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Desde esta clave hermenéutica, la persona no es un todo caótico, sino una estructura
configurada, es decir, con una determinada conformación externa. «Persona» —dice Romano
Guardini— significa en primer lugar conformación. La afirmación de que algo está conformado
significa que los elementos de su constitución, como materia, fuerzas, propiedades, actos,
procesos, relaciones, no están mezclados caóticamente, ni tampoco volcados desde el exterior
en ciertas formas, sino que se encuentran en conexiones de estructura y función, de tal manera
que, en cada caso, el elemento subsiste desde el todo y puede entenderse desde él, y el todo
subsiste y puede entenderse desde los elementos».2
La estructura humana es una estructura muy compleja y plural que tiene distintos
estratos y niveles de expresión, una estructura pluridimensional, es decir, que tiene varias
dimensiones. La finalidad de las Ciencias Humanas consiste, precisamente, en separar estas
dimensiones y explicarlas, mientras que la finalidad de la Antropología Filosófica es analizar la
base fundamental de dichas dimensiones, es decir, la estructura del ser humano.
La imagen del polígono, como estructura geométrica, puede iluminar, hasta cierto punto,
esta tesis. En un polígono existen distintas caras y cada una de ellas está orientada hacia una
determinada dirección. La persona humana también tiene distintas caras y cada cara o
1
Cf. Laín Entralgo, P. Antropología médica para clínicos. Barcelona, 1984; pp. 9-14.
2
Guardini, R. Mundo y persona. Madrid, 1963; pp. 163-164.
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dimensión se refiere a una particularidad del ser humano. Por lo tanto, no se trata de una
estructura plana, sino de una estructura pluridimensional.
Por otro lado, cuidar, desde esta perspectiva antropológica, es asistir a un sujeto que
sufre una desestructuración global en su ser, porque la desestructuración jamás es regional o
sectorial, sino que afecta a todas las dimensiones. Si una cara del polígono geométrico se
reduce, todo el polígono sufre una alteración en su forma exterior. Estructurar es, en último
término, construir y ahí radica el sentido de la asistencia y del cuidar. La desestructuración
somática, ética, cultural, religiosa, emotiva e intelectiva es un proceso patológico que requiere
la praxis terapéutica y el cuidado en distintas direcciones.
En este sentido, la persona humana no es una estructura fija y estática, como si de una
estructura matemática se tratara, sino que se trata de una estructura moldeable, pues adquiere
formas y manifestaciones muy distintas a lo largo de su existencia. La persona es una
estructura en sentido filosófico y esto significa, en último término, que está constituida por una
solidaridad espacial y dinámica de los elementos integrante de cada uno de estos sistemas y
que existe una radical unidad de elementos de carácter orgánico y de elementos de carácter
psíquico. Solidaridad, dinamismo y subsistencia son tres rasgos esenciales de la persona
humana entendida como estructura.
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el alma o el cuerpo, excluye ser universal como todo lo abstracto, las ideas, las categorías y
debe ser existente. La persona es una totalidad entitativa de la que se destaca el ser propio.
Esto significa que la persona humana no puede partirse o dividirse, pues la estructura
es una unidad y la partición de la estructura supone la descomposición de la misma. La
persona humana es indivisible, pero no sólo en el sentido somático del término, sino en el
sentido estético, ético, religioso, emotivo e intelectual. Frankl lo expresa con otras palabras:
«La persona es un individuo: la persona es algo que no admite partición, no se puede
subdividir, escindir, porque es una unidad».4
Por otro lado, afirmar que el ser humano es una totalidad significa que no se puede
agregar nada a lo que es. Esto debe entenderse adecuadamente, pues el ser humano a lo
largo de su vida integra muchos elementos del exterior, no sólo a través de la alimentación,
sino de la cultura. Pero la persona es una estructura total y eso significa que es un proyecto
unitario y que en el seno de dicha estructura integrará elementos extrínsecos, pero siempre en
el marco de su estructura.
3
Frankl, V. La voluntad de sentido. Barcelona, 1996; p. 106.
4
Frankl, V. La voluntad de sentido. Barcelona, 1996; p. 106.
3
que lo integra al mundo de los valores y principios fundamentales de la vida y del mundo. El
conocer rasgos de esta faceta esto es, el que una enfermera sepa cuáles son las creencias, los
valores o la fe de un paciente, sobre todo si éste se encuentra en graves condiciones, puede
ser de gran importancia, pues ello puede permitirle ofrecer una ayuda más singularizada, más
personalizada.
En el lenguaje coloquial, decimos que algo subsiste cuando, a pesar de los elementos
externos, resiste y se mantiene en la existencia. Subsistir, por lo tanto, no significa solamente
existir, sino mantenerse igual a sí mismo, a pesar de las múltiples variaciones del entorno. Es
un concepto que se relaciona directamente con la idea de fidelidad. Subsistir es ser fiel a uno
mismo. Se refiere, además, a algo que está oculto («sub») y que no resulta fácil de detectar
desde un punto de vista externo. Subsiste una idea, subsiste una tesis, subsiste una persona.
Hay algo que subsiste en el ser humano, algo que se mantiene a lo largo de su
existencia y que le permite reconocerse como tal a lo lago de su vida. Pero no resulta fácil
identificar ese fondo último del ser humano que subsiste, a pesar de la historia y de las
transformaciones que experimenta. Cuando uno observa un álbum de fotos familiares, se
reconoce en esas fotos antiguas, a pesar de que existe una gran diferencia entre el niño que
sale en la foto y el adulto que mira el álbum con cierta nostalgia. Sin embargo, algo subsiste,
pues el adulto se reconoce en ese niño, se identifica con él.
Este algo subsistente se ubica más allá de la exterioridad, porque desde el punto de
vista corpóreo, el ser humano experimenta cambios fundamentales a lo largo de su crecimiento
somático. Desde un punto de vista exterior, la subsistencia es una ficción, pues la vida humana
es un fluir perpetuo, como decía Heráclito y adquiere formas y expresiones muy distintas.
También desde el punto de vista cultural, el ser humano se transforma, adquiere nuevos
registros, desarrolla nuevas posibilidades, se introduce en universos culturales que desconocía
en su infancia y comprende el mundo desde otra óptica. También desde el punto de vista ético
se transforma la persona, pues sus juicios morales adquieren un grueso y una problematicidad
mayor en la medida en que la persona crece y descubre la complejidad de lo real.
Decir que la persona es una estructura subsistente significa decir que existe en sí
misma y para sí misma, cerrada sobre sí, siendo ella misma y no otra cosa, incapaz de
volverse algo diferente de lo que es. Pero, ¿dónde radica, entonces, la subsistencia? ¿Qué es
lo que realmente subsiste en el ser humano?
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estructura y la estructura está oculta en el ser humano, pero es el fundamento que sostienen
todo el andamiaje y el desarrollo posterior. La estructura íntima de la persona es una pequeña
isla cerrada sobre sí en la universalidad del ser, una entidad autónoma, en la que ningún ser
creado jamás puede penetrar. Cada ser humano es un misterio inviolable, su núcleo esencial,
su autoconciencia no puede nunca ser compartida por nadie.
Quizás una imagen de tipo metafórico puede iluminar la cuestión. Existe una unidad
subsistente entre el niño de la fotografía navideña y el adulto que la observa, pero esta unidad
subsistente no es aparente, sino interior, no es formal, pues la forma del adulto es muy distinta
de la forma del niño, sino que des de tipo material, es decir, ambos tienen una materia común,
un mismo yo.
Uno puede moldear un bloque de barro y hacer con él distintas figuras. EL niño es una
figura de este bloque de barro y el adulto es otra figura, pero ambas están hechas del mismo
barro. La vida, la historia, las experiencias, las vivencias moldean la estructura humana y de
este modo aparecen distintas configuraciones, pero más allá de estas variaciones subsiste
algo, una identidad, un yo que no es estático, sino completamente abierto y sensible a lo
exterior. La vida es el gran alfarero que va moldeando el rostro de la persona, las distintas
caras del polígono humano.
Frankl, por ejemplo, se refiere a la dinamicidad del espíritu humano cuando dice que «la
persona es dinámica: justamente por su capacidad de distanciarse y apartarse de lo psicofísico
es donde se manifiesta lo espiritual. Por ser dinámica non debemos hipostasiar a la persona
espiritual, y por eso no podemos calificarla de substancia, por lo menos en el sentido corriente.
Existir significa salirse de sí mismo y enfrentarse consigo mismo, y eso lo hace la persona
espiritual en cuanto se enfrente consigo mismo...»5
5
Frankl, V., op. cit., p. 113.
5
Se pueden distinguir, siguiendo a Kierkegaard, dos tipo de fines en la existencia
humana: los fines relativos y los fines fundamentales. El ser humano, a lo largo de su jornada,
se mueve para alcanzar determinados fines: la comida, el sueldo, la ropa, o la entrada para un
concierto. Esos fines son de carácter relativo y se transforman con el tiempo y con las
necesidades y con los gustos de la persona. Pero más allá de esta pantalla de fines relativos,
el ser humano es, por definición, un animal teleológico, es decir, se orienta hacia un Fin exterior
a sí mismo, a un fin que está más allá de esos fines relativos y que da sentido a su existencia y
a su dinamismo. Ese fin último que el ser humano anhela, que todo ser humano desea es,
según Aristóteles, su Bien y la consecución de este Bien es la felicidad. La felicidad es, pues, el
fin último de la persona entendida cono dinamismo.
«Persona —dice Guardini— significa que yo no puedo ser habitado por ningún otro, sino
que en relación conmigo estoy siempre solo conmigo mismo; que no puedo estar representado
por nadie, sino que yo mismo estoy por mí; que no puedo ser sustituido por otro, sino que soy
único».6
6
Guardini, R. Mundo y persona, ed. cit., p. 180.
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nombra a cada individuo personal, lo propio y lo singular de cada hombre, su estrato más
profundo, que no cambia en el transcurso de la vida humana. Lo que significamos con el
término yo, tú nosotros, él, alguien, es una realidad consistente, estable, autónoma, en
contraposición a lo accidental.
Una de las cuestiones más arduas de aclarar desde el punto de vista antropológico es
la génesis de dicha unicidad. La afirmación que el ser humano es único y distinto es,
prácticamente, un universal en la Antropología Filosófica contemporánea, pero ¿¿dónde radica
esa unicidad? ¿Se construye «a priori» o «a posteriori»? ¿Qué características o atributos tiene
dicha unicidad? La unicidad de cada ser humano no sólo se refiere a sus rasgos fenotípicos,
sino a todas y cada una de sus dimensiones y al conjunto integrado de las mismas. Soy único
no sólo por mi configuración externa, sino por mi modo de sentir, mi modo de pensar, mi modo
de valor los actos, mi modo de amar.
La persona es, en cualquier caso, singular, individual y única. Las cosas no son
estimables por la esencia que poseen. En ellas todo se ordena, incluida su singularidad a las
propiedades de la especie. No ocurre así con la persona, porque interesa su individualidad. A
diferencia de todos los demás, la persona humana es un individuo único, irrepetible e
insustituible. Merece por ello, ser nombrado con un nombre propio que se refiera a él mismo.
Precisamente porque la persona es un ser único, su muerte no se puede interpretar como la
pérdida de algo, sino como una ausencia radical.