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ENTRE MODERNIDAD Y TRADICION HANSEN El profesor Aldo Panfichi y el profesor de historia en la

Universidad de Oregón, Carlos Aguirre, han editado el libro Lima, Siglo XX: cultura socialización y cambio,
donde muestran las diferentes caras de la ciudad que la conforman.

El libro busca proponer interpretaciones sociológicas a un período histórico específico a través de 15 ensayos
realizados por profesionales nacionales e internacionales que toman los barrios, las fiestas, el fútbol, etc.,
como punto de estudio y las interacciones sociales que ahí se realizan.

Lima es una ciudad que “está compuesta por diversas microsociedades que tienen fronteras y dinámicas
propias, están los migrantes, los diversos barrios de Lima, los conos y los habitantes transitan por ellas e
incluso conoce códigos de interacción entre los distintos lugares y los aplica”, explica el profesor Panfichi al
mencionar que sería más apropiado pensar en Lima como un archipiélago más que en un laberinto donde se
pierden sus habitantes.

Las dicotomías sociales e históricas han tenido una importante postura a lo largo del siglo XX, sin embargo,
este libro postula que estas ya serían ficticias. El profesor Aguirre menciona que los debates más comunes
era el de la figura de limeños y foráneos, tradición y modernidad, inclusión y exclusión, siendo tan solo
etiquetas simplistas. “Creemos que se debe apreciar la enorme diversidad de una ciudad como Lima, que
tiene diversos grupos sociales, manifestaciones culturales, tradiciones artísticas, etc., que no pueden ser
enfrascados en debates estériles”, agrega.

Por otro lado, el profesor Panfichi explica que las reformas neoliberales que se dan a partir de los 90’, como la
liberalización del alquiler y del mercado de tierra, transformando la ciudad y sus espacios públicos,
acompañado de medidas como el fujishock y luego de años, la estabilización económica, generaron una masa
de gente que es impulsada al sector informal de la economía o cambiando el transporte urbano,
transformando la cara de una ciudad que crecía de manera apresurada.

Por mucho tiempo, Lima ha sido el centro político, administrativo y económico del país, poder que ha ido
perdiendo con el impulso de las regiones. Es por esto que el profesor Panfichi ve que otra gran transformación
es que la ciudad ha vuelto a ver hacía el Océano Pacífico, los balnearios del sur y la Costa Verde están
teniendo un crecimiento vertical. “Lima creció horizontalmente en los años 50 y 60 con las migraciones, pero
ahora el crecimiento es hacia arriba, llegó a su límite geográfico y ya se da una necesidad de renovar
urbanamente ciertas zonas del centro metropolitano más vinculado a los centros laborales y por una
búsqueda de mayor rentabilidad del espacio urbano”, explica el sociólogo.

¿Qué es ser limeño?


Con este libro, explica el sociólogo, se desea hacer ver cuál ha sido la trayectoria de la Lima criolla que ha
tenido sus apogeos y espacios propios como sus peñas, el paseo de Amancaes, La Victoria, encontrando un
“criollismo achorado” de El Porvenir, las cuales fueron progresando hasta tener una pérdida de vigor que
empieza con Velasco y con las migraciones, que conlleva a una nueva forma de criollismo. Es por eso que ya
no se puede ver el concepto criollo por una experiencia histórica concreta basada en la Lima de antaño, sino
que ya se dan por otras experiencias históricas.

Para el profesor Aguirre, la noción de un “verdadero limeño”, es algo no existe, se deben evitar las dicotomías
de que existen quienes son los “auténticos” o los “otros”, nociones que antes eran utilizados como forma de
discriminación y resalta que últimamente la mentalidad está variando y hay una tendencia hacia la inclusión de
la diversidad. Un ejemplo de esto es que los productos andinos son más fáciles de conseguir en los
supermercados, lugares donde antes no se encontraban, o que la música andina se ha abierto un espacio
importante en la ciudad.

“Lo que pasa es que hay distintas maneras de ser limeño”, menciona el profesor Panfichi. Esto se debe a que

Lima antes era el centro histórico, político, religioso, municipal, económico, pero ahora existen diferentes

centros, por lo que no hay un limeño prototipo, “todos somos limeños porque vivimos en esta ciudad, creo que

nadie podría decir que representa al limeño clásico, es necesario olvidarnos de eso”, agrega. La seducción de

la clase obrera Un novedoso relato sobre el Estado Peruano a comienzos del


siglo XX.

El libro de Paulo Drinot historia las practicas del Estado peruano para
administrar y controlar a la clase obrera en las décadas de los 20 y los 30.
Drinot nos advierte dos singularidades de esta narración. Por un lado, la
clase obrera nunca fue ni extensa ni peligrosa en el Perú, ni hubo una
industrialización generalizada, así que tales prácticas provinieron no de
querer normar la realidad sino de la seducción, tanto para las elites como
los trabajadores, de un país obrero, en tanto modelo de progreso social y
civilización. Por otro lado, tales prácticas querían figurar y moldear al
sujeto obrero como distinto de lo indio, o, dicho de otro modo, se trataba
de procedimientos de racialización; es decir, obligaban a quien fuese
obrero e indio a desvincularse de lo indio, del mismo modo que la Sección
del Trabajo del Ministerio de Fomento, que arbitraba las negociaciones
laborales entre el capital y el trabajo, era distinta de la Sección de Asuntos
Indígenas del mismo ministerio, desvinculada de la gestión estatal de la
producción, es decir, de la industria y de la civilización.

La seducción de la clase obrera disputa, pues, la narrativa histórica


tradicional de los años 20 y 30 en el Perú. Hasta la fecha era un lugar
común decir que la política obrera del Estado peruano únicamente se
promovió con reacción a las movilizaciones obreras y a sus
reclamos, dinamizados por el activismo del APRA y del Partido Socialista
(luego Partido Comunista). En cambio, Drinot argumenta y prueba
abundantemente, que, por contrario, la idea de gubernamentalizar y
disciplinar a la clase obrera, en tanto componente clave del desarrollo
industrial y del sujeto moral civilizado, útil para la nación, pertenecía al
sentido común de la elite peruana desde inicios del siglo XX, aunque su
práctica, en los hechos, hubiera devenido ineficiente, con muchos gestos
reactivos y solo activa en pequeña escala. Para sostener la emergencia de
lo que llama el Estado obrero, Drinot rescata archivos hasta la fecha no
trabajados, la mayoría publicaciones de normativa y propaganda estatales
y artículos periodísticos de trabajadores, patrones e intelectuales
implicados en el tema del progreso social, y descubre con ellos un
novedoso repertorio de hechos que le permiten pensar de otro modo la
lógica estatal de esos años.

No obstante ello, el mayor aporte de La seducción de la clase


obrera consiste en introducir fluidamente la terminología foucaultiana en la
escritura de la historiagrafía peruana. Nociones como “gubernamentalidad”,
“disciplina”, “tecnología”, entre otras, se articulan con evidente valor como
productoras de explicaciones históricas en una escritura de la historia
nacional que, por norma general, había desconfiado de los conceptos del
pensamiento crítico, y que, cuando no se retrepaba en el puro listado de
documentación, prefería moverse hacia los terrenos cuantificables de la
economía o la estadística. Drinot logra un equilibrio virtuoso entre la
exigencia tradicional de referir una cronología sobre hechos positivamente
probados y una organización de ellos que aproveche la perspectiva sobre el
funcionamiento de Estado que Michel Foucault enseñó en sus cursos del
Collège de France.

Si bien es cierto, se puede reprochar que La seducción de la clase


obrera vuelva tales nociones categorías fijas, como en general la
historiografía peruana trata a todos sus datos (y por tanto ajenas al
dinamismo con que las producía Foucault, siempre presto a transformarlas
en la controversia y extraer de ellas conclusiones inesperadas), se entiende
que ello también sea parte del proyecto historiográfico de Drinot. Su
formulación de la historia peruana, que apuesta por introducir las
elaboraciones del pensamiento crítico foucaultiano, induce a pensar en una
apuesta por transformaciones progresivas, y no radicales, del modo de
escribir historia, puesto que irrumpe, potente, en un campo profesional
vigorosamente arraigado en una práctica historiográfica tradicional distinta.

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