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LAS CONSECUENCIAS DEL SISTEMA CAPITALISTA


A fines del siglo XVlll se producen dos cambios muy importantes en Europa:
— La Revolución Francesa que defiende los derechos del hombre y del ciudadano que
aboga por un sistema político constitucional democrático.
— La Revolución Industrial que trae consigo el uso permanente de la máquina, que
transforma las formas de producción y la situación de los trabajadores.
Estos cambios crean el sistema capitalista y un sistema político burgués basado en la libertad,
la fraternidad y la igualdad aparente ante la ley. Pero, ¿Qué es el sistema capitalista? El
sistema capitalista es una organización de la sociedad industrial en el que los medios de
producción (instrumentos, capitales) pertenecen en propiedad privada a un grupo de hombres,
llamados capitalistas, y que constituyen un grupo o clase distinta de los que no lo poseen, que
llamamos asalariados o proletarios.
A medida que las industrias introducen nuevas técnicas, la producción se hace más compleja y
los instrumentos de producción de las fábricas se hacen más costosos, por lo que no todos los
hombres llegan a poseer esos medios de producción, pues necesitan un gran capital.
La necesidad de acumular capital, por otra parte necesario para un desarrollo industrial, lleva
en una primera etapa de la revolución industrial a la explotación dramática de varias
generaciones de trabajadores. También se aumenta al máximo el trabajo de las mujeres y de
los niños, con consecuencias desastrosas para la salud mental y corporal de la población, ya
que la máquina sustituye la fuerza corporal y las habilidades especiales de los operarios.

LA SITUACIÓN DEL PROLETARIADO


Con la desvinculación del campesinado de sus tierras y la marcha a las ciudades para
incorporarse a los centros fabriles, aportando únicamente su trabajo, nace una nueva clase: el
proletariado o asalariado.
Estas son las notas más llamativas que definen al proletariado en la primera fase del
capitalismo:
• Con el auge de la industria, los obreros industriales se multiplican, especialmente en la
industria textil y metalúrgica, suponiendo una disminución de los obreros artesanos.
• Debido a la rápida mecanización industrial, que exige la división del trabajo, a cada
obrero se le confía únicamente una operación sencilla y rápida que se repite miles de
veces al día. Este tipo de trabajo es completamente distinto al sistema artesanal.
• Los obreros trabajan amontonados en talleres malsanos, sometidos a una dura disciplina
y soportando jornadas normalmente de 14 a 16 horas.
• Su puesto de trabajo es inseguro y está sometido a la mayor o menor compra del
producto fabricado (ley de la oferta y la demanda).
• Los salarios son bajos y tienden a disminuir, a ser salarios de hambre, hasta 1850
aproximadamente. A partir de esta fecha, se manifiesta una ligera mejora en los salarios,
pues el empresario sabe que la subida de los salarios le repercutirá en la compra de sus
productos.
• El deseo de encontrar una mano de obra barata, induce a emplear en la industria,
especialmente en la textil, a las MUJERES y a los NIÑOS.
• Las viviendas de los trabajadores son insalubres y carentes de todo servicio y
comodidad.
• Las relaciones afectuosas entre el maestro y el oficial en el régimen artesanal
desaparecen. Las relaciones entre el empresariado y el asalariado llegan a ser hostiles y
violentas. Las desigualdades económicas entre el empresario y el obrero son palpables.
Todo esto hace tomar al obrero conciencia de su situación y determina, en un primer
momento, los movimientos reivindicativos que, con el transcurso del tiempo, se
convertirán en auténticas asociaciones obreras.

.LOS MOVIMIENTOS SOCIALES:


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Aunque los conflictos sociales son tan viejos como la historia, los movimientos sociales,
especialmente el obrero, comienzan a surgir, en el siglo XIX, como protesta contra la miseria y
los sufrimientos provocados por el sistema de producción capitalista y como defensa de la
creciente explotación de los trabajadores frente a los capitalistas, que poseen los medios de
producción y que son también poseedores de los bienes producidos.

«Ahora bien, el concepto de movimiento obrero ha englobado en los tiempos modernos (en
España empieza hacia el segundo decenio de nuestro siglo este fenómeno) a extensas capas
de trabajadores asalariados, pertenecientes, por lo general, al sector de Servicios: empleados
de Comercio y de Banca, funcionarios medios, maestros y profesores, etc., así como a técnicos
de alta calificación. En cierto modo, es útil la definición que el profesor Marcel David ha hecho:
«Se entiende por movimiento obrero la serie de instituciones en que se agrupan los
trabajadores y todos aquellos que optan por militar a su lado, conscientes unos y otros de su
solidaridad y de la utilidad que para ellos tiene organizarse a fin de precisar sus objetivos
comunes y de proseguir su realización.» Concepto, sin duda, con demasiadas concesiones a la
subjetividad, pero que refleja el hecho contemporáneo de una inserción (siempre minoritaria)
en el movimiento obrero y trabajado: de elementos marginales que se integran en él. En todo
caso, un mínimo de rigor nos obliga a no confundir con movimiento obrero ningún género de
movimientos campesinos (propietarios o arrendatarios), pequeños comerciantes, artesanos,
etc.»
M. TUÑÓN DE LARA, El Movimiento obrero

«Hablar, pues, de la clase obrera en el siglo XIX es hablar de un sector social nuevo, cada vez
más numeroso y cada vez más decisivo en la historia. Pero, por ello, es también hablar de las
clases medias, de los trabajadores del sector terciario, de los campesinos, de los inicios de la
lucha feminista y de las nuevas corrientes culturales; y es, cada vez más, conforme avanzamos
en el siglo XIX, hablar de la historia general. El movimiento obrero es, en consecuencia, el más
característico de los movimientos sociales del siglo XIX; es aquél en torno al cual se integran,
en buena medida, los demás. Pero la referencia a éstos debe servir de marco para el
conocimiento de aquel.»
F. PAEZ-CAMINO y P. LLÓRENTE, Los movimientos sociales

EL ANARQUISMO
La palabra anarquía significa ausencia de autoridad, de gobierno y no es como dicen algunos
de sus críticos, sinónimo de desorden, de caos, de desorganización.
El anarquismo es, fundamentalmente, una rama del pensamiento socialista en el que
predominan las ansias de fibertad y la urgencia por abolir el Estado. Sus principales teóricos y
defensores son Max Stirner, Proudhon, Bakunin, Tolstoi, Kropotkin, etc.
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¿QUE ES EL ANARQUISMO?

• Es rebeldía visceral: El anarquista es en primer lugar un individuo que se ha rebelado.


Rechaza en bloque a la sociedad. Proudhon rechaza el mundo oficial, los filósofos, los
sacerdotes, magistrados, parlamentarios...; para quienes «el pueblo es siempre el
monstruo al que se combate, se amordaza o se encadena; al que se maneja por medio
de la astucia como al rinoceronte o al elefante; al que se doma por hambre; al que se
desangra por la colonización y la guerra».
• Es enemigo de todo Estado y del Gobierno: El anarquista alemán Max Stirner
escribe:
«El Estado y yo somos enemigos: Todo Estado es una tiranía, la ejerza uno solo o
varios. El Estado, cualquiera que sea su forma, es forzosamente totalitario. El Estado
persigue siempre un solo objetivo: limitar, atar, subordinar al individuo, someterlo a la
cosa general. Con su censura, su vigilancia y su policía trata de entorpecer cualquier
actividad libre y considera que es su obligación ejercer tal represión porque ella le es
impuesta por su instrumento de conservación general. El Estado no me permite
desarrollar al máximo mis pensamientos y comunicárselo a los hombres, salvo si son los
suyos propios. De ío contrario me cierra la boca.»
• Es enemigo de Dios y la Iglesia: Stirner escribe: «El hombre ha dado muerte a Dios
sólo para poder convertirse, a su vez, en el único y verdadero Dios que reine en los
cielos.»
El decálogo de los campesinos de Mantua, concibe el socialismo, como la expresión
más pura y sincera de la verdad y el bien, es el Dios de los oprimidos. El pueblo, para
los anarquistas, «no es religioso cree serlo, y continuará creyéndolo hasta que una
revolución social le ofrezca los medios para realizar todas sus aspiraciones en este
mundo».
• Es Libertad individual:
«Yo soy verdaderamente libre —dice Bakunin—, cuando todos los seres humanos que
me rodean, hombres, mujeres, sean igualmente libres y cuanto más numerosos sean los
hombre libres que me rodean, y más profunda y duradera su libertad, tanto más extensa,
más profunda y más duradera será la mía.»
«La Ley de la solidaridad social es !a primera ley humana; la libertad es la segunda.
Estas dos leyes son independientes y constituyen inseparablemente la esencia de la
humanidad. Así es que la libertad no es la negación de la solidaridad, sino, por el
contrario, su desarrollo y, por así decirlo, su humanización.»
• Es casi la lucha espontánea de las masas: Para el anarquismo la
espontaneidad de las masas es esencial, pero no basta. Sabe que es necesario una
minoría que dé forma a la revolución. En muchos textos anarquistas se pretende buscar
un equilibrio difícil entre una minoría, vanguardia consciente, y la masa espontánea que
realiza la revolución.
• Es enemigo de la democracia burguesa: Para Bakunin, toda la mentira del sistema
representativo se basa en esta ficción: que un poder y una cámara legislativa surgidos
de la elección popular deben y hasta pueden representar absolutamente la verdadera
voluntad popular.
No obstante, «Los anarquistas no reprueban la política en general, sino, solamente la
política burguesa. Sólo encontrarán condenable la revolución política si ella precediera a
la revolución social». En general se ciñen á estos principios, pero a veces participan en
la política parlamentaria; por ejemplo, Proudhon es nombrado diputado en junio de 1848.
En España el anarquismo participa en el Gobierno del Frente Popular, en 1936.
• Crítica al «autoritarismo» socialista:
«Nunca he creído que, aún en las circunstancias más favorables, los obreros pudieran
llegar a tener el poder de imponerles la comunidad o la colectividad; y nunca he
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considerado —porque aborrezco todo sistema impuesto, porque amo sincera y apa-
sionadamente la libertad. Esta falsa idea y esta esperanza liberticia constituyen la
aberración fundamental del comunismo autoritario que, en la medida en que necesita de
la violencia regularmente organizada, tiene necesidad del Estado, y porque tiene
necesidad del Estado, apunta necesariamente a la reconstitución del principio de la au-
toridad y de una clase privilegiada del Estado.» M. BAKUNIN.
• Es Autogestión:
Al anarco-colectivismo de Bakunin, que supone la colectivización de los instrumentos de
trabajo, el capital y la tierra, pero no de los frutos, «a cada uno según su trabajo»,
sucede el anarco-comunismo, de Kropotkin y otros que predicen la necesidad de
colectivizar no sólo los instrumentos sino también los productos.
• Es utopía: P. Kropotkin dice: «Nosotros somos utopistas, así es. Utopistas hasta el
punto de afirmar que la revolución deberá y podrá garantizar a todos la vivienda, el
alimento y el vestido —cosa que disgusta muchísimo a los burgueses—, porque saben
perfectamente que un pueblo que coma a su gusto, muy difícilmente se dejará dominar.
Y bien no nos movemos de aquí: es necesario asegurar el pan del pueblo en rebelión, la
resolución de la cuestión del pan debe preceder a cualquier otra. Sí este problema se
resuelve según los intereses del pueblo, entonces la Revolución estará bien
encaminada; en resumidas cuentas, para resolver la cuestión de las mercancías, es ne-
cesario aceptar un principio de igualdad que se impondrá, excluyendo cualquier otra
resolución.»
Para Bakunin. «El anarquismo es utopía porque en la búsqueda de lo imposible es que
el hombre ha realizado siempre lo posible; aquéllos que se han limitado prudentemente
a lo que les parecía posible nunca han avanzado más de un paso.»

Viernes, 8/10/2010

Opinión
Se cumplen ahora 100 años de la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).
Cuatro décadas antes, en noviembre de 1868, el italiano Giuseppe Fanelli, enviado por Mijaíl
Bakunin, había llegado a España para organizar los primeros núcleos de la Asociación
Internacional de Trabajadores. Comenzó así una historia de frenética actividad
propagandística, cultural y educativa; de terrorismo y de violencia; de huelgas e insurrecciones;
de revoluciones abortadas y sueños igualitarios.
Los anarquistas lucharon contra el golpe franquista y durante unos meses vivieron su edad de
oro
Sobre la CNT se abatió una represión brutal a partir de 1939. Y Franco logró terminar con ella
Desde Fanelli hasta el exilio de miles de militantes en los primeros meses de 1939, el
anarquismo arrastró tras su bandera roja y negra a sectores populares diversos y muy amplios.
Sin ellos, nunca hubiera llegado a ser un movimiento de masas, se hubiera quedado en una
ideología útil para individualidades rebeldes, muy revolucionaria pero frágil, arrinconada por el
crecimiento socialista y relegada a la violencia verbal.
No ha pasado inadvertida esa presencia anarquista. Su leyenda de honradez, sacrificio y
combate fue cultivada durante décadas por sus seguidores. Sus enemigos, a derecha e
izquierda, siempre resaltaron la afición de los anarquistas a arrojar la bomba y empuñar el
revólver. Son, sin duda, imágenes exageradas a las que tampoco hemos escapado los
historiadores que tan a menudo nos alimentamos de esas fuentes, apologéticas o injuriosas,
sin medias tintas. Imágenes que anticiparon Juan Díaz del Moral o Gerald Brenan y que se han
hecho también con un importante hueco en la literatura, con La bodega, de Vicente Blasco
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Ibáñez; Aurora Roja, de Pío Baroja; La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza o,
más reciente, La hija del caníbal, de Rosa Montero. Una veta, en fin, explotada por el cine, por
Ken Loach y su Tierra y Libertad o Vicente Aranda en Libertarias.
Hace ya tiempo que José Álvarez Junco identificó las dos corrientes doctrinales de las que
bebía el movimiento anarquista: el individualismo liberal y el comunitarismo socialista, una
dualidad muy difícil de equilibrar en la práctica pese a todas sus llamadas a la armonía natural.
El anarquismo parecía de entrada una utopía derivada de la filosofía optimista de la Ilustración,
que mantuvo, como hijo del mismo tiempo que era, estrechas conexiones con las
conspiraciones y sociedades secretas de tipo democrático radical, con el federalismo y con la
fraseología romántico-populista. Pero, al mismo tiempo, iba mucho más lejos de lo proyectado
por el racionalismo liberal y el republicanismo, con su pretensión de abolir el Estado,
colectivizar los medios de producción y, sobre todo, con su antipoliticismo, la verdadera seña
de identidad del movimiento, el rasgo que marcó la ruptura con sus sucesivos compañeros de
viaje, desde los federales a los socialistas, pasando por los republicanos.
El anarquismo que triunfó en España en las primeras décadas del siglo XX, justo cuando
desaparecía del resto del mundo, fue el "comunitario", el "solidario", estrechamente unido al
sindicalismo revolucionario, que confiaba en las masas populares para llevar a buen puerto la
revolución. Al servicio de esa causa se fundaron círculos y tertulias, ateneos obreros, escuelas
laicas y racionalistas. Desde el primer momento, le acompañaron en su desarrollo numerosas
publicaciones que, en su labor ideológico-cultural, criticaron al capitalismo y a las clases
dominantes, incitaron a la lucha social y contribuyeron a gestar una red cultural alternativa,
proletaria, "de base colectiva".
"Creo que nos hacen falta dos organizaciones, una abierta, amplia, funcionando a la luz del día;
la otra secreta, de acción", había escrito Piotr Kropotkin, uno de los padres del anarquismo, en
1881. La propuesta, que reflejaba el acoso al que la policía y las fuerzas del orden sometían a
los anarquistas en los diferentes países, resultó profética porque por esos dos caminos tácticos
transitó el movimiento durante toda su historia, envuelto siempre en una doble organización:
una de tipo asociativo, sindical, que federaría a las sociedades obreras alrededor de objetivos
reivindicativos; y otra de tipo ideológico, que agruparía a los más "conscientes", centrada en la
propaganda doctrinal y cuidando siempre de las desviaciones reformistas en el movimiento
sindical. La Federación Anarquista Ibérica, creada en 1927, y su relación con el sindicalismo de
la CNT en los años de la Segunda República constituye el mejor ejemplo de esa dualidad.
Cuando llegó la República, el 14 de abril de 1931, la CNT apenas tenía 20 años de historia.
Aunque muchos identificaban a esa organización con la violencia y el terrorismo, en realidad
eso no era lo más significativo ni lo más sorprendente de su corta historia. El mito y realidad de
la CNT, el único sindicalismo revolucionario y anarquista que quedaba ya en Europa, se había
forjado por otros caminos, por el de las luchas obreras y campesinas, un sindicalismo eficaz
que ganaba conflictos a patronos intransigentes con los trabajadores. La CNT desarrolló sus
lenguajes de clases y sueños revolucionarios en la prensa, en los talleres y fábricas, en las
calles. Así, a través del adoctrinamiento y de las reivindicaciones laborales, quedó sellada su
definición ideológica, su impronta antipolítica y antiestatal, su sindicalismo de acción directa,
independiente de los partidos políticos, llamado a transformar la sociedad con la revolución.
El golpe de Estado de julio de 1936 cambió bruscamente ese rumbo. La guerra civil que siguió
a esa sublevación impuso una lógica militar y frente a ella el sindicalismo de protesta y la
clásica crítica al poder político quedaron inservibles. Un golpe de Estado contrarrevolucionario,
que intentaba frenar la revolución, acabó finalmente desencadenándola. Muchos anarquistas
vieron entonces sus sueños cumplidos. Duró poco, pero esos meses del verano y otoño de
1936 fueron lo más parecido a lo que ellos creían que era la revolución y la economía
colectivizada. Poco importaba que la revolución se llevara por medio a miles de personas,
"excesos inevitables", "explosión de las iras concentradas y de la ruptura de cadenas", en
palabras de Diego Abad de Santillán. La necesaria destrucción de ese orden caduco era para
ellos algo insignificante, comparada con la "reconstrucción económica y social" que se
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emprendió en julio de 1936, sin precedentes en la historia mundial. Esa es la imagen feliz del
paraíso terrenal que transmitió la literatura anarquista, las declaraciones de Buenaventura
Durruti a los corresponsales extranjeros, o la prensa que podían leer los obreros de Barcelona
y los milicianos en el frente de Aragón.
Metidos en la revolución, en la guerra y en la persecución del contrario, los anarquistas vivieron
su edad de oro, corta edad de oro. Extendieron una compleja red de comités revolucionarios
por todo el territorio republicano. Colectivizaron tierras y fábricas. Crearon milicias. Participaron
en el gobierno de la Generalitat y en el de la República. Y hasta que la revolución se congeló,
soñaron despiertos con un mundo sin clases, sin partidos, sin Estado. Los que sobrevivieron la
dura represión franquista tras la derrota se fueron a la tumba recordando aquella revolución
popular, sin amos ni autoridad.
Las cárceles, las ejecuciones y el exilio metieron al anarquismo en un túnel del que ya no
volvería a salir. Sus militantes resistieron en la clandestinidad, protagonizaron diversas
escaramuzas en la guerrilla y asomaron sus cabezas en algunos conflictos. Muchos de ellos se
enrolaron en la resistencia francesa contra el nazismo, pensando que aquella era todavía su
guerra, la que acabaría con todos los tiranos. Pero murieron Hitler y Mussolini, las potencias
del Eje fueron derrotadas y Franco siguió. El anarquismo no pudo ya respirar. La guerra y la
dictadura lo destruyeron. Los cambios que se produjeron desde los años sesenta, con la
modernización y el desarrollo, le impidieron echar de nuevo raíces.
No fue solo un fenómeno español, pero el anarquismo acabó identificado con la historia de
España de la primera mitad del siglo XX, como se han encargado de recordar decenas de
testimonios, documentales, libros, novelas y películas que han mantenido la llama encendida
frente a todos sus detractores. Así de solemne, compleja y contradictoria resulta su historia.
Julián Casanova es coordinador de Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España (Editorial Crítica).

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