Abrahán no sólo es prototipo de cómo se responde a Dios con
obediencia y fe, sino también de cómo se es tolerante y generoso
con los demás La primera lectura refleja eso. La situación que se creó entre él y su sobrino Lot, y entre sus pastores, preocupados por sus rebaños, podría haber generado una guerra más o menos abierta. Pero Abrahán fue magnánimo con su sobrino: con un gesto elegante, le dejó que él elija las tierras que quisiera como pasto de sus ganados. Por supuesto, Lot eligió lo mejor. A Abrahán le quedó las tierras más secas. Pero, en el fondo, Abrahán vuelve a elegir a Dios, y por eso, Dios lo premia nuevamente, prometiéndole otra vez la tierra que están recorriendo. A veces, lo que nos falta en nuestra vida de cristianos, o de religiosos o de ministros ordenados, no es la doctrina o la fe o el rito. No. Lo que nos falta a veces, es tener buen corazón, un corazón grande como el de Abrahán. ¿Cómo podemos tener un corazón grande? El salmo nos lo dice: la persona que es honrada, que practica la justicia, que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua, que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino. Ese podrá hospedarse en la casa de Dios, lo que hoy equivaldría a decir: ese es buen cristiano. Hoy el Señor, a la luz de la actitud de Abrahán, nos invita a preguntarnos cuál suele ser nuestro modo de resolver las tensiones que pueden surgir en nuestra convivencia: ¿somos capaces de ceder? ¿damos prioridad al gusto de los demás o siempre tiene que prevalecer el nuestro? ¿sabemos buscar la paz, hablando como personas civilizadas? (incluso antes de recurrir a las palabras de Jesús) Cristo dijo que recibiremos «el ciento por uno», si hemos tenido que sacrificar algo de lo nuestro para que el otro esté bien. Aparentemente, uno sale perdiendo porque el otro se ha salido con la suya. Pero ante Dios somos más ricos, en tolerancia y generosidad. Que nuestra regla de oro del día, sea eso: tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros. Así sea.