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Vygotskii:

Conversaciones

Ficción y realidad

Adolfo Perinat

Vygotskii: Conversaciones
Ficción y realidad

Colección Conversaciones

Bogotá · Barcelona · Washington · Londres

D.R. © 2011, autor

D.R. © 2012, California-Edit

ISBN: 978-958-57410-0-3 e-book

Editores:

Gloria Berdugo y Milton E. Bermúdez

Desarrolladores:

JaimeAndrés Arbeláez - www.grupoarcher.com y Luis M. Silva

Prohibida la reproducción impresa o digital, total o parcial de este e-book, así como su
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medio tecnológico que no hayan sido autorizados previa y expresamente por los propietarios del
copyright.

La citación de la obra debe contar con la siguiente información: Perinat, Adolfo (2012). Vigotskii:
Conversaciones. Ficción y realidad. Bogotá: California-Edit.

www.california-edit.com

dirección@california-edit.com

Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia

Perinat, Adolfo
Vygotskii : conversaciones ficción y realidad / Adolfo Perinat. -- Bogotá : California-Edit, 2012.
p. – (Conversaciones)

Incluye bibliografía
ISBN 978-958-57410-0-3 (e-book)
1. Vygotsky, Lev Semionovich, 1896-1934 2. Psicólogos - Rusia I. Título II. Serie

CDD: 921.7 ed. 20 CO-
BoBN– a805162

CONTENIDO

Prólogo Entre Mozart y el gigante dormido por Germán Rey

Prefacio del autor

Contexto: Rusia, Moscú, 1931

Conversación 1

Conversación 2

Conversación 3

Conversación 4

Conversación 5

Conversación 6

Conversación 7

Conversación 8

Conversación 9
Conversación 10

Conversación 11

Conversación 12

Material adicional

Bibliografía propuesta por el autor

Prólogo
Entre Mozart y el “gigante dormido” ↑

Siempre me han impresionado las dos metáforas con que se suele nombrar a Lev
Semionovich Vygotskii: el gigante dormido y el Mozart de la psicología. La
primera es premonitoria, no tanto por lo que indica directamente, como por lo
que sugiere y pronostica: algún día el gigante se levantará con la conmoción que
acarrea la puesta en pie de un ser inmenso. Es gigante por el significado de una
obra que logró construir en un lapso de tiempo muy breve y en la que enfrentó
temas que continúan siendo centrales en la historia de la psicología moderna: las
relaciones entre pensamiento y lenguaje, la potencia del signo, las interacciones
entre biología y cultura, la intervención de lo social en el paso de los procesos
psíquicos elementales a los superiores. Si los gigantes participan de una épica, es
precisamente por los desafíos a los que responden y las tareas que asumen.
Parientes de los héroes y de los titanes, hay algo descomunal en su presencia,
una fuerza que sobrepasa los límites conocidos. En Vygotskii esta fuerza reside
en la formulación preguntas radicales que tenían cercanías, pero también
distancias, con la reflexión de los grandes psicólogos, filósofos y científicos de
su época, pero sobre todo en encontrar claves nuevas en el pensamiento
psicológico que no dejan, aún hoy, de resonar.


La comparación que hizo originalmente Toulmin de Vygotskii con Mozart, es
también muy afortunada: «Es difícil pensar en otro compositor —escribe
Leonard Bernstein— que tan perfectamente una la forma con la pasión». El gran
compositor norteamericano recuerda que la música de Mozart «[…] está
constantemente escapando de su marco, porque no puede estar contenida en él».
Esta afirmación es perfectamente aplicable al psicólogo ruso y se comprueba
paso a paso en la obra que ha escrito Adolfo Perinat. Como si fuera el trabajo de
un maestro relojero, Perinat descompone, una a una las piezas de la reflexión
vygotskiana, o mejor, las reconstruye como un orfebre, con precisión e
inteligencia singulares. El lector podrá observar cómo, a través de un diálogo
imaginario, van apareciendo los conceptos, se van fundamentando y sobre todo,
eslabonando, para formar un discurso argumentado y sólido, tal como sucede,
por ejemplo, en las variaciones Ah, vous dirai-je maman, en las que Mozart
introduce el sencillo tema de una canción infantil y poco a poco, con una
maestría extraordinaria, va encontrando sus posibilidades sonoras, yendo y
viniendo, regresando y apartándose, haciendo de la música un oleaje de la
interpretación. Como Mozart, también Vygotskii escapa de su marco, porque
continuamente se refiere a la tradición, pero también continuamente se aleja de
ella para ofrecernos otras opciones, para pensar de una manera atrevida las
relaciones entre la sociedad y el lenguaje o para estudiar el signo como un
estadio superior, humano, de la señal. Los trabajos de Mozart, dijo Robert
Schumann, se vuelven más y más frescos entre más se les escucha. Creo que
sucede lo mismo con Vygotskii, sobre todo si se puede reconstruir el hilo de su
pensamiento desde un diálogo tan delicado como el que elaboró el autor de este
libro. En mis años de estudiante en la Universidad Nacional de Colombia, supe
claramente que una parte importante de la psicología tenía y tendría que ver con
Vygotskii. Ahora que leo y releo el texto de Adolfo Perinat, pasados los años,
encuentro la misma frescura en su pensamiento, con un valor añadido: a medida
que avanza la investigación psicológica, avanza también la potencia y
pertinencia de las preguntas y las respuestas que ofreció el psicólogo ruso a
comienzos del siglo XX.

Para acercarse a Vygotskii, el autor escogió dos caminos excelentes y


convergentes: el del viaje y el de la conversación, y con ellos, el del viajero y el
del interlocutor. Al hacerlo con las estrategias de la ficción, logró algo que se
suele perder en no pocos textos académicos: la frescura y la vitalidad de la
experiencia. Recorrer las páginas de este libro digital —otro acierto—, navegar
por él utilizando las oportunidades de lectura que ofrece lo virtual, es recuperar
la experiencia del viajero. Quien viaja suele tener una mirada abierta,
sorprendida, inquieta. Quien navega suele combinar la placidez con las
turbulencias. El texto se abre con una descripción del paisaje —estético, político,
social— de la Rusia zarista que fenece y la Rusia de la Revolución que ya se
adentra en sus propias contradicciones. Es un paisaje heterogéneo en el que, a la
par de las corrientes estéticas innovadoras, están las acechanzas del poder de los
soviets y junto a las publicaciones de vanguardia, el freno de una política
hegemónica. Y en este paisaje, el autor ubica a su personaje, que tiene la
particularidad de ser un hijo de su época y, a la vez, un iconoclasta, porque
indagando por la posibilidad de una psicología marxista se introduce en la
sociedad desde la perspectiva, no de quien acoge con fidelidad los preceptos en
boga, sino desde el riesgo de alguien que la piensa honesta e inteligentemente.

Este Mozart debió sonar en su momento de manera disonante. Este gigante debió
producir temor, aún dormido. Hacia el final del viaje, el diálogo penetra en la
inconformidad que Vygotskii tenía frente a un establecimiento sumiso, abyecto e
ignorante: «Hasta ahora predominaban —en la psicología y en el régimen en
cuanto le hacía caso a ésta—, las corrientes mecanicistas y una concepción
‘reactiva’ de la persona humana. Ahora se empieza a delinear otra corriente: la
que considera al hombre como ‘activo’, como protagonista de su destino», dice
Vygotskii en un momento de la conversación. Y más adelante es más explícito:
«Ya Stalin en 1930, puso la etiqueta denigratoria de ‘idealismo menchevique’ a
cualquier línea de pensamiento que separase la teoría de la práctica, lo cual
significaba en concreto que no se podía cultivar una forma de pensamiento que
no estuviese al servicio inmediato del Partido».

En medio de la conversación, lo que se despliega es el pensamiento de


Vygotskii, que aparece casi siempre unido a los debates que sostienen biólogos,
historiadores, neurólogos o psicólogos muy destacados de su época, con los que
mantiene diferencias que sustenta o consensos que asimila como principios para
su reflexión. Llama la atención esta capacidad crítica de situarse frente a la
tradición, para resaltar sus logros o señalar sus limitaciones y, de esta manera,
emprender un camino sistemático elaborando conceptos propios y estableciendo
rutas de comprensión originales y nuevas.

Se puede discutir si Vygotskii logró construir un sistema teórico, ya que muere


muy joven, aunque con una producción intelectual descomunal. Pero al recorrer
en este libro sus hitos de pensamiento, se confirma el rigor y la novedad de sus
ideas y la fuerza persistente de sus argumentaciones. Hay evidentemente una
sensación de recorrido inconcluso que, sin embargo, no logra superar la solidez
de su aporte. Lo inconcluso, es más bien, la gran cantidad de caminos que han
quedado abiertos a partir de su exploración. A la idea de Pavlov quien propone la
palabra como estímulo para el autocontrol, contrapone la comprensión de la
palabra como un instrumento transformador; así mismo, a las raíces biológicas
del conocimiento, propuesta de Piaget que asocia el lenguaje con el desarrollo de
la inteligencia, contrapone las fundamentaciones sociales del conocer y una
acción de afuera hacia dentro. A los psicólogos de Wurzburgo que plantean la
disociación entre pensamiento y lenguaje, Vigotskii les contesta con un
portentoso análisis de sus relaciones, mientras que al psicoanálisis, del que
admira algunos de sus postulados, le critica su tendencia naturalista de la cultura.

No se trata de una conversación complaciente la que ha logrado Adolfo Perinat,


sino un diálogo en que el interlocutor le pide ampliaciones al psicólogo, precisa
algunas de sus conclusiones e incluso contradice con argumentos algunas de las
tesis que Vygotskii maneja. Cada uno de los grandes temas de su pensamiento
van apareciendo en el diálogo; cuando se repasan, el lector advierte que muchos
de ellos siguen formando parte de la agenda más actual del debate psicológico y
que no tienen el sesgo de lo pasado, sino el fervor de lo pendiente. El
pensamiento de Vygotskii no está atrás, sino luce hacia adelante. En los 80 años
que han transcurrido después de su muerte, las ciencias han evolucionado
significativamente y se ha enriquecido una reflexión en la que el psicólogo ruso
habría participado activamente: las ciencias cognitivas, la neurofisiología, los
estudios avanzados del cerebro, los descubrimientos biológicos, las nuevas
perspectivas de la investigación filogenética, las transformaciones de las
discusiones sobre lo social y la cultura, han ocupado los campos de indagción en
los que Vygotskii incursionó en las primeras décadas del siglo pasado. Algunas
de los puentes que tendió tempranamente se han ampliado: «Tengo que hacer
filosofía pues aquí es donde encontramos los fundamentos de toda ciencia», dice
en algún momento de la conversación o «[…] he encontrado en la lingüística un
instrumento magnífico para hacer psicología» anota en otro. Algunas de estas
interconexiones continúan casi como fueron planteadas en sus tempranos ideales
científicos. Como por ejemplo «Mi sueño sería tender un puente entre la
literatura (sobre todo la poesía) y la psicología». Sueño que han cumplido mucho
más los escritores y artistas que los psicólogos. Sin embargo, en 2011 recibió el
Premio Nobel de Literatura el sueco Tomas Tranströmer, psicólogo, quien ha
escrito algunos de los poemas más bellos de la literatura reciente.

El libro Vygotskii Conversaciones de la realidad a la ficción de Adolfo Perinat,


con su singular puesta en escena, es un testimonio intenso y documentado que
comprueba porqué Lev Semionovich Vygotskii se ha puesto de pie. Su voz
resuena en la psicología de nuestros días, con la fuerza del gigante que despierta
y la sonoridad exultante de las obras de Mozart.

[1]
Germán Rey



















PREFACIO DEL AUTOR ↑


Estas conversaciones son y no son ficticias. Lo son en cuanto este intercambio
de propósitos entre Vygotskii y su interlocutor nunca tuvo lugar. Y no lo son
porque su contenido son temas que se encuentran en las obras de Vygotskii y que
han sido transcritos fielmente. Es ficticio también el orden de la exposición,
reajustado para dar entrada paulatina, sin saltos abruptos, a cada uno de los
temas. Los comentarios y las objeciones del interlocutor (I) son las que le
plantearía un estudioso de Vygotskii, empático con el autor pero crítico con
algunas de sus ideas. El objetivo que me he propuesto al escribir estas
conversaciones es dar una versión amena de las ideas fundamentales de
Vygotskii —o, por lo menos, más amena que una exposición sistemática e
impersonal de su obra—.

Es inevitable que más de una de las cuestiones que el interlocutor suscita esté
enunciada en términos que delatan el (anacrónico) aroma de la psicología
posterior a Vygotskii… He tratado de ser precavido en esto y poner en boca de
este interlocutor objeciones que apuntan a la coherencia interna (o a las
incoherencias, en su caso) que eventualmente se dan en sus escritos. En las
respuestas de Vygotskii hay que distinguir dos tipos. Las que se relacionan con el
campo de la psicología son, como ya he dicho, literalmente auténticas. He
renunciado con todo a dar puntualmente las citas bibliográficas correspondientes
porque el texto se interrumpiría y alargaría indebidamente. He preferido, en esta
exposición, esquivar el formato académico aunque, como constatará el lector,
subyace un intenso trabajo de investigación. Por otro lado, algunas de las
cuestiones suscitadas comportan alusiones a aspectos sociales y políticos de la
Rusia en que vivió Vygotskii. Han de leerse como extrapolaciones plausibles de
su pensamiento e ideas personales. Me he tomado esta licencia porque he creído
necesario dar una idea del ambiente en que tomó cuerpo el pensamiento de
Vygotskii y prestarle una postura (que indudablemente existió). Tengo la
impresión que en el estudio histórico de la psicología (y de la Ciencia, en
general) se privilegian las ideas en abstracto, se señalan muchas veces de paso
los personajes pero raras veces se tiene en cuenta el medio social y
circunstancias de la época en se formó su pensamiento y se gestaron de aquéllas.
Considero esto un error en la medida que ningún pensador escapa a las
corrientes de pensamiento que prevalecen en su época, el zeitgeist. He tratado de
mostrar, en el caso de Vygotskii, que el peso de la ideología marxista en su
versión soviética (que, como se sabe, toma sus distancias con la de Karl Marx)
fue de suma importancia. Sostengo, en definitiva, que la historia de la psicología
ha de ubicarse en la historia (social) de las ideas.

Estas conversaciones no abarcan todo el pensamiento que nos legó Vygotskii ni
siquiera el todo el que queda consignado en sus Obras Escogidas (Madrid,
España, Editorial Visor, 1991-1998). Principalmente han servido de base sus
libros Estudios sobre historia del comportamiento: monos, primitivos y niños, El
significado histórico de la crisis de la psicología, Historia del desarrollo de los
procesos psíquicos superiores, Pensamiento y lenguaje, diferentes prólogos a
autores europeos y americanos. Hay también extractos de su Psicología del arte
y Psicología pedagógica así como de su legendaria exposición en el Congreso
de Neuropsicología que le encumbró a la categoría de investigador en el Instituto
de Moscú. He dejado de lado sus contribuciones pedagógicas y todo lo que toca
a su dedicación a niños subnormales (defectología).

Barcelona, octubre 2011










CONTEXTO↑

Rusia, Moscú, 1931
Llegué a Moscú a mediados de septiembre de 1931. El viaje fue agotador:
Madrid, París, Berlín, Varsovia, Leningrado, Moscú. Aún era verano, un verano
que todavía remoloneaba antes de dar paso franco al otoño. Mi destino era la
embajada de España en el fenecido imperio de los zares. El Ministerio de
Instrucción Pública, a petición del de Asuntos Exteriores, había determinado
enviarme allí para que me encargase de otear la vida cultural (y, de paso,
política) de la capital de la Rusia soviética. Mi cargo y mi misión no estaban
refrendadas por un pasaporte diplomático lo cual hacía de mi misión algo
comprometido pues la vida pública en Rusia estaba haciéndose asaz complicada.
Tenía ya cierta idea de ello pues la prensa de la República española cada vez con
más frecuencia traía noticias de la Rusia que Lenin y el comunismo estaban
creando. Mi carrera universitaria en Historia y en Filosofía me había deparado,
por otra parte, unos conocimientos acerca de la cultura rusa que para un español
de a pie no eran superficiales. Obviamente, antes de partir de Madrid había
tratado de ponerme al día sobre la Rusia del momento; he pasado unos cuantos
días leyendo acerca del período que ha seguido a la Revolución de 1917. A lo
largo de mi estancia en Moscú, que se ha extendido a lo largo de más de dos
años, he ido siguiendo de cerca los acontecimientos que han jalonado la vida
rusa. Sin llegar a ser un gran especialista, creo ahora empezar a entender mejor
lo que para Rusia ha significado la revolución de los soviets.

Stalin ya estaba instalado en el poder desde hacía casi cuatro años (1927).
Previamente, antes de la muerte de Lenin, era un personaje importante en la vida
política de Rusia, pero ahora, al frente del Politburó y liberado de competidores,
su margen de maniobra, según se dice, era casi omnímodo. Trotsky, uno de sus
rivales más sobresalientes, había sido laminado. En primera instancia desterrado
a Alma Ata (1928), aunque su destierro no fuera tan intolerable como los que, al
más puro estilo zarista, habían sido arrojados a las estepas siberianas. (Parece ser
que no había carecido de comodidades materiales y que se había podido llevar
toda su biblioteca personal). Un año después, en 1929, fue expulsado de la
Unión Soviética y, luego de dar unas cuantas vueltas por el mundo, había
recalado en México. Allí sigue actualmente protegiéndose de sicarios rusos. La
camarilla de los trotskistas, con Kamenev y Zinoviev a la cabeza, había sido
igualmente proscrita.

La economía del país, cuando Stalin accedió al poder en 1927, no acababa de
recuperarse. En estado agónico a consecuencia de los estragos de la Gran
Guerra, cuando los revolucionarios de 1917 se hicieron con el poder, había
seguido dando bandazos al socaire de las oscilaciones del mercado de
aprovisionamiento y de la incompetencia de la burocracia del nuevo estado.
(Esto último es un juicio que se desprende entre líneas al hojear noticias de
Rusia). Hasta el comienzo de la contienda la producción rusa, agrícola sobre
todo, había alcanzado un nivel respetable. Luego había quedado reducida a
niveles ínfimos por la fuerza de las circunstancias.

Por si fuera poco, recién firmada la paz con Alemania, en 1918, la guerra civil
asoló otra vez Rusia. El ‘ejército blanco’, una confusa mezcla de oficiales del
Imperio, cosacos, burguesía y gente de las provincias limítrofes sometidas por
los zares, se alzó contra los revolucionarios del ‘ejército rojo’. Los desmanes que
perpetraron ambos contendientes con la población fueron incontables y
desoladores. La derrota del ‘ejército blanco’, antirrevolucionario, culminó en
1920. Al socaire del desconcierto, se habían producido numerosas revueltas en
varias provincias del extensísimo imperio ruso. Aunque las cifras están lejos de
ser oficiales, parece que ocho millones de ciudadanos murieron entre 1918-20 de
enfermedades y desnutrición. No sé si exagero, pero ha llegado a mis oídos que
el panorama social fue una lucha casi animal por la subsistencia. Se sucedieron
huelgas, motines en guarniciones, levantamientos campesinos. Una oleada de
nacionalismos se extendió de toda Rusia: todo el mundo quería ser nación
independiente… Los comunistas en el poder, por su lado, seguían alimentando la
ilusión de una revuelta socialista en toda Europa. Durante el invierno de 1920-21
la economía soviética estaba amenazada de ruina y, para colmo de males, un
creciente número de obreros, soldados y campesinos se alzó contra el partido
gobernante que se había rebautizado ya por entonces el Partido Comunista. La
respuesta fue el aumento de control sobre el pueblo y la persecución de las clases
más pudientes y de los intelectuales. El Zar y su familia fueron ejecutados en
1923, en días que siguieron a un atentado contra Lenin.

Obligado por las circunstancias, Lenin había atajado el colapso tolerando un
cierto grado de intercambios comerciales y beneficios privados. La reforma,
vergonzosa en sus comienzos, acabó convirtiéndose en la Nueva Política
Económica (NEP). Se reabrieron pequeñas empresas privadas, los campesinos
fueron autorizados a poner en el mercado sus productos y obtener ganancias, el
comercio revivió. En palabras de muchos comunistas, la tolerancia de Lenin
abrió la puerta a ‘prácticas capitalistas’. Las protestas de muchos miembros del
partido fueron clamorosas. La Nueva Política Económica ha resultado ser un
amasijo de contradicciones. Se recuperó algo la economía pero resurgieron las
aspiraciones nacionalistas, regionalistas y religiosas. También las artes. Hasta
revivieron varias editoriales prerrevolucionarias.

La muerte de Lenin, en 1924, fue seguida de ocultas ‘intrigas de palacio’, como
lo demuestra la sucesión varios personajes en el proscenio y la desaparición de
más de uno. Desde 1927, Stalin es el Secretario del Partido. Inmediatamente
enterró la ‘Nueva Política Económica’ de Lenin y lanzó el Primer Plan
Quinquenal (1928-1933) que ambicionaba constituirse en un gran paso adelante
en la transformación de la Rusia rural y atrasada en una nación moderna,
industrial.

A lo largo de la década 1920-1930, puede decirse que la cultura rusa (literaria,
filosófica, artística) ha sabido adaptarse a los nuevos aires y quedado
relativamente indemne en medio del vendaval de las nuevas ideas comunistas.
Digo ‘relativamente’ porque de lo que me voy enterando es que el ala fuerte del
Partido Comunista está más que dispuesta a imponer la censura (de hecho, la
están imponiendo) y a crear una ortodoxia. Y es que la relación del régimen ruso
actual con los intelectuales y científicos es curiosamente ambigua. No hay que
olvidar que los dirigentes revolucionarios son los herederos de la vieja
intelligentsia que pugnaba por la modernización de Rusia ya desde mediados del
siglo XIX. Eso, por sí solo, no quiere decir que estén predispuestos a la
tolerancia. Lenin fue siempre consciente de la capacidad crítica de los
intelectuales rusos y eso es una fuente fatal de conflictos. Pero, por otra parte, no
podía dejar de admitir que la revolución necesitaba de los científicos para sacar a
Rusia de su secular retraso.

Recíprocamente, la actitud de la intelligentsia frente a la Revolución y la
‘dictadura del proletariado’, ha adoptado todos los matices. Una gran mayoría de
la intelectualidad artística y literaria ha sido beligerante: La tradición hacía que
sus componentes desconfiaran de cualquier gobierno que tuviera Rusia. Además,
aunque los primeros momentos del triunfo revolucionario parecían prometer una
eclosión de libertades, hasta entonces sólo soñadas, la situación se ha ido
deteriorando. Un segundo grupo está constituido por los activistas del régimen,
colaboradores, algunos por ideología y otros por oportunismo. Aquí
encontramos a los personajes que han integrado el movimiento Proletkult, que,
como lo sugiere este nombre, busca vincular al proletariado con la cultura,
entendida como el teatro, la música, las letras; fomentar su creatividad y dar
pábulo a un ‘arte revolucionario’. Queda un tercer grupo (quizás el más
numeroso): el de los que han optado por permanecer en sus puestos de trabajo
académicos o de especialistas en tecnologías diversas, sin comprometerse con el
régimen pero también sin mostrarse en abierta oposición.

De todos modos, la intelligentsia ha sido diezmada por las privaciones. Del lado
de los artistas y literatos porque la crisis económica ha secado sus fuentes de
financiación y subsistencia que eran las revistas, los espectáculos, las
exposiciones. Del lado de los científicos, porque muchos puestos han sido
suprimidos o sus remuneraciones han disminuido notablemente. Por si fuera
poco, a medida que la revolución ha suscitado resistencias, los disconformes se
han visto cada vez más postergados. Con todo, hay que reconocer que los
revolucionarios marxistas han considerado la cultura como un elemento
fundamental en la empresa de sacar a Rusia de su atraso. Es la cultura que, por
un lado, trae consigo la modernidad material: vías de comunicación, servicios de
correos, higiene y medicina y, junto con ello, alfabetización a gran escala. Por
otro lado, y a causa de sus orígenes, los dirigentes revolucionarios han respetado
la alta cultura. Al menos hasta el advenimiento de Stalin.

Como acabo de consignar, a los nuevos dirigentes comunistas, con Stalin a la
cabeza, les resultaba revulsiva la NEP por sus tintes capitalistas. Tampoco puede
decirse que haya resuelto los grandes males de la economía. La baja en la
producción cerealista de 1927 (que se acentuó los dos años siguientes) dio
pretexto a Stalin para una radical transformación en la agricultura: la
colectivización. Los campesinos ricos (kulaks), los mejor preparados, han sido
acusados de acaparar el grano, se lanzó contra ellos a las juventudes comunistas
(komsomol) y se han creado las granjas colectivas (koljozes) con las
correspondientes expropiaciones y deportaciones en masa de la gente del campo.
Stalin está obsesionado con industrializar el país y ha sacrificado la agricultura a
la producción industrial. Imaginó que la colectivización podía asegurar el
aprovisionamiento de grano y, al reducir los costos de producción, inyectaría
fondos al sector de la industria pesada. Consiguió este segundo objetivo pero la
victoria ha sido pírrica. La colectivización, a través del desarraigo, los
agrupamientos forzosos, el desincentivo, ha destruido el modo de vida del
campesinado y forzado la emigración. Se comenta que ha causado miles de
muertos. Lo que es peor, no parece que haya sido la fórmula más eficaz para
mejorar la producción agrícola, esencial en Rusia.

En el fondo, el Plan Quinquenal, lanzado en 1928, cualesquiera que hayan sido
las razones que han esgrimido los Soviets para justificarlo, responde al objetivo
prioritario de superar el retraso industrial que padece el país. Creo que otro
objetivo también prioritario aunque amagado es el político: el dominio sin
cortapisas del partido en la vida nacional. Se dice que Stalin ha jurado recortar
en 10 años la distancia que separa a Rusia del mundo industrializado (Alemania
Inglaterra, Francia). En estos momentos el Plan funciona a toda máquina (¡nunca
mejor dicho!). Se están creando fábricas de maquinaria pesada y agrícola, de
productos químicos, automóviles, aviación, centrales eléctricas, incluso han
nacido nuevas ciudades que acogen a miles de obreros dedicados exclusivamente
a la producción industrial. Es un esfuerzo gigantesco que va a transformar
radicalmente la vieja Rusia de los zares en un país moderno.

Están por salir a la luz las consecuencias sociales de esta doble y radical
transformación: la colectivización del campo y la creación de una gran industria.
Por de pronto se ha agudizado la corriente migratoria a las grandes ciudades.
Moscú es un claro escenario. Pero no sólo aquí: la posibilidad de encontrar
trabajo en las nuevas localizaciones de la industria ha movilizado a muchos
antiguos campesinos, particularmente los jóvenes. A la migración de las
personas acompaña, forzosamente, la de las mentalidades. Rusia es un país muy
tradicional, profundamente religioso a su estilo, con un trasfondo comunal
aldeano que ha perdurado siglos. Un país de siervos, embrutecidos por el trabajo
y el alcohol, sometido a los grandes señores de la tierra (como lo describen los
grandes literatos). Por contraste, su estrato intelectual ha sido librepensador y
libertario. Rusia ha sido un país con una exquisita cultura de élite: su literatura es
universal, su arte en el primer tercio del siglo ha sido de vanguardia, sus
filósofos y pensadores han contribuido a renovar las ideas en Europa. ¿Qué es lo
que va a permanecer de todos estos logros de una gran nación en la nueva era
comunista?

* * *

Mi primer contacto con Moscú tuvo lugar tiempo atrás; fue a través de la
literatura. Leyendo a Tolstoi, Guerra y paz, me imaginé en el séquito de
Napoleón, en su codiciosa contemplación de “la ciudad sagrada de Alejandro, la
capital asiática del gran imperio oriental, con sus innumerables iglesias en forma
de pagodas chinas”… “Dentro de tres días, Moscú…; luego las estepas
orientales”… pensaba para sí el Emperador, émulo de Alejandro Magno. ¡Qué
lejos estaba de prever la debacle que siguió al incendio de la ciudad y al
exterminio de su Grand Armée por obra del implacable invierno ruso! El Moscú
de finales del siglo XVIII, con su ambiente de nobleza terrateniente provinciana
y sus palacetes confortables quedó convertido en pavesas pero fue rápidamente
reconstruido por el Zar Alejandro. Si Pedro el Grande había prohibido que se
edificara en piedra, ahora un siglo más tarde nada lo impedía. Aunque sólo a
finales del siglo comenzó a tener una fisonomía de ciudad moderna.

Moscú había sido desplazada en el siglo XVIII como capital del imperio por S.
Petersburgo. Nueva Bizancio de la cristiandad, refugio espiritual en el
imaginario ruso, Moscú era postergada a favor de la europea y aristocrática
capital que se construyó a orillas del Neva. Los occidentalistas rusos, agitadores
atormentados, dominaban en los salones de S Petersburgo; en Moscú reinaba la
buena vida, las suntuosas comidas, la hospitalidad más generosa y
despreocupada pero seguía manteniendo el privilegio de sede de coronación de
los zares. La naciente industrialización, con el ferrocarril entre otras cosas,
transformó Moscú el último tercio del siglo XIX. Una generación de burgueses
emprendedores fue poco a poco dominando no sólo la vida económica de la
ciudad sino la cultural. Ellos fueron los mecenas de la vida artística: ópera,
ballet, pintura, arquitectura, art noveau,… Una explosión de creatividad que
exportó ideas y dio alas al arte de toda Europa. Rusia pareció por un momento
incorporarse con pleno derecho en las grandes corrientes de la modernidad que
proclamaba (a su manera) la belle époque.

Pero por debajo de toda esa efervescencia, se agitaba una profunda inquietud
social que la revolución de 1905 y sus retoques no lograron apaciguar y que
estalló al socaire de la Guerra Mundial. La toma del poder por Lenin y sus
seguidores se realizó en S. Petersburgo (hoy Petrogrado) pero inmediatamente
siguió Moscú. La sede del gobierno fue trasladada aquí por los bolcheviques
recuperando definitivamente su rango de capital de la gran Rusia. Luego de la
desolación de la guerra civil, en la década de 1920 ha reinado la inestabilidad.
No obstante lo cual, Moscú ha ido adquiriendo (o mejor, recuperando) su
fisonomía de gran ciudad, ahora con un élan casi compulsivo de realizaciones
lejanamente inspiradas en las ideas de Karl Marx y la ‘gran transformación’ que
profetizó. Los rusos quisieron plasmarla primero en el hombre ruso, enseguida
de toda la especie humana. De todas maneras, cuando yo me establecí en Moscú
aún eran más los proyectos que las realizaciones que habrían de mudar la cara de
la ciudad (muchas de las cuales nunca se llevarían a cabo). Una revolución hace
que cambien rápidamente los discursos; los planos, la disposición y el estilo de
los edificios de las ciudades tienden a permanecer incólumes.

Desembarqué una mañana en la estación de Bielorrusia, procedente como he
dicho de Polonia. Recuperar mi flamante baúl, con todos los enseres que traía,
fue una pequeña odisea. Luego de instalarme provisionalmente en un hotel que
me habían recomendado y de haberme convertido en persona presentable me
dirigí a la Embajada para los trámites burocráticos. Afortunadamente, todo se
hizo rápida y agradablemente. En los días que siguieron dio comienzo mi vida de
moscovita. ¿Y qué mejor manera de ‘tomar posesión’ de la ciudad que recorrerla
a pie, al menos sus barrios centrales?

Era obligado iniciar mi visita por la Plaza Roja y el Kremlin. Me dirigí allí sin
prisa. ¿Cómo trasmitir la impresión que siente el viajero ante la inmensa
explanada a la vista de las imponentes murallas de Kremlin y las caprichosas
cúpulas policromías de la Catedral de San Basilio que la limita al fondo? El
Kremlin, la fortaleza legendaria de Moscú, fue la primitiva ciudadela. Dentro
vivían los antiguos moscovitas confinando sus casitas con las iglesias del culto
que aún perviven y pueden visitarse. Todo estaba hecho de madera y ello explica
por qué a lo largo de su historia ha sido presa de devastadores incendios. A
finales del siglo XV, el Zar Iván III reconstruyó el recinto buscando no sólo
mayor protección sino también mostrar su magnificencia. Su arquitecto, el
italiano Fieraventi, fue quien levantó dentro la magnífica iglesia de la Asunción.
Otros arquitectos italianos reconstruyeron palacios interiores del Kremlin y sus
murallas en ladrillo rojo dándole su peculiar estilo. Medio siglo más tarde, Iván
el Terrible, hacia 1550, erige la Catedral de San Basilio que cierra la plaza por el
lado meridional. Esta vez sus arquitectos fueron rusos. Es un monumento de
planta octogonal, circundada de 9 capillas, que impacta por su masa pero sus
múltiples torres, coronadas por cúpulas policromías en forma de bulbo, alivian la
pesadez del conjunto ya que la mirada del viajero, al recorrer embelesado su
silueta, las hace levitar. Un poco más allá de S. Basilio, desde el puente sobre el
Moscova hay una visión panorámica del Kremlin que quita la respiración. De
vuelta, paseo por la plaza Roja, escenario secular de los grandes acontecimientos
ciudadanos. Adosado al Kremlin, se ha inaugurado el mausoleo de Lenin que
alberga su cuerpo embalsamado. Desde comienzos del siglo XVI, la plaza Roja
había hecho las veces de mercado de la ciudad. Sigue siendo el principal lugar
de confluencia ciudadana. Hoy día se celebran allí imponentes desfiles militares
presididos por la plana mayor del gobierno desde lo alto de la muralla.

En días sucesivos, tomando como punto de partida la Plaza Roja, he ido
haciendo recorridos por la ciudad. Una ciudad son sus edificaciones, sus barrios,
sus calles y avenidas; pero también es la gente que pulula. Moscú es, como toda
gran capital, una mezcla de lo viejo y lo nuevo. Pocos edificios son recientes ya
que la crisis económica en Rusia no da para muchas alegrías. Más bien es el uso
(o la ocupación revolucionaria) lo que constituye la novedad de muchos
venerables edificios. Por ejemplo, el Palacio del Zar es la sede del Gobierno, el
magnífico Club de Nobles es de los Sindicatos y el Palacio de los Trubetskoy se
ha convertido en el Instituto Marx-Engels. Ahora bien, no faltan proyectos del
nuevo gobierno revolucionario que darán un nuevo aspecto a su capital.

Poco a poco voy teniendo noticia de las transformaciones que el gobierno
soviético quiere imponer a la ciudad. Me hablan de las pugnas entre el comisario
Kaganovich y arquitectos conservadores, con el ‘ministro’ Lunacharski de su
lado, para impedir el proyecto de romper el tejido de la ciudad con inmensas
avenidas que desemboquen en el Kremlin. Stalin ha mandado derruir, pocos días
ha, la Iglesia de la Resurrección en la misma plaza Roja. Camino por la Av.
Tverskaya, la gran arteria por la que accedían a Moscú los carruajes procedentes
de S. Petersburgo, hasta llegar al Ayuntamiento, un edificio de piedra
dieciochesco (1760). Más allá cruza el boulevard de circunvalación sobre el
trazado de la antigua muralla. Subo y bajo de tranvías que circulan con su típico
ruido de carriles y timbres de aviso a viandantes. Voy tomando el pulso a la
ciudad.

Las calles de Moscú siempre rebosan de gente. El aspecto general que ofrecen
es, en estos días, bastante deprimente. Rusia ha sufrido una espantosa plaga de
hambre en 1928 y 1929. Los moscovitas la retratan en sus rostros huidizos. Me
han advertido en la Embajada que Moscú en estos momentos no es una ciudad
segura. Hay mucho vagabundo, ladrones, criminales mezclados entre la gente
advenediza y hambrienta que ha huido del campo. Las vestimentas, en general,
son vulgares y extrañamente parecidas. Es como si estuvieran confeccionadas y
cortadas por unos patrones que privilegian lo útil excluyendo toda variedad. Me
entero de que el gobierno da pábulo a esta uniformalización de estilos con las
ideas igualitarias que no sólo proclama sino que impone. El trasporte en Moscú
ha ido sustituyendo las viejas tartanas por los tranvías. Los taxis son un lujo. El
metro está en proyecto. De hecho, estos días se ha realizado una primera
perforación del subsuelo.

En mis expediciones por la ciudad me he acercado a las estaciones de ferrocarril.
El progreso de Moscú, desde finales del siglo XIX se debe a que se constituyó en
término y origen de una red creciente de comunicaciones ferroviarias. Hay 9
estaciones radiales en Moscú que unen la capital con todo el antiguo imperio. El
tren sirvió al transporte de mercancías y a inagotables modalidades de contacto
social: viajeros eventuales, migración interna, difusión de noticias y novedades.
Visitar el vestíbulo de una de las estaciones de Moscú (sobre todo las que tienen
por destino las regiones más allá de los Urales) es darse una idea de la variedad
de razas que pueblan la Unión soviética. Aquel calidoscopio de figuras trajo a mi
imaginación, por un momento, el compartimento de viajeros que Julio Verne
describe acompañando a Miguel Strogoff en el tren de S. Petersburgo a Nijni
Novgorod. La estación de Kazan, puerta de los Urales y más allá, es un enjambre
de hombres, mujeres, niños, familias que van y vienen desordenadamente,
cargados con bultos inverosímiles, recién llegados de tierras remotas sin destino
fijo, rostros desorientados, miradas huidizas en las que se adivina una mezcla de
espanto y de incertidumbre. El asalto del campo a la ciudad se palpa
dramáticamente en esta vista del vestíbulo de la gran estación de Kazán. (Un año
después de esta visita, el gobierno ruso ha impuesto los pasaportes interiores
para reprimir la ola migratoria que ha hecho invivibles las grandes ciudades).

Moscú es una ciudad donde, en medio de la desolación urbanística fruto del
descuido de su gobierno, pueden también encontrarse rincones tranquilos que
deparan sorpresas arquitectónicas reconfortantes. Hay edificios que
sobrevivieron el gran incendio napoleónico, de mediados del siglo XVIII, con
sus columnatas y sus amplios pórticos. Otras reliquias fueron residencia de los
nobles terratenientes que recalaban en invierno en la ciudad para volver a sus
casas de campo apenas la primavera asomaba. La disposición de estas moradas
moscovitas de mediados del XIX exhala un aire inconfundiblemente campesino.
Pregonan la ruda firmeza y sentido práctico de sus propietarios. Pero el
despertar, explosivo, de Moscú, ya a finales del mismo siglo, se expresa
arquitectónicamente en el Style Moderne. Los magnates rusos del cambio de
centuria (tejidos, acero, ferrocarriles) se apoderaron de algunos barrios de Moscú
construyendo casas que siguen exhibiendo su gracia y su sentido del buen gusto
(pese a que oficialmente el Art Nouveau es pura decadencia burguesa…). No es
por nada pero el gran Maxim Gorki reside en un encantador palacete de este
tipo. (Stalin parece que no tiene inconveniente en reunirse allí con su protegido,
‘gran patrón’ de la literatura). La revolución bolchevique impuso o, al menos, ha
pretendido imponer, un nuevo estilo de arquitectura que llaman ‘constructivista’.
Su leit motiv es un tipo de edificio, oficial y de habitación, que concilia cultura y
revolución. O, dicho de otra manera, aúna la idea de lo proletario con un sentido
práctico, racional, de la organización del espacio. Ejemplos de edificios estatales
son la Casa de la Cultura, la de los Actores de Cine, el Club Rusakov, la fábrica
Dinamo de electricidad. A nivel popular, las casas comunales. En este Moscú
que me tocará vivir no hay actualmente propiedad privada que pueda construir;
la construcción corre a cargo del estado y éste concede los proyectos a
arquitectos que, de alguna manera, trasladan a sus edificios la revolución
proletario-cultural.

Precisamente, una de las facetas de cambio que trae el régimen comunista ha
sido crear edificios grandilocuentes, monumentales, excesivos. El caso más
notable —nunca realizado— ha sido la famosa Torre de Tatlin, proyecto
constructivista que ha quedado como concreción (sobre el papel) de lo que una
visión grandiosa de la Tercera Internacional puede inspirar al arquitecto. Una
espiral de acero y cristal de más de 400 metros (había que superar a la Torre
Eiffel) conteniendo en su seno sólidos girando a distintas velocidades que sería
la sede de la Internacional Comunista en Petrogrado. Recientemente ha salido a
concurso el Palacio de los Soviets. Antes de pasar por la exposición del proyecto
me doy una vuelta por el lugar de su erección. A la vista del Kremlin, al alcance
de su ángulo suroeste, en una gran explanada que la demolición de la basílica de
Cristo Salvador ha despejado, se erigirá un edificio de dimensiones
desmesuradas. Me entretengo una mañana en curiosear los planos que acaban de
salir a la exposición pública. Han sido convocados arquitectos internacionales
(Le Corbusier, Gropius) para decidir el proyecto ganador. Por de pronto, tiene la
ambición de sobrepasar en altura todos los edificios del mundo, 420 metros,
coronados por una gigantesca estatua de Lenin en postura de arenga. Será la sede
del Gobierno y centro de congresos. Contará con dos magnas salas de 6.000 y
15.000 asientos y 4 salas de conferencias con 500 plazas sentadas. Una cohorte
de arquitectos rusos y europeos, de todas las escuelas concursan pues corre la
idea de que este proyecto para el edificio supremo va a sentar las líneas de la
renovación arquitectónica de Rusia. En las bases se proclama que su estilo ha de
ser nacional, proletario; quedan excluidos el modernismo y otras tendencias
extranjeras del momento. Tengo oído que los voceros de la arquitectura
constructivista se oponen ferozmente a este monumentalismo. Sea lo que fuere,
mi impresión es que el régimen bolchevique camina hacia imponer formas en el
arte, y la cultura en general, que se avienen mal con la libertad creativa que hasta
ahora han esgrimido los rusos en sus proyectos y sus realizaciones.

Hablando de arte, Moscú tiene mucho que admirar en este aspecto. Ante todo, el
arte tradicional ruso: sus deliciosas iglesias-catedrales, testimonio de una
religiosidad intensa (a ratos casi fanática, como lo demostró el desgarrador cisma
de los Viejos Creyentes) y en su interior los íconos, combinación insuperable de
ingenuidad y de serenidad intemporal. Visitar sin prejuicios ideológicos las
catedrales del Kremlin es sumergirse en la historia de la Rusia ortodoxa. Uno se
pierde en las brumas medievales… (Rusia, al margen de la Reforma y de las
corrientes europeas del Renacimiento, nunca tuvo Edad Moderna). Otro día lo
pasé admirando el viejo Monasterio Andronikov que tiene adosado una especie
de museo del arte antiguo y de la cultura rusa donde el protagonista es el gran
Andrei Roublev.

En lo que concierne a la pintura y a otras manifestaciones artísticas ya he
mencionado que en Rusia se dio, entre finales del siglo XIX y comienzos del
XX, una concentración de magnates de la burguesía comercial e industrial que, a
espaldas y a contrapié de la nobleza, creó un ambiente de mecenazgo exquisito
que se tradujo no sólo en el revivir de un estilo ruso de pintura (Repin, Levitan,
Serov, Vrubel) sino que contribuyó a introducir las nuevas corrientes europeas,
impresionistas, cubistas y otras. Ya a principios del siglo XX ha habido una
explosión de la pintura rusa autóctona: Kandinsky, Chagall, el suprematista
Malevitch (cuyo ‘Cuadrado negro’ me parece más filosofía que pintura), el
matrimonio Larionov y Natalia Goncharov y otros. La revolución bolchevique
expropió las colecciones privadas y las expuso al público en museos como el
Pushkin y el Tretiakov si bien ambos ya eran anteriores a 1917. Son sus
colecciones las que han sido engrosadas. Aquí se puede hacer una doble lectura.
Lo que a primera vista aparece como un despojo que afectó a los ‘burgueses’,
fue al mismo tiempo una manera de conservar obras de arte en peligro de fenecer
en manos de revolucionarios y furibundos iconoclastas que repudiaban el arte
‘corrupto’ del pasado zarista. Al colocarlos en los museos el régimen neutralizó
el simbolismo que entraña la posesión de esos cuadros y esculturas ofreciéndolos
al pueblo. Como nota significativa, en los principales museos de Moscú hay
galerías con buenas reproducciones de las esculturas clásicas griegas; la
finalidad es pedagógica: puesto que la masa del pueblo ruso no tiene la
oportunidad de admirar los originales de esas obras maestras, al menos sus
reproducciones trasmiten la esencia del arte clásico.

Una reseña de la vida artística de Moscú no puede pasar por alto la música y ese
santuario del ballet que es el Bolchoi. Hay una música rusa, genuinamente rusa,
que floreció a finales del siglo XIX. No es la de Tchaikovski (sin que ello sea en
detrimento de este genio). Es la de Mussorsky, Scriabin, Rimsky-Korsakov,
Borodine que se inspiraron profusamente en el folklore ruso y crearon obras
imperecederas en el género operístico, de concierto y ballet. He asistido, a una
sesión del ballet Bolchoi para la que sólo cabe reservar el adjetivo de admirable.
Al margen de su calidad artística, debo consignar un dato: los asistentes vestían
de la manera más sencilla, por no decir vulgar, como si vinieran a la función
saliendo directamente de sus trabajos. Lo cual me ha sugerido dos cosas: que los
hasta ahora espectáculos de élite son ya accesibles a toda clase de gente y la
notable sensibilidad rusa hacia el ballet y las representaciones teatrales.

Un día, después de haber recorrido las iglesitas que jalonan la ulitsa Varvarka y
en particular la de la Trinidad de Nikitniki, camino paralelamente a la Plaza
Roja, por detrás, hasta topar con la Nikolskaya, una calle histórica del barrio
Kitai Gorod. Un apasionado de los libros, como yo, no podía faltar a esta cita.
Una gran ciudad no son sólo su monumentos; otra forma de captar la vida de sus
gentes es examinar qué libros se expenden en sus librerías, tanto nuevas
ediciones como de segunda mano. Y la Nikolskaya, con su numerosas librerías
de lance es el lugar ideal para quien quiera asomarse a la vida intelectual de la
ciudad tanto la actual como la de antes de la revolución comunista.

En Moscú, en toda Rusia, la gente lee mucho. Los programas de alfabetización
popular han conseguido, indirectamente, hacer revivir la producción editorial.
Las librerías son objeto de visita por parte de la gente que se pasea, curiosa y
atenta, entre las filas de muebles que los exhiben. Hojea, comenta en voz baja.
La mayoría sale con las manos vacías pero, en las de lance, más de uno se lleva
alguna joya felizmente encontrada. En las librerías de Moscú uno se da cita, por
supuesto, con los clásicos rusos de siempre: Pushkin, Lermontov, Gogol,
Dostoevski, Turguenev, Chejov, Tolstoi… Y también con los modernos:
Petersburg, de André Bely, Gorki, La Madre, Andrei Tolstoi (sobrino del
patriarca). La poesía está magníficamente representada: Alexander Blok, Serguei
Esenin, Gumilev, Anna Ahkmatova, Marina Tvetsaeva, Ossip Mandelstam,
Boris Pasternak, etcétera. Tiempo hace que me ha llamado la atención el intenso
y personal diálogo que el pueblo ruso de a pie ha mantenido con sus adorados
poetas. No un diálogo soñado sino real, a través de cartas en las que
emotivamente expresan sus reacciones ante los pensamientos que deshojan los
versos. El escritor en Rusia es una autoridad más que simbólicamente moral.

En las librerías de segunda mano de Nikolskaya (donde precisamente fue creada
la primera imprenta de Rusia en 1564) me impresiona el fuerte predominio de lo
germánico. Yo tenía el prejuicio del afrancesamiento de la cultura rusa de los
siglos XVIII y XIX pero constato que la literatura alemana, sobre todo filosófica,
está magníficamente representada: los idealistas y románticos, Schopenhauer,
Nietzsche y no por casualidad los materialistas del siglo pasado: Büchner,
Moleschott, Vogt y Ernst Mach ya más cercano a nosotros. Obviamente, en el
‘altar mayor’ los Werke de Karl Marx y Frederich Engels. La Dialéctica de la
Naturaleza, traducida en 1925, se exhibe en varias ediciones rusas. Están
también los íconos del movimiento liberal y pre-comunista: Chernevsky y
Plejanov. Las obras de Lenin y las primicias de Stalin se encuentran en todas
partes. No consigo dar con Trotsky o con los escritos en que Gorki, antes de la
Revolución, arremete contra Lenin; tampoco con escritos de comunistas
disidentes como, por ejemplo, Bodganov que ha sido la cabeza visible del
movimiento (suprimido) ‘Cultura Proletaria’ (Proletkult), que acabó enfrentado
al Partido. Me encuentro con los psicólogos alemanes de la última generación –
Wundt, Brentano, Stumpf, Külpe, Dilthey, Spengler–. No podía faltar Haeckel.
Esta preeminencia de la filosofía alemana y sus ramificaciones psicológicas
refleja muy bien el hecho de que, antes de la Primera Guerra Mundial, tanto S.
Petersburg como Moscú eran centros donde se discutía con ardor y profundidad
la filosofía alemana, sobre todo post-idealista: el neo-kantismo, el materialismo,
el problema del alma o de la conciencia en conexión con la fisiología y también
las nuevas corrientes de la historia. Doy con una preciosa edición de 1755, en
canto dorado, de Winckelmann Gedanken über die Nachahmung der
griechischen Werke in der Malerei und Bildhauerkunst (Reflexiones sobre la
imitación en la pintura y escultura griega). Todo ese mundillo intelectual,
discutidor y curioso, había sido cercenado por la Revolución de Octubre. Lo que
se ofrecía a mi vista eran los restos del naufragio que había dispersado las
bibliotecas burguesas por las tranquilas playas de las librerías de viejo.

Junto al ‘panteón’ alemán, los franceses también tienen su cuota de presencia:
August Comte, Taine, Durkheim, Bergson y algún americano: William James,
John Dewey, Stanley Hall. Por asociación, la generación de los psicólogos rusos
de primera hora: Pavlov, Bechterev, Chelpanov. En el dominio de la psicología,
además de la producción rusa, hay publicadas traducciones de los gestaltistas
alemanes, Koffka, Köhler, Lewin, Karl Bühler con prólogos escritos por un
psicólogo ruso, Lev Semionovich Vygotskii. Ello me lleva a hojear con
curiosidad un libro reciente de este último: Estudios sobre el comportamiento
humano: monos, primitivos y niños. Siempre me ha interesado este tema.
Después de dudar un poco, me lo llevo bajo el brazo para leerlo más tarde.

Mención especial merecen los hallazgos —estos todos en librerías de segunda
mano— de ejemplares sueltos de las revistas intelectuales, que se sucedieron
antes de la Revolución. Son un exponente insuperable del altísimo nivel cultural
de la Rusia del tournant de siècle. He podido hojear algunos números del
Zolotoe Runo (Vellocino de Oro) que se publicó entre 1906 y 1909. Apolo, que le
sucedió, duró hasta 1917. En su último número figuran, en la sección de
literatura, poemas de Ahkmatova, Blok, Gumilev, Mandelstam, Eikpenbaum
iluminadas con dibujos de Ilya Repin. Hay un ejemplar de Mir Iskussva (Mundo
del Arte), que repaso embelesado, editado por Diaghilev y Benois (ambos
colaboraron estrechamente en los ballets rusos que triunfaron en Paris). Si algo
me sorprende es que no hay en todas estas deslumbrantes revistas (al menos en
las que he podido hojear en mis incursiones) la más mínima alusión a los
dramáticos acontecimientos que han sacudido los cimientos de la sociedad rusa
(la haute société) que se regalaba en su contenido: la revolución de 1905 y la de
1917. Uno se pregunta cómo es posible que la perturbación social que los
precedió y acompañó haya quedado enmascarada (negada, puede decirse) por la
impasible fachada de la estética que ostentan.

Y de lo puramente literario (o casi) a lo más práctico. Se pueden encontrar en las
librerías de viejo ejemplares del anuario Todo Moscú (Vsya Moskva) que daba (y
aún da) información sistemática de quién y dónde vive allí y donde están los
lugares de interés para el moscovita y el viajero ocasional: teatros, cines,
restaurantes, hoteles, estadios deportivos, establecimientos comerciales, cursos
de idiomas, etcétera. etcétera. Es una publicación que se inició en 1900
patrocinada por un empresario particular, fue interrumpida en 1917 y ha
reaparecido en 1923 bajo la égida del estado. Resulta fantástico comparar los
ejemplares de antes y después de la Revolución. Contra lo que podría esperarse,
el contraste no se halla en el listado de hoteles, teatros, cines y espectáculos
(nada nuevo ha conmovido la ciudad) sino en la nomenclatura de las calles (ya
no existen los duques, condes, generales y blasones de la vieja Rusia) y en la
proliferación de los lugares oficiales (Academia comunista, Instituto de Marx-
Engels, Academia de Ciencias de la URSS, Biblioteca Lenin y todas las
estancias del gobierno). Es un opúsculo extremadamente útil para mis
vagabundeos por Moscú.









Conversación 1 ↑


Han pasado ya dos largas semanas desde mi llegada a Moscú y las he gastado en
tomar el pulso a la ciudad. No ha sido vagabundeo, para hablar con propiedad,
sino una manera de respirar un ambiente en el que hay que desenvolverse. Va
siendo hora de ponerme a trabajar. ¿Por dónde comenzar?

He ido leyendo por las tardes, luego de mis caminatas, junto con otros libros, el
de L.S. Vygotskii que compré en la Nikolskaya. Lo encuentro interesante y el
autor está bastante bien informado de la psicología y antropología europea
modernas. Quizás no tanto de la norteamericana; pero no importa. Es, según
todas apariencias, un espíritu curioso, un ruso con aspiraciones a ‘lo universal’.
Decido escribirle al Instituto de Neuropsicología pidiéndole una entrevista-
conversación. Preparo consecuentemente el guión. Aguardando su contestación
exploro la posibilidad de visitar a algún filósofo del Instituto Marx-Engels pues
me interesa sobremanera cómo se vive el marxismo de Marx (¡valga la
redundancia!) en la Unión Soviética. Mientras llegan las respuestas a mis
requerimientos, me informo acerca del Instituto de Neuropsicología y de los
trabajos que en él se llevan a cabo.

El Instituto que se denomina de Neuropsicología fue fundado por Chelpanov en
1912 con el nombre de Instituto de Psicología Experimental, adscrito a la
Universidad de Moscú. En la disciplina de la Psicología, hay que señalar cuatro
figuras sobresalientes en Rusia: la primera es Sechenov, el padre de la psicología
en el país, la segunda la del gran Ivan Pavlov; a su lado está Chelpanov. La
tercera es Bechterev fallecido en 1927. Pavlov, premio Nobel de Medicina en
1904, está siendo consagrado por el Estado Soviético como el supremo
representante (e intérprete) de una psicología que coquetea con las ideas
materialistas del régimen. Se comenta que no es un gran simpatizante del
comunismo pero a éste, es decir, a los camaradas del Partido, les resulta un
aliado de conveniencia (y a él, por su parte, supongo que también). Pavlov tiene
su propio Instituto, ajeno al oficial que fue regido en sus comienzos por
Chelpanov. Bechterev, por su lado, fue un avispado manager que consiguió, ya
desde antes de la caída de los zares, el patrocinio de empresarios ilustrados y
fundó un Instituto de Psiquiatría en S. Petersburgo que aún subsiste. Fue el
promotor de una corriente de fisiología psicológica que llamó reflexología;
prácticamente coincide con la de Pavlov. Chelpanov, nuestro hombre, fue un
psicólogo brillante en las dos primeras décadas del siglo. Parece que no se
definió tan tajantemente como Pavlov sino que contemporizó con varias
escuelas. Hoy día ya no preside el Instituto que fundó. Fue forzado a dimitir en
1923 y la causa parece que fue su resistencia a admitir la intromisión de las ideas
de Marx en lo que para él era la ciencia de la psicología: una cosa es la filosofía
(Marx) —sostuvo— y otra la disciplina de la psicología. Por otra parte (este es
un punto de vista mío, personal), no es que Marx tenga mucho que decir en
psicología; más bien era una facción de psicólogos rusos los que, al socaire del
régimen, pretendían crear una psicología acorde con las ideas de Marx. El
sucesor de Chelpanov en el Instituto fue su discípulo Konstantin Kornilov que,
este sí, maniobró para establecer una psicología marxista. Con todo, puesto que
diferentes corrientes de pensamiento han convivido bajo su dirección en el
Instituto, no parece que la haya impuesto como doctrina única y marco
obligatorio de investigaciones. Una de estas es la social-cultural que dirige L.S.
Vygotskii asistido de Alexander Luria y otros colegas psicólogos. De todo esto
me he enterado por un anuario del Instituto que hojeé ardorosamente. Mucho de
lo que digo es fruto de lectura ‘entre líneas’ pero ha sido confirmado en mis
conversaciones ulteriores. Kornilov acaba de ser depuesto este año y sustituido
por otro psicólogo, más joven y seguramente más adicto a las ideas del Partido:
Kolbanovski. Es a éste a quien he dirigido mi requerimiento, junto con mis
credenciales de especialista extranjero, para entrevistar a Vygotskii en las fechas
próximas.

Quince días después de mi carta-petición al Instituto de Neuropsicología recibí
una respuesta acogiendo mi petición y convocándome a una primera visita en
uno de los días siguientes. Estábamos a mediados del mes de noviembre de
1931. Me dirigí una mañana al Instituto, que se sitúa en las cercanías de la
Universidad de Moscú, lo cual tiene su probable explicación en que es una
sección de esta Universidad. El Instituto es un caserón de tres pisos al que da
acceso una verja y un ralo jardín nevado en estos días. Solicito visitar al director,
Dr. Kolbanovski, quien me recibe muy amablemente y me hace una serie de
preguntas que, sospecho, tienen por fin asegurarse de que no soy un infiltrado en
búsqueda de información comprometedora. Pero, en medio de todo, me parece
una persona cordial. Es joven –unos treinta y algo años– y más tarde me
confirmarán que ha sido promovido por las instancias del Partido que recelan
bastante de la psicología. O más bien, recelan de la autonomía de las
investigaciones en este campo. El mismo me acompaña hasta el lugar de trabajo
de Vygotskii. Por el camino me explica que ya le ha prevenido de mi visita y que
con seguridad estará encantado de tener una conversación conmigo.

Entramos en una sala de techos altos, con mala calefacción y frente a una mesa
repleta de papeles en un desordenado despliegue, está mi personaje. Kolbanovski
y Vygotskii se saludan afectuosamente al estilo ruso (abrazos y besos) y luego de
presentarme y contar otra vez a mi nuevo interlocutor el objeto de mi visita, se
despide. Me quedo frente a Lev Semionovich Vygotskii.

De entrada me trasmite la sensación de ser un personaje acogedor. Moreno de
tez, ojos brillantes, pelo bien alisado, rasgos poco rusos, más bien sureños. Se
excusa. Como es de rigor, por el desorden de su mesa de trabajo y yo le echo el
correspondiente capote diciéndole que cuando hay mucho que investigar es
inevitable acumular papeles. Hace un pausa, me mira como pidiéndome que le
diga (o más bien que le repita) en qué puede satisfacer mis curiosidades.

I. Dr. Vygotskii –comienzo– he leído con gran interés el libro Estudios sobre
historia del comportamiento: monos, hombre primitivo y niños que Vd. ha
escrito en colaboración con el Dr. Luria. Me ha parecido un esfuerzo muy
meritorio por mostrar, siguiendo de cerca a Marx, que el hombre y su cultura
tienen una larga historia. O sea, que somos el producto de la cultura que tiene sus
antecedentes en el manejo de instrumentos, que se prosigue a lo largo de los
siglos en el trabajo que transforma la Naturaleza, como asegura Engels. Yo
quisiera departir con Vd. acerca de este tema. Me parece muy novedoso dentro
de las corrientes de la psicología europea actual.

Vy. Ante todo, le pido que se apee del tratamiento de Dr. Vygotskii… Llámeme
Vd., simplemente Lev Semionovich…

I. …

Vy. Comencemos por el último supuesto, que, generalizando un poco, es si la
psicología que hacemos en Rusia es una psicología europea. Y, si no, en qué se
separa de ésta… Quizás haya previamente que plantear: ¿de qué psicología
europea se trata? Porque hay muchas psicologías en Europa en este momento: el
psicoanálisis de Freud, la Gestalt alemana, el behaviorismo de Watson,
importado de Estados Unidos y quedan aún, particularmente en Alemania,
muchos restos del idealismo post-hegeliano en lo que yo llamo la ‘psicología del
espíritu’ que cultivan asiduamente los fenomenólogos y otros herederos de la
psicología empírica de Brentano.

I. Justamente esta es la pregunta: la psicología que Vd. propugna, la que resalta
el papel de la cultura humana, ¿es una más en ese campo de ideas?

Vy. Si y no. Obviamente, yo no tengo la pretensión de sustituir ese maremágnum
de psicologías por la que yo presento. Lo que he pretendido –y sigo trabajando
en ello intensamente– es introducir, entre los determinantes de los procesos
psicológicos, algo que me parece esencial y hasta el momento desapercibido: el
peso que tiene lo social, llamémosle cultura, socialidad u otra denominación
parecida. La génesis de la mente, tanto en la evolución histórica humana como
en los niños, es, en realidad, una sociogénesis.

I. ¿Podría precisarme un poco cómo concibe Vd., en términos generales, esta
sociogénesis?

Vy. Aunque el término se explica a sí mismo –génesis social o génesis de la
psique por la acción de la sociedad– sí que encierra muchos detalles que
merecen la pena explicitarse. Dejémoslos momentáneamente de lado (podemos
más tarde volver sobre ellos) para centrarnos en el meollo de la tesis, a saber,
que el desarrollo humano está promovido por la sociedad a todos sus niveles: el
de la familia y el colectivo.

I. Pero no me va Vd. a negar que la biología juega un papel muy importante en
el desarrollo de la mente de los niños. O, si Vd. quiere, en el desarrollo mental
tout court. ¿Es que está Vd. –sus teorías– expulsando a la biología de todos esos
procesos psíquicos?

Vy. Advierto su alarma… Vamos por partes. La biología juega un papel crucial
en la desarrollo de la mente humana. Primero a lo largo de toda la evolución
darviniana. Es lo que implícitamente reconozco en el libro que le ha traído a Vd.
hasta este despacho: nuestros antepasados simios evolucionan biológicamente a
humanos. Es un dato inapelable que nos da la filogénesis. Luego, en cada niño
hay unos procesos biológicos, embrionarios, post-natales, de maduración
nerviosa etcétera. que juegan su papel también insustituible. No obstante, hay
que diferenciar (y enseguida vengo sobre este verbo que dice más de lo que dice)
entre desarrollo biológico y desarrollo psicológico. Diferenciar quiere decir para
mi, para la psicología que defiendo, que existe una ruptura, una discontinuidad
radical entre el hombre (o el niño) biológico y el hombre psíquicamente humano.

I. Que los simios no son psíquicamente humanos es algo sobre lo que no hay
mucho que discutir. Que existan ancestros de transición que no sean
psíquicamente humanos, ya es más debatible. Porque ¿dónde da comienzo la
psique humana, propiamente dicha?... Y que los niños, en su primera fase
postnatal tampoco sean psíquicamente humanos… Pues… me provoca dudas.

Vy. Ciñámonos por el momento al caso de los niños. Luego abordaremos el caso
de los humanos en su evolución. La psicología infantil que se cultiva en Europa
(y tomo por caso la de Karl Bühler y Jean Piaget) no reconoce otros
determinantes del desarrollo que los biológicos. Mire, por ejemplo, lo que dice
Bühler. Vygotskii se dirige uno de sus libros amontonados en la mesa, lo hojea
rápidamente y me dice: Este es el libro de Karl Bühler Die geistige Entwicklung
des Kindes (El desarrollo espiritual del niño). Hace unos tres años escribí el
prólogo de la versión rusa y en él resumo muy bien mi pensamiento acerca de las
limitaciones del enfoque exclusivamente biológico al desarrollo del niño. Digo
aquí: “Bühler comparte con la psicología infantil de estos tiempos el concepto,
erróneo (pausa y me mira…), de que el desarrollo psicológico del niño es un
proceso uniforme y además biológico por naturaleza. Proceso uniforme significa
que no establece la distinción que se da en su desarrollo entre la línea biológica y
la de formación sociocultural de la personalidad”.

Vygotskii hace aquí otra pausa y prosigue: “Quien trate, como Bühler, de reducir
el desarrollo a su base primaria biológica no sólo otorga a ésta un valor absoluto
sino que ignora la dialéctica objetiva del desarrollo que estriba en un proceso de
aparición sucesiva de formaciones nuevas sobre la base primaria original y que
cualitativamente no pueden reducirse a ella. El salto de la biología a la historia
no existe para él y por consiguiente tampoco existe el salto de la evolución
biológica del comportamiento a la histórica que es un salto fundamental cuando
se pasa de la psicología animal a la psicología humana”.

Después de esta avalancha de ideas, me quedo un momento en suspenso. Me
bailan en la mente las palabras de Vygotskii y trato de asimilarlas: salto de la
biología a la historia, dialéctica del desarrollo, ruptura entre la biología y la
construcción social-cultural,…

Vygotskii me mira y percibo un rastro de amable ironía en su mirada.

I. Bien –le digo–, pero hay varias ideas que Vd. me acaba de comunicar que me
gustaría comprender mejor. Una de ellas (aunque Vd. no la haya explicitado) es
que en el desarrollo el niño, desde los primeros momentos, la biología está
acompañada de la acción social, la acción materna más concretamente. ¿Dónde
está pues la ruptura? ¿O se trata de un proceso mixto, biopsicológico, por
necesidad?

Vy. Toca Vd. un punto que merece comentario. En efecto, en la primera fase del
desarrollo las influencias biológica y social están fusionadas. Lo que pasa es que,
por lo que toca a la socialidad, es de índole biológica, la misma que existe en las
especies primates: es táctil, alimenticia, protectora. Sienta los cimientos de la
psique pero hay que esperar a que despierte el lenguaje, la comunicación más
avanzada, para que el niño vaya saliendo de su etapa biológica y prospere en su
desarrollo. Aquí está la ruptura. El desarrollo, a partir de ese momento, es social
aunque su cuerpo siga creciendo y madurando su cerebro. Lo que yo sostengo,
pues, no es que la acción de la biología sea inexistente o quede eliminada sino
que el desarrollo psicológico, a nivel ya típicamente humano, está impulsado por
el trato social del niño con los otros. Es decir, por la sociedad.

Casi sin pausa, Vygotskii prosigue: de todas maneras mi propuesta de la
trascendencia de lo social no sólo se opone a las corrientes inspiradas por la
biología sino también a las de la psicología alemana que sigue cultivando su
metafísica idealista.

I. ¿A que llama Vd. ‘metafísica idealista’ de la psicología alemana? ¿Qué
propuestas hace para lo que nos concierne: el desarrollo del niño?

Vy. La psicología alemana se hizo experimental con Wundt pero algunos de sus
cultivadores, sobre todo la Escuela de Wurtzburgo, guardan, muy en el fondo,
reminiscencias del idealismo hegeliano. De esto podemos hablar más
detenidamente otro día porque creo que el enfrentamiento de esta postura con la
de la psicología materialista causal, es una de las causas de la crisis de la
psicología actual. Lo que ahora estamos dilucidando es por qué esa psicología
alemana es calificable de metafísica idealista y en qué yerra al explicar el
desarrollo del niño… La psicología de la Escuela Wurtzburgo sostiene que el
pensamiento es algo que nada tiene que ver con las sensaciones, con las
imágenes o con los sentimientos. El pensamiento se genera a sí mismo, es un
proceso autóctono. Fluye automáticamente sin intervención de la consciencia.
Como Vd. puede colegir, esto es casi retornar a Platón: estamos en el mundo
puro de las ideas. A esto llamo yo una postura idealista. Y no hay duda que está
inspirada en Alemania por las doctrinas de Hegel. ¿Cómo inciden estas ideas en
las concepciones acerca del desarrollo del niño? Pues vea Vd. lo que dice Stern
(a quien por otra parte profeso mucho aprecio). Stern asegura que cuando el niño
tiene, más o menos, dos años descubre un día que todas las cosas tienen
nombre… Pero afirmar esto es dotar al niño de un pensamiento que ha emergido
de no se sabe dónde. Es la manifestación de un puro acto mental. Esto es
inadmisible.

I. Me entran ganas de saber de dónde o cómo emerge entonces el pensamiento
en los niños. Pero dejo esto de lado pues nos llevaría probablemente lejos del
núcleo de nuestra conversación… Para resumir… Si creo haber captado su
pensamiento, Lev Semionovich, es que la vida psíquica de los niños es algo que
no nace desde abajo, por obra de la biología; ni que ‘desciende’ del cielo, obra
del espíritu agazapado en su cerebro. La vida psíquica —sostiene Vd.— es una
creación de la sociedad.

Vy. Así es: la vida psíquica en su tenue y progresiva aparición en la evolución de
la especie humana y la vida psíquica en su emergencia en cada una de nuestras
criaturas. Todo esto merece la pena ser explicado en mayor detalle. Yo tengo
varios escritos al respecto y la idea que en ellos manejo viene a ser una teoría del
desarrollo social y cultural que es una tercera vía que resuelve el dilema entre la
psicología biológica y la psicología idealista.

I. Me gustaría leer alguno de esos escritos suyos y poder así proseguir nuestra
conversación. De paso, entender mejor su postura sociogenética.

Vy. Con mucho gusto. Le voy a pasar a algunas páginas para que se entretenga…
(Vygotskii me mira otra vez risueño). Y que me diga Vd. qué le parecen… Son
una ampliación de lo que Vd. ha podido ir leyendo en el libro Estudios sobre
historia del comportamiento: monos, hombre primitivo y niños. Le adelanto, con
todo, algo: mis ideas acerca del peso de lo social en el mundo de la psique echan
sus raíces en las doctrinas de Marx y de Engels acerca de la primacía de lo social
y del trabajo como motor de la evolución histórica de la humanidad. Vd. ya lo ha
constatado. Por otro lado, yo me adhiero a las psicologías actuales cuando
establecen, grosso modo, dos niveles de desarrollo psicológico en los humanos:
uno elemental, cuasi biológico como hemos comentado antes; y otro superior
que es el propiamente humano. Entonces –para precisar mejor– es en el paso de
los procesos psíquicos elementales a los superiores donde creo que es ineludible
la actuación de la sociedad. Ahora bien, no se me escapa que hablar de la
sociedad en este sentido tan amplio (y tan vago) no resuelve la cuestión. Tienen
que existir instancias intermedias que hacen posible la acción de la sociedad en
las mentes en construcción. Aquí interviene la comunicación, el lenguaje.

I. Interesante panorama. No sabe cuánto le agradezco esta lección que me ha
dado Vd.… ¿Es sólo la primera? Quiero decir… ¿Puedo robarle su tiempo otro
día para ir conociendo mejor su pensamiento? Y también me encantaría conocer
un poco su vida de psicólogo, su formación previa como profesional antes de
ingresar en este Instituto ¿Será posible?

Vy. Desde luego que sí. En esta temporada de invierno no tengo muchos
proyectos de viajar. Además mi salud no es del todo airosa. Podemos quedar de
acuerdo para seguir conversando otro día.

















Conversación 2 ↑


Envié un mensaje a L. S. Vygotskii unos días más tarde, luego de haberme
dedicado a leer algunos de los documentos que me había entregado. No pude
entrar muy a fondo en sus textos pero me voy apercibiendo de su línea de
pensamiento. Por eso he cambiado mis planes. Voy a proponerle que me informe
algo de su vida de psicólogo antes de repasar sus teorías que, por lo que me dijo
y por lo que leo, son muy atrevidas y a contracorriente del pensamiento
psicológico europeo.

Entro en el Instituto provisto ya de una credencial y me dirijo directamente al
despacho —si es que puede así llamarse— de Lev Seminiovich Vygotskii. Nos
saludamos cordialmente casi como viejos amigos. Es un personaje encantador.

I. Lev Semionovich —comienzo— estoy leyéndole asiduamente y le confieso
francamente que sus ideas me parecen sobremanera interesantes. Pero también le
manifiesto que no son fáciles de asimilar y por eso le ruego que me de Vd. un
plazo hasta que pueda dominarlas lo suficiente para que mis preguntas sean
inteligentes… No propias de un lego en la materia…

Vygotskii sonríe…

Así que hoy quisiera salir de los temas propiamente científicos y le pediría que
Vd. me contara algo acerca de su vida de psicólogo: cuáles fueron sus estudios
en este campo y cómo llegó Vd. a formar parte del Instituto.

Vy. Si le he de decir la verdad, yo no soy psicólogo de carrera. Yo nací en una
ciudad de la Rusia Blanca, Gomel. Bueno, no exactamente aquí pero
relativamente cerca aunque suelo decir que nací en Gomel. Mi familia es judía y
eso tiene en Rusia (algo menos quizá desde ahora) unos condicionantes muy
duros. Éramos relativamente acomodados pero como tantas personas de nuestra
raza, teníamos muchos obstáculos para estudiar en centros públicos que acogen a
niños rusos. Mi padre contrató preceptores que nos enseñaron las primeras letras.
Mi familia era muy intelectual. Mi padre fue uno de los fundadores de la
Sociedad de Educación de Gomel y allí promovió una excelente biblioteca. El
pertenecía a ese colectivo de rusos ilustrados que, ya desde la época de los zares
eran el fermento de las inquietudes de la élite del país; gente que se
descorazonaba ante la lentitud y las trabas al progreso de Rusia con respecto a
Europa; que luchaba denodadamente porque nuestro país se incorporase a la
modernidad. Estas personas constituían la intelligentsia, un término que hemos
inventado aquí para denominar ese colectivo porque, a decir verdad, no era un
grupo organizado. Sí que dejaba oír su voz, una voz crítica que mantenía una
lucha tenaz por la erradicación de tantas lacras del país: el analfabetismo crónico
de las gentes del campo, las supersticiones que guiaban sus decisiones, una
religiosidad formal hecha de rituales (muy bellos para ser contemplados pero
terriblemente atenazantes), una veneración casi divina por el Zar, etcétera.

Mi madre, además, era una mujer muy culta. Dominaba varios idiomas. Ella me
enseñó alemán que es una lengua necesaria para la psicología. Con mis
preceptores aprendí francés y luego me he lanzado a aprender inglés. Y, otra cosa
curiosa de mi adolescencia, me dediqué con ardor a aprender el esperanto. Luego
no me ha servido de mucho…

En casa se cultivaba la conversación seria. Por las tardes y noches (sobre todo en
el invierno, con el frío) mis padres y sus amigos reunidos hablaban de asuntos
sociales de la ciudad o del país, discutían de temas literarios o también los
escritos de filósofos que publicaban los almanaques. A nosotros, a mi hermana
mayor Zinaida y a mi, cuando fuimos creciendo, se nos permitía asistir de
espectadores mudos a esas veladas. Aprendimos muchísimo de aquellas
personas. También participamos activamente ya desde pequeños en esa afición
tan rusa que son las representaciones teatrales. Gomel, como muchas ciudades
del país, era visitada por troupes que ponían en escena a Chejov y otros autores.
Quizás de aquí nació mi afición por la escena que más tarde, luego de mis
estudios universitarios de regreso a Gomel, me llevó a fundar un grupo de teatro
con los alumnos de la Escuela de Maestros e inspiró mis primeros trabajos
literarios. Escribí a los 20 años una disertación sobre Hamlet de Shakespeare.

I. Tuvo Vd., por lo que me dice, una adolescencia muy rica en formación
literaria y, supongo que los idiomas que aprendió entonces le permitieron
explorar las bellas letras alemanas y francesas, no sólo las rusas.

Vy. Así es. He podido leer a Goethe, a Schiller, Heine y otros en alemán. He
tenido acceso directo a las obras de la psicología alemana desde Wundt a los
fenomenólogos pasando por Brentano. No puedo dejar de mencionar a Freud
que, pese a no compartir muchas de sus ideas, creo que es un personaje genial.
Yo mismo he pertenecido a la Sociedad Rusa de Psicoanálisis, en el día de hoy
moribunda. Y, dentro de la tradición francesa que ha dominado entre los rusos
desde los tiempos de Pedro el Grande, he leído en esa lengua a muchos autores
consagrados tanto en la literatura como en la psicología: Binet, Bergson,
Claparède, Piaget. Obviamente, mi pasión más intensa ha sido la literatura rusa:
Pushkin, Lermontov, Gogol, Dostoyevsky, Turguenev, Tolstoi son nuestros
clásicos; un ruso no puede dejar de leerlos y releerlos. Ellos son, cada uno en su
registro específico, los grandes reveladores de los misterios del alma rusa.

I. Me ha dicho Vd. antes, Lev Semionovich, que no estudió psicología. ¿Cuál
fue pues su formación universitaria?

Vy. Aquí es donde las trabas por ser judío decidieron mi destino. No sé si Vd.
sabe que en la Rusia de los zares, los judíos estábamos confinados en un
territorio que abarcaba toda la franja occidental de Rusia, desde Lituania a
Crimea, colindando con Alemania, Polonia, Austria, y otras naciones europeas.
No podíamos salir de allí, ni siquiera viajar sin pasaporte (uno de los inventos
zaristas más odiosos). Tampoco un judío podía ejercer una profesión fuera de ese
enclave, excepto la medicina y la jurisprudencia. De ahí que mi padre estaba
empeñado en que estudiase medicina. Así que cuando terminé mis estudios
secundarios en los que obtuve una medalla de oro, pude tener acceso,
excepcional para un judío, a estudios universitarios en Moscú. Pero la medicina
no me atraía y desistí. Me pasé a la Facultad de Derecho. Mi padre tuvo un
enorme disgusto pero no me llevó la contraria. Mire por donde, estoy ahora
estudiando medicina a ratos libres porque me he dado cuenta de que conocer el
funcionamiento del cerebro es muy importante. Todo esto era el año 1914, el de
comienzos de la Gran Guerra Europea en que Rusia tuvo una participación muy
desgraciada.

I. ¿Cómo era la universidad en aquellos trágicos años?

Vy. Por supuesto, no sólo por los acontecimientos exteriores (la guerra) sino por
la agitación política del país, la Universidad era un hervidero de revolucionarios.
Pero, en medio de todo, trabajábamos y nos formamos. Le cuento que no sólo
seguí los cursos de Derecho sino que, simultáneamente, me inscribí en cursos
literarios y humanísticos de la Universidad Shanavsky.

I. ¿?

Vy. Sí. Era una universidad paralela a la oficial. Nació de un grupo de profesores
de la Universidad de Moscú que habían sido desposeídos de sus cátedras por el
gobierno del Zar. Sus títulos no tenían reconocimiento oficial pero el nivel de
conocimientos que se impartía era muy alto. Así que atraía mucha gente joven
ansiosa de saber.

I. ¿Cuál era el ámbito de esos estudios literarios y humanísticos?

Vy. Ahí tomé contacto con la lingüística rusa y europea (porque en Rusia ha
habido una tradición lingüística importante). La lingüística se entroncaba con
naturalidad en mis inquietudes literarias y teatrales. Nunca he abandonado ese
campo y muchas de las nociones que aquí asimilé me están sirviendo en todo un
panel de investigaciones que llevo a cabo sobre la palabra y el signo. Fue allí
donde tomé conocimiento de las ideas de Potebnia, uno de los lingüistas rusos
más importantes. También tuve allá noticia de Humboldt. Además mi primo,
David Vydodskii, que ha estudiado a fondo lingüística, me ha instruido mucho
en este tema. También me dediqué a leer filosofía en la que ya estaba iniciado
casi desde mi adolescencia. Se acrecentó mi familiaridad con los grandes
filósofos que han hecho la historia de la disciplina: Bacon, Spinoza, Hegel… Por
supuesto, también he leído a fondo a Karl Marx y Friederich Engels. ¿Cómo
no?...

I. A propósito de la lingüística, tengo entendido que está desenvolviéndose
últimamente de manera espectacular. Tomo por caso el grupo de Praga que tiene
justamente a dos rusos, Jakobson y Trubetzkoy, como excelsos representantes.

Vy. No sólo está la escuela de Praga. También en Estados Unidos hay una
corriente de lingüística muy importante. Ahí tiene Vd. a Sapir, por ejemplo. En
Rusia ahora prevalece la escuela formalista con Sklovsky y otros. Yo no estoy
muy de acuerdo con sus ideas pero he de reconocer que sus puntos de vista no
son triviales.

I. Lev Semionovich, el tema de la lingüística me apasiona pero podemos dejarlo
para otro día. Prosiga Vd. instruyéndome sobre sus años jóvenes en la
Universidad de Moscú y la Universidad Shanavsky.

Vygotskii sonreía con añoranza…

Vy. Da Vd. en el clavo: ‘años jóvenes’… ¡Cuántas ilusiones albergábamos!
¡Cuántas energías poníamos entonces en cambiar Rusia! Aquello, como le he
dicho, era un hervidero de proyectos más o menos realizables. Y hete aquí que
en octubre de 1917, cuando acababa de terminar mis estudios viene la revolución
y la toma del poder por el partido bolchevique…

I. ¿Qué efecto tuvo el suceso en aquella juventud?

Vy. Era la respuesta a tantos años de espera por la desaparición de un régimen
vetusto. Era la liberación de tantos años de opresión arbitraria e injusta. Se abría
la puerta a otra época de la historia de Rusia. La intelligentsia lo recibió con
alborozo. Imaginó en un principio que la libertad era una conquista que se hacía
realidad en Rusia. Luego las cosas no han ido totalmente de acuerdo con
aquellas esperanzas pero, en conjunto, los años que siguieron a la revuelta de S.
Petersburgo (hoy Leningrado) han visto la transformación de Rusia. Me inclino a
creer que es para bien.

I. Y después de los estudios en Moscú ¿Cómo organizó Vd. su vida?

Vy. Antes quería decirle que en la Universidad Shanavsky tomé un primer
contacto serio con la psicología y que, paralelamente, amplié mis conocimientos
en este campo con lecturas y clase específicas. Allí encontré a Pavel Blonskii,
entre otros, que ha desempeñado un papel importante en la renovación de la
educación del país. Me encantó el libro de William James sobre la experiencia
religiosa. Luego mis conocimientos han seguido progresando obligado, en gran
parte, por mi ejercicio profesional en Gomel. Y esto me lleva de la mano a
responder a su pregunta sobre dónde fui a parar al terminar mis estudios. Cuando
me gradué en Derecho regresé a Gomel. Eran tiempos muy difíciles: proseguía
la guerra europea, la suerte de Rusia era cada día más precaria, los ejércitos
alemanes habían invadido la región que se había convertido en un frente de
batalla; la guerra es hambre y escasez y ello trae consigo rapacidad, robos,
inseguridad a tope. Como Vd. sabe, Rusia capituló ante Alemania en 1918, antes
de finalizar la guerra. Por si las cosas no estuvieran ya mal, sobrevino una nueva
guerra, ahora civil, entre la Rusia bolchevique y el llamado ejército ‘blanco’,
pro-zarista y burgués, apoyado éste por algunas naciones europeas recelosas del
nuevo poder que ascendía en Rusia. Gomel quedó un tanto protegida del
conflicto por ser una ciudad no muy grande y fuera de las zonas de despliegue de
los ejércitos pero indirectamente sufrió todas las consecuencias de un sexenio de
guerra. Su vida civil prosiguió aunque a ritmo más lento y dificultoso. Conseguí
colocarme como docente en un Instituto Pedagógico y en una Escuela Soviética
de Trabajo. Lo cual me deparó la oportunidad de avanzar en la psicología pues
tenía que impartir la docencia en esta disciplina. En aquella época hice el primer
esquema de un libro que he publicado años más tarde, la Psicología Pedagógica.
Fue un esfuerzo grandioso pero que ha tenido resultados, entre otros que hoy
estoy aquí hablando con Vd.

I. Lev Semionovich, me admira su itinerario intelectual y comprometido en
aquellos años terribles de guerra, hambre, inseguridad,…

Vy. Sí, fueron años duros… Pero una manera de apartar las preocupaciones más
materiales y urgentes era dedicarse a la vida cultural de la Escuela y de la
ciudad. Y así lo hicimos mis amigos y yo. Animamos controversias literarias,
montamos obras de teatro, yo hice algunos experimentos literario-psicológicos.
Y escribí varios ensayos, entre otros el de Hamlet de que he hecho mención. No
sé qué ha sido de esos textos, algunos se publicaron en pequeñas revistas
provincianas, otros se quedaron en el papel (que, por cierto, era muy escaso en
esos momentos). Un resultado no inmediato pero sí una cristalización de mis
reflexiones literarias ha sido mi tesis sobre la psicología del arte que defendí el
año 1926. Contemplada en retrospectiva, esta época de mi vida ha sido de una
actividad frenética.

I. ¿Más que ahora?, le dije sonriendo y echando una mirada irónica a su mesa
llena de papeles…

Vy. Mi vida ha consistido siempre en trabajar y trabajar. Piense Vd. que ponerme
al día en psicología ha sido un esfuerzo descomunal. En escasos 8 años –desde la
época final de mis estudios universitarios hasta que entré aquí, en el Instituto en
1924, me he leído prácticamente casi toda la psicología que se hace en estos
momentos, la europea (la Gestalt, el psicoanálisis) y parte de la americana (el
behaviorismo watsoniano). No sólo la he leído, la he asimilado críticamente.
Incluso me he permitido escribir un largo ensayo sobre la crisis de la
psicología… Me obligó a consultar y anotar gran cantidad de ideas que circulan
hoy por nuestro campo, ponerlas un poco en orden y tomar posiciones. Este
ensayo no está aún preparado para su publicación. Necesita un repaso y un ajuste
de sus partes pero el esqueleto existe. Espero que algún día tenga tiempo de
darle forma definitiva…

I. Justo acaba Vd. de mencionar el año 1924 como la fecha de su entrada en este
Instituto. Estamos ahora en 1931… Son siete años de dedicación íntegra a la
psicología. Pero, dígame, ¿Cómo sucedió ese acontecimiento de su venida a
Moscú? Porque le acabo de dejar en Gomel en los años de la posguerra y en
1924 ya está Vd. aquí…

Vy. Fue una casualidad. Mis amigos psicólogos de Moscú, sobre todo Alexander
Luria (que además era la cabeza visible de la Sociedad Psicoanalítica rusa) me
instaron a que presentase algún trabajo en el Congreso de Neuropsicología que
iba a celebrarse en Leningrado en noviembre de 1924. Allí me dirigí y expuse
algunas ideas en torno al problema de la conciencia. Es un tema candente en la
psicología rusa, muy sometida a las ideas de Pavlov y Bechterev (de inspiración
totalmente fisiológica). Mi intervención tuvo bastante éxito, incluso la prensa se
hizo eco de ella. Y Konstantin Kornilov, en aquel entonces director de este
Instituto, me propuso venir a Moscú a formar parte de la plantilla de
investigadores. Acepté, tanto más que mis amigos Luria y Leontiev estaban ya
aquí trabajando.

I. ¿Tenía Vd. algún proyecto de investigación que desarrollar aquí, en Moscú?

Vy. Pues mi venida fue tan improvisada que me sacó de mis tareas de docencia
en Gomel sin nada en concreto como proyecto. Pero eso no fue óbice para que
inmediatamente, junto con mis colegas, hiciéramos unos planes ambiciosos de
trabajo.

I. Si bien entiendo, eso significa que Vd.s eran bastante libres de escoger sus
campos de investigación; o, dicho al revés, que no había en el Instituto líneas
impuestas a las que Vd.s tuvieran forzosamente que incorporarse.

Vy. Kornilov fue desde siempre un hombre abierto y tolerante con las opciones
de trabajo de los investigadores del Instituto. Nunca impuso la suya, la
reactología, ni tampoco nos forzó a que la corriente de la psicología marxista, a
la que intentaba dar curso, nos arrastrase. ¡No! En el Instituto en aquellos días se
hacia reactología (¡por supuesto!), psicoanálisis, Gestalt, conductismo,
psicología aplicada, patologías,… Era un cúmulo de actividades dispersas con
escasa conexión. Kornilov había ascendido a director del Instituto con el
propósito de instaurar una psicología marxista pero ese proyecto —pienso hoy—
es a más largo plazo a pesar de que los aires del momento la pedían y la siguen
pidiendo a gritos.

I. ¿Fue el asunto de la psicología marxista (o su oposición a aceptarla) lo que
precipitó el cese de Chelpanov como director del Instituto?

Vy. Así fue. Pero esa es otra historia que no vale la pena resucitar ahora. Como
en toda institución, en la nuestra hay rivalidades, zancadillas, ambiciones que
tienen poco de científicas… Chelpanov fue víctima de su intransigencia con el
marxismo en psicología y la ambición de algunos que le debían el puesto en el
Instituto hizo el resto.

I. Por mi parte quisiera ver más claro el tema de una psicología marxista y
pienso que Vd., Lev Semionovich, es una persona muy indicada para instruirme
en esto. Espero que podamos dedicar algún día una de nuestras conversaciones a
cómo ve Vd. el panorama. Pero, para terminar hoy, me permito recuperar, en
síntesis, lo que me ha ido Vd. contando de su vida antes de entrar en el Instituto.
Vd. ha tocado muchas teclas: Derecho, Lingüística, Filosofía... Ha estudiado un
poco libremente la Psicología, ha sido docente en esta disciplina y, por extensión
en Pedagogía. Ahora está enteramente dedicado a la psicología… ¿Cómo se ve
Vd. mismo en medio de este panorama? ¿A qué rama está Vd. adscrito?

Vygotskii sonríe un momento y se queda dubitativo. Luego de una leve pausa
contesta: oficialmente soy psicólogo pero no puedo dejar de lado mis
preocupaciones metodológicas pues sin una buena metodología no hay ciencia
que valga. Y eso implica que tengo que hacer filosofía pues aquí es donde
encontramos los fundamentos de toda ciencia. O sea, que por una parte soy
psicólogo con aires de filósofo. También soy lingüista pues no sólo no reniego
de mis aficiones juveniles literarias sino que he encontrado en la lingüística un
instrumento magnífico para hacer psicología. Al fin y al cabo es a través del
lenguaje como conseguimos explorar la mente. Mi sueño sería tender un puente
entre la literatura (sobre todo la poesía) y la psicología. Sé que es muy difícil y
que necesitaría una vida muy larga con una dedicación muy centrada en este
asunto para conseguir avances. Y, por si fuera poco, además de todo esto estoy
embarcado en la educación. Me siento socialmente obligado con mi país y con
necesidad de afrontar la educación —una nueva cultura— que necesita su gente.
Sigo en esto las huellas de la vieja intelligentsia con la que me siento vinculado
en este punto. Uno de sus grandes motivos fue la educación del pueblo ruso. El
gobierno revolucionario ha hecho grandes progresos en este campo. Yo
particularmente me he dedicado a los niños subnormales: la defectología. Así
que no soy Jano, con dos caras, sino un mineral (aún en bruto) con muchas
facetas. Mi curiosidad es enorme. Lo único que lamento es que mi salud no me
permite un esfuerzo muy continuado. Hay días que mis ataques pulmonares me
retienen en cama. He estado internado en un hospital y todo esto, además de las
preocupaciones propias de mi trabajo, ponen límites a mis proyectos.

I. Me admiran su postura y sus ambiciones científicas, Lev Seminovich. Es para
mí un privilegio escucharle hablar de todo esto. No quiero hoy abusar más de su
amabilidad y de robarle su tiempo. Tengo aún unos días para avanzar en la
lectura de sus notas sobre el desarrollo de los procesos psíquicos superiores y
volveré para comentar con Vd. lo que me inspiren. Además queda pendiente
algo de lo que hoy hemos tratado tangencialmente: ¿una psicología marxista es
posible? También anoto en mi cuaderno, donde queda constancia de lo que
conversamos, el tema de la lingüística… Espero que podamos tratar éstos y otros
temas en sucesivos encuentros. Me comunicaré con Vd. para el próximo,
siempre a su mayor conveniencia.


Conversación 3 ↑


Fue después del paso del año 1931 al 1932 que encontré de nuevo a Vygotskii un
día en su trabajo. Me había dedicado con ahínco a la lectura de sus notas sobre el
desarrollo histórico de los procesos psíquicos que él llama superiores. A decir
verdad me quedaban muchos puntos oscuros aunque ya comenzaba a captar
mejor la línea de su pensamiento. Me he dado cuenta, al respecto, de la enorme
influencia que tienen en Vygotskii las ideas de Marx lo cual me reafirma en mi
propósito de hacer derivar algún día la conversación hacia este tema y saber
entonces, de sus propias palabras, hasta qué punto su psicología es marxista y, en
consecuencia, si cree en la importancia que el marxismo puede tener para el
pensamiento psicológico.

Cuando entré en el Instituto aquel gélido día de enero de1932 no sabía bien si
tenía que desear a Vygotskii un ‘feliz año nuevo’ al estilo de nuestro país o bien
simplemente expresarle vagamente mis deseos de que el año que inaugurábamos
abriese mejores perspectivas de trabajo investigador que los precedentes. No
tenía en mi interior un gran convencimiento de que 1932 fuese más benévolo
con los rusos que 1931 o 1930. El Plan Quinquenal que Stalin había lanzado a
finales de 1927 ofrecía dos caras bien distintas. Por un lado se había puesto en
marcha un proceso de industrialización a gran escala que, en boca de Stalin,
tenía que poner a la Unión Soviética a la par de las grandes naciones europeas.
Pero, por otra parte, el coste social de ese avance (según noticias que circulaban
de boca en boca) era tremendo. Miles de campesinos desposeídos de sus tierras,
trasladados a otras regiones y sometidos a un régimen de colectividad que les
arrebataba no sólo sus productos sino su libertad; hambre, mucha hambre por
todas partes. Moscú era un hormiguero de miserables, abundaban los robos, la
suciedad se extendía por todas las calles, los rostros de la gente expresaban el
miedo, la policía actuaba sin compasión. Las instancias de poder eran
herméticas. Según se comentaba en la Embajada, Stalin no se fiaba de ninguno
de los que le rodeaban. Y, recíprocamente, los que le rodeaban no se fiaban de
sus propósitos ni sentían seguros en sus posiciones: podían ser depuestos en
cualquier momento.

La vida intelectual rusa, tan brillante la década pasada, había decaído
tristemente. Se iban insertando en las revistas científicas unas monótonas
antífonas marxistas citando a Marx viniera o no a cuento. ¡Y pobre del que
eludía esta obligación! En una de mis visitas a las librerías (costumbre que no
había abandonado) había caído en mis manos un tratado de biología publicado
por la Sociedad de Biólogos Materialistas. Su título era K. Marx, F. Engels, V.
Lenin y la biología. En el prefacio leí estupefacto: “No hay un solo de los
grandes problema de la biología moderna cuya solución no haya sido abordada
por los fundadores del marxismo”… La lingüística era un campo de batalla entre
formalistas y marxistas, estos últimos obsesionados por desvelar la sospechosa
‘infraestructura’ ideológica de los clásicos: los relatos de Gogol eran el reflejo de
su espíritu pequeño burgués de propietario rural, Guerra y Paz de Tolstoi era un
panfleto agit-prop contra la aristocracia, etcétera. Hasta 1930 las revistas de
salud mental analizaban patologías de los trabajadores cuyas causas había que
buscarlas, según los especialistas, en las difíciles condiciones sociales. En 1931
ese tipo de indagaciones había sido desautorizado. Un neuropsicólogo hacía unas
declaraciones en PraVd.a donde se aseguraba que el fenómeno del agotamiento
era un invento reaccionario por parte de quienes pretendían frenar el movimiento
proletario. Creo que las revistas de ciencias (Física, Química, etcétera.)
mantenían su rigor científico pero los autores seguían con la obligación de
invocar, de vez en cuando, a los clásicos del marxismo.

Este era sucintamente el panorama de la vida cultural rusa (o de una parte de
ella). No creía yo que la situación iría para mejor. (De hecho, años más tarde
cuando ya estaba yo lejos de mi experiencia rusa se acumularon en mi mesa de
trabajo datos pavorosos de los años del Primer Plan Quinquenal de Stalin que
culminó casi al mismo tiempo que la muerte de Vygotskii, 1934). Pero me sentí
en la obligación con quien consideraba ya un buen amigo de desearle venturas
en el comienzo del año 1932. Así lo hice. Tras nuestro cordial intercambio,
entramos en materia.

I. Dr. Vygotskii —perdón Lev Semionovich— ya vengo hoy un poco más
instruido de sus propuestas en torno al desarrollo socio-histórico de la psique.
Pero subsisten muchos puntos oscuros ante todo porque presenta Vd. un
torbellino de ideas que tuve que ir madurando hasta conseguir un hilo conductor.
No sé si realmente lo he logrado y esto es una de las primeras cosas que quiero
confrontar.

Vy. No se alarme. Los papeles que le he dado a leer son un montón de ideas que
necesitan ser organizadas. Aunque provienen de mis reflexiones personales, su
redacción es a veces la trascripción de alguna conferencia; otras, apuntes de
seminarios y también hay comentarios de mis compañeros del equipo de
investigación.

I. Me tranquiliza en cuanto a que veo que no me considera incapacitado para
entenderle… En todo caso, también en el libro que me trajo primeramente hasta
Vd., Estudios sobre historia del comportamiento, aparecen muchas de las ideas
que he leído en sus notas posteriores. ¿Es mucho pedirle que me anticipe Vd.
algo de su propio hilo conductor en este desarrollo de los procesos psíquicos
superiores? Luego a partir de ahí podemos discutir aspectos parciales…

Vy. ¡Naturalmente! Aunque no es fácil lo que Vd. me pide… Porque el tema es
muy complejo. Es un árbol con varias ramas y corremos el peligro de derivar
hacia alguna de ellas, dejando el tronco principal, y perdernos entre todo el
ramaje. Pero vayamos al tronco. A ver si soy capaz de resumir la tesis.

I. Escucho…

Vy. El nudo de la cuestión —para resumir— es el salto que en las mentes
humanas se produce de los procesos psíquicos elementales a los procesos
psíquicos superiores. Este paso, la esencia del desarrollo, se ha dado en la
humanidad históricamente: es el proceso de evolución biológica descubierto por
Darwin y completado por el proceso de evolución de la cultura; pero también se
reproduce en cada niño que nace: hay una biología de la maduración y,
simultáneamente, hay una asimilación de la cultura o, en general, la vida social.
Bueno, quizás el término asimilación no refleja del todo mi idea de que la vida
social, la cultura, tienen un papel activo. Si recuerda Vd. nuestra primera
conversación, allí hablamos de sociogénesis: la vida de la sociedad, la cultura
son generadoras de la psique tanto en el aspecto evolutivo general como en el
desarrollo particular de cada criatura que viene a este mundo. En una palabra, el
hombre es fruto de una evolución biológica, hay un corte y aparece la cultura.
Entonces da comienzo la historia. Y con esto la mente se ve lanzada a la
conquista de los procesos psíquicos superiores.

I. Voy anotando… Lo primero que quisiera que Vd. me dejase claro es qué o
cuáles son los procesos psíquicos elementales por oposición a los superiores.
Porque Vd., aunque sugiere algunas pistas, da mucho por supuesto.
Inmediatamente hay otro tema subordinado… los dos escenarios de este pasaje:
el de la humanidad en su evolución y el del niño en su desarrollo hasta ser
adulto.

Vy. ¡Perfecto!. Pero antes de entrar en estos detalles (a esto me refería con que
no hay que perderse por las ramas) voy a seguir ‘trepando’ por el tronco. El
motor que hace transitar la psique de los procesos elementales a los superiores, si
dejamos de lado el substrato biológico preexistente, es la acción de la sociedad.
Aquí entran el trabajo y las herramientas, que son las primeras manifestaciones
de la cultura, y lo que vagamente llamamos comunicación humana la cual, aquí
sí, exige una explicación en detalle que apenas está esbozada en los papeles que
le he entregado. Este es el esquema general muy simplificado, lo que he llamado
el tronco del árbol. Luego podremos irnos por las ramas desentrañando cómo
concibo yo la acción de la sociedad y de la cultura, qué quiero decir cuando
afirmo que el desarrollo es ‘histórico’ (que es algo más profundo que decir que
sucede en la historia…). Y otros detalles más que irán sin duda apareciendo.

I. Me parece un escenario grandioso. Voy entendiendo en qué supera a las ideas
que, según Vd. me comentó el primer día, sostienen los que ponen la exclusiva
en la biología y los que recurren a una entidad espiritual como explicación del
desarrollo. Ahora, para completar mi iniciación, vayamos a la base del temario:
¿cómo concibe Vd. los procesos psíquicos elementales y los superiores?

Vy. La clasificación de los procesos psíquicos en inferiores y superiores obedece
a que son sustancialmente distintos. Y, como le insisto, la diferencia es que los
primeros son hijos de la naturaleza biológica mientras que los segundos nacen de
la cultura. Pero en cuanto a tales procesos no tienen distintos nombres.

I. Explíqueme algo más en detalle esta idea.

Vy. Sí. Hay una memoria natural que compartimos con los animales superiores:
hay un pensamiento natural que se hace patente también en los chimpancés de
Köhler al discurrir la solución de ensartar palos para alcanzar los frutos. Hay
también una atención natural a lo exterior que se da en los animales. Todas estas
capacidades son biológicas y las compartimos los seres superiores de la escala
animal. Sobreviene en la evolución el momento crucial en que el hombre inventa
los instrumentos. Aparece la cultura. A partir de ese momento se detiene la
biología y sólo opera esta última. Entonces van surgiendo poco a poco nuevas
versiones de la memoria, pensamiento, atención y, por encima de todo, el
lenguaje. Estamos en la historia —hasta aquí era la prehistoria— y todo se pone
en movimiento gracias a la cultura y la sociedad. En una palabra, el problema del
desarrollo de los procesos psíquicos superiores se basa en el estudio de cómo se
ha desarrollado la psique del ser humano a lo largo de las sucesivas etapas del
desarrollo histórico.

I. Acaba Vd. de hablar de la ruptura en la línea de la evolución que supone la
aparición de la cultura. Ahora Vd. introduce la idea del movimiento de la
historia. ¿No son ideas típicamente hegelianas las que está Vd. manejando para
la escenificación del desarrollo humano?

Vy. Sí, por cierto. Para mí el desarrollo, tanto de la humanidad como del niño, es
un proceso dialéctico de enorme complejidad en que suceden las
transformaciones periódicas, se entrecruzan factores internos y externos, hay
rupturas, avances y retrocesos, pero con un sentido de progreso que aboca a una
adaptación más exitosa. Este progreso se realiza en la historia. Pero ésta no se ha
de entender como un telón de fondo ante el cual se despliega la escena. ¡No!. La
historia hay que tomarla en el sentido que expresa Marx (quien lo tomó de
Hegel, transformándolo): son acontecimientos concatenados pero impulsados
por las acciones de la sociedad y por las progresivas manifestaciones de la
cultura. Este es el motor de la historia de la psique. Para Marx es la lucha de
clases. Yo traslado la idea de Marx a la psicología social.

I. En Marx y Hegel la historia tiene su momento supremo, final, que es la
corona. ¿Cuál es entonces la meta de la historia de la psique humana?

Vy. El hombre en la plenitud de sus procesos psíquicos superiores: memoria,
pensamiento, lenguaje, comunicación… que le permiten vivir en armonía con
sus semejantes. Es el hombre que visionó Marx como final de la lucha de clases;
es el hombre nuevo que persigue la cultura rusa actual con sus realizaciones:
erradicar el analfabetismo, crear una nueva sociedad de progreso, nuevas
orientaciones en las letras y las artes. Si cambiamos la sociedad, cambiará el
hombre. Este es nuestro desafío.

Me quedo unos momentos en suspenso. El discurso de Vygotskii, un tanto
exaltado, me deja lleno de interrogantes. Pero rápidamente pienso que no es el
momento de entrar en los múltiples senderos que abre, tentadores de recorrer.
Los voy anotando muy aceleradamente en mi cuaderno. Cuando los ponga en
orden, quizás llegue el momento de emprender su exploración.

I. Bien, Lev Semionovich, voy con Vd. ‘trepando’ poco a poco por el tronco de
sus ideas sobre el desarrollo. Me quedan muchos puntos por aclarar. Es la
fatalidad: cada vez que te asomas a nuevas ideas, éstas traen otras asociadas y al
final uno se debate con una madeja que hay que deshilachar pacientemente.
Volvamos al tema de los orígenes de la cultura que, para Vd. es el momento
crucial de despegue de la humanidad.

Vy. Remontémonos a las edades más ancestrales, a la época en que los monos
superiores dominaban. Sus formas de existencia biológica en diversos detalles
perduran aún entre nosotros. De hecho, encontramos en ellas precursores de lo
que luego serán capacidades propiamente humanas. Me refiero, por ejemplo, al
juego y sobre todo a la manipulación de objetos de la naturaleza como palos,
ramas de árbol que podemos considerar medios instrumentales. Prefiguran los
útiles que son la clave de todo el proceso de hominización. He estudiado a fondo
los trabajos del profesor alemán Wolfgang Köhler con los chimpancés en
Tenerife, Islas Canarias, su país.

I. Tengo una idea de ello.

Vy. Köhler ha realizado un trabajo excelente mostrándonos cómo los chimpancés
están próximos en sus manejos a los que ejecuta el hombre. Estamos en la
antesala del homo faber. Y, lo que es más, la manipulación de los chimpancés es
también una ventana para descubrir su inteligencia, una inteligencia que tiene su
eficiencia y sus limitaciones.

I. Al mencionar el homo faber supongo que Vd. se refiere, dentro de la tradición
de Marx-Engels, al hombre que trabaja. Pero me pregunto hasta qué punto las
actividades de los chimpancés de Köhler constituyen alguna forma de trabajo.
¿Hacer uso de estacas o ramas lo es? Hay otros animales que se sirven de útiles,
por ejemplo, los castores fabricando sus refugios.

Vy. Reconozco que el recurso a útiles, si bien no está muy extendido en el reino
animal, hay que decir al menos que no es excepcional. El mismo Darwin está en
contra de la creencia de que sólo el hombre usa instrumentos. Lo que sí afirmo
es que lo que hacen, sus acciones con los palos, no es trabajo. Hay un gran salto
cualitativo entre manipulaciones (en sentido amplio) y trabajo. Los elefantes
rompen ramas de árbol y las usan para espantar a los insectos. Pero no puede
decirse que esto ha jugado un papel sustancial en el desarrollo de la especie.
Cabe asegurar lo contrario con respecto a la especie humana: la existencia de un
aborigen australiano depende de su boomerang, como Inglaterra depende de sus
máquinas. En los animales el uso de objetos naturales es un rasgo preadaptativo;
en el hombre se convierte en plenamente adaptativo al convertirse en trabajo.
Este exige planificación de la actividad, coordinación entre los trabajadores. El
trabajo es, en general, fruto de un esfuerzo colectivo y lo colectivo implica algún
modo de comunicación. De ahí que Engels proponga que el trabajo está en el
origen del lenguaje.

I. Sí, ya sé lo que dice Engels en su Dialéctica de la naturaleza pero no todo el
mundo está de acuerdo ni en su manera de definir el trabajo por la actividad
manipulativa ni en que el lenguaje sea una consecuencia de la cooperación en el
trabajo. Ahí tenemos, sin ir más lejos, a las hormigas: cooperan y trabajan.

Vy. Aunque en la naturaleza animal haya manifestaciones de trabajo (llamemos
así, por abuso del lenguaje, a lo que hacen las hormigas aprovisionándose o a los
lobos de Siberia cazando en grupo) no es auténtico trabajo. Mucho menos es
lenguaje su manera de comunicar. La distinción radica en que lo que los hombres
ejecutan con sus manos está preparado, planificado, por su inteligencia. Marx es
en este punto bien explícito cuando habla de las construcciones de la abeja
comparándola al arquitecto: éste tiene en su cabeza el diseño de lo que va a
construir; la abeja, en cambio, va edificando sus celdillas, una al lado de la otra,
maquinalmente. Replica un ‘plano’ que existe en la especie. Entre la fantástica
diversidad de los edificios del hombre y la monotonía de la fabricación de una
colmena hay un abismo de evolución inteligente. Esto por un lado. Pero lo más
trascendental es que lo que el hombre hace con sus manos y su inteligencia es
transformar la naturaleza, someterla a su voluntad y, de rechazo, esa acción
aparentemente sólo externa revierte en el hombre y éste se auto-transforma. El
trabajo es, en este sentido, la negación del mito de Sísifo. Los animales sí que
son, como Sísifo, condenados a hacer siempre lo mismo; una y otra vez vuelven
a empezar. El hombre no. El hombre está en continuo progreso. La revolución
soviética ha puesto el progreso del pueblo ruso como su gran finalidad, e
incluso, como justificación de los sufrimientos que temporalmente acarrea la
transformación de la producción agrícola, mayoritaria, en industrial.

I. Sí, Marx asumió la tesis de Fichte que engrandece la acción transformadora
del hombre y, en cierta manera, la traslada al trabajo (aunque esto sea una
reducción de la perspectiva fichteana). Porque hay mucho más en esa acción que
la transformación de la naturaleza que, por ejemplo, ha traído la revolución
industrial del siglo XIX.

Vy. Aquí está la genialidad de Marx y de Engels: unir la transformación de la
naturaleza a la transformación del hombre gracias a su acción sobre la
naturaleza. El hombre la domina y se domina a sí. La controla y se autocontrola.

I. ¿Podría entonces decirse que lo que Engels propone es una teoría de la cultura
basada en el trabajo?

Vy. Para Engels, la diferencia radical entre el hombre y los animales es la de una
pura presencia y uso de la naturaleza en éstos frente al dominio y transformación
que el hombre, mediante el trabajo, realiza. El animal utiliza la naturaleza
exterior e introduce cambios en ella pura y simplemente con su presencia
mientras que el hombre, con sus cambios, la hace servir a sus fines, la domina.
Es ésta la suprema y esencial diferencia entre el hombre y los animales,
diferencia que es debida al trabajo. Este proceso de dominio de la naturaleza es
lo que llamamos cultura.

I. Lev Semionovich, hay en todo esto que Vd. me comunica mucha sustancia
social y también filosófica. Necesito algún tiempo para asimilarla.

Vygotskii sonríe…

Vy. Tómese el tiempo que necesite para esa asimilación pero me gustaría añadir
unos cabos a la cuestión del uso de las herramientas. El primero es cómo el brote
de ese uso en los niños es una muestra de que entran en la cultura. El segundo es
la analogía que permite extrapolar la noción de herramienta material a la
herramienta psicológica que es el signo. Sólo dos palabras para no cansarle.
Podremos más tarde ampliar el tema.

I. ¡Adelante!

Vy. Comencemos con el desarrollo de las criaturas humanas. Una manera de
interpretarlo es verlo como un calco, una reproducción a otra escala, del
desarrollo marcado por la evolución. No estoy invocando la ley biogenética, la
de Haeckel: el desarrollo del niño no replica el de la especie… Recurro
simplemente a una analogía interpretativa.

I. No puede ser otra cosa ya que el desarrollo evolucionista de la humanidad y el
del niño se producen en dos escalas de tiempos sin medida común…

Vy. Así es. Pero es indudable que hay rastros del pasado evolutivo en las
criaturas humanas. Y uno que me parece notable es precisamente el uso de las
herramientas. El niño, por sí solo, descubre al final de su primer año de vida el
uso de los objetos, da comienzo a sus manipulaciones. Se trata para mi de una
reminiscencia, y una anticipación, del uso de las herramientas que ha
transformado históricamente la humanidad. No me discutirá Vd. que este no es
un paso trascendental en el ámbito de la cultura.

I. Yo diría que sí.

Vy. La segunda cuestión es complementaria a la que acabo de explicarle.
Observe Vd. que el niño comienza a usar herramientas…

I. A manipular objetos…

Vy. (Sonriendo) Bien, cambiemos el término pero la idea subyacente, la de la
actividad humana —en forma embrionaria— persiste… Como digo, al tiempo
que se inicia en usar herramientas, el niño empieza a comunicar y aparece el
lenguaje… ¿No cree Vd. que es una significativa coincidencia? Así que se me ha
ocurrido extender la analogía entre el pasado de la humanidad y el progreso del
desarrollo infantil: los instrumentos y el trabajo que, según Engels, propiciaron
la aparición del lenguaje pueden tomarse, en las criaturas humanas, como
precursores o acompañantes también de otro gran instrumento de la cultura que
es el lenguaje. El lenguaje es lo que corona la capacidad de producir signos, de
significar. Por eso yo entiendo que útiles de trabajo y signos vienen a ser,
analógicamente, los dos grandísimos propulsores del desarrollo del hombre.

I. Me deja Vd. fascinado con este paralelismo tan heurístico entre la evolución
del hombre y el desarrollo del niño.

Vy. Sí, es muy sugerente. Entre otras prolongaciones está la siguiente: si
aceptamos la proposición de Engels de que el trabajo, al otorgar al hombre el
control de la naturaleza, le procura el auto-control, el recurso al signo es también
el gran medio por el cual el hombre consigue el auto-control de sus procesos
psicológicos superiores.

Me quedo unos momentos pensativo. Vygotskii sonríe de nuevo, complacido sin
duda por haber dado una versión accesible a sus ideas y por la comprensión que
suscitan en mi.

I. Me ha abierto Vd., Lev Semionovich, unos horizontes de pensamiento muy
extensos. Necesito asimilar estas ideas tan ricas y sin duda hemos de volver
sobre ellas. Por hoy me marcho impresionado de todo lo que acabo de escuchar.










Conversación 4 ↑


Algunos días más tarde de la conversación precedente tuvo lugar un nuevo
encuentro con L.S. Vygotskii. Corrían los días de un enero típicamente
moscovita y el lugar de trabajo de Vygotskii, aunque no del todo bien caldeado
ofrecía por lo menos un lugar recogido para conversar amablemente. Luego de
los saludos de rigor y de interesarme por su salud, entro en materia.

I. Lev Semionovich, cada vez que repaso los apuntes donde transcribo nuestras
conversaciones o, mejor dicho, sus —para mi— novedosas ideas, me apercibo
de que hay en ellas mucha más carga psicológica que la que superficialmente
uno advierte. Me veo obligado a pedirle que profundicemos un poco… En
nuestra primera conversación Vd. me habló de sociogénesis, más tarde volvió
sobre este tema y habló de la acción de la sociedad como fuerza motriz del paso
de los procesos psíquicos elementales a los superiores… Al mismo tiempo Vd.
hace intervenir la cultura y, por si fuera poco, insiste en el carácter histórico de
estas transformaciones… Es un ramillete de ideas que no es fácil ligar y de
contemplar en conjunto. ¿Podríamos proceder por partes?... Ante todo ¿Cómo
concibe Vd. la sociedad y su actuación?

Vy. La sociedad es para mí el conjunto de relaciones entre las personas. Partimos
de aquí. Frente a estas relaciones, que son formas externas de comportamiento,
están las mentes de las personas que se relacionan entre sí. Tenemos pues dos
clases de actores en juego: relaciones entre personas (la sociedad) y mentes (el
mundo psíquico). Las funciones psíquicas superiores no están asentadas
primordialmente en cada mente ni crecen allí de manera autóctona a partir de las
elementales. Mi tesis es que las funciones psíquicas originalmente existen en el
juego de las relaciones entre las personas; o sea, primero son externas. Son
sociales. Luego pasan a ser íntimamente personales.

I. Hasta aquí le sigo aunque ya me vienen a la mente algunas objeciones. Pero
prosiga Vd. que ya habrá tiempo para mis reparos.

Vy. El problema está en justificar cómo lo que es primero social se va
transfiriendo al interior. En el caso de las criaturas: cómo lo que para ellas es
externo en un comienzo, se va aposentando en su mente. Déjeme ponerle un
ejemplo que ocurre con las palabras: cuando la madre nombra algo señalándolo,
su palabra circula externamente y el niño entiende a su manera que la madre está
designando ese objeto. Este es un fenómeno externo: el significado que existe en
la mente de la madre se exterioriza y va hacia el niño. Desde el momento que
éste capta (en un primer momento, confusamente) que hay un mensaje con
sentido, él se abre a ese sentido, entiende la acción social de la madre: ‘mamá
está nombrando’. Interioriza no sólo que la palabra nombra ese objeto sino
también interioriza el hecho de nombrar. Obviamente esto no es un milagro
repentino: es un proceso que toma su tiempo.

I. ¡Muy interesante! Pero nosotros decimos en mi país que ‘una golondrina no
hace verano’… Un ejemplo bien bonito no justifica una tesis de tanta
envergadura… Porque Vd. me dice que las funciones psíquicas superiores
provienen todas ellas de las relaciones entre las personas…

Vy. Volveremos sobre esto enseguida. Antes le propongo otro caso. Janet dice
que en los tiempos ancestrales la palabra era sobre todo una orden de mando.
Ello presupone una división de funciones: un alguien ordena, otro alguien
ejecuta la orden. Es bien posible que las funciones directiva y ejecutora, al
principio disociadas, se fundieran gracias al trabajo: la orden de ejecutar y la
ejecución se ubican en el trabajador. Es decir, hubo el paso de una orden que
regula desde afuera el comportamiento a una orden autorreguladora. Podemos
poner aquí el origen de la función volitiva y de la atención voluntaria.

Hago algún gesto de perplejidad y Vygotskii me mira benévolamente. Pero
prosigue su discurso sin pausa apenas.

Vy. Le propongo más casos y esta vez no son de mi cosecha. Piaget nos presenta
a unos niños discutiendo en grupo. Y deduce que aquello que ha sido objeto de
intercambio pasa luego a constituirse en pensamiento personal. Es decir, que
frente a la idea de que el niño es capaz, por sí solo, de razonar y argumentar,
Piaget viene a decir que la fuente de los razonamientos está en el choque de
opiniones cruzadas en el grupo. Conclusión general que yo extraigo: las
funciones en el ambiente colectivo se estructuran en forma de relaciones entre
los niños pasando luego a ser funciones psíquicas de la personalidad.

I. Va Vd. convenciéndome poco a poco… Como propuesta me parece
sumamente seductora. Yo la abrazaría por gusto pero no hay demostración
propiamente dicha. Me temo que Vd. está convirtiendo un relato plausible en
una tesis firme…

Vy. No le niego que hay que investigar a fondo la elaboración de este proceso
aquí apenas esbozado. Pero no puedo por menos de avanzarle (quizás
atrevidamente) mi tesis general. Es la que yo llamo ley genética del desarrollo
cultural: toda función en el desarrollo cultural del niño aparece en escena dos
veces, en dos planos; primero en el plano social y después en el psicológico; al
principio entre las personas, como categoría interpsíquica y luego en el interior
del niño como categoría intrapsíquica. Esta ley es aplicable por igual a la
atención voluntaria, a la memoria lógica, a la formación de conceptos y al
desarrollo de la voluntad.

I. Me convence más como ley de un desarrollo cultural, en general, que como
ley del desarrollo de procesos psíquicos superiores concretos como los que Vd.
acaba de enumerar. Porque es indudable que el niño entra en la cultura, es decir,
normas, costumbres, valores, etcétera., gracias al contacto con las personas
mayores. Estas ‘piezas’ de la panoplia de la cultura son externas, el niño las
acepta, las hace suyas y queda moldeado por ellas…

Vy. Pues si Vd. acepta que esto es válido para los elementos constitutivos de la
cultura no veo, francamente, como puede no ser válido para los procesos
psíquicos superiores tomados uno a uno. A la postre, todo acaba asentándose en
la mente… Es ella la que tiene la capacidad de asimilar lo externo aunque,
dentro de esta categoría, metamos procesos al parecer dispares. De todos modos
lo que no debemos pasar por alto en medio de estas discrepancias es el carácter
social, en su origen, de todo aquello que es formación de la mente. Hay una tesis
de Marx que, forzándola un poco, se ajusta muy bien a todo lo que voy diciendo.
Para Marx la naturaleza psíquica del hombre viene a ser un conjunto de
relaciones sociales trasladadas al interior y convertidas en funciones de la
personalidad. No es exactamente el significado de la tesis de Marx pero
podemos aceptarla como la expresión más completa de todo el resultado de la
historia del desarrollo cultural.

I. Yo diría que para Vd. los términos desarrollo cultural y desarrollo social son
equivalentes, intercambiables…

Vy. En efecto. Quien dice social, dice cultural porque ambas, cultura y sociedad,
son dos caras de la misma moneda.

I. Si pero la cultura en cierta manera descansa en el colectivo social mientras que
las relaciones entre personas son mucho más singularizadas, más dependientes
del carácter, inclinaciones e incluso la historia psicológica de los individuos.

Vy. Aquí también hay cuestiones que aclarar. La primera es por quién comenzar:
¿por el individuo o por el colectivo, la sociedad? Mc Dougall, LeBon, Freud
conciben la mentalidad social como algo secundario, un producto de la
psicología individual. Presupone la existencia previa de mentalidades
individuales peculiares y luego, por una mezcla, surge la mentalidad colectiva.
Esta psicología social no marxista entiende lo social de forma burdamente
empírica. Para ella la sociedad es algo secundario. Esta psicología no admite que
el pensamiento más personal, la mentalidad del individuo aislado es social y está
condicionada socialmente hasta tal punto que se puede tomar al individuo (su
psicología) como representativo de la psicología de la sociedad.

I. Su razonamiento, llevado a sus últimas consecuencias, admitiría que no existe
la psicología, propiamente dicha, del individuo sino que todos los miembros de
una sociedad son psicológicamente equiparables… ¿No está esto en
contradicción con el sentido común y la experiencia de vida?

Vg. Que las personas piensan diferentemente, que tienen inclinaciones y
actitudes distintas es un dato real. Pero yo me refiero a algo más profundo. Me
refiero a los mecanismos, a los procesos íntimos que dan lugar a esos
pensamientos concretos y a las inclinaciones y actitudes. Ahí es donde los
individuos son moldeados por la sociedad. Piense lo que ocurre con los géneros
literarios: son productos sociales y los poetas, ya sean bardos populares o
refinados literatos, se ajustan de manera uniforme a sus exigencias. Una bilina
rusa que brota de los labios de un pescador de Arcángel y un poema de Pushkin
elaborado cuidadosamente no son productos diferentes.

I. ¡Huy! Esta vía me parece peligrosa… Primero porque corremos el riesgo de
negar la creatividad del artista singular (Pushkin, por ejemplo). Segundo, porque
ciertamente hay una uniformidad básica en las formas poéticas (por eso son
‘formás’) pero se da una singularidad en la elección del tema, del vocabulario,
de las imágenes, etcétera. que es lo que hace la diferencia de una bilina a otra…
En definitiva, podemos quedar de acuerdo en una posición de compromiso que
sería reconocer que hay mucho de común entre las personas de una sociedad y
hay asimismo bastante de singular en cada una.

Vy. No estaría en desacuerdo con este compromiso pero creo que debemos poner
énfasis en la mentalidad colectiva, educarla, para que las mentalidades de los
individuos en cierta manera se plieguen, dejen de ser anárquicamente dispersas y
procedamos a una empresa ciudadana común y coordinada. Al menos esto es lo
que la Revolución rusa pretende. Vd. no ha vivido en este país en los últimos
años… No puede imaginar lo que fue la Guerra Civil y la cantidad de
‘repúblicas’ territoriales que nacieron, con qué disparatada ‘originalidad’
abordaron la vida… Es necesario un cierto orden social, un encuadramiento de la
gente para que sea sensatamente cívica y productiva. De ahí que se promueva un
movimiento colectivista que influya en las personas a partir del grupo.

I. ¿Se refiere Vd., Lev Seminovich, a los movimientos comunales, por ejemplo
en el dominio de la vivienda o de algunos intentos de empresas regidas por
colectivos?

Vy. Algo de eso tengo en la cabeza. Hemos tenido en Rusia, después de la
Revolución, un auge del movimiento comunitario que, como Vd. sabe echa sus
raíces más hondas en las tradiciones rusas de las comunas campesinas. Han
renacido comunidades en la ciudad y en el campo. En ellas se comparte la vida,
el trabajo y en algunas la familia y la crianza de los hijos. Particularmente este
movimiento ha sido intenso entre los estudiantes que fundaron y ocupan cientos
de pisos viviendo en comunidad. Sus estudios no sufren por eso de ninguna
rémora y la vida común, a estar sus faenas repartidas, les facilita la existencia
cotidiana.

I. Pero tengo entendido que estos experimentos’ (llamémoslos así…) están hoy
de capa caída y hay una nueva corriente de colectivización que se aplica a los
campesinos la cual, al ser más bien forzada, puede que no consiga esos efectos
educativos que Vd. propugna.

Vy. No me refiero a estas últimas corrientes con respecto a las cuales no voy a
opinar. Como psicólogo y educador prefiero insistir en nuestra obligación de
inculcar el instinto social. Aunque la familia y la escuela ponen ciertamente
algunos fundamentos, nuestra época exige la grandiosa tarea de educar a un
ciudadano del mundo en relación con los vínculos mundiales que se acrecientan
día a día. Las relaciones sociales en la época prerrevolucionaria se agotaban en
un pequeño conjunto de relaciones estereotipadas y las reglas de cortesía
habitual abarcaban todo el curso de la conducta social del hombre. Las
relaciones sociales en nuestra época se tornan grandiosas, no sólo por su
envergadura sino también por su grado de diferenciación y complejidad. Por
tanto, hay que preparar a nuestros hijos ampliando el medio social. Debemos
romper los muros del hogar, los muros de la escuela hasta llegar a movimientos
infantiles que abarquen todo el país o hasta lograr un movimiento mundial como
el de los Pioneros o el de la Juventud Comunista (Konsomol). En estos
movimientos, y sólo en éstos, el niño puede aprender a reaccionar a los
estímulos más distantes, a coordinar y vincular su conducta con la de las grandes
masas humanas, con el movimiento obrero internacional.

I. Veo, Lev Seminovich, que Vd. está en línea con una política social de
formación de las personas en función de las exigencias sociales del momento.

Vy. Quizás sea ésta la última consecuencia política de lo que hemos estado
discutiendo, pero si cerramos el círculo no solamente hay que hablar de
finalidades sino también de principios originales. Y los principios que se pueden
establecer partiendo de la psicología tienen gran importancia. Uno de ellos, la
preeminencia de lo social en la arquitectura de la psique, es para mi capital.
Como Vd. ve, lo defiendo con calor y convicción.


















Conversación 5 ↑


Volví a encontrarme con Vygotskii pocos días después de nuestra anterior
conversación. Tenía alguna impaciencia por aclarar bastantes ideas que habían
salido en la conversación acerca de la influencia de la sociedad (determinante,
dentro de su teoría) en la formación de los procesos psicológicos superiores. Por
un lado él me había ponderado los avances de la psique en la historia de la
humanidad. Me había hablado al respecto de un ‘proceso de desarrollo histórico’
y me había prevenido que esta expresión tenía un toque marxista el cual no
acababa yo de asimilar. Había yo leído y releído el capítulo que en Estudios
sobre la historia del comportamiento dedica al hombre primitivo y a sus
capacidades psicológicas. Luego comprobé que había informaciones
suplementarias en el manuscrito que me había confiado cuando trata el tema de
las funciones psicológicas rudimentarias. Por si fuera poco, por debajo de todo
este abanico de ideas estaba agazapada la del progreso psicológico necesario de
la mente humana. Me costaba trabajo hilar estas ideas en un tejido coherente.
Así pues, con algunas notas en mis manos, me dispuse a plantear a Vygotskii mis
dudas y objeciones.

I. Lev Semionovich, me tiene Vd. cautivado con las ideas que propone en sus
escritos acerca del desarrollo psicológico y que ha tenido a bien comentarme en
estos ratos de conversación. Y precisamente por esto, una vez que tengo en la
mente el cuadro general, quisiera venir a los detalles.

Vy. Pregunte Vd. sin reparos. Le agradezco el interés que demuestra y creo,
además, que sus preguntas me ayudarán a mí mismo a precisar lo que aún está
borroso tanto en su mente como en la mía.

I. Vayamos pues al tema. Yo diría que su tesis es que se ha producido un
desarrollo del comportamiento y, en particular, de los procesos psíquicos
superiores en la humanidad… ¡No pongo ninguna objeción a esta propuesta! Me
parece que existe un consenso en reconocer que entre la mente del hombre del
paleolítico y la del hombre actual hay un gran salto. Pero es una tesis ‘de sentido
común’. Y no veo de qué manera Vd. la fundamenta científicamente.

Vy. Volvamos a algunas de las ideas que ya hemos barajado. La primera es que
la humanidad tiene unos orígenes y un desarrollo biológicos. Constituyen el
proceso de la evolución. Como ya le comenté, es un proceso que se reproduce
(¡no se recapitula!) en cada niño que viene a este mundo. Paralelamente, la
filosofía (sobre todo la occidental) se ha cuestionado frecuentemente sobre los
orígenes de la psique y del pensamiento y sus respuestas, a partir por ejemplo de
Descartes y más tarde de los seguidores de Hegel, han sido variadas pero, a mi
entender, erróneas. Ya hablamos algo de esto y no voy a incidir de nuevo. Lo que
yo defiendo es una tercera vía del desarrollo psicológico a la cual no se ha dado
hasta ahora ninguna importancia: la vía histórico-social. Insisto: el
comportamiento del hombre moderno, poseedor de cultura, no sólo es producto
de la evolución biológica sino que ha seguido un proceso un desarrollo histórico.
Los cambios no sólo se han dado en las relaciones del hombre con la naturaleza
y de los hombres entre sí sino que la mente del hombre se ha transformado.
Estos cambios constituyen el proceso de la historia. Así ha surgido el tipo
psicológico del hombre moderno europeo o americano. Comprender las
características de este tipo nos obliga a situarnos en el punto de vista genético:
de dónde viene, cómo se ha originado. A esto llamo yo el desarrollo histórico.

I. De acuerdo con el planteamiento. ¿Podría Vd. entonces apuntalar la propuesta
del desarrollo histórico de manera plausible?

Vy. Creo que tenemos datos que nos permiten asegurar que ha habido desarrollo
histórico, que existe una línea que corresponde a todo el camino histórico de la
humanidad. Basta que estudiemos los hombres primitivos, semisalvajes, y los
comparemos con el hombre de la cultura contemporánea.

I. Intuyo por dónde quiere Vd. conducirme. Tengo bien presentes las ideas que
Vd. presenta acerca del hombre primitivo en su libro Estudios sobre historia del
comportamiento, ideas que Vd. extrae de los antropólogos, particularmente
Thurnwald y Levy Bruhl.

Vy. En efecto. ¿Y qué dicen estos antropólogos? Lo primero que pregonan es
que, ‘biológicamente’, no existen diferencias entre los primitivos y los actuales.
Aceptan, en cambio, que entre unos y otros ‘existen diferencias en el modo de
pensar’. Y en este punto es donde yo quiero hacer hincapié. Mi punto de vista es
que las diferencias entre nosotros y los pueblos que nos preceden han de
atribuirse a distintos niveles de la cultura. Algunos investigadores de culturas
primitivas sostienen que la cultura no está integrada por hechos y fenómenos
materiales sino por las fuerzas que provocan esos fenómenos, a saber, las
facultades espirituales, las funciones de la conciencia que se van perfeccionando.
Explican así el desarrollo psicológico sin que se modifique el tipo biológico
gracias al espíritu del hombre que se desarrolla por sí mismo. Esta propuesta es
inaceptable. Otros, como Tylor y Spencer, con base en la teoría asociacionista,
dicen que las funciones psíquicas permanecen inmutables en el proceso de
desarrollo histórico de la humanidad, que sólo se modifican el contenido y la
experiencia psíquicas y a ésta última hay que atribuir las innegables diferencias
entre unos hombres y otros. En definitiva, estas teorías niegan el desarrollo
psíquico propiamente dicho.

I. Y ¿cuál es entonces la postura de Levy Bruhl y Thurnwald?

Vy. Levy Bruhl sostiene que, con base en la ley de asociación de ideas, resulta
imposible explicar cómo surgen las ideas colectivas que impregnan las
sociedades, ideas que se van trasmitiendo de una generación a la siguiente. Por
ejemplo, las creencias religiosas. Así que Levy Bruhl piensa (y creo que acierta)
que las ideas colectivas no provienen de la suma de las individuales sino al
contrario es la psicología de los individuos la que se explica por la de la
colectividad.

I. Levy Bruhl está muy influenciado por Durkheim y su noción de
representaciones colectivas.

Vy. No he leído a Durkheim y su observación me da una pista interesante. Pero,
volviendo a Levy Bruhl, él constata, como también lo habían hecho Spencer y
Tylor, que el pensamiento humano presenta una enorme diversidad. Hay,
ciertamente, características universales en cada sociedad: lenguaje, tradiciones,
instituciones. Pero al mismo tiempo, las sociedades humanas, como los
organismos, presentan estructuras profundamente distintas y consecuentemente
diferencias en sus funciones psicológicas superiores. No vale la idea de reducir
desde su inicio todas las operaciones psicológicas a una ley singular ni explicar
las ideas colectivas por un mecanismo lógico y psicológico que no varía en el
tiempo. Es la sociedad, sus maneras de afrontar la existencia, lo que explica los
cambios que ha sufrido la mente del hombre en la historia. Por eso, Levy Bruhl
concluye que las funciones psicológicas superiores del hombre primitivo difieren
profundamente de las del hombre con cultura moderna. En otras palabras, ha
habido un cambio drástico en los procesos de pensamiento y conducta humanos.

I. Lev Semionovich, le veo a Vd. muy seducido por las ideas de Levy Bruhl. Si
me permite una objeción… Para explicar la diversidad del pensamiento entre los
hombres a lo largo del tiempo, Tylor y Spencer proponen que hay acumulación
de experiencias… ¿Difiere mucho esto de la que Vd. propone, es decir, que al
haber ‘estructuras sociales diferentes’ hay también procesos psicológicos
diferentes en los individuos?

Vy. Mi tesis sigue siendo que son las estructuras sociales las que determinan el
pensamiento y la experiencia. La postura de Tylor y Spencer es justamente la
contraria: al acrecentarse la experiencia de los individuos se hace más compleja
la vida social y emergen nuevas estructuras.

Hago unos dubitativos vaivenes de cabeza… Me parece que en el razonamiento
de Vygotskii hay demasiado parti pris a favor de la sociedad… Renuncio a
insistir en el tema.

I. Volviendo a la propuesta del desarrollo histórico de la psique humana, hay dos
aspectos que suscitan mi curiosidad: el primero es qué datos apoyan
científicamente este desarrollo. Porque una cosa es que estemos de acuerdo que
entre el hombre de las cavernas y el hombre actual media un gran paso adelante
y otra que detallemos en qué ha consistido. El segundo es que Vd., de acuerdo
con los antropólogos, apunta a la diversidad de pensamiento dentro de la
humanidad y esto, por implicación, lleva a que, en el día de hoy, existen mentes
humanas con pensamiento avanzado y mentes humanas de pensamiento menos
avanzado… O sea, se trataría de dos tipos de avance: el histórico, que atañe al
conjunto de la humanidad, y el que aparece al comparar los salvajes actuales con
los hombres cultos.

Vy. Creo que en el fondo lo que llamamos proceso histórico, por un lado, y
visión comparada, por otro, no difieren sustancialmente. La hipótesis de que ha
habido un proceso de desarrollo psicológico a lo largo del tiempo está
confirmada por los estudios antropológicos. Levy Bruhl caracteriza el
pensamiento primitivo de prelógico. También lo llama místico. Thurnwald por
su parte discrepa y dice que el primitivo tiene su lógica. Su pensamiento es tan
causal como el nuestro. Lo que ocurre es que sus premisas son muchas veces
‘sobrenaturales’. Por ejemplo, la causa de una enfermedad es haber enojado a un
espíritu… El primitivo vive en un mundo poblado de seres a los que atribuye
intervención en su mundo de vida. Pero esta manera de ver las cosas es propia de
una cultura diferente que podemos tildar de retrasada. El hombre primitivo sufre
un retraso cultural y ello redunda en el retraso de sus funciones psicológicas.
Como conclusión diremos que las diferencias entre el hombre primitivo y el
hombre de cultura no son drásticas y dependen de cómo se han ido desarrollando
sus prácticas (o qué carencias hay en ese desarrollo). En las mentes primitivas la
influencia de la cultura actúa en proporción inversa a la de la biología: cuanto
menos incide aquélla en el ejercicio de una capacidad, más interviene ésta…Por
eso el retraso en las funciones psicológicas remite, tarde o temprano, al
subdesarrollo cultural.

I. ¡Ya! Y ¿Cuáles son los aspectos de ese retraso psicológico que se manifiestan
en las mentes primitivas?

Vy. La idea que yo he esbozado es que las mentes de los hombres primitivos
(que aún hoy existen en lugares alejados de la cultura moderna) permanecen en
una estación intermedia entre los antepasados del paleolítico y el hombre
moderno. Poseen las mismas funciones psicológicas que nosotros pero en un
estado rudimentario. Atribuyo a estas funciones gran importancia por ser
vestigios del funcionamiento de las mentes ancestrales; su existencia prueba que
ha habido un desarrollo psicológico hacia estadios más avanzados; son como
restos arqueológicos que desenterramos, testigos vivos de épocas remotas,
importantísimos síntomas históricos. Nos dan idea de otros mundos de la mente.

I. Me siento contagiado por su entusiasmo de arqueólogo que ha descubierto un
‘eslabón perdido’…

Vy. Es que son eso: eslabones perdidos o, mejor dicho, recuperados…

I. En los escritos que me ha pasado, Vd. hace referencia a algunas capacidades
psicológicas: la memoria, el pensamiento en relación al lenguaje, y las
operaciones de conteo numérico. El análisis que Vd. hace de las mismas es un
alarde extraordinario de conocimientos antropológicos que sostienen su tesis del
progreso de la mente desde los primitivos hasta nuestros días.

Vy. Fue un trabajo muy arduo consultar tantos datos que nos han dado los
antropólogos pero creo que ha valido la pena.

I. Vd., como esos antropólogos que cita, está fascinado por la potencia de la
memoria primitiva…

Vy. Es que hay motivo para estarlo. Recuerdan las cosas con una precisión
increíble. Su memoria de los paisajes y vericuetos de la selva es de una exactitud
prodigiosa, retienen palabra por palabra los mensajes que han de trasmitir.
Parece como si su mente fotografiara aquello que tienen que recordar. Es un tipo
de memoria que hoy día se conoce como eidética, la cual muchos psicólogos
piensan que es un tipo de memoria reliquia de edades primitivas de la
humanidad. También es preponderante en los niños. A medida que el hombre
primitivo entra en la cultura, su memoria eidética se va apagando; otro tanto
ocurre con los niños al desarrollarse culturalmente.

I. Y si la memoria eidética, que es la más ancestral, se apaga, ¿Se queda el
hombre primitivo desmemoriado?...

Vy. (Sonriendo). ¡No! La memoria del hombre primitivo es una fuerza elemental,
natural. Es un instrumento que no controla. Evoca en él fantasías irreales e
imágenes distorsionadas. Está repleta de espíritus e imaginaciones subjetivas que
impiden una aprehensión objetiva del mundo... Es necesario introducir un modo
de control en ese tipo de memoria, cambiándola. Y así, en un momento de la
historia, el hombre acometió la empresa de dominarla.

I. ¿Cómo sucedió eso?

Vy. El hombre primitivo tiene una gran habilidad para descubrir sendas mediante
señales que le recuerdan lugares, encrucijadas, panoramas… A partir de un
cierto nivel de desarrollo psicológico, llegó a crear él señales artificiales que le
sirven para recordar. Estos medios artificiales que crea el ingenio del hombre son
los signos. Un ejemplo que me parece muy claro es el de los nudos que
utilizaban los pueblos del Perú –los llamados quipus. Les servían para contar sus
hombres cuando salían a guerrear, también sus cabezas de ganado; podían con
ellos enviar mensaje a lugares lejanos; mediante ellos en las tumbas funerarias
dejaban memoria de los hechos de sus muertos…

I. Eran, por decirlo así, una especie de escritura…

Vy. Los signos son instrumentos artificiales para memorizar. La escritura es uno
de estos medios auxiliares mediante los cuales el hombre impone un control a su
memoria. No merece la pena extendernos en la historia de la escritura. Le diré
tan solo para resumir que, hay un desarrollo histórico de la memoria: primero es
la memoria natural, eidética; luego viene el paso del eidetismo al uso externo de
un sistema de signos y ya, sin interrupción, se abre la fase de la mnemotecnia, o
sea, artificios para rememorar. Todo culmina en la escritura. El punto crucial es
el recurso a los signos: al producirse queda abierto el curso del desarrollo
cultural de la memoria humana.

I. Presiento que el tema de los signos es para Vd., Lev Semionovich,
importantísimo.

Vy. Lo es más de lo que Vd. imagina. Puede que le dediquemos algún rato de
conversación…

I. No me lo anuncie Vd. con esa vaguedad… Es necesario que le dediquemos un
espacio. Pero ahora, para terminar, dígame Vd. brevemente como ve Vd. que ha
evolucionado el arte del contar, de sus formas más burdas a las más abstractas,
ya que es sin duda una de las grandes conquistas de la cultura.

Vy. El estudio de las operaciones numéricas del hombre primitivo nos depara el
ejemplo más explícito del desarrollo del pensamiento y cómo éste depende de
los signos externos. Muchos primitivos carecen de números para contar más allá
de 2, 3. No obstante sería erróneo inferir de esto que no son capaces de contar
más de 3. El hombre primitivo tiene una ‘aritmética natural’ que se basa en la
percepción concreta, en la comparación. El número es una apreciación global (de
las cabezas de un rebaño, de las personas que están reunidas…) y les permite
darse cuenta si alguno falta. Un conjunto de 10 manzanas aparece, en una
impresión inmediata, distinto de otro de 12. La diferencia es percibida sin
necesidad de contar las manzanas. Lo mismo sucede cuando van a cazar: echan
una mirada a su jauría y si falta algún perro lo notan.

I. Ya. Pero, obviamente, esta manera de proceder es muy rudimentaria e
ineficiente si el conjunto que es muy grande...

Vy. Por eso el hombre primitivo se ve forzado a mejorar su aritmética ‘natural’.
Lo hace recurriendo a los signos. Cierto, este uso de los signos conserva un
carácter visual-concreto. Una manera sencilla de enumerar es asociar los objetos
con las partes del cuerpo, es decir, efectuar una correlación entre los elementos
de dos grupos, uno de ellos son los cinco dedos. Si no le bastan los dedos de las
manos recurre a los de los pies y luego a otras partes del cuerpo... Este es un
paso importante hacia la abstracción; se inicia una transición hacia otra forma de
enumerar. Pero hasta este momento no hay numerales, en sentido estricto. Más
adelante vendrá el sistema abstracto de los signos de numeración.

I. Su descripción, tanto de los avances de la memoria como de la operación de
contar, es convincente. Siento que se ajusta muy bien a sus propósitos de mostrar
que la cultura es la gran promotora del avance de las capacidades mentales. En
concreto, me parece muy sugerente —y crucial— el papel que Vd. otorga a los
signos. (Hago una pausa). Hoy no se me ocurren mayores objeciones. Ya
vendrán… y espero poder solventarlas aquí.

Vy. La discusión es siempre bienvenida… Para terminar, permítame poner el
broche de oro. Lo que yo he querido trasmitirle, y que es lo más importante, es
que el desarrollo de las capacidades de la mente, su perfeccionamiento, viene
gracias al signo. Este es externo y social. Lo es porque, aunque fuera inventado
por un individuo singular, su uso rápidamente se propaga a la sociedad.
Llegamos, en definitiva, a que los avances de la mente están determinados por la
vida social del grupo al que pertenece el individuo.




Conversación 6 ↑


Transcurrieron varios días antes de que volviese a visitar a Lev Semionovich
Vygotskii. A ratos perdidos entre mis nuevas ocupaciones, fui recapacitando
acerca de sus ideas del desarrollo histórico-cultural. Aunque su enfoque era
sumamente atractivo y novedoso, persistía en mi la impresión de que, por estar
su autor fuertemente influenciado por el pensamiento marxista soviético (lo cual
no es, en si, rechazable), algunas de las piezas de su teoría estaban ajustadas un
tanto forzosamente. No acababa yo de ver cómo una entidad tan genérica como
la cultura fuera el motor del progreso de la mente a través del tiempo. Ni
tampoco me convencía la intervención de la historia (si se quiere con H
mayúscula) como agente de la transformación. Tomé algunas notas y cuando creí
tener mi batería de objeciones a punto escribí a Vygotskii para reunirme con él.

I. Lev Semionovich, antes de convertirme en un admirador incondicional de sus
ideas, necesito que Vd. me brinde algunas aclaraciones imprescindibles acerca
de su teoría del desarrollo de la mente humana, la cual —vuelvo a repetírselo—
me parece sugerente pero adolece de ciertos ‘vacíos’ que, o se rellenan, o sus
componentes se quedan ‘colgando del aire’…

Vy. Convengo con Vd. que hay puntos de la teoría que son frágiles aunque me
resisto a aceptar que no puedan resolverse y todo se derrumbe
estrepitosamente… Tengo fe que mi propuesta se sostiene. Hay, con todo, que
salir al paso de lo que Vd. llama sus ‘vacíos’ que me gustaría colmar.

I. Vd. a ratos dice que es la cultura la que promueve el desarrollo de la mente; a
ratos presta este papel a la sociedad… ¿Cultura y sociedad son la misma cosa
para Vd.?

Vy. Si mal no recuerdo, ya le contesté a esta pregunta. Todo lo cultural es social.
Creo que esta proposición es indiscutible. Y, hasta cierto punto, la recíproca es
cierta también: todo lo que es social tiene una dimensión cultural. Cultura y
sociedad (o vida social) son dos conceptos que han nacido diferentes pero que
tienen un mismo ámbito de referencia. De todos modos, puestos a precisar,
preferiría utilizar el concepto de cultura cuando nos referimos a la evolución que
ha experimentado la mente humana.

I. Otorgar a la cultura el papel que Vd. le asigna exigiría algo más que invocarla
en toda su generalidad. Porque cultura son las artes, la literatura, el derecho, las
instituciones; cultura son las normas, las costumbres, la comida; cultura es la
religión, la ciencia, los progresos tecnológicos, etcétera. En la cultura entran
tantos componentes que uno se desconcierta a la hora de determinar cuáles han
impulsado los avances de la mente. ¿O es que están todos ellos implicados?

Vy. Efectivamente hay muchas cosas que tomar en consideración y quizás yo no
he sido suficientemente explícito en mis consideraciones sobre el tema.
Podríamos comenzar por establecer una distinción entre los aspectos figurativos
de la cultura, que son los artísticos y emocionales, frente a los prácticos que
atañen a la vida cotidiana y al funcionamiento de la sociedad. Es una distinción
que remite a la oposición establecida por Marx entre el mundo como objeto de
contemplación y como campo de la acción transformadora. Yo quiero hacer
hincapié en aquellas manifestaciones de la cultura ligadas esta última, es decir, al
trabajo y todo lo que lo acompaña: la tecnología y las herramientas. Lejos de mi
sostener que la cultura que se expresa en el mundo de la creación artística no ha
contribuido para nada en la evolución de la mente pero este aspecto queda fuera
de mis intereses. Me inspira el pensamiento marxista que hace del trabajo y las
herramientas la clave del progreso del hombre desde el comienzo de los tiempos.
Yo parto de que la técnica que ha transformado la naturaleza, ha transformado al
hombre. Ampliar el dominio sobre la naturaleza exige la mejora de los procesos
de la mente. Este proceso de dominio de la naturaleza es lo que instituye la
cultura. En fin de cuentas, lo que Engels propuso es una ‘teoría de la cultura
basada en el trabajo’. La transformación de la naturaleza —la metalurgia, la
minería, la agricultura, etcétera— constituye su faceta material, la visible. Pero
existe otra faceta invisible: la actividad inteligente que anima el trabajo y lo
facilita. El trabajo como dominio progresivo de la naturaleza conlleva el avance
de la mente humana.

I. ¡Ya!. Pero Vd. concretamente cifra el avance de la mente humana en el salto
de los procesos psicológicos elementales a los superiores. Y no veo claro qué
papel juega el trabajo, la tecnología en este proceso.

Vy. Al hacer una descripción general de los avances de la humanidad, podemos
señalar jalones transcendentales: el arado, los metales, la rueda, el molino y así
sucesivamente hasta llegar a nuestros días con la máquina de vapor y la
electricidad. Todo es técnica que favorece la acción práctica sobre el mundo
inerte. Hay también otras técnicas que tienen su aplicación más directa al mundo
de la mente. Son los instrumentos básicos del ‘espíritu’. Concretamente, me
refiero a la lectura, la escritura, el cálculo elemental aritmético, el dibujo. El
desarrollo cultural se produce gracias al dominio de estos instrumentos externos
de la conducta cultural y del pensamiento. En mi país, Rusia, existe un gran
retraso cultural y los planes para que esas personas avancen psicológicamente es
que aprendan a leer, a escribir, a contar de otra manera que con los dedos…

I. Aquí, me parece, Vd. se hace eco de uno de los grandes ‘motivos’ del
socialismo en Rusia que ya estaba presente en la mente de Lenin. Me refiero a su
idea de que, lejos de rechazar y destruir toda la cultura burguesa, lo que había
que hacer es que la masa del proletariado tuviese acceso a ella. Para superar el
secular atraso del pueblo ruso y, al mismo tiempo, lograr una cultura socialista
había que elevar el nivel de instrucción y educación nacionales.

Vy. Yo estoy de acuerdo totalmente con esta postura. No me adhiero a las
repulsas de la cultura de los tiempos pasados que han sido la gran proclama de
muchos personajes rusos actuales, como Meyerhold y los futuristas con
Mayakovsky a la cabeza… que pretendían crear una nueva cultura partiendo de
‘cero’ como quien echa semillas nuevas en un campo luego de haber extirpado
todas las ‘malas’ hierbas… Esto es impensable.

I. En eso Vd., como literato y autor de un ensayo sobre Hamlet (una de las obras
inmortales de la cultura occidental), es coherente. Pero dígame, volviendo a los
‘instrumentos’ culturales, ¿no está Vd. jugando con la palabra al dar un brinco de
los instrumentos materiales a estos otros espirituales?

Vy. Sí y no. Instrumento significa ‘algo que sirve para algo’. El instrumento es
un mediador. La lectura, escritura, cálculo son los grandes medios que ofrece la
cultura para el avance de la mente.

I. De todas maneras, y pese a que su postura me parece muy plausible, Vd.
reduce toda la cultura, incluso la cultura instrumental, a una de sus facetas. Hay
muchos aspectos de esa cultura que Vd. antes ha calificado de ‘contemplativa’
que también son instructivos. O por lo menos así lo han juzgado muchos artistas
rusos recién instaurada la Revolución. Me estoy refiriendo al Proletkult a las
realizaciones de agitprop y otras muchas manifestaciones artístico-culturales que
se han sucedido en la década pasada y que tenían por fin bien explícito educar al
público ruso.

Vy. Ya le he manifestado a Vd. antes que no puedo valorar lo que aportan esas
manifestaciones de la cultura a lo que estamos aquí tratando: el progreso de las
mentes. La reflexión que yo he hecho pertenece a otro ámbito: el de la
psicología. Quizás la formulación que yo he hecho del asunto habría de ser
menos ambiciosa por cuanto mi propuesta habla de la influencia de la cultura en
general. Tenga Vd. también en cuenta que si yo me reafirmo en que el desarrollo
de la mente tiene unas raíces sociales y culturales lo hago, aparte de mis
convicciones socialistas, para oponerme a las teorías de índole biológica o de
reminiscencia hegeliana. Quizás por eso hago un uso del concepto de cultura tan
genérico como los contrapuestos de biología o ‘espíritu’… Por otra parte,
además de psicólogo estoy muy dedicado a la educación (Vd. sabe que uno de
mis campos de trabajo son los niños subnormales) y es, dentro de este dominio,
que me parecen decisivos, dentro de una visión de lo que es la cultura como
propulsora de la mente, el papel de la lectura, la escritura y el cálculo.

I. Es bien sabido que en la Rusia de la Revolución hay, por parte de las élites (la
intelligentsia), una enorme preocupación —casi una obsesión— por la educación
del pueblo. Cierto que no es algo improvisado pues tiene sus antecedentes ya en
el siglo XIX. (¿Recuerda Vd. el movimiento ‘Hacia el pueblo’ de los años
1870?...). Y bien, los intelectuales rusos de la Revolución de Octubre se me
antojan muy parecidos a los misioneros españoles del Nuevo Mundo descubierto
por Colón. Estos querían convertir a los indígenas al cristianismo; Vd.s están
empeñados en crear un ‘hombre nuevo soviético’. Nuestros misioneros iban con
el Evangelio bajo el brazo y enarbolando la cruz como insignia; Vds. llevan a
Marx y Lenin y la bandera roja… El mensaje y los símbolos son muy dispares
pero el ‘escenario’ es idéntico. Evangelizar o ‘bolchevizar‘ son formas sutiles de
exhibir superioridad moral. En Rusia, actualmente, el uso del término ‘cultura’
casi inevitablemente implica los ‘nuevos valores’ que proclama la Revolución.
Vds., la intelligentsia, son sus heraldos. Me parece que el reclamo que Vd. hace
de la cultura —por ejemplo cuando habla de los pueblos primitivos— como
vehículo para pasar de unos estados de la mente inferiores a otros superiores está
impregnado de una filosofía de los valores. Vd. atribuye a la ‘aculturación’ un
valor, porque transformar la mente en la dirección que Vd. propone conlleva un
valor. Y el hecho de que para Vd. cultura se identifique con educación me lo
confirma.

Vy. No rechazo absolutamente su análisis pero quiero defender mi postura. No
me preocupan excesivamente los valores que trae consigo el nuevo régimen
soviético. Comparto muchos de ellos (al menos su enunciado abstracto) pero esa
equivalencia restrictiva que planteo entre cultura y aprendizajes de lectura,
escritura, conteo es de una importancia vital para un pueblo como el ruso que
está secularmente atrasado. Vd. ha aludido al movimiento ‘Hacia el pueblo’ de
acercamiento y educación del campesinado promovido por una intelectualidad
bien intencionada. Como Vd. sabe fracasó rotundamente y fue un motivo de
desencanto letal. Hacer de Rusia una nación que pueda compararse con las
europeas o hacer que el pueblo ruso sea europeo (el sueño de una parte de la
intelligentsia del siglo pasado y que asumo) pasa por la instrucción que es la
puerta de la cultura. ¡Naturalmente que el pueblo ruso tiene una cultura
admirable!. Su apego a la tierra, sus costumbres comunitarias, sus iconos, ,…
pero no sabe que la tiene. La educación es lo que puede hacer que la aprecie y
también que incorpore otros valores. Inculcar la capacidad de reflexión es
promover unos procesos psicológicos superiores.

I. Lev Semionovich, el tema puede alargarse pero con lo que tenemos dicho me
contento.

Vy. Y yo quiero agradecerle sus acotaciones a mis ideas. Necesitaría más tiempo
del que dispongo para ordenarlas, corregir detalles, ampliarlas… ¿Será posible
algún día?

Hago una pausa.

I. No sé si Vd. piensa que he venido hoy como ‘provocador’… En todo caso,
querría ser, más que eso, alguien que provoca respuestas coherentes, como las
que Vd. me ha dado hasta el momento… Así que quisiera rematar mi faena con
otra cuestión relacionada con lo que tratábamos ahora. Me refiero al papel que
Vd. otorga a la historia en todo el proceso de paso de los estados mentales
inferiores a los superiores. Algo de ello salió en una de las primeras entrevistas
que le hice. Quisiera atar algunos cabos.

Vy. Sitúeme Vd. el tema.

I. En el manuscrito que Vd. me entregó aparece el título de Desarrollo histórico
de los procesos psicológicos superiores. En una de sus páginas leí lo siguiente
(saco mi cuaderno de notas…): “La línea del desarrollo histórico o cultural de la
conducta corresponde a todo el camino histórico de la humanidad, desde el
hombre primitivo, semisalvaje, hasta la cultura contemporánea”.

Vy. Quise decir más bien ‘desde los comienzos de la humanidad, pasando por el
hombre primitivo hasta llegar a hoy’. Porque ese desarrollo histórico obviamente
no comienza en los hombres primitivos que nos describen los antropólogos
actuales. Estos primitivos son una estación de paso…

I. Esto me parece claro. No es esta mi cuestión principal. Más bien es la
sustancia del adjetivo ‘histórico’ lo que me intriga. Creo intuir que lo que Vd.
llama ‘camino histórico de la humanidad’ o ‘proceso histórico de desarrollo’ es
algo más que un proceso que tiene lugar en el tiempo histórico. O sea, que la
historia es algo más que un mero escenario donde se sucede una acción (o el
proceso).

Vy. En efecto, aquí la historia es otra cosa que el relato que dice: sucedió
primero esto y luego aquello otro, etcétera. El desarrollo no sólo tiene historia
sino que es historia porque se trata de un proceso dialéctico complejo en que
periódicamente se dan metamorfosis o transformaciones de unas formas en otras;
hay un complicado cruce de factores externos e internos y está regido por el
principio de adaptación. Esto es lo que significa estudiar históricamente el
desarrollo: es estudiarlo en movimiento.

I. Está Vd. plenamente alineado con la noción de historia que nos legó Hegel y
que reprodujo Marx: es un proceso dialéctico, con rupturas periódicas, se
suceden etapas, hay una finalidad. Hay un cierto sentimiento de ‘lo ineluctable’
en esta interpretación de la historia

Vy. Sí las etapas, que hay que determinar (y esto es ya más arbitrario), se
suceden necesariamente y todo el proceso tiende a un fin que es la plena
adaptación biológica y social.

I. Acepto su propuesta aunque no sin remarcar que la concepción de la historia
de Hegel es respetable pero sui generis. Hay otras concepciones que excluyen de
la historia la noción de necesidad y la de finalidad. Pero dejemos eso de lado.
Me interesa ir a la cuestión de las discontinuidades o rupturas que dan pie a las
transformaciones cualitativas que propone la dialéctica hegeliana y que también
Marx plantea en su visión económica de la historia. ¿Podría Vd. señalar algunos
de esos momentos ‘estelares’ del desarrollo en que éste se quiebra para alumbrar
una nueva etapa? Porque no debemos perder de vista el largo trayecto que Vd.
contempla desde las funciones elementales (que nos ponen cerca de los
animales) a las superiores, específicamente humanas. ¿Qué jalones entrevé Vd.
en este itinerario?

Vy. El primero y fundamental es el uso de las herramientas que dan origen al
trabajo.

I. Bien. Eso son los orígenes de la humanidad, el ‘Rubicón’ que nos separa de
los antropoides y del reino animal. ¿Y más adelante?

Vy. Otro igualmente fundamental es la invención del signo. Los animales se
guían por señales de la naturaleza, obedecen a señales de sus congéneres, su
conducta es responder a estímulos. El hombre, al crear el signo, empieza a
controlar su conducta. El hombre se libera así de ser puramente receptor-reactivo
y pasa a ser actor.

I. ¡Sí! Vd. señala precisamente este ‘paso fronterizo’ cuando hace mención de
Pierre Bezujov, el personaje de Tolstoi en Guerra y Paz, que echa a suertes el ir o
no ir a la guerra contra los franceses que invaden Rusia…

Vy. En efecto, el hombre que confía por primera vez a la suerte su decisión ha
dado un paso importante y decisivo en el camino del desarrollo cultural de su
conducta. Lo cual no está en absoluto en contradicción con que ese acto es una
renuncia a utilizar la reflexión o la experiencia en la vida práctica.

I. Supongo que otra frontera decisiva es la aparición del lenguaje.

Vy. Por supuesto. Sobrevienen luego las formas rudimentarias de la memoria,
pensamiento, operaciones de conteo, de que ya hemos hablado. Más tarde hay
que señalar la aparición del lenguaje escrito. Suele considerarse que la historia
de la humanidad comienza con el descubrimiento del fuego pero el límite que
separa la forma inferior de existencia humana de la superior es el lenguaje
escrito. Los nudos, al estilo de los peruanos de la época de los Incas utilizados
como recordatorio, fueron una de las formas primarias de lenguaje escrito.

I. ¿Algún otro jalón importante?

Vy. Puede que el pensamiento griego sea uno de esos jalones a señalar pero, aquí
no tengo suficientes elementos de juicio para opinar.

I. Que el pensamiento griego sea, o no, un hito en la vía a los procesos
psicológicos superiores, nos pone ante la tesitura de si otros tipos de
pensamiento, por ejemplo el de la civilización de China o de la India, que han
discurrido por cauces muy diferentes, son también jalones y –cuestión crucial–,
si su punto de arribada son procesos psicológicos superiores de la misma índole
que los europeos, herederos del pensamiento griego. Porque si es la cultura la
que impulsa ese desarrollo, nos encontramos ante culturas que difieren
profundamente entre si…

Vy. Poco puedo opinar en lo que Vd. sugiere. Me parece un tema interesante y
habría que investigarlo.

I. Es que no sólo es interesante sino que es crucial para que su idea del
desarrollo histórico del pensamiento quede sólidamente establecida. Y le
explicitaré por qué. Aceptemos que ha habido un desarrollo de los procesos
psicológicos superiores desde la época de los pueblos primitivos hasta nuestros
días. ¿Ese desarrollo es obra de la cultura (un universal) o de las culturas,
cualesquiera que sean?

Vy. Todas las culturas son propulsoras del desarrollo de la mente. Lo que ocurre
es que esta propulsión tiene ritmos distintos según cada una y de ahí viene el
desfase.

I. Y se presupone que todas consiguen llevar a la mente a un estadio superior…

Vy. Que se rige por los mismos mecanismos.

I. En efecto, el que podamos entendernos los hombres de Europa, de China y de
la India abogaría a favor de unos procesos psíquicos superiores universales. Por
aquí su teoría se salva.

Vy. ¡Respiro! ¡Me estaba Vd. acorralando!…

I. No he terminado mi ‘asedio’… Voy a atacar por otro flanco. En su línea de
pensamiento hay una indudable consagración del progreso… Me refiero al
progreso de la mente. No sé si Vd. tiene noticia de una obra de finales del siglo
XVIII francés, del Marqués de Condorcet, Esquisse d’un tableau historique des
progrès de l’esprit humain. Condorcet es uno más de la saga de escritores
(Voltaire, Turgot, …) que inauguran el género de ‘historia de la civilización’
cuyo protagonista es no un personaje sino toda la humanidad avanzando hacia
estadios superiores de la razón.

Vy. Tengo una vaga idea de este personaje aunque no lo he leído.

I. Su teoría socio-cultural nos muestra la mente humana avanzando
imparablemente hacia etapas de mayor racionalidad porque ¿qué otra cosa
implican los procesos psicológicos superiores? Vd. mismo lo explicita cuando
exalta la mente humana que se libera del pensamiento mágico, primitivo, y
controla, gracias al signo, sus decisiones a la manera de Pierre Bezujov… Es
aquí donde encuentro la aproximación entre su teoría del progreso de la mente y
el pensamiento del siglo de la Luces sobre el mismo asunto, aunque cada una
con sus matices…

Vy. No había caído en la cuenta de este paralelismo que, en cierta manera, me
honra ya que me sitúa casi al nivel de los philosophes…

I. Más allá de los jalones que me ha ido Vd. sugiriendo, ¿qué otras pruebas
empíricas podríamos aducir de los progresos de la mente. Quiero decir: no
progresos en el campo de las ideas ni de la tecnología sino de los procesos
mentales. En la cultura europea se han dado grandes progresos en las ciencias: la
Física, la Química, la Medicina... Ahora bien, ¿los avances de la ciencia
presuponen necesariamente procesos de la mente también más avanzados? ¿O
son los mismos procesos que los de la mente griega los que siguen en vigor?
Concretamente, ¿dónde está el progreso en el discurso mental de Euclides, a
Newton, a Einstein…?

Vy. No sabría contestar a esta cuestión. Me parece evidente que hay un mismo
principio de racionalidad en los discursos de estos y otros científicos pero las
ideas que se suceden en las épocas que los separan les predisponen a abordar los
asuntos desde puntos de vista que no están al alcance de precursores y sucesores.
La noción de objetividad es originalmente griega pero la objetividad científico-
experimental nace con Bacon. ¿Son la misma noción o somos nosotros los que
juzgamos de su identidad o de su no similitud?
Las ideas son mutantes, acumulativas, se van depurando y avanzan… Son un
terreno resbaladizo para evaluar procesos que son subyacentes y parecen más
estables. Pero, repito, esto ya son especulaciones de última hora que surgen
espoleadas por sus preguntas.

I. No pretendo echar por tierra sus ideas sobre el desarrollo de los procesos
mentales, incluso sobre su progreso. Creo que son muy plausibles. Pero
reflexionando sobre las mismas me han venido a la mente estas objeciones. En
cierta manera sería la oportunidad para que Vd. repensara estas cosas y
propusiera algunas respuestas que las solventen.

Vy. Me marca Vd. un programa de trabajo que no sé si estoy en disposición de
emprender… No por falta de ganas sino porque el tiempo y la salud me
acucian… Le agradezco infinitamente la dedicación que Vd. muestra a mis ideas
y sus puntos de vista estimulantes.









Conversación 7 ↑


Me personé a los pocos días de la anterior conversación en el Instituto dispuesto
a seguir explotando la veta de conocimientos innovadores que era Lev
Seminiovich Vygotskii. Su teoría (o más bien su enfoque) social-cultural, a la
que habíamos dedicado casi tres sesiones, era un ‘mural’ lleno de figuras y
colorido. Sin embargo, y pese a su atractivo, no sería fácil elevarlo a la categoría
de científico. Tenía, sí, la virtud de atraer la atención a un factor –la cultura, la
sociedad– que había sido ignorado por todos los grandes autores –entre ellos los
esposos Bühler, alemanes– que se habían acercado al tema del desarrollo de la
mente. En esto la influencia del pensamiento de Marx era evidente, como
Vygotskii mismo reconocía. Por lo demás él fue honesto al reconocer las
limitaciones que concurrían en su exposición. Imaginar que algún día pudiese
refinar sus ideas me parece más que hipotético.

Vygotskii estaba enfrascado en su trabajo cuando llamé a la puerta de su
despacho. Luego de saludarnos con nuestra habitual cordialidad, inicié mi turno.

I. Lev Semionovich, hoy no vengo a plantearle preguntas importunas, como el
día pasado. Hoy quisiera que Vd. me brindase algunas ideas acerca de la
importancia que el marxismo científico puede tener para la psicología.

Vy. Ante todo, le tengo que decir que sus preguntas del otro día no sólo no
fueron inoportunas sino que me hicieron reflexionar. Es penoso que esté
comprometido en una serie de actividades que me requieren por todos los lados.
Llevo una vida de trabajo exhaustiva, estoy acuciado por desarrollar muchas de
las ideas que mis colegas, Luria, Leontiev, junto con mis estudiantes me brindan.
No tengo ni siquiera tiempo para corregir los resúmenes de nuestras reuniones…
Así que se me acumulan montones de papeles que son puros borradores a la
espera de una lectura atenta para eventualmente ser publicados. Pero, en fin, no
es esa la cuestión que le trae a Vd. aquí… Vd. se interesa por el porvenir de una
psicología marxista…

I. ¡Exactamente! El porvenir y, antes, su posibilidad.

Vy. Este sí es un tema para mi importante. Pero quizás previamente sería bueno
hacer un recorrido sobre el panorama de la psicología, en general, para luego
ubicar allí la psicología que se inspira en Marx, psicología que por el momento
no existe… Yo tengo un escrito (que, como tantos otros, necesita un serio repaso
final antes de ver la luz) en el que abordo el tema de la ‘crisis de la psicología’.
Recuerdo que ya se lo mencioné. Me llevó algún tiempo redactarlo y además lo
escribí convaleciente de mi enfermedad crónica. Creo que le puedo brindar
algunas ideas que le interesarán.

I. Le escucho muy atentamente.

Vy. La psicología está en crisis. Esta puede que le parezca a Vd. una afirmación
muy perentoria pero la sostengo. Hay una tremenda dispersión de las ideas en
nuestra disciplina. Y las ideas pugnan, unas contra otras, por hacerse no sólo
respetar sino por prevalecer. En primer lugar se plantea la pertinencia del modelo
animal para entender al hombre. Pavlov considera que la clave de comprensión
de la psique humana hay que buscarla en los animales. Para la reflexología el
hombre viene a ser un animal bípedo y sin plumas… La vía inversa sería: no son
los animales los que explican al hombre sino, al revés, hay que comenzar por el
hombre y, en todo caso, pasar luego a la mente animal. Creo que las cosas van
por aquí y me apoyo en el razonamiento de Marx para quien la economía
burguesa es la que nos proporciona la clave de la economía antigua.

I. Bueno, Pavlov es más fisiólogo que psicólogo… Parece ser que más de una
vez ha dejado caer que la psicología está más cerca de la poesía que de la
ciencia… De todos modos, la base de sus explicaciones son las reacciones
nerviosas las cuales, supongo que hasta cierto punto, son comunes al hombre y
los animales.

Vy. Pavlov es un gran científico, para mi comparable a Darwin. Pero la teoría de
los reflejos o, si Vd. quiere, el hombre como combinación de reflejos no me
parece la más adecuada. Podemos luego volver sobre este punto. Si de lo que se
trata es de encontrar el campo de una psicología general hay que preguntarse qué
tienen en común todos los fenómenos que ésta estudia, desde la secreción salivar
de los perros a los procesos psicológicos más elementales. Aquí hay respuestas
para todos los gustos. La psicología de tradición más antigua (la alemana de
Wundt y Brentano) responde: lo que tienen en común es que todos ellos son
fenómenos psíquicos y sólo son accesibles a la percepción del sujeto que los
vive. En cambio, la reflexología dice: son comportamientos, procesos
correlativos de actividad, reflejos, respuestas del organismo. Vino Freud, y los
psicoanalistas aseguran: lo que une y constituye la base de los fenómenos de la
mente es el inconsciente… Tenemos aquí tres generalizaciones, tres sistemas.
Puede Vd. añadir todavía la Gestalt, el personalismo de Stern… Cada una de
estas corrientes es extraordinariamente rica en cuanto a su contenido pero
ninguna de ellas tiene el valor de una gran idea general y, por tanto, es vana la
pretensión de imponerse a todas las demás para configurar una Psicología con P
mayúscula.

I. O sea que para Vd. una corriente de psicología que propone su ‘gran idea’
tiende a transformarla en un principio explicativo de todos los fenómenos
psicológicos…

Vy. Sí. Y lo peor es que a medida que la ‘gran idea’ se expande buscando su
hegemonía deja al descubierto lo que en realidad quiere, de qué tendencias
sociales procede, a qué intereses de clase sirve: se ha convertido en una
ideología.

I. ¿Y entonces?

Vy. Yo intuyo que la biología nos ofrece un modelo de lo que es unificar ciencias
en apariencia diversas. La embriología, la anatomía, la zoología, la fisiología se
fueron formando cada una por su lado hasta que llegó el genio de Lamarck y las
reagrupó en una sola ciencia: la Biología. No fue obra de un día pero hoy día
tienen un principio de unidad, algo que las conexiona: el estudio de las diversas
funciones de la vida orgánica. ¿Es posible un modelo análogo en psicología?

I. El tema es sugerente.

Vy. Siempre y cuando evitemos los intentos anexionistas, las alianzas contra
natura o los matrimonios de conveniencia…

I. ¿A qué se refiere Vd. concretamente?

Vy. A que hay intentos eclécticos como los que ha planteado Chelpanov que no
examina las cosas con criterios propios, que da igual valor a lo que le dicen
Spinoza, Husserl, Marx o Platón, que se apunta a todas las escuelas o corrientes
que han desfilado en Europa… Hay otras alianzas que no pueden funcionar
como la del psicoanálisis con el marxismo. Para ello se define el marxismo como
monista, materialista y se define el psicoanálisis sirviéndose de los mismos
conceptos con lo cual se eliminan las contradicciones; se desexualiza a Freud
porque el pansexualismo no concuerda con la filosofía de Marx, aunque el
postulado de la sexualidad constituya el alma de la psicología freudiana. En una
palabra, se imponen transformaciones en ambos sistemas introduciendo
monstruosas tergiversaciones. Aquí estoy enfrentado a mi querido Alexander
Luria que ha intentado una síntesis entre marxismo y freudismo Luria presenta al
psicoanálisis como ‘sistema de psicología monista’ cuya metodología coincide
con la del marxismo… Al propio Freud le habría extrañado mucho saber que el
psicoanálisis es un sistema monista que continúa metodológicamente el
materialismo histórico. Porque Freud y su escuela en ningún sitio se declaran
monistas, ni materialistas, ni dialécticos, ni afines al materialismo histórico. Las
tendencias del psicoanálisis no tienen nada de dinámicas; son conservadoras,
antidialécticas y antihistóricas. Reduce los procesos psíquicos superiores
directamente a raíces primitivas, a esencia prehistóricas, sin dejar espacio a la
historia. La raíz profunda de la obra de Shakespeare, de Dostoevsky o de
Leonardo de Vinci, dice, está en su sexualidad…

I. Sí, realmente. No tienen mucha conciliación el psicoanálisis con el
marxismo…

Vy. Le comento a Vd. estas cosas para que vea que grado de desconcierto nos
asedia.

I. Ya que hablamos del psicoanálisis, ¿cuál es su apreciación de lo que Freud ha
aportado a la psicología?

Vy. No estoy en contra del psicoanálisis ni estoy diciendo que los marxistas no
deban estudiar el inconsciente por el mero hecho de que las concepciones
principales de Freud contradigan el materialismo dialéctico… Mi punto de vista
es que el psicoanálisis estudia su objeto a base de medios impropios. Por lo
demás, como aportación teórica y salvando su orientación demasiado centrada
en el sexo, la juzgo muy válida. A propósito, no sé si Vd. está enterado que yo he
pertenecido a la sociedad psicoanalítica rusa, presidida en su día por Luria.

I. Sí, ya me lo comentó Vd. hace algún tiempo.

Vy. De esto hace ya unos años, no demasiados, aunque en este país las cosas van
tan deprisa que ciertos acontecimientos parecen perdidos en el tiempo… Hoy la
sociedad psicoanalítica ha sido desmantelada por las instancias del Partido. El
psicoanálisis es objeto de práctica clínica privada para los escasos burgueses que
aún perviven. Pero volviendo a las ideas de Freud le diré que por un lado el
descubrimiento del inconsciente supuso a comienzos del siglo una revelación
desconcertante y, a la vez, cautivadora. Sus ideas sobre el ‘instinto de muerte’ en
Más allá del principio del placer, me fascinaron (escribí el prólogo a la edición
rusa). Me inspiré bastante en Freud cuando escribí sobre el arte, en mi
disertación doctoral. Luego, a medida que he ido avanzando en el campo del
desarrollo social-cultural, he captado mejor sus limitaciones. Para el
psicoanálisis todo lo cultural en la psicología del individuo deriva del sexo, es
una manifestación indirecta de una atracción biológica intrínseca a la naturaleza
humana. Es un punto de vista naturalista que ignora el proceso histórico-social
que alimenta el paso de la mente a los estados superiores. Por el contrario, el
método del psicoanálisis —muy parecido al del arqueólogo— que va desvelando
las capas inferiores de la psique se me antoja análogo al que permite sacar al
descubierto las capas de la conducta humana, restos del pasado, que dan
testimonio de un proceso de desarrollo histórico. Me refiero a las funciones
rudimentarias de que ya hemos hablado.

I. ¿Y cuál es su postura con respecto a la reflexología, a las ideas de Pavlov y
Bechterev, de tanta raigambre en la psicología rusa desde comienzos del siglo?

Vy. Pavlov y Bechterev son dos grandes sabios pero son predominantemente
fisiólogos y hay que preguntarse si la fisiología —aquellas funciones que
compartimos con los animales— son la auténtica clave de entrada para el estudio
de los fenómenos de la mente humana. Hemos hecho alusión a esto hace un rato.
Además la dialéctica nos asegura que entre la fase animal y la humana, pese a la
casi identidad fisiológica que nos une, hay una discontinuidad radical. La
reflexología es ajena a la sociedad, a la cultura y a los procesos históricos de
formación de la mente. Tiene un concepto del hombre como ser puramente
reactivo. Pero el hombre no es un saco de reflejos condicionados ni su cerebro es
una posada donde estos se hospedan. Al descomponer todos los procesos de la
conducta en reflejos asociativos cierra los ojos ante la peculiaridad cualitativa de
las formas superiores de comportamiento. Es decir, para la reflexología no hay
diferencias fundamentales entre procesos inferiores, elementales, y procesos
superiores.

I. No deja Vd. muy bien parado al Dr. Pavlov…

Vy. Estoy refiriéndome más bien a la doctrina de los reflejos, tal como está
siendo utilizada en Rusia, que a Pavlov (aunque sea él quien propuso esta idea).
Una de las grandes huellas de Pavlov en este campo está en su método de
experimentación que es sumamente riguroso. Pero es un método que sólo puede
aplicarse al estudio de las funciones elementales. Aunque tiene visos de corriente
progresista, como teoría del método es profundamente reaccionaria porque
retrocede al prejuicio sensualista ingenuo de que sólo es posible estudiar aquello
que percibimos. La observación objetiva es una buena regla técnica pero con esa
arma nadie ha descubierto una gran verdad. Donde yo creo que Pavlov es más
certero es en su modelo de funcionamiento cerebral: sus ideas de la formación de
conexiones nerviosas, su teoría de la irradiación me han servido particularmente
para fundamentar mi ideas acerca del signo como estímulo mediador. Su
analogía del tablero del telefonista, metiendo y sacando clavijas para establecer
la comunicación, me ha parecido ingeniosa y aprovechable.

I. Parece que Pavlov está siendo un valor en alza dentro del régimen soviético.

Vy. Sí. Incluso hoy día discutir las ideas de Pavlov, discrepando de ellas, puede
resultar peligroso. Es una situación sumamente curiosa porque Pavlov nunca ha
sido marxista o, más bien, ha sido claramente anti-marxista. Recuerdo que hace
poco Kornilov le atacó públicamente en una reunión de alto nivel (diría que con
razón) y le hicieron callar rápidamente. Hay dos razones, en el fondo, para que
Pavlov ostente el puesto de ‘supremo Zar’ de la psicología rusa. La primera es
que como Premio Nobel es un gran prestigio para Rusia. La segunda es que sus
teorías son materialistas y su versión del hombre típicamente mecanicista. Y esto
está en consonancia con el pensamiento del régimen. Por más que intuyo que en
este punto las cosas están cambiando desde hace un par de años.

I. ¿Qué es lo que está cambiando en el abanico de ideas que sobre la psicología
sustenta el régimen?

Vy. No me atrevo a exponer lo que empiezo a presentir. Porque sólo tengo
sospechas, atisbos de cambio… Pero se lo avanzo muy brevemente: hasta ahora
predominaban —en la psicología y en el régimen, en cuanto le hacía caso a ésta
— las corrientes mecanicistas y una concepción ‘reactiva’ de la persona humana.
Ahora se empieza a delinear otra corriente: la que considera al hombre como
‘activo’, como protagonista de su destino. Hasta ahora se proclamaba que es el
medio ambiente quien moldea al hombre; ha surgido la idea inversa: es el
hombre quien moldea su medio ambiente. La conciencia y la voluntad, que eran
algo totalmente ignorado en la psicología rusa (y algo de culpa tiene en ello
Pavlov), han saltado a primer plano. Lo más llamativo es que este volte-face no
ha nacido en la psicología académica sino que esta sutilmente impulsado desde
‘arriba’…

I. ¿Me está Vd. diciendo que la psicología en Rusia está pendiente de lo que el
régimen pueda arbitrar?

Vy. Saque Vd. la conclusión que le plazca…

I. Lev Semionovich, no quiero empujarle por senderos peligrosos… Volvamos a
sus ideas acerca de lo que Vd. califica la crisis de la psicología. ¿Qué opinión le
merece la escuela de la Gestalt?

Vy. La Gestalt dio un gran paso adelante con su noción de estructura y su
concepción comprensiva de la conducta. Asestó un golpe de gracia al
predominio de la manía analítica: la de proceder descomponiendo y estudiando
el comportamiento fragmentariamente. Los gestaltistas tratan de estudiar los
procesos íntegramente y descubrir las estructuras que subyacen a los fenómenos
psicológicos. Mi ejemplo favorito es el del agua, H2O: si sólo nos atenemos a la
descomposición de la molécula sabemos poco de las propiedades del agua. Es
preciso unificar en psicología el enfoque estructural y el analítico. La teoría
estructural –la Gestalt– ha sido una fuente de inspiración en mi enfoque de los
temas psicológicos que yo he tratado. La interpretación gestáltica que hace
Köhler del comportamiento del chimpancé a la hora de resolver su tarea de
alcanzar el plátano enganchando los palos me parece del todo convincente.

I. ¿?

Vy. Köhler dice que el palo, el cajón, el fruto lejano y su brazo son elementos
que, repentinamente, aparecen estructurados como un todo en la mente del
chimpancé. No es una mera combinación: es una síntesis (gestáltica) lo que
constituye esa ‘invención’ que resuelve el problema. El campo visual del mono
crea una configuración en que cada elemento concreto funciona como parte de
esta estructura. El tema es sugerente puesto que se relaciona inmediatamente con
el uso de las herramientas tan decisivo en la evolución de la cultura humana.

I. ¡Interesante!

Vy. De todos modos, al final la Gestalt ha resultado ser una promesa fallida.

I. ¿Por qué razones?

Vy. Al lado de su impulso innovador, la teoría estructural se queda varada en
eso: en la estructura. En cierta manera ésta existe ab initio, al margen de todo
proceso de desarrollo. No toma en cuenta los procesos que transforman las
estructuras de la mente. Estos son procesos dialécticos e históricos. La
psicología estructural, entre otras limitaciones, padece la enfermedad del anti-
historicismo… Incluso metodológicamente, la psicología estructural ha aportado
muy poco a la experimentación.

I. ¿Podemos ir ya hacia la psicología inspirada en Marx?

Vy. Enseguida. Antes no puedo dejar de comentar algo sumamente importante.
Por debajo de todas estas ramas de la psicología o, si Vd. quiere, planeando por
encima hay una cuestión filosófica de envergadura. ¿Hasta qué punto estas
escuelas hacen de la psicología, tal como la practican, una ciencia? Más general
aún es la pregunta: qué es una ciencia y si la psicología se acoge a sus cánones.

I. La cuestión es de altos vuelos…

Vy. Pero es necesaria abordarla… sin pretensiones de resolverla del todo. La
psicología es una disciplina joven. Se ha desprendido, a partir de Wundt, de la
fisiología y trata de trazar su propio territorio. Pero desde sus orígenes lucha con
una ambivalencia tremenda: ¿hay que analizar su problemática desde la
perspectiva de las otras ciencias naturales ya consagradas o hay que adoptar otra
perspectiva: la que la considera como una manifestación puramente espiritual?
Y, en este caso, ¿cuál sería el método para estudiarla?

I. ¿Está Vd. planteando la alternativa de objetivismo frente a subjetivismo?

Vy. Por ahí van las cosas. La ciencia natural es materialista, objetiva; los
defensores de una psicología al margen de las ciencias de la naturaleza la
conciben espiritualista, subjetiva. Sería una psicología que se funda en la
introspección, es decir, en la observación que hace el sujeto de sus propios
estados internos, de los cuales da cuenta seguidamente a través del lenguaje.

Dilthey ha establecido una dicotomía entre ambas psicología: la primera la llama
explicativa (yo diría: es explicativa…); la segunda descriptiva. En los orígenes
de esta bifurcación está Brentano y su psicología empírica. Fue el primer intento
por independizar a la psicología del férreo dominio de los fisiólogos. Pero luego
la psicología empírica de Brentano, con toda su insistencia en el carácter
intencional del sujeto psicológico, ha derivado en una rama del post-idealismo
hegeliano. Está más cerca del espíritu que de la realidad tangible; opone la
vivencia a la experiencia. Tiene arrebatos platónicos: el pensamiento surge por
impulso del ‘espíritu’. ¡Pero eso es metafísica!

I. Lev Semionovich, le veo muy enardecido… ¿No se está Vd. volviendo anti-
hegeliano?

Vy. De Hegel, como de todo gran sabio, cada uno se queda con lo que más le
conviene (siempre y cuando no incurra en contradicciones…). Creo que la
apropiación de Hegel por parte de la corriente psicológica alemana (Stumpf,
Külpe y la Escuela de Würtzburg) la devuelve al mundo de las ideas puras. Otra
cosa es la dialéctica aprovechable por el marxismo y la psicología materialista.

I. Para resumir, Vd. me está hablando de una bifurcación de la primitiva
psicología empírica en dos ramas antagónicas. Son las dos caras de Jano: una
dirigida hacia la fisiología y las ciencias naturales; la otra hacia las ciencias del
espíritu, hacia la historia, la sociología; una es la ciencia de las causas, la otra la
de los valores.

Vy. ¡Exactamente! Y para que vea Vd. mis razones, le diré cómo la psicología
descriptiva (que otros llaman también comprensiva) enfoca el desarrollo. En
primer lugar ha limitado el desarrollo psíquico del niño a la maduración de las
funciones elementales. ¿Y luego? ¿Cómo surge un segundo nivel, superior?
Pues… nadie sabe de dónde. Las funciones superiores, dice, son hijas de un
proceso puramente espiritual que no admite el examen causal: no necesita ser
explicado sino comprendido… Esta psicología del ‘espíritu está al margen de la
naturaleza y de la historia: es metafísica. No establece ninguna diferencia entre
las categorías biológicas e históricas en el desarrollo psíquico del adolescente.
Todo está en el mismo plano: el instinto sexual y la formación de conceptos. Más
que introducir el desarrollo en un contexto histórico lo que hace es declarar que
la historia es el reino del espíritu. Spengler, en su Psicología de la adolescencia,
asume que el adolescente, en su proceso de maduración, se incorpora a las
diversas esferas de la cultura por obra del movimiento interno del espíritu…

I. Un poco vago me suena todo este discurso.

Vy. ¡Es que es vago, etéreo! No hace falta que le declare mi total alineamiento
con la psicología causal, la que se acoge al modelo de las ciencias naturales.

I. ¿Y cómo sitúa Vd. entonces la inspiración de Marx en todo este forcejeo entre
las escuelas psicológicas?

Vy. Algunos proponen que una psicología marxista sería una tercera vía para
escapar del dilema entre la psicología afín a las ciencias naturales y la idealista.
Pero a mi entender la pretendida psicología marxista está aún en fase
embrionaria.

I. ¿Y los intentos de Kornilov y todo el vocerío de opiniones que traen a escena a
Marx para corroborar sus análisis psicológicos?

Vy. Mire, hay un barullo de textos de los fundadores del marxismo que, en lo
que respecta a la psicología, no son más que un material heterogéneo,
incoherente; ideas fragmentadas que, además, son aplicadas fuera de contexto.
Por añadidura, las someten a una interpretación escolástica. Lo que precisa una
psicología marxista es de un sistema de principios metodológicos y no
respuestas artificiosas a cuestiones a las que hemos llegado luego de muchos
años de investigación. Estamos inundados de proposiciones quizá
ontológicamente trascendentales pero vagas y cautelosas con lo que la cuestión
queda sin zanjar. No se busca donde procede, no se busca lo que hace falta, no se
busca como hace falta porque el pensamiento está constreñido por un principio
de autoridad. Necesitamos método y no dogmas. En cuanto a Kornilov, su
concepto de reacción incluye sendas dimensiones, la objetiva y la subjetiva. En
consonancia con Plejanov, asume la doctrina del paralelismo psicofísico y la
completa irreductibilidad de lo psíquico a lo físico lo cual sería un materialismo
burdo. ¿Cómo cabe reunir en un acto de reacción dos categorías de la realidad
tan radical y cuantitativamente heterogéneas e irreductibles? Kornilov aboga por
una relación funcional. Pero esto no resuelve el problema puesto que dos
elementos dispares no pueden reducirse a la unidad. En definitiva, la integridad
metodológica de la reacción queda hecha trizas.

I. Me va Vd. a perdonar, Lev Semionovich, pero me inclinaría a pensar que está
Vd. dando la razón a Chelpanov (pese a la escasa simpatía que Vd. le profesa)
cuando arremete contra la intromisión de las filosofías en la psicología.

Vy. No exactamente. No rechazo la filosofía sino trato de que no nos distraiga
con generalidades.

I. ¿Entonces?

Vy. Es un problema de escala. No se pueden aplicar conceptos generales, a las
reacciones que estudia la psicología; caracterizarlas mediante principios
universales: la ley de conversión de la cantidad en cualidad o la tríada de Hegel.
Faltan eslabones intermedios, conceptos de una magnitud adecuada a los
fenómenos de la ciencia en cuestión. La aplicación directa de la teoría del
materialismo dialéctico a las ciencias naturales y en particular a la biología o la
psicología es imposible. Hay entre nosotros quien piensa que el problema
‘psicología y marxismo’ consiste en crear una psicología que esté de acuerdo con
el marxismo. Pero el problema es mucho más complejo. De igual manera que la
historia, la sociología necesitan, cada una, una teoría intermedia que reduzca a
nivel concreto las leyes abstractas del materialismo dialéctico, exactamente es
igual de necesaria una teoría intermediaria del marxismo biológico y del
materialismo psicológico que explique el alcance y aplicación concreta de los
principios del materialismo dialéctico al conjunto de los fenómenos que trabaja.
Para crear esas teorías intermedias, o esas metodologías, es necesario desvelar la
esencia de los fenómenos en curso, las leyes de sus variaciones, sus
características cualitativas y cuantitativas, crear categorías y conceptos que les
son propios. En una palabra, crear su El Capital. Es inimaginable que Marx
hubiera operado con los principios generales de la dialéctica, como cantidad,
cualidad, tríadas, conexión universal, salto, etcétera., sin recurrir a las otras
categorías de costo, clase, mercancía capital, renta, fuerzas productivas, base y
superestructura, etcétera. para crear una ciencia marxista. La psicología necesita
de su Capital.

I. O sea que, en definitiva se trata de una cuestión de método. Hay que crear un
método que, por un lado descanse en la dialéctica pero, por otro, elabore
conceptos que son propios del campo de los fenómenos que estudia la
psicología.

Vy. Sí. Por eso digo yo que en las condiciones actuales, no se puede trazar aún el
camino de la psicología dentro del marxismo. Hay que conseguir que nuestra
ciencia, la psicología se convierta en científica dentro del círculo del
pensamiento de Marx. La psicología marxista no es una escuela entre otras sino
la única psicología verdadera como ciencia. Otra psicología aparte de ella no
puede existir.

I. Lev Semionovich, ¿no es una postura radical expulsar a todas las escuelas de
psicología a las tinieblas exteriores para dejar solo el campo a la psicología
marxista que para Vd. es la única científica?

Vy. Puede que las psicologías de hoy (y de mañana) proporcionen ideas e
instrumentos metodológicos para la construcción de la psicología marxista, en la
actualidad inexistente. Es lo mismo que ocurre en el campo social: no todas las
sociedades del mundo —sus rasgos— son absolutamente reprobables. Pueden
incorporarse al gran proyecto de sociedad marxista, sin clases. Lo que sí auguro
es que la nueva psicología no puede desarrollarse en la vieja sociedad.
Acompañará la refundación del hombre, la creación de una nueva sociedad. Se
hallará en el centro de la vida. Será la ciencia suprema del período histórico de la
humanidad. Ser dueños de la verdad sobre la persona y de la propia persona es
imposible mientras la humanidad no sea dueña de la verdad sobre la sociedad y
de la propia sociedad.

I. Lev Semionovich, me conmueve su visión profética. Yo también desearía el
nacimiento de una nueva sociedad, un poco como la soñó Marx… Quizás (o sin
quizás) hay mucho de utopía en ello pero como dijeron los socialistas franceses
de la utopía el siglo pasado, si no soñamos en otro mundo mejor, éste en el que
hoy vivimos y nos movemos nos ahoga irremisiblemente. La historia sigue
abierta…















Conversación 8 ↑


Pasaron varias semanas antes de tomar contacto otra vez con Vygotskii. Corría
ya la primavera de 1932. La vida en Rusia, en Moscú, aparentemente seguía su
curso pero algo había en su corriente profunda que delataba inquietud,
inestabilidad, malestar… El 1er Plan Quinquenal lanzado por Stalin estaba
siendo apresuradamente finiquitado. Se decía que había cumplido con creces sus
objetivos, incluso antes de lo previsto. Según la prensa y datos oficiales, era
cierto que el proceso de industrialización se aceleraba. Stalin había dicho el año
anterior en un artículo firmado por él en Pravda algo así como que o se
conseguían los logros industriales de los países avanzados en menos de 10 años
o la causa estaba perdida. La URSS quería convertirse en una potencia a la altura
de Inglaterra o Alemania. Pero la sociedad (al menos lo que Moscú representaba
de la sociedad rusa) acusaba las tensiones y esfuerzo de trabajo que se exigía a
los individuos. Más allá de Moscú, en las llanuras infinitas de la Rusia rural, se
habían implantado a la fuerza (con una violencia desmesurada) granjas
colectivas a las que se obligaba a producir, bajo duras sanciones, una cantidad
determinada de grano que luego era requisado y distribuido. Se habían realizado
desplazamientos masivos de región a región, del campo a las nuevas ciudades
sedes industriales. La producción agrícola, con todo, no mejoraba lo suficiente
para cumplir las exigencias prefijadas. Aunque no había noticias de fiar, parece
ser que mucha gente del campo había muerto de hambre. Se había roto el tejido
social. Los vagabundos se habían multiplicado, los ladrones y criminales estaban
a la orden del día. Se respiraba una atmósfera de descomposición ciudadana
alarmante. Moscú era un microcosmos que, a escala reducida, reproducía la
desventura colectiva que unos proyectos megalómanos del régimen habían
fomentado. Era ineludible para Rusia progresar industrialmente pero ¿cuál era el
precio social que la nación iba a pagar por ello? Nadie lo sabía en este momento
pero los pronósticos eran todo menos tranquilizantes.

He comentado que discurrieron varias semanas sin visitar a Vygotskii. No es del
todo exacto. Pasé un par de veces por el Instituto para preguntar por él y fijar
alguna cita. Su despacho estaba vacío. La segunda vez me encontré con el Dr.
Alexander Luria. Le pregunté por Lev Semionovich. Me contestó muy
amablemente que estaba retirado esos días, aquejado de su mal pulmonar
crónico. Le envié mis respetuosos recuerdos y buenos deseos de que se
repusiera. Pasaron más días…

Bien entrado abril, recibí una misiva de Vygotskii agradeciéndome el interés que
había mostrado por su persona y dándome cita en el Instituto uno de los días
siguientes. Acudí con presteza.

Cuando llamé a la puerta y traspasé el umbral, Vygotskii estaba sentado en su
mesa de trabajo. Levantó el rostro y mirándome sonrió. Su semblante era pálido,
un tanto demacrado. Aunque sus ojos brillaran, su mirada era más apagada que
otras veces. No podía comparársela con la de su última requisitoria en la que
entusiasmadamente había envuelto la psicología marxista en un futuro social
prometedor.

I. Lev Semionovich, ¿cómo se encuentra Vd.? Estaba muy inquieto por su
salud…

Vy. Me encuentro mejor. Creo que saldré una vez más de este ataque que me ha
tenido postrado en cama varias semanas. ¡Ojalá todo fueran achaques de salud!

No me atreví a recoger su insinuación pero me quedé mirándole
interrogativamente…

Vy. SÍ, Hay a veces golpes que no por previstos le dejan a uno menos
maltrecho… Lea esto. Y sacó del cajón de su mesa una revista, Pedología. La
abrió señalándome un artículo que rezaba: La teoría del desarrollo cultural en
paedología como concepción ecléctica de raíces idealistas. No recuerdo quien
lo firmaba.

Mi mirada recorrió rápidamente las páginas y, a medida que iba salvando las
líneas, mi fisonomía fue cambiando de aspecto. Entre otras cosas el texto decía
al final lo siguiente: “Luego de haber analizado la teoría histórico-cultural de la
psicología y prestado atención a los errores y distorsiones de los autores con
respecto al marxismo. ¿Qué conclusiones podemos extraer? No hay duda de que
los autores, L.S. Vygotskii y A. Luria, son objetivamente partidarios de la
influencia burguesa sobre el proletariado. No conociendo el marxismo, no
utilizando el método del materialismo dialéctico, muestran en todo momento que
se han apropiado de las directrices burguesas de moda en psicología,
distorsionando y pervirtiendo el marxismo”.

Miré a Vygotskii. El tenía un rictus de amargura en su rostro y guardaba silencio.
Fui yo quien lo rompió.

I. ¡Increíble! Pero si Vd. es un gran conocedor de Marx, alguien que está
luchando por una psicología seriamente marxista… Su teoría socio-cultural
explota provechosamente las ideas sociales de Marx… ¿Cómo puede este señor
decir que Vd. y el Dr. Luria están pervirtiendo el marxismo? Pero ¿quién es él
para erigirse en intérprete del ‘auténtico’ marxismo y, de paso, en inquisidor de
personas científicamente serias?

Vygotskii siguió mirándome en silencio. Arqueó levemente las cejas entre el
estupor y la resignación forzada. Finalmente habló.

Vy. He aquí a donde hemos llegado. Estoy desmoralizado…

I. Dígame, Lev Semionovich ¿y a qué se refiere eso de las ‘directrices
burguesas’ que, según el documento, pervierten el marxismo?

Vy. Vd. que ha leído el libro sabe que en él nos basamos para exponer nuestras
ideas en los trabajos de los antropólogos, Lévy Bruhl y Thurnwald
particularmente. Parece ser que no hemos ‘corregido’ el enfoque de estos autores
y no hemos recurrido a los conceptos marxistas de medios de producción y otros.
En el fondo de todo este ataque yo no veo otra cosa que la tendencia a convertir
la ciencia, la investigación en lacayos de la política. Peor aún: el ataque
científico es un arma arrojadiza para quienes quieren escalar puestos en el
aparato del Partido. Estamos en un campo de batalla donde pueden lanzar todo
tipo de proyectiles a los que ellos definen como contrarios al régimen. Porque no
es que yo lo sea (ni otros tampoco) pero hay que construirse enemigos
(inexistentes) y demostrar así que ellos son los comunistas verdaderos. Hay que
demoler a los que –según se les antoja– yerran.

I. Había oído rumores acerca de esto pero nunca creí que la situación llegase a
este extremo. ¿Qué va a hacer Vd.?

Vy. Yo soy un testigo de los avatares de la revolución que comenzó en 1917.
Como creo haberle dicho, muchos saludamos con alborozo los nuevos
horizontes que se abrían. Pronto nos dimos cuenta que si con los zares la libertad
de expresión era peligrosa, con el nuevo régimen no se podía decir todo lo que a
uno se le antojara. Pero, en fin, en los años pasados, hasta la muerte de Vladimir
Ilich Lenin, la libertad para discutir fue casi completa. La expresión de las
opiniones en el campo de la ciencia fue permitida. Cierto es que habría que
distinguir entre ciencias puras (fuera de todo constreñimiento) y ciencias sociales
(educación, sociología, psicología, psiquiatría) donde había que ser algo
precavido. Los años de 1920-1930 han sido testigos de la floración de todas la
utopías revolucionarias: en las artes, en las realizaciones sociales, en las
experiencias comunales,… Después que se ha lanzado el 1er Plan Quinquenal se
ha puesto el freno a toda veleidad: hay que concentrarse exclusivamente en la
industrialización del país que es la meta suprema que el Partido Comunista ha
proclamado.

I. ¿Y qué tiene que ver el avance industrial de Rusia con lanzar toda suerte de
denuestos contra los que disienten de las ideas del régimen? Peor aún, Vd. se
apoya en las ideas de Marx y esa gente propalan calumnias acusándole de
pervertir el marxismo…

Vy. Amigo mío, la historia en Rusia es un maelstrom... Pero todo tiene su lógica.
Los dirigentes actuales determinaron suprimir la Nueva Política Económica de
los años 1923 y siguientes. Sus resultados habían sido ambivalentes: por un lado
la economía mejoró; por otro, rebrotó el capitalismo, los nacionalismos, la
práctica religiosa… asuntos todos ellos intolerables para la gente del régimen.
Para el gran plan de avance industrial se necesitaban fondos y se decidió que
estos provendrían de la exportación de grano. Ya sabe Vd. que Rusia ha sido
tradicionalmente un país productor de trigo y cereales. Y de aquí sale un plan de
crear granjas colectivas, agrupando a los campesinos a la fuerza y obligándolos a
producir cantidades determinadas que entregan al gobierno. Los campesinos
prósperos, los kulaks, han sido desposeídos, desterrados y, en algunos casos,
ejecutados. ¿Ha sido esta colectivización agrícola una solución? Puede que lo
haya sido en cuanto a la exportación de grano. Pero ha sido una catástrofe
humana. La resistencia de los rurales, el hambre que se ha cebado en el pueblo,
la huida masiva a las ciudades con el subsiguiente hacinamiento en casas
indecentes, deterioro de las relaciones familiares, rupturas, huérfanos
abandonados,… El número de personas psíquicamente trastornadas ha crecido
sin parar, aunque el gobierno lo niegue o lo ignore. Para detener este torrente de
desastres no había más que dos salidas: o dar marcha atrás (lo que propusieron
algunos miembros del Politburó, como Bujarin o bien ahogar las revueltas y, por
si acaso, evitarlas preventivamente. No sé si Vd. ha oído hablar del proceso que
se hizo el año 1928 a unos ingenieros por delitos de sabotaje. Luego se ha sabido
que todo fue urdido para escarmiento de posibles disconformes. En definitiva, el
Partido ha impuesto un régimen en que todo ha de subordinarse a lo que desde
arriba se decide. Poco a poco, pero perceptiblemente, la actividad pública en
todos los ámbitos se ha focalizado en lo que aquí se conoce como la partinost, es
decir, hacer uso de habilidad política para servir a los intereses del Partido.

I. Entonces las altas jerarquías cuentan con la fidelidad o la servidumbre de los
individuos que ejecutan esas decisiones de requisar, detener, colectivizar,
etcétera…

Vy. En mis viajes a Ucrania he oído cosas espeluznantes y he oído también que
algunos delegados con órdenes de requisar, colectivizar o encarcelar a los que se
resistían estaban espantados de lo que hacían… Pero si no ejecutaban las
órdenes, eran ellos los que iban a la cárcel o a campos de reclusión. Ciertamente
muchos hicieron lo que se les ordenaba porque eran adictos semifanáticos o bien
querían subir los escalones del Partido. Y finalmente no hay que descartar que
muchos jóvenes afiliados al Partido han mejorado su situación económica con
este gobierno y con los planes de industrialización. Unos por comisión, otros por
omisión han dado pábulo a la situación en que nos encontramos.

I. Y de la antigua intelligentsia, ¿ya no queda ni rastro para protestar?

Vy. El régimen ha creado su propia intelligentsia. Ha maniobrado astutamente
para dar existencia a un grupo de filósofos, otro de historiadores (marxistas).
Otro de especialistas en Derecho, psiquiatras, etcétera, que están al acecho de
sus propósitos sociales para justificarlos en los términos de la ciencia que
cultivan. Vea, por ejemplo, lo que ha ocurrido en psiquiatría.

I. Cuéntemelo…

Vy. En los años posteriores a las guerras (la europea y la guerra civil), como
consecuencia de la perturbación social, el colapso económico, la carencia de
viviendas hubo una incidencia notable de trastornos mentales entre la gente:
brotes esquizoides, síndromes autísticos, depresiones,… ¿Se imagina Vd.
además que los activistas del Partido estuvieran particularmente afectados?
Sufrían de exceso de trabajo, vivían hacinados, sin privacidad ni siquiera para
extender sus papeles sobre una mesa o para tener una vida sexual normal.
Además eran personas carentes de formación para los puestos directivos que
(por su origen proletario) se les confiaba. Desarrollaron síntomas neuróticos o
sufrieron ataques cardíacos fulminantes.

I. Está Vd. bien informado, por lo que veo…

Vy. De todo esto me he enterado por mi colega Alexander Luria, que es médico
y se mueve en las esferas de la psiquiatría. Pues bien, en un primer momento la
reacción de las autoridades fue positiva. Hubo campañas para aumentar el
número de camas hospitalarias y personal psiquiátrico; y también de prevención
contra el alcoholismo, en pro de un trabajo responsable y disciplinado… Era un
movimiento inspirado la psico-higiene que tenía su auge en los Estados Unidos.
El panorama cambió con las nuevas tendencias que poco a poco asomaron con el
1er Plan Quinquenal. Ya un eminente psiquiatra se ‘olió’ el cambio de decorado:
al efecto de no sembrar alarmas y no atraer las censuras publicó los resultados de
sus trabajos en revistas de segunda categoría… De poco sirvió. La cúpula de la
profesión psiquiátrica fue removida, los consejos editoriales de las revistas
desmantelados y jóvenes psiquiatras adictos se encargaron de censurar lo que el
Ministro de Salud calificó de ‘basura inaceptable’.

I. ¿No hubo reacciones por parte de algunos profesionales? ¿No había figuras
eminentes que pudieran hacer entrar en razón a las autoridades que obraban con
tanta ligereza?

Vy. ¡No! Bastantes psiquiatras fueron obligados a ‘abjurar de sus errores’… para
salvar la piel. Tenga Vd. presente que la psiquiatría es, ante todo, una práctica
(terapéutica, pero práctica al fin y al cabo). Ya Stalin, en 1930, puso la etiqueta
denigratoria de ‘idealismo menchevique’ a cualquier línea de pensamiento que
separase la teoría de la práctica lo cual significaba en concreto que no se podía
cultivar una forma de pensamiento que no estuviese al servicio inmediato del
Partido.

I. Y quien juzgaba de esa inmediatez de servir al Partido era el mismo Partido…

Vy. Es que ese es el drama. Los que hablan en nombre del Partido no tienen el
mínimo reparo en decir mañana lo contrario —absolutamente lo contrario— de
lo que han dicho ayer y hoy. Y esa ‘práctica’ es la que se ha impuesto en las
confesiones o auto-inculpaciones de los científicos llamados al orden… Con lo
cual tenemos que escuchar a algún psiquiatra reputado decir, por ejemplo, que
‘el espíritu socialista reduce la sensación de fatiga del trabador’ (¡sic!). Otro tuvo
que soportar un rapapolvo desautorizador obligándole a reconocer que el
‘agotamiento soviético’ no existe; que lo que existe es la manía reaccionaria de
obstaculizar el ritmo revolucionario del trabajador soviético. En definitiva, lo
que se profesa es que la salud mental de los obreros y campesinos está asegurada
por su dedicación al trabajo.

I. Nunca hubiera creído que unos políticos pusieran de rodillas a la ciencia. Me
parece una tendencia suicida.

Vy. Todo en la ciencia está sometido a discusión. Pero si ésta se sustituye por
una doctrina impuesta uno no puede prever a dónde se va a llegar. Por supuesto
que la ciencia debe servir a los intereses de la nación y… a los del Partido en la
medida que éste la representa. Pero aquí está el punto delicado: si los intereses
de la nación rusa y los del Partido son los mismos.

Hice un gesto dubitativo sin querer comprometerme con una opinión que iba a
echar más leña al fuego…

Vy. Lo que sí está claro para mí es que los intereses de la ciencia, sus principios
de objetividad, honestidad, no siempre son compatibles con los de la política.
Esto no está tan claro para muchos que pasan por encima de la ciencia para hacer
méritos y escalar los puestos políticos. Uno de sus trucos favoritos es
‘desenmascarar’ enemigos del comunismo, con o sin razón (la mayoría de las
veces sin ninguna razón seria).

I. Vd. me está diciendo que se va a desencadenar una ‘caza de brujas’.

Vy. ¡No! ¡Que se ha desencadenado! ¿O qué otra cosa es lo que Vd. acaba de
escuchar o lo que ha leído? La ‘ortodoxia marxista’ se cifra en una colección de
sentencias o principios que pueden ser invocados por cualquiera para acusar y
desautorizar saberes estrictamente académicos. Ahí está el recurso a los ‘padres
fundadores’, Marx y Lenin especialmente, que se han convertido en ‘autoridades
científicas’ aunque se les cite fuera de contexto.

I. Ahora recuerdo lo que Vd. me comentaba el día pasado a propósito de la
psicología marxista. Que para muchos sólo consiste en traer pasajes de Marx o
Lenin y pretender, forzando las cosas, que concuerden con ideas de la psicología.

Vy. ¡Ya! Pero ahí nos movemos en el campo de las ideas. Aquí estamos en el
terreno de las batallas personales. Se utilizan argumentos ad hominem,
descalificaciones e insultos. Son armas arrojadizas contra los que se quiere
eliminar: ‘idealista menchevique’, ‘enemigo del proletariado’, ‘lacayo de
occidente o del imperialismo o del capital’, ‘desviacionista’, etcétera... En mi
condena tiene Vd. el mejor ejemplo.

Vuelvo a recorrer con la mirada el escrito contra Vygotskii y Luria. Es patente la
retahíla de calificativos que se ajustan a los que enuncia mi interlocutor.

I. ¿Y qué va a hacer Vd. ahora?

Vy. Estamos, Alexander Luria y yo preparando una respuesta adecuada para
mostrar que son acusaciones injustas. Pero, una vez que alguien toma la palabra
y acusa, uno queda ‘marcado’. Una buena respuesta no es suficiente. El Partido
deja que nos enredemos en discusiones. Si el acusador siente que su posición es
débil, entonces acude a las altas instancias. La resolución viene de allí.

I. ¡Curiosa manera de resolver las disputas científicas!

Vy. Y tremendamente peligrosa porque si pierdes la partida, puedes perder el
puesto de trabajo… Tengo miedo por mi familia. Me desmoraliza esta situación.
¿Cómo puede uno trabajar con esta incertidumbre?

I. Lev Semionovich, Vd. tiene amigos que saben de su honestidad científica y
que seguramente le apoyarán.

Vy. Eso espero pero en estos lances nadie está seguro y, sobre todo, nadie
arriesga su vida por salvar a quien ya la ha perdido…

I. Lev Seminovich, cuente con toda mi simpatía y todo el apoyo que yo pueda
brindarle. Al menos con mi comprensión y mi admiración por su trabajo hasta
hoy.

Nos quedamos un momento en silencio. Luego nos despedimos abrazándonos.

Conversación 9 ↑


La última conversación que tuve con Vygotskii me dejó un amargo sabor de
boca. La estupidez, la desmesura, la incoherencia de aquellos ataques –
pretendidamente en nombre de la ciencia– me hacía presagiar las peores
consecuencias. A los pocos días, con no sé que pretexto, me personé en el
Instituto para verle aunque fuera un instante. Su sala de trabajo estaba cerrada.
No insistí. Pero días más tarde regresé por si era la casualidad la culpable de no
haber encontrado a Vygotskii en mi fugaz paso. También estaba cerrado su
cuarto de trabajo pero me pareció oír su voz en una habitación próxima. Así que
me atreví a asomarme discretamente al lugar y, en efecto, allí estaba él de pie,
con algunos de sus colegas (reconocí a Luria) comentando sin duda asuntos que
habían sido tratados en la sesión recién terminada. Envié un breve saludo a
Vygotskii y me dispuse a retirarme, cerrando la puerta, pero él me hizo seña de
esperar y al cabo de unos momentos salió y juntos fuimos a su despacho.

I. Lev Semionovich, le ruego perdone mi importunidad pero tenía mucho interés
en saludarle y saber de su estado de ánimo luego de la conversación que el otro
día tuvimos. ¿Cómo van las cosas?

Vy. Algo mejor, amigo, algo mejor. Pero la tormenta sigue sobre nosotros
todavía. Estoy algo más sereno y puedo trabajar con más calma.

I. Yo también le percibo un poco menos tenso que el día pasado. Me tranquiliza
que Vd. pueda seguir repensando la psicología y animándola con nuevas ideas.
De todos modos, mi presencia aquí no es para distraerle de su tarea. Quería saber
de Vd. y certificarle, otra vez, mi cordial comprensión.

Vy. ¡Muchas gracias! Pero no se marche. Hemos tenido una sesión de trabajo
intensa y un rato de conversación relajada me vendrá bien.

I. ¡Gracias, Lev Semionovich! El caso es que hoy no traigo ningún asunto
especial sobre el que podamos conversar. Sí hay temas pero no son de la
psicología.

Vy. ¡Tanto mejor! Así nos distraemos…

I. Mire, Lev Semionovich, como persona dedicada a los asuntos culturales soy
un curioso de la vida cultural rusa. Estoy siguiéndola con sumo interés en sus
diversas manifestaciones. Le diré sin pretender halagarle que la Rusia actual, la
que ha nacido luego de la Revolución, es un hervidero admirable de ideas, de
proyectos, de realizaciones artísticas (o que pretenden serlo…). Estoy fascinado
por las nuevas corrientes literarias, por los diseños que exhiben las artes
plásticas, la arquitectura. Encuentro una vitalidad, una creatividad, un
entrecruzamiento de ideas y realizaciones que me cuesta asimilar.

Vy. Sí. Esta década de los 1920, una vez que concluyó la Guerra Civil y al
socaire de la Nueva Política Económica (que dio pie a una mejora de vida
general), ha sido testigo de una eclosión artística revolucionaria. No sólo porque
su fuente de inspiración es la Revolución de Octubre sino porque ha roto con
muchas de las tradiciones anteriores y pretende con un ímpetu arrollador
construir una nueva cultura, un hombre nuevo soviético.

I. Vd., como hombre formado en la literatura, estará muy al corriente de todas
las tendencias que pugnan en la arena literaria. Pero este es un dominio dentro
del cual aún no me muevo con suficiente soltura, pese a mi devoción por la
literatura clásica rusa. En cambio, de mis idas y venidas por Moscú, de mis
visitas a museos contemplando la nuevas expresiones en la pintura y escultura o
de la contemplación de los proyectos de la arquitectura de la Revolución han
brotado en mi algunas conjeturas que me gustaría contrastar con las ideas que
Vd., como ruso y moscovita de adopción, sin duda también tiene agazapadas en
su cabeza…

Vy. Estaría más predispuesto a discutir de temas literarios que acerca de las
manifestaciones de las artes plásticas (o incluso la música). Pero nuestros
intercambios de ideas no nos comprometen y podemos dar curso libre a nuestras
opiniones.

I. Hace un instante, Vd. aludía al ‘vendaval revolucionario’ renovador que ha
sacudido el panorama artístico ruso. La primera cosa que constato es que hoy
sólo tiene carta de existencia un ‘vanguardismo’ exacerbado. Obviamente, junto
con él la repulsa y la depreciación de todo lo pre-revolucionario.

Vy. Esta es una reacción típica en todos los grandes cataclismos históricos que
sacuden las naciones. Primero destruir todo lo que existe; luego reconstruir o
mejor dicho, recuperar lo que se ha salvado de la destrucción salvaje. Aquí
hemos escuchado de todo, desde ‘¡Abajo el arte burgués!’, ‘¡Todos los Rafael al
fuego!’, ‘¡Abofetead la cara del público!’... Hubo, a continuación de los
acontecimientos de octubre de 1917, verdaderos pillajes en las casas de los ricos:
se quemaron pinturas, se hicieron añicos esculturas, jarrones, lámparas, etcétera,
objetos todos ellos de mucho valor artístico aunque malditos en su raíz por ser
pertenencia de la aristocracia y la burguesía. Suerte que prevaleció el sentido
común, se formó una comisión oficial que protegió esos bienes y,
ejemplarmente, se los entregó al pueblo. Muchos de esos objetos preciosos los
habrá visto Vd. en los museos principales de Moscú.

I. Lenin y Trotsky, por citar dos personajes relevantes, rechazaron radicalmente
todo esos excesos iconoclastas… Recuerdo que Trotsky, concretamente en el
campo de la literatura, afirma que, tratándose del proletariado que desconoce la
literatura clásica, es un sinsentido cortar el cordón umbilical con el pasado. Que
la ruptura con la tradición literaria es un juego de la intelectualidad
revolucionaria que tiene más que ver con su nihilismo bohemio que con los
auténticos impulsos de renovación.

Vy. No habría que echar en saco roto la lección del Arca de Noé: para repoblar la
tierra anegada hubo que salvar las semillas de la vida anterior…

I. De todas maneras, hay –creo yo– por debajo de esta ansia destructora una
especie de ‘anhelo trascendente’ que hace de contrapeso y, hasta cierto punto, la
redime de la furia que reduce el pasado a pavesas. Es el proyecto revolucionario
soñado de una sociedad nueva. Una sociedad en que el pueblo (hoy el
proletariado) sea liberado. Es el gran proyecto eslavófilo que toma cuerpo en el
siglo XIX. Y la manera como el artista entiende esta ‘ascensión’ del pueblo es
que él sea el creador de su propia cultura. De ahí el movimiento del Proletkult.

Vy. Ciertamente hay mucho de eso.

I. Y me permitiría añadir algo más. (Vd. me corrige o me matiza…). Diría que
esta corriente renovadora, que, como digo, trasciende a las artes aunque se sirve
de ellas para expresar el proyecto de una sociedad que hay que transformar y un
pueblo que modelar (ambas cosas inseparables), se concentra en sobre todo en
las formas relegando el contenido a un segundo plano.

Vy. Efectivamente, una de las proclamas de este Nuevo Arte (¡no confundir con
art nouveau!...) es el rechazo de lo representativo o, en términos más comunes,
el realismo.

I. Y prosigo: centrarse en la forma (teniendo en cuenta que el destinatario es el
pueblo) resulta casi equivalente a dar al objeto de arte un carácter práctico. En
una palabra, es un arte que, por lo que aprecio, conjuga formalismo y utilidad.

Vy. Está en sintonía con el famoso dictum de Marx: ‘Dejemos de contemplar el
mundo y transformémoslo’.

I. Ha proferido Vd. la palabra clave: ‘transformación’… Me trae los ecos de la
atrevida profecía de Engels que augura la transformación de la naturaleza por el
trabajo y, en un bucle retroactivo, la transformación del propio hombre artesano-
trabajador.

Vy. Todo ello gracias a los útiles, las herramientas que son el producto y los
hacedores de la cultura.

I. Cerremos el círculo: hay una transformación de la naturaleza (progreso
material) que implica la transformación del hombre con la mediación de las
herramientas (la máquina) y, siguiendo el hilo, la creación de una nueva
sociedad. ¿No intuye Vd. que este es el manifiesto prospectivo que trasmite la
explosión del arte plástico ruso?. Porque en sus proclamas y realizaciones, los
artistas (me refiero a los constructivistas) conciben la transformación de la
materia bruta como creación de modelos cuya belleza (según ellos) nace del
propio material, de las tensiones a que debe someterse para adquirir la forma,
una forma que está finalmente sancionada por su carácter útil. En todo ello
sutilmente se ensalza el poder del artista (o artesano o artífice) participante y, a la
vez, protagonista del proceso transformador. El artista como demiurgo. Hay un
desafiante anhelo creador, prometeico sin disfraz en toda esta corriente.

Vy. Pero es que ésta es la gran promesa que encierra la visión de Marx

I. ¿Cuál?... ¿Seréis como dioses?... En el mito bíblico de los orígenes, el asunto
no termina muy bien…

Vy. No voy por ese camino… Quiero decir que el instrumento —si Vd. quiere la
máquina— está asociada a un hombre diferente en la medida que ello redunda en
mejora de vida y perfeccionamiento psicológico.

I. Lev Semionovich, no sé si Vd. comparte el espejismo de los rusos frente a la
máquina, al instrumento, en este dominio. No es por nada que Lenin proclamaba
que Rusia era el poder soviet más la electricidad. Rusia, en la vía que la propulsa
hacia el progreso tecnológico, es un continuo festejo en el culto a la maquinaria.
Evidentemente, ello redunda en el avance industrial. Pero no es este el tema. Lo
que quiero subrayar es que los movimientos artísticos reproducen ese culto —no
sé si paródicamente— proclamando una simbiosis entre el artífice-artesano y el
instrumento. Porque, aunque Marx, en su conocida comparación entre la abeja y
el arquitecto, reconozca que ‘en el principio’ está la mente que diseña, el acto
creador se hace materialmente posible sólo gracias el instrumento.

Vy. Me encanta su reflexión. La comparto. Da Vd. en la clave de la filosofía
materialista-instrumental. No hay una dualidad entre trabajador e instrumento,
como no sea desde el punto de vista ontológico: tanto el instrumento hace al
hombre como el hombre hace instrumentos. No descarte, con todo, Vd. la otra
faceta de todo este proceso: la promesa de Engels es que el trabajo instrumental
contribuye mejorar la naturaleza del hombre. En otras palabras, el dominio
material de la naturaleza recae en el dominio de sí mismo. Y éste tiene una
dimensión psíquica que no puede esquivarse. Vd. me habla del culto ruso a la
máquina… No es tanto a la máquina cuanto a lo que supone trabajar con
maquinas (con útiles) en el mundo moderno. El obrero ruso es generalmente un
‘primitivo’ extraído del mundo campesino. Se toma descanso en cualquier
momento del proceso productivo, celebra a gritos acabar una pieza (como si se
tratara de caza…), etcétera. No conoce la disciplina porque proviene de un
mundo en que el tiempo y el espacio son de otra magnitud que el de la ciudad
industrial. Las herramientas contribuyen a su transformación. No es la misma
transformación que la del artista en simbiosis con su cincel o los metales que
somete a formas pero admite comparación. Es aquí donde yo veo el gran alcance
del pensamiento de Engels sobre el trabajo, los útiles, las transformaciones
materiales y psicológicas. Yo me he aprovechado de esta visión, trasladándola al
campo mental, para mostrar cómo ciertos procesos psíquicos (que podemos
calificar de instrumentales) actúan de mediadores-facilitadores del paso de los
procesos elementales a los superiores.

I. ¿Ah sí? Explíqueme un poco su pensamiento.

Vy. Me estoy refiriendo al signo que yo asimilo a un útil o instrumento pero no
material sino psicológico. Es una analogía que hay que tomar con cierto
distanciamiento porque, evidentemente, una ‘herramienta’ en sentido estricto es
un ente que media entre la mano y la materia exterior; está orientada hacia
afuera. Por contraste, el signo es un ente psicológico dirigido hacia dentro. El
signo es el medio de que se vale el hombre para influir psicológicamente bien en
su propia conducta, bien en la de los demás.

I. ¿Cómo define Vd. el signo?

Vy. Mis ideas acerca del signo han ido evolucionando y ampliándose en estos
últimos años. No están aún acabadas de perfilar pero creo que estoy en
disposición de darle una explicación bastante coherente. Un primer abordaje al
signo humano me fue inspirado por el análisis que hacen los zoólogos (y aquí
soy deudor a Vagner) de las conductas animales respondiendo a las señales que
captan en su entorno. No sólo los animales sino igualmente el hombre y, cuanto
más ancestral, más dependiente es de ellas. Son las señales atmosféricas, las
señales del territorio, las que delatan la presencia o el paso de otros animales,
etcétera. Todos vivimos en un mundo de señales ‘detonantes’ de reacciones.
Actúan como estímulos y sus respuestas son bifurcaciones en nuestra línea de
conducta. Estas respuestas en el mundo animal son instintivas, la supervivencia
lo exige así. Entonces a mí se me ocurre: ¿y si el hombre a partir de la habilidad
para seguir sendas o el rastro de la caza fuera capaz de crear, por él mismo, otro
tipo superior de señales que cumpliesen, a voluntad suya, las mismas funciones
de orientación de su conducta que las del mundo inferior animal? Pavlov dice
que la existencia de señales, el primer sistema de señales, es una característica
universal. Por tanto el salto de las señales de la naturaleza a las señales no
naturales (artificiales) puede muy bien haber sido una conquista de la humanidad
a partir de un determinado estadio de la evolución. De hecho esto es lo que ha
sucedido. El signo es un estadio superior, humano, de la señal. El signo es un
estímulo que el hombre crea frente a la señal que es un estímulo preexistente en
el medio natural.

I. A primera vista, su relato es convincente… Intuyo algunos puntos oscuros
pero ya vendremos luego sobre ellos.

Vy. Observe Vd. que la señal y el signo funcionan según un mismo esquema
conductual, que es el del estímulo condicionado:

Y Vygotskii saca un papel y dibuja en él la siguiente figura:


Estímulo A Respuesta B

Signo X


El flujo del comportamiento ya no va directamente de A a B sino que pasa por
X. O sea, que la respuesta no nace del directamente del estímulo A sino de la
señal asociada a éste. Por ejemplo, la presa olfatea al depredador, huye pero no
lo ve… Con el signo humano ocurre otro tanto. Creo que en alguna ocasión
pasada le hablé de cómo me vino esta idea releyendo en Tolstoy, Guerra y paz,
el episodio en que Pierre Bezujov se halla ante la tremenda decisión de ir o no ir
a la guerra contra Napoleón… ¿Cómo resuelve su dilema? Echa a suertes…
Busca un signo, crea un evento que decide su determinación. De ahí mi
definición de signo: es algo que el hombre intercala entre un estímulo primitivo
y la respuesta que este suscitaría. El signo, en este sentido, es una estación
intermedia, supone un rodeo pero tiene la virtud de ser él quien provoca la
respuesta. Por tanto, en la medida que es el hombre quien lo crea, el hombre
acaba dirigiendo y dominando su propia conducta. Esta operación es
inconcebible en un animal. El hecho de introducir medios artificiales para
regular la conducta es un comportamiento totalmente nuevo y específicamente
humano.

I. Un paso trascendental en la evolución hacia la mente plenamente humana.
¿Tiene Vd. alguna conjetura acerca de cómo pudo darse en la aurora de los
tiempos?

Vy. No he estudiado este punto en concreto. Pero, puestos a elucubrar, le diré
que hay bases neurológicas que permiten apuntar alguna explicación. Pavlov ha
demostrado que para que un organismo obedezca sistemáticamente a una señal
es preciso que en su cerebro se hayan establecido las conexiones nerviosas
adecuadas. La adaptación tuvo que forzar al hombre a cerrar tipos de conexiones
que son imposibles en el mundo animal. Son conexiones nuevas, no de herencia
instintiva. El hombre las induce desde afuera al inventarse esos estímulos
artificiales.

I. ¿Pero cómo es posible formar conexiones desde el exterior al efecto de regular
la conducta?

Vy. El reflejo condicionado constituye la base nerviosa de la formación de
conexiones; la vida social crea estados de excitación cerebral que, en un
momento dado las establecen. La vida social, bajo la necesidad de subordinar la
conducta del individuo a sus exigencias, induce al mismo tiempo complejos
sistemas para la vida en sociedad, instrumentos que orientan y regulan la
formación de conexiones condicionadas en el cerebro de cada persona.

I. Lo que me viene Vd. a decir es que las conexiones cerebrales que sustentan
los signos son producto de la vida social. Esto en el fondo es Marx disfrazado de
neurólogo… Pero ¿no le parece que entre esa entidad tan vaga como ‘vida
social’ y algo tan concreto como son redes nerviosas con sus conexiones y
desconexiones hay un ‘salto mortal’? ¿No habría que buscar aquí instancias
intermedias que hagan de puente como Vd. mismo sugería el día pasado a
propósito de las doctrinas hegeliano-marxistas y la psicología?.

Vy. Ciertamente sí. Pero yo hoy no puedo decir más en este aspecto. El signo
existe. No sabemos cómo nació pero existe… Lo que quiero subrayar es el salto
trascendental que supone la capacidad de crear signos por parte de los seres
humanos. Aquí sí que hay una ruptura filogenética radical que nos distancia
definitivamente del reino animal. Por eso la creación y el recurso a estos medios
no naturales para dominar las reacciones está en la base de los comportamientos
que caracterizan las funciones psíquicas superiores.

I. Lev Seminovich veo que uno de sus leit motiv es el del dominio que adquiere
(o ha de adquirir) el hombre de su conducta.

Vy. Ha dado Vd. en el clavo. La gran transformación que experimentan los seres
humanos, la que les saca definitivamente de la animalidad (o, si Vd. quiere, la
que les permite asentarse en el dominio de los procesos psíquicos superiores) es
que su comportamiento que estaba gobernado por eventos externos se hace
autorregulado. Y esto es obra del signo. Además, ampliando los horizontes de mi
proposición, añadiré que es particularmente obra del signo por antonomasia que
es la palabra.

I. En efecto abre Vd. unos horizontes inmensos al considerar la palabra (el
lenguaje) dentro de la categoría de los signos. Aunque tengo mis reticencias a
que ‘degrade’ Vd. la palabra calificándola de signo-estímulo…

Vy. ¡No se impaciente!… Todavía es muy pronto para que entremos a tratar de
la palabra y del lenguaje. La palabra es mucho más que un estímulo pero este
término es lo suficientemente amplio (y vago) como para que abarque todo
aquello que mueve el comportamiento del hombre. Por el momento, vamos a
examinar más a fondo lo que otros comportamientos parecidos al de ‘echar a
suertes’ nos revelan acerca de la capacidad del hombre para dominar sus
procesos psicológicos. ¿Recuerda Vd. lo que le comenté acerca de las funciones
rudimentarias: cómo hacer el nudo en la vestimenta para recordar algo, supone
crear un estímulo nuevo en calidad de instrumento de la memoria? Es una
situación semejante a la de echar a suertes. La memoria del hombre primitivo es
distinta de la del hombre que tiene cultura en cuanto éste recurre a artificios que
cumplen las funciones de signos. En definitiva, tenemos que el hombre conserva
de su existencia inferior la capacidad de responder a estímulos naturales pero
añade la de crear otros. El rasgo distintivo de la psicología humana es, pues, la
existencia simultánea de los estímulos dados y los creados. La creación y empleo
de estos últimos como medios auxiliares para dominar las reacciones propias
está en la base de la forma distinta en que se determinan los comportamientos
elementales frente a los superiores.

I. Me permito seguir pensando (aunque mi pensamiento es aún muy informe)
que hay demasiada ‘carga psicológica’ en su argumentación frente las bases un
tanto endebles que pone Vd. de fundamento. Echar a suertes, artificios
mnemotécnicos, conteo con los dedos o partes de cuerpo, etcétera, sí que
cumplen la función de estímulos intermedios pero me resisto que sean elevados a
la categoría de signos o, al menos, a la misma categoría que los signos del
lenguaje.

Vy. Sobre este tema podemos luego venir y profundizar. Solamente quisiera
añadir por el momento que estamos haciendo trabajos experimentales con niños
pequeños para ver cómo estos que Vd. calificaría de signos de segundo orden
realmente mejoran las capacidades infantiles.

I. ¿Abre entonces Vd. aquí la vía de la pruebas experimentales?

Vy. Sí y me gustaría mostrarle a Vd. algunos de nuestros estudios. Pero no sobre
el papel sino invitándole a venir con nosotros y ver in situ cómo procedemos.

I. Por mi parte, encantado…

Vy. ¿Puede Vd. disponer de una mañana y acompañarnos a una escuela donde
estamos haciendo estos trabajos? Luego así hablamos con más fundamento.
Pasado mañana vamos a trabajar. Venga Vd. temprano y vea lo que hacemos.


* * *

Dos días después, en compañía de Vygotskii y dos de sus colaboradoras, nos
dirigimos a una escuelita primaria no muy lejos del Instituto. Por lo que pude
ver, el equipo de Vygotskii era ya habitual en aquel lugar. Rápidamente
procedieron a escoger tres grupitos de cinco niños de edades diferentes: 3, 4 y 5
años. Cada uno fue sometido al mismo protocolo. Primero a cada grupo en
bloque se les explicaba lo que tenían que hacer y se comprobaba que habían
entendido. ¿En que consistía su faena? A cada niño se le mostraban, a modo de
instrucción, cinco figuras diferentes cada una en su lámina. Cada lámina,
colocada en un pequeño atril delante del niño, se correspondía con un ‘timbre’ de
una fila de cinco colocada delante del niño. Segundo, a cada niño se le instruía
qué botón se correspondía con cada lámina. Por ejemplo, al serle mostrada la
lámina A, el niño debería apretar el botón 3; frente a la lámina B, el botón 1,
etcétera. El pequeño debía memorizar estas correspondencias. Vygotskii me
susurró que esto era lo que ellos denominaban ‘reacción electiva’. Si el niño
acertaba, el experimentador hacía sonar una campanita. Tercero, cada niño era
sometido a la prueba por separado. En un primer ‘pase’, los resultados fueron
deplorables: los niños de todas las edades (pero particularmente los más
pequeños) fueron absolutamente incapaces de recordar las correspondencias
lamina-botón. Algunos ante la lámina tocaban un botón al azar, otros iban
tocando un botón tras otro sucesivamente, otros hacían preguntas… Al parecer
Vygotskii y su gente ya sabían lo que iba a suceder. Entonces introdujeron un
cambio que resultó ser decisivo. Las figuras de las láminas eran: un trineo, una
hoguera, un niño sentado en su pupitre escolar, un dibujo de Lenin arengando a
las masas, una fábrica con su chimenea muy alta. Delante de cada botón que se
correspondía con una figura el experimentador colocó un dibujo sin decir nada:
un caballo, un hato de leña, dos libros, una bandera roja, una columna de humo
negro. Esta vez el número de aciertos fue alto: los niños al ver, por ejemplo, a
Lenin apretaron el botón con la bandera roja; al ver el trineo, apretaron el
caballo, etcétera, etcétera.

¿Ve Vd. la diferencia? –me dijo Vygotskii triunfante–. Hemos interpolado un
signo entre el estímulo (las láminas) y la reacción (apretar en botón) y el
resultado ha mejorado notablemente.

I. En efecto, todo esto es convincente. Sigue Vd., exactamente el esquema
primero que me propuso al introducir el signo y veo que las dudas (o, mejor
dicho, la falta de retención) de los niños ha quedado subsanada. Con todo, hay
algo en mi cabeza que arroja una sombra de duda, no sobre la prueba y sus
resultados sino más bien sobre la amplitud de las conclusiones que Vd. saca, esto
es, en qué medida estos —como Vd. dice— rodeos o interpolaciones artificiosas
(la de colocar figuras asociadas a las láminas, echar a suertes o hacer nudos en el
vestido) suponen claramente un paso decisivo hacia los procesos psíquicos
superiores. ¿O son sólo el umbral?

Vy. Sus objeciones me parecen serias. Hoy es apresurado entrar a discutirlas.
Dejemos ésta y otras cuestiones afines para otro día. Reflexione Vd. sobre lo que
ha presenciado y no tenga reparos en plantearme sus dudas que, como Vd.
reconoce, no son sobre el experimento en sí sino más bien sobre lo fundado de
las extrapolaciones que hago para confirmar mi tesis sobre los procesos
psicológicos superiores.

Nos despedimos aquel día y regresé a mis faenas habituales pero sin dejar de
lado cuestiones que el discurso y las experiencias de Vygotskii me habían
suscitado.























Conversación 10 ↑


En los días que siguieron, las ideas de Vygotskii sobre el signo me vinieron
repetidas veces a la cabeza. Recuperé, primero, el hilo de la conversación: de las
artes plásticas de vanguardia derivamos al uso de los instrumentos, a la
emergencia de un hombre nuevo, demiurgo, que trabaja la materia gracias a tales
instrumentos; de ahí Vygotskii saltó casi inopinadamente a otro tipo de
instrumento –esta vez mental– que cumple la función análoga de crear un
hombre nuevo, es decir, de procurarle el acceso al nivel de los procesos
psíquicos superiores. Sin embargo, persistía en mi la sensación de que la manera
tan rala como Lev Semionovich concebía el signo –la versión pavloviana de ‘una
figura’ asociada al estímulo primitivo– no podía albergar el potencial que
Vygotskii le prestaba, a saber, servir a la psique de palanca para ascender a los
procesos psíquicos superiores. Quizás al incorporar el lenguaje, la palabra, al
reino de los signos el panorama fuese un poco más prometedor. Así, más o
menos, se lo comuniqué a Vygotskii en nuestro siguiente encuentro.

Vy. Le comenté a Vd. el día pasado que mis ideas acerca del signo han sufrido
una evolución importante. Las explicaciones que Vd. ha escuchado pertenecen a
la primera fase, de tanteo, en que me planteé la existencia del signo como un
‘invento’ de la filogenia que amplía el campo de las señales.

I. ¡Una ampliación notabilísima!

Vy. Pero luego Pavlov nos descubre que existe un segundo sistema de señales: la
palabra, que actúa también, aunque de otra manera que las señales, como
estímulo condicionante. Pavlov viene a decir que la palabra es un estímulo que el
hombre usa para su autocontrol. Es, en este sentido, el signo humano por
antonomasia. Quisiera, pues, mostrarle a Vd. que la palabra-signo es un
instrumento que tiene las mismas propiedades que todo instrumento: es
transformador. Disponemos par ello de un punto de observación privilegiado: la
fase de las primeras manifestaciones del lenguaje que acompañan las actividades
manipulativas típicas de esa edad infantil. Comencemos por el principio. Ya me
ha escuchado Vd. extraer comparaciones de las criaturas humanas y los
chimpancés (Me refiero particularmente, como de ordinario, a los chimpancés de
Köhler y a sus experiencias). Una primera constatación es que, desde el punto de
vista de su trato con los objetos, no hay diferencias entre estos simios y los
infantes. Eso implica que, tanto los niños como los antropoides tienen una
misma inteligencia practica. O, lo que es lo mismo, que desde el ángulo de la
filogenia, las raíces de la actividad práxica humana están en el reino antropoide.

I. ¿A qué llama Vd. actividad práxica, inteligencia práctica? ¿Son la misma
cosa?

Vy. Actividad práxica es aquella a que se entregan los antropoides y los niños
manejando palos, ensartándolos, prologando su alcance para conseguir el cebo.
En general, es la actividad manual de manejar objetos, combinarlos, adecuarlos a
los objetivos (por ejemplo, los chimpancés en la naturaleza ‘afilan’ los palitos
para hurgar en los nidos de termitas). La inteligencia práctica es la que rige todas
esas habilidades. En los niños, su inteligencia práctica es que les incita, por
ejemplo, a tirar de la cuerda de un sonajero para que produzca sonidos, a servirse
de un bastoncito para acercar un objeto fuera del alcance, a impulsar un objeto
para que choque con otro, etcétera.

I. Entiendo.

Vy. Muchos investigadores concluyen, que la actividad manual, que preexiste en
el reino animal, progresa solamente en la medida que el movimiento se hace más
preciso, es decir, con la maduración nerviosa y muscular. Pero no es así. En las
actividades rudimentarias del niño se produce un salto trascendental que le hace
despegar del estadio antropoide. ¿Cómo da ese paso? Con la aparición del
lenguaje.

I. ¡Interesante!

Vy. Los descubrimientos de Köhler muestran que la inteligencia práctica de los
chimpancés existe sin que haya lenguaje. O sea, que éste ha surgido en la
evolución luego de aquélla. ¿Qué aporta entonces el lenguaje a la inteligencia (si
es que aporta algo)? Lo vemos en los niños cuando comienzan a hablar. El
lenguaje introduce un cambio radical en las actividades manuales de los
pequeñines. Muchos psicólogos lo han pasado por alto. Piensan que el lenguaje
es simplemente un ‘acompañamiento’ a la melodía básica de la acción. ¡Ni
mucho menos! El lenguaje desempeña un papel simbólico con respecto a la
actividad.

I. ¿Qué quiere Vd. decir con esto?

Vy. El lenguaje va penetrando profundamente la actividad del niño: le da un
sentido. Este término tiene aquí el doble uso de ‘dirección consciente’ y
‘significado’. Quiero decir, el lenguaje comienza a jugar un papel específico
organizador, ‘dirige’ el uso de los instrumentos y la actividad cambia su forma
de ser.

I. ¿Qué cambios son esos que sufre la actividad infantil?

Vy. El niño piensa ahora en voz alta. Son las primeras manifestaciones del
pensamiento verbal. Su acción, hasta ahora espontánea, que obedecía casi
automáticamente a lo que le entraba por los ojos, se demora, se hace menos
impulsiva. Hay un inicio de control. En segundo lugar, el niño planifica y lo hace
pensando el alta voz (‘Primero haré esto, luego aquello… ¡No! Antes tendré
que…’). Resuelve el problema en el plano verbal para luego ejecutarlo en el
plano motor.

I. Pero ¿a quién habla el niño en estas circunstancias? ¿A la persona que le
acompaña?... Y si está jugando él solo ¿habla también?

Vy. El niño habla para sí… Es un lenguaje que se llama egocéntrico. Es fácil
observarlo en niños de 3 y 4 años. También existe en los adultos. Fue Piaget el
que lo estudió primeramente. Sacó una conclusiones que yo considero
apresuradas, por no decir erróneas. Pero de esto podemos hablar otro día porque
es un tema importante. Lo que quiero subrayar es que con el habla (ya sea
egocéntrica, ya dirigida al interlocutor) el niño se hace apto para controlar su
propia conducta; se relaciona consigo mismo como si ‘estuviera al lado’, es
decir, se produce una especie de desdoblamiento de la persona. Este es un paso
mental de incalculable trascendencia.

I. O sea, que volvemos a los comienzos: el habla-signo es un instrumento (¡sui
generis!) que definitivamente actúa como medio de control del comportamiento.

Vy. En efecto, la actividad simbólica del habla introduce un cambio radical,
profundo. Crea un segundo sistema de signos-estimulo auxiliares que guían la
organización práctica del comportamiento. En contraposición a lo que ocurre en
animales superiores, el niño teje una intrincada red de conexiones entre el habla,
el instrumento que usa y el campo visual. Si no tenemos en cuenta estas
conexiones, cruciales para entender la psicología de la actividad práctica
humana, ésta quedará fuera de toda comprensión.

I. ¿Cómo se produce lo que Vd. llama ‘intrincada red de conexiones’ entre el
habla, los instrumentos y la vista?

Vy. Ante todo, mi punto de vista, contra muchos psicólogos, es que no existe
aquí ningún invento por parte del niño. Tampoco hace un descubrimiento súbito
(al estilo del ¡Aha! del chimpancé enganchando palos…). Tampoco es fruto de
un discurso lógico, impensable a estas edades. Estas formas de actividad nuevas
hacen una aparición progresiva, siguen un proceso de desarrollo. Esto queda de
manifiesto al compararlas con la actividad propia de los simios. En el niño la
diferencia está en la organización, la estructura que impone y el método que
sigue. En los simios el uso instrumental es siempre el mismo; no hay variaciones
(salvo las que derivan de un aprendizaje por tanteo). Los pequeños intentan,
ensayan, prueban, repiten para mejorar… Nada permanece igual. Hay constantes
reorganizaciones. Así pues, la actividad antropoide y la actividad humana a
partir de ahora seguirán caminos diferentes: la de los simios se estanca, la de los
humanos desemboca en el trabajo. Y con el trabajo viene todo lo demás que Vd.
sabe y que hemos hablado.

I. No tengo nada en contra de las extrapolaciones que Vd. hace de la actividad
infantil fecundada por el lenguaje hacia el trabajo (siguiendo la inspiración de
Engels). Hay otra cosa que suscita más mi interés. Infiero de lo que Vd. me está
diciendo que todo este proceso tiene una vertiente mental; no es sólo una mejora
de la práctica…

Vy. En efecto, estamos ante el umbral de los procesos psíquicos superiores. El
niño comienza a dejar atrás el estadio de los procesos elementales que compartía
con los antropoides. Pero ¡ojo!, aquí no interviene la lógica: el niño no inventa
nuevas formas de actuar, con mejores resultados, ni las deduce lógicamente; las
va configurando poco a poco de la misma manera que, en su progreso motor, el
arrastrado por tierra es sustituido por el gateo y éste por la postura erguida.
Tampoco se trata de perfeccionamiento de hábitos a la manera de quien
memoriza un texto y puede luego reproducirlo con variantes sin alterar su
esencia.

I. Me tiene Vd. impaciente por conocer finalmente cómo se origina y se
desarrolla en el niño esta progresión en sus formas de actividad.

Vy. No hay ningún misterio. Esta unidad del habla y las operaciones práxicas es
fruto de un proceso que va de fuera adentro. En él se conjugan la historia de
psique infantil y la historia de sus interacciones sociales. Más bien habría que
decir que ésta última –su socialización– ‘hace’ la historia de su psique.

I. Lev Semionovich, esta es una afirmación muy densa... Quizás sea la
coronación de una serie de detalles que previamente tendría Vd. que glosar.

Vy. (sonriendo). Perdone mi apresuramiento… Es algo que tengo muy pensado y
precipito los acontecimientos. Las fuentes del desarrollo de la actividad del niño
están en su entorno social, en sus relaciones con las personas que le rodean. Y es
que el niño no entra en contacto fructuoso con los objetos él en solitario; lo hace
a través de los otros. El camino de los objetos al niño y del niño a los objetos
pasa a través de los otros. Fíjese qué ocurre cuando el pequeño, en el curso de su
acción, tropieza con una dificultad (lo que pasa con frecuencia): se detiene y se
vuelve a su interlocutor para solicitarle que le acerque el objeto, que se lo libere
de algún enredo, que le ayude a encajarlo con otro, etcétera. Un obstáculo,
rompe el flujo de la actividad. Entonces interviene el habla para reanudarla. Y es
que el niño persigue un objetivo y sabe lo que tiene que hacer pero no puede
llevar adelante su plan él solo. Al incorporar la acción del otro no sólo completa
el plan en su cabeza sino que organiza la acción siguiendo lo que le propone el
adulto. La actividad infantil toma una forma social, adquiere significado dentro
del sistema de comportamientos sociales y se refracta a través del prisma de las
formas sociales que ahora están en su pensamiento. El niño está inmerso en el
proceso de socialización.

I. Su visión del habla como instrumento de socialización en estas primeras fases
del desarrollo me parece muy rica. Me admira cómo Vd. ha penetrado más allá
de la corteza de las cosas triviales que suceden entre una criatura y los que están
a su lado. Más que nunca, ahora quedo convencido de que el lenguaje nos hace
verdaderamente humanos.

Vy. Concluyo mi ‘disertación’ expresándole que las dos funciones que hemos
atribuido al habla, la de autocontrol y la de contacto con las personas que le
rodean, no están en realidad disgregadas porque gran parte de la conversación
del adulto con el niño obviamente está dedicada a guiar su actividad; él controla,
desde afuera, las ejecuciones del pequeño. Y esto es trascendental porque
significa que el niño va a utilizar para su propio control las pautas que recibe de
los otros. Lo que se le propone desde afuera, lo interioriza y asimila hasta
hacerlo suyo. Así se cumple exactamente lo que dice Janet: “Me comporto
conmigo mismo como los demás se comportan conmigo”. Esta es la esencia del
proceso de socialización.

I. Creo ahora entender mucho mejor su pensamiento acerca de la manera como
las relaciones sociales modelan la mente y la actividad de los niños. Si mal no
recuerdo, en nuestras primeras conversaciones esto fue lo que Vd. llama de
manera genérica sociogénesis.

Vy. Me alegro de que todo haya quedado claro para Vd. Observe de paso que
nuestras conversaciones son una excelente ilustración de cómo el diálogo entre
dos personas –el juego entre mentes– las ilumina a ambas. Porque no sólo Vd. se
ve en posesión de nuevas ideas sino que yo mismo, al exponérselas, me reafirmo
en las mismas al tiempo que las ajusto, las matizo y les doy mayor coherencia.

























Conversación 11 ↑


Ya había hecho su entrada la breve primavera moscovita del año 1932. La gente
salía mucho más a las calles, las inundaba materialmente sorteando
anárquicamente tranvías y carruajes que, por su parte, no eran demasiado
cuidadosos con los indisciplinados transeúntes. Moscú continuaba siendo un
hervidero de gente de todas partes. Los pasaportes de circulación interna por el
país, recién impuestos, no eran de gran eficacia para frenar el flujo de paisanos
que desbordaba la ciudad. Aunque brumosos, los rumores sobre las
consecuencias devastadoras del Plan Quinquenal en el campo circulaban en boca
de la gente. Los que sobrevivieron buscaban refugio donde podían; en último
término en la gran ciudad. Desplazarse en Moscú o pasear era un continuo
sortear mendigos, vagabundos sin hogar, vendedores de cualquier cosa. La
ciudad envejecía deteriorada. Sólo el Kremlin y la Plaza Roja –su gran fachada–
seguían ostentando su lozanía como emblema que eran de la nueva ‘grandeza’ a
que aspiraba el régimen de Stalin.

Pasaron varias semanas sin que me dejase ver por el Instituto de
Neuropsicología. Suponía a Vygotskii enfrascado en sus investigaciones y temía
que mi presencia fuese un estorbo. De todos modos, las varias conversaciones
que habíamos tenido me permitían intuir que los trabajos de Vygotskii tenían
muchas ramificaciones y que estaba aún lejos de haber agotado su temática. Yo
no sabía si permanecería en Moscú luego del verano. Lo cual me incitó a intentar
algún encuentro nuevo con mi genial interlocutor y apurar algo más la
información que me estaba confiando. Otra cosa sería el destino de la misma. No
tenía en ese momento ningún proyecto concreto y tampoco pretendía traérmela
conmigo a mi país saltando el cerrojo que las autoridades soviéticas habían
impuesto a todo lo que circulaba de fuera adentro de Rusia y al revés.

Escribí a Vygotskii para concertar algún nuevo encuentro y recibí su respuesta
afirmativa pocos días después. Recordé, releyendo mis notas, que en nuestro
último encuentro, particularmente denso en ideas, habíamos entrado en el tema
del lenguaje y pensé que había que explorar más profundamente el pensamiento
de Vygotskii en torno al mismo. No tenía claro por dónde comenzar. Así se lo
manifesté a mi interlocutor.

Nos saludamos afectuosamente.

Vy. Hace ya varias semanas que no viene Vd. por aquí. Espero que mis discursos
no le hayan hastiado…

I. ¡Al contrario, Lev Seminovich! Créame que he disfrutado mucho
escuchándole. No siempre le he entendido del todo porque, aparte de que no soy
psicólogo, son ideas novedosas que nunca había escuchado. He ido tomando
notas, recuperando lo que Vd. me ha contado y presiento que aún queda mucho
por decir. Pero tampoco puedo abusar de su tiempo y distraerle de su faena
investigadora.

Vy. Poder dar curso a mis ideas cuando encuentro una mente receptiva, es un
verdadero gusto. Vd. me hace saber que aún tengo mucho por decir… ¡No es
para tanto! Sí es cierto que quedan algunos temas a la espera y que podemos
abordar cuando Vd. quiera, a nuestro ritmo…

I. En la última conversación, Vd. habló de pasada sobre una fase del habla de los
niños en que estos parece que se dirigen a sí mismos, hacen algo así como
soliloquios…

Vy. Sí: el lenguaje egocéntrico.

I. ¡Exactamente! Ahora recuerdo que esa era la denominación. ¿Me quiere Vd.
dar alguna información acerca de ello?

Vy. Por de pronto, el lenguaje egocéntrico es objeto de observación casi trivial.
Se da en los niños pero también en los adultos. Imagine Vd. un niño que está
‘trasteando’ con unos objetos, jugando a combinarlos, a reproducir algún
modelo… Acompaña a ratos sus manipulaciones con palabras en voz alta que no
se dirigen a nadie (aunque haya a su lado alguien para escucharle). Es como si
pensara en voz alta. ¿Lo ha observado Vd. alguna vez?

I. Tengo una vaga idea de ello pero no tengo hijos y no he tenido quizás ocasión
de estar un ratito con un niño mientras juega él solito y observar lo que Vd. me
dice.

Vy. ¡No importa! Puede Vd. constatarlo en cualquier momento. El dato está ahí
bien al alcance. Pero vayamos al tema. Creo que le dije que había sido estudiado
por Jean Piaget, un excelente psicólogo suizo que ha escrito ya varios libros
sobre los niños: sus ideas acerca del mundo, sus primeras formas de lenguaje en
relación con su pensamiento y otros.

I. No he oído hablar de él.

Vy. Piaget es una extraña mezcla de Freud y Kant. Estos autores le sonarán más
a Vd., que es filósofo. Por lo que respecta al lenguaje egocéntrico, su inspiración
es Freud. El lenguaje egocéntrico de los niños (que suele tener su punto álgido
entre los 3 y 5 años) da a Piaget algunas pistas sobre una característica de su
mente a esas edades. Es lo que –consecuentemente– denomina el egocentrismo.
Es una particularidad propia y distintiva de la manera de pensar de los niños en
la edad del parvulario. Piaget, que ha gastado muchas horas escuchando a los
niños, ha descrito una serie de características de su forma de pensar (y de
expresarse) que le inducen a establecer tres estadios que él denomina
pensamiento primario, difuso y parecido al ensueño, pensamiento egocéntrico y
pensamiento realista dirigido por el razonamiento lógico. El primero es un
pensamiento subconsciente, poco adaptado a la realidad, orientado a satisfacer
los deseos. Como ve Vd., esta manera de caracterizarlo es típicamente
psicoanalítica. No me detengo en él. En el extremo puesto, el pensamiento
maduro, el que obedece a un razonamiento lógico no aparece, según Piaget,
hasta los 7-8 años y lo hace gracias a la influencia inevitable del medio social.
Piaget llega a hablar de pensamiento socializado… ¿Y el pensamiento
egocéntrico? Está en medio de los dos anteriores: es el puente que transita de
uno al otro. Como ya le he dicho a Vd. el pensamiento egocéntrico se delata en
el lenguaje infantil. El niño en su fase de egocentrismo (siempre según Piaget)
habla refiriéndose a sí mismo, expresa sus puntos de vista sin tener en cuenta los
de los otros, parece como si no esperara respuesta a sus propósitos… Es una
especie de ‘monólogo teatral’: el niño habla para sí, piensa en voz alta, no se
dirige a nadie.

I. ¿Y hay alguna razón por qué aparece ahí, a esa edad? ¿Tiene alguna función?

Vy. Piaget –y aquí aparece el kantiano– es un obseso del origen del conocimiento
y piensa que éste tiene unas raíces biológicas. (En lo cual estamos enfrentados,
puesto que mi tesis es que sus raíces son sociales). Para él la inteligencia es la
capacidad de intervenir en el entorno, de aprehenderlo. Sus semillas están
adentro. Van germinando, se van desarrollando en un ‘choque’ con las realidades
materiales. Y, a medida que se va expandiendo, por fuerza, adopta formas
sociales. El conocimiento queda revestido de ellas, modelado, pero no lo
determinan. ¿Me sigue Vd.?

I. Por el momento, si. Pero, dígame, ¿qué tiene que ver esto con el lenguaje
egocéntrico?

Vy. Piaget no considera el lenguaje sino como subordinado al desarrollo de la
inteligencia. Al abrigo de ésta, también transita de dentro hacia fuera: se
socializa. Y en ese tránsito, hay una etapa intermedia, la del lenguaje
egocéntrico. Es un lenguaje en que el niño habla para sí, poco social aunque en
vías de serlo plenamente.

I. Creo entender. El lenguaje, sea como sea que nace, va haciéndose
paulatinamente más social en su forma y en sus funciones de comunicación.

Vy. Por las razones antedichas –es un momento de paso– Piaget no atribuye a
este lenguaje ninguna función específica. Está ahí para desaparecer. El
demuestra incluso con números que, en efecto, el lenguaje egocéntrico
disminuye a medida que los niños crecen.

I. Por lo que barrunto, Vd. no está de acuerdo con Piaget…

Vy. ¡No lo estoy! Las investigaciones de mi grupo han probado que el este tipo
de lenguaje tiene un papel sumamente original desde su comienzos. Vea Vd. por
qué pienso así. En nuestros encuentros con los niños de parvulario les
proponíamos tareas sencillas de dibujar algunas escenas corrientes pero, sin
pretender directamente fastidiarles, les poníamos trabas como, por ejemplo,
esconderles la goma de borrar, quitarles algún lápiz que tenían al comienzo,
ponerles un tubo de pintura con un poso seco, etcétera. Lo que sucedía en
muchos casos es ilustrativo: los niños se detienen y comienzan a discurrir en voz
alta. Sólo le contaré una situación que tuvimos la suerte de captar para que vea y
juzgue (no quiero abrumarle con muchas pruebas…). Un niño tenía que dibujar
un tranvía yendo en una cierta dirección. Comenzó a dibujar. La trampa
calculada fue que la mina de su lápiz estaba disimuladamente quebrada. El niño
iba dibujando y comentando para sí (con su lenguaje egocéntrico) por dónde iba
el tranvía, cuánta gente llevaba, etcétera. De repente, se rompe la mina del
lápiz… El niño dice entonces (para sí): ‘¡Se ha roto!’. Hace una pausa y cambia
el escenario: recompone su lápiz y dibuja un tranvía volcado, la gente tirada por
tierra…

I. ¡Qué curioso!

Vy. De todo ello concluimos varias cosas. Primera, que el lenguaje egocéntrico
está íntimamente ligado a la acción que el niño lleva a cabo. Por lo tanto, una
perturbación en esta actividad, una dificultad que se presenta, se refleja en ese
lenguaje y éste marca otro rumbo a la actividad. Segundo, que las dificultades y
perturbaciones que surgen hacen que el niño tome conciencia de lo que está
realizando. En los mayores, provoca que reflexione antes de encontrar la
solución. A los niños más grandecitos, los que estaban en edad escolar, les
preguntamos qué pensaban al rehacer su dibujo y sus respuestas nos recuerdan el
pensamiento de un preescolar. Ello nos lleva a suponer que la operación que
realiza el niño de preescolar cuando habla en alta voz, el niño en edad escolar la
realiza empleando un lenguaje interior silencioso. Con lo cual concluimos que el
lenguaje egocéntrico, visiblemente, cumple una función expresiva y de descarga:
sirve de acompañamiento a la actividad del niño y se convierte en un
instrumento de pensar —en el auténtico sentido de la palabra—, es decir,
empieza a realizar la función de elaborar planes para resolver del problema que
ha surgido.

I. Dice Vd. que el lenguaje es un instrumento de pensar en el niño.

Vy. Digo más bien que el lenguaje egocéntrico tiende a convertirse en ‘pensar
con las palabras’. Es algo así como un lenguaje interno, semiaudible. Es el
equivalente a pensar en alta voz pero sin que se escuche la voz… Todos tenemos
la costumbre de hablar con nosotros mismos, a veces audiblemente, a veces
silenciosamente. Pero también pensamos con palabras aunque no formulemos
frases enteras bien formadas.

I. Me estoy armando un lío. Explíqueme de manera más clara estas distinciones
que está Vd. proponiendo.

Vy. Sí. Hay un lenguaje externo, audible que se conforma a las reglas de la
gramática. Pero cuando una persona piensa en alta voz o en silencio pero
representándose las palabras, está utilizando un lenguaje más abreviado, menos
sintáctico, más predicativo. Cuanto menos audible, más condensado. Este es el
lenguaje interno. Que el lenguaje egocéntrico manifieste una estructura más
simplificada es, para nosotros, una señal de que se diferencia progresivamente
del lenguaje de la comunicación social, se está haciendo más abstracto frente al
lenguaje ordinario, el del discurso gramatical. Se está convirtiendo en lenguaje
interno puesto que la abstracción es uno de los rasgos constitutivos
fundamentales de éste. El lenguaje interno, la etapa final de esta carrera, es la
capacidad de pensar las palabras, de representárselas en lugar de pronunciarlas,
de manejar no la palabra sino la imagen de la palabra. Es una forma de
pensamiento verbal.

I. Entonces para Vd. el pensamiento verbal es una derivación del lenguaje
egocéntrico convertido en lenguaje interno. ¡Muchos escalones!

Vy. No se preocupe: todos los saltamos rápidamente… Y es más fácil subirlos
que describirlos… Pero la teoría que estamos elaborando exige que
establezcamos estas distinciones que parecen sutilezas. Esta teoría se opone a la
de Piaget. Volvamos a lo que él dice. Aunque Piaget no es muy explícito en
cómo concibe el lenguaje con respecto al pensamiento, su idea es que desde el
comienzo ambos están vinculados. Un pensamiento solipsista y un lenguaje
igualmente solipsista que se manifiesta exteriormente como egocéntrico. Ambos
caminan de dentro afuera. Se van socializando poco a poco sirviendo a funciones
de comunicación (recuerde que para Piaget el lenguaje egocéntrico no es social-
comunicativo…) y más tarde crean el discurso lógico. Nosotros pensamos que el
itinerario es el opuesto. Ante todo el lenguaje infantil tiene funciones de
comunicación social. Poco a poco el niño adquiere la capacidad de comunicar
consigo mismo: aparece el lenguaje egocéntrico que coexiste con el lenguaje
para la comunicación social. Ese lenguaje se silencia, pasa a ser lenguaje interno
y finalmente se condensa en el pensamiento verbal. Como ve Vd. nuestra
propuesta es un camino que comienza afuera, comunicación social, y se corona
dentro: el pensamiento que se apoya en la palabra. El lenguaje externo resulta de
un proceso que transforma el pensamiento en palabras; el interno va en sentido
inverso: es una ‘volatilización’ del lenguaje en el pensamiento.

I. Constato, una vez más, Lev Semionovich, que Vd. permanece fiel a sus
principios inamovibles de la preeminencia de lo social en la construcción
psíquica. ¡Es Vd. un monolito de coherencia!

Vy. Sí. El balance definitivo de todo este análisis, teórico y experimental, es que
el desarrollo propio del pensamiento infantil se efectúa no del secreto del
individuo a lo social sino, al contrario, de lo social a lo más íntimo e individual.
La aparición del lenguaje egocéntrico tiene una base social; a fortiori el lenguaje
interno. El niño, como sugiere Janet, transfiere las formas sociales de
comportamiento, las formas de actividad colectivas, a la esfera de las funciones
psíquicas individuales.






Conversación 12 ↑

Un par de semanas después de la entrevista precedente, volví por el laboratorio
de Vygotskii. Había estado repasando mis notas de la última conversación y
quedaban bastantes cosas por aclarar. El tema del pensamiento en su relación
con el lenguaje es crucial no sólo para la psicología sino también para la filosofía
y se me antojaba que las ideas de Vygotskii podían ofrecer algunos puntos de
apoyo para iluminarlo. El día que me reuní con Vygotskii, el sol brillaba con una
claridad post-invernal casi deslumbrante. Lo tomé como un buen augurio de la
luz que podía conseguir escuchando sus lecciones.

I. Lev Semionovich, parece que el sol de la primavera nos acompaña y su luz me
permite augurar que muchas de las dudas surgidas luego de haber conversado
con Vd. de tantos temas van a despejarse...

Vy. (Sonriendo). Mi querido amigo, ojala vayamos, Vd. y yo, arrojando luz en
nuestra mente sobre tantos misterios que surgen en nuestro propósito de indagar
los laberintos del pensamiento humano.

I. Precisamente quisiera conversar con Vd. hoy acerca del pensamiento. El día
pasado me quedé muy sorprendido (e impresionado) de su abordaje: el
pensamiento nace vía el lenguaje. Es una interiorización del habla que practica el
niño luego de haber pasado ésta por la etapa egocéntrica… ¿Digo bien?

Vy. ¡Perfectamente!

I. Pero Vd. se detuvo en el ‘pensar con las palabras’… No me parece que esa es
la etapa final, definitiva.

Vy. La relación entre pensamiento y lenguaje es muy compleja. Yo he estudiado
particularmente esa relación en sus primeras fases, hasta la formación del
pensamiento verbal. No he podido avanzar en lo que concierne a cómo se pasa
del pensamiento verbal al pensamiento abstracto. Tengo algunos esbozos del
tema. Por ejemplo, hemos estudiado la formación de conceptos pero esto es, por
decirlo de alguna manera, una aproximación fragmentaria. Es una puerta de
entrada pero no una elaboración cuidadosa de cómo se configura el pensamiento
en toda su profundidad. Pero en mi dedicación al pensamiento verbal me he
detenido a examinar cuál puede ser el modo como se articulan el pensamiento y
el lenguaje.

I. ¿Cuál es?

Vy. La relación entre el pensamiento y la palabra es crucial. Dentro de la
psicología moderna es un campo nuevo aún por roturar. Para alguna escuela
psicológica —los reflexólogos— el pensamiento es lo mismo que el lenguaje:
sostienen que el pensamiento es el habla inhibida.

I. ¿Qué significa eso?

Vy. Que es un habla no proferida. El pensamiento sería un habla que se queda
como bloqueada antes de exteriorizarse. Es la vieja idea de Sechenov: un reflejo
inhibido en su faceta motriz

I. ¡Ah ya!

Vy. Por el contrario los psicólogos de Wurzburgo, en su pretensión de liberar al
pensamiento de todo lo que tiene que ver con las sensaciones, dicen que el
lenguaje y el pensamiento van cada uno por su lado; nada tienen en común. El
problema es que tanto una como otra escuela sólo atienden al aspecto externo de
la palabra, es decir, el sonido. Su aspecto interno —la significación— es como la
cara oculta de la luna: está inexplorada, desconocida. Y sin embargo es aquí
donde yace la posibilidad de resolver los problemas de la relación del
pensamiento con el lenguaje puesto que el significado es el punto nodal de esa
unidad que llamamos el pensamiento verbal. Pensamiento y palabra no son dos
procesos independientes. El significado de la palabra es un fenómeno que radica
en el pensamiento en la medida en que éste está ligado a la palabra, toma su
sustancia de ella. Y, recíprocamente, la palabra es algo intrínseco al lenguaje en
la medida en que éste se halla ligado al pensamiento e iluminado por aquélla. El
significado es, pues, un fenómeno del pensamiento y del lenguaje. Es como su
arco de bóveda: allí donde se juntan y mutuamente se apoyan.

I. Entiendo.

Vy. Por tanto mi tesis es que pensamiento y habla forman un todo compacto.

I. ¡Ya! … Déjeme unos instantes que reflexione sobre lo que Vd. me está
diciendo… Vuelvo atrás, a lo que Vd. me explicaba el día pasado acerca del
pensamiento verbal que nace a expensas del habla egocéntrica… Creo
comprender bien que esa unidad que Vd. preconiza entre pensamiento y habla se
realiza plenamente en el pensamiento verbal… Pero supongo que esta unión es
todo un proceso. Quiero decir, pensamiento y habla no nacen ya fundidos. Entre
otras razones porque el ‘habla’ (el lenguaje) se desarrolla poco a poco. Si mal no
recuerdo, Vd., en una de nuestras conversaciones, criticó a psicólogo alemán
Stern por dotar de pensamiento a la mente infantil. Y, si no hay pensamiento
antes del pensamiento verbal, ¿con qué pensamiento se fusiona el habla para
constituir aquél?

Vy. Su objeción es muy pertinente. Pero es fácil desmontarla… ¡Vamos a ello!.

Sí que hay un pensamiento originario que nada tiene que ver con el lenguaje. Es
lo que llamamos inteligencia práctica, la que muestran los niños y también los
chimpancés manipulando objetos, sirviéndose de estos para ciertos objetivos
(alcanzar un cebo lejano), encontrando relaciones (las que les llevan a encajar
los palos o tirar de un cordel para hacer sonar una campanita)… Lo que las
experiencias de Köhler demuestran inequívocamente es que en los chimpancés
existe un embrión de inteligencia, es decir, de pensamiento independientemente
del lenguaje. Los ‘inventos’ de los simios tales como el uso de instrumentos o la
manera que tienen de ‘contornear’ los obstáculos para resolver problemas
constituyen ciertamente la primera fase del desarrollo del pensamiento, un
pensamiento preverbal.

I. O sea, el embrión del pensamiento (o de la inteligencia) chimpancé nada tiene
que ver con el lenguaje…

Vy. Tampoco en los niños. En estos, luego de nueve a 12 meses (la que Bühler
llama ‘edad del chimpancé’) aparece el empleo más simple de herramientas
antes de las primeras manifestaciones de su lenguaje. Por tanto, misma
conclusión que con los simios: el pensamiento se desarrolla por un camino y el
lenguaje por otro. El pensamiento y el lenguaje tienen raíces distintas.

I. Voy captando su idea. Y, dígame, ¿dónde está la raíz del pensamiento práctico,
el primero que aparece en la evolución y también en el desarrollo de las
criaturas?

Vy. Para mi está claro que la raíz del pensamiento práctico está en el tipo de
comportamiento superior que ostenta el chimpancé en cuanto éste se caracteriza
por el uso de las herramientas. Algunos psicólogos, como Yerkes que ha
estudiado los orangutanes, les atribuyen un tipo de pensamiento que llaman
‘ideación superior’ que tendría relación con la aparición del lenguaje (y ello
llevaría a negar que lenguaje y pensamiento tengan distintas raíces). Pero la
única condición para que el simio utilice correctamente los instrumentos es que
la situación que afronta esté a la vista, sea concreta. En una palabra, la gran
certidumbre objetiva que tenemos sobre el intelecto del chimpancé no es la
existencia una ‘ideación’ sino que, en ciertas condiciones, es capaz de utilizar y
fabricar útiles muy simples y realizar detours. Para el marxismo, el
descubrimiento de Köhler no es ninguna sorpresa. Ya Marx dijo que la creación
y uso de útiles —cuyos antecedentes encontramos en algunos animales—
caracterizan el proceso del trabajo humano. Y Plejanov, en la misma línea,
asegura que el homo es transportado por la zoología a la historia dotado de la
capacidad de inventar y de utilizar instrumentos. Es curioso que Plejanov no
hable de actividad instintiva, al estilo de las construcciones de los castores, sino
de la capacidad de inventar y utilizar instrumentos, es decir, operaciones
inteligentes.

I. O sea que para Vd., de acuerdo con Marx y sus comentaristas, los orígenes del
comportamiento inteligente han de buscarse en uso de las herramientas.

Vy. Y en el trabajo, obviamente. Por cierto, también el juego infantil en su faceta
de ‘hacer como si’, o sea simbólica, tiene también sus orígenes en el uso de las
herramientas, entendidas estas en sentido amplio de ‘objetos manipulables’. Pero
este es otro capítulo que no vamos a abordar ahora.

I. Sí. Mejor no desviarnos del camino ya trazado… Volviendo a él, ¿dónde
ubicar entonces la raíz del lenguaje?

Vy. En su fase más primitiva, el lenguaje infantil tiene como base el reflejo
hereditario, incondicionado. Es, por ejemplo, el grito o los balbuceos que emite
el recién nacido. Luego de las primeras semanas estas reacciones vocales se
transforman en reflejos condicionados. La mayoría de las veces tienen un
carácter emocional. Suelen ir acompañadas de movimientos corporales: el niño
agita sus brazos o las piernas. Charlotte Bühler demostró, además, que al mismo
tiempo se producen reacciones de contacto social. Esta es la prehistoria del
lenguaje infantil. Como digo, tiene su base en el sistema de reacciones
incondicionadas, emocionales que, por diferenciación se elaboran en reacciones
vocales condicionadas. Pero esto aún no es lenguaje. El niño va aprendiendo
luego palabras pero éstas son sólo sonidos que parecidos a los que pronuncian
los adultos. No son palabras propiamente hablando. La palabra debe poseer un
sentido, cosa que al principio no sucede tratándose de los niños. Debe existir un
nexo entre la palabra y aquello que significa. Este nexo comienza siendo
‘mecánico’ pero es utilizado por el adulto funcionalmente como medio de
comunicarse con el niño.

I. ¿Qué quiere Vd. decir que el adulto se sirve funcionalmente de ese nexo para
comunicar con el niño?

Vy. Quiero decir que las palabras, para el niño, funcionan como ‘etiquetas’
pegadas a las personas y los objetos. Para el adulto son nombres, tienen
significado. No así para el niño ya que el sonido que profiere no es un signo.
Entonces, aunque adultos y niños nos servimos de un mismo material (sonidos),
éste tiene distinto alcance. Cuando el pequeño escucha que los adultos nombran
algo, capta a su manera que designan un objeto; entonces relaciona el sonido con
el objeto. El niño que comienza dominando simplemente la ‘forma’ externa
sonora de la palabra, adjunta esa forma a cada objeto, se hace con una estructura
que unifica palabra y objeto de manera que la palabra que identifica el objeto
venga a ser propiedad del mismo.

I. Pero a cualquier edad de la vida, más o menos temprano en el desarrollo, pasar
del sonido a la idea de que ese sonido es un signo supone un salto mental
grandioso. Los animales, adiestrados, pueden responder a ‘etiquetas’ pero nunca
comprender que la etiqueta es un signo.

Vy. El niño, como digo, recibe la palabra de los que le rodean. Poco a poco toma
conciencia de que las palabras son signos. Es algo misterioso, parecido a lo que
sucede cuando capta el gesto humano de señalar: el niño alarga su bracito para
alcanzar algo; no llega; la madre interpreta ese movimiento y lo repite pero
extendiendo su brazo, con el índice apuntando al objeto… Poco a poco el niño
entiende que la madre está haciendo un signo: está señalando.

I. Insisto en que esa comprensión es un acto inteligente. Y no creo que sea sólo
de inteligencia práctica. Viene a ser lo mismo que, en nuestros antecesores, el
salto de la señal al signo. Vd. en su día me explicó que fue la sociedad, o sea, la
necesidad de mutuo entendimiento en vistas al trabajo la que provocó el salto.
¿También ahora?

Vy. La historia del desarrollo de los signos se deriva de una ley mucho más
general que es la que regula el desarrollo de la conducta. Pierre Janet la califica
de ley fundamental de la psicología: el niño, a lo largo del desarrollo, da forma a
su comportamiento al poner en práctica la manera como los otros se comportan
con él. El niño asimila las formas sociales de conducta y las transfiere a sí
mismo. Esto es aplicable, no sólo a las formas externas, sino a las formas de
pensar lo cual sucede por la vía del lenguaje. Por otra parte, esta tesis mía de la
interiorización de las relaciones sociales, su conversión en procesos psíquicos
superiores, se inspira lejanamente en Marx. Parafraseando su tesis bien
conocida, podríamos decir que la naturaleza psíquica del hombre viene a ser un
conjunto de relaciones sociales trasladadas al interior y convertidas en
estructuras de la personalidad

I. Su tesis es sumamente sugerente y me parece que comporta una visión nueva
acerca del desarrollo psicológico humano. Pero sigo creyendo que su enunciado
es aún muy general, aunque se apoye en dos personajes de la talla de Janet y
Marx. Explicar la manera cómo las relaciones sociales inducen el proceso de
desarrollo de las funciones psíquicas superiores necesita un profundo trabajo de
elaboración.

Vy. Me alegra que esté Vd. de acuerdo con las líneas generales de mi
pensamiento. No pongo reparos a sus reticencias en cuanto a que necesita un
mayor grado de elaboración. En ello estamos. Mi objetivo ha sido mostrar, en
contra de toda la tradición, que lenguaje no es simplemente la prolongación del
el intelecto: es algo radicalmente nuevo. No es algo que la biología ha puesto
ahí, a nuestro alcance inmediato, sino que es un producto socio-histórico. Los
puntos que hemos ido tratando han mostrado claramente que el pensamiento
verbal es no una forma natural de comportamiento sino una forma socio-
histórica y por lo mismo se distingue por una serie de propiedades y reglas
específicas que no pueden descubrirse en las formas naturales de pensamiento y
del lenguaje. Y, una vez reconocido el carácter histórico del pensamiento verbal,
debemos extender a esta forma de comportamiento todos los principios
metodológicos que el materialismo histórico establece para los fenómenos
históricos en la sociedad humana.

I. Creo inferir, entonces, que el pensamiento verbal o, mejor dicho, todo el
proceso de interiorización del habla que lo va configurando, es para Vd. el
modelo del proceso por el que las relaciones sociales se transfieren a la psique
individual. Pero no se me alcanza qué tiene que ver el materialismo histórico en
todo él.

Vy. El materialismo histórico sostiene que los fundamentos de la vida humana
están en los procesos materiales, económicos, productivos, socio-culturales. El
pensamiento no escapa a esta ley de acero. Nuestro estudio, al situarse en el
panorama del materialismo histórico, se abre a otras perspectivas. Nuestra
investigación nos ha llevado al umbral de otro problema, aún más vasto,
profundo y grandioso que el del pensamiento y el lenguaje: el problema de la
conciencia. Nos hemos centrado en analizar la relación de la palabra con la
realidad. Hemos estudiado experimentalmente el salto dialéctico de la sensación
al pensamiento y mostrado que el pensamiento refleja la realidad de otra manera
que la sensación, que el rasgo fundamental distintivo de la palabra es ser el
reflejo generalizado de la realidad. Con ello hemos tocado un aspecto de la
naturaleza de la palabra que desborda el marco del pensamiento, en cuanto tal, y
que no puede estudiarse en toda su plenitud sino dentro de un problema más
general, a saber, el de la palabra y la conciencia. Si la conciencia de las
sensaciones y la conciencia pensante tienen cada una modos diferentes de
reflejar la realidad, es porque son tipos de conciencia diferentes. Es por eso que
el pensamiento y el lenguaje son la clave para comprender la naturaleza de la
conciencia humana. No es sólo el pensamiento sino la conciencia en su totalidad
la que está, junto con él, ligada al desarrollo de la palabra. La palabra es la
expresión más directa de la naturaleza histórica de la conciencia humana.

I. Lev Semionovich, su pensamiento es demasiado profundo en este punto para
que yo pueda asimilarlo inmediatamente… Necesitaré algún tiempo para ello.
Solamente un detalle: Vd. da a la palabra, al lenguaje, la llave de la conciencia
—si es que le he entendido bien— y puesto que la palabra es típicamente una
expresión de los modos de pensar sociales, Vd. está concluyendo que la
conciencia es el reflejo de la realidad tal como la concibe la sociedad.

Vy. Sí. Es así. La conciencia individual está tejida con los hilos de los
significados sociales. No existe el pensamiento autóctono. Pensamos como nos
enseñan a pensar. Asumimos, sin preguntarnos por qué, el pensamiento que reina
en la sociedad.

I. ¡Ya!. De entrada esto parece plausible pero me resisto a aceptar que no exista
pensamiento autóctono (como en su día me resistí a que entre el genio de
Pushkin y un poeta vulgar de la calle no haya mayores diferencias). No quiero
abrir aquí un nuevo foro de discusión. Mantengamos el compromiso de que hay
un espacio para el pensamiento original frente al pensamiento masivamente
orientado. En la tradición rusa han coexistido ambos. Su propuesta, llevada al
extremo, nos abocaría a que hubiera poderes que intentasen crear el pensamiento
‘único’ lo cual, como filósofo humanista, me produce pavor. Y creo que a Vd.
también…

Vy. Pensamiento autóctono (o su ausencia) no quiere forzosamente decir
uniformidad del pensamiento. Me refiero a las raíces del pensamiento humano.
Luego éste puede adoptar muchas variantes. Si todos pensáramos igual no habría
discusiones ni discrepancias. Sería muy aburrido… Pero, en los orígenes,
nuestras maneras de pensar provienen del mundo social que nos acompaña en el
desarrollo.

I. ¡Gracias Lev Semionovich por sus lecciones! Tengo por delante muchas horas
para meditar sus ideas que han cambiado el panorama de la psicología que yo
tenía desde la filosofía. No le prometo que las adoptaré todas pero sí que
guardaré una profunda consideración sobre su nueva concepción social de la
psicología.


FIN









Material adicional ↑
Conversación 2

POTEBNIA, ALEXANDER

Potebnia (1835-1891) fue un lingüista ruso eminente que, en sus trabajos sobre
poesía, plantea indirectamente el tema de la relación entre pensamiento y
lenguaje. Quizás por esta razón Vygotskii le presta autoridad citándole varias
veces en su obra póstuma que lleva el mismo título. Potebnia, continuador de las
ideas de Humboldt, sostenía que “la poesía es uno de los modos de aprehender la
realidad, de adquirir el conocimiento por mediación de la palabra” (Erlich, V.,
1974). El formalismo ruso. Barcelona: Seix y Barral, p. 32). Los vocablos
novedosos (los neologismos) son actos de creación poética. Potebnia exalta la
imaginería poética que, según él, explicaría lo desconocido a través de lo
conocido Vygotskii se aprovechó de esta idea defendiendo que en toda palabra
subyace una imagen lo cual explicaría cómo se originan las palabras de uso
común: las palabras no son inventos improvisados ni son tan convencionales
como se supone; las palabras tienen su historia: el vocablo “golub” (paloma)
proviene de “goluboi” (azul), “voron” (cuervo) proviene de “voronoi” (negro,
oscuro) y así de otros muchos casos. Entre líneas esto quiere decir que hay una
asociación”natural” entre paloma y volar por el cielo azul, entre el color “voron”
(negro) y el pájaro “voronoi” (cuervo), etcétera. De Vygotskii es la siguiente
afirmación: “En toda palabra existe una imagen interna; es como una
comparación, un cuadro interno o un pictograma de sonidos convencionales
unidos a una imagen interna” (Historia del Desarrollo de las funciones
Psíquicas Superiores, Cap 6). En definitiva, todo se reduciría a una cadena de
asociaciones a partir de un término primitivo en el que subyace una imagen
perceptiva. Vygotskii da autoridad a esta idea pese a que ya desde los años de
1920, los formalistas y futuristas rusos la habían desacreditado rotundamente.
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BLONSKII

Pavel Blonskii (1884-1941) fue una mezcla de filósofo, psicólogo y pedagogo
que ocupó un puesto importante en las reformas educativas que siguieron a la
revolución de octubre 1917. Blonskii fue un típico representante de la
intelligentsia rusa. Nacido en un medio modesto, pudo seguir estudios y abrazó
fervorosamente el nuevo régimen. En sus años de Moscú, Vygotskii asistió a sus
clases y de él retuvo un aforismo que fue luego una de sus directrices en el
estudio de desarrollo: “El comportamiento ha de entenderse como historia del
comportamiento”. Blonskii también perteneció al Instituto de Neuropsicología al
mismo tiempo que Vygotskii. Pero su figura está asociada a Krupskaia, la esposa
de Lenin, promotora y animadora de los nuevos planes de educación que
pusieron en marcha los soviets a partir de los años de 1920. El historiador de la
psicología soviética, David Jorasvsky, emite un juicio poco complaciente acerca
de Blonskii: “Hizo una amalgama entre la ideología soviética dominante y sus
conocimientos profesionales tratándolos como enfoques complementarios para
comprender el ser humano. Sus escritos revolucionarios carecieron de
autenticidad. Pasó superficialmente sobre los problemas que habían sido causa
de que la psicología se apartase de la filosofía hasta convertirse en algo
incompatible con ella. Extrajo un poco al azar la teorías de la mente que habían
propuesto diferentes autores –Hume, Kant, Titchener, Freud incluyendo a Pavlov
y Jacques Loeb– con su reducción de los fenómenos mentales a reflejos o
tropismos. Mezcló estas ideas con las de Marx a propósito de los medios de
producción que, según él, determinan y son una expresión de la mente.
Luchando por lograr una síntesis, no pasó de conseguir un mero acúmulo”.
Bibliografía
Joravsky, D. (1989). Russian Psychology. A Critical History. Oxford: Blackwell.
Van der Veer, R. y Valsiner, J. (1991). Understanding Vygotsky. Oxford:
Blackwell.

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Conversación 3

AGIT-PROP

En Rusia, en los años que siguieron a la revolución de octubre hubo un enorme
entusiasmo de divulgación y propaganda de la acción revolucionaria. Hay, con
todo, que distinguir (aunque la distinción sea artificiosa) entre agitación que
estaba dirigida a provocar una respuesta inmediata ante una situación dada y
propaganda que se concebía como un proceso más permanente y enderezado a
la educación del pueblo.

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Conversación 4

BILINA

Las “bilina” son canciones populares rusas de carácter épico cuyo asunto eran
mitos y leyendas de los tiempos antiguos. Cobraron importancia en Rusia a
mediados del siglo XIX cuando revivió el interés por las tradiciones orales y un
grupo de folkloristas hizo una recopilación de “bilini” recorriendo el pais en
busca de rasgos que algunos suponían estaban en la raíz de la personalidad y el
alma rusas. Sin embargo, un afamado crítico, Stasov, sostuvo que el origen de
los “bikini” era mongol: un residuo lejano de las tribus orientales que habían
invadido Rusia en los siglos XIV y XV. La polémica fue grandiosa por cuanto
estaba en juego una pieza clave de la identidad nacional. Una leyenda recogida
en un “bilini” es la de Sadko, tema de una ópera de Rimsky-Korsakov.

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JUVENTUDES COMUNISTAS: KOMSOMOL

Los comunistas, una vez en el poder, se apresuraron a movilizar la conciencia
política del pueblo comenzando por la juventud. Pusieron en marcha las
organizaciones de “Pioneros” y Komsomol (Unión de Juventudes Comunistas).
Los primeros eran adolescentes entre 10 y 14 años; los segundos muchachos
entre los 15 y los 18-19. Los miembros de una y otra organización eran
reclutados sobre todo entre los hijos de los obreros siendo excluidos los de
familias no proletarias (hijos de la antigua burguesía, del funcionariado, de
sacerdotes ortodoxos, etcétera). Pertenecer al Komsomol era una vía preferencial
para acceder a la Universidad y ulteriormente lo fue para cargos de
responsabilidad funcionarial. La organización de Pioneros y Komsomol remedó
las de los “boy-scouts” de Europa. Es notable el celo y la entrega revolucionaria
que mostraron desde el principio las juventudes comunistas soviéticas hasta el
punto de tener que ser frenadas más de una vez por el mismo Partido. Incluso se
convirtieron en vigilantes de las posturas que éste adoptaba en cuestiones
sociales y políticas. Los miembros del Komsomol fueron particularmente activos
dentro del mundo escolar. Como discípulos fueron la pesadilla de los maestros,
oponiéndose a su autoridad. Adoptaron una actitud agresiva y radical en su lucha
contra los viejos métodos de enseñanza. Por otro lado, colaboraron activa y
gratuitamente en las campañas de alfabetización de los campesinos avanzada la
década de 1920 aunque su actuación, según consta, era casi más propia de una
campaña militar que de “culturización”.
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Conversación 6

EL MOVIMIENTO “HACIA EL PUEBLO”



En la segunda mitad del siglo XIX hubo entre la elite rusa una corriente
ideológica y repleta de intenciones humanitarias que se volvió hacia el
campesinado ruso en el que creía encontrar, quizás en su atraso secular
idealizado como “primitivismo”, la fuente virginal del alma rusa. Intentaba
redimirle de su ignorancia, de sus excesos (bebida, violencia, maltrato a las
mujeres) inculcarle un sentido cívico y dar un impulso a su “liberación” de los
terratenientes. En 1874 grupos de estudiantes salieron de la ciudad al campo para
instruirles y de contagiarles su entusiasmo por los ideales políticos de que ellos
estaban imbuidos. Estos “misioneros” entusiastas desconocían por completo la
vida real del campesinado. Y, como ha ocurrido obstinadamente en la historia de
estos movimientos de buena voluntad, su encuentro con la realidad de la vida de
la aldea fue un “choque tectónico”. Los campesinos no entendían nada de su
discurso, les era incomprensible que en Rusia se pudiera vivir sin el Zar y
reaccionaron —en algunos casos— denunciándoles a las autoridades. Tampoco
los estudiantes pudieron adaptarse a la alimentación y a las costumbres de la
vida aldeana. Fue un fracaso previsible que se saldó con una amarga decepción y
cambió la visión idealista, preconcebida, de la intelligentsia rusa acerca del
pueblo.

(volver)

PROLETKULT

El Proletkult (Organización proletaria de la educación y la cultura) fue un
movimiento, promovido por intelectuales, que siguió a la Revolución de octubre.
Su propósito fue transformar la cultura de Rusia inspirándose en los ideales de la
Revolución Comunista, propuesta vaga y ambiciosa que, a la postre, no logró
consensuar ni los objetivos ni los medios para esta empresa. Unos pretendían
erradicar la cultura burguesa prerrevolucionaria; otros conservar por lo menos
algunas de sus manifestaciones; todos querían dar un gran protagonismo a las
masas. Crearon clubs proletarios, bibliotecas, fomentaron representaciones
teatrales, exposiciones, etcétera. Para sus cabecillas la cultura tenía que tener el
mismo peso que la política y la economía. En esto chocaron con Lenin y el
Partido quienes sometieron el movimiento a la burocracia del Partido y lo
ahogaron en los años siguientes a 1922.

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LA CULTURA EN RUSIA 1900-1930

Al hacer la presentación de la cultura que brilló en Rusia en el primer tercio del
siglo XX hay que anticipar dos acotaciones. La primera es que nos referimos a
la “alta cultura”, la de las élites, que tiene sus manifestaciones en la literatura, el
teatro, la pintura y la música. La segunda se refiere al período que hacemos
extensivo: 1900 a 1930. Si el primer jalón es totalmente arbitrario (muchas de las
obras que pasan por ser de la nueva época artística datan de finales del siglo
XIX), el segundo (1930) marca el principio del sometimiento de la cultura a la
política de Stalin, política que se hace opresiva con el primer Plan Quinquenal
(1927-1932) y monocolor con el advenimiento del “realismo socialista”.

El siglo XX inicia su singladura con la desaparición de dos figuras eminentes de
la literatura rusa: Chejov y Tolstoy. Antón Chejov, emulando con Maxim Gorki,
fue uno de los dramaturgos que dieron vida al Teatro Artístico de Moscú (aunque
su obra literaria sobrepasa el género dramático). Sus obras –La gaviota, Las dos
hermanas, El tío Vania …– perviven todavía en nuestros escenarios. Chejov dio
un giro de modernidad al arte dramático colocando a sus personajes en
situaciones insinuantes en que el espectador se veia abocado a una interpretación
comprometida. Hay que tener en cuenta que el teatro tenía en Rusia un poder de
convocatoria y una fuerza impactante excepcionales. La gente asistía a las
representaciones como a un ritual las mas de las veces catártico. El teatro ruso
alumbró directores eminentes como Stanislavsky quien confesaba haberse
dedicado a la escena porque “el teatro es el púlpito más influyente, más que los
libros o la prensa. El actor es el profeta de la belleza y la verdad” (Volkov, El
Coro mágico, p. 13). Las crónicas de la época que siguió a la Revolución de
Octubre cuentan que las bibliotecas públicas, que poco a poco fueron
instaurándose en la Unión Soviética, fueron, más bien que salas de lectura,
lugares de representaciones escénicas por parte de los usuarios.

El otro gran personaje que desaparece en los comienzos del siglo es Lev Tolstoy.
Poco cabe añadir a los elogios que siempre ha merecido su obra literaria: Guerra
y paz, Ana Karenina o la breve (y angustiosa) narración, La muerte de Ivan
Illich, además de Resurrección, Sonata a Kreutzer y otras. Tolstoy fue un
personaje contradictorio: hombre adusto, con aires de profeta bíblico, de
impulsos anarquistas (de “antisistema” le tildaríamos hoy), enfrentado al Zar y la
iglesia ortodoxa (que le excomulgó). Usó a sabiendas su fama y su prestigio para
alzarse contra todo. Tolstoy, además de cultivar la literatura, fue doctrinario y
pedagogo. Su influencia en este último dominio se dejó sentir incluso en las
reformas educativas de la Revolución. Con él muere el último clásico del siglo
XIX que había alumbrado a Pushkin, Gogol, Lermontov y otros cercanos
contemporáneos suyos: Dostoevsky y Turgenev.

El siglo XX en Rusia se hace rápidamente eco del movimiento modernista,
francés. Una de las características de la cultura rusa ha sido, según Isaiah Berlin,
asimilar las corrientes europeas contemporáneas pero dándoles un aire nacional,
típicamente ruso, que lejos de constituirse en plagios, consigue unos logros tan
brillantes como originales. Tal es el caso del movimiento simbolista que floreció
desde finales del siglo XIX hasta la segunda decena del XX. Sus fuentes son los
literatos franceses Baudelaire, Rimbaud, Verlaine. Es un movimiento que insufla
en la literatura un aura de misticismo: “La poesía es una revelación de la Verdad
definitiva, una forma superior de conocimiento (…). La palabra no solo se
refiere a algo o alguien, no solo designa: sugiere y evoca lo, de otro modo,
inexpresable: es el arte de la magia verbal” (Ibid, pg 49). La corriente simbolista
alumbró un movimiento ideológico neonacionalista conocido como los escitas
cuyas raíces se remontan al siglo anterior que, en un momento dado, evocó las
reminiscencias de las invasiones de los mongoles en el siglo XV y XVI. Rusia
(su “intelligentsia”) deja traslucir a lo largo de su compleja historia cultural unos
fogonazos de añoranza (ambivalente) de un pasado asiático asociado a esas
invasiones que dominaron Moscovia en la Edad Media europea (Rusia nunca
tuvo una Edad Media propiamente dicha). Pushkin, entre otros, reivindica para
su pais un papel de puente, paso y también de frontera, entre Asia y Europa. Esta
es la ambivalencia de Rusia siempre vacilante en su posición (política y cultural)
entre ambos continentes.

El patriarca reconocido del simbolismo ruso es Ivanov aunque los poetas más
celebrados son Alexander Blok (su pieza Los doce, que figura en todas las
antologías, es una metáfora de la revolución con un estribillo de ametralladoras,
donde no falta el denostado burgués y la sacrificada prostituta y que concluye
con un desfile de “los doce”, que evoca los seguidores de Jesús, hacia el frente),
Andrei Bely con su deslumbrante novela modernista Petersburg y Sergei Esenin,
un poeta nacido del pueblo cuya fama sobrevivió a su trágico suicidio en los
años 1920. Blok fue asimismo indirectamente víctima del Régimen comunista
(pese a la intercesión de Gorky) al no ser autorizado a recibir cuidados médicos
en el extranjero.

Del movimiento simbolista se desgaja el llamado acmeísta ligado a los nombres
de Nikolai Gumilev. Anna Akmatova y Ossip Mandelsta, no menos famosos
que los del simbolismo. El acmeismo representa un retorno a la realidad y la
objetividad —al clasicismo si se quiere— frente a las excursiones místicas de
los simbolistas (de las que Ivanov hizo la masa de su literatura). La producción
poética de Gumilev, Akmatova y Mandelstam está trágicamente ligada al destino
que acompañó a estos egregios autores en su vida bajo el régimen comunista.
Gumilev, a principios de los años 1920, jugó a provocar al Régimen (creyéndose
inmune) y fue fusilado sin razón. Mandelstam, cuya poesía, según Isaiah Berlin,
“poseía una pureza y una perfección formal jamás superada en Rusia”, fue
enviado al Gulag por Stalin y murió allá. (Puede que no fuera ajeno a este
destino una demoledora sátira, émula de las de Quevedo, que Mandelstam
escribió contra Stalin tildándole sin pudor de “charlatán a medias, el montañés
del Kremlin, cuyos gruesos dedos son grasos cual gusanos…”). Todas las obras
suyas perduran memorablemente contándose Tristia entre las más conocidas. Su
memoria fue conservada por su esposa, Nadezha. Anna Akmatova, escribió
poesías —por ejemplo Réquiem— de gran hondura y rebosantes de emoción.
Los títulos de estos autores son una evocación —no por azar— del momento
histórico, cruelmente arrasador, en que malvivieron. Akmatova sobrevivió a la
segunda Guerra Mundial y al asedio de Leningrado por las tropas nazis. Fue
entonces temporalmente rehabilitada porque sus poesías enardecían a los
combatientes rusos. Aunque luego recayera en el olvido (en la Rusia de Stalin)
sus versos siguen siendo hoy imperecederos.

Aunque no directamente ligados a los movimientos recién mencionados no
podemos dejar de nombrar a dos autores clave de la literatura rusa que les tocó
vivir en parecidas circunstancias en los años 1920 y posteriores. Son la poetisa
Marina Tsvetaeva que acabó suicidándose en 1941 y el que fue posteriormente
Premio Nóbel, Boris Pasternak, cuyo Doctor Zivago (aparte de otras obras)
atravesó las fronteras de frío para triunfar clamorosamente en Occidente. Isaiah
Berlin ha trazado un cálido bosquejo de Pasternak luego de haber logrado
entrevistarse con él en los años de la guerra fría (I. Berlin. La mentalidad
soviética).

La década de 1910 alumbra a los futuristas que traen consigo una renovación
furibundamente iconoclasta de las bellas letras. Ante todo se trata de echar por
tierra las tradiciones (“¡Fuera, Pushkin, Dostoevsky, Tolstoy!...”). Torturan el
lenguaje con neologismos atrevidos (e incomprensibles). Los futuristas cantan la
fascinación que la industria causaba en las mentes de los rusos revolucionarios:
“La magnificencia del mundo se ha enriquecido de una nueva belleza, la belleza
de la velocidad: un automóvil de carreras con su radiador adornado de gruesos
tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo, un automóvil que ruge, que
parece correr sobre la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia”. Es
todo un síntoma que Trotsky, en su Literatura y revolución, al par que elogia a
los futuristas por su impulso renovador en la literatura deprecia su élan
revolucionario que atribuye más a su inconformismo bohemio que a un auténtico
espíritu bolchevique.

El gran gurú del futurismo es Vladimir Mayakovsky (1893-1930), brillante
escritor polifacético, actor de teatro compadre del gran metteur en scène
Meyerhold. Inconformista por naturaleza e individualista impenitente,
Mayakovsky no se retrajo de ridiculizar la aburrida burocracia soviética. Publicó
poemas (150.000.000 y Pro Eto) y obras de teatro (Misterio bufo). El primero
desató el furor de Lenin (muy reticente a las innovaciones futuristas) por haber
hecho imprimir 5.000 ejemplares en un momento de total carestía de papel.
Atacado despiadadamente por los zelotas del Régimen, la Asociación Rusa de
Escritores Proletarios, se suicidó y con ello quedó patente que no había “paraíso
soviético” para voces discrepantes aunque fueran de convencidos comunistas.

El último movimiento que ocupó, junto con el futurismo, el proscenio de las
inquietudes e indagaciones teóricas de los literatos rusos fue el formalismo.
Nació como reacción a los que los que en ese momento estaban en vigor,
particularmente contra el aura mística y el esoterismo de la poesía simbolista. El
formalismo, como su nombre sugiere, es la reivindicación de la “forma” que
adopta el discurso poético: el estilo, el ritmo, la rima. Para Slovsky, uno de sus
principales teóricos, en la poesía prima el sonido sobre el significado. La poesía
es música, es una orquestación verbal. Los formalistas resaltan la función
estética que nace de la eufonía poética y la disgregan de la comunicativa que rige
el lenguaje ordinario. Fueron deudores de los futuristas al asumir y llevar a sus
últimas consecuencias la liberación del lenguaje poético que estos propugnaban.
Entre los primeros formalistas está el posteriormente célebre Roman Jakobson
(que en 1920 se marchó a Praga y fue allí uno de los fundadores del círculo que
lleva ese nombre); junto con él un grupo de investigadores audaces —Slovsky,
Eisembaum, Ossip Brik y otros— que realizaron una profunda a innovadora
reflexión sobre el estilo poético. El formalismo fue un fenómeno autóctono ruso.
Se hizo un sitio en el panorama literario a través de la revista Opojaz, su
plataforma reivindicativa. Porque como dice Victor Erlich (El formalismo ruso,
pg 116) aquellos fueron años de enfrentamiento y polémica entre escuelas
literarias agudizada, si cabe, por la avalancha ideológica que traía consigo la
Revolución: “Una inflación de manifiestos literarios caracterizó el período de la
guerra civil y de la Nueva Política Económica”. Futuristas e imaginistas,
constructivistas y el grupo Fragua, “proletkultistas” y “enguardistas”, por no
citar sino las organizaciones mas importantes, luchaban ferozmente por la
hegemonía. Cada una de estas agrupaciones defendía estridentemente su
programa como la fórmula del arte proletario, la última palabra de la estética
marxista-leninista y liquidaba las pretensiones rivales como caducas,
reaccionarias o mecanicistas”.

Todo acabó casi abruptamente cuando Stalin lanzó su Primer Plan Quinquenal
(1927-1932). Enmudeció la crítica libre, se apagaron las voces discrepantes y el
mutismo intelectual fue rellenado con una nueva corriente, oficial, que alguien
bautizó como el “realismo socialista”. Se traba de un arte (en sentido amplio)
que debía “educar” al pueblo en los valores de la revolución soviética, tal como
la entendía Stalin.

Vinculada al futurismo y al constructivismo nace una nueva era en el teatro ruso
impulsada por otro genio (algo extravagante para nuestros gustos y también los
de entonces) que fue Vsebolod Meyerhold (1874-1940). Meyerhold comenzó
siendo el mejor intérprete de Chejov, con quien le unía una gran amistad pero
enseguida dio un vuelco a la orientación de su teatro que plasmó en un
manifiesto: “Nada de pausas, de psicología o emociones en la escena… El
público debe involucrarse en la acción y la obra debe ser una creación colectiva.
Este es nuestro programa teatral”. Los actores, bajo su dirección, no tratan de
imbuirse de los sentimientos de sus personajes, como propugnaba Stanislavsky,
sino que escenifican la acción a la manera de marionetas: es el arte biomecánico
que se inspira por un lado en la “Comedia dell’ arte” y, por otro, recrea
metafóricamente los movimientos de la producción industrial. El arte expresivo
de Meyerhold se inspira en un movimiento –rítmico con ribetes grotescos- que
encuentra en las ecuaciones del físiólogo Nikolai Bernstein una racionalidad
que algunos citan como típicamente newtoniana. (Véase para una exposición
científica de la biomecánica, H.T.A. Whiting, Human Motor Actions. Bernstein
Reassessed. Nort Holand, 1984). En otras palabras, estamos ante el leit-motiv
soviético que exalta la tecnología, el maquinismo, en la cultura rusa de
entreguerras. En 1920 su fama alcanza su cenit: “director de escena” y
Meyerhold eran sinónimos. Sin embargo, en los años que siguieron su estrella
palideció. Las estrecheces económicas, conjuradas por la Nueva Politica
Económica de Lenín, provocaron la resurgencia de un conservadurismo
agazapado a la espera de mejores tiempos. Los proyectos de Meyerhold fueron
relegados. Meyerhold murió en 1940 en circunstancias misteriosas. Se sospecha
que fue liquidado por orden de Stalin.

Los soviets pronto se percataron que tenían en el cinematógrafo un aliado de
primera magnitud ya que, en una población mayoritariamente analfabeta, la
imagen era un arma de propaganda ideológica más eficaz que la letra.
Tropezaron, empero, con dos graves problemas: el de llevar el cine a la campiña
y el más fuerte aun: el pueblo no entendía el lenguaje cinematográfico que
plasmaba la trama narrativa; siendo además analfabetos era inútil adornarla de
subtítulos. El primero lo resolvieron fletando trenes que recorrían el pais y
reunían a los campesinos en recintos improvisados. El segundo les obligó a crear
films consistentes en montajes de breves escenas de la vida real. La innovación
funcionó. Los realizadores soviéticos fueron los primeros en utilizar el montaje
que alcanzó su versión más elaborada en las inmortales películas de
Einseinstein: Octubre y El Acorazado Potemkim. Más tarde, bajo Stalin, este
gran director produjo otras como Ivan el Terrible que desató el furor del dictador
por haber osado presentar un Iván lleno de dudas y remordimientos. El cine fue
otra de las artes en que el genio ruso-soviético marcó pautas.

Y del teatro y el cine pasamos a otra de las grandes realizaciones de la cultura
rusa en los comienzos del siglo XX: los famosos ballets rusos, sorpresa y
admiración de Paris en los años 1910 que luego se extendió a Londres y Nueva
York. Su artista creador, a la vez que audaz empresario, fue Sergei Diaghilev.
Supo captar la curiosidad del público cultivado por el primitivismo y lo exótico
que –se suponía– yacía durmiente en las inmensas estepas rusas: las leyendas,
los rituales ancestrales, el colorido de las vestimentas campesinas,… Llevó a
Paris, primero, la ópera rusa Boris Godunov de Mussorsky acogida con
clamoroso éxito pero Diaghilev comprendió rápidamente que el gasto que
involucraba este tipo de montajes (dependía de mecenas) era insostenible y optó
por el ballets de un solo acto. Se alió primero con Rimsky-Korsakov que
orquestó el Boris Godunov. A la muerte de este compositor, logró atraer a su
campo a Igor Stravinsky y ambos desplegaron todo su talento en El pájaro de
fuego (1910) Petrushka (1912) y La Consagración de la Primavera, (1913) (un
monumental tumulto el día de su estreno…). El tamdem Diaghilev-Stravinsky
estaba complementado por un formidable equipo de escenógrafos, diseñadores
de decorados y vestuario y bailarines. Basta, entre los últimos, citar al gran
Nijinsky. El, junto con Benois, Fokine, Roerich, Karsavin, entre otros, están
imperecederamente ligados a este tipo de espectáculo que triunfaron en
Occidente y transformaron los gustos del público. Un triunfo, por otra parte,
paradójico: era una empresa cultural que se sostenía sin subvenciones oficiales
solo por el entusiasmo de un público que aceptó mudar sus gustos tradicionales
ante la originalidad y brillantez desplegada. Las leyendas rusas, transformadas
en mimos por Diaghilev, Stravinsky y sus danzantes, dieron un golpe de timón
decisivo a la deriva del arte escénico occidental en el siglo XX.

La música rusa es otro capítulo de su cultura que merece mención. El final del
siglo XIX es la época de Tsaikovsky, un compositor que asimiló perfectamente
el estilo europeo (alemán sobre todo) y que triunfa en la corte del Zar y entre la
alta cultura rusa. Fue por esta razón (sus raíces “burguesas”) que lo repudió la
Revolución rusa. Pero en esta misma coyuntura asoma insistentemente la
búsqueda de un tipo de música más de acuerdo con una tradición popular,
folklorica que pugnaba por salir a luz y que fomentaba un personaje muy
influyente en este campo: Vladimir Stasov. Mussorsky fue figura central en este
empeño. Sus óperas (la ya mencionada Boris Godunov y Khovanschina), y obras
como Cuadros de una Exposición, Noche en Monte Pelado han pervivido en los
repertorios. Siguen, dentro de la misma corriente revivificadota de la música
autóctona, Rimsky-Korskov y Scriabin. Ya en pleno siglo XX triunfa el
exotismo (para la época) de Igor Stravinsky y las obras de Shostakovich,
Prokopieff. El primero, siempre añorando su pais natal, acabó sus días en Los
Angeles (California). En cuanto a los desencuentros de Shostakovich con Stalin
(pese al premio que llevaba el nombre del dictador con que fue galardonado) hay
una penosa leyenda que tiene todos los visos de ser tan real como las purgas que
el dictador llevó a cabo. Otras leyendas acompañan sus inolvidables sinfonías,
por ejemplo la 7ª, “Leningrado”, donde un acompasado movimiento en el primer
tiempo orquestal evoca, según algunos, el ejército de Reich que se aproxima
inexorablemente a conquistar la ciudad de Pedro. Esta sinfonía se estrenó, en una
memorable velada, durante el sitio de Leningrado en marzo de 1942.

Finalizaremos este panorama de la cultura rusa de comienzos del siglo XX con
la pintura. Son universalmente conocidos los artistas Chagall, Kandisnky y
Malevich pero, sin menoscabo de ellos, hay, en torno suyo, una pléyade de
pintores rusos extraordinarios. Dentro de la renovación y búsqueda de lo
“auténticamente ruso” brillan a finales del siglo XIX, Surikov cuyos rostros en
su composición, “La esposa del Boyardo”, son los de viejos creyentes de Moscú,
Repin en “Los sirgadores del Volga” (1873) también retrata los auténticos
individuos que realizaban esa tarea, propia de esclavos. Ya entrado el siglo XX,
merecen mención Baskt (retrato de Diaghilev con su aya), Serov que, junto con
otros pintores como Vasnetsov, Goncharova, Roerich fueron los autores de unos
impresionantes lienzos, rebosantes de colorido, que decoraron los no menos
famosos ballets de Diaghilev-Stravinsky. Una característica peculiar del arte
pictórico ruso de esta época fue la estrecha alianza con los literatos de tal modo
que se ha podido escribir que “nunca han estado las artes plásticas y la literatura
mas vinculadas” (Fachereau, S. (1988). Moscou, 1900-1930. Office du Livre.
Lausanne. Suisse). Lo cual viene a decir, en concreto, que la ruptura y la
búsqueda de nuevas expresiones en la pintura fue paralela a la de los literatos, en
particular los futuristas. El artista más atrevido (y excéntrico) fue Kasimir
Malevich, creador del suprematismo. Su arte proscribe para ello toda figuración;
nada del mundo externo ha de perturbarlo. Malevich y su suprematismo nos
legaron su polémico “Cuadrado negro” (discutiblemente una obra de arte; más
bien una metáfora gráfica con pretensiones filosóficas): “El cuadrado negro no
es una forma del subconsciente. Es la creación de la razón intuitiva. Es el rostro
del arte nuevo. Es el primer paso real de la creación pura en el arte” (cit por
Fauchereau, op cit. p. 84).

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Bibliografía
Figes, O. (2006). El baile de Natacha. Una historia cultural rusa. Barcelona:
Edhasa.
Volkov, S. (2008). A History of Russian Culture from Tolstoy to Solzhenitsyn. N.
York: Alfred Knopt. (Hay traducción española).
Fachereau, S. (1988). Moscou, 1900-1930. Office du Livre. Lausanne. Suisse.
Erlich, V. (1974). El formalismo ruso. Barcelona: Seix y Barral



Conversación 9

EL CONSTRUCTIVISMO

El constructivismo soviético es una corriente artística, con particular incidencia
en la arquitectura urbana, que brota sustancialmente de las ideas de Marx-Engels
sobre el trabajo como medio de transformación de la naturaleza y del hombre.
Christine Lodder, que ha hecho un profundo estudio del constructivismo,
considera, sintetizándolo, este movimiento como un intento de fusionar el arte y
la vida a través de la producción masiva y la industria. El constructivismo nace
en Moscú, en una exposición celebrada en1922 donde se exhiben estructuras de
materiales diversos en los que la disposición espacial juega un papel primordial.
En su proclama, los expositores constructivistas afirman que “todo artista tiene
que ir a las fábricas donde la vida real toma auténticamente cuerpo “.El
constructivismo pretende superar el arte tradicional (representativo) que tilda de
esencialmente corrupto: la obra de arte no nace de la pura inspiración ni de una
filosofía: crea objetos cuyos elementos materiales y artísticos son fruto de la
concepción del artista que los organiza de acuerdo a leyes y técnicas específicas.
El contenido de una obra de arte no está en lo representativo sino entre la
relación entre los materiales de que se compone y su inserción en el espacio
físico (Lodder).
Puede apreciarse, a partir de estas proposiciones, que el constructivismo es un
manifiesto del estructuralismo “avant la lettre”. Lo artístico (esa sensibilidad
etérea que discrimina lo vulgar de lo que merece admirarse) se plasma en dar
forma, en instaurar un espacio con materiales bien dispuestos (“bien arrangés”):
lo artístico deviene un “post-arrangement”. La obra de arte radica en la relación
del artesano a su producto: tejidos, cerámica, madera, hierro forjado. (Eduardo
Chillida muestra en sus realizaciones en hierro forjado una curiosa cercanía a
esta concepción del arte aunque es extraña a toda la parafernalia ideológica que
inspiraba a los artistas rusos). En el constructivismo ruso subyace,
indudablemente, un trasfondo de la fiebre de industrialización que la llegada del
comunismo contagió a todo el país. Por otra parte, hay una faceta claramente
utilitaria en las realizaciones constructivistas. El concepto de “producción-arte”
que aparece el año 1921 trata, de manera poco específica, del compromiso que
los artistas constructivistas, en lugar de dedicarse al arte puro, trabajarán por
fusionar industria y arte, teniendo siempre a la vista la faceta utilitaria de sus
realizaciones. “Producción-arte” significa tanto que la producción (industrial) es,
en sí, arte cuanto que el arte en una forma de producción (industrial).
Todo esto se refleja más claramente, si cabe, en la arquitectura. Suele
considerarse el epítome del constructivismo la famosa “Torre de Tatlin”, un
monumento en acero proyectado para la celebración de la Tercera Internacional
de Leningrado el año 1920. Nunca llegó a realizarse; de él conocemos solo una
maqueta. Hay que decir, con todo, que Tatlin no fue, propiamente hablando, un
constructivista ortodoxo sino más bien un visionario que sirvió a los fines
constructivistas. Los arquitectos constructivistas construyeron en Moscu varios
edificios en los que plasmaron la transformación el espacio doméstico.
Emprendían con ello una cruzada en pro de la vida colectiva, uno de los leit-
motiv de la ideología soviética. Los comunistas —pavlovianos quizás sin saberlo
—sostenían que la colectividad en la vivienda “condicionaba” a las personas a
comportarse de acuerdo con los principios compartidos de la revolución. Si bien
el número de viviendas comunales que se construyeron no fue grande y la
“comunalidad”, dentro de ellas, tampoco fue estricta (las familias tenían sus
apartamentos y los principales usuarios fueron más bien estudiantes), el proyecto
suscitó grandes entusiasmos entre la vanguardia artística y obtuvieron el apoyo
(no siempre entusiasta) de las autoridades.
Algunas realizaciones constructivistas (o afines a esta corriente) fueron: la Torre
de Radiodifusión Shabolovka (Moscú,1922) del arquitecto Shujov; el edificio
del Gosprom (Palacio de la Industria) de Jarkov (1929, Ucrania) de los
arquitectos Kravets, Serafimov y Felguer; el edificio Izvestia (Moscú, 1925) de
los arquitectos Grigori y Mihail Barjin; la fábrica del pan (Moscú, 1931) del
arquitecto Marsakov; la Central eléctrica de Moscú (1926) del arquitecto
Zholtovski, la factoría textil Bandera Roja (Leningrado, 1925) del arquitecto
Mendelshon. Entra las viviendas comunales merece la pena indicar: la
Narkomfim (Moscú, 1930) del arquitecto Guinzburg, la Cooperativa para
médicos de Kiev (Ucrania, 1927) del arquitecto Aleshin; el Compleo residencial
Chekistov de Ekaterimburgo (1929) de los arquitectos Antonov, Sokolov y
Tumbasov; en la misma ciudad las Viviendas comunales de Guinzburg y
Pasternak (1929); la Casa Comuna Lensoviet de Leningrado 1934 de los
arquitectos Levinson y Famin. Etcétera.

Bibliografía
Lodder, Christine. (1987) El Constructivismo ruso. Madrid: Alianza. 1998.
Catálogo “Construir la revolución. Arte y arquitectura en Rusia 1915-1935” de
la exposición Barcelona, Caixa-Forum, febrero-abril 2011. Incluye una excelente
muestra de fotografías y dibujos.

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VAGNER

Vladimir Vagner (1849-1934) fue un estudioso del comportamiento animal –un
zoopsicólogo– que ejerció una notable influencia en el pensamiento de
Vygotskii. Aunque especializado en el comportamiento instintivo de los
invertebrados estaba lo suficientemente impregnado del pensamiento
evolucionista como para tomar en consideración, paralelamente al instintivo, el
comportamiento inteligente que sitúa a un nivel superior del instintivo y, lo que
es más importante, desarrollándose en otra bifurcación que parte de los reflejos.
En cierta manera (aunque no lo enunciase en estos términos) acepta que el
sistema de los instintos, que considera cerrado en los invertebrados, se rompe
abriéndose mediante el aprendizaje al comportamiento inteligente. Por aquí se ve
su oposición a extender sin restricciones la operatividad del principio reflejo, una
postura anti-reduccionista. Vygotskii reelabora algunas de las ideas de Vagner al
concebir el desarrollo como superposición de estructuras y postular la doble
línea de desarrollo biológico frente a desarrollo cultural.

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Bibliografía propuesta por el autor ↑

En cuanto a la bibliografía de apoyo sobre el panorama científico y cultural de la
Rusia soviética (hasta la muerte de Vygotskii, 1934) he consultado y anotado
gran número de trabajos, entre los cuales me complace citar:

Bauer, R. A. (1952). The new man in Soviet psychology: Harvard U.P.
Berdiaev, N. (1935) Les sources et le sens du comunisme russe. Paris: Gallimard.
Coll. Idées
Berlín, Isaiah. La mentalidad soviética. Madrid: Galaxia Gutemberg, s/f.
Blanck, G. (1993). Vygotsky: el hombre y su causa. En L. Moll (comp) Vygotsky
y la Educación. Buenos Aires: Aiqué.
Engels, F. (1876/1979) Dialéctica de la naturaleza. Barcelona: Crítica.
Erlich, V. (1974). El formalismo ruso. Barcelona: Seix y Barral.
Fauchereau, S. (1988). Moscou 1900-1930. Fribourg (Suisse). Office du Livre.
Figes, O. (2006). El baile de Natacha. Una historia cultural rusa. Barcelona:
Edhasa.
Fitzpatrick, Sh. (Coord.)(1991). Cultural revolution in Russia. Cambridge U.P.
Fitzpatrick, Sh. (1979). Education and social mobility in the Soviet Union 1921-
1934. Cambridge U.P.
Gunther,H. (1990). The culture of Stalinist period. London: MacMillan
Joravsky, D. (1989). Russian Psychology. A Critical History. Oxford: Blackwell.
Kozulin (1990). Vygotsk’s Psychology. A Biography of Ideas. N. York: Harvester
Wheatsheaf.
Krementsov, N. (1997). Stalinist Science. Princeton University Press.
Mezhuiev, V. (1980). La cultura y la historia. Moscú: Ed, Progreso.
Service, R. (2000) Historia de Rusia en el siglo XX. Barcelona: Crítica.
Stites, R. (1989). Revolutionary Dreams. Utopian vision and experimental life in
the Russian revolution. Oxford U.K.
Trotsky, L. Literatura y revolución. Madrid: Akal.
Van der Veer, R. y Valsiner, J. (1993) Understanding Vygotski. A Quest for
Synthesis. Oxford: Blackwell.
Volkov, S. (2008) The Magical chorus. N. York: Alfred Knopt.

[1]
Psicólogo y catedrático colombiano. Actualmente es el Director del Centro ÁTICO de la Pontificia
Universidad Javeriana en Bogotá, Colombia.

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