuelva a ser posible. Confía, por tanto, en tu
sentimiento. Pero no te hagas daño a ti misma negándote a perdonar.

UNA amiga mía que pronto cumplirá 90 años conserva una gran lucidez. Siempre ha sido
muy autónoma, pero todavía hoy tiene un amplio círculo de amigos que se preocupan
por ella. Después de un breve periodo de enfermedad, su hija, que vive bastante lejos de
ella, la presionó para que ingresara en una residencia de ancianos. En su desesperación,
mi amiga me telefoneó, y ahora me pregunto si debería haberme puesto más claramente

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de su parte. Le aconsejé que fuera durante un tiempo al asilo «a modo de prueba». Pero
no me he atrevido a hablar con su hija, aun cuando tengo la sensación de que, en esa
residencia - en la que, por lo demás, casi solo hay ancianos dementes-, mi amiga decaerá
y «se atrofiará».

¿He sido demasiado cobarde?

Si yo estuviera en tu lugar, no hablaría con la hija de tu amiga, porque pienso que no se


ganaría mucho con ello. Más bien preguntaría a la interesada si realmente desea ir a la
residencia o si se considera capaz de seguir viviendo sola. Y hablaría con ella sobre la
herida que su hija le ha causado. ¿Qué es lo que el deseo de su hija suscita en ella? Si tu
amiga pudiera hablar sobre ese sufrimiento, entonces comprendería el deseo de su hija o
sentiría la fuerza necesaria para seguir su propio camino. No está obligada a ir a la
residencia. Está claro que aún puede valerse por sí misma. Y tal vez pueda pedir a su
círculo de amigos que cuiden de ella. Más adelante llegará un momento en que
convendrá que vaya a la residencia. Pero a tu amiga no le hará bien dejarse presionar.
Tal vez necesite más tiempo. Y es ella quien debe determinar cuál es el momento
apropiado para ingresar en la residencia. También puedes preguntarle si quiere que hables
con su hija. Solo conviene que lo ha gas si tu amiga te lo pide. Pero en la conversación
no debería haber reproches. Esto no conduciría a nada. También es necesario que
comprendas la preocupación de la hija. Tal vez se descubra entonces un medio para que
el círculo de amigos y la hija busquen juntos una manera de organizar un servicio de
asistencia para la amiga.

HACE unos años tomé una decisión que con el tiempo resultó ser una equivocación. Si
en aquel momento hubiera actuado correctamente, estaría libre de muchas de las
dificultades económicas que hoy me llenan de angustia en relación con el futuro de mi
familia. Con frecuencia no consigo dormir por la noche porque no hago otra cosa que dar
vueltas en torno a aquella decisión errónea y muchas veces me siento deprimido durante
varios días.

¿Qué puedo hacer para dejar de desgarrarme?

Lo primero que necesitas es hacer duelo por haber tomado aquella decisión incorrecta y
que te puso en una situación difícil. Eso duele. Pero después conviene que trates de
llegar, a través del sufrimiento y el duelo, hasta el fundamento de tu alma. Allí no
encontrarás únicamente la decisión errónea, sino que también entrarás en contacto con
tus propias fuerzas. Pregúntate cómo puedes reaccionar hoy frente a aquella decisión; tal
vez sea también una invitación para que afrontes nuevos desafíos o descubras aspectos
de tu personalidad que te hacen bien. Pero si no dejas de dar vueltas a tus sentimientos
de culpa y te desgarras con autocensuras, no entrarás en contacto con tu propia energía.
Tus sentimientos de culpa te apartan de la verdad sobre ti mismo y sobre tu vida.

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Pregúntate, por tanto, qué desafío se encuentra en tu situación y, después, acepta el reto.
Sentirás que te fortaleces con él, y que descubres nuevos caminos que os permitirán
llevar una vida buena a ti y a tu familia. En tu proceso de elaboración del duelo se trata
de que te despidas de las ilusiones que te hiciste con respecto a tu vida. Tal vez una de
esas ilusiones consistía justamente en que creías que podías tener tu vida bajo control,
que todo tenía que salir bien. Una vez que te hayas despedido de tus ilusiones, tal vez
puedas también descubrir el bien que te ha hecho aquella decisión. Quizá tu familia se
haya consolidado y haya descubierto otros valores que están más allá del dinero y la
seguridad.

Yo «gocé» de una educación religiosa muy rigurosa, marcada ciertamente por la angustia
y por una serie de preceptos morales, no por la libertad y la confianza. Todavía hoy
siento rabia hacia las personas que deformaron tanto mi vida y sofocaron durante tanto
tiempo mi alegría de vivir: no solo mis padres, sino también sacerdotes y profesores
santurrones en una escuela llamada «cristiana». ¿Cómo puedo librarme de mi
indignación? Y, sobre todo:

¿Cómo puedo conquistar finalmente la verdadera libertad?

La indignación es la fuerza que necesito para distanciarme de las personas que me


hicieron daño. Necesitas servirte de la rabia para expulsar de ti a las personas que te
robaron el gozo de vivir. Has de transformar esa indignación en una fuerza obstinada:
«Puedo vivir por mí mismo. No necesito de vosotros ni de vuestra actitud hipócrita.
Siento la alegría en mí. No permito que me la robéis». Y después deberías preguntarte
por aquello que llevó a tus padres, a los sacerdotes y profesores, a hablar así de Dios y
del ser humano. ¿Qué angustia se escondía tras ello? ¿Qué reprimieron esas personas con
su actitud religiosa? ¿Qué les hacía sentir angustia? Estas preguntas te llevarán a verlos
no como monstruos, sino como personas atemorizadas que buscaban un medio para
afrontar de algún modo todo aquello que les causaba angustia. Pero hoy debes encontrar
la manera de vivir tu vida en plenitud. Necesitas despedirte interiormente de esas
personas y escuchar en el fondo de ti mismo. ¿Qué es lo que más deseo? ¿Qué es lo que
me sostiene? Al expulsar de tu existencia una religión demasiado estrecha, no debes
arrancar con ella tus raíces religiosas. Porque entonces te faltará algo. Pregúntate: ¿en
qué lugar de mí se encuentran también raíces religiosas saludables? ¿En qué confío? Y
después puedes leer la Biblia o libros religiosos, y preguntarte cuál es la clase de
espiritualidad que deseas. Las viejas imágenes volverán a presentarse una y otra vez.
Pero ahora puedes hacerles frente y decirles: «Os conozco. Provenís de mis padres, de
aquel sacerdote, de aquel profesor. Os dejo con ellos. Ahora confío en mi sentimiento».
Si afrontas de este modo tu pasado, te liberarás cada vez más de aquellas viejas
imágenes. Y podrás buscar para ti imágenes nuevas, imágenes saludables, como las que
la Biblia nos presenta, imágenes que te hacen bien y curan tus heridas.

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HICE daño a una persona que me quería de verdad. Me siento culpable por aquella
ofensa y no consigo librarme de la culpa.

¿Cómo puedo confiar en que Dios me perdona si yo mismo no soy capaz de


perdonarme?

El camino que estamos llamados a recorrer discurre en sentido inverso: debemos confiar
en que Dios nos perdona, y esto ha de ser una ayuda para perdonarnos a nosotros
mismos. Es más fácil creer en el perdón de Dios que perdonarnos a nosotros mismos.
Jesús nos aseguró siempre que Dios es un Dios misericordioso. Dios perdona nuestra
culpa. Pero en nosotros habita un juez cruel, nuestro propio superyó, que siempre nos
condena cuando no estamos a la altura de nuestras propias normas y concepciones.
Puedes, por tanto, confiar en que Dios te perdonó y te perdona siempre. Pon en las
manos compasivas de Dios tu incapacidad de perdonarte. Y después pregúntate por qué
no puedes perdonarte. Supongo que se debe a que sigues aferrado a tu imagen ideal. No
consigues perdonarte porque estás atenazado por una determinada autoimagen que se
rompió por causa de tu comportamiento. Deberías, por tanto, despedirte de esa imagen
que te hiciste de ti mismo. Eso duele. Pero dado que esa imagen se ha roto, deberías
preguntarte: ¿quién soy realmente? No eres ni perfecto ni malo. Eres mediano, como
todos, con puntos fuertes y puntos débiles. Reconcíliate contigo mismo tal como eres, tal
como lo ha puesto de manifiesto tu comportamiento. Una vez que te hayas despedido de
tu sublime imagen ideal, experimentarás en tu interior una nueva libertad interior. Y
descubrirás en ti los dones que Dios te concedió. Sentirás en ti una paz nueva. Te deseo
de corazón esa libertad interior y esa paz.

Tal vez haya aún otro motivo para tu incapacidad de perdonarte. Todos desearíamos
ir por la vida con una vestidura blanca. Pero con el tiempo esa vestidura blanca pasa a
tener manchas oscuras. Hemos de reconciliarnos con ello. No tenemos la capacidad de
vivir tal y como de verdad nos gustaría, con una vestidura impoluta, siempre impecable,
sin ninguna culpa. Se trata, en última instancia, de reconciliarnos con nuestro ser
humano, que es siempre también un ser falible.

DESPUÉS de un accidente de tráfico del que fui responsable y que fue la causa de la
muerte de mi esposa, consiguieron reanimarme tras pasar por una situación en la que
estuve clínicamente muerto. Todavía sufro psíquicamente por la muerte de mi mujer.
Dado que tengo la convicción de que hay vida después de la muerte, me pregunto: ¿por
qué tuvieron que reanimarme? ¡Si estuviera junto a Dios, todo iría bien!

¿Por qué me tocó a mí sobrevivir?

Tampoco yo puedo decir por qué tuviste que volver a la vida. Tu deseo hubiera sido
fallecer con tu mujer, y lo comprendo. Todo habría sido más fácil para ti. Pero te

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reanimaron. Se te concedió una nueva vida, aun cuando sea tan doloroso. Y ahora te
preguntas: ¿cómo debo vivir esta vida que Dios me ha concedido nuevamente? ¿Cuál es
el mensaje de mi mujer, que ahora está junto a Dios? ¿Qué es lo que ella quiere decirme?
¿Qué huella me gustaría dejar impresa en este mundo con mi vida? ¿Cómo puedo vivir
aquí sin mi esposa? Dios te la dio como compañera. Puedes hablar interiormente con ella
sobre lo que desea para ti y lo que te aconseja. No puedes prescindir del duelo por
haberla perdido. Pero el duelo pretende llevarte a una nueva relación con ella, que ha
llegado a la consumación en la muerte. Puedes preguntarte: ¿cuál es la esencia de mi
mujer? ¿Cuál es su mensaje para mí? ¿Qué es lo que ella anhelaba? ¿Cuál es su imagen
más personal, la que ella vivió y que, no obstante, se ha revelado plenamente después de
su muerte? Y pregúntate: ¿quién soy yo? ¿Cuál es mi tarea en este mundo? ¿Por qué
Dios me ha concedido vivir estos años después del accidente? ¿Qué mensaje desearía
comunicar yo a las personas que me rodean? ¿Y qué desearía seguir viviendo en este
mundo de aquello que mi mujer vivió, pero tal vez no ha quedado suficientemente claro
para muchas personas? Pregúntate en la oración qué respuesta deberías dar, con tu
existencia, a la vida y al fallecimiento de tu esposa. Todas estas preguntas no te liberarán
del dolor por la pérdida de tu mujer. Pero puedes transformar tu duelo en una vida nueva
e intensa, una vida con la cual puedes convertirte en una bendición para otras personas.
Y pide a tu mujer que sea una bendición para ti, ahora que ella, por medio de la muerte,
ha llegado a la plenitud junto a Dios.

Yo no soy vegetariana, pero últimamente mi hija critica el consumo de carne y me


pregunta cuál es mi actitud. ¿Qué dice la Biblia con respecto al vegetarianismo?

¿Es lícito hacer sufrir a los animales y matarlos para comerlos?

Está bien que tu hija sea vegetariana. La tradición espiritual ha reflexionado mucho sobre
esta cuestión. La tradición monástica ha renunciado siempre al consumo de carne. San
Benito se lo permite únicamente a los enfermos. Esto tiene también motivos espirituales.
Los monjes sostenían que la alimentación vegetariana es una ayuda para el camino
espiritual, para abrirse más a Dios en la oración. Pero no debemos transformar la
alimentación vegetariana en una ideología. La Biblia parte del principio según el cual
podemos comer carne. La ley judía prohibió solo la carne de cerdo. San Pablo dice que
los cristianos no deben establecer preceptos alimentarios. Debemos ver los alimentos
como un regalo de Dios, en vez de pensar que unos alimentos serían demoníacos y otros
no. Pablo se refiere al problema siguiente: en aquel tiempo, la carne que se vendía en el
mercado público provenía con frecuencia de los sacrificios que se ofrecían a los dioses
paganos. Pero como el cristiano no cree en los dioses ni en los demonios paganos, puede,
según el Apóstol, comer esa carne sin escrúpulos.

Otra cuestión es saber si podemos causar sufrimiento a los animales. En los


mataderos se trata actualmente a los animales de un modo muy inhumano. Los indios

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honraban a los animales y, pese a ello, comían su carne. Ahora bien, a los animales
sacrificados les expresaban su agradecimiento por poder alimentarse de su carne.
Ciertamente, nosotros hemos de desconfiar de las ideologías. Pero también debemos
tener un profundo respeto a los animales y un trato cuidadoso con ellos.

Mi padre falleció hace muchos años. Estuvo enfermo durante mucho tiempo y, al final de
su vida, pasó más de un año postrado en cama y siempre en situaciones críticas. Aquello
fue para todos nosotros una situación difícil de sobrellevar. En el último momento, según
dicen, el médico de familia le puso inyecciones para aliviar el dolor. Yo sufro todavía hoy
porque tengo la impresión de que, aun cuando nunca se habló de esto, se trató de una
dosis que, si bien le permitió dormirse sin dolores, estaba preparada de tal modo que hay
que hablar propiamente de una eutanasia activa.

No puedo librarme del sentimiento de culpa por la muerte de mi padre

En primer lugar, tú no contrajiste ninguna culpa, ya que no participaste en el proceso de


decisión. Está claro que no hubo ninguna decisión. Hoy ya no puedes comprobar lo que
hizo realmente el médico de familia. Por eso, yo desistiría de cualquier elucubración a
ese respecto. Puedes confiar en que tu padre está ahora junto a Dios. Él no te censura
absolutamente nada. Él esta junto a Dios, en paz consigo mismo y contigo. Sería
preferible que te relacionaras con él. Dar vueltas a los sentimientos de culpa puede
impedirte que elabores el duelo por tu padre y que, a través del duelo, entres en una
nueva relación con él. Pon en manos de Dios su fallecimiento y el modo en que falleció.
No necesitas de ninguna manera saber exactamente si de verdad se produjo una
eutanasia activa. En caso de que hoy te encuentres en esa situación con otras personas,
ciertamente podrás afrontarla de un modo más consciente. Pero a nadie le ayuda el
cultivar sentimientos de culpa con respecto al pasado. Entrega a la compasión de Dios tus
sentimientos de culpa. Independientemente de que haya habido o no cul pa, estás
envuelto por la misericordia de Dios. Ella te concede paz, la paz de la que tu padre goza
ya desde hace mucho tiempo junto a Dios y en la que le gustaría que tuvieras parte. Y
cuando ores a Dios, pregunta a tu padre qué le gustaría decirte hoy, qué mensaje tiene
para ti, qué respuesta deberías dar a su vida.

100
MUCHAS personas se inquietan cuando piensan en la muerte, porque la mayoría de las
veces piensan en su propio fallecimiento. No saben lo que les espera en el tránsito final.
¿Qué sucede realmente cuando morimos? El pensamiento orientado según la perspectiva
de las ciencias naturales priva a muchos de la certeza según la cual al morir irán junto a
Dios y se verán de nuevo en Él. Y, sin embargo, en el ser humano hay un deseo
profundo de creer en aquello que la Biblia llama «resurrección de los muertos». Si
queremos confiar en nuestro deseo, obtendremos más ayuda del conocimiento de la
psicología que de la perspectiva de la ciencia natural. C.G.Jung sostiene que corresponde
a la sabiduría del alma creer en una continuación de la vida después de la muerte, y no
solo en un seguir vegetando, sino en una transformación y consumación. Recorrer el
camino señalado por la sabiduría del alma es saludable para el ser humano. Jung afirma
que resistir a la sabiduría del alma y seguir únicamente argumentos racionales crea con
frecuencia patrones neuróticos y conduce a una fijación angustiosa en uno mismo y en la
propia salud, a angustias difusas y, muchas veces, a la rigidez. Como psi cólogo, Jung
decide confiar en la sabiduría del alma, aun admitiendo que no puede probar la existencia
de la vida después de la muerte.

Otro tema que interesa a muchas personas cuando piensan en la muerte es el trato
con los moribundos. Sienten que la muerte contiene en sí la oportunidad de reconciliarse
con el moribundo y de despedirse dignamente de él. La muerte es la ocasión para decir a
otras personas palabras que hasta entonces no nos habíamos atrevido a decirles: palabras
de amor, de atención, de agradecimiento. Al acompañar a las personas en los últimos
momentos de su vida, muchas veces nosotros mismos somos obsequiados. Tenemos
experiencia de dos cosas: primera, las personas que se encuentran a las puertas de la
muerte luchan contra ella y también con Dios; y, segunda, si al morir se entregan a Dios,
irradian un brillo que confiere a todos los presentes consuelo y esperanza.

Frente a la muerte, nosotros mismos nos sentimos confrontados con la vida no


vivida. Sentimos que no hemos vivido realmente, que estamos con las manos vacías ante
Dios. No se trata de realizar aún algo para Dios en el último minuto. Si tengo la
impresión de que todavía no he vivido correctamente, no por ello debo recuperarlo todo.
Pero nunca es demasiado tarde para vivir y dejar impresa la huella de mi vida en este
mundo. Hay personas que, frente a la muerte, se configuran aún más con la imagen que
Dios se hizo de ellas. En los últimos momentos de sus vidas dejan grabadas en este
mundo huellas llenas de luminosidad y esperanza, pero no realizando cosas, sino
entregándose a Dios y haciéndose permeables a Él, a su gracia y su amor. Pensar en la
muerte puede convertirse en una invitación para encontrar nuestra verdadera esencia,

101
para configurarnos con la imagen única que Dios se hizo de nosotros. Angelus Silesius lo
expresó con estas palabras: «¡Hombre, conviértete en lo esencial! Porque cuando el
mundo pasa, lo accidental desaparece, mientras que la esencia subsiste».

Como médica en una unidad de cuidados intensivos tuve esta experiencia: teníamos un
paciente de 92 años que estaba en coma y había firmado un testamento vital, en el que
expresaba que no quería que se usaran procedimientos médicos extraordinarios para
prolongar su vida. Cuando su hija vino a hablar con nosotros, le propusimos la
posibilidad de desenchufar los aparatos y dejarlo morir en paz. La hija se manifestó
vehementemente en contra de la propuesta y, amenazándome con procedimientos
jurídicos, me obligó a dejar enchufados los aparatos. Por suerte, el padre falleció poco
después.

Todavía hoy tengo remordimientos.

Lamentablemente, no puedo responder a la pregunta jurídica. Por lo que yo sé, el sentido


del testamento vital es que se debe seguir la voluntad del paciente y no la de los
familiares. En una perspectiva teológica podemos decir que no nos está permitido ni
prolongar artificialmente una vida ni ponerle fin activamente. Si la vida depende solo de
los aparatos y el paciente, antes de entrar en estado de coma, rechazó, con plena
conciencia, tales procedimientos para prolongarla artificialmente, entonces hay que
respetarlo. Debemos dejar que muera dignamente. La cuestión es cómo tratar con la hija.
Si la hija reacciona con tanta vehemencia, sería bueno, inicialmente, hablar con ella sobre
sus sentimientos. ¿Por qué esa vehemencia? Sospecho que tiene miedo de despedirse de
su padre y afrontar la muerte. Es importante que esa conversación tenga lugar en un
contexto de plena tranquilidad, sin censuras ni intentos de justificación, porque entonces
las posiciones solo se endurecen. En vez de desenchufar de inmediato los aparatos, yo
daría a la hija dos días para que se familiarice con la idea y pueda conversar sobre ello
con un agente de pastoral o un terapeuta. Si después de dos días persiste aún en su
opinión, podrías responderle que deliberarás con tu equipo médico sobre cuál es la
voluntad que se ha de seguir: la voluntad del paciente o la de la hija. Es importante salir
de una situación de lucha por el poder. Porque en tal situación no se avanza. En tu caso,
el destino resolvió el conflicto. Es necesario que estés agradecida por ello y te despidas
del remordimiento. Cuando este se manifieste, ofrece a Dios tu lucha, y confía en que
está superada y acogida en la misericordia de Dios.

TENGO una relación muy buena con una vecina, que en este momento es muy anciana.
De vez en cuando la visito en la residencia donde vive desde hace algún tiempo. Es una
señora un tanto complicada, pero nos llevamos muy bien. Su hijo discutió con ella y no
la visita desde hace más de tres años. Ella también adopta una actitud de rechazo siempre
que se habla de él. Tengo la sensación de que puede fallecer pronto. Por un lado, no
deseo entrometerme en cosas que no me van y cuyo trasfondo desconozco. Por otro,

102
tengo el presentimiento de que a esta mujer podría ayudarla el hecho de que su hijo se
reconciliara con ella e hicieran las paces.

¿Tengo un deber que cumplir?

No tienes ninguna obligación que cumplir. La reconciliación tiene que partir del hijo. Pero
si te sientes impulsada a contribuir a la reconciliación, entonces deberías secundar ese
impulso. Con todo, la cuestión es qué puedes hacer. Confía en tu sentimiento. Yo
telefonearía al hijo y le contaría que su madre se encuentra mal. No sabemos cómo
reaccionará. Puede ser que hable mal de su madre. Entonces, no deberías decir nada
contra ello, sino únicamente hacer una recomendación: «Es posible que tengas razón,
pero las personas tienen que resolver los conflictos antes de la muerte, porque después
resulta aún más difícil». En vez de presionarlo, yo le diría: «Reflexiona sobre lo que
puedes hacer por tu madre, sobre la manera en que puedes enviarle una señal de
reconciliación». Entonces, espera y confía en que su corazón se abrirá. Pero deja en
manos de Dios la cuestión de saber si la reconciliación tendrá lugar en vida de la madre.
En la conversación no debes forzar al hijo para que prometa que visitará a su madre. Le
has dicho lo que había que decir. Ahora confía en que el hijo reflexionará con plena
libertad a ese respecto y por sí mismo dará un paso para acercarse a su madre. Si no lo
hace, entonces recomienda a la madre que crea en su hijo, aunque él no esté aún
preparado para acercarse a ella. El ángel de la reconciliación abrirá el corazón del hijo
después de la muerte de la madre. La reconciliación es posible, aunque tenga lugar en el
cielo.

Ml marido y yo somos tan ancianos que hablamos con mucha frecuencia sobre el tiempo
después de la muerte del cónyuge. Hace poco me dijo, de improviso, que se quitará la
vida cuando yo fallezca. Yo me alarmé tanto que no he vuelvo a hablar con él sobre este
tema. Y, por lo que se oye, el número de personas que se suicidan en nuestra sociedad es
cada vez mayor.

¿Tenemos derecho a juzgar a quien no puede soportar el peso de la vida y decide


quitársela con sus propias manos?

No nos compete juzgar a otras personas, aunque se suiciden. Sin embargo, deberíamos
tener claro que no debemos quitarnos la vida. Si yo estuviera en tu lugar, le diría que lo
acompañaré desde el cielo y que me entristecería que se quitara la vida. Yo no discutiría
durante mucho tiempo sobre esta cuestión. Es normal que tales ideas se manifiesten.
Pero le diría que desde el cielo cuidaré de él, de que se encuentre bien y de que, también
en medio de la soledad, se sienta unido a mí. Prométeselo y confía en que él lo recordará
si tú falleces antes. Pero solo Dios conoce cómo será tu muerte. No sabes quién fallecerá
antes ni cómo lo afrontará el cónyuge que quede. Pensar que el cónyuge pueda fallecer
es un desafío que nos invita a poner en claro lo que realmente nos sustenta. ¿Nos

103
sostiene únicamente el amor del cónyuge? Ese amor nos acompañará también después de
la muerte. Pero necesitamos un fundamento más profundo para nuestra vida. Ese
fundamento es, en última instancia, Dios. En Dios seguimos unidos unos a otros, también
después de la muerte.

ESTE año ha fallecido un ser querido al que yo estaba muy unida. Tengo miedo de
celebrar la Navidad porque justamente en esa fiesta siento dolorosamente la soledad.

¿Cómo puedo lidiar con la soledad y con el hecho de que me dejen solo?

En la fiesta de Navidad tomamos conciencia, de una manera especialmente dolorosa, de


la falta de los seres queridos. En esa fiesta, en vez de reprimir la muerte, incorpórala al
modo en que la celebras. Elige una vela para el ser querido que ha muerto. Si te parece
bien, decora esa vela con símbolos que te recuerden al ser querido, que expresen su
esencia. Entonces, en Navidad, enciende esa vela junto al nacimiento y bajo el árbol de
Navidad, e imagina que el ser querido está conmemorando la Navidad en el cielo. Como
testigo que contempla, él participa en la misma fiesta que tú celebras como persona
creyente. Puedes imaginar cómo el ser querido reconoce ahora, contemplándolo, el
misterio de la encarnación y lo que, en última instancia, significa la encarnación para ti
que rememoras la Navidad. Entonces, en medio de todo el dolor, te sientes unida al ser
querido. Y tienes la experiencia de que el amor es más fuerte que la muerte, y de que la
muerte no destruye tu amor, sino que únicamente lo transforma y hace que sea pleno.
Entonces, a pesar de la muerte, celebraréis la Navidad en común. Y el recuerdo de la
persona fallecida puede abrirte el acceso al misterio de la encarnación de un modo nuevo.
Dios se hizo ser humano para llenarnos con la vida divina, que sobrevive también a la
muerte. Él vino hasta nosotros y, al morir, salió de en medio de nosotros para
prepararnos una morada en el cielo. El ser querido está ya en esa morada. Está
adornándola para ti, para que tú, al morir, no vayas al encuentro de la oscuridad y del
horror que no conoces, sino de la morada que está embellecida con todas las experiencias
que compartiste con el ser querido.

Como enfermera en una unidad de cuidados intensivos tuve, junto con otras personas, la
experiencia de cómo un paciente, después de un intento de suicidio, fue reanimado y
traído de nuevo a la vida. En aquel momento percibí que no se alegró en modo alguno
por ello y que incluso se sintió desesperado.

¿Por qué no se deja morir a quienes han decidido hacerlo?

No es fácil responder a esta pregunta. Debemos dejar que otra persona fallezca
dignamente. Y deberíamos respetar también su decisión de suicidarse. Pero sabemos que
el suicidio es muchas veces un grito de alarma del alma que reclama atención. Muchas
personas no quieren que su tentativa de suicidio tenga éxito. Como médica o enfermera,

104
no puedes saber lo que el paciente pensó en su intento de suicidio. Por eso tiene pleno
sentido, desde la perspectiva de la deontología médica, prestar asistencia al moribundo y
reanimarlo. Si de hecho se sintió mortalmente infeliz por ello, volverá a tratar de
suicidarse. Entonces, no podemos impedírselo, sino confiar únicamente en que por ese
camino se encuentre con Dios. Pero es posible que después de la desesperación descubra
también un sentido en el hecho de haber vuelto a la vida. Y vivirá su vida con una nueva
gratitud y atención. Deberías nutrir esa esperanza y, en ese sentido, tendrías que
animarlo y fortalecerlo.

Yo soy aún bastante joven. Naturalmente, tengo también miedo a morir y al sufrimiento
que probablemente va unido a ello. Pero siento más angustia aún frente a la muerte.
Volveremos a existir, en el mejor de los casos, como moléculas reorganizadas con otra
forma.

Al morir, ¿no somos acaso desechados como basura y transformados en mero abono
orgánico?

Es probable que tu angustia ante la posibilidad de ser desechada en la muerte como


basura esté condicionada por todo lo que los estudiosos de las ciencias naturales dicen
sobre la muerte. Ellos hablan de la muerte únicamente del modo en que hablan sobre el
proceso de fallecimiento y transformación de las plantas y los animales. Las dudas con
respecto a lo que declara la tradición cristiana, a saber, que al morir vamos al encuentro
de Dios y que no seremos excluidos del amor de Dios, nos obligan a reflexionar con más
rigor sobre lo que nos aguarda en la muerte. No podemos decirlo con absoluta seguridad,
pero podemos confiar en lo que el mensaje de los apóstoles nos promete con respecto a
la resurrección de Jesús y nuestra propia resurrección. C.G.Jung dice que ese mensaje
corresponde al menos a la sabiduría de nuestra alma. En lo profundo de nuestra alma
está grabada la conciencia de que la muerte no es el fin, sino un nuevo comienzo, una
nueva transformación, pero no en moléculas, sino en la forma perfecta que Dios pensó
para nosotros al nacer. Cuando te asalten las dudas, acógelas con serenidad. Y después
dite a ti misma: confío en el mensaje de la Biblia. Apuesto a esta carta. Mi deseo más
profundo no es simplemente un truco de la naturaleza para poder sobrevivir aquí, sino
que corresponde al pre sentimiento más profundo de mi alma. Y confío en ese
presentimiento. Iré al encuentro con Dios como la persona única y singular que soy. En
Dios se consumará todo aquello que traté de realizar aquí. Entonces, mi persona
resplandecerá en su brillo originario y encontrará la plenitud en Dios.

HE cumplido ya los 75 años de edad y, después de la muerte de mi marido, vivo en una


residencia para ancianos. No espero a nadie y nadie me espera a mí. Mi vida no tiene
contenido alguno. No tengo hijos. Y muchas de las personas conocidas que tenían la
misma edad que yo han fallecido o no pueden valerse por sí mismas. Para las
cuidadoras, que ya están sobrecargadas de trabajo, no soy más que un peso.

105
¿Para qué voy a seguir viviendo?

Es doloroso que nadie te visite y que te sientas sin relaciones e inútil en la residencia de
ancianos. Pero no vives sola en la residencia. Si te dijeras «sí» a ti misma y a tu
envejecimiento, si encontraras en Dios tu fundamento e irradiaras la misericordia y la
clemencia de Dios, entonces te convertirías en una bendición para las personas de la
residencia, para las cuidadoras y para las que conviven contigo. Con tu vida, dejas una
huella única en este mundo. Y sería lamentable que borraras tu propia huella o que
únicamente fuera una huella de decepción y amargura. En tu soledad, trata de abrirte a
las innumerables personas solitarias que habitan hoy en nuestro mundo. Reza por ellas.
Entonces sentirás que tu vida tiene un sentido. No pierdas la esperanza. Aun cuando no
puedas realizar nada, aún eres capaz de irradiar algo que hace bien a este mundo:
clemencia y bondad, amor y misericordia, sabiduría y libertad. Tienes un valor inviolable,
que no depende de que te visiten o no. Cree en tu valor y en el valor de todas las demás
personas que viven junto a ti. Entonces difundirás a tu alrededor una atmósfera sanadora
y alentadora. Entonces te convertirás en fuente de bendición para otras personas. Y, en
todo caso, merece la pena luchar por ello, no perder la esperanza, sino, por el contrario,
seguir siendo permeable a Dios hasta el fin - incluso en medio de la mayor debilidad.

A lo largo de mi vida he tenido que renunciar a muchas cosas y tengo la impresión de que
al final de mi camino estoy también con las manos vacías.

Al hacer balance de mi vida, compruebo que no me queda casi nada.

No importan las realizaciones que puedas mostrar al final de tu vida. Por el contrario, se
trata más bien de presentarnos ante Dios con las manos vacías, para que Dios llene
nuestro vacío con su amor. Estás bien acompañada cuando tienes la sensación de que, al
final, tus manos están vacías. Un poco antes de morir, Karl Richter, que fascinó a
millares de personas con su modo de interpretar las cantatas y pasiones de Johann
Sebastian Bach, mostró a un amigo flautista, el papel que siempre llevaba consigo en la
maleta. En ese papel estaban escritas algunas palabras del testamento de Martín Lutero:
«Todos somos mendigos». Ante Dios, en definitiva, no podemos presentar nada. Ante él,
nuestras manos están siempre vacías. Son manos de mendigos. Pero podemos confiar en
que Dios llenará nuestras manos vacías con su amor, con su gloria, con todos los dones
que nos ha prometido. Por lo tanto, en vez de tener miedo de comparecer ante Dios con
las manos vacías, ábrelas bien para que Dios pueda tomarlas y llenarlas. Aunque no
hayamos realizado ni producido muchas cosas en este mundo, como hizo Martín Lutero,
a fin de cuentas todo eso no es nada en comparación con el Dios infinito. Una buena
actitud es entregarse a Dios en la muerte, liberarse de la presión de rendir o de la angustia
producida por tener que presentar algo a Dios o probar algo ante Él. Las manos vacías
nos preparan para la entrega, que es lo que importa en definitiva. Al final, nada es más
importante que entregarnos a Dios con las manos vacías, y confiar en su misericordia y

106
bondad.

107
LAS preguntas a las que he respondido en este libro no dan respuesta a las numerosas
cuestiones que siguen planteadas en tu corazón. Formula las preguntas que te inquietan.
Y trata tú mismo de encontrar una respuesta que satisfaga tu corazón. Y si no encuentras
una respuesta, habla entonces sobre ello con otras personas, con amigos y amigas, con
un terapeuta, con un sacerdote, con personas que tengan experiencia en el
acompañamiento espiritual o con un teólogo. La teología entiende que su tarea no es
elaborar un sistema dogmático, sino responder a las preguntas que inquietan a las
personas. Para muchas preguntas no encontrarás ninguna respuesta, ni siquiera en otra
persona. Entonces deberías soportar el tener que vivir sin una respuesta. Si sigues
preguntando, entonces, poco a poco, se podrá ir formando una respuesta en tu corazón.
Tal vez te ayude introducir en tus preguntas palabras de la Biblia o leer textos bíblicos.
Entonces, por medio de la confrontación con palabras bíblicas, podrá formarse en ti una
respuesta muy personal.

Muchas preguntas de este libro apuntan a un comportamiento muy concreto: ¿qué


debo hacer? Hay situaciones en la vida en las que no puedo esperar hasta que llegue de
fuera una respuesta clara. En tales situaciones, plantea la pregunta acerca de cuál es el
modo correcto de actuar y presenta a Dios la pregunta que tienes en tu corazón. Él no te
dará una respuesta clara o inmediata, una respuesta que puedas llevarte tranquilamente a
casa. Si Dios nos diera respuesta a todo y nos prescribiese claramente lo que tenemos
que hacer, estaría exigiéndonos una obediencia infantil. Pero en la oración se puede
desarrollar en ti una sensibilidad para discernir lo que debes hacer y cuál debe ser tu
decisión. Confía en tu sentimiento. Dios te habla por medio de tu conciencia y de tu
sensibilidad, a través de tu cuerpo y muchas veces también por medio de tus sueños. Por
tanto, no estás solo con tus preguntas. Dios les da respuesta. Tú solo necesitas prestar
oído y escucharte a ti mismo. Allí donde hay más amor, paz, vitalidad, libertad y
amplitud, allí encuentras la respuesta justa a tus preguntas, allí encuentras la voluntad de
Dios, que te hace bien y te conduce a la vida única que Él pensó para ti.

Te deseo que las respuestas que he tratado de dar en este libro te estimulen para
encontrar una respuesta para ti y también para las cuestiones que no han sido abordadas
en esta obra. Que el ángel de la claridad te acompañe en este proceso y te anime a hacer
lo que corresponde a tu esencia y lo que te conduce hacia la vida.

108
Introducción

1. Padres e hijos / Familia

¿Hasta qué punto podemos ser exigentes con nuestro hijo?

¿Qué límites debo establecer?

¿Qué es lo más importante en la educación de los hijos?

¿Podemos todavía proteger a nuestros hijos de los medios de comunicación?

Y siento angustia ante la posibilidad de tener un hijo discapacitado

¿Qué pasará cuando ya no podamos cuidar de nuestra hija?

¿Cómo debo comportarme?

¿Tiene sentido pretender dialogar con el islam?

¿Cómo puedo poner límites sin herir?

Realmente, solo quiero lo mejor para ella

¿Qué podemos hacer para evitar que nuestra hija sea infeliz?

Ya no nos escucha

Aún me resulta muy difícil distanciarme de ella

¿Tengo que ocuparme de todo por ser la hija?

2. Trabajo y vida cotidiana

¿Qué puedo hacer contra la falta de consideración?

¿Cómo puedo aprender a afrontar mejor los problemas?

¿Cómo puedo afrontar mi frustración?

«Esta no es la vida que había imaginado»

109
¿Cómo puedo lidiar con esta falsedad?

¿Cuál debe ser mi comportamiento frente a esta situación?

Realmente, ya no puedo trabajar más

Les resulta muy fácil despedir y sustituir a los empleados

¿Cómo puedo salir de este clima nocivo?

Necesitamos el dinero que yo gano

Siento remordimientos si no respondo a mis propias exigencias

¿Cómo puedo obtener nuevas fuerzas y llegar a una convivencia más o menos
razonable?

¿Cómo puedo volver a sentir el gozo y las ganas de vivir, más allá de mi trabajo
profesional?

No puedo librarme de ello. ¿Qué alternativas me quedan?

¿Cómo puedo hacer frente a la desconfianza y la envidia?

¿Cómo podré tomar una decisión acertada?

¿Cuáles son los valores no materiales en la dirección de una empresa?

3. Autodescubrimiento / Seguridad en sí mismo / Autoconfianza

¿Qué puedo hacer por mí y por mi vida espiritual?

¿Cómo puedo vivir unos valores que nadie me ha transmitido?

¿Cómo puedo afrontar este rechazo de todo lo espiritual?

¿Cómo puedo prepararme ya para mi vejez?

Me siento como si estuviese en el centro y, sin embargo, totalmente al margen

¿Cómo puedo aún cambiar mi vida?

¿Cómo puedo aprender a aceptarme mejor?

¿Cómo puedo estar agradecida por algo que me complica tanto la vida?

110
¿Debería preocuparme sólo de mi salvación?

No he hecho nada positivo en mi vida. ¿Para qué seguir viviendo?

¿Qué puede uno hacer cuando quiere cambiar y no lo consigue?

¿Cómo puedo librarme de mi complejo de inferioridad?

¿Dónde debo establecer los límites para no perderme yo mismo?

¿Cómo puedo superar los mensajes negativos que recibí en mi infancia?

¿Cómo puedo desarrollar una fuerza del deseo que cambie mi vida para bien?

4. Amor y amistad - Problemas en las relaciones

¿Qué es lo que debo hacer?

Naturalmente, también experimento sentimientos de culpa con respecto a mi marido.


¿Qué debo hacer?

Percibo que mi corazón no está preparado para la reconciliación

¿Qué puedo hacer para que mi matrimonio sea feliz?

¿Será que, en último término, soy tonta si lo perdono?

¿Por cuál de los dos debo decidirme?

¿Cómo puedo salir de este círculo vicioso?

¿Tendré que aprender a vivir con la soledad?

¿Qué puedo hacer para que no nos hundamos cada vez más?

¿Cómo puedo ayudar a mi marido y a mí misma?

¿Cómo se puede, en una relación de pareja, tratar de manera equilibrada y


«razonable» el tema del dinero y la «seguridad»?

¿Cómo puedo convivir con personas que no quieren aceptarme?

5. Los otros y yo

¿Cuál es el mejor modo de responder a esa envidia?

111
¿Cómo debo reaccionar?

Es una especie de adicción que hace que no me sienta bien

¿Cómo puedo aprender a decir «no» sin dejar de ser amable?

¿Cómo debo comportarme en tales conflictos?

¿Qué puedo hacer para liberarme verdaderamente de las viejas ofensas?

¿Y si la otra persona no está dispuesta a la reconciliación?

¿Qué puedo hacer contra esta parálisis interior?

6. Espiritualidad y cuestiones de fe

¿Cómo puedo ver a Dios como Padre si no he conocido a mi padre?

¿Cómo afronto mis dudas de fe?

¿Cómo puedo transmitir a mi nieto algo que es importante para mí?

¿Bastará el amor?

¿Quién me asegura que al final todo irá bien?

¿Cómo deberían ser los Ejercicios en la vida diaria para una madre que trabaja?

¿Cómo se puede motivar a personas interesadas en lo espiritual para que HAGAN


algo que tenga sentido?

¿Cómo sentirme de nuevo en la Iglesia como en mi hogar?

¿Qué podemos hacer al experimentar este rechazo?

Entrar en relación con Dios...: ¿cómo se hace esto en la práctica?

¿Qué haría Jesús en mi lugar?

¿Cuál es el modo correcto de hablar de Dios a los niños?

¿Cómo podemos imaginarnos el más allá?

Si Dios está también en mí, ¿por qué no puedo sentirlo?

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¿Cómo puedo redescubrir aquello que constituye más profundamente la religión?

¿Intervienen realmente los ángeles en nuestra vida?

¿Es posible imaginarse también a Jesús como una persona alegre y sonriente?

¿Tiene futuro la Iglesia?

7. Enfermedad y salud

Me siento muy inseguro acerca del modo en que debo comportarme en el futuro

La angustia casi me está matando

¿Qué sentido tiene TODO esto?

¿Puede la alegría ser patológica?

¿Qué puedo hacer para alegrarme de nuevo?

¿Nos sucederá algo parecido a nosotros?

¿Cómo puedo combatir mis problemas de sueño para poder recobrar mis energías?

8. Fracaso y culpa

Sé que debería actuar de otro modo, pero no soy capaz de perdonarlo

¿He sido demasiado cobarde?

¿Qué puedo hacer para dejar de desgarrarme?

¿Cómo puedo conquistar finalmente la verdadera libertad?

¿Cómo puedo confiar en que Dios me perdona si yo mismo no soy capaz de


perdonarme?

¿Por qué me tocó a mí sobrevivir?

¿Es lícito hacer sufrir a los animales y matarlos para comerlos?

No puedo librarme del sentimiento de culpa por la muerte de mi padre

9. La muerte, el morir y el duelo

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Todavía hoy tengo remordimientos

¿Tengo un deber que cumplir?

¿Tenemos derecho a juzgar a quien no puede soportar el peso de la vida y decide


quitársela con sus propias manos?

¿Cómo puedo lidiar con la soledad y con el hecho de que me dejen solo?

¿Por qué no se deja morir a quienes han decidido hacerlo?

Al morir, ¿no somos acaso desechados como basura y transformados en mero abono
orgánico?

¿Para qué voy a seguir viviendo?

Al hacer balance de mi vida, compruebo que no me queda casi nada

Conclusión

Índice general

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