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Andrés Neuman

Hacerse el muerto

Editorial Páginas de Espuma


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Información: www.paginasdeespuma.com

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La reedición de un clásico
Publicado en el 2011, Hacerse el muerto ha tenido distintas ediciones en Argentina,
España y México. Nuevamente, bajo la atenta mirada de Neuman, sus cuentos han
convivido estos años con su constante labor de escritura que acaricia, golpea, moldea,
desintegra o pule, a partes iguales, sus textos. Ahora te toca a ti, lector, leerlos de
nuevo.

Sinopsis Hacerse el muerto


Una silla esperando a alguien que no llega. Un zapato con memoria. Una madre que
corre en sueños. Una pareja enamorada de lo que no hace. Un psiquiatra atendido por
su paciente. Una moneda volando en un hospital. Una mujer que se excita con Platón.
Dos ensayistas en el baño. Un político perseguido por revolucionarios invisibles. Un
asesino cubista. Un fusilado que piensa. Monólogos. Mirones. Todo esto, y más, vive
en Hacerse el muerto. En estos nuevos cuentos, Neuman explora el registro
tragicómico hasta las últimas consecuencias, desplazándose de lo íntimo a lo absurdo,
del dolor de la muerte al más agudo sentido del humor. Breves piezas que buscan
simultáneamente la emoción y la experimentación. Un trabajo atrevido con el estilo, la
voz y la temporalidad. Una impactante serie de reflexiones sobre la pérdida como
manera lúcida de intensificar la vida, de interpretar nuestra asombrada fugacidad.

Biografía
Andrés Neuman (1977) nació y pasó su
infancia en Buenos Aires. Hijo de músicos
argentinos, terminó de crecer en
Granada, en cuya universidad fue
profesor de literatura latinoamericana. Es
autor de las novelas Bariloche, La vida en
las ventanas, Una vez Argentina, El
viajero del siglo, Hablar solos y Fractura;
los libros de cuentos El que espera, El
último minuto, Alumbramiento y Hacerse
el muerto; los poemarios Métodos de la
noche, El jugador de billar, El tobogán, La
canción del antílope, Mística abajo, No sé
por qué y Patio de locos; los aforismos de
El equilibrista y Caso de duda; el libro de
viajes por Latinoamérica Cómo viajar sin
ver; y el diccionario satírico Barbarismos.
El volumen Década recopila su poesía.
Formó parte de la lista Bogotá 39 y fue
seleccionado por la revista británica

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Granta entre los mejores nuevos narradores en español. Obtuvo el Premio de la
Crítica, el Premio Hiperión y el Premio Alfaguara. Fue incluido en la shortlist del IMPAC
Dublin Literary Award, recibió una Mención Especial del jurado del Independent
Foreign Fiction Prize y ganó el Firecracker Award, que otorga la comunidad de revistas,
editoriales independientes y libreros de Estados Unidos. Sus libros están traducidos a
más de veinte idiomas.

De Andrés Neuman se ha escrito: “Una escritura de una calidad que rara vez se
encuentra” (The Guardian); “Logra seducir a los lectores, dejándolos con ganas de
más” (The New York Times); “Andrés Neuman se ha convertido en un referente
literario” (Times Literary Supplement); “Un autor de prodigioso talento” (The
Independent); “Conmovedora y delicada, lúcida y vibrante” (Le Monde); “Va camino de
convertirse en un clásico” (La Repubblica); “Una soberana lección de narrativa
comprometida con algunos dolores del mundo y con el rigor artístico” (El País); “Uno
de los mejores cuentistas de su generación” (Página/12); “Prosa exquisita, personajes
absolutamente singulares” (Clarín); “Ningún buen lector dejará de percibir en sus
páginas algo que solo es dable encontrar en la alta literatura, la que escriben los
poetas verdaderos” (Roberto Bolaño).

Entrevistas
ENTREVISTA REALIZADA POR CHARO RAMOS A ANDRÉS NEUMAN PARA DIARIO DE SEVILLA PUBLICADA
EL 19 DE OCTUBRE DE 2011.

-En el dodecálogo que cierra Hacerse el muerto defiende "el cuento con duda" frente
al "cuento con sorpresa" y considera que "desordenar el orden cuenta más que
ordenar el desorden". ¿Es una justificación del carácter heterogéneo de este
conjunto de historias?
-Creer que puede haber una sola idea subyaciendo a estos 30 relatos es como pedirle
peras al olmo o novela al cuento. Durante su escritura fui dándome cuenta de que
había unos motivos comunes que regresaban y tenían que ver con el dolor y el sentido
del humor, con la muerte y con la vida, con la pérdida y con el amor. Por eso la
estructura refleja lo más posible esos altibajos, esa manera ciclotímica que tenemos de
vivir hoy, que pasamos de la euforia a la depresión en pocos minutos. Aquí, en pocas
páginas, cuando te esperas una carcajada hay un hachazo, y viceversa.

-Esa mirada ambivalente es acusada en el relato inicial, El fusilado.

-Recoge una broma macabra que le hicieron al escritor Daniel Moyano, que fue
secuestrado durante la dictadura argentina y sometido a una tortura que también
existió en la guerra civil española y consistía en meterle el miedo a alguien en el
cuerpo con un simulacro de fusilamiento. Y el miedo ya nunca se va. En cambio, otro
de los cuentos trata de un suicida risueño al que le da la risa cada vez que va a matarse
y eso le salva. El sentido del humor nos sirve para defendernos de la realidad y tratar
de nombrarla sin morir en el intento.

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-Cinco hermosas historias evocan aquí a su madre, una prestigiosa violinista de
orquesta fallecida prematuramente de cáncer.

-Están basadas en la experiencia dolorosísima, en la doble pérdida, que fue la muerte


de mi madre y también su enfermedad. Sabía que al hablar de este tema conectaría
con la experiencia de mucha gente que había vivido muertes prematuras y, por ello,
había tenido experiencias muy intensas en los hospitales, esas sociedades en minatura.
No sólo había un dolor personal que conjurar sino un duelo colectivo que necesitamos
hacer todos por culpa de esa enfermedad. El trauma no era en sí la pérdida de mi
madre sino la experiencia casi inverosímil de que alguien que está joven pierde antes
de la vida la juventud. Esa vulnerabilidad tremenda me enseñó que la infancia se
termina cuando nos convertimos en padres de nuestros padres. Y de eso va esa parte
de mi libro: de cuando mi madre se convirtió en mi hija.

-¿Quién es Andrés Neuman a estas alturas de su carrera?

-Alguien con más dudas que antes. Hay algo maravilloso en el lenguaje literario, que se
niega a repetirse y exige de ti el asombro, a diferencia del lenguaje político, basado en
la redundancia. Cuando cumples años, más que ir adquiriendo facultades, vas
adquiriendo conciencia de lo que no sabes hacer y de lo que nunca harás. Cuantos más
libros publicas, más pruebas de imprenta has corregido y con más cantidad de errores
y flaquezas te has topado. Creo que escribir bien consiste en corregir adecuadamente.

-Sus padres y sus cuatro abuelos eran argentinos pero usted reside en Granada
desde la adolescencia. ¿Cuánto debe su mirada literaria a esas dos orillas?

-Siempre seré un inmigrante, alguien con dos nacionalidades y dos extranjerías. Con
dos patrias y ninguna. La experiencia de no saber dónde se está es profundamente
literaria porque la lectura y la escritura sirven para cuestionar nuestro lugar. La lectura
nos descoloca saludablemente, nos lleva a otra parte. Por lo demás, nada menos
argentino y por tanto más argentino que Borges, que estudió en inglés en su casa,
continuó estudios en Ginebra, viajó a España y conectó con Cansinos Assens y el
ultraísmo...

ENTREVISTA REALIZADA POR SILVINA FRIERA A ANDRÉS NEUMAN PARA PÁGINA 12 PUBLICADA EL 24 DE
DICIEMBRE DE 2013.

–El cuento breve juega más con los límites y se puede permitir quizá más rupturas.
En cambio, un cuento de mayor extensión presenta más complicaciones para
experimentar, ¿no?

–Sí, pero esa complicación es muy enriquecedora. La extensión no debería ser un


problema, porque al fin y al cabo hay novelas experimentales; es un límite nuestro en
la forma de leer la tradición del cuento. Precisamente eso es un desafío interesante:
tratar de ver cuánta es la flexibilidad en el cuento. Ha habido algo como de restricción
medio austera, como si entre el final sorpresa y el iceberg de (Ernest) Hemingway
hubiera una especie de mecanismo de relojería, que es muy fascinante, por un lado,

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pero también conduce a cierta limitación de la forma. Me parece interesante mestizar
el cuento con otros géneros que rompen un poco esa especie de simetría. Entre esas
tradiciones está todo lo que la poesía puede hacer con la prosa. Hay dos maneras de
entender la experimentación: como una especie de extravagancia estudiable en las
universidades, pero que no diga nada acerca de las emociones humanas, sobre la
naturaleza del individuo o de los conflictos sociales. Si eso es experimentación, como
una suerte de caligrama o de acertijo formal, entonces la experimentación no me
interesa. Ahora si por experimentación entendemos romper un poco el prejuicio
formal de un determinado género o tratar de estirar los límites de su tradición,
entonces sí me interesan los cuentos experimentales, a condición de que produzcan
algún tipo de perturbación emocional. Para mí experimentar con la forma es una
manera de emocionar más, no de emocionar menos.

–¿Por qué es un libro de vocación tragicómica?

–Eso es lo que me parece, a lo mejor estoy equivocado. “El fusilado” está planteado
como una broma macabra: el objetivo del pelotón es humillarlo y reírse de él, no
matarlo. Le hacen la broma más humillante y violadora de todas: juegan a matarlo. Mi
idea de la comedia no es ligera. La comedia es un género terrible que te cuenta algo
que abordado de manera seria sería insoportable. Visto desde ese punto de vista, nos
encontramos con algo que no es gracioso, pero que sí pretende serlo por parte de los
fusiladores, que se ríen del fusilado porque amagan con matarlo y lo único que hacen
es inaugurar en él una vida póstuma y humillada para siempre. “Una silla para
alguien”, el cuento sobre mi vieja, cuenta algo profundamente íntimo. Lo íntimo es una
cosa y lo autobiográfico es otra. Es muy íntimo pero no es autobiográfico porque
cuenta un paseo que no pude dar, una experiencia que no tuve con mi madre. Nuestra
intimidad está configurada por algo que es mucho más amplio que la experiencia
vivida y que abarca la fantasía, lo deseado, lo temido. Mi vieja era una mujer muy
independiente y orgullosa de su independencia. Una mujer que había vivido como una
conquista el no necesitar pedirle ayuda a nadie. Fue muy doloroso y un aprendizaje
muy revelador cuidar a una mujer tan militante en su propia autonomía. Ya hacia el
final de su vida y de su enfermedad, ella aceptó que la única manera de pasear era en
silla de ruedas. Lo que hubiera sido un año antes la peor de las degradaciones, se
volvió un deseo para ella. Cuando conseguimos la silla, a mi vieja la internaron por
última vez y nunca salió del hospital. Me quedé pensando qué significaba esa silla
vacía, como esos zapatos vacíos de otro cuento del libro, esos zapatos que tienen la
forma del callo del pie de mi papá y son y no son los pies de mi papá. ¿Qué hago con
esta silla? Decidí escribir un cuento para usar esa silla, para dar ese paseo que no pude
dar con mi vieja. Escribo ese cuento e inmediatamente me doy cuenta de que es un
paseo alegre en que mi mamá y yo bromeamos, mi vieja me toma el pelo, me
contradice, me carga. Entonces me salió un cuento jodón, pero que tiene un punto de
partida muy trágico. Empecé a darme cuenta de que los relatos que tenían un punto
de vista muy terrible me derivaban hacia una especie de humor negro y que los
cuentos que eran más ligeros o graciosos se empezaban a cargar de aspectos oscuros o
siniestros.

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–Lo siniestro y lo cómico está ya en el título del libro, ¿no?

–Sí, Hacerse el muerto tiene la tensión de esos dos elementos. Hacerse el muerto es
un juego, una aproximación lúdica a lo más evidente, misterioso y doloroso que hay en
la vida que es morirse. Como decía Borges, morirse es una costumbre que sabe tener
la gente. Por un lado, no debería ser una sorpresa morirnos y, sin embargo, seguimos
resistiéndonos a aceptarlo y a entenderlo, ¿no? Morirnos, no gracias... preferiría no
hacerlo, como diría Bartleby. Ante la incredulidad que nos genera lo más obvio,
tenemos diversas estrategias. Una de ellas es la ficción, otra es el juego. Hacerse el
muerto, por empezar, es algo que muchos niños por no decir muchos adultos
infantiles, entre los que me cuento, seguimos haciendo. A mí me divierte mucho
hacerme el muerto.

–¿En serio?

–Sí. Y cuando me hago el muerto me emociono muchísimo, me siento póstumo, es


como si me hubieran dado una propina. A mi viejo siempre le gustó hacerse el muerto.
Mi vieja se ponía loca, odiaba a mi padre cuando hacía eso. Se desparramaba en el
sofá, abría la boca, miraba el techo. Lo hacía como un juego macabro. Por alguna razón
mi viejo y yo nos cagábamos de risa. Nos hacía gracia. Yo empecé a hacerlo de chico,
sin saber muy bien qué estaba haciendo. Ahora trato de hacerlo solo porque mi mujer
se pone muy nerviosa (risas).

–¿A solas juega a hacerse el muerto? No tiene ningún testigo...

–No, no importa. Soy yo el testigo, ¿te parece poco? El primer testigo de un narrador
es él mismo. Cuando estoy haciendo la siesta, me quedo un poco quieto, miro al techo,
veo que tardo en moverme y que estoy haciéndolo para mí. Yo soy mi público. Cuando
miro al techo pienso: en este momento podría estar muerto, esta siesta podría haber
sido la última... Cuando pienso en eso, me emociono muchísimo porque ese rato ya es
póstumo. Y ahí me entra la duda de si lo que estoy haciendo es gracioso o es
profundamente serio, si es una manera de negar la mortalidad y por otra de
entenderla. ¿Es una burla o es un homenaje? ¿Es un ritual o es un chiste? El juego
mismo de hacerse el muerto tiene una enorme ambigüedad. No sé si es un acto de
aceptación o de negación de la muerte.

–¿Por qué a veces la carcajada se genera a partir de una situación dramática para el
narrador de algunos de los cuentos?

–Eso proviene de la propia naturaleza del humor. Pensemos en las películas cómicas
clásicas que consistían básicamente en accidentes, tropiezos, golpes y desgracias
ajenas. La comedia clásica consiste en contemplar con placer la desgracia ajena. En ese
sentido, la comedia tiene un trasfondo trágico y también cruel. Todo el cine clásico que
ha pasado a la historia como un cine amable y totalmente apto para menores consiste
en la tortura sistemática de uno de los personajes. Pero en la comedia clásica hay
también una tensión en el tono. Si uno piensa en Buster Keaton, que me parece la
perfección de lo gracioso, hay una enorme seriedad en todo lo que hace. Buster

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Keaton trata de oponerse desesperadamente a la comicidad de sus actos con una
solemnidad extrema, que a su vez te produce mucha risa. Buster Keaton era muy
consciente de que exponer de forma graciosa es redundante y en el fondo no produce
gracia. Buster Keaton manejaba un guión gracioso y lo interpretaba de forma
enormemente seria. Lo que produce risa es esa contradicción, ese combate interno
que se inicia en el estilo de Buster Keaton, que trata de contradecir un guión gracioso
con una interpretación seria. Yo sintonizo mucho con esa manera de entender la
comedia, más que con el grotesco o con el humor que lo que hace es subrayar lo
gracioso. A mí me hace gracia lo que es gracioso a su pesar. Quizá sea una forma de
crueldad, pero la crueldad precisamente es conflictiva y lo conflictivo es más literario
que lo cómodo. Hay algo en la comedia gritona que es cómodo porque vos sabés
rápidamente que tenés permiso para reírte y nada más. Con Buster Keaton siempre
pensás: ¿Qué hago, me río o me compadezco? ¿Está bien que me ría de este pobre
hombre que está tratando de mantener la compostura, que está tratando de ser
tomado en serio y la realidad lo maltrata todo el tiempo?

En librerías españolas el 31 de enero de 2018

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