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Ensayo extraído del libro Ética para el mundo real, de Peter Singer:

“ ¿Es malo el dopaje?

Como cada año, llega el momento idóneo para hablar de dopaje en el deporte: el Tour
de Francia. Esta vez, el líder de la general, otros dos corredores y dos equipos fueron
expulsados o se retiraron de la carrera por dar positivo en el control antidopaje o eludirlo. Al
parecer, el vencedor final, Alberto Contador, también había dado positivo en un test el año
pasado. Se ha pillado a muchos ciclistas importantes, o ellos mismos, desde la seguridad del
retiro, han reconocido haber tomado sustancias, lo cual nos lleva lógicamente a dudar de si
para ser competitivo en esta actividad hay que drogarse.

En los Estados Unidos, el debate ha sido propiciado por el jugador de béisbol Barry
Bonds y su andadura hacia el récord histórico de home runs en toda una carrera. Mucha gente
cree que Bonds ha echado mano de drogas y hormonas sintéticas. Numerosos aficionados
suelen abuchearle y burlarse de él, y consideran que el comisionado del béisbol, Bob Selig,
no debería asistir a partidos en los que Bonds pudiera igualar o batir el récord.

En el nivel de la élite, la diferencia entre ser un campeón o alguien del montón es


minúscula, y aun así importa tanto que los deportistas se ven presionados a hacer todo lo
posible para conseguir siquiera la mínima ventaja sobre sus competidores. Es lógico
sospechar que actualmente las medallas de oro no son para quienes no se dopan, sino para
quienes de forma más satisfactoria perfeccionan su consumo de sustancias con el fin de lograr
una mejora máxima sin ser detectados.

A medida que ciertos acontecimientos como el Tour de Francia se van convirtiendo en


una farsa, el profesor de bioética Julian Savulescu ha propuesto una solución radical.
Savulescu, que dirige el Centro Uehiro de Ética Práctica de la Universidad de Oxford y es
licenciado en medicina y bioética, dice que deberíamos levantar la prohibición de las drogas
potenciadoras del rendimiento y permitir a los deportistas que tomaran lo que quisieran
siempre y cuando eso no supusiera para ellos ningún riesgo.

Savulescu propone que, en lugar de intentar averiguar si un deportista ha tomado


drogas, deberíamos centrarnos en indicaciones mensurables de si aquel está poniendo en
peligro su salud. Así pues, si un atleta presenta un nivel preocupantemente alto de glóbulos
rojos por haber tomado eritropoyetina (EPO), no debería tener autorización para competir.
El problema es el número de glóbulos rojos, no los medios utilizados para aumentarlo.

A quienes dicen que esto concedería a los consumidores de sustancias una ventaja
injusta, Sevulescu les contesta que actualmente, sin drogas, los que tienen una ventaja injusta
son quienes cuentan con los mejores genes. Han de entrenarse, desde luego, pero si sus genes
fabrican más EPO que los nuestros, en el Tour de Francia van a superarnos con
independencia de lo duro que nos entrenemos. O sea, es inútil tomar EPO para compensar
nuestra deficiencia genética. La instauración de un nivel máximo de glóbulos rojos igualaría
las posibilidades al reducir el impacto de la lotería genética. Entonces sería más importante
el esfuerzo que tener los genes idóneos.

Según algunos, doparse va «en contra del espíritu del deporte». Sin embargo, es difícil
defender la frontera actual entre lo que los deportistas pueden o no pueden hacer para
mejorar su rendimiento.

En el Tour de Francia, los ciclistas recurren incluso a nutrición intravenosa e


hidratación por la noche para recuperarse. Está permitido entrenarse en altitud, aunque
entonces eso da a los deportistas una ventaja con respecto a los que deben hacerlo al nivel
del mar. El Código Mundial Antidopaje ya no prohíbe la cafeína. En cualquier caso, la mejora
del rendimiento es, según Sevulescu, el verdadero espíritu del deporte. Hemos de dejar que
los atletas lo busquen por cualquier medio seguro.

Además, yo alegaría que el deporte no tiene solo un «espíritu». Las personas practican
deportes para socializarse, hacer ejercicio, ponerse en forma, ganar dinero, hacerse famosas,
evitar el aburrimiento, encontrar el amor o simplemente porque se lo pasan bien. Quizá se
esfuercen por aumentar su rendimiento, pero suelen hacerlo porque sí, por la sensación de
logro.

Habría que estimular la participación popular en el deporte. El ejercicio físico hace


que la gente no solo esté más sana, sino que sea más feliz. Tomar sustancias suele ser
contraproducente. Yo nado para hacer ejercicio, y me cronometro durante una distancia dada
para establecer un objetivo y animarme a aumentar el esfuerzo. Cuando voy más deprisa
estoy contento, pero si la mejora proviniera de una botella, no tendría ninguna sensación de
logro.

Sin embargo, el deporte de élite, visto por millones pero protagonizado por muy
pocos, es muy diferente. Por conseguir fama y gloria ahora, los atletas tendrán la tentación
de poner en peligro su salud a largo plazo. Así pues, aunque la atrevida sugerencia de
Savulescu quizá disminuya el consumo de drogas ilegales, no acabará con él.

El problema no lo tienen los deportistas sino nosotros. Los vitoreamos. Los aclamamos
cuando ganan. Y por muy descarado que pueda ser el dopaje, no dejamos de ver el Tour de
Francia. Tal vez deberíamos apagar la televisión y coger la bici.

de Project Syndicate, 14 de agosto de 2007 “

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