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CONVERSACIONES DE
EMIGRADOS ALEMANES
traducción y notas
Isabel Hernández
© de la traducción y notas:
ISABEL HERNÁNDEZ
© de esta edición:
www.albaeditorial.es
ISBN: 84-8428-294-5
Depósito legal: B-4 525-06
Impreso en España
ÍNDICE
CONVERSACIONES DE
EMIGRADOS ALEMANES..............11 ............................... 5
5
JOHANN WOLFGANG VON GOETHE 6
(4) Naturalmente católico, puesto que la orilla izquierda del Rin era en su
mayor parte de esta confesión. Los teólogos católicos se ordenaban como
sacerdotes una vez concluidos sus estudios. Si no había una parroquia libre,
se acomodaban en casas de la nobleza, donde no se dedicaban únicamente a
sus funciones espirituales, sino que ejercían también como secretarios,
administradores y otras tareas similares.
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(11) A la servidumbre.
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duo ruin.
»Por suerte o por desgracia sucedió que pronto quedó
libre el corazón de la hermosa dama. Su amigo lo percibió
con placer y trató de hacerle ver que el puesto vacante le
correspondía a él antes que a cualquier otro. No sin resis-
tencia y desagrado prestó la dama oídos a sus deseos.
»-Me temo -le dijo- que por culpa de esta condescen-
dencia voy a perder lo más apreciado del mundo, a un
amigo.
»Lo había predicho bien; pues apenas llevaba un tiempo
desempeñando con ella este doble papel, los caprichos del
joven comenzaron a resultarle pesados: como amigo exigía
toda su atención, como amante todo su cariño y como joven
agradable y sensato conversación infinita. Pero esto no
cuadraba en absoluto con las ideas de la vivaz muchacha:
no podía avenirse a sacrificio alguno y no tenía ganas de
concederle a nadie derechos exclusivos. De ahí que tratara,
de un modo delicado, de disminuir poco a poco sus visitas,
de verlo menos y de hacerle sentir que no iba a perder su
libertad por nada del mundo.
»Tan pronto como él se dio cuenta, se sintió preso de la
mayor de las desdichas, y, por desgracia, este mal no vino
solo: sus asuntos familiares empezaron a ir extremadamen-
te mal. En esto tenía que reprocharse que, desde joven,
había creído que su fortuna era una fuente inagotable,
había desatendido sus negocios para hacer el papel, en via-
jes y en el ancho mundo, de un individuo más elegante y
más rico de lo que su cuna y sus ingresos le permitían. Los
pleitos en los que tenía puestas sus esperanzas iban lentos
y eran costosos. Por eso tuvo que ir varias veces a Palermo
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(16). La fuente para la redacción de esta segunda historia parece ser oral.
Charlotte von Stein escribe el 19 de febrero de 1795 en una carta a Charlotte
von Schiller que el señor Von Pannwitz, en cuya casa paterna ocurrieran los
sucesos que se relatan, se la había contado tres años antes y que le había
llamado la atención que Goethe la incluyera en una revista tan «respetable»
como Die Horen.
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»Aquellos golpes los oía cualquiera que iba con ella o que
no estaba a mucha distancia de allí. Al principio bromeaban,
pero al final la cosa empezó a resultar desagradable. El
señor de la casa, que era de mente despierta, investigó
personalmente las circunstancias. Los golpes no se oían
hasta que la muchacha comenzaba a andar, y no tanto al
posar el pie, sino al levantarlo para continuar andando. No
obstante, de vez en cuando los golpes eran irregulares, y se
hacían especialmente fuertes cuando atravesaba en diago-
nal una gran sala.
»Un día en que el dueño de la casa tenía a mano a unos
obreros, les ordenó, puesto que los golpes eran excesiva-
mente fuertes, que alzaran algunas de las tablas por las que
ella había pasado. No encontraron nada, excepto que con
ese motivo salieron algunas ratas enormes, cuya caza
levantó mucho ruido en la casa.
»Defraudado por el suceso y la confusión, el dueño de la
casa echó mano a un remedio más enérgico: descolgó de la
pared el látigo de cazador más grande que tenía y juró que
azotaría a la muchacha hasta la muerte si los golpes volvían
a oírse una sola vez más. A partir de ese momento ella
anduvo por toda la casa sin tribulaciones, y no volvieron a
oírse los golpes.
(26) Seguramente Goethe se refiere con ello a obras como las de Otto von
Gemmingen, Der deutsche Hausvater [El padre de familia alemán],
representada en Mannheim en 1780, o Friedrich Ludwig Schröder, Das
Porträt der Mutter [El retrato de la madre], representada en 1786. El género
del «retrato de familia» estaba muy de moda en la época, debido sobre todo
al éxito de la obra de Oliver Goldsmith, El vicario de Wakefield (1766).
(27) La historia de Ferdinand no se halla recogida en ninguna otra fuente,
aunque sí se hallan resonancias de algunos de los motivos que conforman la
trama en algunas composiciones burguesas de la época.
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ro y vago.
»Su padre le encargó revisar un baúl de viejas cartas para
ordenarlas. Un domingo, estando solo, cruzó con él la sala
en la que estaba el escritorio que contenía la caja de su
padre. El baúl era pesado; lo había agarrado mal y trató de
soltarlo o, más bien tan sólo de apoyarlo por un momento.
Incapaz de sostenerlo, golpeó con fuerza la esquina del
escritorio haciendo saltar su tapa. Entonces vio ante sí todos
los rollos de monedas, que alguna que otra vez había
mirado tan sólo de reojo, puso el baúl en el suelo y, sin
pensar ni reflexionar, cogió un rollo del lado del que el
padre parecía sacar habitualmente su dinero para gastos
arbitrarios. Volvió a cerrar el escritorio y ensayó el golpe
lateral: a cada ocasión la tapa salía volando y era lo mismo
que si hubiera tenido la llave de la escribanía.
»Vivamente volvió a buscar entonces todos los placeres a
los que había tenido que renunciar hasta ese momento. Se
esforzó más por su linda dama; todo lo que hacía y se pro-
ponía era más apasionado; su vivacidad y su gracia se ha-
bían transformado en un carácter brusco, sí, casi violento,
que ciertamente no le sentaba mal, pero tampoco producía
el beneficio de nadie.
»Lo que la chispa es a un arma cargada lo es la ocasión al
deseo, y cada deseo que satisfacemos en contra de nuestra
conciencia nos obliga a utilizar un exceso de fuerza física;
volvemos a actuar como salvajes y resulta difícil disimular
estos esfuerzos.
»Cuanto más le contradecían sus sentimientos, tantos más
argumentos artificiosos acumulaba Ferdinand; y parecía
actuar con más arrojo y libertad cuanto más atado se sentía
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(28) Lucas 15, 7: «Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el
cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos
que no tengan necesidad de conversión».
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últimos lazos.
»Esta operación fue más dolorosa de lo que se había
imaginado. Un día la encontró sola y le echó valor para
recordarle la palabra dada y traer a su memoria aquellos
momentos en los que ambos, empujados por los más tier-
nos sentimientos, habían llegado a un acuerdo para su vida
futura. Ella fue amable, casi puede decirse que incluso cari-
ñosa; él fue más tierno y deseó que en ese momento todo
fuera distinto de como se lo había imaginado. Sin embargo,
se recobró y relató la historia de su inminente estableci-
miento con calma y amor. Ella pareció alegrarse al respecto
y, en cierto modo, lamentar que debido a ello su unión
debía seguir aplazándose. Dio a entender que no tenía el
más mínimo deseo de abandonar la ciudad; mostró sus
expectativas de que, con algunos años de trabajo en aque-
llas regiones, pudiera estar en situación de representar un
buen papel también entre sus actuales conciudadanos. Le
dejó ver con claridad lo que esperaba de él: que en el
futuro llegara aún más lejos que su padre y que se mostrara
en todo mucho más respetable e íntegro que él.
»Con demasiada claridad sintió Ferdinand que no podía
esperar dicha alguna de una unión así y, no obstante, le
resultaba difícil renunciar a tantos encantos. Tal vez incluso
se hubiera apartado de ella totalmente indeciso, si el primo
no le hubiera relevado y manifestado con su conducta tan-
tas confianzas con Ottilie. Tras esto, Ferdinand le escribió
una carta en la que volvía a asegurarle que ella lo haría feliz
si era capaz de seguir su nueva determinación, pero que no
le parecía aconsejable para ninguno de los dos alimentar
para tiempos futuros una lejana esperanza y atarse con una
promesa ante un porvenir incierto.
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EL CUENTO (30)
do de la suya.
-A lo mejor podrías encontrar repollos y cebollas, pero
alcachofas las buscarías en vano. Ninguna planta de mi gran
jardín tiene flores ni frutos; pero cada rama que corto y que
planto sobre la tumba de un ser querido brota de inmediato
y crece mucho. Todos estos grupos de árboles, estos
arbustos, estos bosquecillos, desgraciadamente los he visto
crecer. Las copas de estos pinos, los obeliscos de estos
cipreses, estos colosos de robles y hayas, todos eran peque-
ñas ramas plantadas por mi mano como tristes monumen-
tos en un suelo generalmente yermo.
La anciana había prestado poca atención a estas palabras,
pues tan sólo se miraba la mano, que, en presencia de la
hermosa Lirio, parecía volverse más negra y, de un
momento a otro, más pequeña. Se disponía justamente a
coger su cesta y a marcharse cuando vio que había olvidado
decir lo más importante. Al punto sacó al perro transforma-
do y lo colocó sobre la hierba, no muy lejos de la hermosa
joven.
-Mi marido -dijo- le envía este recuerdo. Sabe que usted
puede dar vida a esta piedra preciosa al tocarla. Seguro que
el gracioso y fiel animal le dará mucha alegría, y la tristeza
que siento al perderlo sólo podrá aliviarse con la idea de
que estará en sus manos.
La hermosa Lirio contempló complacida y, al parecer,
asombrada al gracioso animal.
-Se están juntando muchas señales -dijo- que me alientan
alguna esperanza, pero ¡ay!, ¿no es simplemente una ilusión
propia de nuestra naturaleza que, cuando coinciden muchas
desgracias, nos imaginamos que lo bueno está cerca?
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to.
Con una silenciosa mirada al espejo salían de las cuerdas
o bien unos dulces tonos, o bien su dolor parecía aumentar
y las cuerdas respondían con fuerza a su pena. A veces
abría la boca para cantar, pero la voz le fallaba; no
obstante, su dolor pronto se disolvió en lágrimas, dos
muchachas la agarraron de los brazos para ayudarla, el arpa
se cayó de su pecho; apenas tuvo tiempo la rápida sirvienta
para recoger el instrumento y llevarlo a un lado.
-¿Quién va a traernos al hombre de la lámpara antes de
que el sol se ponga? -susurró la serpiente bajito pero per-
ceptible; las muchachas se miraron unas a otras y las lágri-
mas de Lirio aumentaron. En ese momento llegó sin aliento
la mujer de la cesta.
-¡Estoy perdida y mutilada! -exclamó-. ¡Mire cómo mi
mano ha desaparecido casi del todo! Ni el barquero ni el
gigante han querido pasarme al otro lado porque tengo una
deuda con el agua; en vano he ofrecido cien repollos y cien
cebollas, no quieren más que tres piezas, y no hay ni una
sola alcachofa por estos parajes.
-Olvida tu pena -dijo la serpiente- y trata de ayudar aquí; a
lo mejor se te puede ayudar a ti al mismo tiempo. Corre tan
aprisa como puedas en busca de los fuegos fatuos; todavía
hay demasiada luz para verlos, pero tal vez los oigas reírse
y revolotear. Si se dan prisa, el gigante los pasará al otro
lado y ellos podrán encontrar y enviar al hombre de la
lámpara.
La mujer se apresuró cuanto pudo y la serpiente parecía
esperar el regreso de ambos con la misma impaciencia que
Lirio. Por desgracia, el rayo del sol al ponerse ya sólo dora-
ba las copas más altas de los árboles de la espesura, y lar-
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