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Steve Woolgar

CIENCIA:
ABRIENDO LA CAJA NEGRA

A EDITORIAL DEL HOMBRE

BIBLIOTECA DE LA UNIVERSITAT DE BARCELONA

0700017014
I
¿QUÉ ES LA CIENCIA?

El estudio social de la ciencia comienza con el recono­


cimiento de que ésta es un animal altamente variable.
Como es bien sabido, existen múltiples opiniones sobre
qué es la ciencia y lo que debe considerarse científico. Es
más, el que en muchas y diferentes áreas de la vida pue­
dan encontrarse afirmaciones opuestas sobre lo que la
ciencia engloba es ya un testimonio de la gran influencia y
penetración de las ideas sobre la misma. Nos encontramos
así, por ejemplo, con encarnizados debates sobre el estatus
del creacionismo, con proclamas del secretario de Estado
para la Educación, en las que se mantiene que el principal
organismo de financiación de la investigación social ya no
merece el calificativo de «ciencia»,1 etc. Comenzaremos
distinguiendo dos de las principales respuestas —la filosó­
fica y la histórica— a la pregunta sobre lo que debe enten­
derse como ciencia.

La respuesta filosófica

En su tratamiento filosófico la pregunta por la natura­


leza de la ciencia se ha centrado, especialmente, en la de-

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marcación. ¿Qué hay en la ciencia que la convierte en un
sistema de producción de conocimiento mucho más fiable
que los demás? Mientras que, por ejemplo, creer en Dios
es nlftO difícil de sostener excepto si se apela a la fe y la
confian'/,ít, ¿qué llene la ciencia que nos permite depositar
nuestra confitura» en pongamos por caso— afirmaciones
Sobre el conocimiento del sistema solar? Resumiendo,
¿qué distingue a la ciencia de otras actividades? La res­
puesta a esta pregunta nos conduce de forma bastante ob­
via a los intentos efectuados por las ciencias humanas y
sociales de solventar una cuestión relacionada: ¿hasta qué
punto debe emular el estudio del comportamiento huma­
no las perspectivas de las ciencias naturales? Que la pers­
pectiva de la ciencia sea o no apropiada para el estudio de
los fenómenos sociales (humanos, comportamentales) de­
pende de la previa existencia de algo característico llama­
do «ciencia».
La búsqueda filosófica de un criterio de demarcación
es más bien una historia accidentada.2 Se ha mantenido
que lo que distingue a la ciencia son sus resultados, aun­
que, últimamente, se ha afirmado que es su metodología lo
que la distingue. Pero, incluso el acuerdo sobre este último
punto comporta considerables diferencias sobre lo que es
exactamente la metodología de la ciencia. El principio de
verificación se propuso en la década de los cincuenta como
aquel aspecto metodológico que permitía distinguir entre
ciencia y no-ciencia. Se decía que si una afirmación podía
ser verificada, ello la convertía en científica en virtud de la
exclusión de conjeturas sobre creencias, opiniones o prefe­
rencias. «Dios existe» o «me gusta más el té que el café» se
consideraban afirmaciones no-científicas. Pero este princi­
pio tuvo que vérselas con algunos problemas, en especial,
con el problema lógico de la inducción: aunque las prue­
bas de verificación podían aplicarse a cualquier generali­
zación que se deseara, el estatus de ésta resultaba siempre
incierto, pues cualquier observación posterior podía con­
tradecirla. Con otras palabras, la verificación garantizaba
muy poco ya que, en principio, cualquier observación fu­
tura podía acabar con una generalización. La solución de

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Popper fue proponer el principio de falsación.3 Mientras
que ninguna generalización podría, en principio, alcanzar
un nivel de certeza, Popper sugirió que la prueba de falsa­
ción podría ser el distintivo de sus méritos relativos. Según
Popper, la esencia de la metodología científica consiste en
producir generalizaciones que resistan los intentos de fal­
sación. Debería intentarse verificar las proposiciones que
contradijesen a la generalización de que se tratase; el fra­
caso de la verificación de la contra-proposición (esto es,
el fracaso de la falsación) daría credibilidad (cuando me­
nos temporalmente) a dicha generalización. La omnipre­
sente aparición del problema lógico asociado a la verifi­
cación queda así substituido por la promesa de una gene­
ralización cada vez más fiable (aunque, en última instan­
cia, nunca cierta) que resistiera más y más intentos de fal­
sación.
En las ciencias sociales encontramos un claro ejemplo
de falsación en la aplicación de la prueba de hipótesis es­
tadísticas. Los investigadores formulan una hipótesis nula
(por ejemplo, que no existe relación estadística entre la
clase social y el éxito obtenido en los estudios) e intentan
falsaria. La falsación de esta hipótesis nula proporciona el
más firme indicio posible (pero no una prueba) de la exis­
tencia de una relación estadística entre ambas variables.
Aunque la propuesta de Popper fue un intento mucho
más dramático y solemne de intentar dar solución al per­
manente problema del estatus propio de la metodología
científica, se hizo evidente que tanto la verificación como
la falsación adolecían de la misma debilidad al mantener,
como presupuesto central, la neutralidad de las observa­
ciones: la atención prestada a la forma en la que éstas es­
tán relacionadas con la afirmación (generalización) en
cuestión fue escasa. Puede que desde un punto de vista
lógico resulte más sugerente intentar falsar que verificar el
clásico ejemplo de generalización «todos los cisnes son
blancos», pero, en ambos casos, se presta poca atención a
lo que debe considerarse un cisne «blanco» o «negro».
¿Debe un cisne cubierto de hollín considerarse un cisne
blanco? Una aseveración central de todos los que están de
acuerdo con el carácter comunal (social) de la ciencia es
que las decisiones sobre el estatus de las observaciones
—y, por ello, también sobre la aplicabilidad de principios
como los de verificación o falsación— tienen lugar en un
contexto social. La blancura de los cisnes aparece como
resultado de percepciones localizadas de lo blanco. Enfáti­
camente: no se trata de un atributo inherente, objetivo y
falto de ambigüedad.
En la propuesta de Lakatos de una metodología de los
programas científicos de investigación4 aparecen algunas
concesiones al carácter de fundamentación comunitaria de
la observación. Al centrar su atención a nivel de los «pro­
gramas de investigación», Lakatos remarca el hecho de
que las generalizaciones (hipótesis, proposiciones) nunca
se evalúan en solitario. Un programa de investigación
comprende un conjunto de hipótesis y una serie de reglas
metodológicas que especifican qué líneas de desarrollo de­
ben seguirse y cuáles deben evitarse. Las mismas hipótesis
quedan divididas entre aquéllas que pertenecen al «núcleo
central» y las que confeccionan el «cinturón protector».
Las modificaciones efectuadas en las pertenecientes a este
último pueden hacer que el programa de investigación re­
sulte «progresivo» o «degenerativo».
Pero, a pesar de que la concepción de la ciencia propia
de Lakatos hace que las ideas de Popper sean más sensi­
bles al peso del juicio y a sus efectos en el desarrollo glo­
bal de las teorías científicas, las reglas metodológicas con­
tinúan sin clarificarse. En concreto, no está claro que los
reglas mismas puedan distinguir entre progreso y degene­
ración. Además, desde una perspectiva histórica no queda
claro en absoluto en qué sentido tales reglas existen, como
si estuviesen siempre a la disposición del científico indeci­
so. El problema de suponer la neutralidad de las observa­
ciones en la verificación y la falsación queda ahora reem­
plazado por un presupuesto problemático sobre el carácter
determinante de las reglas.
Este breve repaso a las ideas filosóficas sobre la ciencia
pone de manifiesto la gran variedad de intentos filosóficos
de especificar criterios de demarcación para la misma. Al

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contrario de lo que sucede con la especulación filosófica,
la postura del ESC consiste en aceptar que ciencia y no-
ciencia no pueden distinguirse mediante reglas de deci­
sión. Los juicios al respecto de si las hipótesis han sido
verificadas (o falsadas) —afecte ello al centro, a la perife­
ria de un programa de investigación o lleve hasta el punto
de abandonarlo por entero— son el resultado de complejos
procesos sociales emplazados en un determinado medio
ambiente. El conocimiento científico no es el resultado de
la aplicación de reglas de decisión preexistentes a hipótesis
particulares o generalizaciones.
Como veremos más adelante con mayor detalle, el ESC
apoya la comprensión de las reglas como racionalizacio­
nes post hoc de la práctica científica, en vez de considerar­
las como un conjunto de procedimientos que determinan
la acción científica. Esta opción da apoyo a la postura —es­
pecialmente defendida por Kuhn—5 de que ciertos tipos de
historia de la ciencia pueden ser considerablemente enga­
ñosos. Con la ventaja que da la visión retrospectiva, los
episodios históricos de la ciencia son reescritos de forma
tal que se adecúen a ciertas supuestas reglas de decisión.
Se supone retrospectivamente, que tales reglas deben ha­
ber operado para producir el conocimiento científico en
cuestión. Esta conjura retrospectiva del funcionamiento de
las reglas de decisión se efectúa a la luz del estado actual
del conocimiento y de los juicios sobre su validez o, dicho
de otra forma, a partir de la reivindicación histórica. Es
este «tempo-centrismo» lo que deja a un lado los embro­
llos de la práctica científica, resta importancia a la incerti­
dumbre a la que se enfrentan los científicos, evita las pis­
tas falsas y, en último término, produce la impresión de
que el actual estado de conocimiento es el lógico e inevita­
ble resultado de la progresión histórica.
Un punto de vista no tan escéptico considera que las
reglas no son racionalizaciones estrictamente post hoc
sino, simplemente, uno de los elementos determinantes de
la acción científica. Esta línea de argumentación mantiene
que el conocimiento científico no se encuentra totalmente
determinado por la evidencia observacional (las observa­

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ciones no determinan, por sí mismas, el destino de una
proposición o generalización) ni por las reglas de decisión
(los procedimientos prescriptivos no pueden establecer por
sí mismos el resultado de una hipótesis). Por ejemplo, el
«hecho» de la falsación no garantiza por sí mismo el re­
chazo de una hipótesis. En este sentido, la insuficiencia en
la determinación deja espacio a que factores «sociales»
adicionales ejerzan una influencia concomitante en la eva­
luación ele las afirmaciones cognoscitivas.
Las dificultades que aparecen en los esfuerzos de los
filósofos por especificar un criterio de demarcación en­
cuentran un apoyo en los últimos resultados de la investi­
gación del ESC sobre la dinámica de las ciencias margina­
les o pseudociencias.6 El argumento central en los estudios
sobre la frenología7 o la parapsicología8 es que tales disci­
plinas se comportan de forma bastante consistente con los
requisitos de la demarcación. Por ejemplo, puede pensarse
que los frenólogos se han comportado de forma bastante
consistente con el punto de vista de sus oponentes. 0, de
la misma forma, tan sólo retrospectivamente, puede decir­
se que los rayos N no pudieron sobrevivir al criterio de
falsación.

La respuesta histórica

Acabamos de ver cómo los intentos filosóficos por ca­


racterizar la ciencia han generado toda una variedad de
criterios de demarcación, todos ellos insatisfactorios. He­
mos sugerido también que una de las fuentes del proble­
ma se encuentra en la forma en que se entremezcla la bús­
queda del criterio de demarcación con los problemas de
intentar comprender la ciencia retrospectivamente. Otro
factor relacionado con este problema es el hecho de que, a
un nivel general, la organización y concepción de la cien­
cia ha variado a lo largo del tiempo. En otras palabras, la
misma forma de definir la ciencia ha cambiado en res­
puesta a factores organizativos y sociales sobre los que re­
cae la delimitación de la misma. Así pues, dedicaré esta

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sección a presentar un resumen de los cambios organizati­
vos generales en lo que ha sido considerado ciencia.
En los años sesenta se observó una proliferación de los
estudios dedicados al crecimiento estadístico de la ciencia.
En concreto, se comprobó que la razón de crecimiento de
la misma era exponencial. Tal y como afirmó De Solía Pri-
ce —uno de los primeros en señalarlo—, el rápido ritmo de
crecimiento exponencial de la ciencia ha dejado muy atrás
al crecimiento exponencial de la población y al aumento
del producto nacional bruto.9 Esta etapa del estudio de la
ciencia vio también la frecuente popularidad de afirmacio­
nes en las que se sostenía que pronto cada hombre, mujer
y niño del país serían científicos (en concreto, esta tesis se
ha atribuido a un individuo llamado Boring). La idea gene­
ral queda reflejada en la siguiente afirmación aparentemen­
te asombrosa: «el ochenta por ciento de los científicos que
han existido alguna vez viven en la actualidad» (de todos
modos, debe repararse en el hecho de que una característi­
ca propia del crecimiento exponencial es la de que una
cierta aproximación a esta última afirmación es siempre
cierta). Price señaló correctamente que la ciencia no podía
seguir creciendo a ese ritmo durante mucho tiempo, que ya
habíamos alcanzado un estado de saturación.
Lo que interesa a nuestros propósitos es la forma en
que la ciencia fue concebida y operacionalizada con objeto
de someterla a la medición estadística. En todos los casos,
el estadista analiza de forma retrospectiva las actividades
culturales como si fueran comparables con lo que actual­
mente conocemos como ciencia. Se usan los patrones de
crecimiento para señalar un boom del conocimiento cientí­
fico, pero, por supuesto, resulta altamente problemático
comparar un incremento de la actividad científica con un
incremento del conocimiento científico. A su vez, ello nos
lleva a plantear la eficacia y prudencia de continuar invir­
tiendo en la actividad científica. Pero, en cualquier caso,
¿qué se ha tomado por actividad científica? Si tomamos
en consideración los cambios sucedidos en la organización
social de la ciencia desde el siglo xvil, se hace evidente que
la misma ha sufrido importantes y substanciales cambios.
Puede decirse que la organización social de la ciencia
ha atravesado tres grandes etapas: amateur, académica y
profesional.10 En el período amateur (situado aproximada­
mente entre 1600 y 1800), la ciencia se desarrolla fuera de
las universidades, alejada del gobierno y de la industria,
tal y como hoy conocemos estas instituciones. Los que
participaban en ella eran profesionales económicamente
independientes que se reunían de manera informal y cuyo
principal rol social quedaba al margen de sus intereses
científicos. Estos amateurs desarrollaron rápidamente me­
dios para comunicarse entre sí, y el intercambio epistolar
pronto dio paso a —o fue sustituido por— la aparición de
revistas científicas. Los involucrados en estas redes socia­
les de amateurs se consideraban a sí mismos como perso­
nas interesadas en la «filosofía natural», siendo la especia-
lización algo extraño entre ellos. La fase académica (1800­
1940) queda caracterizada por la necesidad de que los
nuevos miembros de la comunidad científica tengan una
mayor y más prolongada formación técnica (para poder
así enfrentarse al incremento del conocimiento científico),
por la necesidad de recursos y puestos adecuados para
sustentar la dedicación completa a la incipiente literatura
científica y por la creciente especialización de los científi­
cos. Como resultado de todo ello, el trabajo científico tien­
de a acabar centrándose en la investigación básica desa­
rrollada en el seno de las universidades. La profesión cien­
tífica se organiza progresivamente según patrones discipli­
nares especializados, y la preparación de los nuevos miem­
bros de la comunidad científica se convierte en parte de
las obligaciones del científico. A pesar de que la ciencia
fue subvencionada de forma creciente con fondos públi­
cos, no se permitía que las universidades o los gobiernos
interfirieran directamente en la libertad académica de los
científicos. Consecuentemente, el conocimiento científico
fue casi por completo dirigido por el momentum interno
de la comunidad científica. Aunque la investigación no
planificada ha seguido desarrollándose en las universida­
des, la investigación científica se ha hecho actualmente tan
costosa —especialmente por lo que al capital invertido se

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refiere— que sólo puede mantenerse con los fondos de un
gobierno central. De ahí el creciente interés e influencia de
los patrocinadores no-científicos en el progreso de la cien­
cia. De forma cada vez mayor, el trabajo científico se juz­
ga según su valía con respecto a la prosperidad económica
y la seguridad. El aumento gradual de los esfuerzos cientí­
ficos directamente relacionados con los intereses indus­
triales corre paralelo a la creciente importancia dada a la
aplicabilidad y utilidad de la ciencia: las firmas más im­
portantes cuentan con laboratorios de investigación y de­
sarrollo situados en sus propias instalaciones. Además, la
regeneración, después de la guerra, de la conciencia sobre
la relación entre ciencia y sociedad —en su más amplio
sentido— también ha reavivado el interés por el impacto
de la ciencia «en la sociedad».

Esencialismo y nominalismo

Nuestros esfuerzos por.responder a la pregunta «¿qué


es la ciencia?» han mostrado dos sentidos en los cuales la
ciencia resulta ser algo sumamente variable. No sólo los
filósofos no se ponen de acuerdo sobre las características
que distinguen a la ciencia de otras actividades, sino que
ha quedado probado que el carácter de la ciencia es algo
históricamente mudable. Existen principalmente dos reac­
ciones diferentes frente a esta variabilidad. Por una parte,
podemos considerarla como resultado de la misma com­
plejidad de la ciencia. En otras palabras, podríamos decir
que resulta difícil hacerse con la verdadera naturaleza de
la ciencia debido al hecho de que ésta es un organismo tan
complejo y cambiante. Llamemos a esta posición esencia-
lista. Desde este punto de vista, la ciencia sigue viéndose
como un objeto, una entidad o un método coherente aun­
que su definición y descripción resulten difíciles. Lo princi­
pal es que este punto de vista no abandona ni modifica de
forma substancial el parecer de que realmente existe algo
«ahí fuera» llamado ciencia. Tan sólo se pospone el esfuer­
zo de encontrar una respuesta definitiva. Por el contrario,

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una reacción nominalista frente a la variación en las defi­
niciones de ciencia mantiene que intentar buscar una de­
finición es algo inútil en última instancia. Los intentos de
establecer uno u otro criterio de demarcación ignoran lo
que parece ser una importante y fundamental característi­
ca de la ciencia: siempre se encuentra abierta a la renego­
ciación y a la reclasificación. Desde este punto de vista, no
existen ni la «ciencia» ni el «método científico», sino que
tales términos se atribuyen de forma múltiple y variable a
diferentes prácticas y comportamientos. «Lo que ha de ser
considerado ciencia» varía según los propósitos concretos
para los que esto constituye un problema. Mientras que el
esencialismo tiende a mantener que las definiciones de la
ciencia son —como mínimo en parte— un reflejo de las
características de un objeto real (trascendental) llamado
«ciencia», el nominalismo sugiere que aquellos rasgos pro­
puestos como característicos de la ciencia surgen de las
prácticas de definición de los mismos participantes (filóso­
fos, historiadores y sociólogos).
Como veremos en capítulos posteriores, esta distinción
es mucho más que una simple observación metodológica
con respecto a las diversas aproximaciones al estudio de la
ciencia. Involucra un dilema básico en toda ciencia social
que mantenga una aproximación relativista a su fenómeno
de estudio: ¿hasta qué punto los rasgos, características y
definiciones del fenómeno reflejan las prácticas de defini­
ción (el trabajo constructivo) de los involucrados en las
mismas antes que el «carácter real» de ese mismo objeto?
Veremos también cómo el estudio social de la ciencia si­
gue manteniendo una ambivalencia con respecto a las im­
plicaciones que tienen sus propios estudios, a pesar de que
sus trabajos recientes muestren su simpatía con el punto
de vista nominalista. Toda esta literatura coincide a menu­
do en que no resulta útil juzgar y resolver la cuestión de
qué es la ciencia; en lugar de ello, la importancia de la
idea de «ciencia» reside en su uso como recurso para ca­
racterizar el trabajo y el comportamiento de otros, lo cual
abre la puerta al estudio de cómo el término «ciencia» se
atribuye (o resulta ajeno) a diversas prácticas y afirma­

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ciones. Sin embargo, esta línea de argumentación transige
—desafortunadamente— con el hecho de que el mismo es­
tudio social de la ciencia construye a la «ciencia» en cuan­
to objeto de sus propios «propósitos concretos». El estudio
social de la ciencia adopta la posición nominalista por lo
que hace a los esfuerzos de otros por especificar lo que
debe considerarse ciencia, pero tiende a seguir la línea
esencialista en su propia práctica. Éste es un problema
importante no sólo para el estudio social de la ciencia,
sino para todo esfuerzo por desarrollar una crítica de la
misma.
Resulta importante delimitar el dominio de la posición
esencialista con cierto detalle. De hecho ha tenido —y si­
gue teniendo— una gran influencia en todos los intentos
de enfrentarse al fenómeno de la ciencia. En las siguientes
secciones trataré la influencia del esencialismo en dos
áreas de estudio —la sociología clásica del conocimiento y
la sociología de la ciencia— que constituyen el telón de
fondo del moderno estudio social de la ciencia.

La sociología clásica del conocimiento

El interés sociológico por un fenómeno particular suele


quedar justificado en términos de su relatividad social. És­
ta es la máxima del «podría ser de otra manera» que resul­
ta crucial para toda forma de ciencia social relativista. El
interés sociológico por el conocimiento queda a menudo
justificado de la misma manera. Así, se afirma que Pascal
señaló que aquello que es verdad a un lado de los Pirineos
resulta falso en el otro. La supuesta variabilidad de lo que
se tiene por conocimiento nos permite formular interro­
gantes sociológicos sobre la fuente, alcance y característi­
cas de esas variaciones. Como señalan autores como Ber-
ger y Luckmann, dichos interrogantes son tradicionalmen­
te distintos de los que se plantean los filósofos.” Mientras
que estos últimos buscan determinar los criterios del co­
nocimiento (de hecho, lo que intentan es especificar qué
debería ser legítimamente tenido por conocimiento), los

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interrogantes sociológicos tienden a centrarse, en menor
medida, en el estatus del conocimiento. En su lugar, los
sociólogos buscan simplemente documentar las diversas
propuestas de legitimación a modo de preludio a la expli­
cación de las diferencias.

Contexto social --------- Pensamiento/conocimiento humanos

El interés específicamente sociológico por el conoci­


miento (en cuanto opuesto al interés psicológico, económi­
co, etc.) aparece cuando se conceptualizan las fuentes de
las variaciones en términos de contexto o atributos socia­
les. De este modo, las variaciones en el conocimiento que­
dan asociadas a diferencias en la clase social, la filiación
religiosa, el «ser social», el contexto social, los grupos so­
ciales, la sociedad, la cultura, la raza, etc. La sociología del
conocimiento se ha rodeado de tipos de conocimiento y
pensamiento humanos tan diferentes como las ideas lega­
les, políticas, religiosas, literarias y artísticas. La curiosa
pero notable excepción en esta lista es la ciencia. La socio­
logía del conocimiento —especialmente en memos de sus
autores clásicos— ha intentado siempre evitar la explica­
ción del conocimiento científico.
Una razón obvia de este olvido de la ciencia se encuen­
tra directamente relacionada con la misma forma de con­
cebir la sociología del conocimiento. La ciencia queda ex­
cluida de todo posible análisis sociológico porque, se pien­
sa, no admite esas variaciones que son propias de las de­
más formas de conocimiento. Se da por sentado que la
ciencia es la forma de conocimiento que —por excelen­
cia— no se ve nunca afectada por los cambios del contexto
social, de la cultura, etc. El reciente estudio social de la
ciencia se opone a este presupuesto. Afirma que la univer­
salidad del conocimiento científico es en realidad un mito,
que la aparición de tal universalidad es el resultado de (es­
to es, una respuesta consensual a) un complejo proceso
social mediante el cual las variaciones en las diversas pos­
turas sobre la forma y la legitimación de la ciencia van
siendo gradualmente eliminadas. La aparente falta de va-

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nación social del conocimiento científico es la consecuen­
cia —y no la condición— de la ciencia.
En términos generales, la fórmula de Marx para una
sociología del conocimiento es que el ser social del hom­
bre determina su pensamiento y conciencia.12 Marx inter­
pretaba el ser social en términos de situación de clase y,
de forma más notable, según la relación del hombre con
los medios de producción. La existencia de ideas revolu­
cionarias presupone la existencia de una clase revoluciona­
ria. La falsa conciencia es el producto de aquellos casos en
los que una clase social adopta el pensamiento propio de
(y producido por) otra; así pues, la clase trabajadora desa­
rrolla una falsa conciencia cuando adopta la ideología de
los propietarios de los medios de producción. Aunque
Marx modificara posteriormente su inicial insistencia en la
determinación social de las ideas (nacida de una temprana
reacción frente al idealismo de autores anteriores), su so­
ciología del conocimiento jamás fue una parte de su obra
completamente desarrollada. Su contribución a este cam­
po fue absorbida por el interés dominante en el análisis de
las condiciones del cambio social. En concreto, le preocu­
paba esclarecer los orígenes del conocimiento falso que
hacía que el potencial revolucionario de la clase trabajado­
ra quedara oculto en sí misma. Su relativa despreocupa­
ción por la ciencia refleja esta concentración en las fuentes
de distorsión.
Mannheim intentó transformar la aproximación mar-
xiana en una herramienta de carácter más general para la
sociología del conocimiento.13 En concreto, Mannheim in­
tentó que ambos términos («contexto social» y «pensa­
miento humano») incluyeran una mayor diversidad de va­
riables. El interés predominante de Marx en la relación
entre intereses materiales (de clase) y posturas intelectua­
les da lugar a —por así decirlo— una conexión entre la
motivación intelectual de un grupo social y el estilo de
pensamiento del mismo. De forma similar a la de Weber,
Mannheim insistió en la necesidad de ampliar el número
de categorías que Marx había subsumido bajo el «contexto
social». En su obra, tanto el estatus como la pertenencia al

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grupo y el rol social son factores que, potencialmente, de­
terminan el conocimiento. Lo más importante es que difie­
re de Marx en su deseo de extender el análisis a todas las
ideas, incluyendo aquellas que se tienen por verdaderas.
La fijación de Marx con respecto a la ideología en cuanto
causa de distorsión (basada en el presupuesto de que tan
sólo las clases proletarias pueden alcanzar el verdadero co­
nocimiento) da así paso a la opinión de que todas las ideas
son ideología: sólo puede decirse que existe verdad dentro
de una cosmovisión específica y con respecto a quienes la
comparten.
La sociología del conocimiento de Mannheim —a pesar
de ser más programática que empírica— resulta, de esta
manera, más radical (epistemológicamente, si no política­
mente) que la de Marx. En concreto, deja abierta la puerta
al análisis sociológico de aquellos sistemas de conocimien­
to que se consideran productores fiables de la verdad. Pero
a pesar de su crítica contra el punto de vista parcial de la
sociología del conocimiento, Mannheim no aplicó su es­
quema a la comprensión de la ciencia y las matemáticas.
Su error fue detener allí su análisis, siendo como era su
principal tesis la de la aplicabilidad general de la sociolo­
gía del conocimiento.
Durkheim, el ultimo miembro del triunvirato de la so­
ciología del conocimiento aquí tratado, ensanchó conside­
rablemente los términos de la ecuación de la sociología del
conocimiento.14 Aplicó un enfoque marcadamente antro­
pológico a aspectos del pensamiento humano tales como
la moral, las ideas religiosas, las formas de clasificación y
las categorías fundamentales del pensamiento humano, el
espacio y el tiempo. Al igual que la misma idea de socie­
dad, todos estos tipos de conocimientos, ideas y creencias
forman parte de la conciencia colectiva, no pudiendo exis­
tir con independencia de la existencia social del hombre.
De este modo, las formas de conocimiento y creencia de­
tentadas por el hombre mantienen un cierto tipo de iso-
morfismo con respecto a la sociedad que él mismo produ­
ce y mantiene. Por ejemplo, la religión es un sistema de
creencias según el cual los hombres organizan sus vidas y

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categorizan su mundo (distinguiendo, por ejemplo, entre
lo sacro y lo profano). A la vez, la religión es un «hecho
social» que limita las actividades y comportamientos so­
ciales. Los objetos se clasifican en las sociedades de un
modo que refleja y extiende las clasificaciones sociales
existentes. De este modo, nuestras ideas sobre el espacio
reflejan la organización social y la base material de la so­
ciedad, mientras que las divisiones del tiempo son el espe­
jo de las formas en que se organizan los rituales y las festi­
vidades.
Así pues, Durkheim establece un interesante marco an­
tropológico para el estudio de la ciencia. El isomorfismo
(o paralelismo) entre los mundos social y físico sugiere la
posibilidad de entender la estructura de este último como
un reflejo de la del primero; nuestra aprehensión de la na­
turaleza mostraría el orden y organización de nuestras ins­
tituciones sociales. Desgraciadamente, parece que el pro­
pio Durkheim se situó al margen de esta fascinante posibi­
lidad. Su preocupación primordial por la evolución de las
sociedades —el paso de las formas de solidaridad mecáni­
ca a las orgánicas y a otras más allá— le llevó a considerar
la ciencia como un tipo de conocimiento de un nivel dife­
rente al de los demás. La ciencia había reemplazado a la
religión, no a raíz de cambios básicos en las formas de
organización social, sino a causa de un avance evolutivo
que rompía los lazos existentes entre la organización so­
cial y la actividad intelectual. Para Durkheim, la importan­
cia de la ciencia radicaba en ser una forma de conoci­
miento que, a diferencia de las restantes, escapaba al con­
texto sociad. De este modo, llega a la conclusión de que la
ciencia es un caso especial, exento del tratamiento antro­
pológico general con el que había iniciado sus estudios.
Vemos cómo Durkheim —al igual que Marx y Mann­
heim— deja a la ciencia fuera de la sociología del conoci­
miento al concebirla como un caso especial.15 En efecto,
todos estos autores presuponen que en la ciencia hay algo
específico que la separa de los otros tipos de conocimien­
to. De acuerdo con la reacción esencialista al problema de
la demarcación, todos ellos presuponen este carácter espe­

37
cial de la ciencia sin especificar en qué podría consistir.
En la medida en que dichos autores y su contribución a la
ciencia social continúan siendo influyentes, el nuevo estu­
dio social de la ciencia ha tenido que enfrentarse a esta
posición tradicional.

La sociología de la ciencia

Al mismo tiempo, el estudio social de la ciencia ha te­


nido que rivaliza^ con otra tradición sociológica claramen­
te separada de las'demás —la sociología de la ciencia—
que ha adoptado también una postura esencialista sobre el
carácter de la ciencia.
Nuestra primera aproximación histórica a la emergen­
cia de la ciencia como institución social estableció la exis­
tencia de una fuerte variabilidad en la concepción de la
misma ciencia, bastante diferente de los problemas suscita­
dos por la demarcación. Hemos mantenido que la «cien­
cia» se desarrolló en el siglo x v n a través del intercambio
de cartas y encuentros informales suscitados entre caballe­
ros amateurs no especializados; igualmente, hemos afirma­
do que la «ciencia» fue impulsada por especialistas indus­
triales de postguerra con acceso a ciertos medios electróni­
cos de comunicación altamente sofisticados. Ello podría
tentamos a concluir que la ciencia se ha hecho «más so­
cial»: la mayor especialización y diferenciación han exigido
un aumento del control (tanto intemo como externo) y de
la organización social; se ha invertido un gran capital en la
ciencia, y el extraordinario gasto en equipos y técnicas es­
pecializados ha potenciado el trabajo en equipo. Los días
del científico individual y aislado (al menos, relativamente)
han sido substituidos por su emplazamiento en una com­
pleja red social y su conversión en objeto de toda una serie
de fuerzas y presiones sociales. El científico pertenece aho­
ra a un grupo social definido y, a menudo, fuertemente
unido. Las relaciones de los científicos entre sí quedan deli­
mitadas por lo que se considera científico. Así, cuando la
ciencia requiere formación, nos encontramos con todo un

38
conjunto de relaciones sociales de roles y estatus, asociadas
a la actividad docente y al aprendizaje. El aislamiento so­
cial desaparece en la medida en que el científico abandona
los confines de la academia y se encuentra con la responsa­
bilidad de cumplir las exigencias de la industria y del go­
bierno. Aunque es posible defender que los valores y creen­
cias más generales de la sociedad afectaban al caballero
amateur, parece que es ahora cuando nos encontramos con
una influencia social mucho más inmediata: el científico
forma parte de un sistema social institucionalizado.16
De todos modos resulta importante reconocer que esta
interpretación de los cambios de la ciencia despliega un
sentido limitado y específico de lo social. En particular,
este uso de lo «social» tiende a centrar la atención sobre
aquellos efectos y circunstancias que son externos a la acti­
vidad intelectual del científico. Esto es consistente con la
postura esencialista: el carácter real de la ciencia (y, en
particular, los detalles esotéricos del contenido del conoci­
miento científico) se trata como algo independiente (o pre­
vio) y separado de aquellos que la practican. Contra ello
puede argüirse que actividades como interpretar, probar y
clasificar la evidencia o realizar observaciones han sido
siempre «sociales» en el sentido más fenomenológico del
término. Así, el científico aislado se encuentra irremedia­
blemente sumergido en un «juego de lenguaje» tanto si ha
vivido en el siglo xvn como si lo hace en el siglo XX. Se
encuentra comprometido con el significado de sus accio­
nes (de sus palabras y escritos, por ejemplo) y aprehende
el posible tratamiento de las mismas y las reacciones que
pueden provocar, su persuasividad, etc., por el hecho de
ser miembro de una comunidad de lenguaje.
Desgraciadamente, este punto de vista fenomenológico
se ha menospreciado durante mucho tiempo, en favor del
sentido institucional/estructural en el que una acción cien­
tífica es social. Así, la principal preocupación de la sociolo­
gía de la ciencia —especialmente como la practican los
seguidores de Merton— se ha centrado en cómo la ciencia,
en tanto que institución social en rápido crecimiento, se
autoorganiza y autorregula.17 Se ha prestado especial aten-

39
ción a la relación existente entre los productores del cono­
cimiento: sus roles sociales, la naturaleza del sistema de
remuneraciones, la competitividad y, especialmente, el sis­
tema de normas según el cual se guían las acciones de los
científicos. Como se ha reconocido ahora, esta concentra­
ción en las relaciones existentes entre científicos se mantu­
vo a expensas de la atención a las diferentes formas en las
que los distintos tipos de conocimiento científico se produ­
cen y acreditan.18 La sociología de la ciencia adopta así un
punto de vista esencialista al presuponer que el carácter
real de la ciencia debe quedar situado más allá de su cam­
po de investigación.

Conclusión

Acabamos de ver cómo las concepciones actuales de la


ciencia y los intentos de desarrollar un análisis social de la
misma tienen lugar en oposición a un rico mosaico de tra­
diciones propias de la historia, la filosofía y la sociología
de la ciencia. Los presupuestos centrales de tales tradicio­
nes nos proporcionan tanto un punto de arranque como
toda una serie de constricciones a nuestra comprensión de
la ciencia. Las principales constricciones son —en resu­
men— las siguientes:

1) La persistente idea de que la ciencia es algo especial


y distinto del resto de formas de actividad social y cultu­
ral, aun a pesar de todos los desacuerdos y cambios en las
opiniones de los filósofos que han tratado de dilucidar un
criterio de distinción. En lugar de tratarlos como logros
meramente retóricos, muchos analistas de la ciencia si­
guen respetando los límites que delimitan a la ciencia
frente a la no-ciencia. Muchos otros niegan la posibilidad
de la demarcación pero siguen discutiendo en términos de
límites. El uso continuado de un esquema que construye
la ciencia como un objeto tiende a reforzar la concepción
de la misma como algo distinto antes que a potenciar un
desafio a tal punto de vista.

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2) La persistencia de lo que ha sido llamado la con­
cepción «heredada» (o estándar) de la ciencia. Esta concep­
ción incluye el presupuesto de que los objetos del mundo
natural son reales, objetivos y disfrutan de una preexisten­
cia independiente. En consecuencia, los orígenes sociales
del conocimiento resultan casi totalmente irrelevantes.
Desde esta perspectiva, el conocimiento científico no es
susceptible de ser sometido a un análisis sociológico, sim­
plemente porque él constituye su propia explicación: el co­
nocimiento científico está determinado por la naturaleza
real del mundo físico.
3) La persistente noción del conocimiento como una
actividad individual y mental; el permanente respeto por el
trabajo y los logros de los «grandes hombres». Esta noción
nace de la idea —y, a su vez, la refuerza— de que la ac­
ción humana no es esencial para el carácter objetivo y real
del mundo natural situado «ahí fuera». Las imágenes pú­
blicas predominantes de la ciencia subrayan este punto de
vista. Es notable, por ejemplo, que tanto los periodistas
científicos como, en general, los medios de comunicación
hayan omitido de forma casi completa los temas relativis­
tas que conforman la reciente sociología del conocimiento
científico. En su lugar, las noticias sobre la producción
científica siguen enfatizando las acciones heroicas de los
individuos.
4) La falta de voluntad para afrontar las consecuencias
radicales que tiene, para el trabajo propio, un ataque críti­
co a la ciencia.

Lo común a todas estas barreras es su compromiso con


el esencialismo. Además de la cuestión de si la ciencia di­
fiere de la no-ciencia, todos estos prejuicios comparten
una concepción de la ciencia como una actividad concreta
e identificable. Las constricciones a nuestro modo de en­
tender la ciencia tienen su origen, por consiguiente, en
toda una serie de tradiciones académicas que la han con­
cebido como un objeto sobre el que cada una ha aplicado
su propio instrumentario (o conjunto de conceptos).
Sin embargo, la reacción nominalista frente al proble-

41
ma de la demarcación nos exige que profundicemos un
poco más. En particular, nos induce a observar crítica­
mente la idea misma de «investigar un objeto» que permea
las posiciones académicas tradicionales. Tal y como vere­
mos, algunos intentos de estudiar la ciencia —y principal­
mente la «nueva» sociología del conocimiento científico—
han tenido un cierto éxito a la hora de huir de sus oríge­
nes, pero aún necesitan quedar libres de un prejuicio más
para poder liberarse de toda ligazón con el pasado. Este
prejuicio —al que llamaremos «representación»— confor­
ma el tema del próximo capítulo.

LECTURAS RECOMENDADAS

Un útil repaso de los diferentes tratamientos filosóficos


de la cuestión de la demarcación se encuentra en A.F.
Chalmers, ¿Qué es esa cosa llamada ciencia?, Madrid, Siglo
XXI, 1986 (4.a edic.). Véase también S. Yearley, Science
and Sociological Practice, Open University Press, Milton
Keynes, 1984.
Una recopilación algo anticuada pero útil de escritos
clave de la sociología del conocimiento clásica es J.E. Cur­
tís y J.W. Petras (eds.), The Sociology o f Knowledge: a re-
ader, Londres, Duckworth, 1970. Para un repaso más ana­
lítico véase P. Hamilton, Knowledge and Social Structure:
an introduction to the classical argument in the sociology of
knowledge, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1974.
Los siguientes son intentos de relacionar la sociología
del conocimiento clásica con el moderno estudio social de
la ciencia: M.J. Mulkay, Science and the Sociology o f Know­
ledge, Londres, Alien & Unwin, 1979; B. Bames, Interest
and the Growth of Knowledge, Londres. Alien & Unwin,
1979; B. Bames, Interest and the Growthof Krowledge,
Londres, Routledge and Kegan Paul, 1977.

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NOTAS
1. En 1984 el Consejo de Investigación Científica Social del Reino
Unido se convirtió en el Consejo de Investigación Social y Económica.
2. Véase, por ejemplo, R. Wallis, «Science & Pseudo-Science», S o cial
Scien ce In fo rm a tio n , 24 (1985), pp. 585-601.
3. K.R. Popper, The L ogic o f S cien tific D isco very, Londres, Hutchin-
son, 1980, y C onjectures a n d R efu ta tio n s, Londres, Routledge & Kegan
Paul, 1963. Traducción al castellano: La lógica de la in vestigación cien tífi­
ca, Madrid, Tecnos, 1962, y C onjetu ras y refu tacion es, Buenos Aires, Pai-
dós, 1967.
4. I. Lakatos, «Falsification and the Methodology of Scientific Re­
search Programmes», en I. Lakatos y A. Musgrave (eds.), C riticism a n d the
G ro w th o f K now ledge, Cambridge, Cambridge U.P., 1974, pp. 91-196. Tra­
ducción al castellano: La crítica y el desarrollo d e l co n o cim ien to , Barcelo­
na, Grijalbo, 1975.
5. T.S. Kuhn, The S tru ctu re o f S cien tific R e vo lu tio n s, Chicago, Univer-
sity of Chicago Press, 19702. Traducción al castellano: L a estru ctu ra de las
revolu cio n es cien tíficas, México, FCE, 1975.
6. Wallis, op. cit. (n. 2).
7. S. Shapin, «The Politics of Observation: cerebral anatomy and
social interest in the Edimburgh phrenology disputes», en R. Wallis
(ed.), O n the M argins o f Science: the S o cial C o n stru ction o f R ejected K n o w ­
ledge, Sociological Review Monograph 27, Keele University (1979),
pp. 139-178.
8. H. Collins y T. Pinch, «The Construction of the Paranormal: no-
thing unscientific is happening», en Wallis, op. cit. (n. 7), pp. 237-270;
Frames o f Meaning: the social construction o f extraordinary Science, Lon­
dres, Routledge & Kegan Paul, 1982.
9. D.J. De Solía Price, L ittle Science, Big Scien ce, Nueva York, Colum-
bia University Press, 1963. Traducción al castellano: H acia u n a cien cia de
la cien cia, Barcelona, Ariel, 1973.
10. Véanse, por ejemplo, H. Butterfield, The O rigins o f M o d em S cien ­
ce, Londres, G. Bell, 1968; H. Rose y S. Rose, S cien ce a n d S ociety, Har-
mondsworth, Penguin, 1960. Traducción al castellano: L os orígenes d e la
cien cia m o d ern a , Madrid, Taurus, 1982. C iencia y so cied a d , Tiempo nuevo,
Caracas, 1972.
11. P.L. Berger y T. Luckmann, The S o cia l C o n stru ction o f R eality,
Hardmondsworth, Penguin, 1969. Traducción al castellano: La co n stru c ­
ció n so c ia l d e la realidad, Buenos Aires, Amorrortu, 1978.
12. K Marx y F. Engels, The G erm án Ideology (ed. R. Pascal), Nueva
York, International Publishers Inc., 1963. Traducción al castellano: La
ideología alem a n a , Montevideo, Pueblos Unidos, 1970.
13. K Mannheim, Ideology a n d U topia (trad. de L. Wirth y E. Shils),
NuevaYork, Harvest Books, 1936. Traducción al castellano: Ideología y
U topía, Madrid, Aguilar, 1954.
14. E. Durkheim, E lem en tary F orm s o f R eligiou s Life, Londres, George

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Alien & Unwin, 1915. Traducción al castellano: L as fo rm a s elem en tales de
la v id a religiosa, Madrid, Akal, 1982.
15. Cfr. M.J. Mulkay, S cien ce a n d the S ociology o f K n ow ledge, Lon­
dres, Alien & Unwin, 1979.
16. Rose y Rose, op. cit. (n. 10).
17. R.K. Merton, The S ociology o f Science: T heoretical a n d E m p irica l
In vestig a tio n s, Chicago, University of Chicago Press, 1973. Esta obra reú­
ne la mayor parte de los escritos de Merton dedicados a la sociología de
la ciencia. Ejemplos de las principales publicaciones que siguen decidida­
mente el programa de Merton son: J. Ben-David, The S cien tist's R ole in
Society: a c o m p a ra tive stu d y , Nueva Jersey, Englewood Cliffs, Prentice-
Hall, 1971; J. Colé y S. Colé, The S o cia l S tra tifica tio n S y ste m in S cien ce,
Chicago, Chicago University Press, 1973; J. Gastón, O riginality a n d C om -
p e titio n in Science: a s tu d y o f the B ritish H igh E nergy P h ysics C o m m u n ity,
Chicago, University of Chicago Press, 1973; W.O. Hagstrom, The S cien tific
C o m m u n ity, Nueva York, Basic Books, 1965; N. Storer, The S o c ia l S ystem
o f Scien ce, Nueva York, Holt, Rinehart & Wiston, 1966; H.A. Zuckerman,
S cien tific Elite: stu d ie s o f N obel lau reates in the U n ited S ta tes, Chicago,
University of Chicago Press, 1974.
18. Pueden encontrarse algunas de las primeras críticas a la escuela
de sociología de la ciencia mertoniana en B. Bames y R.G.A. Dolby, «The
Scientific Ethos: a deviant viewpoint», E u ropean J ou rn al o f S ociology, 11
(1970) pp. 3-25; M.J. Mulkay, «Some Aspects of Cultural Growth in the
Natural Sciences», S o c ia l R esearch, 36 (1969). Véase también B. Latour y
S. Woolgar, L a boratory Life: the c o n stru ctio n o f scien tific fa c ts, Princeton,
Princeton University Press, 19862, cap. 5.

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