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MÁQUINAS DE ENSEÑAR

INSTRUMENTOS TECNOLÓGICOS EN EL INSTITUTO SAN ISIDRO


Leonor González de la Lastra
Profesora del Instituto San Isidro

Introducción. El instrumento tecnológico

En las líneas que siguen vamos a presentar un trabajo en fase de desarrollo en el que analizamos el
papel de los instrumentos tecnológicos en el proceso de enseñanza de disciplinas científicas. El objetivo
es aplicar el método de replicación a este tipo de objetos para contribuir a un mejor conocimiento de
cuál fue su aportación a la formación científico-tecnológica de los estudiantes.
En muchos de los estudios que recogemos en nuestras bibliografías, en los que se hace alusión a
los instrumentos científicos, observamos que entre los instrumentos que sí pueden considerarse como
tales se han deslizado otros objetos que con mayor rigor deberían ser clasificados como instrumentos
tecnológicos. A favor de este “desliz” podría esgrimirse que, aunque su origen fuese tecnológico y el fin
para el que fueron diseñados perteneciese a un entorno industrial, sí podemos considerarlos científicos
en la medida en que se empleaban para enseñar ciencia, pues con esta finalidad aparecen en los libros
de texto. No obstante, tampoco es este el caso de los instrumentos a que nos referimos. Si analizamos
los contenidos de un libro de texto en el que aparecen este tipo de objetos nos damos cuenta de que
bajo el título de, por ejemplo, Elementos de Física y Química o Manual de Física y Elementos de Química están
recogidos otro tipo de saberes que no son exactamente científicos, ni en su origen ni en su finalidad.
Tal es el caso, por ejemplo, de las descripciones relativas al funcionamiento del fonógrafo o la bombilla
(instrumentos que surgieron al margen de unos principios teóricos explícitos.), presentes en la mayoría
de las obras de la época que aquí se va a tratar, la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX.
Análogamente, si analizamos los programas que recogen los contenidos de la enseñanza secundaria
a lo largo del periodo considerado, encontraremos en todos ellos que las descripciones de objetos
industriales reciben la misma consideración que contenidos propiamente científicos, pues no se hace
distinción entre unos y otros, quedando todos recogidos bajo títulos que hacen referencia a la física o la
química.
Algunos de los motivos de esta aparente confusión podemos encontrarlos en las diversas
concepciones que a lo largo del periodo mencionado consideraban, por un lado, que la tecnología, o la
técnica en general, era el resultado de una aplicación de los conocimientos científicos, y por otro, que
los conocimientos tecnológicos eran útiles para el desarrollo de un país.
La primera de estas ideas, a la que se suele hacer referencia como “modelo lineal”, según el cual la
teoría condiciona y precede a la práctica, supone una simplificación errónea que anula la entidad y el
papel de la tecnología relegándola a una posición subordinada que no siempre tiene, pues los inventos

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tecnológicos no necesariamente surgen como consecuencia del desarrollo de teorías científicas, sino
que pueden hacerlo de forma independiente y al margen de los conocimientos teóricos.
La segunda consideración, la de la utilidad del conocimiento científico, refleja la influencia de una
idea ilustrada, la concepción utilitaria de la ciencia. Esta idea condicionó de alguna manera un cierto
abandono de la práctica científica en la Francia de mediados del siglo XIX hasta que, en un intento de
romper con la organización napoleónica, se tendió a imitar el sistema universitario alemán.
Ambas concepciones explican la presencia de objetos tecnológicos en los gabinetes que antaño, y
algo mermados en la actualidad, encontramos en muchos de nuestros centros de enseñanza. Como es
de suponer, se ven reflejadas en los diversos programas y documentos legislativos relativos a educación
tanto del siglo XIX como del XX. Veamos algunos ejemplos.

La formación técnica en la enseñanza secundaria

En el plan de estudios de 1836 se consideraba preciso el cultivo de las ciencias con objeto de

llegar a resultados importantes y aplicables a la industria. Abandonada esta a sí misma, permanece en


breve estacionaria; las teorías abstractas son las que nos conducen al conocimiento de métodos nuevos, las
que nos revelan verdades altamente útiles, cuya aplicación cambia a veces la faz de la civilización material
del mundo y produce revoluciones completas y felices en el modo de vivir de los hombres.

En el plan de Groizard de 1850 se expresaba la necesidad de fomentar los estudios de ciencias “porque
de ellas en gran manera depende el porvenir de nuestra industria, harto necesitada de los auxilios de la
ciencia”. En el de 1894 se buscaba contribuir a la formación científica de los jóvenes que luego habrían
de “llenar las profesiones industriales, los escritorios mercantiles, las fábricas, las granjas, los talleres, en
sus funciones técnicas y periciales”.
Igualmente, en el siglo XX seguimos encontrándonos con planes en los que se defiende la industria
como resultado de la aplicación de principios científicos, como por ejemplo en plan de estudios de
García Alix.
Pero además de proponerse la utilidad de la formación científica para el desarrollo de la industria,
en la enseñanza secundaria comenzó a incluirse la formación explícitamente técnica. En 1849 una Real
Orden proponía la reducción del número de Institutos para favorecer la creación de Academias de
Bellas Artes y Estudios Industriales. Al año siguiente, un Real Decreto planteó la enseñanza industrial
de modo que los estudios de Aplicación a la Industria y al Comercio quedaban agregados a los
Institutos, con lo que se hicieron necesarias modificaciones en los gabinetes. El Instituto San Isidro
acabaría asumiendo todas las Cátedras de los Estudios de Aplicación de Segunda Enseñanza del
Instituto Industrial, salvo la de Dibujo.

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A comienzos del siglo XX, el conde de Romanones, entonces ministro de Instrucción Pública,
transformó los centros de segunda enseñanza en “Institutos Generales y Técnicos”. En ellos se
impartiría a partir de ese momento, además de la Segunda Enseñanza habitual, Magisterio, Enseñanzas
Técnicas medias de Agricultura, Industria, Comercio, Bellas Artes e Industrias, y enseñanzas nocturnas
para obreros. Su intención era facilitar la formación de técnicos mediante carreras cortas sin acompañar
la medida del importante desembolso que hubiese supuesto la creación de centros de formación
independientes. En palabras del propio Romanones, se buscaba que disminuyese “el número aterrador
de bachilleres” y posibilitar que existiese el “técnico español, que, en las múltiples ocupaciones que la
moderna vida industrial le brinda, encontrará empleo adecuado a su actividad”. Para justificar la nueva
denominación de los centros se incluyó en sexto curso la asignatura “Técnica industrial”, que sólo
estaría presente dos años, hasta la llegada del plan de Gabino Bugallal en 1903.
Sin embargo, la medida no tendría los resultados esperados; según Romanones no arraigó porque
“el profesorado oficial resistió a aquel injerto; fue lástima, pues la idea, bien planteada, podría tener
eficacia”. Desde otro punto de vista, J. Estalella, catedrático de Física y Química manifestaba años
después que, en su opinión, el nuevo nombre que se dio a los centros de segunda enseñanza fue un
“título híbrido, falso y pretencioso” y que “el bachillerato, defectuoso y todo, se mantuvo
predominantemente ‘clásico’, a pesar del remoquete de ‘técnico’ con que motejaron a los Institutos”.

Asignaturas que justifican la presencia de instrumentos

Ya hemos mencionado cómo los instrumentos tecnológicos están presentes, incluidos entre
contenidos científicos, en los programas y en los manuales de texto. También hemos hecho referencia a
algunos de los planes de estudios en los que se habla de la formación técnica de los estudiantes. En este
apartado indicaremos cuáles eran las asignaturas que para su desarrollo contaban con la presencia de
instrumentos científicos (entre los que se incluían los tecnológicos), aunque en principio alguna de ellas
estuviese considerada como una materia teórica. Durante el siglo XIX las principales asignaturas en las
que se empleó este tipo de utillaje fueron la Física experimental, la Química y, en ocasiones, la Historia
Natural. Con el plan de Zorrilla de 1868 se introdujo la asignatura de Agricultura en los planes de
estudios y en 1892 se propuso la asignatura de Industrias en el sexto curso de la enseñanza secundaria.
Para el caso del siglo XX recogeremos este tipo de información en el siguiente cuadro, en el que
reflejamos los diferentes planes de estudios (incluso aquéllos que no llegaron a aprobarse o implantarse)
junto con las asignaturas que establecían para cada curso.

Planes de estudios 1900-1936


Plan de estudios
Asignaturas que implican el uso de instrumentos
(Ministro responsable)

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A. García Alix Física e Historia Natural (5º y 6º), Química (5º) y “Agricultura y Técnica agrícola e industrial” (6º)
20-07-1900
Romanones Física y Química (5º), Historia Natural (6º), “Elementos de cosmografía y nociones de física del
17-08-1901 globo” (4º), “Técnica industrial” y “Agricultura y Técnica agrícola” (6º)
Gabino Bugallal Física (5º), Historia Natural, Química (6º) y “Agricultura y Técnica agrícola” (6º). Se suprime la
06-09-1903 Técnica industrial
E. Callejo de la Cuesta M (1º, 2º, 4º-6º), Nociones de Física y Química (2º), Historia Natural (3º), Física y Geología (5º),
25-08-1926 Química y Biología (6º), Agricultura (4º) y “Terminología científica, industrial y artística” (1º)
M. Domingo Sanjuán Física (5º), Química e Historia Natural (6º) y “Agricultura y Técnica agrícola” en 6º. Basado en el de
07-08-1931 1903.
F. de los Ríos Física (5º), Química (6º), Historia Natural (3º y 6º), Ciencias naturales (1º) y Agricultura (6º). Basado
13-07-1932 en el de 1903.
F. Villalobos González Física (3º-6º), Ciencias naturales (4º-7º) y Ciencias físiconaturales (1º-3º). Desaparece la Agricultura
29-08-1934

Como podemos observar, a lo largo del periodo estudiado las principales asignaturas relacionadas
con el uso de instrumentos que se mantienen de forma más o menos constante en los distintos planes
de estudios son la Física, la Química y la Agricultura y técnica agrícola. Igualmente, al convertirse en
1901 los centros de Segunda Enseñanza en Institutos Generales y Técnicos, en ellos se impartían otras
asignaturas diferentes a las mencionadas, propias de disciplinas como Enseñanzas Técnicas medias de
Agricultura, Industria, Comercio, Bellas Artes e Industrias, que también implicaban enseñanzas
prácticas. Apreciamos también que aparecen puntualmente asignaturas como “Técnica industrial”, cuya
presencia se ha atribuido a la intención de justificar el nombre de institutos técnicos dado a los
institutos de segunda enseñanza. Así mismo, en algunos catálogos de fabricantes de instrumentos de
principios del siglo XX, destinados a centros educativos y de investigación o análisis, hemos encontrado
referencias a instrumentos destinados a la tecnología. Veamos algunos detalles de estas asignaturas.
En primer lugar, como ya hemos mencionado, las principales asignaturas que tradicionalmente han
requerido el uso de instrumentos han sido la Física y la Química, pero estos instrumentos no son
siempre instrumentos científicos, sino que en muchas ocasiones aparecen otros puramente
tecnológicos. Sirva de ejemplo el programa de la asignatura de quinto “Física experimental y nociones
de química” del curso 1846-47, en el que podemos observar que entre los diversos contenidos teóricos
se encuentran otros propiamente tecnológicos como “escopeta de viento”, “Globos aerostáticos”,
“Barcos de vapor” o “caminos de hierro”.
Con respecto a la asignatura de Agricultura, el tipo de instrumento que se empleaba para impartir
sus contenidos era bastante variado, aunque en este caso sí que era propiamente instrumento
tecnológico. En un escrito remitido en 1909 al Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, el
director del Instituto, Manuel Zabala, adjunta una relación del material científico que los catedráticos
del mismo consideran necesario. En dicha relación figura la lista de objetos que se solicita para el
gabinete de Agricultura y técnica agrícola e Industrial, con la referencia correspondiente al catálogo de
la casa Max Kohl, representada en Madrid por la Viuda de Aramburo:

Precio en pesetas
Modelo de achicador Holandés 50 “

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Id de Rosario hidráulico 60 “
Id de Tímpano de Lafaye 60 “
Aparato para la determinación del nitrogeno de los abonos 40 “
Oleometro 60 “
Dos tubos de bolas de Liebig á 2’50 5 “
Dos termometros Labº á 200º á 5 10 “
Un serpentin de cristal con soporte 30 “
Dos embudos de estrias á 2 4 “
Una colección de densimetros (12) 25 “
Un modelo de trilladora Ransornez 300 “
Una blanza de precisión a 1/10 de miligramos 500 “

A partir de este listado podemos hacernos una idea del tipo de contenidos que se impartían, que
hacían referencia tanto al funcionamiento de máquinas como al análisis de abonos y otras sustancias.
Algunos de estos objetos podemos observarlos, aunque los apreciemos con dificultad, en la siguiente
imagen, correspondiente al gabinete de agricultura del Instituto de San Isidro:

Mencionábamos antes la referencia a los catálogos de fabricantes. En un ejemplar de la Casa


Álvarez, sin fecha pero que imaginamos pertenecerá a la década de 1930 aproximadamente,
encontramos referencias a materiales didácticos destinados a la Tecnología, figurando esta con el
mismo rango de disciplina con que figuran la Física, la Química o la Agricultura. Reproducimos a
continuación una parte del texto que figura en su última página.

“La Casa Álvarez se ha puesto en relación con los más afamados constructores de material de
enseñanza (Leybold, Krantz, Koehler, Baird y Tatlock, Auzoux, Rousseau, Deyrolle, etc.), y ha servido a
numerosos maestros, profesores y catedráticos artículos de esta Sección, tales como Aparatos para
demostraciones en Química; Colecciones de preparaciones microscópicas de anatomía e histología
humanas, animal y vegetal, rocas, enfermedades del hombre y de los animales, hongos parásitos de los
vegetales; Colecciones de minerales, rocas, fósiles, frutos, semillas, etc.; Diapositivas para la enseñanza
de las Ciencias Naturales, Geografía, Historia, Antropología, etc.; Instrumentos para la enseñanza de la

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Física; Láminas murales para lecciones de Física, Química, Botánica, Zoología, Etnografía, Agricultura,
Geografía, Historia, Tecnología, Artes, Religión, etcétera; Modelos clásicos de anatomía y morfología
humana, animal y vegetal; Modelos de cristales y de sistemas cristalinos; Modelos de instrumentos y
aparatos de Física, Química, Tecnología, Agricultura, Bacteriología, etc.

Nos ha sorprendido esta referencia, dado que la Tecnología, según la información de que
disponemos, no se incluyó como asignatura en la enseñanza secundaria hasta 1990. Imaginamos que
está motivada por la intención de incluir conocimientos industriales en este tipo de formación, aunque
no haya referencias explícitas en la legislación educativa.
Finalmente, y al margen de las asignaturas oficiales mencionadas, en el Instituto de San Isidro
también podían cursarse otras asignaturas en cuyas explicaciones se empleaban instrumentos
tecnológicos. Entre ellas estarían las clases de Física experimental aplicada a la Medicina y la Farmacia
que, sin efecto académico, impartía el catedrático de ese centro, Mariano Santisteban, en el tercer cuarto
del siglo XIX. Aparecen referencias también a esta asignatura en la revista Semanario Farmacéutico, donde
se menciona la especial utilidad de mostrar el funcionamiento de aparatos como el laringoscopio.

Instrumentos dependientes e independientes

Hemos mencionado que al hablar en general de instrumentos científicos muchas veces estamos
incluyendo otro tipo de instrumentos que por su origen o finalidad es más correcto denominar
instrumentos tecnológicos. Para caracterizar estos dispositivos atendiendo a su presencia en los
programas educativos y en los manuales de enseñanza, vamos a distinguir dos grupos: instrumentos
tecnológicos dependientes e instrumentos tecnológicos independientes. Para realizar esta clasificación hemos
empleado tanto inventarios realizados en la época como los instrumentos del Instituto San Isidro que
se conservan, actualmente pertenecientes en su mayoría al Museo Nacional de Ciencia y Tecnología,
tras ser depositados allí en 1985.
El primero de los grupos mencionados, los instrumentos tecnológicos dependientes, que aparecen
incluidos dentro de apartados dedicados a la Física o la Química, son considerados como resultado de
una aplicación de principios teóricos a la industria. Cumplen por tanto la función de servir para explicar
tanto los principios físicos en que se basan, aunque no hayan surgido como aplicación de ninguna
teoría, como su propio funcionamiento. Dentro de este grupo podríamos incluir fonógrafos, máquinas
de vapor o cámaras fotográficas.
Los segundos se estudian dentro de su propia disciplina, que es independiente de la Física o la
Química y se emplean para explicar su finalidad o la de los modelos que representan, como es el caso
de los modelos de agricultura. Estos están ligados a conocimientos de técnicas agrícolas, conocimientos

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presentes en la enseñanza, con variaciones de nombre, en algunos años del siglo XIX y varias décadas
del XX.
Dentro de los instrumentos dependientes, a su vez, podemos distinguir diversos tipos, que en la
mayoría de las ocasiones están determinados por la época en que fueron construidos.
Por un lado tendríamos aquellos aparatos fabricados directamente por casas de instrumentos
pedagógicos (Pixii, Lerebours y Secretan, Max Kohl, Leybold, etc.) y diseñados expresamente con fines
didácticos, que consistirían en simplificaciones destinadas a explicar los principios en que se basan
determinados aparatos industriales que pueden tener interés en la enseñanza (para explicar el
funcionamiento de la radio, por ejemplo). Dentro de este primer grupo incluiríamos las maquetas (de
máquinas de vapor, motores eléctricos, o motores de combustión), y los modelos mecánicos destinados
a explicar los principios de las máquinas, como tornos, cabrestantes, balanzas, etc.
Por otro lado estarían modelos originales, no reproducciones o simplificaciones, que fueron
comprados por el instituto para explicar estos principios o realizar prácticas con ellos. Este sería el caso
de inventos recientes que están en fase de desarrollo en el momento de ser adquiridos (como el
fonógrafo tin-foil o las lámparas de incandescencia), modelos didácticos que surgen simultáneamente a
la aparición de un modelo industrial (manómetro de Bourdon) u objetos industriales reales que por su
tamaño y características son accesibles (como los empleados en topografía, los telégrafos, los
relacionados con pesas y medidas o el hidrotímetro).
La presencia de este segundo grupo de dispositivos es más habitual en el siglo XIX, hecho que está
directamente relacionado con la evolución de la industria a lo largo de este periodo. En el siglo XIX se
inicia el desarrollo tecnológico que acompaña a la Revolución Industrial y tanto los objetos empleados
en la industria como los empleados en la investigación son en su mayoría más sencillos, más fáciles de
reproducir y más asequibles, de modo que no resulta difícil encontrar formando parte del gabinete de
un instituto un objeto industrial, o un instrumento propio de la investigación (como es el caso del
analizador de sonidos diseñado por Rudolph Koenig o algunos galvanómetros). Se trata en general de
objetos de funcionamiento mecánico en los que se comienza a introducir la electricidad y el
electromagnetismo en torno al último cuarto del siglo.
Al margen de las diferencias existentes en los procesos de fabricación (artesanales en el XIX,
industriales en el XX), en los materiales empleados (se pasa de madera natural, el marfil o hueso y el
latón al plástico y a metales niquelados o cromados), o en su apariencia (en el XX más cercana a la de
una caja negra en el caso de objetos industriales), existen otras diferencias. En el siglo XX tanto la
industria como la investigación han sufrido ya una importante transformación que ha alejado sus
instrumentos materiales de los presentes en la enseñanza. A medida que avanzamos en el siglo XIX y
nos adentramos en el XX la complejidad de los aparatos industriales va aumentando, de tal modo que
el objeto original no permite en muchos casos ser empleado con fines didácticos. Así pues, se recurre a

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simplificaciones que se centran en mostrar aspectos concretos de un proceso industrial o tecnológico
determinado.
Otro de los motivos de este alejamiento que, aun siendo secundario, condiciona el tipo de
instrumento que se elige para la enseñanza entre todos los disponibles, reside en una corriente que
trataremos más adelante que, especialmente en el segundo tercio del siglo XX, insiste en la importancia
de la sencillez de los instrumentos empleados por los alumnos, e incluso en la conveniencia de que sean
estos quienes los fabriquen.
Por otra parte, en ambos casos es interesante destacar que en los programas educativos no se
encuentran representadas todas las ramas de la industria existentes en cada época, sino sólo algunas de
ellas. Por ejemplo, no se encuentran referencias a la fabricación textil, salvo alguna mención de los
tintes, ni a la industria naval, salvo una breve explicación de los principios de flotación o los barcos de
vapor (como ejemplo de aplicación de la máquina patentada por Watt). Podríamos encontrar variados
motivos que explican esta situación, como por ejemplo si ciertas ramas de la industria se consideraban o
no aplicación de principios físicos, o si resultaban o no útiles para explicar conceptos teóricos; pero
también es importante la influencia de los manuales, pues en muchas ocasiones determinaban cuáles
eran los contenidos del entorno industrial que debían estar presentes en la formación de los jóvenes. En
muchas ocasiones la selección de contenidos fue en cierto modo una herencia de épocas anteriores, de
modo que reflejaba la concepción de la enseñanza científica de épocas anteriores, sobre todo hasta las
primeras décadas del XX.
Finalmente, al margen de los dos grupos mencionados, se encuentran objetos destinados al ocio
que, si bien son objetos tecnológicos, quizá presentan una relación más difusa con el entorno industrial,
como es el caso de los objetos de precinema, o de registro y reproducción de sonidos, como los
gramófonos. Estos ingenios también son más frecuentes en el siglo XIX.

Origen y procedencia de los instrumentos tecnológicos

En lo que respecta a la procedencia de estos instrumentos, la mayoría es el resultado de las


adquisiciones que anualmente, en el mejor de los casos, se reflejan en las memorias de fin de curso. En
estos casos las compras tienen lugar en distintos países en función de la época de la que estemos
tratando. Por ejemplo, en el XIX el principal país exportador, y no sólo a España, de instrumentos
científicos era Francia (en opinión de Mariano Santisteban, catedrático del Instituto San Isidro, los más
baratos “de toda Europa en aquella época”). No obstante, en el siglo XX el panorama cambia y
empiezan a estar presentes otros países como Alemania, Inglaterra, Italia e incluso casas españolas,
aunque en este caso, ya más avanzado el siglo, se trata de objetos sencillos que únicamente tienen
función didáctica.

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Pero no todos los instrumentos proceden de compras. Al margen de alguna donación o traslado
desde otro centro, algunos de ellos han sido fabricadas por artesanos contratados para mantener los
gabinetes, como es el caso del artífice Pedro Ballesteros, que, aunque contratado en torno a 1835 para
hacer composturas en el gabinete de Física del Instituto San Isidro, también fabricó algún objeto.
Otros instrumentos, aunque una minoría, fueron realizados por los propios profesores, quiénes en
la mayor parte de los casos los donaban posteriormente al centro. Tal es el caso del profesor Bernardo
Rodríguez Largo, quien en 1884 construyó y donó al Instituto de San Isidro un modelo de ferrocarril
eléctrico.
Finalmente, es probable que algún instrumento fuese construido por los propios alumnos. Aunque
no tenemos constancia de ningún objeto que tuviese tal procedencia, ni documental ni debida a la
observación directa (ninguno de los que se conservan tiene apariencia de ser el trabajo de un
estudiante), tanto en el siglo XIX como en el XX, como veremos más adelante, algunos profesores, y
también la legislación educativa, recomendaban que los instrumentos empleados en las prácticas de
ciencias no fuesen siempre objetos adquiridos a fabricantes o distribuidores, sino instrumentos sencillos
construidos por los propios alumnos.

El instrumento tecnológico en el aula

Finalmente, en este apartado vamos a analizar cómo el método de replicación podría permitirnos
un mayor conocimiento del instrumento en su contexto. Si bien en muchas ocasiones este método hace
referencia a la construcción de un instrumento similar al que deseamos estudiar para reproducir la
experiencia y de este modo conocer de primera mano lo que se “veía” y “experimentaba” al emplearlo,
también podemos realizar un acercamiento a este conocimiento empleando otros medios, más a
nuestro alcance en esta primera fase del trabajo, dejando para una segunda fase su elaboración con
alumnos de la ESO dentro de la asignatura de Tecnología.
Sabemos que es difícil y poco prudente generalizar sobre la práctica en el aula en una época tan
amplia y con tal variedad de legislaciones, programas, textos, material y, sobre todo, de profesorado,
que, al igual que sucede hoy en día, era el que finalmente decidía la forma de impartir su disciplina. No
obstante, intentaremos aproximarnos a las diversas tendencias pedagógicas que se sucedieron y
coexistieron basándonos fundamentalmente en testimonios variados de la época procedentes de
personas que conocieron estas prácticas de primera mano, por ser quienes las impartían o bien sus
destinatarios. En primer lugar, trataremos la presencia de los instrumentos en el aula y a continuación
intentaremos describir cuáles eran las diferentes tendencias en su uso. Haremos hincapié en la
diferencia existente entre lo promulgado en la legislación vigente y la práctica real, condicionada por
factores económicos, organizativos y personales.

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Desde las décadas centrales del siglo XIX las sucesivas legislaciones recomendaban e instaban al
profesorado a la realización de experiencias con instrumentos. Por ejemplo, el Real Decreto de 13 de
septiembre de 1898, establecía que “El estudio de la Física y el de la Química ha de se eminentemente
experimental y práctico”. Pero el hecho de que este tipo de recomendaciones tuviesen que seguir
incluyéndose en los diferentes planes de estudios era una prueba de que lo establecido en los decretos y
órdenes no siempre se cumplía en la práctica. Las causas de que, incluso ya avanzado el siglo XX, como
veremos, muchos profesores siguiesen impartiendo las materias de carácter científico y técnico de
forma teórica, y en ocasiones con carácter enciclopédico, son muy variadas. Veremos a continuación
algunas de ellas.
En primer lugar, aunque algunos autores han manifestado que en el siglo XIX en general los
Institutos disponían de material suficiente para la explicación de los fenómenos físicos, en el caso del
Instituto San Isidro parece que no era tan favorable la situación, pues hasta fines de esa centuria,
encontramos reiteradas alusiones de sus docentes a la falta de recursos.
Entre las numerosas peticiones de material que los profesores realizaron a los diferentes directores
del centro y las que éstos remitieron al Ministerio de Instrucción Pública, el ejemplo más destacado de
estas quejas son las frecuentes referencias a la escasez de material manifestadas por Mariano
Santisteban, catedrático de Física del Instituto San Isidro entre 1853 y 1880. En su obra Breve historia de
los gabinetes de física y química del Instituto San Isidro de Madrid recogía los instrumentos recibidos de 1847 a
1848 con motivo de las adquisiciones y distribuciones realizadas por el Gobierno

á fin de que las personas ilustradas que creen que los gabinetes de Física y Química mencionados, desde
dicha fecha poseen cuantos instrumentos se necesitan para la enseñanza de la Física esperimental, puedan
convencerse de que el número de los aparatos que correspondieron á los gabinetes de San Isidro por
distribución fue muy corto, por su carácter todos ellos los mas sencillos y elementales, por su calidad de
mediana construccion y por su precio, los últimos que se registraban en los catálogos.

En el caso de las otras disciplinas, la legislación también determinaba la existencia de los gabinetes
pertinentes o, en su defecto, de otro tipo de recursos sustitutivos. Por ejemplo, el plan de 1901
establecía que en los Institutos, denominados desde entonces Generales y Técnicos, debía existir “Un
gabinete de Física, otro de Historia Natural, otro de Agricultura Técnica industrial y Topografía; otro de
Cosmografía y Geografía (...) y un laboratorio de Química y otro de Psicofísica [...], donde no sea
posible instalar todos estos gabinetes, y mientras se habilitan locales y recursos para dotarlos, se
procurará que haya por lo menos en las aulas correspondientes láminas murales representativas de los
aparatos, objetos y operaciones más importantes propios para la enseñanza de dichas materias”.
Pero el hecho de disponer de un gabinete adecuado, con el número suficiente o no de
instrumentos, no era una garantía de que se llevase a cabo la realización de experiencias. Como

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podemos imaginar, ésta estaba condicionada por otro tipo de factores como la distribución del aula, el
número de alumnos o la buena disposición del profesor.
En la mayoría de los centros, y el Instituto de San Isidro no era una excepción, las clases prácticas
se limitaban a experiencias de cátedra, consistentes en que el profesor preparaba previamente las
experiencias que realizaba posteriormente ante el grupo de alumnos, los cuales eran meros
observadores.
El aula tipo descrita en los decretos de mediados del siglo XIX, modelo que se seguía en el
Instituto de San Isidro y que se mantuvo hasta, al menos, las primeras décadas del XX, constaba de
bancos corridos dispuestos “en forma de anfiteatro y numerados, y la cátedra del Profesor con alguna
elevación para que pueda descubrir a todos sus discípulos y ser oído con claridad”. Esta disposición
propiciaba más la exposición teórica que la intervención del alumnado y, de hacerse alguna
demostración práctica, esta consistía generalmente en una experiencia de cátedra realizada por el
profesor, en la que el alumno se limitaba a observar. Las demostraciones tenían lugar en dichas aulas,
empleándose para ello los aparatos de demostración con que contaban los gabinetes y laboratorios de
los centros.
Para hacernos una idea de cómo era el gabinete del Instituto San Isidro, y cómo se accedía a él
desde el aula, reproduciremos una descripción de dicho gabinete recogida en el Anuario de la
Universidad Complutense del curso 1856-57. A juzgar por fotografías que se conservan, mantenía
todavía esta distribución en las primeras décadas del siglo XX.

GABINETE DE FÍSICA

Tiene comunicación inmediata con la cátedra donde se dan las explicaciones de Física y elementos de
Química, y se encuentra perfectamente dispuesto, tanto para conservar los aparatos é instrumentos de la
enseñanza experimental de aquellas ciencias, como para la preparación práctica de las lecciones.
El gabinete se compone de tres piezas; en la primera (que por ser de mayor extensión que las otras
dos constituye su salon principal) se hallan ordenadamente colocados, en estantes cubiertos con grandes
cristales, los instrumentos necesarios para el estudio de las nociones de Mecánica en sus secciones de
Estática y Dinámica de los cuerpos sólidos, líquidos y gaseosos. En esta sección se conservan como
modelos de construcción española, aunque antigua, algunas de las máquinas construidas por el hábil artista
D. Celedonio Rostriaga, sobre los planos de Gravesande y Desaguliers.
En el mismo salón se hallan colocados los aparatos mas importantes para el estudio de las acciones
moleculares y de la acústica

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[…] se puede desde la cátedra hacer funcionar alternativamente, siempre que se quiera, los telégrafos
que están colocados en ella, y las campanillas del llamador que existen en el Gabinete con los hilos
mencionados dispuestos convenientemente, y enlazandose con otros que a su vez lo están con un aparato
inductor de Ruhmkorff (del cual se sirvió por primera vez el Coronel de ingenieros D. Gregorio Verdú
para dar fuego á las minas militares por medio de la electricidad), se consigue inflamar en el jardín del
edificio, y á la distancia de 100 metros, los cabos que servirían en su caso para hacer volar las minas. […]

Además de las clases teóricas, algunas asignaturas contaban con clases prácticas, en las que sí se
producía la intervención directa del alumnado. En el Instituto de San Isidro, tanto en la segunda mitad
del XIX como en la primera del XX, el número de alumnos solía ser elevado, pudiendo alcanzar los 100
discípulos (de hecho, en el plan de 1901 se establecía que no se dividirían las clases a menos que se
alcanzasen los 150). Esto era debido a que un único profesor impartía la asignatura simultáneamente a
todos los alumnos de un mismo curso. Esto hacía bastante complicado que, en caso de que el profesor
estuviese dispuesto a ello, los alumnos pudiesen intervenir en el proceso. En algunas ocasiones, los
alumnos, en grupos más reducidos, realizaban prácticas de diversas asignaturas, las cuales tenían lugar
por la tarde. Pero a juzgar por el texto que reproducimos a continuación, se trataba de una tarea nada
fácil que probablemente pocos profesores se atrevían a emprender. El texto a que nos referimos forma
parte del diario de J. Gavira Martín, un antiguo alumno del Instituto San Isidro, en el que describe una
práctica de Historia Natural.

El infatigable y laborioso don Gonzalo ha empezado unas nuevas prácticas de Historia Natural con
sus alumnos. Se necesita en verdad paciencia y buena voluntad para atender a los grupos que
sucesivamente conduce a su laboratorio: uno se hiere con el escalpelo, a otro se le rompe la preparación, el
de allá se da a los diablos porque no distingue nada a través del microscopio, « la» de acullá, por curiosear,

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se ha puesto perdida de fucsina, y don Gonzalo a todo acude, para todo tiene solución, a todos da un
consejo y siempre sonríe.
Cada grupo de estos está formado por mitad y mitad próximamente de alumnos y alumnas [...]

En estas prácticas muchas veces los bedeles actuaban como ayudantes de los profesores:

En la clase de Historia Natural tenemos otro tipo interesante, Plácido, que es, además de bedel
adscrito a la clase que he dicho, el “hombre de confianza” de don Gonzalo, al que ayuda en las prácticas
de gabinete y le saca los bichos disecados necesarios para la explicación [...]. Tomás es otro de los bedeles
que pertenecen a la categoría de “ayudantes de campo”, y él lo es de don Remigio, el catedrático de
Química”

En el caso de las prácticas de Química, en este mismo diario se hace referencia a una experiencia
realizada por el profesor en presencia de los alumnos: “A principios de este curso, el catedrático de
Química, don Remigio, hizo en clase unos experimentos de combustión [...] y la clase se llenó de
vapores sofocantes”.
Imaginamos que esta situación no fue muy diferente en la centuria anterior, pues el Instituto de San
Isidro no dispuso de laboratorio de Química hasta 1866. El 17 de abril de ese año, el director del
centro, en un escrito dirigido al Director General de Instrucción Pública comunicaba la urgencia de
“habilitar en el local, ya elegido al efecto, un laboratorio de química correspondiente á esta asignatura de
2ª enseñanza, del cual carece por completo el Instituto”, solicitándole además los fondos necesarios
para llevar a cabo las obras. Estas se realizaron poco después, ascendiendo los gastos a 890 escudos.
Poco después de esa fecha, algunas clases de Química se impartían en la capilla del Instituto. Pío
Baroja relata en su obra El árbol de la ciencia (la acción transcurre entre 1887 y 1898) el carácter nada
práctico de estas lecciones:

Sobre todo, aquella clase de Química de la antigua capilla del Instituto de San Isidro era escandalosa.
El viejo profesor recordaba las conferencias del Instituto de Francia, de célebres químicos, y creía, sin
duda, que explicando la obtención del nitrógeno y del cloro estaba haciendo un descubrimiento, y le
gustaba que le aplaudieran. Satisfacía su pueril vanidad dejando los experimentos aparatosos para la
conclusión de la clase, con el fin de retirarse entre aplausos como un prestidigitador.

Respecto a asignatura de Agricultura, no hemos encontrado referencias a las prácticas, aunque


teniendo en cuenta las descripciones de las clases de esta asignatura recogidas por Gavira, es probable
que los alumnos interviniesen poco:

don Vicente, que así se llama el profesor de Agricultura, es, como dije, un anciano canoso y
balbuciente. Y véase por la muestra cómo respetan sus alumnos esa ancianidad: exasperado hoy porque el
barullo de conversaciones no dejaba oir su voz, interrumpió la explicación y se puso a reprender con
severidad a los más significados, pero las conversaciones aumentaron de diapasón; entonces montó en
cólera, pero como al pobre abuelo le falta la energía que tuvo en sus buenos tiempos, las palabras se le
atropellaban y de pronto se quedó rojo, balbuceando palabras inarticuladas, mientras el cuerpo le temblaba
convulsivamente cual si fuera presa de una congestión. Los alumnos prorrumpieron en una burlona
carcajada, y entre ésta se destacó una chillona voz en falsete que gritó: “¡Que te se cae la dentadura!”

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Frente a una forma enciclopédica de impartir las clases, modelo de enseñanza que en general
predominó en el siglo XIX, surgió en esa misma época una corriente comprometida con una forma
menos teórica de impartir la enseñanza. Un ejemplo de esta tendencia es Tomás Escriche, quien
desaprobaba una enseñanza excesivamente teórica en la que un exceso de contenidos teóricos limitaba
el tiempo disponible para los prácticos y apoyaba el uso de recursos variados y una mayor implicación
del alumnado en la realización de experiencias. Afirmaba que, incluso en los centros que contaban con
buenos gabinetes, las experiencias que se realizaban eran escasas; consideraba que los experimentos de
cátedra dejaban mucho que desear y criticaba a los profesores que una vez al año mostraban una
locomotora a sus alumnos, quienes “apenas sacarán más fruto que la pueril fruición de haber visto
andar un pequeño tren; porque en la complicación de órganos de una máquina tan acabada y completa,
apenas si le será posible desentrañar y aislar con el pensamiento lo que hay en ella de esencial”.
Teniendo en cuenta las palabras de este profesor, podemos imaginar que, al margen de limitaciones
materiales, en la mayoría de las ocasiones era el propio profesor quien determinaba el carácter teórico o
práctico de sus clases.
A principios del siguiente siglo seguimos encontrando críticas de este estilo que hacen pensar que
no se habían producido muchos cambios en la forma de impartir las clases. Manifestaba Araújo que

Las cátedras experimentales que, en mayor o menor grado, deben serlo casi todas, tienen un carácter
puramente teórico, porque ni el profesor se atreve a tocar un aparato por temor a que se descomponga, ni
menos a dejarlo tocar a un alumno, por miedo a que lo inutilice. Cuando más, realiza sus experimentos a
guisa de prestidigitador encaramado en la plataforma de la clase o del laboratorio, y la enseñanza tiene
forzosamente que tomar el carácter memorista que con tanta razón es por todos criticado. Esto no puede
ni debe seguir así; es preciso que el alumno de Física maneje el microscopio, y que el de Química prepare
por sí mismo el cuerpo que sirva de base a la lección del día

Junto a este interés por destacar la formación práctica, por facilitar la adquisición de conocimientos
a través de la experiencia, surge también una corriente que, si bien se propuso en diversas ocasiones a lo
largo del siglo XIX, fue en el XX cuando quedó reflejada en un plan de estudios. Se trata de la
tendencia pedagógica que recomendaba que los propios alumnos fabricasen los instrumentos con los
que experimentar después, de modo que, como manifiesta Navarro Jurado, el aula se convertía en un
taller. Esta tendencia no sólo permitía que los estudiantes interviniesen de forma más directa en el
proceso de aprendizaje sino que constituye, a nuestro modo de ver, una introducción explícita de la
tecnología en el aula.
Una primera referencia a esta medida está recogida en el plan de 1834, en el que se propone que en
los primeros cursos del Bachillerato las experiencias se realicen con aparatos sencillos, a ser posible
construidos por los propios alumnos. Esto suponía sustituir “los antiguos gabinetes de Física por unos
laboratorios de trabajo [...] Había que cambiar los aparatos complicados por otros que permitieran la
práctica de los propios alumnos. Era preferible que los alumnos construyeran los aparatos y no utilizar

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los existentes en el laboratorio”. Una centuria después, el plan de Villalobos de 1934, calificado por
algunos como el mejor que ha existido, “trataba de iniciar a los alumnos en el desarrollo de aptitudes
científicas, la observación de fenómenos físico-químicos cotidianos a partir de experiencias prácticas a
través de un contacto personal con dichos fenómenos, dando en el tercer curso a la enseñanza un
carácter experimental, práctico, desarrollada en el laboratorio, a fin de realizar y diseñar estudios
experimentales”. En ese plan, para conseguir el objetivo de que los alumnos adquiriesen habilidades y
estrategias a través de experiencias prácticas, se consideraba “preferible que construyan los alumnos los
aparatos de su uso a que utilicen los existentes en el laboratorio”.
Además de la legislación, también algunos profesores defendían la eficacia pedagógica de esta
medida, como es el caso de Tomas Escriche, ya en el siglo XX. Uno de estos profesores, maestro de
Bilbao, materializó esta recomendación en la obra, publicada ese mismo año, La construcción de un gabinete
de física en la escuela, denominada por su autor de “manualismo científico”. En ella se daban instrucciones
para que los alumnos, colaborando con el docente, pudiesen construir cada uno de los instrumentos
indispensables para que, como se advertía en sus primeras páginas, “el maestro pueda convertir en
realidad la posesión de un Gabinete de Física”.

A modo de conclusión

Atendiendo a las recomendaciones manifestadas en los decretos, a las peticiones de material de los
docentes y a las continuas quejas de estos últimos relativas a la falta de recursos, uno tiene la impresión
de que las clases de Física o Química tenían un carácter práctico y que esta era la orientación que los
docentes querían darles. Es muy probable que muchos profesores empleasen algunos de estos
instrumentos ante sus alumnos, sin embargo, después de todo lo dicho podemos dar por cierta la
afirmación de que en el Instituto de San Isidro dichas clases tuvieron en el XIX y, como manifiesta
Ezquerra Abadía, siguieron teniendo en el XX, un tono tradicional.
A partir de lo visto, podemos hacernos una idea de cuál era la imagen que se proporcionaba de la
tecnología a través de estos aparatos. Para los legisladores y las personas pertenecientes al sector
político, la tecnología constituía, aunque quizá de forma retórica, un instrumento para conseguir un
mayor desarrollo económico a través del fomento de la actividad industrial. Para los docentes era un
instrumento que facilitaba la comprensión y asimilación de unos principios teóricos. Para los alumnos,
aunque en este caso es más difícil intuir sus impresiones, resultaba un mecanismo en movimiento cuya
manipulación producía algún efecto, probablemente era un objeto que suponía una pausa en la
explicación teórica y que, quizá en algunos casos introducía alguna emoción o sorpresa. Puede ser que
en muchos casos estos dispositivos no ofreciesen toda la información relativa a los principios que se
esperaba de ellos.

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Los instrumentos tecnológicos, por tanto, en su mayoría eran mostrados como objetos (de ahí que
en el plan de 1901 se aceptase que fuesen sustituidos por láminas murales) e imaginamos por las
referencias ya citadas que sólo se ponían en funcionamiento aquéllos que eran fáciles de accionar o de
efectos fácilmente visibles, pues dada la extensión de los programas que se impartían y de los textos que
se utilizaban, debía quedar poco tiempo para mostrar los numerosos aparatos que figuraban en los
manuales. Los alumnos probablemente nunca tocaron un instrumento. Una prueba de ello puede ser el
buen estado de conservación en que se encuentran la mayoría de los instrumentos que hoy forman la
colección del Instituto San Isidro que, si bien es cierto que eran reparados y seguramente utilizados con
mucho cuidado por los docentes, han llegado a nuestros días en bastante buenas condiciones.

Referencias

- Araújo, F., “Las enseñanzas prácticas”, La Segunda enseñanza, 40, 1903, pp. 242-243.
- Cano Pavón, J. M., “El Real Instituto Industrial de Madrid (1850-1867): medios humanos y
materiales”, Llull, 21 (1998), 33-62.
- Catálogo de la Casa Álvarez, (c. 1930).
- Conde de Romanones, Notas de una vida, tomo II, Renacimiento, Madrid.
- Escriche y Mieg, T., “La Física y su enseñanza. I.”, Crónica científica, XI, 258, 1888, pp. 321-325.
- Estalella Graells, J., “La reforma de la segunda enseñanza”, en “Unos artículos de Estalella”,
Revista de Segunda enseñanza, 15, 1925, pp. 346-352.
- Ezquerra Abadía, R., Recuerdos del Instituto de San Isidro, Artes gráficas municipales. Ayuntamiento
de Madrid. Delegación de Cultura. Instituto de Estudios Madrileños del CSIC. Aula de Cultura. Ciclo
de conferencias sobre Madrid en el primer tercio de siglo XX, Madrid, 1984.
- Ganot, Tratado elemental de Física, Madrid, 1909.
- Gavira Martin, J., “Diario de un estudiante del Instituto San Isidro (1920-21)”, en Anales del
Instituto de Estudios madrileños, tomo IX, Madrid, CSIC, 1973, pp. 521-613.
- González de la Lastra, L., Instrumentos científicos para la enseñanza de la Física, Madrid, Ministerio de
Educación y Cultura, 2000.
- Guijarro Mora, V., “¿Crisis del modelo lineal? Propuestas alternativas en filosofía de la
tecnología”, en Métodos de Investigación y Fundamentos Filosóficos en Ingeniería del Software y Sistemas de
Información, Madrid, Dickinson, 2003.
- López Martínez, J. Damián, La enseñanza de la Física y Química en la educación secundaria en el primer
tercio del siglo XX en España, Tesis Doctoral, Universidad de Murcia, 1999, p. 242.
- Moreno, A., Una ciencia en cuarentena, Madrid, CSIC, 1988, pp. 378-382.

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- Navarro Jurado, A., Historia del Instituto de Segunda Enseñanza de San Isidro, 1845-1936, Tesis
Doctoral, UCM, 1991, 3 vol.
- Riera y Trebols, S., “Industrialization and technical education in Spain, 1850-1914”, en Fox, R. y
Guagnani, A., Education, technology and industrial performance in Europe, 1850-1939, Cambridge, Cambridge
University Press, 1993, pp. 141-170.
- Santisteban, Mariano, Breve historia de los gabinetes de física y química del Instituto San Isidro de Madrid,
Madrid, 1875.

Legislación

- AGA (Archivo General de la Administración), legajos 6903 y 6904.


- Disposición del Rector de 14 de octubre de 1859
- Plan de estudios de 4 de agosto de 1836
- Reales Decretos de 28 de agosto de 1850, 22 de mayo de 1859, de 16 de septiembre de 1894, de
12 de abril, de 29 de septiembre y de 17 de agosto de 1901
- Real Orden de 19 de noviembre de 1849.

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