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Los grupos de encuentro como instrumentos de autodesarrollo

De Juntos Por Un Mundo Mejor el martes, 27 de marzo de 2012 a la(s) 10:31


Javier Montanñ o Ulloa

La psicoterapia de grupo con enfoque humanista existencial enfatiza la


responsabilidad que tiene cada persona para descubrir su forma de estar en el
mundo, asíí como las limitaciones en su autodesarrollo, las opciones para
trascenderlas y --a partir de tales descubrimientos-- desarrollar su capacidad para
resignificar un nuevo sentido de vida por ella misma y desarrollar las habilidades
que requiere para construir ese nuevo modo de vivir.

Entre los instrumentos psicoterapeí uticos que han desarrollado los creadores de la
psicoterapia humanista destaca el Grupo de Encuentro, un encuadre teoí rico
vivencial, en el cual un grupo --preferentemente de entre 12 y 18 personas-- se
reuí nen con una persona que funge como facilitador durante un lapso determinado
(que puede variar desde unas horas hasta uno o dos anñ os) con el propoí sito comuí n
de encontrar, por ellos mismos, un nuevo derrotero emocional para sus vidas.

En este texto nos referimos al “facilitador”, sin referencia geneí rica, por cuestiones
semaí nticas y por mayor facilidad y claridad en la redaccioí n. Es conveniente senñ alar
que una gran parte de las personas que facilitan los procesos grupales de
encuentro son profesionales del geí nero femenino.

Si bien el facilitador de un Grupo de Encuentro reconoce los modelos teoí ricos y


conceptuales del psicoanaí lisis y del conductismo, no los entiende ni los aplica en su
acompanñ amiento como la uí nica explicacioí n para el desarrollo psicoloí gico y
emocional de los seres humanos.

El facilitador parte de la premisa de que el ser humano busca autorrealizarse y


tiende al crecimiento. Por ello asume un papel de acompanñ ante, para cada
integrante del grupo y del grupo en su conjunto, en la delicada tarea de auto-
explorarse, pero nunca toma las decisiones por ellos, ni les soluciona directamente
las situaciones que requieren resolver.

En su actitud cotidiana dentro del grupo, el facilitador manifiesta una comprensioí n


permanente de los participantes como seres humanos poseedores de la capacidad
de autoexaminarse y generar cambios inducidos por ellos mismos.

En este proceso, el facilitador reconoce la idea del yo como un agente libre. Una de
sus premisas es que las personas pueden controlar sus propios destinos, si las
condiciones de su entorno no son demasiado restrictivas.

En todo momento, su participacioí n en el grupo modela el reconocimiento de que


las personas pueden analizar, interpretar y evaluar sus propios comportamientos,
tanto presentes como pasados, que pueden anticipar las consecuencias de su
comportamiento actual a largo plazo y que tienen plena capacidad para hacer
planes hacia el futuro.
En estos grupos, el facilitador contribuye con las personas para que se
responsabilicen directamente en la toma de sus decisiones, de tal manera que sean
ellas mismas quienes dirijan su propia existencia y se liberen de todas las
condiciones que limitan o impiden el pleno potencial de su desarrollo como
personas.

El facilitador de un Grupo de Encuentro respeta y favorece la expresioí n de la plena


libertad del individuo. Asíí, los participantes en un Grupo de Encuentro actuí an con
absoluta libertad de eleccioí n, como reflejo del sustento conceptual del humanismo,
que contempla al individuo como un ser potencialmente libre, cuya creatividad y
comportamiento depende de su marco interno de referencia, maí s que de un
conjunto de impulsos internos o de la influencia de fuerzas externas.

La mayoríía de los facilitadores que asisten a los Grupos de Encuentro en su


proceso, consideran a los participantes en un trabajo psicoterapeí utico como
clientes y no como pacientes, para enfatizar que las personas del grupo se
encuentran en un estado de vulnerabilidad, de miedo o de inestabilidad emocional,
pero no estaí n enfermas y tienen la capacidad para decidir sobre el curso y el
desarrollo de sus emociones, pensamientos y conductas.

La relacioí n que establece el facilitador es un contacto humano entre personas que


se conocen a si mismas y en la cual el facilitador tiene la capacidad para
presentarse ante los participantes, en su momento, como un espejo que refleja lo
que vive cada uno de ellos. No pretende actuar por la otra persona ni le otorga
consejos de ninguí n tipo.

El facilitador reconoce el miedo que tienen las personas, en algunas ocasiones, para
hacer uso de su libertad y que en esas situaciones resulta maí s coí modo que alguien
tome las decisiones por ellos y les diga queí hacer; por ello, contribuye
crecientemente para que los participantes aprendan a hacer uso de su libertad y
afrontar las consecuencias de sus actos; fomenta en todo momento que las
personas pierdan el miedo a ser libres, que no tengan ataduras fíísicas ni
psicoloí gicas de los demaí s y aprendan a ser independientes.

En su desempenñ o como facilitador, la persona que funge inicialmente como


impulsor del Grupo de Encuentro, resalta los factores que mejor identifican al ser
humano, como son sus valores, conciencia, emociones, sentimientos, deseos,
esperanzas, aspiraciones y propoí sito de autorrealizacioí n.

Al mismo tiempo que reconoce la importancia de la actividad racional de las


personas, el facilitador privilegia la experiencia y la expresioí n subjetiva de los
participantes, asíí como sus manifestaciones de amor, creatividad, autonomíía,
autoactualizacioí n, espontaneidad y responsabilidad; tambieí n favorece todas las
manifestaciones que se expresan entre los participantes y se relacionan con el
crecimiento, la necesidad baí sica de gratificacioí n y los valores superiores.

Jamaí s descalifica las referencias sobre el ser, el síí mismo, el organismo, la


trascendencia del ego, el devenir, la objetividad o la salud psicoloí gica; su actuar
propicia entre los participantes la felicidad, la alegríía, el humor, el juego, el afecto,
la naturalidad y conceptos relacionados con ellos.

El facilitador funge como organizador, lííder y conductor en las primeras sesiones


del Grupo de Encuentro y acompanñ a a los participantes en su trabajo vivencial y
cognitivo para alcanzar su pleno autodesarrollo como personas. Poco a poco, el
facilitador diluye en el grupo su presencia directiva inicial y se incorpora como otro
maí s de los participantes.

La participacioí n del facilitador se desarrolla a partir de tres actitudes baí sicas: a)


autenticidad o congruencia, b) aceptacioí n incondicional y c) empatíía,
comportamientos fundamentales que resultan facilitadores de todo proceso
terapeí utico y que el psicoterapeuta humanista siempre deberíía poseer.

La autenticidad o congruencia se refiere, en primer teí rmino, a la coincidencia del


facilitador consigo mismo; se trata de que el facilitador viva lo que eí l es en realidad,
para que en la relacioí n con sus clientes permanezca auteí ntico, sin maí scaras; que
viva plenamente las sensaciones y posturas que le mueven a cada instante y que
sea capaz de compartir con cada participante del grupo una actitud de verdadera
autoaceptacioí n.

Una actitud de esta naturaleza confirma que el facilitador y los participantes del
grupo son auteí nticos seres humanos, que no los separan diferencias en cuanto al
conocimiento, posicioí n social o grados acadeí micos; que todos y cada uno de ellos
son iguales como seres humanos.

Una actitud positiva de aceptacioí n incondicional del facilitador hacia el grupo se


refleja en el intereí s manifiesto por lo que cada participante es. Esta aceptacioí n se
comparte hacia las conductas que manifiestan y por la comunicacioí n que se
establece dentro del grupo.

Cuando el facilitador percibe y acepta a los participantes tal como son en realidad,
cuando hace a un lado cualquier expresioí n de evaluacioí n y asume el marco de
referencia perceptual de los integrantes del grupo, genera un ambiente propicio
para que cada integrante explore su vida y su experiencia con plena libertad y lo
acompanñ a a desbloquearse para percibir nuevos significados y metas personales.

El facilitador se entrena para captar, con la mayor precisioí n a su alcance, todas las
expresiones y matices de las emociones y sentimientos de las personas que
participan en el grupo.

Esta actitud empaí tica del facilitador es un elemento central en un Grupo de


Encuentro y se traduce en la disposicioí n que ha desarrollado para enfocar y
comprender a fondo la experiencia de cada persona. La participacioí n del facilitador
estaí enfocada a registrar, con la mayor precisioí n posible, la experiencia de la
persona que recibe su acompanñ amiento terapeí utico.

El facilitador procura abandonar cualquier actitud defensiva en su trabajo dentro


del grupo. Al mostrarse tal como es y evitar el uso de “maí scaras“ dentro del grupo,
el facilitador aprende a ser el mismo en todo momento, asume una manera menos
defensiva de estar en el mundo y puede acompanñ ar a los participantes a conducirse
cada vez de una manera maí s auteí ntica y buscar tambieí n nuevas formas de ser ellos
mismos.

Ademaí s de adquirir la preparacioí n adecuada y desarrollar las destrezas necesarias


para acompanñ ar a las personas en un grupo, el facilitador se muestra como un ser
humano ante todos y como tal reconoce que tiene emociones y sentimientos,
cualidades y defectos, en ocasiones se equivoca, sabe reconocer sus errores y
acepta la realidad en síí mismo.

Al mantener una actitud humanista auteí ntica, el facilitador acompanñ a a los


participantes entendiendo las situaciones a resolver desde la perspectiva de ellos
mismos; en su desempenñ o como facilitador no juzga a las personas, las acepta
incondicionalmente y es ííntegro en lo que piensa, dice y hace; vive cada momento
de una manera congruente consigo mismo y se convierte en un modelo vivo de
conductas y actitudes para los participantes.

En ninguí n momento, el facilitador utiliza al grupo para resolver sus propias


situaciones existenciales a resolver. Por ello la importancia de que antes de
involucrarse en un grupo, el facilitador experimente un proceso psicoterapeí utico
para estar en armoníía consigo mismo, equilibrar sus emociones y sentimientos,
comprenderse primero eí l, para despueí s acompanñ ar a otros de manera saludable en
el mismo recorrido.

El facilitador asume al grupo como un encuentro en el cual, tanto eí l como los


demaí s participantes pueden descubrirse profundamente a síí mismos, sin
manipulacioí n de uno sobre el otro, actuando en todo momento con honestidad,
respeto y responsabilidad.

El facilitador de un Grupo de Encuentro no pretende inducir a los participantes a


realizar ninguna experiencia en relacioí n consigo mismos; respeta en todo
momento el ritmo de cada uno; su atencioí n estaí centrada en un acompanñ amiento
respetuoso, para que cada quien se libere de los obstaí culos que limitan su
autorrealizacioí n, en el marco de sus propias posibilidades. Mantiene un
permanente eí nfasis en la dignidad y el valor del ser humano y una atencioí n
constante en el desarrollo de sus potencialidades.

Sin excesos, el facilitador evita toda actitud paternalista con la cual se induzca a los
participantes sobre que hacer con su vida o coí mo resolver sus situaciones de
conflicto; jamaí s les aconseja, si no que atraveí s de ejercicios sencillos, les refleja las
alternativas que tienen.

Todo facilitador eficaz de un Grupo de Encuentro entiende que soí lo los


participantes pueden elegir el camino a seguir y confíía en que nadie sabe mejor
que los propios participantes saben lo que es bueno para ellos.
Con el ejemplo del facilitador, los participantes aprenden a responsabilizarse de
sus decisiones; si eí l les otorgara consejos estaríía fomentando una actitud de
irresponsabilidad.

Al mismo tiempo, el auteí ntico facilitador reconoce que nadie sabe maí s de si mismo
que eí l mismo; que el ser humano mantiene siempre una buí squeda para estar
mejor, dentro de sus posibilidades; que solo necesita en ocasiones que alguien le
acompanñ e a percibir mejor sus opciones y a facilitarle la decisioí n que soí lo a eí l
concierne y de esta manera encaminar su vida hacia lo que maí s le convenga.

Los participantes en un Grupo de Encuentro requieren asumir que ellos tienen


toda la responsabilidad de decidir sobre su vida y afrontar las consecuencias.
En este proceso, el facilitador confirma que las personas cuentan con recursos
propios para comprenderse a síí mismas, asíí como para modificar su autoconcepto,
sus actitudes y autodirigir su conducta. Tambieí n favorece una tendencia
autoactualizante entre los participantes, construyendo juntos un clima psicoloí gico
seguro, facilitador para la expresioí n de las emociones y los sentimientos.

En su praí ctica dentro del grupo, el facilitador utiliza y modela praí cticas como la
atencioí n, el reflejo y la metaí fora, para acompanñ ar a los participantes a “darse
cuenta” de lo que les ocurre y ello les facilita la toma de decisiones de manera
responsable respecto a su vida, favoreciendo que cada uno se vuelva duenñ o de su
propio sentido de vida.

Al coincidir en un Grupo de Encuentro los participantes generan cambios


significativos: transforman su manera de elegir y establecer sus propios valores,
enfrentan la frustracioí n con menor tensioí n fisioloí gica y modifican su forma de
percibirse y valorarse.

Los cambios generados por las personas en un trabajo grupal le serviraí n para que,
una vez finalizado, aprendan a conducirse de formas menos defensivas y maí s
socializadas y aceptar su propia realidad y la del entorno social que le rodea, lo
cual les confirmaraí que su sistema personal de valores se ha socializado.

El eí xito del trabajo grupal se reflejaraí en los participantes con el desarrollo de


conductas maduras y en una tendencia a la desaparicioí n de actitudes infantiles
entre los participantes.

Esta experiencia auteí nticamente humana favoreceraí sin duda, un creciente proceso
de autorrealizacioí n en cada uno de los participantes en un Grupo de Encuentro.

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