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Ludwig Wittgenstein -

Presuposición implícita
Imagínate que observamos el movimiento de un punto (de un punto
luminoso sobre una pantalla, por ejemplo). Del comportamiento de este
punto se podrían sacar importantes conclusiones de la más diversa
naturaleza. ¡Pero cuántas cosas diversas pueden observarse en él! — La
trayectoria del punto y algunas de sus medidas (por ejemplo, la amplitud y la
longitud de onda), o bien la velocidad y la ley según la cual ésta varía, o el
número, o la posición, de los lugares en los que varía repentinamente, o la
curvatura de la trayectoria en esos lugares, y muchas más cosas. — Y
cada una de estas características del comportamiento del punto podría ser
la única que nos interesara. Por ejemplo, todo en ese movimiento nos
podría ser indiferente, excepto el número de círculos trazados en un tiempo
determinado. — Y si no sólo nos interesara una de estas características,
sino varias de ellas, cada una de ellas podría proporcionarnos un dato
particular, distinto por su naturaleza de todos los demás. Y así es con la
conducta del hombre, con las diversas características que observamos de
esta conducta.

Así pues, ¿la psicología trata de la conducta, no de la mente?

¿Sobre qué informa el psicólogo? — ¿Qué observa? ¿No es la conducta


de los seres humanos, en particular sus manifestaciones? Pero éstas no
tratan de la conducta.

«Noté que estaba de mal humor.» ¿Es esto un informe sobre la conducta o
bien sobre el estado anímico? («El cielo tiene un aspecto amenazador»:
¿trata esto del presente o del futuro?) De ambas cosas; pero no
yuxtapuestas; sino de la una a través de la otra.

El médico pregunta: «¿Cómo se siente él?» La enfermera dice: «Se queja».


Un informe sobre la conducta. ¿Pero tiene que existir para ambos la
pregunta de si esa queja es realmente genuina, si es realmente la expresión
de algo? ¿No podrían, por ejemplo, sacar la conclusión «Si se queja,
tendremos que darle otra píldora calmante» — sin callarse un término
intermedio? ¿Lo importante no es al servicio de qué ponen la descripción de
la conducta?

«Pero entonces ellos parten justamente de una presuposición implícita.»


Entonces, el proceso de nuestro juego de lenguaje se basa siempre en una
presuposición implícita.

Describo un experimento psicológico: el aparato, las preguntas del


experimentador, las acciones y respuestas del sujeto — y ahora digo que
esto es una escena de una obra de teatro. — Entonces cambia todo. Así
se dirá: Si en un libro sobre psicología se hubiera descrito ese experimento
del mismo modo, la descripción del comportamiento se interpretaría
justamente como una expresión de algo mental, porque presuponemos que
el sujeto no nos está tomando el pelo, no se ha aprendido las respuestas de
memoria, y cosas parecidas. — ¿Así pues, hacemos una presuposición?

¿Nos expresaríamos realmente así: «Naturalmente, parto de la


presuposición de que...»? — ¿O, si no lo hacemos, es sólo porque el otro
ya sabe esto?
¿No existe una presuposición donde existe una duda? Y la duda puede
faltar por completo. La duda tiene un final.

Aquí es como con la relación: objeto físico e impresiones sensoriales.


Tenemos aquí dos juegos de lenguaje y sus relaciones mutuas son de
naturaleza complicada. — Si queremos llevar estas relaciones a una
relación simple, nos equivocaremos.

***

Imagínate que alguien dijera: cada una de las palabras que nos son
familiares, que aparecen en un libro, por ejemplo, provoca ya en sí misma
en nuestro espíritu una neblina, un 'aura' de empleos débilmente
insinuados. — Como si en un cuadro cada una de las imágenes también
estuviera rodeada de escenas delicadas, pintadas nebulosamente, como si
fuera en otra dimensión, y nosotros viéramos las imágenes aquí en otras
conexiones. — ¡Tomemos en serio este supuesto! — Entonces se ve que
no puede explicar la intención.

En efecto, si fuera así: que tuviéramos presentes a medias las posibilidades


de empleo de una palabra al hablar o al escuchar — si fuera así, esto
valdría solamente para nosotros.

Pero nos entendemos con los demás, sin saber si ellos también tienen estas
experiencias.

¿Qué le replicaríamos a alguien que nos comunica que en él la


comprensión es un proceso interno? — ¿Qué le replicaríamos si dijera que
en él el saber jugar al ajedrez es un proceso interno? — Que a nosotros no
nos interesa nada de lo que ocurre dentro de él cuando queremos saber si
sabe jugar al ajedrez. — Y si él respondiera a esto que justamente sí nos
interesa: — a saber, que él sepa o no jugar al ajedrez — ,tendríamos que
hacerle notar los criterios que nos demostrarían su capacidad, y por otro
lado los criterios para los 'estados internos'.

Incluso si alguien tuviera una determinada capacidad sólo cuando sintiera


algo determinado y en la medida en que lo sintiera, este sentimiento no
sería la capacidad.

El significado no es la vivencia que se tiene al oír o pronunciar la palabra, y


el sentido de la oración no es el complejo de estas vivencias. — (¿Cómo
se compone el sentido de la oración «Todavía no lo he visto» de los
significados de las palabras que contiene?) La oración se compone de esas
palabras, y esto es suficiente.

Cada palabra — quisiéramos decir — puede ciertamente tener un


carácter distinto en distintos contextos, pero siempre tiene un único carácter
— un único rostro. Éste nos mira. — Pero también un rostro pintado nos
mira.

¿Estás seguro de que hay un único sentimiento del «si»; y no quizás varios?
¿Has intentado proferir la palabra en contextos muy diversos? Por ejemplo,
cuando en ella está el acento principal de la oración, y cuando está en la
palabra siguiente.

Imagínate que encontrásemos un hombre que acerca de los sentimientos


que contienen sus palabras nos dijera: que para él «si» y «pero» tienen el
mismo sentimiento. — ¿No deberíamos creerlo? Quizás nos extrañaría.
«No juega nuestro juego en absoluto», quisiéramos decir. O también: «Éste
es un tipo diferente.»
¿No creeríamos que él entiende las palabras «si» y «pero» igual que
nosotros cuando las emplea como nosotros?

Se aprecia mal el interés psicológico del sentimiento del «si» cuando uno lo
considera como correlato obvio de un significado; más bien hay que verlo en
otro contexto, en el de las circunstancias particulares en las que se
presenta.

¿No tiene uno nunca el sentimiento del «si», cuando no profiere la palabra
«si»? En todo caso sería curioso que sólo esta causa produjera dicho
sentimiento. Y esto vale en general para la 'atmósfera' de una palabra: —
¿por qué se considera tan obvio que sólo esta palabra tenga esta
atmósfera?

El sentimiento del «si» no es un sentimiento que acompañe a la palabra


«si».

El sentimiento del «si» debería ser comparable al 'sentimiento' particular


que nos provoca una frase musical. (Un sentimiento de esta clase se
describe a veces diciendo «Aquí es como si se sacara una conclusión», o
bien, «Quisiera decir 'por lo tanto...'», o «en este caso siempre quisiera
hacer un gesto — » y entonces uno lo hace.)

¿Pero puede separarse este sentimiento de la frase? Y, sin embargo, no es


la frase misma; pues alguien la puede oír sin ese sentimiento.

¿Es en esto parecido a la 'expresión' con la que se toca la frase musical?


Decimos que este pasaje nos provoca un sentimiento muy especial. Lo
cantamos para nosotros mismos, y al hacerlo lo acompañamos de un
determinado movimiento, quizá también tenemos alguna sensación
particular. Pero estos acompañamientos — el movimiento, la sensación —
no los reconoceríamos en absoluto en otro contexto. Son completamente
vacíos, excepto justamente cuando cantamos ese pasaje.

«Lo canto con una expresión muy determinada.» Esta expresión no es algo
que se pueda separar del pasaje. Es otro concepto. (Otro juego.)

La vivencia es este pasaje, tocado así (así como lo hago ahora; una
descripción sólo la podría insinuar).

La atmósfera inseparable de la cosa — por tanto no es ninguna atmósfera.

Lo que está íntimamente asociado, lo que fue íntimamente asociado, eso


parece concordar. ¿Pero cómo lo parece?, ¿Cómo se manifiesta el hecho
de que parezca concordar? Más o menos así: no podemos imaginarnos que
el hombre que tenía este nombre, este rostro, esta caligrafía, no produjera
estas obras, sino otras muy distintas (las de otro gran hombre). ¿No nos lo
podemos imaginar? ¿Acaso lo intentamos? — Podría ser así: Oigo decir
que alguien pinta un cuadro «Beethoven escribiendo la Novena Sinfonía».
Me puedo imaginar fácilmente lo que se podría ver en un cuadro así. ¿Pero
qué tal si alguien quisiera representar el aspecto que habría tenido Goethe
al escribir la Novena Sinfonía? No podría imaginarme nada que no fuera
penoso y ridículo.

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