You are on page 1of 147

índice

Apertura de las jornadas ...................................................... 1

Du pas de texte. Albert F o n ta in e ........................................ 3

impropiedad.. . Alberto Sladogna C e im a n ........................ 9

La escritura de las psicosis. Ricardo Menéndez Barquín . 35

La espada mellada. Jan M. William .................................. 45

El control: una dificultad de nominación. Miguel Felipe


Sosa .................................................................................... 57

Corte y puntuación. Antonio Montes de Oca T ....................71

El escritor, el acto de la escritura. María Celia Jáuregui


Lorda ......... 77

Con la escritura a cuestas (Jorge Cuesta, alquimista de la


palabra). Jesús R. Martínez Malo .................................. 89

Puntuación e ins(des)titución. Marcelo P a ste rn a c ............ 109

Historia de la institución: ¿cantar de gesta?


Rodolfo Marcos ................................................................. 139
Du pas de texte1

Albert Fontaine

Es posible que la cuestión del texto (de un seminario habla­


do de J.L.) no haya sido jamás planteada como tal en tanto que
Lacan proseguía su seminario. Quizá le hacían pantalla una serie
de suposiciones emanadas de su auditorio o atinentes a su per­
sona. No es sino más tarde que ha surgido la cuestión con am­
plitud de la desviación que hay entre un “ seguir” (estar ahí, por
ejemplo, como “ tom ador” de apuntes) y leerlo.
La publicación en Seuil del libro XI no fue suficiente. Pasó
sin crítica. Sin embargo, ¿no había tenido el aval de J.L. mis­
mo? Habrá sido necesario esperar un tiempo y la puesta en mar­
cha efectiva de un trabajo de establecimiento del texto para que
surgiese la piedra angular sobre la que pivotea toda la cuestión:
no hay texto escrito original de un seminario.
Fue necesaria la detención2 de los seminarios, la muerte, qui­
zá, de Lacan para que a un cierto número apareciese la delicada
pero esencial cuestión del texto del seminario y su corolario: el
de su lectura. Para algunos, entonces, ya no era suficiente estar
ahí, sino leer; Pero, ¿leer qué?, porque, en el origen, el texto
está ausente. Leer a Lacan, ¿querría decir, desde entonces, esta­
blecer el texto (al entender que las estenografías que circulan no
constituyen ningún texto escrito)?
Estaba el “ modelo” del seminario XI (antes de que apare­
cieran los otros). Ahí una vez más habría sido necesario un tiempo
para que la equivalencia entre la ausencia del texto original y el

' “ Del paso de texto” , “ Del no hay texto” , “ El engañado (dup/e) tiene texto” ,
“ Del giro de texto” . . .
2Arret, en francés.
4 Puntuación y estilo en psicoanálisis

“ valor de original” que éste se atribuye no apareciera más con


tanta evidencia.
En el momento actual, ¿qué quiere decir: leer a Lacan?
Nuestro tiempo es aquel de los stenos3, no solamente por­
que constituyen lo esencial del material con el cual la cuestión
de la lectura se plantea, sino también (en su sentido griego de
“ pasaje estrecho” ) porque son una convocatoria ineludible si se
trata de leer. En este sentido, leer quiere decir: confrontarse a
trazos de aquello que ha sido escuchado pero cuya fiabilidad es
más que dudosa, darse cuenta de que con la voz se pierde el pi­
vote de una relación transferencial, que ninguna referencia puede
ser llamada del exterior que validaría la lectura y su sentido. En
este nivel, leer quiere decir el encuentro con una forma de au­
sencia4 (legible por todas partes de la estenografía): la equivo-
cidad del significante.
Leer quiere decir, en la etapa siguiente, que la relación en­
tre lo que ha sido dicho y lo que otros han escrito no es tan sim­
ple como para regularse por una especie de equivalencia de un
sonido a su grafía. Cierto, hay algo que pasa de lo oral a lo es­
crito, pero esta operación-es eminentemente delicada. El pas de
texte5 en el origen plantea que aquello con lo que la lectura tie­
ne que ver es la “ fonía” 6, una fonía cargada de equívoco. Pon­
gamos que los registros magnetofónicos no hacen más que
aplazar7 el problema del pasaje a lo escrito. No resuelven nin­
gún problema de manera específica. No están sino técnicamente
más cercanos a la fonía de los orígenes.
El tercer postigo de la operación de lectura hace surgir una
forma de paradoja. Se plantea de entrada que la lectura de un
seminario hoy en día no puede hacerse correctamente sin que,

3Stenos: taquimecanógrafo(a). Conservamos el original en francés por la utiliza­


ción que hace del término en su sentido griego.
4Ab-sense en el original: ausencia, pero también alejado de. . . sentido.
5Referirse a la nota 1.
6phonie en el original. La pronunciación francesa de este término resuena a la
palabra inglesa phony = falso, falsificado.
7reculeren el original: echar para atrás, aplazar, alejar, retroceder: fig.: vaci­
lar; en México recular se utiliza para describir este tipo de acciones en los animales.
Du pas de texte 5

de una manera o de otra, el lector intervenga en ella. Leer quiere


decir transformar, hacer cortes, restablecer, o sea, constituirse en
una función de autor*. La forma de la paradoja conduce a esto:
que leer equivalga más o menos a promover el texto.
No hay texto8 entonces en el origen, sino trazos de una fo-
nía. De ahí parte la etapa siguiente: el establecimiento como res­
puesta a la cuestión de la lectura.

• • •

La pluralidad de lecturas posibles de un seminario requiere


que sean explicitados los principios que regulan la efectuación
del trabajo sometido al público.
J.-A.M. da razón del suyo**. A su público, él ofrece un
texto que se apoya sobre una cierta lógica que regula la incon­
sistencia ligada a la falta de un texto original. La versión pro­
puesta se apuntala en una comprensión previa del seminario, la
cual, a su vez, ordenará los cortes y decidirá el sentido. Su esta­
blecimiento es un establecimiento enfundado en la certeza de ha­
ber asido la articulación lógica de la enseñanza de Lacan “ lo
suficientemente lejos’’ para “ restituirla a través de la escritura’’
(pág. 16). Así se deriva que (de no querer contar para nada) “ es
ponerse en una posición tal que yo pueda escribir yo y que este
yo sea aquel de Lacan” (pág. 16)9.
La efectuación de su establecimiento parte de un trabajo
de redacción, “ pero sobre todo de logicización” (pág. 20), del
cual hace adoptar a Lacan la particularidad. En este nivel, se
cierra10 la certeza de haber asido la articulación a partir de la
cual logicizar el discurso de Lacan viene a “ plegarse a la racio­
nalidad de su pensamiento” (pág. 16). Lo que no quiere decir
que una lectura literal no sea hecha (¿cómo sería evitable?); o

*Jean Allouch: Dialogues avec Lacan. Littoral, 17, p. 141.


**Le Bloc-Notes de la Psychanalyse, 4, 1984.
8Referirse a la nota 1.
9Subrayado en el original de la entrevista.
wboucle: Cfr. nota sobre esta palabra en Seminario de Erik Porge. Ediciones psi-
coanalíticas de la letra; México, 1987; p. 22.
6 Puntuación y estilo en psicoanálisis

sea, un trabajo al nivel del significante y no de la significación.


Pero ahí no está lo esencial. Su punto débil está en otra parte:
el desciframiento está guiado por el sentido de una racionalidad
logicizada planteada desde el principio.
“ Una transcripción... lo que se lee pasa a través de la es­
critura, quedando ahí indemne.
Ahora bien, lo que se lee es de aquello que yo hablo por­
que eso que digo está condenado11 al inconsciente, sea lo que se
lee ante todo (Seuil, Libro XI)” .
La fórmula del “ paso a través de la escritura” puede pare­
cer asombrosa y tomar al revés la práctica del desciframiento que
es el establecimiento de un seminario. De ésta viene, en efecto,
la evidencia de que ninguna fórmula de continuidad existe entre
el discurso y su escritura. Son campos heterogéneos: a la
palabra12 le hace falta lo escrito; a lo escrito, la polisemia de
la palabra. Es sin embargo claro que de un campo a otro “ al­
go” pasa.
¿De qué se trata? De lo que se lee, dice Lacan. Ahora bien,
en esa fecha (1973) no parece que leer, en el sentido de “ lo que
está condenado al inconsciente” , tenga otra significación que la
de designar la operación de desciframiento misma, el texto in­
consciente estando ya ahí, de cierta forma, en el parto13 de una
lectura. La lectura que aquella supone se acentúa sobre el lector
en tanto que éste está dado a la tarea de efectuar una operación
literal, en los límites del sentido. Se puede entonces plantear que
de una transcripción Lacan esperaba que fuese leída, pero con
esta inflexión singular de la operación de lectura.
Para stécriture ahí está una de las apuestas esenciales: el “ pa­
so a través” de lo que se lee está para abrir en la medida de lo
posible. Está claro, por ejemplo, que un texto que evacúa la os­
curidad del estilo, que endereza y corrige en beneficio de la cla­
ridad, obtura la operación de lectura que Lacan esperaba del
lector.

u voué en el original: consagrado, dedicado, profesado (un sentimiento).


12parole en el original: palabra hablada.
,3gesine: yaciendo, acostado, enfermo, enterrado, parto.
Du pas de texte 7

Es en este sentido que para stécriture se deriva un cierto nú­


mero de principios sobre los cuales se regula el establecimiento:
—El texto no pretende, de manera alguna, valer como de­
finitivo: revisable por otros que llama a la lectura, supo­
ne que ninguna marca autentificante clausura el sentido.
—Cada opción que exige la escritura deja al margen, o a
pie de página, huellas de su operación.
— Su operación es de entrada literal, su sentido el resulta­
do de la operación de desciframiento (advertido, sin du­
da también, de un saber referencial).
—El texto así producido no se distingue de las huellas que
ha dejado visibles (aquellas que testimonian los cortes ne­
cesarios a lo que se constituye como escrito) más que
como una versión posible de un texto, por lo demás ausen­
te. La edificación del texto así establecido es, para ha­
blar propiamente, su andamiaje.
—Dado que a esta tarea el transcriptor está más o menos
“ puesto en función de autor” , las lecturas particulares
(forzosamente plurales) son confrontadas en vista de un
texto crítico singular donde se esfuma la aversión de ca­
da quien frente al desciframiento literal.
— Son confrontadas con la elección que impone el texto:
la estenografía, los apuntes del auditorio, las referencias
textuales y todo documento que pueda ayudar a tomar
la decisión.
La dificultad propia del establecimiento del seminario resi­
de en ese paso en zig-zag14 donde el texto escrito marca los lí­
mites del desciframiento. Cuestión mil veces repetida y jamás
verdaderamente zanjada: ¿dónde y por qué razones se detiene
el desciframiento?
En tanto que promueve un texto, la escritura limita lo que
está por leerse. La escritura no admite más que su propia ver­
sión. Deja huellas y restos de su recorte como también tiende
a imponer una significación (sentido). La escritura apunta a una
clausura de la lectura asignándole un sentido.l

l*chicane en el original: también se utiliza en México para designar (chicaría) la


acción tramposa de un abogado en un juicio.
8 Puntuación y estilo en psicoanálisis

Se encuentra desde ese momento la medida de validez que


sostendrá que la escritura hubiese bord(e)ado15 el texto tal co­
mo es.
Una parte de las razones tiende a un saber trans-textual (no­
tas diversas, otras referencias escritas pero de la misma época
que aquellas del seminario), a un saber referencial igualmente.
Pero, hay que decirlo, una parte de las razones es contin­
gente: para algunos el desciframiento se detiene ahí. Eso surge
de hecho. ¿Qué es lo que validaría?, ¿sería la ortodoxia reinante
(la de nuestra época) que haría así la doctrina escrita?
Si la escritura propuesta por stécriture tiene en cuenta este
punto, es eso lo que la hace crítica: marca los lugares donde
justamente no funciona como tal. Su texto se ofrece a una doble
lectura: la de las razones que la validan y aquélla donde queda
para descifrar... Reenvío entonces a otros lectores para un tex­
to promovido como suposición para transmitir lo que era, de en­
trada, querido por Lacan en su seminario: lo que se lee.

15border en el original: ribetear, cercar, remeter, arropar, bordear, costear.

Notas al texto de Albert Fontaine realizadas por Rodolfo Marcos, Antonio Montes de
Oca, Alberto Sladogna y Jan William, a partir de la traducción y discusión que hicieron
del mismo.
impropiedad. . .*

Alberto Sladogna Ceiman

El estilo de transmisión de la IPA y de otras instituciones


psicoanalíticas promueve la “ propiedad” sobre el psicoanálisis1
(clínica, “ formación” , transmisión y nominación). En la trans­
misión encuentran lugar los textos doctrinarios; las disposicio­
nes sobre el derecho de propiedad que los afecta pueden oscurecer
una problemática: el lugar y la responsabilidad de cada analista
ante ellos. Esta zona de sombra puede aclararse si reflexiona­
mos sobre el autor y el “ derecho de propiedad intelectual” .
La posición de la edición “ pirata” es una respuesta a esa
situación, generada —entre otras cuestiones— por la propiedad.
Esta posición resuelve a su manera el éxtasis/la estasis2 en la cir­
culación de los textos de la doctrina.
¿Está condenado el analista a elegir entre la “ propiedad”
y la “ piratería” ? Esta opción, al igual que otras, no es ajena a
los avatares de la clínica y de la doctrina. Perseguir estos avata-
res frente al texto constituye el hilo conductor de este escrito.

*Este texto surgió a partir de un trabajo en un cártel sobre el seminario de J.


Lacan: La identificación (1961-62).
'Véase el prólogo de Anna Freud, en el T. XXIV, de las obras completas de
Freud, donde califica a la Standard Edition, producida por James Strachey, de “ edición
canónica” (sic).
2Estasis (del griego oraran: detención), f. med.: estacionamiento de sangre o de
otro líquido en alguna parte del cuerpo. Éxtasis (del latín ecstasis, y éste del griego ¿xoraran):
m. Estado del alma enteramente embargado por un sentimiento de admiración, ale­
gría, etc., Teol.: Estado del alma, caracterizado interiormente por cierta unión mística
con Dios, mediante la contemplación y el amor, y exteriormente por la suspensión ma­
yor o menor del ejercicio de los sentidos.
10 Puntuación y estilo en psicoanálisis

La transmisión

Los textos de la doctrina psicoanalítica son uno de los ele­


mentos de la transmisión del psicoanálisis; no pocos análisis se
desatan a partir de ellos, como lo señala Freud (véase: “ A pro­
pósito de un caso de neurosis obsesiva.. .” )•
En este elemento —el libro— se localiza un momento pre­
ciso de la relación de lo oral-escrito: la construcción de los textos
a posteriori de la invención de la escritura. Históricamente, el
desarrollo de la escritura está ligado fuertemente a la confección
de listas3. El comercio requería de un control sobre la posesión,
intercambio y circulación de objetos, de ahí la confección de
listas. El despliegue de la escritura fabrica un nuevo tipo de ob­
jeto: el libro. La producción, circulación y posesión de libros se
ve afectada por una innovación tecnológica: la imprenta.
El libro constituye un momento de corte entre lo oral y lo
escrito. Los caracteres o tipos fijan las letras sobre una superfi­
cie (operación de aplanado); así, para C. Lévi-Strauss4, con la
escritura se cierra el ciclo de la producción mitológica, esencial­
mente oral. Sin embargo, la operación de lectura que espera y/o
promueve el texto recupera la movilidad, abriendo la posibili­
dad de diversos despliegues.
Un fenómeno tardío que acompaña al libro es la consoli­
dación de la figura del autor; mientras que la transmisión oral
promueve una participación en ese lugar —el autor— (hay tan­
tos mitos como versiones en circulación), ella no tiene sobre sí
las restricciones de “ fidelidad” que la figura del autor desata.
El autor viene a cerrar el texto mediante su fijación. Hay que
preguntarse, sobre qué elemento recae la acción de fijar: ¿la le­
tra, el sentido, su interpretación, el autor?
Los partidarios de la escritura, especialmente alfabética*,
destacan la permanencia de lo escrito. Literatura etimológica­
mente remite a letra dura", incluso cierta pedagogía blande el
lema: «La letra con sangre entra».
*Los alfabetizadores, que gustan de la organización militar, suelen denominarse
a sí mismos “ ejército” y organizan “ campañas” contra el analfabetismo.
3Gody, J. La raison graphique, Minuit, París.
4Lévi-Strauss, C. El hombre desnudo. Mitológicas IV, Siglo XXI Editores,
México.
impropiedad. . . 11

La permanencia mediante lo escrito enmascara un hecho:


la conservación suele desatar una relación de poder sobre lo con­
servado. Así, mientras que el texto oral promueve una circulación
amplia, la conservación del escrito —en no pocos casos— mar­
cha en sentido inverso.
Tomemos un caso. Durante largo tiempo, los llamados pon­
tífices ejercían la interpretatio; dedicados al ius sacro, eran doc­
tos en materias jurídicas diversas, como el derecho civil y el penal
entre otros. Los pontífices y patricios tenían bajo su responsa­
bilidad conservar la lista de los días fastos y de los procedimientos
que permitían realizar los ritos de las acciones de la ley. Conta­
ban con los commentariipontificum; allí se tomaba nota de los
dictámenes y se daba respuesta sobre las cuestiones que ellos tra­
taban. Estos escritos no estaban a disposición del público, lo cual
mantenía a los pontífices en su actividad dentro de la esfera civil
e impedía el corte entre lo civil y lo religioso. Esta situación ce­
só, entre otros motivos, cuando un descendiente de Liberto, el
escriba, Cneo Flavio, en el año 304 a.C. publicó el cuadro de
los días fastos y las fórmulas de las acciones. La obra de este
escriba, quien trabajaba a las órdenes de Apio Claudio “ el cie­
go” , no sin razón se llamó líber actionum.
Una situación semejante afecta a los textos del psicoanáli­
sis, especialmente en el caso de los escritos de Freud, y más re­
cientemente, a la enseñanza escrita y oral de J. Lacan*. Esta
situación se sostiene en el tejido que construyen los ordenamientos
legales referidos al derecho oo propiedad intelectual; mismos que
argumentan a su favor el querer conservar, preservar y amparar
una obra.
Los derechos de propiedad intelectual, entre otros, ampa­
ran la figura del autor. El lugar de autor puede no estar ausente
en la tradición oral, pero a partir del texto escrito adquiere fun­
ciones que lo diferencian. De acuerdo con M. Foucault, la figu­
ra del autor marca el paso de lo colectivo a lo particular, tal obra
fue escrita en tal fecha por X o Y. La obra se torna identificable
a partir de un nombre; al parecer, el título no es suficiente. Esta

♦Consúltese el artículo de M. Pasternac, donde figura el cálculo aproximado de


aparición de los textos del seminario de Lacan, si sólo contáramos con la edición “ fami­
liar” a cargo de su albacea testamentario.
12 Puntuación y estilo en psicoanálisis

operación articula al autor (como función; una posición en la


enunciación) y un nombre propio.
A partir de esa articulación se crea una figura del derecho:
la propiedad intelectual, seguida de los derechos correspondien­
tes que se conceden al titular dado que . se consideran
unidos a su persona y son perpetuos, inalienables, imprescripti­
bles e irrenunciables; se transmite el ejercicio de los derechos a
los herederos legítimos o a cualquier persona por virtud de dis­
posición testamentaria” 5.
Foucault señala la diferencia entre nombre del autor y nom­
bre propio; de ella extrae dos consecuencias: a) el nombre del
autor no es un nombre propio como los otros; b) la diferencia
entre ambos coloca en escena la función autor, “ característica
del modo de existencia de circulación y de funcionamiento de
ciertos discursos en el interior de una sociedad” 6. Señala ade­
más las diferencias entre obra literaria, científica y aquella que
califica de fundadora de discursividad, que comprende la obra
de Karl Marx y Sigmund Freud.

Administrar el goce

Las reglamentaciones de la propiedad intelectual, el dere­


cho de autor, las relaciones autor-editor, convierten a los textos
en objetos de apropiación patrimonial, y, por ende, se organiza
una administración del goce referida a esos objetos. Celso defi­
nía al derecho, en sentido objetivo, como “ el arte de lo bueno
y de lo equitativo” , mientras que Ulpiano sentaba sus tres pre­
ceptos: “ . . . vivir honestamente, no dañar a otro, dar a cada uno
lo suyo” 7.
El texto no es un objeto inocente, lo indican las prohibicio­
nes que impedían su lectura a las mujeres*; Sor Juana Inés de

•Prohibiciones para impedir “ saber” ; esta vía promociona el llamado “ deseo ae


saber” , que en no pocas ocasiones obtura el saber inconsciente.
5 Legislación sobre los derechos de autor, Porrúa, México, 1985, art. 3, p. 8.
6 Foucault, Michel, “ ¿Qué es un autor?” , Rev. Dialéctica no. 16, dic-84, Pue­
bla, p. 61.
7Citado por Silva, Sabino en Derecho romano, curso de derecho privado, Porrúa,
México, 1985, p. XXXIX.
impropiedad. . . 13

la Cruz se desprendió de los Libros de Virgilio, Ovidio, Cátulo,


San Juan de la Cruz y otros para cumplir su voto de pobreza8.
Peligroso para las mentes, objeto de riqueza, el texto es
sometido a una administración: el entramado derecho de pro­
piedad-edición decide en qué momento y en qué cantidad será
puesto a circular. Y junto con ello se precisan las reglas de usu­
fructo del mismo (cómo citar, posibilidades de reproducción, tra­
ducción, además de los aspectos relativos a la realización
económica de la edición).
Mientras que la transmisión oral produce una circulación
despersonalizada (“ cuentan los ancianos q u e ...” , “ se dice
q u e .. . ” ), en la transmisión escrita la circulación es presionada
por una personalización creciente: autor-editor-traductor-here-
deros-establecedor oficial. En principio esto es un dato, aun
más, indica una presión social fuerte, o sea, ésta y no otra es
la forma que gobierna la circulación editorial, con la salvedad
de que, por un lado, el psicoanálisis no tiene que responder por
una moral o religión última9; y por el otro, la historia editorial
señala que no se trata de un conjunto compacto y cerrado. Es po­
sible que un trabajo sobre el tema abra otras posibilidades, a
condición de plantearse la pertinencia y pertenencia del proble­
ma en el campo analítico.
La cuestión del goce, suscitada en torno al texto, se rela­
ciona con el derecho. Lacan indica que “ . . . cuando se ha reci­
bido una herencia, se tiene el usufructo, se puede gozar de ella
a condición de no usarla demasiado. Allí reside la esencia del
derecho; esta es, repartir, distribuir, retribuir, lo que toca al go­
ce. . .” 10 ¿Cómo organiza el derecho la administración del goce?

Puntuaciones sobre la propiedad

Hablar de derecho, en el occidente cristiano, implica la men­


ción del derecho romano que ha constituido y constituye su fun­
damento. El derecho romano abarca desde la fundación de Roma
(754/3 a.C.) hasta la compilación justiniana. Justiniano, empe-

8Benítez, Fernando en Los demonios del convento, ERA, 1985, p. 249/50.


9Lacan, J. Escritos.
10Lacan, J. Seminario XX, clase 21/nov./72, versión de G.T.
14 Puntuación y estilo en psicoanálisis

rador romano, emprende durante su gobierno una recopilación


de la legislación existente y la obra de los jurisconsultos conocida
como Corpus Iuris Civilis —nombre que le dio Godofredo, co­
mentarista de la Edad Media—. En ella se localizan tres elemen­
tos del derecho de propiedad: la persona, la cosa (res) y la
propiedad.
a) la persona

El vocablo castellano persona, proviene del latín, y éste del


griego. La etimología remite a máscara. La máscara que cubría
el rostro del actor en la escena teatral. Persona es el personaje.
Además, en latín, existe el vocablo per-sona, que deriva del ver­
bo persono —infinitivo personare— que señala “ sonar a través
de algo (orificio o concavidad); hacer resonar la voz” , como lo
hacía (¿?) el actor; el actor “ enmascarado” es alguien “ persona­
do” (personatus). Viene a la memoria el “ Llanero Solitario” , acom­
pañado de Toro, repartiendo justicia a diestra y siniestra. También
los fenómenos clínicos llamados de “ despersonalización” indi­
can la dificultad del actor para reconocerse en la máscara a tra­
vés de la cual suena una voz*.
El término persona designa en el derecho al sujeto legal:
“ el sujeto de derecho es designado, en nuestra ciencia, con la
palabra ‘persona’ ” ". Es persona jurídica aquella susceptible de
derechos y obligaciones; y de cuya susceptibilidad se deriva la
capacidad jurídica. Para detentar esa capacidad se debían reu­
nir tres requisitos: status libertatis (libres, no esclavos); status
civitatis (romanos, no extranjeros) y status familiae (independien­
tes no sujetos a la patria potestad). Estos requerimientos hacían
posible distinguir entre una persona y un ser humano (un escla­
vo era humano pero no persona).

b) la cosa
El derecho romano dio un paso para definir la propiedad
al conseguir definir la cosa sobre la que se ejerce. “ Se ha afir­

* La transformación que exige un análisis, implica un efecto de-personalizada


que opera el surgimiento de un sujeto.
"Silva, Sabino, Op. cit., p. 57.
impropiedad. . . 15

mado que las cosas, en el lenguaje jurídico, son los objetos (cor­
póreos o incorpóreos) susceptibles de un patrimonio” 12.
Estos objetos tienen una clasificación: la Res Divini Iuris,
llamada también Res nullius porque ningún ser humano puede
apropiársela; y por otro lado encontramos la Res Humani Iuris,
que comprendía la Res communes; aquélla cuya propiedad no
pertenece a nadie y su uso es común a todos los hombres (vgr.
el aire).
La Res nullius, elemento integrante del conjunto de las
cosas divinas, no puede caer bajo la apropiación humana; no in­
tegra su patrimonio. El legislador romano establece que el pro­
pietario era divino (los dioses). El lapsus, el chiste, el síntoma
(con su marca corpórea), y el sueño, ¿no comparten esta impro­
piedad?
Las formaciones del inconsciente se enlistan de forma par­
ticular: están entre la Res nullius y la Res communes-, particula­
ridad que marca una barrera a levantar, dado que no es necesario
(y posible) tener la propiedad de un pensamiento para usufruc­
tuarlo.

c) la propiedad
Sabino V. Silva dice que la propiedad es “ la facultad que
corresponde a una persona de obtener directamente de una cosa
determinada toda la utilidad jurídica que es susceptible de pro­
porcionar” . A la propiedad se le articulan tres componentes:
1 Ius utendi: facultad de servirse de la cosa y de aprove­
charse de los servicios que pueda rendir fue­
ra de sus frutos
2 Ius fruendi: derecho de recoger todos los frutos
3 Ius abutendi: el poder de consumir la cosa y, por exten­
sión, de disponer de ella —vgr. enaje­
narla—
Recordemos que para los romanos la propiedad no tenía
carácter absoluto, preveían limitaciones. Los intérpretes —glo­
sadores y comentaristas— distinguen entre los modos origina-
12Silva, Sabino, Op. cit., p. 137.
16 Puntuación y estilo en psicoanálisis

ríos y derivativos. Entre los primeros se encuentra la ocupación,


el caso del cazador lo ilustra: entra en posesión de una pieza que
no tiene propietario. Un problema singular es la “ posesión de­
moníaca” o la “ posesión pasional” , ¿quién es ocupado?
Otro modo de adquisición es la accesión: una cosa se une
a otra formando un componente inseparable, el propietario de
la principal adquiere la otra. En las fuentes romanas accesio de­
signa la porción o aumento que se adiciona a la cosa principal.
Es el caso de la scríptura que cede en favor de la materia sobre
la que se escribió; diferente de la pictura, quien posee la obra
tiene la propiedad —por adhesión— de la tabla o tela. Los ro­
manos dieron origen al sistema de con dominio (sistema adopta­
do por el freudolacanismo).
La propiedad y la posesión —poder jurídico y material
respectivamente— funcionan a partir de un dominium, de un do-
miñus. Dominio —señorío, maestría— ejercido por la persona
con capacidad jurídica. En el cuento de Poe —La carta robada—,
tema de un seminario de Lacan, el ministro se apropia de la
misiva —desliz de la reina—, y queda poseído literalmente; por
atesorarla se inmobiliza. Tai situación lo reduce a la impoten­
cia; la tiene pero no la puede jugar pues corre riesgo su cabeza.
El dominus es sometido al dominium, operación que ejerce efectos
sobre la persona del ministro (feminización del personaje).
El derecho se ocupa del usufructo: derecho de usar y dis­
frutar las cosas ajenas. Arangio Ruiz13 lo define como el dere­
cho de usar la cosa ajena y de percibir sus frutos, dejando intacta
su estructura y su destino económico. No es necesario ser el pro­
pietario de un cuadro para gozar de él; tampoco es necesario te­
ner los derechos de propiedad intelectual de un texto o su
propiedad para gozar su lectura.
El usufructo tiene límites que propician su extinción, entre
ellos: a) el no uso y b) la renuncia del usufructuario en beneficio
del propietario. En esta última posición se encuentran los textos
freudianos en los institutos de formación de la IPA, en tanto pro­
piedad de Freud y sus herederos. El analista no puede gozar de
ellos —a Lacan se le acusaba por practicar una lectura rigurosa

13Silva, Sabino, Op. cit., p. 187.


impropiedad. . . 17

del texto freudiano ante sus analizantes*—, salvo el goce del


atesoramiento al contemplar un objeto antiguo, sólidamente en­
cuadernado. La conservación, el atesoramiento, la contempla­
ción, se dan a condición de mantenerlo cerrado, dado que los
libros, al igual que las letras, se desgastan por el uso.
Este recorrido por las tramas jurídicas de la propiedad, sus
relaciones con el goce (por ejemplo la administración y la circu­
lación), nos lleva a concluir que es una institución; nombre que
en no pocas ocasiones la acompaña en el discurso político. Se
trata de una institución que genera efectos, uno de ellos, el caso
de la circulación de textos escritos, es la “ piratería editorial” .
Aquí los efectos explican a su manera las causas.

La experiencia pirata de la propiedad

La piratería y su acción se presentan en varias historias co­


mo una actividad delictiva**, consistente en el ejercicio de una
violencia ejercida para apoderarse de un objeto valioso, supues­
tamente con el fin último de atesorarlo. Esta caracterización di­
ce demasiado, y, por ende, demasiado poco. Prueba de este exceso
es el hecho, no aclarado, del prestigio y las simpatías que el per- _
sonaje del pirata despierta a partir de sus incursiones literarias,
inclusive dentro del terreno de las imágenes fílmicas.
¿Cuál es el elemento que permite sostener tal prestigio? El
mismo que se mantiene vigente. Así, por ejemplo, en México se
cuenta con cinco ediciones “ piratas” de la obra completa de
S. Freud, signo de los favores recibidos.
La historia, que suele recurrirá varios términos: —pirata,
bucanero, filibustero y corsario—, produce deslizamientos en­
tre ellos, promoviendo su uniformidad. Precisemos algunas
diferencias:
♦Al respecto, decía Daniel Lagache: “ Los mejores discípulos no siempre son los
más fieles, y no podemos sino felicitar a Lacan por haber encontrado en una lectura
muy atepta de Freud, quizás a veces demasiado atenta, temas de reflexión personal.”
¡Ah! Si evitáramos la distinción entre enunciado y enunciación. (J. Lacan Intervencio­
nes y Textos, Manantial, Bs.As. 1985, p. 61).
**Es interesante señalar que un lugar similar es atribuido por cierta literatura psi-
coanalítica al acting-out. La posibilidad de desprenderse de esa lectura no fue ajena al
desarrollo de este trabajo. El desprendimiento fue producido en el curso de una discu­
sión sostenida con J. William, A. Montes de Oca, R. Marcos y M. Sosa.
18 Puntuación y estilo en psicoanálisis

Las fuentes no siempre son claras al respecto; así, la Enci­


clopedia Británica hace gala de la flema nativa: es parca. La
piratería, en esa fuente, es descrita como una actividad ilegal,
practicada desde la antigüedad, que conoció su auge durante el
proceso de colonización de América, y que, a partir de la paz
entre las diversas naciones (Inglaterra, Francia, Portugal, Espa­
ña, Holanda), disminuyó su presencia y quedó reducida en la ac­
tualidad a los mares de China. Tal parquedad resulta excesiva
en un texto proveniente de un país, ex-imperio marítimo, que
algo tuvo que ver con el abordaje.
La palabra pirata proviene del latín, que lo recibe del grie­
go bandolero-, la lengua griega la enraiza con intentar y aventu­
rarse, por lo que el Diccionario Etimológico de Corominas la
coloca en la familia de vocablos comprendidos por el término
experiencia. En principio es evidente que la piratería es una ex­
periencia, incluso límite, ¿de qué experiencia se trata? De la
referida a la-acumulación. La isla del tesoro de R.L. Stevenson,
clásico del género, lo indica desde su título.
El botín, sin embargo, incluía diversos objetos. En un prin­
cipio se limitaba a la mercancía transportada, luego, los piratas
del Medio Oriente y el Mediterráneo extendieron su contenido,
al incluir en él a tripulantes y pasajeros. Varios fueron los per­
sonajes que vivieron esta experiencia: San Vicente de Paul, quien
durante su cautiverio forjó un sólido contacto con la alquimia;
Julio César, que cayó prisionero cuando se dirigía a la escuela
de Apolonio Molto, maestro del arte de la elocuencia; Miguel de
Cervantes Saavedra fue capturado y vendido a un apóstata grie­
go, luego comprado por el virrey Hassan, hasta el pago de su
rescate. Estas experiencias de secuestro no siempre tienen el ca­
rácter terrorífico que se les suele atribuir: un bufón de la corte
de Carlos I, “ Sir” Jeffrey Hudson, tomado dos veces prisionero
(1630 y 1658), perdió la suma de dos mil quinientas libras, y ob­
tuvo a cambio un aumento de su estatura. En efecto, pasó de
medir dieciocho pulgadas al ser capturado, a medir tres pies con
seis pulgadas a su liberación14.
¿Qué llevaba una y otra vez al pirata a repetir su experiencia?

14Gosse, Philip en Historia de la piratería, Espasa-Calpe, Col. Austral, 2 t.,


Bs.As., 1973.
impropiedad. . . 19

El vocablo filibustero tiene origen en el holandés Vrij Bui-


ter, literalmente, el que va a la captura del botín. El holandés
está en la raíz inglesa de freeboter (saqueador); filibuster desig­
na al pirata y a la actividad de obstruir la aprobación de leyes
en el Congreso de los E.U.A. La Enciclopedia Británica añade
una definición: “ originalmente, un militar irregular, aventure­
ro, y específicamente, en la mitad del siglo XIX, un americano
que fomenta o toma parte de insurrecciones en América Latina”
(sic)15. Recordemos que las insurrecciones en nuestro continen­
te estuvieron alimentadas por un enfrentamiento al monopolio
—dominio— comercial de las metrópolis.
Los bucaneros encuentran su origen en una geografía lin­
güística cercana, nacieron en las islas del mar Caribe: un origen
es el francés: boucans, sitio donde se ahúma la carne, derivando
de allí bucaniers; sin embargo, optamos por otro origen. En pri­
mer lugar se trataba de una actividad culinaria; por extensión,
designó primero a un hecho de comercio, y luego, nominó a una
experiencia: bucanear. La actividad culinaria proviene de los pri­
meros habitantes europeos de la Isla de la Española, quienes
aprendieron de los arawacos —indios caribes— la preparación
de la carne de puerco, descuartizada, secada al sol y, posterior­
mente, ahumada con madera verde. Los arawacos le daban el
nombre de bucan o bucacui. Este producto, junto con la reco­
lección de limones —vitamina C—, dio lugar a la actividad de
bucanear: aprovisionar de carne y vitaminas a los barcos. No hay
que olvidar que las largas travesías exponían a la tripulación a
la hambruna y al flagelo del escorbuto. Este último encuentra
un antídoto en la ingesta de limón y piñas, productos que, junto
a los puercos constituían la Res communes en las islas.
El pasaje del comercio a la práctica de asaltar barcos des­
provistos de adecuada protección se inicia —entre otros motivos—
por la persecución religiosa emprendida por el rey de España.
En 1620, la Isla de la Española, cuyas playas eran utilizadas
para el juego de naipes, el consumo de alcohol y tabaco*, se con­
vierte en campo de batalla para imponer el standard de una in­
terpretación de la Biblia, el catolicismo.
•Muirilc de Saint-Michel destaca además el disfrute de una alimentación mejor
que lu europea.
" l'he New Eneyclopaedia Britannica, Micropaedia, 1974, 15 ed., vol. 4, p. 137.
20 Puntuación y estilo en psicoanálisis

Este hecho conduce a los bucaneros a otro paraje del Cari­


be, cuyos recuerdos aún perduran, la Isla de Tortuga. Allí nace
la Cofradía de los hermanos de la costa16 que adopta formas or­
ganizativas que constituyen un lazo social entre miembros bas­
tante alejados de las costumbres institucionales de su época.
Los hermanos tenían un jefe llamado, según las costumbres
en vigor, gobernador, era elegido y podía ser depuesto por el sim­
ple voto. Además, su autoridad era ejercida en tiempos de gue­
rra —lógica sencilla, fueron esos tiempos los que impusieron su
elección—. Hay que tener en cuenta que esta elección “ demo­
crática” no siempre frecuente en nuestros tiempos, se producía
en 1620, treinta años antes del republicanismo de Oliverio Crom-
well y a ciento sesenta años de distancia de la Revolución
Francesa.
La Cofradía contaba con un consejo de admisión: “ Con­
cejo de los Ancianos” , instancia que vigilaba la conservación del
espíritu de los hermanos, y decidía sobre la aceptación de nue­
vos miembros; proceso conocido con el nombre de matelotage*,
cuya duración era de aproximadamente dos años.
Es fácil observar la distinción entre el relato histórico y la
construcción literaria del pirata, ambas mantienen sin embargo
un único trazo que se reitera, que insiste: la profunda trans­
formación que sufre aquél que se incorpora a ese estilo de vida
(o sea, a la experiencia pirata). Esta transformación los lleva,
en no pocas ocasiones, a fundirse mortalmente con el objeto de
la experiencia. No fueron pocos los que terminaron sus días
en la horca, colgados, al igual que los pendientes y otras joyas
que constituían parte del botín.
Es justo reconocer que la versión fílmica construye, en lo
imaginario, un estilo peculiar del pirata: fijador en grandes can­
tidades para soportar el viento marítimo; limpias camisas, de seda
obviamente; elegantes botas a prueba de deslices; y algunos ata-

*En el siglo XVIII, en la Colonia francesa de Santo Domingo, se llamará matelo-


te a la confidente de una cortesana; eran esclavas a quienes sus amas concedían una amistad
especial.
16Gall, J. y F., en E l filibusterismo, FCE, Breviarios ro . 131, 1978,p. 80y subs.
Este texto ha sufrido la transformación del título en la traducción castellana: “ L’Essai
Anarchiste des ‘Fréres de la Cóte’
impropiedad. . . 21

víos “ propios” de la profesión: ganchos, patas de palo, el pe­


queño loro y la clásica bandera negra con una calavera cruzada
por dos tibias. A todos estos elementos se les agregaba el impres­
cindible parche negro sobre un ojo —¿derecho o izquierdo?—, co­
mo recordamos al célebre Capitán Garfio, archi-enemigo de Peter
Pan*. La historia sólo recoge el recuerdo de un pirata francés,
apodado Pata-de-Palo por razones muy claras. Respecto a la
bandera negra, la documentación produce un cierto desengaño;
para empezar la Cofradía de la Costa no se tomó siquiera el tra­
bajo de diseñar una bandera, además, hacia 1680, se puso de
moda el uso de la bandera roja —los franceses fueron los pri­
meros en usarla— llamada pabellón de parlamento. Cuando era
de color rojo y contenía una calavera más un jabalí —símbolo
del tiempo— se le comunicaba al navio interceptado que poseía
un tiempo prudencial para rendirse; si la insignia era totalmente
roja, sin aditamentos, el mensaje era sencillo: no hay cuartel.
Los piratas ingleses adicionaban a la bandera roja el jabalí más
un diablo armado de un tridente.
Es justo reconocer que la presencia constante en la litera­
tura de la temida bandera negra, con calavera y tibias cruzadas,
es una manera de dejar constancia —levantar acta— de un acto
ligado a la experiencia pirata: la expropiación de un estandarte,
pues ese fue el pabellón que portaban durante el siglo XV cier­
tos regimientos europeos.
Es necesario regresar a la Hermandad. Su sistema legal fue
por demás sencillo, de carácter oral —pese a la numerosa pre­
sencia de letrados en sus filas—. Cuatro eran los preceptos cen­
trales:

1) “ Ni prejuicios de nacionalidad ni de religión” 17: la crí­


tica entre los miembros se dirigía a la individualidad al suprimir
las referencias nacionales o religiosas; cuando hacia 1689 los co­
frades tomaron parte en luchas nacionales, se inició su declive;
2) “ No existe propiedad individual” ; principio referido a
la propiedad de la tierra que incluía el botín (éste se distribuía
•No contundí! con l’ctcr Pan, nombre que recibe en algunas colonias de México,
1)1', el «compuflmitc del recolector de basura, quien hace sonar una campanilla para anun­
cia! ct servicio.
1tC)nII, J. y l \ , Op. cil., p. 86 y subs.
22 Puntuación y estilo en psicoanálisis

entre los partícipes) y también los barcos. Cuando un capitán


era admitido, automáticamente perdía sus derechos individua­
les sobre el buque y éste pasaba al dominio común;
3) “ La Cofradía no tiene la menor ingerencia sobre la li­
bertad de cada cuál” : ningún hermano tenía la obligación de com­
batir, se autorizaban ante los otros para tomar parte de una
expedición, y como no había contrato alguno, tampoco había
ruptura legal. La Cofradía jamás persiguió, para vengarse, a nin­
gún hermano que la haya abandonado, situación que no es co­
mún en las historias del movimiento psicoanalítico (la horda
primitiva freudiana hacía honor a su nombre en esos casos);
4) “ No se admiten mujeres” (¡!): el más extraño de sus pre­
ceptos, constituido por algunas particularidades. La prohibición
hace un distingo entre las mujeres blancas —en general una par­
te del botín— y las de color; estas últimas no eran afectadas por
la interdicción. Los hermanos ¿compartían los prejuicios de la
época? Además, hay que observar que la hija del gobernador,
que paseaba su lánguida figura por la cubierta del buque impe­
rial —personaje esencial del género fílmico—, solía acompañar
los pesares terribles de su captura con una enigmática sonrisa.
Este precepto —la no admisión de mujeres— se encuentra en no
pocas actividades (caza, ritos de propiciación, de iniciación, cier­
tos trabajos, entre otras) y demuestra que la Cofradía de hom­
bres —los hermanos— no eran una excepción.
Charles Johnson señala la existencia de leyes estrictas para
las relaciones con mujeres prisioneras: “ Si topásemos con una
mujer honesta y uno de los hombres intentase unirse a ella, sin
su consentimiento, aquél sería ejecutado inmediatamente..
o aún más “ . . . si se apresa a un barco que lleve mujeres a bor­
do, nadie osa, bajo pena de muerte, forzarlas contra el deseo
de ellas". Ambas reglamentaciones no prohíben el acceso a las
mujeres, lo posibilitan a condición de su “ consentimiento” o de
•U "deseo” . Estas condiciones que escapan a la fantasía del vio­
lador, y que imponen límites precisos a los “ preceptos” del po­
dra primordial, quien era más amado a partir de su asesinato,
ndupllcaban SU mandato de impedir el acceso a las mujeres
para él).
Utt ¿amanto a tomar en cuenta en la experiencia pirata es
y al manojo que se hacía del nombre. Bucaneros, fili-
impropiedad. . . 23

busteros y piratas, a diferencia de los corsarios, utilizaban apodos


para designarse, para conservar así el anonimato: “ Extermina-
dor” , “ Lolones” , “ Brasileño” , “ Viento al pairo” , “ Rompe pie­
dras” , “ Filo en punta” , “ Pólvora M ojada” , “ El manco” . ..
Lo que demuestra que su espíritu libertario no dejaba de tener
en cuenta el ordenamiento legal y las consecuencias que su expe­
riencia suscitaba en ellos. Señalo aquí una característica a estu­
diar en detalle sobre el apodo, su organización metonímica: una
parte designa al todo.
Por fin llegamos a los corsarios; una primera distinción: su
relación directa y no conflictiva con el régimen legal; así llevaban
ese nombre quienes recibían de tal o cual Estado una patente,
con la cual el corsario vinculaba su actividad a una determinada
bandera. Este tipo de labor “ mercenaria” se remonta a la anti­
güedad. Mitrídates, rey del Ponto, enemigo de Roma, tuvo la
ocurrencia de ofrecer protección a los piratas que asolaban
la región, para lo cual les dio comisiones; a esta acción se le
conoce también como el nacimiento de los privateers. Los Esta­
dos, al no poder contar con una protección marítima eficaz, re­
currían a la iniciativa privada, para lo cual extendía patentes de
corso o de represalias. Muñidos de estas patentes, los piratas lo­
graban a veces con bastante éxito, blanquear su historia, en al­
gunos casos a tal grado que terminaban sus días persiguiendo
con particular esmero a sus antiguos compañeros.
Este regreso a la “ legalidad” —previo blanqueo— es ilus­
trado por el caso de Henry Morgan, quien al ser designado go­
bernador interino de Jamaica, escribe a Londres: “ He dado
muerte, puesto en prisión o entregado a los españoles para que
fuesen ejecutados, a todos los piratas ingleses o extranjeros
que cayeron en mis manos” (cit. por Germán Arciniegas en Bio­
grafías del Caribe).
Los corsarios, a diferencia de los Hermanos de la Costa,
podían atesorar; por ejemplo, H. Morgan, antes de morir era
uno de los principales propietarios de plantaciones en Jamaica.
Con anterioridad otro corsario obtuvo el título de almirante, apo­
dado por sus enemigos el Cacafuerte, se hizo más conocido
como Sir Francis Drake. Su apodo provenía del asalto al buque
Nuestra Señora de la Concepción: “ El valor de la presa —dice
Arciniegas— nunca se supo; las cifras exactas sólo Drake y la
24 Puntuación y estilo en psicoanálisis

reina Isabel las conocieron” 18. Como recuerdo de la operación


quedó un prendedor de esmeraldas de Muzo que la reina luce
el día del año nuevo. Al parecer, la existencia de una patente de
corso, o un contrato de privateer, posibilitaba el uso del nom­
bre, cubriendo —apañando— las actividades non-sanctas que pa­
saban a escribirse en la lista de servicios ofrendados a la Corona
—la reina madre—.
Francis Drake agregaba otro motivo para sus actividades;
en su libro The World Encompassed se presenta como un brazo
armado de Dios que castigaba a los españoles por haber exten­
dido la “ venenosa infección del Papa” 19. Paradojas (?) de la
historia, su acción no impidió que en Offemburg, Alemania, se
levantara una estatua en su honor con la siguiente inscripción:
“ A Sir Francis Drake, que introdujo a Europa la papa. A.D.
1586” 20.
El estudio de J. y F. Gall marca tres momentos o ciclos de
la piratería: ler. período, la concentración. Corresponde a la ac­
tividad de grupos aislados; 2do. período, la hegemonía. Los más
valientes absorben a los más débiles. Se constituye un lazo so­
cial, la asociación. Se dictan reglas y surge la disciplina. A ren­
glón seguido aparecen los jefes: Barbarroja y H. Morgan, entre
otros. Se discute de igual a igual con los Estados; 3er. período,
la dispersión. La asociación declina, la acción de los Estados ofi­
ciales es irresistible. La insistencia de estos momentos son los ín­
dices de un problema que la piratería no logró resolver. Algo no
cesa de no insistir. En varias ocasiones, los momentos siguen de
cerca y/o al unísono con ellos, cambios en la nominación: a) fi­
libusteros, bucaneros; b) corsarios, privateers; c) señores-lores-
almirantes.
Los piratas que han vivido una experiencia tan profunda,
que implicó un cambio radical en sus vidas, han debido sin
embargo, pagar ese cambio al precio de una oscilación constan­
te: quedar pendiendo de una soga —la horca— o la integración
a las formas de vida que habían combatido. Además, como es

18Arciniegas, Germán, en Biografía del Caribe, Sudamericana, Bs.As., 1973, p. 146.


19Arciniegas, G. Op. cit., p. 158.
20Arciniegas, G. Op. cit., p. 157.
impropiedad. . . 25

obvio, no estaba entre sus preocupaciones el transmitir algo de


esta experiencia, lo que no impide tomarla en cuenta.
No es conveniente abandonar este breve pasaje por la pira­
tería sin hacer referencia a una historia particular que protago­
nizó el capitán Misson, oriundo de Provenza, a mediados del siglo
XVII. En un viaje por Roma entra en contacto con Caraccioli
—sacerdote—. Este hombre descubre a Misson un horizonte dis­
tinto: “ La propiedad carece de sentido, impide la fraternidad
y la igualdad entre los hombres” 21. Ambos se embarcan en un
privateer, y arengan a la tripulación; ella responde que la condi­
ción pirata no es la suya, son marinos del rey y la propiedad es
sagrada. Como resultado de un enfrentamiento con otro buque.
Caraccioli logra tomar el timón y propone la elección de Misson
como capitán. A partir de allí se opera un cambio profundo.
Abordan buques. Uno de ellos el Nieuwstaat, sufre la expropia­
ción más un agregado: le quitan las cadenas a los esclavos, y
Misson, dirigiéndose a un sacerdote, le dice: “ Ningún hombre
tiene atribuciones para privar a otro de la libertad. Si los que
profesan un conocimiento esclarecido de la divinidad se prestan
a la venta de hombres, como si éstos fuesen bestias, demuestran
que la religión no es más que una b u rla .. . ”
Misson y Caraccioli terminan por fundar una república: Li­
bertadla, misma que fue destruida por una tribu desconocida, mien­
tras que el capitán encuentra la muerte en una tempestad. Personajes
tan imposibles hacen creer a los historiadores en su inexistencia;
sólo queda el testimonio de Charles Johnson en su A General
History o f the Robberies and Murders o f the Most Notorious
Pirates, publicado en Londres en 1724. La verdad tiene una es­
tructura de ficción para lo cual es indispensable tomar a la letra
la ficción pese a su impropiedad.

La edición pirata
No hablaré aquí de los avatares específicos que llevaron a
la extensión del campo semántico de pirata a otros terrenos. Se
habla y se escribe sobre aeropiratas, piratas del aire, piratas
aéreos; inclusive el llamado “ plagio” se cataloga de piratería.
También encontramos los términos “ piratería editorial” o “ edi-

2,Gall J. y F., Op. cil., p. 236.


26 Puntuación y estilo en psicoanálisis

tores piratas” . Así, el establecimiento crítico de un seminario de


Lacan, debió enfrentar una acusación semejante, esgrimida pa­
ra prohibir su circulación*.
La extensión del campo semántico se produce mediante la
articulación de un sustantivo más un adjetivo de especificación.
El uso de la especificación señala la necesidad de evitar confu­
siones —señal de impropiedad—, lo que no carece de relación
con los malentendidos que pueden provocarse. Freud mismo se
ve llevado a precisar el empleo del término inconsciente; incluso
para ello genera una grafía específica. Es necesario recordar que
no siempre la especificación logra transportar el significante al
nuevo terreno; la significación tiene adherencias fuertes. En La-
can asistimos a un empleo más fluido de la impropiedad, que
es de una coherencia rigurosa con su enseñanza; así nos encon­
tramos con el término significante, o la enunciación provocati­
va de “ No hay relación sexual” . Esta fluidez no facilita la lectura
sino que convoca a efectuarla.
Para precisar el funcionamiento de la impropiedad en la no­
minación “ editor pirata” o “ piratería editorial” , es convenien­
te dotarse de una red de lectura. Los antecedentes de la propiedad
y la historia de la piratería son uno de sus elementos. Un traba­
jo de lectura sobre la actividad de construir “ ediciones piratas”
ofrece otro; veamos sus particularidades.
1) No hay piratería editorial sin una reglamentación de los
derechos de propiedad intelectual (sic) o de autor.
2) El pirata editorial no toma por asalto o abordaje las bo­
degas de las editoriales o de las librerías; incluso estas
últimas suelen ser los puertos protegidos donde sus pro­
ductos se distribuyen.
3) La edición pirata surge en un momento de “ estasis” de
una cierta obra (escasez, dificultad económica del pú­
blico para adquirirla, ausencia de reediciones). Es difí­
cil encontrar una edición pirata de la Biblia (la Iglesia
a lo sumo declara a tal o cual versión como apóstata),
la Guía Telefónica o El capital de Karl Marx.

‘ Consúltense los documentos sobre el juicio encarado por la Editorial Seuil de


París, Judith Miller y J. Alan Millcr contra la Asociación Aprés, editora del boletín
Stécriture y de la versión crítica del seminario VHI.
impropiedad. . . 27

4) La edición pirata se presenta bajo un seudónimo (Edi­


ciones Control; Ed. Borla), o sus productos reciben en
el mercado un apodo (la Blanca, la Verde, Tapas du­
ras, Xerox, son algunos de los que acompañan a cada
una de las ediciones “ piratas” de Freud).
5) Los editores piratas, a diferencia de los bucaneros, com­
pran un ejemplar de la obra a piratear, y luego pasan
a duplicarla. Allí ejecutan un acto literal de impropie­
dad cuyos efectos caen sobre la llamada propiedad in­
telectual o los derechos de autor, los derechos de la
editorial y los derechos de los herederos —legítimos o
no—. Al realizar este acto un objeto es puesto en circu­
lación; se lo libera para el usufructo, dando un golpe
a la conservación o atesoramiento.
6) La especularidad de su edición, facilitada hoy por la tec­
nología de fotoduplicación, no carece de trazas que la
particularizan; variación de la tapa, cambio de papel y/o
tamaño. Al igual que el significante, un texto duplica­
do no es igual a sí mismo.
7) Mientras que el personaje pirata de la literatura lleva
sobre su cuerpo las marcas de su actividad, en la pira­
tería editorial esos signos se encuentran en el objeto: el
parche en el ojo aparece como decoloración de la tapa;
el andar cojo de Pata de Palo se presenta bajo la ausencia
de alineación de la caja; el garfio o gancho es puesto
en escena por el precio (una edición pirata de Freud ha
previsto un sistema de enganche para los adquirentes).
8) El editor pirata no está comprometido subjetivamente
con la obra; en principio no le interesa hacer una
edición crítica, señalar lagunas, proponer modificacio­
nes. Su acción opera a partir de ciertas condiciones o
debilidades de la legalidad editorial (dificultad para ejer­
cer control, distancia de la casa editorial y falta de con­
trol estatal, entre otros). Le interesa poner en circulación
un objeto escaso, y obtener de allí una plusvalía ab­
soluta; tarea que consume su esfuerzo, y que, en gene­
ral, logra durante un lapso. Incluso en ocasiones mueve
a la casa editorial a ‘tornar más accesible la edición
legal (reedición o disminución de su precio). Esta puesta
en circulación, generalmente ampliada, produce una
redistribución del goce de la obra.
28 Puntuación y estilo en psicoanálisis

9) La edición pirata conoce un ciclo similar al de la pira­


tería, y en no pocas oportunidades su actividad termi­
na convirtiéndose en una empresa editorial legal. Incluso
no es extraño encontrar la actividad de privateers por
parte de casas editoras, como fue el caso de Alemania,
especialmente Lubcek, luego de la guerra de los Trein­
ta Años22.
10) La piratería editorial, para llevar a cabo su empresa, sos­
laya con facilidad la persona del autor, los derechos de
propiedad y las prerrogativas legales que se ejercen so­
bre el texto. Esta facilidad para hacer a un lado la “ pro­
piedad del autor” es un signo in-vitro de la debilidad
de que adolece esa figura jurídica. Lamentablemente la
inhibición producida frente a la persona del autor y
la propiedad intelectual ha paralizado durante largo
tiempo la fabricación crítica de los textos doctrinarios
del psicoanálisis.
11) Para producir la edición pirata es necesario que la obra
abordada tenga garantizada la existencia de un más o
menos amplio público. El texto generó un lazo social
con los lectores, tal es el caso de los textos pertenecien­
tes a fundadores de discursividad (Marx, Freud, según
lo propone M. Foucault). En el caso de Marx se encuen­
tran distintas versiones, lo cual amplía los horizontes
de lectura, algunas de ellas críticas, y su costo econó­
mico no las aísla del público. Las anteriores son razo­
nes más que suficientes para que sin ejercicio policial
o familiar alguno no haya lugar para la acción de pira­
tería; señal de que la piratería editorial es producto de
una institución: la propiedad intelectual.
En el caso de Freud se revela la impropiedad ana­
lítica de sostener la propiedad intelectual pues, so pre­
texto de proteger a la persona del autor se mutila la obra
(censura de la correspondencia con Fliess, en todas las
ediciones legales de las obras completas; trastocamien­
to de los títulos en sus traducciones, por citar algunos

22Dahl, Svend, en Historia del llhro, Alianza Editorial, Madrid, 1972, p. 178.
impropiedad. . . 29

ejemplos). La propiedad intelectual modifica el dicho


castellano: “ Cría herederos y te arrancarán las hojas”
También se muestra como siendo del mismo linaje la
operación de establecimiento que enarbola la bandera
de poseer de antemano la lógica de una enseñanza, apo­
yada además en su cercanía con el autor.
12) Se ha construido un mito, al adjudicar a las ediciones
piratas irresponsabilidad: aquí la crítica erró el blanco,
pues irresponsables suelen ser las ediciones legales que
aprovechan la mass-mediaúzación de los textos, so
pretexto de divulgarlas. Mientras la edición de Freud,
apodada “ Tapasduras” es un ejemplar apto para las ma­
niobras de lectura, su edición legal se caracteriza por
la ausencia de esos componentes. La edición “ corregi­
da y aumentada” de los Escritos de J. Lacan, es un texto
para no abrirse, pues si se lo lee se destruye como los
mensajes de Misión imposible —serie televisiva—, ya
que confirma las ideas que sobre esa enseñanza tiene el
director de la colección que los edita.

Unas conclusiones
La lectura de la actividad llamada piratería editorial arroja
una serie de resultados: a) la persona del autor enmascara la fun­
ción, función que desborda a la persona; máscara que posibilita
el ejercicio de una “ propiedad intelectual” que, como todo do­
minio se muestra débil; b) la expropiación del tesoro, por parte
de la edición pirata, redistribuye el goce del texto al colaborar
a su transmisión; c) esta acción se da al precio de mantener in­
tacto el carácter de tesoro vinculado a la propiedad, precio que
no ocupa al pirata editorial; d) la piratería editorial está conde­
nada a la clandestinidad, condición que la debilita frente al can­
to de sirena de la legalidad; e) la edición pirata está supeditada
a la edición legal —al reproducir sus logros e irresponsabilida­
des—, en tanto que pirata no tiene otra salida; f) los piratas edi­
toriales se ven envueltos en una batalla a muerte contra un
enemigo afectado de muerte natural; esto está articulado con
un “ sueño de Freud” (Lacan): el complejo de Edipo.
30 Puntuación y estilo en psicoanálisis

La impropiedad del texto


Lacan, comentando un caso de Kris —conocido como e
de los “ sesos frescos” —, escribe: .. si hay por lo menos ur
prejuicio del que el psicoanalista debería desprenderse por me­
dio del psicoanálisis, es el de la propiedad intelectual” 23. En
principio, las relaciones del movimiento psicoanalítico con los
textos doctrinarios indican que ese prejuicio persevera, provo­
cando no pocos perjuicios en la transmisión.
Los estilos de transmisión están marcados por la manera
en que se han abordado esas cuestiones. Estos estilos anudan las
articulaciones del texto —su lectura— a la operación de destitu­
ción subjetiva que acaece en un análisis, siempre y cuando esa
salida esté en su horizonte.
El estilo exige una puntuación. Conviene detenerse en esta
cuestión —la relación con el texto, para lo cual la literatura ana­
lítica brinda algunas oportunidades. Bruno Bettelheim ha pro­
ducido una obra: Freud& M an’s S o u l(traducida como: “ Freud
y el alma humana” 24), allí presenta un estilo de abordar la
cuestión.
Bettelheim reconoce que no pocos analistas están descon­
tentos con la versión inglesa de la obra freudiana. Añade que
la falta de discusión abierta* de “ la imperfección de las traduc­
ciones disponibles se ha debido en última instancia, según yo,
a reservas psicológicas mucho más profundas” que el esfuerzo
demandado por la tarea.
El origen de estas reservas proviene —según él— de que:
“ en su mayoría, las traducciones se concluyeron en vida de Freud
y fueron aceptadas o, al menos consentidas por él. El principal
editor de Standard Edition (James Strachey) era un follower*
a quien Freud confió personalmente la traducción de algunas de

*1.» inducción de estos párrafos fue realizada en colaboración con J. William.


Abierta: open, Cirijalbo dice público para traducir el adverbio openly (abiertamente);
follow er: seguidor, acompañante, secuaz, criado, adicto, adherente. El texto no emplea
dlsclfúe, discípulo, término de ia lengua inglesa.
>sLacail, J.. Escritos /, Siglo XXI Editores, Nva. ed., México, 1984, p. 379.
24Bettelheim, Bruno, Freud y el alma humana, Grijalbo. Para este trabajo he mi­
litado la adición Ingleta "Freud and Man’s Soul", A.A.Knopf, New York, 1983, ha­
ciendo la traducción de loe párrafos citados.
impropiedad. . . 31

sus obras; y la coeditora era su hija Anna, la persona que estuvo


más cerca de Freud en los últimos años de su vida y su elegida
sucesora. En estas circunstancias, criticar las traducciones hubiera
venido a resultar casi como criticar al mismo venerado maestro.
Y ha habido una generalizada tendencia a rehuirlo, acompaña­
da de la constante esperanza de que otros —lo ideal era que
fuesen los herederos elegidos por Freud— se encargaran de esta
onerosa pero muy necesaria tarea” (subrayado por mí). Bettel-
heim subraya el clima que suele rodear el entorno de un funda­
dor de discursividad; clima insuperable en esos momentos —la
cercanía dificulta la transmisión—, pero ya operadas algunas
transformaciones en esa situación, no se ve que su posición apunte
a una situación nueva. Este autor enlaza los problemas de la tra­
ducción inglesa a su preocupación —la de Bettelheim— por la
persona de Freud. “ La traducción defectuosa puede conducir,
y ha conducido, a conclusiones erróneas sobre Freud” (subra­
yado por mí). Esta convergencia de dos preocupaciones genera
una figura de estilo en que se conjugan la persona, el nombre
propio, el nombre del autor —la función—, demasiados elemen­
tos que operan un desplazamiento. Bettelheim escribe su texto
para “ .. .corregir las malas traducciones de algunos conceptos
psicoanalíticos, y poner de manifiesto la profunda humanidad
del individuo Freud, que era un humanista en el mejor sentido
de la palabra” .
Las acertadas correcciones —son variadas, no desdeñables—
propuestas por este analista; son justamente una corrección, tropo
del discurso por el cual la dificultad persiste. De ahí que su labor
se presente como propiedad de un grupo —selecto, en extin­
ción— de “ privilegiados” : aquéllos que vivieron en la Viena de
Freud, que conocieron su pensamiento en aquel tiempo y lugar,
y por último, poseedores de un conocimiento de “ la lengua tal
como Freud la utilizaba” . El estilo de pocos, aunque afectado
seriamente por la erosión demográfica, hace séquito.
El problema de la traducción señalado por Bettelheim es
efectivamente una cuestión a encarar —resolver sería más que
un exceso— . Los traductores han recibido de los psicoanalistas
la delegación de una labor, y luego, las quejas por su labor. Es­
tas quejas obscurecen un hecho: el pasaje entre lenguas tiene una
especificidad analítica —es un principio—, mismas que encuen-
32 Puntuación y estilo en psicoanálisis

tran su lugar en el psicoanálisis a partir del paradigma lacania-


no de S.I.R.* Lugar abierto, a condición de superar el prejuicio
del dominio.
Se sabe que la traducción pone en función el tema del do­
minio sobre la lengua. El traductor facilita a quienes carecen de
él el acceso a obras que de otro modo no podrían leerse (detalle
no banal para la circulación ampliada de un texto). A mayor do­
minio de la lengua, mayor fidelidad de la traducción, postura
que no sólo opera sobre la lengua de partida, sino que se ejerce
sobre la lengua de llegada. (Esta cuestión no escapa a las preo­
cupaciones de los traductores; véase: Después de Babel. .., George
Steiner, FCE, México, 1980).
En la nueva edición de los Escritos, un psicoanalista dice:
“ No he tratado de corregir, ni menos aún de ‘mejorar’ una tra­
ducción soberana (sic). Dudo que en otras lenguas haya tenido
Lacan traductor tan fie l al espíritu de su letra y a la letra de su
espíritu como se ha mostrado Tomás Segovia** en su versión, ta­
rea erizada de dificultades pero para la que le capacitaba, no tanto
su dominio de la lengua y la literatura francesas, sino su condición
de altísimo poeta de la lengua castellana... Las ‘innovaciones’ re­
sultantes de mi revisión han sido introducidas de acuerdo, no sólo
con las exigencias planteadas por el propio Lacan (¿?). . . sino con
los principios inspiradores de la versión defendidos por el pro­
pio Tomás Segovia {ante todo, defender la sintaxis, y en lo posi­
ble, el vocabulario españoles {sic) frente a la colonización por
el francés).. .” 25 (subrayados por mí, al igual que la introduc­
ción de los signos de interrogación).
Las quejas sobre los traductores, la defensa de soberanías
y el vocabulario de las lenguas “ nacionales’’ eluden una pregunta:
ese estilo ¿sigue el filo de la experiencia analítica? De ahí que

•Homofonía tomada del nombre de un congreso de la escuela lacaniana de psi­


coanálisis. Además, en el castellano de América Latina no hay diferencia fonética mar­
cada entre S y C —para ciertos contextos— con lo cual al leer /D E S .l.R ./, aparecen
varias posibilidades: francés: deseo; de Simbólico, Imaginario, Real; castellano:
/D ESIR / decir y de Simbólico, Imaginario, Real.
**Lamentablemente, según una versión, un accidente meteorológico nos ha priva­
do de la posibilidad de que tomaran estado público las lettres (cartas/letras) intercam­
biadas entre T. Segovia y J. Lacan respecto de las dificultades de traducción. Caso ejemplar
del borramiento apresurado de unas letras.
25Lacan, J., Escritos J, Op. cit., p. X y XI.
impropiedad. . . 33

los abusos de Tradutore-tradittore “ no ejercen sus engaños sino


para ‘desviar la cuestión’ ” 26. Pregunta que pone en juego las
dificultades que surgen al traducir, y que pueden encontrar una
articulación a partir del tema del sujeto, el supuesto y el saber.
La piratería, al hacer a un lado las propiedades del autor,
pone a circular un texto que sufre una “ estasis” , dando un paso
para sustraerlo del éxtasis producido por el amor al maestro, y
en no pocas ocasiones, por el odio (odioenamoramiento trans-
ferencial). Esto al precio de arrastrar consigo a su compañero
especular, la edición autorizada.
Entre la opción autorizada y la pirata se abre la posibilidad
de incluir una tercera: la fabricación crítica de un texto (a par­
tir de tres se puede contar al menos una).
Si en el decir el analizante dice más de lo que pretende al
hablar, no se ve por qué en una traducción —al destejer combi­
naciones de sentido— se perdería esa impropiedad; no se encuen­
tran suficientes razones analíticas para sostener un pasaje entre
lenguas o entre registros, oral-escrito, a partir de la soberanía
atribuida al personaje del autor.
El pasaje entre lenguas no puede quedar supeditado al com­
bate entre lenguas nacionales. Las llamadas lenguas nacionales
son “ un dialecto más un ejército detrás” (J. Ventos, diputado
socialista catalán); ejército de armas o espiritual. Cuando en
el decir de un analizante se lee una formación sintáctica o un tér­
mino que no pertenece a su lengua “ nacional” , serán pocos los
analistas que le indicarán: “ Joven, así no se habla” , señalando
su carácter de “ colonizado” , salvo que asuman el papel de de­
fensores de la lengua materna, lugar donde impera la ley del ca­
pricho (Freud señalaba allí, en la aparición de una palabra
extranjera, un fenómeno de transferencia).
No pocas veces un vocablo de otra lengua es el medio en
que una falta puede localizarse en la lengua nacional y vicever­
sa, un dominio de ellas dificulta la lectura de lo escrito en el decir.
Las dificultades que se encuentran al fabricar un texto crí­
tico no son un impedimento a la labor; por el contrario, son los

26Lacan, J., Op. cit., p. 436.


34 Puntuación y estilo en psicoanálisis

puntos en que la superficie—aplanada—del texto queda a la es­


pera de una intervención. Esta se produce en la función autor
que no está colmada por la persona de Freud o Lacan.
El dominio sobre la lengua o la posesión de una lógica pre-
vee para “ traducir” o “ establecer” un texto operaciones dife­
rentes entre sí que se articulan en dos efectos: la fidelidad al autor
y la acción de atesoramiento, con el consecuente borramiento
del lugar del lector. Ese estilo convierte al trabajo y sus resulta­
dos en un tesoro que al estasiarse es puesto bajo un dominio,
no circula. El dominio encuentra su fantasma: la piratería*. No
es para menos; como lo expresa un precepto jurídico: una ley
que impone una condición imposible de cumplir, es nula.
Lacan decía refiriéndose a las pasiones del ser que “ en la
unión entre lo real y lo simbólico (está) la ignorancia” (clase
30/6/54).
Por venir a colocarse en la posición de quien ignora, el su­
jeto hace su entrada al análisis. Sabemos que esa unión no se
da sin lo imaginario. Destaquemos que tal es la posición del lec­
tor, al menos de aquél que participa de la construcción crítica
de un texto. Fabricar un texto crítico supone un saber en juego,
mismo que no es supuesto a un sujeto —esto hace diferentes con
otras posiciones de analizante—.
La fabricación de un texto crítico lo dispone a la circula­
ción —la que no necesariamente se produce— dado que necesite
de ella para sostenerse —lo público, el público—, modificarse
Los textos así construidos ni son legales ni son piratas, tiener
un estatuto im propio...

México, D.F., 23 de septiembre de 1986

‘ Fantasma es utilizado aquí en el sentido en que por ejemplo lo emplea K. Ma


en El manifiesto comunista: “ . . . un fantasma recorre Europa. . .”
La escritura de las psicosis*

Ricardo Menéndez Barquín

La proposición: “ escritura de las psicosis” tiene, por lo me­


nos, una doble lectura:
a) las psicosis como objeto de escritura y
b) las psicosis como escritoras.
Esta duplicidad nos guiará a lo largo de este trabajo.
Para seguir la ruta que planteo tomar, parece conveniente
comenzar por algunos comentarios sobre la historia de la noso­
grafía, tema médico que en el caso de la clínica psicoanalítica
de las psicosis, considero prudente abordar.
Tener cultura psiquiátrica cuando se pretende abordar la
clínica psicoanalítica de las psicosis no está de más; el saber psi­
quiátrico ilustra a la clínica psicoanalítica en cuanto que señala
los caminos por los que no hay que pasar, sobre todo en las etio­
logías y tratamientos psiquiátricos propuestos. La nosografía sí
es una aportación psiquiátrica; es necesario leerla tomándola co­
mo lo que es: una clasificación puramente descriptiva.
Cuando el psicoanalista ha tenido en su pasado una for­
mación psiquiátrica —esto no garantiza una ventaja, y en oca-
«iones sí es un obstáculo—, cuesta trabajo abandonar cierta
mentalidad nosológica; lleva años lograrlo. En este sentido, los
psicoanalistas sin antecedentes de formación médica tienen un

•l *lr trabajo fue inicialmente expuesto en forma oral, no escrita, y opté por con­
servar »n la transcripción d estilo original, al cual sólo incluí algunas correcciones de
redacción
36 Puntuación y estilo en psicoanálisis

punto a su favor, ya que pueden leer la nosografía psiquiátric


(acto aconsejable) sin necesidad de creer en ella.
Resulta muy ilustrativo el estudio de la historia del sabf
psiquiátrico que parte del siglo XVIII, florece en el siglo XE
y principios del XX; pero a partir de los años cuarenta se pued
suspender la lectura: encontrarán sólo tonterías.
Hay que hacer notar que la mayoría de los grandes clínicc
en psiquiatría fueron convencidos organicistas; veremos <
porqué de esta aparente paradoja. Clérambault, el maestro d
Lacan, es un buen ejemplo. Recuerdo que mi maestro, el Di
Dionisio Nieto, decía que después de Kraepelin no había nadi
nuevo bajo el sol en lo que a nosografía respecta, opinión co
la que en términos generales estoy de acuerdo.
El siglo XVIII y la mitad del XIX se caracterizaron por un
fenomenología del desorden con una vocación higienista, aún n
clínica. Se podría decir en serio y en broma que la nosografi
psiquiátrica se empieza a consolidar gracias a la sífilis y a la gu<
rra, pues fueron los descubrimientos y las observaciones, en an
bas, lo que disparó el auge de la clínica psiquiátrica, origen qi
marcaba su destino. El siglo XIX y los principios del XX fuero
neurológicos en intención y psiquiátricos en sus efectos. La an
bición por la correlación de una lesión anatomopatológica co
las manifestaciones psíquicas, llevó a la aplicación del concept
de entidades clínicas a la locura. La fragilidad de sus aparent<
hallazgos los llevó a describir y sistematizar cuadros clínicos c
manera tan exquisita como no se ha vuelto a hacer; por ejen
pío, el delirio erotomaníaco de Clérambault es de una precisió
clínica descriptiva asombrosa. Con anterioridad al psicoanális
no existe comprensión alguna de lo que es el hecho psicótic<
por admirables y refinadas que sean ciertas descripciones clin
cas (sobre todo francesas); ni por claras y útiles que hayan sid
determinadas tentativas (sobre todo alemanas) para aislar algi
ñas entidades diferenciables. Estos hechos explican la aparen
paradoja que señalé con anterioridad.
Se puede afirmar que lo más rico de la psiquiatría se gen*
ró, efectivamente, en Francia y Alemania. El que los primerc
hayan aportado las descripciones más exquisitas y los seguí
dos las entidades más útiles, no es de sorprender, pues hace sil
La escritura de las psicosis 37

ínula con sus respectivas culturas y, por lo tanto, con sus formas
ilc abordaje de la locura.

I a diferencia que se establece a fines del siglo XIX entre


psicosis y neurosis es fundamental. La clasificación kraepeliniana
de lo que hasta entonces se englobaba en un solo bloque llama­
do paranoia, pasa a distinguirse en tres grandes grupos: Demen-
ita praecox-Parafrenia-paranoia (1911). No confundir con la
l’arafrenia freudiana, que fue una proposición para la Demen-
tm praecox, que no tuvo éxito (estaba de moda nominar). Por
el contrario, la proposición de Bleuler de llamar Esquizofrenia
a la Dementia praecox fue bien recibida, al grado de internacio­
nalizarse, pero es importante hacer notar que Bleuler incluía, den-
iro del rubro de las esquizofrenias a la paranoia, diferencia que
había establecido claramente, con razón, Kraepelin. Esta tenden­
cia a esquizofrenizar es dominante en la psiquiatría e incluso en
el psicoanálisis estadounidense; no hay que olvidar que Bleuler
fue influido por Freud.
El “ psicoanálisis francés” conservó claramente la diferen­
cia entre paranoia y esquizofrenia, al grado de que la enseñanza
de J. Lacan pone énfasis en la paranoia y muy casualmente co­
menta la esquizofrenia. En el “ psicoanálisis anglosajón” suce­
de lo inverso.
Les sugerí estudiar la historia de la nosografía psiquiátrica
solamente hasta los años cuarenta porque a partir de entonces
hay un proceso demencial de la psiquiatría, en donde ésta sufre
amnesia anterógrada, olvida la semiología y sólo conserva la
aspiración a medicar (en el doble sentido de la palabra medicar:
que en un galicismo diríamos medicalizar y en el sentido co­
mún: administrar medicamentos). Se trata de un retorno a la
aspiración biológica, una fascinación por los fármacos, que no
hacen otra cosa más que anular o evitar las formaciones psicóti-
cas como el delirio y la alucinación; cuando un psicoanalista man­
da a un paciente loco1 al psiquiatra para que lo medique, ¿qué
busca?, ¿realmente sabe por qué lo hace?

h ■" m-i es i**> iciHiino para conservar en la clínica, no en su sentido despectivo


i nlo(|iu;il. mi i o en mi unpni Liucia clínica.
38 Puntuación y estilo en psicoanálisis

La semiología que maneja el psiquiatra Ínternaciona


raquítica y errática; difícilmente sabe diagnosticar y tan solí
be medicar la locura. ¿Cuántos psiquiatras hoy en día com
las cuatro parafrenias de Kraepelin?
Freud escribía: “ En general, no es muy importante c<
se nombre a los cuadros clínicos (aquí Freud está hablandi
las nominaciones de la Dementia praecox y de la necesi
de diferenciarla de la paranoia); más sustantivo me parece <
servar la paranoia como un tipo clínico independiente, aun
su cuadro harto a menudo se complique con rasgos esquizo
nicos” 23. El psicoanálisis propone que no basta con ver cómc
tán hechos los síntomas, que aún es necesario descubrir
mecanismo de formación. Esto es, la semiología no está de n
pero no es suficiente. Es sobre el mecanismo de formaciór
los síntomas que quería hablar también.
Es necesario reflexionar sobre el síntom ^y la psicosis
Si consideramos al síntoma como algo para leerse, para
terpretarse, como forma de escritura de algo reprimido ei
inconsciente, como la manifestación (mediante los mecanisi
de condensación y desplazamiento) de un significante repri
do, como el retorno de lo reprimido, como una formación
inconsciente (también lo es el chiste, el lapsus, el acto fallid
el sueño), entonces no se trata de un significante forcluido
La enseñanza de Lacan (sobre todo en lo que respecta a
seminario sobre las estructuras freudianas de las psicosis y
incluir aún el seminario sobre el sinthoma) me lleva a hacei
siguiente proposición: no hay síntomas psicóticos.
Llamar a la alucinación y al delirio síntomas lleva el rieí
de no comprender el sentido fundamental de estos fenómeni
su mecanismo de formación; no se trata de formaciones i
inconsciente, habría que decir que son formaciones en lo re
esto se aplica sobre todo a la alucinación. Sobre esto enconti

2E1 psiquiatra de hoy en día no hace suficiente distinción semiológica, pue


bien no se trata de pulverizar los tipos clínicos en distinciones inútiles, tampoco hay <
depositarlos en grandes basureros de clasificación como el DSM-III.
3Freud, S. Puntuaiizaeiones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dem
tiaparanoides) descrito autobiográficamente (1911), Obras completas, T. XII. Amorro
Editores, Bs. As., 1978, p. 70.
La escritura de las psicosis 39

mos una discontinuidad fundamental entre Freud y Lacan de con­


secuencias clínicas enormes.
Safouan, en su trabajo sobre la forclusión (preclusión) su­
giere una continuidad entre las observaciones de Freud, respec­
to a la psicosis, con las que hace Lacan. Da la impresión de ser
una proposición forzada. Para esto se apoya en el comentario
de Freud: “ no era por lo tanto exacto decir que la sensación in­
teriormente reprimida es proyectada al exterior, pues ahora ve­
mos más bien que lo interiormente reprimido retorna desde lo
exterior” . Concluye Safouan que es posible seguir a Freud en
esto como equivalente a la fórmula de Lacan: “ lo que es for-
eluido de lo simbólico retorna en lo real” 4.
Este tipo de lecturas, en un deseo de conciliar ambas tomas
de posición, opaca la discontinuidad. Si bien Lacan cita el mis­
mo párrafo de Freud, lo denomina texto pivote; pero es a Lacan
al que le produce efectcvfávote; antes de él, a nadie. Es un efec­
to de lectura, de retorno a Freud.
Es evidente que Freud intenta tratar el caso Schreber en tér­
minos de su teoría de las neurosis al mismo tiempo que trata de
establecer una distinción psicoanalítica entre neurosis y psicosis
quedando en una posición embarazosa. El ternario lacaniano RS1
viene a aportar los elementos necesarios para sostener en la clí­
nica esta diferencia. Es una diferencia, no completud. Algunas
palabras sobre la alucinación y el delirio nos permiten abordar
esto sin entrar en una serie de citas que alargarían demasiado esta
presentación.

La diferencia entre la alucinación y el delirio es tan impor­


tante de establecer en la clínica psicoanalítica de las psicosis co­
mo lo es la diferencia esquizofrenia-paranoia.
Una primera distinción consiste en su temporalidad; nota­
mos cómo en la alucinación hay una suspensión del tiempo ima­
ginario. Recordemos al hombre de los lobos ante su dedo
cercenado; cae en un agujero del tiempo. En cambio el delirio
tiene una inscripción en el tiempo, por lo menos el de la narra­
ción, hasta cierto punto como el mito. Al menos ésa es su inten-

4Safouan, M., Estudios sobre el edipo, Siglo XXI Editores, México, 1977.
40 Puntuación y estilo en psicoanálisis

ción, una inscripción simbólica. La alucinación sería uno de 1


ejemplos máximos de una intersección de lo simbólico y lo re
que se podría designar como inmediata, en la medida en que op«
sin intermediario de lo imaginario. En el delirio se nota ciei
intermediación imaginaria pero —y esto es fundamental— a di
tiempo, trata de intervenir allí donde algo ya hizo corto eirá
to. A pesar de todo es un recurso. Basta con tomar la observad»
psiquiátrica de que paciente que delira no se deteriora. El llam
do hebefrénico (modelo extremo del deterioro psicótico) casi i
delira; en cambio, el paranoico cuenta con el recurso de la pal
bra, puede intentar contarse, inscribirse en una historia. I
intervención psiquiátrica mediante los fármacos llamados antip¡
cóticos (habrá que escuchar al pie de la letra el término antipsic
tico, !a mayoría de las veces) como la Perfenazina o el Haloperid
anulan la posibilidad de delirar*.
Freud, respecto al delirio, nos dice (Construcciones en
análisist 1937) que se trata de una desmentida del presente e
la cual hace su retorno, mediante el desplazamiento y la condei
sación, algo vivenciado a edad temprana y olvidado luego, co
lo que sugiere un grano de verdad. Propone que el trabajo d»
analista ante el delirio sería equivalente al que realiza en la hi¡
teria bajo la consigna de que el enfermo padece de sus reminií
cencías, y agrega que el resultado sería interesante aunque si
éxito terapéutico. Tiene mucha razón en esto último, puesto qu
efectivamente esta concepción aporta resultados interesantes,
incluso terapéuticos en el sentido de que modifica algunas ma
nifestaciones psicóticas o situaciones críticas, pero no permit
un psicoanálisis.
Una ilustración ejemplar de esto la encontrarán en una vi
ñeta clínica incluida en el trabajo: Sobre la génesis de la reali
dad y la alucinación5. Es un escrito valiente en donde no
ofrecen la transcripción de una sesión (“ Caso Tomás” ) con ui
paciente diagnosticado como esquizofrénico paranoide en don

♦No se trata de sostener una actitud inquisitorial ante el uso de psicofármaco


en la clínica de las psicosis sino de insistir en la tendencia a la esquizofrenización dt
paranoico.
5Trabajo presentado en el XXII Congreso Nacional de la Asociación Psicoana
lítica Mexicana, A .C., México, D.F., 1982, y publicado en Cuadernos de Psicoanálisis
enero-junio 1983, Vol. XVI, Núms. 1 y 2.
La escritura de las psicosis 41

de intentan demostrar “ la importancia del papel desempeñado


por la intolerancia al dolor mental en la génesis de la alucina­
ción” ; asimismo, que “ las verdaderas alucinaciones necesitan de
un sustrato material. . . de la misma manera en que los niños
escuchan voces que cantan dentro del ruido del ferrocarril” , y
en esta joya nacional de aproximación del psicoanálisis “ anglo­
sajón” a las psicosis, la terapeuta en un momento de la sesión
alucina, haciendo gala de esto en los siguientes términos: “ . . .
cuando la interpretación de la terapeuta le obliga a reintroyec-
tar a la ‘bruja’, se libera de esta intolerable vivencia emocional
por medio del recurso de encarnar la alucinación en su propio
cuerpo, a través de la mímica, con lo cual logra expulsar dentro
de la terapeuta su propio yo alucinado, generando en ella una pseu-
do alucinación contratransferencial” .
Esta lectura del fenómeno alucinatorio en la terapeuta
hace recordar los exorcismos o, mejor aún, las curas chamáni-
cas. Si bien no hay lugar a dudas que la transferencia está en
juego, el llamarle pseudoalucinación contratransferencial es una
forma alusiva de lo que debería designarse como un caso de iden­
tificación histérica con el síntoma del otro (puesto que aquí el
delirio y la alucinación funcionan como síntoma en la interpre­
tación de la terapeuta).
Esto es uno de los posibles efectos, quizá de los menos gra­
ves, que provoca el sustituir en el análisis de un psicótico el re­
conocimiento en el plano simbólico por el reconocimiento en el
plano imaginario. Se puede leer a lo largo de la sesión un mane­
jo valiente de gran creatividad imaginaria, bien intencionado, pero
imprudente, de la relación de objeto.
Una vez más se demuestra la agudeza del psicótico cuando
el paciente dice con una sonrisa: “ usted es mi tinta, doctora” .
El paciente le señala su esfuerzo por entintar con palabras lo que
el paciente alucina; el problema es que lo hace a modo de inter­
pretación de un síntoma en términos de la teoría freudiana de
las neurosis, en el sentido de formación del inconsciente o retor­
no de lo reprimido; aunque el contenido de las interpretaciones
sean muy poco freudianas, más bien son, digamos, muy “ anglo­
sajonas” . Mediante este mecanismo no es de sorprenderse que
aparezca una identificación histérica.
42 Puntuación y estilo en psicoanálisis

No se trata de estigmatizar la identificación con el síntoma


del otro en el análisis. Cuando se da en el analizante durante el
curso de la experiencia analítica, es algo que puede ocurrir y queda
a la espera de su interpretación puesto que es una posición insos­
tenible para un fin de análisis. Cuando esto se da en el analista,
digamos que también puede ocurrir y amerita darle su lugar, pero
de esto a considerarlo como algo loable y esquivado con el viejo
argumento de la contratransferencia, hay una gran diferencia.
A lo largo de la sesión se nota un manejo del delirio y de
la alucinación como si se tratara de defensas que habría que in­
terpretar. “ La defensa es una categoría que ocupa hoy el primer
plano. Se considera al delirio una defensa del sujeto. Las neuro­
sis, por otra parte, se explican de igual modo” , dice Lacan, y
agrega: “ Saben hasta qué punto insisto en el carácter incomple­
to y escabroso de esta referencia, que se presta a todo tipo de
intervenciones precipitadas y nocivas. . . el sujeto se defiende;
pues bien, ayudémosle a comprender que no hace sino defenderse,
mostrándole contra qué se defiende. Una vez que se colocan en
esta perspectiva, enfrentan múltiples peligros y, en primer tér­
mino, el de fallar en el plano en que debe hacerse vuestra inter­
vención” 6.
Es todo un tema a reflexionar el “ modo de manejar la re­
lación analítica, que consiste en autentificar lo imaginario, en
sustituir el reconocimiento en el plano simbólico por el recono­
cimiento en el plano imaginario” 7.
El delirio es un intento de inscripción mediante una inter­
mediación imaginaria que a manera de guión, de texto, de escri­
to, bordea, casi enmarca un agujero en lo simbólico. Esta escritura
tarde o temprano se lanza al aire en espera de que alguien la lea.
El destinatario tendrá que soportar un ejercicio de lectura que
no es ni interpretativo ni nosológico. Cuando el destinatario es
un analista, y éste se percata y lo soporta, se abre la posibilidad
del análisis de un psicótico.
Este intento de inscripción en un registro (simbólico) nos
sugiere pensar, aunque sea por un momento y como metáfora,
la forma en que se define “ registro” en el derecho civil: oficina

6Lacan, J., Versión: E! Seminario, Libro 3, Las Psicosis, 1955-1956, texto esta­
blecido por Jacques-Alain Millcr, Paidós, Barcelona, 1984, p. 116.
Idem, p. 28.
La escritura de las psicosis 43

pública en la que se inscriben de modo fidedigno los hechos re­


lativos al estado civil de las personas físicas (nacimientos, eman­
cipaciones, adopciones, vecindad y defunciones). Y agreguemos
que un escrito en derecho es una solicitud o alegato en pleito o
causa. El delirio paranoico se ajustaría más al carácter de solici­
tud, mientras que el llamado “ delirio histérico” apuntaría al
alegato.
La proposición del delirio como un escrito me parece útil
sobre todo si se le da el carácter de solicitud de inscripción en
un registro. No se trata de una huella mnémica en el sentido freu-
diano, como un recuerdo inscrito en la memoria, reprimido, que
puja por escribirse en el síntoma. Se trata de algo no simboliza­
do, en donde el sujeto no muestra nada; algo se muestra.
En el análisis de un psicótico puede ocurrir cierto efecto de
escrituración, o mejor aún, de inscripción, en su acepción gene­
ral: apuntar el nombre de una persona entre los de otras en un
registro. Este intento de inscripción resulta tan evidente que no
deja de sorprender el que los fenomenólogos del delirio no se
hayan detenido en el carácter genealógico del mismo frente a la
importancia que otorgan a lo persecutorio; se puede decir que
son delirios de parentesco donde se propone una filiación original.
El delirio es la escritura paranoica que con un recorrido mi­
nucioso y estricto, evoca el escrito científico. Se trata de una bús­
queda, de una auténtica investigación, y si a alguien se le puede
aplicar con todo rigor el término de investigador de tiempo com­
pleto es precisamente al paranoico. Se trata de una investigación
que mediante la proyección inventaría un borde a ese agujero
en el Otro allí donde habría debido advenir el nombre—del—padre.
Hay una reacción en cadena a nivel de lo imaginario que
produce un texto—delirio—, por lo general “ dictado” para
que alguien lo registre, peto en ocasiones la propia mano del pa­
ranoico deja testimonio por escrito; circunstancia que provocó
la celebridad de Schreber quizá hizo honor a su apellido, al pie
de la letra.
El hecho de que el paranoico cuente con estructuras imagi­
narias de las que pueda echar mano lo posibilita para ser un es­
critor, a diferencia del esquizofrénico para quien prácticamente
todo lo simbólico es real y tan sólo logra, digamos, garabatear.
Esta diferencia es fundamental en el abordaje clínico, pues fre­
44 Puntuación y estilo en psicoanálisis

cuentemente experimentamos la insuficiencia de la palabra para


el tratamiento del esquizofrénico y la necesidad de “ meter las
manos’’, aun arriesgándose a “ meter las patas” . Aquello que
aparece en lo real, aparece como una puntuación sin texto, pues
lo real no espera, y menos aún al sujeto, puesto que no espera
nada de la palabra; esto representa dificultades particulares en
el abordaje del esquizofrénico, tal como lo comentamos en re­
lación con la alucinación del paciente en el caso previamente
discutido.
El hecho de que Schreber escribiera (su solicitud)* no
garantiza que se tratara de un paranoico, pues la relación escri­
tura-paranoia no es patognomónica; ya que no podemos pa­
sar por alto el hecho de que su delirio alrededor de la emasculación
progresiva bordea un resurgimiento alucinatorio del significan­
te forcluido. Nosológicamente parece que entraría en lo que los
“ franceses” llamaron delirio alucinatorio de las psicosis aluci-
natorias crónicas, lo cual lo acercaría del lado de la esquizofre­
nia. Es necesario decirlo, Schreber fue un caso excepcional.
Lacan nos dice en su Seminario de Las psicosis que Schreber
era un escritor pero no un poeta, pues poesía es creación de un
sujeto que asume un nuevo orden de relación simbólica con el
mundo. ¿Será esta diferencia la que se rompió en Cuesta (en vís­
peras del pasaje al acto) y se sostuvo en Joyce?

•Sus “ Memorias” son el texto de su solicitud bajo forma de alegato.


La espada mellada

Jan M. William

Mella, en sus diferentes etimologías, reúne los significados


de pecado, de defecto, de mentira, de engañoso, de vano o inú­
til. La mella es también la rotura o la discontinuidad en el filo
o en el borde de una hoja. Es el vacío o el hueco que queda en
una cosa. Es menoscabo y deterioro. Causar efecto en uno la
represión o la súplica. Se habla de mellado en el sentido de falto
de uno o más dientes.
La mella es la discontinuidad que inscribe una letra no de­
seada, no pensada; algo cambia, súbitamente algo sorprende,
irrumpe un cambio.
Yo engaña ahí donde es más delgado; ¿hacer mella o ha­
cerme ella, hacerme una con ella, la escritura? Aunque afecte
suma pulidez, por muy pulido que sea —vidrio, piedra, cristal,
metal—, soy una extensión limitada, superficie finita. Ahí, en
el borde, en lo más extendido de mi imagen, ahí hago mella, ahí
hay engaño. Ahí donde me miro en el espejo, donde la imagen
especular roza mi cuerpo, ahí también hay corte y puntuación,
ahí los filos hacen mella.
En lo más delgado se rompe la continuidad del otro; ahí
hay engaño y mentira que busca la hoja de la verdad, la hoja
incandescente de las ordalías germánicas que dictaminarán el fallo
verdadero: verdad divina, fatum o palabra de los dioses.

Runas
Dice Tácito que las tribus germánicas solían hacer lectura
del futuro echando en una blanca tela las runas de los adivinos;
46 Puntuación y estilo en psicoanálisis

según caían cambiaba la lectura. Si las runas fueron básicamente


objeto mágico, son también letras de una lengua. En su sentido
original, la runa es un secreto, un cuchicheo misterioso, un mur­
murar apenas audible, una canción mágica, canción de los Trolls.
La runa es también un quejarse, rumor y ruido sordo.

El sentido de las runas sería entonces atraer y seducir al audi­


tor con un susurro murmurado en su oído. La escritura del si­
lencio; la runa echada, palabra escrita: epitafio y tumba.

El presente trabajo deberá leerse como runas echadas al azar;


cada lectura seguirá un orden diferente. Quizá para liberarse de
la esperanza de ser leído. . .

Sorpresa
La presa es sorprendida. Súbitamente es capturada. Quie­
re liberarse y tropieza; quiere morder y se ahorca; quiere hablar
y ruge. ¡Espectáculo grotesco, hilarante! Toda una vida, una his­
toria para fraguarse y un instante para prenderse, la sorpresa es
siempre mirar ahí donde los ojos nada ven. Angulo muerto o
punto de fuga. Los niños juegan a alcanzar su propia sombra
poniendo un pie encima. La sorpresa es también falta de presa,
manos vacías, perplejidad: pareciera como si la vaca bebiera la
luna cuando ésta se refleja en el charco. ¡No se ha ido! ¡Qué
alegría!

Cuando el enemigo acecha, cuando los ejércitos aguardan


en inquieta y silenciosa rigidez la lectura del arúspice, el primer
acero refulgente, el primer corte y la primera herida son tan ines­
perados que la sorpresa se torna punzante como el vinagre en
la copa de miel.

Algunas lenguas son más afiladas que otras: algunas pala­


bras hieren más que la hoja reluciente. “ Sanan cuchilladas y no
malas palabras” , pregona el saber popular. Y es que fui sorpren­
dido en lo más liso y llano, precisamente ahí donde no hay arru­
gas, ahí donde las letras no destacan por no tener ni cuerpo ni
volumen. Horizonte y punto accidental.
La espada mellada 47

Síntoma
Voltear la cara, ahí donde la exhalación se detiene; durante
ese instante antes de la inhalación, en el límite de mi cuerpo, ahí
donde yo termino y el mundo empieza, en esa franja o borde
vuelvo a encontrar el filo de la hoja: dos espacios diferenciados
por lo muy sutil y penetrante de la espada. Posible mella. Des­
fallezco. El golpe y yo coincidimos, caemos juntamente como
un solo cadáver, ruina y desecho de saliva cuando la vocal expi­
ra y se agota. Silencio y extenuación.
\ Asíntota es aquella línea que se acerca infinitamente a una
curva sin jamás tocarla. Es decir el contrario del síntoma en el
sentido de un colapso, de un encuentro, un coincidir, un caer
juntamente como cuando tropezamos sobre un cadáver en la os­
curidad. En griego, para no olvidar la mella, symptosis es, en
sentido hostil, un ataque.

Fetialis
Frontera, borde, límite, extensión máxima.
La frontera es la línea más sutil entre dos estados. Ahí el
derecho y la propiedad están en su punto más débil. Aquí cual­
quier corte hace mella. Cruzar la frontera pone en juego la iden­
tidad. ¿Seré o no reconocido por el otro? Así, para abrir un
espacio a la comunicación, para poner en circulación un texto,
un mensaje, una misiva que no sean menguados por el filo de
la frontera, los romanos mandan por los caminos del imperio
a sus embajadores o fetialis. A través de ellos podrá o no darse
un diálogo. Mientras el pater patratus negocia la paz o anticipa
la guerra, el Verbenarius ofrece su ramo de verbena como sím­
bolo del territorio romano. Si la guerra es inevitable, larga una
jabalina por encima de la frontera o, merced a una ficción legal,
la jabalina será clavada en la Columna Bélica, símbolo del te­
rritorio enemigo.
Por el contrario, si de firmar la paz se trata, la deputación
de los fetialis, con sendos cuchillos de pedernal, inmolará una
víctima —generalmente un puerco— y se procederá a la lectura
del tratado. Es la institución del *foedus ferire’ en cuya lectu­
ra literal el herir y cortar con un cuchillo, inscribe el tratado-víctima.
48 Puntuación y estilo en psicoanálisis

Sintaxis

Ordeno, grito y vocifero. No escucho porque teniendo el


poder no me interesa tu respuesta. ¡Entiéndanme! Su respuesta,
su pregunta, las tendré que reubicar, colocar en otro lado. Quiero
que se fundan en lo monótono y ordenado de la fila. Que no
sobresalga, si no, lo cortamos. Una rama inoportuna es un fe­
roz crecimiento. Lo que despunta lo achatamos, borramos y si­
lenciamos. No busco la sorpresa ni la aspereza. Me conformo
con la dura lisura del acero cuando éste brilla y me remite a una
pulida imagen. Me conformo aún en el tremor de la deforma­
ción. Todo es forma, sobre todo el estilo.
Arreglo, ordeno, los soldados se alinean: forman una sola
línea pulsante y sudorosa. Los puntos de una línea no cuentan,
son infinitos y no tienen ni peso ni extensión. Punto. El soldado
es intercambiable; ocupa su puesto, su posición que es lo único
importante. Al igual que las letras las colocamos a voluntad, las
desubicamos, las mandamos al frente, las retiramos, las inmo-
bilizamos; a veces incluso las condenamos a muerte heroica. En
la falange macedónica cada ciudadano-soldado es concebido co­
mo unidad intercambiable. Cuando las letras se aprietan, la lec­
tura no abre el sentido. Nada ni nadie pasa. La respiración se
detiene. Nuevo efecto de sorpresa. Una vez más, sólo la espada
mellada hará que la batalla se inscriba en la historia. El enemigo
no logró penetrar nuestras filas dentadas y retrocede. ¡Sintaxis
fallida! ¡Desentumecimiento! ¡Rompan filas!

(H)apax legomenon

Palabras que sólo ocurren una sola vez.


Quizá sólo logre hablar acerca de lo que provoca el apax
legomenon sin jamás encontrar una sensación de desprendimiento
y desolación. Sólo palabras. Palabras solas. Dichas, murmura­
das, musitadas por algún santo en el desierto, por algún agente
en misión secreta, por algún condenado a muerte en la oscuri­
dad de su celda minutos antes de. . ., por algún desgraciado en
su febril delirio, algún. . . o quizá todos. . . los contrarios,
en todo momento de la vida, como en el sueño de anteanoche, en
que se dijo algo que quisiera recordar, recobrar, cobrar, obrar, o
La espada mellada 49

bien. . . De niño oí eso que hoy interroga; pero sobre todo, sobre
el diván, sobre el sobre postal, ahí el apax legomenon inscribe un
decir indiviso, como la aparición fugaz de la novia velada, de
la mujer prometida, toda en blanco, entrevista por la rendija
de la puerta o en la reflexión de la ventana. Palabra anhelada,
buscada, escuchada en duermevela, suspendida en las musara­
ñas, palabra susurrante, cuya mera existencia es garantía de un
saber a futuro. Hoy no sé, pero mientras el apax legomenon circu­
le por el diván, puedo decir: “ Mañana sí sabré” ; promesa de
saber velado.

¿Simple o bicéfalo? ¿Distinto? ¿Lo mero bueno? ¿Lo pu­


ro? ¿Lo disparejo? ¿Lo particular? ¿Lo impar?

¿Palabra impar perteneciente a cuerpo mutilado? ¿Palabra


no enantiomórfica? Palabra que contempla el vacío y la noche
del espejo. Palabra sin reflejo, sin su doble, palabra que ni si­
quiera tiene existencia al revés y cuyo palíndromo es cautivado
por la muerte instantes antes. . . ¡Non!. . .

¿O acaso andamos de nones? (Andar ocioso).

¿O acaso estoy de non? (Porque sobro).

¿O acaso quedé de non? (Me quedé solo).

Andamosdenones, estamosdenones, quedamosdenones, por­


que ninguna palabra se dignó multiplicarse, dividirse, engendrar­
se, repetirse.

Escribe Kierkegaard: “ ¿Qué sería, al fin de cuentas la vida


si no se diera ninguna repetición? ¿Quién desearía ser nada más
que un tablero en el que el tiempo fuese apuntando a cada ins­
tante una breve frase nueva o el historial de todo el pasado? ¿O
ser solamente como un tronco arrastrado por la corriente de to­
do lo fugaz y novedoso que, de una manera incesante y blan­
dengue, embauca y debilita el alma humana? El mundo, desde
luego, jamás habría empezado a existir si el Dios del Cielo no
hubiera deseado la repetición. . . La repetición es la realidad y
la seriedad de la existencia” .
50 Puntuación y estilo en psicoanálisis

Isonomía

Igualdad de derechos en la democracia griega.


Si la palabra trata de arrancarle a lo real una parcela de exis­
tencia, la palabra también es poder que ejerce sobre el otro. Con
la espada que es muletilla y chispa de la mella, quizá logre soste­
ner —en la roca dura— la verdad del tiempo de un engaño, de
un parpadeo. En las sociedades guerreras, por lo menos en las
griegas clásicas, tomar la palabra significa ante todo dos cosas:
la primera, gestual, es avanzar y colocarse uno en el centro del
círculo formado por los compañeros de armas; la segunda es to­
mar el cetro, aguardar el silencio y empezar a hablar. Este hablar
“ en el centro” (es mésorí) de la asamblea militar, es hablar, si
no en nombre del grupo, sí de algo que interese al grupo. El cen­
tro es el punto común a todos los hombres ordenados en círcu­
lo. Ahí todo el botín de guerra: oro, plata y bronce, vidrio y
mármol, piedras y esencias, telas, estofas y nueces, esclavos
y esclavas, son depositados. Aquí, en este centro todos los bienes
son comunes. En este tiempo central, no hay propiedad indivi­
dual. De igual manera el guerrero que aquí toma la palabra, aquí
también la deposita. Sus palabras no son suyas en forma de copy­
right, son de interés común. Su palabra no es ya privilegio de
sacerdote, rey o juez, ni tampoco lectura de oráculo, escribano,
mántico.

Estos bienes depositados (es mésori) están destinados a


circular hasta el momento en que el gesto de levantarlos se tra­
duzca por una nueva apropiación. El gesto determina el derecho
de propiedad.

De aquí lanzo palabras de exhortación para excitar e inci­


tar. Estas se conocen como paregoros. Otras se engendran de la
vida en común, entre las armas. También circula la palabra per­
suasiva, convincente y seductora. Después de todo, se trata de
salir victorioso, y si es posible, vivo. Aquí se habla es méson pa­
ra conservar la vida y triunfar. Palabra de hombre. Sin embar­
go, esta palabra de hombre nada valdrá si no es escuchada y
reconocida por el poeta. Será la larga historia de la disputa
entre las armas y las letras.
La espada mellada 51

Enigma
En el mar y no me mojo
en las brasas y no me abraso
en el aire y no me caigo
y me tienes entre tus brazos
¿Quién soy? (La a).
La última soy del cielo
y en Dios, el tercer lugar
siempre me ves en navio
y nunca estoy en el mar
¿Quién soy? (La o).
En medio del cielo estoy
sin ser lucero ni estrella
sin ser sol ni luna bella
a ver si aciertas quién soy (La é).
“ Acontece que, a la hora de los grandes adioses, entreguen
ciertas realidades su definición; como los amantes, su retrato” .
Eugenio d ’Ors
“Oceanografía del tedio”
Sucede también que, en ciertos momentos, los enigmas li­
beran su respuesta bajo forma de letras aprisionadas. No hay
duda de que la respuesta está contenida en el enigma porque un
enigma insoluble no es enigma. Existe la certeza de que la solu­
ción puede y debe darse. No ya en el cosmos ni en la naturaleza
profunda de las cosas. En el enigma, la pregunta te concierne,
lector; es un cuestionamiento dirigido a ti y formulado de tal
manera que te fuerza a dar cuenta de un saber. El que pregunta
posee el saber, presente desde el momento en que la pregunta ha
sido planteada. De repente me vivo como ser cuestionado; el
enigma es coerción y opresión. Según la vieja palabra germáni­
ca tunkel, la cosa tenebrosa que nos envuelve a todos es como
manto nocturno de un saber ya ahí y sin embargo, invisible por­
que en nuestra cultura occidental, el saber siempre ha sido una
metáfora de la luz. Ahora veo, dice el que ya entiende.
El enigma no es trivialidad. Es cosa muy seria. Cuando en
otros tiempos los novios se iban a casar (Sansón-Jueces, XVl),
cuando el muerto va a ser sepultado, cuando las cosechas están
52 Puntuación y estilo en psicoanálisis

amenazadas el grupo recurre a justas enigmáticas que podrán o


no inclinar la balanza en favor de los hombres. ¡Quizá!, porque
cuando el resultado depende de una jota, resolver la letra del enig­
ma puede ser suficiente para favorecer el destino y su lectura.
Hubo también tribunales que dictaminaban conforme a la
respuesta dada a un enigma por el acusado. Sería porque con­
testar conforme a la verdad, es justicia. Siempre. Y porque quien
conoce la verdad, no puede ser injusto. Pregunta enigmática, si
reparamos en el estilo de una audiencia en el tribunal. Si bien
es cierto que el juez es quien debe saber, es el acusado el que
realmente sabe. Él es quien plantea el enigma y quien nombra
juez al juez, ya que, si este último falla en su resolución, cesa
de ser juez. El enigma requiere fallo , tarde o temprano. Corte
literal si no es que lateral. Siempre sorprende descubrir a la metá­
fora en el áncora del cuerpo. Sustantivo seguido de sustantivo,
substancia de substancias hasta los números y pesos atómicos. ¡Mi
deseo atomizado! En pretéritas ordalías, el cuerpo del acusado
era tirado y sumergido en las aguas del río para ser rechazado
o aceptado según la lectura de su sumersión. El corte literal es
corte bíblico, verdadero corte de Salomón, corte de palabra jus­
ta. Recuérdese a las dos rameras que invocan la maternidad de
un solo y mismo hijo, ya que el otro —sin nombre— fue sofoca­
do, literalmente, por el cuerpo de su madre, misma que en la
obscuridad de la noche intercambia el cadáver por el hijo de su
compañera. Salomón ordena traer una espada para entregar a
cada madre una mitad del litigio. Ese es el corte que hace mella
en la auténtica madre que decide abandonar el caso para salvar­
le la vida. Porque la vida es el enigma que la esfinge pone en
el filo de la espada. La fórmula es: “ ¡adivina o muere!” La so­
lución correcta da el pase y da acceso a la posibilidad de un nom­
bramiento, no tanto por la solución misma como por el poder
resolutivo del enigma.

Carpanta

“ Se mandó a dos verdugos, hombres valientes y de gran­


des fuerzas, que con peines de hierro rasgasen los costados de
la Santa Doncella, y después de rotos y carpidos poner hachas
encendidas”
Diccionario de Autoridades
La espada mellada 53

Esa es la historia de Santa Bárbara, historia inscrita en la


misma carne del cuerpo; piel de mujer en que el hombre pueda
carpir su borrachera, su sed y su hambre.
Rasgar, arañar, desgarrar las mismísimas entrañas, la bo­
ca del vientre: a eso se le puede llamar hambre. Hambre violen­
ta que se escribe Carpanta. Mujer desenvuelta y grosera, también
llamada Carpanta. Bajo una misma carpa estamos la mujer, el
hambre y un deseo de carpir con la pluma la verdad de una aso­
ciación.
Una mística de nombre Catarina de Siena, en sus diálogos,
recurre a la boca y a su manducación para hablar de su saber:
el oficio de la boca. La boca habla con su lengua; con el gusto
prueba los alimentos; los retiene para transmitirlos al estóma­
go; con los dientes los tritura a fin de ser tragados. Lo mismo
hace el alma que le habla con la lengua de la boca del santo de­
seo, con aquella lengua de la santa y continua oración. . . ¡Que
el alma coma! Siente hambre por las almas y toma su alimento
sobre la mesa de la muy Santa Cruz; que tritura su alimento con
los dientes, si no, no podría tragar. Porque el odio y el amor
son como dos mandíbulas en la boca del santo deseo; la comida
que ahí recibe, la tritura con el odio por sí misma y con el amor
de la virtud. Tritura, insiste, todos los injurios, tritura desprecios,
afrentas, burlas, reprimendas, persecuciones, hambre, sed, frío,
calor, dolorosos deseos, lágrimas, sudores para la “ salvación
del alma” .
No nos queda, lectores, más que trabajar de zatiqueros y
como tales, encargarnos del pan y levantar la mesa. ¡Gaudeamus!
Vámonos todos de cuchipanda. Para los cuscurros, buenos
aceros; para la carne manida, el satur del carnicero árabe que
contiene la misma raíz —str— que el verbo escribir. Que aun­
que sea pitanza o bodrio, aquí seguimos en francachela verbal.
Todos sabemos que el hambre aguza el ingenio, que más
discurre un hambriento que cien letrados; —aunque un cuchillo
mismo me parte el pan y me corte el dedo, sostengo que la lengua
que sabe discernir sabores es como el jifero de los mataderos,
porque separa lo bueno de lo malo. ¡Misericordia apelamos! Yo
de todo este caldo, saco mi tajada. Porque estas palabras están
54 Puntuación y estilo en psicoanálisis

gozando de Dios, porque la palabra blanda rompe la ira aunque


la palabra de boca sea piedra de honda. . . y de tanto hablar voy a
remojar la palabra
a beber las palabras
a comerme las palabras
aunque algunos mantengan que con las buenas palabras nadie
come. Y eso de que las buenas palabras untan y las malas pun­
zan es puro chiste porque las palabras como las cerezas, unas
con otras se enredan. En este mundo las palabras son hembras;
los hechos, varones.
Y que nadie me meta letra porque con el filo devorador que
tengo me tiro un filo con el que se me ponga enfrente. A ver com­
padre, sí, usted, ya me lo caché dándose un filo a la lengua, filo
rabioso de la envidia. ¡A ver si te vas muy lejos siguiendo el fi­
lo del viento!

Punto

Era una paloma — punto y coma


que venía de Marte — punto y aparte
que tenía su nido — punto y seguido
que era un animal — punto final
Dicen que la letra con sangre entra y que la tinta púrpura
es de color de mártir porque las heridas conforman una escritura
compuesta a la gloria de Jesús, Inscripta Christo pagina.
Sin menoscabar una vocación de santo, quisiera darle a la
lectura la puntilla: abrumar y confundir. Punto. Quemar la ru­
na, borrar los significantes y, como en las tumbas que los roma­
nos en vida preparaban, carpir la inscripción V S F (Vivus sibi
fecit). Porque aquí finca el punto, aquí está el quid. Si bien es
cierto que el punto invoca la pausa y pide el silencio, el punto
en su nonada señala el tiempo de un sucumbir, el espacio de la
trivialidad (las tres vías), de la encrucijada. Aquí cambia la di­
rección de la lectura y hay mudanza de voluntad. En otras pala­
bras, punto crudo. Punto en boca. ¡Silencio! Que al punto y por
punto quisiéramos dar en el punto y poner los puntos, punto
La espada mellada 55

por punto. Porque a punto fijo, por un solo punto Martín per­
dió su asno. En vez de escribir:
Porta patens esto.
Nulli claudaris honesto (Puerta, permanece abierta; no te
cierres a persona honrada); puso a la entrada del convento:
Porta patens esto nulli.
Claudaris honesto (Puerta: no te abras a nadie. Estáte
cerrada para toda persona honesta).
Así, un pro puncto cariut Martinus Asello.
Los romanos que, en jurisprudencia se complacían, formu­
laron que Cui cadit virgula, caussa cadit. O sea que, el que pier­
de la coma, pierde la causa.
El control: una dificultad
de nominación

Miguel Felipe Sosa

El 27 de mayo de 1917 Georg Groddeck, un médico alemán


ya célebre en aquella época por sus habilidades de terapeuta fí­
sico y de masajista, escribe su primera carta a Freud. Allí le re­
lata la historia de su relación con el psicoanálisis, o lo que para
él es lo mismo, le relata las visicitudes de su relación con el nom­
bre del propio Freud.
Algunos años atrás, en 1912, Groddeck había hecho pública
su posición adversa al psicoanálisis en su libro titulado Nasame-
cu, der gesunde und der kranke Mensch.
Sin embargo, en 1909 afirma que el tratamiento de una
mujer “ me obligó a seguir el mismo camino que posteriormente
conocí como psicoanálisis” 1. Esto quiere decir que Groddeck
descubrió en su práctica de tratamientos médicos la importan­
cia de la sexualidad infantil y del simbolismo en la etiología de
enfermedades orgánicas y que, en sus tratamientos, se enfrentó
con la transferencia y con la resistencia; aunque “ las designaciones
transferencia y resistencia no las he aprendido hasta ahora” *2.
El uso de estos términos freudianos nos revela un cambio
importante en la vida de Groddeck: sus obsesiones acerca de la
creación intelectual y de la propiedad de las ideas (se sentía obli­
gado a crear y a dominar ideas que debían ser originales e im-

'Sigmund Freud-George Groddeck, Correspondencia, Anagrama, Barcelona,


1977, p. 31. Carta del 27 de mayo de 1917.
2Op. cit, p. 32. Carta del 27 de mayo de 1917.
58 Puntuación y estilo en psicoanálisis

portantes) se le apaciguaron a causa de la instauración de Freud


como sujeto supuesto saber de su transferencia.
No obstante, y a pesar de haber localizado su transferencia
en Freud, Groddeck no se analizó con Freud. En lugar de ana­
lizarse con él, se convirtió en su eterno y devoto enamorado:
“ durante las jornadas del congreso corrí constantemente tras de
Ud. en estado semi-sonámbulo, como lo haría un enamorado.
Cuando lo recuerdo me alegra verme todavía lo suficientemente
joven como para tener sentimientos intensos cuando vale la pe­
na. Sólo anhelo poder estar alguna vez tranquilamente junto a
U d.” 3
Sin embargo, si una transferencia sin análisis*, que además
no es aceptada plenamente por el analista que la estimula, se pro­
longa indefinidamente, como sucedió con Groddeck, esta trans­
ferencia no cesa de no escribirse; en un caso como éste el sujeto
no puede encontrar un buen camino para salir de esta situación
que podría describirse, a grandes rasgos, como un “acting-out
permanente” .
Y también a causa de la instauración de Freud como sujeto
supuesto saber, Groddeck fue conducido a interrogarse acerca
de su posición de sujeto en lo simbólico.
La pista de esta interrogación es bastante notable desde su
primera carta a Freud: “ tras la lectura de la Contribución a la
historia del psicoanálisis se me ha apoderado la duda de si debo
contarme entre los psicoanalistas de su definición. No desea­
ría considerarme como partidiario de un movimiento si por ello
he de correr el riesgo de ser rechazado por su cabeza como un
intruso que no pertenece a él” 4.
A continuación, en esa misma carta, el propio Groddeck
enumera las razones por las que podría ser rechazado del movi­
miento psicoanalítico: su monismo recalcitrante, casi místico; sus
ideas acerca del ello y acerca del inconsciente, entre otras.

•Definición lacaniana del acting-out,


i Op. cit, p. 60. Carta del 17 de octubre de 1920.
i Op. cit, p, 33. Carta del 27 de mayo de 1917.
El control: una dificultad de nominación 59

Y a pesar de todo esto Groddeck le confiesa a Freud que


duda “ acerca de si tengo derecho a presentarme públicamente
como psicoanalista” 5.
Freud le responde inmediatamente. El 5 de junio de 1917
le escribe nada menos que lo siguiente: “ tengo que afirmar que
es Ud. un espléndido psicoanalista que ha comprendido plenamen­
te el núcleo de la cuestión. Quien reconoce que la transferencia
y la resistencia constituyen los centros axiales del tratamiento per­
tenece irremisiblemente a la horda de los salvajes” 6.
Esta respuesta tan salvaje no careció de consecuencias so­
bre la duda de Groddeck acerca de su derecho para presentarse
en público como psicoanalista. Cuando él se presenta por pri­
mera vez frente a un público de analistas, en el congreso de La
Haya en septiembre de 1920, afirma con orgullo que es un psi­
coanalista. . . ¡salvaje!
Es evidente, entonces, que las palabras de Freud lo convir­
tieron en un miembro de la horda, en un analista salvaje, pero
no le resolvieron su duda fundamental sobre su_ nominación de
analista. Las palabras de Freud no dieron derecho a Groddeck
de presentarse en público como analista.
La transferencia de Groddeck hacia Freud comenzó en el
momento en que “ el nombre de Freud aparecía más a menudo
como el pionero de esta serie de ideas”7 (referidas a los fundamen­
tos del tratamiento analítico). Y desde ese momento Groddeck le
escribió a Freud y se relacionó con el movimiento psicoanalítico
por amor (a Freud), tal como sucede cuando alguien se dirige
al sujeto supuesto saber: “ ¿le alegraría a Ud. que tratara de ser
admitido en una de las asociaciones psicoanalíticas? No concuerdo
del todo con ellas, lo sé muy bien; pero puedo decirle que es fá­
cil llevarse conmigo” 8.
Si las asociaciones psicoanalíticas no le atraían demasiado,
si la clínica y la doctrina psicoanalíticas le parecían insuficien­
tes, entonces, lo que a Groddeck le importaba del psicoanálisis

5Op. cit, p. 34. Carta del 27 de mayo de 1917.


6Op. cit, p. 38. Carta del 5 de junio de 1917.
1Op. cit, p. 32. Carta del 27 de mayo de 1917.
sOp. cit, p. 56. Carta del 27 de abril de 1920.
60 Puntuación y estilo en psicoanálisis

era alegrar a la persona de Freud, en el sentido en que Freud se


refiere a la “ persona del médico” cuando escribe acerca de la
transferencia.
Sin embargo, no hay nada en la posición de Groddeck que
merezca la menor objeción. Sería un abuso o una ligereza repro­
charle que se situara en posición de analizante de un analista.
El problema reside en las respuestas de Freud a la transferencia
de Groddeck, respuestas que revelan una concepción de la trans­
ferencia que no facilita la mejor resolución de esta situación. Si
Groddeck buscaba que Freud lo aceptara en la posición de ana­
lizante, ¿por qué no le permitió que se analizara, aceptándolo
como paciente?
Freud no ignoraba qué clase de relación había establecido
Groddeck con él. Por ejemplo, éste le escribe: “ cuando supe que
Ud. no iría a Salzburgo perdí el interés por el congreso. . .; ca­
da vez me resulta más claro que es a Ud. a quien quiero y no
a la extraña atmósfera de confrontación y litigio entre los leones
del congreso” 9.
Y en lugar de aceptar finalmente la transferencia que
Groddeck le dirige y decirle, por ejemplo, que lo espera en Vie-
na para analizarlo, Freud le responde: “ Ya sabe Ud. cuánto apre­
cio su personal simpatía, pero desearía transferir también* uña
parte de ella a los demás. Eso no haría más que beneficiar la
cuestión” 10
Freud no era lacaniano. Él no había reconocido el papel del
deseo del analista en el desencadenamiento de la transferencia.
Por eso no podía asumir la responsabilidad de la transferencia
que él mismo había provocado en Groddeck mediante, por ejem­
plo, la publicación de sus obras. Y por no ser lacaniano se le ocu­
rrió que él podría transferir una parte de la transferecia de
Groddeck hacia otros analistas y hacia la institución psicoana-
lítica.
Freud creía que las dificultades de Groddeck para integrar­
se al movimiento psicoanalítico internacional se resolverían me-

*E1 subrayado es mío.


9Op. cit, p. 106. Carta del 16 de diciembre de 192<t.
i0Op. cit, p. 108. Carta del 21 de diciembre de 1924.
E l control: una dificultad de nominación 61

diante una adecuada administración de su transferencia y también


creía que su palabra era suficiente para ratificar la legalidad de
su nominación de analista.
Es evidente, entonces, que Freud no estaba en condiciones
de darse cuenta que la duda de Groddeck revela, ni más ni me­
nos, que alguien que está en posición de analizante espera el ad­
venimiento de un cambio importante en su vida; dicho de otro
modo, espera que se produzca una articulación significante que
lo instituya como nuevo sujeto.
Si Groddeck se hubiera analizado, y si su transferencia con
Freud se hubiera efectuado, es probable que su duda se habría
resuelto mediante una operación subjetivante, y así se habría des­
plazado el lugar de la instancia que. ratifica el derecho de un ana­
lista de presentarse públicamente como analista desde el sujeto
supuesto saber hacia el jurado del pase. .
Sin embargo, aun antes de que Groddeck formulara tan ma­
gistralmente su duda, el movimiento psicoanalítico freudiano tuvo
que lidiar con el problema de la nominación de los analistas. Para
ello sirvió la fundación de la I.P.A . (International Psycho-
analytical Associatiorí), la organización de lal.T .C . {International
Training Commission) y la invención del llamado análisis de con­
trol o supervisión.
Ferenczi presentó al Congreso de Nuremberg de 1910* cum­
pliendo con una indicación de Freud, el proyecto de constitu­
ción de una asociación psicoanalítica internacional.
Según Ferenczi, “ el peligro que nos acecha, por decirlo así,
es el de ponernos de moda y que el número de los que se llaman
analistas sin serlo aumente rápidamente” 11.
Así pues, es evidente que el problema de la nominación de
los nuevos analistas estuvo en la base de la proposición que con­
dujo a la fundación de la I.P.A.
El documento de Ferenczi concluye: “ entonces, tenemos
necesidad de una asociación que pueda garantizar, en cierta me­
dida, que sus miembros aplican efectivamente el método psicoa­
nalítico según Freud y no algún método maquinado para sus usos
personales. La asociación tendría igualmente la tarea de vigilar
n S. Ferenczi, Psychanalyse !, Payot, París, 1982, p. 168 (la traducción es mía).
62 Puntuación y estilo en psicoanálisis

la piratería científica. Una elección rigurosa y prudente en la ad­


misión de nuevos miembros permitirá separar al buen grano de
la cizaña y eliminar a todos los que no reconocen abiertamente
y explícitamente las tesis fundamentales del psicoanálisis” 12.
Sea como fuere, a causa de su espíritu osado y aventurero,
Ferenczi carecía de la vocación de burócrata que se requería pa­
ra poner a punto un procedimiento que permitiera “ separar al
buen grano de la cizaña” . Max Eitingon estaba destinado para
ello.
En 1919, Eitingon y Simmel propusieron a la Sociedad Ale­
mana de Psicoanálisis, presidida en ese momento por Karl Abra-
ham, un proyecto para la creación de un instituto psicoanalítico
en Berlín (llamado Policlínica Psicoanalítica de Berlín) cuyos ob­
jetivos principales fueron: ofrecer tratamiento psicoanalítico a
personas de escasos recursos económicos y la enseñanza del psi­
coanálisis a los futuros jóvenes analistas.
En febrero de 1920 se inauguró el mentado instituto; sólo
que Eitingon apuntaba más lejos.
En el congreso de Hamburgo, en 1925, se aprobó un pro­
yecto de Eitingon en el que proponía la creación de una comi­
sión internacional de entrenamiento*, la International Training
Commission.
E|1 espíritu de la gestión de Eitingon, y el carácter de la
I.T .C ., se deducen claramente de sus palabras: “ para nuestra
gran satisfacción hemos encontrado que donde se ofrece entre­
namiento en psicoanálisis se hace con una lógica y (si ffuedo de­
cirlo así) hermosa sistematicidad**; los distintos centros de
entrenamiento, sin duda a través de influencias recíprocas, pro­
siguen métodos muy similares” 13.
Estos métodos son: 1) el análisis didáctico, 2) el análisis de
control (o supervisión) y 3) el estudio de la teoría.

♦Traduzco training como “ entrenamiento” , palabra que sugiere la educación mi­


litar, amaestrar y domar animales, movimiento como los de un tren: sólo donde las vías
lo conducen.
**E1 subrayado es mío.
t2Op. cit, p. 169.
>3lnt. J. PsA. 1929, 10, 508 (la traducción es mía).
El control: una dificultad de nominación 63

Encontramos, entonces, el origen de la práctica obligatoria


de lo que se conoce como control o supervisión en esta peculiar
empresa “ estética” de Eitingon, dedicada a promover que los
nuevos psicoanalistas sean similares entre ellos.
En el congreso de Wiesbaden, en 1932, Eitingon presenta
así a la I.T.C.: “ La Comisión Internacional de Entrenamiento
fue creada en el congreso de Hamburgo, en 1925, con el propó­
sito de establecer (draw up) un esquema uniforme* de entrena­
miento psicoanalítico en las diversas sociedades, de las cuales
dos de las más antiguas (las de Berlín y Viena) ya poseían insti­
tutos de entrenamiento, y sobre todo con el propósito de uni­
formar** (o / standardizing) las condiciones sobre las cuales se
deberían admitir a los candidatos para entrenamiento” 14.
Si se aplican condiciones uni-formes para la administración
de candidatos a psicoanalistas, éstos, probablemente, sólo po­
drán terminar como. . . ¡uni-formados!
Voy a citar otros informes de Eitingon al movimiento psi­
coanalítico internacional sobre la organización y las directivas
de la I.T.C. para que podamos darnos cuenta a qué estilo de no­
minación pertenece el control a la berlinesa.
En el congreso de Wiesbaden ya citado, Eitingon afirma:
“ las únicas autoridades para ocuparse de la admisión de candida­
tos y de su entrenamiento, junto con cualquier otra instrucción
impartida, son los Comités de Entrenamiento de las diversas
Sociedades que se reúnen para consultas en cada Congreso. Nin­
gún analista individual tiene el derecho de encargarse del entre­
namiento ni de dar instrucción en psicoanálisis sin haber sido
facultado para hacerlo por su Comité de Entrenamiento”*^.
Recordemos que se accede al “ entrenamiento” o a la “ ins­
trucción” en psicoanálisis mediante el análisis llamado didácti­
co, el control y la enseñanza en seminarios. Entonces, Eitingon
prohibió a los analistas “ individuales” que asumieran la plena
responsabilidad de la conducción de un análisis, de un control o

*E1 subrayado es mío.


**Standardize quiere decir “ uniformar” , “ normalizar” , “ producir en serie” .
u Int. J. PsA. 1933, 14, 155 (la traducción es mía).
l5Op. cit, p. 157.
64 Puntuación y estilo en psicoanálisis

de una enseñanza, porque interpuso entre el analizante y su ana­


lista la función de vigilancia del Comité de Entrenamiento. De
este modo se obligó a los analizantes a dirigir una parte de sus
transferencias hacia ese sujeto supuesto saber de naturaleza ins­
titucional (el comité de entrenamiento). En esto no hay mucha
diferencia con respecto a lo que Freud quería hacer con la trans­
ferencia de Groddeck, o sea, transferir parte de ella hacia otros
analistas organizados en la I.P.A .
Sin embargo, el problema no radica en que algunos anali­
zantes, muchos o pocos, dirijan transferencias hacia un agrupa-
miento de analistas, organizados o no. El problema radica en
que el proyecto de Eitingon, cuyo objetivo es el de uniformar
a los analistas para que el psicoanálisis no abandone su ortodo­
xia, requiere que esta, transferencia no se efectúe, requiere que el
análisis sea interminable, o lo que es lo mismo, requiere que
los analizantes no abandonen totalmente ese lugar, y por lo tan­
to, que no hagan el pase’" a la posición de analistas.
Todavía en el mismo congreso, Eitingon proclama: “ En la
admisión, todos los candidatos deberían firmar un convenio que
los obligue a no reclamar nunca que ellos han sido entrenados
por una institución psicoanalítica, o sostener que son psicoana­
listas calificados, hasta que hayan completado sus cursos de en­
trenamiento a satisfacción del Comité de Entrenamiento” 1®.
Podemos dar por hecho, sin muchas posibilidades de co­
meter un error, que la gestión de Eitingon se subordinaba al ob­
jetivo fundamental del Comité Secreto (del cual él mismo era un
miembro): evitar las discrepancias entre los analistas para evitar
las divisiones del movimiento psicoanalítico. Para ello, la I.T.C.
—y los comités que la representaban— trató de convertirse en
la única instancia que podía otorgar a los candidatos a analistas
el derecho de presentarse públicamente usando el nombre de
analista.
En consecuencia, ¿qué iniciativas importantes quedaban dis­
ponibles para los analistas y para los analizantes, si éstos y aqué­
llos eran relevados de sus responsabilidades por los comités de
entrenamiento? Muy pocas, por supuesto.*
*En. el sentido de la proposición de Lacan del 9 de octubre de 1967.
160|p. cit, p. 158.
E l control: una dificultad de nominación 65

He aquí en toda su extensión las “ Reglas permanentes de


la I.T.C. en relación con los institutos de entrenamiento y cen­
tros de entrenamiento” tal como fueron propuestas en el con­
greso de Lucerna, en el verano de 1934:
“ 1) El entrenamiento de psicoanalistas profesionales es con­
fiado a los Institutos de Entrenamiento psicoanalítico reconocidos
y supervisados por la I.T.C.
2) La siguiente es la lista de los Institutos de Entrenamien­
to reconocidos y supervisados por la I.T.C. en el presente (sigue
una lista por orden de fundación).
3) No se puede fundar ningún Instituto de Entrenamiento
psicoanalítico sin que se haya obtenido previamente el consenti­
miento por escrito de la I.T.C.
4) La I.T.C. da por sentado que se sobrentiende que nin­
gún miembro de la I.P.A . se asociará con la fundación o con
actividades de cualquier institución que haga profesión de en­
trenar candidatos para la profesión psicoanalítica que no esté re­
conocida por la I.T.C. Esta regla no excluye que los miembros
de la I.P.A. den instrucción en otras instituciones educativas (Uni­
versidades, Escuelas Secundarias, etcétera).
5) Los reglamentos, o los cambios de los reglamentos, de
cualquier Instituto de Entrenamiento deberán ser sometidos a la
I.T.C. para su aprobación. No deberán contener nada que sea
contrario a los reglamentos de la I.T.C.
6) El entrenamiento otorgado en los Institutos seguirá, en
general, los planes dictados por la I.T.C. en los Reglamentos in­
ternacionales para la admisión y entrenamiento de candidatos.
Estos reglamentos formarán las bases del esquema individual de
entrenamiento de cada Instituto. Tales esquemas deberán ser
sometidos a la I.T.C. para su aprobación.
7) Si un Instituto de Entrenamiento lesiona por causa de
su conducta el prestigio o los intereses de la I.P.A ., la I.T.C.
puede quitarle su reconocimiento.
8) A condición de que se haya obtenido previamente el con­
sentimiento por escrito de la I.T.C., las Sociedades o los indivi­
duos miembros de la I.P.A. están facultados para abrir un Centro
de entrenamiento psicoanalítico en cualquier lugar donde no exista
66 Puntuación y estilo en psicoanálisis

un Instituto de entrenamiento psicoanalítico reconocido. La ins­


trucción en estos Centros de entrenamiento sólo podrá ser otor­
gada por miembros de la I.P.A . que estén autorizados para
enseñar directamente por la I.T.C. En principio, los reglamen­
tos de los Institutos de entrenamiento se aplicarán a los Centros
de entrenamiento” 17.
Independientemente del destino institucional de estos regla­
mentos y a pesar de que algunos analistas se opusieron al furor
reglamentador de Eitingon, las reglas “ permanentes” de Lucer­
na son la verdad de este sistema de nominación uniformada de
los analistas.
Como ya lo anticipamos e ilustramos con el caso de
Groddeck, este sistema de nominación apunta a salvaguardar la
unidad y la uniformidad del movimiento psicoanalítico a nivel
nacional e internacional mediante la instauración de un sujeto
supuesto saber colectivo, de naturaleza institucional (la I.T.C .),
del cual dependería cada sujeto supuesto saber “ individual” (cada
analista), y del cual dependería también nada menos que el fu­
turo del movimiento.
Pero al garantizar la uniformidad y la unidad de los analis­
tas, al mismo tiempo se los condena a mantener una buena parte
de sus transferencias sin efectuar.
La práctica de control, impuesta como requisito que un
analista debería cumplir para ganarse el derecho a presentarse
públicamente como analista, surgió del centro de estas elucubra­
ciones de Eitingon que deseaba garantizar la inalterabilidad de
la ortodoxia psicoanalítica.
Sin embargo, a pesar de Eitingon y de la hipertrofia de los
reglamentos de la I.T.C ., que excluían que alguien pudiera ha­
cer un control con el mismo analista que conducía su cura, algu­
nos analistas de aquella época trataron de encontrar la raíz de
los problemas que la práctica del control les planteaba.
Así, VUma Kovács, una discípula de Ferenczi, propuso en
1936 que el control fuera conducido por el propio analista di-
dacta del candidato, “ ya que puede suceder que cuando el can­
didato comience a tratar pacientes no haya llegado todavía el

17
ínt. J. PsA. 1935, 16, 245-246 (la traducción es mía).
E l control: una dificultad de nominación 67

tiempo de terminar su propio análisis. El punto en el que un aná­


lisis debería concluir se determina más fácilmente cuando se trata
a un paciente que cuando se entrena a un candidato” 18.
Entonces, cuando aborda el problema del control, la Kovács
coloca en un lugar fundamental a la cuestión del fin del análisis
didáctico y al hecho de que el “ candidato” podría resolver los
problemas que se originen en el comienzo de su práctica de ana­
lista en el marco transferencial de su propia cura, sin necesidad
de recurrir a ningún aparato burocrático.
Pero los húngaros fueron arrasados del mapa de aquella épo­
ca por el grupo berlinés.
¿Cuál fue la posición de Freud sobre la cuestión de la no­
minación de los analistas?
En sus dos prólogos a escritos de Eitingón sobre la Policlí­
nica de Berlín, Freud elogia a su amigo porque “ institutos co­
mo la Policlínica de Berlín son los únicos capaces de superar las
dificultades que de ordinario se oponen a una instrucción pro­
funda en el psicoanálisis. Hacen posible la formación de un nú­
mero mayor de analistas instruidos, en cuya eficacia debe verse
la única protección posible contra el daño que personas ignorantes
o no calificadas, sean legos o médicos, infieren a los enfermos” 19.
Freud no confiaba plenamente en lo que el futuro le depa­
raría al psicoanálisis, por eso apoyó la iniciativa “ protectora”
de Eitingón.
En un artículo de 1910, Sobre el psicoanálisis “silvestre ” ,
Freud declara que, “ Ni a mí mismo, ni a mis amigos y colabo­
radores, nos resulta grato monopolizar de ese modo el título para
ejercer una técnica médica. Pero no nos queda otro camino en
vista de los peligros que para los enfermos y para la causa del
psicoanálisis conlleva el previsible ejercicio de un psicoanálisis
‘silvestre’. En la primavera de 1910 fundamos una Asociación
Psicoanalítica Internacional, cuyos miembros se dan a conocer
mediante la publicación de nombres a fin de poder declinar to­
da responsabilidad por los actos de quienes no pertenecen a ella

18Vilma Kovács, Training-and control-analysis, Int. J. P sA . 1936, 17, 351 (la


traducción es mía).
19S. Freud, Obras Completas, A.E. XIX, 29J.
68 Puntuación y estilo en psicoanálisis

y llaman ‘psicoanálisis’ a su proceder médico. En verdad, tales


analistas silvestres dañan más a la causa que a los enfermos
mismos” 20.
Quizás Freud nunca sospechó que tanta “ protección” bu­
rocrática, que tanto “ monopolio” del título de analista condu­
ciría a la I.P.A. (a la “ causa” ) a convertirse en un cadáver
semejante al del Sr. Valdemar.
Lacan planteó las cosas de un modo radicalmente distinto.
Él distinguió entre la autorización para ejercer el psicoanálisis
y el acceso al título de analista de la escuela.
En lo que respecta a lo primero, Lacan reconoció que el ana­
lista sólo se autoriza por sí mismo. Esto quiere decir que la pa-
rafernalia reguladora de Eitingon, incluido el control, carece de
relación con las condiciones que se requieren para que un análi­
sis pueda comenzar.
Que el analista sólo se autoriza por sí mismo quiere decir
que para operar como sujeto supuesto saber la autorización de
otro sujeto supuesto saber no es necesaria ni pertinente porque
lo que debe ocurrir para ello es el advenimiento del deseo del
analista.
Pero la “ fórmula” de Lacan está enunciada en un modo
impersonal. No es posible reemplazar al “ sí mismo” por un “ mí
mismo” (yo me autorizo por mí mismo) o un “ ti mismo” (tú
te autorizas por ti mismo) sin caer en el contrasentido o en el
delirio. Sería más exacto decir que el analista sólo se autoriza
por él mismo, ya que él, según Benveniste, no es una persona.
A causa de esto Lacan inventó el procedimiento del pase.
El acceso al título de analista de la escuela es una forma
de solución del problema de la presentación en público de un ana­
lista, problema cuya solución se le escapó a Groddeck y compañía.
Sin embargo, la duda del fornido masajista nos incumbe
porque revela que su experiencia previa de presentaciones en pú-
'blico como médico, incluso mediante la publicación de sus es­
critos, no le ayudó para presentarse como analista.

20S. Freud, Obras Completas, A.E. XI, 226.


E l control: una dificultad de nominación 69

Es que un analista no aparece en público del mismo modo


que un médico o un sacerdote altruistas y bondadosos, un mili­
tar autoritario, o un actor que representa algún papel, sin pro­
ducir incontenibles carcajadas, un profundo sopor, o un estado
de imbecilidad generalizada.
Cuando un analista se presenta en público, por lo menos
en alguna ocasión, está más cerca de algo como una mezcla de
farsa y de patraña “ verdaderas” , sin que tal mezcla sea total­
mente una representación, a causa de su oficio de ocupar el lugar
de objeto a en la cura.
Por eso valdría la pena interrogar a los rumores y a las
anécdotas causadas por las “ excentricidades” públicas de La-
can. Deberíamos interrogarlos acerca de la relación que se po­
dría establecer entre algunas “ extravagancias” de las apariciones
públicas de Lacan en su seminario, por ejemplo, y la elabora­
ción de su enseñanza.
La práctica del control a la berlinesa, cuyo objetivo es el
de uniformar a los analistas que dudan sobre su derecho a pre­
sentarse en público como tales, que dudan sobre su nominación
de analistas, esta práctica, que se extiende más allá de las fronte­
ras de la I.P.A ., impide que los problemas de nominación sean
enunciados por los interesados y, finalmente, resueltos.
Por el contrario, la tradición lacaniana no obliga a los ana­
listas principiantes a que controlen (o supervisen) sus casos para
que puedan ser llamados analistas ya que; los que deseen ser nom­
brados con el título de analista de la escuela* disponen para ello
del procedimiento del pase. En consecuencia, esta tradición la­
caniana admite que alguien pueda hacer lo que se conoce como
control o supervisión con el mismo analista'que conduce su cu­
ra, como lo deseaba la Kovács, o con otro analista, según las
circunstancias de cada analizante. Ninguna reglamentación podría
decidir acerca de quién tiene derecho a ser llamado analista, a
secas, ya que esto depende de que alguien opere como tal. Y pa­
ra que alguien opere como analista se requiere del proceso de
instauración del deseo del analista a partir de la efectuación
de la transferencia de un analizante al final de su análisis. Y la
transferencia no admite, para su efectuación, ninguna clase de
administración.
Déla escuela lacaniana de psicoanálisis.
Corte y puntuación

Antonio Montes de Oca T.

¡Ay, José, así no se puede!


¡Ay, José, así no sé!
¡Ay, José, así no!
¡Ay, José, así!
¡Ay, José!
¡Ay!
Canción cubana,
G. Cabrera Infante

Se escala la pendiente, se escande el verso, se puntúa el dis­


curso, por alusión a los metimientos del pie que se levanta y se
asienta, paso a paso1, al compás de la marcha, de la métrica
griega, de la palabra en cierne. Eso se escribe.
A la sucesión del alza (ársis) y la caída (thésis) de estas voces*2,
corresponde la marca de un trecho, de un intervalo, de un énfasis
o de una vacilación. El pie (poüs) es aquí la “ unidad de repeti­
ción” , la delimitación de dos tiempos que no se confunden3.
En su acepción poética, la escansión fragmenta la conti­
nuidad de la línea versal, identifica sus elementos rítmicos y los

'L at. scando, -is, scandere: subir, trepar. Ernout, A. et Meillet, A., 1951:
Dictionnaríe Etymologique de la Langue Latine. Librairie C. Klincksieck, Paris.
Tome 11, p. 1057.
2Preminger, A., Warnke, F.J. & Hardison Jr., O.B., 1974: Prínceton Encyclo-
pedia o f Poetry and Poetics. 2nd. ed. Princeton University Press. New Jersey, p. 52.
3Carreter, F.L., 1984: Diccionario de términos filológicos. Biblioteca Románica
Hispánica. Editorial Gredos. Madrid, p. 278.
72 Puntuación y estilo en psicoanálisis

mide, subraya sus acentos y señala estas operaciones por medio


de una simbología gráfica, musical o de registro acústico4.
Cuestión de metro, entonces; de tacto, de mesura; no de
moderación ni de templanza.
Medir el verso es revelar su cadencia, anticipar su resolu­
ción. Tal como lo propone Paul Claudel: “ el verso es una línea
que se detiene, no porque haya llegado a una frontera material
y le falte espacio, sino porque su cifra interior se ha cumplido y
su virtud se ha consumido” 5.
La línea se interrumpe al llegar a un punto. Cuando el ver­
so ha cumplido su “ cifra interior” , en el instante mismo de su
desfallecimiento e inminente caída, sobreviene un modo particu­
lar de puntuación: el que inscribe la marca que lo extingue, el
que pone término a su prosecución6.
Otras formas de expresión son tomadas por esta exigencia.
Así, en su comentario en torno al estilo “ continuo” de cierta
prosa —aquel que no presenta “ puntos naturales de deten­
ción” —, Aristóteles7 manifiesta el carácter “ insatisfactorio” de
un curso que se prolonga indefinidamente. En contraste, un es­
tilo en “ períodos” , en frases que tienen un principio, un final
y una longitud propias, es —nos dice—“ agradable y fácil de apre­
hender” para el oyente.
El filósofo evoca la imagen del corredor que, a pesar de en­
contrarse exhausto y sin aliento, no cede en su paso sostenido
hacia la meta. Aun antes de divisarla, la anticipa; y entonces se
apresura, en tanto —agrega— “ uno siempre prefiere tener a la
vista un lugar de parada” 8.

4Preminger, A. et al,: Op. cit., p. 740-741.


5Claudel, P.: A propos du blanc., citado en Catach, N.: La ponctuation.
Langue Francaise No. 45. Février 1980. Larousse. París, p. 18.
6San Isidoro de Sevilla, Doctor de la Iglesia (560-636), escribe su cryphia, ese
nombre corrompido de la cifra, en la forma de una letra “ C” invertida, con un punto
en medio [ O ].ÓeNorís. Libro I, cap. 21,citado porCovarrubias, S. de, [1611] 1984: Te­
soro de la Lengua Castellana o Española. Turner. Madrid-México. p. 417.
7Aristotle: The “A rt” o f Rhetoric [Rhétorika]. Libro III, cap. IX, línea 30. Edi­
ción de 1947. Loeb Classical Library. Cambridge, Mass.-London. p. 387. Trad. de John
Henry Freese.
t Ibid. Líneas 35-40.
Corte y puntuación 73

En contraste, algunas de las escrituras indochinas llamadas


Thai fluyen en una corriente de palabras que no descansa hasta
agotar el tema del que se ocupan y, en consecuencia, presentan
enormes dificultades en su lectura9.
Otros manuscritos asiáticos se valen de la interposición de
uno o dos trazos verticales, de líneas de corte, para señalar los
espacios entre las palabras o las frases. La utilización de estos
signos es, con todo, infrecuente.
Como lo indica Nina Catach: “ Un discurso escrito no pun­
tuado es como un discurso oral monocorde y sin pausas: se vuelve
incomprensible” 10*.
Tal es el testimonio de nuestro amigo Robert, el jovencito
inglés que ha extraviado el sentido de lo escrito, en el accidenta­
do tropel de su lectura. Lo confunde el “ bla-bla” de la lección
que repite en voz alta, y así, con libro abierto en mano, parte en
busca de un Otro capaz de leer el texto que a su oreja ha en­
gañado.
A final del sendero lo aguarda “Mr. Stops”", esa perso­
nificación hecha de signos: un peto de corchetes, la “p ” de p un­
tuación en la siniestra, el estilo que corta atado al cinto, una
interrogación toca su frente.
La advertencia de “Stops” es clara y contundente: “ Pon
el punto en su sitio. . . ¡escúchate!. . . ¡detente!” .

• • •

9Diringer, D., ¿1948?: The Atphabet: A Key to the History o f Mankind.


Philosophical Library. New York. p. 417; Février, J.G ., [1959] 1984: Histoire de
L ’écríture. 2éme, éd. Payot. París, p. 363.
luCatach, N.: Op. Cit., p. 24.
"H arris, J., 1822: Punctuation Personifiedor Pointing Made Easy; by Mr. Stops:
a pleasant idea devised in the reign o f George IV, fo r helping Young People to read co-
rrectly by means o f coloured pictures. El cartel de difusión de estas Jornadas muestra
una ilustración de estos personajes, fechada en 1824.

En el original se lee:

“ Young Robert could read, but he gabbled so fast; A n d ran on with such speed
that all meaning he tosí. Till one Morning he met Mr. Stops by the way, Who advised
him to listen to, what he should say. Then ent'ring the house, he a riddle repeated To
show, W ITHOUT STOPS, how the ear may be cheated”
74 Puntuación y estilo en psicoanálisis

“ Atajarle” por “ interrumpirle” : curiosa paradoja en apa­


riencia.
El atajo es, a un tiempo, la “ separación o división hecha
a una cosa” ; el “ corte hecho con rayas y señales en un escrito
la “ serie de disparates, mentiras o cosa parecida” ; el “ camino
por el que resulta más corta que por la vía principal la distancia
entre dos puntos” ; “ cualquier procedimiento para abreviar o ade­
lantar una cosa” y —como expresión antigua—, el “ Corte” , ese
“final que se acuerda en un trato cortando las discusiones que
lo retrasaban” 12.
“ Atajar su palabra” es el modismo que significa “ interrum­
pirla de pronto, advertirle, hacerle alguna salvedad o advertencia
oportuna” 13.
Al cortarse de tajo la palabra, en pleno disparate14, se abre
el acceso al camino más corto: el que conduce a la puerta, a la
eventualidad de una producción de sentido. Esto, siempre y cuan­
do se tenga presente el refrán que recuerda: “ no hay atajo sin
trabajo” .
El corte inesperado de la sesión analítica es una puntuación
en acto, un acto de puntuación que cumple el “ papel de escan­
sión” sobre el discurso del analizante; es el “ punto y aparte” que
lo mantiene en suspenso. Esta suspensión —escribe Lacan—15
“ tiene todo el valor de una interpretación para precipitar los mo­
mentos concluyentes” .
• • •

Corominas y Pascual16 hacen derivar la palabra castellana


“ descender” del scandere latino. Los pasos firmes que avanzan
por la escala ascendente suponen siempre un recorrido inverso:
un descenso ligero y zigzagueante, un despeño apenas y, en menos

12Moliner, M., 1983: Diccionario de uso del español, Gredos, Madrid, Tomo II
(A-G), p. 286 (cursivas en el original). En lengua inglesa tenemos el juego entre to cut
short (atajar) y short-cut (atajo).
13Callero, R., 1942: Diccionario de modismos de la lengua castellana. Librería
“ El Ateneo” . Buenos Aires, p. 163.
14Disparatar es la consigna. Disparate'. “Decir, Ensartar, Escribir, Soltar” : Mo-
liner, M.: Op. cit., p. 1018.
l5Lacan, J., 1953: Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis.
Escritos 1 (10a. edición, 1984). Siglo XXI Editores. México. P. 242.
16Corominas, J. y Pascual, J.A ., 1980: Diccionario crítico etimológico castellano
e hispánico, Gredos, Madrid, Tomo 11 (CE-F), p. 458.
Corte y puntuación 75

que canta un gallo, se pone en movimiento una precipitación,


—dígase con apego a la etimología— una caída con la cabeza
por delante.
Como en aquellos sueños “ típicos” que describiera Freud,
sueños de vuelo y de caída angustiosa, el corte abrupto anuncia,
como señal de alarma, el inminente despertar sobresaltado: es
el efecto de sorpresa que toma desprevenidos al analizante y al
analista por igual, a cada uno en su lugar respectivo.
El corte incide en pleno equívoco, sitúa a la palabra trunca
en el médium de esas dos vertientes del decir-a-medias: el enigma
y la cita'7, y la pone a bascular: ya como enunciación que ha­
brá que hacer devenir enunciado; ya como el enunciado que re­
clama el nombre de autor de su enunciación. Es ahí que legitima
su función interpretativa y define su estructura: “ un saber en tanto
verdad” 18.
“ Sesión puntuada” —propone Jean Allouch—19; puntuada
en lo particular del discurso de cada sujeto —agregaríamos—.
“ Sesión puntuada” ; no necesariamente “ corta” , “ larga” ,
“ breve” , “ prolongada” o “ instantánea” ; más bien librada al
cumplimiento de su cifra, a la consumación de su virtud.
Si “ el inconsciente pide tiempo para revelarse —se pregunta
Lacan— ¿cuál es su medida?” 20. Ciertamente, no la del tiempo
cronológico.

Cada sesión, como cada análisis, cursa su propio tiempo,


ese “ cierto tiempo” requerido para comprender el momento de
concluir, según el modelo de la lógica asertiva. La operación in­
cluye al corte como precipitador de esos momentos concluyen-
tes, como el acto analítico que los expresa21.

n Lacan, J.: Seminario del 17 de diciembre de 1969 (inédito): L'envers de la


psychanalyse.
]*Ibid.
l9Allouch| J., 1984: lettre pur lettre: transcríre, traduire, translittérer. Litoral
cssais en psychanalyse. Editions Eres. Paris. p. 88.
20Lacan, J., 1953: Op. cit., p. 300-301.
21Lacan, J., 1945: El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un
nuevo sofisma. Escritos 1 (10a. edición, 1984), Siglo XXI Editores. México, p. 198-199.
El escritor, el acto de la escritura. . .

María Celia Jáuregui Lorda

Inicio el presente trabajo con diversas preguntas que se me


plantearon y que he reunido bajo el título de El escritor, el acto
de la escritura.
El eje o el acento central de estas meditaciones está puesto
en el tema del sujeto. Lo que queda de este acto de la escritura
es precisamente eso, es decir, una obra literaria, ya sea ésta un
poema, un ensayo o una novela. . . Pero, ¿qué sucede con el
sujeto?1
Cada escritor es un caso particular en el que el acto de escri­
bir se presenta bajo un estilo o forma diferente de escritura. ¿Por
qué llamo a esto acto o, más precisamente, qué es un acto, y
cuáles son los puntos más relevantes en relación con la escritu­
ra? ¿Acaso este acto permite que se verifique un cambio en la
subjetividad del sujeto que está implicado en el mismo?
A fin de ir ciñendo estas cuestiones me he permitido hacer
referencia a un escritor de lengua alemana, y de principio, a uno
de sus libros en particular en cuya introducción se lee: “ el autor
ha reunido (evidentemente a posteriori) estas hojas sueltas bajo
el título ‘El Testamento’, probablemente porque con tales opinio­
nes, en su curiosa fatalidad, se expresa una voluntad última, aun­
que a su corazón le espere aún la tarea de muchos años” *2.

'Las nociones de sujeto y autor, a partjj; de las preguntas que hizo el público,
actualmente son motivo de reflexión, y con posterioridad serán expuestas a debate.
2Rainer Maria R ilke,£7 Testamento, Alianza Editorial, Madrid, 1979.
78 Puntuación y estilo en psicoanálisis

Tal vez ahora sea necesario dar el nombre del autor3; se


trata de quien es conocido como Rainer María Rilke. Digo co­
nocido porque su nombre originario es René María.
Ahora bien, reconozco que la necesidad de dar a conocer
su nombre no es suficiente para puntualizar la peculiaridad de
la escritura de este texto que aparece escrito en tercera persona
del singular. Alguien, un testigo, escribe sobre él mismo. Esto
es interesante porque en la estructura evidenciada en esta forma
de escribir, el yo, que es pronombre personal singular, y que cum­
ple la función de sujeto, es desplazado y en su lugar aparece la
tercera persona del singular. Aquí ya podemos puntualizar al­
guna de las particularidades de todo acto, que es la de no incluir
la presencia del sujeto.
Me detengo en el título, pues testamento y testimonio, pro­
vienen de testigo, que a su vez deriva del latín testificare, com­
puesto de testis, testigo, y facere, hacer.
En el Diccionario de uso del español, María Moliner nos
dice que testamento es última disposición, última voluntad. Es
la manifestación hecha por alguien de lo que desea que sea he­
cho, después de su muerte, con las cosas que le pertenecen o le
afectan.
En este caso, testamento, testimonio, testigo, aparecen re­
feridos a un testimonio indirecto.
Por otra parte digamos que hay insistencia en la escritura
de este texto: “ (• • •) Es extraño: me doy cuenta de cómo todo
lo que ahora me rodea me ha pertenecido a través del oído y por
el oído me ha sido arrebatado. De noche, cuando despierto, o
a la caída de la tarde, se recompone con indispensable dulzura
aquel vasto y puro espacio auditivo en el que tanto me fue dado
habitar’’4.
Es evidente que en el párrafo anterior aparece acentuado
lo auditivo, así como también la mirada y la contemplación; ele­
mentos que podemos considerar significantes en la organización
de la escritura del autor que nos ocupa.

3Véase nota 1.
4 Rilke op. cit.
El escritor, el acto de la escritura. . . 79

Otro elemento que se manifiesta recurrentemente es el amor,


pero no en abstracto sino en relación con la amada; amor a la
amada que en muchas ocasiones se refiere a la soledad, que de
esta manera aparece personificada e incluso convertida en “ dio­
sa” , y es “ la soledad que juega como un dardo” .
La palabra soledad, a lo largo del texto rilkeano, va
bordeando la escena de la escritura en esta forma particular de
escribir que es la repetición.
En este sentido la soledad puede cobrar el rostro de la ama­
da, la misma que puede ligarse al conflicto inconciliable entre
vida y trabajo, y entre amor y creación. “ Huía de ella llamán­
dola; le apremiaba seguir sujeto a ella, sostenerla, resistirla” 5.
Respecto a esta soledad, al igual que de otras experiencias des­
critas de manera global en El Testamento, puede decirse que
están signadas por el epígrafe de Jean Moreas que antecede al
texto en cuestión, y que revela en Rilke una disposición frente
a ellas: “ pero sobre todo acuso a aquél que se comporta en con­
tra de su voluntad” 6.
Esta voluntad se revela a trasluz en la escritura en afirma­
ciones como la siguiente: “ no puedo simular ni cambiar. Igual
que en mi infancia ante el amor inmenso de mi padre me arrodi­
llo ahora en el mundo y suplico a quienes me aman que sean in­
dulgentes conmigo. ¡Que no me usen para su felicidad, sino que
me ayuden para que despliegue en mí aquella profundísima feli­
cidad solitaria, sin cuya Gran Demostración, al fin y al cabo no
me habrían amado” 7.
Esta soledad característica, y diría yo qüe intrínseca, del
poeta o del artista en general, como dice Fernando Savater en el
escrito La soledad solidaria del poeta8, se afirma en el sen­
tido de que el poeta se recoge a sí mismo para abrirse en la
palabra. La soledad entonces aparece como un instrumento de
creación, y parecería una parte esencial de los trabajos y los días
del poeta, posibilidad misma de un encuentro con su sensibili­
dad y su escritura. En Rilke esta soledad aparece acentuada co-
5Ibid.
hlbid.
7Ibid.
8 Fernando Savater, ‘‘La soledad solidaria del poeta” , La tarea del héroe,
Taurus. Madrid, 1982.
80 Puntuación y estilo en psicoanálisis

mo una queja. Además de su carácter creador y estimulante, el


acto de la escritura se transforma en la única vía posible de exis­
tencia, sin que por otra parte el escritor pueda organizar una vi­
da amorosa e insertarse de hecho en la línea generacional. La
soledad no sólo aparece en su escritura, sino también en su vida
errante, en sus amistades dispersas, en sus textos literarios e igual­
mente en las experiencias que cuenta en su vasta corresponden­
cia mantenida con sus amigos.
En relación con lo que Rilke entiende como proceso de crea­
ción, nos dice lo siguiente en El Testamento: “ el principio de
mi trabajo es una apasionada sumisión al objeto que me ocupa,
al que, dicho con otras palabras, pertenece mi amor. La inversión
de este sometimiento acaba produciéndose de un modo inespe­
rado para mí mismo, en el acto creador que surge de pronto den­
tro de mí, en el que soy tan inocentemente activo y superador
como fui sumiso de un modo inocente y puro en la fase pre­
cedente” .
“ Puede que, para un corazón que se realiza en tales rela­
ciones, el hecho de ser amado resulta siempre algo funesto. Se
somete de acuerdo con su práctica, también al ser amado, a quien
no ha de dar forma, pero a quien con su infinito doblegarse pro­
voca constantemente a nuevos actos de posesión. Y la inversión
que en este caso sería el amor hacia el objeto amado —y casi
diría contra él— nunca puede ejercerse del todo contra quien le
excede. . .”
“ Así, la experiencia amorosa aparece como una forma su­
balterna, en cierto modo atrofiada, incapaz de la experiencia crea­
dora, como una degradación de la misma. . . y queda como algo
no conseguido, no dominado y, comparado con el orden supe­
rior de ese logro, como algo no permitido” .
Así pues, vemos que en este texto Rilke no puede resolver
cierta contradicción que él mismo establece entre el amor y el
acto creador; se trata pues de escoger una cosa ü otra.
Ahora bien, con referencia al acto creador plantea una in­
versión de la posición de sometimiento a la de actividad.
Es el momento de puntualizar y de ceñir, a través de algu­
nas apreciaciones, al acto.
El escritor, el acto de la escritura. . . 81

La palabra acto es un sustantivo que siempre va acompa­


ñado de un adjetivo que lo sitúa y lo califica y que por otra par­
te, además de presentar su aspecto creador, cuando es posibilidad
trunca o segada, lo es por la incidencia de la inhibición, el sínto­
ma o la angustia.
En el caso de Rilke, que en primer lugar es poeta, ¿cómo
ubicar el acto de escritura, el acto de creación?
En el Seminario sobre Las psicosis, Lacan define a Schreber
diciendo que es escritor mas no poeta: “ (• • .) no nos introduce
a una nueva dimensión de la experiencia. Hay poesía cada vez
que un escrito nos introduce a un mundo diferente al nuestro
y dándonos la presencia de un ser, de determinada relación funda­
mental, lo hace nuestro también. La poesía hace que no poda­
mos dudar de la autenticidad de la experiencia. La poesía es
creación de un sujeto que asume un nuevo orden de relación sim­
bólica con el mundo” 9.
¿Qué es un acto? La palabra viene de acta, vocablo latino
que significa cosas hechas, neutro plural de actus participio de
agere, obrar.
El acto está ligado a la determinación de un comienzo, es
decir que instituye el propio comienzo. En el Fausto, Goethe decía
que en el principio era l,a acción. Fausto se detiene así en la pri­
mera frase del evangelio de San Juan: ‘‘en el principio era el ver­
bo” . Esta acción está al principio, a la vez que el principio cobra
su sentido a partir de la acción. Por otra parte, Lacan, en el Se­
minario El acto psicoanalítico, dice: “ no hay ninguna acción que
no se presente con una punta significante de entrada; su punta
significante es lo que caracteriza al acto y su eficiencia como acto
no tiene nada que ver con la eficacia de un hacer algo” 10.
Un rasgo común del acto es no incluir la presencia del suje­
to que en realidad es una especie de sujeto y que es el sujeto
del acto, valga decir de un sujeto que en el acto no es.

9J. Lacan, Seminario III, Las Psicosis. Año 1955-1956. Fecha: 11 de enero de
1956 (Versión Ateneo Psicoanalítico de Córdoba. Traducción Henoch Bringas). Buenos
Aires, Argentina.
10J. Lacan, Seminario XV, El acto psicoanalítico. Año 1967-1968. (Versión “ Dis­
curso Freudiano” . Traducción: Silvia García E sdíI). Buenos Aires, Argentina.
82 Puntuación y estilo en psicoanálisis

Cuando recurrimos al pensamiento reflexivo de la crítica


literaria citamos a Maurice Blanchot, quien en El espacio litera­
rio, al plantear el tema de la obra nos dice que, “ El que escribe
la obra es apartado, el que la escribió es despedido. Quien es
despedido, además, no lo sabe. Esa ignorancia lo preserva, lo
distrae, autorizándolo a perseverar’’. Al subrayar el carácter de
la obra literaria, asimismo dice que no es inconclusa ni acaba­
da: es. Y nada más. Fuera de eso no es nada. “ El escritor es­
cribe un libro, pero éste todavía no es la obra; la obra sólo es
obra cuando, gracias a ella la palabra ser se pronuncia en la vio­
lencia de un comienzo que le es propio” 11.
Ahora bien, el tema del tiempo está relacionado con todo
acto, y así también con el acto de la escritura. Blanchot insiste
sobre este punto cuando habla de la ausencia de tiempo al escri­
bir; y es Fernando Savater quien lo dice más felizmente: “ este
quedar fuera del tiempo del poeta, por apego al momento eterno
que ni llega ni pasa, es lo que más contribuye a dejarle solo, porque
le excluye del tiempo programado por la administración, que es
el que todos debemos compartir” .
“ Irrumpe la poesía intempestivamente, tempestuosamente
a contratiempo” 12.
Así, en la escritura de Rilke, en sus poemas, hay otro ele­
mento que insiste y es la palabra dios', palabra que adquiere di­
ferentes tonos, que aparece metaforizada pero que en todo caso
siempre está ahí. En el Libro de Horas aparece esta idea de dios
con diferentes matices. Al igual que la actitud de confianza en
el amparo divino existe también aquella en la que, por el contra­
rio, el hombre parece transformarse en hacedor de dios, en crea­
dor mismo de dios, en quien tiene que cubrir a dios bajo su
amparo. No se trata de ese dios de los cristianos; dios que ha
encarnado en Cristo, puesto que Rilke había expresado violen­
tamente su hostilidad hacia esta figura mediadora en la que veía
al eterno ladrón de energías. Este buscador de dios no hace otra
cosa que buscar la poesía, que en ocasiones se confunde con la
plegaria. Aquello a lo que más se parece su dios es el arte. Lo
más auténtico en él lo impulsaba a las manos, aun en el lo-

1‘Maurice Blanchot, El espacio literario, Paidós, Buenos Aires, 1969.


i2Ibid
El escritor, el acto de la escritura. . . 83

gro más perfecto, más allá de la obra de arte, por encima de la


palabra del poeta hacia la revelación de la vida. Era una misma
cosa lo que él creaba y el ser esencial que lo envolvía tratando
de atrapar su propia existencia inasible.
Hay una nota que Rilke redacta, con fecha 29 de enero de
1896, a petición del editor del Diccionario de poetas y prosistas
alemanes del siglo X I X , donde, en la última parte, al describir­
se, establece una relación entre la escritura y la locura. “ [. . .]
Por ahora mantengo una ardiente aspiración hacia la luz; por
el porvenir, una esperanza y un temor. Esperanza: paz inte­
rior y felicidad de crear. Temor (herencia nerviosa excesiva):
¡locura!” 13
En la vasta obra de Rilke, como lo he subrayado, hay ele­
mentos en esta escritura cuya existencia persiste más allá de que
él deje de escribir, pues estos elementos no cesan de no escribirse.
La escena de la escritura en Rilke no resuelve su problemá­
tica central llevada al plano de lo imaginario en los temas del
amor, de la soledad, en las plegarias y oraciones con las que da
cuenta de sí ante la figura de su dios.
Tal vez habría que marcar un diferencia entre el acto de es­
critura del literato y la escena de la escritura que Lacan mencio­
na en relación con el psicoanálisis, y más precisamente con los
elementos que constituyen la experiencia psicoanalítica, tales co­
mo el sueño y la transferencia, entre otros, que vendrían a ser
textos por descifrar en un acto de lectura por parte del psicoa­
nalista. La letra se encuentra en el habla y no en la escritura,
y se la sabe encontrar en la primera si se descifra, es decir, si
no sólo se escucha la palabra. Lacan, en La instancia de la letra,
plantea que la letra es la estructura por la cual se localiza el sig­
nificante, y esta ubicación del significante es su trasposición en
el escrito, es su viraje de lo litoral a lo literal; asimismo el signi­
ficante habrá sido localizado como tal cuando haya cesado de
no escribirse, en el aprés-coup de la escritura. Así, podemos
plantear que la escena de la escritura encuentra su morada en
lo simbólico.

l3Phillippe Jaccottet, Rilke por sí mismo. Monte Avila, Caracas, 1974.


84 Puntuación y estilo en psicoanálisis

Ahora bien, cuando escribe el escritor, ¿qué es lo que es­


cribe? Uno puede pensar en temas, personajes, historias. Pero
la pregunta más bien se dirige hacia la siguiente cuestión: ¿es po­
sible que el acto de escribir pueda equipararse con alguna de las
tres operaciones que habré de mencionar y que esté en relación
con el trabajo analítico de lectura del decir del paciente como
un texto? ¿Se trata de una transliteración, es decir, de una escri­
tura de la letra, en el registro de lo simbólico; o acaso de una trans­
cripción, es decir de una escritura del sonido, en lo real; o de una
traducción en la que se verifica una escritura del sentido, en el
registro de lo imaginario? Planteo la cuestión como un proble­
ma que merece nuestra reflexión.
Cuando leo a Rilke, señalo como hipótesis que si bien
el acto de escritura aparece como algo simbólico que implica un
comienzo y por lo tanto un corte, asimismo la escritura apare­
ce como una imbricación de lo imaginario y lo real. Acaso Rilke
traduce su experiencia sensible al dar un sentido siguiendo, qui­
zá, la huella de un escrito marcado; de ser así esto pertenece al
registro de lo imaginario. En términos generales podría decirse
que el escritor, en el acto de escritura, se sitúa en una posición
en la que necesariamente lo escrito evidencia una lectura del in­
consciente. No puede no leer sino con lo escrito.
Si volvemos al tema del acto, podemos decir que las refle­
xiones anteriores dejan puntualizadas algunas cuestiones sobre
el acto de la escritura, y que tal vez nos permiten interrogarnos
también sobre el acto psicoanalítico, término introducido por La-
can en su Seminario El acto psicoanalítico, cuyo discurso inicia
diciendo: “ extraña pareja de palabras, que a decir verdad no es­
tán en uso’’14; y yo agrego: a las que se les da un mal uso.
Más sorprendente y revelador aún es que el psicoanálisis,
desde Lacan, ponga el acento sobre el acto cuando en el Freud
de los inicios esta palabra está en relación con los actos fallidos,
fracasados; y se instituya como regla que el psicoanalizante se
abstenga de actuar. ¡Qué paradoja!
A lo largo de la historia de la doctrina psicoanalítica hay
ciertos momentos en que el concepto de acto (que por otra parte
se olvidó definir) se opone al pensamiento; por supuesto que pres-
u Op. cit.
El escritor, el acto de la escritura. . . 85

tigiando a este último. Y como si esto fuera poco hay una con­
fusión entre acto y motricidad, es decir, como si el acto estuviera
emparentado necesariamente con el hacer físico, cuando en rea­
lidad hay una hiancia central entre el hacer y el actuar.
Como dije, Lacan acentúa el acto en su carácter de instau­
ración de un comienzo, instauración en la que se privilegia un
significante, a partir del cual el sujeto inaugura una nueva rela­
ción simbólica con el mundo.
Así, al volver a lo que decíamos antes, si Freud favorece
la confusión entre el acto y lo motor, es evidente que en los ejem­
plos de su Psicopatologia de la vida cotidiana, estos actos apa­
recen con un carácter eminentemente simbólico. Justamente, la
pregunta de Freud en relación con las operaciones fallidas, gira
alrededor de un cuestionamiento, en el sentido de si pueden de­
cirse que son actos (akt) psíquicos que persiguen su meta propia
como una exteriorización de contenido y significado. Así, mu­
chas veces la acción fallida aparece como una acción cabal que
no ha hecho sino reemplazar a la esperada o intentada. Casi to­
dos los actos, aunque no tengan el carácter de fallidos, partici­
pan de este mismo mecanismo, a saber que existe otra verdad
que subyace a la de la intención consciente15.
En ese funcionamiento del acto reside su verdadera estruc­
tura, y por otra parte deja marcado el mito de la fecundidad.
Este acto instaura el comienzo y al mismo tiempo la posibilidad
del corte, y por supuesto deja puntuada la posibilidad de un
cambio.
Sería bueno recordar, en este punto, el planteo de Lacan
en relación con el sujeto: que éste es engendrado por el efecto
de un significante y que éste a su vez representa a un sujeto ante
otro significante. Aparece el sujeto en el mundo como causado
por un cierto efecto de significante. A su vez, habla de trazo una-
rio, marca simbólica que a un tiempo señala y se borra, provo­
cando la incesante búsqueda en la repetición de esa primera marca
que se desliza fuera de alcance.

,5Sigmund Freud, Conferencias de Introducción al psicoanálisis (1916-17


11915-17]) Conferencias 2, 3 y 4, Amorrortu Editores. Tomo XV. Buenos Aires, 1980.
Sigmund Freud, Psicopatologia de la vida cotidiana (1901), Amorrortu Editores,
tomo VI. Buenos Aires, 1980.
86 Puntuación y estilo en psicoanálisis

Así, el sujeto determinado por este efecto significante se


vuelve inapto para restaurar lo que se ha inscripto; no puede ce­
rrarse y completarse en una forma satisfactoria, la búsqueda de
un saber absoluto hace falla, más cuando el sujeto tiene que plan­
tearse como sujeto sexuado.
Remarco, una vez más, que el acto aparece como un corte
que puede incidir sobre la estructura del sujeto y modificarla.
Para poder dar cuenta de un efecto de tal magnitud, de un
cambio radical, Lacan introduce la figura topológica del doble
bucle, en un corte que es posible hacer en la banda de Moebius.
Doble bucle, grafo de esta función, dice Lacan en el Semi­
nario La lógica de la fantasía'. “ [. . .] que sirve para ilustrar en
la topología del retorno la solidaridad de un efecto directivo a
un efecto retroactivo, lo que ocurre cuando, por el efecto de lo
repitiente, lo que era para repetir deviene lo repetido. El trazó
por el cual se sustenta lo que es repetido, vuelve en tanto que
repitiente sobre lo que repite, en una relación análoga tercera a
ésta que, haciéndonos pasar de la repetición del uno al dos que
constituye la repetición del uno, vuelve por un efecto retroacti­
vo sobre este Uno, para dar este elemento no numerable que lla­
ma el Uno en más que justamente —merece aún este título del
Uno en demasía, que designé como esencial en toda operación
significante” 16.
Una característica más del acto es que el sujeto no puede
reconocer su verdadera pendiente inaugural, pues está implica­
do en la línea de la Verleugnung (que es desconocimiento, des­
mentir). Este desconocimiento se relaciona con la ambigüedad
de los efectos del acto como tal, que el sujeto no puede recono­
cerse porque está transformado por su acto.
Para terminar voy a plantear algunas cuestiones sobre el
término acto psicoanalítico. Por supuesto que son válidas las afir­
maciones puntualizadas anteriormente. El acto psicoanalítico i
marca un comienzo, comienzo que va a permitir una nueva rela­
ción con lo simbólico.
En este acto se pueden dar cortes, cambios y verdaderas
transformaciones en un sujeto; acto, que luego, en el aprés-coup
l6J. Lacan, Seminario XVI, La lógica de la fantasía, Año 1966-1967. 15 de fe­
brero de 1967. (Versión de Pablo Kenia). Buenos Aires, Argentina.
El escritor, el acto de la escritura. . . 87

ile su lectura, podrá decirse: esto habrá sido un acto. Es un acto


que marca un comienzo, y que tiene la peculiaridad de que tiene
un fin. Eso se termina.
Parecería que señalar un comienzo en relación con el acto,
nos llevaría a preguntar, ¿qué existe antes de ese comienzo?, ¿pero
quién lo sabría? Es una pregunta en relación con el saber, eje
central que fundamenta la línea de la transferencia: eje medular
sin el cual no habría acto psicoanalítico. La transferencia plantea
una situación paradójica, puesto que por un lado es el motor del
análisis y el lugar donde se instaura la función del sujeto-supuesto-
saber, y por otro lado es necesario que esta transferencia sea
resuelta, que se realice la destitución del sujeto-supuesto-saber.
El psicoanalista que se ofrece para este acto, como soporte
de esa transferencia, de ese sujeto-supuesto-saber, se ubica en
relación con un paciente que tiene a su cargo un hacer en el decir.
Lo interesante es que si el psicoanalista atravesó por un aná­
lisis y se dio la mencionada destitución, él sabe —saber en rela­
ción con una verdad— lo que devino ese sujeto-supuesto-saber
como aquel resto, residuo, como un objeto a, resto de esta ope­
ración de destitución; operación eminentemente simbólica. Este
objeto a es la causa de la división del sujeto, que viene a su lugar.
El psicoanalista sabe, como dije, lo que él deviene al térmi­
no de un análisis, él cae, queda como resto. El acto analítico operó
un corte, marcó la división del sujeto y como resto de esta ope­
ración el objeto a fue arrojado.
Entonces podríamos preguntarnos por qué en ciertas insti­
tuciones psicoanalíticas se deja intacto este lugar del saber, y por
qué, por lo tanto, el fin del análisis es un tema oscuro e intacto,
del cual en.esos casos mejor ni hablar y no digamos testimoniar.
Será también posible, como dijo un colega amigo, cuando
esa verdad se escriba en el decir de los analistas va a variar la
demanda de los pacientes.
Para terminar, deseo retomar el planteo anterior sobre el
acto de la escritura en Rainer María Rilke, donde había señala­
do elementos que insisten en su escritura, se repiten, y que no
cesan de no escribirse; escritura que alterna con sus racaídas, las
quejas y el sufrimiento ante la inhibición de su capacidad de
escribir. Este momento se verifica virtualmente en un continuo,
88 Puntuación y estilo en psicoanálisis

en el que la imposibilidad de escribir puede ser puntualizada


como una inhibición en cuanto que está organizada por una si­
tuación transferencial, sin análisis. Ejemplo de esto son las ple­
garias y la situación ante este dios al cual Rilke reclama, canta
y se somete. Esta transferencia es el lugar del sujeto-supuesto-
saber, del Otro que persiste; Rilke escribe una y otra vez, su
posición subjetiva queda intacta, de tal suerte que el lugar del
sujeto-supuesto-saber se mantiene; de ahí que no ocurra el ad­
venimiento de un nuevo sujeto.
Como dije, lo que entraña al planteo de Lacan sobre la es­
critura es radicalmente otra cosa; aquí se produce un corte, ya
que la posibilidad que tiene un sujeto al entrar en análisis es que,
a medida que se va dando la escritura a raíz de la intervención
del analista, los elementos cesan de no escribirse, cesan de repe­
tirse, y ello ocurre juntamente con la resolución de la situación
transferencial.
Así puede afirmarse que el acto analítico observa particu­
laridades diferentes al acto de la escritura, en este caso en refe­
rencia al acto de la escritura en Rilke. Ahora bien, entre estas
particularidades se encuentra el hecho de que el analista va pun­
tuando el decir del paciente a partir de una situación transferen­
cial. Por otro lado, el proceso analítico termina y las puntuaciones
favorecen esta situación. Asimismo este fin está en relación con
el hecho de que el agieren (actuar) transferencial cese de no escri­
birse, la transferencia se efectúe; es decir que ocurran la destitu­
ción del sujeto-supuesto-saber y el advenimiento de un nuevo
sujeto.
Con la escritura a cuestas
(Jorge Cuesta, alquimista de la palabra)

Jesús R. Martínez Malo

Advertencia:
Este escrito forma parte de un trabajo más amplio titula­
do: Con la escritura a cuestas. En las Jornadas del 12 y 13 de abril
presenté solamente lo correspondiente al capítulo II: Jorge Cuesta,
alquimista de la palabra. El Capítulo I, En el principio era el
verbo, parte de un comentario do Jorge Luis Borges sobre su poe­
ma “ El golem” , acerca de las relaciones entre la divinidad y el
hombre y del poeta con su obra. Lo común entre ambas es la
creación y el acto creativo mismo que, en el caso del poeta, es
un acto simbólico en tanto que persigue, busca y encuentra un
sentido. Planteo allí, a partir de la revisión de algunos sistemas
teogónicos tomados de la historia de las religiones, que el acto
de la preación del hombre por la divinidad adquiere su eficacia
por medio de la palabra divina; al crear al hombre, Dios lo nom­
bra y le permite nombrar todo lo demás; por este segundo acto
de nominación el hombre otorga un sentido a lo creado por su
creador.

En este capítulo hago constantes referencias al poema de


Borges ya que en él aparecen el hombre tratando de repetir la
obra de la divinidad y, en particular, el acto de la nominación
y el de la escritura que, fallida por cierto, trajo como consecuencia
la creación de una mala réplica.

Esta es, una síntesis, la esencia del primer capítulo; si hago


mención de ella es para mejor comprensión del segundo.
90 Puntuación y estilo en psicoanálisis

Agrego algo más en relación con la fecha en que se verifi­


caron: “ hoy es 13 de abril. ¿Podemos pensar la elección de esta
fecha y más precisamente de este día para llevar a cabo estas Jor­
nadas de trabajo, auspiciadas por la escuela lacaniana de psicoa­
nálisis, como algo azaroso que convierte a este acto en una ‘feliz
coincidencia’? No lp sé. Por mi parte, respondo en acto a la con­
vocatoria y, por una suerte de tyché, me ha correspondido ha­
cerlo precisamente hoy. Precisamente hace 85 años, el 13 de abril
de 1901, nació en París otro alquimista de la palabra: Jacques
Lacan. Sea esta presentación un pequeño homenaje a su memoria” .

“ ¡Yo inventé el color de las vocales! —A negro, E blanco, 1


rojo, O azul, U verde—. Yo establecía la forma y el movimien­
to de cada consonante, y, con ritmos instintivos, yo me jactaba
de haber inventado un verbo poético accesible, un día u otro,
a todos los sentidos, reservándome la traducción. . .
. . .¡Luego expliqué mis sofismas mágicos con la alucinación
de las palabras!. .
Arthur Rimbaud. Delirios II. Alquimia del Verbo.

En esta segunda parte intentaré aproximarme a la creación


poética de Jorge Cuesta. El acercamiento que propongo no es
desde la poética misma, ni desde la crítica literaria; tampoco pre­
tende ser una biografía (aunque tenga que recurrir necesariamente
a algunas referencias indispensables); mucho menos pretendo ha­
cer un híbrido, es decir, aquello que algunas híbridas plumas die­
ron en llamar “ psicobiografía” .
Si en el primer capítulo he tratado de establecer, a partir
de un comentario de Borges sobre un poema suyo, las relacio­
nes entre la divinidad y el hombre y del poeta con su obra en
el acto de la creación por medio de la palabra y si quizá, me­
diante largos rodeos, he hecho mención a diferentes sistemas teo-
gónicos y sus escrituras, ha sido para llegar a hablar de la creación
poética, y en particular, del estatuto de ella en Jorge Cuesta, co­
mo un acto, metafóricamente hablando, alquímico.
Creación poética como actividad alquímica. Jorge Cuesta
fue descrito por su gran amigo Xavier Villaurrutia, de la siguiente

'Rimbaud, Arthur. Delirios. En: Obra Poética. Ediciones del Siglo. Buenos
Aires. 1970, p. 221.
Con la escritura a cuestas 91

manera: . . ¡Esta su vocación de químico había de llevarlo


.t eslablecer entre la literatura y la ciencia sutiles, peligrosos, ca­
lillares vasos comunicantes! Más tarde, sus amigos le llamaría­
mos ‘El Alquimista’. . . (sus sonetos) son, en rigor, el fruto de
la elaboración extremada de un concepto. . . ‘Transmutaciones’
debe llamarse a los escritos de la prosa [y añado yo ¿por qué no
también a su poesía?] de este raro espíritu que, cuando no se vio
absorto en otras formas de alquimia, consagró su tiempo a la
secreta alquimia del verbo” 2.
Jorge Cuesta nació en Córdoba, Veracruz, en septiembre
de 1903 y se suicidó en agosto de 1942, en la ciudad de México,
cuando aún no había cumplido los 40 años. Durante su vida no
publicó ningún libro de poemas ni de ensayos. Sus escritos apa­
recieron en revistas y suplementos culturales de la época. Su obra,
.i! menos la que se ha podido recopilar hasta el momento, sólo
lúe publicada en su totalidad hasta 1964 y, en una nueva edi­
ción, se han agregado otros hallazgos aunque nunca publicados
con el título de ‘‘Obras Completas” , ya que se sabe que Cuesta
escribía en cualquier trozo de papel en el que una letra, una pa­
labra, un párrafo o un soneto cupieran.
Cuesta estudió química sin obtener nunca el título univer­
sitario que lo acreditara como tal. A pesar de esto nunca dejó
de trabajar en el campo de la investigación, en diferentes labo­
ratorios, realizando una gran cantidad de experimentos. De sus
inquietudes en este campo destacan: la obtención de un produc­
to que permitiría suspender la maduración de la fruta con objeto
de prolongar su permanencia en un cierto estado sin que se pu­
driera; el estudio e investigación para buscar una posible solu­
ción contra el cáncer, y dentro del campo experimental de la
química su mayor interés recayó en el estudio de las enzimas y
de sus procesos metabólicos. Resaltamos estos aspectos de'su
actividad profesional por el importantísimo hecho de que, en di­
versas ocasiones, ingería o se inyectaba sustancias, las fórmulas
con las que experimentaba.
La química es, por una parte, ‘‘la ciencia que estudia las
transformaciones conjuntas de la materia y la energía y, las pro-

2Villaurrutia, Xavier. In Memoriam: Jorge Cuesta. En: Obras. F.C.E. México.


1966, pp. 847 y 849.
92 Puntuación y estilo en psicoanálisis

piedades particulares de los cuerpos simples y compuestos y la


acción que ejercen los unos sobre los otros. Puede definirse tam­
bién como la ciencia que trata de la sustancia de los cuerpos que
enseña que el mundo material está formado por un número li­
mitado de sustancias simples, que no pueden descomponerse en
otros, llamados elementos que se combinan unos con otros con
arreglo a su afinidad que se manifiesta cuando los cuerpos se po­
nen en contacto mutuo. . .” 3 La química es, entonces, la cien­
cia de las transformaciones por la combinación y permutación
de los elementos. Estos últimos, como tales, y sus posibles com­
binaciones, obedecen a una escritura cuyo alfabeto y gramática
estarían dadas en la tabla periódica de Mendelejeff. Esta tabla
obedece a una lógica de la física que permite establecer una rela­
ción entre el número de electrones de cada elemento y su peso
atómico. Es sólo mediante la relación de un elemento con otro
u otros que su combinación es posible, es decir, su escritura.
La palabra química proviene del árabe Kimiyá, alquimia o
piedra filosofal. Hasta el siglo XVII se mantuvo alquimia; sólo
después se utilizó la moderna forma: química.
Alquimia tiene dos posibles orígenes: “ de chimeia: mezcla
de líquidos, derivado de Xumos: jugo; y, por otra parte, del copto
chame: negro, nombre aplicado también a los egipcios y a las
artes que se les atribuyen” 4. La chame o chemi es entonces el
arte negro de los egipcios. Es, en efecto, en el Corpus Hermeti-
cum donde se reúnen una serie de escritos atribuidos al dios
Thoth, equivalente egipcio del Hermes griego y, recordemos, in­
ventor del alfabeto y la escritura, en que se reúnen, decíamos,
un conjunto de textos sobre medicina, astrología, magia, filosofía
y alquimia. En estos tratados herméticos, revelados por el gran
Thoth o Hermes Trimegisto, aparece la fuerza de la eficacia de
la materialidad de la letra que constituye la palabra y del senti­
do que ésta otorga a quien la enuncia: “ expresado en lengua ori­
ginal, este discurso (el de Hermes) conserva con toda claridad
el sentido de las palabras. Y, en efecto, la misma particularidad
del sonido y la propia entonación de los vocablos egipcios retie-

^Diccionario Enciclopédico Abreviado Esposa Calpe. Voz: química. Tomo VI:


Madrid. 1955.
4Corominas, Joan y Pascual, José. Diccionario Crítico Etimológico Castellano
e Hispánico. Voz: alquimia. Tomo 1. Gredos. Madrid. 1984.
Con la escritura a cuestas 93

ncn en sí mismos la energía de las cosas enunciadas. Para que


lú detentes el poder, oh rey, preserva este discurso de toda tra­
ducción a fin de que tan grandes misterios no lleguen a los grie­
gos, y de que la orgullosa elocuencia de los griegos. . . no haga
palidecer ni desaparecer la gravedad, la solidez, la virtud eficaz
de los vocablos de nuestra lengua. Porque los griegos, oh rey,
no tienen más que discursos vacíos. . . y esto es, en efecto, toda
la filosofía de los griegos, ruido de palabras. En cuanto a nosotros,
no usamos simples palabras, sino sonidos llenos de eficacia” 5.
En estos textos herméticos del siglo I de nuestra era, encon-
tramos los orígenes de la alquimia. En la cita mencionada pode­
mos ver toda una formulación de la función creadora de sentido
en la palabra dentro del vasto campo del lenguaje mediante su
soporte material. Veamos ahora, tan sólo de pasada, un momento
cronológicamente posterior sobre los fundamentos de la prácti­
ca alquimista árabe, entre los siglos III y X, que se agrupan en
lo que se conoce como la “ teoría yábiriana de la Balanza” , mis­
ma que pretende conjuntar todos los datos del conocimiento
humano.
Esta “ Ciencia de la Balanza” tenía como propósito el de
descubrir la relación entre lo aparente y lo oculto en la materia,
en los cuerpos. La alquimia entraba en esta operación mediante
la interpretación del deseo del espíritu. Por el estudio de lo ocul­
to, en aquello que es aparente, la transmutación del alma po­
sibilitaría la transmutación de las cosas (transmutar: del latín
transmutare, convertir una cosa en otra). La alquimia, a través
de la exégesis espiritual, haría posible la correspondencia entre
las distintas fases de esta operación, aplicándolas a la materia.
Al liberar su alma, su energía espiritual, el alquimista liberaba
la energía de los objetos de la naturaleza para transmutarla, me­
diante esta “ Balanza de las letras” , la cual afirmaba que las le­
tras del alfabeto eran de inspiración divina. Con base en las letras
del alfabeto y sus combinaciones en fórmulas, se buscaba la unión
mística con la divinidad, la resurrección del cuerpo; se preten­
día, también, encontrar el sentido de ciertas enigmáticas letras

C orpus Hermeticum. Traducción de Festugiere. Citado por Derchain, Phillipe.


Religión Egipcia. Capítulo del libro: Las Religiones Antiguas. Vol. 1 de: Historia de
las Religiones. Siglo XXI. México. 1983, pp. 186-187.
94 Puntuación y estilo en psicoanálisis

colocadas en acróstico en El Corán y, todo esto, mediante per­


mutaciones de las letras.
Esta “ Ciencia de las Letras” , que especulaba también al­
rededor del nombre divino, está emparentada, no sólo cronoló­
gicamente sino en buena parte de su esencia con el Libro de la
Creación de la filosofía hebrea, quintaesencia de la sabiduría,
Cábala por excelencia. Esta tradición hebraica pasó a ser escrita
hasta el siglo XI. En este libro se proponen permutaciones y com­
binaciones en ciertas plegarias mediante las cuales se pretende
alcanzar estados de éxtasis espirituales en donde el “ hombre ani­
quilaría su persona y se abriría al secreto divino” 6.
De esta rápida forma hemos visto que la práctica alquimis­
ta, así como la cabalística, se basan en principios de permuta­
ción y combinación de las letras del alfabeto. Mientras la primera
práctica perseguía la transmutación del alma haciendo aparecer
lo oculto en ella, como medio para alcanzar la de las cosas, la
segunda pretendía alcanzar un estado extático del alma en el que
el hombre aniquila su persona para tener acceso a las palabras
del Otro. Y, común a ambas prácticas, era la mediación de una
escritura que posibilitaría encontrar fórmulas para llegar a sus
objetivos.
Al afirmar Villaurrutia que Jorge Cuesta fue un alquimista
del verbo, seguramente hace alusión al poema de Rimbaud que
sirve de epígrafe a este capítulo. Jorge Cuesta fue un alquimista
de la palabra en tres sentidos.
Primero como poeta, cuya sustancia, la palabra y sus ele­
mentos las letras, entran en el juego combinatorio de la sustitu­
ción por la metáfora y la metonimia. Se trata de una metáfora
hermética en su caso, para dar forma, para crear sentido, para
buscar lo oculto en lo aparente de la palabra mediante el experi­
mento del paso de la operación de una significación a otra.
La transmutación operada en la palabra —que Cuesta abre
con su conjuro a lo que sólo otro poeta podría definir en estos
térm inos:” . . . bajo el conjuro poético la palabra se transparen-
ta y deja entrever, más allá de sus paredes adelgazadas, ya no

6Neher, André. La Filosofía Judía Medieval. Capítulo del libro: Del Mundo Ro­
mano al Islam Medieval. Vol. 3 de Historia de la Filosofía. Siglo XXI. México. 1982.
p. 230.
Con la escritura a cuestas 95

lo que dice, sino lo que calla. . .” 7 Palabras puestas a jugar el


juego de las significaciones hasta que se agotan y aparece el sen­
tido, cierre del verso, de la estrofa, terminación del poema cuando
lu textura del sentido así creado con el significante vaciado de
tu significación original se escribe y, de ahí en más, sólo acepta
retoques en sus escansiones, es decir, en la puntuación.
Jorge Cuesta, como poeta, interviene en la sustancia, la pa­
labra, para transformarla. Su escritura de elementos y de com­
binaciones de fórmulas le permiten ir en la búsqueda del elixir
do la vida, de la piedra filosofal, de la quintaesencia de su alqui­
mia: el sentido mediante el acto poético realizado en el tubo de
ensayo del lenguaje.
Jorge Cuesta, el alquimista, tituló al que es considerado por
sus críticos como su más excelso poema: “ Canto a un dios mi­
neral” . Han sido numerosos los análisis de este poema hechos
por escritores y críticos: Inés Arredondo, Juan García Ponce,
Salvador Elizondo, Louis Panabiére, por mencionar sólo a algu­
nos. En ciertos puntos convergen, pero en la mayoría divergen. La
convergencia más importante en ellos es señalar el carácter her­
mético del poema. Una breve cita de Arredondo es quizá la me­
jor, aunque muy condensada síntesis de su análisis: “ . . . dedicar
su inteligencia a otra cosa, por ejemplo, a escribir el ‘Canto a
un dios mineral’, buscando encontrar el secreto, el orden entre
la inteligencia, la vida, el tiempo, la muerte, y el rechazo de lo
impenetrable, de lo orgánico, de lo eterno. . .” 8 Por su parte,
García Ponce dice lo siguiente: “ . . . nos narra el romance de la
materia y el espíritu, su acercamiento, su unión precaria e ines­
table, su separación definitiva, hasta que sólo queda, por un
lado, la materia aislada y cerrada, impenetrable en su pesantez,
y por otro, el espíritu intangible y libre, y para siempre solita­
rio. . .” 9 En este poema me ha parecido ver el segundo sentido
de la alquimia de la palabra ya que en él, en diferentes ver­
sos, aparece la operación de la transmutación de la materia y sus
elementos. Se habla de átomos, cristales, agua, aire, tierra, fue­

7Gorostiza, José. Notas sobre Poesía. En Poesía. F.C.E. México. 1977, p. 10.
8Arredondo, Inés. Acercamiento a Jorge Cuesta. SEP setentas. México. 1982,
p. 117.
9García Ponce, Juan. La noche y la llanta. En: Cinco Ensayos. Universidad de
Guanajuato, Guanajuato. 1969, p. 60.
96 Puntuación y estilo en psicoanálisis

go, de materia, de humo y arcilla, de plomo y oro, pero aún más


que por eso y en particular en las estrofas XXVIII y XXIX en­
cuentro esa “ operación alquímica” de la poesía en la búsqueda
y creación del sentido mediante el recurso mismo de la palabra:

“ Cómo pasma a la lengua blanda y gruesa,


y asciende un burbujear a la sorpresa
del sensible oleaje:
su espuma frágil las burbujas prende,
y las prueba, las une, las suspende
la creación del lenguaje.

El lenguaje es sabor que entrega al labio


la entraña abierta a un gusto extrañado y sabio:
despierta en la garganta;
su espíritu aún espeso al aire brota
y en la líquida masa donde flota
siente el espacio y canta” 10.

La creación del lenguaje es la palabra que despierta en los


adentros y emerge; brota y, en el aire, al ser hablada, dicha, no­
minada, la palabra canta, es decir, encuentra sentido.
Queda aún el tercer sentido del apodo de “ alquimista” . De­
cía que Jorge Cuesta llevó la escritura a cuestas y la llevó así desde
siempre. Su obra conocida es extensa y en su poesía se nota un
fuerte hermetismo, a diferencia de sus ensayos que son claros,
agudos, incisivos y particularmente lúcidos y que muestran la gran
inteligencia del autor determinada por su profunda penetración
con las cosas vistas o vividas por él, o más bien, por lo que las
cosas le decían. Esta escritura, poesía y prosa, no fue la única.
Hay en él otra que no sabemos lo que costó llevarla encima, po­
siblemente hasta la cuesta de la vida, es decir, a los episodios
trágicos de sus últimos años que han. hecho una leyenda de este
personaje para convertirlo en el poeta maldito por excelencia de
la literatura mexicana.
En la película De la vida de las marionetas, Bergman pone
en boca del protagonista principal una frase que es dicha des­

10Cuesta, Jorge. Canto a un dios minera!. En: Poemas y Ensayos. Tomo I.


UNAM. México. 1964, p. 69.
Con la escritura a cuestas 97

pués de que el personaje en cuestión ha pasado un buen tiempo


en el borde de la azotea contemplando el vacío y pensando en
el suicidio. La frase es la siguiente: “ sólo el que se mata se posee
a sí mismo del todo” . Jorge Cuesta, se dice, tuvo dos intentos
suicidas, el primero malogrado, el segundo no.
Retomo aquí esa otra escritura, que como todas las demás,
dejó en él marcas, trazos, letras escritas, pero éstas en su cuerpo
y que seguramente tuvieron que ver con su locura y su muerte.
Me refiero aquí a la escritura de la química. La química posee
su escritura de los elementos, sustituciones y combinaciones en
fórmulas, metáforas de lo real de la materia; letras que son los
soportes de las fórmulas, significantes que, puestos en relación
unos con otros, intercambian un valor; valencia en el lenguaje
químico para producir un efecto ¿de sentido?; sentido en el cuer­
po, significantes llevados a cuestas por su introducción en el
cuerpo. Es entonces así como, según su poema, la palabra des­
pierta, nace, brota, sale al aire y canta, encuentra sentido. En
Cuesta la operación también es a la inversa. Los significantes,
las letras, las valencias, los efectos de una escritura son ingeri­
dos por él o inyectados en sus venas cuando en su laboratorio
realiza diferentes experimentos. Cuesta no sólo busca la esencia
del lenguaje a través de la función de la palabra, busca también
la esencia de la. materia para conocerla y transformarla.
Veamos esto más de cerca. Sabemos que nunca dejó de ha­
cer experimentos. Sin tener acceso a los protocolos de sus inves­
tigaciones sabemos que algunas fueron las siguientes: experimentó
con un polvo que permitiría dar cuerpo al agua convirtiéndola
en una bebida parecida al vino; en otra ocasión absorbió un
producto y después se dedicó a ingerir todo tipo de bebidas al­
cohólicas sin haber tenido los más mínimos síntomas de embria­
guez; también investigó el complejo vitamínico de la marihuana
para conocer su composición; se interesó en el cáncer y en la bús­
queda de sus remedios por lo que se le ha considerado también
como precursor de la moderna quimioterapia. Se dice que desa­
rrolló un producto que permitía suspender la maduración de la
fruta para evitar que se pudriera (la fruta que le interesó particu­
larmente para este experimento fue la naranja, que en otro tiempo
se cultivó extensamente en las tierras que poseía su padre). Por
último, para mencionar sólo sus trabajos más conocidos, inves­
98 Puntuación y estilo en psicoanálisis

tigó y experimentó en sí mismo, de manera muy especial, con


enzimas y sus productos metabólicos.
Jorge Cuesta se dedicó a la química orgánica que pretende
la transformación, la transmutación, no de hierro en oro, pero
sí del agua en vino, como Cristo en las bodas de Canán. Se pue­
de afirmar que su búsqueda fue la de la piedra filosofal para ob­
tener el elixir de la vida: detener la maduración de las frutas; hallar
el remedio para el cáncer que sería una manera de prolongar y
conservar la vida o ¿no se puede pensar acaso en el cáncer como
el efecto de una escritura transmutada? Las células neoplásticas
tienen su origen en una diferente escritura y lectura de los códi­
gos genéticos a la hora de la división celular, que produce ver­
daderas mutaciones en las cadenas de ADN, que conforman a
los cromosomas y que van a hacer que las células así originadas
sean diferentes; se salgan del código y tengan uno propio. Allí
como por una alteración en la grafía de la escritura de la vida,
la muerte se hace presente.
Jorge Cuesta llevaba esta escritura encima, a cuestas: las
enzimas. Sabemos que éstas son proteínas que se producen en
los organismos vivos y que su efecto catalizador (“ de catálisis:
del griego lisis, disolución, destrucción y cata, hacia abajo, aun­
que cata también es la acción y efecto de catar, probar, gustar
alguna cosa para examinar su sabor o sazón” "); decíamos,
“ constituyen la base de las complejas y variadas reacciones que
caracterizan los fenómenos vitales. Estos catalizadores aumen­
tan la velocidad de una reacción química, al final de la cual se
encuentran intactas. . .” 12 La escritura llevada a cuestas, enci­
ma, cataliza reacciones quedando al final de ellas intactas las en­
zimas. Es decir, ¿qué efectos cataliza la escritura en Cuesta?
Hemos hablado de la escritura como búsqueda y creación
de sentido. En Cuesta hay una doble escritura: la poética y la
química. La una sobre el papel, la otra en el cuerpo. ¿Cuál es
la marca, la huella, el trazo que esta última dejó? ¿Existe una
relación entre ambas?
Mucho se ha hablado de la locura de Cuesta, desde situar­
lo al lado de otros así llamados “ malditos” y pretender justifi-1

1'Coraminas, J. y Pascual, J. Op. cit. Voces: catálisis, análisis, catar. Tomo I.


"Laguna, José. Bioquímica. Prensa Médica Mexicana. México. 1970, pp. 14 y 38.
Con la escritura a cuestas 99

car sus “ virtudes” creativas por su locura, hasta situarlo en


lugares paradigmáticos de la psiquiatría como “ caso clínico”
ejemplar de los avatares de la locura. La hipótesis que planteo
es desde otro lugar: el de la lectura de un posible sentido en las
marcas de la escritura, lps efectos de esa alquimia de la palabra
en el sujeto que el personaje lleva a cuestas.
Desde siempre la locura ha cautivado por sus enigmas, mu­
flios de ellos invisibles aún, o más bien inauditos. Ya los clási­
cos se interesaban en estas cuestiones y aquí podemos retomar
la pregunta inicial del capítulo precedente acerca de la relación
entre la divinidad y el hombre y la del poeta con su obra. De­
cía en el primer capítulo, al hacer referencia al Cratilo, cómo
Sócrates pone a los poetas en un lugar privilegiado entre los le­
gisladores, es decir, entre los nominadores, ya que ellos, los poe­
tas, son los únicos capaces, entre todos los humanos, de distinguir
los nombres naturales de las cosas que han sido dados por los
dioses. En otro Diálogo, el Fedro o de la Belleza, Platón-Sócrates
distingue dos tipos de locura: aquella producida en el hombre
por enfermedad y otra que es concedida por un don de los dio­
ses mismos. De esta última proceden los bienes más grandes ya
que está enlazada con las artes. Existen además cuatro tipos de
esta locura otorgada por los dioses: la profética, cuyo donador
sería Apolo; la ritual, de Dionisios; la erótica, proveniente de
Afrodita y Eros y, finalmente, la poética dada al hombre por
las Musas.
Cuando se refiere a ellas, otro poeta, Hesíodo, en su Teogo­
nia dice lo siguiente haciéndolas hablar: “ sabemos decir muchas
mentiras a verdad parecidas/mas sabemos también si queremos
cantar verdad” 13. Las Musas: Calíope, Terpsícore, Eratos y sus
seis hermanas, hijas de Zeus, otorgan el don de la locura poética
sólo a ciertos hombres, según Platón, “ de alma tierna y pura” ,
quien además dice: “ . . . cualquiera que sin la locura de las Mu­
sas, accede a las puertas de la Poesía, confiando que su habilidad
bastará para hacerle poeta, ese es él mismo un fracasado, de la

l3Hesíodo. Teogonia. Versos 27 y 28. Colección Bibliotheca Scriptorvm


(¡raecorvm et Rom anorvm . Instituto de Investigaciones Filológicas. UNAM . Méxi­
co. 1978, p. I.
100 Puntuación y estilo en psicoanálisis

misma manera que la poesía de los locos eclipsa a la de los


sensatos. . .” 14
Locura poética, entonces, inspirada por las Musas, que sa­
ben decir la palabra verdadera, y que es algo dado al poeta que
escapa a esta “ elección” ; más bien él es elegido, aprehendido,
capturado por esa palabra que hace que los mejores poetas sean
aquellos que la poseen y la nombran en sus cantos aun por enci­
ma de los “ cuerdos” , muy a pesar de su elocuencia y habilidad.
No basta entonces saber decir; sino saber lo que se dice. Esa
palabra, proviene de Otro lugar, de Otra escena, de Otro dis­
curso; ella le habla al sujeto y le habla de su verdad. “ El incons­
ciente es poeta” 15 dice Jean Allouch, acercándose a Rimbaud
por el tratamiento que la letra da al inconsciente o también co­
mo dice Dodds: “ el pensamiento creador no es obra del yo” 16.
Sigamos pues con la locura y la poesía de Cuesta. Además
de la locura poética, ¿no poseería acaso también nuestro autor
un cierto ápice de la locura apolínea o profética? o ¿será tam­
bién esa “ inspiración profética” parte de esa misma verdad pro­
veniente de ese Otro que habla en boca del personaje?
A la edad de 25 años Cuesta comenta con quien entonces
era su mujer, Lupe Marín, lo siguiente: “ a los 35 años, te lo ju ­
ro, voy a ser loco. . . he estudiado todos los tratados sobre glán­
dulas y eso es una de las cosas que producen la locura” 17, ya
que decía que los terribles dolores de cabeza que le aquejaban
tenían su origen en la hipófisis. Esta glándula ha sido llamada
con razón la glándula maestra del sistema endocrino ya que jue­
ga un papel determinante en el crecimiento, en el metabolismo
y también en los sistemas genésicos, incluyendo a los caracteres
sexuales secundarios. Y si menciono todo esto no es para afir­
mar que la ingestión de esas sustancias o estos dolores de cabeza
de origen supuestamente hipofisiario produjeron, determinaron,

l4Platón. Fedro o de la Belleza. 245 C. En: Obras Completas. Aguilar. Madrid.


1966, p. 877.
15 Allouch, Jean Lettre pour Lettre. Editions Erés. Toulouse. 1984, p. 83.
l6Dodds, E. Los Griegos y lo Irracional. Alianza Universidad. Madrid. 1981,
p. 87.
l7Marín, Guadalupe, entrevista con Lupe Marín y el más Triste de los Alquimis-,
tas. En: Jorge Cuesta: Poemas, Ensayos y Testimonios. Tomo V. UNAM. México. 1981,
p. 316.
Con la escritura a cuestas 101

precipitaron o favorecieron la locura en Cuesta; más bien la


intención es destacar el papel que tuvieron más tarde, y ya vere­
mos por qué, en ciertos acontecimientos trágicos que, pienso,
están relacionados con la locura.
En un ensayo sobre Bretón, Cuesta escribió lo siguiente:
. . las equivocaciones orales, los tropiezos, los actos falli­
dos, entre los que considero el suicidio y toda clase de muerte
accidental, tienen un sentido, como el sueño: en cada tropiezo
hay la voluntad de tropezar. Bienaventurados los que fracasan
porque su fracaso es el triunfo de la voluntad que se
reb(v)ela” 18. Jorge Cuesta alquimista, poeta y freudiano, pro­
fundamente freudiano.
Quien es descrito como el más lúcido e inteligente de su ge­
neración es descrito también como el más enigmático, cuya so­
ledad, aire melancólico, seriedad, rigidez, inexpresividad, lo
hacían aparecer como indiferente ante cuanto lo rodeaba. Se di­
ce que pasaba horas en silencio, pensativo; días enteros de en­
cierro reflexionando. Rompía el silencio o el aislamiento para
escribir un nuevo poema o ensayo o para comunicar una idea.
Como parte de esta imagen está la leyenda que hizo de él un
singular personaje cargado de supuestas aberraciones sexuales
(“desviacionismo, incestos” ), pero que sus biógrafos consideran
infundadas, y piensan que más bien se trataba de argumentos
utilizados contra él y su grupo de amigos por resentidos y oscu­
ros personajes de la política cultural institucionalizada de esa
época.
Lo que a nosotros nos interesa es la relación del sujeto con
su obra y la de ésta con su locura y los actos que en ella apare­
cen, donde podemos situar, con posterioridad, cierto posible sen­
tido, presente desde antes, en sus escritos.
Por ello no me ha parecido casual que los únicos poemas publi­
cados, traducidos por él de otras lenguas sean: Invención de
Eluard, La tumba de Edgar Alian Poe de Mallarmé, Sin el afán
que da una vida entera de Spender y el Himno a Dios Padre de
Donne. Se habla en el primero de que “ todas las transformacio-

l8Cuesta, Jorge. Apuntes sobre André Bretón. 1936. En: Poemas, Ensayos y Tes-
limonios. Tomo V. UNAM. México. 1981, p. 79.
102 Puntuación y estilo en psicoanálisis

nes son posibles” y “ del arte de morir bien” . En el segundo de


“ haber ignorado en esta voz extraña el triunfo de la muerte” .
En el tercero “ por la noche atado, me estrangula este siglo, co­
mo fuera todo rumor de la verdad ahogado” y, finalmente, en
el último, que es una invocación al padre: “ jura por ti que a tu
hijo será dado brillar más tarde como siempre hiciera” 19.
La supuesta locura profética, aquella de la que antes ha­
blamos, al parecer se adelantó un año. Existe el relato de su her­
mana (aquella de quien se dice que fue el objeto de la supuesta
pasión incestuosa) de que a los 34 años Cuesta decía ver serpien­
tes y también decía sentir la necesidad de llenar la tina de su ba­
ño con cenizas para hundirse en ellas. En relación con esto último
señalo la gran significación que la ceniza tenía para los alqui­
mistas renacentistas, para quienes estas constituían precisamen­
te los reductos finales de cualquier operación; al ser ésta la materia
última, no era ya susceptible de ningún cambio ni transmutación
ulterior. Curiosa paradoja del moderno alquimista. No puedo
afirmar categóricamente que se tratara de un delirio ya que la
referencia es muy indirecta, pero su cuerpo, ese cuerpo impreg­
nado de escritura que persigue la transmutación, es pensado hun­
dido entre la materia última, producto de otras operaciones que
han producido ya, alquímicamente hablando, transmutaciones
en otros cuerpos hasta haber alcanzado ese último estado.
A propósito de esa locura que él mismo “ profetizó” , cuya
causa serían los terribles dolores de cabeza originados en la hipó­
fisis, existe un episodio conocido de su vida que podríamos pensar
como un eslabón más de aquellos que lo llevarían más tarde a
pasar a un acto por demás trágico y violento poco antes de su
muerte.
Se ha conservado una carta, incluso se ha publicado, diri­
gida por Cuesta al Dr. Gonzalo. Lafora a quien consultó dado
que el poeta pensaba que en su cuerpo se estaban produciendo
cambios anatómicos que le hacían estar en un estado “ interse­
xual” (sic). La carta'está fechada en septiembre de 1940, casi
dos años antes de su muerte y dos días antes de su 37° aniversa­
rio. Aunque no he podido encontrar mayores referencias, se sabe

l9Cuesta, Jorge, Varios. En: Poemas y Ensayos. Tomo I. UNAM. México. 1964,
pp. 105, 107, 108 y 110.
Con la escritura a cuestas 103

que en ese año fue internado por vez primera en una institución
psiquiátrica con “ delirios de persecusión” y sometido a comas
msulínicos. Al parecer Cuesta acudió obligado a consultar al mé­
dico y a la mitad de la entrevista el poeta la interrumpe brusca­
mente y abandona el consultorio después de haber escuchado el
diagnóstico del psiquiatra. Una vez en casa escribe la famosa carta
que, por cierto, al parecer nunca llegó a su destinatario. El diag­
nóstico del médico fue el siguiente: “ una inclinación homosexual
reprimida causante de una manía u obsesión mental’’20.
En la carta, Cuesta sostiene y defiende los argumentos que
horas antes había enunciado al psiquiatra: “ yo le expuse a usted
que el carácter que habían tomado unas hemorroides que me
afligen desde hace 16 años me habían dado el temor de que se
lrutara de una modificación anatómica, que tuviera caracteres
de androginismo, como se acostumbra llamar a esas modifica­
ciones, o de estado intersexual, como también se acostumbra lla­
marle. Ahora bien, sin hacerme un examen anatómico, usted
calificó que la exposición de mi padecimiento y no mi padeci­
miento mismo, era lo que constituía mi enfermedad, la cual era
una obsesión o manía, y por consecuencia tenía un carácter ner­
vioso o mental. Pues (juzgó usted) lo que yo pretendía era ab­
surdo. . . este absurdo no deriva de una imaginación mía. No
soy yo quien imagina que hay estados ínter sexuales, que se mani­
fiestan anatómicamente. Ni soy yo quien expresa que la forma de
esta manifestación anatómica puede ser, en unos casos, una des­
viación o degeneración de la próstata. . ,” 21 Según Panabiére,
Cuesta “ luego de sufrir una crisis de hemorroides imaginó que
estaba cambiando de sexo y que podía tratarse de menstruacio­
nes’’22. El resto de la carta es conmovedor: además de reclamarle
al médico por su diagnóstico “ a priori, intuitivo’’ (sic), Cuesta,
con su escritura química encima, trata de demostrar la veraci­
dad de su temor. Relata con cierto detalle el desarrollo de sus
investigaciones sobre las funciones enzimáticas en las que apoya
sus argumentos. Dice que éstas son a su vez hormonales y que

20Cuesta, Jorge. Carta al Dr. Lufora. En: Revista Vuelta. No. 6. México. Mayo
tic 1977, p. 22.
21Cuesta, Jorge. Op. cit. p. 23.
22 Panabiére. Louis. Itinerario de una Disidencia. Jorge Cuesta (1903-1942). F.C.E.
México. 1983, p. 81.
104 Puntuación y estilo en psicoanálisis

la sexualidad y la reproducción tienen su centro en las unidades


enzimáticas. Asimismo, menciona la propia ingestión de sus pro­
ductos experimentales que le permiten sostener y fundar su te­
mor al cambio anatómico en su cuerpo, al que califica de estado
intersexual.
Aparecen nuevamente cambios, transmutaciones, operacio­
nes químicas, operaciones significantes escritas en el cuerpo que
dan cuerpo al delirio. No se trata de demandar al otro un cambio
en el cuerpo como sería el caso del transexual, o de trastornos
endocrinos como el hipogonadismo, sino de un verdadero cam­
bio morfológico que está sucediendo, una transmutación en su
anatomía de hombre a mujer.
Locura originada en la hipófisis (según Cuesta), glándula que
tiene que ver, entre otras cosas, con la reproducción y los sopor­
tes biológicos de la sexualidad: cuerpo transmutado, cambiado
por los efectos del significante. No le cuesta demasiado esfuerzo
mostrar sus argumentos, citar autores, plantear sus teorías, pa­
ra llegar a afirmar: “ . . . debo notar que no he encontrado in­
fundada en ninguna parte la convicción de que, por una acción
química, se puedan producir o se hayan producido modificacio­
nes anatómicas del tipo más absurdo, por absurdo que parezca
que pudieran producirse. . .” 23 Nada es absurdo, todo puede
suceder en la materia, incluso en el cuerpo, mientras éste no lle­
gue a las cenizas. Todo cambio es posible por efecto de la quí­
mica, yo diría que, más bien, por la significación de la escritura
de esa química en el cuerpo.

Cuerpo penetrado con “ sangres minerales” en el que


“ no hay solidez que a tal prisión no ceda” 24
aunque:
“ por dentro la ilusión no se rehace;
por dentro el ser sigue su ruina y yace
como si fuera nada” 24

tal y como el mismo poeta lo dice en su “Canto. . .” El cuerpo


como prisión del alma, vieja idea de los griegos, viejo ideal de

23Cuesta, Jorge. Carta al Dr. Lafora. Op. cit. p. 24.


24Cuesta, Jorge. Canto a un dios mineral. En: Poemas y Ensayos. Tomo I.
UNAM. México. 1964, pp. 64, 66, 69 y 70.
Con la escritura a cuestas 105

los alquimistas: liberar al alma del cuerpo mediante el éxtasis,


hacer aparecer lo oculto de aquello que es aparente para poder
así transformar la materia y conseguir el elixir de la vida que opere
sobre el cuerpo en el que toda transformación, por absurda que
parezca, es posible. A pesar de esto en el fondo la verdad aso­
ma, la ilusión no se rehace, es decir, ya no se sostiene y aparece
persistiendo en el ser la verdad última: la de la muerte:

“ el alma de la arcilla sin contorno:


llora que pierde un venturoso adorno
y que no se renueve” 24

En el cuerpo toda transformación es posible menos la últi­


ma que es ineludible:

“ Oh, eternidad, la muerte es la medida,


compás y azar de cada frágil vida,
la numera la Parca.
Y alzan tus muros las dispersas horas,
que distantes o próximas, sonoras
allí graban su marca” 24;

ineludible aún para los alquimistas de la palabra y de la mate­


ria. Para estos últimos no fue posible encontrar el anhelado
elixir que prolongara la vida, tan sólo encontraron cómo preser­
var de la corrupción al cuerpo muerto embalsamándolo con la
piedra chemytes. Para los alquimistas de la palabra, mediante
el embalsamado de sentido a la palabra en el crisol del lenguaje
se preserva, se conserva en la escritura poética, el sentido de
la vida.
En junio de 1942 cuando estaba “ secuestrado o prisione­
ro” , como él decía, en casa de unos amigos, Cuesta se emascula
en forma por demás violenta acuchillándose los genitales. Fue
llevado de emergencia a una clínica en donde consiguieron dete­
ner la hemorragia. Desconozco por completo si alguna vez tuvo
acceso a la lectura de textos alquímicos de Paracelso, lo cierto
es que este autor, el alquimista del renacimiento por excelencia,

24Cuesta, Jorge. Canto a un dios mineral. En: Poemas y Ensayos. Tomo I.


UNAM. México, 1964, pp. 64, 66, 69 y 70.
106 Puntuación y estilo en psicoanálisis

recomendaba a los nuevos ministros de la Palabra que se hicieran


eunucos voluntariamente ya que, según él, el árbol del paraíso,
más que ser del conocimiento lo era de la sensualidad, misma
que constituía un obstáculo para alcanzar los ideales alquimistas.
Cuesta se automutila los genitales en un acto en el que po­
demos pensar que desemboca su delirio. Su castración en lo Real
se enfrenta al hueco, al vacío dejado en lo Simbólico por la ausen­
cia de una otra castración. ¿Podríamos pensar esto como un pa­
saje al acto? y a éste como una “ solución” ante el encuentro con
lo Real, lo inefable, lo intransliterable por estar forcluído. Por
el momento dejo abiertas estas preguntas que son motivo de ul­
teriores reflexiones y desarrollos en lo que resta de este trabajo.
Por lo pronto propongo inscribir este acto, así como otros que le
antecedieron y le siguieron, dentro de una psicosis a la que
quizá habría que considerar más como una paranoia que como
esquizofrenia.
El delirio, como intento de restitución, fue fallido. Lo
imaginarizado en el delirio, los cambios corporales, la interse­
xualidad que lo transformaría en mujer, al parecer no fue sufi­
ciente. Tendría que buscar algo más, una “ solución” que fuera
definitiva, una transmutación en lo Real, en el cuerpo, para al­
canzar finalmente así, su ideal alquímico: la transformación.
En relación con los últimos días de vida de Cuesta, los auto­
res están de acuerdo tan sólo en un punto: cuando lo fueron a
buscar para llevarlo al hospital donde habría de morir poco des­
pués, pidió a los enfermeros que aguardaran un poco; preparó
algunas cosas para llevar, se afeitó, se vistió y antes de salir, de
pie, escribió su última creación poética: las estrofas finales
de su “Canto a un dios mineral” . Uno de los autores consulta­
dos dice que antes de esto había pasado por una “ crisis” (sic)
en la que había permanecido arrodillado durante horas con los
brazos en cruz y que posteriormente escribió una plegaria. Otro
autor sitúa este último episodio dentro del hospital psiquiátrico
muy poco tiempo antes de morir. Yo me inclino a pensar que
la plegaria fue escrita después de las estrofas finales del “ Can­
to ” . La plegaria en cuestión es la siguiente (la primera versión
publicada de esta plegaria aparece tal y como la transcribo; en
una segunda versión publicada en el Tomo V de sus “ Poemas,
Ensayos y Testimonios” aparece versificada):
Con la escritura a cuestas 107

“ Señor, nuestro destino está escrito desde el principio.


¿Cómo hubiéramos podido negarnos a él? Sometidos a él esta­
mos, y sin más abrigo que tu misericordia. ¡Oh, Dios, nuestro
Señor! que quieras ampararnos con ella sin desamparar a nin­
guno de los que somos tus siervos” 25.
Extraña oración en la que se abandona a ese destino inmu-
lable y que recuerda tanto al principio del poema “Himno a Dios
Ihtdre” de John Donne que tradujo tiempo atrás (esta traduc­
ción no está fechada):

“ ¿Perdonarás ese primer pecado


que es mi pecado aun antes que yo fuera?
¿Y ese pecado por el que he pasado
y por el cual aún paso, aunque me hiera?
Ya perdonado, no lo has perdonado,
pues aún más era” 26.

Destino escrito desde el principio. Primer pecado desde antes


(¡ue él fuera. Pecado original que marca al sujeto desde an­
tes que sea y determina su estilo de ser en la falta.
Jorge Mateo Cuesta Porte-Petit murió el 13 de agosto de
1942. Se ahorcó, dice uno, colgándose de los barrotes de su ca­
ma con sus sábanas, con las cuerdas de una camisa de fuerza
de la que logró desasirse y que le había sido puesta, dice otro,
para evitar que volviera a intentar arrancarse los ojos, o que­
márselos, dice un tercero.
Destino escrito desde el principio, ineludible a pesar de to­
do esfuerzo por cambiarlo, de todo intento de transmutarlo, co­
mo el revelado a Edipo por el oráculo. Destino obligado, llevado
a cuestas desde siempre hasta la cuesta de la vida. De ahí en más
sólo quedaban las cenizas o el polvo sobre las cuales ya ningún
cambio es posible.
Acto alquímico, acto poético: permutación y combinación
de letras para transmutar la significación en la búsqueda del sen­
tido. Delirio, mutilación, suicidio: ¿“ soluciones” como pasajes
de lo que el poeta llamó “ la frágil ciencia del acto!”
25Cuesta, Jorge. Citado por: Capistrán, Miguel. En : Notas, Carta al Dr. Lafo-
ra. Op. cit. p. 21.
26Cuesta, Jorge. Poemas y Ensayos. Tomo I. UNAM. México. 1964, p. 110.
Puntuación e ins(des)titución

Marcelo Pasternac

Al leer la versión en español del artículo titulado “ Respuesta


al comentario de Jean Hyppolite sobre la ‘Verneinung’ de Freud”
podemos enterarnos del testimonio de gratitud que Lacan expresa
allí por lo que llama la “ luminosa exposición” de ese filósofo
francés que revela “ esa riqueza nunca agotada de significacio­
nes [del texto freudiano] que lo ofrece por destino a la disciplina
del comentario” . Es, agrega, “ un texto vehículo de una palabra
en cuanto que ésta constituye una emergencia nueva de la ver­
dad” . Por lo tanto, concluye, “ conviene aplicar a esta clase de
texto todos los recursos de la exégesis [. . .] para hacerle responder
a las preguntas que nos plantea a nosotros tratarlo como una
palabra verdadera, deberíamos decir, si conociéramos nuestros pro­
pios términos en su valor de transferencia” . Si se opta por la
consigna que Lacan formula de inmediato al sostener que “ esto
supone que se lo interprete” podríamos detenernos en la pro­
puesta que él nos hace: “ conocer nuestros propios términos en
su valor de transferencia” . —¿Pero cómo, podrá decir sorpren­
dido un oyente de nuestra lectura (o nosotros mismos si tuviéra­
mos su lucidez), Lacan nos propone entonces 1) conocer nuestros
propios términos en su valor de transferencia para 2) tratar el
texto de Freud como una palabra verdadera? Quizás eso nos hi­
ciera dudar de la propuesta de Lacan o impulsar a buscar la
versión francesa original. Si nos decidiéramos por esta última
alternativa, ello nos daría la ocasión de un pequeño descubri­
miento: que en la versión española de este artículo, en todas sus
ediciones, sin excepción, revisadas o no, completadas o no, reor-
110 Puntuación y estilo en psicoanálisis

denadasono (las que figuran en Escritos 2, Siglo XXI, México,


1975, p. 142 o, más recientemente, en Escritos 1, Siglo XXI, Mé­
xico, 1984, p. 366); en todas ellas, repito, falta simplemente una
coma, una humilde coma que, agregada en su lugar transforma
el final de la frase citada de modo que dice, traducida (Ecrits,
Seuil, París, 1966, p. 381) “ tratarlo como una palabra verdade­
ra, deberíamos decir, si conociéramos nuestros términos, en su
valor de transferencia” . Es decir que: si conociéramos nuestros
propios términos (expresión que aparece separada por dos co­
mas con el valor de un paréntesis) “ conviene tratarlo como una
palabra verdadera, [. . .], en su valor de transferencia” . No es
lo mismo “ tratarlo como una palabra verdadera en su valor de
transferencia” que conocer “ nuestros propios términos en su va­
lor de transferencia” . Esta última variante no carece de interés
e incluso puede enriquecer la elaboración original, haciéndonos
explorar el valor transferencial de nuestros términos, pero eso
ya no es una traducción sino un aporte, una opinión del traduc­
tor que no deberá atribuirse a Lacan. Si aún después de estas
reflexiones el problema puede quedar confuso o seguir ambigua
la aplicación de la calificación, podríamos considerar más gra­
ve la producción de una versión que suprime esa duda que po­
dría suscitar el original.
Estas aparentes nimiedades constituyen justamente algo que
Lacan subraya como muy importante para la dimensión analíti­
ca. Así, por ejemplo, al comentar en la segunda lección del se­
minario El acto analítico (inédito), del 22 de noviembre de 1967
cómo Flournoy, en su relato a un congreso de psicoanalistas, le
atribuye el uso de la expresión “ enfermo” y dice, críticamente,
“ me asombró ver que él (Lacan) habla de enfermo, él que se orien­
ta hacia el lenguaje ante todo” . Lacan revisa su propio escrito
y muestra cómo el antecedente al que se refiere su expresión es
el del texto de Abraham. Ese uso de la palabra enfermo, para el
que, dice, “ no vería objeción, por otra parte, en todos los ca­
sos. . . es puesto en el activo de Abraham” . Y en esto Lacan
lee que hay que interrogarse sobre el hecho de que “ con respecto
de cierto análisis, de cierto campo del análisis, no se pueda, inclu­
so, al apoyarse expresamente sobre lo que yo expongo, hacerlo
más que a condición de renegarlo. ¿No plantea esto acaso, por
sí solo, un problema, en conjunto, del estatuto que recibe el ac­
to psicoanalítico de cierta organización coherente que es, por el
Puntuación e ins(des)titución 111

momento, la que reina en la comunidad que se ocupa de él?” y


agrega: ‘‘Hacer esta observación, manifestar el surgimiento, a
un nivel que no es ciertamente el del inconsciente, de un meca­
nismo que es precisamente aquel que Freud destaca con respecto
del acto, no diré el más específico, sino de la nueva dimensión del
acto que introduce el psicoanálisis: esto mismo —quiero decir:
hacer esa aproximación y plantear su problema— es un acto,
el mío” .
Esta ocasión entonces, para nosotros, es la que permite mar­
car en el campo de la transmisión del psicoanálisis, de la de sus
textos capitales, el efecto de lo que ya roza el lugar común, lo
que hasta vulgarmente es sabido sobre las consecuencias de des­
cuidos de la puntuación en la producción de sentidos distintos
de aquel unívoco buscado en un ideal inhumano (animal) de una
comunicación sin ambigüedades, de una reducción al código de
la equivocidad del lenguaje. Tal imposibilidad estructural no con­
sagra, sin embargo, el derecho a optar por cualquier alternativa.
Cualquiera utiliza esos recursos sin meditar necesariamente
en su carácter ejemplar para el campo analítico y así forma par­
te del acervo cultural, en sus muestras de ingenio, cuando puntúa
un relato púdico como el de:

‘‘Comía humildemente, como vestía,


dormía sobre una vieja estera:
¡La vida de un santo!”
transformándolo intencionadamente en:
‘‘Comía ‘humildemente’, como bestia,
dormía sobre una vieja
¡¿Est’era la vida de un santo?!”
De esto, que todos compartimos, los estudiosos del lenguaje
hacen inventarios y reflexión, útil para nosotros cuando, en un
espacio teórico abierto muy recientemente, llegan a sistematizar
las características y funciones de la puntuación. No haremos aquí
un amplio detalle de esos aportes, pero nos interesa destacar que
lo que la edición española que citamos descuida persistentemen­
te, durante más de una década, es algo claramente reconocido
como una función semántica de la puntuación (que Vedenina
agrega a las funciones sintáctica y comunicativa) y en particular
112 Puntuación y estilo en psicoanálisis

en este caso1 la coma, que es un signo sintáctico, puede ser


puesta al servicio de la semántica como indicador de las relaciones
lógicas entre el determinante y su antecedente determinado. En
el caso del texto de Lacan la omisión de la coma hace de “ nues­
tros términos” el antecedente al que refiere el “ valor de transfe­
rencia” , desplazándolo de su referencia, en francés, a “ la palabra
verdadera” (del texto freudiano). Sobre esto, Vedenina propone
el clásico ejemplo de Le Bidois:
No es lo mismo
“ Los viajeros que tenían hambre pidieron comer”
que “ Los viajeros, que tenían hambre, pidieron comer”
En el primer caso, son sólo los que tenían hambre los que
pidieron; en el segundo, el pedido refiere al conjunto de los via­
jeros. En los términos de los especialistas: “ asistimos a una mo­
dificación semántica: una característica particular se vuelve una
calificación general (en la segunda frase se trata de todos los via­
jeros, mientras que en la primera se trata de un grupo, de aque­
llos que tenían hambre)” 2. Dicho de otro modo: la presencia de
las comas transforma una proposición restrictiva en una propo­
sición explicativa.
Es cierto que la preocupación por respetar el escrito del autor
no siempre fue reconocida en su importancia. En el siglo XIX
los editores daban más valor a la opinión de los tipógrafos, soste­
niendo que éstos “ puntúan generalmente mejor que los autores” ,
como sostenía por ejemplo Chapoulaud, impresor de Limoges. En
1873 George Sand publicó en su libro Impressions et souvenirs
(Impresiones y recuerdos) una carta en la que defendía los dere­
chos de los escritores hablando de la función que la puntuación
desempeña en el estilo del autor, así como entre los comediantes
y oradores. Esta opinión no era dominante en la época a tal punto
que los redactores del periódico L ’imprimerie, Journal de la typo-
graphie et de la lithographie replicaron a George Sand, sin iro­
nizar, que “ la puntuación tiene una parte demasiado importante
en la claridad de nuestra lengua, como de todas las lenguas, por

1 Vedenina, L. G., “ La triple fundón de la puntuadón en la frase” ; Langue


Franfaise 45: pp. 65 y 66, 1980, París, Larousse.
1Ibid„ p. 66.
Puntuación e ins(des)titución 113

oirá parte, para abandonarla al capricho de los escritores que,


en su mayoría, no entienden gran cosa en ello” ; opinión quizá
compartida por los responsables de la edición de los Escritos de
I acan en español.
En la carta en que responde a esos redactores, George Sand
sostenía que si “ se ha dicho que ‘el estilo es el hombre’. . . la
puntuación es aún más el hombre que el estilo” y en la argu­
mentación detallada de diversos estilos de escritura propios de
Thiers, Michelet o Dumas incluye un ejemplo (que merece re­
producirse aquí) “ para mostrar —dice— la diferencia de movi­
miento que una puntuación demasiado rica, y una puntuación
muy sobria pueden dar a la expresión de un sentimiento animado.
1. ¿Cómo se atreve a acusarme, Usted, cuya conducta fue
cobarde? ¿Usted, que no vio siquiera el peligro en que está­
bamos? ¿Quién entonces nos entregó al enemigo, si no es us­
ted? ¿Quién entonces, entregando a los otros al sacrificio de
la vida, se abstuvo de todo sacrificio, y se preservó a expen­
sas de todos?
2. ¿Cómo se atreve a acusarme, Usted cuya conducta fue
cobarde, Usted que no vio siquiera el peligro en que estába­
mos? ¿Quién entonces nos entregó al enemigo si no es Us­
ted? ¿Quién entonces, entregando a los otros al sacrificio de
la vida, se abstuvo de todo sacrificio y se preservó a expen­
sas de todos?
Yo daría —agrega George Sand— la preferencia al segundo
ejemplo.
Puede parecer demasiado sobrio de puntuación. El primero
parece más correcto, más fácil de decir bien; pero dicho así, es
trío. El segundo, si es leído con todo el aliento que implica, ha­
rá más impresión que el primero y persuadirá más rápido. En
el primero veo un abogado que alega y que acentúa su razona­
miento; en el segundo, un acusado al que la indignación arrebata
y que exhala su dolor. Aplicación de mi sistema de independen­
cia ante las reglas absolutas: puntúen exactamente el papel del
abogado; puntúen lo menos posible el papel de acusado. . . ”
Sería lamentable comprobar que más de un siglo más tar­
de, editores, traductores, establecedores de texto de Freud o La-
can toman una posición más cercana a los tipógrafos que a los
escritores.
114 Puntuación y estilo en psicoanálisis

No insistiré más aquí en esta referencia que tomo como sim­


ple punto de partida, seguramente trivial ya para muchos, para
reflexionar sobre los alcances que, con o sin inadvertencia, la pun­
tuación tiene como aspecto privilegiado de la intervención ana­
lítica en intensión, en los efectos de su aplicación a los textos
del psicoanálisis, y ahora ya no en el caso de editores más o
menos irresponsables, sino en el de los protagonistas que supon­
dríamos —colocándonos en una posición quizá ingenua— inte­
resados particularmente en el desarrollo de la transmisión del
psicoanálisis.
Esta es entonces, la tesis que pretendemos sostener: cree­
mos que hay coherencias entre cierta actitud ante la puntuación
del texto de los autores capitales del análisis, Freud y Lacan, y
sus consecuencias en una posición institucional que hace de una
institución pretendidamente analítica un territorio de transmi­
sión de una ortodoxia eclesial, mientras que otra posición al res­
pecto abre la posibilidad de una palabra suplementaria, de una
producción singular. Nos parece que esta diferencia es asimis­
mo solidaria de una concepción posible sobre el fin del análisis
ya sea como una interminable repetición de lo mismo (pero por
ello justamente degradación y empobrecimiento) o bien como aus­
picio de la emergencia de una verdad singular del sujeto. En su­
ma, que cada posición en sus producciones (en este caso, me
interesa la puntuación y sus efectos) suscita y verifica la particu­
laridad del lazo social que sustenta y se instituye con ello sopor­
tando e impulsando o no el discurso psicoanalítico.
Mayette Viltard se detiene, en un artículo de 19853, en una
particularidad de la lengua alemana que cuenta para referirse al
público con dos expresiones; una, Publikum, de influencia lati­
na (por vía del francés, según la etimología sostenida por Klu-
ge), y otra, el vocablo Óffentlichkeit, referido este último a
aquello que es notorio, que recibió publicidad y está al alcance
de la opinión pública, mientras que la primera remite también
a un público, pero escogido, que puede extenderse al de un se­
minario o un curso público. Pero si esta particularidad le interesa
es porque leyendo a Freud en alemán, en particular la corres­
pondencia con Fliess, se observa un uso variado, que corresponde

3Viltard, M ., “ Les publics de Freud” , Littoral 17 : 3-15, 1985.


P u n tu a ció n e ins(des)titución 115

a esa gama de diferencias y que, al pasar a la traducción france­


sa, se pierde en una confusión ignorada por el lector incauto.
No se trata, como veremos, de una diferencia carente de
consecuencias. Viltard marca por un lado cómo la calificación
de “ colaborador” aplicable a Breuer no es pertinente para Fliess
(aunque hay que notar que, pese a lo afirmado por ella, Freud
dice en la carta 13 del 10 de julio de 1893 que no da por disuelta
lo que llama “ nuestra colaboración” , pues espera que Fliess le
explique “ el mecanismo fisiológico —dice— de (mis) comproba­
ciones clínicas” ). Freud escribe “ sigo poniendo mis esperanzas
en ti como en el Mesías” . . . El Mesías no es, con toda eviden­
cia, un simple colaborador. En efecto, el lugar que Freud asigna
a Fliess es muy especial. Así, en la carta del 21 de mayo de 1894,
en un trozo censurado por Anna Freud al que había acceso des­
de 1972 a través de un libro de Max Schur4, le dice (seguimos
la versión del boletín de la Transa No. 1, París, p. 65, enero de
1983, que ahora pudimos cotejar con la edición de Jeffrey M.
Masson, The Complete Letters, Belknap-Harvard Univ. Press,
1985, p. 73): “ no es precisamente un valor particular del destino
que yo tenga aproximadamente cinco horas por año para inter­
cambiar ideas (pensamientos, Gedanken) contigo, siendo que yo
puedo apenas prescindir del otro y que tú eres el único Otro, el
alter”. Freud se dirige a Fliess, entonces, como su público escogi­
do, más allá de que lo merezca o no realmente. Mayette Viltard
sigue en su artículo las evoluciones de este término en la corres­
pondencia y señala cómo la crisis de esa situación privilegiada
está vinculada con el paso a la publicación, al Óffentlichkeit. Así,
el 18 de mayo de 1898, Freud dice a Fliess5 que “ sin Publikum
ninguno, no puedo escribir, pero (en cambio) puede complacer­
me totalmente escribir sólo para ti” . Tres años más tarde Freud
le expresa, el 7 de agosto de 1901: “ no es posible ocultar el he­
cho de que nos hemos distanciado mucho. Aquí y allá se eviden­
cia ya el alejamiento. . . Tu capacidad de penetración ha llegado
aquí a su límite; tomas partido contra mí y me enrostras algo
que invalida todos mis esfuerzos: (cita a Fliess) ‘El adivinador
de pensamientos sólo adivina en los demás sus propios pensa­

4Schur, M ., L a m orí tkm s la vie de Freud, Gallim ard, París, 1975.


5Cfr. M asson, J. M ., O p. cil., p. 313 y Schur, M ., O p. c it., p. 642.
116 Puntuación y estilo en psicoanálisis

mientos’. Si realmente soy tal cosa, entonces te aconsejo que arro­


jes mi (Psicopatología de la) “ Vida cotidiana” al cesto de los
papeles, sin leerla, pues está plagada de alusiones a ti: ya refe­
rencias manifiestas, para las cuales has dado el material, ya otras
ocultas, cuyos motivos arrancan de ti” 6. Un mes y medio más
tarde concluía7: yo lamentaba perder mi ‘único Publikum' co­
mo dijo nuestro Nestroy, ¿para quién he de escribir ahora? Si
tan pronto como una interpretación mía te resulta incómoda te
apresuras a concluir que ‘el adivinador de pensamiento no adi­
vina nada de los demás, sino que simplemente proyecta en ellos
sus propios pensamientos’, entonces realmente has dejado de ser
mi Publikum. . .” Entonces Freud pasará a la publicación, a la
Óffentlichkeit.
Viltard toma este paso de Publikum a Óffentlichkeit para
analizar, por un lado, la relación de Freud con la cuestión de
lo que en él se juega para la transmisión del psicoanálisis en las
publicaciones, o en las instituciones de los psicoanalistas. Por
otra parte, aplica sobre esta gama la estructura del chiste y ex­
plora la distribución de las “ personas” en juego en el procedi­
miento del chiste y en el proceso psíquico. No nos interesa aquí
ese desarrollo en sí, para el que remitimos al trabajo citado, si­
no el hecho de su misma elaboración a partir de la disponibili­
dad y de la sensibilidad a un matiz presente en el original alemán
y perdido al traducirse sin ese cuidado.
Ahora bien, los que nos interesábamos por el psicoanálisis
en el mundo de habla hispana pudimos tener acceso a la traduc­
ción de las cartas de Freud a Fliess primeramente en 1956, en
una traducción cuidadosa a cargo de Ludovico Rosenthal (en el
tomo XXII de las Obras Completas, en edición ya citada de
Santiago Rueda). Luego, la casa madrileña Biblioteca Nueva edi­
tó, en 1968 el tercer volumen de las Obras Completas de Freud,
incluyendo “ los orígenes del Psicoanálisis” . El traductor, Ramón
Rey Ardid, advertía en el prólogo: “ Nuestra labor para [. . .] este
tercer tomo la creemos completa y hasta exhaustiva [. . .] tra­
duciendo y revisando cuanto no figuraba [en los dos primeros

6Freud, S., Obras Completas, Santiago Rueda, Buenos Aires, 1956, Tomo XXII,
p. 363.
1Ibid., p. 365.
P u n tu a ció n e ins(des)titución 117

lomos de nuestra edición de 1948]” 8. Más tarde Biblioteca Nue­


va reordenó los materiales de las obras de Freud y en ediciones
posteriores aparecerían por orden cronológico.
Finalmente, en Buenos Aires, Amorrortu Editores hizo apa-
iccer progresivamente una nueva edición en español, esta vez en
traducción de José Luis Etcheverry, siguiendo el ordenamiento
v las notas de la llamada Standard Edition de Strachey. El to­
mo I, editado en 1982, incluye las cartas a Fliess.
Este inventario viene al caso pues el artículo de Mayette
Viltard sirvió de estimulante para interrogar las ediciones en es­
pañol sobre la forma en que resolvieron la dificultad de traduc­
ción del matiz que hemos visto desplegarse entre Publikum y
(Ijjentlichkeit.
Al revisar estas versiones pudimos comprobar la siguiente
aparición de las ocurrencias de los términos citados en el artícu­
lo francés, cuando se trata de la traducción de Ludovico Rosenthal
(y su “ fusilamiento” por el rey de los ardides).
16/5/1897: “ . . . que me permitas seguir abusando de ti como
Carta 62 público (Publikum) indulgente.” (Rosenthal,
pág. 236)
26/8/1898: “ El análisis (del olvido del nombre de Julius
Carta 94 Mosen) quedó completado sin lagunas, pero desgra­
ciadamente es tan poco apto como mi ‘gran sueño’
para darlo a la publicidad. . . ( Óffentlichkeit) ”
(Rosenthal, pág. 298)
30/1/1899: “ Realmente te necesito como público. . . {Publi­
Carta 103 kum )"
8/1/1900: “ En todo caso puedes dirigirte a un público {Publi­
Carta 127 kum) más educado. . .” (Rosenthal, pág. 340)

8Q ueda para la pequeña historia de esle asunto el hecho de que no sólo se trata-
i>.t de una copia desvergonzada de la traducción y de las n otas de Rosenthal, sino que
además era tan descuidado el ardid del rey del plagio que no tuvo la precaución de co-
negir las remisiones de las páginas de la edición de lal m odo que, por ejem plo, en la
nula de la página 586 dice “ véase la nota de la página 14’’. . . que corresponde a una
advertencia de Rosenthal que figura efectivamente en la página 14 del tom o XXII de
..mtiago Rueda y que no fue copiada por Rey Ardid en ninguna página de su propia
■lición.
¡ ¡8 Puntuación y estilo en psicoanálisis

4/4/1900: “ Esos sujetos no han de poder decir que nos


Carta 132 cubrimos mutuamente de alabanzas ante el pú­
blico (Óffentlichkeit). Así opino que lo más cuer­
do es aceptar tranquilamente la negativa de la
Rundschau como un signo incontrovertible de
la opinión pública (Óffentlichen Stimmung)”
(Rosenthal, pág. 348)
19/9/1901: “ Yo lamentaba perder mi ‘único público’ (Pu-
Carta 146 blikum), como dijo nuestro Nestroy’’ (Rosenthal,
pág. 365)
8/3/1902: “ En la próxima semana la Wiener Zeitung lo
Carta 151 anunciará al público (Publikum) (nombramien­
to de profesor)” (Rosenthal, pág. 369)
11/3/1902: “ Retiré de la imprenta mi último trabajo (Publi­
carla. 152 katiori), dado que acababa de perder contigo a mi
único público (Publikum) restante” (Rosenthal,
pág. 370)
Como se ve, Rosenthal vierte Óffentlichkeit por publicidad
(298), público (348), opinión pública (348), y Publikum siempre
por público. El matiz no está marcado con referencia al término
alemán.
Cuando confrontamos la traducción de Etcheverry, quien,
como dije, sigue la distribución de Strachey, pudimos comprobar
con sorpresa que ninguna de las cartas (que, insistimos, figuran
en el original alemán9 y en las ediciones de Santiago Rueda y de
Biblioteca Nueva) estaba incluida en la Standard Edition y su
versión argentina. ¿Por qué Strachey había puntuado de ese modo
y suprimido este material, agregando así sus exclusiones a la cen­
sura ejercitada por Anna Freud, Marie Bonaparte y Ernest Kris?
Afortunadamente y según su probidad habitual Strachey no
pasa bajo silencio su acción, al dar la formulación explícita
de su criterio: “ en la edición en alemán de 1950 —dice— sólo
se publicaron estos escritos en forma parcial y para la Standard
Edition hemos hecho una selección, en la cual optamos por:
a) el “ Proyecto de Psicología” ; b) todos los “ manuscritos” me-

9Freud, S., Aus den Anfangen der Psychoanatyse, Fischer; 1975.


P u n tu a ció n e ins(des)titución 119

nos uno, y c) aquellos fragmentos de las cartas que parecían


guardar una relación significativa con la historia del psicoanáli­
sis y la evolución de las concepciones de Freud”'0. Se trata nada
menos que de la edición Standard. El diccionario nos alecciona:
Hstándar: “ tipo, modelo, patrón, nivel” [. . .] “ conforme con
un tipo o a una norma de fabricación en serie” [. . .] “ confor­
me al modelo habitual, sin originalidad” . ¿Podemos creerle ba­
jo palabra a Strachey, dando fe a su autoridad de erudito, de
lector cuidadoso, en la afirmación de que lo omitido carece
de “ relación significativa con la historia del psicoanálisis” en esta
selección, dentro de lo que la censura previa había dejado publi­
car? Strachey se presenta decidiendo sobre esta delicada cuestión,
como el que sabe sobre ello y si, fascinados por la estandarización
seguimos atados a la relación transferencial con su autoridad,
sólo nos queda repetir sus testimonios, o trabajar sin buscar en
el resto. Lo único que puede, en este caso, interrumpir la espiral
de esos actings es otro escrito de alguien que, como Viltard, es­
capó a la captura de la fe y se atrevió, por alguna razón vincula­
da con la cuestión del estilo, a remontarse al original. Con este
otro escrito una sorpresa revela aprés-coup la desubjetivación,
la alienación, la opresión en una relación transferencial no ana­
lizada y, por ello mantenida interminablemente, propia de cierto
estilo institucionalizado de abordaje de los textos. Sólo leyendo
con otro estilo se abre (sin garantías, por supuesto) la posibilidad
de un suplemento de trabajo analítico, siempre amenazado de
recuperación y empobrecimiento.
Esto sucedió con el acceso a los textos de Freud. Veamos
ahora por el lado de Lacan.

111

El nombre de Lacan resonó con fuerza creciente en Argenti­


na a partir de un artículo de Oscar Massotta titulado: “ Jacques
I.acan y el inconsciente en los fundamentos de la filosofía” , apa­
recido en el número 1 de la revista cordobesa (argentina) Pasa­
do y Presente (abril de 1965). Retomaba allí una comunicación

'"Subrayado nuestro. Freud, S., Obras C om pletas, Am orrortu Ed., Buenos Aires,
omo I, p. 214.
120 Puntuación y estilo en psicoanálisis

del autor en el Instituto de Psiquiatría Social del Dr. Pichon-


Riviére realizada un año antes (el 12 de marzo de 1964). Como
se ve, los ecos llegaban ya al Río de la Plata cuando faltaban
todavía dos años para que la publicación en París de los Ecrits
permitiera el acceso a textos, de otro modo casi inhallables has­
ta para el lector interesado en el campo analítico y capaz de leer
esos materiales en lengua francesa. Hay que reconocerle pues a
Massotta que no esperara la aparición del texto de Althusser
“ Freud y Lacan” (que tuvo una importancia enorme en la difu­
sión del interés por la obra de Lacan en los años siguientes) para
reparar en el valor de ese discurso estimulante. La enseñanza de
Lacan empezó a abrirse paso no sin sufrir los rodeos que le im­
ponía la confusión reinante en nuestro medio, confusión que ni
siquiera se reconocía como tal. Para mostrar el tono de las ideas
circulantes baste con citar en ese artículo de Massotta su queja
de que “ hay que lamentar, sin embargo y en un sentido, que La-
can permanezca silencioso y cauto en el plano de las manifesta­
ciones ideológicas expresas (y uno se pregunta si ha ido o no más
allá de Hegel, o más acá), y no se atreva, por ejemplo a llevar
adelante el alcance ideológico de su descripción del sujeto como
sujeto agresivo, y como Sartre, a conectarlo con la necesidad ‘ma­
terial’ y con la lucha de clases” . Dejo constancia que hago esta
mención del texto de Massotta, que hoy puede parecemos lamen­
table, con la convicción de que no había nadie, en esa época,
entre nosotros, que pudiese reivindicar posiciones mucho más
correctas. Lacan fue envuelto, en el mejor de los casos, en un
magma confuso que lo creía incluido en lo que algunos daban
en llamar “ el psicoanálisis francés contemporáneo” . Lacan em­
pezó así a ser leído con Sartre y Marx o con Melanie Klein (co­
mo en el caso de Baranger). Progresivamente Lacan hizo leer o
releer a Freud y al fin pudo empezar a ser leído él mismo con
su propia escritura. Faltaba la disolución de la EFP y poder
atravesar la barrera de algunos familiares para que se abriera la
posibilidad de un nuevo estilo en la lectura del campo lacania-
no. No escaseaban coartadas o explicaciones para estas dificul­
tades, pero hoy estamos al menos en condiciones de leer en este
aprés-coup la magnitud de los obstáculos que hacían resistencia
a la irrupción de la enseñanza de Lacan. Hubo, pues, que espe­
rar hasta 1971 para que apareciera una selección de los Escritos
editada en México bajo el título, reprobado por Lacan de “ Lee-
P u n tu a ció n e in sfd esjtitu ció n 121

tura estructuralista de Freud” . Mientras tanto, en 1970, la edi­


torial Nueva Visión publicó, con el nombre de Las formaciones
del Inconsciente un volumen que incluía entre otros títulos los
resúmenes de J - B. Pontalis del seminario que da título a la edi­
ción y del seminario del año siguiente sobre El deseo y su inter­
pretación. Nos consta que todavía en nuestros días hay autores
que se pretenden “ lacanianos” y que citan esos seminarios
en esa fuente sin hacer mención de que se trata de resúmenes
discutibles.
En ese clima, pues, se desplegó la inquietud creciente
despertada en nosotros por un psicoanálisis revitalizado. En 1973,
apareció en francés, bajo el título de Los cuatro conceptos fu n ­
damentales de! psicoanálisis, lo que creíamos era el seminario
de 1963-64 de Lacan. En febrero de 1975, tuvimos acceso a las
ediciones de los seminarios de 1953-54 y de 1972-73 con cierta
extrañeza por la tardanza en la edición, pues la salida de aquel
seminario había ido acompañada del anuncio de un ritmo de apa­
rición de tres seminarios por año, como puede confrontarse le­
yendo la prestigiosa “ double page" del suplemento literario del
diario Le Monde del día 5 de abril de 1973.
Ante la falta de cumplimiento de esa promesa y el nuevo
ritmo de circulación que postergaba para el año 1995 o 2000 la
disponibilidad de ese material que se nos había revelado indis­
pensable para el psicoanálisis, comenzamos a buscar las versio­
nes taquidactilografiadas en francés a pesar de que presentaban
las dificultades propias de una puntuación abiertamente discuti­
ble (ahora sabemos que ese no era un defecto tan importante como
otros), así como las homofonías no resueltas (en algunos casos
se observaban en las fotocopias correciones de esas homofonías
de puño y letra de Eacan).
El seminario siguiente en aparecer fue, en 1978, el de 1954-55
{El yo en la teoría de Freud y en la técnica del psicoanálisis), con
lo que, y éste me parece ahora un síntoma importante, dejamos
de buscar la versión fuente de la taquígrafa. “ ¿Para qué (pensá­
bamos todavía entonces) si disponíamos de la versión “ oficial’’
desprovista de los defectos citados más arriba?” Finalmente, el
seminario de 1955-56 sobre Las psicosis salió a la venta en 1981.
Para entonces, el ritmo de un volumen cada tres años prometía
disponer dentro de 60 años del conjunto de los seminarios pero,
122 Puntuación y estilo en psicoanálisis

como en los últimos cinco no ha aparecido ninguno más, si la


periodicidad se mantiene con esta nueva característica permiti­
ría quizá el acceso a todos los seminarios hacia fines del siglo
próximo para el público interesado en la versión del propietario
legal de los derechos de edición, que regula así la circulación de
la enseñanza de Lacan. Salvo, claro está, si conseguimos aque­
llas versiones ahora codiciadas de la fuente taquigráfica. En 1981
se produjo —al disponer ya de versiones de todos los seminarios
inéditos— lo que era una novedad para nosotros: a propósito
del volumen sobre Las psicosis, por primera vez, además de la
edición del establecimiento de J-A. Miller, disponíamos de la ver­
sión fuente; y ahora podíamos confrontarlas. Ese mismo año se
dio el encuentro —feliz— con el equipo de dirección de la revis­
ta Liítoral y en el curso del trabajo con él esta pequeña historia
comenzó a adquirir otro sentido. Jean Allouch nos señaló —en
1982— que el seminario Los escritos técnicos de Freud no co­
menzaba del modo que lo hacía la edición oficial en la que ha­
bía sido amputado un segmento, lo que daba, al publicarse, un
inicio tendencioso. Recuerdo que, dos años antes, las referen­
cias al budismo Zen con que comienza, en efecto, habían sido
motivo de largas disquisiciones en grupos de trabajo que, si bien
no fueron inútiles, adquirían un sentido totalmente distinto a la
luz del texto censurado por Miller que nosotros, confiamos, ha­
bíamos tomado como punto de partida de nuestra elaboración.
Porque se trataba de la peor de las censuras: aquella que no deja
la marca de su intervención.
Con las dos versiones del seminario de Las psicosis dispo­
níamos por un lado de una bella edición, supuestamente respon­
sable, del yerno de Lacan, dotado del espaldarazo de que, según
el suegro, “ sabe (también) leerme” ; por otro lado, teníamos el
material fotocopiado de la fuente de lo escuchado por la taquí­
grafa con errores homofónicos posibles y puntuación discutible,
entre otras. La curiosidad conducía a buscar la confrontación
de los textos. Esta curiosidad llevó a desenredar una madeja y
desembocó en el descubrimiento de que en este asunto había “ gato
encerrado” . En su artículo “ Lacan censurado o cuando una im­
precisión se agrega a otra imprecisión, luego a otra más. . .” Jean
Allouch analiza un ejemplo detallado de comparación de un pá­
rrafo de la transcripción de la taquigrafía y la versión protegida
por el legado. Remito a su lectura y me limito simplemente a la

1
Puntuación e ins(des)titución 123

conclusión del autor: “ la transcripción oficial comprende 12 fra­


ses. La transcripción de la taquígrafa [. . .] 5. Además de echar
a perder el estilo, para lo cual contribuyen ampliamente, las do­
ce frases de la transcripción oficial pueden repartirse en dos ca­
tegorías: cuatro de ellas no contravienen abiertamente lo que
expresó Lacan en el pasaje estudiado, las otras ocho le hacen decir
a Lacan otra cosa que lo que dijo” ".
Estos descubrimientos nos abrieron los ojos sobre la im­
portancia de los efectos de un aparato —institucional— que se
interponía entre el discurso de Lacan y quienes nos interesába­
mos por él. Un aparato que, sobre todo, ocultaba su propia in­
tervención. El proceso que vivimos a partir de esta comprobación
culminó en la producción de una formulación, una acción y
un acto.
1) Una formulación: los seminarios editados por J-A.
Miller como si fueran de Lacan no son confiables. En cambio
lo serían tomados como la lectura, más exactamente como la re­
dacción de Miller a partir del texto fuente de la taquidactilogra-
fía (Miller mismo usa esa expresión “ redacción” en vez de la de
establecimiento en un pasaje del reportaje que le hizo Ansermet
para Bloc-notes)'1.
2) Una acción: los interesados en el texto de Lacan debe­
ríamos disponer y, por lo tanto, dedicarnos a buscarlos, no sólo
los textos taquidactilografiados de los seminarios inéditos de
Lacan en francés (pues, como hemos visto, en caso contrario de­
beríamos esperar a una fecha cada vez más remota que puede
exceder el término de nuestra vida y el de los herederos actuales
de los derechos de autor) sino también, y sobre todo, el de los
cinco seminarios ya publicados oficialmente, pues son los que
más ocultan sus dificultades y nos disimulan la necesidad de nues­
tro propio trabajo que se hace en cambio evidente en los textos
fuente, trabajo cuyo fruto permitirá la confrontación enrique-
cedora con otros trabajos similares, incluido, por qué no, el del
mismo Miller ahora liberado de su anulación tras el telón del nom­
bre de Lacan con el que se ocultaba.

"Littoral 13, p. 120, junio de 1984.


12Miller J - A., Entretien sur Le SeminaireavecFrancoisAnserment, NavarinEdi-
teur, París, 1985.
124 Puntuación y estilo en psicoanálisis

3) Un acto: que acabamos de señalar con la necesidad de


la puesta en marcha de nuestro trabajo sobre los seminarios, nues­
tra propia responsabilidad irrenunciable pero compartible, más
aún, necesariamente compartible, pues excede la dimensión es­
férica omnipotente del uno que se basta a la vez que subraya la
posibilidad del uno que se cuenta entre otros. Un trabajo, enton­
ces, posible; que muestre tanto su resultado como su aparato me­
todológico de puntuación, que conserve las dificultades reco­
nociéndolas como tales, sin disimularlas aplastando el texto, ni
imposibilitando el trabajo del interlocutor, del lector del pro­
ducto. El acto del que hablamos ya tuvo su realización ejemplar
con el episodio de la asociación APRES y su producto Stécritu-
re. El proyecto de la asociación APRES, y su efecto, la publica­
ción “ gris” , es decir, de circulación restringida, del boletín
Stécríture se situaba de entrada y explícitamente sobre estas ba­
ses. En su declaración publicada en Littoral 13, p. 96-7, de
junio de 1984, expresaba sus opciones:

1) Reconocimiento de la dificultad: “ el modo or(igin)al de


la enseñanza del seminario, la ausencia del texto escrito, nos deja
en un apuro serio” .
2) Respeto al estilo de Lacan y modestia de la función del
transcriptor: “ al transcriptor el ‘stylo’ (estilográfica) y no el ‘style’
(estilo) noli tangere, dejemos a la taquigrafía su primera
frescura” .
3) Reconocimiento de que hay una intervención que cuen­
ta, que no es nula: “ poner en (buen) francés (escrito), puntuar
entonces; tratar las frases suspendidas y luego intentar llenar las
lagunas, buscar las referencias, ortografiar —incluso las homofo-
nías— o sea leer, escribir, copiar, interpretar, corregir y arriesgar
la exégesis. ¿No es nada?. . . ¿Se trata de una práctica insitua-
ble, en una atopía, sin lugar? ¿No se sabrá jamás lo que Lacan
dijo? A partir de estas observaciones el imperativo encuentra una
nueva formulación: volver el texto legible pero. . . también las
operaciones efectuadas sobre el texto de partida” .
Correlativamente “ reescribir ese texto ‘pone en obra’ una
renuncia a que Lacan pueda ser su autor. Un duelo de Lacan
autor está en el punto de partida del trabajo de retranscripción” .
Puntuación e ins(des)titución 125

4) Reconocimiento de la posibilidad de una respuesta enri-


quecedora: “ el lector —imaginado como un censor— se en­
cuentra al mismo tiempo desplazado; se vuelve el interlocutor
del trabajo de establecimiento del texto en tanto se le rinde
cuentas” .
5) Constitución explícita de un ordenamiento metodológi­
co: así, corchetes: “ indican un agregado del transcriptor” ; un
asterisco: “ indica un establecimiento juzgado dudoso” reelabo­
rado o no; “ si es reelaborado, los elementos de partida son res­
tituidos al margen entre asteriscos” . Dos asteriscos: “ enmarcan
una neta modificación practicada sobre el texto [. . .] texto fuente
restituido tal cual en el margen. . Tres asteriscos: “ sitúan en
el texto la marca de una ausencia. . . una sustracción hecha
por el transcriptor. . .” (con.el desecho restituido al margen). . .
(nos basta con estas indicaciones para mostrar el criterio escogido).

Que ese proyecto de Stécriture excedía la dimensión de una


simple anécdota dentro de la trama de las inquinas entre grupos
de analistas quedó confirmado por el desencadenamiento de re­
cursos leguleyos de aplicación de los indudables derechos here­
ditarios de los familiares de Lacan a los bienes de éste, que se
desplazaron a otro territorio, el del impedimento de la efectua­
ción de esa enseñanza. La continuación del esfuerzo público fue
impedida, pero esa misma publicidad del escándalo reveló la di­
mensión analítica del trabajo que nos resta por hacer y difundió
la existencia de una dificultad en la transmisión del texto laca-
niano hasta entonces disimulada. El diario Le Monde del 15 y
16 de diciembre de 1985 titulaba, irónicamente, la información
sobre el juicio de Miller contra Stécriture y APRES: “ Jacques
Lacan ‘pertenece’ a su yerno” , y Libération —otro periódico
parisino— insistía en la misma línea en un artículo a toda pági­
na bajo el título: “ La palabra Lacan con licencia Miller” . Más
allá de la discutible validez de una referencia periodística, los me­
dios hacen buena puntería sobre la dimensión extra-analítica del
derecho ejercido por una familia sobre la enseñanza de Lacan
y de su ejercicio como instrumento de censura aplicado contra
la transmisión de un saber textual (más allá entonces de la cues­
tión de los bienes que podría exigir por razones hereditarias, que
tienen su propia lógica jurídica).
126 Puntuación y estilo en psicoanálisis

Pero el acto realizado por Stécriture es irreversible y excede


la dimensión del escándalo en la plaza pública. En medio del fra­
gor desencadenado, Miller hizo imprimir bajo la forma de un peque­
ño librito en septiembre de 1985 la entrevista que había concedido
en enero del año anterior a Frangois Ansermet, antes apareci­
da en una publicación suiza, Bloc-notes de la Psychanalyse. Un
primer efecto, entonces, la explicitación (trece años después de
la edición del establecimiento del texto de un seminario de Lacan)
de las opciones que J - A. Miller había tomado en ese trabajo;
opciones que hasta entonces disimulaban el carácter de tales, op­
ciones respetables, por cierto, como una perspectiva que puede
ser discutida, mientras que antes, cuando creíamos leer el semi­
nario de Lacan era, como fuente en su pretendida autenticidad
original, indiscutible en el peor sentido de la palabra.

IV

Aun aceptando el testimonio de Miller de que Lacan re­


frendaba su criterio de redacción del seminario, esa demanda de
aceptación de su versión emitida por Lacan no nos obliga. Nos
orienta, en cambio, la enseñanza de Lacan sin exigirnos —si el
análisis no es interminable— juramentos de fidelidad ni argu­
mentos apostólicos o de cercanía familiar o amistosa, histórica
o geográfica (el mismo Lacan subrayó, por otra parte, que podía
recibir cuestionamientos interesantes fuera de su entorno inmedia­
to y llamó a esta particulariad el “ fenómeno lacaniano” ). Quizá
podamos así, como él proponía, tomar su ejemplo sin imitarlo.
En cambio Miller, cercano espacialmente a Lacan, no encuen­
tra en ello un impedimento sino hasta un estímulo para caer en
la incoherencia o aun en la inconsecuencia: Lacan, según sostie­
ne en su reportaje13, había dicho, refiriéndose al cúmulo de ma­
teriales taquidactilografiados de su seminario: “ Ah, quién se
ocupará de todo eso” y agrega textualmente: “ Y bien, yo soy
ése que se ocupa de ‘todo eso’ ” (las comillas son de Miller). Si
él, y sólo él, es quien ha de ocuparse de “ todo eso” , tarea titáni­
ca que excede, al ritmo que ha llevado hasta ahora, la vida de
un humano, aun longevo, y que exigiría entonces su eventual reen-

nIbid., p. 21.
Puntuación e ins(destitución 127

carnación, él será también quien decida y restituya el sentido.


Dice, en efecto14 “ yo tuve, hay que decirlo, de entrada, la
reputación de ser ése que comprendía a Lacan” . Y bien, ese saber
supuesto que la reputación le adjudica, Miller lo asume como
un saber que va más allá de la suposición: él sabe efectivamente,
sin dudas. Ninguna necesidad entonces de cártels de transcrip­
ción y establecimiento: es una tarea que —como oímos— él y
sólo él puede hacer. Explica, en efecto, su forma de trabajar
—progreso relativo con respecto a la época en que sólo daba cuen­
ta a Dios y guardaba silencio ante los mortales—, confiándonos
que “ el trabajo que hago sobre el seminario, lo hago en el ele­
mento de la certidumbre, no lo hago en la duda” 15, y agrega:
“ Cuando digo que decido acerca del sentido, digamos que voy
a lo peor. Considero que yo restituyo el sentido cuando los mean­
dros de la expresión oral lo obliteran. Pero en nombre de ese
sentido, tengo que decidir sobre lo que pasará a lo escrito” . Re­
tengamos una frase: “ restituyo el sentido cuando los meandros
de la expresión oral lo obliteran” , y mencionemos dos expresio­
nes de ese mismo reportaje, que le pertenecen: 1) en la página
34 recuerda que Lacan decía, y lo cita entre comillas: “ Yo ha­
blo (así) como otros escriben” y 2) en la página 39 reconoce que
“ lo que distinguió mi manera de atrapar el seminario: es la de
considerar que los meandros de esta enseñanza son esta enseñanza
misma” . Usa entonces este argumento para rechazar con buen
criterio, según pensamos, los resúmenes de los seminarios (pode­
mos imaginar que se refiere a los de Pontalis, Safouan y Nassif,
por lo menos) pero olvida que ha revelado 19 páginas antes que
él restituye el sentido cuando los meandros orales lo obliteran.
Seamos consecuentes: 1) si los meandros son la enseñanza mis­
ma de Lacan, y 2) si obliteran el sentido, entonces 3) al restituir
el sentido, Miller elimina esos meandros, y con ellos la enseñan­
za misma de Lacan. Digámoslo de una vez: Miller transmite su
propia enseñanza y no la de Lacan eliminando los meandros en
los que esta enseñanza consiste.
Lo anterior muéstralas consecuencias, seguramente, de com­
prender demasiado lo que Lacan dice olvidando que éste nos
advertía una y otra vez contra esa comprensión apresurada y ex-
HIbid., pp. 18 y 19.
l5lbid., pp. 19 y 20.
128 Puntuación y estilo en psicoanálisis

cesiva. Hay al fin de esa entrevista una prueba palmaria de las


consecuencias de esa falta de dudas que el mismo Miller subra­
yaba como su opción. Sostiene en efecto que, si la brújula (que
Lacan propone para la posición del analista ante el analizante)
se resume en “ no ceder sobre su deseo” , es esa fórmula la que,
afirma, le sirve de baranda en la tormenta. Miller concluye, rá­
pidamente (demasiado rápidamente en nuestra opinión): “ yo no
cedo sobre mi deseo” . Miller no duda, él entiende sin vacilar que
se trata de no ceder sobre su deseo. Pero al no dudar, permane­
ce en el desconocimiento, privándose de la ocasión que la pa­
sión de la ignorancia le habría brindado de interrogarse. ¡No ceder
sobre su deseo! pero. . . su ¿de quién? Lo peor es que con su
puntualización lo que nos propone es creerle y adoptar nosotros
también esta posición de desconocimiento; complicarnos, en su­
ma, en una operación que lleva en su estilo el riesgo de la anula­
ción del campo analítico.
Volvemos al punto en que esta excursión comenzó: respe­
tar todos los meandros del seminario de Lacan, manteniéndo­
los, en la transmisión, a la vista (en vez de ocultarlos como en
la redacción de Miller), es isomorfo con la importancia recono­
cida en la puntuación del discurso de un analizante, al terminar
cortando una sesión, dividir una palabra, sincopar una serie de
significantes, subrayar algunos repitiéndolos. . . porque en la pun­
tuación se determina una apertura a un sentido. . . al puntuar
de un modo en que, incaut(ad)o por el inconsciente y por lo tan­
to no de cualquier manera, se hace eso porque se ha leído con
un escrito que lejos de apresurarse a meter en la “ entendedera”
del otro la versión del analista (que, en la concepción de Miller,
no cede sobre su propio deseo) está conducido por el enigma que
ese “ su” deseo representa. Esta interrogación quedaría anulada
por la comprensión apresurada acerca de lo que Allouch ha lla­
mado la instancia del “ lui” (él), ese “ él” tan dudoso, “ esa no
persona que llamamos tercera” 16, ese “ él” tan complejo que el
discurso indirecto. . . hace funcionar en toda su ambigüedad atra­
vesando a los personajes en presencia en la escena analítica, marco
de la fantasía que se despliega. En el material oral de un anali-

l6Allouch, J., citando a E. Benveniste en Lettre pour lettre, Ed. Erés.Toulouse,


1984, p. 183.
Puntuación e ins(des)titución 129

zante, con sus meandros, la puntuación abrirá líneas de sentido.


En la medida en que las ocurrencias del analista, en su “ atención
flotante” , sean efecto de capturas en que (dupe) incauto del in­
consciente es incautado, puntuará así con su escrito, el texto del
analizante. Y ese escrito con el que se oye tiene efectos tanto más
desconocidos e ignorados cuanto más se desconoce e ignora que
él interviene en la producción de un sentido en el que quedamos
aprisionados. Un exceso de “ arte interpretativo” que aporta sen­
tidos desde el analista se opone al mínimo de apertura que per­
mite el silencio de fondo sobre el que se inscribe el discurso del
analizante liberado de las intervenciones “ Íntersubjetivas” .
Así, Freud17 menciona que cierta vez Dora, su paciente,
“ tras varios días en que había mantenido un talante alegre acudió
a mí del peor humor. No podía explicarlo, se sentía contraria­
da, declaró; era el cumpleaños de su tío y no se resolvía a felici­
tarlo, no sabía por qué. M i arte interpretativo estaba embotado
ese día; la dejé seguir hablando y de pronto recordó que hoy era
también el cumpleaños del señor K. . .” (subrayado nuestro).
Podemos leer esto, sin que Freud lo diga, como un relato con
la moraleja de que cuando no comprendemos (“ arte interpreta­
tivo embotado” ) y no hacemos del saber supuesto por el anali­
zante un saber creído y actuado por el analista, cuando dejamos
entonces “ seguir hablando” , el sujeto supuesto saber —insituable
corporalmente—, hace que el analizante. . . de pronto recuer­
de. . . algo que sin saber, sabía de verdad. Pero esta puntuación
“ cero” que permite otra puntuación es sólo el umbral mínimo
de un discurso soportado por el acto analítico, en el que la ética
juega en la opción de una escritura que privilegia el enigma ci­
frado del sujeto en análisis.

Optar por un trabajo en que el analista traduce la cadena


significante en sus propias ideaciones equivale a la anulación del
psicoanálisis mismo. No se trata entonces de una exhortación mo­
ral para propugnar un tipo de abordaje textual frente a otros po­
sibles. Se trata de algo más radical que la simple elección entre

l7Freud, S., Obras Completas, Amorrortu Ed., Buenos Aires, Tomo VII, p. 53.
130 Puntuación y estilo en psicoanálisis

dos formas de analizar, pues lo que está en juego es la perma­


nencia o el abandono liso y llano del campo analítico. Y se lo
abandona, en efecto, muy a menudo, o se lo anula, cuando el
analista se deja atrapar por su propia tendencia a mantenerse en
la dimensión del signo y a dar sentido, prontamente, él mismo,
a la producción del analizante. En este orden entendemos la for­
mulación de J. Allouch cuando sostiene18 que para ocuparse del
signo hace falta tomar el rodeo del significante, rodeo que exige
darle consistencia de escrito. En este contexto cita el aforismo
de Lichtenberg según el cual “ el hombre supone demasiado
orden” . En efecto, al suponer ese orden, al creernos el rumor
que nos atribuye ser “ el que comprende eso” lo que hacemos
es traducir en determinado sistema de signos, el propio del que
ordena, los signos que creemos percibir directamente en el dis­
curso del analizante (o en el texto que se establece), lo incluimos
así en un orden de dominante, si es que no de exclusividad, ima­
ginaria. Allouch hizo trabajar el ternario lacaniano en la cues­
tión de la escritura, circunscribiendo esta operación Imaginaria
como procedimiento de traducción, diferenciándola y articulán­
dola a la vez con la transliteración (Simbólica) y con la trans­
cripción (Real). La operación Imaginaria reduce, por ese horror
al enigma, lo desconocido a lo familiar y ordenado, lo del otro
a lo del oyente. La transcripción es en cambio, dice, una opera­
ción Real que liga lo escrito con lo que puede situarse fuera del
lenguaje. Entiendo que esta formulación define lo que podría­
mos llamar una buena transcripción que corresponde al Real,
de un modo óptimo, pero que habitualmente está acechado por
la imaginarización en tanto el transcriptor juega su subjetividad
“ demasiado” e ignora sobre todo hasta qué punto pone, o más
bien supone, como dice Lichtenberg, demasiado orden. Intro­
duce su propio orden Imaginario en, el Real, pasando así de la
transcripción a la traducción, operación imaginaria que liga el
escrito con el sentido. . . del que lee, con el prisma de su subje­
tividad o, en otros términos, sometiendo lo que lee a la suma de
sus prejuicios. Así, al leer con la trama escrita de sus prejuicios
el sonido grabada de la exposición inaugural del seminario de

l8Allouch, J., Op. cit., p. 7.


Puntuación e ins(des)titución 131

“ Topología del psicoanálisis” 19que Erik Porgenos ofreció en 1983


alguien oyó en lo sonidos de la grabación, es decir, leyó en ellos:
c’est deja comme ?a (es ya así)
allí donde otros, con juicios (o prejuicios) diferentes vincu­
lados con un compromiso en el campo analítico y la asistencia
a esa exposición, oían (leían)
c’est chez Jakobson (es en Jakobson)
El hecho de que ese momento de un transcriptor se inserta­
ra en el trabajo de un grupo que lo incluía y lo excedía y donde
nadie tenía la pretensión de una exclusividad desprovista de pre­
juicios para ocuparse de eso, permitió que la versión publicada
de esa transcripción francesa traducida al español no padeciera de
un error tan grosero. Pero lo que nos interesa ahora es más bien
subrayar cómo la transcripción está acechada por el efecto de
la traducción que “ pone demasiado orden” , tanto más efectiva
en su reducción imaginaria cuanto más se ignora su intervención
casi inminente.
Como vemos no se trata de reivindicar la posibilidad de la
existencia de un sujeto o de una escuela, en su caso, protegido
del riesgo de caer en esta dominante imaginaria sino, por el con­
trario de promover un dispositivo que en el estilo de la relación
con el saber textual excluye la existencia de un propietario de ese
saber que produciría como consecuencia inevitable la coagula­
ción del campo en esa imaginarización inmóvil, mortífera.
Ahora bien, si en el caso de la transcripción citada más arriba
el problema afrontado por quien realizaba ese trabajo consistía
en escribir una de las posibilidades —ofrecida por una asonan­
cia (c’est deja comme ?a —c’est chez Jakobson) ignorada ade­
más en cuanto a la existencia misma de alternativas (no había
dudas en el transcriptor) la cuestión se plantea de un modo dife­
rente cuando justamente se aplica “ la operación en la que lo
que se escribe pasa de una manera de escribir a otra manera”
(Allouch), es decir, la transliteración. Es evidente que éste no es
el caso de la práctica del establecimiento de un texto aunque no
faltan quienes opten por suplementar un establecimiento de tex­
to con notas que comentan el mismo, haciendo su translitera-
l9Porge, E., El sentido dé! retorno a Freud, Edic. psicoanalíticas de la letra, Mé­
xico, 1985.
132 Puntuación y estilo en psicoanálisis

ción, pero, por supuesto, en calidad explícita de notas fuera del


texto que constituyen la posibilidad de un comentario y aun de
una interpretación del material elaborado. No está excluido que
el mismo autor al leer esas notas las juzgue eventualmente valio­
sas, enriquecedoras y estimulantes de nuevos desarrollos o, por
el contrario, discutibles e inaceptables. Así, en la edición antes
mencionada, se incluyen indicaciones explícitas a juegos verbales
sobre la transcripción del francés, que son ocurrencias a partir
del texto establecido que constituyen de hecho transliteraciones.
En la página 10, por ejemplo, traducen por “ ahuecamiento” la
palabra francesa “ évidement” pero no se privan de señalar (al
margen) que por homofonía ellos pueden escuchar é vide ment
(traducible, en su opinión por “ el vacío miente” ) con lo que pro­
ceden a transliterar. Lo que interesa señalar es que sus notas nos
permiten sostener o discutir sus ocurrencias, cosa que sería im­
posible sin la forma explícita en que nos la ofrecen. Se apoyan
en un fenómeno fundamental de la experiencia analítica: el
del plus de sentidos posibles que habrán sido (aprés-coup) en
el proceso analítico a partir del apoyo que toman los procesos
inconscientes en las ocurrencias homofónicas. Esos efectos in­
terpretativos son existentes pero limitados en su alcance en una
exposición pública como la mencionada que, al menos habitual­
mente, no está regida por la regla de las “ asociaciones libres” ,
pero que tampoco prescinde de ellas totalmente ni queda excluida
de los procesos que tienen por efecto formaciones del inconsciente
(porque no forcluyen al sujeto). En cambio en el proceso analí­
tico en intensión la transliteración es un aspecto privilegiado del
movimiento que en él se instaura y de la producción de efectos
analíticos, de efectos de interpretación.
Me atrevo a proponer que al aplicar esta elaboración del
ternario RSI en la forma de las tres operaciones mencionadas
se puede articular el proceso de la interpretación como el efecto
de una transliteración (Simbólica) que da ocasión a una transcrip­
ción (Real) la cual deja ese real disponible para una imaginari-
zación ulterior en que el sujeto produce nuevos sentidos. . . y
continúa el proceso. Como se ve no hay una mítica supresión
del Imaginario: Lacan solía criticar a quienes creían entender
que él promovía un desprecio por el Imaginario, en favor de una
hipervaloración del Simbólico, cuando lo que se excluye, en
principio, es una promoción imaginaria a cargo del analista, sin
Puntuación e ins(des)titución ¡33

cerrarse a la interrogación sobre la posibilidad de casos en que


pudiese ser aceptable.
Si ese es el proceso de la interpretación, hay que pensar su
articulación con otro a partir del cual y sobre el cual produce
sus efectos: el de las formaciones del inconsciente, en particular
el sueño. Estas surgirán de un movimiento en que un resto diur­
no es traducido (I) en los procesos inconscientes (al leerse con
la rejilla de la constitución subjetiva, escenario edípico, comple­
jo de castración), es elaborado por una transcripción (R) y se
manifiesta escrito (de otra forma) en el relato del sueño.
Es decir que la formación inconsciente resulta de una
articulación.
Traducción — Transcripción — Transliteración
y la interpretación abre una nueva secuencia
Transliteración — Transcripción — Traducción
Veamos un caso: Z, un joven de 22 años, de familia mo­
desta, con problemas económicos que le servían de argumento,
junto con sus estudios de medicina en curso, para justificar ante
sí mismo el seguir viviendo con su faiujlia pese a sus reivindica­
ciones proclamadas frecuentemente de autonomía y vida inde­
pendiente, menciona un sueño en el que, dice: “ Estaba cuidando
un bebé. . . de pronto se me perdía. Lo buscaba desesperada­
mente. Al fin lo encontraba muerto. ¡Está muerto! ¡Está muer­
to. . . y por mi culpa! repetía en el pasillo de la casa de mis
padres. . . y desperté” . A continuación agrega un recuerdo del
día anterior: “ Ayer oí hablar de una mujer que estando en una
reunión se sobresaltó al recordar, repentinamente, que había de­
jado olvidado a su bebé en un sitio donde había estado un tiem­
po antes. Cuando oí eso pensé de inmediato: ‘Esa mujer se quiere
desprender de ese niño’ ” .
Ante tanta lucidez que le permite al analizante interpretar
instantáneamente el material del relato que oye sobre aquella mu­
jer, leyendo las intenciones de un olvido tan singular, el analista
lee a su vez esa “ interpretación silvestre” con la escritura del es­
quema L (del seminario de “ la carta robada” ), del modelo ópti­
co de los ideales de la persona (del seminario 1953-54) y hace
vibrar de este lado del espejo la resonancia en eco, intenciona­
da, de la referencia al material del sueño que señala la culpa de
la muerte de ese niño: “ se quiere desprender de ese niño” . Al
oírse decir “ desprender” el joven lee esa palabra subrayada, co­
134 Puntuación y estilo en psicoanálisis

mo escrita en bastardilla (transliterada, entonces) y recuerda que


hacía cierto tiempo él había decidido, sin vacilar, aunque de
común acuerdo con ella, el aborto de un embarazo de su novia,
que de otro modo lo hubiera obligado a casarse “ a destiempo” .
Y agrega, soñador. . . “ yo quise desprenderme de mi niño” . Y
de pronto, habiéndose oído esta frase la reescribe exclamando:
“ quise desprenderme de mí, niño” y encadena su discurso
sobre la ligadura infantil con la familia y sus insistentes propó­
sitos de “ independizarse” de ella y el hecho de que en cambio
la decisión del aborto fuera tan inmediata.
Leemos una secuencia:
1) Resto diurno: relato sobre una mujer que olvida a su hi­
jo. Traducción: desprenderse de un niño, matarlo.
2) Texto, relato de un sueño. Transcripción: un niño se mue­
re, muere por mi responsabilidad, se me muere.
3) Interpretación: yo quise desprenderme de mi niño; “ de
mí, niño” : transliteración.
4) Con la nueva puntuación, transcripción que traza un bor­
de que pide rápidamente imaginarización.
5) Traducción: retoma en los términos del sentido, la cues­
tión de la independencia ante la familia.
En los tiempos 3) y 4) hay una fluctuación en que los pro­
cedimientos de transliteración y transcripción se imbrican. Pienso
que la dominante Simbólica o Real, respectivamente, no exclu­
ye la presencia del efecto de las otras consistencias del ternario,
que además marcan un recorrido que continúa.

I R S R I
RESTO RELATO INTER- BORDE REELA-
DIURNO DEL PRETA- BORA-
SUEÑO CION CION
“ una mujer “ un niño se “ Quise des- “ . . . de “ indepen-
olvida un me muere” prenderme mí, niño” dizarme”
niño” de mi niño”
1RADUC- TRANS- TRANS- TRANS- TRADUC-
CION CRIP- LITERA- CRIP- CION
CION CION CION
P u n tu a ció n e ins(des)titución 135

El tiempo de la transliteración espontánea en la formación


del inconsciente es posible, pero su falta abre la posibilidad de
un efecto que venga del campo del Otro promovido bajo la for­
ma de una puntuación, ya sea corte de sesión, subrayado, cita
(entre comillas). . en este caso la secuencia fue producida por
la misma actitud de interrogación que permitía escribir-se de otro
modo y la cita en eco de la palabra “ desprender” .

VI
Considero que el privilegio dado a una lectura hecha con
una escritura dominada por la reflexión sobre el ternario RSI en
la experiencia analítica; la preocupación por las cuestiones de la
letra en general, la escritura y la puntuación en particular y sus
consecuencias en la transmisión de la enseñanza de Lacan, en
especial en el caso de la cuestión del establecimiento de sus se­
minarios, la aplicación de esta reflexión para producir una trans­
posición de las versiones de la proposición de 1967 en la escritura
de la proposición del 17 de noviembre de 1985 con su correlato
en la fundación de la escuela lacaniana de psicoanálisis (ELP)
son solidarios con un estilo del lazo social que apela a una res­
ponsabilidad ética en la experiencia analítica y sintoniza con una
posición doctrinaria sobre la cuestión del fin del análisis como
destitución/instauración subjetiva, como caída del supuesto saber.
Esta posición se diferencia nítidamente de otras que hemos
visto caracterizadas por una interminabilidad del análisis que si­
túa el “ amordio” (hainamoration ) de transferencia como la ba­
se estructural que responde a las demandas imaginarias del Padre
con variadas manifestaciones de censura:
1) En el caso de la IPA: su estilo está marcado por su estandari­
zación ortodoxa de textos y profesionales del oficio analítico y
se funda en una puntuación que excluye el saber textual de la
obra freudiana del alcance de quienes se acercan a ella con un
respeto distinto al de la ortodoxia reverente. Con todo hay que
decir que las cartas mutiladas exhibían puntos suspensivos y
que Strachey explicitaba sus exclusiones.
2) En el caso de la ECF su estilo está fundado sobre una censu­
ra del texto de Lacan que, por un lado, posterga el acceso al mis­
mo haciéndolo depender de una elaboración unipersonal, hundida
¡36 Puntuación y estilo en psicoanálisis

en el desconocimiento por rechazo de la pasión de la ignorancia


y que, por otro lado, disimula sus efectos borrando los rastros
de su intervención en la redacción y justifica todo ello con una
autoridad legal de orden testamentario, el argumento de una cer­
canía personal y el aprecio testimoniado por el personaje del pa­
dre así como el respeto de sus indicaciones, ante las cuales la
pretensión es “ no contar para nada” y el efecto es contar domi­
nantemente sobre el texto fuente. El estilo en cuestión es solida­
rio con un análisis interminable, pues todo fin se considera
atribuible a la transferencia “ negativa” , única alternativa pen-
sable para su reverso “ positivo” , respetuoso de las demandas
explícitas, motores inanalizables de la adhesión a la empresa, a
la causa. La puntuación queda sujeta entonces al discurso coa­
gulado en la posición del Amo o del Universitario.
Dicho esto hay que agregar que la experiencia analítica nos
permite evitar la ingenuidad de creer que basta con que la ELP
adopte explícitamente el estilo que he descripto más arriba (aus­
picioso y apropiado) para que ello proteja a quienes la constitu­
yen y sostienen contra una recaída en la anulación del campo
analítico, riesgo siempre presente. A la inversa, tampoco la
adhesión a la IPA o a la ECF impide que algunos accedan a una
reflexión que permita liberarse de la red aniquilante de una cap­
tura imaginaria que reproduce interminablemente sus efectos. En
uno y otro caso no es la voluntad explícita y consciente de las
personas lo que importa, sino su confrontación con una prácti­
ca que no se niega a sí misma en la medida en que responde a
la ética del psicoanálisis, que no se priva entonces de los efectos
que le son inherentes. Pero tampoco se puede negar que tales
adhesiones no dejan de tener consecuencias y así mientras en el
caso de la ELP, la recaída sería contradictoria con sus propias
explicitaciones (que son el fruto de un largo trabajo analítico de
la disolución de la Ecole Freudienne de París) y por ello más fá­
cilmente reconocibles en un proceso de análisis, a la manera de
un olvido reconocido como tal, en el otro caso la elaboración
del producto de compromiso es más difícil porque es espontá­
neamente desconocido (como en el caso del recuerdo encubri­
dor) en tanto las líneas transferenciales no analizadas se actúan
en la repetición indefinida y el impedimento del acto analítico.
Nos sirve en particular de advertencia el caso de la ECF pues
en ella la referencia a los textos de Lacan, pese a la insistencia
P u n tu a ció n e in sfd esjtitu ció n ¡37

en los mismos de la importancia de la letra y la puntuación, no


ha impedido el a c t i n g reiterado —transferencia sin análisis— en
la forma de tratar el establecimiento del texto de los seminarios.
Debemos entonces plantearnos la cuestión de ese riesgo pues nada
nos inmuniza ni excluye de la recaída en una posición semejante
y con ello en la degradación siempre posible de la experiencia
analítica: todo depende en suma de que en el lugar en que insiste
el a c t in g venga el análisis de la transferencia y la instauración/des-
titución del sujeto.
Pero tras estas reflexiones cabe preguntar: ¿No habremos
substituido un a c t i n g por una formación reactiva?; riesgos, ace­
chanzas, falta de garantías. . . Sin embargo, una solución dis­
tinta es posible por la relación estrecha entre una actitud, ante
el saber textual, solidaria del fin del análisis y de una concep­
ción doctrinaria que se expresa en la proposición de 1967 trans­
puesta en 1985. Este es para nosotros el campo de la posibilidad
que nos abre la situación, paradójica en apariencia, de un máxi­
mo de respeto con el texto, que llega a insistir en la consideración
de la importancia de una coma en más o en menos y que, a la
vez, auspicia la máxima singularidad frente al texto: establecido
el texto Iacaniano se abren las vías para un auténtico suplemen­
to que relaciona el campo del Otro y la palabra separada del su­
jeto que en él se instaura/destituye, cuestión muy distinta de la
de la propiedad (privada) sobre la palabra de quien la puede pro­
nunciar y escribir.
Historia de la institución:
¿cantar de Gesta?

Rodolfo Marcos
A Laila

I) Hacia un encuadre

Alguna vez soñé que yo era armado caballero. Mis asocia­


ciones me llevaron a creer que así como se podía ser armado ca­
ballero, se podía ser “ armado” psicoanalista. Este encuentro con
el imaginario me llevó a pensar en la posibilidad de estudiar las
relaciones entre la formación de analistas y la institución como
producto de la ficción, o sea, en un posible estilo de transmisión.
Para eso me he valido de una analogía: la novela de caba­
llería como pretexto para pensar en la institución o, mejor
dicho, en la escritura de la historia de la institución. Sin embar­
go, quisiera hacer una advertencia: no se trata de pensar en la
institución psicoanalítica como heredera de un cuento literario
(por lo menos no exclusivamente) ni como formada a la imagen
de las instituciones medievales. La anécdota tiene que ocupar su
justo lugar. Dice Lacan en Situación del Psicoanálisis y form a­
ción del psicoanalista en 1956: “ La historia secreta de la IPA
no está hecha ni por hacerse. Sus efectos carecen de interés jun­
to a los del secreto de la historia. Y el secreto de la historia no
ha de confundirse con los conflictos, las violencias y las aberra­
ciones que son su fábula” 1.

1 Lacan, J., Escritos 1. 10a. ed., Siglo XXI Editores, 1984, p. 456.
140 Puntuación y estilo en psicoanálisis

II) Dos recuerdos cinematográficos

Un muchacho se acerca a la corte del Rey Artús. Encuen­


tra a un carbonero y le dice:

—Enséñame el camino más recto para ir a Carduel. Quiero


ver al Rey Artús, que dicen que allí hace caballeros.
El muchacho era Perceval, uno de los caballeros de la Me­
sa Redonda e inspirador de muchas historias, películas y hasta
de una ópera. Esta película en particular es Perceval o el cuento
del Grial de Eric Rohmer2.

• • •

En Excálíbur de John Boorman (basada en “Le Morí d ’Art-


hur” de Thomas Malory), el último gran hecho, la fantástica
aventura final y mortal, la gesta por excelencia: la búsqueda del
Santo Grial3, es emprendida por los Caballeros de la Mesa Re­
donda —entre los que se encuentra Perceval desde luego— du­
rante un año más un día. La búsqueda del Grial anticipa el fin
de las hazañas de estos intrépidos y cuasi-perfectos hombres-
personajes. Pero la gesta es de tal manera demandante, tan sa­
grada, tan pura en sí misma, que en ella fracasan los mejo­
res de los mejores: Lanzarote y Galván, por ejemplo. El escenario
de la visión de Perceval del Grial es fantasmagórico. Asistimos
asombrados, con el héroe, a una elevación magnífica de un des­
tello y compartimos con él el temor y el goce. Perceval es el más
acabado ejemplo de los caballeros en búsqueda. Sabe que si lo­
gra recuperar el Grial, el camino a la perfección está franquea­
do. Por eso emprende el largo aventurar en su búsqueda. Lo que
ignora es que aquello que persigue tan desgarradoramente está
en el lugar de donde partió. El Castillo del Grial está ya ahí.

2 Eric Rohmer intenta en esta película una operación definitivamente audaz: se


inspira en el Perceval o el cuento del Grial de Chrétien de Troyes para hacer su película.
Más bien, hace una transposición del texto de de Troyes a la pantalla sin adaptación
;alguna. Las descripciones son sustituidas por coros.
3 Grial. Sebastián de Cobarruvias da en su Tesoro de la Lengua Castellana o Es­
pañola la siguiente definición de “ Grial” : “ Nombre de lugar y de apellido” .
H isto ria de la institución: ¿cantar de G esta? 141

III) Los Cantares de Gesta

Las epopeyas románicas (de las que derivan el vocablo “ ro­


mance” y el francés romain —novela, porque es una escritura en
lengua romance en oposición al latín) son llamadas cantares de
gesta (en francés chansons de geste, del latín gesta, “ hecho” o
“ hazaña” ), aunque originalmente tenían el sentido de Linaje. Es­
te vocablo remite a línea porque “ van descendiendo de padres, hi­
jos y nietos como por línea recta” según Sebastián de Cobarruvias
en su Tesoro de la lengua Castellana o Española, Primer Diccio­
nario de la lengua (1611)4. Además, nos enseña que Linajudo es
un vocablo bárbaro: “ el que se aprecia y jacta de su linage, dan­
do a entender viene de la casta de los godos o de alguno de los
Pares de Francia o de otra vanidad semejante” 5.
Los cantares de gesta, similares a las novelas de caballería,
cumplían funciones muy específicas: constituían el modo de
transmisión de la historia de los que no sabían leer. Por tal mo­
tivo, los cantares fueron compuestos para ser escuchados, no leí­
dos. El hombre cultivado podía, si quería, leer los hechos escritos
en latín. El iletrado requería de alguien que le cantara (como en
“ cántame un cuento” ) la historia para que, sabemos, se pedie­
ra convertir en “ su” historia o, como dice el propio Cobarru­
vias, en “ alguna vanidad semejante” . La transmisión oral se
estableció como el antecedente de la historiografía. La novela
surge como una forma de historizar y el lector-escucha va a in­
corporar a su propio relato histórico cuanto pueda encontrar en
la novela que se acomode a su deseo. Es del registro de la novela
familiar del neurótico porque “ en años posteriores el empera­
dor y la emperatriz, esas augustas personalidades, significan en
los sueños padre y madre” 6.
Los temas de estas historias medievales eran las maravillo­
sas hazañas de los héroes idealizados que se manejaban de acuerdo

4 Sebastián de Cobarruvias: Tesoro de la Lengua Castellana o Española Primer


diccionario de la lengua (1611). Edición facsimilar. Ediciones Turner, Madrid, 1984.
5 Ibid.
6 Freud, S.: La novela familiar de los neuróticos (1908). Obras completas. To­
mo IX, p. 220. Amorrortu editores. Buenos Aires.
142 Puntuación y estilo en psicoanálisis

con principios, valores y normas muy específicas, muy cris­


tianas.
Los caballeros constituyen “ orden” , en más de un senti­
do: como derivado de recto y de norma a cumplir, y como dig­
nidad conferida por el soberano a ciertos súbditos, a aquellos
que se habrían distinguido en la defensa del propio monarca, de
la fe o de la propiedad.
El juglar de gesta se permite una libertad de composición
—frente a la rigidez de un texto ya escrito—, que le daba posibi­
lidad de crear su propio poema cada vez. Concede frente a su
lector-oidor e inventa y reinventa lo que éste quiere oír. De boca
en boca, el relato se transmite, se cuenta y recuenta una y otra
vez, hasta que un amanuense, un buen día, lo recoje y queda
escrito. Así llega hasta nuestros días la versión final que no es
más que una entre miles.
Los héroes de los cantares de gesta, cuyas empresas habría
que conocer, eran aquellos que podían inspirar el orgullo nacio­
nal: Carlomagno en Francia, El Cid en Castilla, Artús en Breta­
ña. Pero una vez conocidas las hazañas, se hacía siempre
imprescindible saber los antecedentes —linaje— de los héroes,
por lo que se crean ciclos organizados en materias: la materia
de Bretaña, la materia carolingia. Esta última —las leyendas e
historias alrededor de Carlomagno— agrupan las gestas del propio
emperador, pero también las de su abuelo Carlos Martel y las
de su padre Pipino y las de sus hijos y nietos.
Del ciclo carolingio se conservan muchos cantares de ges­
ta, siendo el más antiguo, mejor conservado y más hermoso, El
Cantar de Roldán, que se conoce a partir de un texto de finales
del siglo XI. Es, de hecho, la novelización de un acontecimiento
histórico sucedido tres siglos antes, en el desfiladero de Ronces-
valles, por donde regresó Carlomagno de su incursión en Espa­
ña y donde su retaguardia fue masacrada por fuerzas vascas o
gasconas, acción en la que se cree perdió la vida un caballero
llamado Ruotlandus. Un antecedente histórico: imbecilidad es­
tratégica militar, se convirtió en este hermoso cantar, en la cifra
de la lucha del cristianismo contra el mahometanismo, en el triun­
fo de las fuerzas del bien contra las fuerzas del mal, en la impo­
sición de Occidente y la verdad sobre el Oriente y la herejía.
Historia de la institución: ¿cantar de Gesta? 143

De la misma manera en que Artús contaba con sus caballe­


ros de la Mesa Redonda, Carlomagno se rodeó de sus Paladines
o Pares. Doce de los más ilustres, gallardos, nobles y valientes
caballeros del reino se convirtieron (por voluntad de un juglar)
en la guardia íntima de Carlomagno. Eran llamados Pares (los
Pares de Francia) por la igualdad que reinaba entre ellos, y Pa­
ladines porque habitaban en el palacio del Emperador. De acuer­
do con cada crónica varían en número y en nombre aunque hay
algunos que aparecen en todos los relatos. Los más famosos son
el Conde Roldán y Oliveros el noble, el Duque Ogier, el arzobis­
po Turpin, el esforzado Acelino, Tibaldo de Reims y Milon su
primo, Ricardo el Viejo y Enrique su sobrino, Garin y Gerer.
Hasta aquí el Cantar.
Parece obligado preguntarnos qué representó, por lo me­
nos socialmente, la figura del Caballero7. La visión literaria a
que hemos hecho referencia podría caricaturizarse hasta hacerla
insostenible. Jean Markale, quien ha escrito más de 30 libros sobre
el tema artúrico, nos ofrece una visión desromantizada (¿desno­
velizada?) de los hechos.
La Caballería corresponde, de hecho, a una clase social; efí­
mera, pero clase social al fin de cuentas; más cercana, quizá, a
una idea de casta que de clase. Para Cobarruvias casta “ vale
linage noble y castizo, el que es de buena línea y descendencia;
no embargante que dezimos es de buena casta y de mala casta.
Díxose casta de castus porque para la generación y procreación
de los hijos conviene no ser los hombres viciosos ni desenfrena­
do en el acto venéreo; por cuya causa los distraydos no engen­
dran y los recogidos y que tratan poco con mugeres tienen muchos
hijos” 8.
Como toda casta a la que se accede por cooptación, la ca­
ballería era eminentemente restringida y, por naturaleza, nece­
sariamente elitista, esto es, dueña de privilegios exclusivos que
se traducían en derechos y propiedades. Tem'a la posibilidad, sin
embargo, de pertenecer a ella todo aquel que de una manera u
otra pudiera concurrir a la defensa de un dominio, de un país,

7 Markale, J ., Lancelot et la chevalerie arthurienne. Editions Imago, París, 1985.


8 Sebastián de Cobarruvias, Op. cit.
144 Puntuación y estilo en psicoanálisis

de un grupo de países o hasta de la extensión de los territorios


(guerras agresivas). Sin embargo, a esta defensa geográfica
corresponde una defensa de ideas. De hecho, la definición de pa­
ladín es “ Campeón. Defensor, Sostenedor (subrayado mío).
Hombre que defiende luchando contra otros una idea o a una
persona; se entiende que generalmente en lucha no física” 9.
La caballería, como institución, como orden, se creó como
garante de una sociedad, como protectora contra todo desorden
interior y exterior y para mantener el equilibrio entre las tensio­
nes que animaban esa sociedad. Por gracia divina (esto es, por
fuerza de un derecho humano depositado en el Otro), la caba­
llería mantenía la cohesión, se defendía contra toda alteración
y limitaba ella misma el acceso a su seno. En otras palabras, no
se “ hacía” un caballero, se ordenaba como se ordena un sacer­
dote. Perceval lo sabía y por eso buscaba a quien pudiera orde­
narlo, armarlo, siempre en nombre del comandante supremo de
la orden: Dios.
La nobleza de la orden era resultado de la selección de los
mejores (y la literatura así lo consigna): derecho natural que ne­
cesariamente conduce a un ideal; ideal cumplido sólo en Galaad
(hijo bastardo de Lanzarote); ideal bastardo, entonces.
Como institución la casta de caballería se permite moral­
mente cualquier acto por virtud de su derecho divino; un dere­
cho que le asiste pero que, una vez amenazado, justifica toda
clase de acciones y atropellos por la grandeza de sus intenciones
y la pureza de su funcionamiento. Para eso, para enseñar su pu­
reza, es decir, como empresa cultural, se crea la Corte. Esta será
el escenario ideal para el desarrollo de las artes y las ciencias.

IV) Ernest Jones: de Paladín a Juglar de Gesta


En 1953 Ernest Jones, celta de origen, habiendo sido miem­
bro de la Asociación Neurológica Alemana, de la Asociación Neu-
rológica Americana, de la Sociedad Alemana de Psicología
Experimental, fundador de la Asociación Americana de Psico-

9 Moliner M., Diccionario de uso del español. Gredos. Tomo II: H-Z. Madrid,
1983.
Historia de la institución: ¿cantar de Gesta? 145

patología, de la Asociación Psicoanalítica Americana, de la So­


ciedad Psicoanalítica de Londres (después Británica) de la que
además fue presidente y, por último de la Asociación Psicoana­
lítica Internacional de la que fue su cuarto presidente, publicó
la monumental, “ definitiva” y obligatoria biografía del Maes­
tro. Tres volúmenes, un mil quinientas veinticuatro páginas de
la vida y obra de Sigmund Freud.
Los tres volúmenes están dedicados a Anna Freud, “ Ver­
dadera hija de inmortal padre” 101.
En el volumen I (“ El joven Freud” ), está inscrito en la por­
tada, inmediatamente abajo de la signatura de Jones, un lema11:
“ Y di verdad que ningún hombre pueda creer” .
La cita es de un poema, “ Tiresias” , de Lord Alfred
Tennyson, el más popular de los poetas Victorianos cuya gran
obra épica, curiosamente, trata la Gesta Artúrica: “ Idilios del
Rey” . Tiresias, se sabe, es junto con Calcante, el adivino más
célebre de la Grecia antigua.
Por algún motivo desconocido Jones escogió un verso que
completa otro, éste omitido:
“ En adelante, ciégate porque has visto demasiado” .
Jones inicia su relación con Freud oficialmente en 1905 cuan­
do da comienzo su práctica psicoanalítica. Termina con la muerte
del propio Jones en 1958, a los 79 años de edad, de suerte que
fue partícipe-espectador de la fase más importante del desarro­
llo del descubrimiento freudiano. Es difícil repicar y andar en
la procesión y parece que Jones de alguna manera lo logra.
Después de la escisión de Adler en 1911, las susceptibilida­
des con respecto a la Causa estaban a flor de piel tanto en Freud
como en algunos de sus discípulos.
10 “True daughter o f an immortal sire". Sire: título de honor dado ahora sola­
mente al rey como marca de soberanía, a) Uso arcaico: padre o antecesor masculino;
b) Uso arcaico: título de respeto utilizado al dirigirse a un rey o emperador; c) Padre de
un animal. Fuentes: Encyclopaedia Britannica, Vol. III, p. 604. Edición facsimilar
de la de MDCCLXXI. Edimburgh; Hornby, A.S.: Oxford Advanced Learner’s Dictio-
nary 3rd. ed. Oxford University Press, Oxford, 1977, p. 817.
11 "A nd speak the truth that no man shail believe". El primer verso dice: "Hen-
ceforth be blind fo r thou hast seen too m uch”. Citado por Jones, E.: Sigmund Freud:
Life and Work. Hogarth Press, Londres. 1953.
146 Puntuación y estilo en psicoanálisis

Abraham, Ferenczi y Jones eran, particularmente, los más


suspicaces. De hecho parece que en Jones se trataba de algo
más que una reacción a los tiempos que corrían. En una carta
de Freud fechada el 20 de noviembre de 1926 le hacía ver a
Jones que tenía (Freud) “ la impresión personal de que a veces
se inclina a dar demasiada importancia a las disensiones que han
surgido entre nosotros. Después de todo es difícil complacer del
todo a otra persona. Siempre hay algo que criticar o algo que
se echa en falta” . Y, más adelante, “ sólo quienes pronuncian
elegías (subrayado mío) funerarias niegan estas realidades” 12.
En 1912 Freud advertía el deterioro que se iniciaba en su
relación con Jung. Todos sabían, por otra parte, que la elección
de Jung como sucesor de Freud estaba sobredeterminada y que
un rompimiento entre ellos podía tener consecuencias devasta­
doras para el desarrollo futuro del psicoanálisis. Jones discutió
este problema con su futuro analista Sandor Ferenczi. La idea
original de éste era la de que se establecieran, como cabezas de
playa, en las diferentes ciudades o países del mundo, hombres
que hubiesen sido completamente analizados por Freud mismo.
Como la propuesta (más que interesante) era bastante improba­
ble de poderse realizar, Jones tuvo una ocurrencia que, no me
cabe ninguna duda, habría de configurar un cierto estilo de la
IPA y de casi todas las Asociaciones reconocidas por aquélla:
formar alrededor de Freud una “ Vieja Guardia” integrada por
“ analistas dignos de confianza” 13. Esta vieja guardia tendría
tres objetivos fundamentales:

—otorgar a Freud una seguridad que sólo un cuerpo esta­


ble de amigos firmes podía darle;
— fungir como consuelo de Freud en caso de futuras disen­
siones;
—ser de utilidad práctica a Freud replicando a críticas y pro­
viéndole con la necesaria literatura, ejemplos para su tra­
bajo derivados de su propia experiencia (de ellos) y cosas
parecidas14.

12 Freud, S., Epistolario: 1873-1939 (selección). Biblioteca Nueva. Madrid, 1963.


13 Jones, E., Op. cit. Tomo II, p. 172.
14 Ibid. Tomo II, p. 172.
Historia de la institución: ¿cantar de Gesta? 147

A cambio del honor de pertenecer a este grupo, había una


sóla obligación: “ si alguien deseaba alejarse de cualquiera de las
bases fundamentales del psicoanálisis, por ejemplo, el concepto
de represión, del inconsciente, de la sexualidad infantil, etc., pro­
metería no hacerlo públicamente sin haber discutido sus puntos
de vista con el resto” 15.: O sea, el problema no era tener una di­
ferencia conceptual; eso podía aceptarse. Lo que se castigaba era
hacerla pública.
Hubo una aceptación inmediata por parte de los convoca­
dos: Abraham, Ferenczi, el propio Freud, Jones desde luego,
Rank y Sachs; Eitingon fue invitado al grupo siete años después
de su formación, y Anna Freud en 1925.
Para Freud, el “ comité secreto” (que era la peculiaridad
que más le atraía), tenía otros objetivos. El 10 de diciembre de
1913 escribió a Abraham: “ No sabe cuánta felicidad me produce
la cooperación de cinco personas como ustedes en mi trabajo”
(subrayado mío)16. Anteriormente había escrito a Jones: “ sea lo
que el futuro traiga, el próximo capataz del movimiento psicoa-
nalítico pudiera venir de este pequeño pero selecto círculo de hom­
bres en quienes estoy todavía dispuesto a confiar a pesar de mis
últimas decepciones con hombres” 17.
La diferencia de concepción entre los dos hombres claves
en la creación del comité era notoria. Mientras que para Freud
la razón era más bien de índole práctica y alrededor de su traba­
jo (buscar un sucesor, por ejemplo), para Jones se deslizaba ha­
cia motivos de gesta: “ mantener la cohesión, defenderse de toda
alteración, y. . . mantener los privilegios adquiridos, etc.” 18, a
cambio de defender a su soberano. El propio Jones, un poco cán­
didamente, nos lo relata: “ La idea toda de tal grupo tenía, des­
de luego, su prehistoria en mi mente, cuentos de la infancia de
los Paladines de Carlomagno y muchas sociedades secretas
de la literatura” 19.

15 Ibid. Tomo II, p. 172.


16 Ibid. Tomo II, p. 174.
17 Ibid. Tomo II, p. 174.
18Markale, J., Op. cit.
19 Jones, E., Op. cit. Tomo II, p. 172.
148 Puntuación y estilo en psicoanálisis

El comité fue sellado mediante pacto simbólico a través de


la entrega por parte de Freud de un anillo a cada uno de los miem­
bros. Por tal motivo parece que el grupo se conoció primero in­
ternamente (era secreto) y después externamente, con el nombre
de Comité de los Siete Anillos.
Freud, se sabe, tenía especial predilección por regalar ani­
llos. Además de los que ya mencionamos, obsequió muchos otros
a colaboradores, familiares y amigos, como a Lou Andreas
Salomé, Félix Deutsch, Ruth Mack Brunswick y Marie Bonaparte,
entre otros. Cobarruvias da cuenta deliciosamente, en su Teso­
ro, de lo que es un anillo: “ porque el año se figura en un círculo
por el cual el sol va dando vuelta hasta cumplir su redondez
[. . .]” ,ym ás adelante añade: “ [. . .] y de allí quieren ayantray-
do origen los anillos, tan levantados después de punto, que el
hierro se trocó en oro y la piedra berroqueña en piedras precio­
sas. Y particularmente se trayan los anillos en el dedo cercano
al meñique, en la mano izquierda, por una de dos razones: o por­
que estava allí más seguro de maltratarse y romperse la piedra
preciosa, o porque en la section del cuerpo humano hallaron los
anotomistas un nervecito delicado que va desde aquel dedo al
corazón, y por él comunica assí el oro como la piedra su virtud
con que le confortan” . Además, “ Los anillos se dieron en señal
de honra; y assí en Roma los trayan los de la Orden Senatoria,
los cavalleros que digamos o nobles” 20.
Es importante señalar que, de acuerdo con la cronología
establecida por Jones, la fundación del Comité fue anterior a la
escisión de Jung: la fecha de fundación de la “ Vieja Guardia”
es junio de 1912; la ruptura de Jung (que, supongo, desconocía
la existencia del Comité) es de octubre de 1913; su renuncia
a la Presidencia de la IPA y a su membresía de la Asociación,
de abril y agosto de 1914, respectivamente. No es difícil pensar
que la primera acción del Comité fue una campaña guerrera que
culminó con la exclusión de Jung. De hecho, Jones le dice a Freud
en el Congreso de Dresden que se congratulaban del éxito que
su “ política fabiana” había tenido y se justificaba.
Por política fabiana se entiende una táctica dilatoria que
siguió el cónsul romano Fabio Máximo Cunctator en su lucha

20 Sebastián de Cobarruvias, Op. cit.


Historia de la institución: ¿cantar de Gesta? 149

contra Aníbal, lo que no deja de ser curioso considerando que,


de acuerdo con el propio Jones, Freud se identificaba con Aníbal.
En todo caso el asunto de la salida de Jung es relatado co­
mo una Gesta, el triunfo de los Paladines, por virtuosos y porque
el Derecho los asiste; cantado por un juglar. . . El capítulo
que Jones dedica al Comité, en la biografía de Freud, se concre­
ta a una descripción de los rasgos de personalidad más caracte­
rísticos (desde el punto de vista del propio Jones) de los otros
Pares. El Comité, como tal, hacía poca cosa. Mandaban sus
miembros cartas circulares al resto y se reunía muy esporádica­
mente: antes de los Congresos o, como en alguna ocasión, para
acompañar a Freud a sus vacaciones en Harz. De hecho parece
que el Comité, formado para defenderse de ataques enemigos
externos, invirtió gran cantidad de energía en combatir las pug­
nas internas de sus integrantes. O por lo menos así lo narra Jones.
El núcleo de la Asociación Internacional era el Comité; es
más, escribe Jones: “ después del Congreso de Innsbruck, cam­
biamos la estructura del Comité, convirtiéndolo en un grupo, en
adelante no privado, de los directivos de la Asociación Interna­
cional. Ellos eran Eitingon, el Presidente; Ferenczi y yo mismo,
Vice-presidentes; Anna Freud, Secretaria y van Ophuijsen, Te­
sorero; Sachs, quien por unos años había sido un miembro
somnoliento, se retiró. Freud durante mucho tiempo pensó que
(Sachs) no pertenecía realmente al Comité. Para estas fechas, por
tanto, Ferenczi y yo éramos todo lo que quedaba del Comité ori­
ginal. Las Cartas Circulares continuaron, comenzando la serie
nueva en octubre” 21.
Se reunieron también en ocasión de la segunda operación
mayor para tratar el cáncer de Freud en 1923; la “ Vieja Guar­
dia” alrededor del jefe en sufrimiento.
Las palabras finales de Jones, paladín y juglar, sobre la exis­
tencia del Comité son conmovedoras: “ Al final del año (1933)
me quedé como el único miembro en Europa del Comité origi­
nal. Abraham y Ferenczi habían muerto, Rank nos había aban­
donado, Sachs estaba en Boston y ahora Eitingon casi tan lejos.
Muchas cosas emocionantes nos habían pasado desde que lo fundé

21 Jones, E., Op. cit. Tomo III, p. 144.


150 Puntuación y estilo en psicoanálisis

en 1912. Había llevado a cabo una inmensa cantidad de trabajo


útil y, en términos generales, había cumplido su cometido de crear
un cuerpo de guardaespaldas alrededor de Freud que disipó las
últimas trazas de su soledad y aislamiento” 22.

4) Causa o institución
La IPA, que comenzó como una Causa, devino en institu­
ción. Y en ese pasaje perdió algunas cosas a cambio de consoli­
dar otras.
Max Weber hacía una distinción fundamental entre un ‘‘po­
der carismático, extraordinario, fundado en la fe, en la revela­
ción y que actúa sobre los hombres desde su interior con una
metanoia, y el poder patrimonial y burocrático, perteneciente,
en cambio, al orden de la estabilidad y de la vida cotidiana” 23.
A cada uno de estos poderes corresponde un tipo de orga­
nización social. O, en palabras de Francesco Alberoni, a un tipo
de estado social. Al primero lo denomina “ estado naciente” y
al segundo “ organización patriarcal y burocrática” . El estado
naciente sólo puede definirse en relación con otro estado de lo
social al que el mismo Alberoni llamará “ Estado institucional
y de la vida cotidiana” . Este estado naciente tiene varias carac­
terísticas:
—representa un momento de discontinuidad que se puede
dar en el aspecto institucional o en el de la vida cotidiana,
—tiene una cierta duración que se agota cuando es asimi­
lado por el sistema que lo regresa al ámbito de la vida
cotidiana o de las formas institucionales
Me parece que la Causa —como con frecuencia la llamó
Freud, el movimiento, como lo atestigua su Contribución a la his­
toria del Movimiento Psicoanalítico— este “ estado naciente” se
transformó en una Institución, en un estado de la vida cotidiana,
lo que no carece de consecuencias. Porque cuando se da ese trán­
sito, cuando un movimiento (pensemos la enseñanza de Lacan)

22 Ibid. Tomo III, p. 197.


23 Citado por Francesco Alberoni: Movimiento e Institución. Editora Nacional.
Madrid, 1984.
Historia de la institución: ¿cantar de Gesta? 151

se convierte en una institución (pensemos en la EFP) entonces, se


pierde “ la experiencia fundamental” que dio origen al estado
naciente. Lo anterior, además, se produce con ciertos adornos:
— se declara que dicha experiencia fundamental se mantiene;
—todo lo que se hace está orientado a realizar la promesa
del estado naciente.
El problema de la institución es de credibilidad; su tarea:
convencer a sus miembros de su legitimidad (como en una he­
rencia). En caso de que fracase (EFP) se constituye un nuevo
movimiento que gracias al estado naciente comprende al prime­
ro, comparte sus valores pero cree realizarlos salvando la insti­
tución.
La credibilidad, pues, de la institución radicará en su no-
velización. Si es de Gesta correrá el peligro de su fabulización:
héroes y hazañas y caballeros y damas y vidas y leyendas. La
fábula es esa a la que se refirió Lacan y que según Cobarruvias:
“ En rigor significa el rumor y hablilla del pueblo y lo que
comúnmente dize y se habla en él de algún particular o cosa acon­
tecida” 24.
Se hace necesario, pues, encontrar otra manera de contar
la historia del movimiento: hacer una escritura distinta.
Esa escritura podría ser la puesta a cielo abierto de las pro­
pias producciones del movimiento que lo mantengan en “ esta­
do naciente” para evitar así los peligros que corre en su
institucionalización.
Es aquí donde la fundación de la escuela lacaniana de psi­
coanálisis puede hacer la diferencia. Dice el Documento de la es­
cuela “Sobre el cártel”:
“ . . . La multiplicidad de las respuestas aportadas en acto
en cuanto al modo de presentificación de ese “ más-uno” incita
a no legislar desmedidamente: que se sepa la necesidad para un
cártel de arriesgarse, en todo o en parte, a la confrontación pú­
blica, y que se avise (en función de parámetros institucionalmente

24 Sebastián de Cobarruvias, Op. cit.


152 Puntuación y estilo en psicoanálisis

inclasificables) sobre las vías apropiadas que ofrecen, y las cir­


cunstancias (aquí la escuela es activa), y el estado del trabajo.
Esto se enuncia en modo optativo para que sea un voto cuyo su­
jeto es la escuela, pero no su agente exclusivo” 25.
Las presentes Jornadas lo han testimoniado.

** Miedo en "Boletín de cártel»" No. 9. Publicación de circulación restringida.

You might also like