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La interferencia lingüística de frecuencia

Linguistic interference of frequency

Resumen
Este artículo trata sobre un fenómeno de contacto interlingüístico que, a pesar de haber
sido reconocido en alguna de sus formas por varios estudiosos, no ha recibido aún una
caracterización del todo precisa: la interferencia lingüística de frecuencia. Específicamente,
se plantean los siguientes objetivos: 1) caracterizar en forma satisfactoria dicho fenómeno,
2) reflexionar en torno a su perceptibilidad y si debiera o no censurarse de modo genérico
en la formación de bilingües y 3) hacer algunas observaciones relativas al uso de términos
como anglicismo de frecuencia. Las principales conclusiones a las que se llega son: 1) la
interferencia de frecuencia consiste en una desviación cuantitativa con respecto a la lengua
pertinente producto del conocimiento que tiene el hablante de otra lengua, desviación que
puede ser interlingüísticamente convergente o divergente; 2) no existe razón para censurar
tal fenómeno de modo genérico, y, si la hubiese, habría también que censurarlo en su forma
interlingüísticamente divergente; 3) los términos como anglicismo de frecuencia han de
reservarse para casos interlingüísticamente convergentes del fenómeno, pero nunca para
referirse a los recursos lingüísticos sobreutilizados en sí mismos.

Palabras clave: lenguas en contacto, interferencia lingüística de frecuencia, educación


bilingüe, términos como anglicismo de frecuencia.

Abstract
This article deals with a cross-linguistic contact phenomenon which, in spite of having
been acknowledged in some of its forms by several scholars, has not yet been given a
precise characterization: linguistic interference of frequency. Specifically, the following
objectives are herein raised: 1) to characterize this phenomenon satisfactorily, 2) to reflect
upon its perceptibility and whether it should or should not be condemned in bilingual
education, and 3) to make some remarks on the use of terms such as frequency Anglicism.
The main conclusions reached are the following: 1) interference of frequency consists in a
quantitative deviation in relation to the relevant language due to the speaker’s knowing
another language, a deviation that may be cross-linguistically convergent or divergent; 2)
there is no reason to condemn such a phenomenon generically, and, if there were one, one
would also have to condemn it in its cross-linguistically divergent form; 3) terms such as
frequency Anglicism must be used only to refer to cross-linguistically convergent cases of
the phenomenon, but never to refer to the linguistic elements being overused themselves.
Keywords: languages in contact, linguistic interference of frequency, bilingual
education, terms such as frequency Anglicism.

INTRODUCCIÓN 1
El presente artículo, el cual nace de un afán de precisión científica y también de una
preocupación didáctica, trata sobre un fenómeno de contacto interlingüístico que, a pesar
de haber sido reconocido en alguna de sus formas por varios estudiosos, no ha recibido aún,
a nuestro juicio, una caracterización del todo precisa: la interferencia lingüística de
frecuencia. Específicamente, nos proponemos aquí: 1) caracterizar en forma satisfactoria
dicho fenómeno, 2) reflexionar en torno a su perceptibilidad y si debiera o no censurarse
de modo genérico en la formación de bilingües y 3) hacer algunas observaciones relativas
al uso de términos como anglicismo de frecuencia.

Sin embargo, antes de intentar alcanzar dichos objetivos, cada uno de los cuales contará
con su propia sección en el artículo (§§ 2, 3 y 4, respectivamente), será necesario hacer
algunas distinciones y precisiones de orden general en torno a las lenguas y a la
interferencia lingüística. A ello dedicaremos la primera sección, en la cual se revisarán los
conceptos de sistema y de norma de Coseriu (1982b) (§1.1) para luego abordar de manera
muy sucinta algunos de los problemas relacionados con la delimitación de la interferencia
lingüística en general y esbozar una caracterización del fenómeno (§ 1.2).

Por lo que respecta a los ejemplos proporcionados a lo largo del artículo, los idiomas en
contacto considerados hipotéticamente serán el español, idioma en el que están escritas
estas páginas, y el inglés, reconocido ampliamente como lengua vehicular global (vid.
Mauranen 2009).

1. DISTINCIONES PREVIAS

1.1. Sistema y norma de la lengua

En el que quizá sea su más conocido ensayo, Coseriu (1982b), desarrollando un


planteamiento de Hjelmslev y Lotz (ápud Coseriu 1982b: 11), señala las deficiencias de la
dicotomía saussureana “lengua-habla” (Saussure 2005) y, tomando en todo momento como
punto de partida el hablar concreto, “única realidad investigable del lenguaje” (1982b: 94),
propone sustituir dicha dicotomía con una distinción tripartita en la realidad del lenguaje.
De ahí el nombre del ensayo: Sistema, norma y habla.
Para el maestro rumano, la lengua, como entidad susceptible de una descripción
sistemática, se constituye como una abstracción en que se recogen los aspectos comunes
comprobados en los actos lingüísticos de una comunidad, o sea, como un sistema de
isoglosas en el sentido amplio (no puramente geográfico) del término (vid. Pisani 1947). Al
concebir así la lengua, llega Coseriu a la conclusión de que esta no puede reducirse a un
sistema de oposiciones indispensables para la comunicación, es decir, a un sistema de
invariantes funcionales, como p. ej., los fonemas, según se propone en el Curso de Saussure,
sino que debe entenderse también como un conjunto de usos lingüísticos repetidos,
normales:

No sólo las invariantes, sino también las variantes normales, se dan en número
limitado en cada lengua y caracterizan la lengua misma. Es decir que existen en
cada lengua oposiciones constantes y peculiares, tanto entre las invariantes como
entre las variantes normales, con la diferencia de que las oposiciones entre
invariantes son funcionales, mientras que las oposiciones entre variantes no
tienen tal carácter, aun no siendo ni indiferentes ni arbitrarias en la lengua dada.
O sea que existen aspectos extrafonológicos y, en general, extraestructurales,
adicionales, no pertenecientes al sistema y que, sin embargo, no se dan como
puramente casuales, sino que caracterizan una lengua… (1982b: 68).

De este modo, según este lingüista, en la descripción de las lenguas han de distinguirse
dos niveles sucesivos de formalización: el del sistema normal, o norma, que contiene “sólo
lo que en el hablar concreto es repetición de modelos anteriores” (1982b: 95), y el del
sistema funcional, o simplemente sistema, que contiene “sólo lo que en la norma es forma
indispensable, oposición funcional, habiéndose eliminado […] todo lo que en la norma es
simple costumbre, simple tradición constante […] sin valor funcional” (1982b: 96).

Así, p. ej., en español en general, a diferencia de lo que sucede en lenguas como el


francés, no existe a nivel de sistema oposición entre vocales abiertas y cerradas; no importa,
pues, en términos funcionales, si /e/ se realiza como abierto o como cerrado, pues se tratará
siempre del mismo fonema. Sin embargo, a nivel de norma se constata que en ciertos
contextos fónicos dicho fonema se realiza como cerrado (p. ej., en queso, cabeza, sello,
etc.), mientras que en otros se realiza como abierto (p. ej., en papel, afecto, peine, etc.). Y,
pasando del ámbito fónico al morfológico, en inglés en general, a nivel de sistema oxes
(“bueyes”) corresponde a una formación del todo válida, ya que en dicha lengua ox significa
“buey” y la terminación -es funciona, en efecto, como pluralizadora (p. ej., en mazes
[“asnos”], aces [“ases”], places [“lugares”], etc.). Sin embargo, a nivel de norma, oxes se
constata solo de manera muy excepcional como realización efectiva, siendo oxen la opción
normal, independientemente de que, desde el punto de vista del contenido2, ambas formas
sean funcionalmente intercambiables.
1.2. La interferencia lingüística

Aunque ya en 1938, en el IV Congreso Internacional de Lingüistas, Sanfeld y Jakobson


(ápud Blas 1991: 266) aludían al concepto de interferencia lingüística en sus contribuciones,
comúnmente –y no sin motivos– se cita como responsable de la incorporación definitiva de
dicho concepto en la ciencia del lenguaje a Weinreich, quien escribió:

Los casos de desviación con respecto a las normas de cualquiera de las dos
lenguas que ocurren en el habla de los individuos bilingües como resultado de su
familiaridad con más de una lengua, es decir, como resultado de contactos, serán
denominados fenómenos de interferencia (1974: 17).

Desde la publicación de la obra de este lingüista, la cual ha tenido un impacto innegable


en el estudio del contacto entre lenguas, bastante ha sido lo que se ha hablado sobre el
tema en artículos, comunicaciones y libros; sin embargo, en realidad no ha sido mucho el
consenso que ha habido con respecto a qué ha de entenderse exactamente por
interferencia, cosa que pone de manifiesto, entre otros, Blas (1991), quien señala los
problemas que supone la delimitación de la interferencia en relación con el “error”
lingüístico, el bilingüismo y el cambio lingüístico3. Por lo anterior, si bien no es nuestro
propósito en esta ocasión caracterizar de modo exhaustivo la interferencia lingüística en
general, resulta crucial aclarar algunos puntos al respecto.

Aquí, partiendo de la clásica definición de Weinreich, pero añadiendo algunas


precisiones, provisionalmente definiremos la interferencia lingüística como una desviación,
en el habla de sujetos bilingües4, producto de su condición de tales, con respecto a la norma
o al sistema de la lengua pertinente, a saber, la lengua que se toma como modelo para la
consideración de la producción lingüística del hablante por las circunstancias (reales o
imaginarias5) del acto comunicativo y que corresponde a una de las lenguas conocidas (al
menos de modo parcial) por esos sujetos6. Por tanto, acerca de los temas en relación con
los que Blas señala la existencia de problemas de delimitación de la interferencia, puede
afirmarse lo siguiente: 1) en cuanto a si los fenómenos de interferencia implican errores (o
equivocaciones, si es que se hace la distinción [vid. Corder 1967, Brown 2000]), todo
dependerá de qué se entienda por error (y equivocación): si se entiende una desviación
cualquiera con respecto a la lengua propia de la comunidad y de las circunstancias
comunicativas en que se inserta o se pretende insertar discursivamente el hablante –así
como con respecto al saber lingüístico correspondiente–, la respuesta será positiva; en
cambio, si se entiende una desviación que necesariamente se da también con respecto al
sistema de esa lengua –que es la forma en que nosotros nos atreveríamos a usar el término–
, la respuesta solo será positiva para algunos casos, ya que también hay interferencias solo
de norma; 2) solo podrá haber interferencia propiamente dicha en el habla de quienes
conozcan, al menos de modo parcial, la lengua pertinente y la lengua desde la que se
produce el fenómeno; las desviaciones de hablantes que no cumplan con esa condición que
se hayan originado por una situación de bilingüismo social solo serán indirectamente
interferenciales; 3) toda interferencia propiamente dicha supondrá una innovación con
respecto a la lengua pertinente, es decir, una desviación sincrónica; en consecuencia, los
usos que se hayan originado como interferencias pero que luego hayan sido adoptados por
la masa también serán, desde su difusión, solo indirectamente interferenciales, y esta vez
solo al ser considerados desde una perspectiva diacrónica. Por otra parte, se desprende de
la definición proporcionada que nosotros consideraremos la interferencia en cuanto
fenómeno de habla, es decir, en cuanto fenómeno del lenguaje realizado, aunque es
evidente que tiene también un aspecto psicolingüístico, al cual por razones obvias la
lingüística aplicada al aprendizaje de lenguas extranjeras ha prestado particular atención
(vid. Barkman 1968; Brown 2000; Ellis 1994; Gass, Behney y Plonsky 2013; Lado 1973;
McLaughlin 1984; Odlin 1989).

Así, podrá hablarse de interferencia, p. ej., frente al uso de actually con el contenido
“actualmente” por parte de un hispanohablante aprendiente de inglés al intentar
comunicarse con un hablante de esta última lengua, en la que actually significa “realmente”
(interferencia de sistema); frente al uso de esp. controversial por parte de un angloparlante
aprendiente de español al comunicarse con un hispanohablante, por imitación del uso de
la palabra homógrafa del inglés, poseedora de un significado análogo, en tiempos en que
aquella, a pesar de ser una formación posible según el sistema hispánico, aún no se
constataba como realización efectiva, siendo lo común usar controvertido (interferencia
solo de norma)7; o frente al uso de déjame solo, por parte del mismo anglohablante y en la
misma situación anterior, para solicitar a un destinatario abusivo que deje de molestarlo,
por imitación del uso análogo que se suele dar a ingl. leave me alone (“déjame solo”)
(también interferencia solo de norma).

2. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERFERENCIA
LINGÜÍSTICA DE FRECUENCIA

Desde que comenzó a hablarse de interferencia en la ciencia del lenguaje, gran parte de
los estudiosos que han tratado el tema –varios de los cuales han publicado obras que
podrían considerarse clásicas en el estudio del contacto entre lenguas y en la lingüística
aplicada a la enseñanza y al aprendizaje de lenguas extranjeras– parecen haber concebido
la interferencia lingüística como una desviación consistente en el uso o el almacenamiento
en el acervo lingüístico de uno o más elementos (simples o complejos) que, como unidades
delimitables, constituyen en sí mismos anomalías (innovaciones) respecto de la lengua que
se toma como modelo (vid. Baetens 1986; Barkman 1968; Brown 2000; Debyser 1970;
Dubois et al. 2002; Gass, Behney y Plonsky 2013; Haugen 1956; Hernández 1998; Lado 1973;
López 1993; Mackey 1970; McLaughlin 1984; Odlin 1989; Overbecke 1976; Thomason 2001;
Thomason y Kaufman 1988; Weinreich 1974). En otras palabras, la interferencia lingüística,
así entendida, consistiría siempre en una desviación cualitativa, sea solo respecto de la
norma de la lengua o también respecto de su sistema, como sucede con los ejemplos
proporcionados en § 1.2.

Sin embargo, ha habido estudiosos que han ampliado el concepto de interferencia


lingüística, haciéndolo extensivo también a desviaciones ya no cualitativas, sino
cuantitativas, que son las que designaremos con el término interferencia de frecuencia (vid.
Alcaraz y Martínez 1997; Coseriu 1977; Kabatek 1997a, 1997b, 2000; Granda 1968;
Vázquez-Ayora 1977)8. En lo que sigue, con el fin de llegar a una caracterización satisfactoria
del fenómeno, nos referiremos en relativo detalle al planteamiento desarrollado por dos de
estos estudiosos, que son quienes, a nuestro parecer, han abordado en forma más
esclarecedora, desde el punto de vista teórico, el fenómeno de la interferencia lingüística:
Coseriu (1977), de cuya visión tripartita del lenguaje hemos hablado antes, y su discípulo
Kabatek (1997a, 1997b, 2000). Citaremos aquí casi exclusivamente el artículo de Kabatek
titulado Dime cómo hablas y te diré quién eres (1997a), que ofrece la ventaja de estar
escrito en español, y nos referiremos al trabajo de Coseriu solo para aclarar aquello que en
la formulación de su discípulo no quede del todo precisado.

Kabatek, siguiendo a su maestro, distingue dos tipos fundamentales de interferencia: la


positiva, que produce “resultados directamente comprobables en los discursos
producidos”, consistentes en “elementos positivamente presentes”, y la negativa, que
consiste en “la no-realización de ciertos elementos” (1997a: 223). Dentro de la interferencia
positiva, distingue este autor la interferencia de transposición, que “consiste en transponer
elementos del sistema B a un discurso del sistema A” (1997a: 222), y la hipercorrección,
“que resulta de la aplicación de unas reglas de conversión de elementos de B en elementos
de A también en casos donde los elementos forman parte, en realidad, de la zona
convergente AB” (1997a: 223). Y dentro de la interferencia negativa, distingue la
interferencia de convergencia, que “corresponde a la realización preferente de los
elementos de la zona de confluencia AB, tanto por razones de economía lingüística como
también por desconocimiento de los elementos divergentes” (1997a: 223), con la
consecuente “realización reducida o ‘realización negativa’ de elementos de la zona
divergente (por ejemplo, en un texto de A, de la zona A sin AB)” (1997a: 223-224), y la
interferencia de divergencia, que corresponde a “la realización proliferada de los elementos
divergentes (en un texto de A, de la zona A sin AB)”, con la “consecuente realización menos
frecuente o ‘negativa’ de los elementos de la zona común” (1997a: 223).

Recurriendo a los conceptos coserianos de sistema y norma, Kabatek explica lo siguiente


sobre los dos tipos fundamentales de interferencia por él identificados:

En el caso de las interferencias positivas, hay que distinguir entre


interferencias que afectan el sistema de una lengua e interferencias que
no afectan el sistema pero que producen alteraciones de la norma. Las
interferencias negativas, en cambio, sólo pueden producir alteraciones
de la norma de una lengua, alterando solamente la frecuencia normal
de realización de ciertos elementos (1997a: 224).

De estas dos clases interferenciales, en esta ocasión naturalmente nos centraremos en


la llamada interferencia negativa, que es en la que se agrupan los fenómenos consistentes
en desviaciones cuantitativas.

Como se podrá advertir, en esta clase entran no solo las desviaciones consistentes en el
sobreuso de elementos de la lengua pertinente que encuentran un elemento
correspondiente en la lengua desde la que se produce la interferencia (casos de
interferencia de convergencia; p. ej., en el caso de un hispanohablante con conocimientos
de inglés, el sobreuso de adverbios en -mente –suponiendo que exista en español o en la
variedad considerada una cierta regularidad en cuanto a la frecuencia de uso de dichos
adverbios– por imitación del hábito anglosajón de usar en abundancia adverbios en -ly),
sino también las desviaciones consistentes en el infrauso de tales elementos (casos de
interferencia de divergencia; p. ej., en el caso de alguien que realiza una traducción del
inglés al español, el infrauso del gerundio –nuevamente, suponiendo que exista una cierta
regularidad en cuanto a la frecuencia de uso del gerundio–, por temor a emplearlo de
manera errónea por imitación del uso de las formas anglosajonas en -ing halladas en el texto
original). Esto constituye uno de los motivos por los que el planteamiento desarrollado por
Coseriu y Kabatek resulta superior a otros. En efecto, la mayoría de los estudiosos que han
considerado la posibilidad de hablar de interferencias de tipo cuantitativo parece
considerar solo el primer tipo de desviación (vid. Alcaraz y Martínez 1997; Gómez 1998;
Granda 1968; Lorenzo 1980, 1996; Vázquez-Ayora 1977); pero Coseriu y Kabatek logran
darse cuenta de que, en rigor, frente a tales casos, aquellos en que se constata que la
frecuencia con que se usa un determinado recurso es menor que la normal, en cuanto
fenómenos de interferencia, no tendrían por qué recibir un tratamiento diferente, al menos
desde un punto de vista resultativo9.

Pues bien: a pesar de que Kabatek y Coseriu identifican con bastante claridad los dos
tipos de fenómenos interferenciales de tipo cuantitativo, existen en el planteamiento
desarrollado por estos autores al menos dos problemas.

El primer problema, el cual surge en la exposición de Kabatek, es que este lingüista, al


hablar de una zona de confluencia de las lenguas que conoce el hablante que incurre en la
llamada interferencia negativa, entendida como una zona interlingüística abstracta cuyos
elementos el hablante preferirá o evitará (según se trate de un caso de interferencia de
convergencia o de divergencia, respectivamente), parece dar por sentado que siempre
habrá identidad entre los recursos de la lengua pertinente que son sobre- o infrausados y
los recursos correspondientes de la otra lengua a causa de los que se ocasiona la
interferencia, lo cual constituiría un error. Esto, en cambio, no sucede en la exposición de
Coseriu (1977), quien habla de recursos idénticos o análogos.
El segundo problema, el cual requerirá mayor disquisición, se halla tanto en el trabajo
de Coseriu como en el de Kabatek, y es que la clase más general a la que la interferencia de
convergencia y la de divergencia pertenecen no es caracterizada de manera adecuada.
Como ya se ha mencionado, para dichos estudiosos la interferencia de convergencia y la
de divergencia pertenecen a la clase de la interferencia negativa, por cuanto en ambos casos
la desviación estaría dada por la no-realización, o realización negativa, de ciertos elementos
lingüísticos. No obstante, la “negatividad” constatada en estos tipos interferenciales no es
realmente una nota distintiva de ellos, ya que también puede observarse en otros
fenómenos de interferencia. Así, p. ej., si un hablante nativo de inglés que está aprendiendo
español, al intentar hablar esta lengua, emplea ingl. army (“ejército”), no solo tendremos la
realización de dicha palabra, sino también la consecuente no-realización de ejército, así
como de otras alternativas frásticas (“explicativas”) que ofrece la lengua española; y, de
modo análogo, si el mismo hablante, en las mismas circunstancias, emplea indoctrinación
por imitación de ingl. indoctrination, tendremos la no-realización de adoctrinamiento y de
otras alternativas hispánicas. Todo caso de interferencia –y, en realidad, todo acto
lingüístico– tendrá, pues, dos caras: una positiva, consistente en la realización de ciertos
elementos, y una negativa, consistente en la consecuente no-realización de otros. Por
tanto, establecer una clase de interferencia negativa, como opuesta a la de la interferencia
positiva, no es una solución satisfactoria.

Lo que realmente distingue a la interferencia de convergencia y a la de divergencia no es


su “negatividad”, sino ni más ni menos que su índole de desviación cuantitativa, dada solo
por la frecuencia de uso de un recurso lingüístico que por lo demás es castizo. Es por esto
por lo que aquí, para referirnos a la clase a que pertenecen ambos fenómenos, optamos
por emplear el término interferencia de frecuencia, que tomamos de Alcaraz y Martínez
(1997) –quienes no obstante definen el fenómeno designado de manera bastante
deficitaria10–. Concretamente, por interferencia de frecuencia se entenderá aquí el empleo
de un recurso constatado en la norma de la lengua pertinente (y, por tanto, válido según el
sistema correspondiente) con una frecuencia atípica respecto de la registrada para ese
recurso en dicha norma, producto del conocimiento que tiene el sujeto hablante de otra
lengua.

Definida de este modo, la interferencia de frecuencia ha de distinguirse de otros


fenómenos que, si bien en primera instancia podrían confundirse fácilmente con ella, son
en realidad de diferente índole. Así, no hay interferencia de frecuencia cuando se presenta
el uso reiterado, por motivo de interferencia, del significante de un recurso de la lengua
pertinente con un contenido impropio según el sistema, fenómeno en que en rigor lo que
lo que se tiene, si se considera tanto expresión como contenido, no es el empleo de un
recurso de la lengua pertinente, sino de un recurso nuevo (p. ej., el uso de formas
gerundioides con valor nominal al traducir del inglés al español, por imitación de los usos
dados a las formas terminadas en -ing en el texto original). Por otro lado, cuando se
presenta el uso reiterado de recursos de la lengua pertinente con funciones de habla
anormales (pero no imposibles en términos funcionales) positiva o negativamente (p. ej.,
en una traducción del inglés al español, el uso no enfático del pronombre personal en un
contexto en que la forma normal de usar el pronombre sería con función enfática), o con la
consecuencia de extrañeza o molestia en el destinatario (p. ej., el uso, en una traducción
del inglés al español, de adverbios en -mente muy cerca unos de otros y por tanto con efecto
cacofónico), en caso de haber interferencia de frecuencia, habrá también algo más, que no
será consecuencia necesaria de esta11.

Ahora bien: ya definido y en gran parte deslindado el fenómeno, es de vital importancia


aclarar que, en rigor, solo se puede hablar de interferencia de frecuencia si existe una cierta
regularidad en la lengua pertinente en cuanto a la frecuencia de empleo del recurso
considerado. Kabatek, p. ej., parece confundido a este respecto cuando, al referirse a las
dificultades inherentes al descubrimiento de los fenómenos de interferencia de frecuencia,
afirma que “resulta casi imposible definir lo que es la frecuencia ‘normal’ de elementos en
un texto, sobre todo si es un texto producido en una situación de conflicto lingüístico con
normas poco estables” (1997a: 224, n. 28). El problema está en que la interferencia de
frecuencia (y la interferencia en general) es siempre un hecho de habla que se determina
en relación con un hecho de lengua, y todo hecho de lengua es, como ya hemos dicho (§
1.1), un hecho de isoglosas, es decir, un hecho de regularidad de uso. Por tanto, si no existe
estabilidad alguna en cuanto a la frecuencia de empleo de un recurso en el conjunto de
actos lingüísticos de la comunidad considerada, simplemente no habrá un hecho de lengua
con que se pueda hacer la comparación que lleve a determinar si se está o no ante un caso
de interferencia de frecuencia. En otras palabras, no puede hablarse de anormalidad si no
existe una normalidad previa identificable12.

3. SOBRE LA PERCEPTIBILIDAD Y LA CENSURA DE LA


INTERFERENCIA LINGÜÍSTICA DE FRECUENCIA

Es bien sabido que el término interferencia en el ámbito del estudio del lenguaje tiene
una connotación más bien negativa. Como escribe Blas: “[E]l término interferencia nació
bajo la óptica de un valor negativo, de su consideración de ‘ataque’ a las normas del sistema.
En este sentido, hablar de interferencia era hablar de ‘error’” (1991: 267). De este modo,
no es infrecuente que, al hablarse de fenómenos de interferencia, sobre todo en el ámbito
de la enseñanza de la traducción y de lenguas extranjeras, ello sea con un propósito
censurador, es decir, para advertir a los hablantes sobre lo nocivo que resulta el fenómeno
y proporcionarles herramientas para que no incurran en él. Y esto también se extiende al
tratamiento de la interferencia de frecuencia, aunque al parecer solo en su forma de
interferencia de convergencia. Un ejemplo es el de Vázquez-Ayora, quien a propósito de los
anglicismos de frecuencia –de los que se hablará en la próxima sección– en la traducción
del inglés al español escribe:

Los anglicismos sintácticos, queremos recalcar, son tan dañinos


como los léxicos […]. Hay casos en que la forma sintáctica o el vocablo
son correctos, pero es la ‘frecuencia’ la que perturba el canal de
comunicación con elementos ajenos al espíritu del español, que se
imponen sobre los que le son propios, y dan a la versión un sabor
extraño y la falta de autenticidad. El estudio de los ‘anglicismos de
frecuencia’ tiene pues trascendencia lingüística, sobre todo en nuestra
disciplina, y los métodos de evitarlos deben formar parte del inventario
de técnicas de la traductología (1977: 102-103, cursivas nuestras).

Cabe en este punto preguntarse: ¿en qué medida se justifica esta actitud purista? Para
intentar dar respuesta a este interrogante, nos permitiremos una breve digresión, en la que
nos referiremos a las observaciones que hace Coseriu en relación con el tema de los
americanismos hispánicos:

Sacaclavos es “americanismo” sólo porque en este sentido la norma


española ya tiene consagrado el término desclavador. Y papal, en el
sentido de “plantación de papas” no es “americanismo” sino desde el
punto de vista de la norma actual de España, mientras que desde el
punto de vista del sistema es formación de lo más castiza. En efecto,
palabras perfectamente españolas se crean no sólo en España, sino
también en América, porque también en América funciona el sistema
lingüístico español y, si las palabras nuevas representan realizaciones
de posibilidades del sistema, nada importa que hayan surgido en
Madrid o en Montevideo (1982b: 79).

En el fragmento citado –que es parte de una argumentación mayor sobre la validez en


general de las creaciones lingüísticas que surgen de las posibilidades funcionales de la
lengua–, al defender el carácter propiamente castizo de las creaciones lingüísticas
americanas nacidas según el sistema panhispánico, Coseriu evidentemente da más
importancia al sistema que a la norma en lo relativo a la valoración de las innovaciones de
los hablantes; y esto incluso si las innovaciones no vienen a llenar “vacíos” expresivos del
idioma, sino que más bien surgen como alternativas a formas preexistentes, como en el
caso de sacaclavos frente a desclavador. En efecto, desde el punto de vista comunicativo, si
un individuo no habla según la norma constituida, pero de todos modos realiza de manera
correcta las posibilidades del sistema, siempre se tratará de un uso menos reprochable que
otro en el que esto no ocurra, incluso si las anomalías lingüísticas causan extrañeza y aun
dificultad de comprensión, pues mientras exista un sistema común existirá la posibilidad
racional de comunicación. Y si con sus innovaciones el hablante no solo realiza las
posibilidades del sistema, sino que además no da lugar a ningún efecto indeseado en el
destinatario, la verdad es que ya nada podrá reprochársele desde este punto de vista; será,
en términos comunicativos, un uso tan lícito como uno basado por completo en la norma
constituida.
En el caso de la interferencia de frecuencia, ya se ha dicho que esta, en cuanto fenómeno
interferencial, se caracteriza solo por su naturaleza de desviación cuantitativa, y que si bien
puede presentarse junto con otros fenómenos entorpecedores de la comunicación, estos
no son una consecuencia necesaria de aquella. Por ello, no es extraño que haya casos de
interferencia de frecuencia adscritos al último tipo de innovación mencionado13, a saber, al
que no implica problema comunicativo alguno. Más aún: por la naturaleza del fenómeno,
que hace que la desviación se manifieste no en unidades discretas del decurso lingüístico,
sino a lo largo de todo este –“sin localizarse en ninguna parte”, diría Vázquez-Ayora (1977:
202)–, no pocas veces ocurrirá que, frente a casos de interferencia de frecuencia, el
destinatario, aun si es el más leído, no solo no sentirá extrañeza, sino que ni siquiera en un
intento reflexivo será capaz de darse cuenta de que está ante una anomalía. En efecto, rara
vez las personas están pendientes de la frecuencia con que se emplea tal o cual recurso
lingüístico al asumir el rol de destinatarios, y si el docente de lengua extranjera o de
traducción es capaz de detectar a simple vista la anomalía en cada caso –cosa que es
improbable a menos que se haga un análisis detenido de las producciones de los alumnos,
las cuales, además, la mayoría de las veces serán muy breves como para sacar conclusiones
estadísticas significativas– será por deformación profesional. A este respecto, puede
resultar esclarecedor citar a Viaggio, quien, a propósito del concepto de marcación, escribe:

Me apresuro a aclarar, una vez más, que la marca formal […] solo
funciona si se capta. No hay más forma que la percibida: en la pintura
solo cuentan los colores del espectro visible y en la música lo que el oído
humano puede distinguir. Si la cantidad de eñes de este libro es
exactamente el cuadrado de las rimas en -ava del “primer canto” de la
Divina Comedia, al margen de que haya tenido o no la intención
consciente de que así sea, no hay manera de percibirlo. Ergo, no cuenta
(2004: 320).

Así pues, si hay, en una situación de contacto entre el inglés y el español, o en cualquier
situación comunicativa hispánica, p. ej., un aumento en el uso de adverbios en -mente con
respecto a lo normalmente constatado en español, ello nada importará si el destinatario ni
siquiera es capaz de notar que hay algo atípico acerca de dicho uso, que es muy
probablemente lo que sucederá mientras el emisor procure no abandonar por completo
otras construcciones normales del español y no utilizar los adverbios muy cerca unos de
otros, lo que causaría cacofonías. Habrá, sí, una anomalía real, constatable mediante un
análisis estadístico ulterior; pero no será una realidad perceptible para el destinatario en la
inmediatez del discurso.

Por lo hasta ahora expuesto, resulta sensato afirmar que no hay una verdadera
justificación para censurar de manera genérica la interferencia de frecuencia, rehuyéndola
como si se tratase de algo intrínsecamente nocivo. Tal actitud solo es reflejo de un
dogmático purismo, por completo infértil para cualquier propósito de planificación
lingüística, ya que olvida que la lengua no es algo que se imponga al individuo sin más, sino
que, en cuanto sistema, “se le ofrece, proporcionándole los medios para su expresión
inédita, pero, al mismo tiempo, comprensible, para los que utilizan el mismo sistema”
(Coseriu 1982b: 982)14.

Desde luego, un buen docente de lengua extranjera o de traducción debe conocer bien
los fenómenos como la interferencia de frecuencia, así como debe también sensibilizar al
estudiante respecto de tales fenómenos y familiarizarlo con los problemas (por cierto
condenables) con que estos se relacionan: ello forma parte de la misión que tiene el
docente de concienciar en forma constante al alumno en relación con su actividad. Mas no
resulta pertinente censurar de manera tajante un fenómeno lingüístico que, a pesar de
constituir una desviación con respecto a la conducta “esperable” de un hablante en
circunstancias “normales”, corresponde sencillamente a una explotación particular del
sistema de la lengua (vid. Pountain 1994), sin la consecuencia necesaria de problemas
comunicativos y sin siquiera manifestarse necesariamente como algo perceptible para los
destinatarios. Y si fuese pertinente tal censura –reiteramos: no lo es–, esta debiera
implementarse de manera consecuente; o sea, no solo habría que condenar la interferencia
de frecuencia en su forma convergente, sino también en su forma divergente, cosa que
nadie parece hacer.

4. SOBRE EL USO DE TÉRMINOS COMO ANGLICISMO DE


FRECUENCIA

No es poco común en la literatura especializada que, para designar, al menos en principio,


casos de interferencia de convergencia producidos desde un idioma en particular, se
empleen denominaciones como esp. catalanismo de frecuencia, fr. anglicisme de
fréquence, ingl. frequency Gallicism, etc. (vid. Cardinal 2009; Gold 1983; Darbelnet 1976;
Lorenzo 1980, 1996; Martínez 2008; Rodríguez 2000, 2002; Vázquez-Ayora 1977), en las que
las palabras catalanismo, anglicisme, Gallicism, etc., son las encargadas de especificar el
origen de la interferencia (en el primer caso, el catalán; en el segundo, el inglés; en el
tercero, el francés). Así, p. ej., en el ámbito hispánico, Lorenzo, utiliza el término anglicismo
de frecuencia –acuñado por él en 1956 (Lorenzo 1980) – para referirse al “uso inmoderado
[por influencia del inglés] de ciertas palabras o expresiones que si no son anglicismos en sí,
al excluir otras opciones que ofrece la lengua española, suenan, por su insistencia, extraños
y monótonos” (1996: 616). Y, en la misma línea, en un clásico tratado sobre traducción,
Vázquez-Ayora, quien es probablemente el que más responsabilidad tuvo en la difusión del
término, escribe al respecto:

Como su nombre lo indica, [el anglicismo de frecuencia] es causado


por la ‘frecuencia’ insólita con la que aparece algún ‘giro’ o ‘término’ sin
que ese giro o término sea necesariamente un anglicismo en sí. Puede
no ser giro extranjero, mas su repetición en el uso no es castiza, y en
ello se distingue de las otras clases de anglicismos que hemos conocido
antes (1977: 103).

Ahora bien: antes se ha dicho que la mayor parte de los estudiosos que se han referido
a la posibilidad de interferencias cuantitativas solo considera casos de convergencia; no
obstante, independientemente de si quienes emplean denominaciones como las que nos
ocupan en este apartado están o no conscientes de que existe la interferencia de
divergencia, el que dichas denominaciones se usen solo para designar casos de interferencia
de convergencia está por completo justificado y ha de mantenerse así, aun si se reconocen
ambas clases interferenciales. Los términos anglicismo, catalanismo, galicismo, etc., como
términos metalingüísticos15, siempre designan fenómenos en que se imita otro idioma,
cosa que no sucede en el caso de la interferencia de divergencia, en referencia a la cual
sería más adecuado hablar de antianglicismos, anticatalanismos, antigalicismos, etc., por
cuanto se trata siempre de usos que van en contra de lo observado en el idioma desde el
cual se produce la interferencia.

Por otra parte, en el uso de términos como los mentados pueden en ocasiones darse
diversas imprecisiones y confusiones. Sin embargo, varias de ellas no presentan en realidad
mayor dificultad a la luz de lo expuesto en el último párrafo del apartado anterior, por lo
que en lo que sigue nos detendremos en un problema en particular, que se puede constatar
en varios trabajos en español sobre los anglicismos de frecuencia, aunque es probable que
también exista en otros idiomas y en referencia a fenómenos de interferencia de
convergencia de diferente origen.

Este problema se presenta, p. ej., en el libro de Vázquez-Ayora, donde se lee que “[e]ntre
los ‘anglicismos de frecuencia’ correspondientes al léxico, cunde en primera línea el
adverbio, de modo especial el terminado en -mente” (1977: 116); en el estudio de
Rodríguez, donde se lee que “son anglicismos de frecuencia sintácticos los adjetivos
antepuestos al sustantivo, los adverbios en -mente, el gerundio, las repeticiones
innecesarias y el verbo poder” (2000: 309; 2002: 166) y donde se habla continuamente de
anglicismos de frecuencia para hacer referencia a cada una de las apariciones
independientes de los recursos lingüísticos hispánicos cuyo sobreuso supone un anglicismo
en el corpus estudiado; y, ya desde el título, en la ponencia de Véliz y Cámara (2010): La
“parataxis” como anglicismo de frecuencia en traducciones del inglés al castellano.

Lo que tienen en común de problemáticos los casos citados es que en ellos no se


distingue entre el sobreuso de un recurso lingüístico dado y el recurso en sí mismo, aunque
evidentemente se trata de fenómenos distintos, tanto como lo son un cardumen y los peces
que lo conforman (considerados como individuos o como una clase en abstracto). En efecto,
es obvio que en el caso de un cardumen los peces no adquieren en sí mismos la condición
de cardúmenes por el hecho de conformar uno conjuntamente; la condición de cardumen
solo está en el grupo. Algo análogo, pues, puede decirse de los fenómenos de interferencia
de frecuencia. Así, p. ej., en el caso del contacto entre el inglés y el español, los adjetivos
prenominales, los adverbios en -mente, las construcciones paratácticas, etc., en cuanto
recursos del español, sean considerados de manera concreta o abstracta, no se convierten
en sí mismos en anglicismos ni se comportan como tales por el hecho de ser sobreutilizados
con el resultado de anglicismos de frecuencia. En tales casos, el anglicismo no se halla en
los recursos lingüísticos sobreutilizados en sí mismos, que son racional y cronológicamente
anteriores, sino en los conjuntos de ocurrencias concretas de cada recurso. Por tanto, en
lugar de decir, p. ej., que tal recurso lingüístico es un anglicismo de frecuencia, o que se
comporta como uno, será correcto decir que es un recurso asociado a un anglicismo de
frecuencia o algo comparable.

Lo recién apuntado podrá parecer una verdad de Perogrullo, mas hacerlo explícito se
justifica en la medida en que existen estudiosos que incurren en la imprecisión señalada.
Por otra parte, aun si se trata meramente de una imprecisión expresiva, de una metonimia,
es una metonimia confusa y más que fácil de evitar, lo cual basta para tacharla de
inaceptable en el lenguaje científico. Además, tal imprecisión puede incluso llegar a
contribuir, especialmente en el aula, a la estigmatización, por completo injustificada, de
recursos lingüísticos perfectamente castizos; así, p. ej., si un estudiante de traducción
inglés-español escucha una y otra vez a sus profesores decir que las construcciones pasivas
con ser + participio constituyen anglicismos, es probable que termine por generar un
rechazo genérico frente a dichas construcciones y que intente eliminarlas de su acervo
lingüístico (vid. Echeverría 2011), lo que sería en realidad un despropósito, pues se trata de
construcciones utilizadas hasta por el mismísimo Cervantes.

5. CONCLUSIÓN
En estas páginas esperamos haber contribuido a la comprensión de la interferencia
lingüística de frecuencia y de algunos de los problemas relacionados con dicho fenómeno.
Lo aquí expuesto sobre el tema se puede sintetizar en los puntos siguientes:

1. La interferencia de frecuencia consiste en el empleo de un recurso existente como


realización efectiva en la lengua pertinente con una frecuencia anormal, producto
del conocimiento que tiene el sujeto hablante de otra lengua. Se trata, por tanto, de
una desviación interferencial cuantitativa, que ocurre no respecto del sistema de la
lengua, sino solo respecto de su norma.

2. Tal desviación puede ser interlingüísticamente convergente o divergente; es decir,


puede consistir en el uso preferencial de recursos que cuenten con un recurso
correspondiente (idéntico o análogo) en la lengua desde la que se produce la
interferencia o bien en el uso preferencial de recursos que carezcan de tal
correspondencia.

3. Todo fenómeno de interferencia de frecuencia tiene una cara positiva, consistente


en el empleo preferencial de ciertos recursos lingüísticos, y una cara negativa,
consistente en el uso minoritario o nulo de otros recursos. En este sentido, este tipo
de interferencia no se diferencia de los demás.

4. Ya que la interferencia de frecuencia no implica necesariamente problemas


comunicativos, a pesar de relacionarse con tales problemas de manera ocasional, y
ya que incluso habrá oportunidades en que, además de no causar problema
comunicativo alguno, se presentará como una realidad imperceptible en inmediatez
del discurso, aun para destinatarios leídos y reflexivos, no existe ninguna razón para
censurar de modo genérico dicho fenómeno en la formación lingüística de bilingües.

5. Más injustificado aún que censurar de modo genérico la interferencia de frecuencia


es censurarla solo en su forma de interferencia de convergencia, ignorando los casos
de divergencia, ya que ambos fenómenos, desde el punto de vista de su resultado
con respecto a la lengua pertinente, son en realidad análogos.

6. En cuanto a los términos como anglicismo de frecuencia, estos han de seguir


reservándose para designar exclusivamente casos de interferencia de convergencia,
ya que solo en estos se constata la imitación de otro idioma, mientras que en los
casos de interferencia de divergencia sucede lo opuesto.

7. El usar tales términos para designar, en los casos de interferencia de convergencia,


los recursos sobreutilizados en sí mismos, y no solo el sobreuso como tal, constituye
una imprecisión que ha de evitarse. Conviene, pues, distinguir en todo momento
entre, por un lado, anglicismos de frecuencia, catalanismos de frecuencia, galicismos
de frecuencia, etc., y, por otro lado, los recursos lingüísticos asociados a ellos.

Notas

1 El presente artículo se basa principalmente en el marco conceptual de Echeverría 2015,


investigación que contó con el financiamiento parcial de una Beca de Incentivo a la
Investigación otorgada por el Vicedecanato de Investigación y Postgrado de la Facultad de
Humanidades de la Universidad de Santiago de Chile. Corresponden a versiones parciales
de este artículo, aquí refundidas, adaptadas y ampliadas, las ponencias Echeverría 2014a y
2014b.

2 Usaremos los términos expresión y contenido, según la tradición glosemática (vid.


Hjelmslev 1971), para referirnos, sin distinguir todavía entre forma y sustancia, a los dos
planos del lenguaje: al plano del significante y al del significado, respectivamente, según la
terminología saussureana (Saussure 2005).

3 Blas trata por separado los problemas de delimitación de la interferencia en relación con
el cambio lingüístico y con la integración, pero en verdad se trata de un mismo fenómeno
(vid. Coseriu 1978, Mackey 1970).

4 Es decir, sujetos que cumplan con la condición de hablar al menos dos lenguas,
independientemente de que hablen más.

5Pueden ser circunstancias imaginarias en el aula de lengua extranjera, donde es común


hacer a los estudiantes imaginar que se están comunicando con hablantes nativos.

6El uso de términos como lengua meta al hablar de interferencia nos parece problemático,
ya que determinar qué lengua ideal busca realizar el hablante, o si tan siquiera busca
realizar una lengua en particular, es bastante difícil, especialmente por lo que concierne a
cuestiones de pura norma. Por esto, aquí preferimos usar el término lengua pertinente,
considerando el contexto idiomático (vid. Coseriu 1982a) del acto comunicativo.

7 En la Hispanoamérica de la actualidad, la misma situación no implicaría interferencia, pues

controversial es ya una palabra bastante común en dicho territorio, e incluso es reconocida


por la Real Academia Española (2014).

8 Gómez (1998), p. ej., también reconoce tales desviaciones, pero él no habla de


interferencias, sino de préstamos de frecuencia.

9 L. Payrató (ápud Kabatek 1997a: 224, n. 27) reconoce también la interferencia de


divergencia, aunque él habla de ultracorrección.

10 En palabras de Alcaraz y Martínez: “La interferencia de frecuencia consiste en usar


elementos que sí existen en la lengua meta, pero que no se utilizan con tanta regularidad
como en la lengua original (por ejemplo, la pasiva en español y en inglés)” (1997: 303-304).
El problema más grave (pero lamentablemente no el único) de esta definición es que, de
tomársela al pie de la letra, se terminarían por considerar como interferenciales usos que
no implican desviación alguna con respecto a la lengua pertinente (o “lengua meta”); así,
de acuerdo con las palabras de Alcaraz y Martínez, si se acepta que las construcciones
pasivas con ser + participio del español son menos frecuentes que las construcciones
correspondientes del inglés, habría que aceptar que se producirá interferencia con la sola
aparición de aquellas en el habla de un hispanohablante con conocimientos de inglés, sin
importar la frecuencia constatada en dicho uso, lo cual resulta un sinsentido, porque se
trata de un recurso totalmente castizo en español, proveniente del latín. Parece bastante
claro, pues, que estos autores no consideran como fenómeno de interferencia de frecuencia
el mero empleo de construcciones pasivas con ser + participio (ni el de ningún otro recurso
propio de la “lengua meta”), sino solo su uso con una frecuencia mayor que la normal
constatada, por lo cual habría que reemplazar la palabra usar por sobreusar en la definición
citada. A este respecto, vid. § 4.

11 De hecho, al presentarse un fenómeno de interferencia de frecuencia junto con el empleo

reiterado del recurso correspondiente de la lengua pertinente con una función de habla
anormal, este último fenómeno, de interferencia cualitativa, será racionalmente anterior.

12 Es de todas maneras importante tener en cuenta que la regularidad y la normalidad, como

condiciones absolutas, son condiciones ideales, tal como la lengua estática es un objeto
ideal, deducido por el lingüista mediante un procedimiento abstractivo (vid. § 1.1 y Coseriu
1978: 50-51). De este modo, podremos preguntarnos según qué convención estadística
determinaremos en cada caso el límite entre, por un lado, lo regular y lo irregular, y, por
otro lado, lo normal y lo anormal; pero tal pregunta tendrá un carácter más bien
metodológico que teórico.

13 Algunos autores probablemente rechazarían la idea de que los fenómenos de


interferencia de frecuencia constituyen innovaciones lingüísticas. P. ej., Pountain (1994), al
tratar el tema del anglicismo sintáctico hispánico, distingue entre fenómenos de innovación
y de explotación, refiriéndose a anglicismos de sistema y de norma, respectivamente
(aunque sin usar la terminología coseriana). Sin embargo, la verdad es que todo fenómeno
de interferencia lingüística, sea de sistema o de norma, implicará una innovación en el
sentido amplio del término (vid. Coseriu 1978). En el caso de la interferencia de frecuencia,
la innovación será, como se ha dicho, cuantitativa.

14Aunque Coseriu en un principio hablaba de “imposiciones sociales y culturales” (1982b:


98) al referirse a la lengua en cuanto norma, finalmente admite que “era una expresión
poco feliz, pues la lengua no se ‘impone’ a los hablantes” (1978: 56, n. 65).

15 Hacemos la especificación ya que estos términos también podrían usarse para referirse a
la imitación de conductas extranjeras en general, sean o no lingüísticas. Así, se podría decir
que imitar el hábito de los ingleses de tomar té en la tarde es también un anglicismo,
aunque claramente no uno lingüístico.
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Fuente

Echeverría Arriagada, C. La interferencia lingüística de frecuencia. Publicado en:


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https://goo.gl/9FbAem

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