You are on page 1of 27

Brumfield, Elizabeth M. 1983.

Aztec State Making: Ecology, Structure, and the Origin


of the State. American Anthropologist, Nº 85: 261-284

La creación del estado azteca: ecología, estructura y el origen del estado


(Traducción Samanta Casareto)

Se ha tornado gradualmente más difícil demostrar la formación de un estado


únicamente mediante variables económicas. Se sugiere tomar en consideración la es-
tructura política anterior al estado y la interacción de variables económicas y dinámi-
cas políticas (ecología política) permitirían profundizar el entendimiento del por qué y
cómo se produce el nacimiento de un estado. Los aztecas proporcionan un caso posible
para examinar. (Los aztecas, ecología, competencia política, origen del estado)
El estado es un sistema de administración política centralizada poderoso, com-
plejo e instituido de manera permanente. Ejerce la soberanía al poner en práctica fun-
ciones políticas (mantener los derechos territoriales, el orden interno, tomar y ejecutar
decisiones en lo que respecta al accionar del grupo) y la autoridad en tales ámbitos se ve
respaldada por la soberanía en el uso de la fuerza dentro de la jurisdicción correspon-
diente (Keesing 1976:348; Sahlins 1968:4-7; Yoffee 1979:14-17). Los estados se carac-
terizan por la complejidad administrativa, el personal administrativo está ordenado de
manera jerárquica y se especializa en tareas administrativas (Johnson 1973:1-4; Wright
1978:49-68).
Las diversas tentativas de explicar el surgimiento de los estados en ciertos tiem-
pos y espacios pero no en otros se han encontrado dominadas por dos enfoques contras-
tantes: el ecológico y el estructural. El primero, basado en el trabajo de Julian Steward,
relaciona la formación del estado a los problemas y/o oportunidades que la ubicación
ambiental le presenta a una población humana. Según este enfoque, el crecimiento po-
blacional y la presión resultante proporcionan la dinámica que genera la formación del
estado y se sostiene que éstas promueven, por lo menos en un principio, los beneficios
ecológicos que el estado confiere a su población en general. El segundo enfoque, que
surge de la tradición de Marx-Engels, sostiene que la formación del estado es un proce-
so generado por órdenes socioculturales específicos. Ciertos tipos de sociedades (socie-
dades estratificadas, por ejemplo) poseen una dinámica interna que ejerce presión a fa-
vor del surgimiento del estado aún cuando la relación entre la población humana y el
medio ambiente fuera estable. Según este enfoque, el centro de atención se encuentra no
en la población humana como entidad sino en los componentes sociales y sus interac-
ciones. De estos dos enfoques, el primero ha recibido la mayor parte de la atención y ha
sido desarrollado en mayor profundidad. Como resultado, algunas de las dificultades
que presenta son más evidentes en la actualidad. El enfoque estructural ha sido desarro-
llado en menor medida.
El presente trabajo tiene tres objetivos: primero, desarrollar los aciertos y los
desaciertos del enfoque ecológico de la formación del estado tal como se lo considera en
la actualidad, segundo, sugerir cómo un mayor énfasis en las dinámicas internas de los
sistemas políticos podría aumentar el entendimiento de la formación del estado y por
último, ilustrar la utilidad del enfoque estructural mediante la revisión de la historia del
desarrollo del estado azteca.

El enfoque ecológico
Por definición el estado es una institución poderosa y especializada que se dedi-
ca a la administración política. Por lo tanto, los funcionarios del estado pueden funcio-

1
nar como solucionadores de problemas de gran efectividad. Pueden utilizar los recursos
al alcance de sus cargos para recabar información relativa a los problemas que aquejan a
la sociedad, pueden desarrollar eficacia en la solución de problemas y pueden movilizar
los alimentos, el material y la mano de obra necesarios para poner en práctica dichas
soluciones. El reconocimiento de las habilidades gerenciales del gobierno del estado ha
sido una de las más grandes revelaciones del enfoque ecológico. Es asimismo la base de
la cual deriva la hipótesis ecológica de la formación del estado: los estados surgen de
contextos socioambientales en los cuales el gerenciamiento eficiente es necesario o al-
tamente beneficioso.
Esta hipótesis ha perdurado. En un principio, se arguyó que los estados eran una
respuesta a los problemas de organización para construir y mantener la irrigación en
gran escala (Steward 1949; Wittfogel 1957). Esta aseveración ya no es válida de manera
universal porque la investigación arqueológica ha revelado sitios en los cuales los esta-
dos surgieron aún ante la ausencia de sistemas de irrigación en gran escala o en los que
dichos sistemas fueron usados una vez que el estado se encontrara en funcionamiento
(Adams 1960:281; Chang 1963:316; Carneiro 1970:734; Milton 1973:47-49). Sin em-
bargo, la eficiencia en la solución de problemas es un activo altamente buscado y las
numerosas variantes de las hipótesis de gerenciamiento han surgido durante los últimos
20 años. Por ejemplo, se ha sugerido que los estados surgieron para facilitar la distribu-
ción interna (Sanders 1956, 1968; Kottak 1972), para proporcionar aquellas materias
primas no producidas localmente (Hole 1966; Rahtje 1971), para coordinar sistemas de
subsistencia (Wright 1969), para defender los recursos de la población o para capturar
los recursos de terceros (Sanders y Price 1968; Carneiro 1970; Webster 1975; Santley
1980), para satisfacer la demanda de productos por parte de extranjeros potencialmente
peligrosos (Wright y Johnson 1975), para estabilizar la producción agrícola (Athens
1977), o para llevar a cabo varias de estas funciones de manera simultánea (Adams
1966; Flannery 1972; Logan y Sanders 1976; Wright 1978). Se ha propuesto que los
estados surgieron por razones específicas distintas y que las historias del desarrollo de
los estados no comparten un grupo específico de problemas ecológicos que requieran
soluciones sino que comparten un grupo para el cual el estado resulta una respuesta efi-
caz (Flannery 1972). Por ello, el énfasis en la eficacia gerencial de los estados ha otor-
gado al enfoque ecológico la capacidad de tratar con un grupo general de divergencias
en casos específicos dentro de un marco único de explicación amplia.
Sin embargo, la amplia aplicabilidad de la hipótesis gerencial ha creado la nece-
sidad de una mayor elaboración teórica, ya que si el estado es una respuesta efectiva a
una gran variedad de problemas, resulta necesario explicar el hecho que el estado surja
sólo en algunos momentos y en algunos lugares. Por ello, aquellos que se encuadran en
el paradigma ecológico se han concentrado en su mayoría en la interacción del creci-
miento poblacional con la ubicación en el medio ambiente.
El crecimiento poblacional y los problemas relacionados podrían explicar el por
qué, luego de varios siglos sin los beneficios de la organización estatal, una población
humana puede súbitamente descubrir que un sistema estatal es beneficioso o necesario
(Steward 1949:19; Sanders y Price 1968:230; Carneiro 1970:735-736; Kottak 1972:368;
Logan y Sanders 1976:33; Athens 1977:366; Santley 1980:141). Los estados emerge-
rían sólo en determinados medio ambientes: donde los problemas del crecimiento po-
blacional fueren particularmente severos debido a que la tasa de crecimiento fuese alta o
que la tierra cultivable fuese limitada o que la superpoblación pudiera ser acomodada
mediante la aplicación de alguna estrategia gerencial (construcción de sistemas de irri-
gación u otros tipos de intensificación agrícola, administración de los sistemas de inter-
cambio locales o comercio exterior, etc.)

2
Pero el intento de explicar el tiempo y el lugar de la formación del estado en
términos de crecimiento poblacional y medio ambiente no ha sido exitoso. En varios
casos, los estados han surgido en ausencia de presión poblacional (Adams 1966:44;
Wright y Johnson 1975:276; Brumfield 1976a:246; Kottak 1977:351; Kowalewski
1980:156; y probablemente O’Connor 1972:92). Y ha sido extremadamente difícil dife-
renciar los medio ambientes que podrían favorecer la formación del estado de los am-
bientes que no lo harían. Los estados han surgido en áreas en las que la tierra dedicada a
la agricultura se encuentra limitada geográficamente (costa de Perú) y en las que los
dichos límites estrictos no existen (las tierras bajas del sur del imperio maya), en las que
los recursos se encuentran distribuidos de manera desigual (centro de México) y en
donde la distribución de los recursos es bastante homogénea (valle del Nilo). Y mientras
la formación del estado se encuentra, en general, acompañada por alguna forma de in-
tensificación agrícola, ello puede ocurrir en una gran variedad de medio ambientes (por
ejemplo, ver la explicación de la intensificación agrícola a lo largo de la tierra baja del
imperio maya [Matheny 1976; Harrison y Turner 1978; Flannery 1982]).
Los casos de formación del estado en ausencia de presión poblacional han sido
especialmente desconcertantes. La mayoría de los modelos ecológicos de formación del
estado se han basado en la retroalimentación positiva a través de canales de crecimiento
poblacional y recurren a la presión poblacional para mantener el sistema en un estado de
cambio evolucionario (Steward 1949:19; Sanders y Price 1968:96-97; Carneiro
1970:735-736; Webster 1975:466-467; Logan y Sanders 1976:33; Santley 1980:141).
Pero si la formación del estado ocurre en ausencia de una disparidad pronunciada entre
población y recursos, resulta necesario buscar alguna otra fuente de dinámica del siste-
ma. Yoffee (1979:26-27) ha sugerido buscar dentro del sistema mismo.

El enfoque estructural: Marx-Engels


Un número de antropólogos ha discutido que ciertos sistemas socioculturales son
dinámicos debido a sus propiedades estructurales inherentes. Algunos de estos sistemas
podrían, por su misma naturaleza, ser impulsado a través de un cambio evolutivo desti-
nado a culminar en la formación del estado. Service (1975:308) caracteriza el desarrollo
del estado y la civilización como “ortogenético” y “contenido en sí mismo”. Friedman y
Rowlands (1978:204) hablan en términos de “epigénesis”: transformación estructural en
un lapso durante el cual las propiedades estructurales del sistema inicial determinan la
trayectoria del cambio. Este enfoque es el que aquí se designa como enfoque estructural.
Varias propiedades estructurales pueden generar la dinámica del cambio sociocultural1,
pero dentro de la literatura de la formación de los estados el conflicto social inducido de
manera estructural ha recibido la mayor atención.
La primera teoría de la formación del estado según el conflicto social fue esta-
blecida por Engels (1972 [1884]) quien se basó en los escritos de Marx. Engels arguyó
que el estado surgen cuando las nuevas técnicas industriales (ganadería, tejido en telar,
fabricación de herramientas de metal) hicieron posible una amplia gama de instituciones
económicas (propiedad privada, préstamos dinerarios a cambio de un interés, intercam-
bio comercial y el uso de esclavos para proporcionar mano de obra), cada una con in-
tereses económicos distintos y mutuamente antagónicos. El estado, que se diferencia por
sus instituciones especializadas en mantener el orden interno (tribunales de justicia, po-
licía, cárceles y otras instituciones de carácter coercitivo) surgió en un principio para
mediar en dichos conflictos y en última instancia para suprimirlos.
Aunque pareciera que Engels estaba errado en considerar la formación del esta-
do como consecuencia directa de ciertas innovaciones tecnológicas, la evidencia de la
propiedad privada, el intercambio comercial y la mano de obra de esclavos dentro de los

3
estados primitivos ha guiado a algunos antropólogos contemporáneos a aceptar los con-
flictos de intereses económicos como la causa de la formación del estado y a considerar
al estado primitivo, tal como Engels y Marx lo consideraban, como una institución para
controlar los conflictos entre las clases sociales (Diakonoff 1969; Fried 1967, 1978).
Otros antropólogos se han moderado. Service (1975:282-286) ha criticado duramente la
teoría Marx-Engels tomando como base dos aspectos.
Primero, Service cuestiona la concepción marxista de la desigualdad económica
en los estados primitivos, al sostener que en dichos estados la desigualdad se basa pri-
mera y principalmente en las instituciones políticas (y no las económicas). De acuerdo
con Service, la base primordial de la desigualdad económica no es la propiedad privada
o el intercambio comercial o la esclavitud, sino que principalmente es una consecuencia
del sistema institucionalizado del tributo, impuestos y servicios que sustrae bienes y
servicios de la case baja y los transfiere a la elite que gobierna. Aquí Service ve un para-
lelo inequívoco con los sistemas económicos de los cacicazgos: sociedades marcadas
por cargos permanentes de liderazgo político (ostentados por los miembros de la socie-
dad de mayor edad y jerarquía), diferencias hereditarias en los estratos sociales (basados
en la cercanía genealógica con el cacique) y el flujo regular de bienes y servicios hacia
el cacique (ofrecidos por consenso de los que pagan el tributo ya que el uso de la fuerza
coercitiva por parte del cacique es limitada). Los estados primitivos, según Service, pre-
sentan una acentuación de las desigualdades ya presentes en los cacicazgos que ya exis-
tían: los marxistas se han equivocado al concentrarse en las implicancias políticas de la
economía y dejar de lado las implicancias económicas de la política.
Segundo, Service critica la noción marxista de que el estado surge para suprimir
conflictos de intereses económicos. Dada la estructura de desigualdad económica de los
cacicazgos y los estados primitivos, la teoría marxista podría anticipar conflictos inten-
sos que se desarrollarían entre los gobernantes que cobran tributos y los súbditos que
pagan dichos tributos. Pero, según Service, no existe evidencia alguna de conflictos
violentos entre los gobernantes y los súbditos en ninguna de las investigaciones históri-
cas o arqueológicas que tratan sobre la formación del estado. Las pocas “guerras civi-
les” que se libraron, sugiere Service, fueron guerras de sucesión entre rivales de la aris-
tocracia más que guerras entre clases sociales.

Discusión sobre el enfoque estructural


La caracterización de Service de la desigualdad económica de los estados primi-
tivos parece acertada (Wittfogel 1955; Carrasco 1976, 1978:64-74; Wolf 1981:49-52,
pero ver Offner 1981 como caso de opinión en contrario). Sin embargo, la aseveración
de que los conflictos de intereses económicos no han jugado papel alguno en la forma-
ción de los estados primitivos y que la supresión del conflicto no era una función pri-
mordial del estado primitivo se encuentra abierta a discusión, tal como se verá a conti-
nuación. Por el momento, parecería apropiado observar que, al rechazar la importancia
que el conflicto económico genera en el estado, Service concentra su atención en el ám-
bito de la política y encuentra allí una razón satisfactoria para explicar la formación del
estado: “las civilizaciones clásicas… todas deben haber tenido orígenes mínimos en los
intentos simples de los líderes primitivos para perpetuar su dominación social”
(1978:32).
Dichos esfuerzos de perpetuación de la dominación social implican que la posi-
ción de los líderes en ciertos tipos de sistemas políticos anteriores a los estados no es
totalmente segura. La misma implicancia puede observarse en las aseveraciones de otros
que ven al estado como un mecanismo organizado de perpetuación e incremento del
poder por parte de los líderes primitivos (Eisenstadt 1963: vii-viii; Rounds 1979:74; ver

4
también Burling 1974:6-9). Si se pudiera demostrar que, en ciertos tipos de sistema po-
lítico, el líder ve amenazada su posición de manera regular, entonces se podría formular
una alternativa a la teoría marxista del conflicto social – una teoría que explica el estado
como consecuencia de los conflictos surgidos de las estructuras políticas más que de las
estructuras económicas.
Una revisión de la literatura etnográfica de los cacicazgos sugiere que la posi-
ción de estos gobernantes supremos es bastante insegura. Los poseedores del título a
menudo debían enfrentar rebeliones populares encabezadas por miembros de la aristo-
cracia que pretendían la posición y el cargo (Fortes y Evans-Pritchard 1940:11; Fallers
1956:247; Gluckman 1956:42-45; Sahlins 1972:145-148; Helms 1979:28). La posibili-
dad de competencia violenta entre rivales políticos probablemente existía en cualquier
sistema en el cual el liderazgo se deposita en cargos permanentes porque, tal como lo
señala Goody (1966:2) dichos cargos representan un estatus social único que se alimen-
ta de un grupo de individuos calificados según normas sociales. Pero la competencia
sería particularmente intensa en los cacicazgos, donde el derecho al uso de la coerción
por parte del líder es limitado. En ausencia de la fuerza coercitiva, los caciques que os-
tentan el título buscan incrementar su autoridad mediante la promoción activa del pres-
tigio del cargo (Sahlins 1968:92). Esto genera una contradicción: para sobrevivir la
competencia, los poseedores del título apoyan su autoridad en el prestigio, pero dicho
prestigio incita a los competidores a aspirar a tales cargos con mayor ahínco (Goldman
1970; Webster 1975).
Sin embargo, la competencia por el cargo no es una cuestión reservada a la aris-
tocracia y separada de todo conflicto de intereses económicos que se generan entre los
gobernantes y los gobernados. Las guerras civiles en las polis centralizadas débilmente
a menudo sirven como mecanismo mediante el cual el pueblo busca, y por lo general
encuentra, resarcimiento frente a las elites políticamente opresoras. El análisis de Faller
de la guerra civil en la tribu Soga de la Uganda precolonial proporciona un ejemplo típi-
co:
“Los hermanos del gobernante comparten con él la atribución del derecho a gobernar...
lo que proporciona un caldo de cultivo apto para los líderes de una revuelta en contra de lo que
las normas de la costumbre denominan un mal gobierno. La crueldad excesiva, las demandas
abusivas de tributo y actitudes similares son a menudo invocadas por los Soga como factores
que contribuyen a la revuelta y la usurpación” (1956:247).
Parecería entonces que el conflicto social inducido de manera estructural tiene
tanto una base política como una económica en los sistemas políticos en los cuales el
liderazgo se inviste en cargos débiles pero permanentes. Es una sociedad tripartida en la
que el pueblo explota las rivalidades entre los integrantes de las elites a fin de aligerar
las demandas de tributo mientras las elites rivales explotan el descontento general para
acceder a los cargos y el gobernante supremo usa cualquier estrategia a su alcance para
asegurar su propia posición frente al pueblo y las elites rivales. El proceso de la forma-
ción del estado podría ser nada más (ni nada menos) que una serie de estrategias efica-
ces diseñadas y puestas en práctica por parte de gobernantes asediados para sobrevivir
dichos ataques a sus cargos. Excede la esfera de este trabajo enumerar la totalidad de las
estrategias que por sí mismas o en combinación podrían lograr la formación del estado,
pero Webster (1975) considera la guerra, Friedman y Rowlands (1978) la producción
artesanal subsidiada por el estado y el intercambio regional y Brumfield (1976b) la ma-
nipulación de las alianzas matrimoniales entre elites vecinas. Earle (1978) proporciona
un excelente caso de estudio de cómo la guerra, el comercio y el desarrollo de la irriga-
ción en las tierras arables fueron utilizados por los gobernantes de los incipientes esta-
dos hawaianos para consolidar su poder.

5
Las estrategias específicas puestas en práctica por los individuos que construyen
el estado podrían variar de acuerdo con la dimensión específica del conflicto generado
de manera estructural (es decir, la identidad de los competidores políticos y los recursos
que cada uno tiene a su alcance) y los costos de las distintas estrategias centralizadoras
en contextos tecnológico-ambientales diferentes. Por lo tanto, el proceso de formación
del estado podría variar de un caso a otro, en especial en los primeros estadios en los
que las opiniones de los gobernantes fueron restringidas de manera más estricta median-
te la amenaza de rebelión y usurpación. Pero cuando se estableció la centralización de la
autoridad, los gobernantes podrían contar con el uso del poder conseguido mediante un
medio para realzar otros medios de uso del poder, lo que desembocaría en la evolución
convergente (Cohen 1978:8).
Los atributos estructurales del sistema previo al estado y el contexto tecnológi-
co-ambiental podrían, además, ser responsables de la distribución de la formación del
estado en tiempo y espacio. De acuerdo con el análisis expuesto anteriormente, las pre-
siones para la formación del estado se generan en algunos sistemas socioculturales, pero
en otros, dichas presiones no existen y la formación del estado no ocurrirá. La identifi-
cación de las estructuras que desembocan en la formación y del estado y las condiciones
que determinan la distribución de dichas estructuras en tiempo y espacio constituyen
una tarea de importancia para la investigación futura.
Aún con la dinámica interna apropiada, la formación del estado podría depender
de condiciones tecnológico-ambientales (Friedman y Rowlands 1978:203). Ciertamente,
el análisis de Friedman (1975) del desarrollo político en la tribu Kachin sugiere que la
tendencia centralizadora fue cortada de plano por el limitado potencial del sistema agrí-
cola de los nativos. Los cacicazgos hawaianos también parecen haber sido condenados a
ciclos de centralización y descentralización debido a las dificultades del transporte y la
comunicación entre las islas (Sahlins 1968:93; Earle 1978:172-173). Por lo tanto, la
idoneidad ambiental juega un papel fundamental en los modelos estructurales de forma-
ción del estado, tal como sucede con los modelos ecológicos. Pero la dificultad para
diferenciar entre regímenes tecnológico-ambientales que promueven la formación del
estado y aquellos que no lo consiguen probablemente disminuirá en el futuro cuando los
antropólogos concentren su interés en la ecología poblacional con especial atención por
la política ecológica: cómo las variables ecológicas presentan obstáculos y oportunida-
des a aquellos individuos que buscan objetivos políticos en distintos contextos estructu-
rales.
Las secciones siguientes intentarán ilustrar la utilidad del enfoque estructural
mediante el análisis de un caso específico de formación del estado: el surgimiento del
estado azteca en el centro de México durante el sigo XV. Dicho análisis se concentra en
dos aspectos: primero, ¿fue la guerra producida por el crecimiento poblacional y la con-
secuente competencia por escasos recursos lo que generó el surgimiento del estado azte-
ca o dicho surgimiento se basó en la dinámica de las políticas internas de las polis ante-
riores al estado? Segundo, ¿la centralización de la autoridad ocurrió porque los líderes
políticos llevaban a cabo funciones gerenciales o se debió al surgimiento repentino de
nuevas opciones políticas mediante la evolución de la dinámica de la interacción políti-
ca?

Caso de estudio: el estado azteca


La elección del estado azteca merece un comentario. El surgimiento del estado
azteca no es, de manera clara, la formación de un estado primitivo ya que los estados
preexistían en el centro de México desde hacía 15 siglos. Pero tampoco constituye la
formación de un estado secundario si se reserva esta denominación para los estados que

6
surgieron mediante los contactos comerciales, la guerra o las alianzas políticas con esta-
dos ya existentes. La formación del estado azteca fue el resultado de interacciones entre
polis pequeñas y autónomas dentro de un territorio geográfico más bien limitado: el
valle de México y las áreas inmediatamente adyacentes. Estas polis recuerdan muy de
cerca los cacicazgos establecidos tanto en términos de tamaño como en estructura inter-
na. Es muy probable que las causas y procesos que promovieron la formación del estado
azteca sean análogas a aquellas que funcionan en la formación de los estados primitivos.
El caso azteca proporciona un caso inusualmente bien documentado del proceso
de formación del estado. Con anterioridad a la conquista española, los aztecas y sus ve-
cinos preservaban las historias políticas de manera oral y pictórica. Se asentaron muchas
historias en narraciones escritas durante los dos primeros siglos de la conquista española
(Gibson 1975). Estas narraciones proporcionan la base de datos para el análisis, pero
contienen numerosas instancias de parcialidad. Las tradiciones de un dominio tienden a
exagerar la antigüedad y el esplendor de su pasado a la vez que denigran los de otros
dominios. A menudo se revisaban las tradiciones a fin de esconder los eventos más sór-
didos de la historia local. Aquellos que relataron las historias en tiempos posteriores a la
conquista tenían sus razones propias para hacerlo de esta manera: para defender los re-
clamos de ciertos privilegios ante los miembros de la nobleza nativa o para elevar su
status en la sociedad colonial ensalzando las virtudes de la civilización nativa. Contra-
rias a estas fuentes de distorsión se encuentra el hecho de que las tradiciones de varios
nativos han sobrevivido, a veces registradas por más de un individuo. Entonces, es a
menudo posible corregir los excesos de una fuente mediante la referencia cruzada con
otras fuentes. En conjunto, estas fuentes proporcionan una guía bastante coherente de
los eventos que rodearon la formación del estado azteca y que se resumirán a continua-
ción.
La declinación del estado tolteca durante el siglo XII generó un el vacío de po-
der político en el valle de México. Este vacío fue llenado durante el siglo XIII y princi-
pios del siglo XIV por una decena de dominios políticos pequeños, autónomos, inter-
namente inestables y mutuamente hostiles. En las postrimerías del siglo XIV la guerra
se había transformado en subordinación de unos dominios a otros. Azcapotzalco en el
lado oeste del valle y Texcoco en el lado este surgieron como los dos polos dominantes
de poder (Figura 1). Luego de la derrota de Texcoco en 1418, Azcapotzalco obtuvo vir-
tualmente el control absoluto de la totalidad del valle. Sin embargo, la hegemonía azca-
potzalcoana duró poco tiempo. En 1430 una fuerza militar reunida bajo las órdenes del
gobernante de Tenochtitlan (un estado cliente de Azcapotzalco) y el heredero depuesto
de Texcoco derrotó a Azcapotzalco. En vistas de la derrota, los gobernantes de Tenoch-
titlan, Texcoco y Tlacopan (que representaban la nobleza acomodada de Azcapotzalco)
firmaron una alianza militar, consolidaron rápidamente el control sobre el valle de Mé-
xico y comenzaron una serie de conquistas que expandieron el territorio. Cuando llega-
ron los españoles menos de un siglo después esta triple alianza había logrado dominar la
mayor parte de Mesoamérica.
La derrota de Azcapotzalco, la formación de la triple alianza y la consolidación
del control sobre el valle de México en conjunto marcan el comienzo de una nueva era
política. Las alianzas inestables y la guerra endémica que habían caracterizado la políti-
ca regional fueron suprimidas. En su lugar, se estableció una estructura de poder sufi-
cientemente duradera para soportar la severa hambruna por malas cosechas, intentos de
rebelión y varias crisis de sucesión. El nacimiento de la triple alianza fue acompañado
por una aceleración de la tendencia de centralización de la autoridad política a nivel
regional, la ampliación de los ámbitos de incumbencia del estado y de la regulación y la
expansión del estado bajo el control del estado. Así, se identifica a la era de la forma-

7
ción de la triple alianza como la era de la formación del estado: la comprensión de los
eventos de esta era debería incrementar el entendimiento de las fuentes que generan las
grandes transformaciones en la estructura política.

El sistema político del valle de México: siglos XII y XIV


Sanders, Parsons y Santley (1979:150) se han referido a los siglos XII y XIV en
el valle de México como “una era problemática de luchas y conflictos entre numerosas
polis pequeñas”. Ahora me referiré a la estructura de estas pequeñas polis y sus conflic-
tos.
A fines del siglo XIV unos casi 50 dominios pequeños y autónomos se habían
establecido en el valle de México. Cada uno de ellos estaba compuesto por alrededor de
entre 5.000 y 50.000 personas y cubrían un área de entre 80 y 200 km2 (Sanders
1968:99; Sanders, Parsons y Santley 1979:151-152; Hicks 1982:231-232). Cada domi-
nio estaba gobernado por un supremo (tlacoant) que gobernaba por virtud de su perte-
nencia al linaje gobernante local. Cada supremo estaba rodeado de un grupo de nobles
que asistía en la administración y defensa del dominio (Carrasco 1971:351-354). Este
grupo estaba compuesto por los hijos del propio gobernante y los descendientes de go-
bernantes anteriores (todo aquellos que fueren calificados para asumir el cargo supre-
mo) y por un número de nobles vasallos (teteuctin) quienes no eran elegibles para osten-
tar el cargo supremo (Carrasco 1976 y Rounds 1977 proporcionan discusiones extensas
de tal status). Los miembros del estrato elite probablemente representaban bastante me-
nos que el 10% de la población de cada dominio (Carta de los Caciques 1870:299).
El remanente de la gente constituía el pueblo: productores de comida y artesa-
nos. En cada dominio algunos plebeyos vivían en las proximidades del palacio del go-
bernante en el centro del pueblo, pero otros vivían en aldeas y cobertizos aledaños
(Sanders, Parsons y Santley 1979:153; Hicks 1982:231-232). Los plebeyos proporcio-
naban la materia prima a los gobernantes mediante el trabajo por tributo en los campos
o el servicio doméstico en las residencias de los integrantes de la elite (Carrasco
1971:355-256, 1978:23-32). También se suponía que los plebeyos sirvieran a los solda-
dos en tiempos de guerra (Zorita 1963:181-188).
Estas pequeñas polis recuerdan a los cacicazgos en dos aspectos importantes.
Primero, cada una poseía una estructura administrativa bastante simple. La jerarquía
administrativa estaba compuesta por dos, o a veces tres, niveles de toma de decisión. El
supremo y sus asistentes nobles tomaban las decisiones in consejos en el nivel más alto
(Anales de Cuauhtitlan 1945:39; Tezozomoc 1975:237-239); en el nivel más bajo, los
jefes de la guardia se encargaban vigilar que dichas decisiones fuesen puestas en prácti-
ca. Los vasallos nobles podrían haber formado parte de un tercer nivel (intermedio) que
tuviese a su cargo a los plebeyos asignados a trabajar en sus propiedades (Carrasco
1971:365; Tezozomoc 1975:279). En todos los niveles administrativos la especializa-
ción del personal de acuerdo con las tareas desempeñadas era poco frecuente2. Con sólo
una mínima especialización vertical y horizontal, la organización de dichas polis semeja
más ajustadamente la estructura administrativa de los cacicazgos que la de los estados
(ver Jonson 1973:2-4)34.
Segundo, tal como los cacicazgos del este de Polinesia descriptos por Goldman
(1970) y Sahlins (1968) estas polis eran políticamente inestables. Sus historias están
marcadas por numerosos incidentes de usurpación y regicidio (Anales de Cuauhtitlan
1945:32; Chimalpahin 1965:189, 197-198, 199; Davis 1980:19; Ixtlilxochitl 1975-77:1,
309; Relación de Genealogía 1891:271). Existen también incidentes de división o sim-
ple desintegración de polis debidas a conflictos internos (Anales de Cuauhtitlan
1945:29; Chimalpahin 1965:177-178; Guzmán 1938:92; Relación de Genealogía

8
1891:274). Esta violencia es sintomática de un sistema político en el cual el poder se
encuentra centralizado de manera débil y la autoridad puede ser fácilmente cuestionada.
Los supremos gobernantes de estas pequeñas polis parecen haber utilizado mu-
chas de las mismas estratagemas que usaron los caciques polinesios para enfrentar las
amenazas de revueltas. A veces, los supremos intentaron fortalecer el apoyo político
mediante la distribución de riqueza (especialmente entre la nobleza y particularmente en
tiempos de crisis política, ver Ixtlilxochitl 1975-77: I, 334; II, 76). De hecho, la liberali-
dad real parece haber sido institucionalizada (Anales de Cuauhtitlan 1945:35). Asimis-
mo parecería que los supremos desviaron algunos recursos en exhibicionismo especta-
cular. Es difícil decir cuán grande fue la inversión ya que no muchos de las residencias
de la elite ni los templos de los siglos XIII y XIV fueron excavados. Pero la aceptación
gradual de las formas de sacrificio, construcción de templos y la investidura real de la
cultura tolteca que reemplazaron a la menos ostentosa cultura chichimeca puede repre-
sentar intentos de incrementar la autoridad del cargo mediante la impresionante activi-
dad ritual (Anales de Cuauhtitlan 1945:30-31; Ixtlilxochitl 1975-77: I, 332; II, 35).
Ambas estratagemas requerían que el gobernante repartiera riqueza de las arcas
reales. Por lo tanto, el alcance hasta el cual dichas estratagemas podrían surtir efecto
estaba limitado por el tamaño de los tributos recibidos por el gobernante. Dichos tribu-
tos no podían ser aumentados fácilmente porque los plebeyos tenían formas de resisten-
cia a las demandas excesivas. Podían apoyar los esfuerzos de algún noble competidor
que planease una revuelta (Ixtlilxochitl 1975-77: I, 21-22). O los plebeyos podían en-
contrar resarcimiento por parte de un gobernante que exigiese demasiado mediante el
simple abandono del dominio y la búsqueda de admisión en otro dominio (Anales de
Cuauhtitlan 1945:29; Relación de Genealogía 1891:274; Hicks 1982:243).
Por lo tanto, a pesar del hecho de que estas pequeñas polis no eran cacicazgos
(en el sentido de que los lazos de parentesco entre el gobernante y los gobernados no
fomenta la base ideológica de gobernabilidad, ver Carrasco 1976; Hicks 1982), su ines-
tabilidad política puede haber surgido de problemas estructurales similares. Los supre-
mos gobernantes, al enfrentar muchos competidores nobles y el descontento de los ple-
beyos, buscaron afianzar sus puestos mediante la instauración de la liberalidad real y el
exhibicionismo conspicuo. Pero cuando incrementaron la carga del tributo para finan-
ciar tal liberalidad y exhibicionismo, también incrementaron la probabilidad de revuel-
tas populares o deserción y al mismo tiempo debilitaron la seguridad que buscaban ob-
tener. La ausencia de lazos de parentesco entre los gobernantes y los gobernados debe
haber acentuado la inestabilidad en estas pequeñas polis: si los gobernantes eran libera-
dos de las restricciones de la ética del parentesco al tratar con los plebeyos, entonces,
también lo eran los plebeyos en su relación con los gobernantes. Sin ataduras de paren-
tesco con el gobernante, los plebeyos tenían libertad para colocar su apoyo en cualquier
noble competidor que ganase su confianza. Podría argumentarse que la guerra crónica
que caracterizó las relaciones entre las pequeñas polis del valle de México durante los
siglos XIII y XIV tiene su origen en la imposibilidad de decidir que los gobernantes
debieron enfrentar al tratar con los nobles competidores y los plebeyos volubles dentro
de sus dominios.
La conquista de un dominio vecino abrió dos nuevas opciones para los supremos
que buscaban afianzar su posición. Primero, sus propios hombres de confianza podían
ser enviados a reemplazar al supremo derrotado (Chimalpahin 1965:90-91; Ixtlilxochitl
1975-77: I, 313-314). Establecer a dicho hombre de confianza como gobernante por
derecho propio podía satisfacer las ambiciones de por lo menos uno de los rivales no-
bles del supremo triunfante. Además, el conquistador podía incorporar la cúpula política
derrocada en su propio dominio (Ixtlilxochitl 1975-77: I, 318, 346-347). Esto podría

9
resultar en un aumento del número de plebeyos que pagaban tributos dentro del dominio
del conquistador, un incremento de las arcas reales y un aumento de la posibilidad del
gobernante de embarcarse en liberalidad y ostentación sin provocar revueltas populares
ni deserciones.
Por lo tanto, es posible ver a los conflictos internos y externos de los dominios
de los siglos XIII y XIV como surgidos de la estructura política interna. Considero que
este punto de vista es preferible a aquél que cita el crecimiento poblacional y la presión
popular como causas de conflicto porque, a través de una época de conflicto, los gober-
nantes de las pequeñas polis practicaron una política que ofreció una recepción amistosa
a los pueblos inmigrantes. Por ejemplo, el gobernante de Culhuacan asignó tierras a
refugiados mejicanos, a pesar de haber jugado un importante papel en el ataque que los
había obligado a abandonar sus casas unos escasos dos años antes (Anales de Cuauh-
titlan 1945:22). Los gobernantes de Texcoco del siglo XIV se embarcaron en guerras
expansionistas (Ixtlilxochitl 1975-77: I, 315-318, 318-319) pero también admitieron dos
oleadas inmigratorias a Texcoco (Ixtlilxochitl 1975-77: II, 32, 34) y permitieron el asen-
tamiento de dos nuevos dominios dentro de la esfera de influencia de Texcoco (Paso y
Troncoso 1905-48: IV, 233; Ixtlilxochitl 1975-77:I 323). Grupos de inmigrantes se
asentaron en Cuauhtitlan con anterioridad y posterioridad a que Cuauhtitlan se viese
envuelta en una guerra prolongada con la vecina Xaltocan (Anales de Cuauhtitlan
1945:29-30). Y aún en las postrimerías del siglo XV los gobernantes parecen haber
deseado mantener o incrementar las poblaciones. En dos instancias distintas los supre-
mos conquistadores enviaron mensajeros a los pueblos derrocados que huían de sus ca-
sas para asegurarles que serían bien tratados y pedirles que regresaran (Ixtlilxochitl
1975-77: I, 379; Tezozomoc 1976:304).
Si el crecimiento poblacional ya había crecido al punto de causar desabasteci-
miento de recursos y conflictos dentro y entre los dominios, los gobernantes no hubie-
ran exacerbado la situación al otorgar acceso a los recursos locales a un número crecien-
te de personas. Por otro lado, si la intención principal de los gobernantes era sobrevivir
la rivalidad de la elite y el descontento popular, se puede entender la admisión abierta de
inmigrantes. Tal como la conquista e incorporación de polis vecinas, podría haber in-
crementado el número de plebeyos que pagaban tributo junto con los ingresos del go-
bernante sin incrementar la carga del tributo per capita.
La guerra se intensificó durante los siglos XIII y XIV. Los beneficios políticos fueron
siempre de corta duración y la guerra en sí creó una situación que engendró aún más
guerras. Con el tiempo, los nobles establecidos como gobernantes por derecho propio
originaron dinastías locales con sus propios problemas de conflictos internos. Bajo la
presión de la guerra los supremos buscaron alianzas militares que disminuyeron el nú-
mero de dominios disponibles para ser incorporados e incrementaron el número de indi-
viduos con quienes se debían compartir los frutos de la conquista. Tales alianzas fueron
a menudo selladas mediante alianzas matrimoniales entre linajes gobernantes (Ixtlilxo-
chitl 1975-77: II, 37; Tezozomoc 1975:234), entrelazando por completo las genealogías
de las diferentes casas reinantes. Esto debilitó de manera radical la estabilidad política
de los pequeños dominios. La amenaza de usurpación se tornó más seria debido a que
los nobles locales podían conseguir el apoyo de sus nobles fieles que gobernaban en los
dominios vecinos. Y se tornó gradualmente más difícil presentar una resistencia unifi-
cada ante los ataques de los extranjeros porque los gobernantes vecinos, interesados en
la conquista, podían encontrar aliados entre sus nobles fieles en las áreas que estaban
siendo atacadas. Las guerras de usurpación dentro de un dominio y las guerras de ex-
pansión entre dominios devinieron dos facetas distintas de un único fenómeno. Y sos-
tengo que fue la intensificación de la guerra civil, la invasión y las alianzas cambiantes

10
lo que finalmente produzco el cambio estructural fundamental en el sistema político del
valle de México.

Formación del estado azteca: Paso 1. Colapso de la estructura pre-estatal


El período que va desde fines del siglo XIII y todo el siglo XIV se caracterizó
por la expansión militar. El accidente histórico y la ecología local parecerían haber fa-
vorecido a los supremos de los dominios ubicados en la región meridional del valle.
Mientras que los gobernantes de los dominios de las zonas más densamente pobladas
del sur (por ejemplo Culhuacan y Xochimilco) luchaban por mantener un impasse mili-
tar (Anales de Cuauhtitlan 1945:16, 22), los gobernantes de los dominios sólidamente
aliados de Coatlichan-Huexotla-Texcoco en el este y Azcapotzalco-Tlacopan en el oeste
utilizaron su superioridad numérica para dominar a los pueblos de las zonas norteñas
más despobladas (Anales de Tlatelolco 1948:22; guzmán 1938:91; Ixtlilxochitl 1975-
77: I, 303, 312-314, 316-318; II, 23; Torquemada 1969: I, 64; ver Sanders, Parsons y
Santley 1979:149-153 para un caso de variación demográfica dentro del valle de Méxi-
co desde el siglo XII y hasta el siglo XIV).
Por medio de la conquista e incorporación de las polis norteñas, el tamaño de los
dominios meridionales se incrementó a tal punto que les fue posible derrotar a las co-
munidades sureñas más grandes (Anales de Cuauhtitlan 1945:66; Anales de Tlatelolco
1948:52; Historia de los Mejicanos 1965:54; Ixtlilxochitl 1975-77: I, 318-319). En los
últimos años del siglo XIV, Azcapotzalco derrotó al dominio norteño de Xaltocan (Ana-
les de Cuauhtitlan 1945:33-34; Ixtlilxochitl 1975-77: I, 322-323) y se estableció así el
escenario para la confrontación final entre Azcapotzalco y sus aliados del oeste y
Coatlichan-Huexotla-Texcoco en el este. Los poderes del este se reunieron en 1418 y
Azcapotzalco se estableció como el poder dominante en el valle de México (Anales de
Cuauhtitlan 1945:37; Chimalpahin 1965:189; Historia de los mejicanos 1965:59;
Ixtlilxochitl 1975-77: I, 339-341). Sin embargo, la estructura del sistema político del
valle de México permaneció sin variantes. La hegemonía de Azcapotzalco se fundó en
una inestable complejidad de sobornos y alianzas similar a las existentes en los primiti-
vos reinados menores y cuyo poder se desintegró rápidamente.
Durante el último año del largo y exitoso reinado de Tezozomoc sobre Azcapot-
zalco (1343-1426), surgió una disputa entre la nobleza azcapotzalcoana acerca del tra-
tamiento preferencial dado a los gobernantes de Tenochtitlan y Tlatelolco, dos de los
principales aliados de Tezozomoc y ambos descendientes en línea directa (el hijo de la
hija y el hijo del hijo, respectivamente) (Tezozomoc 1975:237-328). Estos gobernantes
habían disfrutado de una reducción en la cantidad de tributo que debían pagar al gober-
nante de Azcapotzalco y ambos habían sido designados destinatarios del tributo colec-
tado en Texcoco, Huexotla y Cuitlahuac (Anales de Cuauhtitlan 1965:37; Ixtlilxochitl
1975-77: I, 346-347; Tezozomoc 1975:236-237). A la muerte de Tezozomoc, las fac-
ciones contrarias en esta disputa dieron su apoyo a distintos pretendientes al cargo su-
premo de Azcapotzalco. Maxtla, líder de la facción anti-Tenochtitlan-Tlatelolco e hijo
mayor de Tezozomoc, logró arrebatar el cargo supremo, pero los gobernantes de Teno-
chtitlan y Tlatelolco conspiraron con el hermano menor de Maxtla a fin de usurpar el
trono (Ixtlilxochitl 1975-77: I, 351-354). Maxtla descubrió el plan y ordenó la ejecución
de ambos líderes. Sin embargo, la base estructural del conflicto entre Maxtla en carácter
de gobernante de Azcapotzalco y los gobernantes de los dominios aliados pero autóno-
mos de Tenochtitlan y Tlatelolco se mantuvo. En 1427 el conflicto entre Azcapotzalco y
Tenochtitlan estalló en guerra abierta (Chimalpahin 1965:91).
Entretanto, Maxtla perdió el control del lado este del valle. Aprovechando las
constantes disputas por la sucesión que se sucedían en el oeste, los gobernantes de

11
Chalco apoyaron los esfuerzos de Nezahualcoyotl, el heredero depuesto de Texcoco,
para recuperar su dominio. Este esfuerzo tuvo éxito. Nezahualcoyotl logró deshacerse
de su propio medio hermano y deponer a los administradores azcapotzalcoanos de los
dominios de Coatlichan-Huexotla-Texcoco. Al año siguiente, Nezahualcoyotl e Itzcoatl
(el gobernante del momento de Tenochtitlan y el hermano de la madre de Nezahualco-
yotl) lanzaron una ofensiva contra Maxtla y sus aliados. Azcapotzalco fue derrotada en
1428 (Ixtlilxochitl 1975-77: I, 368-376). Itzcoatl rápidamente estableció el control en el
oeste y sur del valle; Nezahualcoyotl reestableció el control en el este (donde muchos
integrantes de la nobleza se habían rebelado en protesta por la alianza con Tenochtitlan).
Hacia el año 1434, el valle de México se encontraba otra vez dominado por una única
camarilla gobernante; los supremos de Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan habían esta-
blecido la triple alianza (Anales de Cuauhtitlan1945:46-47; Ixtlilxochitl 1975-77: I,
377-379; Tezozomoc 1975:245-281).
Las guerras civiles, las invasiones y las alianzas cambiantes que marcaron la ex-
pansión del poder de Azcapotzalco y su desintegración final habían eliminado las cama-
rillas nobles de los dominios locales del valle de México (ver tabla I). La mayoría de los
integrantes de la alta nobleza habían sido asesinados, habían perecido en la guerra o
habían sido exiliados, quedando sólo la nobleza más baja de las familias gobernantes, y
todos ellos tenían débiles derechos para aspirar a los cargos supremos locales. Los no-
bles sobrevivientes sólo podían triunfar sobre los rivales aspirantes a los cargos supre-
mos locales mediante la protección de los gobernantes de la triple alianza. Debido a que
muchos de los integrantes de la alta nobleza habían fallecido casi simultáneamente, lan-
zando reinado tras reinado en disputas de sucesión, no podía llevarse a cabo ninguna
otra alianza. La resistencia local a dominación de la triple alianza se debilitó y estos
nobles menores compitieron entre sí para conseguir la protección de los supremos de la
triple alianza. Estos últimos aprovecharon la situación para fortalecer la administración
de maneras que nunca hubieran sido posibles con anterioridad. Este fue el primer paso
hacia la formación del estado azteca.

Formación del estado azteca: Paso 2. Reforma de las organizaciones


Se reafirmó el principio del gobierno por un miembro de linaje gobernante local
(Ixtlilxochitl 1975-77: I, 379-380; II, 89) en parte debido a un gesto de relaciones públi-
cas (la hegemonía de Azcapotzalco podía ser criticada como una tiranía que había pri-
vado a los supremos locales de sus patrimonios legítimos, ver Ixtlilxochitl 1977-77: II,
89) y en parte debido a una estratagema para equilibrar el poder de la nobleza en Teno-
chtitlan, Texcoco y Tlacopan. Sin embargo, dentro de la esfera de influencia de Teno-
chca, los recientemente instaurados gobernantes locales fueron forzados a pagar un pre-
cio por buscar la protección de la triple alianza: debieron renunciar a sus derechos sobre
el producido de algunos de los campos pertenecientes a su patrimonio y que se destina-
ban a pagar el tributo y otorgar tales derechos al gobernante de Tenochtitlan (Anales de
Cuauhtitlan 1945:50; Tezozomoc 1975:253, 271, 277). Esta pérdida de ingresos de los
gobernantes locales aseguró la continua dependencia en la protección brindada por los
gobernantes de la triple alianza y, al mismo tiempo, aumentó la habilidad de los gober-
nantes de la triple alianza para controlar a su propia nobleza (ver Rounds 1979 para una
descripción de la centralización del poder en Tenochtitlan).
En Tenochtitlan, los nobles leales fueron recompensados no con la administra-
ción de la totalidad de los dominios que podrían servir para fundar una posible acumu-
lación de poder, sino que recibieron las tierras destinadas al tributo expropiadas asigna-
das en base a un control campo por campo. El gobernante de Tenochtitlan retuvo la ma-
yoría de las tierras para solventar el trono, pero muchas otras fueron distribuidas a cier-

12
tos nobles en particular, en especial los competidores al cargo que pertenecían a la di-
nastía del gobernante: sus hijos, hermanos y los descendientes de gobernantes anteriores
(Durán 1967: II, 101-102, 114). Por lo tanto, el gobernante adquirió un exceso de rique-
za con respecto a la nobleza, y los nobles recibieron un interés en la perpetuación de la
hegemonía de la triple alianza que podría mantener el acceso al tributo de los campos
recientemente expropiados.
La distribución de las tierras de tributo se determinó mediante los logros en gue-
rra así como también por parentesco real. Este podría haber sido un mecanismo útil para
limitar el número de nobles que pudieran presentar un reclamo legítimo frente a la libe-
ralidad real, y controlar así la riqueza del supremo. Podría haber creado además una
división de intereses entre los nobles, al impedir que confrontaran al gobernante como
una clase unificada. De cualquier manera, esta distinción entre nobles que hubieran de-
mostrado valor en acciones de guerra y aquellos que no lo hubieran hecho se formalizó
poco después con la derrota de Azcapotzalco mediante el otorgamiento de títulos hono-
ríficos a los nobles guerreros distinguidos (Tezozomoc 1975:268-269).
Para entonces, además, la amenaza de usurpación por parte de la alta nobleza se
redujo por la creación de un consejo de cuatro miembros reales (Durán 1967: II, 103-
104). Los miembros de este consejo participaban de la atribución ejecutiva del gober-
nante para tomar decisiones y todos los gobernantes futuros de Tenochtitlan serían se-
leccionados de entre los titulares del consejo y no de la nobleza en pleno. Para el primer
consejo la membresía se confirió a los cuatro hombres con mayores posibilidades para
la sucesión: dos de los hermanos del supremo y dos hijos de un gobernante anterior de
Tenochtitlan. Entonces, cuatro líneas colaterales de la alta nobleza de Tenochtitlan reci-
bieron voz en la alta esfera del proceso de toma de decisión y el prospecto de la suce-
sión al cargo de supremo. En carácter de herederos forzosos designados, cada uno de los
miembros del consejo podía estar a salvo de los celosos esfuerzos de cualquiera de los
otros tres para usurpar el cargo.
Así, el nacimiento de la hegemonía de la triple alianza en el valle de México, fue
acompañada, por una extensa e importante reforma organizacional. Las reformas asig-
naron los poderes administrativo y económico en formas que podrían asegurar la conti-
nuación del status quo político. Hicieron muy poco para mejorar la eficiencia del flujo
de información o la capacidad para tomar decisiones de cada estado. La administración
de Tenochtitlan continuó en manos de una jerarquía de dos niveles. El supremo y los
nobles promulgaban las políticas y los jefes de la guardia las ponían en práctica. La co-
municación, entre el supremo y los jefes de la guardia, se llevaba a cabo mediante los
nobles que servían como mensajeros del supremo de manera específica para ello (Tezo-
zomoc 1975:291, 327). La administración regional estaba integrada por una jerarquía de
tres niveles; las decisiones políticas de los supremos de la triple alianza eran comunica-
das a los gobernantes subordinados locales y éstos debían movilizar sus propias pobla-
ciones mediante comunicaciones con sus jefes de la guardia (Durán 1967: II, 112; Tezo-
zomoc 1975:287-289, 335, 348). Sin embargo, había poca especialización administrati-
va del personal en cuanto a las tareas. La verdadera complejidad burocrática no apareció
sino hasta unos 30 años después del establecimiento de la triple alianza, cuando el esta-
do consolidó su poder mediante el monitoreo de una más amplia gama de actividades.

Formación del estado azteca: Paso 3. Consolidación del poder


Casi inmediatamente después de establecer el control sobre el valle de México,
la triple alianza emprendió obras públicas en gran escala dentro del valle y conquistas
expansionistas fuera del mismo. Los últimos días del reinado de Itzcoatl en Tenochtitlan
estuvieron marcados por la construcción de una ruta que unía Tenochtitlan con los pue-

13
blos al margen del lago Xochimilco y la conquista de los pueblos en Morelos y el norte
de Guerrero, más de 100 Km al sur del valle de México (Tezozomoc 1975:277; Kelly y
Palerm 1952:284-290). El sucesor de Itzcoatl, Moctezuma I (1440-1469), patrocinó una
renovación en gran escala del templo de Huitzilopochtli en Tenochtitlan y las construc-
ciones de una gran residencia real, de un dique que atravesaba el lago Texcoco, de un
canal que facilitara el acceso al mercado de Tlatelolco y de un acueducto que traía agua
fresca desde Chapultepec a Tenochtitlan (Anales de Cuauhtitlan 1945:53-54; Chimal-
pahin 1965:99, 199, 201, 206; Torquemada 1969: I 157-158). El reinado de Moctezuma
también estuvo signado por una constante actividad militar. Se llevaron a cabo nuevas
conquistas en Morelos, el norte de Guerrero, el sur de Hidalgo, el valle de Oaxaca, Pue-
bla y Veracruz (Kelly y Palerm 1952:266-272, 291-295).
Virtualmente toda esta actividad parece haber tenido como objetivo consolidar el
poder de la triple alianza en el valle de México. A medida que creía la población de Te-
nochtitlan, el tamaño del ejército que podía defender los ataques de vecinos potencial-
mente rebeldes también se incrementó y la dominación sobre el valle se hizo más sólida.
La construcción de rutas, canales y acueductos facilitó el transporte de alimentos y agua
a Tenochtitlan para que la población de la ciudad pudiese crecer y así mantener la supe-
rioridad política. Las rutas y acueductos también servían como diques que protegían a la
población de las inundaciones (Palerm 1973) y permitieron que los aztecas controlaran
los niveles de las aguas en los lagos del sur a fin de que la totalidad del área pudiera ser
ganada para dedicarla a la producción agrícola. La agricultura establecida en el lecho de
los lagos llegó a abastecer más de la mitad de los alimentos que consumía la población
de Tenochtitlan (Parsons 1976:250) y las tierras ganadas para la agricultura fueron usa-
das para satisfacer las demandas de la nobleza de beneficios individuales por la asigna-
ción de tributos.
La conquista y la colecta de tributos de un área en constante expansión fue tam-
bién útil para mantener la preeminencia demográfica de Tenochtitlan en el valle de Mé-
xico. Los tributos pagados en alimentos de las provincias vecinas abastecían un tercio
de los alimentos que se consumían en la ciudad y el tributo que se pagaba en productos
no alimenticios, tales como telas y obsidiana, parece haber circulado a través del siste-
ma del mercado regional, que alentaba a la población rural del valle a producir alimen-
tos para la venta en el mercado (Calnek 1975; Parsons 1976; Brumfield 1980).
Las conquistas de Moctezuma también incluyeron muchos pueblos que pagaban
tributo principalmente en productos suntuarios y materias primas (Barlow 1949; Infor-
mación 1957). Estas conquistas parecen haber hecho posible que los supremos de la
triple alianza pudieran satisfacer la demanda de productos de prestigio por parte de los
nobles y súbditos. Tales productos se adquirían directamente a través del cobro de tribu-
to sobre los productos terminados e indirectamente a través del cobro de tributo sobre
materias primas de alto valor y que eran transformadas en productos terminados por los
artesanos aztecas que trabajaban bajo la tutela real. Los productos suntuarios también se
adquirían a través del intercambio de larga distancia subsidiado por el estado y por el
cual los productos obtenidos a través del cobro de tributo o el mecenazgo de los artesa-
nos se intercambiaban por productos originarios de áreas ubicadas fuera de la esfera de
conquista de la triple alianza (Berdan 1975:268). El papel del estado en la procuración y
distribución de productos de prestigio podría haber impedido que la nobleza de Tenoch-
titlan y los nobles de las ciudades-estado súbditos se inmiscuyera en la estructura de
poder existente (Calnek 1978:467).

14
Formación del estado azteca: Paso 4. Complejidad burocrática
El emprendimiento de obras públicas y el expansionismo militar fueron acom-
pañados por un gradual desarrollo de la complejidad burocrática. Aunque las historias
nativas no proporcionan un relato paso a paso del proceso de elaboración de la burocra-
cia, varias fuentes indican que se llevaron a cabo importantes reformas administrativas
durante el reinado de Moctezuma I. Por ejemplo, Torquemada (1969: I, 169) asegura
que Moctezuma “ordenó [NDT: la construcción de] su casa con gran majestuosidad,
nombró muchos y diversos oficiales e... incrementó el número de sacerdotes e instituyó
nuevos cargos y ceremonias”.
Tezozomoc (1975:286, 333, 338, 360) remarca los distintos pasos del crecimien-
to de la complejidad administrativa en el área del cobro de tributos. Los individuos que
llevaban a cabo el cobro del tributo y eran depositarios del mismo (los calpixque) en un
principio eran elegidos por los gobernantes de los dominios subordinados a Moctezuma
y respondían a dichos gobernantes. Pero hacia 1458 Moctezuma había asumido el dere-
cho personal de nombrar a dichos oficiales y había instituido un sistema de nombra-
miento doble mediante el cual se designaban dos calpixque para cada localidad que pa-
gaba tributo: uno residía en el lugar del cobro del tributo y el otro residía en Tenoch-
titlan, en donde se recibía el tributo. Hacia 1462, se había establecido el cargo de admi-
nistrador en jefe (petlacalcatl) como un puesto administrativo de nivel medio a fin de
supervisar a todos los calpixque e impartirles órdenes en nombre de Moctezuma.
Durán (1967: II, 213) le da crédito a Moctezuma por haber reformado el sistema
judicial. Se establecieron tribunales separados para nobles y plebeyos y se formó un
tribunal supremo ante el cual se podían apelar las decisiones de los tribunales inferiores.
También se atribuye a Moctezuma el haber instituido una serie de leyes suntuarias, entre
las cuales figura una ordenanza que limitaba el acceso de varias personas a las distintas
habitaciones del palacio de Moctezuma (Durán 1967: II, 213). Resulta evidente de la
descripción de Sahagún (1956: II, 309-314) de la residencia real de Tenochtitlan que las
distintas habitaciones albergaban distintos segmentos de la burocracia administrativa del
gobernante: el consejo real y el tribunal supremo, los tribunales inferiores, varios rangos
de personal militar, la policía, los jefes de la guardia de las casas de los jóvenes, los
petlacalcatl, los calpixque, y demás. Así, la ordenanza suntuaria de Moctezuma puede
muy bien demarcar la inserción formal de una discreta y funcionalmente específica ra-
ma de la burocracia administrativa.

Ecología, estructura y la formación del estado: algunas conclusiones


La formación del estado azteca parece haber ocurrido en cuatro pasos lógicamente
determinables:
1. Intensificación de la competencia dentro y entre los reinados menores que rom-
pió con el poder de los gobernantes locales y derivó en la hegemonía de la triple
alianza en el valle de México.
2. Centralización del poder a través de reformas organizacionales que redujeron el
poder económico y político de los gobernantes subordinados y la nobleza de Te-
nochtitlan.
3. Consolidación del poder a través del emprendimiento de obras públicas dentro
del valle y conquistas para expandir dicho poder más allá de los confines del va-
lle.
4. Desarrollo de la complejidad burocrática caracterizada por la especialización del
personal administrativo según la tarea y por la presencia de tres o más niveles
para la toma de decisiones en muchas de las ramas de la administración.

15
Estos pasos representan un orden temporal en el cambio: cada paso fue posible por
la transformación que lo precedió.
La intensificación de la competencia dentro y entre los reinados menores fue crucial
para la totalidad del proceso de la formación de estado azteca ya que creó las condicio-
nes que condujeron a la centralización política. Las ráfagas de alianzas cambiantes,
conquistas y actos de usurpación que acompañaron la expansión y colapso final del po-
der de Azcapotzalco eliminaron ya fuera por muerte o por exilio a la alta nobleza de los
muchos reinados menores. Las coaliciones políticas a nivel local fueron destruidas: se
rompieron las redes de alianzas de parentesco entre los linajes de los gobernantes loca-
les.
Consecuentemente, el apoyo a los gobernantes de la triple alianza resultó un re-
curso político de importancia para la nobleza baja que aspiraba a acceder a los cargos de
gobierno local y buscaron dicha protección aún cuando implicaba restricciones a la au-
tonomía política y la reducción de sus ingresos. La disminución del poder de los supre-
mos locales fue paralela al incremento del poder de los gobernantes de la triple alianza.
En Tenochtitlan, se aseguró la lealtad de la nobleza por el aumento de la generosidad
real. Mediante la asignación de tierras de tributo y otros regalos, los nobles participaron
en el interés por perpetuar la hegemonía de la triple alianza como la fuente de su recien-
temente obtenida riqueza.
El acceso a la fuerza laboral de la gran mayoría de los plebeyos que residían
dentro del valle de México ayudó a los gobernantes de la triple alianza a consolidad su
poder. El emprendimiento de obras públicas y las conquistas de expansión incrementa-
ron las tierras y la riqueza que podía ser redistribuida a la nobleza local y los gobernan-
tes de los dominios subordinados que acataran dicha hegemonía.
Más aún, cuando la triple alianza alcanzó el total dominio del valle, los plebeyos
ya no podían escapar a la intensificación de la obligación de prestar servicios personales
mudándose a un reinado vecino independiente. La expansión del dominio político había
proporcionado finalmente una solución a la debilidad estructural que había debilitado el
poder de los gobernantes de los primitivos reinados autónomos.
Con un mayor anclaje político, mayores tributos y más mano de obra a su dispo-
sición, los gobernantes de la triple alianza se dedicaron a expandir los ámbitos de in-
fluencia del estado (ver Kurtz 1978). La complejidad burocrática se desarrolló en los
principios de dicha expansión. La construcción y mantenimiento de sistemas de control
de las aguas, el desarrollo de tierras cultivables administradas por el estado, la reunión y
despliegue de fuerzas militares en gran número, el mayor flujo de tributos a los capitales
de la triple alianza a partir de un área geográfica más amplia, la confianza en el sistema
de mercado para proveer a las ciudades con alimentos, el mecenazgo de la producción
de artesanías y del intercambio comercial de larga distancia, la preocupación por el
dogma religioso y su relación con la legitimación política – todo ello representa las ac-
tividades mediante las cuales el estado se benefició a partir de un mayor control y coor-
dinación del personal y los recursos. Tales funciones fueron posibles mediante las re-
formas burocráticas introducidas por Moctezuma I.
Sin duda, las variables ecológicas se vieron involucradas en muchos estadios de
la formación del estado azteca. La importancia temprana de Azcapotzalco y Texcoco
estuvo probablemente relacionada con la distribución de la población dentro del valle
durante los siglos XII XIV y esta distribución fue casi con seguridad afectada por la
variación en la productividad agrícola. La productividad agrícola del valle de México en
su totalidad también fue de gran importancia ya que sustentó en conjunto a un número
tal de población que le permitió a los gobernantes de la triple alianza emprender obras
públicas y conquistas de expansión. Si no lo hubiese sido, la consolidación del poder de

16
la triple alianza podría haber sido imposible y la oportunidad de la formación del estado
generada por la muerte y el exilio de las elites locales podría haberse perdido. La pro-
ximidad de los potencialmente fértiles lechos de los lagos en el sur del valle y la habili-
dad de proveer a Tenochtitlan mediante transporte por agua sustentó el crecimiento ur-
bano y produjo la consolidación de la capacidad militar de Tenochtitlan.
También sin duda la burocracia de Moctezuma jugó un papel activo en la admi-
nistración de las numerosas variables ecológicas. Llevó a cabo muchas actividades (al-
macenamiento de alimentos, control de inundaciones, etc.) que aseguraron a la pobla-
ción del valle de México contra fluctuaciones ambientales que ponían en riesgo la vida.
El desarrollo de nuevas tierras para la agricultura, la importación de productos al valle
en la forma de pago de tributos y la estimulación de la producción de alimentos dentro
del valle a través de la introducción de tributos pagados en productos no alimenticios en
el sistema de mercados rurales regionales sustentó el crecimiento poblacional. Para la
época de la conquista española, la población del valle de México era unas cuatro veces
mayor que la de cualquier otro período anterior de la era prehistórica (Sanders, Parsons
y Santley 1979:183-184). Casi no existe duda alguna de que el estado azteca llevó a
cabo muchas de las funciones ecológicas que aquellos que enarbolan el enfoque ecoló-
gico podrían esperar de sistemas políticos tan poderosos y burocráticos. Es claro, enton-
ces, que las variables ecológicas se encuentran implicadas de manera profunda en el
proceso de formación del estado y que el escenario ecológico “apropiado” constituye
una condición necesaria para la formación del estado. Otros han arribado a esta misma
conclusión (por ejemplo, Armillas 1964; Palerm y Wolf 1957) y este análisis confirma
sus trabajos.
Pero la evidencia no confirma a ninguno de los dos modelos existentes de sur-
gimiento del estado a través de la mejora gradual en la administración ecológica de los
sistemas políticos pre-estatales.
Service (1975:290-308), por ejemplo, sugiere que la administración ecológica
efectiva afianza la legitimación política de los líderes en los ojos de los gobernados y de
tal manera contribuye a la centralización del poder político. El imagina un desarrollo
gradual, “desde abajo hacia arriba” de la autoridad política; la autoridad de los líderes
locales se incrementa progresivamente y entonces da lugar a la concentración de poder a
nivel regional. Sin embargo, los datos sobre los aztecas presentan una imagen bastante
diferente. Primero, la autoridad a nivel local se debilitó a medida que el conflicto dentro
y entre los reinados menores se intensificaba (posiblemente impidiendo la eficacia ad-
ministrativa de los gobernantes locales); esto allanó el camino para instaurar la centrali-
zación de poder a nivel regional. Segundo, la centralización del poder a nivel regional
fue producida por la conspiración de gobernantes locales en un sistema centralizado de
proteccionismo político; la legitimidad de los gobernantes regionales en los ojos de los
gobernados era bastante irrelevante para el proceso en sí.
Sanders y Price (1968:132, 187, 209) han ofrecido un modelo algo distinto. Su-
gieren que, en una miríada de polis locales en competencia, algunas poseerán tanto me-
jores recursos ecológicos como una estructura más estatal (y por lo tanto más eficaz) de
administración política. A medida que la población crece y la competencia por los re-
cursos se incrementa, los dominios con estructuras más estatales conquistan e incorpo-
ran a los dominios menos estatales con el resultado del surgimiento de verdaderos esta-
dos a nivel regional. Sin embargo, los datos aztecas sugieren que las comunidades res-
ponsables por la derrota de Azcapotzalco y la fundación de la triple alianza no disfruta-
ron de ventajas significativas en la eficacia organizacional al tiempo de su triunfo. Por
el contrario, la verdadera mejora en la eficacia organizacional del estado azteca provie-

17
ne de la reforma burocrática de Moctezuma, una o dos generaciones después de que el
estado hubiera sido instaurado.
En los enfoques ecológicos de la formación del estado ha habido una tendencia a
concentrarse exclusivamente en las implicancias de las variables ecológicas para las
poblaciones humanas en carácter de entidades completas. El enfoque estructural de la
formación del estado redirige la atención de las implicancias de las variables ecológicas
para los órdenes políticos específicamente pre-estatales. Esta concentración más especí-
fica es valiosa porque las consecuencias políticas no pueden ser derivadas automática-
mente del status de la población – un punto que se reconoce algunas veces pero que es
rara vez elaborado en los análisis ecológicos de la formación del estado (Sanders y Price
1968:230; Flannery 1972:411; Yoffee 1979:27). Los antropólogos con mente ecológica
que toman poblaciones enteras como unidad de análisis no han podido proporcionar una
respuesta satisfactoria a la pregunta de cómo la oportunidad o la necesidad ecológica se
traduce en cambio político. Pero dicha respuesta es fundamental para comprender ade-
cuadamente el proceso de formación del estado. Como dice Cowgill:
“Nunca se puede suponer que el estrés... automáticamente o aún típicamente ge-
nerará desarrollo social o cultural... Siempre debemos preguntar ¿quién sufre el estrés?,
¿quién tiene la posibilidad de hacer algo al respecto?, y ¿por qué ese quien podría con-
siderar que le beneficia hacer lo que hace?” (1975:507).
Tal vez la conclusión que se pueda extraer de esta discusión no es que los antro-
pólogos necesitan menos ecología en sus esfuerzos para entender la formación del esta-
do, pero que deben concentrarse más agudamente en la interacción de las variables eco-
lógicas y las dinámicas políticas. Los antropólogos necesitan entender los objetivos de
los actores políticos tales como los generan los distintos tipos de sistemas políticos pre-
estatales y necesitan poder definir cómo las variables ecológicas presentan obstáculos y
oportunidades a los actores políticos en busca de sus objetivos. De dichos estudios se
podría finalmente derivar una teoría general de la formación del estado que especifique
las condiciones ecológicas y políticas necesarias bajo las cuales se genera la formación
del estado.

NOTAS
Reconocimientos. El presente trabajo es el resultado de las preguntas formuladas duran-
te un grupo de estudio sobre los aztecas que tuvo lugar en 1976, agradezco a los otros
participantes de ese grupo (Charles Gibson, Elinor Melville, Judith Nowack y Jeffrey
Parsons) por crear una atmósfera en la cual ideas a medio formular fueron rechazadas
para volver a pensarlas y no se las acumuló en el montón de la basura. También me be-
neficié con las activas discusiones sobre los orígenes del estado que mantuve con Gayle
Rubin y Henry Wright. Charles Bright y Susan Harding me dieron constante aliento
mientras estaba escribiendo este trabajo. Ellos y Lynn Eden ofrecieron comentarios muy
agudos sobre los primeros borradores. Les estoy muy agradecida por su ayuda.

18
TABLA I
Dinastías locales destruidas por la guerra y la usurpación – 1400-1431

1.- Alcoman
1427 Nezahualcoyotl depone a Teyolcocoatzin en batalla.
1431 Le sucede su hijo Motlatocatzomatzin por mandato de Nezahualcoyotl (Ana-
les de Cuauhtitlan 1945:47; Ixtlilxochitl 1975-77: I, 380, 441).
2.- Azcapotzalco
1426 Tezozomoc fallece de muerte natural. Maxtla, su hijo mayor, usurpa el trono
de manos de su hermano menor, el heredero designado.
1428 Itzcoatl y Nezahualcoyotl deponen a Maxtla en batalla. Azcapotzalco queda
sin gobernante local legítimo por un lapso de al menos 16 años (Anales de
Cuauhtitlan 1945:37-38; Chimalpahin 1965:190-194; Ixtlilxochitl 1975-77:
I, 350-353; II, 88; Torquemada 1969:I, 252-254).
3.- Coatepec
1418 Tezozomoc conquista el dominio y Totomihua huye.
1427 Con la victoria de Nezahualcoyotl en Texcoco, Totomihua regresa al poder
en su dominio.
1430 Totomihua huye de su dominio otra vez luego de una revuelta sin éxito en
contra de Nezahualcoyotl. Coatepec queda sin gobernante local legítimo
(Ixtlilxochitl 1975-77: II, 45, 85, 89).
4.- Coatlichan
1418 Tezozomoc conquista el dominio y Paynitzin huye.
1420 Quetzalmaquitztli, nieto de Tezozomoc, sucede en el poder.
1427 Quetzalmaquitztli muere en batalla contra Nezahualcoyotl. Le sucede Moto-
liniatzin, miembro de la nobleza local de Coatlichan.
1430 Motoliniatzin huye del dominio luego de una revuelta sin éxito en contra de
Nezahualcoyotl.
1431 Nezahualcoyotl perdona a Motoliniatzin y éste regresa para gobernar en
nombre de Nezahualcoyotl (Anales de Cuauhtitlan 1945:47; Ixtlilxochitl
1975-77: I, 342, 380; II, 45, 75, 84, 89).
5.- Cuauhtitlan
1408 Tezozomoc de Azcapotzalco manda matar a Xaltemoctzin.
1418 Le sucede Tezozomoc, un noble de Tlatelolco.
1430 Tezozomoc, gobernante de Cuauhtitlan, se suicida cuando Maxtla asola su
dominio. Le sucede Tecocohuatzin, miembro de la nobleza local de Cuauh-
titlan y aliado de Itzcoatl (Anales de Cuauhtitlan 1945:35, 36, 44).
6.- Culhuacan
1413 Tezozomoc manda matar a Nauhyotzin. Le sucede Acoltzin.
1429 Acoltzin muere en batalla. Le sucede su hijo, Xilomantzin (Anales de
Cuauhtitlan 1945:36, 47, 50; Crónica Mexicayotl 1949:121).
7.- Huexotla
1418 Tezozomoc conquista el dominio y Tlacotzin (Itlacauhtzin?) huye. Huexotla
queda sin gobernante local legítimo
1427 Itlacauhtzin regresa al poder luego del triunfo de Nezahualcoyotl en Texcoco
1430 Itlacauhtzin huye de su dominio luego de una revuelta sin éxito en contra de
Nezahualcoyotl.
1431 Le sucede su hijo por mandato de Nezahualcoyotl (Ixtlilxochitl 1975-77: I,
342, 377, 380; II, 45, 78, 84, 89 9.
8.- Otumba

19
1418 Quetzalcuixtli se alía con Tezozomoc y retiene su poder luego de la conquis-
ta de Texcoco a manos de Tezozomoc.
1431 Lo reemplaza Quechotecpantzin por mandato de Nezahualcoyotl (Ixtlilxo-
chitl 1975-77: I, 344, 347, 380; II, 45-46, 89).
9.- Tenochtitlan
1426 Chimalpopoca es asesinado. Le sucede Itzcoatl, hermano de su padre (Anales
de Cuauhtitlan 1945:37-38, Chimalpahin 1965:190; Ixtlilxochitl 1975-77: I,
355-356).
10.- Teotihuacan
1418 Tezozomoc conquista el dominio y Quetzalmamatlictzin huye.
1431 Quetzalmamatlictzin regresa al poder por mandato de Nezahualcoyotl (Guz-
mán 1938:92-94; Ixtlilxochitl 1975-77: I, 380; II, 39).
11.- Tepexpan
1426 El titular del cargo muere en batalla.
1431 Se instaura un sucesor por mandato de Nezahualcoyotl (Ixtlilxochitl 1975-
77: I, 380; II, 89; Paso y Troncoso 1905-48: VI, 235).
12.- Texcoco
1418 Ixtlilxochitl muere en batalla contra Tezozomoc. Texcoco queda sin gober-
nante legítimo.
1426 Yancuiltzin, medio hermano de Nezahualcoyotl, accede al poder por manda-
to de Maxtla, tío de Yancuiltzin.
1427 Yancuiltzin huye de su dominio luego de la victoria de Nezahualcoyotl. Le
sucede Nezahualcoyotl (Ixtlilxochitl 1975-77: I, 341. 440, 540; II, 48, 75).
13.- Tlatelolco
1427 Tlacateotzin es asesinado. Le sucede Cuauhtlatoatzin, su nieto (Anales de
Cuauhtitlan 1945:38; Chimalpahin 1965:190-191; Ixtlilxochitl 1975-77: I,
358).
14.- Toltitlan
1428 Epcoatl muere en batalla. Toltitlan queda sin gobernante local legítimo por
los siguientes 20 años (Anales de Cuauhtitlan 1945:36).
15.- y 16.- Ecatepec e Ixtapalapa
1428 Se establece una dinastía de linaje azteca en Ecatepec.
1430 Se establece una dinastía de linaje azteca en Ixtapalapa. La instauración de
estas dos dinastías sugiere el rompimiento de las dinastías gobernantes loca-
les en ambos dominios (Chimalpahin 1965:93-94, 193).

1
Por ejemplo, Keesing (1976:223) especula que el curso del cambio cultural puede ser parcialmente de-
terminado por “el despliegue del desarrollo progresivo de un sistema conceptual específico de un grupo
humano”: Friedman (1975) ofrece un modelo peculiar de cómo los sistemas sociales no igualitarios, y en
última instancia el estado, puede surgir a partir de definiciones culturales específicas de ascendencia,
alianzas matrimoniales y respeto a los mayores. Conrad (1981) ha atribuido la expansión de los estados
Inca y Chimo a las concepciones andinas del respeto a los mayores y a la norma de división de la herencia
que surge de dicha tradición. Tales enfoques de la formación del estado parecen otorgar demasiada auto-
nomía y determinismo a los sistemas conceptuales basados en lo social, aunque Sahlins (1976) ha discu-
rrido que los sistemas conceptuales se encuentran imbuidos de tales autonomías y determinismo.
2
Offner (1979) no encontró evidencia alguna de la complejidad administrativa en Texcoco durante el
siglo XIV (aunque sospecha que existía algún grado de complejidad). Mi propia investigación de la litera-
tura sólo reveló dos casos en los que la especialización administrativa podría haber existido. En una des-
cripción del siglo XIV de la instauración de un gobernante de Texcoco se hace mención de que tanto los
gobernantes como los “supremos sacerdotes” de los dos dominios vecinos (Ixtlilxochitl 1975-77:1; 332).
Esto sugiere que las esferas de actividad de lo secular y lo sagrado se encontraban separadas (Van
Zantwijk 1963), división que no es distinta de la presente en los cacicazgos, por ejemplo, Tonga (ver

20
Sahlins 1976:44). Chimalpahin (1965:83, 189) asegura que dos gobernantes de Tenochtitlan de principios
del siglo XV eran asistidos por un tlacochcalcatl y un tlacateccatl (ver también Anales de Cuauhtitlan
1945:35). Más tarde, estos títulos fueron usados para designar dos niveles de altos funcionarios que ser-
vían de jueces y capitanes de guerra en la Tenochtitlan del siglo XVI (Sahún 1956: II, 107). Pero es discu-
tible que dichos términos indiquen la presencia de una administración compleja en una fecha tan tempra-
na.
La falta de complejidad administrativa también se puede argumentar según otro fundamento. Cohen
(1978:4-5) cree que una consecuencia de la especialización funcional dentro de la administración estatal
en una reducción drástica de la frecuencia con la cual las polis se dividen en dos o más unidades de es-
tructura idéntica. Ya que las polis del valle de Méjico se dividieron con gran facilidad y bastante frecuen-
cia durante los siglos XIII y XIV (ver, por ejemplo, Chimalpahin 1965:177-178; Guzmán 1938:92) se
puede inferir que dichas polis semejaban más un cacicazgo que un estado en términos de especialización
administrativa.
3
Aunque Jonson (1973:3) define al estado como “una organización de toma de decisiones que tiene como
mínimo tres niveles jerárquicos”, su discusión y su clasificación final de Hawai indica que considera los
tres niveles jerárquicos necesarios pero no excluyentes como condición para considerarlos estados
(Ibíd.:7-8, 11).

REFERENCIAS CITADAS

Adams, Robert McC 1960. Early Civilizations, Subsistence, and Environment. In City
Invisible. D. Kraeling and R. Adams, eds. pp. 260-295. Chicago: Oriental Institute.
------------------------- 1966. The Evolution of Urban Society: Early Mesopotamia and
Prehispanic Mexico. Chicago: Aldine
Anales de Cuauhtitlan 1945. Anales de Cuauhtitlan. In Códice Chimalpopoca, pp. 1-
118. Primo Feliciano Velásquez, trans. México: Univesidad Nacional Autónoma de
México. Instituto de Investigaciones Históricas, Primera Serie Prehispánica, nº 1.
Anales de Tlatelolco 1948. Anales de Tlatelolco. H. Berlin and R. Barlow, eds. México:
José Porrúa e Hijos. Fuentes para la Historia de México: nº 2.
Armillas, Pedro 1964. Northern Mesoamerica. In Prehistoric Man in the New World. J.
D. Jennings and E. Norbeck, eds. pp. 291-329. Chicago: University og Chicago
Press.
Athens, J. Stephen 1977. Theory Building and the Study of Evolutionary Process in
Complex Societies. In For Theory Building in Archaeology. L. Binford, ed. pp.
353-384. New York: Academia Press.
Barlow, Robert H. 1949. The Extent of the Empire of the Culhua Mexica. Berkeley:
University of California Press. Ibero-Americana, Nº 28
Berdan, Frances M. F. 1975. Trade, Tribute and Market in the Aztec Empire. Ph.D. Dis-
sertation, Anthropology Deparment, The University of Texas.
Brumfield, Elizabeth M. 1976a. Regional Growth in the Eastern Valley of Mexico: A
test of the “Population Pressure” Hipótesis. In The Early Mesoamerican Village. K.
Flannery, ed. pp. 234-249. New Cork: Academia Press
----------------------------- 1976b. Ecological Theories of the Origin of the State: A Cri-
tique and a Posible Alternative. Paper presented at the 75th Annual Meeting of the
American Anthropological Association. Washington D.C.
------------------------------ 1980. Specialization Market Exchange and the Aztec State:
A View from Huexotla. Current Anthropology 21: 459-478.
Burling, Robbins 1974. The Pasaje of Power: Studies in Political Sucesión. New Cork:
Academia Press.
Calnek, Edward E. 1975. Organización de los sistemas de abastecimiento urbano de
alimentos: El caso de Tenochtitlan. En Las Ciudades de América Latina y sus

21
Areas de Influencia a través de la Historia. J. Hardoy and R. Schaedel, eds. pp. 41-
60. Buenos Aires: Ediciones A.J.A.P.
------------------------ 1978. The City-State in the Basin of Mexico: Late Pre-Hispanic
Period. In Urbanization in the Americans from its Beginnings to the Present. R.P.
Schaedel, J. E. Hardoy, N. S. Kinzer, eds., pp. 463-470. The Hague: Mouton
Carneiro, Roberto L. 1970. A Theory of the Origin of the State. Science 169: 733-738
Carrasco, Pedro 1971. Social Organization of Ancient Mexico. In Archaeology of
Northern Mesoamerica. Part 1. G. Ekholm and I. Bernal, eds., pp. 349-375. Hand-
book of Middle American Indians, Vol. 10. R. Wauchope, gen. ed. Austin: Univer-
sity of Texas Press.
----------------------1976. Introducción. En Estratificación Social en la Mesoamérica
Prehispánica. P. Carrasco y J. Broda, eds., pp. 7-13. México: Instituto Nacional de
Antropología e Historia.
----------------------1978. La economía del México Prehispánico. En Economía Política e
Ideología en el México Prehispánico. P. Carrasco y J. Broda, eds., pp. 15-76. Mé-
xico: Editorial Nueva Imagen.
Carta de los Caciques 1870. Carta de los caciques e indios naturales de Suchimilco a Su
Majestad… (2 de Mayo de 1563). En Colección de Documentos Inéditos…de In-
dias. Vol. 13, pp. 293-301. Madrid: José M. Pérez.
Chang, Kwang-chih 1963. The Archaeology of Ancient China. New Have: Yale Univer-
sity.
Chimalpahin Quauhtlehuanitzin, Domingo Francisco de San Antón Muñón 1965. Rela-
ciones Originales de Chalco Amaquemecan. S. Rendón, trans. México: Fondo de
Cultura Económica.
Cohen, Ronald 1978. Introduction. In Origins of the State: The Anthropology of Politi-
cal Evolution. R. Cohen and E. Service, eds., pp. 1-20. Philadelphia: Institute for
the Study of Human Issues.
Conrad, Geoffrey W. 1981. Cultural Materialims, Split Inheritance, and the Expansion
of Ancient Peruvian Empires. American Antiquity 46: 3-26.
Cowgill, George 1975. On the Causes and Consequences of Ancient and Modern Popu-
lation Changes. American Anthropologist 77: 505-525.
Crónica Mexicáyotl 1949. Crónica Mexicáyotl. Adrian León, trans. México: UNAM,
Instituto de Investigaciones Históricas. Primera Serie prehispánica, nº 3.
Davies, Nigel 1980. The Toltec Heritage: From the Fall of Tula to the Rise of Tenoch-
titlan. Norman: University of Oklahoma Press.
Diakonoff, I. M. 1969. The Rise of the Despotic State in Ancient Mesopotamia. In An-
cient Mesopotamia. I. M. Diakonoff, ed., pp. 173-203. Moscow: Nauka Press.
Durán, Diego 1967. Historia de las Indias de Nueva España. A. Garibay, ed. 3 vols.
México: Editorial Purrua.
Earle, Timothy 1978. Economic and Social Organization of a Complex Chiefdom: The
Halelea District, Kauaï, Hawaii. Ann Arbor: The University of Michigan Museum
of Anthropology, Anthropological Papers, nº 63.
Eisenstadt, S. N. 1963. The Political Systems of Empires. New York: Free Press.
Engels, Frederick 1972. The Origins of the Family, Private Property, and the State. E.
Reed, ed. R. Vernon, trans. New York: Pathfinder Press.
Fallers, Lloyd A. 1956. Bantu Bureaucracy: A Century of Political Evolution Among
the Basoga of Uganda. Chicago: University of Chicago Press.
Flannery, Kent V. 1972. The Cultural Evolution of Civilizations. Annual Review of
Ecology and Systematics 3: 399-426.

22
Flannery, Kent V., ed. 1982. Maya Subsistence: Studies in Memory of Dennis E.
Puleston. New York: Academic Press.
Fortes, M. and E. E. Evans-Pritchard 1940. Introduction. In African Political Systems.
M. Fortes and E. Evans-Pritchard, eds., pp. 1.23. London: Oxford University Press.
Fried, Morton H. 1967. The Evolution of Political Society. New York: Random House.
-------------------- 1978. The State, The Chicken, and the Egg: or What Came First? In
Origins of the State: The Anthropology of Political Evolution. R. Cohen and E.
Service, eds., pp. 35-47. Philadelphia: Institute for the Study of Human Issues.
Friedman, Jonathan 1975. Tribes, States and Transformations. In Marxist Analyses and
Social Anthropology. M. Bloch, ed., pp. 161-202. New York: Wiley
Friedman, J. and M. J. Rowlands 1978. Notes Towards an Epigenetic Model of the Evo-
lution of “Civilisation.” In The Evolution of Social System. J. Friedman and M. J.
Rowlands, eds., pp. 201-276. Pittsburgh: University of Pittsburgh Press.
Gibson, Charles 1964. The Aztecs Under Spanish Rule. Stanford: University Press.
------------------- 1975. A Survey of Middle American Prose Manuscripts in the Native
Historical Tradition. In Guide to Ethnohistorical Sources. Part Four. H. Cline, ed.,
pp. 311-321. Handbook of Middle American Indians. Vol. 15, R. Wauchope, gen.
ed. Austin: University of Texas Press.
Gluckman, Max 1956. Custom and Conflict in Africa. New York: Barnes & Noble.
Goldman, Irving 1970. Ancient Polynesian Society.Chicago: University of Chicago
Press.
Goody, Jack 1966. Introduction. In Succession to High Office. J. Goody, ed., pp. 1-56.
Cambridge: Cambridge University Press. Cambridge Papers in Social Anthropolo-
gy, nº 4.
Guzmán, Eulalia 1938. Un manuscrito de la colección Boturini que trata de los antiguos
Señores de Teotihuacan. Ethnos 3: 89-103
Harrison, Meter D. and B. L. Turner II, eds. 1978. Pre-Hispanic Maya Agriculture. Al-
burquerque: University of New Mexico Press.
Helms, Mary W. 1979. Ancien Panama: Chiefs in Search of Power. Austin: University
of Texas Press.
Hicks, Frederic 1982. Tetzcoco in the Early 16th Century: the State, the City and the
Calpolli. American Ethnologist 9: 230-249.
Historia de los Mexicanos 1965. Historia de los mexicanos por sus pinturas. In Teogo-
nía e Historia de los Mexicanos. Tres Opúsculos del siglo XVI. A Garibay, ed., pp.
23-90. México: Editorial Porrua. Colección “Sepan Cuantos…”, nº 37.
Hole, Frank 1966. Investigatins the Origins of Mesopotamia Civilization. Science 153:
605-611.
Información 1957. Información sobre los Tributos que los Indios Pagaban a Moctezu-
ma: Año de 1554. F. Acholes and E. Adams, eds. México: J. Porrua e Hijos. Docu-
mentos para la Historia del México Colonial, nº 4.
Ixtlilxochitl, Fernando de Alva 1975-77. Obras Históricas. E. O’Gorman, ed. 2 vols.
México: UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas. Serie de historiadores y
cronistas de Indias, nº 4.
Jonson, Gregory A. 1973. Local Exchange and Early State Development in Southwest-
ern Iran. Ann Arbor: The University of Michigan Museum of Anthropology. An-
thropological Papers, nº 51.
Keesing, Roger M. 1976. Cultural Anthropology: A Contemporary Perspective. New
York: Holt, Rinehart & Winston.

23
Kelly, Isabel, and Angel Palerm 1952. The Tajin Totonac, Part I, History, Subsistence,
Shelter and Technology. Washington D.C.: Smithsonian Institution of Social An-
thropology Publication, nº 13.
Kottak, Conrad P. 1972. Ecological Variables in the Origin and Evolution of Africa
States: the Bugunda Example. Comparative Studies in Society and History 14: 351-
380.
---------------------- 1977. The Process of State Formation in Madagascar. American
Ethnologist 4: 136-155.
Kowalewski, Stephen A. 1980. Population Resource Balances in Period I of Oaxaca,
Mexico. American Antiquity 45: 151-165.
Kurtz, Donald V. 1978. The Legitimation of the Aztec State. In The Early State. H.J.M.
Claessen and P. Skalnik, eds., pp. 169-189. The Hague: Mouton.
Logan, Michael H., and William T. Sanders 1976. The Model. In The Valley of Mexico:
Studies in Pre-Hispanic Ecology and Society. Eric R. Wolf, ed., pp. 31-58. Albu-
querque: University of New Mexico Press.
Matheny, Ray T. 1976. Maya Lowland Hydraulic Systems. Science 193: 639-646.
Millon, René 1973. Urbanization at Teotihuacán. Mexico: the Teotihuacan Map. Aus-
tin: University of Texas Press.
O’Connor, David 1972. A Regional Population in Egypt to circa 600 B.C. In Population
Growth: Anthropological Implications. Brian Spooner, ed., pp. 78-100. Cambridge.
Mass.: MIT Press.
Offner, Jerome A. 1979. A Reassessment of the Extent and Structuring of the Empire of
Techotlalatzin. Fourteenth Century Ruler of Texcoco. Ethnohistory 26: 231-241
---------------------- 1981. On the Inapplicability of “Oriental Despotism” and the “Asiat-
ic Mode of Production” to the Aztecs of Texcoco. American Antiquity 46: 43-61.
Palerm, Angel 1973. Obras Hidráulicas Prehispánicas en el Sistema Lacustre del Valle
de México. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Palerm, Angel and Eric Wolf 1960. Ecological Potential and Cultural Development in
Mesoamerica. In Studies in Human Ecology, pp. 1-37. Washington D.C.: Pan
American Union Social Science Monographs. Vol. 3.
Parsons, Jeffrey R. 1976. The Role of Chinampa Agriculture in the Food Supply of Az-
tec Tenochtitlan. In Cultural Change and Continuity. C. Cleland, ed., pp.. 233-257.
New York: Academic Press.
Paso y Trocoso, Francisco del 1905-48. Papeles de la Nueva España. 9 vols. México:
Establecimiento tip. Sucesores de Rivadeneyra.
Rathje, William L. 1971. The Origin and Development of Lowland Classic Maya Civi-
lization. American Antiquity 36: 275-285.
Relación de Genealogía 1891. Relación de Genealogía y Linaje de los Señores…de la
Nueva España. In Nueva Colección de Documentos Para la Historia de México.
Vol. 3. J. García Icazbalcera, ed., pp. 263-281. México.
Rounds, J. 1977. The Role of the Tecuhtli in Ancient Aztec Society. Ethnohistory 24:
343-361.
------------- 1979. Lineage, Class, and Power in the Aztec State. American Ethnologist 6:
73-86.
Sahagún, Bernardino de 1956. Historia General de las Cosas de Nueva España. A. Ga-
ribay, ed. 4 vols. México: Editorial Porrua.
Sahlins, Marshall D. 1968. Tribesmen. Englewood Cliffs. N.J.: Prentice-Hall
------------------------ 1972. Stone Age Economics. Chicago: University

24
----------------------- 1976. Cultura and Practical Reason. Chicago: University of Chi-
cago Press.
Sanders, William T. 1956. The Central Mexican Symbiotic Region. In Prehistoric Set-
tlement Patterns in the New World. G. Willey, ed., pp. 115-127. New Cork: Wen-
ner-Gren Fundation for Anthropological Research. Viking Fund Publications in
Anthropology, nº 23.
------------------------- 1968. Hydraulic Agricultura, Economic Simbiosis, and the Evolu-
tion of Status in Central Mexico. In Anthropological Archaeology in the Ameritas.
B. Meggers, ed., pp. 88-107. Washington D.C.: Anthropological Society of Wash-
ington.
Sanders, William T., and Barbara J. Price 1968. Mesoamerica: The Evolution of a Civi-
lization. New Cork: Random House.
Sanders, William T., Jeffrey R. Parson, and Robert S. Stanley 1979. The Basin of Mexi-
co: Ecological Processes in the Evolution of a Civilization. New York: Academia
Press.
Santley, Robert S. 1980. Disembedded Capital Reconsidered. American Antiquity 45:
132-145.
Service, Elman R. 1975. Origins of the State and Civilization. New Cork: Norton.
---------------------- 1978. Classical and Modern Theories of the Origins of Government.
In Origins of the State. R. Cohen and E. Service, eds., pp. 21-34. Philadelphia: In-
stitute for the Study of Human Sigues.
Steward, Julian H. 1949. Cultural Causality and Law: A Trial Formulation of the De-
velopment of Early Civilizations. American Anthropologist 51: 1-27.
Tezozomoc, Hernando Alvarado 1975. Crónica Mexicana. In Crónica Mexicana-Códice
Ramírez. M Orozco y Berra, ed., pp. 223-701. México: Editorial Porrua.
Torquemada, Juan de 1969. Monarquía Indiana. 3 Vols. México: Editorial Porrua
Van Zantwijk, Rudolf 1963. Principios organizadores de los Mexica, una introducción
al estudio del sistema interno del régimen azteca. Estudios de Cultura Nahuatl 4:
187-222.
Webster, David 1975. Warfare and the Evolution of the State: A Reconsideration.
American Antiquity 40: 464-470.
Wittfogel, Karl A. 1955. Developmental Aspects of Hydraulic Societies. In Irrigation
Civilizations: A Comparative Study. J. Steward et al., eds., pp. 43-52. Washington
D.C.: Pan American Union, Social Science Monographs, nº 1.
---------------------- 1957. Oriental Despotism: A Comparative Study of Total Power.
New Haven: Yale University Press.
Wolf, Eric R. 1981. The Mills of Inequality: A Marxian Approach. In Social Inequality:
Comparative and Development Approaches. G.D. Berreman, ed., pp. 41-57. New
York: Academic Press.
Wright, Henry T. 1969. The Administration of Rural Production in an Early Mesopota-
miam Town. Ann Arbor: The University of Michigan Museum of Anthropology.
Anthropological Papers Nº 38.
------------------------ 1978. Toward an Explanation of the Origin of the State. In Origins
of the State: The Anthropology of Political Evolution. R. Cohen and E. Service,
eds., pp. 49-68. Philadelphia: Institute for Study of Human Issues.
Wright, Henry T., and Gregory A. Johnson 1975. Population, Exchange, and Early
State Formation in Southwestern Iran. American Anthropologist 77: 267-289.

25
Yoffee, Norman 1979. The Decline and Rise of Mesopotamiam Civilization: An Ethno-
archaeological Perpective on the Evolution of Social Complexity. American Antiq-
uity 44: 5-35.
Zorita, Alonso de 1963. Life and Labor in Ancient Mexico. B. Keen trans. New Bruns-
wick: Rutgers University Press.

26
27

You might also like