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La casa de ventas Artcurial ha sacado a subasta este fondo fotográfico de excepción el lunes por la
noche en París, donde los distintos lotes fueron adjudicados por un total de 580.000 euros, unas
seis veces por encima de la estimación inicial. En ellos había centenares de copias de época,
álbumes de instantáneas en tonos sepia, una cámara fotográfica Eastman Kodak e incluso batas de
laboratorio. Fueron propiedad del nieto del escritor, el médico François Émile-Zola, hasta su
muerte en 1989. Ahora su viuda ha decidido prescindir de ellas, arrojando luz sobre esta afición
mal conocida, descubierta de forma tardía a finales de los setenta.
Más allá de su entorno familiar, Zola también retrató el París de los años
1890 –por ejemplo, dejó constancia de la construcción de la Torre Eiffel– y
su exilio en Londres tras el escándalo provocado por el caso Dreyfus,
además de paisajes marítimos y escenas de calle, marcadas por la
modernidad de su mirada, que parece emular la de un pionero como
Eugène Atget y que desprende incluso un naturalismo similar al de sus
novelas. Grandes literatos del siglo XIX, como Baudelaire, consideraron que
esta nueva técnica, que todavía no era considerada un arte, era burda y
casi sacrílega, ya que copiaba la realidad con excesiva fidelidad,
obstaculizando así el trabajo de imaginación del artista.
No era el caso de Zola, que tal vez viera en la fotografía una forma de
representar visualmente todos sus preceptos literarios. Sus notas reflejan
una curiosidad insaciable respecto al marco fotográfico, los tiempos de
exposición y la calidad del papel, pero también los juegos con la luz, una de
sus obsesiones como escritor: en sus novelas, la descripción de la luz
resulta omnipresente, algo que sus estudiosos han atribuido a su formación
de juventud como pintor. “Uno no puede afirmar que ha visto algo si no ha
tomado una fotografía, ya que esta revela detalles que, de otra manera, no
podrían ser discernidos”, dejó escrito antes de morir.