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Las hijas de Nantu, de Willy Guevara (2018).

Aunque muchos no quieran la revolución feminista está en marcha: es un dato fundamental de


nuestra época. Cuando digo revolución feminista quiero decir revolución anticapitalista. Si llamas
madre tierra a lo que te rodea y llamas mundo o planeta, entonces el feminicidio capitalista es aún
más aterrador y preciso. Hay un unidad inescapable, indivisible, mujer-madre-tierra.

Maltratada, explotada, abusada, violada, asesinada, incendiada, hecha pedazos. Y es literal.

Nos creemos superiores a otras culturas que consideramos ‘atrasadas’ pero somos tan ridículos
como cualquier otra cultura sacralizando y respetando automatismos y estructuras destructivas. Me
gusta ver en esa línea a Las hijas de Nantu ya que el tema no es otro que las mujeres puestas al
borde del abismo por una cultura patriarcal. Y su lucha iluminada o confusa por salirse de ese lugar.

Se describe un aparente callejón sin salida. La pasividad melodramática de los testimonios choca,
ya que fija (¿o esa era la intención?) a las mujeres en el papel de víctimas; la redundancia de muecas
sufrientes consigue que uno sienta (a pesar suyo) que es el mismo testimonio repetido aunque sean
mujeres claramente distintas. La hijas de Nantu es por eso, tristemente, una oportunidad perdida.

Noto un contraste muy fuerte entre las historias de las mujeres que intentaron suicidarse y las dos
mujeres, una aún joven y la otra aún niña, que entonan cantos mágicos. Me pregunto por el poder
de esos cantos. Que emocionan al instante. Que atraviesan capas de tu ser sin que sepas cómo. Que
son puro arte. Que son catárticos, sanadores. Creo que en esos cantos reside una clave constructiva,
desgraciadamente no usada en la película. La película no se interna ni en los testimonios ni en los
cantos. La voz del director no se ha dejado inundar o poseer por estas voces. Que pretende servir.
No las explora. Casi pasa un drone sobre ellas.

Cómo restituir la dignidad de esas mujeres. La pregunta es tan particular como universal. Busco el
punto de unión entre las confesiones – denuncias y los cantos. La película se disuelve sin remedio
en mi recuerdo por sencillamente torpe. Quedan, en cambio, en mí, con su misterio, esos cantos. El
gran aporte de esta cultura es la voz femenina, de la madre, la mujer, la tierra mujer madre, como
ese amor -en lenguaje feminista sería la ética de los cuidados- que tanta falta hace en este triste y
estúpido mundo machista camino de la destrucción.

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