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MÁSTER EN BIOÉTICA 8ª Edición

Módulo 4. ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA

LA PERSONA, UNA ESTRUCTURA PLURIDIMENSIONAL

Prof. Dr. JOAN ORDI

Material elaborado a partir de la publicación del Dr. Francesc Torralba Roselló,


ANTROPOLOGÍA DEL CUIDAR (Ed. Mapfre Medicina – Institut Borja de Bioètica)

1. La persona como estructura

El término estructura se refiere, en el lenguaje común, a un todo organizado sistemática


y ordenadamente, es decir, a un conjunto de elementos integrados e interrelacionados
mutuamente. Así, por ejemplo, cuando uno se refiere a una estructura arquitectónica, se refiere
a una construcción o más particularmente a los vértices fundamentales de dicha construcción.
En toda construcción arquitectónica, hay unas columnas y unas paredes fundamentales que
sostienen todo el andamiaje. Describir las paredes y apuntalar las columnas fundamentales de
la persona humana es la finalidad de la Antropología Filosófica.

Siguiendo la noción de estructura que propone Laín Entralgo a partir de su


interpretación de X. Zubiri, se puede definir a la persona como una estructura porque es una
totalidad unitariamente configurada y ejecutora de actividades también unitarias, entre ellas la
básica de vivir como persona individual.1 Los elementos estructurales de la persona humana
forman un sistema integrado a su vez por varios subsistemas. El sistema básico está
constituido por la unidad psicoorgánica de cada persona: sistema compuesto por los dos
subsistemas primarios, el orgánico (organismo) y el psíquico (psique).

Desde esta clave hermenéutica, la persona no es un todo caótico, sino una estructura
configurada, es decir, con una determinada conformación externa. «Persona» —dice Romano
Guardini— significa en primer lugar conformación. La afirmación de que algo está conformado
significa que los elementos de su constitución, como materia, fuerzas, propiedades, actos,
procesos, relaciones, no están mezclados caóticamente, ni tampoco volcados desde el exterior
en ciertas formas, sino que se encuentran en conexiones de estructura y función, de tal manera
que, en cada caso, el elemento subsiste desde el todo y puede entenderse desde él, y el todo
subsiste y puede entenderse desde los elementos».2

La estructura humana es una estructura muy compleja y plural que tiene distintos
estratos y niveles de expresión, una estructura pluridimensional, es decir, que tiene varias
dimensiones. La finalidad de las Ciencias Humanas consiste, precisamente, en separar estas
dimensiones y explicarlas, mientras que la finalidad de la Antropología Filosófica es analizar la
base fundamental de dichas dimensiones, es decir, la estructura del ser humano.

La imagen del polígono, como estructura geométrica, puede iluminar, hasta cierto punto,
esta tesis. En un polígono existen distintas caras y cada una de ellas está orientada hacia una
determinada dirección. La persona humana también tiene distintas caras y cada cara o

1
Cf. Laín Entralgo, P. Antropología médica para clínicos. Barcelona, 1984; pp. 9-14.
2
Guardini, R. Mundo y persona. Madrid, 1963; pp. 163-164.

1
dimensión se refiere a una particularidad del ser humano. Por lo tanto, no se trata de una
estructura plana, sino de una estructura pluridimensional.

Precisamente en esta pluridimensionalidad radica la complejidad de lo humano y la


radical diferencia entre los seres humanos, pues estas dimensiones en la esfera humana no
son caras simétricas como en el polígono geométrico, sin oque en cada ser humano tienen una
extensión y un grueso particular. Esta estructura, además, no es ajena al entorno, sino que
está en completa y total interacción con el entorno y precisamente por ello es una estructura
plurirelacional, pues establece relaciones de distintas naturaleza con su entorno.

Es preciso, en este sentido, distinguir dos procesos fundamentales en el ser humano: el


proceso de estructuración y el proceso de desestructuración. La persona no nace por
generación espontánea, sino que está sujeta a un proceso de ontogénesis. La génesis de esta
estructura está en el seno materno, pero se construye lentamente, biográficamente, no sólo en
el sentido genético o somático del término, sino fundamentalmente histórico y cultural. La
construcción de la estructura humana es un proceso complejo porque en él interactúan
distintas dimensiones y fuerzas.

El proceso de estructuración, por lo tanto, es un «continuum» a lo largo de toda la vida


humana. El crecimiento humano es cualitativamente distinto del crecimiento animal, porque
tiene connotaciones de tipo estético, ético, religioso, político, social, intelectual y emotivo y eso
significa que la persona está siempre en proceso de estructuración, pues se puede crecer en
muchas dimensiones. Pero además, la persona, en cuanto tal, no es una estructura absoluta e
inalterable, como puede serlo una estructura de tipo geométrico, sino que es una realidad que
sufre procesos de desestructuración, es decir, de caotización, no sólo en el sentido material del
término, sino en el sentido racional, emotivo, religioso, cultural, económico y social.

Estructuración y desestructuración son, pues, dos movimientos fundamentales de la


existencia humana. Este binomio tiene una particular ampliación en el ámbito de la educación y
del cuidar. Educar, desde esta perspectiva, es estructurar, o mejor dicho, dar elementos o
instrumentos para una estructuración de la persona en todos los niveles y en todos los
sentidos. En una educación de tipo unidimensional se desarrolla una única dimensión de la
estructura personal y precisamente por ello es reduccionista.

Por otro lado, cuidar, desde esta perspectiva antropológica, es asistir a un sujeto que
sufre una desestructuración global en su ser, porque la desestructuración jamás es regional o
sectorial, sino que afecta a todas las dimensiones. Si una cara del polígono geométrico se
reduce, todo el polígono sufre una alteración en su forma exterior. Estructurar es, en último
término, construir y ahí radica el sentido de la asistencia y del cuidar. La desestructuración
somática, ética, cultural, religiosa, emotiva e intelectiva es un proceso patológico que requiere
la praxis terapéutica y el cuidado en distintas direcciones.

En este sentido, la persona humana no es una estructura fija y estática, como si de una
estructura matemática se tratara, sino que se trata de una estructura moldeable, pues adquiere
formas y manifestaciones muy distintas a lo largo de su existencia. La persona es una
estructura en sentido filosófico y esto significa, en último término, que está constituida por una
solidaridad espacial y dinámica de los elementos integrante de cada uno de estos sistemas y
que existe una radical unidad de elementos de carácter orgánico y de elementos de carácter
psíquico. Solidaridad, dinamismo y subsistencia son tres rasgos esenciales de la persona
humana entendida como estructura.

2. Persona como totalidad

Una de las notas características de la realidad personal es la totalidad. La persona es


totalidad, es decir, se refiere a la totalidad humana, a todos sus constitutivos, a todas sus
partes, al conjunto. Se trata de un todo concreto que excluye ser parte como la mano o el pie,

2
el alma o el cuerpo, excluye ser universal como todo lo abstracto, las ideas, las categorías y
debe ser existente. La persona es una totalidad entitativa de la que se destaca el ser propio.

«La persona —dice Frankl— no es sólo un “individuum”, sino también “insummabile”:


quiero decir que no solamente no se puede partir sino tampoco se puede agregar, y esto
porque no es sólo unidad sino que es también una totalidad».3 Totalidad no debe identificarse
con homogeneidad, pues el ser humano en su misma estructura y en su relación con el entorno
o la circunstancia es un ser heterogéneo, pero esta heterogeneidad no es caótica, sino que
está estructurada de un modo ordenado. En una construcción de tipo arquitectónico existen
distintos materiales y distintos elementos, cada uno de los cuales cumple con su función, sin
embargo, el conjunto es un todo, una totalidad. El ser humano es una estructura total, plural en
su interioridad, pero organizada como un todo.

Esto significa que la persona humana no puede partirse o dividirse, pues la estructura
es una unidad y la partición de la estructura supone la descomposición de la misma. La
persona humana es indivisible, pero no sólo en el sentido somático del término, sino en el
sentido estético, ético, religioso, emotivo e intelectual. Frankl lo expresa con otras palabras:
«La persona es un individuo: la persona es algo que no admite partición, no se puede
subdividir, escindir, porque es una unidad».4

En el plano del conocimiento, uno se ve impelido a separar y a organizar los contenidos


de la persona para poder analizarlos a fondo y eso es precisamente lo que se hace en las
ciencias especializadas, en la anatomía, por ejemplo, o en la fisiología o la psicología, pero la
persona en cuanto tal es un todo y jamás puede considerarse el todo por una parte. La persona
no se reduce a su riñón, no se reduce a su mente o a su forma externa, sino que es un todo
integrado Además, el todo es más que la suma de sus partes aisladas, pues en la integración
entre los distintos elementos aparece una novedad radical que es la novedad del ser humano
en la naturaleza.

En determinados análisis de tipo superespecializado, es frecuente la pérdida del todo y


la visión unilateral del ser humano y la reducción a una de sus partes. El especialista tiende a
observar al ser humano desde su prisma intelectual, esto es, como sociólogo, como nefrólogo,
como cardiólogo y ello conlleva, por lo general, una pérdida de hondura y de anchura en la
mirada.

La persona es una totalidad, no una simple suma de cualidades. En el centro de esta


totalidad personal está una subjetividad que es propia de cada ser, que sólo a él le pertenece,
que le permite tomar decisiones libremente y que tiene conciencia de sí mismo, de las demás
personas y del mundo con el que se relaciona. Esta totalidad integrada o ensamblada a partir
de un conjunto de características inteligibles establece nexos con otras personas y del mundo
con el que se relaciona. Esta totalidad integrada o ensamblada a partir de un conjunto de
característica inteligibles establece nexos con otras personas, de tal manera que pueden ser
amigos, pueden desearse el bien o pueden amarse.

Por otro lado, afirmar que el ser humano es una totalidad significa que no se puede
agregar nada a lo que es. Esto debe entenderse adecuadamente, pues el ser humano a lo
largo de su vida integra muchos elementos del exterior, no sólo a través de la alimentación,
sino de la cultura. Pero la persona es una estructura total y eso significa que es un proyecto
unitario y que en el seno de dicha estructura integrará elementos extrínsecos, pero siempre en
el marco de su estructura.

Desde la perspectiva antropológica, el enfermo, además de tener sus facetas somática,


psicológica y sociocultural, posee una faceta interior que le da unidad o totalidad al conjunto y

3
Frankl, V. La voluntad de sentido. Barcelona, 1996; p. 106.
4
Frankl, V. La voluntad de sentido. Barcelona, 1996; p. 106.

3
que lo integra al mundo de los valores y principios fundamentales de la vida y del mundo. El
conocer rasgos de esta faceta esto es, el que una enfermera sepa cuáles son las creencias, los
valores o la fe de un paciente, sobre todo si éste se encuentra en graves condiciones, puede
ser de gran importancia, pues ello puede permitirle ofrecer una ayuda más singularizada, más
personalizada.

3. Persona como subsistencia

La persona humana es simultáneamente, una estructura subsistente y abierta. La


subsistencia es un concepto fundamental en la metafísica medieval y se refiere, generalmente,
al concepto de substancia. En la definición de Boecio que apuntamos anteriormente, la persona
es fundamentalmente una substancia y esto se refiere, desde el punto de vista aristotélico, a
una realidad que subsiste en sí misma y por sí misma. La subsistencia, en el lenguaje
medieval, es de tipo espiritual. El alma subsiste a las transformaciones del tiempo y del
espacio.

En el lenguaje coloquial, decimos que algo subsiste cuando, a pesar de los elementos
externos, resiste y se mantiene en la existencia. Subsistir, por lo tanto, no significa solamente
existir, sino mantenerse igual a sí mismo, a pesar de las múltiples variaciones del entorno. Es
un concepto que se relaciona directamente con la idea de fidelidad. Subsistir es ser fiel a uno
mismo. Se refiere, además, a algo que está oculto («sub») y que no resulta fácil de detectar
desde un punto de vista externo. Subsiste una idea, subsiste una tesis, subsiste una persona.

La estructura personal es una estructura subsistente. Es decir, su identidad se mantiene


a pesar de que experimenta transformaciones y cambios trascendentales. La estructura
arquitectónica de una casa se mantienen a lo largo de su existencia, pero la casa, a lo largo del
tiempo, puede experimentar transformaciones muy significativas. Uno puede cambiar la
decoración de su hogar, puede pintar la fachada exterior, cambiar de lugar los muebles, todo
ello constituyen transformaciones exteriores o interiores, pero no de tipo estructural, pues las
paredes fundamentales y las columnas subsisten.

Hay algo que subsiste en el ser humano, algo que se mantiene a lo largo de su
existencia y que le permite reconocerse como tal a lo lago de su vida. Pero no resulta fácil
identificar ese fondo último del ser humano que subsiste, a pesar de la historia y de las
transformaciones que experimenta. Cuando uno observa un álbum de fotos familiares, se
reconoce en esas fotos antiguas, a pesar de que existe una gran diferencia entre el niño que
sale en la foto y el adulto que mira el álbum con cierta nostalgia. Sin embargo, algo subsiste,
pues el adulto se reconoce en ese niño, se identifica con él.

Este algo subsistente se ubica más allá de la exterioridad, porque desde el punto de
vista corpóreo, el ser humano experimenta cambios fundamentales a lo largo de su crecimiento
somático. Desde un punto de vista exterior, la subsistencia es una ficción, pues la vida humana
es un fluir perpetuo, como decía Heráclito y adquiere formas y expresiones muy distintas.
También desde el punto de vista cultural, el ser humano se transforma, adquiere nuevos
registros, desarrolla nuevas posibilidades, se introduce en universos culturales que desconocía
en su infancia y comprende el mundo desde otra óptica. También desde el punto de vista ético
se transforma la persona, pues sus juicios morales adquieren un grueso y una problematicidad
mayor en la medida en que la persona crece y descubre la complejidad de lo real.

Decir que la persona es una estructura subsistente significa decir que existe en sí
misma y para sí misma, cerrada sobre sí, siendo ella misma y no otra cosa, incapaz de
volverse algo diferente de lo que es. Pero, ¿dónde radica, entonces, la subsistencia? ¿Qué es
lo que realmente subsiste en el ser humano?

Algo subsiste en la estructura personal, pero no puede identificarse ni describirse de un


modo exterior, tampoco se puede verbalizar materialmente su contenido, pues se trata de su

4
estructura y la estructura está oculta en el ser humano, pero es el fundamento que sostienen
todo el andamiaje y el desarrollo posterior. La estructura íntima de la persona es una pequeña
isla cerrada sobre sí en la universalidad del ser, una entidad autónoma, en la que ningún ser
creado jamás puede penetrar. Cada ser humano es un misterio inviolable, su núcleo esencial,
su autoconciencia no puede nunca ser compartida por nadie.

Quizás una imagen de tipo metafórico puede iluminar la cuestión. Existe una unidad
subsistente entre el niño de la fotografía navideña y el adulto que la observa, pero esta unidad
subsistente no es aparente, sino interior, no es formal, pues la forma del adulto es muy distinta
de la forma del niño, sino que des de tipo material, es decir, ambos tienen una materia común,
un mismo yo.

Uno puede moldear un bloque de barro y hacer con él distintas figuras. EL niño es una
figura de este bloque de barro y el adulto es otra figura, pero ambas están hechas del mismo
barro. La vida, la historia, las experiencias, las vivencias moldean la estructura humana y de
este modo aparecen distintas configuraciones, pero más allá de estas variaciones subsiste
algo, una identidad, un yo que no es estático, sino completamente abierto y sensible a lo
exterior. La vida es el gran alfarero que va moldeando el rostro de la persona, las distintas
caras del polígono humano.

4. Persona como dinamismo

Existen distintos modos de comprender la dinamicidad humana. Decir que la persona es


un dinamismo significa afirmar que es un ser móvil y mutante, una fuerza de acción, de
creación y de pensamiento. EL movimiento, como Aristóteles dijo, no se refiere únicamente al
desplazamiento de tipo físico o espacial, sino a cualquier mutación, en el orden afectivo,
intelectual, cultural o religioso. Hay, en este sentido, cambios de tipo accidental que suponen
una transformación menor en el sujeto humano y, por otro lado, cambios de tipo sustancial que
implican una mutación de tipo estructural.

La dinamicidad del ser humano debe comprenderse en un sentido pluridimensional y


plurirelacional. En efecto, la dinamicidad humana se desarrolla en distintas líneas. El hombre
es dinámico en el plano intelectivo, porque piensa la realidad y trata de comprender los objetos
que aparecen en su entorno. El dinamismo de tipo intelectual es el fundamento de todas las
ciencias y del desarrollo del saber humano. El ser humano es dinámico en el plano afectivo,
porque sus sentimientos experimentan transformaciones y su sentir es mutante y variable. El
ser humano es dinámico en el orden espacio temporal porque se desplaza continuamente.

Frankl, por ejemplo, se refiere a la dinamicidad del espíritu humano cuando dice que «la
persona es dinámica: justamente por su capacidad de distanciarse y apartarse de lo psicofísico
es donde se manifiesta lo espiritual. Por ser dinámica non debemos hipostasiar a la persona
espiritual, y por eso no podemos calificarla de substancia, por lo menos en el sentido corriente.
Existir significa salirse de sí mismo y enfrentarse consigo mismo, y eso lo hace la persona
espiritual en cuanto se enfrente consigo mismo...»5

La dinamicidad es inherente a la condición humana y se contrapone directamente a la


idea de lo estático. La piedra es estática e inerte, es decir, está quieta y no siente, pero el ser
humano es dinámico porque se mueve y el motor de su dinamicidad puede ser extrínseco o
intrínseco. La dinamicidad requiere un motor y un fin, pues el moverse humano no es arbitrario
o ciego, sino que persigue un determinado fin, una teleología. Uno se puede mover por
estímulos externos o se puede mover por un móvil de tipo interno y ambos motores no deben
comprenderse de modo excluyente. La fuerza motriz puede ser, pues, de una doble naturaleza,
pero el dinamismo humano se refiere a un fin.

5
Frankl, V., op. cit., p. 113.

5
Se pueden distinguir, siguiendo a Kierkegaard, dos tipo de fines en la existencia
humana: los fines relativos y los fines fundamentales. El ser humano, a lo largo de su jornada,
se mueve para alcanzar determinados fines: la comida, el sueldo, la ropa, o la entrada para un
concierto. Esos fines son de carácter relativo y se transforman con el tiempo y con las
necesidades y con los gustos de la persona. Pero más allá de esta pantalla de fines relativos,
el ser humano es, por definición, un animal teleológico, es decir, se orienta hacia un Fin exterior
a sí mismo, a un fin que está más allá de esos fines relativos y que da sentido a su existencia y
a su dinamismo. Ese fin último que el ser humano anhela, que todo ser humano desea es,
según Aristóteles, su Bien y la consecución de este Bien es la felicidad. La felicidad es, pues, el
fin último de la persona entendida cono dinamismo.

La felicidad constituye un capítulo fundamental de la Antropología Filosófica y también


de la Ética, pues el discurso racional en torno a la felicidad humana tiene un carácter
descriptivo, por un lado y, normativo, por otro. No existe, sin embargo, una idea unívoca de
felicidad, sino distintos modos de comprender y de interpretar la esencia de la plenitud humana.
A lo largo del pensamiento occidental se han desarrollado distintas caracterizaciones de la
felicidad humana, que se relacionan con la sabiduría (Aristóteles), con el ejercicio de la virtud
moral (Sócrates), con el placer sensual y espiritual (Epicuro), con el autodominio de tipo
estoico, con la contemplación beatífica (santo Tomás), con la explosión instintiva y dionisíaca
del ser humano (Nietzsche), con la praxis de la revolución (Marx), etc.

En el seno de dichas antropologías de la felicidad, subsiste una idea clara: el ser


humano desea, por naturaleza, ser feliz y se mueve par alcanzar esta felicidad. Puede llegar a
culminar su deseo o puede no culminarlo y ver frustrado su deseo natural, pero el ser humano
es un animal deseoso de ser feliz. La erótica de la felicidad está en la misma entraña del ser
humano y es la raíz última de su dinamicidad pues los fines relativos se orientan, en último
término, al fin último que es la felicidad. En este debate resulta trascendental la crítica al
imaginario social y cultural de felicidad y deshacer críticamente los falsos tópicos en torno a la
felicidad humana.

La felicidad, desde nuestro esquema antropológico, significa el pleno y total desarrollo


de todos los órdenes y niveles potenciales de la estructura pluridimensional y plurirelacional
que es el sujeto humano. Esto significa que la felicidad no se relaciona única y exclusivamente
con el desarrollo de una dimensión del ser humano, sino con el pleno e íntegro desarrollo de
toda la estructura personal.

5. Persona como unicidad

«Persona —dice Guardini— significa que yo no puedo ser habitado por ningún otro, sino
que en relación conmigo estoy siempre solo conmigo mismo; que no puedo estar representado
por nadie, sino que yo mismo estoy por mí; que no puedo ser sustituido por otro, sino que soy
único».6

El mismo hombre «persona» tiene un estatuto lógico-gramatical único. La persona, a


diferencia de los demás nombres, tanto comunes como propios, no significa primeramente la
naturaleza humana, el concepto de hombre, predicable de cada uno de los hombres, porque lo
son realmente, ya que realizan esta naturaleza universal en su individualidad. El término
persona nombra directamente lo individual, lo propio y singular de cada hombre. La persona
como tal, al designar al sujeto existente único e irrepetible, sólo puede tener un nombre propio
y un pronombre.

El término persona significa directamente el ser personal propio de cada hombre, su


nivel más profundo, misterioso e inalcanzable. La persona no es algo, sino alguien. La persona

6
Guardini, R. Mundo y persona, ed. cit., p. 180.

6
nombra a cada individuo personal, lo propio y lo singular de cada hombre, su estrato más
profundo, que no cambia en el transcurso de la vida humana. Lo que significamos con el
término yo, tú nosotros, él, alguien, es una realidad consistente, estable, autónoma, en
contraposición a lo accidental.

Una de las cuestiones más arduas de aclarar desde el punto de vista antropológico es
la génesis de dicha unicidad. La afirmación que el ser humano es único y distinto es,
prácticamente, un universal en la Antropología Filosófica contemporánea, pero ¿¿dónde radica
esa unicidad? ¿Se construye «a priori» o «a posteriori»? ¿Qué características o atributos tiene
dicha unicidad? La unicidad de cada ser humano no sólo se refiere a sus rasgos fenotípicos,
sino a todas y cada una de sus dimensiones y al conjunto integrado de las mismas. Soy único
no sólo por mi configuración externa, sino por mi modo de sentir, mi modo de pensar, mi modo
de valor los actos, mi modo de amar.

En el debate sobre la génesis de la unicidad existen dos posturas que, aparentemente,


son excluyentes pero que, desde nuestro punto de vista, son necesarias de integrar. Existe una
postura apriorística, según la cual la unicidad está dada «a priori», antes del nacer y, existe, por
otro lado, la postura contraria, según la cual la unicidad no está dada «a priori» sino que se
construye y, por lo tanto, es una categoría «a posteriori». Ambas ideas no son excluyentes,
pues uno puede aceptar un principio apriorístico en la persona que, a través de la existencia y
de la interrelación, vaya adquiriendo una determinada forma, esto es, su unicidad.

Desde nuestro enfoque antropológico, la unicidad es una categoría híbrida, lo que


significa que en ella inciden elementos de tipo externo como la educación, la cultura, el
contexto y, por otro lado, elementos de tipo interno que tienen un carácter apriorístico y que no
pueden aislarse o considerarse de forma ahistórica.

La persona es, en cualquier caso, singular, individual y única. Las cosas no son
estimables por la esencia que poseen. En ellas todo se ordena, incluida su singularidad a las
propiedades de la especie. No ocurre así con la persona, porque interesa su individualidad. A
diferencia de todos los demás, la persona humana es un individuo único, irrepetible e
insustituible. Merece por ello, ser nombrado con un nombre propio que se refiera a él mismo.
Precisamente porque la persona es un ser único, su muerte no se puede interpretar como la
pérdida de algo, sino como una ausencia radical.

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