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4. Sólo una persona dura o mala cuenta con o piensa en la muerte del otro.
Personas más sensibles y más buenas, como todos nosotros, se resisten a
estos pensamientos, especialmente cuando la muerte del otro podría
proporcionarnos una ventaja en cuanto a nuestra libertad, posición o riqueza.
6. Esta relación nuestra con la muerte tiene, empero, una fuerte repercusión
en nuestra vida. La vida se empobrece, pierde su interés. Nuestros lazos
afectivos, la insoportable intensidad de nuestro dolor, nos vuelven cobardes,
hacen que prefiramos evitar los peligros que nos amenazan a nosotros y a los
nuestros. No nos atrevemos a considerar la realización de una serie de
empresas que en el fondo serían imprescindibles, como los intentos de volar,
los viajes de descubrimientos a países lejanos, los experimentos con
sustancias explosivas. Nos paraliza la idea de quién sustituirá el hijo a la
madre, el marido a la esposa, el padre a los hijos si se produce un accidente
y, sin embargo, todas estas empresas son necesarias. Ustedes conocen el
lema de la Hansa: navigare necessere est, vivere non necesse (navegar es
necesario, pero vivir no). Consideren en cambio lo que cuenta una de
nuestras anécdotas judías tan característica: cómo un hijo se cae de una
escalera, yace inconsciente en el suelo y la madre se va corriendo a casa del
rabino para pedir consejo y ayuda. Dígame, pregunta el rabino, cómo ha
sucedido que un niño judío se suba a una escalera?
7.Lo que quiero decir es que la vida pierde en contenido e interés cuando la
apuesta máxima, precisamente la vida misma, está excluida de sus luchas.
Se vuelve tan vacía e insípida como un flirt americano, en el que desde el
primer momento está claro que no debe pasar nada, al contrario de una
relación amorosa continental, en la que la pareja debe pensar siempre en el
posible peligro. Sentimos la necesidad de compensar este empobrecimiento
de la vida y por ello nos interesamos por el mundo de la ficción, de la
literatura y del teatro. En el escenario aún encontramos personas que saben
morir y que incluso aún pueden matar a otros.
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9. Aquí habría que hacer una división en dos grupos, separando a aquellos
que están, ellos mismos, en la guerra, arriesgando su propia vida, de los
otros que se quedaron en casa y que sólo tienen la perspectiva de que la
muerte se lleve a los suyos por heridas, infecciones y enfermedades. Sin
duda sería muy interesante si pudiésemos estudiar cuáles son las
modificaciones anímicas que lleva consigo la entrega de la propia vida en las
batallas. Pero no sé nada de ello; pertenezco, como todos ustedes, al
segundo grupo, a aquellos que se quedaron en casa y que sienten el temor
por sus seres queridos.
13. Permítanme que observe que la doctrina del pecado original no es una
innovación cristiana sino una parte de la creencia prehistórica que se
perpetuó a lo largo de casi todos los tiempos en corrientes religiosas
subterráneas. El judaísmo dejó cuidadosamente de lado estos recuerdos
oscuros de la humanidad y tal vez fue por eso que se descalificó como
religion universal.
15. Los filósofos han sostenido que el enigma intelectual que la imagen de la
muerte significó para el hombre primitivo lo haya obligado a la reflexión y que
de este modo se haya convertido en el comienzo de toda especulación.
Quisiera corregir este postulado y restringirlo. Lo que desencadenó la
investigación del hombre no fue el enigma intelectual ni tampoco todos los
casos de muerte, sino que fue el conflicto de los sentimientos al producirse la
muerte de seres queridos que también eran personas extrañas y odiadas.De
este conflicto de los sentimientos surgió primero la psicología. El hombre
primitivo no pudo seguir negando la muerte, ya que la había experimentado
parcialmente por medio de su dolor, pero sin embargo no quiso reconocerla
porque no pudo pensarse a si mismo como muerto. Así se metió en
compromisos, admitió la muerte pero negó que fuese la aniquilación de la
vida como la había pensado para sus enemigos. Junto al cadáver de la
persona querida inventó los espíritus, pensó en el desdoblamiento del
individuo en un cuerpo y un alma, u originariamente en varias almas. Con la
conmemoración de los difuntos se creó la idea de otras formas de existencia,
para las que la muerte sólo era el comienzo, la idea de una continuación de la
vida después de una muerte aparente. En un principio, estas existencias
ulteriores sólo fueron apéndices de aquella que la muerte terminó, apéndices
como sombras vacías de contenido y menospreciados que aún tenían el
carácter de soluciones precarias. Permítanme que les cite las palabras con
las que nuestro gran poeta Heinrich Heine –por cierto, en plena concordancia
con el viejo Homero – hace expresar al Aquiles muerto su menosprecio por la
existencia despues de la muerte.
16. Sólo más adelante, las religiones lograron convertir esta existencia
póstuma en la más apreciada y la plenamente válida, devaluando así la vida
terminada con la muerte a una mera preparación. Por tanto, no fue más que
coherente el prolongar la vida también al pasado, inventando las existencias
anteriores, los renacimientos, la reencarnación y transmigración de las almas,
todo ello con la intención de privar a la muerte de su significado de
eliminación de la vida. Es muy significativo que nuestras Sagradas Escrituras
no hayan tenido en cuenta esta necesidad del hombre de una garantía de la
continuidad de la existencia. Al contrario, en una ocasión leemos: «Sólo los
vivos alaban a Dios». Supongo, y ustedes seguramente saben más sobre
esto, que la religión popular judía y la literatura que sigue a las Sagradas
Escrituras tienen una posición distinta frente a la doctrina de la inmortalidad.
Pero quisiera incluir también este punto en los agentes que hicieron imposible
que la religión judía sustituyera a las otras religiones antiguas después de la
decadencia de éstas.
24. Puedo decirles esto con toda la tranquilidad porque sé que en todo caso
no se lo creerán. Ustedes creen más en su conciencia que rechaza tales
posibilidades como difamaciones. Pero no puedo privarme de recordarles que
hubo poetas y pensadores que no sabían nada del psicoanálisis y que sin
embargo sostenían cosas parecidas. Sólo un ejemplo. J. J. Rousseau se
interrumpe en un punto de su obra en una reflexión para dirigir una extraña
pregunta a sus lectores. «Supongan –dice– que en Pekín existe un mandarín
–Pekín estaba entonces mucho más lejos de París que hoy– cuya muerte les
podría traer grandes ventajas y ustedes pudiesen matarlo sin abandonar
París, por medio de un mero acto de voluntad, naturalmente sin que existiese
la posibilidad de que se descubriera su cometido. ¿Están seguros de que no
lo cometerían?». Bueno, yo no dudo de que muchos entre los estimados
hermanos aquí presentes tendrían el derecho de asegurar que no lo harían.
Pero en general, yo no quisiera ser ese mandarín, creo que ninguna
compañía de seguros de vida lo aceptaría como cliente (6)
25. La misma verdad incómoda se la podría exponer en una forma que les
puede causar incluso placer. Sé que todos ustedes gustan de escuchar
chistes y supongo que no han reflexionado demasiado sobre el problema del
origen del agrado que estos chistes producen. Hay un género de chistes que
se llaman cínicos; no son los peores ni los más sosos. Puedo decirles que lo
que forma parte del secreto de estos chistes es el disfrazar una verdad
escondida o negada, que en sí misma sería ofensiva, de tal manera que
incluso nos puede deleitar. Por medio de ciertos dispositivos formales,
ustedes se ven forzados a reír; su juicio queda desarmado y así, la verdad
que de otro modo hubiesen condenado, se infiltra de contrabando delante de
sus ojos. Por ejemplo, conocerán la historia de aquél hombre al que se le
entrega una esquela fúnebre en una reunión social y él se la mete en el
bolsillo sin leerla. «¿No prefiere averiguar quién se ha muerto?» le pregunta
alguien. «No hace falta, contesta,no tengo preferencias». O la historia de
aquel marido que en relación a su mujer dice: «Cuando uno de nosotros se
muera, yo me iré a vivir a París».
Estos chistes cínicos no serían posibles si no pudieran comunicar una verdad
negada. En broma, como se sabe, se puede decir incluso la verdad.
27. No quiero pintarles más en detalle este aspecto del cuadro. Seguramente
se horrorizarán, pero sin razón. La naturaleza, una vez más, ha dispuesto las
cosas mucho más hábilmente de lo que nosotros lo podríamos hacer. Es
seguro que no se nos hubiese ocurrido que pueda tener una ventaja el
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acoplar entre ellos el amor y el odio de esta manera. Pero, ya que la
naturaleza trabaja con este par de contrarios, nos obliga a mantener
despierto el amor y a renovarlo para protegerlo así del odio que detrás de él
está al acecho. Se puede decir que el desarrollo más bello de la vida
amorosa lo debemos a la reacción contra la espina de las ganas de matar
que sentimos en el pecho.
29.Y ahora examinemos otra vez lo que hace la guerra con nosotros. Nos
quita los sedimentos culturales posteriores y deja que vuelva a aflorar el
hombre primitivo en nosotros. Nos obliga nuevamente a ser héroes que no
quieren creer en la propia muerte, nos designa a los extraños como enemigos
cuya muerte hay que procurar o desear, nos aconseja superar el dolor por la
muerte de personas amadas. Así convierte en insostenibles todas nuestras
convenciones culturales sobre la muerte. Pero la guerra no es eliminable.
Mientras siguen siendo tan grandes las diferencias entre las condiciones de
existencia de los pueblos y la aversión entre ellos, seguirán produciéndose
guerras a la fuerza. Aquí se impone entonces una pregunta: ¿No deberíamos
ser aquellos que ceden y que se ajustan a ella? ¿No deberíamos reconocer
que con nuestra posición cultural ante la muerte hemos vivido
psicológicamente por encima de nuestro estado? ¿No deberíamos darnos la
vuelta para retar la verdad? ¿No seria mejor ofrecerle a la muerte el lugar que
le corresponde en la realidad y en nuestros pensamientos y poner un poco
más al descubierto nuestra relación inconsciente con la muerte, hasta ahora
tan cuidadosamente reprimida? No puedo invitarles a ello como a un trabajo
de nivel superior, porque de hecho es un paso atrás, una regresión. Pero
seguramente contribuirá a hacernos la vida nuevamente soportable y soportar
la vida es el primer deber de todo lo viviente. En el bachillerato escuchamos
un proverbio político de los antiguos romanos que reza:
Si vis pacem, parabellum ; si quieres conservar la paz, ármate para la guerra.
Podríamos modificarlo para nuestras necesidades del presente: Si vis vitam,
para mortem . Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte.
DESORIENTACIÓN
¿Hacia dónde caminamos? Tal vez sea ésta una pregunta que el hombre
haya podido hacerse en toda época digámoslo para prevenir posibles
objeciones, pero reconozcamos su valor de actualidad, de expresión
abreviada de un estado de conciencia que prepondera en nuestros días.
Cierto que las inmutables estrellas que orientan el alma humana: amor,
justicia, conocimiento, libertad, no han desaparecido. Se pregunta no más por
la validez de las cartas marinas que el hombre había trazado para su propio
navegar, bajo el impasible esplendor de esas inasequibles constelaciones”.
(Antonio Machado, 1919. De las primeras anotaciones escritas en su
cuaderno de apuntes, al acabar la Primera Guerra Mundial. (Los
complementarios 37 R)
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meses de marzo y abril. La conferencia de febrero viene a coincidir, en
muchos párrafos textualmente, con la segunda parte del ensayo freudiano.
Nos encontramos, pues, con dos textos de distinta naturaleza (una
conferencia hablada – y posteriormente, como era habitual en Freud,
transcrita– y un artículo), con poco tiempo de distancia entre ellos y dirigidos
a destinatarios distintos: el público concreto de la B’nai B’rith y el lector
habitual de la Revista Imago.
La confrontación de ambos textos quizá nos ofrezca algunas claves para
penetrar en este momento tan importante de la vida de Freud (7). Son tres los
temas que me han resultado más sugerentes en esta confrontación:
1 La decepción ( Enttäuschung) ante la guerra como la experiencia que
remite a la
desmentida o renegación (Verleugnung) de la percepción de la muerte.La
renegación de la muerte caracteriza, para Freud, el momento actual del
desarrollo de la civilización.
2 .La percepción de la muerte del ser amado (y, al mismo tiempo, odiado)
como la
experiencia singular que no permite renegar de la muerte, pues la propia
muerte no tiene posibilidad de inscripción en el psiquismo.
3 .La “apuesta por la vida” como opción ética que da acceso al surgimiento de
la subjetividad.
La segunda de las tesis era “que nuestro intelecto es una cosa débil y
dependiente, juguete e instrumento de nuestras inclinaciones pulsionales y
afectos, y que todos nos vemos forzados a actuar inteligente o tontamente
según lo que nos ordenan nuestras actitudes (emocionales) y resistencias
internas”. Así, pues, se trata de unos impulsos – llama la atención el carácter
y la redundancia en las adjetivaciones: “primitivos, salvajes y malignos” – que,
aunque reprimidos (por la cultura), persisten y pueden pasar al acto si la
ocasión es propicia; impulsos que instrumentalizan la actividad intelectual. No
es posible, por tanto, dar cuenta de ellos, pues son ellos los verdaderos
protagonistas de la acción humana.
Esta doble tesis es desarrollada ampliamente por Freud en el ensayo. La
guerra viene a confirmar lo que él ha mantenido siempre y que ha encontrado
tanta resistencia en los que le han escuchado. (El mismo destinatario de la
carta, Van Eeden, nunca aceptó las ideas de Freud).
En estas fechas Freud está dedicado a los denominados Escritos
Metapsicológicos. Comenzaría uno de ellos, Pulsiones y destinos de pulsión
(1915), el 15 de marzo y lo acabaría el 4 de abril. Y no podemos menos de
trasuntar cómo la experiencia de la guerra debió propiciar ciertos desarrollos.
Me refiero, a modo de ejemplo, al análisis de las oposiciones de amor-odio. El
odio es presentado como “más antiguo que el amor; brota de la repulsa
primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior
prodigador de estímulos.” (p. 133) Poco antes había empleado la metáfora de
las erupciones volcánicas. “Entonces podemos imaginar que la primera
erupción de lava, la más originaria, prosigue inmutable y no experimenta
desarrollo alguno.” Así pues, la teoría pulsional ofrece explicaciones cuando
nos preguntamos sobre el por qué de la guerra. Aunque no del todo. Freud no
queda satisfecho.Recordemos cómo el ensayo sobre Pulsiones está
continuamente matizado,desde su mismo comienzo, por expresiones que
insisten en el carácter hipotético de su teoría. Del mismo concepto de
“pulsión” nos dice que, siendo básico es “bastante oscuro”. Y cuando llega al
principio de placer, principio regulador de las sensaciones de la serie placer-
displacer, y que había constituido un pivote de toda su concepción del
aparato psíquico, le vemos vacilar y reconocer que “la imprecisión de esta
hipótesis es considerable”. Hay algo más allá del principio del placer que está
ya minando esta teorización...En Consideraciones de actualidad de guerra y
de muerte, al llegar al final de la primera parte Freud, que parece haber
“cerrado” su argumentación con el desarrollo de los dos núcleos esbozados
en la Carta a Van Eeden, vuelve a hacerse la misma pregunta inicial para
acabar confesando su incapacidad de respuesta.
Eduardo Chamorro
eduardochamorro@telefonica.net
España
(2) Expresión del lenguaje coloquial, actualmente poco usada, que significa
«no querer saber nada de un asunto». (N. d. T.)
(3) Los Asra son una tribu árabe, mencionada en De l’amour de Stendhal. El
poeta Heinrich Heine se inspiró en esta mención en su Romancero, donde
dice: «...y mi tribu son aquellos Asra que mueren cuando aman». (N. d. ed.
alemana).
(4) "Der Kleinste lebende Philister / zu Stuttgart am Neckar, viel glücklicher ist
er, / als ichder Pelide, der tote Held, / der Schattenfürst der Unterwelt” Se trata
de la estrofa finalde “Der Scheidende» (El que se despide), uno de los últimos
poemas de Heinrich Heinle"
(6) En la versión editada de este texto, Freud precisa que encontró esta
pregunta de Rousseau en la novela de Balzac, Pere Goriot, de la que, al
parecer quedó en el lenguaje coloquial francés la expresión: tuer son
mandarin. (N. d. ed. alemana)
(7) Ver Jones (1989, vol. 2, pp. 182-222). Gay (1989, pp. 437-523)
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