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Como cada año, llega el momento idóneo para hablar de dopaje en el deporte: el Tour
de Francia. Esta vez, el líder de la general, otros dos corredores y dos equipos fueron
expulsados o se retiraron de la carrera por dar positivo en el control antidopaje o eludirlo. Al
parecer, el vencedor final, Alberto Contador, también había dado positivo en un test el año
pasado. Se ha pillado a muchos ciclistas importantes, o ellos mismos, desde la seguridad del
retiro, han reconocido haber tomado sustancias, lo cual nos lleva lógicamente a dudar de si
para ser competitivo en esta actividad hay que drogarse.
En los Estados Unidos, el debate ha sido propiciado por el jugador de béisbol Barry
Bonds y su andadura hacia el récord histórico de home runs en toda una carrera. Mucha gente
cree que Bonds ha echado mano de drogas y hormonas sintéticas. Numerosos aficionados
suelen abuchearle y burlarse de él, y consideran que el comisionado del béisbol, Bob Selig,
no debería asistir a partidos en los que Bonds pudiera igualar o batir el récord.
A quienes dicen que esto concedería a los consumidores de sustancias una ventaja
injusta, Sevulescu les contesta que actualmente, sin drogas, los que tienen una ventaja injusta
son quienes cuentan con los mejores genes. Han de entrenarse, desde luego, pero si sus genes
fabrican más EPO que los nuestros, en el Tour de Francia van a superarnos con
independencia de lo duro que nos entrenemos. O sea, es inútil tomar EPO para compensar
nuestra deficiencia genética. La instauración de un nivel máximo de glóbulos rojos igualaría
las posibilidades al reducir el impacto de la lotería genética. Entonces sería más importante
el esfuerzo que tener los genes idóneos.
Según algunos, doparse va «en contra del espíritu del deporte». Sin embargo, es difícil
defender la frontera actual entre lo que los deportistas pueden o no pueden hacer para
mejorar su rendimiento.
Además, yo alegaría que el deporte no tiene solo un «espíritu». Las personas practican
deportes para socializarse, hacer ejercicio, ponerse en forma, ganar dinero, hacerse famosas,
evitar el aburrimiento, encontrar el amor o simplemente porque se lo pasan bien. Quizá se
esfuercen por aumentar su rendimiento, pero suelen hacerlo porque sí, por la sensación de
logro.
Sin embargo, el deporte de élite, visto por millones pero protagonizado por muy
pocos, es muy diferente. Por conseguir fama y gloria ahora, los atletas tendrán la tentación
de poner en peligro su salud a largo plazo. Así pues, aunque la atrevida sugerencia de
Savulescu quizá disminuya el consumo de drogas ilegales, no acabará con él.
El problema no lo tienen los deportistas sino nosotros. Los vitoreamos. Los aclamamos
cuando ganan. Y por muy descarado que pueda ser el dopaje, no dejamos de ver el Tour de
Francia. Tal vez deberíamos apagar la televisión y coger la bici.