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Dictadura Militar.
nuevamente vida, pero en gran medida sus funciones son formalizadas porque están
acotadas por el predominio de los intereses cuya preservación está velando la dictadura
militar. Habiendo tenido su auge en la segunda mitad del siglo XX, la dictadura militar
sigue existiendo en algunos países del orbe al extremo de que se constata que en la
primera década del siglo XXI aun seguía gobernando al 19% de los países del mundo
(Geddes et al, 2014: 148).
En todo caso, la dictadura militar más frecuente fue aquella en la cual el poder de las
decisiones políticas fundamentales radicó de manera colegiada en el cuerpo del alto
mando militar por más que hubiera alguno de los oficiales que operara como una suerte
de primus inter pares. Por este motivo el jefe de la dictadura militar dependía en su
continuidad en el mando, de la capacidad que pudiera tener para mantener el consenso
de dicho cuerpo colegiado. En el caso de América latina, las dictaduras militares
tuvieron permanencia porque en la mayoría de los casos, su liderazgo fue cambiado por
medio de una suerte de recambio a través de transferencias de mando consensuadas en
el alto mando. Esto se observó con la dictadura militar brasileña (1964-1984) o la
última dictadura militar argentina. También a través de procesos electorales espurios
como se observó en las dictaduras militares del triangulo norte de Centroamérica.
Asimismo por medio del golpe de Estado cuando por alguna razón el alto mando de las
fuerzas armadas, consideró necesario deshacerse de quien encabezaba al régimen
militar como sucedió con Juan Velasco Alvarado (1968-1975) en Perú o Efraín Ríos
Montt (1982-1983) en Guatemala. Finalmente, por medio de una rebelión militar como
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La dictadura militar generalmente surge tras un golpe de estado por medio del cual los
militares rompen abiertamente la institucionalidad de un gobierno civil. Aun así, hay
casos en los cuales la dictadura militar surge de las entrañas de un gobierno civil que de
manera escalonada empieza a darle atribuciones cada vez mayores a las fuerzas
armadas. Esto fue lo que sucedió en Uruguay con los gobiernos de Jorge Pacheco Areco
(1967-1972) y el de Juan María Bordaberry (1972-1973), al extremo de que éste
habiendo sido electo presidente constitucional en 1973, por medio de un golpe de
estado se convirtió en presidente de facto (1973-1976) e inició la llamada “dictadura
cívico-militar” (1973-1985). Fueron las características del sistema político uruguayo
previo al golpe de estado de 1973, lo que explica esa “intervención paulatina” a efecto
de sortear las dificultades de legitimación que tenía una dictadura abiertamente militar
(Sierra, 1977: 573-574).
Aun cuando motivos gremiales como salarios, uniformes, armamento, ascensos han sido
mencionados como factores motivantes de los golpes de estado (Geddens et al, 2014:
150) el combate a la amenaza comunista real o supuesta ha sido el factor sustancial
para los pronunciamientos militares aun antes de que surgiera la guerra fría. Esto puede
advertirse en la rebelión franquista contra la república en España y la guerra civil que le
sucedió entre 1936-1939, un golpe que combatió a la república con una ideología
anticomunista inspirada en el fascismo (Paniagua, 1998: 19-20, 33). El franquismo
deploraba la república democrática motivado por un afán totalitario tributario de los
ejemplos nazi y fascista en Alemania e Italia. Posteriormente en América latina las
simpatías fascistas se articularon con el espíritu de la doctrina de seguridad nacional
1
Los argumentos sobre la caracterización de fascistas a las dictaduras latinoamericanas o como
neofascismo, fascismo dependiente, subdesarrollado o primario pueden encontrarse en Carmona (1973-
1974); Llobet (1976); Cueva (1976); Briones (1975); Charles, (1976); Zavaleta (1976); Arismendy
(1977).
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Boron propone como alternativa para denominar a los regímenes militares surgidos en los años setenta
del siglo XX el concepto de “Estado Militar” (Borón, 1977: 519-521) para distinguirlos de las otras
respuestas reaccionarias de la burguesía contra el proletariado: las dictaduras militares y el bonapartismo.
Indispensable citar otra alternativa denominativa propuesta por Guillermo O’Donnell: “Estado
Burocrático-Autoritario” (O’Donnell, 1988).
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Para el relevante caso del terror estatal en Guatemala CEH, 1999; ODHA, 1998; Figueroa Ibarra, 1999;
2011.
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pero ya no podían sino aparecer de manera vergonzante por el desprestigio del fascismo
y por el discurso anticomunista que contraponía democracia a totalitarismo. El discurso
que apelaba al estado de excepción ante la amenaza al orden democrático fue esgrimido
por los más diversos sectores ideológicos: desde los anticomunistas a ultranza como el
llamado Movimiento de Liberación Nacional en Guatemala hasta los demócratas
cristianos chilenos que apoyaron a Pinochet en nombre del mismo anticomunismo
(Rodríguez, 2011: 320; Lira, 2013: 8).
En el caso de Chile un autor retomando los aportes de Aníbal Pinto, Manuel Antonio
Garretón y Tomás Moulián, destaca que en los años previos al advenimiento del
gobierno de Unidad Popular encabezado por Salvador Allende en Chile, acontecía una
suerte de radicalización de la población a favor de cambios esenciales en pro de la
justicia económica y social (Llanos, 2014: 207). El triunfo electoral de Salvador
Allende y su presidencia orientada hacia la “vía pacífica al socialismo” fue expresión
de esa subjetividad llamada por René Zavaleta Mercado “estado disponibilidad”, es
decir cuando sectores amplios de una sociedad están dispuestas a asumir cambios
esenciales que consideran imprescindibles para avanzar (Zavaleta, 1986: 45, 177). El
golpe de estado encabezado por Pinochet buscó romper de tajo esa naciente subjetividad
social por trascender el orden político y social establecido.
Todo lo dicho anteriormente nos lleva al contenido social que tiene la dictadura militar,
el cual se puede advertir por los intereses que tal dictadura ha reproducido. Para algunos
autores el origen de clase de los oficiales de las fuerzas armadas oscurece el sentido
político y social de los regímenes militares. En efecto en buena parte de los casos los
oficiales militares proceden de los sectores medios de la población y especialmente de
los sectores medios bajos, otros más son de origen campesino y aun se encuentran no
pocos oficiales que provienen de las clases trabajadoras o de las clases populares más
pobres de las ciudades (Geddens et al, 2014: 149). Durante un buen tiempo y en muchos
países, el lograr ingresar a las academias militares y convertirse en militar de carrera,
significó una vía de ascenso social para muchos jóvenes provenientes de las capas
medias y clases trabajadoras urbanas y rurales. De la misma manera en que el origen de
clase del personal del Estado no es una causa suficiente para explicar el contenido del
Estado (Miliband, 1971: Caps. 2, 3; Poulantzas 1973), el origen social de los altos
mandos militares no informa acerca del contenido de clase del régimen que ellos
dirigen. Como se sabe desde hace mucho tiempo, el Estado capitalista es la
organización del capitalista colectivo en una sociedad. Repitiendo una fórmula que no
debe ser interpretada de manera instrumentalista, es a través del gobierno del Estado
capitalista “que se administran los negocios comunes de toda la clase burguesa” (Marx
y Engels, 1971: 22). Esta aseveración general para todo Estado en la sociedad
capitalista, también puede ser imputada a la dictadura militar que reproduce
ampliadamente a la sociedad capitalista de la que forma parte.
clases medias bajas o como agentes de redistribución y cambio. Por otra vía han
confirmado la vinculación de la dictadura militar con la reproducción ampliada del
capitalismo: “Muchos negocios fracasaron durante los años de Pinochet, y nuevos
negocios fueron creados en respuesta a los drásticos cambios en las reglas políticas del
juego. Pinochet puede ser visto como un agente del capitalismo en abstracto, pero no
como un agente de los capitalistas particulares que dominaron la economía chilena en
los primeros años del gobierno militar (Geddens et al, 2014: 150). En el caso de la
dictadura de Pinochet, acaso esta afirmación debería ser matizada si se toma en cuenta
que la dictadura pinochetista fue pionera en la implantación de la acumulación
capitalista neoliberal y por tanto favoreció de manera particular a la cúspide burguesa
más apta para insertarse en la globalización neoliberal (Klein, 2007: 111-113; Llanos,
2014: 203, 204). De igual manera la última dictadura militar argentina disciplinó
mediante la represión a la sociedad no solamente para acabar con el movimiento
guerrillero, sino también para aplastar la resistencia que podría haber generado el
tránsito del desarrollismo al neoliberalismo (Bravo, 2003: 108)
No obstante el relevante caso de la dictadura chilena, hay que decir que las dictaduras
militares han impulsado diversos modos de acumulación capitalista y en ese sentido
simplemente han reproducido el patrón de desenvolvimiento capitalista dominante a
nivel mundial según el patrón de acumulación capitalista imperante. Las dictaduras
militares de Manuel Odría (1948-1950), Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957) en
Colombia, la de Marcos Pérez Jímenez (1953-1958) en Venezuela fueron desarrollistas
(Rodríguez, 2011: 218) y otro tanto hizo Hugo Bánzer (1971-1978) en Bolivia (Quitral,
2009: 94-95). De igual manera la dictadura militar brasileña (1964-1984) basó el
llamado “milagro brasileño” en una política económica desarrollista. En esos años, a
nivel mundial el capitalismo se desenvolvía en el modelo fordista-keynesiano y la
versión periférica del mismo fue el desarrollismo postulado en América latina por la
CEPAL. Por eso mismo acaso haya que mencionar como dictaduras militares que se
salieron de ese cauce, la encabezada por Juan Velasco Alvarado (1968-1975) y la de
Omar Torrijos (1968-1981) en Panamá. La dictadura encabezada por Velasco arguyó un
motivo nacionalista para derrocar al presidente Fernando Belaúnde Terry (la concesión
de un yacimiento petrolífero a una compañía estadounidense) y a lo largo de su
gobierno nacionalizó la minería, el petróleo, la banca, estatizó la industria pesquera y
realizó una reforma agraria que tenía por fin terminar con el latifundio. El régimen
militar encabezado por Omar Torrijos hizo de la recuperación de la soberanía panameña
sobre la zona del canal un aspecto esencial de su gestión. Con un espíritu
antiimperialista, el gobierno panameño se convirtió en una presencia incómoda para los
Estados Unidos de América hasta la muerte de Torrijos en 1981, en un accidente aéreo
que se dice fue provocado (Martínez, 1987).
que estos momentos se presenten. Esto fue así en el momento en que estalló la rebelión
militar encabezada en España por Francisco Franco en 1936, en los diversos
pronunciamientos militares que se observaron en América latina a partir del inicio de la
guerra fría y particularmente después de la revolución cubana que desencadenó la
primera oleada guerrillera en la región. De igual manera puede interpretarse la matanza
en gran escala desencadenada por las fuerzas armadas y sus aliados civiles en la
Indonesia de 1965 y aun en el golpe de los coroneles en la Grecia de 1967. Surgidas en
momentos de una crispación social extraordinaria, las dictaduras militares han
irrumpido en el escenario político para imponer la normalidad de la acumulación
capitalista y en ese sentido han sido funcionales a la clase capitalista en su conjunto y
no solamente a una fracción de ella en particular. La dictadura militar encabezada por
los Somoza en Nicaragua parece ser una notable excepción en lo que se está diciendo. A
lo largo de sus 42 años de existencia, el régimen somocista dejó de funcionar como la
expresión del capitalismo colectivo para llegar a ser el representante de un grupo de la
clase dominante nicaragüense extremadamente reducido que se fue aislando -no
solamente de la oligarquía de filiación conservadora- sino del conjunto de la clase
dominante. Tanto esto fue así, que después del terremoto de 1972 el “clan Somoza”
monopolizó todos los negocios derivados de la reconstrucción y aun se apropió de la
ayuda material internacional que había llegado a Nicaragua por razones humanitarias. El
descontento del resto de la clase dominante fue tan grande que apoyó al Frente
Sandinista de Liberación Nacional a pesar de sus temores por las inclinaciones
marxistas de éste último (Ferrero, 2009: 155, 157-158).
Los ejemplos anteriores conducen a la reflexión sobre las relaciones entre la dictadura
militar y la clase dominante. Este régimen político aparece en un momento en que el
establecimiento actúa como partido del orden e invoca al estado de excepción para
poder hacerle frente a una crisis profunda de estabilidad política. Cuando esta crisis es
real y no solamente un argumento que busca legitimación, la situación de emergencia
crea condiciones para una autonomía relativa entre clase dominante y gobierno del
Estado. La clase dominante delega la conducción política, en particular la represión, en
las fuerzas armadas. El estado de excepción demanda la acentuación de dicha
autonomía relativa aun cuando ésta se encuentra acotada en lo que se refiere a la política
económica que tiene que impulsar el régimen autoritario. Esto fue lo que sucedió en
Chile, inmediatamente después del derrocamiento de Allende en 1973, cuando un grupo
de economistas formados en la escuela neoliberal de Chicago le entregó al dictador un
grueso documento en el que delineaba un viraje drástico hacia la acumulación
neoliberal (Klein 2007: 105, 201-202, 222). De igual manera sucedió en las dictaduras
centroamericanas en las que las clases dominantes delegaron en las fuerzas armadas la
conducción del Estado, pero se reservaron los ministerios de finanzas, economía,
agricultura es decir aquellas instancias estatales que estaban vinculadas al resguardo de
la acumulación capitalista y a la preservación de los intereses económico-corporativos
de dichas clases.
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10
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11
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