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Dos personajes lésbicos en la literatura decimonónica:

La Chata y La Gaditana

Paniela Plata Alvarez

Al principio, fue el verbo. Nombrar una cosa, un acto, un sentimiento, da cuenta de

su presencia en el mundo real. Durante muchos años en México fue negada la

existencia del amor entre mujeres al silenciar su expresión, al normalizar la idea

de que no era natural ni debía existir para así conservar los valores de una

sociedad católica y conservadora. En el siglo XIX, era “normal” ser homofóbico

debido, además de a la arraigada tradición religiosa, a la exaltación del

pensamiento científico y la influencia del positivismo en el último tercio del siglo,

pues se entendía que cualquier forma alternativa de la sexualidad era una

enfermedad mental o un desvío de la naturaleza.

No obstante, también en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras

del XX se dieron una serie de cambios sociales que permitieron a los escritores

hablar de temas que anteriormente no se tocaban con tanta libertad en la

literatura. Gracias a la aparición del Realismo, que buscaba describir a la sociedad

tal cual es y del naturalismo, que ahondaba en los aspectos más sórdidos de la

sociedad, observamos el surgimiento de personajes sáficos en textos literarios que

nos muestran no solamente la visión que se tenía del lesbianismo en aquella

época, sino también la conciencia de que la expresión del amor entre mujeres ha

estado presente en nuestra sociedad desde siempre.


Los textos, que primero fueron indicios y después abiertas declaraciones,

incluían experiencias de la sexualidad distintas a la normalizada por el patriarcado.

Innegablemente en estos discursos, que eran expresados por hombres- escritores,

se reflejaban los prejuicios y descalificaciones en torno a la homosexualidad, sin

embargo, el nombrar el amor homosexual representaba un gran paso para la

sociedad mojigata y patriarcal del porfiriato.

Es notable, en este aspecto, el trabajo de José Tomás de Cuéllar, escritor

nacido en la Ciudad de México, que por medio del proyecto titulado “La linterna

mágica” buscó retratar las nuevas costumbres de la sociedad de su tiempo, con

sus virtudes y defectos, siempre desde una perspectiva moral.

Cabe señalar que las novelas de Cuéllar, además de presentar los tipos

sociales aceptados como la china o los pollos, y una incipiente clase media que

buscaba su acomodo en la sociedad, exhibían también un número importante de

personajes que se salían de los esquemas establecidos.

En el proyecto novelístico de La Linterna Mágica, encuentro un personaje

interesante que desarrollaré a continuación: una proto-lesbiana, presente en la

novela Las jamonas, publicada en 1871. El narrador nos cuenta, al inicio de esta

novela, la historia de Amalia, personaje principal en torno al que gira la historia. En

su infancia, asistía a un colegio para mujeres donde entabla una estrecha amistad

con La Chata. Juntas comparten las dudas e inquietudes acerca del amor, el

matrimonio y el futuro. Estos temas que eran prohibidos para una niña “bien

educada” se convierten en vínculo entre las dos:

Halagaba su vanidad de niñas la idea de tener un secreto qué guardar, un

asunto de qué tratar a solas y se segregaban de las demás para ir a


reclinarse sobre el barandal de uno de los corredores más lejanos, con

objeto de estar a la vista de todas sus compañeras y a la vez sustraídas a su

curiosidad.

Las niñas comenzaban a censurar aquella conducta y hasta había

lenguaraz que exclamara:

-Parecen marido y mujer, nunca se separan”.

La mirada del otro, de las compañeras de escuela, evidencia no sólo la cercanía

de las dos niñas, sino una relación que se sale de lo normal. Más adelante el autor

afirma:

Dispuesto el corazón a recibir las primeras impresiones del amor, basta a la

mujer estar en contacto con otro ser para revestirlo de un encanto particular:

la Chata y Amalia se querían entrañablemente, gozaban en estar juntas,

deseaban estar solas, y como los celos son inseparables del amor,

especialmente del amor indefinido, la mayor parte del tiempo lo empleaban

en darse celos y satisfacciones mutuamente. (31-32)

Este amor juvenil, que el autor sólo explica como un juego al llamarlo “indefinido”,

es en realidad la presencia del primer amor, un amor que va más allá de la

amistad y se llena de promesas hacia el futuro.

Amalia dice, un poco más adelante: “Yo quisiera tener un novio para

desengañarme ¿y tú?”, La Chata contesta “Yo también”. Amalia pregunta:

“¿Y dejarías de quererme a mí?” “No, jamás, responde la chata dando un

beso en la frente a Amalia.

-¡Ay! ¿y si te casas?

-Viviremos siempre juntas. ¿Y si te casas tú?


-También viviremos juntas. (33) contesta Amalia.

Estas jóvenes eran conscientes de la imposibilidad de la realización amorosa,

debido a que en la sociedad mexicana no era siquiera posible pensar en realizar

una vida exclusivamente ellas dos. Asimilaban que debían cumplir con los

patrones establecidos y contraer matrimonio con un varón. Así sucede en la

narración, pues Amalia debe marcharse para “ser presentada en la sociedad”, es

decir, para buscar marido. El momento de la despedida es significativo:

Amalia y la Chata lloraron muchos días antes de separarse: se hicieron

mutuos regalos, se cortaron cada una un rizo de cabello, y se despidieron al

fin, recibiendo cada una por su parte el primer golpe doloroso; ofrecieron

escribirse y se dirigieron la última mirada.

La Chata, lo mismo que Calipso, no podía consolarse de la partida de Ulises;

pero Amalia que se veía libre, recibía a cada paso las más halagüeñas

impresiones, y bien pronto entró en un mundo nuevo para ella. (34)

En este punto es importantísima la referencia a Calipso, quien, según la mitología,

se enamora de Ulises y lo retiene en su isla para intentar que olvide a Penélope.

Por este lado, la referencia del amor erótico que siente la Chata por Amalia es

notable. También Calipso es “la que oculta”, lo cual deriva en la segunda función

de la Chata en la novela: tras recuperar sus relaciones amistosas con Amalia,

estando ella casada con Sánchez, la amiga de la infancia y primer amor de la

protagonista, se convierte en cómplice y mensajera de la infidelidad de Amalia con

el poeta Ricardo. La Chata es también la protectora, la compañera y voz de la

conciencia de Amalia. Le aconseja que no siga con la infidelidad y es la única, al

final de la historia, que se compadece del sufrimiento de la protagonista.


Me aventuro a afirmar que este personaje es un primer pronunciamiento de

la existencia del amor entre mujeres en su época. Si bien, no hay una declaración

explícita y el amor no se consuma, pues aparentemente no es recíproco, La Chata

es un personaje contrastante frente a Amalia, tiene una función de protectora que

sabe las consecuencias que tiene la infidelidad en la sociedad mexicana de

aquella época. Se trata de un personaje interesante, no sólo por la cercanía más

allá de la amistad con la protagonista, sino porque se trata de un atisbo de lo que

será, más adelante, la expresión del deseo lésbico en la literatura mexicana del

siglo XX.

Treinta años después de la aparición de la Chata en Las jamonas de

Cuéllar, aparece un personaje lésbico mucho más explícito y complejo: la

Gaditana.

En la célebre novela de Federico Gamboa, Santa (1902), nos introducimos en el

mundo prostibulario de la Ciudad de México en los últimos años del siglo XIX. Es

una novela en que están presentes numerosos personajes femeninos que

absorben, rechazan, moldean o utilizan al personaje principal, Santa. La Gaditana

es su compañera de profesión, pero que siente un amor sin futuro por la

protagonista. Considero que es un personaje mucho más activo, pues declara con

mayor libertad su deseo lésbico, que era conocido por todas las habitantes del

prostíbulo.

Conocemos la fuerza de este amor gracias al relato que hace Santa al ciego

Hipólito, músico de la casa.

¡Hipo!, ya no aguanto a la “Gaditana”. Figúrese usted que está empeñada en

que yo la quiera más que a cualquier hombre ¿se habrá vuelto loca?... Toda
la mañana se la pasó en mi cuarto sin dejarme levantar, arrodillada junto a mi

cama y besándome todo mi cuerpo con unos besos rabiosos, como jamás he

sentido ¡y usted calculará si me han besado!... Hasta lloró, contándome que

se tenía por desgraciadísima, que sufría por un montón de cosas, que ya no

creía en los hombres ni podía quererlos, porque son unos tales por cuales, y

que si yo la rechazaba haría una barbaridad gorda… Supuse yo que se

habría emborrachado anoche y por eso se manifestaba tan rara… ¡ya ve

usted lo mal que amanece uno al día siguiente de una borrachera!”. (155)

La ignorancia de la protagonista y la atribución del comportamiento de la Gaditana

al exceso del consumo de alcohol, no sólo evidencia que la homosexualidad

seguía siendo un tema tabú en su época, sino que da pauta para que el autor

exprese su pensamiento en torno al lesbianismo:

Hipólito perfectamente sabía el significado de los arranques de la Gaditana.

Era el vicio antiguo, el vicio ancestral y teratológico que de preferencia crece

en el prostíbulo, cual en sementera propicia en la que sólo flores tales saben

germinar y aun adquirir exuberante lozanía enfermiza de loto del Nilo; era el

vicio contra la naturaleza; el vicio anatematizado e incurable, precisamente

porque es vicio, el que ardía en las venas de la Gaditana impeliéndola con

voluptuosa fuerza a Santa que lo ignoraba todavía (156)

Este rechazo social enunciado por el narrador, no impidió que nuestro personaje

tratara de convencer a su amada de la pureza de sus sentimientos. Ella era su

protectora en el burdel y le daba clases de baile. Santa refiere en la narración,

hasta qué grado era su afecto:


La Gaditana se acostó en mi lugar y se tapó con mis sábanas a pesar de

hallarse vestida; y conforme yo arrojaba al suelo mis ropas, para mudarlas de

limpio, ella se agachaba a recogerlas y las besó como si fueran las de un

amante o como si fueran reliquias… ¿Qué será eso, Hipo, usted lo sabe?

El ciego responde a la pregunta de la protagonista con un discurso que engloba el

conocimiento que se tenía hasta el momento del lesbianismo:

“Pues eso, Santita, es amor, aunque no lo parezca!... ¡Sí, amor es, no se

aturrulle usted ni se figure que me falta un tornillo… Es amor contrahecho,

deforme, indecente, todo lo que usted quiera, pero amor al fin! ¡La Gaditana

se ha prendado de usted!... No todos los amores ni todas las criaturas nacen

lo mismo… Lo propio acontece con los amores: unos nacen sanotes y

derechos, paran con el juez y con el cura; otros medio tuertos, y acarrean

llantos, desdichas y engaños… y otros son los monstruos, como éste de la

Gaditana, por ejemplo. Pregúnteselo usted a ese borrachín que nos visita y

que hace versos; amor de nombre, y de apelativo… el de una señora que se

tiró al mar hace muchos años, como cinco mil (157-158).

Esta última referencia a Safo da cuenta de que, aceptado o no en la sociedad, se

tenía la conciencia de que el amor entre mujeres estaba presente desde hace

muchos años. También es evidente que se reconocía un sentimiento incontrolable

e inconsciente, pues se contraponía este “amor monstruoso” al “amor puro”, pero

igualmente, era amor.

***

En ambos personajes con claras tendencias lésbicas, se manifiesta claramente

que se trata de amores no correspondidos pero que se mantienen fieles hasta el


final: La Chata permanece soltera y al servicio de su amada; la Gaditana decide

abandonar la vida prostibularia poco después de la desaparición de Santa, como

si su motivación para continuar en ese círculo infernal hubiera sido únicamente

estar cerca de su amada.

Es casi imposible que las referencias a estos personajes con marcadas

inclinaciones sáficas hubieran cambiado la forma de pensar de la sociedad

mexicana, sin embargo, el hecho de ser nombradas y participantes activas de las

novelas en que aparecen me parece significativo. El decir “esto existe”, “el amor

entre mujeres es algo que pasa en la sociedad”, abre el camino para pensar que

en estas referencias, bien hechas por hombres, bien ancladas en los prejuicios de

su época, son algunas de las raíces que permitieron iniciar una tradición de

literatura en la que no se silencia al amor lésbico, sino que se nombra para afirmar

su existencia.

La Chata, La Gaditana son parte del Génesis de la literatura lésbica en

nuestro país, pues a pesar de ser personajes secundarios y aislados en la

literatura nacional, su trascendencia se muestra en que se les nombra, se les da

una voz y una acción para revelar la condición de las lesbianas en el siglo XIX.

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