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La doctrina católica sobre la pena de muerte - Homilía de don

Francesco Ricossa (5/8/2018)


Las dos lecturas de la Misa del día nos presentan:
1. Un pasaje del Evangelio según San Marcos. Jesús cura a un sordomudo. Pudiendo hacerlo
solamente con la fuerza de su palabra quiere sin embargo hacer uso de los gestos: toca con su
mano y con la saliva sus oídos y la lengua, insinuando de esta manera el poder de los sacramentos,
los cuales se realizan mediante los actos humanos externos obteniéndonos la gracia, la curación
interior y el don sobrenatural de la gracia. Este rito del “efetá” -la palabra que pronuncia Jesús-
“abríos”, se repite en el bautismo. Es bonito ver este gesto realizado por Jesús desde un nivel
todavía más elevado, hecho no para curar un cuerpo sino santificar un alma.
2. El pasaje de la epístola de San Pablo a los Corintios nos dice muchas cosas: nos habla del
testimonio de las apariciones de Cristo, de la importancia, una vez más, de la gracia. Pero no
insisto sobre ello porque sería ya la tercera vez que me repito. Después sigue con estas palabras
tan conocidas: “Tradidi quod et accepi” (“Yo os transmito aquello que he recibido”, dice San
Pablo a los Corintios). El apóstol, el predicador, el sacerdote, el pontífice no han de dar su propia
doctrina, sino la doctrina de Dios, la palabra de Dios, aquello que Dios ha revelado mediante su
Hijo Divino Jesucristo. Aquello que he recibido es lo que os transmito a vosotros. Este es el
verdadero y auténtico concepto de tradición: es la transmisión de la palabra divina revelada
infalible e íntegramente. Sobre lo que Dios ha revelado no se puede suprimir ni añadir una línea,
solamente escrutar más profundamente el misterio revelado y esto atañe antes que a nadie a la
Iglesia, que es la depositaria infalible.
Esto sirve para todos los puntos de la doctrina, si bien es verdad que algunos son los principales
misterios de la fe: la Trinidad, la Redención, la Encarnación… Pero no hay ninguna verdad
revelada que no deba ser transmitida, ninguna que pueda ser cambiada, alterada, olvidada, negada,
omitida o añadida.
Pues bien, esta semana como habréis sabido y porque se ha hablado, aunque no mucho, en la
prensa y en los medios de comunicación se publicó un Reescrito de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, aprobado por Bergoglio y acompañado por una carta de la misma Congregación
para explicar este texto en el cual se modifica la doctrina sobre la pena de muerte en el así llamado
Catecismo de la Iglesia Católica, que en realidad no lo es, porque era ya un Catecismo Conciliar
querido por Wojtyla.
¿Es necesario decir algo sobre el tema (os lo digo no como un tema de devoción, sino como
formación doctrinal del buen cristiano)?
Lo que se viene a afirmar con este cambio, pero que ya venía preparándose con las continuas
cesiones que datan des del Concilio, es que la pena de muerte es siempre inadmisible. ¿Qué quiere
decir esto? Que, para un cristiano, por la palabra de Dios basada en el Evangelio (mejor sin
precisar el cómo ni dónde) la pena de muerte sería siempre una violación de la ley y bondad
divinas. Esto es lo que se afirma. Más aún, aunque en los periodos históricos pueden darse
diferentes circunstancias, cuando se ha aplicado en el pasado la pena de muerte se ha violado
siempre el Evangelio, consciente o inconscientemente. Este es el fundamento de esta enseñanza
con la cual, se dice, se corrige el Catecismo. Y ya por decir esto se entiende que algo no cuadra.
Luego se dan tres motivos por los cuales la pena de muerte sería inadmisible para un cristiano. El
primero es la dignidad de la persona humana. Este es el motivo que se dio en el Concilio para
afianzar la doctrina sobre la libertad religiosa, esto es, la libertad que la Iglesia y el Estado deben
otorgar a todas las confesiones religiosas y a los irreligiosos para practicar libremente y difundir
el propio culto y la propia fe, incluidas las erróneas, equivocadas o incluso de los que tienen falta
de fe. Esta es la doctrina sobre la libertad religiosa. ¿Y sobre qué se fundamente esta doctrina? El
título del documento conciliar lo señala correctamente: “Dignitatis humanae personae”, la
dignidad de la persona humana. ¿Y cuál es el primer argumento mencionado ya en este documento
para sostener que la pena de muerte es siempre ilícita? La dignidad de la persona humana.
¿Cuál es el segundo argumento? La modificación en el concepto de ley: qué es la ley y qué es la
pena. ¿Ha habido un cambio? Sí, pero es necesario ver quién lo hizo. Este cambio, evidentemente,
ha sido aprobado: la idea de ley y de pena que existía en los siglos pasados era errónea; la idea de
ley y de pena actuales es, sin embargo, la correcta. La tercera razón es, no obstante, la más “de
andar por casa”, concreta y práctica, a la vez que engañosa, aunque podría ser defendible. Es
cuando se afirma que con los actuales sistemas de encarcelamiento ya no existe el riesgo de
reiteración del delito y por lo tanto es innecesaria la pena de muerte. Es engañoso este argumento
porque los hechos lo desmienten continuamente, siendo muchos los criminales que son culpables
de gravísimos delitos y que posteriormente, por los métodos modernos de encarcelamiento han
salido y han cometido las mismas culpas gravísimas. Me viene a la mente el ejemplo del monstruo
de Circeo, Izzo, que mató a las chicas con un sadismo espeluznante y fue puesto en libertad en
base a estos famosos métodos que existen hoy en día y la primera cosa que hizo fue asesinar a
otras dos. Evidentemente el argumento no es el más serio, es el más de “andar por casa” y
lógicamente el más discutible.
Hay también otra cuestión planteada en este documento y se trata de cómo conciliar esta
afirmación: la ilicitud siempre de la pena de muerte con la práctica y la doctrina de la Iglesia, que
sin embargo ha defendido siempre la legitimidad de la pena de muerte.
Tratemos de ver brevemente -intentaré no alargarme demasiado, puesto que no es una
conferencia- estos cuatro puntos, es decir, las tres argumentaciones más la cuestión última, que
es la más grave, y su conciliación con la doctrina de la Iglesia.
En primer lugar se dice que esta nueva decisión sobre la ilicitud siempre de la pena de muerte se
inspira en el Evangelio. Ahora bien, en el Evangelio no encontramos ninguna palabra de
Jesucristo contra la pena de muerte. Como sabemos en el Antiguo Testamento, que es siempre
palabra de Dios; en la ley de Moisés, que es ley divina y que servía tanto para la guía espiritual
de las almas como de ley temporal para guiar al pueblo, contemplaba en muchos casos la pena de
muerte. ¿Quién estableció en la ley antigua la pena de muerte? Dios. Si por lo tanto la pena de
muerte es siempre ilícita en todos los periodos de la historia humana porque es contraria a la
dignidad de la persona humana que no varia a lo largo de los siglos, entonces el primer culpable
de haber violado la ley de Dios es Dios. Aquí vemos rápidamente una blasfema contradicción:
¿Cómo puede pecar Dios?, ¿Cómo puede ir Dios contra Dios? O, ¿Es que acaso el Dios de la
antigua ley es un Dios malvado y creemos que luego ha venido un Dios bueno? También esto es
una blasfemia.
Sin duda las disposiciones legales del Antiguo Testamento no están ya en vigor. Los protestantes,
que parecen amar más la antigua ley que la nueva y que además tienen un concepto equivocado
sobre la Escritura y de la Biblia, actúan a veces como si las normas de la antigua ley siguieran en
vigor. Tanto es así que existen sectas protestantes que conservan como día festivo el sábado y no
el domingo, justo por este motivo. Siguen siendo hebreos. Esto se ve por ejemplo en los Estados
Unidos donde la pena de muerte es querida por muchas personas, precisamente por motivos
culturales: el protestantismo que yace en el fondo. Para ellos la Biblia dice que debe existir la
pena de muerte, luego necesariamente la hay. Esto no es verdad ya que las prescripciones de la
ley antigua, aún viniendo de Dios y aún siendo divinas, eran sin embargo provisorias. Con la
llegada de la nueva ley decayeron (no los mandamientos de Dios, sino las prescripciones
puramente mosaicas) y consiguientemente las prescripciones de la ley antigua perdieron su vigor.
Ya no estamos obligados a circuncidarnos, ni a celebrar el sábado -de hecho no debemos hacerlo-
, del mismo modo que ni lapidar a las adúlteras y ni este género de cosas.
¿Qué vemos en el Evangelio? Vemos la mansedumbre y la bondad de Jesús. A la adúltera – en el
caso de la adúltera- Jesús no dice, ya que en su tiempo la ley mosaica seguía todavía en vigor: “el
Padre se ha equivocado” o “está prohibido lapidar”; sino que dice: “quien esté libre de pecado,
tire la primera piedra”, “lanzad esta primera piedra”. No obstante nadie tiene el coraje de lanzarla.
Naturalmente por esto se ve la mansedumbre, la misericordia de Jesucristo y también el espíritu
del Evangelio, por el cual la Iglesia, aun pudiendo teóricamente -sin dejar de ser sociedad
perfecta- imponer la pena de muerte, abomina el derramamiento de sangre. Y como Iglesia, es
decir, sociedad religiosa fundada por Jesucristo, “aborret sanguine”, abomina el derramamiento
de sangre y no lo contempla en sus mismas leyes penales. Si buscáis en el Código la pena de
muerte no la encontraréis.
Y diréis, pero en la Ciudad del Vaticano (y anteriormente en los Estados de la Iglesia) existía la
pena de muerte. Es cierto, la había. Pero no en la Iglesia en cuanto Iglesia, sino en el Estado que
era un Estado gobernado por el papa. Una cosa es el poder temporal, aunque fuera ejercido por
una autoridad espiritual y otra cosa es el poder espiritual ejercido por la autoridad espiritual. La
Iglesia en cuanto Iglesia es misericordiosa, perdona -lo antes posible- y otras veces llega a
castigar, pero no hasta el punto de aplicar la pena de muerte. El Estado, sin embargo, debe
procurar el bien común temporal de la sociedad y entre las penas puede legítimamente aplicar la
pena de muerte.
¿Quién ha afirmado que con el Nuevo Testamento la pena de muerte pasa ser ilícita? ¿Quién lo
ha dicho? Los herejes medievales: los valdenses. Los valdenses sostenían que la pena de muerte
era ilícita y pretendían basar esta teoría propia en el Evangelio. Pero por ello y por mil motivos
más fueron excomulgados y condenados por la Iglesia; así pues no es cierto que el Evangelio
prohíba la pena de muerte. De hecho san Pablo, que era apóstol de Jesucristo, elegido y mandado
por Jesucristo para llevar la fe al mundo entero, no solamente no ha condenado nunca la pena de
muerte, cosa que hubiera hecho si fuera contra el Evangelio; sino que la ha aprobado, puesto que
hablando de la autoridad secular del Estado dice: “no en vano lleva la espada para la venganza y
el castigo de los delincuentes”. La espada, según el derecho romano, corresponde al “ius gladii”,
es decir, corresponde a la autoridad imponer la pena de muerte a los criminales. Así pues, san
Pablo alaba que el Estado castigue a los criminales incluso con este extremo método para los
delitos más graves. Por lo tanto fundar en el Evangelio y el Nuevo Testamento la condena absoluta
de la pena de muerte es ir contra el Evangelio y falsificar el Nuevo Testamento. Si se quiere
afirmar que el espíritu cristiano se inclina a la misericordia y al perdón, es verdad, pero si se
pretende afirmar que la ley de Cristo prohíbe la pena de muerte es una mentira. Además de ser
una mentira calumniosa contra la Iglesia que durante siglos y siglos aprobó la pena de muerte y
la aceptó en cuanto Estado en sus propios códigos penales, admitiendo de este modo el mal y
apartándose del Evangelio; lo cual es inconcebible y blasfemo, ya que la Iglesia es santa y no
puede haber esperado 2000 años para entender lo que realmente decía el Evangelio.
Pero, ¿Cuáles son los tres motivos que enumera este documento para sostener la ilegitimidad de
la pena de muerte? No se entiende si son necesarios los tres o si con uno ya basta, pero en la lógica
de las cosas cada uno es válido por sí mismo, por lo que con solo uno bastaría.
El primero es el de la dignidad de la persona humana. Se afirma: “la dignidad de la persona
humana no se pierde ni siquiera con el pecado”. Ahora veamos, ¿En qué consiste – y esta es una
verdad de derecho natural- la dignidad de la persona humana? Consiste en el hecho de que la
persona humana, a diferencia de las bestias, está dotada de inteligencia y libre voluntad. Y, ¿En
qué consiste la dignidad de tener inteligencia y libre voluntad? En que la inteligencia se adhiera
a la verdad y la libre voluntad se adhiera al bien. Por lo tanto el hombre conserva su propia
dignidad si con la inteligencia se adhiere a la verdad, particularmente a la Verdad Primera que es
Dios, y con la voluntad se adhiere al bien. Por ello santo Tomás explica y León XIII retoma esta
cuestión en su encíclica sobre la libertad, en lugar del falso concepto de libertad que sucede
cuando el hombre a través del error y de la herejía difunde la falsedad y cuando éste se adhiere al
mal y al pecado, perdiendo así la propia dignidad.
Ciertamente no pierde su propia naturaleza humana que en este sentido es inalienable, pero pierde
en acto la propia dignidad y se convierte en algo peor que las bestias, ya que las bestias cuando
hacen algo cruel siguen su propia naturaleza. Al contrario, cuando el hombre, que teniendo
inteligencia y voluntad para llegar a la verdad y hacer el bien llega, por decirlo de alguna manera,
a prostituir estas facultades hace todo lo contrario: lo falso y lo malo, hundiéndose aún más, peor
que las bestias. Así pues, un hombre que comete un crimen no tiene garantizada la dignidad de la
persona humana, por lo que tampoco puede ser preservado de la pena, ni siquiera de la capital. Es
más, en el sufrimiento heroico por la expiación de su propio pecado a través de la pena capital, es
cuando el criminal recupera su propia dignidad.
Llegamos entonces al segundo error que, sin embargo, viene presentado como argumento contra
la pena de muerte: es el nuevo concepto de ley. En la carta que acompaña el Rescrito se explica
que es lo que quiere decir. El nuevo concepto de ley es el del Iluminismo, no el del Evangelio,
según el cual la ley y la pena debían siempre ser reeducativas, nunca punitivas, en venganza del
mal cometido. Ahora bien, es verdad que la pena si es posible debe ser reeducativa, no obstante
la pena no es solamente reeducativa; sirve a la justicia para dar a cada uno aquello que le es
debido: a quien hace el mal, la pena; a quien hace el bien, el premio. Luego, dar una pena a quien
comete el mal, aún sin reeducación, reestablece el orden violado por la culpa, por el pecado, por
el crimen. Así como quien hace daño ha de pagar una penitencia (no basta decir que he cambiado,
sino que he de hacer penitencia), del mismo modo la pena es precisamente una penalidad que
debe hacer sufrir a quien ha cometido el mal. Y a las culpas más graves puede entonces, aunque
no necesariamente, corresponder la pena de muerte. Si la pena se aplicara siempre en orden a la
rehabilitación del culpable y nunca se admitiera como simple castigo por el mal, entonces Dios
sería también un criminal porque con el infierno castiga a quien es imposible reeducar. El
condenado no cambia, permanece malo por mucho que se le castigue, justamente por ello es
castigado con una pena simplemente vengativa.
Si las penas vindicativas no son morales, como dicen los iluministas – Beccaria, Kant…-,
entonces el infierno es inaceptable, y de hecho para los modernistas el infierno es inaceptable.
Todavía no lo dicen claramente, pero en la próxima corrección del Catecismo probablemente lo
dirán, con el Rescrito nº2.
Tercer motivo: he dicho ya que es un poco ridículo y por lo tanto de poco valor y desmentido por
los hechos.
Entonces, ¿Cómo explicar el cambio en la doctrina? Se afirma que el cambio en la doctrina no es
una contradicción respecto de la enseñanza precedente, ni de la enseñanza de Wojtyla que
prácticamente eliminaba la pena muerte, aunque aún no afirmaba que era siempre ilícita en teoría;
ni de la enseñanza católica que en su lugar afirma que la pena de muerte es legítima, aunque no
obligatoria. Es legítima.
Y lo afirma claramente, sin problemas. ¿Cómo es posible afirmar primero que la pena de muerte
es lícita y luego decir que la pena de muerte es ilícita? O bien, la pena de muerte es siempre lícita,
o la pena de muerte es siempre ilícita. Se dice que no es una contradicción, sino un desarrollo
coherente de la doctrina. Pero un desarrollo para ser coherente no puede llegar a la negación del
punto de partida, se puede profundizar. La pena de muerte es legítima, pero en muchos casos no
será oportuna y esto es posible con una profundización: en algunos siglos perversos o bárbaros
era más fácil tener un espíritu cruel, no en cambio en la actualidad. Aunque en la actualidad en
nuestros hospitales se maten a los niños y nadie lo vea, aunque no haya pena de muerte.
Sin embargo si decimos que es siempre ilícita, entonces no hay ningún desarrollo coherente, sino
contradicción. La única posibilidad de ver una coherencia es en la idea modernista de desarrollo,
o sea, la evolución de los dogmas. Para los modernistas Jesucristo dijo algo, aunque casi nadie
sabe qué ha dicho. De hecho no sé si Spadaro o uno de los jesuitas cercanos a Bergoglio, o el
superior general de los jesuitas, dijo: poco sabemos de lo que dijo Jesús, en aquel tiempo no
existían grabadoras. ¡Bravo! Jesús dijo algo, ¿qué dijo? No se sabe muy bien. Así pues el
desarrollo consiste en el hecho de que con el paso del tiempo la Iglesia interpreta esta semilla
lanzada por Jesús que evoluciona hasta decir todo lo contrario. Esta es la idea de la evolución de
los dogmas del modernismo. Para el modernismo si las verdades de fe no cambian continuamente,
adaptándose a la mentalidad del hombre moderno, dejan de tener vida y están muertas. La vida
está en el ir cambiando siempre.
No obstante, siguiendo la lógica y creyendo que Jesús es Dios, sabemos aquello que Dios ha
revelado y sabemos que la verdad no cambia, entonces sabemos que esta modificación es
contradictoria, contraria e inadmisible.
Otros, como yo y antes que yo y seguramente mejor que yo ha comentado críticamente esta
decisión, este documento. Sin embargo luego dicen: el Papa se ha equivocado. Esto sostiene la
Fraternidad de San Pío X. Pero, ¿Cómo puede el Papa que es la regla próxima de nuestra fe y
aquél que debe guiarnos por el camino de la Verdad y de quién Jesús ha dicho “quien a vosotros
escucha, a mí me escucha; quién a vosotros desprecia, a mí me desprecia”? ¿Cómo puede el Papa
engañar a las almas a él confiadas y en lugar de enseñar la verdad, enseñar el error conduciendo
a las almas al abismo? Es imposible. No puede ser legítimamente sucesor de Pedro y vicario de
Cristo aquél que va contra Cristo y la verdad revelada por Cristo. Igual que Dios no puede ir
contra Dios, así el vicario de Cristo no lo es si va contra Cristo. Es algo bastante claro y sencillo,
aunque enorme en las consecuencias. Pero aquellos que quieren conciliar, también en esto, lo
inconciliable, como la Fraternidad de San Pío X y similares, son capaces de todo.
Capaces también de ofender el Papado y la Iglesia, acusándola de abandonar la verdad aunque
manteniendo una autoridad a la cual se dicen fieles y devotos, aunque luego en realidad la sigan
solamente cuando les es cómodo. Esto es, cuando les otorga permisos y privilegios pero no cuando
dice algo que a ellos no les gusta. Nosotros no estamos y no podemos estar de acuerdo con esto y
por eso estamos aquí.
Me he extendido demasiado, pero creo que era oportuno hacer esta aclaración. Que el Señor nos
mantenga fieles a la doctrina revelada y no perder ni siquiera una “iota”, es decir, ni siquiera lo
mínimo, porque todo lo que sale de la boca de Dios y así nos ha sido transmitido nosotros debemos
creerlo fielmente. “os he dado lo que recibí”. Este es el verdadero apóstol y esto, en nuestra
pequeñez, es lo que debemos hacer: transmitir a las generaciones futuras la misma fe apostólica
que hemos recibido de los apóstoles y que ellos han recibido de Cristo.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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