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Bourdieu Pierre. Les apparatchiks de la recherche. In: Actes de la recherche en sciences sociales. Vol. 141-142, mars 2002.

Science. pp. 82-83;

En una reunión del Consejo superior de la investigación científica a la que asistí (fue mi primera y última participación),
un geógrafo de segunda zona pretendía imponer, en nombre de «la demanda social», de «la sociedad» o del «pueblo»
lo que «es necesario» hacer en materia de ciencia. No consultaba a los presentes sobre nada. «Ustedes, decía, están en
una comisión», es decir, ahogado entre otros. Eso es instaurar el reino de la mediocridad sobre la mediocridad por la
mediocridad. Se cooptan, se conocen y se reconocen. Tienen tiempo para ellos, todo el tiempo que se necesita para
hacer buenas camarillas, que saben cómo disolver a tiempo el golpe profético. Tienen una buena conciencia
extraordinaria y una aversión visceral a la competencia y a la eminencia. Nunca hablan a título personal, sino que
siempre dicen «nosotros» - y no están del todo equivocados porque expresan intereses «categoriales», los de todos los
investigadores anodinos que encuentran una justificación providencial en un populismo nivelador. Prestan atención
inmediata a la rebelión de los perdedores contra los «mandarines». De hecho, es toda su pequeña persona la que
participa en sus juicios y preferencias: no tienen ego, pero eligen a sus alter ego. Encarnando la academica mediocritas,
invocan sin cesar la prudencia y viven como arrogancia toda invocación de la excepción. Piensan que están en mejores
condiciones para definir los fines de la investigación que los investigadores de los que tienen una visión pesimista
(escuchan sus quejas, sus demandas y sus chismes) y a quienes hacen competir. Están convencidos de que pueden
incitarlos a trabajar con sus propias armas, la subvención y el «llamado a licitación», vestidas de justificaciones
tecnocráticas-científicas. Nunca son tan felices como cuando pueden emitir juicios «científicos» sobre las empresas
intelectuales, y especialmente sobre aquellas que los superan intelectualmente. Habría materia para bellísimos retratos
individuales, y sin embargo universales (como lo atestiguaría la lectura de Zinoviev). «Es necesario», «es necesario»:
todo el futuro de lo que hay que hacer en historia o en filosofía será decidido por un geógrafo. Así como los burgueses
sueñan con una burguesía sin proletariado, ellos sueñan con una investigación sin investigadores, gestionada
directamente por los administradores científicos. Y este sueño no está lejos de realizarse: los verdaderos investigadores
son excluidos por el lenguaje que tanto les satisface («dotación», «regulación»), por los falsos objetos serios de los
vastos proyectos tecnocráticos (informatización de las bibliotecas, elaboración de nuevas nomenclaturas,
consideraciones presupuestarias, etc.) y por todos los valores comprometidos en la seriedad fútil del espíritu de
seriedad burocrática (eminentemente masculino). De esta manera se crea un universo donde se discute y se decide la
investigación y donde están ausentes los verdaderos investigadores; un universo habitado por personas que van de
«presidencia» en «presidencia», de «organismo» en «organismo» y que terminan adquiriendo así, además de la
familiaridad con los familiares de este universo, un dominio práctico de las leyes no escritas que permiten manipular las
comisiones e imponer orientaciones y decisiones haciendo votar tal orden del día o proponiendo tal procedimiento de
votación.
Una de las fuerzas de los apparatchiks científico-universitarios es su profunda seriedad (el más seguro respaldo, en
general, de todos los órdenes establecidos, especialmente burocráticos) y especialmente la que pueden invertir en todo
lo que los burócratas de la investigación toman en serio porque se discute en los organismos, las comisiones, los
comités, entre burócratas, y que de hecho termina siendo verdaderamente serio porque quienes lo consideran así
tienen realmente los medios de orientar allí la investigación o, al menos, las condiciones materiales y técnicas de su
realización. Los profesionales de la seriedad burocrática-científica no consideran serias las preocupaciones científicas de
los investigadores que, cuando expresan su visión, están condenados a parecer excéntricos, aventureros, poco realistas
o megalómanos. Lo que hace que, según la ley de bronce de los aparatos, que fue la base del «sovietismo», a medida
que se afianza el poder de los abonados, los investigadores se retiren, reforzando así la pretensión de los abonados al
monopolio de la seriedad: si no vienen, es que no son serios (y no, es porque son serios que ya no vienen). Pueden
actuar como jueces de aquellos que no vienen y cuya ausencia o abstención, que pueden lamentar sinceramente, es la
condición de su existencia y de su poder. Lo que les gustaría es que todos los investigadores estén allí, en pleno, para
escucharlos y para ratificar sus decisiones sobre investigaciones que no hacen. En lugar de rendir cuentas a los
investigadores sobre su gestión de la investigación, piden a los investigadores que les informen de sus investigaciones.
Vemos que el jdanovismo no es un accidente de la historia, sino una actuación típica del inconsciente, el de todos los
que, dominados según los criterios específicos de cada universo, disciplina científica, género literario, etc., sueñan con
obtener e imponer, mediante una inversión de la relación de fuerzas temporal, una venganza en el terreno propiamente
cultural.
En el año 1981, año particularmente favorable a su florecimiento, me encontré con muchos apparatchiks, apparatchiks
científico-burocráticos, apparatchiks sindicales, como ese abonado de la CFDT, que en el momento de la «Polonia», me
acosaba con llamadas telefónicas, aceptando desaires que son sin duda el principio de odios devueltos; apparatchiks de
partido, hombre [...] que me llamaba por teléfono para intentar exigir mi participación en el consejo del Centro de
Investigación Marxista, institución falsa que el PC acababa de crear. Todos ellos, más allá de sus diferencias, tienen
muchos rasgos comunes, además de su posición en segundo o tercer orden en las jerarquías específicas sobre las que
pretenden actuar -y que revelan sin querer, a través de lapsus como el de este agregado de geografía que aporta a la
historia la dedicación militar del militante: la buena conciencia oportunista de quien, en la medida en que no actúa para
sí mismo sino para la institución (o para obedecer a los imperativos de la institución), puede aceptar sin escrúpulos
todas las ventajas (mantener una posición, por ejemplo, en nombre del principio que dice que no se abandonen las
posiciones adquiridas) ; la hipocresía estructural y la humildad del sacerdocio («nosotros» antes que «yo», «la CFDT
piensa que»), principio de una capacidad de culpabilización basada en toda una tradición cristiana que lleva a pensar al
militante en la lógica del sacrificio, de la entrega incondicional a la causa (en realidad hay verdaderos militantes llamados
«de base» que se entregan, mientras que otros, que a menudo nunca han militado, ocupan cargos); la solidaridad de los
augures romanos (intercambian miradas cómplices, condescendientes o indignados, cuando un hereje hace una salida);
el espíritu de seriedad; la abnegación de la persona del apparatchik sin pundonor, que puede soportar rechazos y
humillaciones mientras está de servicio.
Pierre Bourdieu, 18 mayo 1981.

A LA BÚSQUEDA DE INTERLOCUTORES RESPONSABLES.


A lo largo de las reuniones que aseguraron la cohesión del grupo de trabajo del Ministerio de Industria y de Investigación
creado para identificar «los frenos y los motores de la movilidad del personal de investigación», grupo abierto a los
sociólogos que participaron en la encuesta presentada aquí, se habló frecuentemente de «valorización». Desde la Ley de
orientación de la investigación de julio de 1982, esta palabra remite a los usos de los productos de la investigación
científica fuera de este ámbito: forjada por referencia a las aplicaciones industriales, la «valorización» es probablemente
la categoría legal en la que se inscribe nuestro trabajo.
Pero aquí, como siempre, la asignación a una categoría no debe ocultar la inadecuación de la taxonomía. El modelo de
trabajo de investigación implícito en la palabra «valorización» es el de una división secuencial de tareas: investigación
teórica, investigación aplicada, usos industriales. Es claro que este esquema simplifica la representación de las
conexiones entre dos universos bastante independientes. Pero es probable que pocos dominios se dejen dividir así (e
implícitamente orientar) sin que sus componentes impugnen el corte...
Debido a las especificidades de la sociología, pero también a las condiciones de realización de la encuesta, los tres
tiempos de la valorización no se respetan aquí. No hay que sorprenderse. Se sabe que la pertinencia de un discurso
sobre lo social se gana al precio de la subversión de tales categorías.
Los redactores de este informe están convencidos de que no es fácil vincular los argumentos aquí expuestos con los
discursos de la gestión del Estado. ¿Cómo podrían encajar los productos de apuestas [enjeux] tan dispares? Para
nosotros no se trata de informar como «expertos» en problemas sociales, sino de hacer ver y hacer comprender que la
única experticia del sociólogo es la del discurso social. En otras palabras, el tono de este texto es menos «esto es lo que
es y lo que debería ser», que «esto es lo que se puede decir o no». Se comprenderá entonces que [la constatación de] la
falta de ajuste espontáneo entre el discurso sociológico y el discurso del Estado es la condición para un uso pertinente
del trabajo de investigación. Enmascarar esta ausencia, así como enmascarar las tensiones entre investigación y
administración, llevaría a producir un discurso falsamente satisfactorio e irremediablemente no pertinente.
Es paradójico pero necesario recordar este hecho para que los gestores de Estado y los investigadores se entiendan sin
falsas ilusiones.

Éric Brian, 1984, avant-propos au rapport La Mobilité..., p. 2-3, op. cit.

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