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El terrorífico futuro del “Discapacitador


General”

La Liberté guidant le peuple. Óleo del pintor francés Eugène Delacroix.

Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más
iguales que otros. George Orwell: Rebelión en la granja.

De acuerdo con la mitología griega, tal como es recopilada por


Apolodoro en su Biblioteca, y más tarde embellecida por Ovidio, en las
Metamorfosis (VII, 438), Procusto (el “estirador”), hijo de Poseidón,
fue un villano que amputaba a todos los que se hospedaban en su casa
si su tamaño excedía la longitud de su lecho. Les cercenaba las partes
del cuerpo que sobresalían, y a los que el lecho les quedaba grande, los
estiraba hasta descoyuntarlos. Este cruel asesino terminó tomando de
su misma medicina cuando el héroe Teseo le aplicó el tormento de su
propia cama.

El psicópata mítico predicaba un perverso concepto de igualitarismo.


Por eso, la expresión “lecho de Procusto” se ha convertido en símbolo
de violenta uniformización. Tal vez la mejor puesta al día del contenido
de esa historia la constituya el breve relato de ciencia cción «Harrison
Bergeron» de Kurt Vonnegut, publicado en 1961, uno de los cuentos
más populares del autor. En esa aguda pieza literaria, Vonnegut, con
maestría, nos brinda un satírico y aterrador cuadro del futuro.

Dos igualitarismos

La Revolución francesa nos legó el gran lema democrático: libertad,


igualdad y fraternidad. Ciertamente estos conceptos nos pueden guiar
hacia una sociedad más justa, pero también pueden ser causa de
muchas injusticias si no se complementan entre sí.

Según el DRAE, el término “igualitarismo” se puede de nir como la


“tendencia política que propugna la desaparición o atenuación de las
diferencias sociales”. Este término puede ser considerado desde dos
puntos de vista. El primero es positivo, y está descrito por Karl Popper
cuando a rma: «el igualitarismo quiere que todos los ciudadanos sean
tratados imparcialmente, sin que se tenga en cuenta su nacimiento,
sus relaciones o su fortuna. En otras palabras, no reconoce ningún
privilegio como natural.» (La sociedad abierta y sus enemigos). Por
ejemplo, una beca de estudios sería un instrumento igualitario para
nivelar las oportunidades de un buen alumno pobre respecto de sus
compañeros más ricos.

Pero hay un segundo punto de vista, donde el igualitarismo toma una


connotación negativa. Es cuando la igualdad se propone bajar el listón.
Como pensaba Aristóteles, la peor forma de desigualdad es tratar de
hacer que las cosas desiguales sean iguales. Si nos mantenemos en los
ejemplos educativos, consistiría en reducir los niveles de exigencia de
los estudios de medicina para que muchos más tengan un título de
médico. ¿Qué tipo de profesional de la salud podrá salir de esa forma?

La obsesión del igualitarismo negativo es uniformar. A dicha obsesión


se le pueden atribuir el oscuro origen de la envidia y el resentimiento.
Esto empeora cuando se convierte en ideología política. El
igualitarismo se radicaliza y pasa a desconocer las diferencias, a n de
que la realidad se ajuste a un esquema de dominación preestablecido.

En resumen, el igualitarismo positivo pertenece a la categoría de los


ideales morales. Para los ideales, la política se subordina a la ética, y se
proyecta sobre un futuro incierto. Mientras que el igualitarismo
negativo pertenece a las ideologías políticas. En este caso, la ética se
subordina a los intereses políticos, lo que supone que el futuro debe ser
colonizado por una forma de sometimiento.

La distopía igualitarista

Vonnegut nos cuenta que, para el año 2081, todos serán nalmente
iguales en los Estados Unidos de Norteamérica. No serán solo iguales
ante Dios y la ley. Serán iguales en todos los sentidos. Nadie será más
listo que nadie. Nadie será mejor que nadie. Nadie será más fuerte o
más rápido que nadie. Toda esta igualdad se deberá a las Enmiendas
211, 212 y 213 de la Constitución, y se llevará a cabo por medio de la
vigilancia incesante de los agentes del Discapacitador General de los
Estados Unidos.

¿Qué es el Discapacitador General? Es la agencia del gobierno


encargada de neutralizar cualquier bien congénito y, por consiguiente,
inmerecido. Para ilustrar todo esto, el relato comienza en la sala de
estar de George y Hazel Bergeron, los padres de Harrison, el
protagonista, quienes están embobados viendo un programa de
televisión. De esta forma, el autor nos hace presenciar la existencia
mundana de una pareja perfectamente promedio.

George es naturalmente más inteligente y más fuerte que la mayoría,


por lo que el Discapacitador General le ha colgado al cuello un lastre
más pesado, además de un implante de oreja para producir más ruidos
perturbadores en el momento que George piensa mucho. Cuanto más
profunda la actividad mental, más fuerte es el chirrido. De esta
manera, George no puede usar su inteligencia para razonar o pensar.

Luego, Vonnegut orienta nuestra atención hacia el programa de


televisión que ve la familia. Ahí vemos que los locutores también han
de llevar en el oído el mismo implante para impedir que utilicen su
cerebro a toda capacidad. Por otra parte, se selecciona a los locutores
por sus di cultades para hablar. A las bailarinas se les cuelgan bolsas
de perdigones, para que nadie pueda sentirse inferior ante sus gráciles
movimientos. Del mismo modo, se les cubre las caras con máscaras
para que nadie se acompleje por su belleza.

De esta manera, Vonnegut nos coloca frente a la terrorí ca


tranquilidad de este ‘mundo feliz’, la cual será conmovida por
Harrison, quien es un adolescente superdotado al que se le obliga a
llevar, además de auriculares, unos gruesos lentes que le di cultan la
visión, ciento treinta y seis kilogramos de chatarra metálica atada a los
hombros y unas fundas negras en los dientes para afearlos.

Meses atrás, Harrison Bergeron había sido encarcelado por oponerse a


las restricciones de su individualidad y talento. La acción comienza
cuando ha logrado escapar y se apodera del estudio de televisión.
Frente a las cámaras y la audiencia nacional, se quita todos los
impedimentos. Entonces muestra su belleza clásica. En este acto de
desacato, logra que le acompañe una de las bailarinas de la televisión,
quien también resulta ser una hermosa mujer cuando se despoja de sus
lastres y su máscara. Ambos llevan a cabo una sorprendente ejecución
de danza, en la que parecen levitar. Es un espectáculo sublime, que se
ve interrumpido cuando la directora del Discapacitador General en
persona les dispara y deja sus cuerpos sin vida.

El asesinato de los jóvenes artistas no es lo más trágico, sino la


inutilidad de su gesto heroico. A causa de los sistemas de manipulación
mental, el público no pudo apreciar lo sucedido en toda su magnitud. A
los mismos padres de Harrison se les ha saboteado psicológicamente
para que no puedan reconocer la muerte de su hijo y expresar su dolor.
La sublevación de Harrison tan solo fue un incidente fugaz que pasa
desapercibido.

Uniformidad vs. democracia

No es extraño que el igualitarismo negativo se termine poniendo al


servicio de alguna ideología autoritaria. El ejemplo más paradigmático
es el comunismo, pues ofrece absoluta igualdad, pero a costa de una
diferencia absoluta entre los gobernantes y los gobernados. Los cerdos
de la Rebelión en la granja de Orwell no están sometidos a las
restricciones de los otros miembros de la comunidad.

Los diseñadores de estas utopías, que terminan convertidas en


distopías, maquiavélicamente niegan nuestro más grande tesoro,
nuestra singularidad: las desigualdades de inteligencia y de
capacidades de todo tipo son y seguirán siendo inherentes a nuestra
naturaleza. Por eso Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, distinguía las
dos formas de la justicia. Una es la justicia conmutativa, donde se
puede intercambiar valores similares, por ejemplo, tantos años de
prisión por un robo; muchos más años por un asesinato. Otra es la
justicia distributiva, encargada de establecer diferencias de acuerdo al
mérito. Mayor honor a quien más destaque en las artes o las ciencias o
los deportes. Por ejemplo, en una competencia deportiva no se le da
medallas a los que llega de último.

De la aplicación correcta de la justicia distributiva proviene el término


‘meritocracia’. Aunque el concepto es tan viejo como Confucio o
Platón, el término se supone es tan reciente como el libro Rise of the
meritocracy, de Michael Young (1958). El ideal meritocrático sostiene
que las posiciones jerárquicas deben ser asignadas según la valía
individual y no según la clase social, la riqueza o las relaciones
familiares o políticas. Por eso, someter la meritocracia al lecho de
Procusto es una gran injusticia contra la igualdad democrática.

Las ideologías uniformadoras niegan la terca evidencia de nuestras


diferencias. Pretenden sacri car la originalidad de nuestra
personalidad, y por tanto nuestra libertad, ante el altar de la disciplina,
la uniformidad y la homogeneidad disfuncional. Para lograr ese
objetivo nos imponen una neolengua y un pensamiento único, para así
establecer el reino de la mediocridad.

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