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Hay también, y están previstas en la ley, situaciones mixtas de arrendamiento y de aparcería (4) con las
mismas partes y otras contrataciones no previstas y hasta prohibidas por la ley, un ejemplo de esta última es
aquella en las que quien realiza las tareas paga como en el arrendamiento un precio fijo en dinero (o
comúnmente el equivalente en dinero de una cantidad de quintales de cereal, oleaginosa y otro grano) y si
supera un cierto límite mínimo sobre la diferencia paga o entrega un porcentaje. Esta contratación que es muy
usual actualmente dados los altos riesgos y bajos márgenes de la siembra, que impiden poder obligarse a pagos
altos de arrendamiento, estaría prohibida por la normativa de la LAAR, aun cuando es beneficiosa para las
partes (5). Como puede verse la inventiva de los productores y de las partes involucradas en la actividad rural,
supera la determinación de la ley, por más que, generalmente los contratos pueden adecuarse razonablemente a
las normas previstas por ésta.
Ahora bien, el quid de la cuestión es cómo se valora la realidad planteada en un reclamo judicial. Se está
viendo con bastante frecuencia en la justicia, dos vertientes: Una, que es la aplicación de la ley aunque ésta se
evidencie contraria a la realidad, algo así como "tipificar la realidad" adecuándola a las normas que son las que
en definitiva sirven de base a la sentencia; o la que infiere que las leyes deben entenderse considerándolas ante
la realidad de los hechos que las partes cuestionan.
La sentencia de Cámara estaría en el primer supuesto, basándose sólo en la circunstancia de que el contrato
de aparcería fue "in verbis" al que el ordenamiento jurídico le confiere un alcance limitadísimo, quedando
reducido su plazo al mínimo legal y produciendo sólo los efectos que la ley le asigna, lo que en definitiva
implica que debe estarse al mínimo legal de tres años de duración (6), ello, haciendo caso omiso a lo que surge
de la prueba en cuanto a que el contrato estaría tipificado por otras normas de la misma ley; mientras que la
sentencia de 1ª Instancia y la Corte en el segundo supuesto busca dilucidar la verdadera intención de las partes
para aplicar la ley que en consecuencia corresponda. Para ello la Corte Suprema de la Provincia de Buenos
Aires, hace un análisis exhaustivo de la normativa de la LAAR, encontrando las disposiciones que más se
adecuan a la realidad (7) de la cuestión planteada y de sus pruebas y que en consecuencia deben regir la relación
en cuestión.
Debe tenerse en cuenta que "...el juez está inserto en una sociedad determinada y uno de los graves males
que pueden dañarlo es su aislamiento o su desconocimiento de la realidad concreta que lo circunda (el aquí y el
ahora). Es que tiene la necesidad, no sólo la obligación de conocer y aprehender el mundo en que desempeña tan
delicada función". En su actividad es imprescindible "... conocer al otro, al justiciable en su verdadera
dimensión, ubicarlo dentro del contexto social en el que se desenvuelve." "De allí, la importancia de que el juez
no se encuentre desconectado de la realidad, con una realidad que ha llevado a que se sometan a decisiones
judiciales temas sin precedentes que muchas veces obligan a los jueces a dictar pronunciamientos en los cuales
no existen avales doctrinarios ni jurisprudenciales y que le requieren ingentes esfuerzos de interpretación." (8).
En el caso entraban en colisión las exigencias del art. 40 de la LAAR —contrato escrito— con la propia
manifestación de ambas partes, las que aseveraban que no se había otorgado al dueño de la hacienda el uso y
goce del predio con las consecuencias del art. 37 de la ley. A ello se le suman los usos y costumbres del lugar
(art. 41 inc. d) de la LAAR) en lo que al plazo respecta. Tengamos presente que es precisamente en la aparcería
donde el orden público es menos riguroso permitiendo más normas facultativas, lo que la sentencia recoge al
admitir la validez del art. 1197 del Código Civil.
Respaldando esta concepción referente al orden público en la aparcería pecuaria Giletta expresa que:
Encontramos otra norma supletoria: con respecto al plazo en este tipo de contratos primero rige el que
establecieron por escrito y si no lo hay son aplicables los usos y costumbres locales. Loable disposición que
consagra la trascendencia de los usos y costumbres en el campo argentino como señalamos con énfasis en
"Cuestiones de Derecho", t.I, Santa Fe, 1979, pág. 63.y que Andorno señeramente destaca con acierto al
comentar el art.17 del C. Civil, después de la reforma de la ley 17.711." (9).
Las consideraciones que llevan a aceptar la postura de la sentencia dictada en el Recurso Extraordinario
son sobre la base de que en primer lugar ambas partes aceptaron la modalidad referida, ya que el demandado así
lo planteó al contestar demanda y el actor en la confesión judicial. Por dicho motivo en el caso es de aplicación
el art. 1190 del Cód. Civil en lo que se refiere a la confesión de las partes como medio de prueba, y en segundo
lugar dichas afirmaciones son un instrumento público de acuerdo a lo que dispone el art. 979 inc. 4) en lo que
respecta, en este caso, a las actas de absolución de posiciones del aparcero dador, tanto en el juicio que nos
ocupa como en el de desalojo que inició el demandado contra éste.
El fallo no deja de lado esta realidad por que la misma no fuera plasmada previamente por escrito, cuando es
clarísima la voluntad de las partes admitida por el propio demandante en el transcurso del juicio.
Quedando establecida la voluntad de las partes y tipificada por lo establecido en el art. 37 de la LAAR, la
Corte Suprema admite esa realidad al momento de dictar sentencia, apartándose de un rigorismo formal extremo
en lo que a los preceptos de la ley se trata.
Establecido ello, lo único que quedaba por definir era cuál había sido el plazo por el que se contrató la
aparcería. Si bien la sentencia se basa en los usos y costumbres, reforzada por la declaración del perito
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veterinario, que en el caso es un reconocido profesional de Chascomús que declara que no es normal que los
contratos de aparcería se desarrollen por períodos de tres años; se evidencian en autos otros indicios de que el
plazo era de una sola parición, estos son la ocurrencia de una inundación que fue lo que llevó al aparcero dador
a llevar las vacas al campo del demandado, lo que es muy normal ante estos sucesos climáticos y que, también
normalmente tiene como plazo o el de la ocurrencia de la parición o el de la posibilidad de retorno al campo de
origen, ambos casos son períodos normalmente breves. En estos casos, o sea cuando se llevan animales a otro
campo debido a la inundación, es habitual que la contraprestación sea mediante la participación en los frutos,
puesto que la situación económica del inundado frecuentemente le impide pagar por el pastaje de los animales
que traslada desde el predio inundado. La otra circunstancia es el retiro de los toros, que no tendría sentido que
el aparcero tomador lo hubiera hecho si no era por la finalización de la relación contractual; y finalmente el
juicio de desalojo que éste inició. Es evidente que el aparcero tomador no actuó retirando la hacienda e
iniciando el desalojo por pura maldad, antes bien lo hizo ante la actitud remisa del aparcero dador, ya que de
ninguna conveniencia era para él retirar los toros y mantener el lote de vacas en su campo con el perjuicio que
ello implica sin siquiera producir terneros para repartir. Ante todas estas circunstancias es claro que el período
de contratación no podía ser otro que el de un período de parición.
La sentencia también es llamativa en lo que al planteo de la concesión del recurso respecta, ya que se basa
en cuestiones de prueba —me refiero a la absolución de posiciones en el juicio que motiva la sentencia y en el
de desalojo— para considerar que la Cámara apreció erróneamente la ley, considerando en consecuencia que
hay una infracción legal que habilita el recurso de inaplicabilidad de la ley, ello contrariamente a la muy
habitual jurisprudencia que expresa que las cuestiones de hecho y prueba, son ajenas, en principio, a la instancia
extraordinaria.
Estamos entonces ante un fallo en el que se advierte el sentido de la responsabilidad por parte del juzgador
ante una decisión que podía ser errada por el miramiento de la ley sin el detalle que ésta requiere y obviando la
voluntad expresada por los contratantes con la excusa de que la misma no puede aplicarse ante una norma que, a
primera vista, parecería ser la aplicable. Esta forma de ver la ley, interpretándola sobre la base en las cuestiones
fácticas que rodearon el caso y con el conocimiento de la materia que se trata —en este caso la actividad
rural—, debe ser calurosamente recibida, en tanto permite a los justiciables sentirse seguros aun cuando no
hayan tenido en cuenta las formalidades necesarias, reproche que resulta atendible en el caso en que ambas
partes eran abogados, más no definitorio para la suerte del juicio.
Este antecedente, a no dudarlo, será de suma utilidad para situaciones similares, las que son muy frecuentes
en los quehaceres rurales.
(1) Art. 40 de la LAAR.
(2) BREBBIA, Fernando P. "Contratos agrarios", pág. 80. Ed. Astrea de Rodolfo De Palma y Hnos, 1971.
(3) ADROGUE, Manuel I., "Capitalización de hacienda", p. 14, Ed. LA LEY, Buenos Aires, 1970. PEREZ
LLANA, Eduardo A., "Derecho agrario", p. 280, 3ª ed., Santa Fe, 1959.
(4) Art. 44, 2° párrafo de la LAAR.
(5) Art. 42 de la LAAR.
(6) Art. 4° de la LAAR.
(7) Art. 37 de la LAAR y 1197 del Cód. Civil.
(8) El juez y los nuevos desafíos de la magistratura. El juez de familia. GUAHNON, Silvia V. 03-01-2005
Revista de la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia de la Nación Cita: IJ-LII-31
(9) GILETTA, Francisco I. "El orden público en los contratos de arrendamiento y aparcería". Colegio de
Abogados de San Francisco.
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