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Víctor Pavía
2018
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VÍCTOR PAVÍA - PREGUNTAS – 2018
igualmente infaustas son las sombras que proyectan la reducción de espacios protegidos,
la soledad, el aislamiento y el acceso desigual a experiencias lúdicas de calidad, etc.
En pocas palabras, el derecho al juego se ve ensombrecido por situaciones de
violación directa, situaciones que implican una amenaza y situaciones que sin configurar
violación o amenaza flagrante, son de “no satisfacción plena” o, para seguir con Bustelo,
de satisfacción supeditada a los recursos disponibles que, por regla general, son siempre
escasos en este rubro. Tanto es así, que el Comité Internacional responsable de
monitorear el cumplimiento de la Convención, dejó asentado en la hoy muy difundida
Observación General Nº 17 de abril del 2003, su preocupación por la escasa atención que
los Estados miembros otorgan al Artículo 31. Ahora bien, qué pasa en el terreno de la
praxis cotidiana, qué sentido le adjudican a esa frase comprimida que adorna las paredes
quienes trabajan en esas instituciones, este interés nos deja en la puerta de la primera
pregunta que deseo compartir.
4. Anotación al margen: sobre la “forma” (de los juegos) y el “modo” (de jugar)
Desde hace años recurro a las categorías analíticas “forma” y “modo” para estudiar
manifestaciones del juego en instituciones educativas. Sumariamente diré que llamo
“forma” a la apariencia externa de una actividad lúdica, aquello que la expresa como
totalidad singular a partir de una conjunción de rasgos variables como son: el sentido o
lógica interna, la fuente de emoción, el tenor de las acciones demandadas, el carácter,
etc. En tanto estructura estructurante, el poder apuesta sus mejores fichas a
determinadas formas de juego, razón más que suficiente para romper ese dominio
planteando formas variadas de juego. Esto implica acceder con actitud crítica a juegos de
otras épocas, otras culturas, etc. Y aquí me detengo, atento a la extensión limitada de una
ponencia, no quiero ocupar espacio reiterando lo ya dicho en otras oportunidades (Pavía
2009 y 2011, por ejemplo). Prefiero hablar un poco más del “modo”, que sigue
representando el lado oculto de la luna en los programas de formación profesional en
juego.
La mayoría de los textos de psicología educacional que abordan el tema juego,
coinciden en señalar que lo importante está en la actividad pero más en la actitud ante la
misma. En esa línea, “modo” me viene como anillo al dedo para analizar más la manera
de vivir un juego, que el juego en sí, ya que desde lo estrictamente gramatical es la
categoría verbal que expresa la actitud del sujeto (en nuestro caso, el jugador o jugadora)
respecto de la acción denotada por el verbo (en nuestro caso, jugar). Esta interpretación
obliga a un apasionante ejercicio de doble hermenéutica en tanto debemos otorgarle un
sentido al sentido que las personas involucradas le otorgan al acto de jugar en una
3 Para este autor satisfactor sinérgico es aquel que por la forma que satisface una necesidad,
contribuye a la satisfacción de otras.
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situación determinada.
La utilización del término es significativa para mí desde que me interesé por las
consecuencias de un acuerdo implícito en un pregunta común entre niñas y niños de mi
región: ¿cómo jugamos: de verdad o de mentira? La consulta pone al descubierto (al
menos así lo interpreté en su momento) dos modos distintos de jugar un mismo juego.
Cuando la opción es “de mentira” (me adelanto a decir que, para mí, es el modo más
auténticamente lúdico de jugar), se agregan efectos especiales invisibles (en tanto se
activan sólo en la imaginación de cada jugadora y jugador), se simulan escenarios que
son pura apariencia, se ejerce la voz para acordar normas y negociar reglas, etc.;
apertura impensable cuando se juega “de verdad”. Salvo casos excepcionales, el pacto es
circunstancial y se mantiene vigente apenas el tiempo que dura el juego. Comparado con
la “forma” de un juego que, en líneas generales se mantiene estable, el “modo” de jugar
es más cambiante, más subjetivo y lábil, menos evidente a los ojos del observador
externo. Quizá ésa característica lo convirtió en un objeto poco interesante para la ciencia
positiva y, por carácter transitivo, menos estudiado en los programas de formación
docente en juego. Aunque esta caracterización ha sido excesivamente reducida, alcanza
para dar paso a la segunda de las preguntas prometidas.
5. Segunda pregunta ¿Cuán lúdico es el modo de jugar los juegos en “mi” escuela?
Sé que el término “lúdico” genera más de una confusión ya que se lo usa con
diferentes sentidos. Me apresuro a puntualizar que en aquí no lo utilizo como sustantivo
-sinónimo de juego- sino como adjetivo para cualificar un modo de jugar. Por consiguiente,
la pregunta cuán lúdicas son las opciones de juego, no debe ser leída como una
redundancia, en tanto explicita mi convicción (en realidad, es apenas una opinión, por
mucho que crea que he dado en el clavo) de que hay modos de jugar y que algunos
tienen poco de lúdicos (excesivamente formales, reforzadores de estereotipos, con
“dientes apretados” por las tensiones propias de un “acá se juega de verdad” y las
expectativas puestas en obtener un premio material, algo de prestigio, etc.). Si lo miro con
buenos ojos, quizá puede coincidir con los que piensan que no hay nada tremendamente
grave en ese modo de jugar. Aunque puede que sí haya algo: que devenga hegemónico,
que sedimente en las aguas institucionales y nos haga olvidar que niños, niñas,
adolescentes, jóvenes (en rigor todas las personas) tenemos derecho a disfrutar de tanto
en tanto de un modo auténticamente lúdico de jugar. De allí que me interese develar esta
incógnita: ¿cuán lúdico es el modo de jugar los juegos en “mi” escuela?
Como en la primera pregunta, el “mi” alude a una localización específica que invita
a una reflexión caso por caso. A los efectos de favorecerla, pongo en consideración
algunos indicios elementales. Si jugadores y jugadoras exhiben cierto nivel de “actuación
auténtica”, en una situación claramente “aparente” (apariencia de tiempos, de espacios,
de objetos), desplegada siguiendo un “guion imaginativo”, regulada por “reglas que se
negocian” para adaptarlas a la medida de cada jugador o jugadora según la circunstancia,
con altos niveles de “permiso” para probar, para arriesgar, para experimentar (ya que
siempre podrá decirse: ¡pero si estamos jugando!) y “confianza” en que nada perjudicial
va a pasar (mejor aún: en que lo que va a pasar en bueno ya que se trata, precisamente,
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de un juego); si, además, las expresiones de permiso y confianza son recíprocas a partir
de un sentimiento de “empatía” y “complicidad”, podemos suponer que están jugando de
un modo lúdico, o ludicamente, si el lugar del adjetivo preferimos usar el adverbio. Devita
(2014) destaca que clásicos como Huizinga y Caillois aluden explícita o implícitamente a
esos indicios, asociándolos a la sensación de gratuidad, voluntariedad, libertad,
abstracción del espacio-tiempo, etc. Todos y cada uno de esos indicios merece un análisis
detenido pero, de nuevo, dada la extensión acotada de una ponencia, le dedicaré la
segunda nota a margen sólo al que por estos días más me atrae, me refiero al “guion”.
esto es: satisfacer la necesidad de esparcimiento, evitando colocar ese derecho bajo una
nueva forma de consumismo vacuo acrítico. Eso ya es suficientemente educativo.
Intercambiar herramientas culturales para hacer algo potente y sustancio de la nada, con
nada, para nada, eso es, parafraseando a Byung-Chul Han, un lujo que podemos darnos,
orientando potencialidades en esa dirección. Discutir la utilidad del juego en estos
términos es, qué duda cabe, un hecho político; entre otras cosas, porque, parafraseando
a Freire (2008), la educación es una práctica política.
En mi opinión, resulta impostergable un análisis reversible que lleve a hacernos
preguntas sobre el juego desde la formación docente y, viceversa, sobre la formación
docente desde el juego vinculado al derecho. En muchas carreras docentes (en algunas
más, en otras menos) figura el juego como contenido; se aprenden juegos para fijar
conocimientos, para construir conocimientos nuevos, para incrementar capacidades, para
realizar diagnósticos, para evaluar desarrollos, etc. La pregunta es si se aprende también
acerca de un modo especial de jugar para satisfacer la necesidad de esparcimiento con
otros en situaciones plenas de co-presencia.4
Convertir el modo de jugar que, reitero, es circunstancial, lábil, subjetivo, en un
contenido de formación docente no es sencillo, por lo general se aprecia mejor en
espacios menos instituidos. Jugar (nuevamente estoy a punto de caer en una afirmación
arriesgada) no es una práctica social que nació en y para la educación formal, aunque
celebro que las escuelas y, sobre todo, los jardines de infantes, sean espacios -de los
pocos disponibles- donde podemos encontrarnos con otros para jugar. Viniendo como
viene del mundo de la libertad, la profanación de la realidad, la imaginación transgresora,
el uso discrecional del tiempo y el espacio (o al menos esa sensación), el proceso de
adaptación mutua ha sido arduo, la convivencia por momentos cruje y el amor por el
derecho proclamado en infinidad de afiches, acusa tensiones. Cuando la actuación es
auténtica, en situaciones claramente identificadas como aparentes, regulada por reglas
que se negocian, con altos niveles de “permiso y confianza a partir de un sentimiento de
empatía y complicidad y un buen guion que hilvana con hilo invisible retazos de una
realidad imaginaria, el juego, como “las artes” a las que hace expresa mención el Artículo
31, se mueven en esa frontera indómita que con genial sensibilidad señaló Graciela
Montes (2001), y la educación formal no sabe bien qué hacer con esa presencia
arrabalera, Está claro que hay un docente, un alumno, un conocimiento, pero la relación
es de otra clase, ni mejor ni peor, pero de otra clase; más cercana, dijimos, a la travesura
inocua, y de nuevo: la formación profesional no nos prepara para disfrutar proponiendo
travesuras.
Cierre
4 Hoy, que escenarios, juguetes, cómplices, devienen pixeles, esta categoría adquiere por el derecho
al juego nuevo sentido. Giddens (1995) la rescata de esta manera: “Las que Goffman denomina
‘condiciones plenas de copresencia’ se dan siempre que agentes ‘se sientan lo bastante cerca para ser
percibidos en todo lo que hagan, incluida su vivencia de otros, y lo bastante cerca para ser percibidos en
este sentir de ser percibidos’.”.
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Sé que en los barcos que huyen por un viscoso mar de dulce de leche, quienes
ejercen la psicología, la antropología, la sociología, la educación moral incluso, procurarán
encontrar indicios de fenómenos densos significativos. En mi caso, lo que trato de
encontrar son mejores atajos para escapar de la cuchara del panadero, para idear
situaciones que alimenten ese guion dejándome llevar por la imaginación (aún a riesgo de
que me suceda -salvando las distancias claro- algo parecido a lo que le sucedió a Laura
Devetach, cuyo libro La Torre de Cubos fue prohibido en 1979, plena dictadura, por
“exceso de imaginación” y “falta de objetivos trascendentes”, o algo así, no tengo el dato
preciso).
Quizá ese afán mío poco académico se deba a que a esta altura de los
acontecimientos, deseo menos ser experto en juego y más -coincido aquí con una
caracterización de Patricia Sarlé (2006)- un jugador experto. No me refiero a ser exitoso
resolviendo jugadas, sino en lograr que el juego ocurra, soltando amarras, explorando,
descubriendo, experimentando, las potencialidades del jugar con desfachatez y candor, ,
disfrutando del sabor de la travesura inocua, sin que esto signifique idear ofertas flojas,
in-significantes, sin reglas, ayunas de las responsabilidades.
éticas, estéticas, políticas, propias del oficio.
En procura de satisfacer ese deseo más de una vez trastabillo y siento que la
formación docente que recibí (incluyo la de posgrado) tiene una deuda con eso. De ese
vacío nacen estas preguntas. Sólo para evitar que la reiteración acrítica sedimente
propuestas lúdicas que se contradicen a sí mismas. Para que ese proceso se desarrolle
no alcanza con garantizar tiempos de juego y espacios adecuados para ello, implica
también la presencia próxima de un otro significativo que sepa jugar del modo deseado.
Esto nos coloca a las personas que aceptamos el desafío en un lugar de responsabilidad
sensible, con el compromiso social de trabajar para una experiencia de vida plena, en una
sociedad más justa y solidaria. Muchas gracias.
Bibliografía citada
• Ambrosini, C. (2007). Del monstruo al estratega. Buenos Aires: Educando.
• Bateson, G. (1985). Una teoría de los juegos y de la fantasía. En Pasos hacia una ecología de la
mente. Buenos Aires: Lohle.
• Bustelo, E. (2007). El recreo de la infancia. Buenos Aires: Siglo XXI.
• Byung-Chul Han (2017). Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Buenos Aires:
Herder
• Caillois, R. (1958). Teoría de los juegos. Barcelona: Seix Barral.
• Cesaro, R. (2011). Identidades en juego. Tesis de Maestría. Universidad Nacional de la Plata
• Cuenca Cabeza, M. (2000). Ocio humanista: dimensiones y manifestaciones del ocio en nuestra
sociedad. Bilbao: Universidad Deusto.
• David, J., Blasco, M., Machado, L. y Conde, L. (2006). Abriendo el juego. Análisis y revisión
bibliográfica de lo editado en los últimos treinta años en América Latina. Buenos Aires: Lumen
• Devita, D. (2014). Buscando “lo lúdico”: otra lectura de Huizinga y Caillois. Tesis de Maestría.
Universidad Nacional del Comahue.
• Dewey, J. (1949). El arte como experiencia. México: Fondo de Cultura Económica.
• Díaz, L. (2011) ¡Corazón de melón! Un estudio sobre la comunicación de un modo particular de jugar.
Tesis de maestría. Universidad Nacional del Comahue.
• Dumazedier, J. (1964). ¿Hacia una civilización del ocio? Barcelona. Estela.
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Universidad Deusto.
• Trilla Bernet, J. (2012). Los discursos de la educación en el tiempo libre. En Educación social: Revista
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• Vaca Escribano, M. (1995). Tratamiento pedagógico de lo corporal. Tesis Doctoral. UNED. Madrid.
• Varea, V. (2010). Explorando el juego y el jugar. Implicancias de los jugadores en dos situaciones de
juego. Tesis de Maestría. Universidad Nacional de la Plata.
• Vygotsky, L. (1991). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. México: Grijalbo.
• Waichman, P. (2008). Tiempo libre y educación, un desafío pedagógico. Madrid: Editorial CCS
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