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Psicóloga
Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas
(Argentina)
En las dos últimas décadas, desde finales de los '60 en Brasil, y durante los años
'70 y '80 en los demás países latinoamericanos, se ha sufrido las consecuencias del
Terrorismo de Estado, a partir de la sucesión de golpes militares y la instalación de
dictaduras sangrientas que fundamentaban su actuación en la Doctrina de la
Seguridad Nacional.
Esta nueva manera de asumir el poder por parte de los sectores hegemónicos
tiene características particulares que lo hacen diferente de otras situaciones represivas
o totalitarias anteriores. Si bien sus ejecutores han tomado como modelo otras
trágicas experiencias como el nazismo, Vietnam o Argelia, en América Latina surge el
Estado terrorista con una cuidadosa planificación de su metodología represiva de
acuerdo a las características que tenía cada población y cuál sería más efectiva en sus
objetivos de dominación a través del terror.
Su estrategia ideológica era destruir el tejido social, romper los lazos solidarios,
desmantelar todo movimiento popular de oposición a sus intereses y dominar a la
población, para lo cual su principal objetivo era la mente del hombre, allí se alojaba su
enemigo.
Analicemos brevemente los efectos en la sociedad para ver con qué tenían que
enfrentarse los psicólogos.
Decíamos que el principal objetivo era dominar la mente de sus opositores, pero
también la del conjunto, pues allí radicaba el pensamiento, el disenso, la crítica. Por
eso, la metodología represiva se orientó a generar el miedo, el silenciamiento, el
efecto siniestro, el aislamiento. Así, se desmembraba el entramado social y se inducía
la idea de que pensar era peligroso y el silencio, la soledad, el individualismo las únicas
garantías para sobrevivir.
Utilizaron todos los recursos a su alcance, desde el ejército de ocupación
destruyendo poblaciones enteras hasta la sutileza de los mensajes o propaganda por
los medios de comunicación, el conocimiento encubierto de las crueles torturas y las
muertes nunca asumidas oficialmente. Así llegaron a dominar la respuesta de la
sociedad mediante el terror en todas sus manifestaciones y se multiplicaban las miles
de personas afectadas directamente en forma traumática por estos hechos represivos.
Todo el tejido social quedaba dañado.
Fue difícil para los profesionales que intentaban este desafío de la atención a los
afectados hacerlo en soledad, ante el silencio de muchos colegas que no querían
enterarse de lo que estaba sucediendo. Y es que la eficacia del régimen en cada lugar
también alcanzó los ámbitos de la salud, cuyo sistema precario fue sufriendo
transformaciones, internalizando las estructuras coercitivas, siendo reproductores de
las formas de la violencia y el sometimiento. Para desmontar el autoritarismo había
que enfrentarse a la tarea de convertir la concepción internista del hospital, cuyo eje
era la enfermedad y el orden y propiciar estrategias de prevención, pero también de
reparación del daño padecido por toda la trama social.