Con la llegada del fútbol a nuestro país, la sociedad fue sufriendo cambios cada
vez más bruscos.
Desde su llegada hasta su popularización, fue imponiéndose en la sociedad a una velocidad descomunal, imponiéndose en instituciones tales como la militar, la Iglesia, y hasta los grupos de izquierda. Para 1905, una gran masa de jóvenes tuvo que ceder a la práctica del servicio militar, y varios de ellos jugaban al fútbol. (Frydeberg, 2013, p.107). Había una tensión palpable entre las ligas y la prensa, y los militares. Esta tenía como núcleo la petición de los primeros sobre los segundos por dejar que aquellos jóvenes que jugaban al fútbol puedan asistir al partido de los fines de semana. La presión fue tal que no solo fueron permitiendo la participación de los muchachos en el fin de semana, sino que para 1912, en la ciudad de Paraná, se creó un equipo completo de soldados conscriptos. Los militares pasaron del rechazo a la legitimación de tal deporte, argumentando que sus valores tenían un vínculo con la vida militar: se llamaba “enemigo” al adversario, y se valoraba la defensa de los colores por sobre todas las cosas hasta el final, tal como la custodia de la patria lo requería. (Frydeberg, 2013, p.107). La misma situación ocurrió en la iglesia católica argentina, que, para principios del siglo XX, el fútbol estaba en casi todos los colegios salesianos del país. (Frydeberg, 2013, p.108). Quizás lo más interesante sea la inserción del fútbol en los sectores de izquierda. Ciertamente fue un caso paradigmático: para las primeras décadas del siglo XX, los anarquistas lo consideraban una práctica burguesa y promovían la distancia de esta. Veían a este deporte como un peligro en la evolución a la consciencia de clase, ya que caer en este era sinónimo de caer en las garras de la cultura dominante. (Frydeberg, 2013, p.111). Vale decir que no todos pensaban de esta forma: Eric Hobsbawm, historiador británico, creía que el fútbol fue un elemento que incidió en la consciencia de clase al aportar la formación de una identidad propia. Nuestro pensamiento coincide con él. (Frydeberg, 2013, p.111). A pesar de lo que aquí se creía, muchos jóvenes de las líneas anarquistas y socialistas participaban en las ligas independientes y en la liga oficial. Fue tal la “futbolización” que para los años veinte la Organización de la Juventud del Partido Comunista (FJC) llevó a cabo la Federación Deportiva Obrera (FDO). Esta federación, ¡funcionaba como organizadora de torneos de fútbol! E integraba a una veintena de clubes. (Frydeberg, 2013, p.112). Como habíamos mencionado en la introducción, este deporte llego a manos de las colonias inglesas en las últimas décadas del siglo XIX. A medida se acercaba el nuevo siglo, este se fue popularizando entre los jóvenes de los sectores populares, en su mayoría hijos de inmigrantes, los cuales fueron creando sus propias instituciones que se fueron diferenciando cada vez más, en valores y la práctica, del fútbol inglés. (Frydeberg, 2013). Esta populación no pudo haber sido sino fuese por la vivienda típica de aquel entonces, el conventillo, en donde tanto el artesano como el empleado estatal, o el pequeño propietario, el obrero, el vendedor ambulante; convivían el día a día, formando un conjunto heterogéneo y constituyendo a los sectores populares. (Frydeberg, 2013, p.29). En esta época, el crecimiento demográfico llego a duplicarse por la llegada de los extranjeros, los cuales llegaron a representar el 50% de la población total entre 1900 y 1915, asentándose en el centro de la ciudad, pero por sobre todo en las periferias de esta, debido a que los tranvías pasaron de ser traccionados de sangra a electricidad. Esto posibilitó la posibilidad de la casa propia al haber más terreno, las cuales poco a poco fueron desplazando a los conventillos. (Frydeberg, 2013, p.29). Esta rápida urbanización fue conformando una gran “urbe cosmopolita”, y es así como entonces la sociedad de ese momento quedó dividida en tres: unas pocas colonias inglesas, los sectores populares y la élite local, la cual dirigía al gobierno y el Estado Nacional, siendo este el grupo dominante. (Frydeberg, 2013, p.30). Tanto la élite criolla como las colonias inglesas le daban un carácter de exclusividad al formar parte de este deporte, en especial en el caso de las segundas: las cuotas eran altas, el socio debía ser presentado por varios padrinos y las mujeres no podían asociarse. En la liga oficial creada en 1891 y puesta en práctica en 1893, la gran mayoría de los equipos eran ingleses. Para poder ingresar se debía contar con una cancha en regla; instalaciones higiénicas; duchas; escalones que servirían como tribunas; y poder practicar el tercer tiempo, aquel en donde te juntabas a tomar el té con el rival. (Frydeberg, 2013). Es así como los sectores populares fueron excluidos salvajemente del protoespectáculo que se desarrollaba, al no contar con el dinero necesario para cumplir con tales requisitos. Y es así como decidieron no quedarse atrás y empezar a formar sus propias ligas independientes, en donde lo único que se les exigía a aquellos que deseasen formar parte, era el pago de ingreso, tener nombre, sello, colores distintivos y código postal en donde recibir los correos. Estos equipos-clubes se difundieron en gran medida a lo largo del primer decenio del siglo XX, los cuales apuntaban a poder entrar en la liga oficial, a lo cual se les agregaba en los requisitos previos, formar parte de estas ligas independientes. (Frydeberg, 2013, p.46). Creemos importantes estos puntos, porque los clubes-equipos que se fueron desarrollando efectivamente buscaban poder llegar a formar parte de la liga oficial, y esto viene de la mano con la exclusividad que esta regía. Para lograr esto, los clubes fueron desarrollando valores y conductas distintas de lo que empezó siendo este deporte, -tales como el fair play y la figura del sportsman- y se empezó a valorar más un resultado positivo que el cumplimiento de las normas. (Frydeberg, 2013). Aquellos jóvenes aún no eran capaces de ver que ya eran un número significante como para poder conformar su propia liga: para 1904, se llegaron a contabilizar 400 equipos y alrededor de 6.000 foot-ballers. (Frydeberg, 2013, p.47). Fue así como la violencia empezó a tener injerencia en el fútbol. No fue solo por parte de las hinchadas, como se dice en el dicho popular, sino que fue también por parte de dirigentes y jugadores, que en la búsqueda por ganar los matches podían hacer cualquier cosa. Las rivalidades pasaron a ser enemistades, el fútbol como espacio de “reuniones sociales y de camaradería”, de “reuniones amistosas”, paso a ser el escenario de auténticas batallas. (Frydeberg, 2013, p.40). En los matches se disputaba el honor de los clubes, su hombría, la posición de la guapeza -entendida como aquellos que soportaban los resultados adversos-, quién es el más fuerte, su identidad. Los equipos-clubes solían defender su barrio, su lugar de residencia. Es así como perder implicaba el despojo de todo aquello que se defendía, la sensación en algunos casos podía compararse con la muerte. (Frydeberg, 2013, p.84). Para cerrar con este punto, diremos que el deseo de los jóvenes por formar parte de la liga oficial, a la que podemos llamar como la élite del fútbol, y la exclusividad que esta proponía; más la puesta en escena de valores desasociados al sportivismo, tales como el honor y la guapeza; fueron los causales por el cual el fútbol se fue consumiendo en un juego en el que todo vale por alcanzar la victoria, la cual provocará que el equipo que gane realce su bandera, culminando este acto en un número mayor de personas -fanáticos- que quieran formar parte de este, engrandeciéndose en número y teniendo cada vez más autoridad para poder cobrar una cuota, la cual derivaría en dinero para el club para poder formar parte de la “élite del fútbol”, siendo su exclusividad la causal primaria de toda esta violencia. (Frydeberg, 2013). Por la tensión que se generará luego entre los clubes nacidos en el corazón de los barrios populares y los clubes miembros de la elite y las colonias inglesas, es que se derivara la división de la liga oficial el día 14 de junio de 1912, debido a que los segundos se resistían a una nueva exclusividad que los primeros proponían: cobrar entradas a los partidos. (Frydeberg, 2013, p.113). Hemos visto cómo los equipos-clubes nacidos en el seno de los barrios populares, fueron luchando por sus derechos al punto de lograr adueñarse del espectáculo futbolístico. Con el pasar de los años, llegaron a ser los mejores tanto en número de socios como en grandeza -entendida esta como la lucha por la cantidad de títulos, amateurs primero y profesionales después-, desplazando a la clase dominante. Ya ubicados en contexto, y con el fin de poder llevar este trabajo de la mejor forma, nos pondremos bajo la lupa del pensamiento Weberiano para explicar el momento en que las masas tomaron el rol protagónico y, junto con él, dejaron su voluntad a merced de las grandes instituciones que en aquel momento se mostraban como rectoras del juego. Para los años veinte, muchas de las Instituciones nacidas como clubes-equipos pasaron a ser instituciones con miles de socios. A manera de ratificación pondremos algunos ejemplos: Para 1915, River llegaba a los 700 socios. Para 1923, el equipo de Núñez superaba los 5.000 y para fines de esta década llegaba a los 15.000 socios. Los demás equipos no se diferenciaban mucho de esta realidad: Boca con 8.500, San Loreno con 15.000, Independiente con 4.500, etc. (Frydeberg, 2013, p.164). En parte, se le puede atribuir este crecimiento masivo al periodo de prosperidad y bonanza económica, y la aparición del contexto ritual de los clubes, que brindaban a los partidos un auténtico espectáculo. Sin embargo, se debe reconocer que, si no fuese por las políticas de los clubes destinadas exclusivamente a atraer hinchas, esto no hubiese sucedido. (Frydeberg, 2013, p.166). ¿Por qué los clubes buscaban la afiliación de las personas a sus clubes? En base a los tipos ideales del sociólogo alemán, encontramos que tal acción social corresponde al tipo ideal racional con arreglo a fines: los clubes necesitaban solventar sus gastos de alguna forma -tales como el mercado de jugadores, la construcción de nuevas instalaciones, el ingreso a los torneos-: mientras más afiliados tenía la institución, más dinero le entraba al club. (Frydeberg, 2013). Ahora bien, recordemos que los hinchas se tornaban ahora en el centro del espectáculo. Eran los actores del drama del partido, y tomaban un rol activo en el mismo, tratando de incidir en el desempeño de los jugadores, ya sea alentando a los propios, o intimidando tanto al equipo rival como a los árbitros. (Frydeberg, 2013, p.60). Pero, ¿Cuál era la causa de tal actitud? Nuevamente nos volvemos a Webber para buscar una respuesta, y esta se encuentra en el tipo ideal no racional guiado por las emociones: tanto el hincha como los jugadores ponían sobre la mesa su honor en cada partido, y para defenderlo eran capaces de cualquier cosa, perdiendo todo tipo de racionalidad en el acto. (Frydeberg, 2013). Es así como la pasión del hincha se volvió la causa primera del descontrol y la irracionalidad, se la entendía a fines del siglo XIX como “un adormecimiento del espíritu y la razón”, asociándola al desenfreno, la violencia hacia las reglas y los demás actores. (Frydeberg, 2013, p.239). Varios sociólogos dirimen en esta cuestión, y apuntan a la ignorancia del hincha como catalizador de la violencia. (Frydeberg, 2013). Muchos datos constatan que el público muchas veces no conocía las reglas del juego, logrando que su interpretación de lo que es justo o no, no sea la correcta, causando en el sujeto una reacción irracional en la búsqueda de lograr su propio ideario de justicia. (Frydeberg, 2013, p.224). La ignorancia del público, a veces jugaba a favor de los jugadores, y a veces en contra. Un caso modelo en donde el jugador se vio favorecido por tal ignorancia, es el caso de José Della Torre, defensor de Racing en 1929, el cuál en una entrevista al diario La Cancha, al ser repreguntado sobre su apreciación sobre el público, al que había juzgado de “malo”, respondió: “¿Malo? No… Peor… más que malo, ignorante de lo que pretende juzgar. El 80% del público, por lo menos, no sabe nada del fútbol. Les puedo proporcionar este dato: jugando un interprovincial, integrando yo el equipo de Provincia contra Chaco, el público me aclamó como un Dios, porque yo me lo propuse, haciendo acrobacia, en vez de jugar a conciencia. […] Pero yo me había propuesto reírme interiormente de la ingenuidad del público y, como el partido “daba” para ello, los obligué a aplaudirme, cuando debían haberme silbado… Ese es el público que se las da de entendido y sabihondo… Y su ignorancia, como les digo, corre por pareja de su maldad.” (Frydeberg, 2013, p.207). Sin embargo, no faltan las notas que demuestran como la falta de conocimiento hacia las reglas derivaban en creencias como las que entendían al hincha como responsables de la justicia en el juego, cuando ésta “no se cumplía” por la mediación del árbitro. Algunos también atribuyen este tipo de comportamiento al hecho de que los hinchas no solo conocían las reglas del juego, sino que creaban su propio criterio a cerca de lo que era o no justo. (Frydeberg, 2013). Para clarificar este punto citaremos al diario Crítica el día 16 de mayo de 1925, donde ante un partido en donde se enfrentaban Newell´s y Rosario Central, una rivalidad clásica, comentaba que no se lograba encontrar ningún árbitro dispuesto a “soportar las furias del público entusiasmado hasta el fanatismo”. (Frydeberg, 2013, p.235). Los hinchas estaban convencidos de que los resultados deportivos no provenían exclusivamente de lo que sucedía dentro del campo de juego, de modo que la invasión de cancha era muy habitual. (Frydeberg, 2013). Ahora bien, lo nombrado anteriormente casi siempre sucedía en fervor del equipo que se encontraba en condiciones de localía. Con la asentación de los clubes en un territorio determinado, esto ya había de ser un hecho social: cuando un equipo jugaba de local, se sabía de antemano que este iba a intentar torcer el partido a favor del mismo. Pruebas de esto hay muchas, como la anterior nombrada en el clásico rosarino. También podemos tomar un relato por La Cancha en noviembre de 1928, en un partido entre Argentinos del Sur y Argentinos de Banfield: “Empieza el baile, primer fallo del referee en contra de Argentinos del Sur. Silbatina y amenaza. Se vislumbra una daga manejada por un cabecilla de los hinchas locales. El juez mira de reojo y busca un agente de policía con la mirada. Hace seguir el juego. Dentro del campo varios forajidos se la están jurando con los dedos en cruz. Como si esto fuera poco, los propios jugadores le dicen a media voz, advertencias que demuestran que el partido “debe” ganarlo el equipo local”. Cuando el árbitro pidió más seguridad, uno de los dirigentes le responde: “No tengas miedo, usted está seguro… mientras que no haga “macanas” no pasa nada.” (Frydeberg, 2013, p.232). Si bien las excepciones de partidos jugados en paz existen, escasean. Era un hecho que los partidos disputados iban a tener connotaciones de violencia y manipulación. (Frydeberg, 2013, p.84). No faltan relatos que cuentan como los referees debían irse del estadio disfrazados para no sufrir agresiones. Ni como los hinchas del equipo visitante debían esperar en el vestuario hasta altas horas de la noche para no tener que lidiar con ningún acto de violencia ejercida por el público local. (Frydeberg, 2013, p.235).