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Entre los instrumentos psicoterapeí uticos que han desarrollado los creadores de la
psicoterapia humanista destaca el Grupo de Encuentro, un encuadre teoí rico
vivencial, en el cual un grupo --preferentemente de entre 12 y 18 personas-- se
reuí nen con una persona que funge como facilitador durante un lapso determinado
(que puede variar desde unas horas hasta uno o dos anñ os) con el propoí sito comuí n
de encontrar, por ellos mismos, un nuevo derrotero emocional para sus vidas.
En este texto nos referimos al “facilitador”, sin referencia geneí rica, por cuestiones
semaí nticas y por mayor facilidad y claridad en la redaccioí n. Es conveniente senñ alar
que una gran parte de las personas que facilitan los procesos grupales de
encuentro son profesionales del geí nero femenino.
En este proceso, el facilitador reconoce la idea del yo como un agente libre. Una de
sus premisas es que las personas pueden controlar sus propios destinos, si las
condiciones de su entorno no son demasiado restrictivas.
El facilitador reconoce el miedo que tienen las personas, en algunas ocasiones, para
hacer uso de su libertad y que en esas situaciones resulta maí s coí modo que alguien
tome las decisiones por ellos y les diga queí hacer; por ello, contribuye
crecientemente para que los participantes aprendan a hacer uso de su libertad y
afrontar las consecuencias de sus actos; fomenta en todo momento que las
personas pierdan el miedo a ser libres, que no tengan ataduras fíísicas ni
psicoloí gicas de los demaí s y aprendan a ser independientes.
Una actitud de esta naturaleza confirma que el facilitador y los participantes del
grupo son auteí nticos seres humanos, que no los separan diferencias en cuanto al
conocimiento, posicioí n social o grados acadeí micos; que todos y cada uno de ellos
son iguales como seres humanos.
Cuando el facilitador percibe y acepta a los participantes tal como son en realidad,
cuando hace a un lado cualquier expresioí n de evaluacioí n y asume el marco de
referencia perceptual de los integrantes del grupo, genera un ambiente propicio
para que cada integrante explore su vida y su experiencia con plena libertad y lo
acompanñ a a desbloquearse para percibir nuevos significados y metas personales.
El facilitador se entrena para captar, con la mayor precisioí n a su alcance, todas las
expresiones y matices de las emociones y sentimientos de las personas que
participan en el grupo.
Sin excesos, el facilitador evita toda actitud paternalista con la cual se induzca a los
participantes sobre que hacer con su vida o coí mo resolver sus situaciones de
conflicto; jamaí s les aconseja, si no que atraveí s de ejercicios sencillos, les refleja las
alternativas que tienen.
Al mismo tiempo, el auteí ntico facilitador reconoce que nadie sabe maí s de si mismo
que eí l mismo; que el ser humano mantiene siempre una buí squeda para estar
mejor, dentro de sus posibilidades; que solo necesita en ocasiones que alguien le
acompanñ e a percibir mejor sus opciones y a facilitarle la decisioí n que soí lo a eí l
concierne y de esta manera encaminar su vida hacia lo que maí s le convenga.
En su praí ctica dentro del grupo, el facilitador utiliza y modela praí cticas como la
atencioí n, el reflejo y la metaí fora, para acompanñ ar a los participantes a “darse
cuenta” de lo que les ocurre y ello les facilita la toma de decisiones de manera
responsable respecto a su vida, favoreciendo que cada uno se vuelva duenñ o de su
propio sentido de vida.
Los cambios generados por las personas en un trabajo grupal le serviraí n para que,
una vez finalizado, aprendan a conducirse de formas menos defensivas y maí s
socializadas y aceptar su propia realidad y la del entorno social que le rodea, lo
cual les confirmaraí que su sistema personal de valores se ha socializado.
Esta experiencia auteí nticamente humana favoreceraí sin duda, un creciente proceso
de autorrealizacioí n en cada uno de los participantes en un Grupo de Encuentro.