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18/3/2019 Lic Sonia Cesio - Psicoanalista: Nosotros y la muerte (1) Sigmund Freud

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Lic Sonia Cesio - Psicoanalista


Especialista en Clinica de adultos y terapeuta online.

martes, 27 de mayo de 2014 Sonia Cesio Psicóloga


Psicoanalista

Nosotros y la muerte (1) Sigmund Freud Blog de la Licenciada


Sonia Cesio
Conferencia pronunciada el 16 de febrero de 1916 ante los miembros de
B’nai B’rith de Viena (1a)
Sonia Cesio Psicologa
Psicoanalista
1- Honorable Presidente y queridos hermanos: Les ruego que no piensen que
fue por un capricho el que haya escogido un título tan horrible para mi
conferencia. Sé que hay muchas personas, tal vez también entre ustedes,
que no quieren saber nada de la muerte y he querido evitar atraer a aquellos
hermanos a pasar una hora que les hubiera resultado molesta. También
hubiera podido modificar la primera parte del título: en lugar de «Nosotros y la
muerte», podría haberse dicho «Nosotros judíos y la muerte», porque la
relación con la muerte que quiero tratar ante ustedes, la mostramos
precisamente nosotros, los judíos, con más frecuencia y de la manera más
extrema.
Terapeuta Online y
2. Ustedes pueden imaginarse fácilmente, empero, cómo llegué precisamente Presencial en Consultorio
a la elección de este tema. Es una consecuencia de la horrible guerra que
Privado
impera con su furia en estos tiempos y que nos está privando a todos de la
orientación en la vida. Creo haber percibido que lo que ocupa el primer lugar
entre los agentes que favorecen esta desorientación es la modificación de Archivo del blog
nuestra posición ante la muerte.¿Cuál es, pues, nuestra posición ante la
muerte? En mi opinión es muy asombrosa. En general, nos comportamos ► 2015 (1)

como si quisiéramos eliminar la muerte de la vida; en cierto modo queremos
ignorarla como si no existiese; pensamos en ella como... «en la muerte» (2) ▼ 2014 (3)

Esta tendencia no puede imponerse evidentemente sin alteraciones. No cabe ► noviembre (1)

duda de que la muerte se nos manifiesta de manera ocasional. Entonces nos
► junio (1)

sentimos profundamente conmovidos y perturbados en nuestra seguridad
como si fuera algo insólito. Decimos: «¡Qué horror!» cuando, en su intrepidez, ▼ mayo (1)

un aviador o un alpinista muere en un accidente, cuando el derrumbamiento Nosotros y la muerte
de un andamio entierra a tres o cuatro obreros, cuando en el incendio de una (1) Sigmund Freud
fábrica perecen veinte aprendizas o cuando se hunde un barco con varios
cientos de pasajeros. Pero lo que más nos afecta es cuando le sobreviene la
muerte a alguno de nuestros conocidos; cuando se trata de un hermano de ► 2013 (2)

B’nai B’rith, incluso celebramos una reunión fúnebre. Sin embargo, nadie ► 2012 (3)

podría deducir de nuestro comportamiento que reconocemos la muerte como
una necesidad, que tenemos la firme convicción de que cada uno de nosotros ► 2011 (13)

deba una muerte a la naturaleza. Al contrario, cada vez encontramos una
► 2010 (3)

explicación que rebaja esta necesidad a la categoría de una casualidad. Esta
persona, en concreto, que murió, había contraído una pulmonía infecciosa
que de todos modos no había sido una necesidad; aquella otra ya había Seguidores
estado enferma desde hacía mucho tiempo, sólo que no lo sabía; una tercera,
de hecho, ya era muy vieja y débil. (Como contraposición la advertencia: On Seguidores (4)
meurt à tout âge).Cuando encima se trata de alguno de nosotros, de un judío,
habría que hacerse la idea de que un judío nunca muere de una muerte
natural. Cuando menos, lo habrá estropeado un médico; de otro modo
Seguir
probablemente aún estaría vivo. Aunque admitimos que finalmente hay que
morir, logramos alejar este «finalmente» a una lejanía inescrutable. Cuando
se le pregunta a un judío qué edad tiene, contesta con preferencia: más o
menos sesenta hasta ciento veinte.
3.En la escuela psicoanalítica a la que, como saben, represento, tuvimos la
osadía de postular que nosotros –cada uno de nosotros– en el fondo no
creemos en nuestra propia muerte. Lo cierto es que no la podemos imaginar.
En todos los intentos de ilustrarnos qué sucederá después de nuestra muerte,
quién la llorará etc., podemos percatamos de que en realidad aún estamos
presentes como observadores. Resulta realmente difícil inculcar a alguien
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esta convicción, porque tan pronto se encuentra en la situación de hacer la
experiencia decisiva, se vuelve inaccesible a cualquier comprobación.

4. Sólo una persona dura o mala cuenta con o piensa en la muerte del otro.
Personas más sensibles y más buenas, como todos nosotros, se resisten a
estos pensamientos, especialmente cuando la muerte del otro podría
proporcionarnos una ventaja en cuanto a nuestra libertad, posición o riqueza.

5. Si la ocasión de que el otro se muere se ha producido no obstante,


entonces lo admiramos casi como un héroe que ha logrado algo excepcional.
Si habíamos tenido sentimientos hostiles, nos reconciliamos con él; hacemos
callar toda nuestra crítica contra él: de mortuis nihil nisi bene, consentimos a
gusto que en su lápida se graben alabanzas inverosímiles. En cambio, nos
sentimos totalmente indefensos cuando la muerte se lleva a las personas
amadas, a los padres, al esposo, a los hermanos, a los hijos o los amigos; no
dejamos que nos consuele nadie y nos negamos a sustituir por otro a aquel
que hemos perdido. Nos comportamos entonces como una especie de Asra
(3) que muere cuando mueren aquellos que ama.

6. Esta relación nuestra con la muerte tiene, empero, una fuerte repercusión
en nuestra vida. La vida se empobrece, pierde su interés. Nuestros lazos
afectivos, la insoportable intensidad de nuestro dolor, nos vuelven cobardes,
hacen que prefiramos evitar los peligros que nos amenazan a nosotros y a los
nuestros. No nos atrevemos a considerar la realización de una serie de
empresas que en el fondo serían imprescindibles, como los intentos de volar,
los viajes de descubrimientos a países lejanos, los experimentos con
sustancias explosivas. Nos paraliza la idea de quién sustituirá el hijo a la
madre, el marido a la esposa, el padre a los hijos si se produce un accidente
y, sin embargo, todas estas empresas son necesarias. Ustedes conocen el
lema de la Hansa: navigare necessere est, vivere non necesse (navegar es
necesario, pero vivir no). Consideren en cambio lo que cuenta una de
nuestras anécdotas judías tan característica: cómo un hijo se cae de una
escalera, yace inconsciente en el suelo y la madre se va corriendo a casa del
rabino para pedir consejo y ayuda. Dígame, pregunta el rabino, cómo ha
sucedido que un niño judío se suba a una escalera?

7.Lo que quiero decir es que la vida pierde en contenido e interés cuando la
apuesta máxima, precisamente la vida misma, está excluida de sus luchas.
Se vuelve tan vacía e insípida como un flirt americano, en el que desde el
primer momento está claro que no debe pasar nada, al contrario de una
relación amorosa continental, en la que la pareja debe pensar siempre en el
posible peligro. Sentimos la necesidad de compensar este empobrecimiento
de la vida y por ello nos interesamos por el mundo de la ficción, de la
literatura y del teatro. En el escenario aún encontramos personas que saben
morir y que incluso aún pueden matar a otros.

Ahí satisfacemos nuestro deseo de que la vida misma se mantenga como


una verdadera puesta en juego para la vida, y también satisfacemos otro
deseo: porque no tendríamos nada que objetar contra la muerte si no fuera
porque pone fin a la vida, a algo que sólo poseemos en singular. Acaso no es
el colmo que en la vida las cosas pueden suceder como en el juego de
ajedrez, donde una única jugada equivocada puede obligarnos a abandonar
la partida, pero con la diferencia de que no podemos comenzar otra de
desquite. En el ámbito de la ficción encontramos esta pluralidad de vidas que
necesitamos. Morimos con un héroe, pero sin embargo lo sobrevivimos y
eventualmente morimos tan indemnemente con un segundo héroe en otra
ocasión.

8. Ahora bien, ¿qué es lo que la guerra ha alterado en esta relación nuestra


con la muerte? Muchas cosas. Nuestras convenciones acerca de la muerte, si
puedo decir así, ya no las podemos sostener. Ya no podemos pasar por alto
la muerte, debemos creer en ella. Ahora la gente se muere de verdad, y ya no
son tampoco unos cuantos sino muchos, con frecuencia son decenas de
miles en un día. Además, la muerte ya no es ninguna casualidad. Si bien aún
parece ocurrir que una bala acierte por azar a uno u otro, la frecuencia pronto
termina con la impresión de que sea algo contingente. La vida recobra
así,ciertamente, su interés, vuelve a tener su contenido pleno.

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9. Aquí habría que hacer una división en dos grupos, separando a aquellos
que están, ellos mismos, en la guerra, arriesgando su propia vida, de los
otros que se quedaron en casa y que sólo tienen la perspectiva de que la
muerte se lleve a los suyos por heridas, infecciones y enfermedades. Sin
duda sería muy interesante si pudiésemos estudiar cuáles son las
modificaciones anímicas que lleva consigo la entrega de la propia vida en las
batallas. Pero no sé nada de ello; pertenezco, como todos ustedes, al
segundo grupo, a aquellos que se quedaron en casa y que sienten el temor
por sus seres queridos.

10. Observándome a mí mismo y a otros en la misma situación, me da la


impresión de que el aturdimiento que se ha apoderado de nosotros, la
parálisis de nuestra capacidad de rendimiento están sustancialmente
determinados por la circunstancia de que no podemos seguir sosteniendo
nuestra acostumbrada relación con la muerte y de que aún no hemos
encontrado una posición nueva frente a ella. Tal vez podamos contribuir
ahora a nuestra nueva orientación, si entre todos analizamos otras dos
relaciones con la muerte: aquella que podemos atribuir a los hombres
primitivos, los hombres de la prehistoria; y aquella otra que aún se conserva
en cada uno de nosotros, pero que se esconde, invisible para nuestra
conciencia, en capas más profundas de nuestra vida anímica.

11. Hasta el momento, estimados hermanos, no les he dicho nada que


ustedes no puedan saber y sentir tan claramente como yo. Ahora me
encuentro en la situación de decirles algunas cosas que tal vez no sepan y
algunas otras que seguramente no se las creerán. Debo admitir que sea así.

12. Pues bien, ¿cómo se comportó el hombre prehistórico frente a la muerte?


Su posición frente a ella fue muy asombrosa, nada coherente, sino más bien
bastante contradictoria. Pero pronto comprenderemos la razón de esta
contradicción. Por un lado, el hombre prehistórico tomó la muerte en serio,
admitiéndola como aniquilación de la vida y sirviéndose de ella en ese
sentido. Por otro lado la negó, degradándola a nada. ¿Cómo es posible esto?
La razón es que su posición frente a la muerte de un otro, del extraño, del
enemigo, era radicalmente distinta de la posición frente a la suya propia. La
muerte del otro le venía bien, la comprendía como aniquilación y deseaba
ardientemente poder provocarla. El hombre primitivo era un ser
apasionado,más cruel y malo que los otros animales. Ningún instinto le
impidió matar y devorar otros seres de su misma especie, cosa que se
sostiene acerca de la mayoría de los animales rapaces. El hombre primitivo
mataba a gusto y como si fuera evidente. Por ello, la historia primitiva de la
humanidad está llena de asesinatos. Lo que nuestros hijos aún hoy en día
estudian en la escuela como historia mundial, es esencialmente una sucesión
de genocidios. El impreciso y pesado sentimiento de culpa que domina a la
humanidad desde sus comienzos y que se ha condensado, en algunas
religiones, en la suposición de una culpa primitiva, de un pecado original, muy
probablemente es la expresión de una culpa de sangre que cometieron los
hombres de la prehistoria. En la doctrina cristiana aún podemos adivinar en
qué consistió esta culpa de sangre. Si el hijo de Dios tuvo que sacrificarse
para liberar a la humanidad del pecado original, se trataba, según la ley del
Talión, de la venganza por lo mismo,del pecado de un homicidio, un
asesinato. Sólo éste pudo exigir el sacrificio de una vida como compensación.
Y si el pecado original fue una culpa para con Dios Padre, el crimen más
antiguo de la humanidad tuvo que ser un parricidio, el asesinato, por la horda
primitiva humana, del padre primitivo, cuya imagen rememorada se idealizó
más tarde como divinidad. En mi libro Tótem y tabú (1913), he intentado
recoger las pruebas para esta concepción del pecado original.

13. Permítanme que observe que la doctrina del pecado original no es una
innovación cristiana sino una parte de la creencia prehistórica que se
perpetuó a lo largo de casi todos los tiempos en corrientes religiosas
subterráneas. El judaísmo dejó cuidadosamente de lado estos recuerdos
oscuros de la humanidad y tal vez fue por eso que se descalificó como
religion universal.

14.Volvamos al hombre primitivo y a su relación con la muerte. Hemos


escuchado cuál fue su posición ante la muerte de un extraño. Su propia
muerte seguramente le fue tan inimaginable y tan irreal como lo sigue siendo
todavía hoy en día para cada uno de nosotros. Sin embargo, para él se dio un
caso en el que las dos posiciones contrarias ante la muerte chocaron y
entraron en conflicto, y este caso adquirió una gran significación y tuvo
consecuencias muy importantes y de largo alcance. Este caso se dio cuando
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el hombre primitivo vio morir a uno de sus parientes, a su mujer, su hijo, su
amigo, a los que seguramente amaba de manera parecida como nosotros a
los nuestros, porque el amor, ciertamente, no es más joven que el deseo de
matar. Así, él mismo conoció la experiencia de que uno puede morir, porque
cada uno de estos seres queridos era una parte de su propio yo, aunque, por
otro lado, estas personas queridas también eran en parte extrañas. Según
leyes psicológicas que aún hoy en día tienen su validez y que imperaban
mucho más incondicionalmente en tiempos prehistóricos, estas personas
eran al mismo tiempo queridas y extrañas, enemigos que habían provocado
en él una parte de sus sentimientos hostiles.

15. Los filósofos han sostenido que el enigma intelectual que la imagen de la
muerte significó para el hombre primitivo lo haya obligado a la reflexión y que
de este modo se haya convertido en el comienzo de toda especulación.
Quisiera corregir este postulado y restringirlo. Lo que desencadenó la
investigación del hombre no fue el enigma intelectual ni tampoco todos los
casos de muerte, sino que fue el conflicto de los sentimientos al producirse la
muerte de seres queridos que también eran personas extrañas y odiadas.De
este conflicto de los sentimientos surgió primero la psicología. El hombre
primitivo no pudo seguir negando la muerte, ya que la había experimentado
parcialmente por medio de su dolor, pero sin embargo no quiso reconocerla
porque no pudo pensarse a si mismo como muerto. Así se metió en
compromisos, admitió la muerte pero negó que fuese la aniquilación de la
vida como la había pensado para sus enemigos. Junto al cadáver de la
persona querida inventó los espíritus, pensó en el desdoblamiento del
individuo en un cuerpo y un alma, u originariamente en varias almas. Con la
conmemoración de los difuntos se creó la idea de otras formas de existencia,
para las que la muerte sólo era el comienzo, la idea de una continuación de la
vida después de una muerte aparente. En un principio, estas existencias
ulteriores sólo fueron apéndices de aquella que la muerte terminó, apéndices
como sombras vacías de contenido y menospreciados que aún tenían el
carácter de soluciones precarias. Permítanme que les cite las palabras con
las que nuestro gran poeta Heinrich Heine –por cierto, en plena concordancia
con el viejo Homero – hace expresar al Aquiles muerto su menosprecio por la
existencia despues de la muerte.

El pedante más nimio viviente, en Stuttgart sobre el Neckar, más feliz se


siente que yo, héroe muerto, hijo de Peleo, rey de las sombras en el mundo
subterráneo. (4)

16. Sólo más adelante, las religiones lograron convertir esta existencia
póstuma en la más apreciada y la plenamente válida, devaluando así la vida
terminada con la muerte a una mera preparación. Por tanto, no fue más que
coherente el prolongar la vida también al pasado, inventando las existencias
anteriores, los renacimientos, la reencarnación y transmigración de las almas,
todo ello con la intención de privar a la muerte de su significado de
eliminación de la vida. Es muy significativo que nuestras Sagradas Escrituras
no hayan tenido en cuenta esta necesidad del hombre de una garantía de la
continuidad de la existencia. Al contrario, en una ocasión leemos: «Sólo los
vivos alaban a Dios». Supongo, y ustedes seguramente saben más sobre
esto, que la religión popular judía y la literatura que sigue a las Sagradas
Escrituras tienen una posición distinta frente a la doctrina de la inmortalidad.
Pero quisiera incluir también este punto en los agentes que hicieron imposible
que la religión judía sustituyera a las otras religiones antiguas después de la
decadencia de éstas.

17. Junto al cadáver de la persona querida no sólo se originaron la doctrina


del alma y la creencia en la inmortalidad sino también el sentimiento de culpa,
el miedo a la muerte y los primeros mandamientos éticos. El sentimiento de
culpa surgió de la ambigüedad del sentimiento hacia el difunto, el miedo a la
muerte de la identificación con él. Esta última, mirándola desde un punto de
vista lógico, fue una inconsecuencia, puesto que la incredulidad frente a la
propia muerte no se podía eliminar de este modo. Tampoco nosotros, los
hombres modernos, hemos avanzado más en la resolución de esta
contradicción. El mandamiento ético más antiguo y aún en la actualidad más
significativo, que se impuso en los tiempos más remotos, es «no matarás».
Se había aceptado junto al muerto querido y se extendió paulatinamente
también al no querido, al extraño, y finalmente también al enemigo.

18. En este punto quisiera hablarles de un hecho asombroso. El hombre


primitivo sigue existiendo en cierto modo, está representado en los salvajes
primitivos que al menos le son los más próximos.
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Ahora, ustedes se inclinarán a suponer que este primitivo, el salvaje
australiano, el de Tierra del Fuego, el Buschrnann, etc., son asesinos
impenitentes. Pero se equivocan. El salvaje, en este aspecto, es más
sensible que el civilizado, al menos mientras aún no ha sucumbido bajo la
influencia de la civilización. Después del final feliz de la Guerra Mundial que
actualmente hace sus estragos, los soldados alemanes victoriosos volverán a
sus hogares, junto a sus esposas e hijos, sin demora e imperturbados por
pensamientos sobre los enemigos que mataron en la lucha cuerpo a cuerpo o
con armas de largo alcance. Pero el vencedor salvaje que vuelve de la senda
de la guerra, no puede entrar en su pueblo ni ver a su mujer antes de haberse
sometido a una larga y compleja penitencia por sus asesinatos bélicos.
Ustedes dirán: «Bueno, el salvaje aún es supersticioso, teme la venganza de
los espíritus de los caídos». Pero los espíritus de los caídos no son otra cosa
que la expresión de su mala conciencia por su culpa de sangre.

19. Permítanme que siga hablando aún un momento de este mandamiento, el


más antiguo de la ética: «No matarás». Tanto su aparición temprana como su
insistencia nos permiten sacar una conclusión importante. Algunos han
sostenido que llevamos en nosotros un instintivo y profundamente arraigado
rechazo contra el asesinato. Pues bien, podemos probar fácilmente lo
acertado de este postulado. Tenemos a nuestra disposición unos ejemplos
muy buenos de este rechazo instintivo y heredado.

20. Permítanme que los lleve a uno de nuestros bellos balnearios


meridionales. Allí hay viñedos con suculentas uvas. En estos viñedos también
hay serpientes oscuras y gruesas, por cierto, animales totalmente
inofensivos, llamados culebras de Esculapio. También hay letreros de
prohibición en estos viñedos. En uno de ellos leemos: «A los huéspedes del
balneario se les prohíbe terminantemente que se metan en la boca la cola o
la cabeza de las serpientes». Sin duda, ustedes dirán que esta prohibición es
totalmente absurda y superflua porque tal cosa no se le ocurriría a nadie.
Tienen razón. También vemos otros letreros de prohibición, en los que se
advierte no coger uvas. Esta prohibición la consideramos más justificada.
Pero no, no nos engañemos. Entre nosotros no hay un rechazo instintivo al
asesinato. Somos los descendientes de una larga serie de asesinos. El deseo
de matar lo llevamos en la sangre y esto tal vez pronto lo habremos
averiguado también en otro contexto.

21. Abandonemos ahora al hombre primitivo para interesarnos en nuestra


propia vida anímica. Tal vez sabrán que tenemos un procedimiento de
investigación con el que podemos averiguar lo que acontece en los estratos
profundos del alma, escondidos a la conciencia, es decir, una especie de
psicologia submarina.

22. Preguntemos pues: ¿cómo se comporta nuestro inconsciente frente al


problema de la muerte? Y ahora seguirá eso que ustedes no creerán aunque
ya no les resultará nuevo puesto que se lo he descrito hace un momento.
Nuestro inconsciente tiene la misma posición frente a la muerte que el
hombre prehistórico. En éste como en muchos otros aspectos, el hombre
primitivo sigue sobreviviendo inalterado dentro de nosotros. Es decir que el
inconsciente en nosotros no cree en la propia muerte. Se ve forzado a
comportarse como si fuese inmortal. Tal vez incluso el secreto del heroísmo
sea éste. Es cierto que la fundamentación racional del heroísmo se basa en
el juicio de que la propia vida no puede ser tan valiosa como ciertos otros
bienes, más generales y abstractos. Pero pienso que el heroísmo impulsivo e
instintivo será más frecuente. Es aquel heroísmo que se comporta como si
hubiese una garantía en la conocida exclamación del picapedrero Juan «¡No
te pasará nada!» (5) y que consiste en entregarse simplemente a la creencia
del inconsciente en la inmortalidad. El miedo a la muerte que sufrimos con
mucha mayor frecuencia de lo que creemos, es una contradicción ilógica de
esta seguridad. Por cierto que este miedo no es ni mucho menos tan
originario como el sentimiento de culpa y en la mayoría de los casos es un
resultado de éste.

23. Por otro lado aceptamos la muerte de extraños y enemigos y la utilizamos


contra ellos como lo hicieron los hombres primitivos. La diferencia sólo está
en que no ocasionamos realmente la muerte sino que sólo la pensamos y la
deseamos. Pero si ustedes dan crédito a esta realidad psíquica, pueden decir
que en nuestro inconsciente todos seguimos siendo aún hoy en día una
banda de asesinos. En nuestros pensamientos silenciosos eliminamos a
todos los que se interponen en nuestro camino, a los que nos ofenden o nos
han perjudicado, a diario y en todo momento. El dicho «¡que se vaya al
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diablo!» que tantas veces se nos escapa como exclamación inocua y que en
realidad significa «que se lo lleve la muerte», es algo muy serio para nuestro
inconsciente. Nuestro inconsciente mata incluso por bagatelas: como la
antigua legislación ateniense de Dracón, para los delitos no conoce otro
castigo que la muerte. Y esto tiene ciertas consecuencias, porque cualquier
daño de nuestro yo omnipotente y presumido es en el fondo un crimen
laesaemaiestatis.
Es una verdadera suerte que todos estos malos deseos no tengan poder. De
otro modo el género humano se hubiese extinguido hace mucho y ni los
mejores y más sabios entre los hombres, ni las más bellas y amables entre
las mujeres se hubiesen salvado. No nos equivoquemos tampoco en eso, aún
somos los mismos asesinos que fueron nuestros antepasados en tiempos
primitivos.

24. Puedo decirles esto con toda la tranquilidad porque sé que en todo caso
no se lo creerán. Ustedes creen más en su conciencia que rechaza tales
posibilidades como difamaciones. Pero no puedo privarme de recordarles que
hubo poetas y pensadores que no sabían nada del psicoanálisis y que sin
embargo sostenían cosas parecidas. Sólo un ejemplo. J. J. Rousseau se
interrumpe en un punto de su obra en una reflexión para dirigir una extraña
pregunta a sus lectores. «Supongan –dice– que en Pekín existe un mandarín
–Pekín estaba entonces mucho más lejos de París que hoy– cuya muerte les
podría traer grandes ventajas y ustedes pudiesen matarlo sin abandonar
París, por medio de un mero acto de voluntad, naturalmente sin que existiese
la posibilidad de que se descubriera su cometido. ¿Están seguros de que no
lo cometerían?». Bueno, yo no dudo de que muchos entre los estimados
hermanos aquí presentes tendrían el derecho de asegurar que no lo harían.
Pero en general, yo no quisiera ser ese mandarín, creo que ninguna
compañía de seguros de vida lo aceptaría como cliente (6)

25. La misma verdad incómoda se la podría exponer en una forma que les
puede causar incluso placer. Sé que todos ustedes gustan de escuchar
chistes y supongo que no han reflexionado demasiado sobre el problema del
origen del agrado que estos chistes producen. Hay un género de chistes que
se llaman cínicos; no son los peores ni los más sosos. Puedo decirles que lo
que forma parte del secreto de estos chistes es el disfrazar una verdad
escondida o negada, que en sí misma sería ofensiva, de tal manera que
incluso nos puede deleitar. Por medio de ciertos dispositivos formales,
ustedes se ven forzados a reír; su juicio queda desarmado y así, la verdad
que de otro modo hubiesen condenado, se infiltra de contrabando delante de
sus ojos. Por ejemplo, conocerán la historia de aquél hombre al que se le
entrega una esquela fúnebre en una reunión social y él se la mete en el
bolsillo sin leerla. «¿No prefiere averiguar quién se ha muerto?» le pregunta
alguien. «No hace falta, contesta,no tengo preferencias». O la historia de
aquel marido que en relación a su mujer dice: «Cuando uno de nosotros se
muera, yo me iré a vivir a París».
Estos chistes cínicos no serían posibles si no pudieran comunicar una verdad
negada. En broma, como se sabe, se puede decir incluso la verdad.

26.Estimados hermanos. Aún hay otra plena coincidencia entre el hombre


primitivo y nuestro inconsciente. Lo mismo que para aquél, también para
nuestro inconsciente se da el caso de que ambas tendencias, la que
reconoce la muerte como aniquilación y la que la niega como irreal, chocan y
entran en conflicto. Y este caso se da lo mismo hoy que en tiempos
prehistóricos: la muerte o el peligro de muerte de uno de nuestros seres
queridos, de los padres, los esposos, de hermanos, hijos o fieles amigos.
Estos seres queridos son para nosotros por un lado un bien íntimo, una parte
de nuestro propio yo, por otro lado, son en parte extraños, incluso enemigos.
Con muy pocas excepciones, las relaciones más tiernas e íntimas siempre
están enlazadas con un pedacito de hostilidad que anima el deseo
inconsciente de su muerte. Del conflicto de estas dos corrientes, sin embargo,
hoy ya no surge la doctrina del alma ni la ética sino la neurosis, que nos
permite ver hasta el fondo también de la vida anímica normal. La frecuencia
de la preocupación excesivamente cariñosa entre parientes y de
autoacusaciones totalmente infundadas después de casos de muerte en la
familia nos ha abierto los ojos para la extensión y el significado de estos
deseos de muerte, escondidos en lo más profundo.

27. No quiero pintarles más en detalle este aspecto del cuadro. Seguramente
se horrorizarán, pero sin razón. La naturaleza, una vez más, ha dispuesto las
cosas mucho más hábilmente de lo que nosotros lo podríamos hacer. Es
seguro que no se nos hubiese ocurrido que pueda tener una ventaja el
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acoplar entre ellos el amor y el odio de esta manera. Pero, ya que la
naturaleza trabaja con este par de contrarios, nos obliga a mantener
despierto el amor y a renovarlo para protegerlo así del odio que detrás de él
está al acecho. Se puede decir que el desarrollo más bello de la vida
amorosa lo debemos a la reacción contra la espina de las ganas de matar
que sentimos en el pecho.

28. Resumamos ahora: nuestro inconsciente es tan inaccesible para la idea


de la propia muerte, tan deseoso de matar frente a un extraño, tan
ambivalente hacia la persona amada como el hombre prehistórico. ¡Pero
cuánto nos hemos alejado de este estado primitivo con nuestra posición
cultural frente a la muerte!

29.Y ahora examinemos otra vez lo que hace la guerra con nosotros. Nos
quita los sedimentos culturales posteriores y deja que vuelva a aflorar el
hombre primitivo en nosotros. Nos obliga nuevamente a ser héroes que no
quieren creer en la propia muerte, nos designa a los extraños como enemigos
cuya muerte hay que procurar o desear, nos aconseja superar el dolor por la
muerte de personas amadas. Así convierte en insostenibles todas nuestras
convenciones culturales sobre la muerte. Pero la guerra no es eliminable.
Mientras siguen siendo tan grandes las diferencias entre las condiciones de
existencia de los pueblos y la aversión entre ellos, seguirán produciéndose
guerras a la fuerza. Aquí se impone entonces una pregunta: ¿No deberíamos
ser aquellos que ceden y que se ajustan a ella? ¿No deberíamos reconocer
que con nuestra posición cultural ante la muerte hemos vivido
psicológicamente por encima de nuestro estado? ¿No deberíamos darnos la
vuelta para retar la verdad? ¿No seria mejor ofrecerle a la muerte el lugar que
le corresponde en la realidad y en nuestros pensamientos y poner un poco
más al descubierto nuestra relación inconsciente con la muerte, hasta ahora
tan cuidadosamente reprimida? No puedo invitarles a ello como a un trabajo
de nivel superior, porque de hecho es un paso atrás, una regresión. Pero
seguramente contribuirá a hacernos la vida nuevamente soportable y soportar
la vida es el primer deber de todo lo viviente. En el bachillerato escuchamos
un proverbio político de los antiguos romanos que reza:
Si vis pacem, parabellum ; si quieres conservar la paz, ármate para la guerra.
Podríamos modificarlo para nuestras necesidades del presente: Si vis vitam,
para mortem . Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte.

Copyright, Sigmund Freud Copyrights, Colchester.

Traducción de Angela Ackerman Pílari

Anotaciones del texto “Nosotros y la muerte”

por Eduardo Chamorro*

DESORIENTACIÓN

¿Hacia dónde caminamos? Tal vez sea ésta una pregunta que el hombre
haya podido hacerse en toda época digámoslo para prevenir posibles
objeciones, pero reconozcamos su valor de actualidad, de expresión
abreviada de un estado de conciencia que prepondera en nuestros días.
Cierto que las inmutables estrellas que orientan el alma humana: amor,
justicia, conocimiento, libertad, no han desaparecido. Se pregunta no más por
la validez de las cartas marinas que el hombre había trazado para su propio
navegar, bajo el impasible esplendor de esas inasequibles constelaciones”.
(Antonio Machado, 1919. De las primeras anotaciones escritas en su
cuaderno de apuntes, al acabar la Primera Guerra Mundial. (Los
complementarios 37 R)

Debemos a la recién aparecida revista Freudiana (Freudiana Publicación de


la Escuela Europea de Psicoanálisis del Campo Freudiano.Número 1. pp. 7-
22. Cataluña. Paidós)
la traducción al castellano del mismo. En la “Nota preliminar”, la traductora,
Angela Ackermann, da noticia de este hallazgo y adviertte al lector sobre su
contenido. La conferencia fue pronunciada el 16 de febrero de 1915, no en
abril, como señala Stratchey. Según el conocido comentarista de la obra de
Freud, éste redactaría “De guerra y muerte. Temas de actualidad”, en los

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meses de marzo y abril. La conferencia de febrero viene a coincidir, en
muchos párrafos textualmente, con la segunda parte del ensayo freudiano.
Nos encontramos, pues, con dos textos de distinta naturaleza (una
conferencia hablada – y posteriormente, como era habitual en Freud,
transcrita– y un artículo), con poco tiempo de distancia entre ellos y dirigidos
a destinatarios distintos: el público concreto de la B’nai B’rith y el lector
habitual de la Revista Imago.
La confrontación de ambos textos quizá nos ofrezca algunas claves para
penetrar en este momento tan importante de la vida de Freud (7). Son tres los
temas que me han resultado más sugerentes en esta confrontación:
1 La decepción ( Enttäuschung) ante la guerra como la experiencia que
remite a la
desmentida o renegación (Verleugnung) de la percepción de la muerte.La
renegación de la muerte caracteriza, para Freud, el momento actual del
desarrollo de la civilización.
2 .La percepción de la muerte del ser amado (y, al mismo tiempo, odiado)
como la
experiencia singular que no permite renegar de la muerte, pues la propia
muerte no tiene posibilidad de inscripción en el psiquismo.
3 .La “apuesta por la vida” como opción ética que da acceso al surgimiento de
la subjetividad.

1. LA DECEPCIÓN ANTE LA GUERRA Y LA RENEGACIÓN DE LA


MUERTE.

Sabemos que en el texto deI tema de la decepción (o desilusión,como


traduce Etcheverry el término Enttäuschung) da título a la primera parte del
ensayo. Título equívoco, pues “la decepción provocada por la guerra” es, en
realidad, el punto de arranque. Podríamos entender el título como alusión al
estado de ánimo en que es sostenida la pregunta que Freud se hace en esta
primera parte, pregunta sobre el por qué de la guerra, pregunta a la que
intenta dar respuesta, pero, y ello lo desvelará hasta el final, sin
conseguirlo...Se trata de trece páginas en las que Freud va describiendo de
forma muy pormenorizada el nuevo panorama que ha creado la guerra. Hay
algo de artificio literario en las cuatro primeras páginas. Trilling (Frecourt,
1982,p.115) habla de una “espèce de fausse naïveté”.

Freud describe los espléndidos resultados a que ha llegado la civilización


para, acto seguido – y no es posible leer los párrafos que siguen sino
atravesados por una contenida ironía – sugerir la guerra que podría haberse
esperado a partir de esos resultados: una guerra “civilizada”, guerra
imposible, como la que se desprende de la lectura de los acuerdos que
suscribiría, más tarde, la Sociedad de Naciones. Nada de eso ha sucedido.
“La guerra, en la que no quisimos creer, ha estallado ahora y trajo consigo...
la desilusión.” (1915, p.280).
Esos puntos suspensivos marcan el momento de inflexión de la primera parte
del ensayo. Freud cambia el registro narrativo. Desaparece el tono irónico,
distanciador, y se presenta como testigo que pone ante la mirada del lector la
tragedia de una guerra en la que ambos están – estamos, podríamos decir,
pues el texto de Freud cobra, otra vez, actualidad – implicados.
“No sólo es más sangrienta y devastadora que cualquiera de las guerras
anteriores, y ello a causa de las poderosas y perfeccionadas armas ofensivas
y defensivas, sino que es por lo menos tan cruel, tan encarnizada y tan
inmisericorde como ellas. Transgrede todas las restricciones a que nos
obligamos en tiempos de paz y que habían recibido el nombre de Derecho
Internacional. No reconoce las prerrogativas del herido ni las del médico,
ignora el distingo entre la población combatiente y la pacífica, así como los
reclamos de la propiedad privada. Arrasa todo cuanto se interpone a su paso,
con furia ciega, como si tras ella no hubiera un porvenir ni paz alguna entre
los hombres. Destroza los lazos comunitarios entre los pueblos empeñados
en el combate y amenaza dejar como secuela un encono que por largo
tiempo impedirá restablecerlos. Se percibe a Freud profundamente afectado
por el impacto de la guerra. Recordemos que era la primera vez que la
civilización occidental se veía envuelta en una guerra mundial, “La Gran
Guerra”. Creemos poder decir que nunca antes un acontecimiento había
destruido tanto del costoso patrimonio de la humanidad, ni había arrojado en
la confusión a tantas de las más claras inteligencias, ni echado tan por tierra
los valores superiores (1915, p. 277)”

Se percibe a Freud profundamente afectado por el impacto de la guerra.


Recordemos que era la primera vez que la civilización occidental se veía
envuelta en una guerra mundial, “La Gran Guerra”
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"Creemos poder decir que nunca antes un acontecimiento había destruido


tanto del costoso patrimonio de la humanidad, ni había arrojado en la
confusión a tantas de las más claras inteligencias, ni echado tan por tierra los
valores superiores". (1915, p. 277)

¿Qué revela esta nueva situación en la que está inmersa la humanidad?


Freud va a desarrollar una respuesta: el reconocimiento de los beneficios que
ha aportado la cultura en su trabajo de represión sobre la vida pulsional son
ilusorios.
Ya en la Carta a Frederik van Eeden (1915) expresaba Freud cómo la guerra
venía a confirmar sus tesis elaboradas a partir “del estudio de los sueños y
las acciones fallidas que se observan en personas normales, así como de los
síntomas de los neuróticos”.
La primera de ellas era que “los impulsos primitivos, salvajes y malignos de la
humanidad no han desaparecido en ninguno de sus individuos, sino que
persisten, aunque reprimidos, en el inconsciente (para emplear el término de
nuestro lenguaje), y que esperan las ocasiones propicias para desarrollar su
actividad”.

La segunda de las tesis era “que nuestro intelecto es una cosa débil y
dependiente, juguete e instrumento de nuestras inclinaciones pulsionales y
afectos, y que todos nos vemos forzados a actuar inteligente o tontamente
según lo que nos ordenan nuestras actitudes (emocionales) y resistencias
internas”. Así, pues, se trata de unos impulsos – llama la atención el carácter
y la redundancia en las adjetivaciones: “primitivos, salvajes y malignos” – que,
aunque reprimidos (por la cultura), persisten y pueden pasar al acto si la
ocasión es propicia; impulsos que instrumentalizan la actividad intelectual. No
es posible, por tanto, dar cuenta de ellos, pues son ellos los verdaderos
protagonistas de la acción humana.
Esta doble tesis es desarrollada ampliamente por Freud en el ensayo. La
guerra viene a confirmar lo que él ha mantenido siempre y que ha encontrado
tanta resistencia en los que le han escuchado. (El mismo destinatario de la
carta, Van Eeden, nunca aceptó las ideas de Freud).
En estas fechas Freud está dedicado a los denominados Escritos
Metapsicológicos. Comenzaría uno de ellos, Pulsiones y destinos de pulsión
(1915), el 15 de marzo y lo acabaría el 4 de abril. Y no podemos menos de
trasuntar cómo la experiencia de la guerra debió propiciar ciertos desarrollos.
Me refiero, a modo de ejemplo, al análisis de las oposiciones de amor-odio. El
odio es presentado como “más antiguo que el amor; brota de la repulsa
primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior
prodigador de estímulos.” (p. 133) Poco antes había empleado la metáfora de
las erupciones volcánicas. “Entonces podemos imaginar que la primera
erupción de lava, la más originaria, prosigue inmutable y no experimenta
desarrollo alguno.” Así pues, la teoría pulsional ofrece explicaciones cuando
nos preguntamos sobre el por qué de la guerra. Aunque no del todo. Freud no
queda satisfecho.Recordemos cómo el ensayo sobre Pulsiones está
continuamente matizado,desde su mismo comienzo, por expresiones que
insisten en el carácter hipotético de su teoría. Del mismo concepto de
“pulsión” nos dice que, siendo básico es “bastante oscuro”. Y cuando llega al
principio de placer, principio regulador de las sensaciones de la serie placer-
displacer, y que había constituido un pivote de toda su concepción del
aparato psíquico, le vemos vacilar y reconocer que “la imprecisión de esta
hipótesis es considerable”. Hay algo más allá del principio del placer que está
ya minando esta teorización...En Consideraciones de actualidad de guerra y
de muerte, al llegar al final de la primera parte Freud, que parece haber
“cerrado” su argumentación con el desarrollo de los dos núcleos esbozados
en la Carta a Van Eeden, vuelve a hacerse la misma pregunta inicial para
acabar confesando su incapacidad de respuesta.

¿Por qué los individuos-pueblos en rigor se menosprecian, se odian,se


aborrecen, y aun en épocas de paz, y cada nación a todas las otras?Es
bastante enigmático. Yo no sé decirlo. (1915, p.280)

Queda así, otra vez, abierta la pregunta. Va a realizar un segundo intento de


respuesta en la segunda parte. Es el texto que ha desarrollado ante el público
de la B’nai B’rith. Sabemos de la fidelidad de Freud con esta Asociación
Cultural. Asistía quincenalmente a las reuniones desde hacía muchos años.
En varias ocasiones ofreció conferencias. ¿Por qué ahora? ¿Qué lleva a
Freud a reunirse con sus “hermanos”, así los denomina, “hijos del Pacto”, tal
la traducción del nombre de la Asociación? ¿En qué sentido la guerra, su
impacto, pide ser compartido y elaborado con ese grupo?.
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A continuación, en el texto citado, aparecen nuevas reflexiones sobre las


expresiones de Freud acerca de la muerte, junto con la publicación del
debate con diferentes participantes.

El texto completo puede leerse en:


http://es.scribd.com/doc/62109083/Nosotros-y-la-Muerte-N%C2%BA4-2010

Eduardo Chamorro
eduardochamorro@telefonica.net
España

(1) Revista de Psicoanálisis - EDITADA POR LA ASOCIACIÓN


PSICOANALÍTICA ARGENTINA - Tomo LXVII - Diciembre 2010 Número 4
Buenos Aires, República Argentina
ISSN 0034-8740

(1a) Publicada en la Revista Freudiana, Nº 1, 1991, págs 6-22. (Publicación


de la Escuela Europea de Psicoanálisis del Campo Freudiano-Cataluña,
Difusión Ediciones Paidós, Barcelona).
La Revista de Psicoanálisis ha publicado otra traducción de esta entrevista en
el año 1991 N° 4, págs 677-687 realizada por Marcelo Aptekmann.
Publicada en la Revista de Psicoanálisis de Madrid, 13 (1991) 109-126

(2) Expresión del lenguaje coloquial, actualmente poco usada, que significa
«no querer saber nada de un asunto». (N. d. T.)

(3) Los Asra son una tribu árabe, mencionada en De l’amour de Stendhal. El
poeta Heinrich Heine se inspiró en esta mención en su Romancero, donde
dice: «...y mi tribu son aquellos Asra que mueren cuando aman». (N. d. ed.
alemana).

(4) "Der Kleinste lebende Philister / zu Stuttgart am Neckar, viel glücklicher ist
er, / als ichder Pelide, der tote Held, / der Schattenfürst der Unterwelt” Se trata
de la estrofa finalde “Der Scheidende» (El que se despide), uno de los últimos
poemas de Heinrich Heinle"

(5) Es Kann mir nix g’scheh’n, exclamación procedente de la obra popular


«Die Kreuzels-schreiber» (Los que escriben en cruces, es decir, los
analfabetos) del dramaturgo austríaco Ludwing Anzensgruber (1839-89).
Freud usa la misma frase en su trabajo «El poeta y la fantasía» (1908). (N. d.
ed. alemana)

(6) En la versión editada de este texto, Freud precisa que encontró esta
pregunta de Rousseau en la novela de Balzac, Pere Goriot, de la que, al
parecer quedó en el lenguaje coloquial francés la expresión: tuer son
mandarin. (N. d. ed. alemana)

(7) Ver Jones (1989, vol. 2, pp. 182-222). Gay (1989, pp. 437-523)

El texto completo puede leerse en:


http://es.scribd.com/doc/62109083/Nosotros-y-la-Muerte-N%C2%BA4-2010

Publicado por Lic. Sonia Cesio en 12:04

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