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Antes de leer

La ciencia-ficción

Frankenstein o El Moderno Prometeo es una obra pionera de la ciencia-ficción.


El tema de la novela no es otro que la creación del hombre artificial. Y para
desarrollarlo Mary W. Shelley se aparta de los fenómenos sobrenaturales, la
magia o la alquimia, propios de los cuentos góticos, y utiliza conocimientos
científicos. Recoge los presupuestos de la filosofía materialista y de la ciencia de
su época sobre los orígenes de la vida. Unos presupuestos de los que tanto su
padre, a quien dedica el libro, como Percy B. Shelley, Lord Byron o el Dr.
Polidori eran fervientes defensores.

Ella misma ofrecería su versión sobre el origen de su novela: una noche, durante
el lluvioso verano de 1916, a orillas del lago Ginebra, impresionada por la
discusión entre Shelley y Byron sobre un experimento de Erasmus Darwin,
abuelo de Charles Darwin, según el cual un fragmento de verme conservado en
un frasco de cristal había conseguido moverse por si solo, Mary se retiró a su
habitación. Una vez allí tuvo la visión de un monstruo que, tendido, se levantaba
torpemente bajo la mirada horrorizada del estudiante que lo había construido.
Con la narración de esa visión empezó a escribir la novela. Y esa visión se
convertiría en el eje de su creación.

Para la creación de su personaje Mary W. Shelley se basa en la investigación


más avanzada del siglo XIX: en la Biología evolucionista de Erasmus Darwin,
en la teoría de Joseph Priestley según la cual la electricidad se encontraba en el
origen de la vida, y en el galvanismo, que había descubierto que la electricidad
podía excitar la contracción de los músculos. Esta aplicación de la electricidad
había llegado a Gran Bretaña a través del médico escocés James Lind a quien,
según las últimas investigaciones, un joven Percy B. Shelley habría frecuentado
durante su estancia en Eton- y que en aquellos momentos se aplicaba en el
intento de reanimación de cuerpos muertos, una práctica muy en boga y que se
llevaba a cabo en sesiones públicas muy concurridas. Por otro lado, la
ambientación de la novela refleja también las últimas preocupaciones del
progreso como, por ejemplo, el intento de abrir una ruta marítima a través del
Polo para llegar al Pacífico Norte, o la mejora de las comunicaciones.

Frankenstein o El moderno Prometeo

El protagonista de la novela, Víctor


Frankenstein –su criatura carece de
nombre--, muchos de cuyos rasgos
biográficos y experiencias
intelectuales coinciden con los de
Percy B. Shelley, estudia en la
universidad alemana de Ingolstadt,
famosa por sus avances científicos en
el campo de la medicina. Y en
Ingolstadt Víctor Frankenstein
abandona las teorías de Paracelso y
Agripa y adopta las últimas teorías científicas. Con ellas será capaz de crear un
hombre artificial; se convertirá en El moderno Prometeo. Porque Prometeo,
según la tradición es quien, enfrentándose a los dioses crea la especie humana
modelándola en arcilla.

Hasta aquí, no hay ningún problema. Pero Prometeo es también el benefactor de


la humanidad por excelencia, es quien roba el fuego a los dioses para dárselo a
los humanos. Es la encarnación del espíritu de iniciativa de los hombres y de su
tendencia a desconfiar de las fuerzas divinas.

¿Qué ocurre, pues, en la novela para que el nombre del benefactor de la


humanidad se haya convertido en un mito que es la más genuina representación
del horror?

La primera pista nos la da la cita con la que se abre la novela. Corresponde a El


paraíso perdido (1674), de John Milton, poema épico en el que los ángeles
rebeldes capitaneados por Ariel son vencidos, y Adán y Eva son expulsados del
paraíso. Adán se lamenta:

¿Te pedí,
Por ventura, creador, que transformaras
En hombre este barro del que vengo?
¿Te imploré alguna vez que me sacaras
de la oscuridad?

El paraíso perdido, Libro X

Tanto Ariel, el ángel rebelde, como Prometeo –que ya había sido objeto de
atención por parte de Calderón de la Barca, y que protagonizará el Prometeo
(1916) de Byron, y el Prometeo desencadenado (1819) de Percy B. Shelley–, o
como el mismo Frankenstein, se convertirán en figuras claves del romanticismo.

Por todo ello, la lectura de Frankenstein nos enfrenta, en palabras de su autora


en el prólogo a la edición de 1831, a los más misteriosos temores de nuestra
naturaleza y hace que nos cuestionemos principalmente:

o El papel de la ciencia y nuestro papel ante el progreso científico y


tecnológico.
o La libertad del individuo y los límites de la individualidad: las
implicaciones morales, sociales e individuales de nuestras propias
acciones.
o El comportamiento humano: la igualdad social; los prejuicios sociales; el
miedo ante lo desconocido.
o Las relaciones entre la ética y la estética, los binomios belleza-bondad;
fealdad-maldad.
o La importancia de las relaciones socioafectivas en el desarrollo de la
personalidad y la capacidad de empatía.

En modo alguno me siento indiferente ante cómo puedan afectar al lector los
principios morales que existan en los sentimientos o caracteres que contiene la
obra. Sin embargo, mi principal preocupación en este punto se ha centrado en
la eliminación de los efectos enervantes de las novelas de hoy en día, y en
exponer la bondad del amor familiar, así como la excelencia de la virtud
universal, escribió Percy B. Shelley en el Prólogo a la edición anónima de 1818.

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