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Steve Woolgar
CIENCIA:
ABRIENDO LA CAJA NEGRA
0700017014
I
¿QUÉ ES LA CIENCIA?
La respuesta filosófica
23
marcación. ¿Qué hay en la ciencia que la convierte en un
sistema de producción de conocimiento mucho más fiable
que los demás? Mientras que, por ejemplo, creer en Dios
es nlftO difícil de sostener excepto si se apela a la fe y la
confian'/,ít, ¿qué llene la ciencia que nos permite depositar
nuestra confitura» en pongamos por caso— afirmaciones
Sobre el conocimiento del sistema solar? Resumiendo,
¿qué distingue a la ciencia de otras actividades? La res
puesta a esta pregunta nos conduce de forma bastante ob
via a los intentos efectuados por las ciencias humanas y
sociales de solventar una cuestión relacionada: ¿hasta qué
punto debe emular el estudio del comportamiento huma
no las perspectivas de las ciencias naturales? Que la pers
pectiva de la ciencia sea o no apropiada para el estudio de
los fenómenos sociales (humanos, comportamentales) de
pende de la previa existencia de algo característico llama
do «ciencia».
La búsqueda filosófica de un criterio de demarcación
es más bien una historia accidentada.2 Se ha mantenido
que lo que distingue a la ciencia son sus resultados, aun
que, últimamente, se ha afirmado que es su metodología lo
que la distingue. Pero, incluso el acuerdo sobre este último
punto comporta considerables diferencias sobre lo que es
exactamente la metodología de la ciencia. El principio de
verificación se propuso en la década de los cincuenta como
aquel aspecto metodológico que permitía distinguir entre
ciencia y no-ciencia. Se decía que si una afirmación podía
ser verificada, ello la convertía en científica en virtud de la
exclusión de conjeturas sobre creencias, opiniones o prefe
rencias. «Dios existe» o «me gusta más el té que el café» se
consideraban afirmaciones no-científicas. Pero este princi
pio tuvo que vérselas con algunos problemas, en especial,
con el problema lógico de la inducción: aunque las prue
bas de verificación podían aplicarse a cualquier generali
zación que se deseara, el estatus de ésta resultaba siempre
incierto, pues cualquier observación posterior podía con
tradecirla. Con otras palabras, la verificación garantizaba
muy poco ya que, en principio, cualquier observación fu
tura podía acabar con una generalización. La solución de
24
Popper fue proponer el principio de falsación.3 Mientras
que ninguna generalización podría, en principio, alcanzar
un nivel de certeza, Popper sugirió que la prueba de falsa
ción podría ser el distintivo de sus méritos relativos. Según
Popper, la esencia de la metodología científica consiste en
producir generalizaciones que resistan los intentos de fal
sación. Debería intentarse verificar las proposiciones que
contradijesen a la generalización de que se tratase; el fra
caso de la verificación de la contra-proposición (esto es,
el fracaso de la falsación) daría credibilidad (cuando me
nos temporalmente) a dicha generalización. La omnipre
sente aparición del problema lógico asociado a la verifi
cación queda así substituido por la promesa de una gene
ralización cada vez más fiable (aunque, en última instan
cia, nunca cierta) que resistiera más y más intentos de fal
sación.
En las ciencias sociales encontramos un claro ejemplo
de falsación en la aplicación de la prueba de hipótesis es
tadísticas. Los investigadores formulan una hipótesis nula
(por ejemplo, que no existe relación estadística entre la
clase social y el éxito obtenido en los estudios) e intentan
falsaria. La falsación de esta hipótesis nula proporciona el
más firme indicio posible (pero no una prueba) de la exis
tencia de una relación estadística entre ambas variables.
Aunque la propuesta de Popper fue un intento mucho
más dramático y solemne de intentar dar solución al per
manente problema del estatus propio de la metodología
científica, se hizo evidente que tanto la verificación como
la falsación adolecían de la misma debilidad al mantener,
como presupuesto central, la neutralidad de las observa
ciones: la atención prestada a la forma en la que éstas es
tán relacionadas con la afirmación (generalización) en
cuestión fue escasa. Puede que desde un punto de vista
lógico resulte más sugerente intentar falsar que verificar el
clásico ejemplo de generalización «todos los cisnes son
blancos», pero, en ambos casos, se presta poca atención a
lo que debe considerarse un cisne «blanco» o «negro».
¿Debe un cisne cubierto de hollín considerarse un cisne
blanco? Una aseveración central de todos los que están de
acuerdo con el carácter comunal (social) de la ciencia es
que las decisiones sobre el estatus de las observaciones
—y, por ello, también sobre la aplicabilidad de principios
como los de verificación o falsación— tienen lugar en un
contexto social. La blancura de los cisnes aparece como
resultado de percepciones localizadas de lo blanco. Enfáti
camente: no se trata de un atributo inherente, objetivo y
falto de ambigüedad.
En la propuesta de Lakatos de una metodología de los
programas científicos de investigación4 aparecen algunas
concesiones al carácter de fundamentación comunitaria de
la observación. Al centrar su atención a nivel de los «pro
gramas de investigación», Lakatos remarca el hecho de
que las generalizaciones (hipótesis, proposiciones) nunca
se evalúan en solitario. Un programa de investigación
comprende un conjunto de hipótesis y una serie de reglas
metodológicas que especifican qué líneas de desarrollo de
ben seguirse y cuáles deben evitarse. Las mismas hipótesis
quedan divididas entre aquéllas que pertenecen al «núcleo
central» y las que confeccionan el «cinturón protector».
Las modificaciones efectuadas en las pertenecientes a este
último pueden hacer que el programa de investigación re
sulte «progresivo» o «degenerativo».
Pero, a pesar de que la concepción de la ciencia propia
de Lakatos hace que las ideas de Popper sean más sensi
bles al peso del juicio y a sus efectos en el desarrollo glo
bal de las teorías científicas, las reglas metodológicas con
tinúan sin clarificarse. En concreto, no está claro que los
reglas mismas puedan distinguir entre progreso y degene
ración. Además, desde una perspectiva histórica no queda
claro en absoluto en qué sentido tales reglas existen, como
si estuviesen siempre a la disposición del científico indeci
so. El problema de suponer la neutralidad de las observa
ciones en la verificación y la falsación queda ahora reem
plazado por un presupuesto problemático sobre el carácter
determinante de las reglas.
Este breve repaso a las ideas filosóficas sobre la ciencia
pone de manifiesto la gran variedad de intentos filosóficos
de especificar criterios de demarcación para la misma. Al
26
contrario de lo que sucede con la especulación filosófica,
la postura del ESC consiste en aceptar que ciencia y no-
ciencia no pueden distinguirse mediante reglas de deci
sión. Los juicios al respecto de si las hipótesis han sido
verificadas (o falsadas) —afecte ello al centro, a la perife
ria de un programa de investigación o lleve hasta el punto
de abandonarlo por entero— son el resultado de complejos
procesos sociales emplazados en un determinado medio
ambiente. El conocimiento científico no es el resultado de
la aplicación de reglas de decisión preexistentes a hipótesis
particulares o generalizaciones.
Como veremos más adelante con mayor detalle, el ESC
apoya la comprensión de las reglas como racionalizacio
nes post hoc de la práctica científica, en vez de considerar
las como un conjunto de procedimientos que determinan
la acción científica. Esta opción da apoyo a la postura —es
pecialmente defendida por Kuhn—5 de que ciertos tipos de
historia de la ciencia pueden ser considerablemente enga
ñosos. Con la ventaja que da la visión retrospectiva, los
episodios históricos de la ciencia son reescritos de forma
tal que se adecúen a ciertas supuestas reglas de decisión.
Se supone retrospectivamente, que tales reglas deben ha
ber operado para producir el conocimiento científico en
cuestión. Esta conjura retrospectiva del funcionamiento de
las reglas de decisión se efectúa a la luz del estado actual
del conocimiento y de los juicios sobre su validez o, dicho
de otra forma, a partir de la reivindicación histórica. Es
este «tempo-centrismo» lo que deja a un lado los embro
llos de la práctica científica, resta importancia a la incerti
dumbre a la que se enfrentan los científicos, evita las pis
tas falsas y, en último término, produce la impresión de
que el actual estado de conocimiento es el lógico e inevita
ble resultado de la progresión histórica.
Un punto de vista no tan escéptico considera que las
reglas no son racionalizaciones estrictamente post hoc
sino, simplemente, uno de los elementos determinantes de
la acción científica. Esta línea de argumentación mantiene
que el conocimiento científico no se encuentra totalmente
determinado por la evidencia observacional (las observa
27
ciones no determinan, por sí mismas, el destino de una
proposición o generalización) ni por las reglas de decisión
(los procedimientos prescriptivos no pueden establecer por
sí mismos el resultado de una hipótesis). Por ejemplo, el
«hecho» de la falsación no garantiza por sí mismo el re
chazo de una hipótesis. En este sentido, la insuficiencia en
la determinación deja espacio a que factores «sociales»
adicionales ejerzan una influencia concomitante en la eva
luación ele las afirmaciones cognoscitivas.
Las dificultades que aparecen en los esfuerzos de los
filósofos por especificar un criterio de demarcación en
cuentran un apoyo en los últimos resultados de la investi
gación del ESC sobre la dinámica de las ciencias margina
les o pseudociencias.6 El argumento central en los estudios
sobre la frenología7 o la parapsicología8 es que tales disci
plinas se comportan de forma bastante consistente con los
requisitos de la demarcación. Por ejemplo, puede pensarse
que los frenólogos se han comportado de forma bastante
consistente con el punto de vista de sus oponentes. 0, de
la misma forma, tan sólo retrospectivamente, puede decir
se que los rayos N no pudieron sobrevivir al criterio de
falsación.
La respuesta histórica
28
sección a presentar un resumen de los cambios organizati
vos generales en lo que ha sido considerado ciencia.
En los años sesenta se observó una proliferación de los
estudios dedicados al crecimiento estadístico de la ciencia.
En concreto, se comprobó que la razón de crecimiento de
la misma era exponencial. Tal y como afirmó De Solía Pri-
ce —uno de los primeros en señalarlo—, el rápido ritmo de
crecimiento exponencial de la ciencia ha dejado muy atrás
al crecimiento exponencial de la población y al aumento
del producto nacional bruto.9 Esta etapa del estudio de la
ciencia vio también la frecuente popularidad de afirmacio
nes en las que se sostenía que pronto cada hombre, mujer
y niño del país serían científicos (en concreto, esta tesis se
ha atribuido a un individuo llamado Boring). La idea gene
ral queda reflejada en la siguiente afirmación aparentemen
te asombrosa: «el ochenta por ciento de los científicos que
han existido alguna vez viven en la actualidad» (de todos
modos, debe repararse en el hecho de que una característi
ca propia del crecimiento exponencial es la de que una
cierta aproximación a esta última afirmación es siempre
cierta). Price señaló correctamente que la ciencia no podía
seguir creciendo a ese ritmo durante mucho tiempo, que ya
habíamos alcanzado un estado de saturación.
Lo que interesa a nuestros propósitos es la forma en
que la ciencia fue concebida y operacionalizada con objeto
de someterla a la medición estadística. En todos los casos,
el estadista analiza de forma retrospectiva las actividades
culturales como si fueran comparables con lo que actual
mente conocemos como ciencia. Se usan los patrones de
crecimiento para señalar un boom del conocimiento cientí
fico, pero, por supuesto, resulta altamente problemático
comparar un incremento de la actividad científica con un
incremento del conocimiento científico. A su vez, ello nos
lleva a plantear la eficacia y prudencia de continuar invir
tiendo en la actividad científica. Pero, en cualquier caso,
¿qué se ha tomado por actividad científica? Si tomamos
en consideración los cambios sucedidos en la organización
social de la ciencia desde el siglo xvil, se hace evidente que
la misma ha sufrido importantes y substanciales cambios.
Puede decirse que la organización social de la ciencia
ha atravesado tres grandes etapas: amateur, académica y
profesional.10 En el período amateur (situado aproximada
mente entre 1600 y 1800), la ciencia se desarrolla fuera de
las universidades, alejada del gobierno y de la industria,
tal y como hoy conocemos estas instituciones. Los que
participaban en ella eran profesionales económicamente
independientes que se reunían de manera informal y cuyo
principal rol social quedaba al margen de sus intereses
científicos. Estos amateurs desarrollaron rápidamente me
dios para comunicarse entre sí, y el intercambio epistolar
pronto dio paso a —o fue sustituido por— la aparición de
revistas científicas. Los involucrados en estas redes socia
les de amateurs se consideraban a sí mismos como perso
nas interesadas en la «filosofía natural», siendo la especia-
lización algo extraño entre ellos. La fase académica (1800
1940) queda caracterizada por la necesidad de que los
nuevos miembros de la comunidad científica tengan una
mayor y más prolongada formación técnica (para poder
así enfrentarse al incremento del conocimiento científico),
por la necesidad de recursos y puestos adecuados para
sustentar la dedicación completa a la incipiente literatura
científica y por la creciente especialización de los científi
cos. Como resultado de todo ello, el trabajo científico tien
de a acabar centrándose en la investigación básica desa
rrollada en el seno de las universidades. La profesión cien
tífica se organiza progresivamente según patrones discipli
nares especializados, y la preparación de los nuevos miem
bros de la comunidad científica se convierte en parte de
las obligaciones del científico. A pesar de que la ciencia
fue subvencionada de forma creciente con fondos públi
cos, no se permitía que las universidades o los gobiernos
interfirieran directamente en la libertad académica de los
científicos. Consecuentemente, el conocimiento científico
fue casi por completo dirigido por el momentum interno
de la comunidad científica. Aunque la investigación no
planificada ha seguido desarrollándose en las universida
des, la investigación científica se ha hecho actualmente tan
costosa —especialmente por lo que al capital invertido se
30
refiere— que sólo puede mantenerse con los fondos de un
gobierno central. De ahí el creciente interés e influencia de
los patrocinadores no-científicos en el progreso de la cien
cia. De forma cada vez mayor, el trabajo científico se juz
ga según su valía con respecto a la prosperidad económica
y la seguridad. El aumento gradual de los esfuerzos cientí
ficos directamente relacionados con los intereses indus
triales corre paralelo a la creciente importancia dada a la
aplicabilidad y utilidad de la ciencia: las firmas más im
portantes cuentan con laboratorios de investigación y de
sarrollo situados en sus propias instalaciones. Además, la
regeneración, después de la guerra, de la conciencia sobre
la relación entre ciencia y sociedad —en su más amplio
sentido— también ha reavivado el interés por el impacto
de la ciencia «en la sociedad».
Esencialismo y nominalismo
31
una reacción nominalista frente a la variación en las defi
niciones de ciencia mantiene que intentar buscar una de
finición es algo inútil en última instancia. Los intentos de
establecer uno u otro criterio de demarcación ignoran lo
que parece ser una importante y fundamental característi
ca de la ciencia: siempre se encuentra abierta a la renego
ciación y a la reclasificación. Desde este punto de vista, no
existen ni la «ciencia» ni el «método científico», sino que
tales términos se atribuyen de forma múltiple y variable a
diferentes prácticas y comportamientos. «Lo que ha de ser
considerado ciencia» varía según los propósitos concretos
para los que esto constituye un problema. Mientras que el
esencialismo tiende a mantener que las definiciones de la
ciencia son —como mínimo en parte— un reflejo de las
características de un objeto real (trascendental) llamado
«ciencia», el nominalismo sugiere que aquellos rasgos pro
puestos como característicos de la ciencia surgen de las
prácticas de definición de los mismos participantes (filóso
fos, historiadores y sociólogos).
Como veremos en capítulos posteriores, esta distinción
es mucho más que una simple observación metodológica
con respecto a las diversas aproximaciones al estudio de la
ciencia. Involucra un dilema básico en toda ciencia social
que mantenga una aproximación relativista a su fenómeno
de estudio: ¿hasta qué punto los rasgos, características y
definiciones del fenómeno reflejan las prácticas de defini
ción (el trabajo constructivo) de los involucrados en las
mismas antes que el «carácter real» de ese mismo objeto?
Veremos también cómo el estudio social de la ciencia si
gue manteniendo una ambivalencia con respecto a las im
plicaciones que tienen sus propios estudios, a pesar de que
sus trabajos recientes muestren su simpatía con el punto
de vista nominalista. Toda esta literatura coincide a menu
do en que no resulta útil juzgar y resolver la cuestión de
qué es la ciencia; en lugar de ello, la importancia de la
idea de «ciencia» reside en su uso como recurso para ca
racterizar el trabajo y el comportamiento de otros, lo cual
abre la puerta al estudio de cómo el término «ciencia» se
atribuye (o resulta ajeno) a diversas prácticas y afirma
32
ciones. Sin embargo, esta línea de argumentación transige
—desafortunadamente— con el hecho de que el mismo es
tudio social de la ciencia construye a la «ciencia» en cuan
to objeto de sus propios «propósitos concretos». El estudio
social de la ciencia adopta la posición nominalista por lo
que hace a los esfuerzos de otros por especificar lo que
debe considerarse ciencia, pero tiende a seguir la línea
esencialista en su propia práctica. Éste es un problema
importante no sólo para el estudio social de la ciencia,
sino para todo esfuerzo por desarrollar una crítica de la
misma.
Resulta importante delimitar el dominio de la posición
esencialista con cierto detalle. De hecho ha tenido —y si
gue teniendo— una gran influencia en todos los intentos
de enfrentarse al fenómeno de la ciencia. En las siguientes
secciones trataré la influencia del esencialismo en dos
áreas de estudio —la sociología clásica del conocimiento y
la sociología de la ciencia— que constituyen el telón de
fondo del moderno estudio social de la ciencia.
33
interrogantes sociológicos tienden a centrarse, en menor
medida, en el estatus del conocimiento. En su lugar, los
sociólogos buscan simplemente documentar las diversas
propuestas de legitimación a modo de preludio a la expli
cación de las diferencias.
34
nación social del conocimiento científico es la consecuen
cia —y no la condición— de la ciencia.
En términos generales, la fórmula de Marx para una
sociología del conocimiento es que el ser social del hom
bre determina su pensamiento y conciencia.12 Marx inter
pretaba el ser social en términos de situación de clase y,
de forma más notable, según la relación del hombre con
los medios de producción. La existencia de ideas revolu
cionarias presupone la existencia de una clase revoluciona
ria. La falsa conciencia es el producto de aquellos casos en
los que una clase social adopta el pensamiento propio de
(y producido por) otra; así pues, la clase trabajadora desa
rrolla una falsa conciencia cuando adopta la ideología de
los propietarios de los medios de producción. Aunque
Marx modificara posteriormente su inicial insistencia en la
determinación social de las ideas (nacida de una temprana
reacción frente al idealismo de autores anteriores), su so
ciología del conocimiento jamás fue una parte de su obra
completamente desarrollada. Su contribución a este cam
po fue absorbida por el interés dominante en el análisis de
las condiciones del cambio social. En concreto, le preocu
paba esclarecer los orígenes del conocimiento falso que
hacía que el potencial revolucionario de la clase trabajado
ra quedara oculto en sí misma. Su relativa despreocupa
ción por la ciencia refleja esta concentración en las fuentes
de distorsión.
Mannheim intentó transformar la aproximación mar-
xiana en una herramienta de carácter más general para la
sociología del conocimiento.13 En concreto, Mannheim in
tentó que ambos términos («contexto social» y «pensa
miento humano») incluyeran una mayor diversidad de va
riables. El interés predominante de Marx en la relación
entre intereses materiales (de clase) y posturas intelectua
les da lugar a —por así decirlo— una conexión entre la
motivación intelectual de un grupo social y el estilo de
pensamiento del mismo. De forma similar a la de Weber,
Mannheim insistió en la necesidad de ampliar el número
de categorías que Marx había subsumido bajo el «contexto
social». En su obra, tanto el estatus como la pertenencia al
35
grupo y el rol social son factores que, potencialmente, de
terminan el conocimiento. Lo más importante es que difie
re de Marx en su deseo de extender el análisis a todas las
ideas, incluyendo aquellas que se tienen por verdaderas.
La fijación de Marx con respecto a la ideología en cuanto
causa de distorsión (basada en el presupuesto de que tan
sólo las clases proletarias pueden alcanzar el verdadero co
nocimiento) da así paso a la opinión de que todas las ideas
son ideología: sólo puede decirse que existe verdad dentro
de una cosmovisión específica y con respecto a quienes la
comparten.
La sociología del conocimiento de Mannheim —a pesar
de ser más programática que empírica— resulta, de esta
manera, más radical (epistemológicamente, si no política
mente) que la de Marx. En concreto, deja abierta la puerta
al análisis sociológico de aquellos sistemas de conocimien
to que se consideran productores fiables de la verdad. Pero
a pesar de su crítica contra el punto de vista parcial de la
sociología del conocimiento, Mannheim no aplicó su es
quema a la comprensión de la ciencia y las matemáticas.
Su error fue detener allí su análisis, siendo como era su
principal tesis la de la aplicabilidad general de la sociolo
gía del conocimiento.
Durkheim, el ultimo miembro del triunvirato de la so
ciología del conocimiento aquí tratado, ensanchó conside
rablemente los términos de la ecuación de la sociología del
conocimiento.14 Aplicó un enfoque marcadamente antro
pológico a aspectos del pensamiento humano tales como
la moral, las ideas religiosas, las formas de clasificación y
las categorías fundamentales del pensamiento humano, el
espacio y el tiempo. Al igual que la misma idea de socie
dad, todos estos tipos de conocimientos, ideas y creencias
forman parte de la conciencia colectiva, no pudiendo exis
tir con independencia de la existencia social del hombre.
De este modo, las formas de conocimiento y creencia de
tentadas por el hombre mantienen un cierto tipo de iso-
morfismo con respecto a la sociedad que él mismo produ
ce y mantiene. Por ejemplo, la religión es un sistema de
creencias según el cual los hombres organizan sus vidas y
36
categorizan su mundo (distinguiendo, por ejemplo, entre
lo sacro y lo profano). A la vez, la religión es un «hecho
social» que limita las actividades y comportamientos so
ciales. Los objetos se clasifican en las sociedades de un
modo que refleja y extiende las clasificaciones sociales
existentes. De este modo, nuestras ideas sobre el espacio
reflejan la organización social y la base material de la so
ciedad, mientras que las divisiones del tiempo son el espe
jo de las formas en que se organizan los rituales y las festi
vidades.
Así pues, Durkheim establece un interesante marco an
tropológico para el estudio de la ciencia. El isomorfismo
(o paralelismo) entre los mundos social y físico sugiere la
posibilidad de entender la estructura de este último como
un reflejo de la del primero; nuestra aprehensión de la na
turaleza mostraría el orden y organización de nuestras ins
tituciones sociales. Desgraciadamente, parece que el pro
pio Durkheim se situó al margen de esta fascinante posibi
lidad. Su preocupación primordial por la evolución de las
sociedades —el paso de las formas de solidaridad mecáni
ca a las orgánicas y a otras más allá— le llevó a considerar
la ciencia como un tipo de conocimiento de un nivel dife
rente al de los demás. La ciencia había reemplazado a la
religión, no a raíz de cambios básicos en las formas de
organización social, sino a causa de un avance evolutivo
que rompía los lazos existentes entre la organización so
cial y la actividad intelectual. Para Durkheim, la importan
cia de la ciencia radicaba en ser una forma de conoci
miento que, a diferencia de las restantes, escapaba al con
texto sociad. De este modo, llega a la conclusión de que la
ciencia es un caso especial, exento del tratamiento antro
pológico general con el que había iniciado sus estudios.
Vemos cómo Durkheim —al igual que Marx y Mann
heim— deja a la ciencia fuera de la sociología del conoci
miento al concebirla como un caso especial.15 En efecto,
todos estos autores presuponen que en la ciencia hay algo
específico que la separa de los otros tipos de conocimien
to. De acuerdo con la reacción esencialista al problema de
la demarcación, todos ellos presuponen este carácter espe
37
cial de la ciencia sin especificar en qué podría consistir.
En la medida en que dichos autores y su contribución a la
ciencia social continúan siendo influyentes, el nuevo estu
dio social de la ciencia ha tenido que enfrentarse a esta
posición tradicional.
La sociología de la ciencia
38
conjunto de relaciones sociales de roles y estatus, asociadas
a la actividad docente y al aprendizaje. El aislamiento so
cial desaparece en la medida en que el científico abandona
los confines de la academia y se encuentra con la responsa
bilidad de cumplir las exigencias de la industria y del go
bierno. Aunque es posible defender que los valores y creen
cias más generales de la sociedad afectaban al caballero
amateur, parece que es ahora cuando nos encontramos con
una influencia social mucho más inmediata: el científico
forma parte de un sistema social institucionalizado.16
De todos modos resulta importante reconocer que esta
interpretación de los cambios de la ciencia despliega un
sentido limitado y específico de lo social. En particular,
este uso de lo «social» tiende a centrar la atención sobre
aquellos efectos y circunstancias que son externos a la acti
vidad intelectual del científico. Esto es consistente con la
postura esencialista: el carácter real de la ciencia (y, en
particular, los detalles esotéricos del contenido del conoci
miento científico) se trata como algo independiente (o pre
vio) y separado de aquellos que la practican. Contra ello
puede argüirse que actividades como interpretar, probar y
clasificar la evidencia o realizar observaciones han sido
siempre «sociales» en el sentido más fenomenológico del
término. Así, el científico aislado se encuentra irremedia
blemente sumergido en un «juego de lenguaje» tanto si ha
vivido en el siglo xvn como si lo hace en el siglo XX. Se
encuentra comprometido con el significado de sus accio
nes (de sus palabras y escritos, por ejemplo) y aprehende
el posible tratamiento de las mismas y las reacciones que
pueden provocar, su persuasividad, etc., por el hecho de
ser miembro de una comunidad de lenguaje.
Desgraciadamente, este punto de vista fenomenológico
se ha menospreciado durante mucho tiempo, en favor del
sentido institucional/estructural en el que una acción cien
tífica es social. Así, la principal preocupación de la sociolo
gía de la ciencia —especialmente como la practican los
seguidores de Merton— se ha centrado en cómo la ciencia,
en tanto que institución social en rápido crecimiento, se
autoorganiza y autorregula.17 Se ha prestado especial aten-
39
ción a la relación existente entre los productores del cono
cimiento: sus roles sociales, la naturaleza del sistema de
remuneraciones, la competitividad y, especialmente, el sis
tema de normas según el cual se guían las acciones de los
científicos. Como se ha reconocido ahora, esta concentra
ción en las relaciones existentes entre científicos se mantu
vo a expensas de la atención a las diferentes formas en las
que los distintos tipos de conocimiento científico se produ
cen y acreditan.18 La sociología de la ciencia adopta así un
punto de vista esencialista al presuponer que el carácter
real de la ciencia debe quedar situado más allá de su cam
po de investigación.
Conclusión
40
2) La persistencia de lo que ha sido llamado la con
cepción «heredada» (o estándar) de la ciencia. Esta concep
ción incluye el presupuesto de que los objetos del mundo
natural son reales, objetivos y disfrutan de una preexisten
cia independiente. En consecuencia, los orígenes sociales
del conocimiento resultan casi totalmente irrelevantes.
Desde esta perspectiva, el conocimiento científico no es
susceptible de ser sometido a un análisis sociológico, sim
plemente porque él constituye su propia explicación: el co
nocimiento científico está determinado por la naturaleza
real del mundo físico.
3) La persistente noción del conocimiento como una
actividad individual y mental; el permanente respeto por el
trabajo y los logros de los «grandes hombres». Esta noción
nace de la idea —y, a su vez, la refuerza— de que la ac
ción humana no es esencial para el carácter objetivo y real
del mundo natural situado «ahí fuera». Las imágenes pú
blicas predominantes de la ciencia subrayan este punto de
vista. Es notable, por ejemplo, que tanto los periodistas
científicos como, en general, los medios de comunicación
hayan omitido de forma casi completa los temas relativis
tas que conforman la reciente sociología del conocimiento
científico. En su lugar, las noticias sobre la producción
científica siguen enfatizando las acciones heroicas de los
individuos.
4) La falta de voluntad para afrontar las consecuencias
radicales que tiene, para el trabajo propio, un ataque críti
co a la ciencia.
41
ma de la demarcación nos exige que profundicemos un
poco más. En particular, nos induce a observar crítica
mente la idea misma de «investigar un objeto» que permea
las posiciones académicas tradicionales. Tal y como vere
mos, algunos intentos de estudiar la ciencia —y principal
mente la «nueva» sociología del conocimiento científico—
han tenido un cierto éxito a la hora de huir de sus oríge
nes, pero aún necesitan quedar libres de un prejuicio más
para poder liberarse de toda ligazón con el pasado. Este
prejuicio —al que llamaremos «representación»— confor
ma el tema del próximo capítulo.
LECTURAS RECOMENDADAS
42
NOTAS
1. En 1984 el Consejo de Investigación Científica Social del Reino
Unido se convirtió en el Consejo de Investigación Social y Económica.
2. Véase, por ejemplo, R. Wallis, «Science & Pseudo-Science», S o cial
Scien ce In fo rm a tio n , 24 (1985), pp. 585-601.
3. K.R. Popper, The L ogic o f S cien tific D isco very, Londres, Hutchin-
son, 1980, y C onjectures a n d R efu ta tio n s, Londres, Routledge & Kegan
Paul, 1963. Traducción al castellano: La lógica de la in vestigación cien tífi
ca, Madrid, Tecnos, 1962, y C onjetu ras y refu tacion es, Buenos Aires, Pai-
dós, 1967.
4. I. Lakatos, «Falsification and the Methodology of Scientific Re
search Programmes», en I. Lakatos y A. Musgrave (eds.), C riticism a n d the
G ro w th o f K now ledge, Cambridge, Cambridge U.P., 1974, pp. 91-196. Tra
ducción al castellano: La crítica y el desarrollo d e l co n o cim ien to , Barcelo
na, Grijalbo, 1975.
5. T.S. Kuhn, The S tru ctu re o f S cien tific R e vo lu tio n s, Chicago, Univer-
sity of Chicago Press, 19702. Traducción al castellano: L a estru ctu ra de las
revolu cio n es cien tíficas, México, FCE, 1975.
6. Wallis, op. cit. (n. 2).
7. S. Shapin, «The Politics of Observation: cerebral anatomy and
social interest in the Edimburgh phrenology disputes», en R. Wallis
(ed.), O n the M argins o f Science: the S o cial C o n stru ction o f R ejected K n o w
ledge, Sociological Review Monograph 27, Keele University (1979),
pp. 139-178.
8. H. Collins y T. Pinch, «The Construction of the Paranormal: no-
thing unscientific is happening», en Wallis, op. cit. (n. 7), pp. 237-270;
Frames o f Meaning: the social construction o f extraordinary Science, Lon
dres, Routledge & Kegan Paul, 1982.
9. D.J. De Solía Price, L ittle Science, Big Scien ce, Nueva York, Colum-
bia University Press, 1963. Traducción al castellano: H acia u n a cien cia de
la cien cia, Barcelona, Ariel, 1973.
10. Véanse, por ejemplo, H. Butterfield, The O rigins o f M o d em S cien
ce, Londres, G. Bell, 1968; H. Rose y S. Rose, S cien ce a n d S ociety, Har-
mondsworth, Penguin, 1960. Traducción al castellano: L os orígenes d e la
cien cia m o d ern a , Madrid, Taurus, 1982. C iencia y so cied a d , Tiempo nuevo,
Caracas, 1972.
11. P.L. Berger y T. Luckmann, The S o cia l C o n stru ction o f R eality,
Hardmondsworth, Penguin, 1969. Traducción al castellano: La co n stru c
ció n so c ia l d e la realidad, Buenos Aires, Amorrortu, 1978.
12. K Marx y F. Engels, The G erm án Ideology (ed. R. Pascal), Nueva
York, International Publishers Inc., 1963. Traducción al castellano: La
ideología alem a n a , Montevideo, Pueblos Unidos, 1970.
13. K Mannheim, Ideology a n d U topia (trad. de L. Wirth y E. Shils),
NuevaYork, Harvest Books, 1936. Traducción al castellano: Ideología y
U topía, Madrid, Aguilar, 1954.
14. E. Durkheim, E lem en tary F orm s o f R eligiou s Life, Londres, George
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Alien & Unwin, 1915. Traducción al castellano: L as fo rm a s elem en tales de
la v id a religiosa, Madrid, Akal, 1982.
15. Cfr. M.J. Mulkay, S cien ce a n d the S ociology o f K n ow ledge, Lon
dres, Alien & Unwin, 1979.
16. Rose y Rose, op. cit. (n. 10).
17. R.K. Merton, The S ociology o f Science: T heoretical a n d E m p irica l
In vestig a tio n s, Chicago, University of Chicago Press, 1973. Esta obra reú
ne la mayor parte de los escritos de Merton dedicados a la sociología de
la ciencia. Ejemplos de las principales publicaciones que siguen decidida
mente el programa de Merton son: J. Ben-David, The S cien tist's R ole in
Society: a c o m p a ra tive stu d y , Nueva Jersey, Englewood Cliffs, Prentice-
Hall, 1971; J. Colé y S. Colé, The S o cia l S tra tifica tio n S y ste m in S cien ce,
Chicago, Chicago University Press, 1973; J. Gastón, O riginality a n d C om -
p e titio n in Science: a s tu d y o f the B ritish H igh E nergy P h ysics C o m m u n ity,
Chicago, University of Chicago Press, 1973; W.O. Hagstrom, The S cien tific
C o m m u n ity, Nueva York, Basic Books, 1965; N. Storer, The S o c ia l S ystem
o f Scien ce, Nueva York, Holt, Rinehart & Wiston, 1966; H.A. Zuckerman,
S cien tific Elite: stu d ie s o f N obel lau reates in the U n ited S ta tes, Chicago,
University of Chicago Press, 1974.
18. Pueden encontrarse algunas de las primeras críticas a la escuela
de sociología de la ciencia mertoniana en B. Bames y R.G.A. Dolby, «The
Scientific Ethos: a deviant viewpoint», E u ropean J ou rn al o f S ociology, 11
(1970) pp. 3-25; M.J. Mulkay, «Some Aspects of Cultural Growth in the
Natural Sciences», S o c ia l R esearch, 36 (1969). Véase también B. Latour y
S. Woolgar, L a boratory Life: the c o n stru ctio n o f scien tific fa c ts, Princeton,
Princeton University Press, 19862, cap. 5.
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