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PATRIARCADO

CAPITALISTA
Y FEMINISMO
SOCIALISTA
COM P ILADO POR

Z~LLAH H. EINSENSTEIN

siglo
veintiuno
editores
PATRIARCADO CAPITALISTA
y
FEMINISMO SOCIALISTA

compilado por
ZILLAH R. EISENSTEIN

MEXICO
ESPAl\JA
ARGENTINA
COLOMBIA
' -'

~
sialo veintiuno editores, sa
CERR'6 DEL AGUA 248. MEXICO 20. O.F.

sialo veintiuno de españa editores, sa


CIP~ 5. MADRID 33. ESPAÑA

siglo veintiuno argentina editores, sa


sialo veintiuno de colombia, ltda
To. 17-73 PRIMER PISO. BOGOTA. O.E. COLOMBIA
AV.

edición al cuidado de eugenia huerta


portada de anhelo hernández

primera edición en espafiol, 1980


© siglo xxi editores, s. a.
ISBN 968-23-0559-4

primera edición en inglés, 1978


título original: cápitalist patriarchy and the case for socialist feminism
copyright © 1978 by zillah r. eisenstein. reprinted by permission
of monthly review press

derechos reservados conforme a la ley


impreso y hecho en méxico/printed and made in mexico
íNDICE

INTRODUCCIÓN

HACIA EL DESARROLLO DE UNA TEORÍA DEL PATRIARCADO CAPITALIS-


TA y EL FEMINISMO SOCIALISTA, por ZILLAH EISENSTEIN 15

ALGUNAS NOTAS SOBRE LAS RELACIONES DEL PATRIARCADO CAPITA-


LISTA, por ZILLAH EISENSTEIN 48
,
LA TEORlA FEMINISTA Y EL DESARROLLO DE LA ESTRATEGIA REVO-
LUCIONARIA, por NANCY HARTSOCK 61
•f._.

PARA TERMINAR CON LA DUPLICIDAD: INFORME SOBRE LOS GRUPOS


.,. __ .. ~·~,.-
.
MARXISTAS-FEMINISTAS 1-5, por ROSALIND PETCHESKY , 81

MATERNIDAD, REPRODUCCIÓN Y SUPREMACÍA .-


~tfA:SdULINA

MATERNIDAD, DOMINIO MASCULINO y CAPITALISM<;>, por NANCY


CHODOROW 102

LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA: TRES ETAPAS DEL


FEMINISMO, por LINDA GORDON 124

PATRIARCADO CAPITALISTA Y TRABAJO FEMENINO

EL TRABAJO DOMÉSTICO DE LAS MUJERES, por JEAN GARDINER 157

LA OTRA CARA DEL SUELDO: EL CAPITAL MONOPOLISTA Y LA ES-


TRUCTURA DEL CONSUMO, por BATYA WEINBAUM y AMY BRIDGES 172
,
CAPITALISMO, PATRIARCADO Y SEGREGAGION DE LOS EMPLEOS POR
SEXOS, por HEIDI HARTMANN 186
[5]
,6 ÍNDICE

EL LUGAR DE LA MUJER ESTÁ FRENTE A LA MÁQUINA DE ESCRIBIR:


LA FEMINIZACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJ o OFICINESCA, por
MARGERY DA VIES 222

EL PATRIARCADO EN UNA SOCIEDAD


REVOLUCIONARIA

SALIENDO DEL SUBDESARROLLO: LAS MUJERES Y EL TRABAJO EN


CUBA, por CAROLLEE BENGELSDORF y ALICE HAGEMAN 243

INTRODUCCIÓN DEL CÓDIGO DE FAMILIA, por MARGARET RANDALL 264


,
CUANDO EL PATRIARCADO SE INCLINA: LA SIGNIFICACION DE LA
REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA PARA LA TEORÍA FEMINISTA, por
JUDITH STACEY 267

NOTAS SOBRE LAS COLABORADORAS 311


AGRADECIMIENTOS

Hay muchas personas a quienes quisiera agradecer su ayuda en la pre-


paración de mis artículos y en general de este libro. Sarah Eisenstein,
Ellen Wade, Jackie Fralley, Miriam Brody Kramnick, Isaac ·Kramnick,
Rayna Reiter y Mary Ryan fueron muy generosos al criticar y comentar
mis textos y al hacer sugerencias respecto a la organización del libro.
Mis más sinceros agradecimientos a mi excelente editora, Susan Lowes.
Caro! Stevenson escribió a máquina muchos de los primeros borrado-
res de mis artículos y J udy Humble mecanografió borradores sin cesar
y además se ocupó de buena parte de la correspondencia necesaria
para este volumen.
A mis alumnos de Ithaca College, sobre todo a aquellos que partici-
paron en los seminarios feministas socialistas de 1975, 1976 y 1977,
así como a los alumnos graduados de Cornell con quienes trabajo
ahora, mi agradecimiento por el hecho invaluable de haberme permi-
tido compartir y someter a prueba mis ideas con ellos. También qui-
siera agradecer al departamento de política de 1 thaca College que
fundó y publicó en los últimos tres años la Socialist Feminist Speakers
Series. Algunos de los trabajos que se presentan aquí fueron publicados
por primera vez dentro de esa serie.
Quiero además agradecer a Beau Grosscup que estuvo íntimamente
relacionado con este libro en su lectura y evaluación, y a mis padres,
Morris L. Eisenstein y Fannie Price Eisenstein, que me enseñaron cómo
utilizar un cuerpo de ideas sin nunca perder el derecho a criticarlas.
Finalmente, quiero agradecer al movimiento de mujeres, sobre todo a
las feministas socialistas que están trabajando sin descanso y que com-
partieron conmigo su material para este libro.

[7]
INTRODUCCIÓN
El feminismo socialista, tanto en la teoría como en la práctica, se
encuentra apenas en proceso de desarrollo. Este volumen presenta
una exposición de hasta dónde se ha desarrollado el feminismo socia-
lista y al mismo tiempo hace hincapié en la dirección hacia la cual
se debe dirigir en adelante. Los artículos aquí reunidos establecen las
bases a partir de las cuales se pueden elaborar el estudio y la actividad
del feminismo socialista. Los primeros fundamentos se encontraron
dentro de la tradición del análisis marxista o de la teoría feminista.
Este libro hace público su compromiso político e intelectual para en-
tender el problema de la opresión de las mujeres en términos de una
verdadera síntesis entre las dos, lo cual no quiere· decir simplemente
adicionar una teoría a la otra sino más bien redefinir cada una de ellas
a través del conflicto que deriva de y entre ambas tradiciones. La sín-
tesis deberá formular el problema de la mujer como madre y como
trabajadora, como reproductora y productora. La supremacía mascu-
lina y el capitalismo se definen como las relaciones principales que
determinan la opresión de la mujer hoy en día. Este volumen está de-
dicado a comprender la dinámica del poder implícita en esta situación,
la que deriva tanto de las relaciones de producción de clase como de las
relaciones sexuales jerárquicas de la sociedad.
Algunas veces resulta útil advertir lo que un libro no pretende
hacer. Este libro no es la presentación del desarrollo histórico del fe-
minismo socialista ni tampoco una colección completa de los escritos
feministas socialistas que existen hasta la fecha. Más bien, se trata de
una compilación de los trabajos más representativos preparados por
una comunidad de mujeres mucho más grande de lo que se podría
reunir aquí. Los artículos deben leerse en relación unos con otros.
Algunos ponen el acento más en el patriarcado que en el capitalismo,
mientras que otros hacen hincapié en el socialismo más que en el
feminismo. Esto refleja el precario equilibrio que hay en el conoci-
miento actual y que la mayoría de nuestras autoras tiene que utili-
zar como punto de partida. Además, los trabajos están limitados por
el tiempo, el espacio, los conocimientos, etc.; los lineamientos de un
análisis femini~ta socialista sobre la opresión de la mujer sólo surgirán
s1 se considera esta serie de artículos como un .todo.
Al mismo tiempo que indicamos de dónde venimos surge una defi-

[11]
12 INTRODUCCIÓN

nic1on de hacia dónde necesitamos dirigir nuestras energías. El reco-


nocimiento de estas necesidades y el establecimiento de las prioridades
forman parte del desarrollo de nuestra teoría. Esto es lo que queremos
decir cuando sostenemos que la teoría y la práctica están apenas en
proceso.

PARA DESARROLLAR LAS CUESTIONES FEMINISTAS SOCIALISTAS A MODO


DE TEORÍA

'1.,odos los artículos de este volumen han sido seleccionados por


su compromiso con el socialismo y con el feminismo. Cada uno
de ellos trata de desarrollar una mejor comprensión de las rela-
ciones entre el patriarcado y el capitalismo. Los primeros tres trabajos
incluidos establecen algunas prioridades teóricas, sobre todo para
aquellas dimensiones todavía poco desarrolladas del feminismo, den-
tro de una perspectiva feminista socialista. En la medida en que la
teoría y la práctica socialistas tienen una historia mucho más desarro-
llada que el feminismo socialista, resulta particularmente importante
darnos cuenta de dónde nos encontrarnos en el proceso de construcción
de las dimensiones feministas del feminismo socialista. Desde que em-
pezó el n1ovimiento muchas mujeres se han entregado a esta tarea, y
estos primeros textos son sólo una pequeña muestra de tal esfuerzo.
Son el fruto de mucha actividad colectiva y de trabajos previos de
otras fen1inistas dentro de las teorías. socialista, feminista, feminista
i·adical, lesbiana y feminista socialista.
En mis artículos trato de formular los problemas del feminismo
socialista utilizando para ello el método marxista transformado por
los intereses específicos del feminismo. Por su parte, Nancy Hartsock
se ocupa de la transformación de la política a través del compromiso
fen1inista en el plano personal. Aunque este argumento se ha reducido
a la definición de lo político únicamente en términos de lo personal,
en lugar de hacer hincapié en las relaciones que determinan las cone-
xiones entre los dos, la insistencia en la importancia de la vida coti-
diana resulta fundamental para un análisis feminista socialista que
tenga alguna significación. Hartsock se ocupa también de elaborar
la teorfo. a partir de la realidad en lugar de sólo incrustar una en la
otra, se ocupa de la creación de una dialéctica entre la teoría y la prác-
tica en lugar de derivar una de la otra. ¿Cómo puede la teoría guiar
y dirigir la acción si surge de las necesidades de la vida cotidiana,
siendo que ésta incluye tanto necesidades reales como falsas? El con-
flicto fundamental que deben enfrentar las feministas es que si bien
INTRODUCCIÓN 13
la vida diaria determina la teoría, ésta no se puede determinar en su
totalidad por la vida cotidiana. La teoría debe surgir de la realidad
pero también debe ser capaz de plantear otra visión de la misma.
Mucho trabajo precedió al desarrollo del feminismo socialista y fue
necesario para sus inicios. El libro de Shulamith Firestone, T he dia-
lectic of sex ( 1970), aportó ideas decisivas aunque incompletas sobre
el nlovimiento femenino referente al poder patriarcal. Su texto esta-
bleció las bases para análisis críticos y nuevas exposiciones, que luego
fueron elaborados por Juliet Mitchell en Woman's estate (1971), im-
portante estudio crítico tanto del feminismo radical como de la teoría
socialista en lo que se refiere a la cuestión de la mujer. Tenen1os aquí
los inicios de un feminismo socialista consciente de sí, hecho que to-
mará forma más clara en los dos trabajos de Sheila Rowbotham,
Women, resistance and revolution ( 1972) y Woman's consciousness,.
man's world ( 1973). Al mismo tiempo hubo importantes progresos en el
análisis del feminismo radical como el de Ti Grace Atkinson, A mazan
odyssey ( 1974) y el del grupo Red Stockings en Feminist revolution
( 197 5 ). Las diferentes prioridades pero de compromiso similar que re-
sultan evidentes en estos trabajos toman un nuevo giro en Psychoana-
lysis and feniinism ( 1974), de Juliet Mitchell, en la crítica de este
libro hecha por Sherry Ortner, "Oedipal father, mother's brother and
the penis ... ",publicado en Feminist Studies ( 1975), y en Gayle Rubin,.
"The traffic in women: notes on the political economy of sex" publi-
cado en Toward an anthropology of women ( 1975), todos los cuales
muestran un interés por entender la universalidad del patriarcado a
través de Freud y del psicoanálisis. El que se pueda efectuar una sínte-
sis significativa entre los trabajos de Marx y Freud o no, depende de la
posibilidad de entender cómo reproducen y conservan el inconsciente
las relaciones de la sociedad. Esta parte del debate que tiene lugar
hoy en día dentro del feminismo socialista reflej~ la nueva comprensión
de cómo se reproduce el sistema de la supremacía masculina a través
de la organización sexual de la sociedad, tanto de manera consciente
corno inconsciente. En este sentido y en el sentido en que el feminismo
socialista propone una síntesis entre la teoría marxista y el feminis-
n10 radical, ambos todavía en proceso de definición, la teoría fe-
minista socialista está también todavía en proceso de f orrnulación.

LECTURAS RECOMENDADAS

Burris, Barbara et al., "Fourth world manifesto", Notes from the third '.)'ear.
14 INTRODUCCI6N

Kollias, Karen, "Class realities: create a new power base", Quest, 1, núm. 3
(invierno de 1975).
Lichtman, George, "Marx and Freud", S ocialist ~evolution, 6, núm. 43
(octubre-diciembre de 1976), pp. 3-5 7.
Magas, Branka, "Sex politics: class politics", New Left Review, 66 (marzo-.
abril de 1971 ) , pp. 69-96.
Reed, Evelyn, W oman's evolution from matriarchal clan to patriarchal fa-
mily, Nueva York, Pathfinder Press, 1975.
Sontag, Susan, "The third world of women", Partisan Review ( 1973), pp.
180-206. .
Willis, Ellen, "Economic reality and the limits of feminism", manuscrito
(junio de 1973), pp. 90-111.
"Women in struggle", NACLA Newsletter, 6, núm. 10 (diciembre de 1972).
"Women's labor", NACLA Newsletter, 9, núm. 6 (septiembre de 1975).
Zaretsky, Eli, "Male supremacy and the unconscious'', Socialist Revolution,
4, núm. 21-22 (enero de 1975).
HACIA EL DESARROLLO DE UNA TEORlA DEL
PATRIARCADO CAPITALISTA Y EL FEMINISMO
SOCIALISTA*

ZILLAH EISEN STEIN

,
INTRODUCCION

Las feministas radicales y los hombres de izquierda, al confundir a las


mujeres socialistas y a las feministas socialistas no pueden reconocer
la distinción política que se establece entre el hecho de ser mujer y el
de ser feminista. Es necesario articular la diferencia entre las mujeres
socialistas y las socialistas feministas si se quieren comprender las ligas
que hay entre el f erninisrno radical y el f erninismo socialista. Si bien
hay mujeres socialistas que quieren comprender y cambiar el sistema
capitalista, lo que buscan las feministas socialistas es entender el siste-
ma de poder que deriva del patriarcado capitalista. He· seleccionado
la expresión "patriarcado capitalista" para acentuar una relación dia-
léctica que se refuerza mutuamente entre la estructura de clases capi-
talista y la estructuración sexual jerarquizada. La comprensión de esta
interdependencia entre el capitalismo y el patriarcado resulta esencial
para el análisis político del feminismo socialista. Aunque el patriarcado
(entendido corno la supremacía masculina) existía desde antes del
capitalismo y continúa existiendo en las sociedades poscapitalistas,
lo que es necesario entender es su relación actual, si se quiere cambiar
la estructura de la opresión. En este sentido, el feminismo socialista
trasciende el análisis marxista singular o la teoría feminista radical
aislada.
Las mujeres socialistas y las feministas radicales tratan el poder de
una manera dicotómica: ya sea como derivado de la .posición econó-
mica de clase o bien del sexo. La crítica del poder que se apoya sobre
la distinción hombre/mujer generalmente se concentra e.n la cuestión
del patriarcado. La crítica del poder que se apoya sobre la distinción
burguesía/proletariado se concentra en la cuestión del capitalismo.

• Ésta es una versión revisada de un artículo que apareció en The Insurgent


Sociologist, 7, núm. 3, primavera de 1977. El texto se presentó primero como
ponencia, en la primavera de 1975. en el seminario semanal de estudios sobre
la mujer en la Universidad de Cornell.

[15]
16 ZILLAH EISEN STEIN

O bien se observan las relaciones sociales de producción o las relacio-


nes sociales de reproducción,1 el trabajo doméstico o el trabajo asala-
riado, el aspecto público de la vida o el privado, la familia o la eco-
nomía, la ideología o las condiciones materiales, la división sexual del
trabajo o. las relaciones capitalistas de clase como opresivas. Aunque
la gran mayoría de las mujeres está incluida en las dos partes de estas
dicotomías, de la mujer se trata como si no estuviera incluida. Tal
imagen conceptual de la mujer impide la comprensión cabal de la
complejidad de su opresión. La dicotomía resulta triunfadora sobre la
realidad. En este trabajo voy a tratar de remplazar el pensa1niento
dicotómico por un enfoque dialéctico. 2
El primer paso necesario para formular una teoría política del fe-
minismo socialista que resulte coherente es la síntesis entre el feminismo
radical y el análisis marxista, que no sólo sume estas dos teorías del
poder, sino que las considere interrelacionadas a través de la división
sexual del trabajo. Definir el patriarcado capitalista como la raíz del
problema significa al mismo tiempo proponer el feminismo socialista
como la respuesta. Mi trabajo utiliza el análisis de clase marxista corno
la tesis, el análisis radical feminista del patriarcado como la antítesis
y de ambos resulta la síntesis del feminismo socialista.

1 Sheila Rowbotham en Women, resistance and revolution (Nueva York, Pan-


theon, 1972) sostiene que es necesario tener en cuenta tanto las relaciones
sociales de producción como las de reproducción dentro de cualquier teoría re-
volucionaria.
2 Para nuestros propósitos, la dialéctica contribuye a centrarnos sobre los
procesos de poder, de manera que para entender el poder es necesario analizar
las relaciones que lo determinan en lugar de considerarlo como un ente abs-
tracto. Cualquier momento encarna las relaciones de poder que lo determinan
y la única manera de entender cuál es ese momento es comprendiéndolo como
reflejo de los procesos que involucra. Por definición esto requiere que uno
considere los momentos como parte de otros momentos, en lugar de considerar-
los como separados entre sí. Considerar a los entes como separados entre sí.
como parte de las dicotomías de o bien/ o bien, constituye el modo de pensa-
miento dicotómico del positivismo. Al tratar de entender los elementos que
definen la síntesis de poder tal como se encuentra dentro de cualquier momento
específico, uno se ve obligado a aceptar el conflicto que a su vez está encar-
nado denti·o de él y por lo tanto a aceptar el proceso dialéctico del poder.
Véase Karl Marx, Grundrisse, trad. Pedro Scaron (México, Siglo XXI, 1977),
y Bertell Ollman, Alienation: Marx's conception of man in capitalist society
(Nueva York, Cambridge University Press, 1971).
PATRIARCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCIALISTA 17
TESIS: LA MUJER COMO CLASE

1] lvíarx: La ontología revolucionaria y la liberación de la niujer

La importancia del· análisis marxista para el estudio de la opresión


de la mujer es doble: prin1ero, proporciona el análisis de clase ne-
cesario para el·estudio del poder y, segundo, proporciona un método
de análisis que es histórico y dialéctico. Aunque la dialéctica (como
método) es utilizada con la mayor frecuencia por los marxistas para
estudiar las clases· y los conflictos de clase, también se puede utilizar
para analizar las relaciones patriarcales que gobiernan la existencia
de las mujeres y por lo tanto el potencial revolucionario de las mujeres.
Esto se puede hacer porque el análisis marxista proporciona las herra-
rnien tas para comprender todas las relaciones de poder; no hay nada
en el método dialéctico e histórico que lo limite a la comprensión de
las relaciones de clase. Aquí voy a utilizar el análisis de Marx del con-
fEcto de ·clases, pero también voy a extraer su método para aplicarlo
a algunas dimensiones de las relaciones de poder hacia las que él no
dirigió su~ atención. En este sentido, utilizo el método de l\1arx para
ensanchar nuestra comprensión actual de las relaciones materiales en
el capitalismo hasta abarcar 'las relaciones matériales en el patriarcado
capitalista. ·
Estas relaciones se esclarecen con las teorías de 1\11arx sobre la e:;;:-
plotación y la enajenación. Puesto que ya se ha debatido bastante
entre las mujeres socialistas y las feministas socialistas sobre la im-
portancia de la teoría de la explotación para la comprensión de la
opresión de las mujeres, sólo haré una muy breve mención de este
tema. 3 Quiero concentrarme en la importancia de la ontología revo-
lucionaria dialéctica de Marx, de la manera como la presenta en su
teoría de la enajenación. Aunque lo esencial de su análisis de la enaje-
nación se aplica a las mujeres obreras que forman parte de la fuerza
de trabajo y de manera más restringida a las trabajadoras domésticas
no asalariadas, como las amas de casa, estoy particularmente intere-
sada en su método analítico. Si no limitarnos el análisis a la clase y a los
3 Para este análisis véase Mariarosa dalla Costa, "Las mujeres y la subver-
sión de la comunidad" y Selma James, '"El lugar de la mujer", en El poder de
la mujer y la subversión de la comunidad (México, Siglo XXI, 1975); Ira
Gerstein, "Domestic work and capitalism", y Lise Vogel, "The earthly family",
Radical America, 7 (julio-octubre de 1973); Wally Seccombe, "The housewife
and her labour under capitalism", New Left Review, 83 (enero-febrero de
1973); B. Magas, Margaret Coulson, H. Wainwright, "The housewife and
her labour under capitalism -a critique", y Jean Gardiner, "Women's domes-
tic labour", New Left Review, 89 (enero-febrero de 1975); y para lo más re-
ciente véase este volumen.
18 ZILLAH EISENSTEIN

conflictos de clase tal como se expresan en la teoría de la explotación,


el método dialéctico que está presente en la teoría de la enajenación se
puede hacer extensivo al potencial revolucionario específico de las
mujeres. Esto quiere decir, esencialmente, que aunque la teoría de la
enajenación incluye la explotación no debería reducirse a ella. 4
La teoría de la enajenación y su interés en la "vida de la especie"
en la sociedad comunista resulta necesaria para entender la capacidad
revolucionaria de los seres humanos. 5 Los "seres de la especie" son
aquellos que alcanzan en última instancia su potencial humano para
el trabajo creativo, la conciencia social y la vida social a través de la
lucha contra la sociedad capitalista y que interiorizan completamente
estas capacidades en la sociedad comunista. Esta estructura ontológica
básica define la existencia de cada quien junto con su esencia. La rea-
lidad es, pues, para Marx mucho más que la mera existencia. Incor-
pora en ~lla un movimiento hacia la esericia humana, no una esencia
totalmente abstracta sino más bien una esencia que podemos entender
en su contexto histórico. El "ser de la especie" es la concepción de
aquello que es posible para la gente en una sociedad no enajenada;
existe sólo como esencia en la sociedad capitalista.
Sin esta concepción se podría considerar a los seres humanos como
explotados dentro de las relaciones capitalistas, pero no necesariamente
se comprenderían como potencial revolucionario. La explotación, sin
este concepto en la teoría de la enajenación, nos dejaría únicamente
con una persona explotada, pero, precisamente por el potencial de
vida de la especie en el individuo, el trabajador explotado es al mismo
tiempo un revolucionario potencial. Sin el potencial de vida de la es-
pecie tendríamos a los esclavos felices de que hablaba Aristóteles y no
al proletariado revolucionario al que se refería Marx. Y este potencial
existe en los hombres y en las mujeres independientemente de su
posición en la 'estructura de clases o de su relación con la explotación.
4 No creo que la visión dicotomizada del primer "Marx hegeliano" y del
"Marx materialista" posterior. resulte una distinción útil. En lugar de eso,
considero que las teorías de la enajenación y la explotación están integradas a
lo largo de todo el trabajo de Marx aunque reciben diferente prioridad en
los distintos escritos. Los Grundrisse son una prueba concluyente de esto
que sostengo. Véanse los Grundrisse de Marx y el análisis de David McLellan
sobre la importancia de este texto de Marx. en Karl Marx, his life and thought
(Nueva York. Harper and Row. 1973).
5 Para un análisis del ser de la especie véase Karl Marx, Manuscritos econó-

mico-/ ilosóficos de 1844 (México, Grijalbo, 1968), La ideología alemana (Méxi-


co, Ediciones de Cultura Popular, 1974). "Sobre la cuestión judía", en La sagra-
da familia· (México, Grijalbo, 1967). Véase también Shlomo Avineri, The social
and po'litical thought of Karl Marx (Nueva York, Cambridge University Press,
1968); Richard Bernstein, Praxis and action (Filadelfia, University of Pennsyl-
vania Press. 1971), y Bertell Ollman, Alie.nation.
PATRIARCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCIALISTA 19
Sin embargo, la realización de este potencial es diferente según la clase
de cada quien.
Con su teoría de la enajenación Marx indaga críticamente la natu-
raleza del capitalismo. Con el término capitalismo, Marx y Engels se
referían al proceso completo de producción de mercancías. Al exami-
nar la explotación inherente a este proceso desarrolló Marx su teoría
del poder. El poder o la carencia de él deriva de la posición de clase
de una persona y, por lo tanto, la opresión es un resultado de la orga-
nización capitalista y está basada en la falta de poder y de control.
Mediante el trabajo productivo la sociedad capitalista explota al traba-
jador que crea plusvalor para la burguesía. El trabajo excedente, que
está inherente en la ganancia, se deriva de la diferencia entre el
tiempo de trabajo real y el tiempo de trabajo necesario del obrero.

Trabajo productivo en el sentido de producción capitalista es el trabajo asa-


lariado que canjeado por la parte variable del capital (la parte del capital
gastada en salario), no sólo reproduce esta parte del capital (o el valor de
su propia capacidad de trabajo), sino que además produce plusvalía para el
capitalista ... únicamente es productivo el trabajo asalariado que produce
capital.6

La estructura de clases, que se manifiesta en formas sociales, políticas


y también culturales, es económica en su base. La sociedad está divi-
dida en burguesía y proletariado. La base de separación y conflicto en-
tre ambas es la relación que cada una de ellas mantiene con los modos
de producción, de manera que la explotación del proletariado, de cuyo
trabajo productivo se extrae el plusvalor es tan)bién su opresión.
Esta denuncia marxista de las relaciones capitalistas se incluye en
una ontología revolucionaria de la existencia social y humana. Depo-
sita dentro de cada individuo una dialéctica entre la esencia y la
existencia que se manifiesta en la sociedad como conciencia revolu-
cionaria. Tanto la crítica de la existencia de clase por enajenante y
explotadora como la ontología revolucionaria de la teoría hacen que
el análisis marxista sea decisivo para el desarrollo de una teoría femi-
nista que incorpore y al mismo tiempo vaya más allá de una teoría
de la conciencia de clase.
Cuando se hace exte:r:isiva a las mujeres, esta ontología revolucio-
naria sugiere que la posibilidad de libertad existe al lado de la explo-
tación y de la opresión, puesto que la mujer es en potencia mucho
más de lo que es en realidad. La mujer está estructurada según lo que
es ahora, y esto determina sus posibilidades reales para el mañana,
6 Karl Marx, Teorias sobre la plusvalia, 1, en OME, 45, Barcelona, Crítica,
1977, p. 137. Véase también El capital, parte 1 (México, Siglo XXI, 1979).
20 ZILLAH EISENSTEIN

pero lo que ahora es no determina los límites externos de sus capaci-


dades o potencialidades. Esto es cierto por supuesto para· el trabajador
enajenado. Aunque a un obrero o a una obrera se le anulen sus capa-
cidades .creativas, aún sigue siendo un ser humano ·potencialmente
creativo. Esta contradicción entre la existencia y la esencia está, por
lo tanto, en la base del proletariado revolucionario y también de la
mujer revolucionaria. La posición de clase de cada quien determina ·
para Marx su conciencia, pero si utilizamos el método ontológico re-
volucionario no es necesario que se limite sólo a esto. Si desearnos
decir que una mujer está determinada también por su sexo, las rela-
ciones patriarcales determinan su conciencia y como resultado tienen
implicaciones sobre su potencial revolucionario. Al establecer el po-
tencial revolucionario según refleja conflictos entre las condiciones rea-
les de la gente (existencia) y sus posibilidades (esencia) podremos
entender cómo inhiben las relaciones patriarcales el desarrollo de la
esencia humana. En este sentido, la concepción de la vida de la espe-
cie apunta al potencial revolucionario de hombres y mujeres. ·
Las relaciones sociales que determinan el potencial para la concien-
cia revolueionaria de la mujer son mucho más con~plejas de lo que
l\.1arx creyó. ~1arx nunca cuestionó la estructuración sexual jerárquica
de la sociedad. No se dio cuenta de que este otro conjunto de rela-
ciones hacía imposible la vida de la especie para las mujeres y q:J.e,
por lo tanto, su realización no podría lograrse únicamente con el des-
mantelamiento del sistema de clases. Sin embargo, sus escritos sob;re las
n1ujeres son importantes por su empeño ~n revelar las tensiones exis-
tentes entre la vida de la especie y las formas capitalistas enajenadas
de la experiencia social tanto de los hombres como de las mujeres.
I-Iay algunas afirmaciones parciales sobre la familia y la explota-
ción de las mujeres en los Manuscritos económico-filosóficos., El 1na-
nifiesto comunista., La ideología alemana y El capital. Marx establece
su posición respecto a la familia burguesa en El manifiesto cornunista.,
donde afirma que la relación familiar se ha reducido a una mera rela-
ción de dinero :

Para el burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de produc-


ción ... ¿En qué bases descansa la familia actual, la familia burguesa?
En el capital, en el lucro privado ... Las declamaciones burguesas sobre la
familia y la educación, sobre los dulces lazos que unen a los padres con
sus hijos, resultan más repugnantes a medida que la gran industria des-
truye todo vínculo de familia para el proletario y transforma a los niños
en simples artículos de comercio, en simples instrumentos de trabajo.7
7 Karl Marx y Friedrich Engels, El manifiesto comunista, en Obras esc-ogidas,
t. 1, Moscú, Editorial Progreso, 1973, p. 126.
PATRIARCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCIALISTA 21
Las relaciones de propiedad privada se convierten en el modo de
intercambio. El desarrollo de estas prioridades burguesas· transforma
las relacione5 sociales dentro de la familia y, como bien lo aclara
Marx en La ideología alemana, la familia, que es considerada como la
única relación social verdadera, se vuelve una necesidad subordina-
da. 8 Los asuntos concernientes a la propiedad privada y a las posesiones
invaden las relaciones hombre-mujer. En La cue:rtión judía; Marx
escribe: "Los mismos nexos de la especie, las relaciones entre hombre
y 1nujer, etc., se convierten en objeto de comercio. La mujer es nego-
ciada." 9
La mentalidad de "tener" tuerce las relaciones de la especie hasta
convertirlas en relaciones de. propiedad y de dominación, y al matri-
monio en prostitución.
En los Manuscritos económico-filosóficos Marx escribe:

... finalmente, este moviiniento encaminado a oponer a la propiedad privada


la propiedad privada general se expresa bajo la forma animal de oponer
al matrimonio (que es, sin duda alguna, una forma de_ la propiedad priva-
da exclusiva) la comunidad de _las mujeres, en la que la mujer se convierte,
por tanto, en propiedad común . .. Como la mujer pasa del matrimonio a
la prostitución general, así también el mundo todo de la riqtieza, es decir,
de la esencia objetiva del hombre, pasa de la relación del matrimonio ex-
clusivo con el propietario privado a la relación de la prostitución universal
con la comunidad.1º

Par~ Marx los problemas de las mujeres son resultado de su posi-


ción como meros instrumentos para la reproducción y de alú que
viera la solución en la revolución socialista. En El manifiesto comu-
nista escribió que "con la abolición de las relaciones de producción
actuales desaparecerá la comunidad de las mujeres que de ellas se de-
riva, es decir, la prostitución oficial y no oficial". 11 La familia bur-
guesa se considera, en los escritos de Marx, como un instrumento de la
sociedad capitalista, sin ninguna dimensión específica dentro de sí
rnisrna. La opresión de la mujer es su explotación en una sociedad
de clases a través del matrimonio burgués y la familia. La mujer es
considerada sólo como una víctima más, indistinguible del proletariado
en general, de la perniciosa división clasista del trabajo. Ni la divi-

8 Marx y Engels, La ideología alemana, México, Ediciones de Cultura Popu-


lar, 1974, p. 29. .
0 Marx, "Sobre la cuestión judía", en La sagrada familia, México, Editorial

Grijalbo, 1967, p. 42.


10 Marx y Engels, Manuscritos económico-filosóficos de 1844, México, Edito-

rial Grijalbo, 1968, p. 112. ·


11 Marx y Engels, El manifiesto comunista, p. 127.
22 ZILLAH EISENSTEIN

sión sexual del trabajo ni la definición sexual de los papeles, propó-


sitos, actividades, etc., tenían una existencia diferenciada para Marx,
quien tenía poca o ninguna idea de que la reproducción biológica de
la mujer o las funciones de la maternidad fueran fundamentales
para la creación de una división del trabajo dentro de la familia. En
consecuencia, Marx percibía la explotación de hombres y mujeres
como derivada de la misma raíz y consideraba que 'su opresión se
podía entender en los mismos términos estructurales. La conciencia
revolucionaria se limitaba a la comprensión de la relación de clase de
la explotación.
Sin embargo, no hay razón alguna para dudar de que en una socie-
dad comunista (en la que todos han de alcanzar una existencia según
la especie) la vida aún estaría estructurada. según una división sexual
del trabajo que acarrearía diferentes opciones de vida para los hom-
bres y las mujeres. Los papeles sexuales asignarían de antemano a las
mujeres ciertas tareas que necesariamente prolongarían la enajenación
y el aislamiento. Esencia y existencia todavía no serían una. Marx no
entendió que la división sexual del trabajo en la sociedad da lugar a
un trabajo no creativo y solitario sobre todo para las mujeres.
La destrucción del capitalismo y de la explotación capitalista no
asegura por sí sola la existencia según la especie, es decir, el trabajo
creativo, la comunidad social y la conciencia crítica para las mujeres.

2] La explotación de las mujeres a través de la historia


En La ideología alemana Marx y Engels analizan la división del tra-
bajo en la sociedad precapitalista primitiva en términos de la familia.
La primera división del trabajo es la división "natural" en la familia a
través del acto sexual. El acto de procrear inicia la división del tra-
bajo,12 y a través de él aparece por-primera vez la propiedad dentro
de la familia. Para Marx y Engels éste es el momento en que la mujer
y el hijo se convierten en los esclavos del marido:

La esclavitud, todavía muy rudimentaria, ciertamente, latente en la fami-


lia, es la primera forma de propiedad, que, por lo demás, ya aquí corres-
ponde perfectamente a la definición de los modernos economistas, según la
cual es el derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otros. Por lo de-
más, división del trabajo y propiedad privada son términos idénticos ... 13

12 Friedrich Engels, "Contribución a la historia de la familia primitiva", en

El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (Obras escogidas,,


t. III, Moscú, Editorial Progreso, 1974, pp. 253-254).
13 Marx y Engels, La ideología alemana, pp. 38-34.
PATRIARCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCIALISTA 23
Aquí se encuentran las semillas de una primera percepción s1 bien
incipiente, de la naturaleza de la división sexual del trabajo, aunque
no se plantee explícitamente como tal. Lo que debilita y finalmente
limita esta percepción es que, para Marx y Engels, esta división del
trabajo derivada del acto sexual coincide con y es idéntica al naci-
miento de la propiedad privada: "división del trabaj_o y propiedad
privada son términos idénticos ...".14 La división del trabajo no tiene
ninguna cualidad específica inherente, y la propiedad que surge de
una división del trabajo en el acto de la procreación no se diferencia
de la propiedad que surge de las relaciones de capital. La reproduc-
ción y la producción son consideradas como una sola cosa cuando se
las analiza en relación con la división_ capitalista del trabajo en la
sociedad. No hay aquí ninguna noción de que pudieran surgir de-
sigualdades del propio acto sexual. Aunque se reconoce que la repro-
ducción es la primera fuente de la división del trabajo, nunca se exa-
mina de manera específica. La ideología alemana presenta, entonces,
un análisis esquemático de la condición de la mujer conforme cambia
con las condiciones materiales:

.. .la división del trabajo se halla todavía muy poco desarrollada y no es


más que la extensión de la división natural del trabajo existente en el seno
de la familia. La organización social, en esta etapa, se reduce también, por
tanto, a una ampliación de la organización familiar: a la cabeza de la
tribu se hallan sus patriarcas, por debajo de ellos los miembros de la tribu
y, en el lugar más bajo de todos, los esclavos. La esclavitud latente en la
familia va desarrollándose poco a poco ... 15

La división del trabajo "impuesta por la familia'' se considera aquí


como natural, y ya sea que equivalga a decir "necesaria" y "buena"
o no, es una división que· fue aceptada por Marx y Engels. Aquí en-
tonces la división del trabajo en la familia no es vista como reflejo
de la sociedad económica que la define y circunda -tal corno apare-
cerá posteriormente en El manifiesto comunista-, sino que más bien
en esta etapa histórica temprana Marx y Engels vieron a la familia
como estructuradora de la sociedad y de 'su división del trabajo.
El análisis de Marx y Engels continúa: "De este modo se desarrolla
la división del trabajo, que originariamente no pasaba de la división
del trabajo en el acto sexual y, más tarde, de una división del trabajo
introducida de un modo 'natural' en atención a las dotes físicas (por
ejemplo, la fuerza corporal), a las necesidades, las coincidencias for-
tuitas, etcétera." 16
H Jbid.
16 lbid., p. 21.
16 lbid., p. 32.
24 ZILLAH EISENSTEIN

En El origen df! la familia, la propiedad privada y eil Estado, Engels


repitió el tema desarrollado en La ideología alemana: "La primera di-
visión del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para
la procreación de hijos." 17 El primer antagonismo de clases surge,
pues, como el antagonismo entre el hombre y la mujer en el matri-
monio monógamo, pero nunca se aclara en qué .se basa. 18 Engels
sostiene que el primer antagonismo de clase acompaña (surge con) el
antagonismo entre el hombre y la mujer. No se .podría pensar que
este antagonismo a que hace referencia sea de clase y; sin embargo,
Engels se refirió por último al conflicto entre el. hombre y la mujer
como un conflicto de clase: dentro de la familia el hombre representa
a la burguesía y. la mujer al proletariado. 19 Pero la burguesía y el
proletariado son posiciones de poder que derivan de una relación
con los medios. económicos de. producción, no del acto sexual de re-
pro9ucción. Al clasificar a ho1nbres y mujeres como clases, las rela-
ciones de reproducción se incluyen dentro de las relaciones de produc-
ción. Resulta contradictorio que Engels reconozca que las. relaciones
ho1nbre-n1.ujer dentro de la familia determinan la división del trabajo
en la sociedad y que al mismo tien1.po las incluya completamente den-
tro de categorías de análisis relacionadas con la reproducción, sin
ofrecer ninguna explicación que pudiera resolver este dilema porque
queda fuera de los términos de su análisis.
Hen1os visto que Engels reconoce que la división del trabajo irradia
de la familia hacia la sociedad. Con todo, las categorías de análisis
que explican la esclavitud de la mujer en la familia derivan comple-
tamente de las relaciones de producción. La familia termina por de-
finirse por los modos histórico-económicos, no torna parte por sí
misma en la determinación de la economía ni de la sociedad y tam-
poco se habla· más de ella como origen de la división del trabajo
que coincide con las relaciones económicas. La existencia econÓn1.ica
viene a determinar a la fan1.ilia. 20 Resulta así que Engels olvidó su pro-
pio análisis de "la primera división del trabajo" y dio por sentado que
la familia se desintegrará con la eliminación del capitalismo, en lugar
de analizar cómo la propia familia vino a apoyar un modo económico.
Aunque reconoció el problema de la existencia de la mujer dentro

· 17 Engcls, El origen de la familia, pp. 253-254. El análisis de Engels en este


libro establece una diferenciación entre tres períodos históricos: salvajismo,
barbarie y civilización, a través de los cuales rastrea la evolución de la familia.
18 !bid., p. 254.

19 Marx y Engels, Manifiesto comunista.

20 Véase Eli Zaretsky, "Capitalism, the family and personal life", Socialist
Revolution, 13-14 (enero-abril de 1973), pp. 69-125 y 15 (mayo-junio de 1973),
19-71 para un análisis de los cambios históricos y económicos en la familia.
PATRIARCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCL~ISTA 25
de Ja.esfera doméstica privada -.-fuera de la producción social y opues-
ta a ella-, consideró esto como un reflejo de las relaciones de pro-
ducción basadas en la propiedad privada. La actividad de la mujer
en la reproducción (que limita su activiqad en la producción) no fue
considerada problemática.
Para Engels, la· familia se ha convertido en -un microcosmos de la
economía política: "Encierra, in miniature, todos los antagonismos
que se desarrolla:i:i más adelante en la sociedad y en su Estado." 21 El
hombre es la burguesía, la mujer el proletariado. Lo que resulta más
interesante es que Engels no utiliza las ·categorías de hombre como
burguesía y mujer como proletariado fuera de la familia. Allí las per-
sonas tienen asignada su posición de clase de acuerdo con su rela-
ción con los medios de producción y no según su sexo. Engels utiliza
criterios diferentes dentro y fuera de la familia para definir la per-
tenencia· a una clase. Si se contara con que estas categorías son bases
de poder, las mismas unidades ·de análisis serían aplic~bles tanto
dentro co1no fuera de la familia, y si se quisiera .sostener que, ·en
últirna instancia, el uso que hace Engels de burguesía/proletariado
dentro de la familia es económico, aún quedarían pendientes otras
consideraciones. De no ser así, entonces no tendría: 1] divisiones de
clase en, la familia co1no burguesía-hombre/proletariado-mujer y 2]
divisiones de clase en la sociedad ep. términos de la propiedad-no
propiedad . de los medios. de prqducción. Aun cuando, para Engels,
en. iJltima instancia estas divisiones significan lo mismo, ¿qué es lo que
reflejan .inicialnie,nte $Obre las relaciones de la familia y del capita-
lismo? Parecería que estas consideraciones tienen que ver con. el poder
que surge de las diferencias sexuales entre los hombres y las mujeres
en sus relaciones con la reproducción. Esto, sin embargo, no lo captó
Engels. .
La rnayor parte del tiempo Engels trabajó con la ecufl,ción simple
· según la cual opresión es. igual a explotación, y, aunque_ reconoció
que la familia encubre la esclavitud doméstica, creía al mismo tiempo
que no h~bía diferencias (en cuanto a su índole) entre la esclavitud
doméstica y la esclavitud por el salario del marido: ambas derivaban
del capitalismo. "La emancipación de la mujer -escribe- sólo será
posible cuando ella pueda tomar parte en la producción en una am-
plia escala social y el trabajo doméstico no exija más que una insigni-
ficante parte de su tiempo." 22 La verdadera igualdad de la mujer
vendría con el fin de la explotación por el capital y la transferencia
del trabajo doméstico privado a· la industria pública. Pero dado que
21Engels, El origen de la familia, p~ 247.
Engels en The woman question (Nueva York, lnternational Publishers,
!!!!

1951), p. 11.
26 ZILLAH EISENSTEIN

Engels no entendió la división sexual del trabajo, resulta muy probable


que incluso el trabajo doméstico público siguiera. siendo para él
trabajo desempeñado por mujeres.
En conclusión, el análisis esbozado por Marx y Engels en La ideolo-
gía alemana, y después desarrollado por Engels en El origen de la
familia, l/.a propiedad privada y el Estado, revela su creencia de que la
familia, por lo menos históricamente, estructuró la división del trabajo
en la sociedad y que esta división del trabajo refleja la división d~l
trabajo en el acto sexual. Inicialmente la estructura de la familia
determinó la estructura de la sociedad:

Según la teoría materialista, el factor decisivo en la historia es, en fin de


cuentas, la producción y la reproducción de lá- vida inmediata. Pero esta
producción y reproducción son de dos clases. De una parte, la producción
de medios de existencia, de productos alimenticios, de ropa, de vivienda y de
los instrumentos que para producir todo eso se necesitan; de otra parte, la
producción del hombre mismo, la sontinuación de la especie. El orde,n so-
cial en que viven los hombres en una época o en un país dados, está condi-
cionado por especies de producción: por el grado de desarrollo del trabajo,
de una parte, y de la familia, de la otra.!!3

Sin embargo, esta percepción original se pierde en el análisis de


la familia dentro de la sociedad capitalista, ya que aquí se le con-
sidera sólo como otra parte de la superéstructura, que refleja de ma-
nera total a la sociedad de clases, y las relaciones de reproducción
pasan a ser incluidas en las relaciones de producción. Lo importante
no es que la familia no refleje a la sociedad sino que, a través tanto de
su estructura como de su ideología patriarcales, la familia y la nece-
sidad de reproducción también estructuran a la sociedad. Esta rela-
ción recíproca entre familia y sociedad, producción y reproducción,
determina la vida de las mujeres. El estudio de la opresión de Ja
mujer debe, pues, abarcar tanto las condiciones sexuales como las
económicas materiales, si queremos entender la opresión en lugar de
solamente entender la explotación económica. El método materialista-
histórico debe ampliarse hasta incorporar las relaciones de las mujeres
con la división sexual del trabajo y la sociedad como productora y
reproductora, así corno incorporar la f orrnulación ideológica de esta
relación. 2 -t Sólo entonces se comprenderá su existencia en su verdadera
complejidad y tendrá acceso a la vida según la especie.
23 Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, t. 111,
p. 204.
24 En este trabajo la ideología se utiliza en el sentido de referirse a las
ideas dominantes de la sociedad. (Véase Marx y Engels, La ideología alemana.)
Se considera como una distorsión de la realidad, destinada a proteger los acuer-
PATRIARCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCIALISTA 27
,
ANTITESIS: LA MUJER COMO SEXO

1] El patriarcado y las feministas radicales

Aunque por lo general se considera que los comienzos del. feminismo


radical coinciden con los del reciente movimiento de liberación de
la mujer -1969-1970-, de hecho el feminismo radical tiene impor-
tantes lazos históricos con el feminismo liberal 25 de Mary Wollstone-
craft, Elizabeth Cady Stanton y Harriet Taylor Mill, que escribieron
sobre política sexual mucho antes que Kate Millet. Estas mujeres
entendieron a su propio modo fragmentario que los hombres tienen
poder como hombres en una sociedad organizada en "esferas sexuales".
Pero si bien hablaron de poder en términos de casta, apenas comen-
zaban a entender la estructura de poder que se les imponía con la
división sexual del trabajo y de la sociedad. Las demandas de estas
feministas no pasaron de reformistas porque no establecieron las co-
nexiones necesarias entre la opresión sexual, la división sexual del
trabajo y la estructura económica de clase.
El feminismo radical tiene hoy en día una interpretación mucho más
elaborada del poder sexual de la que tenían aquellas primeras' f emi-
nistas precursoras, y por eso ha podido remplazar la lucha· por el voto
y por reformas legales con la demanda revolucionaria de la destrucción
del patriarcado. Lo que debe reorganizarse fundamentalmente es
la familia biológica, la división sexual jerárquica de la sociedad y los
papeles sexuales mismos. La división sexual del trabajo y de la
sociedad expresa la división jerárquica fundamental de nuestra socie-
dad entre los papeles masculinos y los femeninos. Éste es el principal

dos de poder existente. Es decir, de manera más específica, la ideología se


utiliza para referirse a las ideas que protegen los acuerdos de poder capitalistas
y masculinos. Aunque las condi<;iones materiales son las que a menudo crean
las. condiciones para ciertas ideologías, la ideología y las condiciones materiales
se encuentran en una relación dialéctica. Las dos se determinan mutuamente
en parte. Por ejemplo, la "idea" de que las mujeres son débiles y pasivas es
una distorsión de las capacidades de las mujeres y además una descripción
parcial de la realidad, determinada por la ideología dominante.
211 La definición del feminismo liberal se dirige a la comprensión reformista

de la división sexual del trabajo. Es una teoría que refleja una crítica de las
limitaciones de los papeles sexuales pero no abarca la conexión entre los pa-
peles sexuales y la división sexual del trabajo y el capitalismo. Limitadas por
las fronteras históricas del tiempo, las primeras feministas liberales no pu-
dieron descifrar la estructura capitalista del poder masculino y en lugar de
eso aplaudieron a una serie de valores que las atraparon más dentro de ella.
Estaban limitadas no solamente por las condiciones materiales de su tiempo
(la falta de control natal, etc.), sino también por una ideología liberal que
les presentaba concepciones del poder fragmentadas e individualistas.
28 ZILLAH EISENSTEIN

mecanismo de control para la cultura patriarcal y determina el hecho


de que los papeles, propósitos, actividades y trabajo individual estén
condicionados sexualmente. Expresa la noción de que la diferenciación
biológica. hombre/mujer se utiliza para diferenciar las funciones so-
ciales y el poder individual. 26
Las feministas radicales no sólo encontraron .que los análisis de
Wollstonecraft, Stanton y Taylor son incompletos sino que también
encontraron que las políticas y las teorías de la izquierda de hoy re-
sultan insuficientes: los análisis radicales sobre la sociedad que existen
en la actualidad tampoco han sabido relacionar la estructura del
sistema económico de clase con sus orígenes en el sistema sexual de
clase. Según estas mujeres, el poder sexual y no el económico parece
ser el determinante para -cualquier análisis revolucionario más amplio
y significativo; A ninguna de ellas le satisfizo la definición marxista
del poder ni la ecuación entre opresión y explotación de la mujer. La
·clase desde el punto de vista econ6ni.ico no parece estar en· el centro
<le sus vidas. 27 La historia se percibe como patriarcal y sus luchas·
con10 luchas entre los sexos. Las líneas de batalla se establecen entre
hombres y mujeres más que entre burguesía y proletariado, y las rela-
·ciones determinantes son las de reproducciqn y no las de producción.
Para las feministas radicales el patriarcado se define como un sis-
tema sexual de poder en el cual el hombre posee un poder superior y. un
privilegio económico. El patriarcado es la organización. jerárquica
n1.asculina de la sociedad y, aunque su base legal institucional aparecía
de manera mucho más explícita en el pasado, las relaciones .básicas de
poder han permanecido intactas hasta nuestros días. El sistema pa-
triarcal se mantiene, a través del matrimonio y la familia, mediante la
división sexual del trabajo y de la sociedad. El patriarcado tiene sus
raíces en la biología más que en la economía o la historia. Manifiestas
a través de la fuerza y el control masculinos las raíces del patriarcado
Para las versiones clásicas de la división sexual del trabajo véase J. S.
26

Mili, On the subjection of women (Nueva York, Fawcett, 1971), y J. J. Rous-


scau, Émilc (Londres, J. J. Dent & Sons, 1911).
~ Aunque con bastante frecuencia tildan al feminismo radical de burgués
tanto los hombres de izquierda como las mujeres socialistas, yo considero que
esto es demasiado simplista. En primer lugar,· el feminismo radical por sí
inismo atraviesa las líneas de clase en su análisis de castas y en este sentido
tiene la intención de relacionar la realidad de todas las mujeres. De ahí que,
en términos de prioridades, la teoría no distingue entre clase trabajadora y
mujer burguesa y i·econozca lo inadecuado. de tales distinciones. Más aún, la
teoría ha sido desarrollada por muchas mujeres que podrían ser catalogadas
como "clase trabajadora". Es incorrecto decir que las feministas radicales son
mujeres burguesas. La mujer "burguesa" no ha sido aún realmente identifi-
cada en térnl.Ínos de un análisis de clase específico que corresponda a las
mujeres.
PATRIARCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCIALISTA 29
se encuentran ya en los propios yoes .reproductivos de las mujeres. La
posición de la mujer en esta jerarquía de poder no se define en tér-
minos d~ la estructura económica de clase sino en términos de la orga-
nización ·patriarcal de la sociedad.
Con este análisis, las feministas radicales salvan la distancia entre
1.o personal y lo público. El sexo como asunto personal se convierte
también en político y las mujeres comparten su posición de opresión
precisamente por la política sexual de la sociedad. La estructuración
de la sociedad a través de la división sexual limita las actividades,
trabajo, deseos y aspiraciones de las mujeres: "El sexo es una catego-
ría de posición social con implicaciones políticas." 2 s

2] Shulaniith Firestone: la dialéctica sexual

En su libro Dialectic of sex,, publicado en 1970, Shulamith Firestone


ofrecía una expresión paradigmática del feminismo radical. Según esta
autora, la opresión específica que experimentan las mujeres está relacio-
nada de manera directa con su biología particular. La función repro-
ductiva de la mujer es intrínsecamente determinante para su opresión
y, por_ lo tanto, también la familia biológica lo es. Según Firestone,
"el- desequilibrio sexual del poder está fundamentado biológican1en-
te" .29 Los hombres y las mujeres son anatómicamente diferentes y de
ahí que no estén igualmente privilegiados. La dominación de un grupo
por el otro se deriva de esta distinción biológica hombre/mujer. 3 0-
(Aunque desde 1970 ha habido cambios y progresos en la posición de
las feministas radicales, como se puede apreciar en el nuevo libro
de Robin Morgan Going too far,, la corriente que las unifica sigue
siendo el concepto de cláse sexual como fundamental para entender las
relaciones de poder.)
La presentación que hace Firestone de la idea de una clase sexual
parte obviamente del clásico significado marxista de la clase como
categoría económica que expresa una relación con los medios de pro-
ducción. La mujer en tanto que sexo constituye una clase y el hom-
bre constituye la otra clase, la opuesta. Esta original idea dio lugar a
un largo e importante proceso de tratar de articular la dinámica del
poder sexual. Sin embargo, al tratar de responder y de rechazar la
teoría económica del poder, en la forma en que la presentan los marxis..,
tas, esta autora separa de manera artificial las esferas sexual y econó-

28 Kate Millet, Sexual politics (Nueva York, Doubleday, 1970), p. 24.


29 Shulamith Firestone, The dialectic of sex (Nueva York, Bantam Books,
1970), p. 9.
ªº Ibid., p. 8.
30 ZILLAH EISENSTEIN

mica, sustituyendo el capitalismo con el patriarcado corno sistema


opresor. No puede seguir adelante con una perspectiva que amplíe
o sintetice los problemas precisamente porque prefiere referirse a la
sexualidad como la opresión principal de los tiempos modernos en
lugar de verla como una realidad más compleja. Esto no quiere decir
que Firestone no vea la opresión económica como problemática para
las mujeres sino que no la considera como la clave fundamental
de la opresión. Este tipo de formulaciones de lo uno o lo otro sobre la
situación de la mujer atrofiaron su análisis, de manera que la autora
no pudo tratar con esa mezcla tan compleja que es la existencia de la
mujer. La dicotomía triunfa sobre la verdadera complejidad, de modo
que así como. el análisis marxista no se prolonga hasta entender la
especificidad de la opresión de las mujeres, tampoco la versión de
Firestone del feminismo radical puede entender la realidad total o la
especificidad histórica de nuestra existencia económica. El patriar-
cado queda como una estructura de poder generalizada y ahistórica.
Dentro de este marco, la revolución feminista implica la eliminación
de los privilegios masculinos mediante la eliminación de la diferen-
ciación sexual misma y la destrucción de la familia biológica como la
forma básica de la organización social. Sólo así podrá la mujer Jibe-
rarse de· su biología opresiva y crear su independencia económica y la
de los hijos, y surgirán libertades sexuales no alcanzadas hasta hoy.
Sin embargo, el problema radica en que el cuerpo de la mujer se
convierte en el criterio que define su existencia y también en el punto
central -en términos de libertad- de su biología reproductora. Ésta
resulta una definición negativa de la libertad -libertad de- cuando
lo que necesitarnos es un modelo positivo del desarrollo humano
-libertad para desarrollar la integración del cuerpo y la mente. Sin
lugar a dudas, la sexualidad es la opresión específica de las mujeres;
esto no quiere decir que abarca la totalidad de su situación o que
puede expresar todas las dimensiones del potencial humano. Dice lo
que es diferente· en las mujeres pero no relaciona a éstas con la es-
tructura general del poder ni puede explicar la complejidad de las re-
laciones de poder en nuestra sociedad.
I-Iay además otros problemas. Firestone intenta presentar una sínte-
sis de Marx y Freud. Sin embargo, trata de hacerlo negando el marco
social e histórico que plantea Marx, desde el momento en que se re-
fiere a la biología de la mujer corno una condición estática y atem-
poral. Pero la desigualdad es desigualdad sólo en un contexto social,
mientras que para Firestone lo es en términos de la naturaleza. El
cuerpo de los hombres y de las mujeres es biológicamente diferente,
pero llamar a esto una desigualdad es imponer una valoración social
!

PATRIARCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCIALISTA 31


a una diferencia biológica. 31 Ella reconoce que no es posible justificar
un sistema de clase sexual discriminatorio en términos de su origen en
la naturaleza, pero tampoco se puede explicar únicamente en estos
términos. 32 Así, pues, Firestone acepta efectivamente la ideología pa-
triarcal de nuestra propia cultura, cuando lo que se requiere es
un análisis de cómo se ha interpretado la sexualidad de la mujer de
manera diferente a lo largo de la historia.
Por ejemplo, aunque los papeles sexuales existían en la sociedad
feudal, se experimentaron de manera diferente que en la sociedad ca-
pitalista avanzada debido a que la vida material económica y sexual
era distinta. Aunque la familia nuclear es precapitalista tanto como
capitalista, en la práctica se presentan formas diferentes en las distin-
tas sociedades. Saber que hay elementos universales en la opresión
de las mujeres es importante, pero tiene poco sentido cuando la espe-
cificidad de nuestra existencia se relega a lo universal. Toda la his-
toria puede haber sido patriarcal, pero esto no quiere decir que las
diferencias entre los períodos históricos no sean importantes. Son pre-
cisamente las especificidades las que permiten aclarar el significado
general de la existencia patriarcal. El patriarcado, en este sentido,
debería entenderse no meramente corno un sistema biológico sino como
uno político, con una historia específica.
El marco teórico de Firestone, asocial y ahistórico, se vuelve particu-
larmente restrictivo cuando analiza la tecnología. Ella considera. que la
tecnología permitirá liberar a la mujer de su cuerpo, gracias a la anti-
concepción y la reproducción extrauterina. La tecnología se convierte
-así en la clave para la liberación de la mujer. Si bien la anticoncep-
ción ha permitido a las mujeres liberarse en muchas formas impor-
tantes, sigue en pie la pregunta de si el control de la natalidad, el
derecho al aborto y otras medidas similares serán permitidas y acep-
tadas al grado que el papel reproductor de la mujer no sea ya rele-
vante para su posición social. El análisis de Firestone pierde toda
verosimilitud cuando comprendemos que la tecnología constituye una
dimensión intrínseca de la estructura de poder de una sociedad. Las
necesidades de la clase dominante masculina determinan el desarrollo
tecnológico; si un cambio en aquellos que detentan el poder, y, por

ai Algunas personas podrían decir que ser más fuerte significa ser más igual,

o que la desigualdad existe biológicamente porque los hombres son más fuer-
tes que las mujeres. Pero ésta no es la tesis de Firestone. Según ella, el papel
reproductivo de la mujer está en la raíz de su desigualdad. Históricamente el
embarazo convirtió a las mujeres en físicamente vulnerables, pero hoy día esto
ya no es tan cierto. Firestone no limita su tesis a la historia sino que la ofrece
también como un análisis contemporáneo.
32 Firestone, Dialectic of sex~ p. 10.
32 ZILLAH EISENSTEIN ~

tanto, aquellos que definen los objetivos de la tecnología, es poco


probable que ésta llegue a ser liberadora. 33
Lo novedoso del análisis de Firestone consiste en que aísla la opre-
sión sexual de la organización de clase económica de la sociedad,· si
bien elia misma se da cuenta de que el sufrimiento económico contri-
buye a la opresión de la mujer por lo menos tanto como cualquier
padecimiento femenino. 34 Se da bien cuenta de que una ·mujer, por
mejor educada que pueda estar, nunca ganará el mismo dinero
que un hombre; también sufrirá de falta de dinero cuando decida
dedicarse al cuidado· de los hijos. Esto por sí solo bastaría para inva-
lidar un argumento exclusivamente biológico como base para ·la revo-
lución que se necesita en la familia. Firestone dice querer relacionar
la estructura del sistema económico de clase con sus orígenes en el
sistema sexual de clase, pero no consigue hacerlo. Aun si aceptáramos
la idea de que la opresión económica sirvió ya como defensa básica
de la opresión sexual a lo largo de la historia, hoy día los dos sistemas
se apoyan entre sí y son mutuamente dependientes, de manera que
esta relación sólo se distorsiona cuando se trata de definirla en términos
causales y dicotómicos.
El resultado de esta dicotomización es la afirmación teórica de que
la opresión sexual es la opresión originaria. No sé ·qué se podría ·hacer
en un plano político con esta posición en una sociedad que superex-
plota a las mujeres en el contexto general del desempleo y la inflación.
Sostener que la opresión sexual es originaria es desunir las verdaderas
conexiones de la vida diaria. Y ¿acaso no es esto lo que hizo el propio
Marx al centrarse únicamente en la explotación de clase como la
contra.dicción originaria? La realidad social ·hace más complejas
estas abstracciones. Fue en primer lugar la conciencia de que el síndro-
me de la "contradicción originaria" resultaba incompleto, lo que hizo
que surgiera el feminismo radical. ¿No resulta pues irónico que se
haya contagiado de esta misma insuficiencia? Tanto Shulamith Fires-
tone como más recientemente Robin Morgan han afirmado su rechazo
a esa excesiva simplificación marxista de la realidad política. Pero
no necesitamos remplazarla con la unidimensionalidad del feminismo
radical. Si lo que necesitamos es dedicarnos a reestructurar la exis-

33 Es importante saber si los cambios e innovaciones tecnológicas en los mé- ·

todos de control natal están ligados únicamente a intereses de control de la po-


blación en una era de sobrepoblación o si reflejan también cambios fundamen-
tales en la manera en que esta sociedad considera a las mujeres. Es importante
saber si las muje1·es aún son consideradas como máquinas productoras de
niños o no, porque estos puntos de vista podrían terminar· por convertir los
avances tecnológicos respecto al control natal en una cuestión no progresista.
34 Firestone, Dialectic of sex, p. 8.
PATRIARCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCIALISTA 33
tencia sexual y de clase, entonces también necesitamos una teoría
que integre a ambas.
Las conexiones y relaciones entre el sistema de clase sexual y el
sistema de clase económica permanecen indefinidas en los escritos de
las feministas radicales. El poder se trata en términos de la mitad de
la dicotomía, está basado en lo sexual y el capitalismo no aparece
dentro del análisis teórico para determinar el acceso al poder que
tienen las mujeres. De manera similar, se mantienen separadas las
interacciones entre el patriarcado como sistema de poder y la biología
de la mujer. En lugar de considerar una formulación histórica de la
opresión de la mujer, se nos presenta un determinismo biológico. El
resultado final de esta dicotomización es el de separar la relación
entre e~tas condiciones y las ideologías que las sostienen.
En conclusión, ni los marxistas ni las feministas radicales tratan de
manera suficiente las interrelaciones entre las ideas y las condiciones
reales. Cuando se segmenta la realidad no es sorprendente que las re-
presentaciones ideológicas de ella también se separen de la propia
realidad.

SÍNTESIS : EL FEMINISMO SOCIAL

1] Explotación y opresión

El análisis marxista busca una explicación histórica de las relaciones


de poder existentes en términos de las relaciones económicas de clase,
mientras que el feminismo radical se ocupa de la realidad biológica
del poder. El feminismo so~ialista, por su parte, analiza el poder en
términos de sus orígenes de clase y de sus raíces patriarcales. En un
análisis de este tipo, ni el capitalismo ni el patriarcado resultan siste-
mas autónomos o idénticos sino que son, en la forma que cobran ac-
tualmente, mutuamente dependientes. El enfoque sobre las dimen-
siones raciales autónomas del poder y de la opresión, si bien forma
parte integral de un análisis feminista socialista, cae fuera de los
límites de este trabajo. Corno se podrá ver del análisis de la opresión
que haré más adelante, la cuestión de la raza es un factor clave para
la definición del poder, pero mi texto se va a centrar únicamente en
las relaciones entre sexo y clase como primer paso hacia un análisis
más completo de la raza.
·Para las feministas socialistas, la opresión y la explotación no son
conceptos equivalentes en lo que se refiere a las mujeres y a los miem-
bros de las razas 1ninoritarias, como lo eran para ,Marx y Engels. La
34 ZILLAH EISENSTEIN

explotación tiene que ver con la realidad económica de las relaciones


capitalistas de clase para hombres y mujeres, mientras que la opre-
sión se refiere a las mujeres y a las minorías definidas dentro de las
relaciones patriarcales, raciales y capitalistas. La explotación es lo
que les· sucede a los obreros hombres y mujeres en la fuerza de tra-
bajo; la opresión de la mujer se debe a su explotación como trabaja-
dora asalariada y también procede de aquellas relaciones que deter-
minan su existencia dentro de la jerarquía patriarcal sexual: en tanto
que madre trabajadora doméstica y consumidora. La opresión racial la
sitúa dentro de la división racista de la sociedad al lado de su explo-
tación y opresión sexual. La opresión incluye a la explotación pero
refleja una realidad más compleja. El poder - o su inversa: la opre-
sión- deriva del sexo, la raza y la clase, y esto se manifiesta a través
de las dimensiones materiales como de las dimensiones ideológicas. del
patriarcado, el racismo y el capitalismo. La opresión refleja las rela-
ciones jerárquicas de la división sexual y racial del trabajo y de la
sociedad.
Este análisis se va a limitar a entender la dependencia mutua entre
el capitalismo y el patriarcado en la forma en que se practican hoy
día, en lo que he decidido llamar el "patriarcado capitalista". El des-
arrollo histórico del patriarcado capitalista se inicia desde mediados
del siglo xv1u en Inglaterra y desde mediados del XIX en los Estados
Unidos. Ambos períodos reflejan el desarrollo de la relación entre el
patriarcado y el nuevo capitalismo industrial. Por definición, el pa-
triarcado capitalista se abre paso por entre las dicotomías de clase y
sexo, esfera pública y privada, trabajo doméstico y asalariado, familia
y economía, lo personal y lo político, y la ideología y las condiciones
materiales.
Como ya hemos visto, Marx y Engels consideraron que la opresión
del hombre era resultado de su posición de explotado como obrero
en la sociedad capitalista. Dieron por sentado que la opresión de la
mujer iba paralela a ella y las igualaron cuando sostenían que la escla-
vitud doméstica era de la misma naturaleza y esencia que la esclavi-
tud asalariada. Marx y Engels reconocieron que la mujer era explo-
tada en tanto que miembro del proletariado si pertenecía a la fuerza
de trabajo, pero si estaba relegada a la esclavitud doméstica se la
consideraba como esclavo no asalariado. Consideraban que el capi-
talismo explotaba a la mujer, pero no llegaron a definir cómo el pa-
triarcado y el capitalismo juntos determinaban su opresión. Hoy en
día, gracias sobre todo a las especulaciones del feminismo radical,
vemos que esta ecuación entre explotación y opresión no sólo resulta
problemática sino que, si utilizamos la categorización del propio Marx
del trabajo productivo como trabajo asalariado, las esclavas domésti-
PATRIARCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCIALISTA 35
cas no están explotadas de la misma manera que los esclavos asala-
riados. Para que esto fuera cierto se les tendría que pagar un salario.
La reducción de la opresión a la explotación en el análisis marxis-
ta descansa sobre la igualación de la estructura económica de clase con
la estructura de poder en la sociedad. Para el feminismo socialista la
opresión de la mujer se basa en más que en su posición de clase
(que es su explotación); también hay que referirse a su posición den-
tro del patriarcado -tanto estructural corno ideológicamente. La rela-
ción y el funcionamiento particulares de la organización sexual jerár-
quica de la sociedad dentro de la estructura de clases o la compren-
sión de la estructura de clases dentro de la organización sexual de la
sociedad se concentran sobre la actividad humana en el patriarcado
capitalista. Ambos coexisten y no se pueden entender cuando se los
separa de manera artificial. Al tratar con estas cuestiones se debe
romper la división entre la existencia material (económica o sexual)
y la ideología, porque la división sexual del trabajo y la sociedad,
que corno ya sabemos sienta las bases del patriarcado, tiene tanto for-
ma material (los propios papeles sexuales) corno realidad ideológica
(los estereotipos, mitos e ideas que determinan estos papeles). Existen,
pues, formando un tejido interno. '
Si la existencia de las mujeres está determinada por el capitalis-
mo y el patriarcado a través de las ideologías y de las instituciones do-
minantes, resulta que una comprensión aislada del capitalismo (o del
patriarcado) no podría abarcar el problema de la opresión de la
mujer. Corno sostiene Juliet ~itchell, "el derrocamiento de la econo-
mía capitalista y el desafío político que esto conlleva no significan
por sí mismos una transformación de la ideología patriarcal". 35 El
derrocamiento tampoco requiere de la destrucción de las institucio-
nes patriarcales. Aunque se practica de manera diferente en cada lu-
gar, la división sexual del trabajo existe en la Unión Soviética, en
Cuba y en China. La historia de estas sociedades ha sido diferente
y las limitaciones en la lucha contra el patriarcado han estado de-
terminadas por las particularidades de sus culturas. Ha habido pro-
gresos reales en la vida de las mujeres, sobre todo en China y en Cuba,
pero sería inexacto decir que en esos países no existe una división
sexual del trabajo y la sociedad. Sólo recientemente se logró en Cuba
que la división sexual del trabajo se contemplara corno problema
específico de la revolución. El patriarcado abarca, pues, por defini-
ción, todas las culturas aunque se pone en práctica de manera diferente
35 Juliet Mitchell, Psychoanalysis and feminism (Nueva York, Pantheon, 1974),

p. 414. Dentro del movimiento de las mujeres hoy en día, se está dando un diá-
logo muy variado respecto a las dimensiones y al significado del feminismo
socialista y apenas se están formulando correctamente los problemas.
36 ZILLAH EISENSTEIN

en las distintas sociedades vía la institucionalización de la jerarquía se-


xual. Los perfiles de los papeles sexuales pueden ser diferentes en cada
sociedad pero en todas el poder ha residido y reside en el hombre.
Tanto las feministas radicales como las feministas socialistas están
de acuerdo en que el patriarcado precede al capitalismo, mientras que
los marxistas creen que el patriarcado nació con el capitalismo. Hoy
en día, el patriarcado -es decir, el poder del hombre a través de los
papeles sexuales en el capitalismo- está institucionalizado en la fami-
lia nuclear. 36 Mitchell relaciona esto con la "ley del padre prehis-
tórico asesinado". 37 Para encontrar la verdadera raíz del patriarcado
en este crimen mítico entre los hombres en los albores de nuestra
vida como grupo social, Mitchell se arriesga a plantear al patriar-
cado más en términos de ,la ideología que como tal produce que en
relación con su formulación material dentro de la confrontación en-
tre el hombre y la mujer. Ella fundamenta el complejo de Edipo en
la cultura patriarcal universal y, sin embargo, la cultura la define en
términos de un sistema de intercambio que actualmente existe sobre
todo en su forma ideológica. Para Mitchell el patriarcado precede al
capitalismo a través de la existencia universal del complejo de Edipo.
Sin embargo, yo sostengo que el patriarcado precede al capitalismo
a través de la existencia de la organización sexual de la sociedad que
deriva de interpretaciones ideológicas y políticas de diferencia biológica.
En otras palabras, los hombres han decidido interpretar y utilizar
políticamente el hecho de que las mujeres son las reproductoras de la
humanidad. Por este hecho de la reproducción y del control político
que han hecho los hombres de él, las relaciones de reproducción han
surgido como una formulación específica de la opresión de la mujer.
Una cultura patriarcal se traslada de un período histórico a otro sólo
para proteger la jerarquía sexual de la sociedad.·
Hoy en día la división sexual de la sociedad está basada en diferen-
cias reales que se han acumulado después de años de presión ideoló-
gica. Las condiciones materiales determinan las ideologías necesarias
correspondientes y éstas a su vez tienen un impacto sobre la realidad
y la modifican. Se trata de una doble corriente: las mujeres son
36 Sheila Rowbotham, en Woman's consciousness, man's world (Baltimore, Pen-
guin, 1973), p. 17, define la autoridad patriarcal como "basada en el control
sobre la capacidad productiva de la mujer y sobre su persona". Juliet Mitchell,
Psychoanalysis and feminism, pp. 407-408, considera que el patriarcado deter-
mina a las mujeres como objetos de intercambio basándose para ello en la
explotación de su papel como reproductoras. Según esta autora, "no se trata
de cambiar (o de acabar con) quien tiene a los bebés o cómo los tiene, se
trata de derrocar ·al patriarcado" (p. 416).
37 Mitchell, Psychoanalysis and feminism.
PATRIARCADO CAPITALIS. TA Y FEMINISMO SOCIALISTA 37
producto de su historia social y al mismo tiempo pueden determinar
sus propias vidas.
Para las fe1ninistas socialistas, el materialismo histórico no se define
en términos de las relaciones de producción sin comprender su cone-
xión con las relaciones que surgen de la sexualidad de la mujer, es
decir, las relaciones de reproducción. 38 Las formulaciones ideológicas
de estas relaciones son fundamentales. La comprensión del materia-
lismo feminista nos debe llevar a la comprensión de la existencia espe-
cífica de las mujeres dentro de la sociedad capitalista patriarcal.
Ambas concepciones generales, la de los marxistas en términos de clase
y la de las feministas radicales en términos de sexo, encubren la reali-
dad de las relaciones de poder en la vida de las mujeres.

2] Las pioneras del materialismo feminista: de Beauvoir y Mitchell

Simone de Beauvoir analiza la interrelación entre sexualidad e historia


en su libro EJ, segundo sexo. Aunque para ella "la división de los sexos
constituye un factor biológico y no un acontecimiento de la historia
hu,mana", 39 de cualquier forma sostiene que "debemos considerar los
factores de la biología en su contexto ontológico, económico, social y
º
psicológico".4 Ella comprendió que las mujeres estaban determina-
das por los hombres y por lo tanto estereotipadas en el papel del
"otro", pero también se dio cuenta con claridad de que el moi;iismo
sexual de Freud y el monismo económico de Engels resultan inapro-
piados para un análisis completo de la opresión de la mujer. 41
Estas primeras especulaciones de de Beauvoir fueron posterior-
m.ente ampliada~ por Juliet Mitchell en su libro Woman's estate, en el
que emprende una crítica rigurosa a la teoría socialista clásica que
coloca la opresión de la mujer dentro de los límites demasiado es-
trechos de la familia. 42 Rechazó también la reducción del problema
de la mujer a su incapacidad para trabajar, 43 lo que acentúa su subor-
38 Véase Rowbotham, Women, resistance and revolution, para el empleo de

este modelo de materialismo histórico en el estudio de la historia.


39 Simone de Beauvoir, The second sex (Nueva York, Bantam, 1952), p. x1x.
~ I bid., p. 33.
u Ibid., p. 54.
42 Juliet Mitch~II. wo·men: the longest revolution (folleto publicado por Free
Press) y Woman's estate (Nueva York, Pantheon, 1974).
43 Mitchell, Longest .revolutibn, p. 4. Se ha señalado que la propia Mitchell

no comprendió ·completamente el papel esencial que desempeñan las mujeres


en la sociedad en. tanto que trabajadoras. Ella las llamó fuerza de trabajo mar-
ginal o de reserva en lugar de verlas como necesarias- para la economía, tanto en
el plano del trabajo doméstico como del trabajo asalariado.
38 ZILLAH EISENSTEI}'{

dinación a las instituciones de la propiedad privada 44 y la explotación


clasista.
En lugar de eso, la carencia de poder que padece la mujer en la so-
ciedad. capitalista está basada en cuatro estructuras básicas: las de la
producción, reproducción, sexualidad y socialización de los niños. La
capacidad biológica de la mujer determina sus objetivos sociales y
económicos. La maternidad ha establecido a la familia como una ne-
cesidad histórica y ésta se ha convertido en el mundo de la mujer.
Por eso la mujer ha quedado excluida de la producción y de la vida
pública, resultando con ello la desigualdad sexual.
La familia en el capitalismo refuerza la condición de opresión de la
mujer. Ella sostiene al capitalismo proporcionándole una forma de con-
servar la tranquilidad en medio del desorden que constituye una gran
parte de la sociedad. Además, lo sostiene económicamente porque le
proporciona una fuerza de trabajo productiva y un mercado para el
consumo en masa. 45 La familia también desempeña un papel ideoló-
gico puesto que cultiva la creencia en el individualismo, la libertad
y la igualdad, básicos para conforn1ar la estructura de creencias de la
sociedad, aunque estén en contradicción con la realidad económica
y social. 46 Mitchell concluye que al enfocar exclusivamente la cuestión
de la destrucción de la familia la situación de la mujer no necesa-
riamente se va a modificar de manera sustancial. Para esta autora, "el
socialismo no significa propiamente la abolición de la familia sino la
diversificación de las relaciones socialmente aceptadas que de manera
rígida y violenta están comprendidas en ella" .47
La importancia del análisis de Mitchell radica en el hecho de que
se centra en la carencia de poder que experimentan las mujeres por
ser seres reproductores, seres sexuales, individuos trabajadores y socia-
lizadores de los niños, es decir, en todas las dimensiones de sus acti-
vidades. Aclara que la opresión de la mujer se basa en parte en el
sostén que da la familia al sistema capitalista. Si bien el poder es visto

o !bid., p. 6.
65 Mitchell. Woman's estate, p. 155.
' 8 !bid., p. 156.
' 7 Mitchell. Longest revolution, p. 28. Es interesante apuntar que en su libro

Psychoanalysis and feminism la autora se centra en la p. 374 en la relación


existente entre las familias como clave para comprender a las mujeres dentro
de la cultura patriarcal. Esta relación interfamiliar distingue a la sociedad hu-
mana de otros grupos de primates. "El intercambio de mujeres controlado legal-
mente es el factor básico que distingue a la especie humana de todos los demás
primates, desde un punto de vista cultural", p. 372. De ahí que socialmente sea
necesario para la estructura de parentesco tener un intercambio exógamo. La
psicología del patriarcado que construye Mitchell está basada en las relaciones
de la estructura de parentesco.
pATRIARCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCIALISTA 39
como una realidad compleja, aún sentirnos la necesidad de clarificar
las relaciones entre la familia y la economía política en la sociedad
capitalista patriarcal. Mitchell nos ha permitido comprender a la fa-
milia· dentro de la sociedad capitalista.

3] La división sexual detl trabajo y la sociedad en el patriarcado capi-


talista: hacia una nueva teoría feminista

Uno de los problemas que encontrarnos al tratar de analizar las interre-


laciones entre el patriarcado y el capitalismo es que nuestro lenguaje
se refiere a la familia y a la economía corno sistemas separados. Sin
embargo, la división sexual jerárquica del trabajo las surca a ambas.
El patriarcado y el capitalismo operan dentro d~ la división sexual del
trabajo y la sociedad más bien que dentro de la familia. Una división
sexual del trabajo y la sociedad que determina la actividad de la
gente, sus propósitos,· deseos y sueños de acuerdo con su sexo biológico,
está en la base del patriarcado y del capitalismo: divide a los hom-
bres y a las mujeres y los coloca en sus respectivos papeles sexuales
jerarquizados además de estructurar sus deberes en relación con el
dominio específico de la familia y dentro de la economía.
La afirmación de la dependencia mutua entre patriarcado y capi-
talismo no sólo reconoce la maleabilidad que tiene el patriarcado
para adaptarse a las necesidades del capital sino también la inversa:
la maleabilidad del capital para adaptarse a las necesidades del pa-
triarcado. Cuando afirmamos que el capitalismo necesita del patriar-
cado para poder funcionar de manera eficiente, lo que en realidad
hacemos es señalar que la supremacía masculina, en tanto que sistema
de jerarquía sexual, proporciona al capitalismo (y a los sistemas ante-
riores a él) el orden y control que le son necesarios. Este sistema
patriarcal de control es por lo tanto absolutamente necesario para el
funcionamiento uniforme de la sociedad y del sistema económico y de
ahí que no se lo pueda debilitar. Este argumento sirve para subrayar
la importancia del sistema de control cultural, social, económico y polí-
tico que emana del sistema de la supremacía masculina. En la medida
en que el interés por la ganancia y por el control social se encuentren
inextricablemente relacionados (pero que no se puedan reducir el uno
al otro), el patriarcado y el capitalismo serán un proceso integral_; ele-
mentos específicos de cada sistema son necesarios para el otro.
El capitalismo usa· al patriarcado y el patriarcado está determinado
por las· necesidades del capital. Esta afirmación no socava lo dicho
anteriormente de que, al mismo tiempo que un sistema utiliza al otro,
debe. organizarse. en función de las necesidades de ese otro precisa-
mente para proteger las propiedades específicas que aquél tiexi.e.
40 ZILLAH EISENSTEI?(

De otra f orrna, el otro sistema perdería su carácter específico y col{


ello su valor excepcional. Para repetir esto de la manera más sencilla
posible: el patriarcado (corno supremacía masculina) proporciona
la organización sexual jerárquica de la sociedad necesaria para el
control político, y en tanto que sistema político no se puede reducir a
su estructura económica; mientras que el capitalismo corno sistema
económico de clase, impulsado por la búsqueda de ganancias, ali-
menta al orden patriarcal. Juntos forman la economía política de la
sociedad, no únicamente uno o el otro, sino una combinación muy
particular de los dos. Sin embargo, esta afirmación deja algunos
problemas por resolver pues separa las relaciones que existen dentro
de ambas esferas. Por ejemplo, el capitalismo ha establecido una se-
rie de controles que emanan directamente de las relaciones económicas
de clase de la sociedad y de su organización en los lugares de tra-
bajo y parece que acepta la existencia de una armonía entre ambos
sistemas en todos los niveles. Sin embargo, cuando nos movemos más
adelante, hacia el capitalismo avanzado, podemos ver lo difícil que se
va volviendo esta relación. Conforme las mujeres ingresan cada vez
más en la fuerza de trabajo, una parte del control de las relaciones
familiares patriarcales se ve socavada, o, lo que es lo mismo, la doble
jornada se hace obvia. Además, el mantener a las mujeres como en un
gueto dentro de . la fuerza de trabajo mantiene al mismo tiempo un
sistema de control jerárquico sobre éstas, tanto sexual como econó-
mico, lo que deja intacta la jerarquía sexual de la sociedad. Este res-
peto hacia la jerarquía y el contra! patriarcales se puede observar
en el hecho mismo de que la. búsqueda de mano de obra barata no ha
llevado. a la total integración de las mujeres en todas las partes
de la fuerza de trabajo. A pesar de que la fuerza de trabajo de
la mujer es· más barata, el sistema de control que mantiene el
orden necesario de la sociedad y con él la baratura de la mano de obra
de la mujer debe protegerse y eso lo consigue segregando a las muje-
res en la fuerza de trabajo. Con todo, la justificación de la doble jor-
nada de la mujer y de los salarios desiguales está menos bien garan-
tizada hoy e~ día.
Es importante señalar la discrepancia entre la ideología patriarcal
y la realidad de la vida de las mujeres. Aunque todas han sido defini-
das corno madres (y corno no trabajadoras)', casi el 45% de las mujeres
en los Estados Unidos (38.6 millones) están en la fuerza de trabajo
asalariada y casi todas trabajan en el hogar. Casi un cuarto de todas
las mujeres trabajadoras son solteras, el 19% son viudas, divorciadas o
separadas y otro 26%. están casadas con hombres que ganan menos
de 10 000 dólares al año. 48 " Sin embargo, por el hecho de que las
48 Newsweek, 6 de diciembre de 1976, p. 69.
pATRLt\RCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCIALISTA 41
n1ujeres no son definidas como trabajadoras dentro de la ideología
dominante, no se les paga por su trabajo o se les paga menos que a
los hombres. La definición sexual de la mujer como madre o bien la
mantiene dentro de su casa haciendo trabajo no pagado o bien hace
que sea contratada con un salario menor por su inferioridad sexual
previamente determinada. Dadas las tasas actuales de desempleo, las
mujeres o bien no encuentran de plano trabajo o bien reciben un
salario todavía menor. La división sexual del trabajo y la sociedad
permanece intacta incluso por lo que toca a aquellas mujeres situadas
dentro de la economía salarial. La ideología se adapta a esto definien-
do a las mujeres· como madres trabajadoras y los dos trabajos se
hacen por menos que el precio de uno solo.''
'frodos los procesos incluidos en el trabajo doméstico colaboran a
perpetuar la sociedad existente: 1) las mujeres estabilizan las estruc-
turas patriarcales (la familia, ~ma de casa, madre, etc.) al cumplir
con estos papeles; 2) de· manera simultánea las m~jeres están repro-
duciendo a los nuevos trabajadores tanto para la fuerza de trabajo
asalariada como para la · no asalariada. Ellas cuidan de los hombres
y los niños de la sociedad; 3) trabajan también dentro de la fuerza
de trabajo con menores salarios; 4) estabilizan la economía gracias a su
papel de consumidoras. Si el otro lado de la producción es el consumo,
el otro lado del capitalismo es el patriarcado.'
Aunque esta división sexual del trabajo y de la sociedad es ante-
rior al capitalisll.1.o, se ha venido institucionalizando cada vez más y
definiendo específicamente en términos de la familia nuclear debido
a las necesidades del capitalismo avanzado. Hoy en día tiene mucho
más forma y estructura de las que tenía en las sociedades precapita-
listas.49 En éstas, los· hombres, las mujeres y los niños trabajaban jun-
tos en la casa, la granja o la tierra para producir los bienes necesa-
rios para sus vidas. Las mujeres eran las que procreaban y criaban a los
niños pero la· organización del trabajo limitó el impacto de esta distin-
ción por papeles sexuales. Con el surgimiento del capitalismo indus-
trial los hombres fueron sacados de sus casas y llevados a la econo-
n1ía del trabajo asalariado. Las mujeres se vieron relegadas a la casa
y cada vez más los hombres las fueron considerando como no pro-
ductivas_, incluso cuando muchas de ellas trabajaran también en las
fábricas. Así se les terminó por considerar únicamente en términos

49 Véase Linda Gordon, Families (folleto publicado por Free Press); A. Gor-
don, M. J. Buhle, N. Schram, "Wom·en in American society", Radical America,
5 (julio-agosto de 1971); Mitchell, Psychoanalysis and feminism; Mary Ryan,
Womanhood in America (Nueva York, Franklin Watts, 1975); R. Baxan.dall, L.
Gordon, S. Reverby, America's working women (Nueva York, Vintage, 1976);
Zaretsky, Capitalism.
42 ZILLAH EISENSTEIN

de sus papeles sexuales. Si bien las mujeres eran madres antes del
capitalismo industrial, este papel no era excluyente, y en cambio en
el capitalismo industrial las mujeres se convirtieron en amas de casa:
"El ama de casa surgió junto con el proletariado -trabajadores am-
bos característicos de la sociedad capitalista desarrollada." 50 El tra-
bajo que las mujeres siguieron desempeñando en el hogar no fue con-
siderado como tal. El trabajo productivo fue definido como trabajo
asalariado, es decir, aquel que produce plusvalor, capital.
Por lo tanto, las condiciones de producción en la soCiedad determi-
nan y moldean la producción, la reproducción y el consumo en la
familia. Así también el modo de producción, reproducción ·y consu-
mo de la familia influyen en la producción de mercancíqs. f\mbas
trabajan juntas para determinar la economía pqlítica. ·Dentro de una
economía capitalista patriarcal (en la que el lucro, que requiere un
sistema de orden político y de control, es la prioridad de la clase domi-
nante), la división sexual dél trabajo y la sociedad. cumple con un
propósito específico que es el de estabilizar a la sociedad a través de la
f arnilia a la vez que organiza un dominio del trabajo, el trabajo domés-
tico, para el que no hay paga (las arnas de casa) o si la hay es muy
limitada (las trabajadoras domésticas asalariadas) o en todo caso des-
igual (dentro de la fuerza de trabajo asalariada). Esta categoría mues-
tra el efecto último que tiene sobre las mujeres la división sexual del
trabajo dentro de la estructura de clases. Su posición corno trabajador
asalariado está definida en los términos de su ser mujer, mismos que
son un reflejo directo de las divisiones sexuales jerárquicas en una
sociedad organizada en torno al motivo de lucro.
La burguesía corno clase se beneficia de la disposición básica del
trabajo de las mujeres, mientras que todos los hombres como indi-
viduos se benefician del trabajo que hacen las mujeres para ellos
dentro de la casa. Todos los hombres, independientemente de su clase
(aunque de manera diferente), se benefician del sistema de privilegios
que adquieren dentro de la sociedad patriarcal. Este sistema de privi-
legios no podría organizarse como tal si la ideología y las estructuras
de la jerarquía masculina no fueran fundamentales para la sociedad.
Es esta jerarquía la que protege la división sexual del trabajo y la
sociedad junto con las necesidades artificiales que han sido creadas
con el sistema de clases.
El deseo de la clase dominante de preservar a la familia refleja su
compromiso con una división del trabajo que no solamente le ase-
gure el más alto provecho sino que también organice jerárquicamente
a la sociedad tanto en lo cultural corno en lo político. Cuando se recu-
50 Zaretsky, Capitalism, p. 114.
PATRIARCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCIALISTA 43
sa la división del trabajo, sobre todo en términos de su relación
con el orden capitalista, se recusa una de las formas básicas de orga-
nización del trabajo (aquella que influye específicamente en el tra-
bajo pero que tiene amplias ramificaciones en toda la sociedad). Esta
recusación pone en peligro una fuerza de trabajo mancomunada li-
bre, que se infiltra en casi todos los aspectos de la vida, y una fuerza
de trabajo mancomunada barata así como la organización social y
política fundamental de la sociedad, que es la jerarquía sexual misma.
El mismo orden y control que derivan de estos arreglos de poder
implicados en la jerarquización sexual de la sociedad serían destruidos.
Si entendemos que hay principalmente dos clases de trabajo en, la.
sociedad .capitalista: el,.. trabajo asalariado y el trabajo doméstico, en-
tendernos· que es necesario cambiar nuestra manera de pensar sobre
los trabajadores. Lo que debemos hacer es comenzar a entender qué
significa para las mujeres la clase. No sólo debemos volver .a examinar
la forma en que las mujeres han sido adaptadas a las categorías de
clase sino que también debemos~ redefinir las categorías mismas. De-
bernos definir la~ clases en términos de la compleja realidad de la
mujer y de su conciencia de esa realidad.
Hoy en día las categorías de clase están determinadas en primer
término por el hombre y una mujer es asignada a una clase sobre la
base de la relación que tenga su marido con los medios de producción;
. la mujer no es considerada como un ser autónomo. ¿Según qué crite-
rios se estipula que una mujer pertenece a la clase media? ¿Qué quiere
decir que la vida de una mujer de clase media es "más fácil" que la
vida de una mujer de la clase obrera, cuando su posición 'es significa-
tivamente diferente de la de un hombre de la clase media? ¿Qué
decir de la mujer que no gana nada de dinero (pues es ama de casa)
y que así y todo se la considera de clase media porque su marido sí
lo es? ¿Dispone acaso ella de la misma libertad, autonomía o control
sobre su vida como su marido que gana el dinero a su propio modo?
¿Cómo se compara su posición con. la de una mujer soltera que tiene
un trabajo con un salario bajo?

Es obvio que un hombre que es clasificado dentro de la clase alta o media


(lo que sea que esto pueda querer decir) tiene más dinero, poder, seguridad
y libertad de elección que su contraparte femenina. La mayoría de las mu-
jeres son esposas y madres, dependientes en todo o en parte de que las man-·
tenga un hombre y Aquello que el Hombre otorga, bien lo puede quitar.51

Con estas cuestiones no quiero decir que las clasificaciones de clase·

61 Ellen Willis. "Economic reality and the limits of feminism". Ms. 1 (junio.
de 1973), p. 110.
44 ZILLAH EISENSTEIN

no tengan significación alguna o que los privilegios de clase no exis-


tan entre las mujeres, o que las amas de casa (trabajadoras domés-
ticas) constituyan por sí mismas una clase. Lo que quiero decir es
que no podemos saber cuáles son nuestras reales diferencias de clase
hasta que enfrentemos éstas con nuestras semejanzas reales en tanto que
mujeres. Lo que propongo es desarrollar un vocabula:r;io ·y herramien-
tas conceptuales con las cuales tratar el problema del poder diferen-
cial entre las mujeres en términos de su relación con los hombres
y la estructura de clase, la producción y la reproducción, el trabajo
doméstico y el trabajo asalariado y los dominios público y privado de la
vida, etc. Sólo entonces podremos observar cuál es el efecto que esto
tiene sobre -nosotras para organizarnos. Debemos entender nuestras
se1nejanzas y diferencias si queremos ser capaces de trabajar juntas
para cambiar la sociedad. Aunque nuestras diferencias nos dividan,
nuestras semejanzas pasan a través de todo para de alguna manera
redefinir estos conflictos.
Un análisis de clase feminista debe comenzar con las distinciones
hechas entre las mujeres en términos del trabajo que desempeñan
dentro de la economía como un todo -distinciones entre las mujeres
·que trabajan fuera del hogar (las profesionistas y las no profesionistas),
entre las trabajadoras domésticas (aquellas que no trabajan fuera del
hogar y aquellas· que además del hogar trabajan fuera}, mujeres que
reciben beneficencia, mujeres desempleadas y mujeres ricas que no tra-
bajan. Estas distinciones de clase deben además ser definidas en tér-
:rninos de raza y de situación matrimonial. Después debemos estu-
diar cómo las mujeres en cada una de estas categorías comparten
·experiencias con otras categorías de mujeres en las actividades de re-
producción, crianza de los niños, sexualidad, consumo, sostenimiento
del hogar. Lo que vamos a descubrir en este análisis exploratorio de
clase feminista va a ser un patrón muy complejo y variado cuya con-
ceptualización múltiple refleja la complejidad de las diferencias de
·sexo y clase en la realidad de la vida y la experiencia de las mujeres.
[El modelo se presenta en la página siguiente.]
Este modelo sirve para dirigir nuestra atención a las diferencias de
.clase dentro del contexto de la relación básica entre la jerarquía sexual
de la sociedad y el capitalismo. Esperamos que el análisis feminista
socialista pueda seguir explorando las relaciones entre estos sistemas
que en esencia no están separados. Un análisis de clase feminista de
·este tipo va a tratar con las diferentes realidades económicas de las
mujeres y va a mostrarlas como determinadas principalmente por el
contexto de las necesidades patriarcales y capitalistas. Las mujeres en
tanto que tales comparten posiciones económicas semejantes y sin em-
bargo están divididas a través de la estructura familiar hasta experi-
PATRIARCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCIALISTA 45
Crianza Sosteni-
Repro- de los miento Sexuali-
ducción hijos del hogar dad Consumo

Mujeres desem-
pleadas.

Beneficencia

Trabajadoras do-
mésticas (amas de
casa)

Mujeres que tra-


bajan fuera de ca-
sa (no profesionis~
tas)

Mujeres que tra-


bajan fuera de ca-
sa (profesionistas)

Mujeres adinera-
das que no traba-
jan (ni en su pro-
..pia casa)

mentar las diferencias económicas reales de clase. Un examen de este


tipo debe tratar de verificar el potencial de la mujer para vivir en
comunidad social en lugar de en casas aisladas, sus potencialidades
para realizar trabajo creativo en lugar de un trabajo enajenante o sin
sentido, sus potencialidades para. una conciencia crítica en oposición
a la falsa conciencia y, además, sus potencialidades para una sexua-
lidad desinhibida que surgirá de las nuevas concepciones sobre la
sexualidad.

4] Algunas notas sobre la estrategia

¿Qué significa todo lo anterior en términos de una estrategia para la


revolución? Primero, las concepciones existentes sobre un proletariado
potencialmente revolucionario resultan inadecuadas para los objeti-
vos del feminismo socialista. Segundo, hay serias dudas sobre si el po-
tencial definido en lo·s términos marxistas clásicos se volverá algún día
46 ZILLAH EISENSTEIN

realidad en los Estados U nidos. Y, aunque yo creo que el desarrollo


de la teoría y de la estrategia deben ir interrelacionados, los veo como
dos actividades de alguna manera separadas. La teoría nos permite
pensar sobre nuevas posibilidades. La estrategia resulta de esas posibi-
lidades.
~ste trabajo se ha ocupado de desarrollar la teoría feminista socia-
lista y dudo un poco sobre si tratar de derivar afirmaciones de estra-
tegia a partir de ella. La estrategia tendrá que articularse de manera
completa a partir de los intentos de utilizar la teoría. Cuando se trata
de definir la estrategia de manera abstracta a partir de las nuevas
aseveraciones que van surgiendo de la teoría, hay una gran tendencia
a imponer las estrategias revolucionarias ya existentes sobre la realidad;
éstas tienden a limitar y a distorsionar las nuevas posibilidades de or-
ganización para un cambio revolucionario.
La importancia de la estrategia socialista feminista, en la medida
en que existe, es que surge de las luchas cotidianas de las mujeres
en la producción, reproducción y consumo. El potencial para la con-
ciencia revolucionaria deriva del hecho de que las mujeres están ago-
biadas tanto en el hogar corno en el trabajo. Las mujeres participan
en la fuerza de trabajo por menos dinero y sostienen el sistema fami-
liar con menos. A partir de esta base se puede desarrollar la concien-
c;:ia. Las mujeres tienen que organizar la acción política y desarrollar
la conciencia política sobre la opresión de que son víctimas con base en
la comprensión de cómo está relacionado todo esto con la división
capitalista del trabajo. Corno sostiene Nancy Hartsock: "El poder del
feminismo surge del contacto con la vida cotidiana. La significación
del feminismo contemporáneo estriba en la reinvención de un modo
de análisis que tiene el poder de comprender y por lo tanto de trans-
formar la vida cotidüina." 52
Debernos, sin embargo, preguntar: ¿a la vida cotidiana de quién
nos referirnos? Si bien hay diferencias reales en la vida diaria de las
mujeres, también hay puntos de contacto que proporcionan una base
para la organización interclasista. Y aunque deben reconocerse las di-
ferencias (y establecer las prioridades políticas), la lucha feminista co-
mienza de aquella base común que deriva de los papeles específicos
que comparten las mujeres en el patriarcado.
l\1uchas feministas socialistas empezaron siendo feministas radica-
les. Sentían su opresión como mujeres y después, conforrne fueron en-
52 Nancy Hartsock, "Feminist theory and the development of revolutionary

strategy" Qohns Hopkins University, inédito), p. 19, y más adelante en este mis-
mo libro. Algunas partes de este trabajo aparecieron con el título de "Funda-
mental feminism: process and perspective", Quest, 2, núm. 2 (otoño de 1975),
pp. 67-79.
PATRIARCADO CAPITALISTA Y FEMINISMO SOCIALISTA 47
tendiendo el papel que desempeñaba el capitalismo en este sistema
de opresión, se comprometieron también con el socialismo. De manera
similar, cada vez más y más trabajadoras domésticas están empezando
a comprender que sus vidas diarias son parte de un sistema mucho más
amplio. Las mujeres que trabajan fuera de la casa, tanto las profe-
sionistas como las que no lo son, soportan las presiones y ansiedades
que representa ser además buenas madres y cuidadoras del hogar, y con
ello están adquiriendo conciencia de su doble jornada.
Los hombres de izquierda y las mujeres socialistas sostienen que las
mujeres como tales no se pueden organizar debido a su aislamiento
dentro del hogar y a su compromiso con la clase de sus esposos. Si
bien no es posible la organización interclasista en todas las cuestiones
que atañen a las mujeres, debido a los propios conflictos de clase entre
ellas, sí es posible, en cambio, en torno a problemas como el aborto,
el cuidado de la salud, la violación, el cuidado de los niños. Vale la
pena intentar este tipo de organización si nos enfrentarnos con toda
conciencia a nuestras diferencias de clase y establecernos prioridades
en términos de ellas en lugar de tratar de ignorarlas. Al mismo tiempo,
las vidas de las mujeres son muy similares dados los controles patriar-
cales. Solamente necesitarnos estar más conscientes de cómo opera esto
y entonces podremos estructurar nuestra acción política en función
de-ello. Nunca se ha intentado una estrategia para abarcar a todas las
mujeres. Es inútil repetir que su implementación será difícil, pero ya
está en proceso el principio, a partir del mqrnento en que las mujeres
han tratado de asumir cierto control sobre sus propias vidas.
ALGUNAS NOTAS SOBRE LAS RELACIONES DEL
PATRIARCADO CAPITALISTA
ZILLAH EISENSTEIN

Este capítulo trata de poner en claro el método de análisis que utiliza


el feminismo socialista. Para hacerlo es necesario un replanteamiento
y una redefinición, por parte del feminismo, del enfoque histórico mar-
xista. La teoría del feminismo radical se puede utilizar para redirigir
el método, de Marx hacia la .comprensión de la estructura de la opre-
sión de la mujer, principalmente en términos de la estructura de
sexo-clase, la familia y la división sexual jerárquica del trabajo y la
sociedad. 1 Una corriente cada vez más amplia de feministas socialis-
tas ha venido tratando de hacer precisamente esto. 2 La integración
que proponen se sustenta en un compromiso de transformación del
método marxista mediante un análisis feminista. 3 El método marxis-
ta transformado reconoce la existencia de las esferas sexuales de poder
antes no reconocidas, ·de. manera que las cuestiones feministas requie-
ren de una comprensión nueva y diferente de los procesos históricos
particulares del poder. Juliet J\1itchell no comprende esta síntesis
cuando sostiene que "deberíamos formular las preguntas feministas
pero tratar de darles respuestas n~arxistas" .4 Esto implica establecer
una dicotomía entre los análisis feminista y marxista que atrofia el
análisis del feminismo socialista. 5
1 Véase la literatura del feminismo radical: Ti Grace Atkinson, Amazon ocl)'S·
sey (Nueva York, Links, 19·75); Ingrid Bengis, Combat in the erogenous zone
(Nueva York, Alfred Knopf, 1972); Shulamith Firestone, The dialect.ic of
sex (Nueva York, Bantam, 1970); Kate Millet, Sexual politics (Nueva York,
Doubleday, 1970); Robin Morgan (comp.), Sisterhood is p·owerful (Nueva York,
Vintage, 1970) y Monster (Nueva York, Vintage, 1972); Red Stockings, Fenzinist
revolution (Nueva York, Red Stockings, Inc., 1975).
2 Me interesa sobre todo definir la parte más nueva y políticamente más com-

pleja del feminismo socialista en lugar de alguna de las líneas sectarias en par-
ticular. Ésta es la posición menos bien articulada que se presentó en la Confe-
rencia Socialista Feminista en Yellow Springs, Ohio, durante el verano de 1975:
que la opresión de la mujer refleja el problema del capitalismo y del patriar-
cado. El feminismo radical y el análisis marxiS"ta -son considerados como dos
elementos necesarios en la teoría.
3 En este punto tengo una deuda de gratitud con Marla Erlien por sus aclara-

ciones.
4. Juliet Mitchell, Women's estate (Nueva York, Pantheon, 1971), p. 99.
6 El análisis de Firestone está limitado por su dicotomía estructural. Dice

[48]
RELACIONES DEL PATRIARCADO CAPITALISTA 49
Si replanteamos el método marxista (así como su contenido) a
través del feminismo, debemos reorganizar las prioridades, sobre todo
la cuestión de la conciencia en relación con las condiciones de la so-
ciedad. Los problemas de la conciencia se convierten en una parte del
análisis de la realidad social. La realidad misma termina por abarcar
las relaciones de clase, sexo y raza. Las relaciones entre lo privado
(personal) y lo público (político) se convierten en el punto central por
tener consecuencias específicas en la determinación de la sexualidad,
la heterosexualidad y la homosexualidad. Al mismo tiempo, es nece-
sario considerar la importancia que tiene la ideología. De esta manera,
la dialéctica se extenderá poco a poco hasta cubrir las relaciones en-
tre la conciencia, la ideología y la realidad social. Esta nueva manera
de ver las cosas -que tanto las ideas de la sociedad como la concien-
cia de las gentes son parte de la realidad social objetiva y que operan
fuera de las relaciones de sexo, clase y raza- es un producto de la
acometida de. las feministas ·contra las falacias de la izquierda, tanto
en la teoría como en la práctica ..
El replanteamiento de la metodología marxista significa utilizar la
teoría de las relaciones soCiales para expresar las relaciones del patriar-
cado capitalista. 6 Si bien esta metodología se ilustra a través de la no-
ción de sociedad de clases y conflicto de clases en los escritos de Marx,
es posible distinguir la teoría de las relaciones sociales del contenido
que se le ha dado en los análisis marxistas existentes hasta hoy. Es
importante y además posible utilizar el método al tiempo que incor-
poramos el análisis de clase y que vamos más allá de él. El análisis
de clase resulta necesario para la comprensión del problema, pero no
suficiente para nuestros propósitos.
El análisis marxista está dirigido al estudio del poder. Es posible
utilizar sus herramientas para comprender cualquier expresión especí-
fica o particular del mismo, pero el que estas herramientas no hayan
sido utilizadas suficientemente para ello no significa una acusación
al análisis mismo sino más bien a aquellos que lo han empleado. Marx
se valió de su teoría de las relaciones sociales -comprender las "cosas"

que va a desarrollar una "historia materialista" (método marxista) basado en


el sexo mismo (cuestión feminista). A la postre no puede elaborar esa historia
debido a la dicotomía misma. La sustitución que hace de la opresión sexual por
la opresión de clase distorsiona la realidad y limita las posibilidades· de des-
arrollar un "materialismo real" basado en el sexo y la clase. Véase Firestone~ Dia-
lectic o/ sex y también el análisis que hace Mitchell de la posición de Firestone
en Woman's estate.
8 Véase Bertell Ollman, Alienatio•n: Marx's conception of man in capitalist

society (Nueva York, Cambridge University Press, 1971); Karl Marx, Grund-
risse (México, Siglo XXI, 1977) y El capital, partes 1 y tl (México, Siglo XXI.
1979).
50 ZILLAH EISENSTEI:t'i

en sus conexiones concretas- para entender las relaciones de poder en'


la sociedad. Si bien su análisis fue explicado a través de un examen'
del conflicto de clases, su método para estudiar las relaciones sociales
se puede usar también para examinar la lucha patriarcal. Esto, sin
embargo, no es lo mismo que decir que es posible utilizar la teoría
marxista de las relaciones sociales para responder a cuestiones f eminis-
tas, pues ello nos llevaría de vuelta al análisis que hace Firestone de una
historia materialista basada en la biología. En lugar de eso, debemos
utilizar el método transformado para comprender los puntos de con.
tacto entre la historia patriarcal y la historia de clase y para inter-
pretar la dialéctica entre sexo y clase, sexo y raza, raza y clase, y
finalmente, sexo, raza y clase.
Es imposible desarrollar un análisis de la opresión de la mujer que
conlleve un propósito político claro y una estrategia a menos que tra-
temos la realidad tal como es. El problema con el feminismo radical
es que ha tratado de hacer esto abstrayendo el sexo de las otras rela-
ciones de poder en la sociedad. 7 Con esto no quiero decir que las femi-
nistas radicales no se percaten de las otras relaciones de poder, sino
que nos las interrelacionan. Las luchas de clases y de raza son necesa-
rias para entender la historia patriarcal; no constituyen historias se-
paradas en la práctica, aunque por lo general la historia está escrita
como si lo estuvieran. A menos que se tomen en cuenta estas relacio-
nes, la supremacía masculina será vista como cosa separada y no como
un proceso o como una relación de poder.
Mucho del análisis izquierdista que engendró el feminismo radical
no tomó lo bastante en serio el compromiso con el método marxista
como para transformarlo en las maneras necesarias. Se negó a conti-
nuar indagando sobre la cuestión del poder en todo su sentido material
e ideológico. Habiendo unificado el feminismo radical con el análisis
de clase y la metodología marxista transformada podemos ahora con-
centrarnos en los procesos que determinan la ideología patriarcal y
liberal así como la existencia social.

DESARROLLO DE LAS CUESTIONES FEMINISTAS SOCIALISTAS

Un buen punto de partida para una teoría de la opresión de la mujer


7 Al tiempo que el feminismo radical -sufre de abstraccionismo por tratar de

manera insuficiente con la realidad económica de clase, es también responsable


de la explicación de la experiencia sexual "personal", y de esta manera remedia
las primeras abstracciones del método marxista. Para un examen de este punto,
véase Nancy Hartsock, "Fundamental feminism: process and perspective", Quest,
2. núm. 2 (otoño de 1975). pp. 67-80, y el artículo incluido en este volumen.
RELACIONES DEL PATRL~CADO CAPITALISTA 51
lo constituyen las siguientes preguntas: ¿por qué y cómo son oprimi-
das las mujeres? Juliet Mitchell, en su libro Psychoanalysis and femi-
nism, escribe :

Me parece que tanto el "por qué sucedió" como el "cuándo histórico" son
dos preguntas falsas. Las preguntas que yo pienso que se deberían plantear
en lugar de esas dos son: ¿cómo sucede en nuestra sociedad? ... En otras
palabras, ¿podríamos empezar por preguntar cón10 se da hoy en día? s

Quizá sea cierto que la pregunta "¿por qué sucedió?" sea falsa;
incluso si pudiéramos descubrir por qué sucedió entonces, ello podría
no servir como explicación de por qué sucede ahora; sin embargo
sigue siendo importante preguntarse "¿por qué sucede ahora?". Más
allá de esto, para poder dilucidar completamente cómo sucede ahora,
nos debemos· preguntar por qué se sostienen la jerarquía sexual y la
opresión. Por qué y cómo son dos preguntas relacionadas entre sí
y cualquiera' de las dos considerada por separado sólo nos proporcio-
n;~:i.rá una parte de la respuesta. La cuestión del cómo nos lleva a las
relaciones inmediatas que determinan las formas actuales de organi-
zación del poder, es decir, al proceso de opresión. La cuestión del
porqué nos remite a estas mismas relaciones pero requiere que se con-
sidere la existencia de la historia patriarcal como una fuerza real.
En este sentido, ambas preguntas resultan necesarias y se aclaran una
a la otra al interrelacionar las dimensiones particulares y al mismo
tiempo universales de la supremacía masculina.
El cómo y el porqué de la opresión de la mujer no ha sido inte-
grado a la teoría feminista. El feminismo radical se ha preguntado
por qué las mujeres están oprimidas más bien que cómo funciona el
proceso de poder. La respuesta de Shulamith Firestone fue que la fun-
ción reproductiva de la mujer resulta fundamental de manera inhe-
rente a su opresión: "El desequilibrio sexual del poder está fundamen-
tado biológicamente." 9 Las mujeres son definidas como reproductoras,
como una clase sexual. Pero el cómo son oprimidas es un punto bas-
tante menos articulado y fue Ti Grace Atkinson quien empezó a anali-
zarlo. Según ella, la clase sexual se ha convertido en una frase política.
Las mujeres no están oprimidas por el hecho biológico de la repro-
ducción sino por aquellos hombres que definen esta "capacidad" re-
productiva como función: "La verdad es que el alumbramiento no es
función de la mujer. La función del alumbramiento es la función de
los hombres para oprimir a las mujeres." 1 º Es la sociedad la que rebaja
8 Juliet Mitchell, Psychoanalysis and feminism (Nueva York, Pantheon, 1974:),
pp. 364-365.
8 Firestone, The dialectic of sex, p. 9.
10 Atkinson, Amazon odyssey, p. 5.
!>2 ZILLAH EISEN STEIN

el objetivo de la mujer a su capacidad biológica. La clase sexual no es


una opresión biológica sino una opresión cultural. El agente de la opre-
sión es la definición cultural y política de la sexualidad humana como
"heterosexualidad". Las instituciones de la familia y el matrimonio,
así como los sistem~s legal y cultural que las protegen y que refuerzan
la heterosexualidad, constituyen las bases de la represión política de las
mujeres.
Aunque las feministas radicales se preguntan por qué las mujeres
están oprimidas e incluso se comienzan a cuestionar hoy cómo sucede
esto, en general se refieren siempre a la historia como una sola cosa:
como la historia patriarcal. Si bien esto enriquece el análisis feminista
radical, al presentar una historia unificadora para las mujeres, nece-
sitamos comprender las formas específicas que asume el patriarcado
en los diferentes períodos históricos. De otra manera, nos quedani.os
en el terr~no de la historia abstracta y no de la concreta. Por ejemplo,
el patriarcado ha tenido manifestaciones diferentes aunque similares
en el feudalismo y en el capitalismo. La forma en que se ha manifes-
tado la opresión de la mujer ha sido diferente aunque afín en estos dos
períodos. Como ~scribe Marc Bloch:

La importancia sentimental con la cual la épica [feudal] invistió a las re-


ladones entre el tío materno y el sobrino no es niás que una de las manifesta-
ciones de un sistema en el cual los lazos de parentesco a través de las mujeres
eran casi tan importantes como las de consanguinidad paterna. Una prueba
de esto es la manera en que se otorgaban los nombres.11

Los niños podían elegir entre tomar el nombre del padre o el de la


madre. No parece que hubiera reglas establecidas al respecto, pero el
resultado fue una inestabilidad familiar ·conforme las generaciones
cambiaban de nombre. Según Bloch, a esta inestabilidad debieron su
forma las relaciones feudales. Con el desarrollo del capitalismo y sus
nuevas formas necesarias de relación económica, la familia empezó a
definirse más como fuente de la estabilidad cultural y social. La fami-
lia tranquilizó los primeros días del capitalismo competitivo, 12 mien-
11 l\farc Bloch, Feudal society, vol. 1 (Chicago, University of Chicago Press,
1961), p. 137. Véase también Oliver Cox, Gaste, class and race (Nueva York,
Monthly Review Press, 1959), y Henri Pirenne, Economic and social hístory of
medieval Europe (Nueva York, Harvest Books, 1933).
_ 12 Véase Linda Gordon, Families (folleto publicado por New England Free
Press); A. Gordon, M. J. Buhle, N. Schrom, "Women in American society", Ra-
dical America, 5 (julio-agosto de 1971); Mary Ryan, Womanhood in America
(Nueva York, Franklin Watts, 1975); Ivy Pinchbeck, Women workers and the
Industrial Revolution, 1750-1850 (C.1ifton, N. J., Augustus Kelly, 1969); Eli
Zaretsky, Capitalism, the family and perso'nal lije (folleto publicado por Socialist
Revolution).
RELACIONES DEL PATRIARCADO CAPITALISTA 53
tras que las relaciones sociales por sí mismas servían para compensar
el orden familiar inestable.
Debemos tomar en consideración dos procesos: uno es el de la his-
toria definida en términos de clase (feudal, capitalista, socialista), y
el otro es la historia patriarcal tal como fue estructurada por esos
períodos y tal como ella los estructuró. Por ejemplo, la maternidad,
la economía doméstica y la familia deben entenderse corno manifesta-
ciones del patriarcado en diversos momentos históricos, porque están
determinados y estructurados de manera distinta en las sociedades pre-
capitalistas y capitalistas. Sin embargo, estos momentos históricos for-
man parte también de una realidad histórica y culturalmente con-
tinua que no se vuelve concreta ni real hasta que es comprendida
en su f orrna específica. De otra manera, se convierte en una abstrac-
ción y, corno tal, en un concepto generalizado y distorsionado. Lo an-
terior no pretende rechazar la importancia de comprender que el pa-
triarcado tiene una existencia. que atraviesa la historia de las clases.
Aunque el patriarcado adquiere características específicas en momentos
específicos, no. se puede entender completamente si se le divorcia de su
existencia universal. Lo universal dilucida lo específico y lo específico
da realidad ·a lo universal.
Si es cierto que todo cambio social comienza con las sobras de la
sociedad anterior, entonces .tenemos que aprender con exactitud qué
es lo que ha conservado hasta hoy la jerarquía patriarcal. El modelo
actual de poder existe gracias. a las limitaciones específicas que puede
utilizar el capitalismo para conservar la. jerarquía sexual, pero, al
mismo tiempo, las relaciones del patriarcado capitalista derivan en
buena parte del patriarcado precapitalista y más específicamente del
patriarcado feudal. Cualquier comprensión de las relaciones del pa-
triarcado exige que se las considere dentro de su marco histórico es-
pecífico y cualquier afirmación de los elementos universales o unifi-
cadores se convierte en una abstracción, bien que un nivel de abstrac-
ción necesario si queremos comprender los elementos unificadores
de la historia patriarcal. Debemos determinar tanto la especificidad
corno la universalidad de las relaciones de poder para abarcar la
din:írnica específica de la supremacía masculina.
En una sociedad capitalista es importante comprender las semejan-
zas y las diferencias constantes entre el patriarcado feudal y el pa-
triarcado capitalista. Las semejanzas resultan importantes si queremos
asegurarnos de que no continúen en una nueva sociedad. Si las relacio-
nes capitalistas del patriarcado están ligadas a las formas precapita-
listas,- necesitamos entonces objetar los elementos precapitalistas que se
conservan en la sociedad capitalista. Un ejemplo útil es la división
sexual del trabajo, que se ha conservado en el capitalismo y ha sido
54 Zll.LAH EISENSTEI~

definida en un contexto capitalista, siendo que no deriva específica-


mente de las necesidades capitalistas. La conservación de estas formas
precapitalistas es lo que ha dado lugar a la historia patriarcal para
nosotras. Para estructurar la vida durante la transición del patriar-
cado capitalista al socialismo feminista necesitamos una teoría de la
familia revolucionaria que no acepte más estos estigmas de nac1m1ento
que tiene la familia ·patriarcal y la jerarquía sexual.13

PRIMEROS APUNTES EN TORNO A LAS RELACIONES SOCIALES


DE PODER

Comencemos con la pregunta de cómo y por qué las mujeres son ex-
plotadas y oprimidas en el patriarcado capitalista.14 Nos centramos
en estas preguntas puesto que para entender la opresión de la mujer
es necesario ·examinar las estructuras de poder que existen en nuestra
sociedad. Éstas son: la estructura de clases capitalista, el orden jerár-
quico de los mundos masculino y femenino del patriarcado y °la divi-
sión racial del trabajo que se practica en una forma muy particular
dentro del capitalismo pero que tiene raíces preéapitalistas en la es-
clavitud. El patriarcado capitalista en tanto que sistema jerárquico,
explotador y opresor requiere de la opresión racial junto con la opre-
sión sexual y de clase. Las mujeres comparten la opresión unas con
otras, pero lo que comparten como opresión sexual es diferente según
las clases y las razas, de la misma manera que la historia patriarcal
siempre ha dividido y diferenciado a la humanidad según clase y raza.
Es obvio que las mujeres negras de la sociedad esclavista de los Esta-
dos U nidos vivieron la opresión patriarcal, pero esta experiencia fue

13 Véase la literatura sobre cómo tratan los países .socialistas a los elementos

específicamente patriarcales de su sociedad: "Women in transition", Cuba Re-


view, 4, núm. 2 (septiembre de 1974); Margaret Randall, Mujeres en la revolu-
ción (México, Siglo XXI, 1972); Sheila Rowbotham, Women, resistance and
revolution (Nueva York, Pantheon, 1972); "Women in Vietnam, Chile, Cuba,
Dhofar, China and Japan", Red Rag, núm. 9 (junio de 1975); Judith Stacey,
"When patriarchy kowtows: the significance of the Chinese family revolution
for feminist theory", Feminist Studies, 2, núm. 43 (1975), artículo incluido en este
volumen en las pp. 267-310; Hilda Scott, Does socialism liberate women1 (Boston,
Beacon Press, 1974); Linda Gordon, The fourth mountain: women in China
(folleto publicado por New England Free Press).
u Véase Sheila Rowbotham, Woman's co>J,sciousness, man's world (Baltimore,
Penguin, 1973); Mitchell, Psychoanalysis and feminism; Gayle Rubio, "The
traffic in women: notes on the 'political economy' of sex", en Rayna Reiter
(comp.), Toward an anthropology of women (Nueva York, Monthly Review
Press, 1975).
RELACIONES DEL PATRIARCADO CAPITALISTA 55
I!lás compleja debido a las otras estructuras de poder a las que estaban
sometidas. En tanto que obreras no se les hicieron concesiones de
"fragilidad", en tanto que mujeres fueron "violadas" hasta la su-
Illisión, 15 y en tanto que esclavas tuvieron que soportar condiciones
subhumanas. En lugar de considerar sexo o clase, raza o clase, o sexo
0 raza, debemos ver el proceso y las relaciones de poder. Si nos vol-
vemos hacia el proceso de poder podemos comenzar a aprender cómo
y por qué estamos oprimidas, lo que constituye el primer paso para
IIlOdificar nuestra opresión.
Ninguno de los procesos en los que está involucrada la mujer puede
comprenderse separado de las relaciones de la sociedad que ella per-
sonifica y que se reflejan en la id~ología de la sociedad. Por ejemplo,
el acto de parir un hijo sólo se califica de acto de maternidad si re-
fleja las relaciones de matrimonio y de familia. De otra forma el mismo
acto se puede calificar de adulterio y el niño es "ilegítimo" o "bas-
tardo". El término "madre" puede tener un significado bastante di-
ferente cuando es el caso de relaciones distintas, como "madre solte-
ra". Depende de cuáles relaciones estén englobadas en el acto. De
manera similar, aqüello que se define como amor sexual y como feli-
cidad matrimonial dentro de un cierto conjunto de relaciones es con-
siderado como prostitución dentro de otro y hasta violación en otro
más. Lo que realiza una mujer dentro del hogar de otra mujer o lo
que hace para un hombre cuando éste la contrata, se considera tra-
bajo doméstico y se paga, pero aquello que hace una mujer como
esposa o madre dentro de su propio hogar es considerado como tra-
bajo de amor, la sociedad no lo define como trabajo y no se efectúa
a cambio de salario directo.
Así, pues, las relaciones sociales de la sociedad determinan la acti-
vidad específica a la que se compromete una mujer en un momento
determinado. Fuera de estas relaciones, "la mujer" se convierte en
una abstracción. No se puede entender ningún momento fuera de las
relaciones de poder que lo moldean y de la ideología que lo deter-
mina, protege y conserva. Para describir estos mamen tos es funda-
men tal comprender la ideología de una sociedad porque las relacio-
nes sociales del patriarcado capitalista se mantienen gracias a las ideo-
logías del liberalismo, la supremacía masculina y el racismo. En ellas
se encuentra la interpretación de cualquier momento específico nece-
sario para la conservación del patriarcado capitalista.

15 Angela Davis, "Reflections on the black woman's role in the community of

slaves", Massachusetts Review, 13, núms. 1 y 2 (reimpresión de Black Scholar,


diciembre de 1971).
56 ZILLAH EISENSTEI~~
. ~

LAS RELACIONES DE LA FAMILIA

La familia forni.a una serie de relaciones que determinan las activi..


dades de la mujer tanto internas como externas a ella. Debido a que
la familia .constituye una estructura de relaciones que conecta a los
individuos con la economía,. resulta entonces ser la unidad social,
económica, política y .cultural de una sociedad. Es histórica en su for-
mación y no una simple unidad biológica. Tal como los papeles que
desempeña la mujer, la familia no es "natural"; es un reflejo de
las· relaciones específicas de la sociedad, de necesidades particulares
que deben llenarse.
¿Cuáles son algunas de las relaciones que determinan a la familia?
En primer lugar, la mujer es productora de niños que se convierten
en trabajadores para la economía y en miembros de la sociedad. Tam-
bién es la que socializa a los niños para que cumplan con sus pape-
les en el mundo del trabajo y en la sociedad como un todo. Ella tra-
baja para alimentar, vestir y cuidar a esos niños y a su marido. En estas
capacidades, la madre es una trabajadora doméstica dentro de la
economía y alimentadora del mundo social. 16
En segundo lugar, dentro de su papel en la familia· la mujer es con-
sumidora. El consumo es el otro lado de la prodticción.17 Ella es quien
·adquiere las cosas que necesita la familia y que la economía tiene que
vender, y se· ocupa de cuidar esos bienes -al lavar y planchar la ropa
o preparar la comida. Como consumidora, la ·mujer trabaja para se-
leccionar, preparar y conservar los bienes.· Una. mujer está entrela-
zada de inanera importante con la economía y la sociedad. Ella está

· 16 Véanse los diversos análisis sobre el trabajo doméstico de la mujer: Mar-


garet Benston, The political economy of women's liberation (folleto publicado
por New England Free Press); Peggy Morton, ".Women's work is never done",
en. Women unite (Toronto, Canadian Women's Educational Press, 1972); Ma-
riarosa dalla Costa, "Las mujeres y la subversión de la comunidad" y Selma
James, "El lugar de la mujer", en El poder de la mujer y la subversión de la
comunidad (México, Siglo XXI, 1975); Ira Gerstein, "Domestic work and
capitalism", y Lise Vogel, "The earthly family", Radical America, 7 (julio-
octubre de 1973); Wally Seccombe, "The housewife and her labour under
capitalism", New Left Review, 83 (enero-febrero de 1973). con un postscriptum
en Red Pamphlet, núm. 8 (Britain, IMB Pub.); B. Magas, H. Wainwright,
Margaret Coulson, "The housewife and her labour under capitalism-A criti-
que", y Jean Gardiner, "vVomen's domestic labour", New Left Review, 89
(enero-febrero de 1975) y en este volumen, pp. 157-171.
17 Véase Karl Marx, Introducción general a la crítica de la economía politica

(1857) (México, Cuadernos de Pasado y Presente 1, 1977), para un análisis


de la relación entre producción y consumo. Véa.se también Batya 'Veinbaum y
Amy Bridges, "La otra cara del sueldo:. el capital monopolista y la estructura
del consumo", en este volumen, pp. 172-185.
RELACIONES DEL PATRIARCADO CAPITALISTA 57
haciendo aquello que resulta absolutamente necesario para la econo-
mía : consumir.
Si bien la maternidad incluye aquellas actividades que hemos lla-
mado trabajo doméstico, no se debería reducir a ellas. La maternidad
debería entenderse como una realidad más compleja que el trabajo
do1néstico dentro de las relaciones del capital, más bien como una ins-
titución patriarca,! que no se puede reducir a ninguna realidad de
clase. El trabajo doméstico y la economía doméstica pueden ser la
afirmación específica de la mª'ternidad en el patriarcado capitalista, 18
pero debemos tener cuidado de no perder de vista la conexión con la
concepción histórica de madre preexistente y todo lo que ese concepto
refleja de las relaciones de la supremacía masculina.
Dichas relaciones dentro de la familia devalúan a la mujer en el
mercado de trabajo cuando busca empleo. En 1970, sólo siete por
ciento de las mujeres norteamericanas (en comparación con el cua-
renta por ciento de los hombres) ganaba más de diez mil dólares al
año. Dicho de otra manera, el noventa y tres por ciento de las muje-
res norteamericanas que trabajaban ganaban menos de diez mil dólares
al año. 19 El trabajo de la mujer en el hogar es una desventaja para
encontrar trabajos pagados fuera de casa. Se le paga menos dentro
de la fuerza de trabajo debido a las relaciones que la atan a la
familia. Su trabajo se define como gratuito o barato.
Vemos ya que las mujeres han· sido encerradas como en un gueto
dentro de la fuerza de trabajo y que su trabajo allí no desafía la orga-
nización con supremacía masculina de la sociedad. La afluencia de
mujeres a los más bajos rangos de la fuerza de trabajo refleja la ne-
cesidad patriarcal de jerarquía masculina para la sociedad en toda su
extensión. La supremacía masculina ·se conserva a través de la je-
rarquía de clases. Esta falta de flexibilidad se puede observar con
inayor claridad en la contradicción que se da en la vida de las muje-
res: la doble jornada. La mujer es al mismo tiempo trabajadora
y·madre.
¿Cuáles son las relaciones que determinan a una mujer como ma-
dre en primer lugar? ¿Qué es lo que define la organización patriarcal
del trabajo? En otras palabras, ¿por qué las mujeres son oprimidas
cor:c10 mujeres? La respuesta que generalmente recibimos a estas pre-
guntas es que la biología de la mujer la diferencia del hombre. Pero
aun cuando la relación de la mujer con la reproducción pudiera en
un principio haberla definido a ella como el objeto de intercambio
18 Véase Ann Oakley, Woman's work ·(Nueva York, Pantheon, 1974).
1 ° Karen.
Lindsey, "Do women have class?", Liberation, 20, núm; 2 (enero-
febrero de 1977), p. 18.
58 ZILLAH EISENSTEIN'

y no al hombre, 20 la historia de la supremacía masculina y su rela- .:


ción particular con el capitalismo refleja una serie de relaciones que'
hoy en día no se limitan a esta característica única. Hay toda una.
serie de .relaciones que existen como resultado de la definición de la
mujer corno reproductora y que no pueden "reducirse'' a sus oríge-
nes. Tanto las relaciones culturales corno las políticas han sido
definidas y redefinidas para mantener la jerarquía de las rela-
ciones sexuales. La razón inicial para esta jerarquía -acaso el temor
a. la capacidad reproductiva de la mujer, dada la falta de conoci-
mientos biológicos de lo que ello in1pone- ya no existe más corno tal.
Pero la sociedad aún necesita de una jerarquía sexual debido a la
manera en que desde entonces han sido estructuradas sus relaciones.
Si la característica biológica distintiva entre los hombres y las mu-
jeres es la capacidad reproductiva, entonces debernos ver por qué
y cómo se utiliza como parte de las relaciones de supremacía mascu-
lina, que han dado lugar a un sistema de desigualdad mucho más
penoso que la fuente inicial. Con esto no pretendernos reducir la
importancia que tiene la comprensión del yo biológico de la mujer
corno reproductora, pero sí queremos decir que esta comprensión
debe vincular las relaciones políticas que la determinan en cual-
quier momento. Las relaciones de producción y reproducción, y no
una noción abstracta de la biología, son las que determinan las re-
laciones que tiene una mujer consigo misma y con la sociedad como
ser reproductor. Centrarse en el hecho de que la mujer corno re-
productora constituye la característica universal y transcultural de la
supremacía masculina y por lo tanto la raíz del problema es formular
el problema de manera incorrecta. Asomarse a esta misma realidad
-controlar a las mujeres a través de la reproducción- no es sufi-
ciente para sopesar las relaciones que determinan la reproducción
en la sociedad. La reproducción no es en sí misma el problema sino
las relaciones que la determinan y · la refuerzan.
El patriarcado ha sido sostenido a través de la división sexual del
trabajo y la sociedad, que ha estado fundamentada en el uso cultu-
ral, social y económico del cuerpo de la mujer como medio para la
reproducción. Las mujeres eran intercambiadas como regalos en fun-
ción de lo que podían soportar. Las desigualdades surgieron del me-
canismo utilizado para celebrar o controlar la posición de la mujer
como reproductora. 21 Si bien los ,sistemas de intercambio se han

Aquí tengo una deuda de gratitud con el trabajo de Rubin, "Traffic in women".
20

Véase Rµbin, "Traffic in women"; Mitchell, Psychoanalysis and feminism,


21

y Miriam Kramnick, "Ideology of motherhood: images and myths" (trabajo


inédito presentado en el Cornell Women's Studies Program, 14 de noviembre de
1975).
RELACIONES DEL PATRIARCADO CAPITALISTA 59
modificado, las relaciones que produjeron se convirtieron en parte
de la historia patriarcal (y aún son parte de ella, aunque redefi-
nidas). Puesto que las mujeres eran las otorgadas y nunca las otor-
gantes, y puesto que no tenían control sobre las decisiones que ro-
deaban sus vidas, y debido a que con frecuencia se encontraban den-
tro de nuevas circunstancias, ignorantes de las costumbres de las
comunidades, las mujeres terminaron por experimentar el sistema
de intercambio como un sistema de relaciones que las excluía de las
decisiones, de las actividades con alguna finalidad y del control.
Esto existe, aunque en forma un poco diferente, en la sociedad capi-
talista patriarcal. Las mujeres se casan, pierden su nombre, se mu-
dan a nuevas comunidades si el trabajo de su marido lo requiere, se
sienten solas y les resulta inuy difícil conocer gente. Y aunque la
mayoría de las mujeres de los grupos económicos inferiores forma
parte de la fuerza de trabajo, los hombres reciben un trato prio-
ritario. Las lesbianas y otras mujeres que escogen no identificarse
estrechamente con un hombre y no adaptarse a las normas heterose-
xuales del matrimonio, la familia y el ama de casa, se encuentran aún
más aisladas y condenadas al ostracismo. Estas relaciones expresan la
prioridad que se les da a los hombres; determinan un indudable control
sobre la vida de la mujer. ·
Cuando se observan las relaciones de reproducción, lo que en rea-
lidad se está considerando es un sistema de control y organización
jerárquica que todas las sociedades existentes han requerido y utili-
zado. El patriarcado como supremacía masculina ha proporcionado
este orden, incluso mientras la organización económica de las socie-
dades se modifica. Esto no significa que los sistemas patriarcales de
control no hayan cambiado también, pero su modificación se ha dado
conservando la estructura de la supremacía masculina y sin alterar
el impacto básico de ésta. Durante el cambio del feudalismo al ca-
pitalismo, sin embargo, la estructura de clase económica fundamen-
tal y su sistema de control sí se modificaron.
Puesto que el patriarcado es un sistema de poder, resultaría incom-
pleto sostener que los hombres son los opresores sin explicar que lo
son precisamente porque personifican las relaciones del patriarcado.
Referirse a los individuos hombres como "cosas" más que corno refle-
jo de las relaciones de poder sería concebir el poder masculino en
una forma abstracta y no en forma concreta. Un hombre es un ser
biológico y si existiera fuera de las relaciones patriarcales sería una
cáscara vacía. En la historia patriarcal, es su biología la que lo iden-
tifica con las relaciones de poder. Aunque hay quien quisiera soste-
ner que el poder de los hombres se expresa en un nivel individual a
través de la fuerza física, yo creo que ésta es una idea verdadera
60 ZILLAH EISEN STF.I:ti.,
~

pero demasiado limitada del poder que tienen los hombres en el sis4
tema patriarcal. Son las relaciones de la jerarquía sexual las que l~·
permiten expresar su poder; ellos han internalizado estas relaciones y:
actúan conforme a ellas cotidianamente. El poder sexual de un horn-
bre no está solamente dentro de su ser individual. Para destruir
las relaciones patriarcales es necesario destruir las estructuras de la
jerarquía sexual, racial y de clase que se han conservado en buena
parte a través de la división sexual del trabajo. Si cambiamos las
relaciones sociales de poder, los hombres tendrán que cambiar porque
no tendrán más· su base jerárquica.
Cualquiera de las opresiones específicas que experimentan las mu-
jeres en el patriarcado capitalista muestra las relaciones de la socie-
dad: en tanto que cosas, son completamente neutrales. Abstraídos
de la realidad, no hay nada inherentemente opresivo en la anticon-
"cepción, el embarazo, el aborto, la crianza de los hijos o incluso las
relaciones familiares afectivas .. Sin embargo, todas ellas expresan f or-
mas muy específicas de opresión de la mujer en esta sociedad. Si
los métodos anticonceptivos fueran ideados tanto para hombres como
para muJeres .y con un verdadero interés en la salud más que en
las ganancias, y si el aborto no estuviera cargado de todos los valores
patriarcales y no costara más dinero del necesario, entonces la anti-
concepció:p. y el aborto serían experiencias totalmente diferentes. 2 2
Si tanto los hombres como las mujeres tuvieran la convicción de que
la crianza de ·los niños es una responsabilidad social y no una res-
ponsabilidad de la mujer, si no estuviéramos convencidos de que el
afecto de un niño depende más de la privacía que de la intiniidad,
entonces las "relaciones" de crianza de los niños serían significativa-
mente diferentes. Si el estar embarazada no envolviera a la mujer
en todo el sistema de atención médica. patriarcal, si no significara
tener que enfrentarse con las relaciones que determinan la atención
médica privada, si no significara la pérdida del sueldo y el incurrir
en una serie de obligaciones financieras, y si en cambio sí significara
traer vida a una sociedad feminista socialista, el acto de parir tendría
un sentido radicalmente distinto.
Por lo tanto, la importancia que tiene la experiencia patriarcal
en el patriarcado capitalista revela las relaciones de poder en cual-
quier inomento particular de la sociedad. Puesto que la actividad
de la vida dentro de esta sociedad está siempre en proceso, a través
de las relaciones de poder, debemos tratar de comprender ese pro-
·ceso y no los momentos aislados. Comprender el proceso es com-
prender la manera en que dicho proceso ·puede ser modificado.
22 Suzanne Arms; lmmaculate deception (Boston, Houghton l\.fiffin, 1975).
LA TEORÍA FEMINISTA Y EL DESARROLLO DE LA
ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA*

NANCY HARTSOCK

Un número de autores ha explicado con detalle los problemas que


enfrenta hoy en día la izquierda en los Estados U nidos. Han señalado
cómo ésta ha permanecido apartada de grandes cantidades de gente
y có_mo ha sido incapaz de construir una organización unificadora o
siquiera de promover un clima adecuado para debatir las cuestio-
nes del socialismo. La izquierda ha sido criticada por tener una
teoría prefabricada constituida con sobras del siglo XIX, una estrategia
elaborada sobre el desprecio hacia cualquier innovación en política
o hacia la ampliación de cuestiones políticas. Con demasiada f recuen-
cia los· grupos de izquierda han sostenido que la clase obrera es in-
capaz de labrar su propio futuro y que aquellos que la llevarían hacia
la libertad serían aquellos que hubieran aprendido de memoria los
textos sagrados y estuvieran equipados con una teoría sumamente
detallada que les ayudaría a organizar el mundo.
Si bien una serie de· críticas de este tipo presenta una caricatura
de la izquierda como un todo, de cualquier manera sí señala un
buen número de problemas reales 1 cuya superación requerirá de una
reorientación. En este trabajo, sólo podré tratar con uno de los as-
pectos de la tarea: el papel de la teoría feminista y la práctica política
del movimiento de las mujeres como modelo para el resto de la
izquierda.
En primer lugar, quiero recordar que el movimiento de las mu-
jeres puede proporcionar las bases para construir un nuevo y au-
téntico socialismo norteamericano. Puede también proporcionar un
modelo para distintas formas de elaborar una estrategia revolucio-

• Quiero agradecer a C. Ellison, S. Rose y M. Schoolman por sus sugerencias


y estímulos, así como a la redacción de Quest, que me ayudó a formular estas
ideas. Algunas partes de este artículo aparecen en Quest: a feminist quarterly,
2. núm. 2 (1975). com.o crítica a la primera conferencia nacional feminista so-
cialista. Además, algunas partes fueron presentadas en una serie de conferencias
sobre feminismo socialista en lthaca College. durante la primavera de 1977.
1 Véase. por ejemplo, Sylvia Wallace, "The movement is out of relations with

the working class", inédito, 1974; Gharlotte Bunch, "Beyond either/or: femi-
nist options", Quest: a feminist quarterly, 3, núm. 1 (verano de 1976).

[61]
62 N ANCY HARTSOC!<'

naria y para distintas formas de desarrollar teorías revolucionarias


que se articulen con las realidades del capitalismo avanzado. El des-
arrollo de un modelo de este tipo exige una redefinición de la teoría
en general a la luz de un examen específico sobre la naturaleza de la
teoría y la práctica feministas, y además un nuevo análisis de algunas
cuestiones fundamentales tales como la naturaleza de la clase y las
implicaciones de la teoría feminista para el tipo de organización
que necesitamos construir.

, ,
LA TEORIA Y LA TEORIA FEMINISTA

La teoría es fundamental para cualquier movimiento revoluciona-


rio. Nuestra teoría nos da la descripción de los problemas a los
cuales nos enfrentamos, proporciona un análisis de las fuerzas que
sostienen la vida social, determina los problemas sobre los que nos
deberíamos concentrar y actúa como conjunto de criterios para eva-
luar las estrategias que desarrolla~os. 2 Pero la teoría desempeña un
papel todavía más -amplio. Como ha señalado Antonio Gramsci, "po-
demos elaborar, sobre la base de una práctica específica, una teoría
que, al coincidir e identificarse con los elementos decisivos de la
práctica misma, permita acelerar el proceso histórico que se está
dando, volviendo la práctica más homogénea, más coherente y más
eficiente en todos sus elementos, de manera que se desarrolle al máxi-
mo su potencial" .3 Así, pues, la teoría puede ser en sí misma una
-fuerza para el cambio.
Sin embargo, al mismo tiempo Gramsci propone que ampliemos
nuestra comprensión de la ·teoría en una dirección diferente. Es ne-
cesario entender que teorizar no es sólo una actividad de los inte-
lectuales académicos sino que la teoría está siempre implícita en
nuestras actividades y las penetra tan profundamente hasta incluir
la propia comprensión que tenemos de la realidad. La teoría no sólo
está implícita en nuestra concepción del mundo, sino que nuestra
concepción del mundo es en sí misma una elección política. 4 Esto
2 V. l. Lenin, ¿Qué hacer?, en Obras _escogidas (Moscú, Progreso, 1966), t. 1,
p. 138.
8 Antonio Gramsci, Selections from the prison notebooks, trad. Quinton Hoare
y Geoffrey Nowell Smith (Nueva York, International Publishers, 1971), p. 365.
Gramsci agrega que "la identificación de la teoría y la práctica es un acto
fundamental a través del cual la práctica se demuestra como racional y nece-
saria y la teoría como realista y racional''.
' Ibid., p. 327. Véase tam,bién la p. 244.
TEORÍA FEl\HNISTA Y ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA 63
quiere decir que podemos aceptar las categorías que nos ha propor-
cionado la sociedad capitalista o comenzar a desarrollar la compren-
sión crítica de nuestro mundo. Si elegimos la primera alternativa,
nuestra teoría podrá permanecer para siempre implícita. Por el con-
trario, si seleccionamos la segunda, nos comprometemos a elaborar
una teoría crítica y explícita. La acción política de las feministas en
buena parte de la década pasada proporciona una base suficiente
para articular la teoría implícita en nuestra práctica. 5 Hacer que
dicha teoría sea explícita es difícil pero necesario para mejorar el
trabajo que están llevando a cabo las feministas.

La naturaleza de la teoría feminista

Las mujeres que se llaman a sí mismas feministas no están de acuerdo


en muchas cuestiones., de manera que referirse en términos unitarios
a un movimiento social tan diverso en sus objetivos y fines puede
parecer al prinCipio un error. Hay un movimiento de mujeres que
aparece en la televisión, que tiene organizaciones nacionales y que
para los medios de comunicación es fácil encontrarlo y proponerlo
como representativo del pensamiento feminista. Pero hay también
otro movimiento, más difícil de encontrar, que está formado por
pequeñ_os grupos y organizaciones local~s y cuyos miembros trabajan
en proyectos muy específicos; un movimiento que nació alrededor
de las necesidades inmediatas de las mujeres en distintas ciudades,
un movimiento cuyas energías se han encaminado de manera directa
al trabajo para el cambio. Éstos son los grupos que forman la base
para mi análisis de la teoría feminista: los que están interesados
en la acción práctica, es decir, en centros de crisis por la viola-
ción, centros de mujeres, . construcción de comunidades para muje-
. res, etc·. Al reunirse como feministas para enfrentar los problemas
que'- dominan sus vidas, las mujeres han construido un movimiento
enraizado de manera profunda en la práctica. Sin duda, una de las
principales tareas para el movimiento de las mujeres es precisamente
la creación de la teoría revolucionaria a partir del examen de nues-
tra práctica. 6
11En este punto debería yo aclarar que hablo como participante y también
como observadora crítica. La experiencia que utilizo como punto de referencia
es la mía propia y además la de muchas otras mujeers.
6 Las feministas están comenzando a reconocer la importancia que tiene para

el movimiento una teorización consciente, para un análisis crítico de lo que


hemos venido haciendo durante la última década. Entre las cuestiones y proble-
mas que hoy. se debaten y revalúan están la significación de los proyectos
de servicio, la importancia del liderazgo, las nuevas posibilidades para desarrollar
estructuras organizativas y nuestras relaciones con el resto de la izquierda.
64 NANCY HARTSOCK.

Todos estos grupos comparten una visión del mundo que difiere
de la que tiene la mayoría de los movimientos socialistas en los países
del capitalismo avanzado, y que al mismo tiempo se asemeja sorpren-
dentemente a la visión del mundo de Marx. Este modo de análisis
.
con su propia concepción de la teoría social así como las teorías
'
concretas que estamos desarrollando a partir de ella, constituye la base
del poder feminista y la razón por la que puedo sostener que a través
de nuestra práctica las feministas nos hemos vuelto las más orto-
doxas de los marxistas. Como decía Lukács, la ortodoxia en la teoría
marxista se refiere única y exclusivamente al método. 7
En última instancia, el feminismo es un modo de análisis, un mé-
todo para acercarse a la vida y a la política, una forma de hacer
preguntas y de buscar respuestas, más que un conjunto de conclu-
siones políticas sobre la opresión de la mujer. Las mujeres están
aplicando este método a sus propias experiencias como mujeres para
transfarmar las relaciones sociales que determinan su existencia.
Las feministas se enfrentan directament~ con su propia vida coti-
diana, lo que explica la rápida diseminación de este nl.ovimiento.
Hay quien sostiene que el. feminismo socialista debe reconocerse como
una tendencia definida dentro del marxismo en general. Y o, por el
contrario, considero que', puesto que las feministas han reinventado el
método marxista, el movimiento de mujeres puede proporcionar un
modelo para el resto de la izquierda en el desarrollo de la· teoría y la
estrategia. 8
La práctica de animar a la toma de conciencia a pequeños grupos
-haciendo hincapié en el examen y la comprensión de la experien-
cia personal, así como en la necesidad de relacionar ésta con las
estructuras que determinan la vida de las mujeres- es el ejemplo
más claro del método fundamental del feminismo. Gracias a ella
las mujeres aprendieron que era importante elaborar sus análisis de
abajo arriba, empezando por sus propias experiencias. Empezaron a
examinar su vida nó sólo con el pensamiento sino, como lo hubiera
propuesto Marx, con todos los sentidos. 9 Las mujeres establecieron
conexiones entre sus experiencias personales y las generalidades polí-
ticas respecto a la opresión de la mujer; de hecho utilizaron su expe-
riencia personal para desarrollar dichas generalidades. Es así como

'1 Georg Lukács, History and class consciousness (Cambridge, Mass., M.I.T.
Press,. 1971), p. l.
8 Sobre este puntó véase, especialmente, Barbara Ehrenreich, "Speech by
Barbara Ehrenreich", Socialist Revolution, 5, núm. 4 (octubre-diciembre de 1975).
9 Sobre este punto compárense los trabajos de Karl Marx, Manuscritos eco-

nómico-filosóficos de 1844 (México, Grijalbo, 1968), p. 120, y de Gramsci, Selec-


tions, p. 324.
. TEORÍA FEMINISTA Y ESTRATEGL<\ REVOLUCIONARIA 65
Uegamos a entender: nuestra experiencia y nuestro pasado de una
.xnanera tal que transformó tanto esa experiencia como a nosotras
xnismas. 10
El poder del método que desarrollaron las feministas surge del he-
cho de que permite ·a las mujeres relacionar su vida cotidiana con un
análisis de las instituciones sociales que las moldean. Las instituciones
del capitalismo (incluido su aspecto imperialista), del patriarcado y de
la supremacía blanca dejaron de ser abstracciones para convertirse
en aspectos vividos y reales de la experiencia y :la actividad diarias;
podemos ver las· interrelaciones concretas que se dan entre ellos.
Lo anterior significa que dentro del movimiento feminista . se ha
hecho cada vez más hincapié en el importante papel que desempeña
la teoría -aquel en que los teóricos resuelven y hacen "coherentes los
principios y problemas' suscitados por las masas en su actividad prác-
tica".·11 El feminismo· es un modo· de análisis· sobre todo cuando· el
hacer tomar conciencia se entiende como fundamental· para el método
y exige ~na redefinición del concepto del intelectual · o del teórico,
un replanteamiento de·. este papel Social. en términos de la vida diaria.
Puesto· qtie cada uno de nosotros es en potencia un teórico, un inte-
lectual y ·un activista, la ·educación viene a tener un papel muy dife-
rente en-·el movimiento de las ·mujeres del que tiene en· el resto de la
izquierda' hoy en día.: El tipo de educación política que están llevando
a cabo las feministas para sí .. mismas difiere de manera fundamental
de Io .. que se ·puede· llamar instrucción, es decir, del hecho de que se
enseñe "la '.línea 'política· correcta". La educación -en oposición a la
instrucción-· está ·relacionada -orgánicamente con la vida cotidiana. 12
Surge· de ·ella al mismo tiempo :que contribuye a nuestra comprensión
de ella. · ,. · .,.

e ambio personal y ·cambi'O pol'Ítito ..


·"Si aquello· ·que modificamos no nos modifica/estamos ·sólo jugando
con cubos." is
10 Esto no quiere decir que no hayan surgido problemas o que comenzar con
la experiencia personal siempre haya llevado a las mujeres a pensar en térm i-
nos más amplios. Algunos grupos han permanecido apolíticos o nunca han pa-
sado más allá del nivel de las cuestiones personales; otros· se han opuesto tanto
a cualquier ·tipo de organización que no sea la personal que se han quedado
inmoviliZados. ·Los problemas· sobre la "línea correcta"- forman pai-te también
de la. discusión actual. dentro ·del· movimiento · ·ae las niüjeres. Para estos pro-
blemas actuales, véáse · Bunch, · "Feminist options".
u. Gramsd, Selecfions, p. 330~
12 lbid., p. 4-3~ .· ~
13 Marge Piercy, "A. shadow play ·for guilt", en To be··of use (Garden City,
N. Y., Doubleday. 1973). p. 17.
66 N ANCY HARTSOCI(

El hincapié que hacen las feministas en la vida cotidiana nos lleva


a una segunda cuestión fundamental: la integración del cambio per-
sonal y político. Puesto que sólo llegamos a conocer el mundo {para
modificarlo y ser modificados por él) a través de nuestra activi-
dad cotidiana, la vida diaria debe constituir la base para nuestro
trabajo político. Incluso las más profundas cuestiones filosóficas surgen
de nuestra necesidad de comprender nuestras propias vidas. 14 Un in-
terés de este tipo significa que para nosotros la realidad consiste en
una "actividad sensorial-humana práctica" .15 Reconocemos que pro-
ducimos nuestra existencia en respuesta a problemas específicos que
nos plantea la realidad. Al resolver los eslabones entre la vida diaria
y las instituciones sociales, hemos empezado a comprender la exis-
tencia como un proceso social, como un producto de la actividad
humana. Más aún, el percatarnos de que no sólo nosotros mismos
creamos nuestro mundo social sino que además podemos modificarlo
nos da el sentido de nuestro propio poder y nos proporciona la energía
para la acción.
El feminismo en tanto que método nos lleva a reconocer que la
actividad humana también nos modifica. U na redefinicicón fundamen-
tal del yo es parte integral de la acción para el cambio político.16
Si nuestros yoes son fenómenos sociales y toman su significado de la
sociedad de la que forman parte, el desarrollo de un sentido indepen-
diente del yo necesariamente pone en cuestión otras áreas de nuestra
vida. Debemos preguntarnos cómo pueden nuestras relaciones con otras
personas fomentar nuestra autodeterminación y no nuestra depen-
dencia y cómo pueden conformar nuestras nuevas fuerzas. Es decir,
si nuestra individualidad es el conjunto de nuestras relaciones sociales,
"el hecho de crearse su propia personalidad significa tomar concien-
cia de ellas, y modificar nuestra propia personalidad significa modifi-
car el conjunto de estas relaciones". 17 Es claro que, puesto que no ac-
tuamos para producir y reproducir nuestras vidas en el vacío, la modi-
ficación de la conciencia y el cambio en las definiciones del yo sólo
se pueden dar junto con una reestructuración de las relaciones sociales
(tan to de la sociedad corno personales) en las cuales cada uno de
nosotros está inserto.
u Gramsci, Selections, p. 351.
15 Karl Marx, "Tesis sobre Feuerbach", en Karl Marx y Friedrich Engels, La
ideología alemana (México, Ediciones de Cultura Popular. 1977), p. 667. Este
método también supera la pasividad característica de buena parte de la vida
en los Estados Unidos. Véase. por ejemplo, Richard Sennett y Jonathan Cobb,
The hidden injuries of class (Nueva York. Vintage, 1973). p. 165, y Stanley Aron-
owitz, False promises (Nueva York, McGraw-Hill. 1973). p. 112.
18 Gramsci, Selections, p. 360. Véase también Lukács, p. 19.

17 Gramsci, p. 352.
TEORÍA FEMINISTA Y ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA 67
Así, pues, el feminismo nos lleva a oponernos a las instituciones del
capitalismo y de la supremacía blanca así como al patriarcado. Al
llamar la atención sobre las experiencias específicas de los individuos,
el feminismo llama la atención sobre la totalidad de las relaciones so-
ciales, sobre la formación social como un todo. 18 Un modo feminista
de análisis deja en claro que el patriarcado, el capitalismo, la supre-
macía blanca, las formas de interacción social y el lenguaje existen
todos para nosotros como determinaciones históricas. Nuestras vidas
diarias son la materialización en un plano personal de las caracterís-
ticas de la formación social como un todo. Las estructuras históricas
que moldean nuestras vidas plantean preguntas a las que debemos
responder y definir así las posibilidades inmediatas para el cambio. 19
Aunque reconocemos que la actividad humana es la estructura del
mundo social, esta estructura no es impuesta por individuos sino por
masas de gente, que se apoyan sobre el trabajo de los que llegaron
antes. La vida social en cualquier momento del tiempo depende de
un gran número de factores, de necesidades ya desarrolladas tanto
como de otras en embrión cuya producción, conformación y satisfac-
ción es un proceso histórico. El desarrollo de nuevos yoes requiere,
por lo tanto, que podamos reconocer la importancia de las fuerzas del
cambio en gran escala así como el hecho de que las personas que
estamos tratando de ser -individuos completamente desarrollados-
sólo podrá ser el resultado de la historia y la lucha. 2 º
Esta historia y esta lucha requieren de la creación de una nueva
colectividad íntimamente relacionada con la creación de nuevos indi-
viduos, una colectividad que principalmente se oponga al concepto
capitalista del individuo. La creación de esta nueva colectividad

presupone el logro de una unidad "cultural-social" a través de la cual una


multiplicidad de voluntades dispersas con fines heterogéneos, se unan con
un único propósito, sobre la base de una misma y común concepción del
mundo, tanto general como particular, y opere tanto en explosiones transito-
rias (en sus formas emocionales) como de manera permanente (allí donde
la base intelectual está tan fuertemente cimentada, asimilada y experimen-
tada que se vuelve pasión.21

Obviamente sólo podremos transformarnos en la lucha por transfor-


mar las relaciones sociales que nos determinan: yoes en proceso de

18 Véase Nicos Poulantzas, Las clases sociales en el capitalismo actual (México,


Siglo XXI, 1976), p. 20.
19 Marx y Engels, La ideología alemana, p. 84.

20 Marx, Manuscritos económico-filosóficos de 1844, p. 122. Véase también


Karl Marx, Grundrisse, t. 1, pp. 89-90.
21 Gramsci, Selecti<íns, p. 349.
68 NANCY HARTSOC~

can1bio e instituciones sociales cambiadas son sólo dos aspectos del


mismo proceso. Cada aspecto necesita del otro. Cambiarse a sí mismo
-si individualidad son las relaciones sociales en que estarnos envuel-
tos- es cambiar las instituciones sociales. La práctica· feminista reúne
aspectos de la vida que el capitalismo ha separado y lo hace de
manera tal que asimila el aspecto intelectual con la pasión. Corno dijo
Marx: "La coincidencia del cambio .de las circunstancias con el de
·1a actividad humana o cambio de los. hombres mismos sólo puede
concebirse y entenderse.racionalmente como prácti~a revolucionaria." 2 2
Este ,proceso. de .~amb.iarse a. sí mismo y de crecimiento en un mundo
cambiado nos lleva al . sentido de que nuestras vidas son parte de pro-
cesos más .arµplios y dé que todos los .aspectos de nuestra vida deben
estar conectados. · · . ·

La import~ncia de ~ª.totalidad

Al. partir de. la. vida. diaria y la_ experiencia, .el feminismo ha podido
desarrollar uiia política que incorpora. la c_omprensión del proceso y
la importancia d.e. api:opiqrnos de nue'stro pasado como elemento esen-
cial para la acción política. 23 Nos en~ontramos con que continuan1ente
confrontamos nuevas situacio.nes .en las cuales actuamos a partir de
nuestra concienc~a .· :rriodificada del .. mundo . y de nosotros mismos
y en consecuencia exp~rimentamos las reacciones modificadas de otros.
Lo qµe algunos socialistas· han visto com_o estático, las feministas
lo entienden como estructuras de relaciones en . proceso: .una reali-
dad en proceso continuo de.. co.nvertirse ~n . otra cosa. El razonamiento
feminista "concibe toda forma des~rrollada· en el fluir de .su movimien-
to, y por tanto sin perder de vista su lado perecedero" .24 Este modo
de entender las cosas nos permite ver las diversas maneras en que están
relacionados los. procesos y nos .proporcio.na una forma de entender
un mundo en el cual los aconteciinientos adquieren significación a
partir del conjunto de relaciones que vienen a conjugarse en· ellos.
Así, pues, vemos que cada una de las instituciones que forman el
engranaje del capitalismo, el patriarcado y la supremacía blanca con-
diciona a las otras, pero también que cada una de ellas se puede
entender como una expresión diferente de las mismas relaciones. 25
Puesto que cada fenómeno cambia constantemente de forma, de la
misma manera que las relaciones sociales de que está compuesto asu-
29 Marx, "Tesis sobre Feuerbach", p. 666.- Véase también· Gramsci, Selectiqns,
pp. 352-360.
23 Véase. Lukács, History,.,p. 175.
2• Karl Marx, El capital, vol. l, p. 20.
25 Marx, J.Y.f anuscritos económico-filosóficos, p. 9.S.
TEORÍA FEMINISTA Y ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA 69
111en diferentes significados y formas, la posibilidad de comprender
los procesos conforme cambian depende de nuestro entendimiento
de su papel en el todo social. 26 Por ejemplo; para entender el incre-
mento en la cantidad de trabajo asalariado· que desempeñan las muje-
res en los Estados Unidos necesitamos comprender la relación de su
trabajo con las necesidades del capitalismo. Pero también tenemos que
tomar en cuenta, como aspectos diferentes de un mismo ·sistema so-
cial, las condiciones y el tipo de trabajo que el ·patriarcado y la supre-
macía blanca han prescrito para las mujeres. En tanto que feministas,
partimos de una posición que entiende que las posibilidades de cambio
en cualquier área dependen de los cambios que ocurren en otras áreas.
Tanto el capitalismo como el socialismo son más que sistemas eco-
nómicos. El capitalismo no simplemente reproduce la existencia física
de los individuos. "Es ya más bien, un determinado modo de la activi-
dad de estos ·individuos, un determ~nado modo de ·manifestar su
vida, ·un det~rminado modo. de vida· de los mismos ... Lo que son
coincide. . . tanto cori lo que' -producen como con el modo cómo pro-
ducen." 27 Un ·modo' de vida no es divisible. No consta de una parte
pública y una parte privada, una parte en el lugar de trabajo y otra
en ·1a ·c01;nunidad; cada una constituye una fracción determinada y
todas suman un cien por ciento. Un modo de vida, y todos los aspectos
que lo constituyen, adquiere su significado a partir de la totalidad
de que forma parte ..
Debido a alteraciones en los límite~ que separan lo económico de lo
político y debido también al incremento de las interrelaciones ent~e el
aparato del Estado y la .economía (a través de medios tan diversos
como la educación pública y la regulación de la industria por parte
del gobierno), se vuelve cada vez más necesario hacer hincapié en que
sólo se puede comprender, penetrar y finalmente transformar la rea-
lidad como una totalidad y que "sólo un sujeto que es en sí mismo una
totalidad es c~paz de esa penetración". Solamente el individuo colec-
tivo, un grupo unido de personas "puede activamente penetrar la
realidad de la sociedad y transformarla en su totalidad". 28

• Como señaló Lukács, aprehender la totalidad significa buscar las interre-


laciones. Significa elevar las relaciones entre los objetos al mismo status que
tienen los objetos mismos. "(Lukács, p. 154; véase también pp. 8,-10 y 13.)
28 Marx y Engels, La ideología alemana, p. 19. ·
28 Lukács, History, p. 39.
70 N ANCY HARTSocl{'
,
FEMINISMO Y REVOLUCION

Si es verdad todo lo que he dicho sobre el feminismo como método que


se fundamenta en la relación con la vida diaria, entonces ¿qué es lo
que hace que este modo de análisis sea una fuerza para la revolu.
ción? Hay tres factores de particular importancia: 1) El concentrarse
en la vida cotidiana y en la experiencia convierte a la acción en una
necesidad, y no en una elección moral o una opción. No estamos
peleando la batalla de otras personas sino la nuestra. 2) La naturaleza
de nuestra comprensión de la teoría se altera, y la teoría es llevada a
una relación integral y cotidiana con la práctica. 3) La teoría lleva
directamente a una transformación de las relaciones sociales tanto
en la conciencia como en la realidad debido a su íntima conexión con
las necesidades reales.
Primero, ¿cómo es que un modo de análisis feminista cor.ivierte a
la revolución en necesaria? El método feminista de tomar y analizar
la experiencia es una forma de apropiarse de la realidad. La experien-
cia se incorpora de manera tal que nuestras experiencias vitales se
convierten en parte de nuestra condición humana. Al apropiarnos de
nuestra experiencia e incorporarla en nuestros yoes, transformamos lo
que podría ser una política del idealismo en una política de la nece-
sidad. Al apropiarnos de nuestra experiencia colectiva, estamos creando
personas que reconocen que no podemos ser nosotros mismos en una
sociedad basada en jerarquías, dominación y propiedad privada. Es-
tamos adquiriendo una conciencia que nos obliga, como dijo Marx,
"en razón de una angustia o miseria inevitable, irremediable e impe-
riosa -la necesidad práctica- a sublevarnos contra esa inhumani-
dad".29 Incorporar o hacer que lo que aprendemos forme parte de
nosotros resulta esencial para el método del feminismo.
Segundo, he sostenido que el modo de análisis feminista lleva a una
integración de la teoría y la práctica. Para las feministas, la teoría
es la articulación de lo que nuestra actividad práctica ya se ha apro-
piado en la realidad. Como sostiene ~1arx, conforme se desarrolla la
lucha, los teóricos "no tienen ya necesidad de buscar la ciencia en sus
cabezas: les basta con darse cuenta de lo que se desarrolla ante sus
ojos y convertirse en portavoces de esa realidad". 3 º
Si observarnos más de cerca el terna sobre el que escribía Marx en
esa ocasión -la clase obrera inglesa-, encontramos que, para cuan-
do Marx escribió esto, ese grupo ya había desarrollado en alto grado
una teoría a partir de su propia práctica. Habían surgido varias ten-
Karl Marx, Selected writings in sociology and social philosophy, trad. T. B.
211

Bottomore (Nueva York, McGraw Hill, 1956), p. 232.


ªº Karl Marx, Miseria de la filosofía (México, Siglo XXI, 1978), p. 109.
TEORÍA FEMINISTA Y ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA 71
dencias y se habían difundido en una amplia región ideas sobre la
organización y la política. El aislamiento de la hegemonía nacional ex-
perimentada y la excesiva importancia de las personalidades origina-
ron problemas, pero la facilidad con que la clase obrera inglesa or-
ganizó asociaciones es impresionante. Se valieron de diversas formas
tomadas del metodismo, de sociedades simpatizantes, de los sindicatos,
etcétera. Para cuando Marx escribía, era obvio que la mayoría de la
gente entendía que el poder venía de la organización. 31
Al observar la historia sorprende en particular la cantidad de co-
mienzos fallidos, dudas, retrocesos que hubo dentro de la edificación
de lo que hoy reconocemos como conciencia de clase. Elaborar la
teoría a partir de la práctica no se logra fácil ni rápidamente y rara vez
aparece con claridad cuál es la dirección que finalmente va a tomar
la teoría.
Al hacer la teoría, las feministas tomamos y examinamos lo que
encontramos dentro de nosotras mismas; tratamos de aclarar para nos-
otras mismas y para los demás lo que, en otro nivel, ya sabemos. La
teoría por sí misma puede verse, pues, como una forma de tomar de
nuestra experiencia y elaborar a partir de ella. Esto no quiere decir
que las f~ministas rechazan todo conocimiento que no sea de primera
mano o que no podamos aprender nada de los libros o de la historia,
sino que en lugar de leer una -enorme cantidad de textos sagrados,
hacemos de las preguntas prácticas que nos plantea la vida diaria la
base para nuestro estudio. El feminismo reconoce ·que la filosofía po-
lítica y la.acción política no tienen lugar en ámbitos separados. Al con-
trario, los conceptos con los cuales comprendemos el mundo social
surgen de la actividad humana y están determinados por ella.
Para las feministas la unidad de teoría y práctica se refiere al uso
de la teoría para hacer coherentes los problemas y principios expre-
sados en nuestra actividad práctica. Las feministas sostienen que el
papel de la teoría consiste en asumir con seriedad la idea de que
todos nosotros somos teóricos. El papel de la teoría es, en consecuen-
cia, articular para nosotros lo que sabemos gracias a nuestra actividad
práctica, poner de manifiesto la filosofía enclavada en nuestras vidas
y hacernos conscientes de ella. Las feministas están de hecho creando
teoría social a través de la acción política. Necesitamos conceptuali-
zar, asumir y especificar lo que ya hemos hecho para poder tener más
claros los siguientes pasos. Podernos partir del sentido común pero ne-
cesitamos proseguir hacia la filosofía sistemáticamente elaborada por
los intelectuales tradicionales. 8 2
81 E. P. Thompson, The making of the English working class (Nueva Yorlt,
Vintage, 1963), p. 668.
32 Gramsci, Selections,, p. 424, y Marx, "Tesis sobre Feuerbach", p. 668.
72 NANCY HARTSoc~

, . Un tercer factor que .convierte al feminismo en una fuerza para 1a;i


revolución es que el modo de análisis que describí lleva a una trans..;
formación de las relaciones sociales. Esto. es cierto primero en un sen.'
tido lógico, es decir, una vez que las relaciones sociales se sitúan den.
tro del contexto de la formación social como un· todo, Jos fenómenos
individuales cambian de significado y de formas, se ·convierten en otra
cosa de lo que eran. Por ejemplo, Jo que la· teoría liberal entiende
como estratificación social se hace más claro cuando se entiende corno
clase. Pero éste no es simplemente un desarrollo lógico. Como ha se-
ñalado Lukács, la transformación de cada fenómeno a través del re-
lacionarlo con la .totalidad social termina por conferir "realidad a la
lucha diaria al. manifestar su relación · con el todo. De esta manera
eleva la mera existencia a realidad." 33 Este . desenvolvimiento de la
conciencia política de las masas, la transformación de los fenómenos
de la vida, GOnstituye por una parte un acto profundamente político
y po_r otra un, ~'punto de transición'~. 3 ~ La· conciencia. debe convertirse
e~ acto pero el. hecho de volverse consciente es en sí mismo una f orrna
de acto .
. Si convenimos· que el movimiento de las mujeres ha reinventado el
método de Marx y que. por esa razón _,puede ser una fuerza para la
reyolución, debemos, preguntarnos en qué- sentido .específico el movi-
miento. de .las mujeres puede constituirse ·en· modelo para el resto
de la. izquierda. Al principio de este trabajo - esbocé algunas críticas
a la izquierda, basadas todas en el hecho de que .ha .perdido contacto
con la vida diaria .• El contraste que· quiero subrayar es aquel que se
da entre lo que Gra:µisci reconoció como "la acción real", acción "que
modifica de manera esencial -tanto al hombre como a la realidad exter~
na" y "la futilidad gladiatoria que se declara a sí misma como la ac-
ción .pero que sólo -modifica la palabra,. no. las .cosas, los gestos exteriores
y :no el interior ,de la_ persona". 3 5
Al principio ,de ·este trabajo afirmé que la .~ducación estaba ad-
quiriendo nueva. significación . para .el movimiento de las mujeres
debido .. al. papel de la experiencia personal cotidiana en la elabora-
ción de la teoría y en la transformación de la realidad. Las feministas
sabemos que nos. enfrentamos . a la ·tarea de edificar una voluntad
colectiva, un nuevo sentido .común, y. que esto requiere de nuestra
33 Lukács, History, p. 22.
u Ibid., p. 178. Véase también la aseveración de Gramsci de que .. el que una
masa -de personas pue9.a ser conduci<;la a pensar coheren.temente y de la misma
manera coherente sobre el mundo presente real constituye .. un acontecimiento
'filosófico' mucho más importante y 'original' que el descubrimiento por parte
de algún 'genio' filosófico de .verdad ··que queda como propiedad ··de pequeños
grupos de intelectuales" (Selections, p. 325).
35 Ibid., pp. :225,.: 307.
TEORÍA FEl\HNISTA Y ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA 7S
participación en un proceso de educación en· ·dos sentidos. En primer
lugar, no debemos cansarnos· nunca de. repetir nuestros argumentos y,
en segundo lugar, debemos trabajar para elevar el nivel intelectual
en general, la conciencia de mayor número de seres humanos· para in-
ducir una comprensión nueva y diferente de la vida cotidiana. 36 El
movimiento de las mujeres está trabajando en estas dos· tareas; en la
primera insistiendo· en que cada mujer puede reelaborar por sí misma
l<;>s argumentos feministas más generales, y en la segunda, recurrien-
do a los escritos de intelectuales más tradicionales para cualquier guía
que podamos encontrar.-. ·
i\-1arx aplicó su método de -manera sistemática ·al estudio del capi-
tal. .Las feministas aún. no han comenzado realmente el estudio siste-
mático basado en. el. ·modo de· análisis que hemos desarrollado. Aquí
sólo puedo· hacer mención de algunas de las cuestiones que se debaten
hoy día dentro· del .'movimiento de. las mujeres, cuestiones sobre· las
que aún no· hay consenso pero cuya resolución teórica es inseparable
del trabajo. práctico y cotidiano para el. cambio..

,
CUESTIONES PARA LA TEORIA FEMINISTA

La naturaleza· de la clase
1

Los marxistas han dedicado mucha atención a la naturaleza de la cla-


se. 37 La mayoría de -los .teóricos marxistas están de acuerdo en que
hay problemas en las definiciones tradicionales de clase. Si pertenecer
a la clase obrera significa no tener nada que vender más que fuerza
de trabajo~ entonces la inmensa mayoría de la· población norteameri-
cana cabría .dentro· de esta definición. Si pertenecer a la clase obrera
significa contribuir de manera directa a la producción de plusvalor,
entonces· muchos menos de nosotros quedamos dentro de esta categoría.
116 !bid.,, p. 340.
117 El movimiento de las mujeres e5tá debatiendo otra serie de cuestiones im-
portantes: raza, lesbianismo, poder, etc. En e.ste contexto especifico el papel de
la dase puede servir. como ejemplo útil. Casi sobraría agregar que lo que tengo
que decir es simplemente un esquema muy general de las direcciones por las
que la teoría feminista puede dirigir nuestro análisis. Para una serie de enfoques
sobre ·la cuestión de la clase,· véase Sennett y Cobb, Hidden injuries of dass;
Aronowitz, False promises; Poulantzas, Las clases sociales en el capitalismo ac-
tual; C. Wright Mills, Power, politics, and people (Nueva York, Oxford Uni-
versity Press, 1963); T. B.' Bottomore:. :Classes in modern society (Nueva York,
Vintage, 1966); Richard Parker, The myth ·of the middle class (Nueva York, Li-
veright, 1972).
74 NANCY HARTSOCK

Se han hecho muchas modificaciones a estas ideas tradicionales. Al- ·


gunos autores sostienen que hay una "nueva" clase obrera, que lo
importante ahora es la posibilidad de efectuar alianzas con sectores de
la "nueva pequeña burguesía", que el conocimiento y su posesión (la
ciencia) se han vuelto fuerzas productivas, o que la división del trabajo
mental y manual con su consiguiente ritualización del conocimiento
es decisiva para la formulación de las fronteras de clase. 88 Dentro de
este laberinto de teorías sobre la naturaleza de la clase en el capita-
lismo avanzado, un modo de análisis feminista puede proporcionar cla-
ves importantes sobre la naturaleza de la clase en su estructuración
de la existencia concreta de grupos e individuos.
Dado que las feministas partimos de nuestra propia experiencia
dentro de una sociedad capitalista avanzada, reconocemos que las rea-
lidades vividas por los distintos segmentos de la sociedad son diversas.
Si bien es cierto que la mayoría de las personas sólo cuentan con su
fuerza de trabajo para vender a cambio de paga o no, se dan dife-
rencias reales en cuanto a poder, privilegios, habilidad para controlar
la propia vida e incluso oportunidades de supervivencia. Al enfocar
nuestra atención a la vida diaria de las personas aprendemos que
nuestra clase no está definida por nuestra relación con el modo de
producción en el sentido simple de que si vendemos nuestra fuerza
de trabajo (sea pot un día o por toda la vida) o de que si formamos
parte de la familia de alguien (presumiblemente .un hombre) que sí
lo hace, pertenecemos a la clase obrera. Pertenecer a la clase obrera es
una f arma de vivir la vida, un modo de vida no exclusivamente deter-
minado por el simple hecho de que sólo contamos con nuestra fuerza
de trabajo para vender.
Las distinciones de clase dentro de la sociedad capitalista forman
parte de una totalidad, un modo de vida que está estructurado tanto
por. las tradiciones del patriarcado como de la supremacía blanca.
Las distinciones . de clase en los Estados Unidos afectan la vida dia-
ria de hombres y mujeres, blancos y negros y personas procedentes
del Tercer Mundo, a cada uno de diferente manera. Un modo de
análisis feminista nos lleva a plantearnos preguntas que reconocen
lo mucho que ya sabernos respecto a la clase (de hecho, en nues-
tras actividades cotidianas actuamos con base en lo que sabemos)
pero que necesitamos apropiarnos de eso que sabernos para conver-
tirlo en teoría explícita.
La clase social de cada quien está determinada por el lugar que
88 Además de los mencionados en la nota anterior. véase Alain Touraine,

The post-industrial societ:y (Nueva York, Random, 1971). y Harry Braverman,


Labour and monopoly capital (Nueva York, Monthly Review Press, 1974), sobre
todo la parte 5.
TEORÍA FEMINISTA Y ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA 75
se tiene "dentro del conjunto de las prácticas sociales, es decir, por
el lugar que se ocupa en la división social del trabajo como un
todo", y por esta razón debe incluir las relaciones políticas o ideo-
lógicas. "La clase social es, en este sentido, un concepto que designa
el efecto de la estructura en la división social del trabajo (las rela-
ciones sociales y las prácticas sociales)." 39 Las feministas que han es-
crito sobre la clase han dedicado su atención a las estructuras pro-
ducidas por la interacción de las relaciones políticas, ideológicas y
más estrictamente económicas, y esto lo han hecho desde el punto
de vista de la actividad y la vida diarias.
Algunas de las mejores descripciones de la clase y de su importan-
cia para el movimiento de las mujeres las efectuaron las "Furias", un
grupo separatista lesbiano-feminista de la ciudad de Washington,
D. C. Cuando este grupo empezó, muchos de sus miembros sabían
poco respecto a la naturaleza de la clase. Pero pertenecían a él muje-
res de las clases baja y obrera que estaban interesadas en entender
la forma como las oprimían las mujeres -de la clase media. U na de
ellas, una mujer de la clase media, escribió:

Por ejemplo, nuestras ideas sobre c6mo efectuar un m1tm eran distintas de
las de ellas, pero nosotras suponíamos que las nuestras eran las correctas
puesto que eran las más sencillas para nosotras, dada nuestra educaci6n uni-
versitaria, nuestra facilidad en el empleo de las palabras, nuestra capacidad
de abstracci6n, nuestra incapacidad para tomar decisiones rápidas y la difi-
cultad que teníamos en los enfrentamientos directos ... Aprendí [que] la
opresi6n de clase formaba ... una parte de mi vida que yo podía ver y modi-
ficar. Habiendo visto las manifestaciones de clase en mí misma entendí mejor
cómo opera . en general la clase para dividir a la gente y mantenerla
oprimida. 40

Dentro del contexto del trabajo para el cambio quedó claro que
la negativa a tratar el problema de la conducta de clase en un movimiento
lesbiano-feminista es más pura y simple autocomplacencia y termina por
provocar la ruina de nuestra propia lucha. Las mujeres de la clase media
deberían volver la mirada primero a esa escala de valores que es el sistema
de clases en los Estados Unidos. Deberían examinar en qué lugar de esa es-
cala están colocadas, cómo las ha afectado y qué es lo que piensan sobre las
personas que están por encima y por debajo de ellas ... empezar a pensar po-
líticamente en el sistema de clase y todos los sistemas de poder en este país. 41

39 Poulantzas, Las clases sociales en el capitalismo actual, p. 13.


40 Ginny Berson, "'Only by association", The Furies, l, núm. 5 (junio-julio
de 1972), pp. 5-7.
41 Nancy Myron, "Class beginnings", The Furies, l, núm. 8 (marzo-abril de
1972), p. 3.
76 NANCY HARTSOCK

¿Qué es específicamente lo que aprendieron las Furias cuando exami-


naron la forma en que funcionaba la clase en la vida diaria? En primer
lugar, aprendieron que todos, independientemente de nuestro origen de
clase, damos por sentado que "la manera de la clase media es la mane-
ra correcta". La arrogancia de clase se expresa en ese mirar con des-
precio· "a los menos articulados", o en considerar con "burla o lás-
tima. . . ·a aquellos cuyas - emociones no están reprimidas o que no
pueden · proferir ·nuestras teorías · abstractas en menos de treinta se-
gundos". Las Furias descubrieron que la supremacía de clase aparece
también en un cierto tipo de pasividad que eón frecuencia asumen
las mujeres de la ·clase media especialinerite las· de la clase media
alta, para quienes las cosas se han weltó fáciles. Las personas "impul-
sivas, dogmáticas, hostiles o intolerantes" son vistas con desprecio.
Propugnar la' movilidad hacia. abajo o·. despr~ciar a aquellos que no
son ·tan "revolucionarios" es otra forriia ::·de arrogancia de la cla-
se media. Lo que es capital "en todo esto es "que las mujeres de la clase
media establecen los patrones de lo que es correcto ..(incluso el estilo
adecuado de la movilidad hacia abajo.; que por lo general· requiere de
dinero para conseguirse) y actúan 'en forma más revolucionaria que
usted' para con aquellos' a quienes incumbe el .dinero y el futuro".
Las mujeres de la clase ·media tienen el cohtrol sobre la aprobación.
Las formas estrechas, indirectas y deshopestas de. comportarse dentro
de la sociedad bien educada constituyen también. maneras de con-
servar "la supremacía de la clase media y perpetuar lo~ sentimientos
de insuficiencia de la clase obrera~' .42 _
Estos detalles sobre las barreras creadas poi: las diferencias de clase
dentro del· movimiento de las· mujeres nos abren a la comprensión
de algunas cuestiones básicas sobre la naturaleza de la clase. Nos
hacen ver, primero, que la clase es un complejo de relaciones en el
cual los conocimientos o el· know-how están por ·sobre todas las cosas
y, segundo, en un nivel más profundo, que .aquello que está com-
prometido en la realidad cotidiana de la opresi6n de clase es el
desarrollo concreto de la división entre el trabajo intelectual y el ma-
nual. La clase, sobre todo en la medida en que influye sobre la vida
de las mujeres, es un numeroso conjunto de factores en que los as-
pectos políticos e ideológicos, así como los factores estrictamente eco-
nómicos, desempeñan un importante papel. Los teóricos se han cen-

42 Charlotte Bunch y Coletta Reid, "Revolution begins at home", The Furies,

1, núm. 4 (mayo de 1972), ·pp. 2-3. Véase también _Dolores Bargowsky y Co-
letta Reid, "Garbage among the .trash", The Furies: l, ·núm. · 6 · (agosto de
1972), pp. 8-9. Algunos de los ensayos de las Furias se encuentran reunidos en
Nancy Myron y Charlotte Bunch (comps.), Cla:Ss ·and · 'feminism (Baltimore,
Diana Press, 1974).
TEORÍA FEMINISTA Y ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA 77
trado demasiado en la cuestión de la dominación masculina por la
producción pura y simple. As~marse al papel que desempeña la clase
en la vida de las mujeres destaca la importancia que tienen también
otros factores, tales como el papel ,de la familia y las tradiciones pa-
triarcales. Tanto para los hombres como para las -mujeres, la clase
determipa nuestra manera de ver el mundo y nuestro lugar dentro
de- él, la forma en -q11e fuimos_.educados, dónde y cómo actuamos
y si lo hacemos. con seguridad o. con incertidumbre. 43 El proceso de
,producción debe verse,, to.mando .. en c~enta · la -. reproducción de las
relaciones políticas_ e ideológi<;as de dom~nación y subordinación. Son
éstos los factores que llevan hacia el. ~ipo de sentimientos que se des-
crihen como "estar fue'ra de control"'. "no .saber qué hacer" y sen-
tirse inco~petente para juzgar la. p~opia actuación.44
En el fq11do, lo que las personas l;ta~ei:i es describir qué. se siente
. estar_ de~. lado "equiyocado" de..Ja división entre el. trabajo intelec-
tual y .el manual.. Sin. dud_a,. -esta divisiói;i:_ es precisamente la forma
concentrada de las divisiones de , clase eµ . el capitalismo. 45 Es deci-
sivo reconocer que .el, trabajo intele~tu;;il es . "el ejercicio de las rela-
ciones ,polítiq1..s .... - legitimada~ . Y .~rtjcµlad~s por •el monopolio y ,el
. secreto. del . saber,.., es .. decir... por la' .repr_Qduccióµ.. de" las relaciones .de
dominación y subordinación ideológicas".46 .Eltrab_ajo in_telectual ·im-
plica una serie de rituales y símbolos. Y siempre se da el caso de que
el grupo dominado o bien no sabe o bien no puede saber qué cosas
son importantes.47
..
43 _Es . obvip que e~t?Y ,en. desacuerdo _con ..poulantzas, _._quien coloca a las
mujeres ..9.el. lad,o del. trabajo intelectu~l . d~ntr.o de la divis~ón intelectual/
manual del trabajo. Admite que 'las mujeres tienden a ocupar la mayoría de
los trabajos manuales' dentro de la jerarquía· de frab~jos del fado intelectual.
con todo, por la forma como define a la clase, trabajadora (enfocándola casi
exclusivamente. en función del empleo), ,la may9ría· .de ésta resulta ser mascu-
li~a. S~st~:q.er que las mujeres forrn~n parte del "bordear característico. a la
clase obrera" (p. 297) significa cometer el mismo error contra el que el propio
Poulantzas argumenta,· es' negarse a prestar atención a los factores políticos e
ideológicos y, ·más aún, negarse a prestar atención a los factores económicos
en cualquier sentido que no sea el más estrecho. El hecho de que una mujer
de una familia de la clase_ trabajadora t01ne un trabajo como secretaria no
basta para colocarla como parte de la pequeña burguesía.
H Estas definiciones están tomadas de Sennett y Cobb, Hidde11 injuries 01
class, pp .. 97, 115, 157. Uno. de los efectos _más importantes de la clase consiste
en. hacer que. los mienibl'.os de_ la clai:;e trabajadora d:u.den f;Q.bre si tienen el
legítimo derecho de pelear. .
45 Poulant_z~s. Lq,s clases socipJes. en el · ca_pit~lismo actual, p. ·215.

46 ·1bid., .p~ 222.


47 Ibid., p. 239 .. Poulantzas. lla~a la atenció'.!1- correctament~ .. _sobre el hecho
de que .1!9 hay ninguna. razón .técnica. por la que la .ciencia :.'dep~.r~a asumir la
forma de· una división entre el 'trabajo j.nt~lectual y '.el ,m_anual (p.- 219). Véase
78 N ANCY HARTSOCI( ·

Al llamar la atención sobre la vida en lugar de sobre la teoría,


el movimiento de las mujeres ha llamado la atención sobre la domi-
nación cultural como un todo, y ha iniciado un análisis político
que no se da aislado de la actividad práctica. Al destacar las dife-
rencias reales entre las mujeres en términos de clase -confianza,
habilidad para expresarse verbalmente, desahogo respecto al dinero,
sentido de identidad de grupo-, estamos desarrollando nuevas pre-
guntas sobre las clases. Aunque apenas comenzamos la tarea de re.
construir la categoría de clase, estamos también aprendiendo que es
importante· prestar atención a los mecanismos de dominación como
un todo. Al considerar la clase como una característica de la vida
y la lucha, el movimiento de las mujeres ha establecido algunos de los
términos que cualquier movinliento revolucionario debería utilizar:
hasta que no confrontemos a la clase como parte constitutiva de
nuestra vida diaria, hasta que no comencemos a analizar lo que ya
sabemos respecto a la clase, sólo hasta entonces y no antes, po-
dremos construir un movimiento unificado y en gran escala para la
revolución. En esa tarea es necesario que reconozcamos el papel
decisivo que desempeña la división entre el trabajo manual y el inte-
lectual en toda su complejidad, para la formación de ese modo de vida
total que es el capitalismo.

Organizaciones y estrategias

El feminismo no prescribe una forma de organización pero sí con-


duce a una serie de preguntas respecto a las prioridades organiza-
tivas. En primer lugar, un modo de análisis feminista propone que
necesitamos organizaciones que incluyan la apropiación de la expe-
riencia como parte del propio trabajo de organización. Es necesario
que analicemos de manera sistemática lo que aprendemos conforme
trabajamos en las organizaciones. El análisis de nuestra experiencia
en pequeños grupos ha resultado valioso, y ahora es necesario pasar
a desarrollar formas para apropiarnos de nuestra experiencia orga-
nizativa y utilizarla para transformar nuestra concepción de lo que
es una organización. Algunas organizaciones feministas están empe-
también Braverman, Labor and monopoly capital, quien prueba de manera
bien documentada la historia de la creciente separación entre las dos formas
de trabajo. La separación del trabajo manual y del intelectual tiene ramificado·
nes muy interesantes en lo que respecta a las mujeres, puesto que se las ha ido
excluyendo cada vez más del ejercicio de las funciones técnicas en el capitalis·
mo. Un ejemplo interesante de esto nos lo proporciona la exclusión cada vez
-mayor de las IJlUjeres de la práctica de la medicina conforme ésta se convirtió
en una calificación técnica. (Véase Hilda Smith, .. Ideology and gynecology
in seventeenth century England", 197:lt)
TEORÍA FEMINISTA Y ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA 79
zando a poner en práctica estos procedimientos, es decir, a plantear
preguntas sobre por ejemplo, el proceso a seguir en las reuniones
0 la forma en que se hace o se debería hacer el trabajo. 48
Puesto que muchas de nosotras durante mucho tiempo nos nega-
rnos a elaborar ningún tipo de estructura organizativa, como reac-
ción a nuestras experiencias dentro de las organizaciones del resto de
la izquierda, apenas ahora podemos comenzar a pensar sobre la f or-
rna en que deberíamos trabajar dentro de organizaciones que sí
tengan algún tipo de estructura. Es necesario que elaboremos las
posibilidades para el cambio y el crecimiento dentro de nuestras
organizaciones en lugar de apoyarnos sólo en los pequeños grupos.
Esto quiere decir que es necesario enseñar de manera sistemática
y respetar las habilidades de cada quien, así como permitir a nues-
tras organizaciones que cambien y que crezcan en direcciones nuevas,
diferentes. Debemos utilizar nuestras organizaciones como lugares
donde empezar a redefinir las relaciones sociales y crear nuevas
formas de trabajo que no sigan el patrón de dominación y jerarquía
establecido por el modo de producción como un todo.
Un modo de análisis feminista tiene también implicaciones para
la estrategia. Podemos empezar a constituir coaliciones con otros
grupos que compartan nuestro enfoque sobre la política. Sin embar-
go, no podemos trabajar con personas que se nieguen a enfrentar
las preguntas en términos de la vida cotidiana o con personas que
no utilicen su propia experiencia como base fundamental para el co-
nocimiento. No podemos trabajar con aquellos que tratan a la teoría
como si fuera un conjunto de conclusiones que adosar a la realidad
y que, por su propio compromiso moral, hacen una revolución para
beneficio de sus inferiores. Un modo de análisis feminista propone
que trabajemos en aquellas cuestiones que tienen un verdadero im-
pacto sobre la vida cotidiana, y que son muy diversas: vivienda,
transporte público, precios de los alimentos, etc. La única condición
para formar coaliciones con otros grupos es que compartan nuestro
método. Mientras aquellos con quienes trabajamos estén buscando
el cambio por necesidad, porque, al igual que nosotros, no tienen
alternativa, habrá entonces una base real paiq. la acción común.
Conforme trabajamos sobre cuestiones específicas debemos pregun-
tarnos continuamente cómo las podemos utilizar para construir nues-
tra fuerza colectiva. El modo de análisis desarrollado por el movi-
miento de las mujeres propone diversos criterios con los cuales se
pueden evaluar estrategias específicas. En primer término, debemos
preguntarnos cómo va a servir nuestro trabajo para educarnos polí-

4.8 Lukács, History, p. 333.


80 NANCY HARTSOCI(

ticamente a nosotras mismas y a otros, cómo. nos va a ayudar a ver


las conexiones existentes entre las instituciones sociales. En segundo
lugar, debemos· preguntarnos cómo afecta una estrategia específica,
de manera material, nuestra vida diaria. Esto implica preguntarse
¿cómo mejora nuestras condiciones de · existencia? ¿Cómo afectará
nuestro .propio sentido del yo y nuestro propio poder para cambiar
el munpq? ¿Cómo puede una estrategia específica politizar a la
gente, hacerla- consciente de . los problemas que están más allá de
los individuales? 49 En. :tercer lugar, debemos preguntarnos cómo
trabajan ·nuestras ·estrategias en la· edificación. de .organizaciones, en la
edificación .ele·· un individuo colectivo que incremente nuestro poder
de. transformación de· las. relac:iones.; sociales como---un todo. En cuarto
lugar, q_ebemos preguntarnos. cómo' debilitan nuestras estrategias a las
instituciones que cqntrolan nuestras v~das: ·el patriarcado, la supre-
macía blanca y. el capitalisJno. Nuestras estrategias no deben trabajar
solamente para debilitar a cada una de estas instituciones .de manera
separªda, sino que d~be·atacarlas··sobre .la ·base de una.. :comprensión
de la totalidad· de la que forman ·parte.
En .toc:lo lo anterior. debemo~, sin. embargo,. tener presente que "no
existe una táctica :ya elaborada en todos sus· detalles que un comité
central . podría. ·enseñar a.· sus: tropas como . en un', cuartel. ..En general
las tácticas d_e _un partido de masas no se pueden-inventar. Son el re-
sultado ..qe. una .. serie ininterrumpida. de grandes· acto~ creadores de la
luc:P,a. --de clasf!S.·:con .. frecuencia espontánea, ..que·. busca su camino.
El inconscient_~ . :pr:ecede lo copsciente..."!5º
. : Lo más importante es que. un modo de anáJisis feminista nos per-
:Q1.Íte reconocer que. la lucha misma "debe ·considerarse como un pro-
ceso. C<?n todas.. sus dificultades internas. Es -necesario evitar, por. una
parte, . 9,esarrollp.r una ·p~rspectiva ·.. estrecha y sectaria y, por otra,
abandonar nuestro objetivo de .la revolución~ Debemos continuar ba-
sando: .nuestro .trabajo· en la· necesid~d del cambio en nuestra propia
vida. Nuestra ·.teorización política sólo puede· surgir de la apropia-
ción del trabajo político práctico que hayamos hecho. Si bien las
respuestas a ·nuestras preguntas sólo se dan de manera lenta y con
dificultad, debernos recordar que estamos comprometidas en el pro-
ceso continuo de aprender qué tipo de mundo querernos crear con-
forme trabajamos para el cambio.

-Criterios más amplios _para la selección de estrategias se presentan ~n Char-


' 9 .
lotte Bunch, "The reform tool kit"~· Qu·est, 1, núm. l (verano de 1974).
· 50 Rosa Luxemburg, "Problemas de· organización ·de la socialdemocracia rusa",
en Teoría marxista del partido político, vol. 2 . (México, Cuadernos de Pasado y
Presente, 12, 19"79), pp. 46 y 50.
PARA TERMINAR CON LA DUPLICIDAD:
INFORME SOBRE LOS GRUPOS
MARXISTAS-FEMINISTAS 1-5*

ROSALIND PETGHESKY

El ·trabajo aquí reunido es resultado del pensamiento colectivo y de


cuatro años de interacción del llamado Marxist-Feminist, Group 1,
o M-Fl, que se constituyó en 1973 a partir de una red informal de
mujeres, i:nuchas de ellas académicas radicales y otras; comprometidas
principalment,e en trabajos de organización dentro de la comunidad,
cuidado de la salud, organizaci.ón dentro de oficinas y otros. Nunca
fue de hecho una "organización", en el momento actual no repre-
senta, ni mucho menos, un "movimierito". A lo más puede conside-
rarse como la expresión estructural de una tendencia política y per-
sonal: la necesidad que tiene un número considerable de mujeres, ac-
tivas hace mucho tiempo tanto dentro del movimiento de las muje-
res como dentro de la . izquierda independiente, de integrar los dos
aspectos principales de su propio pensamiento y práctica políticos.
Al trabajar solas o en pequeños grupos aislados, dentro de nuestras
propias familias, comunida_.des, escuelas, oficinas e instituciones, las
tensiones entre nuestro marxismo y nuestro feminismo a veces parecían
abrumadoras .. Al reunirnos como lo hemos venido haciendo, varias
veces. al año du.rante los últimos cuatro años, para reflexionar, com-
parar y analizar nuestras situaciones divergentes y comunes, la po-
sibilidad de una síntesis de puestras ideas y nuestra práctica, ha comen-
zado a parecer más real.
Debido a que los miembros del M-F 1 proceden de lugares suma-
mente dispersos -Nueva York, New Haven, Hartford, Buffalo, Mas-
sachusetts, Boston, Washington, D. C.- y a que trabajan en una
serie de marcos poiíticos muy diversos, nunca nos imaginamos siquie-
ra que podríamos iniciar alguna actividad de organización común o
formular una estrategia de grupo. Así, pues, nuestra. actividad ha sido
principalmente de naturaleza teórica, consistente en discusiones in-

• Además de la influencia· general y penetran.~e de mis hermanas del M-Fl


sobre lo que pienso en este trabajo, tengo una deuda muy particular con
Ellen Ross, que leyó el original. ·y_ me proporcionó su lucidez excepcional, así
como con Sarah Eisenstein por su apoyo.

[81]
82 ROSALIND PETCHESRI

tensivas de un fin de semana en torno a una serie de ternas dif~


rentes: la mujer y los sindicatos; la maternidad, Ja ideología patria(j
cal en el período victoriano, la crisis fiscal y su impacto sobre laf
mujeres, la sexualidad y la teoría psicoanalítica, el racismo en ~f
cuidado de la salud y en las políticas de control de la población, femi~
nisrno y cultura, cómo construir un movimiento feminista, etc.; siend~
éstos sólo una pequeña muestra de los ternas de estudio más forma.
les que han llamado nuestra atención. Además, hemos dedicado tiern~
po a discutir ternas de naturaleza más "personal", corno son los hom-
bres, la sexualidad, la organización de la vida, el trabajo, el dinero
y nuestros sentimientos en torno a ellos, como parte regular de cada
reunión de fin de sernaria. Es· claro: que la división entre los temas
~''durós"-y los personales (''suaves"} refleja una continua dicotomía en
nuestra co:riciencia, una continua incapacidad de concretar la "co-
ne~ión entre l~ personal y lo político"" en la que todas creemos defini-
tivamente .. Con· todo,_ el ·deseo de combinar la teoría, la experiencia
personal y la conciencia, y de organizar estrategias en nuestras discu-
siones sigue siendo una preocupación evidente y apremiante.
M-F 1 ha· tenido un desarrollo lento y reticente para comprometerse
por escrito en la forma de uri proyecto colectivo ·de trabajo. Pero
hemos llevado un registro cuidadoso de nuestro trabajo teórico en
forma de notas y en una serie de formas sutiles e innumerables en que
el pensamiento colectivo ha entrado ·dentro de 1a ~scritura indi-
vidual, en la enseñanza y en la practica política de todos nuestros
miembros. Quizá el resultado más concreto de nuestro trabajo juntas
sea la formación de los grupos feministas 2, 3, 4, y ·ahora el 5, en los
últimos tres años. La facilidad y el entusiasmo con el que se reunieron
nuestros grupos hermanos indica que el desarrollo de una política
genuinamente marxista-feminista es una necesidad que todas sentimos
profundamente y que compartimos muchas mujeres en las ciudades en
las que han surgido estos grupos (sobre todo en Boston y Nueva York).
Ahora contarnos con la rnernbrecía de unas· 175 mujeres. El 19 de
marzo de 1977 nos reunirno~ pa~a. un primer encuentro, en una
sesión de todo el día en el Barnard College, para compartir nuestra
forma de trabajar y nuestras ideas sobre marxismo y feminismo corno
perspectiva y corno movimiento en potencia. En esta reunión, el único
asunto político que conservó el mayor interés corno área de trabajo
adecuada para el futuro fue la política de reproducción, específica-
mente la campaña en marcha contra el abuso de la esterilización. Se
sentía que este problema presentaba un amplio potencial para integrar
las cuestiones de sexo, raza y clase así 'corno para :construir lo's puentes
que creernos determinantes entre el movimiento feminista ·y el Tercer
Mundo, los movimientos . . antimpe!ialistas y so~ialis~as revolucionarios.
LOS GRUPOS MARXISTAS-FEMINISTAS 1-5 83
De manera más general, imperó un espíritu de esperanza y cautela
durante la sesión, una conciencia de que las ambigüedades en nuestra
política así como las contradicciones en nuestras vidas diarias están
lejos de verse resueltas. Este espíritu lo capturó mejor que nadie Mary
Bailey, portavoz del grupo M-F2:

En nuestra calidad .de marxistas-ferhinistas · estamos montadas sobre un ca-


ballo inquieto. No hemos decidido qué significa el guión. Creemos que
lo que queremos es una revolución que proceda de las entrañas mismas
del marxismo y el feminismo, y, sin embargo, nuestra propia práctica como
grupo deja sin. delinear los aspeCtos formales de tal revolución. Con dema-
siada frecuenda ló .único que todo esto ha significado es que somos mar-
xistas para nuestras hermanas feministas ·y feministas para nuestros hermanos
marxistas. El peligro ~á.s grave. . . a que n'os enfrentamos hoy es que nos
vamos a conformar con· este guión, nos vamos a instalar cómodamente
cori él como explicación para nosotras mismas. Se vá a convertir en un
dato, en una cifra, y no en un proyecto. Se va a· utilizar como forma de con-
1

seguir ·y asegurar nuestro sitio ·en una economía en decadencia, como forma
de encontrar una litera que tratamos de acomodar dentro de los· escasos
nichos disponibles en la sociedad capitalista, como forma de definirnos a
nosotras mismas para el resto de· nuestras ·vidas. Lo único que nos puede
prevenir contra esto son las contradicdones de nuestras propias vidas que
no tolerarán esa definición estática; las contradicciones del capitalismo que
van a hacer que este esfuerzo sea extremadamente difícil, y . esperamos
que hasta imposible .. Lo que interviene en esta relación de dos términos es el
deseo; en todos los planos. Unión como deseo. Hemos escuchado sus susurros.

Lo que sigue es una versión ampliada de la plática que di en dicha


.,
reun1on.

MARXISMO-FEMINISMO: *
TRASCENDIENDO LAS "ESFERAS SEPARADAS"

Hace algunos años comenzó a circular en la "clandestinidad" marxista-


fenlinista un manuscrito muy interesante. Se llamaba "Traffic on
women", escrito por Gayle Rubín, y señalaba el camino para un tipo
de análisis que podríamos considerar co~o propio, una genuina meto-

• Debido a que la autora es miembro del Grupo 1, y no porque ese grupo


.sea más impo'.rtante o haya ejercido algún papel particular de "vanguardia",
estas notas reflejarán de manera desproporcionada la experiencia del Grupo l.
.,Hasta hoy los cinco grupos no han establecido todavía ningún sistema de con-
:sulta mutua que funcione de manera regular.
84 ROSALIND PETCHESKY

dología marxista-feminista. 1 Si· menciono de manera individual el tra-


bajo de Rubin no es para elogiarlo sino porque creo que representó un
punto definitivo para el desarrollo teórico del marxismo-feminismo;
señaló el principio de un enfoque analítico mucho más rico e integrado
del que habíamos podido lograr hasta entonces, en nuestra ansiedad
por situar a las mujeres de manera sólida y respetable dentro de los
volúmenes de El capital o bien de politizar lo "personal" por el hecho
solo de describirlo con detalles exhaustivos (y deprimentes).
En su proposición de una "economía política del sexo-género",
Rubin proponía inteligentemente que la sexualidad y el género, así
como las estructuras de parentesco-familia en las que éstos se repro-
ducen "son a su vez productos sociales", que están hechos de rela-
ciones históricamente ·determinadas en las que la producción material,
la riqueza, el intercambio, el poder y la dominación -además de los
sentimientos y la sensibilidad-. están incluidos de manera directa. Esto
a su vez llevaba a otra especulación analítica: que la "producción" y la
"reproducción", el trabajo y la familia, lejos de constituir territorios
separados corno la luna y el sol o como la cocina y la tienda, son en
realidad modos íntimamente relacionados que repercuten uno sobre el
otro y que con frecuencia se dan en los mismos espacios sociales, físi-
cos e incluso psíquicos. Merece hacerse hincapié en este punto, ya
que muchas de nosotras todavía estamos atascadas en el modelo de
las "esferas separadas" (que dividen "el lugar de la mujer", "la re-
producción", "la vida privada", el hogar, etc., del mundo de los hom-
bres, la producción, "la vida pública", la oficina, etc.). Hoy estarnos
aprendiendo que este modelo de las esferas separadas distorsiona la
realidad y que es en cada una de sus partes una construcción tan ideo-
lógica como lo son las mismas nociones de "hombre" y "mujer". La
reproducción y el parentesco, o la familia, no sólo tienen sus propios
productos, técnicas materiales, modos de organización y relaciones de
poder, históricamente determinados, si~o que la reproducción y el pa-
rentesco están en sí mismos relacionados de modo integral con las
relaciones sociales de producción y el Estado, reelaborando continua-
mente esas relaciones. lJ.na de las implicaciones que tiene esta ruptura
teórica (y no creo utilizar un término demasiado grandioso) es que
las dos tareas de analizar el patriarcado y de analizar la economía
-sea capitalista, precapitalista o socialista- no se pueden separar. El
proceso misi:llo de desarrollar un modo de análisis marxista-{eminista
necesariamente va a profundizar la dialéctica marxista y a enriquecer
sus f oqnas ~e ver y reflejar el _mundo.

El artículo de Rubin se puede encontrar en Rayna Reiter (comp.). Toward


1

an anthropology of women (Nueva York, Monthly Review Press, 1975).


LOS GRUPOS MARXISTAS-FEMINISTAS 1-5 85
El papel que yo misma elegí para mí en esta reunión consiste en
compartir con ustedes mis ideas sobre cómo y en cuáles áreas ha co-
menzado ya a darse este proceso. Tengo mucha confianza en que la
teoría y la metodología marxistas-feministas no son ya solamente un
deseo (o un "matrimonio infeliz"). Nosotras mismas, en nuestros gru-
pos de discusión y en nuestros escritos, hemos ayudado a convertir esa
teoría en un serio proyecto político e intelectual. Cuando reviso dónde
estamos paradas en esta cuestión, . me encuentro con que hemos co-
menzado a analizar cuatro interrelaciones fundamentales y que, dentro
de ellas, las interconexiones dinámicas entre . lo público y lo privado,
la producción y la reproducción, están surgiendo de una manera con-
creta e histórica muy precisa. 1'.!stas son :
1] La relación entre el parentesco, o la familia, y la estructura de
clase. Pienso en las formas tan diversas en qüe la familia y los sistemas
de parentesco reflejan y ayudan a repetir el modelo de las relaciones
sociales fuera de la familia.
2] La relación entre el control sobre los medios de reproducción
(específicamente la sexualidad. y el parto) y el poder masculino. Esto
se refiere a nuestra comprensión cada vez mayor del hecho de que
el control sobre las condiciones materiales y las técnicas de alumbra-
miento y de la. sexualidad es un instrumento importante de la domina-
ción patriarcal y capitalista/imperialista, de ahí que sea un objetivo
importante en la lucha feminista socialista..
3] La relación entre la ideología patriarcal, o de supremacía mascu-
lina, y el-Estado, su,_forma y su legitimidad. No es suficiente con mos-
trar simplemente las coincidencias que se dan entre el patriarcado
y la forma de organización del Estado, como lo hizo Engels; estamos
comenzando a aprender cómo el . patriarcado garantiza el poder del
Estado. Esto incluye la función de las ideologías antifeministas domi-
nantes, tal como la del "doble patrón", los tabúes de contaminación
misógina, el culto a la maternidad, etc., como las legitimaciones prin-
cipales de los estados burgueses antiguos y modernos.
4] Las relaciones entre todo lo mencionado hasta aquí y la concien-
cia de la mujer, y entre la conciencia de la mujer y la naturaleza de la
transformación revolucionaria. Mientras más comprendemos las condi-
ciones reales de la mujer, más entendemos por supuesto las formas
específicas en que han actuado las mujeres para transformar esas con-
diciones y para transformar los movimientos revolucionarios desde
adentro.
No tenernos tiempo aquí para analizar todas estas relaciones o si-
quiera para ilustrarlas con detalle. Lo que haré será dar algunos ejem-
plos de trabajos intelectuales recientes que .nos han hecho avanzar
86 ROSALIND PETCHESKy

en las primeras dos áreas mencionadas y después presentar algunas


ideas muy breves sobre la tercera y la cuarta.

1] El par~ntesco y la estructura de clase

Como marxistas-feministas es bastante probable que nuestra compren-


sión más· compartida y mejor comunicada sea el grado en que a) las
condiciones materiales y sociales específicas de las mujeres con10 grupo
están determinadas . en gran ·medida por las estructuras de paren-
tesco, y b) la f aÍnilia misma, tanto su forma como·. sus funciones, está
determinada por fuerzas económicas y ·sociales más amplias. Hoy día
contamos con gran cantidad de pruebas antropológicas de que la su-
premacía masculina en algunas de sus f armas antecede no: sólo al ca-
pitalismo sino también a la sociedad de clases. y al Estado en general. 2
Debido a que los estudios de las sociedades preclasistas se interesan
directamente en el parentesco, pueden resultar útiles para desarrollar
l,lna especie de tipología de los sistemas patriarcales, la división sexual
del trabajo y las formas de resistencia de las mujeres. Estos estudios,
hechos a. partir de una perspectiva marxista-feminista, muestran por
ejemplo que las. condiciones materiales y_ el poder de las mujeres di-
fieren de manera su.stancial según si hay una. forma de parentesco ma-
trilocal Q patrilocal; según si existen medios sociales en los cuales pre-
valezcan la estabilidad y la paz o bien el militarismo y el peligro;
según si hay posibilidades para que .funGi_one una comunidad de muje-
res y redes de parentesco .o .no, etc. ~1e parece (sin ser antropóloga)
que todavía tenemos mucho camino por recorrer antes de que sepamos
cuándo y bajo· qU:é condiciones la divis~(>n sex~al del trabajo en las
sociedades ·preclasistas es una· relación de domi:r;iación, es decir, una
relación de· supremacía patriarcal ·o masculina, o cuándo se trata
simplem.ente de una división. 3 : Lo que sí conocemos bien son las for-
mas específicas a través de las cuales el patriarcado y la familia deter-
minan la situación -de la mujer en las sociedades de clase y Estado,
2 Véanse los importantes ensayos hechos por antropólogas 1narxistas-feminis-
tas en Toward an anthropology of women, y en Michelle Rosaldo y Louise
Lamphere (comps.), Woman, culture and society (Stanford, Stanford University
Press, 1974), sobre todo los de Kathleen Gough, Patricia Draper, Paula Webster,
Rubin _y Ruby Rohrlich-Leavit, en el primer libro, y de :Michelle. Rosal<lo,
· Louise-Lamphere y Náncy Tam.ierl en el segundo.
3 Un ·punto de vista· parecido lo ·expresan Rayna Reiter, en la introducción

a Toward an anthropology of women, y Eleanor Leacock en la introducción al


libro de Friedrich Engels, El .origen de la familia, la propiedad privada y el
Estado. Ambas ·autoras sostienen,· aunque de .maneras diferentes, que para en-
tender ·mejor ia posición de las mujer~s · en las sodedades preclasistas necesi-
tamos una definición más exacta·de lo que queremos decir por .. poder".
J..OS GRUPOS MARXISTAS-FEMINISTAS 1-5 87
en parte porque como -marxistas entendemos mejor el poder en esas
sociedades; y podernos mirar con más precisión cómo las así llamadas
"esferas" de producción y reproducción las interpenetran.
Por ejemplo, el artículo de Laura Oren sobre las familias ·que tra-
bajaban en Inglaterra durante el proceso de industrialización nos
muestra en términos materiales específicos cómo el control del marido
sobre el salario interviene en la relación de la esposa ·con la economía
capitalista y determina las relaciones sociales entre marido y mujer. 4
A través del análisis de .la distribución del salario dentro de la econo-
mía doméstic;;i. aprendemos una de las bases materiales de la domina-
ción masculina en las familias de· la clase trabajadora y sobre la
forma particular de enajenación del ama· de casa; pero también apren-
dernos cómo la relación del salario se reproduce a su vez a través de
la economía familiar. El ·artículo de Oren indica que la forma espe-
cífica de familia creada por el capitalismo -la mujer confinada a
la monogamia, al ·trabajo doméstico y a la dependencia económica,
y el hombre definido corno el que gana el pan- ayuda a legitimar y
estabilizar la relación ·del trabajo asalariado con el capital. En otras
palabras, la relación de la familia jerárquico/patriarcal es una condi-
ción necesaria para el trabajo asalariado del hombre. El análisis
de Oren. sobre cómo se transforma. el salario en partes desiguales de
comida, salud y otras cuestiones parecidas,· proporciona pruebas empí-
ricas de lo que ya sospechábamos: que los hombres de la clase tra-
bajadora obtienen del patriarcado también algo material y no sola-
mente ilusorio, y que este sistema material de poder, de privilegios
y de recursos extras da lugar a un lazo objetivo entre ellos y los
hombres capitalistas, así como a una división objetiva entre ellos
desde el punto de vista de la clase trabajadora como un todo.
Otro conjunto de ejemplos ·sil'Ve para ilustrar la relación de doble
sentido entre el parentesco y la estructura de clase. Los muchos exce..;.
lentes análisis sobre el trabajo de las mujeres que han surgido del
marxismo-feminismo nos han hecho darnos cuenta de que los patrones
de parentesco y las funciones de la familia tan profundamente encla-
vados dentro del sistema capitalista determinan la posición de la
mujer dentro del rnismo. 5 Las mujeres de las sociedades capitalistas
~ "The welfarc of women in laboring families: England, 1860-1950", en MaTy
S. Hartmann y Lois Banner (comps.), Clio's consciousness raised: new perspecti-
·ves on the history of women (Nueva York, Harper and Row, 1974).
5 Los trabajos mariistas-feministas ·'más influyentes que tratan no sólo de

analizar Ja economía política del· trabajo doméstico, sino de relacionar el tra-


bajo de las mujeres· en la familia con su trabajo fuera del hogar, han sido los
de Juliet Mitchell, Woman's estate (Nueva York, Pantli,eon~ 1971), Sheila Row-
botham, Woman's conciousness, man's world -(Baltimore, Penguin, 1972), y Ann
Oakley, W01rian's work:· the housewife, past and present (Nueva York, Pan-
88 ROSALIND PETCHESKy

avanzadas encuentran todavía que no sólo la vida doméstica sino


también la posición social y dentro de la fuerza de trabajo, la deter-
minación de los ~mpleos y condiciones de trabajo, están en gran me-
dida determinadas por rituales orientados por el parentesco, por los
patrones patrilocales residenciales, por, sobre todo, las funciones ma-
ternas. :Niás aún, autoras como Judith Stacey y Norma Diamond han
demostrado, con el caso de la China contemporánea, que el patriar-
cado puede seguir siendo la norma dentro de las sociedades socia-
listas, .al grado de que los aspectos básicos de los sistemas patriarcales
de parentesco -como son la residencia patrilocal y la crianza de los
niños ·exclusivamente femenina- aún gobiernan la vida de las mu-
jeres y determinan su lugar dentro de la economía y el Estado. 6
Per:o en la .medida en que. nuestro considerable interés nos aclara todo
esto, cada vez pre~tamos menos atención al modo en que la estruc-
tura de clase misma es afectada por el parentesco y las relaciones
famlliares. Permítaseme . citar sólo dos ejemplos de encuestas que re-
velan esta dimensión de la relación famili~-s~ciedad. U no, que es
bastante conocido, tiene que ver con el efecto que tuvieron los pa-
trones matrimonialei; sobre la ide_ntidad y consolidación de la. clase
alta en la Europa del siglo xv111 .. Estudios · de historiadores franceses
e ingleses (como Bloch y Habbakuk) muestran; los patrones exóga-
mos entre el_ gran capital comercial ..y f!nanciero y los elementos más
emprendedores de .. la aristocracia. 7 Entre los miembros ;.masculinos
de estas clases, _el .~'-tráf~co de mujeres;.'.· (sobre todo de las. hijas de
la nobleza urbana . y rural). fue, durante el período de acumulación.
de capital preindustrial en Europa occide~t~l, ·un agente de primer
orden en la cimentación de una nu~va. clase dominante .. Si obser-
vamos de cerca •. los patrones de ei:idogaµiia . y exogamia, veremos que
nos muestrai:i muchas cosas no sólo. sobre los sistemas de herencia
sin.o sobre todo el proceso de formación de la clase y la naturaleza
de la conciencia de clase. Vistos desde.:una perspectiva marxista-femi-
nista, tales análisis muestran que la llamada '~esfera de reproducción",

theon, 1974). Véase también Rosalyn Baxandall, Elizabeth Ewen y Linda Gor-
don, "The ·working class has two sexes", en Technology, the labor process, and
the working class: essays is honor o/ Harry Braverman (Nueva York, Monthly
Review Press, 1977), y Batya Weinbaum y Amy Bridges, "La otra cara del
sueldo: el capital monopolista y la estructura del consumo", en este libro.
6 Judith Stacey. "When patriarchy kowtows: the signifieance of the Chinese

family . revolution for feminjst theory", Feminist Studies,: 3. núm .. 2 (1975). y


en este libro., y Norma Diamond, "Collectivization, kinship. and the ·status of
wm~en in rural China~', en Toward an anthropology of .women.
7 _Marc Bloch, French rural history: an essay on its ba#c characteristics (Ber-
keley, University of California Press, 1966), y H. J. Habbakuk, "English landow-
nership, 1680-1740",. Econqmic History fl.eview, 10, nµm. 1 . (1940).
. LOS GRUPOS MARXISTAS-FEMINISTAS 1-5 89
0 parentesco, en realidad produce riqueza además de reproducir a la
clase como un todo (y no sólo a sus individuos).
Otro ejemplo que desmiente la imagen de una brecha entre el do-
rninio de la familia y el de la economía política se podría tomar de
un contexto contemporáneo. Los escritos de Amy Bridges, Batya
Weinbaum y Ruth Milkman trascienden la noción abstracta de la
familia como esfera privada al analizar cómo la familia y el "tra-
bajo de consumo" que realizan las mujeres disminuyen durante pe-
ríodos de crisis económica, proporcionando la condición necesaria
previa para la inflación, . los despidos y la reducción de servicios
especiales. 8 Conforme las mujeres estiran el . presupuesto del hogar
y se hacen cargo de los miembros más viejos de la familia sacándolos
de los hospitales,. así como de los niños a los que recogen de las guar-
derías y de los ·adolesc~ntes que ya no pueden pagar su educación
escolar sÚperior, la familia. (esto es, las mujeres) asume los trabajos
que de otro modo corresponde~ían al Estado, contribuyendo a suavi-
zar las puntas duras y difíciles de . las crisis hasta hacerlas humana-
mente soportables. .
Podría parecer que estoy sumando peras con manzanas ante la
diversidad de ejem,plos, pero no es así, el punto es uno solo y muy
general: que la r~lación entre . los sistemas familiares y los sistemas
de clase es un proceso coJ;Ilplejo y dialéctico (proceso que es la ma-
teria de lo que las marxistas~feministas se . han consagrado fructífe-
ramente a explicar).

2] El poder patriarcal y el control sobre los medios de ·reproducción

Los movimientos feministas siempre se han caracterizado por una


convicción profundamente arraigada, que con . frecuencia llevan al
nivel de resistencia individual o de demanda social, más amplia, de
que cuestiones tales· como el control de la natalidad· y el aborto, o
las definiciones de :'ilegitimidad", son políticas en el más alto
grado. En buena parte, el lema "lo personal es político" tenía la in-
tención de comunicar esta realidad: cómo y con qué frecuencia la
gente tiene relaciones sexuales, practica el control de la natalidad o
da a luz, son cuestiones de gran importancia política; que no hay
una "esfera privada" donde se atienda tales cuestiones. La investiga-
ción feminista más reciente .como la de Linda Gordon y Sarah Pome-
roy da a este lema un contenido histórico. 9 Su trabajo comienza
8 Weinbaum y Bridges. en este libro, y Ruth Milkman. "Women's work and

the economic crisis: sorne lessons from the Great: Depression". Review of Radical
PoUtical Economics, 8, núm. 1 (primavera de 1976).
9 Sarah Pomeroy. Goddesses, whores, wives, arifl. slaves: woman in classical Anti-
90 ROSALIND PETCHESKY

a proporcionarnos una base histórica concreta a partir de la cual


desarrollar una teoría m·arxista-feminista de las relaciones entre el
control de la reproducción y el poder patriarcal, de clase y del Es-
tado. T~nto Pomeroy como Gordon -la primera refiriéndose al
v a. c. en Atenas y la segunda al siglo XIX en los Estados Unidos-
muestran, por 'ejemplo, que los significados de conceptos tales como
"legítimo" e "ilegítimo"' según se reflejan en las leyes y otro tipo
de pronunciamientos jurídicos, cambian de manera definitiva en re-
lación con las transformaciones que se dan en las políticas estatales
de control de la población y las condiciones sociales y económicas que
gobiernan a· esas ·políticas. Sobre todo Pomeroy, al sostener que la
posición de la mujer ·en la Atenas clásica era función de su obliga-
ción primaria de productora de Ciudadanos, indica que las leyes ate-
nienses concernientes a la legitimidad, el acto sexual, el aborto, el in-
fanticidio, el matrimonio entre ciudadanos y no ciudadanos y el adul-
terio~ eran todas aspectos de una política deliberada de control de .la
reproducción que satisfacía de manera directa las necesidades de
potencial militar y con ello contribuía a la consolidación indirecta
del poder del Estado. 10 El control sobre los medios de reproducción
proporciona recursos humanos sustanciales para el Estado patriarcal
(capitalista ó precapitalista). Por ejemplo, las políticas que controlan
directamente el número y tipo de niños nacidos proporcionan al Es-
tado, y a la clase en el poder, control sobre los números, sobre la dis-
tribución de la población entre las diversas clases o · castas, sobre la
magnitud de la fuerza de trabajo potencial o de las reservas de escla-
vos en relación con las posibles fluctuaciones del mercado, etc. De
manera similar, las normas dominantes que definen las expresiones
legítimas o. ilegítimas de la sexualidad (por ejemplo, sanciones legales
a los maridos por la · coerción sexual ejercida sobre sus esposas, las
leyes estatales que regulan o patrocinan ·la prostitución, las leyes so-
bre la sodomía, · las r.estricciones de la homosexualidad, etc.) no sólo
fomentan un cierto tipo de estructura familiar patriarcal y de re-
presión sexual (sobre todo de las mujeres y de los homosexuales).
También arrebatan a las familias, sobre todo a las madres, el con-
trol sobre su,s propios hijos y los destinos de éstos, dejando ese control
de manera efectiva e·n manos del Estado.
El análisis del control de la ·reproducción producto de los estudios
de Pomeroy y Gordon difiere de lo que se podría identificar como
una perspectiva "feminista-radical" sobre estas cuestiones, lo mismo
quity (Nueva York, Schocken Books, 1975) y Linda Gordon, Woman's body, wo·
man's right: a soeial history o/ birth control in America (Nueva York, Viking,
1976). . .
10 Pomeroy, Goddesses, whores, cap. 4.
LOS GRUPOS MARXISTAS-FEMINISTAS 1-5 91
que de un enfoque "marxista-leninista" .11 Por una parte, la investi-
gación marxista-feminista confirma la base clasista que tiene en la
práctica la política de control de la reproducción, demostrando que,
en un nivel, el control sobre los medios de reproducción es sin duda
una cuestión de clase. Obviamente no todos los hombres controlan
los :recursos de población arriba mencionados, sino sólo aquellos
que componen la clase dominante capitalista imperialista. Más aún,
como '10 demuestra el libro de Gordon, los movimientos libertarios
para un control de la natalidad .individual (en oposición a una polí-
tica estatal de control sistemático de la población) en muchas ocasio-
nes llevan en sí mismos el reflejo de las desviaciones particulares
de clase (como el apoyo a la teoría y política de la eugenesia que
proponen las mujeres del grupo "Maternidad voluntaria" y las re-
formistas del control de la natalidad en el siglo xx, como l\1argaret
Sanger). 12 Finalmente, el control de la reproducción es una cuestión
de clase en el sentido de que su forma e impacto son diferentes para
las distintas clases y los grupos nacionales de mujeres. El ejemplo más
patente de esta división nacional de clase es, por supuesto, la este-
rilización sistemática e. involuntaria impuesta por la Agencia Inter-
nacional para el Desarrol~o y otras agencias estatales de control de la
población a las mujeres de Puerto Rico, a las indígenas norteameri-
canas y a otras mujeres del Tercer Mundo de la ·perif~ria imperia-
lista. ·
.Pero sostener que el control de la reproducción, incluyendo la es-
terilización involuntaria, es completamente o siquiera básicamente
un ·problema de clase es ignorar el · hecho · de que tales prácticas
son el resultado y están legitimadas por unos cuatro mil años de
tradición patriarcal. Como señala convincentemente Gordon, en
la medida en que los medios simples y efectivos de control de
la natalidad han sido bien conocidos de las mujeres a lo largo de
toda la historia ,escrita, su supresión en ciertas épocas particulares
(o su remplazo con . técnicas quirúrgicas irreversibles) no es una
cuestión de cambio tecnológico sino de política; específicamente, de
la respuesta antifeminista al intento de las mujeres de lograr su pro-
pia liberación. Es cierto que los programas de esterilización involun-
taria plantean diferentes tipos de problemas para las mujeres del
Tercer Mundo de los que enfrentan mujeres de otras clases y grupos
11 Para un ejemplo ·más reciente, véase Bonnie Mass, Political economy of pojnt-

lation control in Latin America (Toronto, Canadian Women's Educational Press,


1976). Tengo aquf una deuda de gratitud con Joan Kelly-Gadol, de MF-3, cuyas
inteligentes observaciones sobre este tema, presentadas en la ·reunión del 19 de
marzo, han sido incorporadas a este párrafo.
12 Gordon; Woman's bo'dy, caps. 5-7. ·
92 ROSALIND PETCHESI(y

nacionales al tratar de conseguir abortos o control de natalidad bar~­


tos y dignos de confianza. Ambos problemas son, empero, el resultado
del control ejercido por los grupos dominantes de los hombres sobre
la propia reproducción. El marxismo-feminismo vuelve a situar el aná.
lisis de las formas históricas específicas de control de la población
dentro del marco más amplio de la supremacía masculina ejercida
sobre los medios de :reproducción, el cuerpo de las mujeres y los tér-
minos y condiciones materiales de la maternidad. Si bien este control
asume formas específicas en cada clase en particular y en los grupos
nacionales de mujeres, trasciende tales divisiones y afecta la posición
de todas las mujeres. Por eso es sobre todo una cuestión feminista.

3] La ideología patriarcal y el Estado

Ape:nas hemos comenzado a entender las implicaciones políticas más


amplias que tienen las ideologías misóginas, cómo no sólo refuerzan
a la familia patriarcal sino que proporcionan una de las legitimacio-
nes más fundamentales y persistentes del Estado capitalis~a rnoderno. 13
1víe parece, aunque todavía di~pongo de pocos datos concretos para
demostrarlo, que las. ideologías que hacen de la mujer .un mito, ya
sea como fuente de contaminación y corrupción o· como encarna-
ción de la pureza y el amor . materno,. así como aquellas que elevan
·el doble patrón sexual a máxima para el bien público, se vuelven
excepcionalmente prevalecientes en períodos de consolidación del
Estado; son períodos en los que hay una rigµrosa división de clases e
inestabilidad social, o un militarismo y las artes ~Hitares ensalza..:
dos y durante los cuales .se desarrolla un aparato estatal centralizado
(como explica Engels) corno antídoto. para el desbarajuste social y
-como consolidador de la hegemonía de la clase dominante. En el curso
del desarrollo del Estado occidental, parecería que las . ideologías rni-
·sóginas han intentado resolver estos desórdenes .mediante la uni-
ficación de grupos de hombres a través de las. líneas de clase y en
torno a la noción abstracta de "ciudadanía". En este sentido, el Estado
se desarrolla sobre una base definitivamente patriarcal y clasista. Po-
meroy ejemplifica este patrón con muchos casos en su análisis de la
13 Aún hay mucho que hacer en este campo. especialmente en lo que se refiere

al período crítico durante los siglos xvu y XVIII en Europa occidental, cuando
aparecieron los inicios del Estado capitalista y las doctrinas liberales clásicas del
Estado y la ciudadanía. Para algunas especulaciones sobre la relación entre el sur-
gimiento del Estado antiguo.y ·la decadencia en la posición de las mujeres. véase
Pomeroy, Goddesses, whores; Ruby Rohrlkh-Leavitt, "Women in transition:
Crete and Sumer", en Renate Bridenthal y Claudia Koonz (comps.). Becoming
visible, women in European history (Boston, Houghton Mifflin, 1977). y, por
supuesto, Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
LOS GRUPOS MARXISTAS-FEMINISTAS 1-5 93
política sexual en la Atenas del siglo v a. c. Al citar las "reformas''"
legales de Solón, que dispuso que los burdeles pertenecieran al Esta-
do ("institucionalizando" así las distinciones entre las mujeres buenas
y las. prostitutas), degradó el status de las mujeres de la clase baja y
sujetó a las mujeres de la clase alta (ciudadanas-sementales) a un
confinamiento físico y legal rígido, comenta:

Estas regulaciones, que a primera vista parecen antifeministas, de hecho


tienen el propósito de eliminar las rivalidades entre los hombres y fortalecer
la recién creada democracia. Las mujeres son una fuente perenne de fric-
ción entre los hombres. La solución de Solón a este problema era man-
tenerlas fuera de la vista y limitar su influencia.14

Hay muchos datos que apuntan a la eXistencia de un patrón similar - y


que tiene profundas raíces culturales en el mundo clásico- durante el
surgimiento del Estado burgués moderno. ·Algunos autores, como
Christopher Hill y Eli Zaretsky, señalan que la nación basada en la.
"igualdad", el contrato· y el "consentimiento voluntario", que surgió
de las guerras civiles inglesas representó una victoria para la cabeza.
masculina de los hogares, y su retórica dominante oscureció tanto la
exclusión de la mayoría de los hombres de la "libertad" como las
contradicciones económicas y sociales dentro del propio conjunto de
ciudadan.os.15 Para el siglo xv1u, y para culminar con el ideal jaco-
bino de la "virtud", la definición de ciudadanos tiene ya una tona-
lidad sólidamente masculina, ·cuya compañera silenciosa es la defini-
ción de la mujer, en dependiente, dócil y domesticada. Y de nuevo,.
como eri la Grecia clásica, esta tendencia ideológica se vio reforzada
por el confinamiento cada vez mayor -tanto físico como legal y eco-
nómico-- de las mujeres dentro. de la familia patriarcal. Lo que
quiero decir aquí es que la ideología y las instituciones misóginas.
ayudan a legitimar la ideología política burguesa de "libertad" e "igual-
dad" para todos los hombres, contribuyendo así a salvaguardar la
unidad (masculina) nacional, la legalidad y el servicio militar, entre
otras cosas. La ideología misma del nacimiento legítimo o ilegítimo
no sólo funciona como puntal del control patriarcal sobre los me-·
dios de reproducción, que analizamos antes, sino contribuye tam-
bién a elevar y mixtificar la noción misma de ciudadano. (No es
insignificante que· Jean-Jacques Rousseau, ideólogo por excelencia.
tanto de la virtud republicana como de la subordinación femenina,.

u Pomeroy, Goddesses, whores, p. 57. ·


15 Christopher Hill, Society and puritanism in pre-revolutionary England (Nue-
va York, Schocken Books, 1967), cap. 13, y Eli Zaretsky, Capitalism, the family·
and personal life (Nueva York, Harper and Row, 1976).
94 ROSALIND PETCHESKY

declarara que el que las mujeres violaran el doble. patrón sexual


constituía un acto de "traición" de su parte.) 16

4] La conciencia de las mujeres y el carnbio revolucionario

Antes de terminar, quisiera decir una palabra sobre lo que apunté


corno la cuarta relación fundamental: aquella entre la conciencia
de las mujeres y la naturaleza de la· trarisformación revolucionaria.
·Corno marxistas-feministas· creo ·que tenemos upa aversión natural
a los modos de pensamiento mecanicistas. A pártir de· nuestra com-
prensión política hemos iniciado. una investigación rigurosa· sobre
cómo han percibido las mujeres mismas, en ·culturas y períodos dis-
tintos, su propia situación y cómo han .tratado de sobrevivir en ellas
y de luchar contra ellas. Es claro que las . f:orm;;is de _organización y
protesta que han surgido del trabajo "reproductivo" de las mujeres
y de su conciencia ·colectiva de ... trabajadores reproductivos -por
ejemplo, los motines por alii:nentos, las huelgas contra la renta, los
sit-ins·x-
. en las
. escuelas- . no son . en. sí mismas
' . más o menos radicales
, '

que otras . formas de lucha, como s~ría la org~nización sindical. En


ambos casos,. el grado en el que estas f orrnas .se vuelvan revoluciona-
rias en contenido y en efecto dependerá de su contexto histórico, la
calidad de su liderazgo, su relación con una base de. masas, su adop-
ción de una estrategia a 'largo plazo para la tránsformación de toda
la sociedad, etc. Pero a mí me parece importante que hayamos co-
menzado a estudiar las situaciones revolucionarias concretas para
determinar si las mujeres, debido a sus condiciones materiales par-
ticulares, desarrollan formas particulares de lucha y organización.
Si entendemos que las relaciones patriarcales de perentesco no son
estáticas, sino que, al igual que las relaciones de clase se caracterizan
por el antagonismo y la lucha, entonces podemos· vislumbrar que la
conciencia. de· las mujeres "y sus esfuerzos periódicos por resistir o
por cambiar las estructuras de parentesco dominantes afectarán a su
vez a las relaciones de clase. Tómese, por ejemplo, el intento siste-
16 Jean-Jaeques Rousseau, Émile (Nueva York, Dutton, 1974), p. 325. David
Hume, en su Tratado sobre la naturaleza humana {1751), anotó que la castidad
femenina dentro del matrünonio era de hecho una "ley de la naturaleza", es
decir, que para que los hombres siguieran deseosos de trabajar y sostener a sus
familias, necesitaban estar seguros de que sus hijos en ·efecto eran propios. La
conclusión lógica es, por supuesto, que la castidad femenina y el doble patrón
:sexual se ·convirtieron en requisito para la productividad en el trabajo y del
propio capitalismo.
• Las célebres sesiones de los años sesenta de "esperar sentados" durante días
y noches para plantear demandas. [T.]
LOS GRUPOS MARXISTAS-FEMINISTAS 1-5 95
mático de la Iglesia, de los funcionarios que hacen las leyes para
los pobres, de los ref armadores morales y de otros de imponer los
matrimonios legales y las normas burguesas de. legitimidad a las prác•
ticas sexuales de la clase trabajadora preindustrial en la Europa
y los Estados U nidos de los siglos XVIII y XIX. Estos intentos toparon
con fai resistencia en masa de las mujeres, pero en épocas de intensa
lucha revolucionaria, como 1848 y 1871 en Francia, la exigencia de
reconocimiento legal de las "uniones libres" y de pago de prestaciones
igual por los hijos de tales uniones se convirtió en una de las princi-
pales reivindicaciones de las mujeres de la clase trabajadora. 17 ¿Podrá
el análisis marxista-feminista mostrar que, tal como las campañas
morales concernientes a enfermedades, religión y ética del trabajo,
la sexualidad y los lazos de parentesco han sido también un terreno
vital de la lucha de clases, con la importante distinción de que en él
las mujeres han peleado sólo en favor de sí mismas?
¿Y qué decir de nuestra propia lucha? ¿Cómo comenzamos a ar-
ticular nuestra experiencia vivida de que las luchas referentes al cuida-
do de los niños, el control de la natalidad, las restricciones en escuelas
y hospitales, las tareas domésticas y la opresión sexual s_on parte de
un proceso socialista revolucionario, y cómo llevar esta relación
a la práctica? 18 Salir de la falsa dicotomía de las esferas separadas es
tan vital para nuestra estrategia revolucionaria como para nuestro
análisis teórico. Dadas todas las interconexiones entre lo público y lo
privado a que aludimos antes, ellas deben tener importantes impli-
caciones para la conciencia de las mujeres y su actividad revolucio-
naria. Nosotras efectuamos nuestro .trabajo reproductivo en el mer-
cado, el campo más amplio de las instituciones estatales, los lugares
del trabajo asalariado y el hogar; servimos de mediadores entre lo
17 Véase Sheila Rowbotham, Women, resistance and revolution (Nueva York,
Pantheon, 1972), cap. 5, y Edith Thomas, The women incendiaries (Nueva
York, George Braziller, 1966), cap. 4. Ivy Pinchbeck, Women wo·rkers in the in-
dustrial revolution (Clifton, N. J., Augustus Kelly, 1969), p. 81, y Mary Lynn
McDougall, "Working class women during the industrial revolution, 1780-1914",
en Becoming visible, pp. 271-272, muestran que las así llamadas "altas tasas de
ilegitimidad" entre las mujeres campesinas del siglo xv111 en Inglaterra repre-
sentan una lucha similar. El sexo antes del matrimonio y fuera de él y el parir
hijos fuera ele la atadura matrimonial representaban para estas mujeres una
afirmación de la cultura de la clase trabajadora rural y un medio de sobrevi-
vencia material.
18 Véase Weinbaum y Bridges, quienes observaron las actividades de las es-

posas de los mineros en las huelgas de Brookside, así como las de las mujeres
chilenas durante el gobierno de la Unidad Popular, en las Juntas de Abasteci-
miento, como ejemplos recientes de cómo el trabajo de las mujeres en sus fami-
lias y en las comunidades locales se puede convertir en parte integrante de la
lucha de clases como un todo.
96 ROSALIND PETCHESKY

público y lo privado. Sin nosotras y sin un ataque frontal a los sis-


temas de sexo-género que nos "producen"· como mujeres en el capi-
talismo, los movimientos socialistas para revolucionar la economía
y el Estado capitalistas están definitivamente condenados al fracaso.
MATERNIDAD, REPRODUCCIÓN
Y SUPREMACfA MASCULINA
Como ya lo mencionamos antes, cuando Engels se percató de la doble
importancia que tienen para la sociedad la producción y la reproduc-
ción, descubrió una realidad política clave que ni él ni la mayoría de los
analistas políticos que le siguieron han comprendido. La mayoría
de los análisis existentes sobre la reproducción no la reconocen como
un aspecto políticamente necesario de cualquier sociedad que se debe
organizar y ordenar junto con las demás relaciones de supervivencia.
Como resultado de esto, no hay ningún reconocimiento de la base po-
lítica intrínseca a la capacidad biológica para la reproducción y ·a la
necesidad social de ella.
Feministas socialistas como Juliet Mitchell, Sheila Rowbotham, Gayle
Rubín, Nancy Chodorow y Linda Gordon se han preocupado por reme-
diar esta situación. Nancy Chodorow enfoca la maternidad como
parte de la operatividad de la dominación masculina. Dado que
tanto la idea como la realidad de la maternidad determinan las acti-
vidades de la mayoría de las mujeres, ·chodorow trata de explicar
cómo la maternidad en tanto que -institución se reproduce a través
de lo materno.* La maternidad concierne no sólo a la reproducción de
los niños sino también a la reproducción de la sociedad: lo mater-
nal reproduce no sólo nuevos niños sino también nuevas madres.
Esta sociedad reproduce las· relaciones de supremacía masculina y las
relaciones jerárquicas necesarias para el mercado capitalista.
En su artículo "Woman's body, woman's right" ("El cuerpo de la
mujer es el derecho de la mujer"), Linda Gordon demostró que la ca-
rencia de control de la mujer sobre la reproducción forma parte de
las relaciones sociales que determinan su opresión y que la lucha
por obtener ese control ha sido una parte de las muchas luchas por
los derechos y la liberación de la mujer. Estas relaciones y luchas se
deben entender a su vez como parte de la historia de los sistemas pa-
triarcal, de supremacía masculina y de sexo-género. Gordon muestra
aquí que la lucha por el control de las capacidades reproductivas es
determinante aunque no suficiente en la lucha por la liberación. Des-

• La flexibilidad del idioma inglés para sustantivar, adjetivar,. además de otras


formas de inventar palabras, ·produce dolor· de cabeza a cualquier traductor.
Aquí hemos traducido motherhood como '"'maternidad., y mothering como "lo
materno" o .. lo maternal". [T.]

[99]
100 MATERNIDAD, REPRODUCCIÓN Y SUPREMACÍA MASCULINA.

cribe esta lucha en tres etapas: 1) el feminismo del siglo XIX, 2) el so-
cialismo feminista de principios del siglo xx y 3) el feminismo de los
años setenta. En cada una de estas etapas las mujeres han avanzado
hacia una mayor comprensión de cómo los hombres las controlan
precisamente a través del control de la reproducción. La tesis prin-
cipal de Gordon es que "el control natal no equivale a control de la
población ni a reducción de la tasa de nacimientos o a planeación
familiar sino sólo es libertad con respecto a la reproducción". Esta
libertad con respecto a la reproducción se define como el control so-
bre las propias capacidades reproductivas y no como la eliminación
de la reproducción biológica. La autodeterminación reproductiva se
vuelve una condiciqn básica para la igualdad sexual y la revolución
política. _
La teorÍa socialista no ha tratado de manera suficiente con la rea-
lidad de las mujeres en tanto que -madres y el feminismo radical
apenas empieza a considerar la cuestión en todo su sentido político,
económico y psicoanalítico. Han sido las mujeres feministas socia-
l~stas las que han comenzado a impulsar el estudio del psicoanálisis
para comprender mejor la -dinámica implícita en las relaciones de la
maternidad tal como se _practica. El -papel de Juliet Mitchell ha sido
preponderante en la apertura ·de esta área al análisis, aunque yo con-
.sidero que reinventa el problema de la opresión de la mujer como
si éste perteneciera al ámbito del inconsciente desconectado de sus
condiciones reales. N ancy Chodorow empieza a abordar la cuestión
' -
de cómo operá el inc9nsciente a partir de una serie de realidades
conscientes. Si el inconsciente no se viera reforzado cotidianamente
por la organización política consciente de la sociedad, entonces per-
dería su capacidad de reproducción. Un análisis de la dinámica del
pensamiento debe integrarse a la sociedad que produce, determina,
redetermina y reproduce el pensamiento. Las feministas socialistas
apenas han comertzado con esta difícil tarea y ·algunos de esos co-
mienzos los presentamos en esta sección.

LECTURAS RECOMENDADAS

Bachofen, J. J., .klyth, religion,- and mother right: selected writings (Prince-
ton, Princeton University Press, 1967). - ·
Bamburger, Joan, "The myth of matriarchy", y Nancy Chodorow, "Family
structure. _and feminine personality", en Michelle Rosaldo y Louise Lam-
phere ( comps.), W oman; culture and society - ( Stanford, Stanford U ni-
versity Press, 1974).
l'vlATERNIDAD, REPRODUCCIÓN Y SUPREMACÍA MASCULINA 101
Briffault, Robert, The mothers: the matriarchal theory of social ongms
(Nueva York, Macrn.illan, 1931).
Chodorow, Nancy, "Oedipal asyrn.rn.etrics and heterosexual knots", Social
Problems (abril de 1976).
Dinnerstein, Dorothy, The mermaid and the Minotaur: sexual arrangements
and human malaise (Nueva York, Harper and Row, 1976).
Engels, Friedrich, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado
(en Marx y Engels, Obras escogidas, vol. m, México, Ediciones de Cultura
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Erikson, Erik H., "Worn.anhood and the inner space", ldentity, youth and
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Freud, Sigrn.und, "The passing of Oedipus complex. Sorne psychological
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Mitchell, Juliet, Psychoanalysis and feminism (Nueva York, Pantheon,
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Princeton, Princeton University Press, 1972); The origins and history
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Shorter, Edward, The making of the modern family (Nueva York, Basic
Books, 1975). ·
MATERNIDAD, DOMINIO MASCULINO Y CAPITALISMO

NANCY CHODOROW

La mujer madre. En nuestra sociedad, como en la mayoría de las


sociedades, las mujeres no sólo dan a luz a los hijos sino que tam-
bién cargan sobre sus espaldas las responsabilidades básicas del
cuidado de los niños, pasan más tiempo con los bebés y los niños
que los hombres y mantienen los lazos emocionales fundamentales
con ellos. En el caso de que las madres biológicas no cumplan el papel
de tales, entonces son otras mujeres y no otros hombres los que por
lo general asumen· esa función, y aunque los padres y otros hombres
pasen cantidades diferentes de tiempo con los bebés y los niños, de
cualquier forma nunca son de manera rutinaria el progenitor prin-
cipal. Estos hechos resultan obvios hasta para un obs~rvador común.
Debido a la conexión aparentemente natural que existe entre la
capacidad de la mujer de dar a luz y de amamantar y la responsabili-
dad en el cuidado -de los niños, y debido también a la necesidad exclu-
sivamente humana de cuidado a lo largo de toda la infancia, se da
por sentado que la mujer debe actuar como madre. Sociólogos, muchas
feministas y, ciertamente, aquellos que se oponen al feminismo consi-
deran que esto es inevitable. Como resultado, la profunda importancia
que tiene la maternidad para la mujer, para la estructura familiar,
para las relaciones entre los sexos, para la ideología sobre la mujer y
para la división sexual del trabajo y la desigualdad sexual tanto den-
tro de la familia como en el mundo no familiar rara vez se analiza.

ALGUNAS OBSERVACIONES SOBRE LA FAMILIA Y LA ECONOMÍA

De manera excepcional entre los primeros teóricos sociales, Friedrich


Engels dividió la base material de la sociedad en dos esferas, la de la
producción material y la de la reproducción humana. 1 Sostenía que
las dos esferas juntas determinan la naturaleza de cualquier sociedad
específica. Engels aclara que no piensa que estos aspectos de la vida
1 Friedrich E11gels. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.

[102]
MATERNIDAD, DOMINIO MASCULINO Y CAPITALISMO 103
social se desarrollan o se expresan en formas biológicas evidentes
o no mediadas, porqu~ las equipara a cada una con sus respectivas
formas sociales: la producción de los medios de existencia con el tra-
bajo_ y la producción de la gente con la familia.
La antropóloga Gayle Rubin, en una importante contribución re-
ciente al desarrollo de la teoría feminista,2 va aún más lejos siguien-
do la concepción engelsiana de que dos esferas separadas organizan
a la sociedad, y la reforma y la amplía dándole un cariz aún más so-
ciológico. Rubin señala que Marx y los marxistas han sostenido dos
afirmaciones sobre la actividad económica organizada de cualquier
sociedad -su "modo de producción"-: la primera es que esta ac-
tividad es un elemento determinante y constitutivo fundamental ( algu-
nos dirán que es e·l elemento determinante y constitutivo fundamen-
tal} de la sociedad; la segunda es que no surge directamente de la
naturaleza·· (sino que está construido socialmente) y que tampoco se
puede describir únicamente en términos tecnológicos o· mecánicos.
Más bien, un modo de producción está constituido tanto por la tec-
nología como por la organización social a través de las cuales una
sociedad se apropia de la naturaleza y la transforma para los propó-
sitos del consumo humano y a la vez transforma la existencia de las
necesidades humanas hasta requerir una mayor manipulación de la
naturaleza.
Rubin sostiene, con un sistema de análisis bastante semejante al
punto de vista marxista, que cada sociedad contiene, además de un
modo de producción, un "sistema de sexo-género", es decir, "las
formas sistemáticas de tratar las cuestiones sobre el sexo, el género y
los bebés". 3 Este sistema incluye formas en las que el sexo biológico
se convierte en un género cultural, en una división sexual del tra-
bajo, en las relaciones sociales para la producción del género y de los
mundos sociales organizados genéricamente, y en las reglas y regu-
laciones para la elección del objeto sexual y los conceptos de la in-
fancia. El sistema de sexo-género es, lo mismo que el modo de pro-
ducción de una sociedad, un elemento fundamental determinante y
constitutivo de ésta, construido socialmente y sujeto al cambio y al
desarrollo históricos. Empíricamente, sostiene Rubin, el parentesco
y la organización de la familia constituyen el lugar donde se encuen-
tra el sistema de sexo-género de cualquier sociedad.
Podemos localizar las características de un sistema de sexo-género
y de un modo de producción en nuestra propia sociedad. Además
9 Gayle Rubin, '"The _traffic in women: notes on the 'political economy' of

sex", en Rayna Reiter (comp.), Toward an anthropology of women (Nueva York,


Monthly Review Press, 1975).
ª Ibid., p. 168.
104 • NANCY CHODOROW

de asignar a las mujeres las funciones primarias de la paternidad,


nuestro sistema de sexo-género, así como todos los sistemas que co-
nozco, crean dos y sólo dos géneros a partir de toda la gama de va-
riaciones morfológicas y genéticas que se encuentran en los infantes
y mantiene· una norma heterosexual. Tiene también características
sociales más específicas históricamente producidas: su estructura
familiar es principalmente nuclear y su división sexual del trabajo
coloca a las mujeres en primer lugar dentro del hogar y a los hombres
en primer lugar fuera de él. Está dominado por lo masculino .y no es
igualitario en lo sexual, puesto que los maridos tienen tradicional-
mente el derecho de controlar a las esposas y el poder en la familia;
las mujeres ganan menos que los hombres y tienen acceso a una gama
más reducida de empleos, tanto las mujeres como los hombres tien-
den a valorar más las . actividades de estos últimos; y por muchas
otras razones que ya han sido documentadas una y otra vez desde
bastante antes de los primeros movimientos feministas. Nuestro modo
de producción es cada vez más exclusivamente capitalista.
El hecho de que nuestra sociedad contenga un modo de produc-
ción y un sistema de sexo-género no la diferencia de sociedades an-
teriores ni de sociedades actuales no industrializadas. Sin embargo,
la facilidad con que podemos reconocer la diferenciación entre las
dos esferas . es producto exclusivo de nuestra singular historia, a lo
largo de la· cual la producción material ha ido abandonando progre-
sivamente el hogar, la familia ha sido eliminada como unidad eco-
nómica productiva y las mujeres y los hombres tienen en cierto sen-
tido divididas las esferas públicas y domésticas entre ellos. La distin-
ción que t~n fácilmente· trazamos,. empero, entre la economía ("el
mundo de los hombres") y la familia ("el mundo de las mujeres"),
y la utilidad analítica de nuestra separación entre el modo de pro-
ducción y el sistema de sexo-género, no significa que estos dos sis-
temas no estén conectados empírica o estructuralmente. Están más
bien ligados (y casi inextricablemente entrelazados) en numerosas
formas. Dentro de éstas, la maternidad de las mujeres constituye
aquella característica estructural cardinal de nuestro sistema de se-
xo-género -de la organización social del género, la ideología sobre
las mujeres y la psicodinámica de la desigualdad sexual- que la liga
de manera más significativa con nuestro modo de producción.

LA MATERNIDAD DE LA MUJEJ:l Y LA ORGANIZACION


,. '·
SOCIAL DEL GENERO

La maternidad de la mujer es una característica central y determi-


MATERNIDAD, DOMINIO MASCULINO Y CAPITALISMO 105
nante de la organización del -género en nuestra sociedad, y que
tiene en común con todas las otras sociedades. En los últimos siglos,
mujeres de diferentes edades, clases y razas han entrado y salido de la
fuerza de trabajo asalariada según se haya desplazado la demanda
de trabajadores y según haya variado la estructura de los salarios.
El matrimonio y las tasas de fertilidad han fluctuado de manera con-
siderable durante ese mismo período. Sin embargo, en los casos en
que ha habido niños, las mujeres se han ocupado de ellos, por lo
común como madres en la familia y ocasionalmente como traba-
jadoras en guarderías o como criadas asalariadas o esclavas.
Se pueden hacer muy pocas afirmaciones universales sobre la
sociología de los sexos, sobre la división sexual del trabajo y sobre
la estructura y prácticas de la familia. Margaret Mead señaló hace
bastante tiempo la sorprendente maleabilidad y variabilidad de tem-
peramento que tienen los sexos en las diferentes sociedades. 4 Desde
entonces la investigación etnográfica ha confirmado lo qU:e sostenía
Mead y nos. ha permitido ampliarlo hasta incluir la mayor parte de
las actividades que normalmente caracterizamos como femeninas o
masculinas.
Con todo, esta diversidad· no carece de .límites. 5 Algunas de las
características de nuestra propia división sexual del trabajo y de
nuestro sistema de parentesco siguen siendo· lo que tentativamente
podríamos caracterizar como universal. (Es importante mencionar
que todas las sociedades tienen una división sexual del trabajo.) Entre
éstas se encuentran el hecho de que la mujer se ocupe de la prepa-
ración cotidiana de los alimentos ·para su familia inmediata (la cocina
festiva, por el contrario, la hacen los hombres) y la heterosexuali-
dad· como. norma sexual y principio de organización de la familia
y de la estructura del matrimonio. Además, allí donde tuvo lugar la
caza de animales y la guerra, estas actividades siempre fueron espe-
cializaciones masculinas.
Finalmente, encontramos de modo universal que los hombres que
han llegado a la edad adulta no se encargan del cuidado de los
n1nos pequeños y sobre todo nunca de los bebés. Las mujeres son
quienes cuidan de ellos y cuando llegan a recibir ayuda ésta pro-

' l\Iargaret Mead, Sex and temperament in three primitive societies (1935;
Nueva York, Wm. Morrow).
6 Sobre análisis de la división sex~al del trabajo en las distintas culturas.

véase Richard Lee e Irven DeVore (comps.) Man the hunter (Chicago, Aldine,
_1968); · Ernestine Friedl, Women and men (Nueva York, Holt, Rinehart: &
Winston, 1975); Michelle Rosaldo y Louise Lamphere (comps.), Woman, cul-
ture and society (Stanford, Stanford · University Press, 1974), y Reiter, Toward
an anthropology of women.
106 NANCY CHODOROW

viene de runos y de ancianos. El que las mujeres desempeñen· las


funciones básicas de la paternidad es, pues, una característica univer-
sal de la organización de la familia y de la organización social del
género. En distintos períodos y sociedades hay diferencias sustancia-
les en la estructura de la familia y del parentesco y en la organiza-
ción y prácticas específicas de la paternidad (tales como el número
de personas que proporcionan cuidados a los bebés y a los niños,
el entorno familiar en el que se proporcionan dichos cuidados, la
ideología sobre las relaciones madre-hijo y sobre los niños, el que
se les faje o no, se les cargue sobre la cadera, la espalda o el pecho,
el que se les tenga en cunas o no, etc.). No deberíamos menospreciar
este tipo de variaciones. Al mismo tiempo, es importante tener pre-
sente su posición· común como variaciones dentro de una división
sexual y familiar del trabajo en la ·que las mujeres fungen como
madres. Los antropólogos han habla9,o de las formas universales,
o casi universales, en que la maternidad de la mujer afecta .a otros
aspectos de su vida, a la división sexual del trabajo y la ideología
y práctica de la asimetría sexual en cualquier sociedad. Sus especu-
laciones se aplican también a nuestra propia sociedad y enriquecen
la comprensión de la dinámica de nuestra propia organización social
del género.
En todas las sociedades hay una relación mutuamente determinan-
te entre la maternidad de las mujeres y la organización de la pro-
ducción: el trabajo de las mujeres ha sido organizado de manera
tal que les permita atender a los niños, aunque también el alumbra-
miento, tamaño de la familia y las disposiciones para atender a los
niños, se han organizado de manera tal que las mujeres puedan
trabajar. 6 Algunas veces sucede lo que en muchas sociedades indus-
triales hoy día, que las mujeres deben ocuparse de los niños y simul-
táneamente emplearse en la fuerza de trabajo.
Desde un punto de vista histórico y transcultural, la maternidad
de las mujeres se ha convertido en una característica fundamental
determinante de la organización social. Michelle Rosaldo sostiene
que la responsabilidad de las mujeres en el cuidado de los niños ha
llevado, más por razones de conveniencia social que por necesidad
biológica, a una diferenciación estructural en todas las sociedades entre
una esfera "doméstica" que atañe predominantemente a las mujeres
y una esfera "pública" que es de los hombres. 7 La esfera doméstica
0 Véase Judith K. Brown, .. A note on the division of labor by sex", American

Anthropologist, 72 (1970), pp. 1073-1078, y Friedl, WO'men and men.


7 Michelle S. Rosaldo, "Women. culture and society: a theoretical overview",

en Rosaldo y Lamphere, Woman, culture and society.


MATERNIDAD, DOMINIO MASCULINO Y CAPITALISMO 107
es la de la familia y está organizada en torno a las madres y los
niños. Las relaciones domésticas son particularistas, es decir, se basan
en relaciones específicas entre sus miembros, y con frecuencia inter-
generacionales, y se da por sentado que son naturales y biológicas.
La esfera pública es no familiar y extradoméstica. Las instituciones,,
actividades y formas de asociación públicas se definen y reclutan
de manera normativa, de acuerdo con criterios universalistas según
los cuales las relaciones específicas entre los participantes no cons-
tituyen factor alguno. La esfera pública forma la "sociedad" y la
"cultura", es decir, aquellas formas e ideas construidas e intencionales
que llevan a la humanidad más allá de la naturaleza y la biología.
Y la esfera pública, y por lo tanto la "sociedad" misma, es masculina.
Las sociedades difieren en el grado en que diferencian las esferas
pública y doméstica. En los pequeños grupos de cazadores y recolec-
tores, por ejemplo, 'las diferenciaciones son con frecuencia mínimas.
Incluso aquí, sin embargo, los hombres tienden a establecer redes de
distribución extradomésticas para los productos de su cacería mien-
tras que aquello que la mujer recolecta se reparte únicamente entre la
familia inmediata. 8
La diferenciación estructural entre las esferas pública y doméstica
se ha acentuado en el curso del desarrollo industrial capitalista; dan-
do por resultado una forma de familia que gira alrededor de la ma-
ternidad de las mujres y de las cualidades maternales. En las épocas
precapitalistas y del capitalismo incipiente, el hogar constituía la
unidad productiva principal de la sociedad. Marido y mujer, junto
con sus hijos y con los de otros, formaban una unidad de produc-
ción cooperativa. La esposa. llevaba a cabo sus responsabilidades de
cuidado de los niños al mismo tiempo que su trabajo productivo, y
estas responsabilidades incluían la preparación de las niñas -hijas,,
sirvientas y aprendices- para ese trabajo. Niños y niñas se integra-
ban desde pequeños al mundo del trabajo adulto y los hombres tenían
la responsabilidad de preparar a los varones una vez que alcanzaban
determinada edad. Este doble papel -productivo y reproductivo--
ha sido y es característico de la vida de las mujeres en la mayoría
de las sociedades y a lo largo de la historia. Hasta hace muy poco
tiempo, las mujeres de todas partes participaban en la mayoría de
las formas de la producción. La producción para el hogar se lleva-
ba a cabo dentro del hogar o en relación con él.
Sin embargo, con el desarrollo del capitalismo y con la industria-
lización que le siguió, la producción fuera del hogar se expandió
enormemente mientras que la producción dentro de éste declinó. Las
8 Friedl, W ornen and men.
108 NANCY CHODORow

Tilujeres producían antes los alimentos y vestidos necesarios para el


hogar; en el capitalisrrio, las telas primero y después los alimentos
y los '\'estidos se convirtieron en mercancías producidas en masa. Pues-
to que la producción para el intercambio tiene lugar solamente
fuera del hogar y se identifica con el trabajo como tal, el hogar ya
no se considera corno sitio de trabajo. I-Iogar y centro de trabajo, que
alguna vez fueron lo mismo, están hoy día separados. 9
Este cambio eri la organización de . la producción se dio - y al
mismo tiempo dio lugar a ella- junto con una serie de cambios
de largo alcance dentro de la familia. Además de perder su papel
-en la producción, la ·familia perdió muchas de sus funciones educa-
tivas, religiosas y políticas, así como su papel en el cuidado de los
·enfermos y los ancianos. Estas pérdidas han convertido a la familia
nuclear contemporánea en una institución fundamentalmente de
parentesco y personal, en la esfera personal de la sociedad. 10 La fami-
lia se ha convertido .en el lugar al que se vuelve para recuperarse del
trabajo, para encontrar la realización personal y un sentido del yo,
y sigue· siendo el lugar en que se alimenta y cría a los niños.
La escisión entre la producción social, por una parte, y la repro-
ducción doméstica y la vida personal, por otra, ha ahondado aque-
Ua división sexual de las esferas que ya existía en la sociedad prein-
dustrial. Los hombres son cada vez menos indispensables para la fa-
:znilia ·al convertfrse en principio sólo en "los· que ganan el pan". Por
un tiempo conservaron su autoridad dentro de ·1a familia, pero, a me-
dida que su autonomía en el mundo no familiar fue disminuyendo,
su autoridad dentro de la familia misma declinó, 11 y cada vez parti-
cipan menos en la vida de la familia. Alexander Mitscherlich, psico-
9 Véase Ali ce Clark, T he working life of -women in . the seventeenth century

(1919; Clifton, N. J., Augustus Kelley), y Robert· S. Lynd y Helen Merrel Lynd,
.Middletown (1919; Nueva York, Harcourt Brace, 1959). ·
10 Véase Talcott Parsons, "Age and sex in the social structure of the United

.States" y "The kinship system of the contemporary United States", en Essays


on sociological theory, ed. rev. (Nueva York, Free Press, 1954); Social structure
and personality (Nueva York, Free Press, 1964); Parsons y Robert F. Bales,
Family, socializ.atíon and interaction process (Nueva York, Free Press, 1955);
Eli Zaretsky, "Capitalism, the family and personal life", Socialist Revolution,
13-14 (enero-abril de 1973), pp. 69-125; 15 (mayo de 1973), pp. 19-70; Peter
L. Berger y Hansfried Kellner, "Marriage and the construction of reality", en
Rose Laub Coser (comp.), The family: its structures and functions (Nueva
York, St. Martin's Press, 1974).
11 Véase Grete .. Bibring, "On the 'passing of the Oedipus complex' in a
·matriarchal family setting". en Rudolph M. Loewenstein (comp.). Drives, af-
fects an.d behavior (Nueva York, lnternational Universities Press, 1953), pp.
278-284; Max Horkheimer, "Authority and the family", en Critical theory (1936;
Nueva York, Seabury, 1975).
MATERNIDAD, DOMINIO MASCULINO Y CAPITALISMO 109
analista y teórico social, habla de una "sociedad sin el padre" .12 Por
su parte, las mujeres perdieron su papel económicamente productivo
tanto en la producción social como en el hogar. ·
La ampliación y formalización de esta escisión entre lo público
y lo doméstico trajo consigo una creciente desigualdad sexual. Con-
forme la producción· dejó el hogar y las mujeres dejaron de partici-
par en las actividades productivas primarias, perdieron poder tanto
dentro del mundo públi<;:o como dentro de sus familias. El trabajo
de las mujeres en el hogar y el papel de la maternidad están deva-
luados porque quedan fuera de la esfera del intercambio monetario
y no se les puede medir en esos términos, y debido además a que el
amor, aunque supuestamente es valoradó, en realidad sólo lo es dentro
de un ámbito devaluado y exento de todo poder, ámbito separado de
los beneficios y logros y - que no se equipara a ellos. Las esferas de los
hoII1bres y las mujeres son inequívocamente desiguales y la estructura
de los valores en la sociedad industrial capitalista ha reforzado la ideo~
logía d,e la inferioridad y ·1a _relativa carencja de poder frente a los
hombres que las mujer~s trajeron c~nsigo d~ los tiempos preindus-
triales y precapitalistas~ ·· - · . _· ·_ . ··
Al mismo_ tiempo, ·el papel i::ep~9ductivo: de las mujeres ha cam-
biado.13 Hace dos siglos_ el matrimonio. era sinónimo de la crianza
de los hijos. Lo má~ propable era que .alguno_ de. los cónyµges muriera
antes de .que _los niños estuvieran _,completamente criados y también
que la rii.uerte del otro (;Ónyuge' ocurriera . dentro de los primeros cin~
c~ años de_ matr~monio del hij? _piás joven. ·La paternidad duraba
desde el principio de un". matrimon~o .h~sta Ja 1Duerte de los. cónyu-
ges~ Pero en. los dos · últimos sigl_os, la.s tasas qe fertilidad y de mor-
talidad · infantil han decrecido, la· l(:>-ngev1dad· _ha aumentado y los
niños pasan la mayór par,te de su infancia en la .escuela.

LA MATERNIDAD DE LAS MUJER~S Y LA IDEOLOGÍA


SOBRE LAS MUJERES

Tal como los requerimientos físicos y biológicos reales de la crianza


y cuidado de los niños fueron disminuyendo, el papel de la mater-
nidad de -las m':ljerés fue· adquiriendo mayor·_ significación psicoló-
gica é. ideológica. y ha ve.nido a. domin.ar
.
·;
c~da. VeZ
. .
más_ SU vida, tanto
. .

· 12Alexander Mitscherlich,; · SoCiety · w_ithout th_e -_¡ather: a contribution to so-


cia_~ psycho!ogy (1963; ·N_ueva Yor~• .-Schocken.," 197Q). · ·
1 ª Robert V. Wells. "Demqgrapl1;ic ·~h~nges' and .the_ life cycle of American
families". ]ournal ·.of Interdisciplinafy His_to~y, ~. ~úm. 2 · (1971). pp. 273-282.
110 NANCY CHODOROW

fu era del hogar como dentro de él. En esta sociedad no se asume,


como se hacía en la mayoría de las sociedades anteriores, que las
mujeres en tanto que madres y esposas hacen trabajo productivo
o trabajo .que produce ingresos como una parte de su contribución
rutinaria a sus familias. La base factual de esta suposición se está
desgastando con ·rapidez -conforrne aumenta el número de esposas
y de madres, tanto casadas como solteras, en la fuerza de trabajo
asalariado- pero la ideología aún permanece igual. Cualquiera que
sea su situación marital y a pesar de la evidencia de lo- contrario,
tanto para las mujeres casadas como para las no casadas, por lo ge-
neral se supone que las mujeres que trabajan sólo lo hacen para
complementar el ingreso del marido en cuestiones no esenciales.
Es precisamente este tipo de suposición la que justifica la discrimi-
·nación, salarios más baj.os, despidos, tasas de desempleo más altas
que las de los hombres y trato arbitrario. En un país donde la fuerza
·de trabajo asalariado es más del 40% femenina, muchas personas
siguen considerando que la mayoría de las mujeres son esposas y
madres que no trabajan. En una situación en la que casi dos ter-
cios de las mujeres que trabajan están casadas y casi el 40% de ellas
tienen hijos menores de 1.8 años, todavía mucha gente considera que
las "mujeres que trabajan" son_ solteras y sin hijos.
El tipo de trabajo que realizan las mujeres tiende también a re-
forzar los estereotipos de la mujer como esposa y madre. Su trabajo
por lo general es de relación con y con· frecuencia es extensión de los
papeles de esposa o de madre, f orrnas que el trabajo de los hombres
no reviste. Las mujeres son empleadas de oficina, empleadas_ domés-
ticas, maestras, _enferrneras, vendedoras. Si participan en la produc-
ción, por lo general se trata -de aquella producción de bienes no dura-
deros como vestidos y alimentos, no en las industrias "masculinas"
de maquinaria como el acero y los automóviles. 14 Así, pues, todas
las mujeres se ven afectadas por una norma id~ológica que las de-
fine corno miembros de las familias nucleares convencionales.
Esta ideología no es solamente una norma estadística. Se la trans-
f orrna y se la explica en términos de diferencias y causas naturales.
Explicarnos la división sexual del trabajo como resultado de diferen-
ª Toda mi información sobre las mujeres en la fuerza de trabajo está tomada.
del U. S. Department of Labor, Employment Standards Administration, Wo-
men's Bureau, 1975 handbook on women workers, boletín 297. Para un estudio
histórico de cómo .el trabajo de las empleadas de oficina ha cambiado conforme
la fuerza de trabajo oficinesca se fue volviendo femenina, de tal manera que
abarcó mucho más servicio-- personal, ·preparación del café y otros menesteres
semejantes, véase el trabajo de Margery Davies, ''Women's place is at the type-
writer: the feminization of the clerical labor force", Radical America, 8,
núm. 4 (julio-agosto de 1974), y en este volumen, pp. 222-238.
MATERNIDAD, DOMINIO MASCULINO Y CAPITALISMO 111
cías físicas. Vemos a la familia como u_na creación natural y no
como una creación social. En general, no consideramos en absoluto
la organización social del género como un producto o un aspecto
de la · organización social. La reificación del género implica por lo
tanto la eliminación de toda acusación de historicidad y de la
idea de que las personas producen y han producido sus formas
sociales.
Una ideología sobre la naturaleza que ve a las mujeres más cer-
canas a ella que los hombres, o como anomalías ni naturales ni
culturales, sigue siendo la fundamental. 15 Más aún, en nuestra so-
ciedad la ideología específica de la naturaleza que determina la
organización social del género, en general, y la vida de las mujeres
en particular se basa sobre todo en las interpretaciones y extensio-
nes de las funciones de ·maternidad de la mujer y de sus órganos
reproductivos. Los historiadores han mostrado cómo el desarrollo in-
dustrial en el país capitalista que son los Estados Unidos relegó a las
mujeres al hogar y elevó sus cualidades maternales hasta convertir-
las en los soportes nutricios y los mo.delos morales tanto para los
hijos como para los maridos.
Ruth Bloch ha examinado las revistas norteamericanas del último
cuarto del siglo xvn1 a fin de rastrear los orígenes de lo que sería
la ideología en el siglo XIX, 16 y encontró varios datos interesantes. Du-
rante ~l final del período colonial, las revistas no asignaban ningún
peso específico al papel de la madre ni· en relación con los otros pape-
les que desempeñaban. ni en contraste con el papel .del padre. Las mu-
jeres eran madres racionales, formaban parte de una pareja de padres
racionales, además de cumpl~r con sus demás deberes hogareños. Sin
embargo, alrededor de 1790, a medi~a que se produjo el incremento
en el trabajo impersonal y competitivo para los maridos, se produjo
también una imagen sentimental de lá · "madre moral" que vino a
desplazar a todas las imágenes previamente dominantes de la mujer,
imágenes a las que Bloch llama "la belleza delicada" y "el ama de
casa racional". La madre moral incorporó algunos de los rasgos
de sus predecesoras y al mismo tiempo les confirió un sentido
nuevo:
Lo mismo que el ama de casa racional, ella era capaz, indispensable y digna
de respeto. Sin embargo, como_ la belleza delicada, era maravillosamente
diferente de los hombres, intuitiva en oposición a racional y, por lo tan-
to, también, sujeto de idealizaciones sentimentales.17
16 Véase Sherry Ortner, "Is female to male as nature is to culture?", en Ro-

saldo y Lamphere, Women, culture and society.


1 ª Ruth Bloch, "Sex. and the sexes in eighteenth· century magazines" (1972).
17 lbid., p. 29.
112 NANCY CHODOROW

Las revistas . exaltaban la importancia y el papel de las madres


en la producción de hijos dignos; pero también sugerían que las
mujeres desempeñaban un papel maternal similar para sus esposos.
Bloch concluye:

El . punto de vista. de la esposa que proporcione al hombre el apoyo en10,..


cional decisivo alimentó la concepción de -la mujer como esencialmen-
te "madre", papel que en las revistas de la década de 1790 empezó a re-
cibir efusj.vo.s elogios por el servicio indispensable y amoroso a la raza hu-
mana,18
~· .
~sí, pues,. Ja,s virtudes de i;a .madre y la esposa se plegaron en una
sola,. que era maternal: _·nutricia, •solícita y modelo de moralidad. La
imag~n en ascenso d.e la :mujer como madre idealizó además la asexua,..
lidad :de la mujer, lo que coadyuvó a la asimilación de la esposa a . la
madre __ en la psique masculina.
La madre moral er;;i un producto histórico. Era ella la que "propor-
cionaba; el amor y la moralidad-que permitían·a· su- marido sobrevivir
en el mundo cruel de los hombres" .19 Conforme· ese mundo se volvía
cada vez más· cruel con el desarrollo industrial del siglo x1x, tanto
la imagen de la madre 'moral como -los intentos de reforzarla crecie-
ron también~· Barbara Welter describe su ap~geo- ·en el "culto de la
verdadera femineidad". 2 º Las revistas y los libros femeninos exponían
y explicaban· este culto· y ellas -10 discutían-- y· analizaban en periódicos,
diarios y novelas. De las. mujeres burguesas. del ºsiglo XIX se esperaba
que .fueran piadosas., puras,' sumisas y hogareñas; una vez más para
proporcionar u~ mundó .de' contrasteºº con· el mundo inmoral y com-
petitivo ·'del trabajo de su marido' y un iugar en el que sus propios
hijos . (sobre . todo los varone_s) pudieran de-sarrollar las cualidades
morales .y· el carácter adecuados. Pebido a esto, la condescendencia
con .los requisit~s de l~ m~~aiidad mat~i:~ai no se dejaba al azar. La
p~áct~ca ~édÍca defi_nía a)a ~ujer burg~esa como asexuada y sumisa
por nélturaleza. La desviación de esta norma (la resistencia o la afir-
mación del yo de las mujeres) la atribuían · a cuestiones médicas.
Los doctores, fuera por sugerencia de los maridos o por ideas pro-
pias, extirpaban los órganos sexuales y reproductores a las mujeres
que eran demasiado sexuales y agresivas y que por lo tanto amena...
18 lbid., p. 31.
~lli~~p&OO.. . ,
20Barbara Welter, "The cult . <;>f. true_, -womanhood:·: -1820-1860~'. en Michael.
Gordon . (comp.) •. The 4.merican- faní_ily in .. social-historical- perspective (Nueva
York, St. Martin's, 1973). . _.
MATERNIDAD, DOMINIO MASCULINO Y CAPITALISMO 113
zaban el control masculino sobre la mu1er y la cuidadosa delimi-
tación de las esferas sexuales. 21
En este siglo, la ideología de las diferencias genéricas naturales
y del papel maternal natural de las mujeres ha perdido algo de su
rigidez victoriana. Sin embargo, la dicotomía entre lo que es social
y público y lo que es· doméstico y natural adquiere un peso psicológico
cada vez mayor. En una sociedad tan completamente caracterizada
por variables universalistas constituidas socialmente y organizada alre-
dedor de ellas (un mercado en el trabajo, la enajenación, las normas
burocráticas, la ciudadanía y la igualdad .formal del acceso a la es-
fera política· y frente a la ley), conservamos por lo menos un área
en la que la pertenencia y las atribuciones parecen ser completa-
mente independientes de la construcción social. La gente sigue ex-
plicando la división sexual del trabajo y la· organización social del
género como resultado de las diferencias físicas y considerando la
familia como una creación natural y no social.
La ideología de las mujeres como madres naturales también se ha
extendido al hogar. En los últimos cincuenta años la tasa promedio
de natalidad ha decrecido, pero hay estudios que muestran que du-
rante este mismo período las mujeres dedican más tiempo al cuidado
de los niños. 22 Las mujeres en el hogar acostumbraban hacer trabajo
productivo y más trabajo físico al mismo tiempo que se ocupaban de
la maternidad. Antes tenían más hijos, lo que significaba que du-
rante. la mayor parte de su vida adulta se ocupaban de los cuidados
físicos y de la alimentación. En las sociedades preindustriales y en
las comunidades tradicionales los niños y los ancianos con frecuencia
ayudaban y siguen ayudando en el cuidado de los niños. En los hogares
de hoy hay pocos niños y éstos van a la escuela . desde pequeños,
por lo que no están disponibles para ayudar a sus madres.
La familia occidental ha sido en gran medida "nuclear" durante
siglos, es decir, que los hogares por lo general solamente albergaban
una pareja casada con sus hijos. Pero algunos de estos hijos podían
ser adultos y no estar casados, además de que en el hogar habitaban
otros miembros, como sirvientes, aprendices, huéspedes de todo tipo,
algún abuelo, etc. El surgimiento de la industrialización capitalista
ha convertido el hogar en un ámbito exclusivo de los padres e hijos
pequeños 23 y ha eliminado a los hombres de las responsabilidades
21 Véase Bernard Barker-Benfield, .. The spermatic economy of the nineteenth

century", .en Gordon, The American family, y Barbara Ehrenreich y Deirdre


English, Complaints and disorders (Old ·Westbury, N. Y .• Feminist Press, 1973).
22 Joann Vanek, Keeping busy: time spent in housework, U. S., 1920-1970 (1973).
23 Véase Philippe Aries, Centuries of childhood: a social history of family life

(Nueva York, Random, 1965); '1Villiam Goode, World revolution and family
114 N ANCY CHODOROW

del hogar y la paternidad. El cuidado de bebés y niños se ha con-


vertido en el dominio exclusivo de las madres biológicas que están
cada vez más aisladas ·de todos sus parientes y con menos contactos
sociales durante su. tiempo de maternidad. La participación en la
fuerza de trabajo asalariada no altera el panorama. Cuando las mu-
jeres están en casa aún cargan con casi toda la responsabilidad de
los hijos.
Parece una ironía que las madres biológicas hayan adquirido cada
vez más la responsabilidad exclusiva del cuidado de los hijos preci-
samente cuando los componentes biológicos de la maternidad han
disminuido, puesto que las. mujeres dan a luz a menos hijos y la
alimentación artificial es accesible a todos. La psicología y la sociolo-
gía posfreudianas han proporcionado nuevas razones para la idea-
lización y el reforzamiento del papel maternal de la mujer ya que
han hecho tanto hincapié sobre la importancia decisiva. de la rela-
ción madre-hijo para el desarrollo del pequeño.
Este papel decisivo de la maternidad contribuye no sólo al desarrollo
del niño sino también al desarrollo de la suprei;nacía masculina. Debido
a que las mujeres son responsables del cuidado -de los niños cuando
son pequeños así como de la mayor parte de su socialización posterior,
debido a que los padres están cada vez más ausentes . del hogar
y debido a que las actividades de los hombres han sido por lo general eli-
minadas de éste mientras que las de las mujeres han permanecido den-
tro de él, los niños varones tienen dificultades para obtener un papel
estable de identificación con el género masculino. Fantasean sobre este
papel ·y lo idealizan, cosa que tanto sus padres como la sociedad
definen como deseable. Freud en un principio describió cómo la
lucha edípica normal de un niño varón para liberarse de su madre
y convertirse en masculino generaba "el menosprecio que sienten los
hombres por un sexo que es el menor". 24 La psicoanalista Grete Bi-
bring sostiene a partir de su propia experiencia clínica que "el exceso
de madre" resultante de la organización contemporánea de la pa-
ternidad y del trabajo fuera de la familia da lugar al resentimiento
y al temor a las mujeres en los hombres y a la búsqueda de una
mujer no amenazante, no demandante, dependiente e incluso infan-
til, una mujer que sea "simple y por lo tanto segura y afectuosa". 25
patterns (Nueva York, Glencoe Free Press, 1963); Barbara Laslett, "The family
as a public and private institution: a historical perspective", ]ournal of Marriage
and the Family, 35 (1973)~ pp. 480-492; Peter Laslett (comp.). Household and
family in past time (Nueva York, Cambridge University Press, 1972).
u Sigmund Freud. "Sorne psychical consequences of the anatomical .distinc-
tion between · the sexes·"· Standard· edition, XIX (Londres. Hogarth Press and
lnstitute of Psychoanalysis, 1925), p. 253.
25 Bibring, Drives, affects and behavior, p. 282.
MATERNIDAD, DOMINIO MASCULINO Y CAPITALISMO 115
A través de estos mismos procesos, sostiene, los hombres terminan por
rechazar, devaluar e incluso ridiculizar a las mujeres y todo lo feme-
nino. Así, pues, la maternidad de las mujeres genera modos ideo-
lógicos y psicológicos que reproducen la orientación hacia la domina-
ción masculina y sus estructuras en los hombres por separado y esta-
blece una afirmación de la superioridad masculina dentro de la defi-
nición misma de la masculinidad.

.,
LA MATERNIDAD DE LAS MUJERES Y LA REPRODUCCION
DEL CAPITALISMO

Tradicionalmente, la maternidad de las mujeres ha sido y continúa


siendo una característica . cardinal en la organización social, en la
reproducción social del género y en la desigualdad sexual. En nues-
tro tiempo también es cardinal para la reproducción del modo de
producción capitalista y de la ideología que lo sostiene. Para co-
menzar, hoy como siempre,· por supuesto, las mujeres reproducen
biológicamente a la especie ... Pero ésta es una categoría biológica
universal. En este contexto lo que nos interesa es la reproducción coti-
diana y generacional específica de. nuestro sistema económico. ·
Hay varios aspectos que tienen que ver con la reproducción. La
.9rganización capitalista de la producción mantiene condiciones que
garantizan la expansión constante de la fuerza de trabajo cuyos
salarios y sueldos pueden mantener a sus miembros y a sus familias
pero no son suficientes como para permitirles que se conviertan en
capitalistas. Las ideologías e instituciones legitimadoras -el Estado,
las escuelas, los medios de comunicación, las familias- contribuyen
a la reproducción del capitalismo. Finalmente, los propios trabaja-
dores, en todos los niveles del proceso de producción, se rep~oducen,
tanto físicamente como en términos de sus capacidades necesarias,
sus orientaciones emocionales y sus posiciones ideológicas. La fami-
lia es el lugar principal de esta última forma de reproducción y las
inujeres, en tanto que madres y esposas, son sus principales ejecutoras.
El papel de la mujer y las actividades de trabajo en la familia contem-
poránea contribuyen a la reproducción social específica del capitalismo.
Con el desarrollo del capitalismo y la sep;;tración de la vida del
trabajo y la vida de la familia, las mujeres continuaron conser-
vando las responsabilidades básicas del hogar como herencia del pa-
sado precapitalista y como extensión de la división· entre lo doméstico
y lo público que se encuentra en los inicios de este período. Esto no
significó que el sistema de. las f ábrica.s y de la industrialización arras-
116 N ANCY CHODOROW

trara consigo de manera automática a los hombres y no a las mujeres


hacia su fuerza de trabajo, puesto que las mujeres y los niños eran
prominentes entre los trabajadores de las primeras fábricas. En los Es-
tados U nidos, la mayoría de los hombres se colocaba en la pro-
ducción agrícola conforme se desarrollaba el sistema de fábricas, y en
Inglaterra las mujeres y los niños constituían una fuerza de trabajo
más barata que la ·de los hombres. Además, las primeras fábricas pro-
ducían textiles que previamente habían sido hechos en el hogar por
las mujeres. Significativamente, sin embargo, el desarrollo del trabajo
fuera del hogar (proceso que luego se invertiría) 26 no· afectó a la
división del trabajo dentro de él. Las mujeres de todas las clases con-
servaron y siguen conservando las responsabilidades del hogar.
Para comenzar, las mujeres son responsables de la reproducción
diaria de la participación adulta (por inferencia masculina) dentro
del mundo del trabajo asalariado. Estas responsabilidades son psicoló-
gicas y emocionales tanto como físicas; el sociólogo Talcott Parsons
sostiene que "la estabilización y el manejo de la tensión en las per-
sonalidades adultas" constituye una de las principales funciones de la
familia. 27 U na interpretación de lo que afirma· Parsons ·es que la uni-
dad familiar, por su misma unidad, consigue de alguna manera esta-
bilizar y manejar las tensiones de los dos miembros adultos de la
familia. 28 Sin embargo, datos obtenidos sobre la salud mental y la
felicidad en el matrimonio arrojan que los hombres casados· tienen una
salud mental superior a la de los solteros pero no así las mujeres>
teniendo las solteras una salud mental superior a las casadas, de
donde se desprende que sólo la persona (o la personalidad) mascu-
lina se beneficia psicológicamente con el matrimonio. 29 Una inter-
pretación más correcta, apoyada sobre la. opinión de Parsons de que
la esposa/madre es la dirigente "expresiva'' o "social-emocional" de
su familia, sería entonces, que la esposa/madre es quien maneja las
tensiones y la estabilización y el esposo/padre se apacigua y tranqui-
liza gracias a ello.
Las teóricas del feminismo socialista están de acuerdo en lo fun-
damental con lo que afirma Parsons, pero aclaran que esto tiene
implicaciones en lo que se refiere a los beneficios diferenciales. Según
26 Para un excelente análisis de la transición del trabajo femenino al mascu-

lino en las fábricas como respuesta a la importancia cada vez mayor del trabajo
asalariado como fuente de ingreso. véase Heidi Hartmann, "Capitalism, pa-
triarchy and job segregation by sex", Signs, 1, núm. 3, segunda parte (1976),
pp. 137-169, y en este volumen, pp~ 186-221.
2'1 Véase Parsons y Bales, Family, socialization.
28 Para una opinión que no establece diferenciación entre estas funciones

por el género. véase Berger y Kellner, en The family.


s Jessie Bernard, The future of marriage (Nueva York, Bantam, 1973).
MATERNIDAD, DOMINIO MASCULINO Y CAPITALISMO 117
ellas, el manejo de la tensión y la estabilización constituyen el apoyo
necesario para los participantes masculinos en el mundo del trabajo
extradoméstico; requieren de ese apoyo debido a que su trabajo es
enajenante y totalmente carente de afecto, y de otra manera sería
insoportable. Es así que el papel de la mujer en la familia sirve como
válvula de escape para el descontento que se genera en el trabajo,
cumpliendo la función de asegurar la estabilidad del trabajador. Sirve
además para eliminar la necesidad que tendrían que satisfacer los pa-
tronos de prestar atención a dicha estabilidad o de crear satisfac-
ción. Los sociólogos Peter Berger y Hansfried Kellner explican bien
esto:
Las institucio11es públicas hoy en día se enfrentan al individuo como un
mundo inmensamente poderoso y ajeno, incomprensible en su modo in-
terno de funcionar, anónimo en cuanto a su carácter humano... El caso
es que el individuo que se encuentra en esta situación, sin contar si es o no
es feliz, busca en otra parte las experiencias de autorrealización que sí
tienen importancia para él. Y precisamente va a buscarlas_ en la esfera
privada, esa área intersticial creada (podríamos pensar) de manera más o me-
nos accidental como subproducto de la metamorfosis social del industrialismo.
Es aquí donde el individuo va a buscar el poder, la comprensión y, lite-
ralmente, un nombre: ese poder aparente de inventar un mund<;>, por más
liliputiense que sea, que reflejará su propio ser;· un mundo que, aunque
en apariencia haya sido ideado por él y por lo tanto sea diferente de todos
los otros mundos que insisten en moldearlo a él, le resulte inteligible y
transparente (o al menos eso crea); un mundo en el que en consecuen-
cia, sea alguien, tal vez hasta amo y señor dentro de su círculo encantado.so

El planteamiento feminista socialista nos señala además otra cues-


tión importante. El enfoque de Parsons - y de otros teóricos funcio-
nalistas y psicoanalíticamente orientados a la familia- sobre el papel
social emocional de las mujeres no nos permite darnos cuenta de que
ese "papel" constituye un trabajo. Este trabajo· afectivo, que las re-
vistas de mujeres algunas veces llaman "construcción del· ego", es una
parte de aquel trabajo de la mujer dentro del hogar que sirve para
reconstituir la fuerza de trabajo en la sociedad capitalista. Este tra-
bajo incluye el trabajo físico real del hogar que Parsons y otros teóri-
cos tradicionales de la familia ignoran. Mariarosa dalla Costa, lleva
el tema feminista socialista hasta sus últimas consecuencias y lo ilumi-
na valiéndose de la rnetáfora, si no es que de la realidad misma: ep. la
sociedad capitalista el hogar es una fábrica que produce la mercancía
más importante para el capitalismo: la fuerza de trabajo. 81
30 Berger y Kellner. en The fam.ily, pp. 161-162.
31Mariarosa dalla Costa, El poder de la mujer y la subversión de la comuni-
dad (México, Siglo XXI, 1975).
118 N ANCY CHODOROW

Las mujeres también reproducen la fuerza de trabajo en su papel


específico de madres. Los teóricos del Frankfurt Institute for Social
Research y los parsonianos se apoyan en el psicoanálisis para mos-
trar cómo la posición relativa de padres y madres en la familia pro-
duce el··. compromiso psicológico de los hombres con la dominación
capitalista: la internalización · de la subordinación a la autoridad, el
desarrollo de las capacidades psicológic~s necesarias para la partici-
pación en un mundo de trabajo enajenado y la orientación al éxito. 32
Los parsonianos parten de la entrega intensa y a menudo sexualizada
de la madre a su ·bebé varón. En las familias norteamericanas de clase
media, en las que las madres por lo general no tienen otras figuras
afectivas en torno a ellas, se desarrolla una inversión erótica mutua
entre hijo 33 y madre, inversión que ella puede manipular libremente:
puede amar, gratificar y frustrar al. hijo en' los momentos precisos,
hacer que retrase la gratificación, que sublime o reprima sus. nece-
sidades eróticas. Esta relación estrecha ·y exclusivamente preedípica
entre madre e hijo desarrolla primero una dependencia respecto del
hijo,. creando una base motiv~cional para los primeros aprendizajes
y los fundamentos de la dependencia respecto de los demás. Cuando
una madre "rechaza" a su hijo o lo empuja a ser más independiente,
este tipo de conducta, establecida sobre la base de una dependencia
iniciál intensa, crea una necesidad difusa de ·complacer y de· confor-
midad fuera de la relación con la propia madre. La madre aislada
cuyo marido está. ausente produce· en los hijos varones una perso-
nalidad fundada en la ori~ntación a logros generalizados más ·µien
que en orientaciones a metas específicas. Estas orientaciones difusas
se pueden utilizar para servir a diversos propósitos específicos, no pre-
cisamente establecidos por los propios hombres.
En un período anterior del desarrollo capitalista, las metas indivi~
duales eran importantes para más hombres, y los logros empresariales
así corno la disciplina del obrero tenían que basarse más en directivas
morales internas y en la represión. La organización familiar anterior,
en la que la dependencia no era tan prominente ni tampoco la rela-
32 The Frankfurt Institute for Social Research, Aspects of sociology (Boston,
Beacon Press, 1972); Max Horkheimer, "Authority and the family", en Critica[
tlzeory; Mitscherlich, Society without the father; Parsons, Social structure and
personality; Parsons y Bales, Family, socialization; Philip Slater, The pursuit of
loneliness, ed. rev. (Boston, Beacon Press, 1976), y Earthwalk (Nueva York,
Doubleday, 1974).
83 Parsons y sus colegas estudian la relación "madre-hijo". Sin embargo. para

ellos lo principal es la relación erótica edípica como motivadora y el desarrollo


de los rasgos de carácter que son. adecuados para la capacidad masculina de
trabajo y no a los papeles expresivos femeninos. Podríamos concluir con. sufi-
ciente certeza que el niño que tienen en mente es varón.
MATERNIDAD, DOMINIO MASCULINO Y CAPITALISMO 119
ción madre-hijo era tan exclusiva, producía estas directivas internas.
Según Parsons, "ahora, el producto ... que se busca no es ni un objeto
ni una máquina, es una personalidad. Pero, podemos agregar, un pro-
duct<? en el .sentido de un recurso altamente desarrollado y no un
producto destinado -solamente.al consumo." 34
La familia contemporánea, con su manipulación de la dependencia
en la relación madre-hijo, produce una forma de "trabajo [que] se ha
convertido en un recurso transferible de una unidad a otra" 35 y
"habilidades personales que se- han convertido en un recurso perfecto
para cumplir las funciones ·de la sociedad".36 El complejo de Edipo
en la familia contemporánea origina una "relación 'dialéctica' entre
por una parte la. dependencia y por otra la inqependencia y el éxito" .37
Slater amplía el análisis de Parsons y sostiene que. aquellas perso-
nas que empiezan su vida con sólo uno o . dos objetos afectivos, des-
arrollan una "disposición para. poner todos [sus]. huevos emocio-
nales en. una .sola cana~ta. simbólica".. 38 Los varones que crecen en
las familias nucleares norteamericanas de clase media tienen esta
experiencia. 39 Por el hecho de que han recibido tanta gratificación
de s~ madre en comparación con la que recib~n de cualquier otra
persona, y puesto que su relación con ella fue tan exclusiva, es bas-
tante poco probable que puedan repetirla. Renuncian a· s\l. madre
como objeto de vinculación dependiente, pero, por el hecho de que
fue tan excepcionalmente importante, la conservan como un objeto
edípicamente motivado que se volverá a ganar en la fantasía.
El resultado es que convierten sus vidas en una búsqueda de· éxito.
Esta situación contrasta con la de aquellas personas que han tenido
un nú1nero mayor de relaciones placenteras en su primera infancia.
Éstas son las personas que más probablemente van a esperar .gratifica-
ción en sus relaciones inmediatas y a . mantener compromisos con
más personas, además de que es probable que. sean las que menos se
nieguen a sí mismas el presente en función del futuro. Seguramente
no serán el mismo tipo de buen trabajador puesto· que el trabajo
se define (en nuestra sociedad) de forma individualista y no coope-
rativa.
Max Horkheimer y los teóricos del Instituto Frankfurt se intere-
:14. Talcott Parsons con Winston White, "The link between charactcr and
society", Social structure and personality, p. 233.
35 lbid., p. 204.

se lbid., p. 233.
37 lbid., p. 218.
38Slater, Earthwalk, p. 131. Véase también Slater, Pursuit of loneliness.
39Las niñas también la tienen y ambos sexos la transfieren a tendencias a la
monogamia y a los celos. Pero Slater 5e -refiere a la relación de tonalidad sexual,
edípica/preedípica, más específica de los niños varones. .
120 NANCY CHODOROW

san por un resultado similar del desarrollo y lo atribuyen al mismo


cambio histórico. Aunque . reconocen implícitamente la significa-
ción de la madre, hacen hincapié en la declinación del papel del
padre: la. distancia, la no disponibilidad y la pérdida de autoridad.
Enfocan su análisis en la relación edípica del hijo con el padre más
que del hijo con la madre.
La familia siempre ha trasmitido orientaciones hacia la autoridad.
Sin embargo, la naturaleza de esta orientación cambió con la estruc-
tura de la autoridad . en el. mundo económico. Durante el período
del desarrollo capitalista inicial mayor cantidad de padres tenían algún
tipo de poder económico. Esta autoridad paterna también se expre-
saba en la familia, y los hijos - a través de una lucha edípica clási-
ca- podían internalizar la autoridaq de su padre, es decir, podían
internalizar las directivas internas y la automotivación burguesa y acep-
tar el poder tal como era. Confornie el hogar ·se fue limitando a los
miembros de la familia inmediata, se establecieron las condiciones
para la internalización: "La infancia en una familia restringida [se
convirtió en] la habituación a la autoridad." 4 º Ésta ~ra una respuesta
adecuada para los ·requerimientos del trabajo asalariado: "Para que
no pudieran desesperarse dentro del riguroso mundo del trabajo
asalariado y de su disciplina, pero sí cumplir con su parte, no es
suficiente con obedecer al ·pater familias; es necesario desear obe-
decerlo." 41
Con el desarrollo de la industrialización, los padres han tenido
cada vez menos que ver con la vida de familia. Sin embargo, no sim-
plemente abandonaron físicamente el hogar, sino que, conforme
más padres se convirtieron en trabajadores asalariados dependientes,
la base material para su autoridad familiar también se vio erosio-
nada. Horkheimer sostiene que la reacción a esto fue ,que los padres
desarrollaron modos autoritarios de actuación pero, puesto que ya no
hay ninguna base real para esa autoridad, no puede darse 'una lucha
edípica genuina. En lugar de internalizar la autoridad paterna, los
hijos varones emprenden sin guía una búsqueda de autoridad en el
mundo exterior. En su forma más extrema, esta búsqueda da lugar
a la fundamentación caracterológica del fascismo. Sin embargo, de
manera más general, conduce a tendencias a aceptar la manipulación
ideológica de las masas característica de la sociedad capitalista tardía
y la pérdida de normas autónomas o de los patrones internos que
sirven de guía a los individuos. La estructura familiar contemporá-
40 Horkheimer, en Critical theory, p. 108.
41 Frankfurt lnstitute, Aspects, p. 135.
MATERNIDAD, DOMINIO MASCULINO Y CAPITALISMO 121
nea, para los teóricos de Frankfurt como Parsons, no sólo prop1c1a
la manipulación sino la búsqueda de la manipulación. 42
Por todo lo anterior, el papel de la maternidad que cumple la
mujer y su posición corno progenitor principal en la familia, así corno
las cualidades y conductas maternales que se derivan de ello, son
determinantes para la reproducción cotidiana y generacional del ca-
pitalismo. Las mujeres resucitan a los adultos trabajadores tanto
física corno emocionalmente y crían niños que tienen las capacida-
des psicológicas específicas que requieren los ·trabajadores capitalistas
y los consumidores.43 Pero la mayor parte de estas relaciones son his-
tóricas y no son inevitables. La reproducción física de los trabajadores
(tanto de los hombres en la fuerza de trabajo como de los niños) debe
suceder, pero no hay nada en su naturaleza física que exija que suceda
en la familia. Más bien el desarrollo capitalista y la separación del
trabajo y el hogar han sido levantados sobre formas precapitalistas
de una manera que seguramente les ha resultado ·conveniente a los
capitalistas. I-Iay quienes sostienen que el trabajo doméstico, en la
forma en que actualmente está organizado, produce mayores bene-
ficios, puesto que el pago directo en el mercado para cubrir todos los
requerimientos físicos del trabajador así como por el cuidado de los
niños resultaría indudablemente mucho más elevado que la adición
marginal que se agrega al salario del trabajador para "sostener" a su
familia. Hoy en día, además, las esposas siguen desempeñando este
trabajo no asalariado aun cuando en ócasiones ganan su propio sus-
tento dentro de la fuerza de trabajo asalariada. Pero todo esto es una
cuestión histórica, de conveniencia y de ganancias; no se trata de
necesidades lógicas. Conforme más y más mujeres entran en la fuer-
za de trabajo, el sector económico extradoméstico podría asumir más
aspectos de la reproducción física. 44
Como ya lo he indicado, sin embargo, la reproducción de los tra-
bajadores no es exclusivamente o ni siquiera fundamentalmente un
problema físico o fisiológico en la sociedad capitalista. Los logros del
42 Sus informes difieren pero de modo demasiado complejo como para tratarlo

aquí. Los parsonianos nos hablan sobre la génesis del carácter en los burócratas
de cuello blanco, en los trabajadores profesionistas técnicos y en los ejecutivos.
Los teóricos de Frankfurt se interesan más por la génesis de los rasgos de ca-
rácter de los obreros industriales.
~3 En la mayoría de los informes feministas socialistas se oculta un hecho muy
importante:· que las mujeres también se re¡troducen a sí mismas, física y psico-
lógicamente, tanto cotidiana como generacionalmente.
" Esta mañana (10 de abril de 1977) la edición dominical del New York
Times trae un artículo en la primera plana sobre cómo se ha incrementado
en los últimos años la costumbre de salir a comer fuera de casa, al mismo tiempo
que ha decrecido la compra de víveres en los almacenes.
122 NANCY CHODORO\V

capitalismo y los hábitos regulares de trabajo en los obreros, ade-


cuadamente sumisos y organizados, nunca han sido únicamente una
cuestión de dinero. Las directivas internas, la planeación racional y
la organización, así como la buena disposición. para llegar al trabajo
a horas fijas y para cumplir con constancia, sea que se necesite o no
el .dinero ese día, ciertamente facilitaron la transición al capitalis-
mo. Hay además otras cualidades psicológicas que desempeñan un
importante papel en el capitalismo tardío,. como ciertas caracterís-
ticas específicas de la personalidad . y. capacidades personales adecua-
das del burócrata, el ejecutivo· medio, el técnico, el trabajador de
servicios y el obrero de cuelio blanco. La familia, cada .vez más nuclear
y aislada, en la cual las muj~res. son las que cumplen con la mater-
nidad, está adaptada a la reproducción en los niños de los com-
promisos personales y las capacidades adecuadas a estas formas de
trabajo y de dominación.. ·
Esta conexión interna, más que una conexión conveniente para el
capitalismo, es .también cierta para el . apoyo maternal que . dan las
mujeres a sus .maridos así como para la negación .que hacen de su
sexualidad amenazadora (porque es activa). El papel de la esposa
no sólo afecta a. los elementos heterosexuales de la ideología (aquellos
que podríamos considerar específicamente como "de esposa" opuestos
a los "de madre") en lo que se refiere a. las propias expectativas de las
mujeres. Sin duda. alguna, el sexo es fuente de autoestima masculina
y la dominación sexual contribuye a que un hombre libere las frus-
traciones sexuales que_ tiene en el trabajo y para que pueda poner
en práctica dentro de su esfera personal el control que de otro
modo él siente que se ejerce .sobre éL45 Empero, la conducta depen-
diente y pasiva de la mujer hacia su marido sirve también para encu-
brir el control nutricio que está ejerciendo: mientras las mujeres
continúen proporcionando el apoyo emocional y la "afirmación del
yo" a sus m~ridos, estarán cumpliendo el papel de maternidad para
con ellos.

Lo expuesto hasta aquí sólo adquiere sentido si se relaciona entre


sí. Por un lado, la maternidad de las mujeres en tanto que carac-
terística casi universal de la estructura familiar, ha proporcionado
ciertos atributos específicos a la organización social y a la valora-
ción del género tal como lo conocemos en_ todas las sociedades, de
modo que hemos heredado nue.stra organización parental así como
nuestro sistema de sexo-género de nuestro pasado precapitalista. Por
45 Sobre la ambivalencia que experimentan los hombres de la clase trabajadora

hacia la sexualidad femenina. véase Lillian Rubin, Worlds of pain (Nueva


York, Basic Books, 1976).
MATERNIDAD, DOMINIO MASCULINO Y CAPITALISMO 123
otra parte y al mismo tiempo, las características específicas de la or-
ganización y valoración del género han ganado importancia en nues-
tra propia sociedad. La organización del género y la dominación
masculina en la forma como la experimentamos hoy en día son
productos históricos y deben entenderse históricamente. La mater-
nidad de las mujeres ha seguido siendo fundamental en la vida de
éstas y en la organización de la familia, además de ser básica para la
génesis de la ideología sobre las mujeres.
El desarrollo del capitalismo industrial ha modificado esta cues-
tión y ha conferido significados específicos a la maternidad de las
mujeres y a la dominación masculina, acrecentando la significación
de algunas formas particulares. Las ·mismas represiones, la misma
negación de afecto y · las ligas emocionales, el ·rechazo al mundo de
las mujeres y a todas las cosas femeninas, la· apropiación del mundo
de los hombres, la identificación con el. padre ausente idealizado
-todo ello resultado de· la maternidad de las mujeres-, han dado
lugar. a la masculinidad· y al dominio masculino en· el sisten1a de
sexo-género y han creado también a los hombres participantes en el
mundo del trabajo capitalista.
La maternidad de las mujeres como base de la estructura familiar
y de la dominación masculina ha desarrollado así Una conexión in terna
con la reproducción del capitalismo, pero en tanto que contribuye
a la reproducción de la desigualdad sexual, la organización social del
género y el capitalismo, constituye también una prÓfunda contradic-
ción con otra de las consecuencias del ·desarrollo reciente de este
sistema: el incremento. de. la participación de las madres e:n. la fuerza
de trabajo. No podemos predecir cómó se va a resolver esta contra-
dicción. La historia, la ideología y el análisis de lo que sucede en los
países industrializados que· han contado con mujeres en la. fuerza
de trabajo .por un perío~o más largo~ establedendo alternativas para
el cuidado de los niños, parecen indicar . que las mujeres continua-
rán siendo las responsables del cuidado de los hijos· a menos que con-
virtiéramos el problema de la reorganización de la paternidad en un
objetivo político central. ·
LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA:
TRES ETAPAS DEL FEMINISMO

LINDA GORDON*

El movimiento contemporáneo de liberación de la mujer ha conver-


tido una vez más el control de la reprqducción en una cuestión
política. La lucha por el derecho al aborto,' la crítica a la imposición
imperialista de programas de control de la natalidad y la defensa
de los derechos de los seres humanos a tener experiencias sexuales
no reproductivas tanto horno como heterosexuales, son cuestiones que
forman parte de un programa feminista que sostiene que las mujeres
deben tener el derecho de elegir libremente el tener hijos o no.
Los marxistas están empezando apenas a intentar resolver estas
cuestiones. En cuanto teoría de la sociedad capitali:st~, el marxismo
se ha. concentrado en las relaciones de producción,·. valiéndose de
una definición capitalista de la producción: la creación de valor de
cambio. Las pautas de dominación masculina en el área de la re-
producción, no sólo biológica sino también de la reproducción social
de los seres humanos, anteceden al capitalismo y el pensamiento mar-
• Este ensayo fue escrito durante los meses de abril y mayo de _1977 y consti-
tuye una especie de puente o proceso intermedio entre dos trabajos más amplios,
uno de ellos ya terminado y el otro apenas en sus inicios. El estudio está ba-
sado en materiales del libro Woman's b-ody, woman's right: a social history of
birth control in America (Nueva York, Viking, 1976); contiene además algunas
de mis primeras especulaciones respecto al desarrollo histórico de la teoría femi-
nista, tema que empiezo a analizar en otro libro. Creo que las observaciones que
se hacen en el libro mencionado podrán aportar suficientes referencias para las
afirmaciones históricas que se sostienen aquí. Sin embargo, es necesario agregar
mi definición de trabajo de lo que es el feminismo. Es muy importante , litar
el empleo del término feminismo como si fuera una categoría moral un impri-
rnatur que otorgar a aquellos con los que estamos de acuerdo. La tendencia a
utilizarlo de esta forma es sectaria (algo similar a lo que sucede con las disputas
sobre lo que es verdaderamente socialista, marxista o ·comunista) además de
ahistórica. En los doscientos 'años aproximadamente que tiene de existir, el
feminismo ya ha tenido formas muy diversas y agudas oposiciones. Por ejemplo,
muchas de las sufragistas del siglo XIX no creían que la completa igualdad en-
tre los sexos fuera deseable; aun así, no llamarlas feministas sería una falsifica-
ción del proceso histórico. Así, pues, por feminismo entiendo un análisis de la
subordinación con el propósito de concebir ·una forma de cambia,rla. Pese a
la amplia gama de creencias admitidas aquí, ha habido una coherencia fundamen-
tal en el feminismo en tanto que movimiento social y en tanto que teoría social.

[124]
LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA 125
xista, tal cual existe hoy, no las explica completamente. Puesto que
parece ser que las relaciones sexuales se han definido en gran parte
por reflexiones acerca de la reproducción, los acercamientos marxis-
tas'- a las raíces de la dominación sexual han sido igualmente ina-
decuados.
En este artículo quiero especular acerca de las condiciones que po-
drían coadyuvar a la libertad reproductiva. Estas especulaciones han
surgido de las posibilidades que el movimiento de liberación femeni-
na han hecho imaginables y que a su vez .se basaron en posibilidades
materiales tales como la anticoncepci6n efectiva y la productividad ele-
vada de la sociedad industrial. Para poder captar lo novedoso de estas
posibilidades, echemos un breve vistazo a la historia de la lucha de
las mujeres por la autodeterminación reproductiva en contra de la
dominación masculina.

LA SUPRESIÓN DEL CONTROL DE LA NATALIDAD

Empecemos por refutar el mito de la existencia de una ·época pre-


histórica de libertad sexual. En toda sociedad humana conocida la
actividad sexual ha estado controlada y restringida; puesto que no
conocemos vida humana fuera de la sociedad, no conocemos vida
humana sin un cierto grado de represión sexual. Así, pues, al consi-
derar la cuestión de la reproducción debemos considerar las formas
históricas de la represión sexual.
Es necesario también que rechacemos Ja idea de que el control
de la natalidad se introdujo en un momento histórico determinado y
que desde entonces comenzó a influir sobre las prácticas sexuales. El
control de la natalidad, como otras formas de regulación sexual,
era conocido en la mayoría de las sociedades primitivas de cazadores
y recolectores; parece que ha sido una práctica hurnana tan gené-
rica como la de cocinar o socializar a los niños. La cuestión por
explicar no es el origen del control de la natalidad sino precisamente
su eliminación y la subsiguiente lucha para su legalización y mejo-
ramiento.
La eliminación del control de la natalidad parece coincidir con el
desarrollo de la agricultura, por dos razones principales: en primer
término, la agricultura hizo más productiva a la fuerza de trabajo
de manera que hizo viable la existencia de poblaciones y familias
mayores, que además resultaban económicamente ventajosas para
los patriarcas. En segundo término, las necesidades de la supremacía
masculina estaban cambiando. La acumulación de la propiedad pri-
126 LINDA GORDON

vada requería una regulación más exigente de la herencia de modo


que los hombres se preocuparon por establecer de una manera legal
su paternidad. Una prohibición sobre el control de la natalidad ayudó
a los hornqres a fomentar la monogamia entre las mujeres.
Así, pues, la supresión del control de la natalidad fue tanto una
cuestión de supremacía masculina como ·de · economía. Sin- duda las
dos motivaciones no ·estaban separadas, -puesto que la riqueza· que
producían las poblaciónes dedicadas cada vez más a la agricultura
constituyó la base del poder patriarcal. Como consecuencia de esto,
la lucha política por el control· de 1a natalidad e incluso el empleo
ilíeito de éste por parte de las mujeres fue- una forma de resistencia
no sólo contra la naturaleza .sino· también contra los hombres.
El movimiento organizado ·para el control de la natalidad amenazó
no sólo la subordinación sexual específica de las mujeres sino también
la totalidad de las relaciones entre los sexos, o lo que se ha llamado
el sistema de sexo-género. Este término es útil porque aclara el hecho
de que sexo y género son diferentes, es decir, que aunque están rela-
cionados, uno es biológico y el otro es social. -Aunque el género ha
mostrado ser notablemente constante a lo largo de la historia, tene-
rnos suficientes evidencias de su variabilidad como para saber que
está dentro de nuestras capacidades el cambiarlo. La dificultad ra-
dica en que el género es más profundo que las "funciones sexuales"
pues está incrustado dentro del ego mismo. En la formación de la
identidad del género femenino, las tareas reproductoras de la mujer
son extraordinariamente importantes. U na de las características del
sistema de sexo-género es que los trabajos de la reproducción bio-
lógica y la reproducción de la sociedad y la cultura a través de la
crianza de los niños y de la conservación de la familia son llevados
a cabo por mujeres y están tan relacionados entre sí que parecen
ser idénticos, como si -ambos fueran atributos biológicos de ellas.
Por ello, cuando comenzó la lucha moderna por el control de la na-
talidad, los antifeministas vieron . inmediatamente las demandas de
las mujeres por controlar sus procesos biológicos reproductivos como
un rechazo de sus funciones sociales en tanto que madres y esposas.
El control de la natalidad nunca fue completamente desterrado.
Siempre se encontró una tecnología clandestina para conservarlo,
alguna efectiva y otra ineficaz, alguna práctica y otra mágica, algu-
na segura y otra peligrosa. El resultado de la prohibición fue el de
reducir la habilidad y la seguridad de las técnicas utilizadas, además
de que, conforme se iba perdiendo la tecnología trad_icional, la con-
fianza y libertad de la mujer para inventar técnicas anticonceptivas
se veía limitada por la ignorancia y la vergüenza. Más aún, la urba-
nización y los -movimientos migratorios interrumpieron la trasmisión
LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA 127
de la información· sobre este aspecto. Pe modo que entre más efec-
tiva era la eliminación de la· información sobre la anticoncepción,
más frecuente era el recurso del aborto como método principal para
el con trol na tal.

,
EL FEMINISMO Y LA IDEOLOGIA SEXUAL

La lucha por el control de· la natalidad que surgió en el siglo XIX


no se dirigía únicamente a la legalización de cierto tipo de infor-
mación y de tecnología, sino que formaba parte de un movimiento
feminista que desafiaba la subordinación de las mujeres en la sexua-
lidad específicamente y dentro de la familia y la sociedad en gene-
ral. A partir de entonces, el movimiento por el control de la nata-
lidad, aun cuando desde. un punto de vista organizativo es autónomo,
siempre ha reflejado la fuerza histórica y el desarrollo del feminismo.
En los últimos cien años se han dado tres .etapas en la ideología
sexual de las feministas, cada una de las cuales afectó fuertemente
a la lucha por la libertad en la reproducción. En primer lugar, des-
de mediados del siglo XIX hasta 1890, las feníinistas del movimiento
sufragista se adhirieron a un ideal sexual que llamaré "doméstico"
y que en pocas palabras significa que creían que la actividad sexual
correspondía solamente al matrimonio y no creían en su importancia
para la vida de las mujeres. En la segunda etapa, que corresponde
al período próximo a la primera guerra mundial, un nuevo grupo
de feministas, que incluía a muchos hombres, rechazó las actitudes
antisexuales de las sufragistas y asoció los intereses de las mujeres
con la liberación sexual, apoyando la actividad sexual fuera del
matrimonio y, algo todavía más importante, haciendo hincapié, hasta
el grado de llevarlo al romanticismo, en la importancia del placer
sexual. En la tercera etapa, que corresponde a los años setenta (de
este siglo), las feministas contemporáneas han sido capaces de cri-
ticar sus primeras posiciones analizando la naturaleza del acto sexual
en sí mismo y sugiriendo que nuestras normas de conducta sexual han
sido distorsionadas por la supremacía masculina, invitando así a
analizar cuáles son los requerimientos del propio placer sexual de
las mujeres. En ninguna de estas etapas se pueden separar las cues-
tiones de la libertad de reproducción · y la libertad sexual. Ya que
no podemos hacer esto ni' dividir los objetivos de la reproducción de
los procesos de su transformación, debemos tomar esto como la his-
toria del conflicto entre las mujeres socialradicales y las socialcon-
servadoras, siendo ambos puntos de vista históricamente específicos.
128 LINDA GORDON

1] Empecemos alrededor del año 1870 y echemos una mirada a lo


que yo llamo el sistema sexual victoriano. Resulta útil considerarlo
corno sistema puesto que estaba compuesto de muchas partes rela-
cionadas entre sí; tenía una coherencia fundamental, aunque, corno
todos los sistemas culturales de este tipo, también conllevaba disi-
dencias y contradicciones. Las reforrnadoras feministas que inicia-
ron la cuestión del control de la natalidad compartían muchas de
sus convicciones con las de sus oponentes conservadoras.
Las moralistas conservadoras victorianas estaban de acuerdo en
que el propósito de la actividad sexual de las mujeres debía ser la
reproducción y muchas de ellas negaban que la mujer tuviera algún
impulso sexual independiente del deseo de la maternidad. Aquellos
que reconocían la existencia de la sexualidad femenina asumían que
estaba en armonía absoluta con la satisfacción del hombre. Las rela-
ciones que tenían las mujeres- con otras mujeres, aunque con fre-
cuencia eran apasionadas, virtualmente se definían como asexuadas,
haciendo el lesbianismo prácticamente invisible excepto como una
extraña aberración. Disfrutando normas agudamente divergentes, ra-
cionalizadas gracias a la noción de esferas separadas para los sexos,
los hombres celebraban la castidad de sus mujeres (o los agraviaba)
y se daban a las relaciones con prostitutas y otras mujeres de baja
extracción.
Para mediados del siglo XIX, los mismos cambios sociales que dieron-
lugar a este sistema amenazaron su estabilidad. La industrialización
de la producción que había generado la separacióÍ;L entre la vida
y el trabajo de hombres y mujeres~ convirtió al trabajo tradicional
de la mujer en degradado, no gratificante y no apreciado; si bien
su contenido se había modificado, su forma permanecía idéntica.
Estos cambios no fueron bien comprendidos pero sí sentidos en toda
su intensidad. Incluso hoy día pocos reconocen que el trabajo domés-
tico tal corno lo conocernos nació con la sociedad .industrial avan-
zada corno reflejo de la transformación que sufrieron las mujeres
que habían sido manufactureras, granjeras, maestr~s bien capacita-
das y curanderas, hasta convertirse sólo en conserjes en pequeña esca-
la. Al mismo tiempo, la vida urbana separó cada vez más a los hom-
bres de todas las clases de sus f arnilias y hogares desplazándolos hacia
otros lugares de trabajo.
En respuesta a estos cambios se desarrollaron dos movimientos so-
ciales directamente antagónicos en torno a la cuestión de la repro-
ducción: del lado conservador el temor a la subpoblación, · la deca-
dencia de la familia y la creciente independencia de las mujeres con-
vergieron en una serie de presiones para obligar a establecer prohi-
biciones más rigurosas contra el control de la natalidad, la educación
LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA 129
sexual y las actividades extradomésticas entre las mujeres. En los
Estados U nidos estos grupos consiguieron que se promulgara la ley
Comstock que prohibía enviar por correo material obsceno, cali-
fican~o la información sobre el control de la natalidad como tal; tam-
bién consiguieron que el gobierno consignara ,:--casos de violación de
esta ley. Llevaron a cabo una campaña de propaganda que confundía
de manera deliberada la anticoncepción y el aborto, tildando de ase-
sinato y de libertinaje el proyecto entero de control de la natalidad.
Para impugnar el punto de vista conservador sobre la moralidad
sexual y la reproducción surgió un poderoso ·movimiento feminista
que sacó a luz una petición de control de la natalidad denominada
"Maternidad voluntaria", título que ·expresa con bastante exactitud
sus principios. La cuestión central era el derecho de cada mujer a
la dignidad y la autonomía, pero también argüía que las mujeres
que desearan la maternidad serían mejores progenitoras, y que los
niños deseados serían mejores seres humanos. El culto a la mater-
nidad adquiría así un matiz pasional en las discusiones tanto de parte
de las feministas como de las antifeministas: las conservadoras sos-
tenían que la maternidad constituía la razón básica por la que las
mujeres debían permanecer en el hogar, en tanto que las feministas
sostenían que precisamente la maternidad era la razón ·básica por la
cual las mujeres necesitaban mayor poder, independencia y respeto.
Las feministas no incitaban a las mujeres a abandonar. el hogar y
por supuesto tampoco contemplaban la posibilidad (de hecho muy
pocas feministas lo hicieron antes de 1930) de que los ho~bres parti-
ciparan en el trabajo doméstico.],
Más aún, por el contenido explícitamente sexual de sus ideas sobre
el control de la natalidad, las feministas también apoyaban un cierto
tipo de domesticidad. Creían en la abstinencia y no en la anticon-
cepción como única forma correcta para el control de la natalidad.
Compartían el punto de. vista generalizado de la religión y la moral de
que el sexo sólo debería servir para la réproducción y únicamente den-
tro del matrimonio. Estaban en parte motivadas por sentimientos reli-
giosos y arititecnológicos, como respuesta a la degradación aparente de
las mujeres en la sociedad industrial. Pero además entendían la anti-
concepción no como una herramienta para la autodefinición de la
1 La popularidad de la teoría del matriarcado entre las feministas del si-
glo XIX parece sugerir que se extrañaban los modelos de la buena sociedad
anterior, más que aceptar la necesidad de definir e inventar una buena socie-
dad otra vez. El hecho de que exclusivamente hicieran hincapié en la cues-
tión del sufragio (como las feministas posteriores lo harían en la liberación
sexual y el control de la natalidad) nos hace ver que confundían los síntomas
y los aspectos de la supremacía masculina con el todo, al grado que no pu-
dieron comprender sus formas sistemáticas, coherentes y penetrantes.
130 LINDA GORDON

mujer sino como un arma utilizada por los hombres contra ellas:
el sexo no reproductivo les parecía como un medio que utilizaban los
hombres para escapar de sus responsabilidades para con las mujeres. 2
Consideraban la anticoncepción como una herramienta para las pros-
titutas y como un arma potencial de los hombres para convertir a
las mujeres en prostitutas.
Las feministas no sólo querían la maternidad voluntaria sino tam-
bién el sexo voluntario. El sistema matrimonial del siglo XIX descan-
saba, tanto legalmente como ·por costumbre, en la sumisión· sexual
de las mujeres a sus maridos; la negativa a prestar servicios sexuales
era motivo de divorcio en muchos estados. La insistencia de las fe-
ministas en el derecho de la mujer a decir· "no" y a justificar esta
negativa en función del control de la natalidad constituyó· un re-
chazo fundamental a la dominación masculina en· el sexo. Querían
terminar con el doble patrón de comportamiento imponiendo la ·cas-
tidad a los hombres. La insistencia en la hermandad de las mujeres
tuvo, cu~ndo menos para nosotros hoy día,. implicaciones· se~uales
también, porque crearon lazos· duraderos y amores apasionados entre
mujeres. Resulta interesante que con frecuencia estas abogadas de la
maternidad voluntaria fueran al mismo tiempo las que hicieron valer
la existencia de los impulsos sexuales femeninos. Con todo, coro:..
prendieron que el descubrimiento de las propiás preferencias sexuales
de la mujer y sus sensaciones no podría ni siquiera comenzar mientras
estuvieran subordinadas a los caprichos sexuales de los hombres.
Así pues, las ideas feministas - resultaron al mismo tiempo contra el
sexo y en pro del sexo, y las feministas no fueron capaces de resol-
ver esta tensión porque no seguían (o quizá no se atrevían a hacerlo)
los sentimientos sexuales de la mujer hasta donde éstos llevaban, es
decir, a los tipos bien definidos de actividad sexual de ·1as mujeres
que no necesariamente son compatibles con el acto sexual conven-
cional y heterosexual.
En sus actitudes sexuales, las feministas del siglo XIX eran sobre
todo antimasculinas. En este sentido fueron las predecesoras de las
fe1ninistas radicales de hoy, no de las feministas socialistas ni de las fe-
ministas liberales. Su crítica de la familia era una crítica a la do-
minación masculina pero dentro de ella. No analizaron a la fami-
lia ni la división sexual del trabajo en tanto que formaciones que
se habían asimilado al capitalismo, ni percibían que los hombres·
no eran siempre agentes libres dentro ·de estas formaciones. Por otra
parte, en otros aspectos de su feminismo, estas activistas ·fueron con
2 El he~ho de que a la sazón la anticoncepción no fuera una mercancía sino

un procedimiento "hecho en casa" o un invento, lo hacía menos fetichizado y a


su sentido social más claro. · ·
LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA 131
frecuencia prornasculinas. Al considerar a las mujeres corno víctimas
que habían sido despojadas de la oportunidad de llevar a cabo todo
su potencial humano veían al hombre corno el prototipo humano. Esto
se manifiesta en la obra .de algunas teóricas, sobre todo de Charlotte
Perkins Gilman y también está implícito en las demandas de educación
y trabajo· profesional de muchas otras feministas. El pensamiento
feminista reflejó los rápidos cambios sociales que estaban lanzando a
las mujeres fuera del hogar hacia el mundo de los -hombres: a las
escuelas, · oficinas, restaurantes, fábricas, teatros, ·etc. El punto de
vista promasculino hacía parecer inconcebible que los hombres hi-
cieran trabajo doméstico o cuidaran a los niños.
En resumen, respecto a sus actitudes sexuales, las ,feministas de-
fendían las domesticidad, mas la agitación que provocaban en otras
cuestiones estimulaba un rechazo de la vida doméstica. Sin embargo,
el celibato no era una alternativa estable para las miles de mujeres
solteras que tenían una carrera al comienzo del siglo veinte.
Debido al gran número de mujeres que no se casaban y debido
también al uso extendido del co~trol de la natalidad, se hizo real-
mente visible la disminución de la tasa de nacimientos en los Esta-
dos Unidos al iniciarse el siglo xx. Entre 1905 y ·.1910 hubo una cam-
paña contra el '~suicidio de la raza", cuyos propagandistas protesta-
ban por la disminución de la población (puesto que habían sido
criados con la noción mercantilista de que una nación sana debía
tener una población creciente), temiendo la disminución de· la hege-
monía de la clase domiñante protestante blanca debjdo a la tasa
de nacimientos más alta que se registraba entre los inmigrantes
católicos de la clase. trabajadora. Por debajo de esto yaCía una reac-
ción antifeniinista, un ataque al "egoísmo" de las mujeres o a su
rechazo de la domesticidad y de la maternidad. (Parece ironía, pero
la propaganda sobre el suicidio de la raza llevó a una gran cantidad
de gente a conocer la existencia de los métodos de· control de la
natalidad y es bastante probable que haya incluso promovido el uso
de la anticoncepción.) · '

2] En 1890 un grupo de feministas, formado al princ1p10 sobre todo


por europeos, .empezó a exponer diferentes ideas sexuales criticando
la domesticidad. Muchos eran hombres, como Havelock Ellis, Ed-
ward .Carpenter y después Wilhelm Reich. Hombres y mujeres por
igual tendían a considerar la represión sexual como un . problema
del mismo peso para .ambos sexos, aunque diferente en su natura-
leza, y por lo general sostenían que la liberación de la mujer resul-
taría conveniente para los dos sexos, que tanto unos como otras
132 LINDA GORDON

sufrían por este falso sistema de sexo-género, que es la polarización


de los papeles sexuales.
En muchas formas, este grupo de feministas del cambio del siglo
desplazaron. el centro de la atención de las mujeres para colocarlo
en el sexo. Tendían a ver la subordinación de la mujer como una
función de la represión· sexual, mientras que el movimiento sufragista
en conjunto pensaba que la distorsión de las necesidades y las prác-
ticas sexuales era resultado de la supremacía masculina.
Observemos ahora más de cerca algunas implicaciones de esta in-
sistencia en la liberación sexual. En primer lugar, el interés en la
represión sexual de los hombres tendía a encubrir el hecho de que éstos
seguían siendo el sexo dominante, los beneficiarios de la explo~ación 3
de las mujeres, y a presentar a hombres y mujeres como víctimas
iguales de un sistema tan abstracto que· su persistencia resulta inex-
plicable. En este sentido, los teóricos de la liberación sexual no im-
pulsaron un movimiento de mujeres. En segundo. térmi;no, el ataque
lanzado contra la represión sexual inevitablemente tendió a colocar
a la familia como la estructura central para la perpetuación de la
represión y a respaldar el sexo fuer~ del matrimonio. En la medida
que a principios del siglo XX la familia seguía siendo sin duda el
puntal de la supremacía masculina (y probablemente aún lo sea),
la teoría de la liberación sexual alentaba el desarrollo de un desafío
más fundamental al sistema de sexo-género desde una perspectiva
feminista.
El control de la natalidad constituía una cuestión muy importante
para las feministas de la liberación sexual porque sin él el sexo- no
se podía separar de la familia. Por eso apoyaron con tanto entusias-
mo y ayudaron a construir el movimiento para el control de la nata-
lidad cuando revivió en la era de la primera guerra mundial. Su
resurgimiento fue una respuesta a la publicidad que hicieron los
que sostenían la idea del suicidio de la. raza y también se debió en
parte a la nueva situación demográfica y sexual de las mujeres. La
economía urbana estaba haciendo posible las familias pequeñas para
las mujeres profesionistas, de negocios y de la clase trabajadora; las
mujeres participaban más dentro del mundo: las de clase traba-
jadora dentro de la fuerza de trabajo y las más privilegiadas en la
educación superior, las profesiones y el voluntariado; los requisitos

ª Utilizo esta palabra intencionalmente no sólo en su sentido marxista que


se refiere a la producción de plusvalor, .sino también con el significado que le
da el sentido común, de ser utilizada destrozada. Hago esto porque creo que las
feministas tienen razón al percibir una similitud fundamental entre las dos
formas de explotación y la enajenación que producen tanto del propio trabajo
como del propio yo.
LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA 133
de la castidad femenina se debilitaban para todas las clases. Todos
estos sucesos formaban parte de la decadencia del poder patriarcal,
que se había basado no sólo en el control de las mujeres sino tam-
bién en el control de las familias. Toda la estructura familiar se es-
taba alterando por el capitalismo industriál. El empleo de hijos
e hijas debilitaba la autoridad paterna al tiempo que el trabajo asa-
lariado de los padres los alejaba del hogar, sitio en donde tradicio-
nalmente habían ejercido dicha autoridad, adem_ás de que los des-
pojaba de la capacidad económica y psíquica de disfrutar de familias
grandes. La experiencia desarraigadora de la inmigración y el impacto
de la ideología liberal individualista también debilitaron la legiti-
midad de la organización patriarcal de la sociedad. Y el feminismo
era en sí mismo un producto de las frustraciones y oportunidades
que se presentaban a las mujeres, sobre todo a las de clase media,
por la decadencia del patriarcado.
El ímpetu para organizar el revivido movimiento del control de
la natalidad provino principalmente de las feministas del Partido
Socialista. Su energía estaba disponible debido a que a muchas mu-
jeres repelía el conservadurismo de las organizaciones sufragistas
y porque el socialismo no se había manifestado enérgicamente res-
pecto a ninguna de las cuestiones femeninas. ·Aprendieron la impor-
tancia política del control de la natalidad de las masas - y conste
que utilizo esta palabra deliberadamente. Las experiencias de Margaret
Sanger y muchas otras organizadoras del movimiento en pro del con-
trol de la natalidad muestran que fue precisamente la enorme demanda
popular la que virtualmente las obligó a tomar en consideración esta
cuestión. U na vez que comenzaron a organizarse, la información
sobre el tema alcanzó a miles de mujeres a las que antes no había
movido en absoluto ni el sufragio ni ningún otro aspecto de los dere-
chos de la mujer; el control de la natalidad les pareció algo más in-
mediato, más personal y más relacionado con la lucha de clases.
El movimiento en pro del control de la natalidad de ·1914-1920 fue
un movimiento de masas con ligas en todas las grandes ciudades y
en muchos pueblos. Fue un movimiento de origen popular: unas
cuantas oradoras viajaban por todo el país y en la década de los
veinte surgieron organizaciones nacionales, pero la mayoría de las
ligas eran locales y autónomas, a menudo iniciadas por las mujeres
socialistas. Se distribuían por las calles panfletos ileg~les sobre el
control de la natalidad, se abrieron clínicas ilegales y se provocaron
arrestos para aprovechar los procesos judiciales como· foros. políticos;
hubo quien incluso pasó algún tiempo encarcelada.
Este movimiento no debe verse como una revuelta espontánea de
mujeres prepolíticas. Deb~jo de él había un nuevo radicalismo en la
134 LINDA GORDON

conducta sexual de muchas de las jóvenes mujeres urbanas, influidas


por la ideología feminista de la liberación sexual y participantes
de ella. Su trabajo en pro del control de la natalidad era parte de
un intentC? por resolver las contradicciones del feminismo del si-
glo XIX, que había criticado a la familia pero que permanecía fiel
a las ideas de la monogamia permanente y del sexo destinado única-
mente a la reproducción y dentro del matrimonio.
Las feministas socialistas de la época de la primera guerra mundial
iniciaron una crítica de la familia considerándola como puntal de la
sociedad burguesa y de supremacía. masculina, de su moralidad y
estructura de carácter. En diversos grados, estas feministas acep-
taban la "revolución sexual": la normalidad del divorcio, las rela-
ciones sexuales antes del matrimonio -sin que ello significara arrui-
nar la reputación de la mujer-, el tener varios compañeros sexua-
les, la anticoncepción y una serie de actividades que antes se veían
como incorrectas, incluso el aceptar invitaciones de hombres. Pen-
saban que el goce era una razón suficientemente buena para el
sexo y casi para cualquier otra actividad. Despreciaban la así llamada
hipocresía burguesa y ofrecían su homenaje, por .lo menos de dientes
para afuera, a un patrón individual de libertad sexual.
En este rechazo a la domesticidad y al sexo centralizado en la fami-
lia, estas feministas de. principios del siglo xx se volvieron, a pesar
de sus intenciones, más promasculinas que sus predecesoras. La solu~
ción típica que proponían para el cuidado de los niños y el trabajo
doméstico era contratar a otras mujeres que cumplieran con esas
tareas. Eran socialistas, pero sus proposiciones, como la mayoría de
1

las de los socialistas de su tiempo, corrían· parejas con el desarrollo


del capitalismo. Y el hombre seguía siendo para ellas el prototipo de
lo humano, la cultura masculina era en muchos sentidos la cultura
humana.
Este grupo de radicales tampoco cuestionó de manera total el sis-
tema de sexo-géne~o. ·Al redefinir las posibilidades de lo femenino
continuaban aceptando una cierta visión del género masculino como
permanente.
Ningún feminismo anterior al de mediados del siglo xx analizó
todas las complejidades de la reclusión reproductiva y sexual de
las mujeres. Pero, así y todo, sin lamentar la pérdida de algo
desahuciado por el cambio histórico, debemos reconocer que las ideas
feministas del siglo XIX consiguieron darse cuenta de algunas cues-
tiones muy importantes que se perderían. después a principios del
siglo xx. Pensadoras feministas como Elizabeth Cady Stanton, Eliza-
beth Blackwell y Charlotte Perkins Gilman comprendieron que las
mujeres necesitaban de un espacio -físico, psicológico e intelectual-
LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA 135
en el que estuvieran separadas de los hombres y aisladas de sus exi-
gencias para poder desarrollar sus propios sentimientos sexuales, sus
esperanzas y sus teorías. La insistencia en la hermandad y solidari-
dad entre mujeres las colocó en una posición de mayor fidelidad a las
masas· de inujeres y les confirió un sentido estratégico del poder de
las mujeres como colectividad. Por el contrario, muchas feministas
de principios del siglo xx, incluyendo líderes del movimiento en pro
del control de la natalidad, como Margaret Sanger y Emma Gold-
mann, se apropiaron sin mayor crítica de la . revolución '~sexual"
que en realidad era una revolución heterosexual y que alejó a las
mujeres de sus espacios de protección, de sus espacios como mujeres,
para empujarlas al mundo de los hombres. Revolución que ignoraba
que es peligroso -física, emocional, social y económicamente- que
las mujeres acepten el sexo fuera del matrimonio. Y aunque sus ma-
nuales sobre sexo contribuyeran a la educación en este campo y a
romper las cadenas de la ignorancia gazmo.ña, resueltamente alen-
taron a las mujeres a obtener el placer sexual y el orgasmo en el
acto sexual con hombres, de lo que necesariamente derivaba la acu-
sación de · frigidez a las que no lo conseguían. La Jnayoría de ellas
no creía en la necesidad de un movimiento autónomo de mujeres. En
las relaciones sexuales, en la educació:p y en el trabajo aceptaban un
estado de cosas que situaba a las mujeres de manera individual en
el mundo de los hombres, aisladas dentro de su peligro. Y si bien pro-
gresivamente fueron apremiando a· las demás mujeres a que adqui-
rieran confianza -sin decir cómo- y a que se atrevieran a asumir
las cargas de los hombres, su estrategia de hecho negaba la solida-
ridad con otras mujeres. Tampoco ofrecieron la manera de rechazar
las cargas tradicionales de la mujer mientras asumían las de los
hombres.
Con todo, el movimiento en pro del control de la natalidad de la
época de la primera guerra mundial constituyó un importante avance
para las mujeres, pues promovió y finalmente consiguió que. la an-
ticoncepción fuera legal y también coadyuvó al resurgimiento parcial
de la constricción sexual. Pero corno parte de la "revolución sexual"
heterosexual, también creó sufrimiento, confusión y soledad para mu-
chas mujeres; después de todo, no se puede esperar que la trans-
formación de milenios de subordinación sea fácil.

La mercantilización del control de la natalidad, el sexo y


el trabajo de las mujeres

Antes de examinar la tercera etapa de las ideas sexuales feminis-


tas es necesario repasar brevemente un período menos optimista:
136 LINDA GORDON

1920 a 1965. La decadencia de toda la izquierda, feminista y no fe-


minista, después de la primera guerra mundial, aletargó el movi-
miento por el control de la natalidad .. Por extraño que parezca,
el poder. del Partido Comunista en los años treinta y principios de
los cuarenta no estimuló un resurgimiento feminista. Pero aunque el
control de la natalidad como movimiento social se debilitó, como
mercancía se volvió legal y se extendió. Este proceso ocui:rió en dos
etapas principales: primera, entre 1920 y 1945 la campaña en pro
del control de la natalidad se convirtió en un proyecto de servicio·
profesional, administrado por hombres y centralizado y respetable,
influido sobre todo por las convicciones elitist::ts y eugenésicas de que
a los pobres había que ayudarlos y pacificarlos disminuyendo sus
tasas de natalidad. Después, entre 1945 .y 1960, se convirtió en una
campaña internacional de control de la población, manejada en última
instancia por la clase dominante de los Estados Unidos a ·través de sus
fundaciones ~orporativas. Estas transformaciones corrían parejas con
la producción comercial y la mercantilización masiva de los anticon-
ceptivos, así como con el desarrollo y la investigación médicos dirigida
a la reducción de la fertilidad a cualquier costo, inclus<? el de pasar
por alto la salud y las libertades civiles. El control de la natalidad
es hoy en día una mercanda, y como sucede con todas las mercan-
cías en la sociedad capitalista avanzada, se nos ofrece de manera
tal que no podemos siempre distinguir entre nuestra necesidad per-
sonal del producto y las "necesidades~' definidas de antemano para
nosotros por la política social.
Con la decadencia de la participación de las masas, el avance que
para las mujeres había producido la lucha en pro del control de la
natalidad cesó. No sabemos a ciencia cierta si la diseminación cada
vez mayor de la anticoncepción en los Estados U nidos entre 1920
y 1960 dio lugar a una mejora significativa en la vida de la mayoría
de las mujeres de la clase trabajadora. La dife¡-encia entre dos y
diez embarazos, nacimientos y niños e~ enorme en términos· de tiem-
po y energía. Pero el tiempo y la energía son en sí mismos cantidades
vacías; no es que el trabajo de producir niños haya sido tan poco
gratificador que con sólo reducirlo se obtuviera automáticamente
una ganancia, además de que el valor de lo que ha venido a rem-
plazar este trabajo es bastante cuestionable. A pesar de las familias
más pequeñas, las mujeres parecen dedicar tantas horas al trabajo
doméstico y a la maternidad como hace un siglo. Y debido en parte
a las familias más pequeñas, muchas más mujeres han ingresado
en la fuerza de trabajo y han ganado con ello, por lo menos, la
promesa de ingresos independientes, los que sin embargo pronto
absorben las necesidades familiares, ya que lo inadecuado de ~os sa-
LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA 137
!arios reales de los hombres ha hecho que la norma sea, cada vez más,
las familias con dos salarios. Sin duda el tener empleo no se ha tra-
<lucido en ningún desarrollo intelectual para las mujeres, puesto
que sus trabajos siguen siendo los peores en cuanto al pago y a las
-condiciones en ql.le se realizan. Hay proporcionalmente menos muje-
.res en las profesiones hoy en día de las· que había en 1920, y toda-
vía más, el hecho de estar empleadas no ha aliviado a la mayoría
de las mujeres de la responsabilidad exclusiva del trabajo repro-
ductivo y la conservación de la familia. Las mujeres en tanto que
grupo - y en tanto que género- siguen estando determinadas prin-
cipalmente por su trabajo en la familia.
A pesar de que continúa la identidad social de la mujer con
la familia, las familias se están disolviendo de hecho con el rápido
incremento del divorcio y la conducta cada vez más individualista
de parte de sus miembros. Estos cambios, si bien puede suceder que
potencialmente fueran .liberadores, de hecho han vuelto a la gente
más susceptible de ser manipulada y han estimulado conductas auto-
destructoras. La salud sexual, medida ya sea física y psicológica-
mente, se está deteriorando en ciertos sentidos, como lo evidencian
las cada vez más extendidas enfermedades venéreas, la violación,
los encuentros sexuales despojados de todo tipo· de obligaciones entre
los seres humanos como sujetos. El equilibrio entre la práctica útil
del sexo y su deshumanización es muy delicado. La discusión franca
y abierta de las técnicas sexuales es una extensión necesaria de la
educación sexual, una continuación de las mejores tradiciones del
feminismo; pero la venta en el mercado de todos esos manuales y re-
cetarios de sexo para "conocedores" ha tomado, coi::no sucede siem-
pre con la mercantilización, una dirección antihumana que se in-
crusta en la experiencia humana. Así; pues, el sexo se separa de la
vida económica, social, política y emocional. La prostitución pro-
porciona más servicios sexuales a cambio de dinero en efectivo, como
suc~de en los centros de masaje y de "modelos", o incluso por true-
que, corno sucede con el "swinging" y en los anuncios "personaliza-
dos" que buscan compañía. A..l mismo tiempo, la comercialización
del placer sexual y las nuevas normas que presentan el celibato o la
continencia sexual corno desviaciones proporcionan nuevas herramien-
tas para el chauvinismo masculino y para la explotación. sexual de
las mujeres.

3] En los años 1970, un nuevo movimiento feminista volvió a exa-


minar las cuestiones del sexo y la reproducción desde el punto
de vista político, para introducir una visión libertaria de ambos.
La liberació:µ de la mujer en cuanto se refiere al sexo comenzó ahí
138 LINDA GORDON

donde la habían dejado las feministas radicales en la primera guerra


mundial: con una denuncia del papel que desempeña la familia
en la represión sexual y en la supresión de la mujer. Esta denuncia
se ha suavizado desde entonces, conforme comprendemos lo difícil
que resulta remplazar las funciones de apoyo que cumple la familia,
pero la desmistificación de esta institución ha permitido un nuevo
punto de vista sobre el sexo y las relaciones sexuales. El romanticis-
mo de las teóricas de la liberación sexual respecto al amor y al or-
gasmo ha sido criticado junto con las desviaciones antigenitales de
las sufragistas. Las feministas contemporáneas no sólo han explo-
rado nuevas formas de compromiso · emocional a corto y a · largo
plazo, sino que también han desfetichizado el acto sexual mismo por
primera vez en la historia moderna.
La separación del sexo y la reproducción no era posible, ni si-
quiera en la imaginación, mientras el acto sexual heterosexual fuera
la definición misma del sexo. El cambiar nuéstra visión de lo que
es propiamente la satisfacción sexual para las mujeres ha sido una
de las principales contribuciones históricas al movimiento de libera-
ción de la mujér y sus implicaciones se expresan con mayor ampli-
tud en el feminismo lesbiano.
Bajar de su pedestal al mito del orgasmo vaginal no fue un rom-
pimiento repentino, sino el resultado de un siglo de agitación que
ilustra bien la unidad fundamental que se da entre ciertas oleadas
de feminismo. La educación sexual ha sido una de las principales
demandas de las feministas en los Estados Unidos desde los años 1840:
Los valores culturales y la información fisiológica que se podía ofrecer
han cambiado radicalmente, pero lo que todas las feministas han bus-
cado ha sido arriar la bandera de la supresión y de las mentiras res-
pecto a la sexualidad psicológica y fisiológica de las mujeres. Su meta
era restaurar la legitimidad del placer sexual femenino, aunque la
definición de su forma correcta haya cambiado históricamente. Desde
por lo menos los años 1870, los grupos feministas utilizaron formas
de animar a la toma de conciencia: organizaban debates entre mu-
jeres que ponían a descubierto la verdad de los problemas "perso-
nales" y "políticos", siendo los problemas sexuales los más frecuentes.
Los grupos feministas han atacado continuamente, por ejemplo, las
modas convencionales en el vestir, percatándose de que la transfor-
mación de las mujeres en objetos decorativos contribuyó a reducir
su autoestima y además, irónicamente, atrofió su desarrollo sexual
al mantenerlas siempre como objetos y nunca como sujetos. Las femi-
nistas en todos los tiempos han hecho hincapié en la fuerza y flexi-
bilidad del cuerpo de la mujer en contraposición a su belleza, inten-
tando con ello romper la asociación exclusiva del cuerpo femenino
LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA 139
con la sexualidad; al mismo tiempo, han tratado de reintegrar la
sexualidad a relaciones humanas plenas y han combatido la mer-
cantilización del sexo, que exigía el sacrificio de la mujer como
prostituta en aras de la sexualidad distorsionada del hombre.
Háy una unidad dentro de la tradición feminista y es importante
reconocer nuestras deudas históricas. También es importante ver en
qué hemos trascendido el feminismo anterior. Un aspecto vital que
las feministas de mediados del siglo xx han trascendido es el de
evitar tanto los análisis acusadores (cuyas implicaciones desde eL punto
de vista de la acción son luchas personales por superar obstáculos
internos a la satisfacción sexual· o de otro tipo) corno los análisis
económico-deterministas (cuyas implicaciones en la acción niegan
la importancia de la "vida personal" y de las estructuras del yo de
las mujeres). El enfoque feminista socialista de los años 1970 ha
alentado, entre sus mejores ejemplos, la lucha personal y colectiva
por el cambio.. La estrategia consiste en pedirlo todo, exigiendo que
la sociedad se estructure de tal manera que permita a las mujeres
hacer un poco de cada cosa o por lo menos tener una alternativa, sin
acusarlas de no ser capaces de hacerlo todo.
El feminismo contemporáneo ha mejorado de manera significativa
la situación de la mujer, pero estas mejoras hari sido principalmente
resultado del proceso mismo de la lucha más que de reformas espe-
cíficas. Nuestras mejores ganancias se han dado en las aspiraciones
de las mujeres, en su autoestima y en su conciencia política.
Estos triunfos· son particularmente evidentes en la estructura de
la f arnilia y en la vida sexual. En ·cada período histórico uno de los.
efectos del f erninisrno ha sido· elevar el status y mejorar las oportuni-
dades de las mujeres solteras; hoy en día, la posición qe la mujer
soltera ha mejorado notablemente. Al lograr esto, la influencia del
feminismo ha ayudado a las mujeres casadas a cuestionar los privi-
legios de sus maridos, en parte porque pueden considerar la posibi-
lidad de una vida fuera del matrimonio. En este sentido, de nuevo
el movimiento de liberación lesbiano ha hecho posible la contribu-
ción más importante para una futura liberación sexual. No es que
el feminismo haya producido más lesbianas. Siempre las ha habido
a pesar de los enormes grados de represión; la mayoría de las
lesbianas experimentan su preferencia sexual corno innata e involun-
taria. Lo que el movimiento de liberación de la mujer sí hizo fue
crear un movimiento de liberación homosexual que políticamente
desafió la supremacía masculina en uno de sus aspectos más profun-
damente institucionalizados: · el de la tiranía de la heterosexualidad.
El poder político del lesbianismo puede ser compartido por todas
las mujeres que elijan reconocerlo y utilizarlo: es el poder de una
140 LINDA GORDON

alternativa, una posibilidad para escapar de la tiranía sexual mascu-


lina, para rechazarla e incluso condenarla.

HACIA LA LIBERTAD REPRODUCTIVA PARA LAS MUJERES

Como resultado de una Nueva Izquierda, que hoy ya tiene varias


décadas de existencia, ha surgido un movimiento socialista de li-
beración de la mujer que, lenta y erráticamente, comenzó a formu-
lar un programa con demandas de .tipo sexual y reproductivo. Cuan-
do escribo esto, en la primavera de 1977, el movimiento de libera-
ción de la mujer (a diferencia del movimiento liberal por la igual-
dad de la mujer) parece estar bastante debilitado. A· pesar del hecho
de que estas cuestiones están adquiriendo gran importancia política
en los países católicos de Europa (sobre todo en Italia, España y
Francia) así como en países del Tercer Mundo (principalmente
la India, ciertas regiones de América Latina y dei Caribe), la iz-
quierda en los Estados Unidos no toma demasiado en seno los deseos
de la gente en estas esferas "personales".
Podemos · señalar por lo menos tres tareas que debería tomar en
consideración un programa · así. La p'rimera es la liberación de los
niños de la carga de perpetuar el statu'S de clase de los adultos, las
aspiraciones frustradas de los adultos de una generación a otra. La
segunda tarea, quizá la más fundamental, consiste en vencer la supre-
macía masculina. La tercera es la liberación sexual. Las tres están
íntimamente relacionadas, pero examinémoslas una por una, toman-
do en cuenta sus interrelaciones mientras lo hacemos. ·
Como ya vimos, la prohibición del control de la natalidad estuvo
relacionada con la defensa de los privilegios de clase. Hóy día, los
poderes y privilegios que se pueden trasmitir a las generaciones
venideras a través de la familia son mucho más diversos: propiedades,
educación, confianza, relaciones sociales y políticas. Pero la naturaleza
esencial de las divisiones de clase no ha cambiado y depende de la
trasmisión generacional del status. Así, pues, en la sociedad de
clases los niños nunca son individuos y no pueden escapar a las
expectativa, ambiciosas o no, conectadas con la posición de sus padres.
Estas expectativas distorsionan a su vez los deseos reproductivos y las
prácticas de crianza de los niños en los padres, haciendo más difícil
para ellos el considerarlos como individuos.
La interferencia de la sociedad de clases con la libertad en la
reproducción no sólo influye. en los padres dueños de propiedades
y ansiosos de perpetuar su poder, sino también en los pobres que
LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA 141
tienen que mitigar sus propias frustraciones buscando todo tipo de
satisfacción sustitutiva a través de los hijos. Las mujeres de tod.as
las clases, a quienes se ha negado el trabajo creativo, el éxito y el
rec.onocimiento, viven a través de sus hijos. No tener hijos es sinó-
nimo no sólo de soledad sino incluso de amenaza de inseguridad
econó:r~iica en la vejez; mientras que la esperanza inconsciente de
inmortalidad a través de la familia refleja no sólo el deseo de trasmi-
tir la propiedad o el prestigio sino también una necesidad emocional
de dejar constancia como seres hum.anos, de sentir la propia vida
como significativa y durable. La crianza de los niños parece ofre-
cer, ilusoriamente, un espacio controlable en el que los adultos tienen
poder de crear valores humanos de acuerdo con sus ideas y no si-
guiendo las directivas de los patronos. Estos factores convierten a los
niños en víctimas potenciales de las vidas poco satisfactorias de los
adultos. Todo lo cual quiere decir que una buena tecnología anticon-
ceptiva no puede por sí sola resolver. el problema social de la ·sobre-
población, allí donde existe, y de· la carencia de libertad reproductiva.
Además de estas presiones, que experimentan todos los adultos, la
supremacía masculina convierte el embarazo en algo especialmente
problemático para las mujeres. Los niños son una fuente de enor-
me placer y gratificación, con frecuencia el ·placer más grande en
la vida de las mujeres. Los niños son hermosos, bastante más que
muchos adultos, sobre todo en la sociedad industrial capitalista donde
se convierten, por el trabajo tedioso y la inseguridad, en animales
reprimidos, recelosos y temerosos.
Por otra parte, hay muchas dificultades en la crianza y cuidado
de los niños, sobre todo para las mujeres pobres y las trabajadoras
en una sociedad que ofrece muy poco apoyo público para los niños.
Es difícil sopesar con cuidado sus ventajas y sus cargas por la mito-
logía de la maternidad y la serie de presiones culturales pronatalistas.
Las mujeres que no tienen J;iijos a menudo. se sienten fracasadas, no
así los hombres que no los tienen. Las niñas son socializadas desde la
infancia para anticipar su maternidad. Las mujeres aprenden a gus-
tarse a sí mismas en los papeles maternos que les permiten tener ex-
periencias de amor y poder que no se encuentran con facilidad en otras
situaciones. Estas actitudes maternales son parte del género feme-
nino, parte del eg9 más profundo de la mujer.
La mística de la maternidad, opuesta a los genuinos placeres de
la maternidad, contribuye a la supremacía masculina a través del man-
tenimiento de una división sexual del trabajo. Al mismo tiempo, esa
mística es utilizada por las mujeres, para maximizar los aspectos crea-
tivos y agradables de su vida. La maternidad de tiempo completo,
142 LINDA GORDON

cuando es posible, es para muchas mujeres preferible a cualquier


alternativa de trabajo.
El cuidado de los niños, a pesar de todas sus dificultades, es en
sí mismo menos enajenante y más creativo que la mayoría de los
demás trabajos, pues le ofrece a la madre por lo menos una aparien-
cia de control sobre sus condiciones de trabajo y sus objetivos.
Por supuesto que gran parte de la habilidad y la creatividad en la
paternidad también se han desvirtuado tal como la mayoría de los
trabajos en esta sociedad. El control sobre el cuidado de· los niños
le ha sido robado a los padres tanto a través de las -instituciones
socializadas tales como las escuelas como a través de la mercantiliza-
ción -las "necesidades" de los niños se producen en masa y se venden
a los padres en forma. de juguetes, estándares cada vez más altos de
limpieza, teorías sobre psicología infantil sancionadas por la costum-
bre-, virtualmente impuestas a las mujeres a través de un sistema
de publicidad muy presionante. Sin embargo, a pesar de esta degra:..
dación en el trabajo de la· maternidad, las· mujeres no han salido
huyendo de él por disgusto sino que han entrado en la fuerza de
trabajo asalariada por necesidad.
"Caer dentro de la maternidad" es la mejor descripción que se
pueda hacer en varios ni~eles. La naturaleza impredecible de la con-
cepción hace difícil predecir los embarazos. Más importante aún,· 1a
incapacidad de escoger refleja la carencia de alternativas decentes:
·Cuando todas las opciones· son mal~s, es natural que se quiera evitar
tomar decisiones y se dejen los acontecimientos al azar, a la natura-
leza o a Dios. No sorprende que el "exce.so de fertilidad" -esto es,
los nacimientos que exceden en número a Jo que los propios padres
dicen desear- resulte ser más alto entre las mujeres de la clase
trabajadora, pobres, no blancas, que .son quienes tienen las menores
alternativas deseables. ·
Un ejemplo particularmente frecuente de la tendencia a respon-
der a una situación de no ganar evitando en apariencia la toma de
decisiones se puede observar entre las mujeres jóvenes no casadas:
no sólo son abofeteadas por las presiones contradictorias sobre la
maternidad y sus alternativas sino que se encuentran situadas en un
doble enlace por los aspectos sexuales de la supremacía masculina.
Los sentimientos de culpa sobre el sexo han llevado a muchas muje-
res jóvenes, no sólo católicas, a considerar la anticoncepción como
pecado. La versión secular de este dogma ·es que es erróneo hacer
el amor ''sin correr los riesgos". El embarazo es ··un riesgo· que se
debe asumir, un castigq que no es honorable evitar. La píldora ha
disminuido en cierto modo· este punto de vista debido a que se· puede
tomar rutinariamente cada· mañana, separándola completamente de
LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA 143
la actividad sexual. El diafragma era muy difícil para muchas muje-
res jóvenes. Llevarlo consigo, admitir frente a un hombre que se
tenía un dispositivo anticonceptivo, era asumir una responsabilidad
por. la propia conducta sexual para la que muchas mujeres no esta-
ban preparadas. Resulta más fácil y más "normal" que los hombres
sean libidinosos y seguros y que las mujeres simplemente cedan, se
dejen_ seducir por una fuerza superior. Adquirir y utilizar un dia-
fragma significa que una mujer · se debe aceptar a sí misma como
un ser sexual y heterosexual que además piensa continuar ejerciendo
su actividad· sexual de manera indefinida. Es más fácil enfrentarse
a la culpabilidad respecto al sexo considerando en cada oportunidad
que las propias aventuras son sólo el desliz de una vez, del que
uno pronto se arrepiente.
Éste es sólo uno de los lados del doble enlace. El otro lado es que
las mujeres se resisten a la explotación que implica el doble patrón
sexual. Los sentimientos de culpa de las mujeres no son simples re-
liquias de una moralidad ya muerta y enterrada, son retiradas ante
el peligro. La reputación es en cierto modo más segura hoy día en
los Estados U nidos de lo que era hace una generación, pero los
hombres todavía se jactan de sus conquistas. ~a soltería atemoriza a
las mujeres mientras que el miedo de· los hombres es exactamente el
opuesto: el de ser atrapados. El temor de las mujeres a la soltería
no es el vestigio de una superstición. Se discrimina a las mujeres
solteras y tienen una posición desventajosa, si se las compara con las
mujeres casadas e incluso con los hombres solteros, desde todos los
puntos de vista, social, económico e incluso en su vulnerabilidad al
peligro físico directo. Estar sin uri. hombre es amenazante· para la
identidad propia de una mujer, pará sti · autoestima, porque la solte-
ría objetivamente debilita su posición. De ahí que las relaciones
heterosexuales siempre sean intensas, temibles, situaciones muy arries-
gadas que cualquier mujer que tenga el menor sentido· de preserva-
ción debería calcular cuidadosamente, y estos cálculos requieren de
armas de resistencia entre las que se puede encontrar el negarse a tener
relaciones sexuales. Uno de los resultados de -la anticoncepción fácil-
n1ente asequible ha sido la de privar a las mujeres de esta arma. Otra
arrna es el embarazo mismo, pues la ética social que exige desposar
y sostener a una mujer embarazada es aún más fuerte que la ética
de guardar fidelidad a una mujer como compañera sexual. Las mu-
jeres se embarazan "acidentalmente a propósito" como forma de cas-
tigarse a sí mismas. Pero es posible que se estén protegiendo· y cas-
tigando a los hombres. Nada sirve de mejor ejemplo para el pro-
blema de la reproducción que este proceso: hasta que las mujeres
144 LINDA GORDON

no puedan ser libres los hombres tampoco lo serán. El embarazo·


es la carga de la mujer. pero también su venganza.
En estas situaciones de doble compromiso, el sexual y el económi-
co, las ~'decisiones" sobre el tener hijos se toman con grados diversos
de ambivalencia. La mayoría de los embarazos no planificados son
al mismo tiempo deseados y no deseados. Una solución bastante fre-
cuente para la ambivalencia es la pasividad: no utilizar la anticon--
cepción o utilizarla al azar. Ésta es una respuesta racional cuando· no·
hay ninguna alt~rnativa deseable. Quienes se dedican a la planifica-
ción familiar y hablan de la irracionalidad de las mujeres, y de cómo·
éstas no comprenden sus propios intereses, son precisamente los que·
no han entendido el problema. No puede existir la autodeterminación
si ninguna de las opciones resulta atractiva.
Hemos dicho que la libertad sexual requiere de la libertad re--
productiva. Es necesario reconocer también el lado inverso: que la
libertad reproductiva no puede existir ·si no hay opciones sexuales.
El fracaso ·.de las relaciones heterosexuales para proporcionar a las.
mujeres el amor y la intimidad que necesitamos, produce fuertes
presiones no sólo para tener hijos sino para establecer relación con:
ellos. Quienes se ocupan del control de la natalidad se tropiezan
con resistencias basadas en parte en el hecho de que las mujeres no
quieren divorciar el sexo de la reproducción precisamente porque·
de otra forma su vida sexual sería totalmente ins,atisfactoria. Conforme·
declina el patriarcado en los países industrializados avanzados, son
las mujeres quienes, a pesar de la carga que ello implica, quieren
más niños. El desinterés de los hombres en los niños refleja en parte:
el vacío generado por la identidad del género masculino:· miedo a la
responsabilidad, a la intimidad, a la sensualidad, a la jovialidad. Pero
para muchas mujeres las relaciones con los niños han sido lo más.
satisfactorio en sus vidas, lo cual a su vez indica otro vacío lamen-
table.

LOS ENEMIGOS, ABIERTOS Y ENCUBIERTOS

La tendencia hacia la libertad y la igualdad sexual se ve continuamen-·


te amenazada de desviación e incluso de retroceso. Estas debilidades.
se deben en parte a las dificultades existentes dentro del movimiento-
feminista mismo que por su carácter intraclasista, .tiende a estimular el
éxito individual a expensas de la estrategia colectiva. Vimos también
que las feministas elevaron al grado de panaceas ciertas reformas, entre·
ellas la liberación sexual. Estos dos errores están relacionados entre
LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA 145
sí. Las feministas han devaneado con experimentos utópicos, tratando
de crear situaciones de igualdad y libertad totales, apoyadas en la ri-
queza, el status y la confianza en sí individuales. Es comprensible el
hincapié que se hizo en la liberación sexual, porque el sexo parece
ser una de las pocas áreas de la experiencia humana que aún están
bajo nuestro control, en una época de control totalitario sobre casi
todo lo demás, y porque el sexo constituye potencialmente una de las
pocas fuentes de placer intenso y natural que aún quedan en este mun-
do totalmente mercantilizado. Pero aislar las luchas por la "liberación
sexual", aunque sea comprensible a la larga termina por debilitar
estas mismas luchas: no sólo se detiene el desarrollo de la compren-
sión de todas las influencias sociales y económicas sobre la sexualidad,
sino que fracasa al tratar de cuestionar las fuerzas que corrompen el
potencial sexual humano: la explotación de clases y la supremacía
masculina.
Lo que es más, esa insistencia aislada en la liberación sexual la apro-
vecharon y manipularon los capitalistas en su búsqueda continua por
aumentar sus ganancias. El placer sexual en sí mismo, tanto el que
produce la belleza humana individual como el que resulta de las cari-
cias, se ha conve.rtido en mercancía, mientras que el mercado produce
sus propias necesidades sexuales distorsionadas.
Así, pues, la historia de la ruptura con la represión sexual victoriana
durante el último siglo tiene un doble aspecto: uno de liberación y otro
de reimposición de nuevas formas de control social sobre la capacidad
humana de expresión sexual 'libre e imaginativa. Estos dos aspectos
corresponden, por un lado, a las rebeliones colectivas e individuales
de la gente, sobre todo de las mujeres, en contra de sus amos, rebelio-
nes que en ninguna otra parte se han manifestado con mayor fuerza
que en el movimiento de control de la natalidad, y por el otro a las
necesidades económicas y políticas del sistema capitalista. El hecho
de que el primer aspecto pueda aparecer hoy día como victorioso
se debe en parte a que la economía capitalista se ha desarrollado
debilitando las contradicciones dentro de sí mismo.
Apenas estamos comenzando a percibir las dimensiones de los cam-
bios sexuales producidos por la reestructuración básica de la fuerza
de trabajo. Conforme se disuelve la expectativa de que los hombres
mantengan por sí solos a sus familias, éstos pierden más poder social
dentro de la familia. El incremento en el empleo de las mujeres sig-
nifica que las parejas de adultos, aunque no necesariamente las rela-
ciones padres-hijos, están perdiendo su fundamento económico y que
las mujeres se resisten cada vez más a adaptarse a los privilegios
masculinos. La conciencia cada vez mayor que tienen las mujeres de
sí mismas en tanto que trabajadoras fortalece su sentido de la igualdad
146 LINDA GORDON

con los hombres de su misma clase y estimula su resistencia a la


continua explotación sexual que ellos ejercen sobre ellas.
La supremacía masculina está hoy bajo ataque. El propio capitalis-
mo ha erosionado sus apoyos tradicionales, pero sus beneficiarios la
defienden al modificarla para adaptarla a las nuevas condiciones eco-
nómicas. Así como los hombres antes se aprovechaban del doble patrón
sexual y de la obligada castidad de sus mujeres, ahora se aprovechan
del patrón mítico de la soltería para despreciar y presionar a las mu-
jeres que resisten a sus preferencias sexuales. En resumen, el área de las
relaciones sexuales sigue siendo ahora, igual que en el siglo XIX, uno
de los principales campos de batalla para las feministas.
En este contexto, las luchas por el control de la natalidad son bata-
llas, pero no son toda la guerra. Sin embargo, si insistimos en que el
control de la natalidad no significa el control de la población, la re-
ducción de las tasas de natalidad o la planificación familiar sino más
bien de la libertad de reproducción, entonces el problema se amplía.
Mientras no sea más que una pieza de una transformación social
nlayor, no se lo podrá llevar a cabo hasta que ese programa más amplio
sea una realidad. Cada una de las condiciones que harían posible la
libertad reproductiva como son la eliminación de la herencia de clase
y los privilegios, la igualdad sexual y la liberación sexual, constituyen
en . sí mismas programas radicales. De lo que se sigue que la libertad
reproductiva tiene más posibilidades de aprovecharse, por decirlo así,
de los éxitos de otros movimientos sociales más amplios.
Los puntos culminantes de la lucha por el control de la natalidad en el
pasado aparecieron cuando se dio su máxima integración a movimien-
tos políticos más amplios: el explosivo "movimiento de la mujer"
de mediados del siglo XIX y el Partido Socialista en los años de 1910.
Para 1970, el control de la natalidad volvió a surgir con fuerza como
una de las principales demandas del movimiento de liberación de la
mujer. Y así y todo, se ha ganado relativamente poco en este campo:
no se han desarrollado nuevos anticonceptivos para los hombres, las
mujeres aún confían básicamente en píldoras hormonales y aparatos in-
trauterinos, ambos peligrosos. El logro principal ha sido la legalización
del aborto lo que sí representa una victoria significativa. Esto ha con-
tribuido a bajar radicalmente el costo de los abortos y los ha hecho
accesibles en clínicas públicas y hospitales que la gente pobre se ve
obligada a utilizar. Pero es una victoria todavía débil y la oposición
no ceja en sus intentos por detenerla. Peor aún, los abortos legales y la
esterilización se vienen practicando a la fuerza en las mujeres pobres,
sobre todo en las que no son blancas.
Durante los años 1970 surgieron en los Estados Unidos dos puntos
de vista en torno al control de la reproducción para cuestionar el
LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA 147
énfasis liberador que se hacía sobre el control de la natalidad. ~l pri-
mero es la oposición al aborto, el movimiento del "derecho a la vida".
La atribución de derechos humanos al feto no es en sí ninguna idea
novedosa sino que repite los puntos de vista del siglo XIX que signifi-
cativamente confundían el aborto y la anticoncepción. No se trata de
negar la existencia de cuestiones morales respecto a la vida en embrión,
pero los abogados del derecho a la vida por lo general no luchan por
la "vida" en forma sistemática. En tanto que fuerza social, el movi-
miento no representa a los católicos en general sino a la jerarquía
eclesiástica amenazada y a sus partidarios de derecha. Las fuerzas
de este movimiento se oponen en general al tipo de programas que con-
vertirían al aborto en algo menos frecuente, como son el cuidado de
los niños, la educación sexual, la anticoncepción, etc. Sus miembros por
lo general no son pacifistas, siendo que el pacifismo es la única filosofía
totalizadora que podría volver su posición respecto al aborto honorable
y congruente. Se oponen sólo a las formas específicas de "matar"
que equivalen a la defensa propia de las mujeres. Reaccionan no sola-
mente al "relajamiento de la moral" sino a toda la lucha feminista
de la última centuria; en una palabra, defienden la supremacía mascu-
lina. Y a menudo lo hacen porque es el único sistema que conocen
capaz de proporcionar estabilidad familiar y social. Si bien hay mu-
chos .partidarios del derecho a la vida que no comprenden comple-
tamente las implicaciones de sus propios puntos de vista, hay muchos
que sí las entienden, e incluso hay muchas mujeres católicas que han
rechazado la postura de este movimiento. Los opositores al aborto
han sido derrotados repetidas veces en las urnas; de hecho, no han ga-
nado ninguna elección, por lo menos hasta que este trabajo fue es-
crito. En tanto que el movimiento contra el aborto a menudo parece
ser bastante fuerte en los barrios donde habita la clase trabajadora,
sus líderes siempre son parte de la estructura de liderazgo de arriba
hacia abajo administrada a través de la Iglesia y la maquinaria de los
partidos políticos. El derecho a la vida no es sólo la cuestión del
aborto, el problema son los derechos de la mujer.
U na segunda f orrna de oposición a la autodeterminación reproduc-
tiva es el control de la población. El daño que le ha infligido a la
causa del control de la natalidad ha sido mayor porque se ha confun-
dido con el control de la natalidad y porque esta confusión se basa
en algunos intereses comunes como son una mejor anticoncepción lega-
lizada así como la esterilización.
Es fundamental para las feministas - y por supuesto para todos.
aquellos que se consideran demócratas- familiarizarse con las eviden-
cias masivas en contra de los programas de control de la población.
En primer lugar, su propósito es el de ir a la cabeza del cambio revo-
148 LINDA GORDON

lucionario mejorando los niveles de vida o por lo menos tratando de


prevenir un mayor empobrecimiento, sin pensar en la redistribución
fundamental de la propiedad o en la reorganización de las relaciones
de producción. En este sentido, el control de la población no sólo es
antisocialista sino también antifeminista, pues la eliminación de la
mujer se sitúa también dentro de la organización social del trabajo.
En segundo lugar, a pesar de sus intenciones, los programas de con-
trol de la población no mejoran los niveles de vida, más bien al con-
trario, las reducciones en las tasas de natalidad han sido histórica-
mente un efecto, y no una causa, de mayor prosperidad. En el mejor
de los casos, los programas de control de la población que emplean
métodos extremadamente coercitivos pueden provocar resistencias; en
el peor de los casos pueden desmoralizar a las gentes y destruir su
identidad cultural.
Históricamente, todos los movimientos de control de la reproducción
han surgido como respuesta a la inquietud social originada por la
desigualdad de clase y la desigualdad de sexos. Pero hubo quien
buscó con estos movimientos estabilizar y justificar tales desigual-
dades y también hubo quien buscó terminar con ellas. Ésta es la di-
ferencia fundamental, diferencia que ha sido oscurecida por la con-
fusión entre el control de la población y el control de la natalidad. No
es el .problema de la población en sí mismo el que divide a los dos
n-iovimientoS'· fundamentalmente opuestos, y quienes se han comprome-
tido con las soluciones igualitaristas harían bien en permanecer con
sus mentes abiertas sobre la cuestión del crecimiento de la población.
Entre quienes han apoyado el control de la natalidad en la lucha por
la igualdad hay una unidad esencial de intereses entre los que han
luchado sobre todo por las mujeres y los que han luchado principal-
mente por la clase trabajadora. Tener hijos involuntariamente ha sig-
nificado una carga para todas las mujeres pero sobre todo para las
más pobres, y la desigualdad sexual que ha resultado de ello ha con-
tribuido a perpetuar otras formas de desigualdad y a debilitar la lucha
contra ellas. La autodeterminación reproductiva es una condición bá-
sica para la igualdad sexual y para que las mujeres asuman su com-
pleta participación en todos los grupos humanos, sobre todo la clase
trabajadora.
Pero la clase trabajadora, como las demás clases, tiene una jerarquía
sexual; y los marxistas deberían afrontar el hecho de que la jerarquía
sexual tiene semejanzas demasiado notables en todas las clases y en
todas las culturas. Lo cual no sirve para probar que la identidad del
género femenino esté determinada biológicamente, pero tampoco para
refutar la importancia de la lucha de clases. Sirve sin embargo para
mostrar que el sistema de sexo-género está localizado en los patrones
LA LUCHA POR LA LIBERTAD REPRODUCTIVA 149
de la conducta y del carácter humanos, mismos que no se pueden
explicar completamente sólo por el capitalismo' (o incluso quizá por la
sociedad de clases, según como entendemos hoy día el término "clase").
La liberación requiere de una lucha contra el capitalismo y contra la
supremacía masculina como dos formas de dominación relacionadas
pero no idénticas.
PATRIARCADO CAPITALISTA
Y TRABAJO FEMENINO
En vez de definir estrechamente el trabajo femenino como uno que se
sitúa únicamente en la fuerza de trabajo, cosa que hacen tanto la defi-
nición liberal como la marxista, las feministas socialistas, como hemos
visto, también reconocen en las tareas domésticas que efectúan las
mujeres un trabajo esencial para la sociedad. El feminismo socialista
admite, así, que el trabajo femenino abarca las actividades de produc-
ción, reproducción y consumo. Las mujeres que trabajan dentro de la
fuerza de trabajo asalariada (producción) también trabajan en el
hogar (producción, reproducción y consumo no asalariados) y aquellas
que no forman parte de la fuerza de trabajo asalariada de todos modos
trabajan en el hogar. El comprender que la mayor parte de la activi-
dad de las mujeres es trabajo nos permite ver cómo y por qué está
integrada a la sociedad. En una sociedad organizada en torno al tra-
bajo, es necesario considerar las actividades de las mujeres tal como
se relacionan con dicha realidad.
En esta sección examinaremos el trabajo de las mujeres como
aquella actividad necesaria para suavizar el manejo de la economía
y la sociedad. En primer lugar, la necesidad de cualquier sociedad de
reproducirse requiere de la reproducción de los hijos, y las sociedades
patriarcales capitalistas necesitan nuevos trabajadores. En segundo
lugar, la producción es necesaria para producir bienes materiales; en
las sociedades patriarcales capitalistas la producción de mercancías
es la fuente tanto de los beneficios como de los salarios. En tercer
lugar, el consumo es necesario en un sistema de mercancías puesto
que es la manera de obtener los bienes que uno necesita. De ahí que
el trabajo femenino abarque las relaciones de las actividades de las
mujeres dentro de estas tres esferas Rara las feministas socialistas.
Los estudios sobre el trabajo femenino dentro del patriarcado capi-
talista a menudo lo han reducido a la cuestión de si las tareas domés-
ticas constituyen un trabajo explotado directam.ente que crea plusvalor.
Si es así, puede considerarse a las mujeres corno proletariado y, en
consecuencia, corno potencialmente revolucionarias en virtud de su
relación directa con el capital. Sin embargo, en mi opinión la cuestión
de si se oprime a las mujeres como proletarias, o no, no_ concierne en
absoluto a la cuestión de si las tareas domésticas pueden entrar forza-
das dentro de 1as categorías existentes de trabajo asalariado, plusvalor
[153]
154: PATRIARCADO CAPITALISTA Y TRABAJO FEMENINO

o trabajo "productivo". Más bien, el potencial revolucionario de la


mujer procede de la naturaleza y organización mismas del trabajo
como trabajo doméstico, en sus elementos patriarcales tanto como los
capitalistas. En la medida en que el trabajo doméstico constituye una
organización sexual de la existencia económica es una relación inter-
clase que afecta a todas las mujeres. Ésta es la preocupación feminista,
política, que se omite en muchos de los estudios sobre las tareas do-
mésticas, cuando las categorías analíticas de clase preéxistentes adquie-
ren prioridad.
Ya sea que consideremos el trabajo doméstico como la producción
de valores de uso (como hace Margaret Benston), como la conserva-
ción y reproducción de la fuerza de trabajo (Peggy Morton), como el
producto del plusvalor (Mariarosa dalla Costa), como trabajo no pro-
ductivo (Ira Gerstein), o bien como trabajo privatizado (Karl Marx),
es trabajo no pagado asignado en virtud del sexo. El trabajo domés-
tico -aquel necesario para el mantenimiento del hogar- implica
producción, consumo, reproducción y mantenimiento de ·la fuerza de
trabajo. Es el trabajo de traer niños al mundo y de tratar de criarlos
dentro del hogar (esto es, cocinar, limpiar, lavar, amar, ser madre) .
Es indispensable para el funcionamiento de la sociedad patriarcal ca-
pitalista tal como es ahora. Es trabajo socialmente necesario. Puede
ser "indirectamente" productivo porque mantiene al trabajador. Pue-
de muy bien ser, como c;lice Lise V ogel, el complemento indispensable
del trabajo asalariado. Wally Seccombe ha señalado que no se puede
comprender la naturaleza realmente falaz del salario en la sociedad
capitalista si no se percata uno de que constituye .el pago por el trabajo
efectuado por el individuo dentro de la fuerza de trabajo y por su
contraparte doméstica. El· trabajo de· las rinijeres es lGl. otra cara del
trabajo de los hombres. Así, pues, uno no ve más que la mitad de la
realidad si sólo estudia a los trabajadores fuera del hogar, como escla-
vos del salario. La otra mitad es el esclavo doméstico. Y este análisis
vale tanto para los hombres casados como para las m~jerés que trabajan
dentro de la fuerza de trabajo asalariada y en el hogar.
En la bibliografía proporciono una lista de los artículos que han ido
formando el debate sobre la naturaleza del trabajo doméstico. De entre
muchas posibilidades escogí el artículo de Jean Gardiner porque plan-
tea algunas de las cuestiones más agudas y profundas concernientes
al problema del trabajo doméstico. Lo escribió corno crítica al artículo
de Wally Seccombe "The housewife and her labour under capitalism".
Critica su distorsión de las cualidades "únicas" del trabajo femenino.
Sin embargo, no se ocupa explícitamente de la base patriarcal del
trabajo doméstico ni -del hecho de que en tanto que trabajadoras do-
mésticas las mujeres son en parte madres. La maternidad no se analiza
PATRIARCADO CAPITALISTA Y TRABAJO FEMENINO 155
como parte integrante de la formulación y práctica del trabajo do-
méstico.
Heidi Hartmann, en "Capitalismo, patriarcado y segregación de los
empleos por sexos", y Margery Davies, en "El lugar de la mujer está
frente a la máquina de escribir", hablan más detalladamente de la otra
cara de la doble jornada en sus análisis de la mujer dentro de la
fuerza de trabajo. Demuestran cómo la división del trabajo por sexos
no se limita al reino del hogar sino que también es decisiva dentro
de la esfera del trabajo asalariado. Las mujeres llevan el hogar al
mercado. Amy Bridges y Batya Weinbaum, en "La otra cara del suel-
do", completan la construcción del trabajador femenino con su tra-
bajo sobre las mujeres como consumidoras. Aseveran que la categoría
"consumidor" es engañosa debido a que mistifica el trabajo in1plicado
en el proceso mismo- ·de ir de tiendas, comprar, preparar, remendar,
etcétera. La mayor parte de los bienes de consumo exigen trabajo an-
tes de poder ser utilizados. La consumidora es también trabajadora por-
que sostiene la relación necesaria entre producción y consumo; como
tal, es necesaria. para la sociedad patriarcal capitalista. Una vez n1ás,
las autoras no desarrollan explícitamente las premisas patriarcales para
la necesidad del capital, sino que exploran la realidad específica de las
prioridades capitalistas en el trabajo y la actividad femeninos tal como
se practican actualmente.

LECTURAS RECOMENDADAS

Benston, Margaret, "The political economy of women's liberation'', M onthly


Review (septiembre de 1969), reproducido en L. B. Tanner (comp.),
Voices from worrien's liberation (Nueva York, New American Library,
1971).
Braverman, Harry, Labor and monopoly capital (Nueva York, i\1onthly
Review Press, 1974).
CajJ¡talism and the farriily_, a socialist revolution, folleto (San Francisco,
Agenda Publishing, 1976).
Dalla Costa, Mariarosa, El poder de la mujer y la subversión de la comuni-
dad (México, Siglo XXI, 1977).
Ehrenreich, Barbara y Deidre English, "The manufacture of housework",
Socialist Revolution_, 5, núm. 26 (octubre-diciembre de 1975).
Gerstein, Ira, "Domestic work and capitalism", Radical America, 7, núms.
4 y 5 (julio-octubre de 1975). Todo el volumen está dedicado al trabajo de
las mujeres.
Houseworker's Handbook, e/o Leghorn & Warrior, Women's Center, 46
Pleasant Street, Cambridge, Mass. 02139.
i56 PATRIARCADO CAPITALISTA Y TRABAJO FEMENINO

l-Iowe, Louise Kapp, Pink collar workers (Nueva York, G. P. Putnam.'s


Sons, 1977).
James, Selrna, El lugar de la mujer, en El poder de la mujer y la subversión
de la comunidad (México, Siglo XXI, 1977).
Magas, B., H. Wainwright, Margaret Coulson, "'The housewife and her
labóur under ca pitalisrn'-a critique", N ew Left Review, 89 (enero-fe-
brero de 1975), pp~ 59-71.
Morton, Peggy, "Women's work is never done", Women Unite (Toronto
Canadian Wornen's Educational Press, 1972).
Seccornbe, Wally, '~The housewife and her labour under capitalism", New
Left Review, 83 (enero-febrero de 1973).
Stover, Ed, "Inflation and the fernale labor force", Monthly Review, 26,
núm. 8 (enero de 1975).
Tepperrnan, Jean, "Organizing office ·workers", Radical Anierica, 10, núm.
1 (enero-febrero de 1976), pp. 3-23. Véase también su libro, Not servants,
not machines (Boston, Beacon Press, 1976).
The Wornen's Work Project, Women in today's economic crisis (folleto de la
U nion f or Radical Political Economics) .
Vogel, Lise, "The earthly family", Radical America, 7, núrns. 4 y 5 (julio-.
octubre de 1973).
Zaretski, Eli, "Socialist politics and the family'', Socialist Revolution, 19
(enero-marzo de 1974:), pp. 83-99.
- - - - - , "Capitalisrn, the family and personal life", Socialist Revolution,
1-2, 3, núrns. 13-14, 15 ( 1973 ).. · ·
EL TRABAJO no:rvt:ÉSTICO DE LAS MUJERES*

JEAN GARDINER

Esta contribución al actual debate sobre la economía política del tra-


bajo doméstico tiene dos objetivos específicos. 1 En primer lugar, pre-
senta una crítica del artículo de Wally Seccombe "The housewife and
her labour under capitalism", publicado en New Left Review en 1973. 2
En segundo lugar, examina dos problemas referentes al trabajo do-
méstico de las mujeres que se debaten actualmente entre las femi-
nistas marxistas. ¿Por qué el trabajo doméstico y el cuidado de los
niños han continuado siendo en tan gran medida responsabilidad
de las mujeres y están organizados en forma privada y familiar en
sociedades capitalistas industriales modernas como la inglesa? ¿Cuáles
son las presiones que actúan en favor o en contra de una transforma-
ción fundamental del papel económico de las mujeres dentro de la
familia en la fase actual del capitalismo británico? Como el propio
Seccombe no intenta responder a estas preguntas, a primera vista po-
dría resultar incomprensible por qué habrían de estar vinculadas a
una crítica de su artículo. Sin embargo, precisamente el hecho de que
no vincule su teoría del trabajo doméstico de las mujeres a problemas
como éstos, que son de importancia política fundamental para las.
. . eministas socialistas, es lo que constituye la base de esta crítica, antes
oue la existencia de incoherencias internas u oscuridad en sus argu-
..nentos. Empezaré por resumir y criticar el núcleo del artículo de Sec-
• Este artículo apareció originalmente en New Left Review, núm. 89 (ene-
;-o-febrero de 1975), pp. 47-58. Era una versión ligeramente corregida de un
t1abajo presentado a la conferencia Women and Socialism de Birmingham, Ingla-
rerra, en septiembre de 1974. Las ideas expresadas en el trabajo, aunque escri-
cas por una sola persona, son en gran medida producto de discusión colectiva
en el London Political Economy of Women Group.
1 Entre las contribuciones publicadas en torno a este debate se encuentran:
Margaret Benston, "The political economy of women's liberation", ~\Ionthly Re-
view (septiem.1bre de 1969), reproducido en L. B. Tanner (con:ip.), Voices from
women's liberation (Nueva York, New American Library. 1971); Peggy Morton,
"Women•s work is never done", Leviathan (mayo de 1970); Sheila Rowbotham,
f!Vomen's consciousness, man's world (Baltimore, Penguin, 1973); John Harrison,
"Political economy of housework", Bulletin of the Conference of Socialist Eco-
nomists (primavera de 1974).
2 "\Vally Seccombe, "'The housewife and her labour under capitalism", New

'Left Review, 83 (enero-febrero de 1973).

[157]
158 JEAN GARDINE~

combe, que se refiere al papel del trabajo doméstico de las mujeres


en la creación de valor. Luego haré un examen más general del
marco teórico y político del autor, que se contrapone al enfoque de las
feministas socialistas; todo lo cual llevará a la discusión de por qué
el trabajo doméstico de las mujeres ha seguido teniendo tanta im-
portancia en la reproducción y conservación de la fuerza de trabajo.
Para terminar, examinaré las posibles presiones que en la actualidad
operan en favor o en contra de la transformación del papel del tra-
bajo don1éstico.

, ,
TRABAJO DOMESTICO Y CREACION DE VALOR

Un aspecto indudablemente positivo del artículo de Seccornbe es que)


refleja un creciente reconocimiento por parte de los marxistas ajenos'.
al movimiento de liberación femenina de la necesidad de considerar et''
aspecto productivo del papel de la mujer dentro de la familia y la1
función económica y no sólo ideológica de la f arnilia proletaria en la1
sociedad capitalista. A partir de ese reconocimiento Seccornbe se pre-;
gunta qué papel desempeña. el trabajo doméstico en la creación de'/
valor y examina cómo se vincula con la mistificación general del sis..'
tema salarial.
Primero, al analizar cómo la forma salarial oculta la relación del
trabajo doméstico con el capital, Seccombe se concentra en demos-
trar que es un aspecto, no planteado antes por los marxistas, del modo
más general, descubierto por 1vfarx, en que el sistema salarial oculta
la relación del trabajo con el capital. Pues Marx sostuvo que el sala-'
rio parece pagar por el trabajo efectivamente realizado por el obrero,
pero en realidad sólo paga el trabajo destinado a la reproducción y
conservación del trabajador, es decir, paga por la fuerza de trabajo
y no por el trabajo realizado. Esto hace que el trabajador realice
parte de su trabajo sin ser pagado, lo cual constituye la fuente del
plusvalor. De aquí parte Seccornbe para sostener que una parte del sa-
lario refleja específicamente el valor creado por el trabajo doméstico
del a1na de cZisa en la reproducción y el mantenimiento del obrero (y
de sus "sustitutos" de la próxima generación). Ésta es la parte del
salario que se dedica a mantener y reproducir al ama de casa (y a sus
"sustitutas").
Este enfoque se basa en lo que Seccombe define corno "una apli·
cación coherente de la teoría del valor trabajo a la reproducción de
la fuerza de trabajo misma: es decir, que todo trabajo produce valor.
si produce cualquier parte de una mercancía que alcance en el mer/
EL TRABAJO DOMÉSTICO DE LAS MUJERES 159
cado equivalencia con otras mercancías". Este argumento pasa por una
serie de etapas. Primero, puesto que las mercancías que se compran
con el salario del trabajador hombre no se encuentran en forma
ya lista para consumirse sino que es necesario trabajo doméstico par~
convertirlas en fuerza de trabajo regenerada, este trabajo del ama de
casa es una parte del trabajo total personificado por el obrero, cuya
otra parte es el trabajo incorporado a mercancías compradas con el
salario. Este punto es evidente e indiscutible, si se acepta que el tra-
bajo doméstico es un componente necesario del trabajo que se requiere
para mantener y reproducir la fuerza de trabajo. El problema surge
cuando pasamos a preguntar cuál es la relación entre el trabajo domés-
tico realizado y el valor de la fuerza de trabajo y si es posible medir la
contribución del trabajo doméstico en términos de valor y cómo.
La opinión de Seccombe es que el trabajo necesario del ama de
casa se realiza, cuando se vende la fuerza de trabajo, como parte de
su valor. Al hacerlo traza una analogía entre la pequeña producción
inercantil y el trabajo doméstico. La pequeña producción mercantil
es el modo de producción en el que los individuos trabajan separada e
independientemente como trabajadores libres para producir diferen-
tes bienes y servicios que van a intercambiar a través del mercado. Da
el ejemplo de un zapatero y un sastre. Esta forma de producción tiene
en común con el trabajo doméstico el hecho de ser individual y pri-
vada.
Marx, al exponer la teoría del valor trabajo en el primer volumen
de El capital, la aplicó primero en realidad a la pequeña producción
mercantil precapitalista. Sostenía que en ese modo de producción,
aun cuando" no está socializado, los términos en que se intercambian
las mercancías están determinados por las diferentes cantidades de
trabajo incorporadas a ~Has. No quiero entrar aquí en la pregunta de
en qué medida opera la teoría del valor trabajo en la pequeña pro-
ducción mercantil, sino observar primero que este operar se basa en
la suposición de que el trabajador se desplaza entre distintas ocupacio-
nes. Pues el argumento se desarrolla así: si el zapatero no fuera recom-
pensado por su trabajo igual que el sastre, cerraría su negocio y se
dedicaría a la sastrería, o por lo menos convencería a sus hijos de que
así lo hicieran.
Parece erróneo aplicar este mismo análisis al trabajo doméstico,
donde las mujeres no tienen, en ningún sentido directo, la opción de
cambiar de ocupación. Las mujeres están amarradas al trabajo do-
méstico por el matrimonio y por lo. tanto no es comparable a otras
ocupaciones. En consecuencia, aparentemente no hay mecanismo por
el cual los términos de la venta de la fuerza de trabajo estén deter-
160 JEAN GARDINER

minados por el trabajo doméstico realizado para su mantenimiento y


reproducción.
Continúa Seccombe afirmando que, aun cuando la teoría del valor
trabajo puede ser aplicada al trabajo doméstico, la ley del valor no
opera sobre él. Con esto quiere decir que sólo el trabajo realizado
directamente para el capital, es decir, el trabajo asalariado pero no
el trabajo doméstico, está sujeto a la presión de un constante aumento.
de la productividad ci~bido a la competencia entre capitalistas. Esto
~xplica el atraso tecnológico y la privatización del trabajo doméstico.
Lo que quiere decir Seccombe en realidad, cuando afirma que el
valor que crea el ama de casa se realiza como parte del valor que
alcanza la fuerza de trabajo cuando se vende como mercancía, se
aclara en la sección siguiente, cuando habla sobre la transacción sala-
rial. Allí ve al salario como dividido en dos partes, una parte (A)
mantiene al trabajador asalariado (y a sus "sustitutos"), y otra parte
(B) mantiene a la trabajadora doméstica (y a sus "sustitutas"). Además,
"el valor B ·es. equivalente al valor creado por el trabajo doméstico".
Así, al decir que el ama de casa crea valor que se realiza como parte
del valor de la fuerza de trabajo, Seccombe en realidad sostiene que la
parte del salario del marido que va a la esposa (y a sus "sustitutas")
da una medida del trabajo doméstico realizado ·por ella en la repro-
ducción de la fuerza de trabajo del hombre. Lo qU:e ha hecho es saltar
de un análisis de la pequeña producción mercantil, donde el trabaja-
dor recibe de la venta de mercancías el equivalente del trabajo reali-
zado, a la producción capitalista y la transacción salarial. Pero, mien-
tras sostiene que el trabajador asalariado no recibe a cambio todo er
valor que ha creado, sino meramente el valor de su fuerza de traba io •.
presenta el valor creado por la trabajadora doméstica como efectiva-·
mente determinado por el valor que recibe del salario de su marido.
Así, la ·mistificación de la forma salarial que Seccombe denuncia y re.
chaza en el caso del trabajo asalariado la aplica luego sin discusión
al trabajo doméstico. ·
En apoyo de su argumento, Seccombe cita a Marx acerca de lo~
trabajadores improductivos que presetan servicios personales (tales.
como cocineros, costureras, etc.): "Esto no impide que el valor de
los servicios de esos trabajadores improductivos sea determinado en
la misma forma (o en forma análoga) que el de los trabajadores pro-
ductivos: es decir, por los costos de producción correspondientes
a su mantenimiento o reproducción." Aquí Marx, al referirse al "valor
de los servicios" de los trabajadores productivos e improductivos, no
puede querer decir el valor creado por ese trabajo (como evidente-
mente entiende Seccombe). Se refiere sin duda al valor de su fuerza
de trabajo, pues de otro modo estaría contradiciendo su propia teoría
EL TRABAJO DOMÉSTICO DE LAS MUJERES 161
sobre el papel del trabajo productivo en la creación de valor.
Si el valor que el ama de casa crea es en efecto igual al valor que
recibe del salario de su marido, el capital no gana ni pierde, en térmi-
nos. de plusvalor, con el trabajo doméstico. Según el análisis, por lo
tanto, no hay razones económicas visibles para que el capital quiera
conservar el trabajo doméstico. Seccombe no plantea este problema,
sino que en cambio toma la existencia del trabajo doméstico en el ca-
pitalismo como un hecho dado. Desde luego, ocurre que la ley del
valor (véase más arriba) no opera directamente sobre el trabajo do-
méstico. Toda vez que una mujer es ama de casa de tiempo comple-
to, al capital no le interesa en absoh~to la productividad de su tra-
bajo. Sin embargo, la cuestión de si las mujeres son o no amas de
casa de tiempo completo o trabajadoras asalariadas de tiempo com-
pleto o de medio tiempo es evidentemente de interés para el capital
y está sujeta a las exigencias de la acumulación capitalista de· cada
época en particular. Aun cuando Seccombe reconoce que no hay nada
en el trabajo doméstico y en el cuidado de los niños que impida su
socialización, sólo ofrece un argumento circular para explicar el hecho
de ser privado: sigue siendo privado porque no ha sido socializado :
"Precisamente porque no existe un impulso constante para reorgani-
zar el trabajo doméstico a fin de aumentar su eficacia, es uno de los
procesos de trabajo que no ha sido socializado, aunque no hay nada
intrínseco en el trabajo mismo que lo impida."
Otra razón del carácter equívoco del enfoque teórico de Seccombe
es que no muestra cómo puede volverse más significativo el papel del
trabajo doméstico desde el punto de. vista del capital en una crisis.
En efecto, hay una grieta notable entre su examen del valor del
trabajo y sus conclusiones políticas, que reconocen cómo en un mo-
mento de crisis (como ·el presente) son las amas de casa las que sopor-
tan el peso mayor de la pérdida de ingreso real de la clase trabaja-
dora y se ven obligadas a trabajar más en la casa para estirar el
reducido salario. Sin embargo, las implicaciones de su análisis teórico
son que una reducción en el salario que llega a la esposa reflejaría
una reducción en el valor creado por su trabajo doméstico, lo cual pa-
rece una conclusión sin sentido o errónea.
U na última implicación del análisis de Seccombe sería que la rela-
ción económica entre marido y mujer es de intercambio igual; que el
valor de los servicios de la esposa es igual al valor que recibe del
salario de su marido. Esto significa ignorar completamente los efectos
de la dependencia económica de la mujer respecto de su marido y las
relaciones de poder dentro de la familia. Si las esposas están obligadas
por el contrato matrimonial y por muchas presiones ideológicas a pres-
tar servicios a sus maridos, si dentro del matrimonio son económica-
162 J EAN GARDINER

mente dependientes del salario de su marido y fuera del matrimonio


se hallan en una posición inferior dentro del mercado de trabajo:
¿cuál es entonces el mecanismo por el cual puede establecerse un
intercambio igual entre maridqs y mujeres?

IMPLICACIONES POLÍTICAS

A estas alturas parece propio observar específicamente algunos as-


pectos generales de la teoría de Seccombe que pueden criticarse desde
el punto de vista de las feministas socialistas. Pueden formularse tres
críticas, todas esbozadas ya en la sección anterior.
El primer punto es que Seccombe no reconoce el sexismo en las re-
laciones entre hombres y mujeres de la clase trabajadora. Sí hace
referencia a la· dependencia económica del ama de casa respecto de
su marido y a la autoridad que ello confiere al hombre, así como a la
naturaleza privada de la división del salario entre, marido y mujer,
pero no examina las resultantes relaciones de poder dentro de la fa-
milia, sino que más bien llega a la conclusión de que la conciencia
que tienen las amas de casa de la opresión de clase y .. su capacidad
para unirse a la lucha contra ella son limitadas, y ello debido a que la
atomización del ama de casa y su carencia de toda relación directa
con el capital la harán ver a su marido como el opresor en lugar del
capital: "Se rebela como individuo aisládo en detrimento inmediato
de su marido e hijos y sus acciones no impugnan directamente las
relaciones de capital." Esta visión no sólo da. un cuadro muy genera-
lizado y bastante discutible de la conciencia de las mujeres de la
clase trabajadora, al ignorar todos los factores que llevan a las mujeres
a identificarse con la posición de clase de sus maridos, sino que
además implica que la conciencia que tienen las mujeres del sexismo
es más producto de su aislamiento y de su atraso político · que la per-
cepción de las relaciones opresivas que experimentan en la realidad.
La segunda crítica que se podría formular se refiere al modo como
Seccornbe sitúa sus propias conclusiones teóricas y políticas en rela-
ción con el marxismo ortodoxo. Como ya hemos señalado, el autor
sostiene que el modo corno la forma salarial oculta la relación del
trabajo doméstico con el capital es un aspecto del modo general como,
según lo demostró Marx, la forma salarial oculta la relación del
trabajo con el capital. Destaca así la necesidad de integrar el trabajo,
doméstico a la teoría de Marx en lugar de preguntarse si no haría
falta una revaluación más radical de dicha teoría a la luz de la crÍ-·
ti ca feminista. Más aún, la caracterización de su propia teoría es suma-
EL TRABAJO DOMÉSTICO DE LAS l\·IU JERES 163
mente equívoca, puesto que al argumentar que el trabajo doméstico
crea valor adopta una definición de valor que parece bastante hete-
rodoxa desde el punto de vista marxista. Por lo que se refiere a sus
conclusiones políticas, es evidente que lo que le interesa es si las amas
de casa pueden hacer una "contribución al progreso de la lucha de
clases" y no cómo pueden hallar las mujeres de la clase trabajadora
modos de lucha· colectiva contra su opresión específica de clase y de
sexo ni qué puede aprender el proletariado masculino de las luchas
de las mujeres. Es bastante perturbador ver que una parte del conte-
nido del feminismo socialista pueda ser reabsorbido con tanta facilidad
en perspectivas políticas prefeministas.
La tercera crítica se refiere a la falta de perspectiva histórica de
Seccombe en su análisis sobre la familia y el trabajo doméstico de las
mujeres en el capitalismo. Si bien sí examina cómo el tránsito del feu-
dalismo al capitalismo produjo cambios fundamentales, para todo el
período transcurrido desde entonces ofrece sólo un cuadro estático
(salvo reconocer de pasada la continua erosión de la "vitalidad y au-
tonomía" de la familia bajo el capitalismo, a través de la transferencia
al Estado de la responsabilidad fundamental de la ed1Jcación). Se re-
fiere a la modernización de la tecnología dom~stica a través de la
compra de. artefactos para ahorrar trabajo, pero lo considera insignifi-
cante para la organización del trabajo en el hogar. En realidad, ha
habido muchos cambios que afectan el papel del trabajo doméstico
de las mujeres desde el ascenso del capitalismo: por ejemplo, cambios
en el empleo pagado de las mujeres, disminución del tamaño de la
familia y de la mortalidad infanti!, mejoras de la vivienda, desarrollo
del bienestar social, producción masiva de productos de consumo como
comida preparada y ropa hecha. Además, si queremos tener idea de
-cómo se relaciona el actual movimiento feminista con las tendencias
del capitalismo y de cómo dirigir nuestra lucha, es esencial compren-
der cómo se han producido en el pasado modificaciones en el papel de
la mujer dentro de la familia, y reconocer que la situación actual no
es en modo alguno estática.

¿POR QUÉ SE HA CONSERVADO EL TRABAJO DOMÉSTICO?

El carácter del trabajo doméstico en el capitalismo tiene dos aspectos


importantes. En primer lugar, un requisito histórico del modo cap~ta­
lista de producción fue que la economía doméstica familiar de los
trabajadores dejase de ser autosuficiente y autorreproductora. El modo
de producción capitalista sólo podía desarrollarse una vez que la
164 JEAN GARDINER

masa de productores hubiera sido despojada de medios independien-


tes de subsistencia y pasara por lo tanto a depender de la venta de su
fuerza de trabajo a cambio de un salario. Así, el trabajo doméstico
perdió su base económica independiente. Pero la dependencia del sa-
lario riunca significó que todas las necesidades de los trabajadores se
satisficieran a través de la compra de mercancías. El segundo aspecto
del trabajo doméstico de las mujeres es, pues, que en todas las etapas
del desarrollo capitalista ha desempeñado un papel fundamental, aun-
que cambiante, en la satisfacción de las necesidades de los trabajadores.
Por lo tanto, el capitalis1=110 se desarrolló a partir del feudalismo a
través de la aparición de la dependencia de los· trabajadores respecto
del sistema salarial, pero nunca ha satisfecho totalmente las necesi-
dades de éstos a través de la producción de mercancías y sí ha. conser-
vado en cambio el trabajo doméstico para realizar una ·parte impor-
tante de la reproducción y la conservación de la fuerza de trabajo.
Hay tres razones posibles para que esto sea así: 1) podría resultar
más ventajoso en un sentido estrictamente económico, desde el punto
de vista ya sea del capital en su conjunto o de sectores dominantes del
mismo; 2) la socialización de todos los servicios que actualmente se
realizan en el hogar podría alterar de tal modo la naturaleza de dichos
servicios que dejarían de satisfacer ciertas necesidades, particularmen-
te emocionales; 3) cualquier erosión ulterior del trabajo doméstico
podría socavar aspectos· ideológicos de la familia (por ejemplo el au-
toritarismo, el sexismo, el individualismo) que son importantes para
que la clase trabajadora siga aceptando el capitalismo. Examinaremos
por turno cada una de estas tres posibles razones.

Factores económicos

Es preciso tomar en cuenta una serie de factores económicos para con-


siderar si podría o no ser ventajoso, desde el punto. de vista del capi-
tal, socializar el trabajo doméstico y el cuidado de los niños. Podría-
mos resumirlos sumariamente en las siguientes tres categorías de pro-
blemas que enfrentan los capitalistas: 1) el nivel general de los salarios
que los capitalistas deben pagar a los trabajadores; 2) la disponibili-
dad de una fuerza de trabajo adecuada tanto cuantitativa como cua-
litativamente; 3) la expansión de los mercados para mercancías capi-
talistas.
Examinemos en primer lugar el problema de los salarios o el valor
de la fuerza de trabajo. Marx escribía que "el valor de la fuerza de
trabajo, al igual que el de toda otra mercancía, se determina por el
tiempo de trabajo necesario para la producción, y por tanto también
EL TRABAJO DOMÉSTICO DE LAS MUJERES 165
para la reproducción, de ese artículo específico". 3 La interpretación
de Seccornbe es que el valor de la fuerza de trabajo incluye el valor del
trabajo realizado por el arna de casa. Sin embargo, es claro que Marx
restringió su análisis del consumo de la familia de la clase trabaja-
dora al consumo de mercancías. Esto se debe a que el suyo era un
análisis de un modo de producción capitalista puro, en el cual las
únicas relaciones productivas eran las del trabajo asalariado realizado
para el capital. Por lo tanto, consideraré que el valor de la fuerza
de trabajo se refiere al valor de las mercancías compradas por el sa-
lario y consumidas por la familia del trabajador. Esto nos da una
definición de trabajo necesario o valor como la porción del trabajo
realizado en la producción de mercancías que va al consumo de los
trabajadores a través del salario, y una definición de plustrabajo o
plusvalor como la parte del trabajo realizado en la ,producción de
mercancías que no se paga y que ·va al beneficio de los capitalistas
para su acumulación o consumo.
Lo anterior implica que trabajo necesario no es sinónimo. del tra-
bajo incorporado a la. reproducción y conservación de la fuerza de
trabajo si tornarnos en cuenta el trabajo doméstico. Para decirlo de
otro modo, el nivel de vida de los trabajadores no está determinado
únicamente por el ajuste de salarios entre el capital y el trabajo,
corno parecería en el análisis de Marx, sino también por la contribu-
ción del trabajo doméstico. Del mismo modo, el papel del Estado a
través de los impuestos y el gasto social también debe ser tomado en
cuenta.
Lo que este enfoque implica es que el valor de la fuerza de tra-
bajo no es determinado . directamente por el nivel de subsistencia
históricamente determinado de la clase trabajadora. Si aceptamos que
existe, en cualquier momento, un nivel de subsistencia históricamente
determinado, ese nivel puede ser alcanzado modificando las contribu-
ciones de mercancías compradas con el salario, por un lado, y el ·tra-
bajo doméstico realizado por las amas de casa, por el otro. Así, para
un determinado nivel de subsistencia y un determinado nivel de tecno-
logía, el trabajo necesario puede de hecho ser una variable.
Evidentemente este enfoque también tiene implicaciones para la
determinación de la tasa de plusvalor. En el análisis de Marx del
capital, la tasa de plusvalor está determinada por la doble lucha entre
el trabajo asalariado y el capital: 1) el trabajo extraído a los traba-
jadores en el proceso de producción capitalista; 2) el regateo por el sala-
rio entre el trabajo asalariado y el capital. De hecho, debido al papel que
desempeña el trabajo doméstico, la variabilidad del nivel de precios
3 Karl Marx, El capital, México, Siglo XXI, 1979, tomo 1, vol. 1, p. 207.
166 JEAN GARDINER

y la intervención del Estado a través de los impuestos y del gasto social,


la lucha por el plusvalor se da también a otros niveles, no menos im-
portantes desde un punto de vista capitalista, aunque considerable-
mente menos organizados desde el punto de vista del trabajo. La con-
tribtición del trabajo doméstico al plusvalor consiste en mantener el
trabajo necesario a un nivel más bajo que el nivel efectivo de sub-
sistencia de la clase trabajadora. Por ejemplo, se podría ·sostener que
es más barato para el capital pagar al trabajador hombre un salario
suficiente para mantener, por lo menos en parte, a una esposa que
le prepare las comidas, que pagarle un salario que le permita comer
regularmente en restaurantes. Intuitivamente esto parece ser así, aun
cuando choca con el argumento de que si se socializara el trabajo do-
méstico el consiguiente ahorro en tiempo de trabajo abarataría sustan-
cialmente el proceso. Un punto importante aquí es que el ahorro de
tiempo de trabajo es sólo un aspecto de la socialización. El otro es
que el trabajo que, como el trabajo doméstico, no es pagado como tal
(la remuneraCión de la esposa que sale del salario de su marido se
man tiene con frecuencia en el mínimo,' porque no es visto como un
derecho de ella) se· convierte en trabajo asalariado, que debe pagarse
de acuerdo con lo generalmente aceptado en el mercado de trabajo.
Así, se necesitarían probablemente grandes ahorros de tiempo de tra-
bajo para que la socialización del trabajo doméstico no acarrease un
aumento en el valor de la fuerza de trabajo. (Esto naturalmente no
iinplica que la socialización nunca se produciría si acarrease aumen-
tos en el valor de la fuerza de trabajo, puesto que hay una serie
de otros factores, que discutiremos más adelante, que pueden influir
en ello.) En efecto, podría ocurrir que muchos de los servicios que se
han mantenido como tareas domésticas nó se presten en realidad a
mayores ahorros de tiempo de trabajo. Por ejemplo, el cuidado de niños
en edad preescolar correctamente socializado exige un mínimo de un
adulto por cada cinco niños, sin tomar en consideración trabajos admi-
nistrativos y subsidiarios. Si comparamos esto con la familia promedio,
con sus 2.5 niños por cada mujer, obtenemos en general un promedio
de no más del 50% de ahorro de trabajo.
Así, simplemente en términos del nivel general de los salarios, pare-
ce haber presiones en contra de la socialización del trabajo doméstico
y el cuidado de los niños desde el punto de vista capitalista. Sin em-
bargo, los otros dos tipos de factores económicos indicados más arriba
como importantes parecerían presionar en dirección contraria. El pri-
mero de ellos es la disponibilidad de una fuerza de trabajo adecuada.
U na presión por la socialización del trabajo doméstico y el cuidado de
los niños podría surgir del reconocimiento por parte del capital de que
no podrá reclutar suficientes trabajadoras mujeres sin asumir, direc-
EL TRABAJO DOMÉSTICO DE LAS MUJERES 167
tamente o a través del Estado, la responsabilidad de la realización
de algunas de las tareas que antes cumplían éstas en sus familias. Un
aspecto algo diferente de este problema es que la socialización del
cuidado de los niños podría producirse también por razones educacio-
nales, es decir, por la presión para modificar la calidad de la fuerza
de trabajo en la próxima generación.
El tercer factor económico relacionado con esto se refiere a los
mercados adecuados para la producción capitalista. La producción de
mercancías para'.. consumo de los trabajadores es evidentemente un
área importante de la expansión capitalista. Los capitalistas no siempre
están preocupados por mantener bajos los salarios, puesto que en cier-
tos períodos el aumento de los salarios puede actuar como estímulo
a la acumulación capitalista en su conjunto. Durante una fase seme-
jante del desarrollo capitalista, por lo tanto, la socialización del tra-
bajo doméstico podría producirse en respuesta a la búsqueda de nue-
vas áreas de expansión por parte del capital. Evidentemente esto ocu-
rrió, por ejemplo, en Inglaterra durante las décadas de 1950 y 1960,
con la expansión de los alimentos preparados.
Si intentamos ahora reunir los diferentes argumentos económicos
relacionados con la socialización del trabajo doméstico, emergen dos
posibles interpretaciones. Por un lado, puede ·haber presiones con-
flictivas sobre el capital en su conjunto, de modo que predominen pre-
siones diferentes en diferentes fases del desarrollo capitalista (es decir,
según que haya crisis y estancamiento económico, o expansión y pro-
ductividad y empleo crecientes). Por otra parte, puede haber presiones
conflictivas entre capitalistas, por ejemplo, entre quienes necesitan una
fuerza de trabajo femenina en expansión o cuyos beneficios están vincu-
lados con la venta de bienes de consumo a los trabajadores y aquellos
cuya principal preocupación es mantener bajos los salarios. (Esto pue-
de reflejar o no un auténtico conflicto de intereses entre capitalistas;
puede verse meramente como un conflicto de capitalistas individuales
incapaces de reconocer los intereses a largo plazo del capital en su
conjunto.) Sin embargo, es importante señalar que las dos interpre-
taciones no se excluyen mutuamente, como lo veremos más adelante.
Es posible así hallar argumentos económicos tanto para explicar el
1nantenimiento del trabajo doméstico bajo el capitalismo corno para
sugerir la posibilidad de cambios en su papeJ en relación con des-
arrollos subsiguientes del capitalismo. Ahora examinaré brevemente los
otros dos grupos de razones planteados como posibles explicaciones
de por qué ha conservado su importancia el trabajo doméstico.
168 J EAN GARDINER

Factores psicológicos

La primera de estas preocupaciones concierne a la naturaleza de los


servicios prestados por el trabajo doméstico y la imposibilidad de pro-
ducir ·verdaderos sustitutos en forma de mercancía. Esto plantea tam-
bién la cuestión del modo como los trabajadores hombres se benefician
específicamente del papel de la mujer en el hogar. Pues un compo-
nente importante de los valores de uso producidos por las mujeres
en la familia son las relaciones personales directas d~ntro .de ella en las
que ellos se basan. Puede argumentarse que el contenido emocional
de muchas de las tareas que la mujer realiza para su marido es tan
importante para él como su propósito práctico. Así, un hombre privado
de los servicios de su mujer, a la vez que recibe un salario adicional
suficiente para comprar sustitutos comerciales, podría sentir que ha
salido perdiendo y terminar sumamente descontento. Esto no quiere
decir que en la actualidad _la familia satisfaga todas las necesidades
emocionales del hombre, sino más bien que en la sociedad capitalista
hay muy pocas maneras de satisfacer esas necesidades fuera de la fa-
milia. Ciertamente nuestra imagen de lo que sería el socialismo no eli-
mina el trabajo doméstico, sino que más bien lo plantea como una
actividad cooperativamente compartida antes que responsabilidad ex-
clusiva de las mujeres.

Facto,res ideológicos

La otra explicación posible concierne al papel ideológico de la familia.


Es posible que cualquier erosión ulterior del trabajo doméstico pudiera
socavar la noción de la familia independiente, responsable de su pro-
pia supervivencia y en competencia con otras familias en la consecu-
ción de ese fin. También es posible que la socialización del cuidado
de los niños en edad preescolar pudiera reducir el espíritu competi-
tivo, el individualismo y la aceptación pasiva del autoritarismo. Ade-
más, la eliminación del trabajo doméstico podría socavar aún más el
doni.inio de los hombres, la división sexual dentro de la clase trabaja-
dora y la pasividad de las mujeres, todo lo cual contribuye a la esta-
bilidad política de la sociedad capitalista. Sin embargo, los cambios
ideológicos ocurren en forma sumamente compleja y ciertamente no
sólo en respuesta a las modificaciones de la producción. El área de la
ideología debe ser considerada mucho más detenidamente de. lo que
yo. puedo hacerlo aquí.
:EL TRABAJO DOMÉSTICO DE LAS MUJERES 169
PRESIONES ECONÓMICAS CONTRADICTORIAS

Como hemos señalado más arriba, en distintas fases del desarrollo ca-
pitalista actuarán presiones económicas diferentes, que influirán sobre
si el ·trabajo doméstico y el cuidado de los niños seguirán siendo do-
mésticos o serán socializados. Esto puede ilustrarse del siguiente modo:
en una situación de estancamiento económico como la actual en In-
glaterra, cuando la tasa general de inversión y de crecimiento económi-
co son muy bajas, el Estado intentará mantener bajos los salarios y el
consumo global de los trabajadores, así como estimular la inversión y
la exportación ofreciendo incentivos a los negocios. Esto tendrá las im-
plicaciones siguientes en lo que toca a la socialización del trabajo do-
méstico y el cuidado de los niños.
1] El Estado tratará de minimizar el nivel de su gasto social, reorien-
tando en lo posible los recursos del consumo de los obreros hacia la
inversión industrial. Por lo tanto, es improbable que el Estado amplíe
las instituciones para el cuidado de los niños u otros sustitutos del
trabajo doméstico. ·
2] Aun cua~do los capitalistas que producen mercancías para el
consumo de los trabajadores tratarán de conservar sus mercados, los
capitalistas en general buscarán mantener los salarios bajos. El efecto
general de esto será una reducción de los beneficios de los capitalistas
que producen para el consumo de los trabajadores y posiblemente
una reorientación del capital hacia sectores en- que la intervención
estatal u otros factores aumenta la rentabilidad, por ejemplo, las
exportaciones. Debido a esto, es poco probable que durante un período
como éste el capital sea atraído a la producción para el consumo de
los trabajadores,. incluyendo la socialización capitalista. del trabajo
doméstico y el cuidado de los niños.
3] La producción de mercancías que representa una sustitución di-
recta del trabajo doméstico, como las comidas preparadas, puede ser
un sector de consumo de los trabajadores especialmente sujeto a la
declinación en un período de crisis, porque habrá presión sobre las
amas de casa para que sustituyan mercancías por su propio trabajo
a fin de estirar más el salario. Es interesante observar, por ejemplo,
que en 1971, año de alto desempleo y aceleración en el aumento de los
precios de los alimentos, las ventas de alimentos preparados disminu-
yeron un 5%, mientras que la venta de alimentos de temporada au-
mentó un 4%, doble inversión de tendencias ya bastante antiguas.4
4] Aun cuando en un perí9do de estancamiento puede haber ciertas
áreas particulares de escasez de mano de obra femenina (por ejemplo,

' The National Food Survey.


170 J EAN GARDINER.

enfermeras), que podrían presionar a algunos patrones a que creen


guarderías u otras instituciones, es poco probable que una escasez;
general de mano de obra llegue a constituir un problema debido al;
nivel relativamente alto de desempleo.
Si ·examinamos ahora una situación de crecimiento económico, con
elevada tasa de inversiones y rápido aumento de la producción per ·
cápita acompañado por una balanza de pagos firme será más probable;
que se produzca mayor socialización. · ¡
1] Sería posible que aumentaran tanto el consumo de mercancías de
los obreros como el gasto social del Estado sin reducir los beneficios.
2] El capital sería atraído a nuevas áreas de producción para con-
sumo de los trabajadores que serían ·rentables debido al aumento de
los salarios.
3] El aumento de los salarios podría ser un requisito para el cre-
cimiento rápido, si fuera necesario obtener la aceptación por parte
de los obreros de nuevas técnicas y nuevos modos de organización del
trabajo de los cuales podría depénder el crecimiento (por ejemplo, el
trabajo por turnos).
4] Del mismo modo, si el capital necesitase más mujeres que pudie-
sen trabajar tiempo completo o en turnos o simplemente requiriera
mayor cantidad de mujeres trabajadoras, la socialización del cuidado
de los niños podría. conyertirse en un requisito indispensable.

CONCLUSIÓN

He sostenido que el enfoque teórico de Seccon1be sobre el trabajo do-


méstico de las mujeres puede ser criticado principalmente de los
siguientes modos: su punto de vista de que es coherente con la teoría
del valor de Marx sostener que el trabajo doméstico crea un valor
equivalente a la suma· del salario del trabajador masculino destinada
a la reproducción y conservación del trabajador doméstico se basa en
una analogía incorrecta con la pequeña producción mercantil; su teo-
ría del trabajo doméstico es ahistórica, puesto que no enfrenta en
modo alguno el problema de cómo se ha modificado el papel del
trabajo doméstico a partir del ascenso del capitalismo, o por qué se
ha conservado en la f arma que tiene bajo el capitalismo. La teoría
implica un intercambio igual entre el marido asalariado y el ama de;
casa, encubriendo tanto la posición desigual de poder dentro de la fa.,
milia derivada de la dependencia económica de la mujer y de la'
desigualdad de lo que efectivamente se intercambia, es decir, servicios'.
personales de parte de la esposa por mercancías monetarias de parte;
EL TRABAJO DOMÉSTICO DE LAS MUJERES 171
del marido. La teoría lleva también a conclusiones empíricamente ri-
dículas, por ejemplo, la de que cuanto menos recibe una esposa del
salario de su marido menos contribuye a la creación de valor. Final-
mente, el enfoque teórico de Seccombe niega toda validez intrínseca
a lós problemas que está planteando el movimiento feminista y se basa
en cambio en una preocupación sobre si las amas de casa pueden
"contribuir a la lucha de clases".
En el intento de plantear un enfoque alternativo del papel del
trabajo doméstico, he sostenido que el trabajo doméstico no crea va-
lor según la definición de valor adoptada por Marx, pero sin embargo
sí contribuye al plusvalor al mantener el trabajo necesario, o el valor
de la fuerza de trabajo, a un nivel más bajo que el nivel efectivo de
subsistencia de la clase trabajadora.· Puesto que esto es así, en un mo-
mento de crisis económica como el presente, cuando uno de los prin-
cipales requerimientos del capital es mantener bajo el nivel de salarios,
el trabajo doméstico realiza una función económica vital y su sociali-
zación ulterior o la del cuidado de los niños resultaría perjudicial desde
el punto de vista capitalista. Sin embargo, otras p~esiones (p. ej. la
necesidad de trabajadoras asalariadas o la necesidad de ampliar los
mercados de consumo de los obreros) podrían llevar a la ulterior socia-
lización del trabajo doméstico y del cuidado de los niños en un período
de expansión capitalista. Lo que no he tratado aquí son las formas
en que algunas campañas políticas surgidas del movimiento de las mu-
jeres y del movimiento de los trabajadores podrían influir en lo que
sucederá efectivamente. Pero tengo la esperanza de que este análisis
contribuya a construir un marco dentro del cual puedan desarrollarse
los análisis sobre la estrategia política.
LA OTRA CARA DEL SUELDO: EL CAPITAL MONOPOLISTA
Y LA ESTRUCTURA DEL CONSUMO*

BATYA WEINBAUM Y AMY BRIDGEs

El ama de casa es fundamental para la comprensión de la posición de


las mujeres en las sociedades capitalistas. Los marxistas esperaban
que la expropiación de la producción en el hogar disminuyera radical-
mente la importan,_cia social de éste,1 pero, como esto no ha sucedido,
han tratado dé comprenderla aplicándole conceptos desarrollados en
el estudio de la producción. 2 Sin embargo, es evidente que el hogar

* Este ar-tículo apareció originalmente en Monthly Review, julio-agosto de


1976. Posteriormente fue presentado como parte de una serie de conferencias
sobre fe:rµinismo socialista en el lthaca College, en la primavera de 1977.
Muchas personas leyeron esbozos anteriores y proporcionaron críticas y
opiniones importantes. Nuestras· discusiones con amigos han ampliado nuestra
comprensión, Y. quisiéramos agradecer a Carol Bengelsdorf, Carol Brown, Maar-
ten deKadt, Rosalind Feldberg, David Gold, Sherry Gorelick, Heidi Hartmann,
Ira Katznelson, Paula Manduca, Alice Messing. Laurie Nisonoff, Rosalind Pet-
chesky, Frances Piven, Adam Przeworski, Ann Marie Traeger y Nancy Wie-
gersma por su ayuda. Las discusiones sobre este trabajo en los diversos lugares
en que fue presentado también han sido muy útiles y quisiéramos expresar nues-
tro reconocimiento al Wornen's Studies College of sUNY Buffalo, Cbicago URPE,
Northeast Regional URPE, Boston University Sodology Colloquium, y a los
Marxist Feminist Groups 1 y 2 por habernos proporcionado foros para la dis-
cusión de estas ideas.
1 Marx, Engels, Lenin y Bebel, por ejemplo, reconocían 1a opresión de la
mujer en la familia. Pensaban que la liberación de las mujeres y la posibilidad
de relaciones sanas entre hombres y mujeres surgiría cuando la familia dejara
de ser la unidad b<isica de la sociedad. Dentro del capitalismo, hombres y muje·
res se convertirían en trabajadores asalariados, a medida que las responsabili-
dades de producción del hogar fueran socializadas. Con la abolición de la
propiedad privada, los servicios podrían ser socializados también, y hombres y
mujeres quedarían en libertad para establecer relaciones personales libres de
funciones económicas.
2 Por su énfasis sobre el trabajo efectuado dentro del hogar, y entendido
como "producción", se puede incluir a la mayoría de los trabajos marxistas·
feministas: Paddy Quick, Peggy Morton, Mariarosa dalla Costa, Margaret Bens·
ton, Juliet Mitchell, etc. Reconocemos que las amas de casa preparan bienes
para el uso de los miembros de la familia, pero no nos interesa principalmente
el trabajo doméstico como forma de "producción". Más bien sostenemos que la

[172]
LA OTRA CARA DEL SUELDO 173
no es como una fábrica y que las amas de casa no están organizadas
del mismo modo que los trabajadores asalariados.
Como ha escrito Eli Zaretsky, el ama de casa y el proletario son los
adultos característicos de las sociedades capitalistas avanzadas. 3 Ade-
más, el hogar y la empresa son sus organizaciones económicas caracte-
rísticas. Así como la socialización de la producción no ha eliminado al
ama de casa, la acumulación tampoco .ha eliminado las funciones eco-
nómicas del hogar. Harry Braverman ha demostrado cómo el proceso
de acumulación crea nuevas estructuras ocupacionales, y ha documen-
tado la expansión de la actividad del capital hacia nuevos sectores. Aquí
demostraremos que estos procesos modifican también las relaciones
sociales de consumo, función económica que continúa estructurándose
a través del hogar y realizándose gracias a las mujeres en tanto que
amas de casa.
Demostraremos cómo el capital organiza el trabajo de consumo
para las amas de casa, sacándolas del hogar y llevándolas al merca-
do. Las relaciones cambiantes del trabajo de consumo requieren que se
pase más tiempo fuera de la casa y crean un. contexto en que las arnas
de casa desarrollan sus propias perspectivas políticas sobre la sociedad
capitalista. En particular, hallaremos el contexto de la conciencia
política de las amas de casa en las contradicciones entre su trabajo
en el mercado y su papel en el hogar. Pensamos que este aspecto de la
actividad de las mujeres ofrece una perspectiva para el examen de su
trabajo dentro del hogar y además como trabajadoras asalariadas, as-
pecto sobre el cual recientemente se ha escrito bastante. El capital
hace demandas contradictorias a la energía de las mujeres, creándoles
conflictos individuales y conflictos entre amas de casa y trabajadores
asalariados del mercado. Estos temas exigen una comprensión del ca-
pitalismo en la que podamos ubicar el consumo, y éste es el objeto
de la siguiente sección.

11

En todas las sociedades las personas necesitan alimentos, vestido y


alojamiento para vivir. En la sociedad capitalista la producción de
estas necesidades está organizada para el beneficio privado, de modo
que las personas deben adquirir las cosas que necesitan para sobrevivir
comprando mercancías. Por lo tanto, a medida que el capital expropia
actividad de las amas de casa es en gran parte un reflejo del hecho de que el
capital organiza la manufactura de bienes y la provisión de servicios.
8 Eli Zaretsky, "Capitalism, the family, and personal life", Socialist Revolution

1-2, 3, núms. 13-14, 15 (1973).


174 BATYA WEINBAUM Y AMY BRIDGES

la producción del hogar, también expande. las relaciones del mercado.


Éstas, como las relaciones de producción, son "determinadas relacio-
nes necesarias e independientes de su voluntad [de los hombres]". 4 La
consecuencia evidente de la propiedad monopolista de los medios de
producción es la propiedad monopolista de las mercancías y la nece-
sidad de comprar los medios de vida.
En la medida en que la producción capitalista está reconciliada con
las necesidades sociales, lo mismo -ocurre en el mercado. En una so-
ciedad de pequeños productores independientes,_ los vendedores lleva-
ban sus productos al mercado para intercambiarlos, y sólo en el mer-
cado descubrían si llenaban una necesidad social o no. Como los
productores trabajaban independientemente, en lugar de coordinar
sus actividades, las consecuencias eran aventuradas: si el producto era
vendible, su precio (dinero en el bolsillo del productor) constreñía la
capacidad del productor para satisfacer sus necesidades. Por lo tanto
el carácter social del trabajo de cada productor -sólo salía a relucir
en el acto de intercambio, 5 y el mercado era el lugar donde la pro-
ducción privada y las necesidades socialmente determinadas se ponían
-más o menos- de acuerdo.
En la so_ciedad capitalista avanzada, la organización de la produc-
ción en su conjunto conserva características anárquicas, pero la pro-
ducción en gran escala pone de manifiesto el carácter "social" de la
producción en el lugar de trabajo. Y los "mercados" no están organi-
zados para que los individuos intercambien sus productos. Más bien,
la venta es una actividad organizada por el capital - y cada vez más
por el gran capital, que remplaza a la tienda familiar. Sin embargo,
así como el pequeño productor medía la "validez social" de su pro-
ducto por su precio, los trabajadores asalariados en gran parte miden
su validez social por -el tamaño de su sueldo. 6 Y así como el precio
que recibían los (pequeños) productores por sus productos constreñía
su capacidad para satisfacer sus propias necesidades, así el ingreso
limita el acceso a las mercancías. De este··modo, la relación entre pro-
ducción privada y necesic.1ades sociales sigue siendo evidente en el
mercado: el consumo a través del mercado es la otra cara del sueldo.
Tal como en todas las sociedades la gente labora, mientras que en las

' Karl Marx, prólogo a "Contribución a la crítica de la economía política", en


Introducción general a la crítica de la economía política, p. 76.
5 Karl Marx, El capital, México, Siglo XXI, 1979, t. 1, vol. 1, p. 89. Véase tam-

bién Grundrisse, México, Siglo XXI, 1977, t. 1, p. 158. Marx examina el mer-
cado en los capítulos 2 y 3 de El capital y en varios lugares de los Grundrisse.
6 Véase Grundrisse, p. 84: "Su poder social [de un individuo], así como su

nexo con la sociedad, lo lleva consigo en el bolsillo." Para la cuestión del dinero
como medida de valor social, véase El capital, t. 1, vol. 1, pp. 168-169.
LA OTRA CARA DEL SUELDO 175
sociedades capitalistas la gente trabaja,7 así en todas las sociedades
la gente se reproduce, pero en las sociedades capitalistas además
consume. En el capitalismo, el mercado funciona como puente entre
la pi:oducción de las cosas y la reproducción de las personas.
La reproducción de las personas sucede en el hogar. Con esto que-
remos decir simplemente que el hogar es el lugar donde se satisfacen
las necesidades que tienen las personas de alimento, descanso, abrigo,
etcétera. Desde luego, el hogar no es una unidad autosuficiente que
contenga los recursos necesarios para satisfacer esas necesidades. Los
miembros de la familia deben entrar en el mercado d~ trabajo a in-
tercambiar su fuerza de trabajo por un salario, y también deben salir
a intercambiar su salario por los bienes y servicios necesarios. La ma-
yoría de los hogares están constitutidos por familias, en las cuales
los hombres son los principales ganadores de salarios y las mujeres
son responsables del consumo. En el mercado de trabajo los hombres
se enfrentan al capital en forma de patrones; en el mercado de bienes
y servicios las mujeres se enfrentan al capital en forma de mercan-
cías. Esta división sexual del trabajo no es absoluta: números cada vez
mayore·s de mujeres trabajan por un salario, y muchos hombres par-
ticipan en el trabajo de consumo.ª. Como quiera que se dividan los
papeles, la supervivencia del hogar requiere una participación en
las relaciones de intercambio.
-- Sin embargo, la contradicción entre producción privada y necesi-
dades sociales subsiste. La acumulación capitalista crea sus propias
necesidades: el ejército industrial de reserva es la expresión más clara
de las necesidades del capital, que se oponen y preceden ·a las nece-
sidades de las personas para su propia reproducción. Al decir que
el mercado es el puente entre la producción privada y las necesidades
sociales, llamamos la atención sobre el hecho de que las personas deben
expresar "demanda efectiva" para obtener lo que necesitan (deben te-
ner dinero). Desde luego, la demanda ·efectiva no es asunto de elec-
ción, pues el ·ingreso está determinado por la posición en la estructura
de clase. Así, el consumo siempre es una función de la clase, y si deci-
mos que la producción capitalista se reconcilia con las necesidades
sociales, lo hacemos reconociendo que tal reconciliación es imperfecta
en el capitalismo.
7 Cf. la distinción que hace Engels entre work y labottr en El capital, libro 1,
p. 58 n. Allí escribe Engels que el proceso de trabajo tiene dos aspectos: "El
trabajo que crea valores de uso y que está determinado cualitativamente se
denomina work •• .; el que crea valor y al que sólo se mide cuantitativamente,
es labour."
8 No estamos discutiendo aquí la relación del capital con la división sexual

del trabajo. Véase Heidi Hartmann y Amy Bridges, "The unhappy marriage of
marxism and feminism: towards a more progressive union."
176 BATYA WEINBAUM Y AMY BRIDGEs¡

Mientras que el mercado ofrece el escenario para la reconciliación'


de la producción privada con la necesidad socialmente determinada,.:
.esa reconciliación es fundamentalmente obra de las mujeres. Las'
n1uje.res son responsables de la alimentación y la crianza, y si bien
éstas exigen muchos tipos de actividad, en sus aspectos concretos sólo
pueden .llevarse a cabo a través de la cuidadosa administración del in-
greso. El consumo (la compra de bienes y servicios para rp.iembros del
hogar) es el primer paso de esa tarea, y es la responsabilidad del ama
de casa en la alimentación y la crianza lo que condiciona su enfren-
tamie.nto al capital en forma de mercancías. Así el trabajo de consu-
mo, aunque sujeto al capital y estructurado por él, representa las
necesidades -materiales e inmateriales- más ·antagónicas a la produc-
ción capitalista; y la contradicción entre producción privada y nece-
sidades socialmente. determinadas cristaliza en las actividades del ama
de casa.

III

El consumo es el trabajo de adquirir bienes y servicios. Dicho trabajo


es el aspecto económico del trabajo de las mujeres fuera de la fuerza
de trabajo asalariada, y a aquellas que lo realizan las llamamos "tra-
bajadoras del consumo". El término. no quiere decir que las mujeres
que tienen ese papel sean ellas mismas trabajadoras asalariadas, pero lo.
utilizamos para recalcar que lo que están haciendo es trabajo. 9 Como
ya se ha explicado, dada la responsabilidad de las mujeres en el hogar,
el trabajo de consumo forma parte del intento por reconciliar la pro-
ducción orientada hacia la ganancia con las necesidades socialmente
determinadas. Además, el trabajo de consumo implica un conjunto de
relaciones entre las amas de casa como trabajadoras de consumo, por
un lado, y los trabajadores asalariados en tiendas y centros de servicio,
por el otro. Examinaremos el trabajo de consumo desde el punto de
vista del ama de casa y luego las relaciones entre trabajadores del
consumo y trabajadores asalariados en el mercado.
Ellen \Villis fue la primera izquierdista que habló del "consumismo"
como trabajo necesario para el capital e insistió en que la compren-
sión de este fenómeno como conducta neurótica es simplemente se-
xista.10 Otros autores han tendido más bien a ver a las mujeres como

9 Véase la nota 7.
10 Ellen Willis, "'Consumerism' and women", Note from the third year,
reimpreso en Vivían Gornick y Barbara K. Moran (comps.), Woman in sexist1
society (Nueva York, New American Library, 1972). pp. 658-665.
LA OTRA CARA DEL SUELDO 177
consumidores que tratan de "compensar" su aislamiento del trabajo
socialmente organizado mediante la compra de objetos. 11 A medida
que los medios de producción han sido progresivamente expropiados
del hogar, y que los capitalistas producen mercancías que resulta más
económico comprar que hacer, 12 la esfera del mercado y la necesidad
de hallar allí las cosas que necesitamos se expanden. El principal im-
pulso al trabajo de consumo no es una necesidad psicológica de ex-
presar la creatividad a través de la compra (aun cuando el mantener
a una fan~ilia con lo que gana la mayoría de la gente es indudable-
mente una empresa creativa, con sus gratificaciones propias). La
fuerza que hay detrás del trabajo de consumo es la necesidad de recon-
ciliar las necesidades del consumo con 'la producción de mercancías.
No es posible, por lo tanto, entender el trabajo del ama de casa si
consideramos que las mujeres simplemente usan "la misma escoba en
los mismos pocos metros cuadrados de cocina durante siglos" .13 Y mien-
tras muchos hombres están habituados a decir que "las mujeres son
sus propios jefes" y pueden ordenar su trabajo como quieran, un exa-
men atento· del trabajo de las arnas de casa muestra que el capital y el
Estado les marcan un horario bastante rígido. Dejando de lado el
hecho de que los niños pequeños son capataces exigentes e insistentes,
las horas de trabajo del marido, la hora' en que ·los niños deben llegar
a la escuela y, para los hogares que viven de semana en semana (que
son la mayoría), el día de las compras, no son determinados por el
ama de casa misma. Las amas de casa deben trabajar en relación con
horarios elaborados en otra parte, y esos horarios no están coordinados
entre sí. Se espera de las amas de casa que aguarden semanas para
conseguir instalaciones y reparaciones, que aguarden en las colas, que
aguarden al teléfono. Las modificaciones de la red de distribución
y la ampliación de servicios exigen movilidad física dentro de esta
bastante poco flexible serie de horarios. El aumento del número de
servicios así como de centros de compras significa que las amas de casa
pasan más tiempo viajando entre centros que produciendo bienes y ser-
vicios. La centralización de los centros de compras y servicios puede
hacer más eficiente la distribución, pero a expensas del tiempo del ama
de casa. 14 El trabajador del consumo, a diferencia del trabajador
asalariado, no tiene un antagonista singular y evidente, sino muchos
u ~Iariarosa dalla Costa, El poder de la mujer y la subversión de la comuni-
dad, p. 53.
12 Véase Harry Braverman, Labor and monopoly capital (Nueva York, Mon-
thly Review Press, 1974), p. 281, y caps. 13 y 16, passim.
13 Dalla Costa, El poder de la· mujer,, p. 36.
14 La centralización de la distribución de servicios es económica para el ca-

pital y el Estado, pero no es el mejor modo de proporcionar servicios, puesto que


se vuelven menos accesibles. Así, por ejemplo, cuando la Woodlawn. Organiza-
178 BATYA WEINBAUM Y AMY BRIDGEs

antagonistas: el Estado, el supermercado, el propietario de la casa, etc.


El examen del trabajo de consumo exige también un análisis de
la división del trabajo entre trabajadores asalariados y no asalariados en
los centros de compras. En esos sectores las relaciones de producción
reaparecen en una estructura correspondiente del trabajo de consu.
mo. Allí el trabajador del consumo desempeña con frecuencia un papel
importante que afecta la productividad. Ben Seligman ejemplifica este
mecanismo con los centros de venta de alimentos al por. menor:

Se dice a veces que la ganancia bruta ha aumentado desde la década de 1950


porque los inétodos de los supermercados modernos desplazan la carga de
los servicios al ama de casa. Y a no hay ~n empleado disponible para acon.
sejarle qué producto representa la mejor compra; el empleado se ha trans.
formad.o en "manipulador de materiales"' marcando precios en las latas, y
la única información que puede proporcionar se refiere a la ubicación de
los frijoles enlatados. En realidad, el ama de casa realiza hoy servicios que
en otra época eran pagados por el propietario de la tienda. En Suiza se ha
hecho incluso un esfuerzo porque los clientes de los supermercados marquen;
ellos mismos su precio en la caja (que no tuvo éxito). El ama de casa
realiza cada vez más tareas -busca en los anaqueles, muele el café, llena
el canasto- y contribuye al incremento de las ganandas porque esos servi-!
cios no le son retribuidos. Desde luego, deberían rembolsársele en forma del
precios más bajos, pero, tal como van las cosas, ello parece poco probable.15;

Lo mismo puede decirse de la venta al por menor, la salud, la edu-


cación y otras industrias de servicios:

En el supermercado y en la lavandería automática, el consumidor realmente


trabaja, y en el consultorio del médico la calidad de la historia médica que
da el pacien.te puede influir en forma significativa en la productividad
del médico. En los bancos, influye en la productividad el hecho de que sea
el empleado o el cliente quien llene el talón de depósito - y de que lo
llene correctamente o no. Así, -el conocimiento, la experiencia, la honesti-
dad y la rnotivación del consumidor afectan la producción de servicios. 16

El capital, por lo tanto, demuestra su capacidad para aumentar


sus propias ganancias reorganizando el proceso de trabajo y las con·
diciones de trabajo de los centros de co1npras y de servicios. Quiene!
tion elaboró un plan para las \Voodlawn Model Cities, un elemento importante
fue la proposición de centros de vecinos para establecer servicios que fueran
accesibles y distribuyeran to-dos los servicios. Sólo las instalaciones hospitalarias
estarían ubicadas centralmente.
15 B. Seligman. "The higher cost of eating". Economics of dissent (Nueva
York, Quadrangle, 1968). p. 229. ¡
16 Víctor Fuchs, The service economy (Nueva York, Columbia Universit¡?
Press, 1968).
LA OTRA CARA DEL SUELDO 179
trabajan allí ven su labor cada vez más reducida a trabajos de deta-
lle; quienes compran servicios son los que caminan, calculan, compa-
ran y a veces realizan los servicios mismos (como en las gasolineras
en que los clientes llenan su propio tanque). Cada centro tiene sus
propias reglas de conducta y ejecución. Tanto los empleados como los
que compran o reciben servicios se ven obligados a aumentar su pro-
ductividad sin la consiguiente retribución.
Como ya hemos indicado, el trabajo de consumo no consiste úni-
camente en comprar "cosas", sino también en comprar servicios. Así
como se ha vuelto más económico comprar muchas cosas que hacerlas
(pan, ropas, consomé de pollo), también "el cuidado y la atención
de los seres humanos se ha institucionalizado" 17 y los hogares han
pasado a depender cada vez más de los servicios de seguridad que se
obtienen del Estado y a través del mercado. La expansión de los ser-
vicios ha sido emprendida tanto por el Estado (educación, bienestar,
prisiones, hogares de ancianos) como por el capital (algunos servicios
médicos, algunos hogares para ancianos, seguros, bancos, cadenas de
restaurantes de comidas rápidas, lavanderías, peluquerías). Entre am-
bos, y en ausencia de alternativas razonables, hacen a los hogares cada
vez más dependientes de una proliferación de grandes centros.
Esta transición se muestra en su forma más -vívida en las transfor-
maciones que se han dado en la organización de los servicios médicos.
En una etapa anterior del capitalismo, los médicos llevaban un maletín
de instrumentos para hacer visitas domiciliarias. El médico actual, de-
pendiente hoy en día de todo un conjunto de artefactos, sólo puede
atender en hospitales y clínicas, y las amas de casa tienen que llevar
hasta allí a los miembros de la familia. Indudablemente, allí, igual
que en otros centros de servicios, el ama de casa es poco más que un
trabajador inferior, que no tiene capacidad para juzgar la calidad de
lo que recibe, ni poder para elegir lo que va a comprar, ni habilidad
para remplazar el servicio por alguna otra cosa organizada por ella.
Aun el movimiento para la salud de las mujeres, por ejemplo, si bien
puede proporcionar muchos tipos de atención rutinaria, apenas em-
pieza a adueñarse de la experiencia de la profesión médica y a reela-
borar la ciencia médica para que sea más útil para las mujeres.
En ocasiones, sucesos particulares en el proceso de acumulación
arrastran a más mujeres a la fuerza de trabajo asalariada. En la ac-
tualidad, la expansión del sector de servicios y del trabajo de oficina, 18
junto con la caída del salario real de los hombres, empuja a cantidades
cada vez mayores de mujeres a la fuerza de trabajo. Y como al mismo
17 Braverman, Labor and monopoly capital, p. 279.
18 !bid., caps. 15 y 16.
180 BATYA '\VEINBAUM Y AMY BRIDGES

tiempo el trabajo de consumo exige cada vez más tiempo y energía, 19


son cada vez menos las mujeres que pueden proporcionar ese tiempo
y esa energía. Al entrar el capital en nuevas áreas de actividad, sigue
organizándolas en una forma anárquica antes que en forma socialmen-
te coordinada. Las necesidades del capital son contradictorias, por lo
tanto, en lo que respecta a sus demandas del tiempo de las muje-
res. Peor aún, en la recesión, el gasto público en los servicios dis-
minuye, y el trabajo que cada vez estamos peor preparados para reali-
zar vuelve al hogar. Se cierran guarderías ; 20 las escuelas pasan a ser de
doble turno (lo cual hace más difícil coordinar los horarios de escue-
la de los niños con los horarios de trabajo de los padres) ; ¡ y el alcalde
Daley trata induso de impulsar las huertas vecinales!· Como las mu-
jeres son en general tanto los trabajadores de consumo como los
trabajadores asalariados en la distribución de bienes ·y servicios, es
evidente que el capital pasa de pagar a no pagar por el mismo tra-
bajo. Los trabajadores asalariados de los sectores comerciales y de
servicios tienen rompehuelgas perpetuamente a su puerta. La organi-
zación capitalista crea enfrentamientos entre empleados y compradores,
enfermeras y pacientes, maestros y padres de alumnos.
Desde luego, hay diferencias de clase en el trabajo de las "amas de
casa". Las mujeres de la clase. dominante no neéesitan preocuparse
directamente por la reproducción en forma cotidiana, aunque sí tie-
nen un papel específico en la reproducción de. las relaciones capitalis-
tas de clase. Las actividades de caridad, por ejemplo, suavizan los du-
ros bordes del capitalismo y ayudan a legitimar el sistema social en
su conjunto. 21 Nuestro esquema del trabajo de las amas de casa es,
Greemos, más representativo de las mujeres de la clase trabajadora
y de la llamada clase media. Sin embargo, podemos hacer algunas
distinciones entre ellas. Un mayor ingreso da a las mujeres de la
clase media cierta libertad respecto de los aspectos más degradantes del
trabajo de consumo (pueden hacer que les lleven a su casa los ali-
mentos). Esas mujeres también pueden hacer del consumo una acti-
vidad "creativa" y un medio de expresión. Ésta es sin duda la base de
la idea de que todas las mujeres se dedican al consumo por sus bene-
19 El capital también aumenta el tiempo que invierten las mujeres en el tra-
bajo de dentro del hogar. Véase H. Hartmann, "Capitalism and women's work
in the home: 1900-1930" (tesis doctoral. Ya.le University. 1974). Véase también
Walker. "Homemaking still takes time", ]ournal of Home Economics, 61 (1969),
pp. 621-622. .
20 R. Petchesky y K. Ellis, "Children of the corporate dream", Socialist Revo-

lution, 12 (noviembre-diciembre de 1972).


21 Véase G. William Domhoff, The higher circles (Nueva York, Random
House, 19'71). cap. 2: "The feminine half of the upper class."
LA OTRA CARA DEL SUELDO 181
ficios psicológicos. Finalmente, las mujeres de la clase media asumen
la responsabilidad de organizar el consumo de otros a través de or-
ganizaciones voluntarias. 22 Las mujeres de la clase trabajadora partici-
PªIl: con más frecuencia en la fuerza de trabajo asalariada, desem-
peñando así un segundo trabajo. El ingreso más bajo hace del consumo
una compleja tarea de supervivencia. Las mujeres que dependen del
Estado para su mantenimiento desde luego pierden más tiempo ob-
teniendo tanto bienes como servicios de la burocracia civil que otras
mujeres; además, las mercancías a que tienen acceso son de precio más
alto y de peor calidad, en gran parte debido a los bari:ios en que vi-
ven. 28 Así, el capital construye el trabajo de consumo para las mujeres
en formas complejas: organiza la distribución del· ingreso en el hogar,
que a su vez determina en gran parte la distribución de los hogares
en barrios; al mismo tiempo, organiza la distribución de bienes y ser-
vicios particulares en zonas específicas. .
Hemos sostenido que el trabajo de consumo se halla estructurado
por el Estado y por el capital, y que este trabajo. es enajenante y
agobiante. La reproducción del trabajo en las sociedades capitalistas
exige que los productos y servicios producidos con fines de lucro sean
reunidos y transformados para que puedan llenar necesidades social-
mente determinadas. En esta situación, no está claro qué tipos de reor-
ganización ocurrirán. Ciertamente, hace tiempo que circulan ideas
para la reorganización del trabajo de consumo sobre una base social
(cf. Charlotte P. Gilman, Women and economics), sin embargo, no
cabe esperar que dicha organización del trabajo de· consumo y los
servicios al trabajo vivo por parte del capital o del Estado dé como
resultado servicios sociales humanizados. Las experiencias y las pro-
puestas para la organización estatal del cuidado de los niños son un
ejemplo que demuestra que la profusión de bienes y servicios bajo el
capitalismo da como resultado una· deshumanización cada vez mayor.
No hay nada en el comprar, en el solicitar atención sanitaria o edu-
cación que sea necesariamente per se alienante y agobiante. Después
de todo, durante muchos siglos el mercado ha sido el lugar de interac-
ción social y la ocasión de festejar. La responsabilidad nutricia de]
ama de casa, por un lado, y la imposibilidad de ayudar a otros seres
humanos a ser sanos y creativos dentro de los límites del actual sis-
tema, por el otro, es lo que da lugar a las increíbles tensiones de la
práctica del trabaj.o de consumo. 24 Como dice Ros Petchesky:
22 Véase, por ejemplo, Robert S. y Helen M. Lynd, Middletown ,(Cambridge.
Mass .• Harvard University Press, 1959). o John R. Seeley et al., Crestwood heights
(Toronto, University of Toronto Press, 1956). .
23 Véase David .Caplovitz, The po•or pay more. (Nueva York, Free Press. 1962).
24 Aun cuando nuestro examen del trabajo de consumo se ha concentrado
182 BATYA WEINBAUM Y AMY BRIDGES

La verdadera clave es la conexión entre la mierda que ofrece la produc-


ción privada en el mercado y los milagros que se espera que las mujeres
realicen con ella dentro de la familia. Lo demoledor del trabajo de consumo
no es buscar sino remontar la cuesta: tratar de conservar bienes planeados
para la obsolescencia; tratar de ·preparar comidas nutritivas .con alimentos
d.emasiado procesados y despojados de todo contenido... tratar de alentar
y ayudar a niños que las escuelas condenan al fracaso.25

Con todo y sus esfuerzos, el ama de casa carece del poder social ne-
cesario para proporcionar a su familia lo que ella considera mejor.
El trabajo de consumo, por un lado, y los fines a los que se supone
que sirve, por el otro, constituyen una trama desde la cual se desarro-
lla la perspectiva· del ama de casa· sobre la sociedad.

IV

¿Cómo se ha organizado esa perspectiva en la práctica ? 26 En primera


instancia, el trabajo de consumo lleva a áreas específicas de actividad
política: por ejemplo, la vivienda. Como lo explicaba una de las
organizadoras de un sindicato de inquilinos de Boston: "La mayoría
de los trabajadores del movimiento inquilinario son mujeres. Una ex-
plicación de esto es que los sindicatos de inquilinos son un área en
que las mujeres pueden ser agresivas y asumir un papel dirigente
activo, porque pasamos mucho tiempo en el lugar donde vivimos y
conocemos a las personas con quienes vivimos." 27 Del mismo modo,
en la etapa del capital monopolista, ahí donde éste penetra en modos económi-
cos anteriores, la tensión de los cambios en el consumo también es muy marcada.
Por ejemplo, la compra y el uso de la leche en polvo vendida por compañías
agrocomerciales internacionales en el Tercer Mundo ha provocado muertes o
deformidades de· niños que no habrían tenido esos problemas con la leche de su
madre, debido a impurezas del agua y a la necesidad de los anticuerpos que
existen naturalmente en el sisterq..a láctico de sus madres. Véase Formula for
malnutrition, CIC Brief, abril de 19;75, que puede obtenerse por 60 centavos
del Interfaith Center on Corporate Responsibility, Room 566, 475 Riverside
Drive, NYC. En el siglo XIX, las demandas de la producción ·capitalista tuvieron
el mismo efecto: mujeres trabajadoras inglesas que no . podían regresar a sus
casas para alimentar a sus niños les daban "Godfrey's cordial", un narcótico
que mantenía a los niños durmiendo pero que con frecuencia los mataba. Véase
El capital, libro 1, p. 481 n.
25 Comunicación personal a las autoras.

28 No hay mucho espacio para ejemplos, pero véase Edith Thomas, The :
women incendiaries (Nueva York, George Braziller, 1966); Alice Bergman, ~
Women in Vietnam (San Francisco, 1974); J. Ann Zammit y Gabriel Palma 'I
(comps.), La vía chilena al socialismo (México, Siglo XXI, 1973).
27 Barry Brodsky, "Tenants first: FHA tenants organize in Massachusetts"
Radical America, 9, núm. 2 (1975). p. 41.
LA OTRA CARA DEL SU El.DO 183
Jas actividades de boicoteo, las respuestas militantes a la inflación (es-
pecialmente de los precios de los alimentos) y las luchas de la comu-
nidad (enfocadas con frecuencia contra decisiones estatales) son áreas
en las cuales las mujeres desempeñan papeles importantes, si no predo-
minantes. 28
Pero, más en general, la organización dispersa de los trabajadores
del consumo, presa de muchos capitalistas así como del Estado, parece
conducir al reconocimiento del carácter opresivo y explotador del ca-
pitalismo como sistema. Durante la huelga de los mineros de Brook-
side, las esposas no sólo apoyaron las demandas de los maridos sino
que hicieron demandas más radicales y de más largo alcance, insis-
tiendo en las estampillas para comprar comida, boicoteando y mani-
festando frente a algunas tiendas, protestando contra la propaganda
antihuelga y las molestias infligidas a los hijos de los huelguistas en
las escuelas. Su práctica de amas. de casa les demostraba que no sólo
el lugar de trabajo sino toda la ciudad estaba dominada por los pro-
pietarios de las minas, y su actividad política demostró este hecho a la
comunidad entera.29 En ciudades en que la clase dominante es más
visiblemente diversificada, la perspectiva es más complicada, pero de
todos modos es la razón de muchas de las luchas de mujeres que no
son luchas del lugar de trabajo.
La actividad de las mujeres en épocas revolucionarias puede de-
rivar de actividades en las que se encuentran comprometidas cotidia-
namente y que adquieren mayor significado político en momentos de
transformaciones políticas violentas. 80 En Portugal, por ejemplo, desde
el derrocamiento del régimen fascista, en los barrios obreros las muje-
res han formado comités de inquilinos para ocupar edificios, ta_nto
para viviendas como para servicios comunitarios. Estos comités de in-
quilinos han sobrevivido a sus actividades iniciales y siguen siendo una
211 Las mujexes también desempeñaron un papel importante en organizaciones

creadas durante la guerra contra la pobreza. Véase J. D. Greenstone y Paul E.


Peterson, Race and authority in urban politics (Nueva York,, Russell Sage,
1973); F. F. Piven y R. Cloward, Regulating the poor (Nueva York, Pantheon,
1971).
211 Ann Marie Traeger y Weinbaum, entrevistas inéditas, agosto de 1974.

ao Comenta Edith Thomas: "Así, pues, la actividad 'política' de las mujeres


apareció primero en esas diversas cooperativas de consumidores, y esto va de
acuerdo con la tradición. Las mujeres están much() más cerca de la realidad
cotidiana que los hombres. Alimentar a la familia es parte de su papel secular.
El precio del pan ha sido preocupación suya durante siglos. Así, antes de
tratar de meterse en actividades realmente políticas, intentaron atender 'la ad-
ministración de las cosas' cosa ·sobre la que podían actuar directamente. Fue
desde este punto de vista desde el que las mujeres más conscientes creyeron
tener algún contacto con la realidad social. Pero, evidentemente, ése era sólo un
aspecto del problema" (The women incendiaries, p. 14).
184 BATYA WEINBAUM Y AMY BRIDGEs'

forma de organización básica en con1.unidades urbanas. 31 Del mismo


modo, las mujeres chilenas actuaron en la construcción de redes de
distribución. antes del golpe militar en Chile. Durante el gobierno de
la Unidad Popular, uno de los problemas más graves fue el de la
escasez, que creaba dificultades en la distribución de alimentos. Tales
problemas fueron en parte concebidos por pequeños. comerciantes re-
beldes amenazados por el socialismo y en parte por los ganaderos que
preferían matar a sus animales que entregarlos a cooperativas expro.
piadoras. Estas escaseces y dificultades de distribución provocadas lle-
varon a. la formación de Juntas de Abastecimiento (JAP) o Comités
de Precios y Suministros, que fueron una respuesta popular y espon-
tánea que logró reducir la necesidad de racionamiento. Las amas
de casa desempeñaron un papel importantísimo en los grupos de ve-
cinos, representando tanto a organizaciones de masas como a pequeños
comerciantes. Su tarea consistía en asegurar una distril:>ución justa
de los bienes de consumo. En el primer mes de su existencia se forma-
ron 450 J AP en Santiago, la principal ciudad de Chile. En los comités
participaron 100 000 hogares y más de 600 000 personas. En pocos
meses, el 20% de la carne que se consumía en el país se distribuía
a través de estos comités.ª2
Los marxistas se han apresurado demasiado a· considerar las luchas
basadas en la comunidad como reformistas. Una lucha no es necesa-
riamente progresista porque se dé en una fábrica, ni reformista porque
se produzca fuera de ella. Si los izquierdistas· han sido hasta hace
poco indiferentes a la política de la comunidad y del consu.mo, ello
se debe eri · parte a una buena razón: por progresistas que puedan
ser esas luchas. como actividad de agitación o de educación, en último
análisis las luchas q~e se dan fuera de la producción no pueden
por sí solas constituir una estrategia revolucionaria. Y muchas luchas·
originadas en la comunidad no han sido progresistas. Sin embargo, ig-
norarlas completamente es un error por varias razones: las demandas
de control, aun cuando pueden ser negociadas, amenazan· la .economía
burguesa y sirven corno práctica de autoadministración, componente
importante de la alternativa socialista. Al mismo tiempo, tienen una
función positiva de educación al demostrar las posibilidades de la.
acción organizada y revelar las limitaciones de la actividad política
dentro del capitalismo. Además, las demandas procedentes de la co-
munidad y el hogar insisten en que la producción y provisión de ser-
vicios se orienten hacia las necesidades sociales y en esa forma se in-
corporen valores antagónicos a la producción capitalista. Llaman la
81 Entrevista con un corresponsal de Pacífica Radio, mayo de. 1975.
82 La via chilena al so'cialismo (México, Siglo XXI, 1973), p. 96.
LA OTRA CARA DEL SUELDO 185
atención sobre la incapacidad de esta sociedad para satisfacer las ne-
cesidades de su gente y también encarnan uno de los valores sobre los
cuales debe construirse una sociedad socialista: que la sociedad esté
organizada para responder a las necesidades sociales. 33 Finalmente,
como en el caso de las mujeres de Brookside, la actividad política de
.las amas de casa puede surgir del reconocimiento de que no es una
disfunción idiosincrásica sino la organización de la sociedad en su con-
junto lo que se opone a sus necesidades e intereses ..
U na sociedad capitalista crea muchos lugares sociales desde los
cuales observar al capital: lugares en la producción y los servicios
(maquinista, trabajador social), lugares en las comunidades (ama de
casa), lugares aislados de las comunidades (Wall Street). Por la natu-
raleza de las sociedades capitalistas hay individuos en muchos lugares
sociales diferentes que pueden descubrir que la sociedad está organi-
zada no para ellos sino contra ellos. Evidentemente, no hay lugar cuyo
ocupante sea automáticamente revolucionario. Una de nuestras tareas
como marxistas consiste en investigar las perspectivas sobre la sociedad
capitalista que proporcionan esos diferentes lugares sociales. Sólo po-
dremos hacer esto si nuestra comprensión no -sólo abarca la producción
capitalista misma sino también reconoce cómo la producción capita-
lista conforma la sociedad como un todo y las prácticas de las per-
sonas colocadas en determinados lugares. Hemos mostrado algunos
de los modos en que el capital estructura el trabajo de consumo, or-
ganizando la práctica diaria de las amas de casa, en la cual se basa
su comprensión de la sociedad. 34 La organización de una clase revo-
lucionaria requiere la unión de todas esas perspectivas antagónicas al
capital y la forja de 'una visión de. la sociedad organizada colectiva-
rn.ente para responder a las necesidades sociales~
33 Las consecuencias de dejar que el· consumo siga organizado a través del
hogar en el socialismo aun después de la sociaHzación de la producción se ana-
lizan en Weinbaum, "The curious courtship of women's liberation and social-
ism: perspectives on the Chinese case", en el segundo número especial sobre
la economía política de las mujeres de Review of Radical Political Economics,
primavera de 1976.
34. Debería ser evidente que no sostenemos que todas las amas de casa son
políticamente activas, y mucho menos revolucionarias. Así como los trabajado-
res asalariados pueden sentirse "inadaptados" porque sus salarios son bajos o
porque no se les asciende (véase Jonathan Cobb y Richard Sennett, The hid-
den injuries of class, Nueva York, Vintage, 1973), también las amas de casa
pueden interiorizar contradicciones que son estructurales. Lo que intentamos
es más bien oponernos a la idea corriente de que las amas de casa, por la na-
turaleza de su "lugar", son conservadoras. Sobre esta opinión, véase el libro de
Zeitlin sobre Cuba, en la preparación del cual no entrevistó a mujeres porque
"todo el mundo sabe" que fas mujeres no desempeñaron ningún papel en la
Revolución.
CAPITALISMO, PATRIARCADO Y SEGREGACIÓN
DE LOS EMPLEOS POR SEXOS*

HEIDI HARTMANN

La división del trabajo por sexos parece haber sido universal en


toda la historia humana. En nuestra sociedad la división sexual del
. . .

trabajo es jerárquica, con los hombres arriba y las mujeres abajo. La


antropología y la historia sugieren, sin embargo, que tal división no
siempre fue jerárquica. El tema de este trabajo es el desarrollo y la
importancia que tiene la división del trabajo por sexos. Y o sostengo que
las raíces del status social actual de las mujeres se encuentran en esa
división sexual del trabajo. Creo . que no sólo debe ser eliminada la
naturaleza jerárquica de la división del trabajo entre los sexos, sino
la propia división del trabajo entre los sexos, si queremos que las mu-
jeres alcancen ,una situación social igual a la' de los hombres y si
queremos que los hombres y las mujeres alcancen ·el pleno desarrollo
de su potencial humano.
Los problemas fundamentales a investigar parece~ían ser, pues, en
primer término, cómo· una división sexualmente más igualitaria se con-
virtió en otra menos igualitaria y, en segundo, cómo esta división
jerárquica del trabajo se extendió en el período moderno ~l trabajo
asalariado. Muchos estudios antropológicos sugieren que el primer pro-
ceso, la estratificación sexual, se dio junto con el aumento de la··produc-
tividad, la especialización y la complejidad creciente de la sociedad:
por ejemplo, a través del estabJecimiento de la agricultura sedentaria,
la propiedad privada o el Estado. Ocurrió a medida qu,e la sociedad
humana emergía del primitivismo y se volvía "civilizada". Desde este
punto de vista, el capitalismo es relativamente reciente, mientras que
el patriarcado,1 la relación jerárquica entre hombres y mujeres en que

• Una versión algo más larga de este artículo apareció en Signs, l, núm. 3,
parte 2 (primavera de 1976). Quisiera agradecer a muchas mujeres de la New
School for Social Research por compartir conmigo sus conocimientos y ofrecerme
aliento y discusión; en particular. a Amy Hirsch, Christine ~ailey, Nadine
Felton, Penny Ciancanelli, Rayna Reiter y Viana Muller. Quisiera agradecer
también a Amy Bridges, Carl Degler, David Gordon, Fran Blau, Grace Horo-
witz, Linda Gordon. Suad Joseph. Susan Strasser y Tom Victorisz por sus útiles
comentarios. ~ · ·
1 Entiendo por patriarcado un conjunto de relaciones sociales que tiene una·'

[186]
SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 187
los hombres dominan y las mujeres están subordinadas, es muy antiguo.
Sostengo que, antes del capitalismo, se estableció un sistema pa-
triarcal en que los ·hombres controlaban el trabajo de las mujeres y
de los niños en la familia, y que al hacerlo los hombres aprendieron
las técnicas de la organización y el control jerárquicos. Con el adveni-
miento de las separaciones entre lo público y lo privado tales como
las creadas por la emergencia del aparato estatal y de sistemas econó-
micos basados en un intercambio más amplio, así como en unidades
de producción mayores, el problema para los hombres pasó a ser el de
mantener su control sobre la fuerza de trabajo de las mujeres. En
otras palabras, un sistema de control personal directo se convirtió en
un sistema de control indirecto e impersonal, mediado por institucio-
nes que abarcaban toda la sociedad. Los mecanismos de que dispusie-
ron los hombres fueron 1) la tradicional división del trabajo entre los
sexos y 2) las técnicas de organización y control jerárquicos. Tales me-
canismos fueron decisivos en el segundo proceso, la extensión de una
división del trabajo sexualmente organizada al sistema de trabajo asala-
riado, durante el período de la emergencia del capitalismo en Europa
occidental y los Estados U nidos.

base material y en el cual hay relaciones jerárquicas entre los hombres, y una
solidaridad entre ellos, que les permiten controlar a las mujeres. El patriar-
cado es por lo tanto el sistema de opresión de las mujeres por los hombres.
Gayle Rubin sostiene que deberíamos utilizar el término "sistema de sexo-géne-
ro" para referirnos a ese dominio fuera del sistema . económico (y no siempre
coordinado con él) donde se produce y reproduce la estratificación de los géneros
basada en las diferencias sexuales. El patriarcado es así sólo una forma, una for-
ma en que predom.ina el sexo masculino. del sistema de sexo-género. Rubin sos-
tiene además que el nombre de patriarcado debería reservarse a las sociedades de
pastores nómadas tales como las que se describen en el Antiguo Testamento.
donde el poder de los hombres era sinónimo de la paternidad. Si bien estoy
de acuerdo con el primer argumento de Rubin. creo que el segundo limita
demasiado el uso de la palabra patriarcado, que es una buena etiqueta para la
mayoría de las sociedades con predominio masculino. Véas.s:: Gayle Rubin,
"The traffic in women'", en Rayna Reiter (comp.), Toward an anthropology
of women (Nueva York, Monthly Review Press, 1975). Muller ofrece una defi-
nición más amplia del patriarcado "como sistema social en el que el status de
las mujeres es en primer término el de pupilas de sus maridos, padres y her-
manos". donde ese pupilaje tiene dimensiones económicas y políticas. Véase
Viana Muller, "The fonnation of the state and the oppression of women: a
case study in England and Wales", mimeo. (Nueva York, New School for Social
Research, 1975). p. 4, n. 2. Mtiller se basa en Karen Sacks. "Engels revisited:
women, the organization of production, and private property", en Michelle
Rc;>saldo y Louise Lamphere (comps.). Woman, culture, and society (Stanford,
Stanford University Press, 1974). Otras explicaciones sobre el patriarcado como
sistema tanto entre los hombres como. entre hombres y mujeres pueden hallarse
en el ensayo "The unhappy marriage of marxism and feminism: towards a
new union", de Amy Bridges y Heidi Hartmann.
188 HEIDI HARTMAN?ij

El surgimiento del capitalismo entre los siglos xv y XVIII amenazój


el control patriarcal basado en la autoridad institucional al destruir:
muchas antiguas instituciones y crear otras nuevas, tales como u 111
mercado de trabajo "libre". Anienazó con empujar a todas las muje.
res y los niños a la fuerza de trabajo, destruyendo así la familia y la
base del poder de los hombres sobre las mujeres (es decir el control
sobre su fuerza de trabajo dentro de la familia}. 2 Si la tendencia teórica
del capitalismo puro hubiera sido erradicar todas las diferencias arbi.
trarias de status entre los trabajadores, es decir, poner a todos los
trabajadores en un plano de igualdad en el mercado, ¿por qué las
mujeres aún ocupan una posición inferior a la de los hombres en
el mercado de trabajo? Las respuestas posibles son innumerables, y
van desde la visión neoclásica de que el proceso no se ha completado
o ha sido perturbado por imperfecciones del mercado hasta la visión
radical de que la producción exige la jerarquía aun cuando el mercado
supuestamente requiere la "igualdad".3 Todas estas explicaciones, en
mi opinió_n, ignoran el papel de los hombres -los hombres corrientes,
los hombres como hombres, los hombres _como trabajadores- en el
mantenimiento de la inferioridad de la mujer en el mercado de tra-
bajo. En particular, el punto de vista radical hace hincapié en el papel
de los hombres como capitalistas _en la creación de jerarquías den-
tro del proceso de producción a fin de mantener su poder, lo que con-
siguen segmentando el mercado de trabajo (según líneas raciales, se-
xuales y étnicas, entre otras} y ·oponiendo entre sí a los distintos_
trabajadores. En este trabajo sostengo que los trabajadores hombres
han desempeñado y siguen -desempeñando un papel decisivo en el.
mantenimiento de las divisiones sexuales en el proceso de trabajo.
La segregación de los empleos por -sexos es el mecanismo primario
que en la sociedad capitalista mantiene la superioridad de los hombres
sobre las mujeres, porque· impone salarios más bajos para las mu-
jeres en el mercado de trabajo. Los salarios bajos mantienen a las
mujeres dependientes de los hombres porque las impulsan a casarse.
2 Marx y Engels pensaban que el progreso del capitalismo llevaría a las mu-

jeres y a los niños al mercado de trabajo y de ese modo destruiría a la familia.


Sin embargo, pese a que Engels reconoce. en El origen de la familia, la propie-
dad privada y el Estado, que los hombres oprimen a las mujeres en la familia,
no consideraba que esa opresión estuviera basada en el control del trabajo de
las mujeres y. en todo caso, parece lamentar la declinación de la familia con-
trolada por el hombre. Véase su Situación de la clase obrera en Inglaterra (Bue-
nos Aires, Editorial Futuro, 1965), pp. 148-151.
3 Véase el borrador del ensayo de Richard C. Edwards, David. M. Gordon y·

Michael Reich, "Labor market segmentation in American capitalism" ,' y el libro .


editado por ellos, Labor market segmentation (Lexington, Mass., D. C. Heath, _ '
1975), para una explicación de esa posición. 1
SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 189
Las mujeres casadas deben realizar trabajos domésticos para sus ma-
ridos, de modo que son los hombres los que disfrutan tanto de sala-
rios más altos corno de la división doméstica del trabajo. Esta división
doméstica del trabajo, a su vez, actúa debilitando la posición de las
mujeres en el mercado de trabajo. Así, el mercado de trabajo perpetúa
la división doméstica del trabajó y viceversa. Este proceso es el re-
sultado actual de la continua interacción de dos sistemas engranados:
el capitalismo y el patriarcado. El patriarcado, lejos de haber sido
derrotado por el capitalismo, se conserva muy viril: gobierna la forma
que adopta el capitalismo moderno de la misma manera corno el
desarrollo del capitalismo ha transformado las instituciones patriarca-
les. El ajuste mutuo entre el patriarcado y el capitalismo ha creado
para las mujeres un círculo vicioso.
J\fi argumento choca con las opiniones tradicionales de los econo-
mistas tanto neoclásicos corno marxistas. Ambos ignoran el patriar-
cado, que es un sistema social con base material. Los economistas neo-
clásicos tienden a exonerar el sistema capitalista, atribuyendo la segre-
gación de los empleos a factores ideológicos exógenos, tales co1no las
actitudes sexistas. Los economistas marxistas tienden a atribuir la
segregación de los empleos a los capitalistas, ignorando la parte que
desempeñan los trabajadores de sexo masculino y el efecto de siglos.
de relaciones sociales patriarcales. Con este trabajo tengo la esperan-
za de restablecer el equilibrio. La línea de argumentación que he
esbozado aquí y desarrollaré más abajo es quizás imposible de pro-
bar. Pero espero poder establecer su plausibilidad antes que su in-
con trovertibilidad.
La primera parte de este trabajo examina brevemente las eviden-
cias y explicaciones que aparecen en la literatura antropológica sobre
la creación de relaciones de dominio-dependencia entre hombres
y mujeres. La segunda parte examina la literatura histórica sobre la
división del trabajo por sexos durante la emergencia del capitalis1no
y la Revolución industrial en Inglaterra y los Estados Unidos. Esta
parte enfoca la extensión de las relaciones de dominio-dependencia
entre hombres y mujeres al mercado de trabajo asalariado y el papel
fundamental desempeñado por los hombres en el mantenimiento de
la segregación de los empleos por sexos y por lo tanto de la superio-
ridad masculina.
190 HEIDI HARTMA:Ni

PERSPECTIVAS ANTROPOLÓGICAS SOBRE LA DIVISIÓN


DEL TRABAJO POR SEXOS

Alg~nos antropólogos explican la dominación masculina sosteniend~


que ha existido desde el principio de la sociedad humana. Sherr¡
Ortner sugiere que en realidad "lo femenino es a lo masculino colll~
la naturaleza es a la cultura".4 Según Ortner, la cultura desvaloriza q
naturaleza; se asocia a las mujeres con la naturaleza, se considera e~
todas las culturas que están más próximas a la naturaleza 5 y, p~
lo tanto, se las devalúa. Su opinión es compatible con la de Rosaldo~h
que hac; ?incapié · en la división entre lo público y lo. :privado, y co~
la de Lev1-Strauss, que da por sentada la subord1nac1on de las m~
jeres durante el proceso de creación de la sociedad. ·~
Según Lévi-Strauss, la cultura empezó con el intercambio de mu]
jeres para cimentar vínculos entre. familias, creando así la sociedad~J
En realidad,. Lévi-Strauss afirma que · por una tensión ·fundamenta.i
existente entre la familia (esto es, el reino doméstico en que las mtil
jeres viven más cerca de la naturaleza) y la sociedad las familias roJ
pen su autonomía para intercambiar unas con otras. El intercambid
de mujeres es un mecanismo que fomenta la interdependencia de I~
familias y -crea la sociedad. Por analogía, Lévi.;..Strauss sugiere que ij
división del trabajo entre los sexos es el mecanismo que fomenta "ul
estado de dependencia recíproco entre los sexos" .-8 También afian~
4 Sherry B. Ortner,. "Is female to male as nature is to culture?", Feminii
Studies, 1, núm. 2 (otoño de 1972). pp. 5-31. "La universalidad de la subordi
nación de las mujeres. el hecho de que exista dentro de cualquier tipo de or!
ganización social y económica, y en sociedades de todo grado de complejidad
indica en mi opinión que nos hallamos frente a algo muy profundo, muy obs~
nado, algo que no se puede remediar simplemente reordenando unas cuant~'
tareas y papeles en el sistema social, ni siquiera reordenttndo toda la est1·ucturf
económica" (pp. 5-6).
5 Ortner rechaza específicamente toda base biológica Cle esa asociación de la

mujeres con la naturaleza y la consiguiente devaluación de ambas. Las difo


rendas biológicas "sólo adquieren significación de superior/inferior dentro de
marco de los sistemas de valores culturalmente definidos" (ibid., p. 9). La ex
plicación biológica es, desde luego, la otra explicación principal de la univer
salidad de la subordinación femenina. Yo también niego la validez de esa ex
plicación y no la exaininaré en este trabajo. Sin embargo, la fisiología feme
nina dcsempefia un papel en el apoyo de la visión cultural de las mujeres com
m:ís próximas a la naturaleza, tal como argumenta convincentemente Ortner
siguiendo a Simone de Beauvoir (ibid., pp. 12-14). El artículo de Ortner fo
reproducido en lVomen, culture and so-ciety, en forma ligeramente revisada.
6 Michelle Z. Rosaldo, "Women, culture and society: a theoretical overview'.

en Women, culture and society.


7 Claude Lévi-Strauss, "The family", en Harry L. Shapiro (comp.), Ma")
culture and society (Nueva York, Oxford University Press, 1971).
8 Ibid., p. 348.
SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 191
el matrimonio heterosexual. "Una vez establecido que un sexo debe
realizar ciertas tareas, ello significa también que al otro sexo le está
prohibido realizarlas." 9 Así, la existencia de una división sexual del
trabajo es un rasgo universal de la sociedad humana, aun cuando la
divis.ión precisa de las tareas por sexos varía enormemente. 10 Además,
siguiendo a Lévi-Strauss, como son los hombres los que intercambian
mujeres y las mujeres las que son intercambiadas en la creación de los
vínculos sociales, los hombres sacan más provecho que las mujeres
de esos vínculos sociales, y la división del trabajo entre los sexos es
una división jerárquica.11
Mientras que esta primera escuela de pensamiento antropológico, la
de los "universalistas", se basa fundamentalmente en Lévi-Strauss y en
el intercambio de mujeres, Chodorow, siguiendo a Rosaldo y Ortner,
insiste en el confinamiento de las mujeres en la esfera doméstica. Cho-
dorow ubica este confinamiento en el papel de la maternidad, y atri-
buye la universalidad del patri~rcado al hecho universal de que las
mujeres son madres. La maternidad femenina se reproduce a través
de la creación de estructuras de personalidad específicas .del género. 12
Otras dos grandes escuelas de pensamiento sobre los orígenes de la
división social del trabajo merecen atención. Ambas rechazan la uni-
versalidad, por lo menos en teoría si no en la práctica, de la división
del trabajo por sexos. Una es la escuela "feminista revisionista", que
sostiene que no podemos estar seguros de que la división del trabajo
tienda a establecer la supremacía masculina; puede haber separación
9 !bid., pp. 347-348. "Uno de los recuerdos más intensos de mi trabajo de
campo fue el encuentro, entre los bororo del Brasil central, con un hombre de
alrededor de treinta años, sucio, mal alim.entado, triste y solitario. Cuando pre-
gunté si el hombre estaba gravemente enfermo, la respuesta de los nativos me
sorprendió: ¿que qué le pasaba? -nada en absoluto, simplemente era soltero.
Y, por cierto, en una sociedad donde el trabajo es sistemáticamente compartido
por hombres y mujeres y donde sólo la condición de casado permite al hombre
disfrutar de los frutos . del trabajo de la mujer, como despiojarlo, pintarle ·el
cuerpo y depilarlo tanto como alimentarlo con productos cocidos y crudos
(puesto que la mujer bororo cultiva la tierra y hace las ollas). un soltero es
realmente sólo medio ser humano" (p. 341).
20 Para un análisis más amplio de la universalidad y variedad de la división

sexual del trabajo, véase Melville J. Herskovits, Economic anthropology (Nue-


,.a York, "\V. '\V. Norton, 1965), especialmente el cap. 7; Thcodore Caplow, The
sociology o/ work (Nueva York, McGraw Hill, 1964), especialmente el cap. l.
11 Para· más información sobre el intercambio de mujeres y su importancia
para ellas, véase Rubín, en 'Toward an anthropology.
12 Nancy Chodorow, Family structure and feminine personality: the repro-

duction of mothering (Berkeley. University of California Press, en prensa).


Chodorow ofrece una importante interpretación alternativa del complejo de
Edipo. Véase su "Family structure and feminine personality", en Woman, cul-
ture and society, así como su artículo en este volumen en las pp. 102-123.
192 HEIDI HARTMAN N

con igualdad (como Lévi-Strauss parece indicar en algunas ocasiones),


pero nunca lo sabremos debido a la posición tendenciosa de los ob-
servadores, que i~pide toda comparación. Esta escuela es cultural-
mente relativista al extremo, pero sin embargo contribuye a nuestro
conocimiento del trabajo y el status de las mujeres al insistir en las
realizaciones de éstas en su parte de~tro de la división del trabajo. 13
La tercera escuela también rechaza la universalidad de la división
sexual del trabajo pero, a diferencia de las relativistas, intenta com-
parar sociedades para aislar las variables que coinciden con una ma-
yor o menor autonomía de las mujeres. Esta escuela, la "variacio-
nista", se subdivide según las características que sus miembros ponen
de realce: la contribución de las mujeres a la subsistencia y el con-
trol que ejercen sobre esta contribución, la organización de socieda-
des tribales versus sociedades estatales, los :requerimientos del modo
de producción, la emergencia de la riqueza y la propiedad privada y
los límites de las esferas pública y privada.14 Sugieren que la estrati-
ficación sexual aumenta en coincidencia con un proceso general de
estratificación social (que por lo menos en algunas versiones parece
depender de un aumento del excedente social y estimularlo -para
mantener a los grupos más altos de la jerarquía).
El trabajo de esta escuela antropológica arguye que el partiarcado ¡
no existió siempre, sino que más bien emergió a medida que can1-
biaban las condiciones sociales. Además, los hombres participaron en
esa transformación. Corno los beneficiaba en relación con las muje-
res, tuvieron interés en la reproducción del patriarcado. Aui:;i. cuan-
do hay muchas controversias entre los antropólogos sobre los orígenes
del patriarcado, y será preciso mucho más vabajo para establecer
la validez de esta interpretación, yo éreo que el peso de las eviden-
13 Varios de los artículos contenidos en Woman, culture and society son de·

este tipo. Véase en especial Collier y Stack. Véase también Ernestine Friedl, "The
position of "\<VOtnen:. appearance and reality", Anthropo·logical · Quarterly, 40,
núm. 3 (julio de 1967), pp. 97-108.
H Como ejemplo de una característica en particular, Ruby Leavitt afirma:
"La clave más importante sobre el status de la mujer en cualquier parte es su
grado de participación en la vida económica y su control sobre la propiedad
y los productos que produce, factores ambos que parecen estar relacionados
con el sistema de parentesco en cada sociedad" (Ruby B. Leavitt, "\\.Tomen in
other cultures", en Vivian Gornick. y Barbara K. Moran (comps.), Women a11d.
sexist society, Nueva York, New American Library, 1972, p. 396). En un estudio
histórico que también se consagra a las . cuestiones relativas al status de las
mujeres, Joanne McNamara y Suzanne Wemple ("The power of woman through
the family in medieval Europe: 5-00-1100", Feminist Studies, 1, núms. 3-4, in·
vierno-primavera de 1973, pp. 126-141) destacan la división entre lo privado y lo
público en su examen de la pérdida de status de las mujeres durante este
período.
SEGREGACIÓN DE LOS E~IPLEOS POR SEXOS 193
cias la apoya. En todo caso, la mayoría de los antropólogos están de
acuerdo en que el patriarcado apareció mucho antes que el capi-
t'alismo, aunque estén en desacuerdo sobre sus orígenes. ·
En Inglaterra, la formación del Estado marca el fin de la sociedad
tribal anglosajona y el comienzo de la sociedad feudal. A lo largo de
la sociedad feudal las tendencias hacia la privatización de la vida
familiar y el aumento del poder del hombre dentro de la familia
parecen intensificarse, así como su respaldo institucional por parte
de la Iglesia y el Estado. En el momento del surgimiento del capi-
talismo, de los siglos xv al XVIII, la familia campesina nuclear, pa-
triarcal, ya había pasado a ser la unidad de producción básica de la
. d a d .15
soc1e

,
LA EMERGENCIA DEL CAPITALI~MO Y LA REVOLUCION
INDUSTRIAL EN INGLATERRA Y. EN ESTADOS UNIDOS

El proceso clave .en la aparición del capitalismo fue la acumulación


primitiva, la acumulación anterior necesaria ·p~ra el establecimiento
del capitalismo. 16 La acumulación primitiva fue un proceso doble
que establec:ió las condiciones previas para la expansión de la escala
de producción: primero, fue necesario acumular trabajadores libres;
segundo, fue preciso acumular grandes cantidades de capital. Lo pri-
mero se logró mediante el cercamiento y la separación de las per-
sonas de la tierra, s~ base de subsistencia, con lo que se vieron obli-
gadas a trabajar por salarios. Lo segundo se logró tanto a través del
crecinúento de pequeñ~s capitales en granjas y tiendas, reunidos a
través de instituciones bancarias, como de vastos· aumentos del capi-
tal comercial, los beneficios del tráfico de esclavos y la explotación
colonial.
La creación de una fuerza' de trabajo asalariada y el aumento

is Tanto Christopher Hill como Lawrence Stone describen a Inglaterra du-


rante ese período como una sociedad patriarcal en que las instituciones de la
familia nuclear, el Estado y la religión se iban fortaleciendo. Véase Christopher
Hill, Society and puritanism (Nueva York, Schocken Books, 1964), especialmen-
te el cap. 13; Lawrence Stone, The crisis of the aristocracy, 1558-1641, ed. resu-
mida (Nueva York, Oxford University Press, 1967), especialmente el cap. 11.
Investigaciones demográficas recientes prueban el establecimiento de la familia
nuclear antes de la Revolución industrial. Véase Peter Laslett (comp.), House-
hold and family .in past time (Cambridge, .Cambridge University Press, 1972).
16 Véase Karl Marx, "La llamada acumulación originaria", en El capital, libro

1, cap. xx1v; Stephen Hymer, "Robinson Crusoe and the secret of primitive
accumulation", Monthly Review, 23, núm. 4 (septiembre de 1971), pp. 11-36.
194 HEIDI HARTMAN l>i'

de la escala de producción que se dieron con la emergencia del ca.j


pitalismo en cierto sentido tuvieron un impacto más severo sobre las
mujeres que sobre los hombres. Para entender ese impacto debemos'
examinar el trabajo de las mujeres antes de esa transición y los cambios
que se produjeron con ella. 17 En los siglos XVI y XVII, la agricultura,
los tejidos de lana (realizados como industria subsidiaria de la agri.
cultura) y las diversas artes y oficios en los poblados eran la prin.
cipal fuente de ingreso de la población inglesa. En las zonas rurales
los hombres trabajaban en los campos en lotes pequeños de su propie.
dad o arrendados y las mujeres atendían la parcela familiar, pequeños
huertos, algunos animales y los establos; además hilaban y tejían.:
Parte de los productos que obtenían se vendían en pequeños mercados)
que aprovisionaban aldeas, pueblos y ciudades, y de ese modo las)
mujeres suministraban una proporción considerable del ingreso mo.,
netario de sus familias, así como de su subsistencia en especie. Además!'
de arrendatarios y agricultores, había una pequeña clase asalariadal
de hombres y mujeres que trabajaban en granjas más grandes. Oca.!
sionalmente los arrendatario~ y sus esposas trabajaban también por unl
salario, con más frecuencia los hombres que las mujeres. 18 A medida l
que los pequeños agricultores fueron desplazados por agricultores!
mayores en los siglos
.
xvrr y XVIII, las esposas perdieron sus principales¡j
fuentes de mantenimiento, mientras que los hombres pudieron conti-l
nuar en cierta medida como trabajadores asalariados. Así las mujeres,!
privadas de su esencial parcela familiar, sufrieron un desempleo rela-¡
~

17 Mi descripción se basa fundamentalmente en Alice Ciark, The workingi'


lije oj women in the seventeenth century (Nueva York, Harcourt, Brace &:,
Howe, 1920). La apoyan muchas otras, como la de B. L. Hutchins, Women in
modern industry (Londres, G. Bell i&: Sons, 1915); Georgiana Hill, Women in
English lije jrom medieval to modern times, 2 vols. (Londres, Richard Bentley·
& Son, 1896); F. W. Tichner, Women in English economic history (Nueva York,!
F. P. Dutton, 192'3); Ivy Pinchbeck, Women w.orkers and the Industrial Revo.:
lution, 1750-1850 (Londres, Frank Cass, 1930; 2a. ed. 1969). ·
18 Mujeres y hombres en Inglaterra habían trabajado como jornaleros en la:

agricultura por varios siglos. Clark ha descubierto que para el siglo xvn los sa-'
!arios de los hombres eran más elevados que los de las mujeres y que las
tareas que realizaban eran distintas, aunque exigían habilidad y fuerza más o,
menos iguales (Clark, JVorking life, p. 60). Los salarios del trabajo agrícola (y'
otros) eran establecidos con frecuencia por las autoridades locales. Tales dife.'
rendas de salario reflejaban la posición social relativa de hombres y mujeres;
y las normas sociales de la época. Se consideraba que las mujeres necesitaban¡
menos salario porque comían menos, por ejemplo, y se esperaba que tuvieran¡
menos lujos, como el tabaco (véase Clark, Working lije, y Pinchbeck, Womenf'.
workers, para la fundamentación del nivel de vida más bajo de las mujeres).
Laura Oren ha estudiado esto para las mujeres inglesas en el período 1860·t
1950 (véase la n. 49). 1
SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 195
tivamente mayor, y las familias en conjunto se vieron privadas de
gran parte de sus medios de subsistencia. 19
En el siglo XVIII aumentó la demanda de tejidos de algodón, y los
comerciantes ingleses descubrieron que podían utilizar el trabajo de
la población agrícola inglesa, que ya conocía las artes del hilado y el
tejido. Los comerciantes distribuían materiales para hacer hilados y
tejidos, creando un sistema industrial doméstico que ocupó a mu-
chas familias de agricultores desplazados. Este sistema de trabajo a
domicilio, sin embargo, resultó inadecuado. Las complejidades de la
distribución y la recolección y, quizás de modo más importante, el
control que tenían los trabajadores sobre el proceso de producción
(podían tomarse horas libres, trabajar en forma intermitente, robar
nlateriales) impidieron un aumento del suministro de tejidos sufi-
ciente para satisfacer las necesidades de los comerciantes. Para resol-
ver esos problemas, primero el hilado, a fines del siglo XVIII, y luego
el tejido, a comienzos del XIX, fueron organizados en fábricas. Las fá-
bricas textiles estuvieron al principio en las zonas rurales, tanto para
aprovechar el trabajo de los niños y las mujeres, evitando con ello
las restricciones impuestas por los gremios de las ciudades, como para
utilizar la fuerza hidráulica. Al industrializarse el hilado, las mujeres
que hilaban en su casa sufrieron un desempleo aún mayor, mientras
que aumentó. la demanda de tejedores de sexo masculino. Cuando se
mecanizó el tejido, disminuyó también la necesidad de tejedores. 20

19 El problema del desempleo femenino en el campo era ampliamente reco-


nocido y figuró en forma destacada en debates relativos a la necesidad de re-
formas legislativas, por ejemplo. Como remedio, se sugirió que se permitiera
a las familias rurales conservar sus huertos doméstic9s, que se empleara a más
mujeres en el trabajo asalariado agrícola y también en el sistema de producción,
así como que se aumentaran los salarios de los hombres. Véase Pinchbeck,
Women workers, pp. 69-84.
20 Véase Stephen Marglin, '"What· do .bosses do? The origins and functions

of hierarchy in capitalist production", Review of Radical Political Economics,


6, núm. 2 (verano de 1974), pp. 60-112. para un examen de la transición de la
producción familiar a las fábricas. La división sexual del tlrabajo cambió varias
veces en la industria textil. Hutchins escribe que, cuanto más retrocedemos en
la historia, más controlada está la industria por las mujeres. Hacia el siglo xv11,
sin embargo, los hombres se habían convertido en tejedores profesionales en
telar de mano, y con frecuencia se afirmaba que tenían más .fuerza o habilidad
-lo cual era necesario para ciertos tipos de tejidos. Así, el aumento de la
demanda de tejedores en telar de mano a fines del siglo xv111 produjo un au-
mento del empleo para los hombres. Cuando el tejido se mecanizó en las fábri-
cas las mujeres operaron los telares mecánicos, y surgió el desempleo entre los
tejedores de telar de mano de sexo masculino. Cuando el hilado pasó a ser
hecho con máquinas intermitentes, que supuestamente exigían más fuerza,
los hombres invadieron ese terreno, desplazando a las hilanderas. Una transi-
ción similar se produjo en los Estados Unidos. Es importante recordar que, como
196 HEIDI HARTMANN

De esta manera, la industria doméstica, creada por el capitalismo


emergente, fue luego superada y destruida por el progreso de la
industrialización capitalista. En el proceso, mujeres, niños y hombres
de las zonas rurales sufrieron desplazamientos y perturbaciones, pero
los experimentaron en formas distintas. Las mujeres, llevadas al des-
empleo con más frecuencia que los hombres debido a la capitaliza-
ción de la agricultura estaban más disponibles para trabajar tanto
en el sistema de producción doméstica como en las primeras f ábri-
cas. Se ha sostenido con frecuencia que los hombres se resistieron a
ir a lás fábricas porque no querían perder su independencia y que
las mujeres y los niños se_ mostraron más dóciles y moldeables. Si así
hubiera sido verdaderamente, parecería que tales "rasgos de carác-
ter" de hombres y mujeres existían ya antes del advenimiento de la
organización 'capitalista de la industria, y que habrían surgido de
la estructura autoritaria prevaleciente en el período anterior de agri-
cultura familiar en pequeña escala. Muchos historiadores sugieren que
dentro de la familia los hombres eran la cabeza del hogar, y las mu-
jeres, aun cuando contribuían ·con gran parte de los medios de sub-
sistencia de la familia, ocupaban un lugar subordinado. 21
Es posible que nunca sepamos la verdad sobre la estructura de la
autoridad en la familia preindustrial, pues mucho de lo que cono-
cernos procede de la literatura prescriptiva o de alguna manera ten-
denciosa, y es poco lo que sabemos desde el punto de vista del pueblo
mis1no. Sin embargo, las evidencias sobre la vida familiar y los sala-
rios y niveles de vida correspondientes sugieren que las mujeres es-
taban subordinadas dentro de la familia. Esta conclusión concuerda
con la literatura antropológica, que describe la aparición de las re-
laciones sociales patriarcales al mismo tiempo que la primera estra-
tificación social. Además, la historia de las primeras fábricas sugiere
que lo_s capitalistas aprovecharon esa estructura de autoridad, hallan-
do más vulnerables a las mujeres y a los niños debido a las relaciones
familiares y a los cambios en la agricultura que los dejaron desem-
pleados.22
La transición al capitalismo en las ciudades y los pueblos fue ex-
perimentada en forma algo diferente que en las zonas rurales, pero
industria secundaria, tanto hombres como mujeres participaban en diversos
procesos de la manufactura textil, y esto se intensificó en el sistema de trabajo
a domicilio (véase Pinchbeck, Women workers, caps. 6-9).
21 Véase E. P. Thom,pson, The making of the English working class (Nueva
York, Vintage Books, 1963); Clark, Working life; y Pinchbeck, Women workers.
22 En efecto, las primeras fábricas utilizaron el trabajo de niños pobres, ya
separados de sus familias, que eran entregados como aprendices a los propie-
tarios de las fábricas por las autoridades parroquiales. Probablemente eran los
más desesperados y vulnerables de todos.
SEGREGACIÓ:N DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 197
tiende a apoyar la línea de argumentación esbozada: hombres y
mujeres ocupaban lugares distintos en la estructura de autoridad fami-_
liar, y el capitalismo avanzó en una forma que se basaba en esa
estructura de autoridad. En los pueblos y ciudades, antes de la tran-
sición al capitalismo prevaleció un sistema de industria familiar: toda
una familia de artesanos trabajaba en la casa en la producción de
bienes para el intercambio. Los adultos estaban organizados en gre-
1nios, que tenían funciones sociales y religiosas además de industriales.
Hombres y mujeres realizaban en general tareas distintas: los hombres
trabajaban en lo que se consideraba tareas más especializadas, las
mujeres en el procesamiento de las materias primas o el acabado
del producto. Los hombres, generalmente cabeza de las unidades de
producción, ocupaban la posición de maestro artesano. Las mujeres
pertenecían generalmente al gremio del marido, pero sólo como apén-
dices: eran ra:r-:is las mujeres aprendices, y por lo tanto más raras
las que llegaban a ser jornaleras .o maestras. Las mujeres casadas
participaban en el proceso .de producción y. probablemente adquirían
habilidades importantes, pero gener~lmente sólo controlaban el pro-
ceso de producción si quedaban viudas (caso en que los gremios
frecuentemente les concedían el derecho de contratar aprendices y
jornaleros). Es posible que los jóvenes se hayan casado dentro del
gremio (es decir, con hijas de artesanos del mismo oficio). De hecho,
las mujeres jóvenes tenían un papel único y muy importante como tra-
bajadoras suplementarias e informales en un sistema en que los gremios
prohibían la contratación de trabajadores adicionales de fuera de la
familia;· con ello indudablemente adquirían calificaciones que resulta-
ban muy útiles después de su matrimonio-: 23 Sin embargo, aparente-
1nente las niñas no eran educadas tan cuidadosamente como los mu-
chachos y, ya adultas, no alcanzaban la misma posición en los gremios.
Aun cuando en la mayoría de lÓs oficios los hombres eran los tra-
bajadores principales y las mujeres asistentes, otros oficios estaban
identificados por sexo de manera que la industria familiar no se
in1puso. 2 •1 Dos oficios de ese tipo eral?- la carpintería y la sombrerería.
Tanto los carpinteros hombres como las sombrereras mujeres con-
23 Hutchins, TVomen in modern industry, p. 16. Véase también Olive J. Jocelyn,

English aj>pre11ticeship and child labor (Londres, T. Fisher Unwin, 1912), pp.
149-150, sobre el trabajo de las muchachas, y Clark, Working lije, cap. 5, sobre
la 01:ganización de la industria familiar en la~ ciudades.
24 El siglo XVII ·encontró las artes y oficios ya divididos por sexos. Hay mucho

trabajo por hacer sobre el desarrollo de los gremios y la división sexual del
trabajo, así como sobre la naturaleza de las organizaciones femeninas. Ese tra-
bajo nos permitiría investigar con más detenimiento la declinación del status
de la mujer a partir del período tribal, pasando' por el feudalismo, hasta la
emergencia del capitalismo.
198 HEIDI HARTMA:N

trataban aprendices y asistentes y alcanzaban el grado de maestro'


del arte. Según Ali ce Clark, aun cuando algunos oficios f emenin 08·.
como la confección de sombreros, eran altamente calificados y esta,
han organizados en gremios, aparentemente esos gremios femeninos
eran difíciles de organizar porque no era fácil monopolizar las califd
caciones. Todas las mujeres, como parte de sus deberes doméstic 08 1
conocían las artes de manufactura textil, costura, procesamiento d~·
alimentos y, en Cierta medida, el comercio. 25 ·
En los siglos xvn y xv111 el sistema de industria familiar y los gre.!
mios empezaron a desmoronarse, enfrentados a la demanda de mayor!
producción. Los capitalistas empezaron a organizar la producciónj
en mayor escala, y la producción se separó del hogar. Las mujere81
fueron excluidas de la participación en las industrias que ya no tenían
lugar en el hogar, en el que las mujeres casadas tendieron a que.\
darse para seguir con sus tareas domésticas. Sin embargo, muchas:
mujeres, por necesidad, buscaron trabajo como trabajadoras asala.:
riadas en la industria organizada en forma capitalista. Al ingresar en
el trabajo asalariado las mujeres parecen haber ocupado una posi.
ci6n desventajosa frente a los hombres. Primero, igual que en la
agricultura, había ya una tradición de salarios más bajos para ellas
(en el área previamente limitada del trabajo asalariado). En se-
gundo lugar, las mujeres parecen haber sido menos bien educadas
que los hombres, y obtenían empleos menos deseables. Tercero, pa-
recen haber estado menos bien organizadas.
Como creo que la capacidad de los hombres para organizarse desem.
peñó un papel decisivo en la limitación de la participación de las mu-
jeres en el mercado de trabajo asalariado, quiero aportar algunas prue-
bas en apoyo de la aseveración de que los hombres estaban mejor
organizados y algunas razones plausibles para su superioridad en esa
área. No quiero decir que los hombres hayan tenido mayor capacidad
de organización en todas las épocas y en todas partes, o en todas las
áreas o tipos de organización, sino que la tuvieron en Inglaterra en ese
período, particularmente en el área de la producción económica. Como
pruebas de superioridad tenemos los gremios mismos, que estaban
mejor organizados entre los oficios de hombres que entre los de mu-
jeres, y en los cuales, en las industrias mixtas, los hombres ocupaban
posiciones superiores; rara vez eran admitidas las mujeres en la escala
jerárquica de mejoras. Segundo, tenemos la evidencia del ascenso de
las profesiones masculinas y la eliminación de las femeninas durante los
siglos XVI y XVII. La profesión médica, masculina desde su origen, se
estableció a través de la organización jerárquica, la monopolización
25 Clark, Working lije.
SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 199
de nuevas habilidades "científicas" y la asistencia del Estado. La pro-
fesión de partera fue prácticamente eliminada por los hombres. Otro
ejemplo es la fabricación de cerveza. Los cerveceros hombres organi-
zaron una sociedad, pidieron al· rey derechos de monopolio (a cambio
de uri impuesto sobre cada litro fabricado) y lograron obligar a los nu-
merosos fabricantes en pequeña escala a ser clientes suyos. 26 En tercer
lugar, durante todo el período formativo del capitalismo industrial,
los hombres parecen haber sido más capaces de organizarse como tra-
bajadores asalariados. Y, como veremos más adelante, a medida que se
establecía la producción en fábricas los hombres utilizaron sus organi-
zaciones laborales para limitar el lugar de las mujeres en el mercado
de trabajo. "'
Al investigar por qué los hombres tuvieron mayor habilidad organi-
zativa durante ese período de transición; debemos considerar el des-
arrollo de las relaciones sociales patriarcales en la familia nuclear,
reforzadas por el Estado y la religión. Como los hombres actuaban
en la arena política como cabeza de familia y en la familia como ca-
beza de unidades de producción, parece probable que hayan desarrolla-
do más estructuras organizativas fuera de sus casas. Las mujeres, en
una posición inferior en la casa y sin apoyo del Estado, fueron menos
capaces de hacerlo. Los conocimientos organizativos de los hombres
derivaron pues, de su posición en la familia y en la división del tra-
bajo. Evidentemente, son necesarias más investigaciones sobre las or-
ganizaciones antes y durante el período de transición para establecer
los mecanismos por los cuales los hombres llegaron a controlar esa es-
fera pública.
Así, la organización capitalista de la industria, al separar el trabajo
del hogar, coadyuvó a aumentar la subordinación de las mujeres al
incrementar la importancia relativa del área dominada por el hombre.
Pero es importante recordar que esa dominación ya estaba estable-
cida y que influyó visiblemente en la dirección y la f arma que adoptó
el desarrollo capitalista. Como ha sostenido Clark, con la separación
del trabajo del hogar los hombres pasaron a depender menos de las
mujeres para la producción industrial, mientras que las mujeres pa-
saron a depender más de los hombres económicamente. Las mujeres
casadas inglesas, que se habían mantenido a sí mismas y a sus hijos,
pasaron a ser servidoras domésticas de sus maridos. Los hombres au-
mentaron su control sobre la tecnología, la producción y la comerciali-
zación al excluir a las mujeres de la industria, la educación y la or-
ganización política. 27
26 Véase Clark, Working lije, pp. 221-231, sobre los fabricantes de cerveza,
y pp. 242-284, sobre la profesión médica.
27 /bid., cap. 7. Eli Zaretsky, en "Ca:pitalism, the family, and personal life",
200 HEIDI HARTMA?-;?;!

Cuando las mujeres participaron en el mercado de trabajo asalaria.·


do, lo hicieron en una posición tan claramente limitada por el patriarl1
cado corno por el capitalismo. El control de los hombres sobre el tra.i
bajo de las mujeres fue modificado por el sistema de trabajo asala.·;
riado; pero no eliminado. En el mercado de trabajo la posición domi.
nante de los hombres fue man tenida por la segregación sexista de los
empleos. Los empleos de las mujeres eran más mal pagados, eran con•.
siderados menos calificados y con frecuencia involucraban menor ejer. ·
cicio de autoridad o control. 28
Los hombres actuaron para fomentar la segregación de los empleos
dentro del mercado de trabajo; utilizaron las asociaciones gremiales
y fortalecieron la división doméstica del trabajo, que imponía a las
mujeres hacer las tareas de la casa, cuidar a los niños y realizar todos
los quehaceres relativos. La posición subordinada de las mujeres en el
mercado de trabajo reforzó su posición subordinada dentro de la fami-
lia, y esto a su vez reforzó su posición en el mercado de trabajo.
El proceso de industrialización y el establecimiento del sistema de
fábricas, particularmente en la industria textil, ilustran el papel desem-
peñado por las asociaciones gremiales de los hombres. Las fábricas
textiles emplearon niños al principio, pero al crecer empezaron a uti-
lizar el trabajo de mujeres adultas y de familias enteras. Si bien el
número de mujeres casadas que trabajaban ha sido muy exagerado,20
Socialist Revolution, 1-2, 3 (1973). sigue una interpretación similar de la historia
pero propone conclusiones diferentes. El capitalismo exacerbó la división se-
xual del trabajo y creó la apariencia de que las mujeres trabajaban para sus
maridos; en realidad, las mujeres que hacían trabajo doméstico en su casa
trabajaban para el capital. Por lo tanto, segí1n Zaretsky, la situación actual
tiene sus raíces más en el capitalismo que en el patriarcado. Aun cuando
es posible que el capitalismo haya aumentado las consecuencias de la división
doméstica del trabajo para las mujeres, es seguro que ·el patriarcado nos dice
más sobre las razones por las cuales los hombres no se quedaron en la casa.
Que las muje1·es trabajaban en el hogar tanto para los hombres como para el
capital también es una realidad.
28 "VVilliam Lazonick sostiene, en "Marxian theory and the development of the

labor force in England" (tesis doctoral, Universidad de Harvard~ 1975), que


el grado de autoridad necesario para el trabajador determinó con frecuencia
el sexo. Así, en la industria casera. los tejedores de telar de mano eran hombres
porque eso les pennitía controlar el proceso de producción y el trabajo de las
hilanderas de sexo femenino. En las hilanderías fabriles, los hilanderos que
trabajaban con rn:áquinas intermitentes eran hombres porque tenían que su-
pervisar el trabajo de subalternos que por lo general eran muchachos. La
posición de los hombres como cabeza de la familia estableció su posición como
cabeza de las unidades de producción, y viceversa. Si bien esto es ciertamente
posible, creo que debe ser investigado más. Sumamente útil es el trabajo de
Lazonick a este respecto (véase el cap. 4. "Segments of the labor force: women,
chilclren, and Irish").
!!9 Alrededor del 25% de .las muje1·es que trabajaban· en las fábricas textiles
SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 201
aparentemente el número de mujeres casadas que había continuado
trabajando en las fábricas era lo suficientemente grande como para
causar, tanto a sus maridos como a la clase dirigente, preocupación
por la vida hogare~a y el c:ui~ado de los niño~. N eil S~elser ha sos-
tenido que en las primeras f abncas con frecuencia era posible mantener
el siste1na de industria familiar y control masculino. Por ejemplo, los
hilanderos adultos de sexo masculino con frecuencia contrataban a sus
propios hijos o a niños de la familia como ayudantes, y a menudo
familias enteras eran empleadas por la misma fábrica por la misma
jornada de trabajo. 30 El cambio tecnológico, sin embargo, dificultó
esto cada vez más, y la legislación laboral que limitaba las horas de
trabajo de los niños, pero no de los adultos, aumentó aún más las
dificultaqes del "sistema de fábrica familiar".
Las demandas de los obreros de las fábricas en las décadas. de 1820
y 1830 habían sido pensadas para mantener el sistema de la fábrica
familiar, 31 pero para.1840 los obreros de sexo masculino pedían límites

eran casadas (véase Pinchbeck, Women workers, p. 198; Ma1·garet Hewitt,


H'ives and mothers in Victorian industry, Londres, Rockliff, 1958, pp. 14 ss).
Es importante recordar también que las fábricas estaban lejos de ser el prin-
cipal empleo de las mujeres: la mayoría trabajaba en el servicio doméstico.
30 Neil Smelser, Social change and the Industrial Revolution (Chicago, Uni-
versity of Chica,go Press, .1959), caps. 9-11. Otros investigadores han establecido
también que en algunos casos había un grado considerable de control familiar
sobre algunos aspectos dél proceso de trabajo. Véase la investigación de Ta-
mara Hareven sobre los talleres de New Ham.pshire, "Family time and indus-
trial time: the interaction between family and work in a planned corporation
town, 1900-1924", ]ournal of Urban History, 1, núm. 3 (mayo de 1975), pp. 365-
389. Michael Anderson, Jt~amily structure in nineteenth century Lancashire
(Cambridge, Cambridge University Press, 1971); sostiene, basándose en datos
<lemográficos, que la "práctica de permitir a los trabajadores emplear asis-
tentes, aunque muy extendida, en ningún período pudo haber tenido como
resultado un modelo predominante de empleo de los hijos por los padres"
(p. 116). Véase también el examen de Amy Hirsch sobre este problema en
··capitalism and the working class family in British textile industries during
the Industrial Revolution", mimeo. (Nueva York, New School for Social Re-
search, I 97:i.)
31 "La agitación [de los operarios de las fábricas] durante las décadas de
18'.20 y 1830 fue uno de los caminos adoptados para proteger la relación tra-
dicional entre el adulto y el niño, para perpetuar la estructura salarial, para
limitar el reclutamiento de trabajadores para la industria y para mantener
la autoridad económica del padre" (Smclser, Social change, p. 265). Lazonick
('"Marxian th~ory") sostiene que el principal interés de los trabajadores no
consistía en mantener su dominio familiar en la industria sino en mantener
su vida familiar fuera de la industria. Según Smelser, antes de 1840 la agita-
ción buscaba establecer jornadas de trabajo iguales para todos los trabajadores,
lo cual mantendría a la familia en la fábrica, mientras que después de 1840
los trabajadores de sexo masculino llegaron a aceptar la idea. de que las
mujeres casadas y los niños debían quedarse en .casa.
202 HEIDI HARTMANJ

de ocho horas de trabajo por día para los n1nos de entre 9 y 13 años¡
y la prohibición del empleo de niños menores. Según Smelser, est~
causaba dificultades a los padres en cuanto a la educación y la super.
visión de sus hijos y, para remediarlo, los trabajadores de sexo mascu.
lino y las clases media y alta empezaron a recomendar que también las
mujeres fueran eliminadas de las fábricas. 32
Las clases altas de la época victoriana, período que elevó a las muje.1
res a sus pedestales, parecen haber estado motivadas por el atropello
moral y-la preocupación por el futuro de la raza inglesa (así como po(
la reproducción de la clase trabajadora): "En el hombre -ha dicho
Lord Shaftesbury- los efectos morales del sistema son muy tristes
pero en la mujer son infinitamente peores, no sólo en ella misma, sino'
en su familia, en la sociedad y, podría agregar, en el país mismo. Ya
es bastante malo si se corrompe el hombre, pero si se corrompe a la
mujer, se envenenan las aguas de la vida en la fuente misma." 33 Tarn.
bién Engels parece haberse indignado por razones similares: "Encon.
tramos los mismos rasgos que nos describe el informe de las fábricas: ,
trabajo de las mujeres hasta la hora de la comida, incapacidad de 1

vigilar el orden de la casa, descuido de los trabajos domésticos y de


los niños, indiferencia, aversión a la familia y desmoralización, susti-
tución de los hombres en su trabajo, mejoramiento continuo de las
máquinas, prematura emancipación de los muchachos, hombres que
son mantenidos por la mujer, por los hijos, etc." 34 Aquí Engels ha
puesto el dedo en las razones de la oposición de los trabajadores de
sexo masculino a la situación. Engels aparentemente era ambivalente
32 El problema de los motivos de los diversos grupos involucrados en la
aprobación de las leyes industriales es indudablemente espinoso. Las propias
mujeres trabajadoras podrían haber favorecido la legislación como mejora-
miento de sus condiciones de trabajo, pero algunas indudablemente necesita·
ban el ingreso derivado de la jornada más larga. La mayoría de las mujeres
que trabajaban en los talleres eran jóvenes solteras que probablemente aprn-
vecharon la protección. Las mujeres solteras, aunque "liberadas". por los ta-
lleres del dominio directo de sus familias (sobre lo cual se discutió mucho
en el siglo x1x), fueron sin embargo mantenidas en su lugar por las condi-
ciones a que se enfrentaban en el mercado de trabajo. Debido a su edad y su
sexo, la segregación de los empleos y los salarios más bajos aseguraban su in-
capacidad para ser completamente autosuficientes. Los hombres de la clase
dominante, especialmente los asociados con empresas mayores, pueden haber
tenido interés en la legislación referente a las fábricas para eliminar la com-
petencia desleal. Es posible que los hombres de la clase trabajadora y los
de la clase dominante hayan cooperado para matener lá posición domi-
nante de los hombres en el mercado de trabajo y en la familia.
33 Mary Merryweather, Factory life, citado en Women in English lije from

medieval to modern times, 2, p. 200. El original se encuentra en Hansarcl


parliamentary debates, 3a. serie, House of Commons, 7 de junio de 184i2.
a.i. Friedrich Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, p. 197.
SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 203
sobre qué partido tomar, porque, si bien a menudo parece compartir
las actitudes de los hombres y de las clases al tas, también se refirió
a los sindicatos como organizaciones elitistas de hombres adultos que
obtenían beneficios para sí mismos pero no para los no calificados,
las mujeres o los niños. 35
No es sorprendente que los trabajadores de sexo masculino vieran
el empleo de las mujeres como una amenaza para sus propios empleos,
dado un sistema económico caracterizado por la competencia entre
los trabajadores. La amenaza aumentaba por el hecho de que las mu-
jeres recibían salarios más. bajos. Pero por qué su respuesta consistía
en excluir a las mujeres en lugar de organizarlas se explica no por el
capitalismo sino por las relaciones patriarcales entre hombres y muje-
res: los hombres querían asegurarse de que las mujeres siguieran reali-
zando adecuadamente las tareas del hogar.
Engels registra un incidente que ocurrió probablemente hacia 1830.
Los hilanderos de sexo masculino de Glasgow habían formado un sindi-
cato secreto. "El comité ponía precio a la cabeza de los knobsticks . ..
Así fue incendiada una fábrica donde estaban ocupadas en hilar knobs-
ticks mujeres, en lugar de hombres; una mujer MacPherson, madre de
una de estas muchachas, fue asesinada, y los dos asesinos, por disposi-
ción de la asociación, partieron para América." 36 La hostilidad hacia
la competencia de las mujeres jóvenes, .casi seguramente menos califi-
cadas y menos bien pagadas, era bastante corriente, pero, en todo caso,
el trabajo asalariado de las mujeres casadas era considerado aún menos
perdonable.
En 1846 el Ten H ours' Advocate expresaba claramente que espera-
ban el día en que tal amenaza fuera eliminada por completo: "No
hace falta que digamos que todos los intentos de mejorar la condición
física y moral de las mujeres que trabajan en las fábricas terminará
en el fracaso, a menos que se reduzcan materialmente sus horas de
trabajo. En realidad, podríamos incluso decir que las mujeres casadas
estarían mucho mejor realizando las tareas domésticas del hogar'
en lugar de seguir el incansable movimiento de la maquinar~a. Por
lo tanto esperarnos que no esté lejos el día en que el marido pueda
proveer lo necesario para su esposa y su familia sin enviar a aquélla
a soportar la faena ingrata y desagradable de una fábrica textil." 37

35 Ibid., p. 16.
36 Ibid., pp. 215-216.
37 Smelser, Social change, p. 30'1. Del mismo modo, Pinchbeck cita una dipu-

tación del West Riding Short-Time Committee que exige "el retiro gradual
de todas las mujeres de las fábricas" porque "el hogar, sus tareas, sus obliga-
ciones, es la verdadera esfera de la mujer". Gladstone consideró que era una
buena sugerencia; fácil de traducir en leyes apropiadas, por ejemplo "prohibir-
204 HEIDI HART1'-IAN1

A la larga, los sindicalistas de sexo masculino comprendieron que er~


imposible eliminar por completo a las mujeres, pero su actitud siguió.
siendo ambivalente. U na sección sindical escribió a la Women's Trade~
U nion League, organizada en 1889 para estimular la sindicalización·
de las mujeres obreras: "Por favor envíen ·a esta ciudad a un organi.
zador porque hemos decidido que si las mujeres de aquí no pueden
ser organizadas deben ser exterminadas." 38
La deplorable situación delas mujeres en el mercado de trabajo fue
explicada de varias maneras pór historiadores y economistas británicos
de comienzos del siglo xx. Algunos aceptaban la lógica de los sindi.
catos masculinos de que las mujeres debían en lo posible permanecer
en su casa y que el salario de los hombres debía ser aumentado. Ivy
Pinchbeck, por ejemplo, afirmaba: "La Revolución industrial marcó
un progreso real, puesto que llevó a creer · que los salarios de los
hombres debían ser pagados en base a la familia, y preparó _el camino
para el concepto más .moderno de que en el cuidado de los niños y
en el trabajo doméstico la mujer casada realiza una contribución
económica importante." 39 Otros sostuvieron que ese sistema no haría
más que perpetuar la posición económica inferior de las mujeres. El
examen de la literatura de este período (especialmente .Ja serie de
Webb-Rathbone-Fawcett-Edgeworth en el Ecoriomic JournaJl) es im.
portan te porque establece el marco ·de casi todas las explicaciones so.
bre la posición de las mujeres en el mercado de trabajo que se han
utilizado desde entonces. Además, esta literatura tiende a apoyar el
argurnento, esbozado en este trabajo, de que la segreg~ción de los em-
le a las mujeres trabajar en las fábricas después de su matrimonio y durante
la vida de su marido" (Women workers, p. 200, n. 3, del Manchester and Sal-
ford Ad-vertiser, 8 y 15 de enero de 1842).
38 Citado en G. D. H. Cole y Raymond Postgate, The common people, 1746-:

1946, 4a. ed. (Londres, Methuen, 1949), p. 432.


30 Pinchbeck, JVomen workers, pp. 312-313. La historia de la emergencia del
capitalismo y la Revolución industrial muestra claramente que el "salario
familiar" es un fenómeno reciente. Hasta fines del siglo XIX, se esperaba que
bs mujeres casadas de la clase trabajadora (Y antes también de las de la
clase media y alta) se mantuvieran por su cuenta. Andrew Ure, empresario, es-
cribía en 1835: "Las mujeres en las fábricas tienen en general salarios mucho
m;ís bajos que Jos de los hombres, y por esto se les ha compadecido, simpatía
ciuiz;'is injusta puesto que el bajo precio de su trabajo aquí tiende a hacer
de las ta reas domésticas su ocupación más provechosa así como la más agra-
dable, e impide que el taller las tiente a abandonar el cuidado de sus hijos
en el hogar. Así la Providencia cumple sus propósitos con una sabiduría y una
eficacia que deberían reprimir la presunción miope de los mecanismos huma-
nos" (The philosophy of manufactures, Londres, C. Knight, 18'35, p. 475).
El desarrollo del salario familiar se examina con más detalle en Heidi Hart·
mann, "Capitalism and women's work in the home, 1900-1930" (tesis doctoral,
Yale University, 1974). Sobre este aspecto es necesario investigar más.
sEGREG.~CIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 205
pleos fue perjudicial para las mujeres y de que los sindicatos y los
hombres tendieron a respaldarla.
Varios autores que se han ocupado de la segregación de los em-
pleos y de los grupos no competitivos corno -1necanisrno central han
ahondado también en las acciones de los sindicalistas de sexo n1asculi-
no. Sidney Webb ofreció corno justificación de los salarios inferiores
que recibían las mujeres, que raramente hacían trabajo de la misma
calidad, aun cuando trabajaran en la misma ocupación o industria.
Citó como ejemplo la fabricación de cigarros, donde los hon1bres ha-
cían cigarros elegantes y las mujeres hacían cigarros baratos que exi-
""ían menos habilidad. 40 Sin embargo, también reconoció el papel de-
~ernpeñado por los sindicatos masculinos en cuanto a impedir que las
mujeres adquirieran calificaciones y admitía la posibilidad de que éstas
recibieran salarios más bajos induso por trabajo igual. 41
Millicent Fawcett sostuvo que la igual paga por igual trabajo era
un fraude puesto que se había impedido a las mujeres obtener las
mismas calificaciones y su trabajo (en el mismo empleo) no era, efec-
tivamente, igual.42 La esencia de la política sindicalista, en su opinión,
consistía en excluir a las mujeres si eran menos eficientes y, aden1ás, en
mantenerlas menos eficientes. 43 Como lo expresó Eleanor Rathbone en
1917, los dirigentes sindicalistas apoyarían el salario igual corno "medio
efectivo de mantener la exclusión de las mujeres al tiempo que apare-
cen como campeones dé la igualdad entre los sexos". A muchos de sus
seguidores, en su qpinión, "evidentemente les choca profundar.nente la
idea de que una mujer reciba el salario de un hombre" .44
Rathbone consideró tamb~én seriamente las diferentes responsabi-
'º Sidney Webb, "The alleged differences in the wages paid to men and
women for similar work", Economic ]ournal, 1, núm. 4 (diciembre de 1891),
p. 639.
4.1 "La competencia entre hombres y muje1·es en la industria no es, induda-

blemente, tanto una rebaja directa de los salarios como una lucha por obtener
los tipos de trabajo mejor pagados.'' (Ibid., p. 658.)
42 Millicent G. Fawcett, "Mr. Sidney Webb's article on women's wages", Eco-

nomic ]ournal, 2, núm. 1 (marzo de 1892), pp. 173-176.


Al En su reseña de Ramsay MacDonald (comp.), TVomen in the printing tra-
des (en Economic ]ournal, 14, núm. 2. junio de 1904, pp. 295-299), Fav.rcett es-
cribía que un sindicato escocés "resolvió que las mujeres debían recibir los
mismos salarios que los hombres o ser eliminadas completamente" (p. 296). Cita
"la constante y vigilante oposición de los sindicatos al empleo y la prepa-
ración técnica de las mujeres en las ramas mejor pagadas y más calificadas.
del oficio" (p. 297). Como ejemplo cita a la London Society of Journeymen Book-
binders que trataron de obtener que el trabajo altamente calificado de aplicar
la lámina de oro -trabajo de mujeres- fuera asignado a los hombres miem-
bros del sindicato.
" Eleanor F. Rathbone, "The remuneration of women's services", Economic
]ournal, 27, núm. 1 (marzo de 1917), p. 58.
206 HEIDI HARTMA?<i

lidades familiares de las mujeres e insistió en que eran una realidad~


los hombres efectivamente mantienen a sus familias más a menud ·
que las mujeres, y por tanto necesitan dinero suficiente para hacerlo;
Pero no estaba necesariamente de acuerdo con esa disposición de I~.
cosas; simplemente reconocía que para la mayoría de la gente era "una!
parte fundamental de la estructura social" :

La línea de argumentación que he venido siguiendo en general irrita o de. 1


prime a todas las mujeres que se preocupan por los intereses de su propio
sexo, porque parece llevar a un callejón sin salida. Si los salarios de horn.
bres y mujeres se basan realmente en condiciones fundamentalmente dife.,
rentes, y si esas condiciones son imposibles de cambiar, entonces parece.j
ría ... que las mujeres son los esquiroles eternos, condenadas a pesar de sil
mismas a perjudicar las perspectivas de los hombres siempre que son lleva.Í
das a competir con ellos ... Si realmente fuera así, parecería que se justifica!
que los hombres traten a las mujeres corno en la práctica las han tratado!'
-corno una especie de leprosas industriales, segregadas a oficios que los
hombres han convenido en dejarles, autorizadas a ocuparse en la fabrica.!
ción de ropas o en la realización de servicios domésticos y de los procesos!
subsidiarios de los grandes oficios, tan monótonos o poco calificados que los¡
hombres no tienen interés en reclamarlos. 45

La primera guerra mundial, sin embargo, aumentó las esperanzas!


de las mujeres, y no era probable que volvieran de buen grado a su!
lugar -aun cuando se había prometido a los sindicatos masculinosl
que los empleos de las mujeres serían sólo temporales-, especialmen.'
te debido a que, además de sus salarios, las mujeres casadas cuyos
maridos estaban en la guerra recibían ayuda del gobierno según el ta-;
maño de la familia. Escribe Rathbone: "La solución futura del pro..
blema es diversa y difícil, y. . . abre desagradables posibilidades de
antagonismos de clase y antagonismos de sexos; ... para las mujeres
especialmente parece plantear una elección entre ser explotadas por los.
capitalistas o dominadas y oprimidas por los sindicalistas. Es una
alternativa tétrica." 46 La autora recomendaba la continuación de los
subsidios después de la guerra, porque asegurarían que las familias no
tuvieran que depender de los salarios de los hombres y que las muje-
res que se quedaban en su casa recibieran pago por su trabajo, mien-
tras que aquellas que estaban en el mercado de trabajo pudieran com-
petir con los hombres en condiciones de igualdad puesto que su sa-
lario "obligatorio" sería el mismo. En 1918, Fawcett también pensaba.
que la igual paga por igual trabajo era un objetivo alcanzable. El'
progreso del mercado de trabajo exigía igual paga para no disminuir
45 Ibid., pp. 62. 63.
'6 !bid., p. 64.
SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 207
Jos salarios de los hombres. Los principales obstáculos, en su opinión,
eran los sindicatos masculinos y los hábitos sociales. Ambos llevaban
a la superpoblación de los empleos de mujeres. 47
En 1922, F. Y. Edgeworth formalizó el modelo de Fawcett de se-
gregación y superpoblación de los empleos: la segregación de los empleos
por sexo ocasiona superpoblación en los sectores femeninos, lo que
permite que los salarios de los hombres sean superiores y obliga a que
Jos salarios de las mujeres sean más bajos de lo que serían en otras
circunstancias. Edgeworth estaba de acuerdo en que la principal causa
de la superpoblación eran los sindicatos de hombres. 48 Sostenía que
Jos hombres debían tener una ventaja debido a sus responsabilidades
familiares, con el corolario de que, puesto que las mujeres no tienen
las mismas responsabilidades familiares que los hombres e incluso pue-
den ser subsidiadas por ellos, su participación tenderá a hacer dismi-
nuir los salarios. Y parecía sugerir que la competencia en jgualdad
de condiciones en el mercado de empleos traería como resultado sala-
rios más bajos incluso para las mujeres solteras frente a los hombres
solteros, porque las mujeres necesitan un 20% menos de alimento para
alcanzar su máxima eficiencia. En esto último, Edgeworth simplemente
estaba tomando en serio lo que muchos habían observado: que las
mujeres tienen un nivel de vida más bajo que el de los hombres y
están dispuestas a trabajar por menos. 49 Edgeworth concluía que había
que eliminar las restricciones ·al trabajo de las mujeres pero que, como
la libre competencia probablemente llevaría al descenso de los sala-
rios de los hombres por las razones ya mencionadas, hombres y fami-

47 Millicent G. Fawcett, "Equal pay for equal work", Economic ]ournal, 28,

núm. 1 (marzo de 1918), pp. 1-6.


48 "La presión de los sindicatos de hombres parece ser en gran medida respon-

sable de la superpoblación de mujeres en relativamente pocos oficios, es


universalmente reconocida como uno de los principales factores de la depre-
sión de· sus salarios" (F. Y. Edgeworth, "Equal pay to roen and women for
cqua1 work", Economic ]ournal, 32, núm. 4, diciembre de 1922, p. 439).
40 Aunque este razonamiento puede parecer circular, creo que es válido.
Corno dice lVIarx, lo que determina el salario es el valor de los bienes social-
mente necesarios que se requieren para mantener al trabajador, y lo necesario
es el producto del desarrollo histórico, de las costumbres, de la actividad sindi-
cal, etc. (El capital, libro l. pp. 207-208.) Laura Oren ha examinado la lite-
ratura referente al .nivel de vida de las familias de la clase trabajadora y ha
hallado que, en realidad, dentro de la familia, las mujeres tienen menos co-
mida, menos tiempo libre y menos dinero ("The welfare of women in labo-
ring families: England, 1860-1950", Feminist Studies, 1, núms. 3-4, invierno-
primavera de 1973, pp. 107-125). El hecho de que las mujeres, igual que los
grupos de inmigrantes, puedan reproducirse con menos -y lo han hecho durante
siglos- es un factor que ha contribuido a que sus salarios sean más bajos.
208
lias debían ser compensados por sus pérdidas debidas al aumento de la
participación de las mujeres. 50 .•
La principal explicación que ofrece la literatura inglesa para los 1

salarios inferiores es la segregación de los empleos por sexos, y para;¡


los salarios inferiores y la existencia de la segregación de los empleos
oÍrece varias explicaciones interrelacionadas: 1) la política excluyente
de los sindicatos masculinos, 2) la responsabilidad financiera de los
hombres de sus familias, 3) la disposición de las mujeres a trabajar
por menos (y su incapacidad de obtener más) debido a los subsidios
o a un nivel de vida inferior, y 4) la falta de entrenamiento y califi.
cación de las mujeres. La literatura histórica inglesa sugiere que la
segregación del trabajo por sexos es de origen patriarcal, más bien
antigua y difícil de erradicar. La capacidad de los hombres para
organizarse en sindicatos -que quizás surge de un mayor conocimiento
de la técnica de la organización jer~rquica- paree~ ser clave en su
capacidad de mantener la segregación del empleo y la división don1és-
tica del trabajo.
Volviendo a los Estados U nidos la observación de la experiencia
nos ofrece oportunidad, primero, de explorar las modificaciones en la
composición sexual de los empleos y, segundo, de considerar mejor
el papel de los sindicatos, particularmente en el establecimiento de le-
gislación protectora. La literatura norteamericana, particularmente las
obras de Edith· Abbott y Elizabeth Baker, 51 hace hincapié en la varia-
ción en la co1nposición sexual del empleo, y en contraste con la litera-
tura inglesa, se basa más en la tecnología como fenómenó explicativo.
La situación de los Estados Unidos era distinta de la de Inglaterra.
En primer lugar, la división del trabajo en las familias agricultoras co-
loniales era probablemente más rígida: los hombres trabajaban en los
campos y las mujeres en la casa, produciendo artículos manufacturados.
Segundo, las primeras fábricas textiles emplearon a jóvenes solteras
50 Las conclusiones de Edgeworth son un ejemplo típico de las de los econo-

mistas neoclásicos. Al continuar' el análisis de Fawcett se alejó más aún de la


realidad. Mientras que Fawcett se había dado cuenta de que las mujeres no
eran menos eficientes que los hombres, y Rathbone había sostenido lo mismo,
Edgeworth se aferró a la idea de que los hombres merecían más y trató de
justificarla teóricamente. Se opuso a los subsidios familiares, también con un
razonamiento neoclásico, porque elevarían los impuestos, desalentarían las in·
versiones, estimularían la reproducción de las clases pobres y eliminarían el
incentivo al trabajo para los hombres. Edgeworth registra el comentario de
una inspectora: "Casi estoy de acuerdo con el trabajador social que dijo que
si el marido pierde su trabajo lo único que la mujer debe hacer es sentarse a
llorar, porque si hace otra cosa él seguirá sin, trabajo" ("Equal pay", p. 153).
51 Edith Abbott, Women in industry (Nueva York, Arno Press, 1969); Eliza-
beth F. Baker, Technology q,nd woman's work (Nueva York, Columbia· UniYer-
sity Press, 1964).
SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 209
de las granjas de Nueva Inglaterra: se hizo un esfuerzo consciente,
probablemente por necesidad, por evitar la creación de un sistema
de trabajo familiar y dejar a los hombres libres para la agricultura. 5 2
Esto cambió, sin embargo, con el dominio de la manufactura sobre la
agricultura corno principal sector de la economía y con la inmigra-
ción. Tercero, la escasez de mano de obra y la terrible escasez en la
América colonial y fronteriza posiblemente crearon más oportunidades
para las mujeres en oficios no tradicionales fuera de la familia: en la
época colonial las mujeres ocupaban una gran variedad de ocupacio-
nes. 58 Cuarto, la escasez de mano de obra continuó actuando en favor
de las mujeres en varios momentos a .todo lo largo de los siglos XIX
y xx. Quinto, la constante llegada de nuevos grupos de inmigrantes
creó una fuerza de trabajo extremadamente heterogénea, con va-
riados niveles de calificación y desarrollo organizativo y con antago-
nismos notorios. 54
Transformaciones importantes en la composición sexual de los em-
pleos· se produjeron en la manufactura de botas, zapatos y tejidos, en
la enseñanza, la fabricación de cigarros y el trabajo de oficina. 55 En
todos éstos, salvo en los textiles, la transformación se dirigió a absorber
más mujeres. Nuevas ocupaciones se abrieron tanto para hombres
como para mujeres, y aparentemente los hombres dominaron en la
mayoría de ellas, aunque con excepciones. La operación de los telé-
fonos y el escribir a máquina, por ejemplo, pa~_aron a ser trabajos
de mujeres.
En todos los casos de aumento del empleo de las mujeres éstos
fueron en parte estimulados por un marcado incremento de la de-
manda del servicio o producto. Durante los últimos años del si-
glo XVIII y los primeros del siglo XIX, la demanda doméstica de botas
confeccionadas aumentó debido a la guerra, al mayor número de
esclavos, a la expansión de la población en general y a la coloni-
zación de la frontera. La demanda de maestros aumentó rápida-

62 Véase Abbott, Women in industry, especialmente el cap. 4.


i;:i !bid., cap. 2.
M "Tales antagonismos fueron estimulados a menudo por los patronos. Du-

rante una huelga de cigarreros en la ciudad de Nueva York en 1877, los patro-
nos trajeron a muchachas norteamericanas no calificadas y después impri-
mieron en las cajas la siguiente leyenda: "Estos cigarros fueron hechos por
muchachas norteamericanas", con lo que vendieron 111uchas más cajas de ciga-
rros imperfectos de lo que esperaban (ibid., p. 207).
65 Este resumen se basa en Abbott y lo apoyan tanto Baker como Helen L.

Sumner, History of women in industry in the United States, 1910, United


States Bureau of Labor. Report on Condition of Women and Child Jiflage-Ear-
ners in the United States (Washington. D. C., Government Printing Office,
19II). vol. 9.
21 Ü HEIDI HARTMA~:tf~·:
mente antes, durante y después de la guerra civil a medida que se
extendía la educación pública. La demanda de cigarros baratos hechos
a máquina aumentó rápidamente a fines del siglo XIX. El número de~
trabajadores de oficina aumentó entre 1890 y 1930, cuando los neg0 )
cios se ampliaron y se centralizaron más, requiriendo de más adminis.
tración, distribución, transporte, comercialización y comunicación.
En varios casos el desplazamiento hacia las mujeres fue acampa.
ñado por innovaciones técnicas, lo que favoreció mayor producción
y en ocasiones redujo la calificación exigida al trabajador. Para 1800,
los fabricantes de botas y zapatos habían concebido una división del
trabajo que permitía a las mujeres trabajar en su casa en la costura
de la pala, la caña y la lengua. En la década de 1850 se instauró la
máquina de coser en la fabricación de botas y zapatos en las f ábri.
cas. En la década de 1870 el uso de matrices. de madera, en lugar
del enrollado a mano, simplificó la fabricación de cigarros; en la déca.
da de 1880 se introdujo la maquinaria. En cuanto al trabajo de ofi.
cina, la máquina de escribir, desde luego, aumentó mucho la produc.
tividad de la mano de obra. La maquinaria introducida en las fábricas
textiles -las máquinas intermitentes- era tradicionalmente operada
por hombres. En las imprentas, donde los sindicatos masculinos logra-
ron excluir a las mujeres, éstos insistieron en encargarse de reclutar
el personal nece~ario para los nuevos linotipos. 56
El propósito fundamental de la subdivisión del proceso de traba-
jo, de la simplificación de las tareas y de la introducción de maqui-.
naria fue incrementar la producción, abaratarla, y aumentar el con-
trol de la administración sobre el proceso de trabajo. La subdivisión
56 Tanto Baker como Abbott se basan en gran medida en los factores tecno-

lógicos aunados a las diferencias biológicas entre los sexos para explicar las
variaciones en la composición sexual de los empleos. El aumento de velocidad
de las m.~iquinas y a veces la creciente fuerza que exigían se citan como factores·
que favorecen a los hombres quienes son más fuerte.s y tienen más resistencia,;
etcétera. Sin embargo, con frecuencia ambos citan estadísticas que indican que:
el mismo tipo de maquinaria era utilizada tanto por hombres como por muje-:
res, como por ejemplo las rnáquinas de hilar intermitentes. Yo diría que las di-·
ferencias percibidas son meras racionalizaciones utilizadas para justificar la•
asignación actual de tareas por sexo. Poderosos mecanisn1os de imposición fu<'ron
las presiones sociales. Abbott da varios ejemplos <le esto. Una mujer había apa-.
rcnlcmenle aprendido a manejar las máquinas intermitentes en Lawrence.
y fue a \Valtham cuando se introdujeron allí, pero tuvo que abandonar
ese trabajo porque, según un trabajador hombre: "Los hombres le hacían
observaciones desagradables y era demasiado duro para ella, siendo la ünica
mujer" (Women in industry, p. 92). Otro ejemplo: "Algunos de los empleados
más antiguos de los talleres de Nueva Inglaterra en la actualidad [19'10] dicen
que i-ecuerdan el tiempo en que el tejido era tan universalmente considerado·
tarea de mujeres que un 'tejedor hombre' era objeto de ridículo público por,
ocupar un 'trabajo de mujer'" (ibid., p. 95). l
SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 211
del proceso de trabajo en general permitía el uso de trabajado-
res menos calificados en uno o más de los procesos de la tarea. El
abaratamiento de la mano de obra y el mayor control de ella fue-
ron las fuerzas que motivaron la administración científica y los
primeros esfuerzos por reorganizarla. 57 La introducción de maquinaria
fue auxiliar en el proceso, pero no una fuerza motivadora. La ma-
quinaria, la mano de obra no calificada y las mujeres trabajadoras a
menudo llegaron de la mano.
Además de la mayor demanda y el cambio técnico, con frecuen-
cia una escasez del suministro habitual de mano de obra contribuyó
a la modificación de la fuerza de trabajo. En las fábricas textiles,
por ejemplo, en la década de 1840, las jóvenes procedentes de las
granjas de Nueva Inglaterra fueron atraídas hacia nuevas oportu-
nidades de empleo para jóvenes de la·- clase media tales como la en-
señanza. Su lugar en las fábricas fue ocupado por inmigrantes. En el
ramo de la fabricación de botas y zapatos la mayor demanda no podía
ser satisfecha con los zapateros calificados existentes. y en el trabajo
de oficina, el suministro de hombres con educación secundaria no
correspondía al aumento de la demanda. Además, en el trabajo de
oficina en particular los cambios que se produjeron en la estructura
del empleo redujeron su atractivo para los hombres -con la expan-
sión, los empleos se convertían en callejones sin salida- mientras
que para las mujeres las oportunidades eran buenas· en comparación
con las que tenían en otra parte. 58
La fabricación de cigarros ofrece amplias oportunidades de ilus-
trar tanto la oposición de los sindicalistas hombres a los posibles
cambios de sexo en la composición de la fuerza de trabajo en sus
industrias como la forma que adoptó esa oposición: legislación pro-
tectora. 59 La fabricación de cigarros era una industria casera antes
;;; Véase Harry Braverman, Labor and monopoly capital (Nq.eva York, Mon-
thly Review Press, 1974), especialmente caps. 3-5.
68 Elyce J. Rotella, "Occupational segregation and the supply of women to
the American clerical labor force, 1870-1930", trabajo presentado a la Berk-
shíre Conference on the History of '\Tomen, Radcliffe College (25-27 de ocLUbre
de 1974). Pese a que ya es antiguo el reconocimiento de la segregación y las
variaciones en la composición sexual de los empleos, hay sorprendentemente
pocos estudios sobre el proceso de esa variación. Además del trabajo de Rotella
sobre los trabajadores de oficina está el de Margery Davies, .. \Voman's place
is at the typewriter", Radical America, 8, núm. 4 (julio-agosto de 1974), pp. 1-
28, y en este volum,en. Valerie K. Oppenheimer discute la variación en la
ensefi.anza elemental en The female labor force in the United Sta·tes (Berkeley,
Institute of International Studies, University of California, 1970). Abbott y
Baker también examinan diversas variaciones.
lío Esta descripción se basa fundamentalmente en Abbott, Women in industry,

cap. 9, y Baker, Technology, pp. 31-36.


212 HEIDI HARTl\IAN~
de 1800, cuando las mujeres de las granjas de Connecticut y otra
partes hacían cigarros más bien toscos que cambiaban en la tienda·
del pueblo. Las primeras fábricas emplearon mujeres, pero éstat~
pronto fueron remplazadas por hombres inmigrantes calificados cuy0 51
productos podían competir con los el~gantes cigarros europeos. Parai
1860, las mujeres constituían apenas el 9% de los empleados en Jai
fabricación de cigarros. Ese desplazamiento hacia los hombres fue'
seguido por otro hacia las mujeres, pero no sin oposición de los
hombres. En 1869 se introdujo la matriz de madera, así corno las
mujeres inmigrantes de Bohemia (que habían sido trabajadoras califi.
cadas en fábricas de cigarros en· Austria-Hungría). 60 Las mujeres bo.
hernias, establecidas .en casas de departamentos por las compañías:
tabacaleras, perfeccionaron una división del trabajo en que las mucha.
chas (y más tarde sus maridos) 61 podían usar los moldes. A partir de
1873 la Cigarmakers International Union se manifestó estruendosa.
mente contra el trabajo en la casa, que finalmente fue limitado (por
ejemplo, en Nueva York en 1894). A fines de la década de 1880 se in.
tradujo la maquinaria en las fábricas, y las mujeres fueron utilizadas
como esquiroles. El sindicato recurrió a la legislación protectora.
La actitud de la Cigarmakers International Union hacia las mujeres
fue en el mejor de los casos ambivalente. El sindicato excluyó a las
mujeres en 1864 pero las admitió en 1867. En 1875 prohibió á las sec. 1
cionales excluir a las mujeres, pero aparentemente nunca impuso nin.
gúna sanción a los infractores. 62 En i878 un· fabricante de Baltimore
escribió a .A.dolph Strasser, presidente. del sindicato: "Hemos comba.
tido desde sus orígenes el movimiento por la introducción de mano de
obra f emenin,a en cualquier caso, ya sea como. apiladoras, enrollad oras,
o lo que sea." 63 Para que no se tomen estas a1nbigüedades por con-
flictos entre asociaciones nacionales y locales, dejemos a Strasser hablar
por sí mismo: "No podemos expulsar a las niujeres del oficio, pero
podemos restringir su cuota diaria de trabajo a través de leyes de fá-
brica. Ninguna muchacha de menos de 18 años debería trabajar n1ás
60 Según Abbott, Samuel Gompers alegaba que las mujeres bohemias habían
sido traídas con el fin expreso de romper la huelga (Women in industry, p.
197 n.).
•il Las n1ujeres de Bohemia vinieron a los Estados Unidos primero, dejando
a sus maridos para que trabajaran en los campos. Los maridos, que no cono·
cían el trabajo ·de cigarrería, llegaron después (ibid., p. 199).
62 En 1877 un sindicato de Cincinnati fue a la huelga para excluir a las

mujeres y aparentemente tuvo éxito. El Cincinnati lnquirer dijo: "Los hom·


bres dicen que las mujeres están matando la industria. Aparentemente esperan
vengarse matando a las mujeres" (ibid., p. 207).
63 Baker, Tecnology, p. 34.
SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXO:::; 213
de ocho horas por día; todo trabajo extra debería ser prohibido ..." 64
Como las mujeres eran trabajadoras no calificadas, sería un error
interpretar esto como animosidad contra las mujeres en sí. Es más bien
el teµior del trabajador calificado frente al no calificado. Sin embar-
go, los sindicatos masculinos impidieron a las mujeres calificarse, mien-
tras ofrecían la oportunidad a jovencitos. Esto se ve muy claro en el
caso de las imprentas. 65
Las mujeres habían trabajado como tipógrafas en las imprentas
de la época colonial. Era un puesto calificado pero que no exigía
trabajo pesado. Abhott atribuyó los celos de los hombres del oficio
al hecho de que ·era un oficio "apropiado" para las mujeres. Como
quiera que haya sido, los sindicatos masculinos parecen haber sido
hostiles al empleo de mujeres desde el principio. En 1854 la National
Typographical U nion resolvió no "estimular el· empleo de cajistas de
sexo femenino". 66 Baker sugiere .que los sindicatos desanimaban a las
muchachas del aprendizaje del oficio, y así las mujeres aprendían lo
que podían en talleres no sindicalizados o como esquiroles. 67 En 1869,
en la convención anual de la National Labor Union, de la cual era
miembro la National Typographical Union, hubo una disputa sobre
la aceptación de Susan B. Anthony, porque, según se afirmaba, había
utilizado mujeres tipógrafas como esquiroles.. ·Ella admitió haberlo
hecho, porque no había otro modo de que aprendieran el oficio. 68 En
1870 la Typographical Union abrió una sección de mujeres en la ciudad
de Nueva York. Su presidenta, Augusta Lewis, que era también secreta-

M John B. Andrews y W. D. P. Bliss, History of women1 in trade unions, en

Report on condition of woman~ .., vol. 10. Aun cuando la proporción de


mujeres en la fabricación de cigarros en ocasiones aumentó, en muchas otras
industrias manufactureras disminuyó con el tiempo. La industria textil y la del
vestido son los ejemplos más ·notables (véase Abbott, Women in industry, p.
320, y su "The history of industrial employment of women in the United
States", ]ournal of Political Economy, 14, octubre de 1906, pp. 461-501. Sumner,
citada en U. S. Bureau of Labor· Statistics, Boletín 175, concluye que los
hombres habían ocupado los empleos calificados en los campos tradicionalmente
femeninos, y las mujeres tenían que tomar los trabajos no calificados donde
pudieran encontrarlos (p. 28).
00 Esta descripción se basa fundamentalmente en Abbott y Baker. La hostili-

dad al entrenamiento de las mujeres parece generalizada. La International


Molders Union resolvió: "Cualquier miembro, honorario o activo, que dedique
su tiempo en todo o en parte a la instrucción de ayudantes femeninos en la
fundición, o en cualquier rama del oficio, será expulsado del sindicato" (Gail
Falk, "Women and unions: A historical . view", mimeo., New Haven, Conn.,
Yale Law School, 1970; publicado ·en versión abreviada en Women's Rights
Law Reporter, 1, primavera de 1973, pp. 54-65).
66 Abbott, Women in industry, pp. 252-253.
67 Baker, Techn.ology, pp. 39-40.

68 Véase Falk, "Women and unions".


214 HARTI\-LA,.N~1
HEIDI

ria correspondiente de la National Typographical Union, no creía que;


el sindicato de mujeres pudiera durar mucho, porque, aun cuando el~
sindicato de mujeres apoyaba al sindicato de hombres, el sindicato de*!
hombres no apoyaba al sindicato de mujeres: "Es la opinión general·
de las mujeres tipógrafas que son tratadas con más justicia por los··
llamados 'ratas', capataces, impresores y patronos, que por los ho:rn- ·
bres del sindicato." 69 El local de mujeres cerró en 1878.
Aparentemente, la falta general de respaldo cons.tituyó un éxito
desde el punto de vista de lo~ hombres, pues en 1910 Abbott afir:rnó
que: "Los funcionarios de otros sindicatos se refieren con frecuencia
a la política de los impresores como ejemplo de que los sindicatos pue-
den limitar o impedir el empleo de mujeres." 7 º La Typographical
U nion defendía . ardientemente el principio de igual paga por igual
trabajo como medio de proteger la escala de salarios de los hombres,
no de alentar a las mujeres. Éstas, que tenían menos calificaciones, no
podían pedir con esperanzas de recibirlos, salarios iguales. 71
Los sindicatos excluyeron a las mujeres de muchos modos, entre los
cuales no fue el menos frecuente la legislación protectora.72 En esto
ayudó a los sindicatos el sentimiento social imperante respecto al tra-
bajo de las mujeres, especialmente de las müjeres casadas (el trabajo
era visto como un mal social que, idealmente, debía ser eliminado ), 7 ª
69 Eleanor Flexner, Century of struggle (Nueva York, At:heneum Publishers,
1970), p. 136.
70 Abbott, Women in industry, p. 260.

71 Baker ha observado que las opiniones acerca de la Equal Pay Act en 1963

estaban divididas en forma aproximadamente igual entre los que insistían en


las necesidades de las mujer.es y los que insistían. en la protección de los
hombres (Technol.ogy, p. 419).
72 En "Women and unions" Falk observa que los sindicatos utilizaron la
exclusión constitucional, la exclusión del aprendizaje, la limitación de las mu-
jeres a las categorías de asistente o aprendiz sin esperanzas de ascenso, la
limitación de la proporción de miembros del sindicato que podían ser mujeres,
por ejemplo, estableciendo cuotas, y los derechos excesivamente altos. Además,
los sindicatos de artes y oficios de este período, antes de 1930, experimentaban
una hostilidad ,general a organizar a los trabajadores no calificados, incluso
aquellos que desempeñaban los mismos oficios.
73 Un grupo tan variado como Caroll Wright, primer U. S. Labor Commissioner

(Baker, Technology, p. 84), Samuel Gompers y Mother Mary Jones, organizadores


de trabajadores tradicionales y radicales, respectivamente (Falk, "Women and
unions"), James L. Davis, ministro de Trabajo de los Estados Unidos, 1922
(Baker, p. 400), Florence Kelley, presidenta de la National Consumers League
(Hill), tenían todos opiniones que eran variaciones de este tema. (Ann C. Hill,
"Protective labor legislation for women: its origin and effect", mimeo., _New
Haven, Yale Law School, 1970, partes del cual se han publicado en Barbara
A. Babbock, Ann F. Freedman, Eleanor H. Norton y Susan C. Ross, Sex
discrimination and the law: causes and remedies, Boston, Little, Brown, 1975,
SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 215
y la gran preocupación por parte de las "feministas sociales" y otras
de que las mujeres trabajadoras eran terriblemente explotadas por su
falta de organización. 74 Las feministas sociales no se proponían excluir
a l~s mujeres de los puestos deseables, pero su estrategia preparó el
camino para esa exclusión, porque para obtener protección para las
mujeres trabajadoras argüían que éstas, como sexo, eran más débiles
que los hombres y necesitában más protección.75 Su estrategia tuvo
éxito en 1908 en el proceso Muller vs. Oregon, en que la Suprema
Corte defendió la necesidad de leyes que establecieran un máximo
de horas de trabajo para las mujeres, diciendo:

Los dos sexos difieren en la estructura del cuerpo, en la capacidad de tra-


bajo prolongado, particularmente el que se hace de pie, en la influencia de su
buena salud sobre la futura condición de la raza, en la confianza en sí mis-
mos, que permite defender sus derechos, y en la capacidad de librar la
lucha por la subsistencia. Esta diferencia justifica una diferencia en la legis-
lación y apoya todo lo que tiende a compensar a la mujer por algunas de
las cargas que soporta.76

En 1916, en el proceso Bunting vs. Oregon, Brandeis utilizó prácti-


camente los mismos datos sobre los efectos nocivos de las largas horas
de trabajo para argumentar con éxito en favor de leyes sobre un
máximo de horas de trabajo para los hombres tanto como para las

texto legal que ofrece un excelente análisis de la legislación p;rotectora, la dis-


criminación contra las mujeres, etcétera.)
7~ William O'Neill ha caracterizado a las mujeres que participaron en los

diversos movimientos reformistas de fines del siglo XIX y principios del xx


como "feministas sociales" para distinguirlas de las feministas anteriores como
Stanton y Anthony. Las feministas sociales llegaron a defender los derechos
de las mujeres porque pensaban que ayudaría a la causa de sus reformas. No
estaban interesadas fundamentalmente en promover la causa de los derechos
de la mujer (Everyone was brave, Chicago, Quad'rangle Books. 1969, especial-
mente el cap. 3). William H. Chafe, The American woman (Nueva York, Ox-
ford University Press, 1972), hace también un excelente examen del debate sobre
las leyes protectoras.
75 Lo que pudiera lograrse de las legislaturas y los tribunales era lo que
buscaban las feministas sociales. Debido a que en Ritche v. People (155 lllinois
98 [1895]) el tribunal fallara que el sexo por sí solo no constituía una base
válida para que una legislatura limitara el derecho de un adulto a trabajar y.
por lo tanto, abolió una ley de máximo de horas para las mujeres, y debido
a que una ley de máximo de horas para los empleados de panaderías había sido
abolida por la Suprema Corte de los Estados Unidos (Lockner). los defensores
de la legislación protectora pensaron que su tarea sería ·difícil. La famosa
"Brandeis Brief" reunió cientos de páginas sobre los efectos perniciosos de
las largas horas de trabajo y sostuvo que las mujeres necesitaban "protección
especial" (véase Babcock et al., Sex discrimination).
76 Ibid., p. 32.
216 HEIDI HARTMAN:t-{~

muJeres. A este proceso no siguió, sin embargo, una oleada de leyesj


que fijaran la duración máxima de la jornada de trabajo para los;
hombres, del mismo modo que el proceso A'1uller vs. Oregon había
sido. seguido por la promulgación de leyes sobre las mujeres. En gene.
ral, los sindicatos no apoyaron la legislación protectora para los
hombres, aunque siguieron haciéndolo para las· mujeres. La legisla-
ción protectora, antes que la organización, fue la estrategia preferida
para las mujeres únicamente.77
El efecto de las leyes se vio restringido por su estrecho alcance e
inadecuada aplicación, pero, a pesar de sus limitaciones, en las escasas
ocupaciones en que el trabajo nocturno o la jornada muy larga eran
esenciales, tales como .Jas de las imprentas, las mujeres fueron efectiva.
mente excluidas. 78 Si bien las leyes pueden haber protegido a las
mujeres en los trabajos particularmente duros, aquellas que estaban
empezando a establecerse en "trabajos de hombres" fueron rechaza-
das.79 Algunas resistieron con éxito., pero la lucha continúa hasta
hoy más o menos en el mismo frente. Como sostuvo Ann C. Hill, el
efecto de esas leyes, tanto psíquica como socialmente, ha sido de-
vastador; han confirmado el status de "ajena" de la mujer como tra-
bajadora. 80 .
En todo el análisis anterior sobre el desarrollo de la fuerza de tra-
bajo asalariada en Inglaterra ·y en los Estados Unidos, he ·destacado
el papel de los trabajadores hombres en la restricción de la esfera
de la mujer dentro del mercado de trabajo. Aun cuando he destacado
el papel de los hombres, no creo que el de los patronos haya sido
insignificante. Trabajos recientes sobre la teoría de la segmentación
del mercado de trabajo ofrecen un marco para el examen del papel
de los patronos. 81 Según este modelo, un mecanismo que crea seg-

'17 En 1914 la AFL votó por el abandono del camino legislativo hacia la re-
forma. Véase Hill, .. Protective labor legislation".
78 Algunos estados excluyeron por completo a las mujeres de algunas ocupa-

ciones: minería. lectura de medidores. manejo .de taxis, de· tranvías y de as-
censoTes. etc. (i bid.).
79 Estas conclusiones se basan en Hill, ibid., y son apoyadas por Baker, Tech-

11ology.
80 Al mismo tiempo que las mujeres eran excluidas de algunos trabajos cali-

ficados en la fuerza de trabajo y protegidas de otros modos. sus obligaciones


domésticas eran puestas de relieve en .la literatura popular. a través del mo-
vimiento de economía doméstica, en los colegios y escuelas secundarias, etc.
Puede observarse un movimiento hada la estabilización de la familia nuclear
con una sola persona encargada de ganar el pan: el hombre. Véase Hartmann,
"Capitalism and women's work''.
81 Edwards, Gordon y Reich, Labor market segmentation-, utilizan la expresión

"segmentación del mercado de trabajo" para referirse a un proceso en que el


mercado de trabajo se divide en distintos submercados, cada uno con su con-
SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 217
rnentación es la acción consciente, aunque no necesariamente conspi-
ratoria, de los capitalistas; éstos actúan para exacerbar las divisiones
existentes entre los trabajadores a fin de dividirlos aún más, debilitando
así su unidad de clase y reduciendo su poder de negociación. 82 La
creación de complejas estructuras de empleo internas es en sí parte
de esa tentativa. En efecto, toda la gama de los distintos niveles de
empleo sirve para ofuscar la naturaleza biclasista básica de la sociedad
capitalista. 83 Este modelo sugiere,· primero, que la segregación por
sexos es un aspecto de la segmentación del mercado de trabajo inhe-
rente al capitalismo avanzado y, segundo, que los capitalistas han tra-
tado conscientemente de exacerbar las divisiones sexuales. Así, si bien
el análisis anterior ha insis~ido ~n la· naturaleza continua de la segre-
gación de los empleos por sexos -presente en todas las etapas del
capitalismo y antes-, 84 y en la acción consciente de los trabajadores
de sexo mascúlino, es importante señalar que la acción de los capi-
talistas puede ·haber sido· definitiva en la provocación de esas respues-
tas· por parte de los trabajadores hombres. ·
Históricamente, los trabajadores hombres han sido instrumentos. en
la limitación de la participación de las mujeres en· el mercado de tra-
bajo. Los sindicatos de hombres han llevado a cabo las políticas y las
actitudes de los primeros gremios, y han continuado obteniendo bene-
ficios para los trabajadores· de sexo masculino. Los capitalistas here-
daron la ·segregación de los empleos por sexos, pero muy a menudo
han podido utilizarla en beneficio· propio. Si pueden sustituir a hom-
bres de experiencia por· mujeres menos pagadas, mucho mejor; si
pueden debilitar a los trabajadores amenazando con hacerlo, también
ducta característica; estos segmentos podrían ser capas de una jerarquía o dife-
rentes grupos dentro de la misma capa.
82 La tesis de Michael Reich. "Racial discrimination and the white income

distribution" (tesis doctoral, Harvard University, 1973). ·plantea de modo


más completo este modelo de división para el dominio. En el modelo de seg-
mentación del mercado de trabajo hay otra tendencia a la segmentación ade-
más del mecanismo de dividir para gobernar. Surge del desarrollo desigual del
capitalismo avanzado, es decir, el proceso de creación de un núcleo y una
economía periférica. En efecto, en opinión de Edwards, Gordon y Reich, la
segmentación del mercado de trabajo sólo pasa al primer plano en el capi-
talismo monopolista cuando las grandes empresas tratan de aumentar su control
sobre el mercado de trabajo.
83 Thomas Vietorisz, "From class to hierarchy: sorne non-price aspects of
the t:ransformation problem" (trabajo presentado a la. Conference. on Urban
Political Economy. New School for Social Research, Nueva York, 15-16 de
febrero de 1975).
& Las fuertes divisiones del mercado de trabajo por sexo y raza que existían
aun en la fase competitiva del capitalismo ponen en cuestión el dominio de la
homogeneización del trabajo en esa fase, tal como lo presentan Edwards, Gor-
don y Reich.
218 HEIDI HARTMAN~:1
les conviene; y, en todo caso, si pueden utilizar esas diferencias de\
status para gratificar a los hombres y comprar su apoyo al capitalisrn0 1
con beneficios patriarcales, también está bien. 85 ·
Pero aun cuando la acción de los capitalistas es importante para
explicar la actual virilidad de la segregación por sexos, la teoría
de la segmentación del mercado· de trabajo sobrestima el papel de
los capitalistas e ignora la acción de los trabajadores mismos en la
perpetuación de esa segmentación. Los trabajadores que ocupan
los empleos más deseables actúan para mantenerse en ellos, conservar
sus gratificaciones materiales y , sus beneficios subjetivos. 86 Los obre-
ros, a través de los sindicatos, han tomado parte en la creación y el
mantenimiento de estructuras de empleo jerárquicas y paralelas (es
decir, separadas pero desiguales). Acaso la importancia relativa de
capitalistas y trabajadores hombres en la institución y el manteni-
miento de la segregación de los empleos por sexos haya variado en
distintos períodos. Por ejemplo, los capitalistas mostraron su capacidad
de cambio de la composición sexual de los empleos durante la transi-
ción al capitalismo: una vez que la manufactura de tejidos se trasladó 1
a fábricas equipadas con telare.s mecánicos, fueron mujeres las
que trabajaron en .
ellas, aun cuando la mayor •parte de los tela- 1
res manuales habían sido operados por hombres, y fueron hombres'
los que manejaron las máquinas de hilar intermitentes que sustitu-
yeron a las hiladoras múltiples y a las accionadas por agua operadas ¡
por mujeres. A medida que la industrialización progresaba y se esta- '
bilizaban algo las condiciones, los sindicatos de hombres adquirieron
mayor fuerza y pudieron conservar y a menudo extender el dominio
de los hombres. Sin embargo, en momentos de necesidad social o
económica abrumadora, ocasionada por grandes aumentos en la de-
manda de mano de obra, como en la enseñanza o en el trabajo de
oficina, los capitalistas hombres pudieron subyugar a los trabajadores
hombres. Así, en períodos de .cambio ·económico, las acciones de los
capitalistas pueden servir como instrumentos en la institución o la
65 Los capitalistas no siempre pueden utilizar el patriarcado en beneficio
propio. La capacidad del hombre para retener todo. lo posible del trabajo
de las mujeres en el hogar puede haber estorbado el desarrollo capitalista
en etapas expansivas. La resistencia de los hombres al deseo de los capitalistas
de utilizar trabajadoras de sexo femenino también ha demorado indudablemente
el avance capitalista.
86 Engels, Marx y Lenin reconocieron todos las recompensas materiales que

cosecha la aristocracia del trabajo. Es importante no reducirlas a beneficios


subjetivos, pues entonces los problemas que surgen de las divisiones dentro
de la clase serán minimizados. Castles y Kosack parecen comet~r este error
(véase su "The function of labour immigration in Western European capita-
lism", New Left Review, núm. 73, mayo-junio de 1972, pp. 3-12, donde pueden
hallarse referencias a Marx et al.).
. SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 219
transformación de una fuerza de trabajo segregada por sexos -mien-
tras los trabajadores libran una batalla defensiva. En otros períodos
Jos trabajadores hombres pueden ser más importantes en el mante-
nirnie:nto de la segregación de los empleos por sexo; pueden ser capa-
ces de impedir la intrusión, o incluso de excluir, la mano de obra
femenina, que es más barata, aumentando así los beneficios para su
se:xo.s7

,
coNCLUSION

El status actual de las mujeres en el mercado de trabajo y la dispo-


sición actual de los empleos segregados por sexos es resultado de un
largo proceso de interacción entre el patriarcado y el capitalismo. He
destacado la acción de los trabajadores hombres en todo este proceso
porque creo que es correcto. Será preciso · obligar a los hombres a
abandonar su posición privilegiada en la división del trabajo -en el
mercado de trabajo y en el hogar- tanto para terminar con la
subordinación de las mujeres como para que los hombres empiecen a
escapar de la opresión y la explotación de clase. 88 Es indudable que
los capitalistas han utilizado a las mujeres como mano de obra no
calificada y menos pagada para minar a los trabajadores hombres,
pero se trata de tiros que salieron por la culata -de casos en que
la cooptación y el apoyo de los hombres po:r la sociedad patriarcal,
con su jerarquía masculina, se volvió contra ellos mismos con una
venganza. El capitalismo creció sobre el patriarcado; y el capita-
lismo patriarcal es una sociedad estratificada por excelencia. Si los
hombres de las clases no dominantes quieren ser libres, tendrán que
reconocer su cooptación por el capitalismo patriarcal y renunciar a sus
beneficios patriarcales. Si las mujeres quieren ser libres, deben luchar
tanto contra .el poder patriarcal como contra la organización capita-
lista de la sociedad.
Puesto que tanto la división sexual del trabajo como el dominio
masculino son tan antiguos, será muy difícil erradicarlos, e imposible
erradicar el segundo sin erradicar el primero. Los dos están hoy tan
117 David Gordon me sugirió este ·"modelo cíclico" de las fuerzas relativas de
patrón y trabajadores.
88 La mayoría de los intentos marxistas feministas de tra.tar los problemas

que plantea la posición social de las mujeres en el análisis marxista parecen


ignorar estos conflictos básicos entre los sexos, aparentemente para insistir
en la subyacente solidaridad de clase que debería prevalecer entre los traba-
jadores hombres y mujeres. El trabajo de Bridges y Hartmann (n. 1) examina
esta literatura.
2 2Ü HEIDI HARTMA~?-f1
j
inextricablemente entretejidos que es necesario erradicar la división
sexual del trabajo misma para terminar con el dominio masculino.89
Para liberar a las mujeres son necesarios cambios básicos a todos los
niveles de la sociedad y la cultura. En este trabajo he sostenido que el
mantenimiento de la segregación sexual de los empleos es una de las
raíces fundamentales de- la situación de las mujeres; me he basado
en el funcionamiento de instituciones de alcance social para explicar
el mantenimiento de la segregación de los empleos por sexo. Pero las
consecuencias de esa división del trabajo son muy profundas, y lle.
gan al nivel del inconsciente. El inconsciente influye en las pautas
de comportamiento, que constituyen los microsostenes (o complemen.
tos) de las instituciones sociales y son a su vez fomentadas por esas
instituciones sociales ..
Estoy convencida de que es necesario investigar esos microfenóme.
nos tanto como los macrofenómenos que he examinado en este tra.
bajo. Por ejemplo, parece ser una regla de conducta profundamente
arraigada .que los hombres no pueden estar subordinados a mujeres
de la misma clase social. Manifestaciones de esta regla se han ob.
servado en restaurantes, donde las camareras encuentran difícil dar
órdenes a los encargados ·del bar, a inenos que dicho encargado pue.
da reorganizar la situación para mantener su autonomía; entre ejecu-
tivos, donde se ha observado que las mujeres tienen más éxito si
tienen menos contacto con .otros de su mismo ·nivel y manejan poco
personal; y entre los trabajadores industriales, donde los inspectores
de fábrica de sexo femenino no logran corregir con éxito el trabajo de
obreros hombres. 90 También hay un temor muy arraigado de ser
identificado con el otro sexo. Como regla general, hombres y mujeres
no deben hacer nada que no sea masculino o femenino (respectiva-
mente). 91 Los ejecutivos hombres, por ejemplo, a menudo dan la mano
89 En nuestra sociedad, empleo de mujer es sinónimo de empleo de escaso
status y menor salario: "podemos remplazar la conocida afirmación de que
las mujeres ganan menos porque ocupan empleos menos remunerados por la
afirrnación de que ganan menos porque ocupan empleos de mujeres . .. Mien·
tras el mercado de trabajo esté dividido con base en el sexo, es probable que las
tareas asignadas a las mujeres sean consideradas menos prestigiosas o impor·
tantes, lo cual refleja el status social más bajo de las mujeres en la sociedad
en general" (Francine Blau [\'Veisskoff], "Women's place in the labor market",
American Economic Review, 62, núm. 4, mayo de 1972, p. 161).
00 Theodore Caplow, The sodology of work, Nueva York, lVIcGraw-Hill,
1964, pp. 237 ss., examina varias reglas de conducta y su impacto. Harold 'Vil·
lensky, "Women's work: economic growth, ideology, structure", Industrial Re·
lations, 7, núm. 3, mayo de 1968, pp. 235-248, examina también las implica·
dones de varias reglas de conducta en algunos fenómenos del mercado de trabajo.
91 "El uso de palabras tabú, el fomento de deportes y otros intereses que

las mujeres no comparten y la participación en actividades que las mujeres su·


SEGREGACIÓN DE LOS EMPLEOS POR SEXOS 221
a secretarios hombres, muestra de respeto que probablemente ayuda
a preservar su masculinidad.
Descendiendo al nivel siguiente, debernos estudiar el inconsciente:
cómo se internalizan las pautas de conducta y cómo surgen de la es-
tructura de la personalidad. 92 A este nivel, el de la formación de la
personalidad, ha habido varios intentos de estudiar la producción
del género, es decir, la diferenciación socialmente impuesta a los hu-
manos con base en diferencias sexuales biológicas.93 Una interpreta-
ción materialista de la realidad, desde luego, arroja que la produc-
ción del género surge de la división del trabajo existente entre los
sexos,· y, en .un proces9 dialéctico, fomenta esa misma división del
trabajo. 94 En mi opinión, debido a las profundas ramificaciones de la
división sexual del trabajo, no podremos erradicar la división sexual
de las tareas a menos que erradiquemos las diferencias de género
socialmente impuestas entre nosotros y, por lo tanto, ·1a propia divi-
sión sexual del trabajo.
Para atacar tanto el patriarcado como el capitalismo tendremos
que hallar modos de cambiar tanto las instituciones de alcance social
corno nuestros hábitos más profundamente arraigados. Será una lu-
cha larga y dura. ·

puestan;iente desaprueban -beber mucho, apostar, bromear y los ensayos sexua-


les de distintos tipos-, todo sugiere que el· grupo masculino adulto actí1a en
gran medida como reacción contra la influencia femenina, y por lo tanto
no puede tolerar la presencia de mujeres sin cambiar enteramente su carácter."
(Caplow, S.ociology of work, p. 239.) Desde luego, las líneas de división entre lo
femenino y lo masculino están en movimiento continuo. En diversas épocas del
siglo x1x, la enseñanza, la venta en tiendas al por menor y el trabajo de oficina
fueron considerados totalmente inapropiados para las muJeres. Está variabilidad
de las fronteras entre los trabajos de los hombres y los de las mujeres es una
de las razones por las que parece tener sentido esforzarse ·por ubi<:ar principios
de conducta básicos -aun cuando, en última instancia, desde luego, tales
reglas son producto de la propia división del trabajo.
"' 2 Caplow basa sus reglas en la opinión freudiana de que los hombres identi-

fican la liberación del dominio femenino con la madurez, es decir, tratan


ele esq1par de su nladre.
11:1 Véase Rubin (n. 1) y Juliet Mitchell, Feminism and psyclwanalyús (:'\ueva
York, Pantheon, 1974), quienes intentan recrear a I•reud desde una perspectiva
feminista. Lo mismo hace Shulamith Firestone, The dialectic of sex (Nueva
York, Bantam, 1971).
94 Por ejemplo, la actual división doméstica del trabajo, en que las mujeres

cuidan de los niños, afecta profundamente (en forma dife1·encial) las estructuras
de la personalidad de niñas y niños. Para una interpretación no freudiana de
este fenómeno, véase Chodorow (n. 12).
EL LUGAR DE LA MUJER ESTA FRENTE A LA MAQUIN¡\l
DE ESCRIBIR: LA FEMINIZACIÓN DE LA FUERZA DE 11

TRABAJO OFICINESCA*
'fi

MARGERY DAVIEs';'.

Gran parte de la. investigación histórica reciente sobre las mujeres,


en la fuerza de trabajo se ha dedicado a las trabajadoras industria-
les, utilizando sus experiencias específicas dentro de la fábrica corno
modelo para el estudio de la clase en su conjunto. Por otra parte,
es relativamente escasa la atención que se ha prestado a los trabaja-
dores de oficina. Esto es sorprendente: en 1968, por ejemplo, más
del 40% de las mujeres de la fuerza de trabajo de· los Estados Uni-
dos trabajaban en las oficinas y en las ventas, mientras que sólo el
16.5% lo hacía en la industria. 1 Este ensayo es una contribución
a una discusión orientada en primer término hacia la clarificación
del papel del "proletariado secretaria!", y en segundo lugar hacia la
ampliación de la definición de la clase trabajadora para incluir no
sólo a quienes trabajan en la producción industrial. En particular, hay
millones de trabajadores de oficina de bajo nivel, en su mayoría
mujeres, que constituyen un segmento importante de la clase tra-
bajadora. ·
Éste es un ensayo histórico y su punto de partida es la feminización
de la fuerza de trabajo en las oficinas. Las mujeres forman hoy la
mayoría de esa fuerza de trabajo, pero no siempre ha sido así. ¿Cómo
ingresaron las mujeres en el trabajo de oficina y cómo llegaron a pre·
dominar en él? ¿Cómo se modificó la ideología con respecto a las
mujeres en este trabajo? ¿Qué relación hay entre la segmentación
sexual de la fuerza de trabajo oficinesca y las relaciones jerárquicas
en la oficina? El primer paso para responder a estas preguntas es la
observación de la oficina del siglo xix. 2

• Este artículo fue publicado originalmen~e en Radical America, 8, núm. 4


Uulio-agosto de 1974).
1 U. S. Department of Labor, Women's Bureau, 1969 Handbook of women
workers, \.Vomen's Bureau Bulletin, 294 (Washington, Government Printing
Office, 1969), p. 90.
2 No es fácil hallar información concreta sobre las mujeres empleadas en
oficina. En su amplia bibliografía Guide to business history (1948), Henrietta
Larson señala que "es significativo que las obras dedicadas al tema [administra·

[222]
:fEI\-IINIZACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO OFICINESCA 223
Dos de las características fundamentales de las oficinas del siglo XIX
en los Estados U nidos son que eran pequeñas y que en ellas traba-
jaban casi exclusivamente hombres. 3 Los datos del censo de 1870,
por ejemplo, muestran que de los 76 639 oficinistas de los Estados
Unidos sólo 1 869 eran mujeres; los hombres constituían el 97.5%
de la fuerza de tr~bajo oficinesca. 4 Con excepción de unos pocos
bancos, compañías de seguros y oficinas del gobierno, la mayoría
de las oficinas de los Estados U nidos antes de la guerra civil tenían
en general alrededor de dos o tres oficinistas. Esto no es nada sor-
prendente, puesto que la mayoría de las empresas capitalistas también

ción de oficinas] se refieran en su mayoría a 'sistemas' y máquinas -mientras


que el trabajador de oficina ha quedado en la oscuridad del olvido" (pp. 771-
772).
Hay unos pocos estudios analíticos sobre los trabajadores de oficina; los más
notables son el de David Lockwood, The blackcoated. worker, y el de C. '.Yright
Mills~ White collar: the American middle classes ·(Nueva York, Oxford Univer-
sity Press, 1956). Grace D. Coyle se consagra a las mujeres en las oficinas y el
tipo de trabajo que realizan en "Women in the clerical occupations", The
Annals of the American Academy of Political and Social Science, 143 (mayo
ele 1929); Fortune publicó una serie de artículos sobre las "mujeres en los nego-
cios", en 1935; el Women's Bureau of the U. S. Department of Labor ha pu-
blicado una serie de boletines sobre los trabajadores de oficina. Además, hay
una lista bastante extensa de libros dirigidos a las mujeres que les dicen cómo
ser mejores secretarias: el argumento fundamental de t~les inanuales parece
ser que las. mujeres deberían tratar de agradar a sus jefes (hombres) y que
deben ser limpias y cuidadosas en todas las tareas de la oficina. Y en las
revistas femeninas más prominentes aparecen periódicamente artículos sobre
la "mujer de negocios". ·
Finalmente, hay algunas obras de ficción que ofrecen cierta dosis de infor-
mación sobre el trabajo de oficina. Bartleby (1856), de Herman Melville, trans-
curre en la oficina de un abogado de Wall Street hacia 1850 y describe a los
hombres que trabajan allí como copistas; Alice Adams (1921), de Booth Tar-
kington, trata de la hija de un empleado de oficina de cuello blanco que se
ye obligada a abandonar sus esperanzas de ingresar en el círculo de la clase alta,
aceptar su status de clase media y por -último ascender los "tristes peldaños" de
la academia comercial local para prepararse para convertirse en una "joven tra-
bajadora". Pero, en conjunto, es muy escasa la informadón ·sobre la historia de
las m.ujeres que trabajan en oficinas. Sin embargo, hay evidencias tlesperdigadas,
en las que se basa este ensayo.
~· Para los fines de este amí.lisis utilizaremos el término "oficina del siglo x1x"
para describir las estructuras de las oficinas anteriores a la extendida monopo-
lización y burocratización de las empresas capitalistas, proceso que estaba bien
avanzado en los Estados Unidos a fines del siglo x1x. Llamaremos "oficina
moderna" a las estructuras desarrolladas después de esa burocratización. La
siguiente descripción de la oficina del siglo XIX se basa fundamentalmente en
The blackcoated worker, de Lockwood, y White collar, de Mills.
4 Janet M. Hooks, Women's occupations through seven decades, Women's Bu-

reau Bulletin 218 (Washington, Government Prin~ing Office, 1947). cuadros


llA y IIB.
224 MARGERY DAVIES1·
eran relativamente pequeñas hasta las últimas décadas del siglo XD¿·.
Por ejemplo, en Bartleby Herman J\1elville describe la oficina de un'
abogado de Wall Street en la década de 1850, en que trabajaban ell
abogado, tres copistas y un mandadero. 5 ~
El reducido tamaño de las oficinas en esa época significaba que.¡~
la relación entre patrón. y empleado tendía a ser muy personal. Los$
empleados trabajaban bajo la supervisión directa y con frecuencia ·~
bajo los mismos ojos de sus patrones. Aunque las tareas del ofici. ·
nista generalmente estaban bien definidas -el·. trabajo de los co-
pistas en Bartleby ccnsistía en transcribir documentos legales-~ con
frecuencia se les pedía que hicieran muchas otras tareas. Era da.
ramente el patrón quien establecía los límites del trabajo ~el oficinista,
y éste no estaba_ en modo alguno gobernado por el ritmo inexorable
de una máquina.
La benevolencia personal de un patrón. podía llegar muy lejos en
el sentido de hacer más tolerables las relaciones jerárqui"cas dentro
de la oficina. Un patró:i;i que hablaba amablemente a sus empleados,
los dejaba salir temprano si se sentían mal o les regalaba un pavo
para Navidad, ayudaba. a crear condiciones de trabajo contra las
cuales no era probable que los empleados se rebelaran. Al tratar a
sus empleados . con amabilidad o con bondad, el patrón paternalista
probablemente lograba también que trabajaran más.
Esta personalización de la relación de trabajo en la oficina del
siglo x1x se encuentra en _las raíces del fenómeno del empleado "fiel
a la empresa". U :i;i empleado que pasaba 40 o 50 años trabajando
en la misma pequeña oficina de una compañía de seguros no tra-
ba jaba necesariamente tanto tiempo y con tanto esfuerzo porque
creyera en la importancia de impulsar el tipo de seguros de esa com-
pañía en particular: el origen de su lealtad era, mucho más proba-
blemente, la red de relaciones personales que había elaborado en la
oficina a lo largo de los años. Era tal vez más importante para el
empleado "producir" una buena relación de trabajo con su jefe,
con el cual estaba en contacto constante, que producir, por ejemplo,
n1ejoras en el sistema de archivos de la compañía. No hace falta
decir que las buenas relaciones de trabajo indudablemente depen-
dían en parte de que el empleado produjera mejoras. en el sistema
de archivos. Pero ya fuera que el empleado se preocupara más por
vender seguros o por su relación personal con el patrón, el resultado
final tendía a ser el mismo: el oficinista pasaba a ser un "empleado
leal a la empresa", y no era probable que se rebelara ni que se
levantara en huelga.
5 Herman Melville, Bartleby, en The piazza tales (1856; Garden City, Dou-
bleday, 1961).
FEMINIZACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO OFICINESCA 225
No todos los empleados de oficina del siglo XIX pasaban todos sus
días de trabajo como empleados de oficina. Un empleo de ese tipo
servía también como aprendizaje para el joven que estaba "apren-
diendo el oficio" antes de pasar a una posición ejecutiva. Con fre-
cuenCia eran sobrinos, hijos o nietos de los propietarios y adminis-
tradores de la empresa. La mayoría de los oficinistas, sin embargo,
terminaban con relojes de oro, en lugar de puestos ejecutivos, a cam-
bio de sus años de devoto servicio. Así, los empleados de oficina,
en cualquier época, provenían de diferentes clases sociales y tenían
probablemente muy distintos futuros ocupacionales.

, . ,
CAMBIOS POLITICO-ECONOMICOS

En las últimas décadas del siglo XIX, las empresas norteamericanas


atravesaron un período de rápido crecimiento y· consolidación. Tales
can1bios, que marcaron el ascenso del moderno capitalismo indus-
trial, se desarrollaron en bancos, compañías de seguros y empresas
públicas; para principios de siglo ya se habían extendido a las em-
presas manufactureras. 6 A medida que las operaciones de negocios
se hacían más complejas, hubo un gran aumento de la correspon-
dencia, de los archivos y del trabajo de oficina en general. Esta
expansión creó la demanda de una fuerza de trabajo oficinesca
mayor. En 1880 había 152 286 trabajadores de oficina que consti-
tuían el 3% de la fuerza de trabajo; para 1890 había 425 847,7 y des-
de entonces su número ha ido aumentando constantemente (véase el
cuadro 2). Para llenar la necesidad de oficinistas los patronos se
volvieron hacia la gran masa de mano de obra femenina educada.
Ya en la década de 1820 las mujeres recibían educación secundaria
pública. W orcester, Massachusetts, abrió una escuela secundaria para
niñas en 1824; Boston y Nueva York lo hicieron en 1826. 8 En 1880,

e Véase Alfred Chandler, Strategy and structure (Cambridge, Mass., M.I.T.


Press, 1962). Véase también Stephen Hym.er, "Las empresas multinacionales y
la ley del desarrollo desigual", en Jagdish Bhagwati (comp.), La economía y el
orden mundial en el año 2000 (México, Siglo XXI, 1973).
7 Bureau of the Census, Department of Commerce and Labor, Special Report

of the 12th Census, Occupations at the 12th census (Washington, D. C., 1904).
Los datos se refieren al "número de personas empleadas en ocupaciones espe-
cíficas". "Trabajadores de oficina" incluye tenedores de libros y contadores,
empleados y copistas y taquígrafos y mecanógrafos.
8 Elizabeth Faulkner Baker, Technology and women,s work (Nueva York,
Columbia University Press, 1964), p. 57. Baker sostiene que las muchachas reci-
bían educación secundaria porque ·el número ·de mujeres docentes iba aumen-
226 MARGERY DA

13 029 n1ujeres se graduaron de la escuela secundaria en los Estad


Unidos, mientras que los hombres graduados fueron sólo 10 605. L
cifras de 1900 muestran una disparidad aún mayor: 56 808 gradu~
dos de sexo femenino y 38 07 5 de sexo masculino. 9 ·
I-Iasta el fin del siglo XIX las escuelas eran el principal lugar de
empleo para esas mujeres educadas. La feminización de la ense~
ñanza elemental y secundaria había tenido lugar con la introducción
de la educación pública obligatoria y el consiguiente aumento de los
empleos en la enseñanza. En 1840 el 60% de los docentes eran horn.J
bres, pero en 1860 sólo el 14% lo eran. 10 Las mujeres encontraba~'
empleo en la educación porque constituían un sustituto barato de·
los maestros de sexo masculino, que empezaban a escasear. "CornJ
observó Charles William Eliot, pocos años después de la feminización
casi completa de la docencia primaria: 'Es cierto que con frecuen.
cia se dan razones sentimentales para el empleo casi exclusivo de
mujeres en las escuelas públicas, pero la razón efectiva es la econ 0•
mía. . . Si las mujeres no fueran más baratas que los hombres, no
tando: "Los hombres eran atraídos por las oportunidades que ofrecían los ne.
godos y los trabajos calificados, y el fenomenal crecimiento de las escuelas
públicas originó una alarmante escasez de maestros ... Pero para solucionar la
escasez de maestros de se;xo masculino desde luego fue necesario educar tanto
a las muchachas como a los muchachos" (p. 57). Sin embargo, el hecho de que
tantas jóvenes terminaran la escuela secundaria en el siglo XIX aún parece
más bien sorprendente; lamentablemente los análisis recientes del incremento 1
de la educación masiva en los Estados Unidos no se han fijado en él. Véase 1
Michael Katz, The irony of early school reform (Cambridge, Mass., Harvard i
University Press, 1968),. o Samuel Bowles, "Unequal education and the repro- ·
duction of the social division of labor", Review of Radical Political Economics
(invierno de 1971). Para .más información sobre la historia de la educación
de las mujeres, véase también Thomas Woody, A history of women's education
in the United States (Nueva York, 1929).
9 Los datos sobre los e,gresados de la escuela secundaria provienen de la Fe-'

deral Security Agency, Office of Education, Biennial survey of education. Cita- ·


do en et Statistical abstract of the United States (1952), p. 121. El hecho de
que fueran más las mujeres que los hombres graduados de la escuela secundaria
podría explicarse porque, en el caso de los miembros de la clase trabajadora,
los 1nuchachos debían abandonar la escuela para trabajar, pues su familia
necesitaba el dinero que podían ganar. Pero si las muchachas entraban en la
fuerza de trabajo industrial, sus salarios serían considerablemente más bajos
que los de sus hermanos. Este hecho, aunado a la creencia de que eran los
hombres quienes ganaban el pan y de que el lugar de la mujer era en la
casa, pudo haber dado como resultado el que las jóvenes de la clase trabajadora
permanecieran en la escuela más tiempo que sus hermanos. Como quiera que
sea, es evidente que las cifras referentes a los egresados de la escuela secundaria
deben ser divididas por clase, y probablemente también por grupo étnico, para
poder explicar adecuadamente la disparidad entre egresados de sexo masculino
y femenino.
1 ° Katz, Irori.y of early school reform., p. 58.
FEMINIZACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO OFICINESCA 227
hubieran remplazado a nueve décimos de los hombres en las es-
cuelas públicas norteamericanas.' " 11
Pero la enseñanza era prácticamente el único campo ocupacional
que abarcaba cantidades sustanciales de fuerza de trabajo femenina
educada. Las "profesiones" -derecho, medicina, negocios, enseñan-
za superior- excluían a las mujeres al mismo tiempo que emplea-
ban a números reducidos de personas. El censo de 1890, por ejemplo,
registra sólo 200 mujeres abogadas. 12 El trabajo social era aún la
reserva de refarmadores morales corno Jane Addarns; el desarrollo
del trabajo social corno ocupación financiada por el gobierno no se
produjo hasta el siglo xx. La enfermería empezó a emplear a algunas
mujeres a fines del siglo XIX: en 1900 había 108 691 enfermeras y
parteras, aunque sólo 11 000 de ellas eran enfermeras graduadas con
status profesional. 1 ª
En las últimas décadas del siglo XIX la situación era, pues, la si-
guiente:. más mujeres que hombres se graduaban en la escuela se-
cundaria cada año; esas mujeres constituían una masa de mano de
obra femenina educada que sólo utilizaba las escuelas primarias y
secundarias. En consecuencia, había literalmente millares de muje-
res con una preparación que las calificaba para trabajos que exi-
gieran alfabetización, pero que no podían hallar empleos de ese
tipo. Excluidas de la mayoría de las profesiones, tales mujeres esta-
ban disponibles para los trabajos de oficina que empezaron a proli-
ferar a fines del siglo XIX. La expansión y consolidación de las em-
presas :en las décadas de 1880 y 1890 creó una gran demanda de
mano de obra oficinesca; la gran masa de mano de obra femenina
educada constituyó el suministro.

LAS MUJERES ENTRAN EN LA c:;:>FICINA

Antes de la guerra civil no había mujeres empleadas en número im-


portan te en ninguna oficina, aunque había unas pocas desperdigadas
aquí y allá que trabajaban como tenedoras de libros o como copis-
tas en oficinas de abogados. 14 Durante la guerra civil, sin embargo,

ll !bid., p. 58.
12 Robert W. Smuts, Women and work in America (Nueva York, Columbia
University Press, 1959).
13 Baker, Technology and women's work, pp. 62-63.

u Helen L. Summer, History of women in industry in the United States (61st


Congress, 2nd session, U. S. Senate Document 645; Bureau of Labor, 1911), p.
239.
228 MARGERY DAVIEs'~

la reducción de la fuerza de trabajo masculina debida a la guerraJ


impulsó al general Francis Elias Spinner, tesorero de los Estados~
Unidos, a introducir trabajadores de sexo femenino en las oficinas'
del gobierno. Al principio se dio a las mujeres el trabajo de cortar,
papel moneda en el Departamento del Tesoro, pero gradualmente
pasaron a otras áreas del trabajo de oficina. El experimento tuvo éxito
y se continuó después de la guerra. Comentando esta innovación
en 1869, Spinner "dio su palabra" de que había sido un éxito com-
pleto: "Algunas de las mujeres están haciendo más y mejor trabajo-
por 900 dólares al año que muchos hombres a quienes se les pagaba
el doble de esa cantidad." 15 En esa época, los empleados de oficina
de sexo masculino recibían entre 1 200 y 1 800 dólares por año. 16
A pesar de tal comienzo, hasta 1880 no empezaron las mujeres
a ingresar en la fuerza de trabajo oficinesca. En 1880, la propor-
ción de mujeres era del 4%; en 1890 había saltado al 213. Para 1920,
las mujeres constituían la mitad de los trabajadores de oficina: el
50% de los oficinistas de bajo nivel (incluyendo taquígrafos, meca-
nógrafos, secretarios, empleados de recepción y envíos, operadores
de máquinas de oficina y similares no clasificados de otro modo)
eran mujeres. En 1960, las mujeres constituían el 72% de la misma
categoría (véase el cuadro 2). Ese tremendo aumento del número de
trabajadores de oficina de sexo femenino modificó la composición
de la fuerza de trabajo femenina. En 1870, menos del 0.05% de las
mujeres de la fuerza de trabajo eran trabajadoras de oficina; para
1890 eran el 1.1 %- En 1960, el 29.1 % de todas las mujeres que
trabajaban lo hacían en oficinas.
El precedente establecido por la tesorería facilitó la entrada de las
mujeres a la fuerza de trabajo en las oficinas; los prejuicios en con-
tra del trabajo de las mujeres en este campo habían empezado a de-
teriorarse ya en 1880. El segundo factor que facilitó el ingreso de las
mujeres a la oficina fue el invento de la máquina de escribir. Para
1890 la máquina de escribir había sido ampliamente aceptada como
máquina de oficina práctica. 17
Diversos inventores norteamericanos habían trabajado en "máqui-
nas de escribir" desde la década de 1830. Tanto los capitalistas como
el público en general los habían considerado simples chiflados. Pero
a comienzos de la década de 1870 un inventor llamado Christopher
Latham Sholes había logrado producir una máquina que funcionaba.
15 "Women in business: 1", Fortune, 12 Gulio de 1935), p. 53.
18 lbid.
17 Esta relación del desarrollo de la máquina de escribir se basa en Bruce

Bliven, Jr., The wonderful writing machines (Nueva York, Random House,
1954).
FEMINIZACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO OFICINESCA 229
La familia Remington, que fabricaba rifles, sierras y maquinaria
agrícola, adquirió los derechos para empezar a fabricar máquinas de
escribir. Al principio no se vendieron bien. Las gentes las compraban
por curiosidad para su uso privado, pero sólo en las últimas dos déca-
das· del siglo XIX los negocios empezaron a comprar las máquinas en
grandes cantidades.
Parece bastante claro que sólo cuando los negocios empezaron a
expandirse con mucha rapidez los patronos vieron la utilidad de
un artefacto mecánico para escribir. Las modificaciones de la estruc-
tura de las empresas capitalistas provocaron modificaciones en la
tecnología: nadie estaba interesado en hacer de la máquina de escri-
bir un elemento fácil de producir o de operar hasta que su utilidad
se hizo evidente. Pero la máquina de escribir también dio origen amo-
dificaciones en los procedimientos de oficina. Se escribía más rápi-
do: el aumento de la correspondencia y los archivos fue ocasionado
en p~rte por la existencia de la máquina. Por ejemplo, en 1904 Robert
Lincoln O'Brien hizo el siguiente comentario en el Atlantic Monthly:
La invención de la máquina de escribir ha dado un tremendo impulso al
hábito del dictado. . . Esto no sólo significa mayor confusión, inevitable con
cualquier disminución de la limitación de las palabras que implica el trabajo
de escribir, sino que también pone de manifiesto el punto de vista de quien
habla.1 8
La máquina de escribir facilitó también la entrada de las mujeres
a la fuerza de trabajo oficinesca. Escribir a máquina era "sexualmen-
te neutral" porque era una ocupación nueva. Como no había sido
identificada como empleo masculino, las mujeres empleadas como
mecanógrafas no se enfrentaron a la crítica de que ocupaban "traba-
jos de hombres". De hecho, escribir a máquina pronto se convirtió
en "trabajo de mujeres"; en 1890, el 63.8% de los 33 418 empleados
de oficina clasificados como taquígrafos y mecanógrafos eran muje-
res; para 1900, esa proporción había ~umentado al 76.7%. La femi-
nización del trabajo de oficina de bajo nivel avanzó con extrema
rapidez.
Es importante determinar por qué las mujeres estuvieron dis-
puestas a convertirse en oficinistas. A fines del siglo XIX la mayoría
de las 1nujeres probablemente trabajaban por necesidad económica.
Esto es tan cierto para la mujer soltera procedente de una familia
de ingresos medios como para la mujer inmigrante de la clase traba-
jadora, soltera o casada,. que trabajaba para sa~var del hambre a su
familia.
El trabajo de oficina atraía a las mujeres porque era mejor pagado
18 Ibid., p. 134.
230 MARGERY DAVIEs]
il
que la mayoría de los otros empleos que podían obtener. En las i
ciudades del noreste norteamericano los salarios en las oficinas eran :¡
relativamente elevados: las trabajadoras del servicio doméstico reci- !
bían 2 y 5 dólares por semana; las trabajadoras industriales, entre
1.50 y 8, y las vendedoras de las tiendas de departamentos, entre 1.50
y 8, mientras que taquígrafas y mecanógrafas podían obtener entre
6 y 15 dólares. 19
El trabajo de oficina disfrutaba además de un status relativamente
alto. Era mucho más probable que una mujer procedente de una
familia de ingresos medios con educación secundaria buscara un
trabajo de oficina que un empleo en el servicio doméstico o en una
fábrica de cajas de papel, pepinillos o zapatos. Los empleos en las
oficinas eran muy ambicionados por las mujeres de la clase trabaja-
dora, que generalmente sólo podían encontrar trabajo en pequeños
talleres, fábricas o tiendas de departamentos.
A pesar del hecho de que a fines del siglo XIX eran muchas las
mujeres que ingresaban en las oficinas, aún se enfrentaban a cierta
desaprobación. Un grabado de 1875 muestra a un irritado funcionario
del gobierno abriendo la puerta de una oficina "tomada por las
damas". 20 Las mujeres están engalanándose frente a un espejo,
arreglándose el pelo mutuamente, leyendo Harper's Bazaar, man-
chando el suelo de tinta; en suma, haciendo cualquier cosa menos

CUADRO l. TAQUÍGRAFOS Y MECANÓGRAFOS POR SEXO, 1870-1930

Total 1-Iombres .A1ujeres % de 1nu1eres


1870 154 147 7 4.5
1880 5 000 3 000 2 000 40.0
1890 33 400 12 100 21 300 63.8
1900 112 600 26 200 86400 76.7
1910 326 700 53400 263 300 80.6
1920 615 100 50 400 564 700 91.8
1930 811 200 36 100 775 100 95.6

FUENTE: Alba M. Edwards, Comparative occupational statistics far t'he U11ited


States, 1870-1940. Publicado en el volumen IV del Report on Population of the
16th Census of the United States, Washington, D. C., 1943, cuadros 9 y 10.
De 1880 en adelante las cifras están redondeadas en centenas.
111Smuts, Women and work, p. 90. Es muy difícil hallar estadísticas sobre
los salarios de los empleados de oficina a fines del siglo XIX divididos por
sexo; Bliven y Smuts no citan las fuentes de sus estadísticas salariales.
20 El grabado se halla reproducido en Bliven, Wonderful writing machine,
p. 73.
FEl\:!INIZACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO OFICINESCA 231
trabajar. El grabado hace aparecer ridículas a las mujeres que
trabajan en una oficina: las mujeres son vistas como criaturas frívolas
incapaces de trabajar honestamente un día entero.
El desprecio abierto no fue la única reacción negativa. Bliven cita
el siguiente pasaje de The typewriter girl, novela de Olive Pratt Ray-
ner cuya heroína es una mecanógrafa norteamericana en dificultades
financieras en Londres :

Tres oficinistas (hombres), con andrajosos sacos negros, el mayor de cabellos


color zorro, siguieron haciendo bromas por dos minutos después que cerré la
puerta, ignorando ostentosamente mi insignificante presencia ... Después de
un rato, el más joven se volvió en su alto banco y exclamó, con la caballe-
rosidad de su clase y su edad, "Bien, ¿de qué se trata?"
l\tfi voz tembló un poco, pero me armé de valor y hablé. "Vengo por el
a1111ncio . .. ''
Me miró de arriba abajo. Soy delgada y, me atrevo a decir, si no bonita,
por lo menos interesante.
"¿Cuántas palabras por n1inuto?" -preguntó después de una larga pausa.
Estiré la verdad hasta donde lo permitió su elasticidad. "Noventa y siete"
-respondí. ..
El más viejo de los empleados, el de la cabeza de zorro, se volvió, y le
tocó el turno de mirar. Tenía manos peludas y grandes ojos saltones ...
Sentí una corriente de dobles sentidos. . . Me sentí desagradablemente, como
Ester en presencia de Asuero, un Asuero gordo y mantecoso de 50 años ...
Él me observó de arriba abajo con sus pequeños ojos de cerdo, como si
estuviera cornprando un caballo, escrutando mi rostro, n1i figura, n1is man.os,
mis pies. Me sentí como una circasiana en un mercado de esclavos árabe ... 21

Es imposible pasar por alto las insinuaciones sexuales. Todo parece


implicar que una muchacha decente arriesga su moralidad si trata
de invadir la reserva masculina de la oficina. Puede que el sensacio-
nalismo haya estado respaldado por muchos casos de seducción y
corrupción, o puede que no, pero el mensaje parece claro: la oficina
era un lugar peligroso para una mujer virtuosa.
Aun en 1900, algunas personas aconsejaban a las mujeres abando-
nar la oficina y volver a sus hogares, a donde les correspondía estar.
El editor del Ladies' Home ]ournal, Edward Bok, daba precisamente
ese consejo en las páginas de su revista en 1900:
Una casa comercial no puede prosperar a menos que cada puesto esté ocu-
pado por la persona más competente que sea posible obtener para ese puesto
en particular. Y, aunque la afirmación pueda parecer dura, e indudable-
mente será discutida, es sin embargo un hecho si1nple y llano que las muj e-

21Bliven, Wonderful writing machine, pp. 75-76. Bliven no da la fecha de


"The typerwriter girl, pero el contexto sugiere que es de fines del siglo x1x.
232 MARGERY DAVIF.g

res se han mostrado naturalmente incompetentes para ocupar muchos de


los cargos que han tratado de ocupar en los negocios ... El hecho es que no:
hay una mujer en cien que pueda soportar la tensión física del intenso rit.
mo que la competencia ha impuesto hoy en día en todas las líneas de los
negocios.2 2

EL CAMBIO EN LA IDEOLOGÍA

Dieciséis años después de que Bok utilizara las páginas del Ladies'
Home Journal para exhortar a las mujeres a regresar a sus .hogares,
otro escritor en la misma revista no sólo daba por sentado el hecho
de que las mujeres trabajaban en las oficinas sino que además opi-
naba que algunas cualidades "femeninas" eran particularmente apro.
piadas para dicho trabajo. Harry C. Spillman describía "el don de
la taquigrafía" :

Describiría del siguiente modo el eqwpo de la taquígrafa ideal: el


20% representa la capacidad técnica, es decir, la capacidad de escribir
y leer taquigrafía y de escribir a máquina rápidamente y sin errores; el 30%
corresponde a información general, es decir, educación fuera de la taqui-
grafía y la mecanografía; y el último y más importante 50% lo asignaría a la
personalidad...
I-Iay dos tipos de personalidad: concreta y abstracta; la primera se ve,
la segunda se siente. El lado concreto es que la taquígrafa ve cuando se mira
al espejo. La taquígrafa triunfante debe verse bien -no en el sentido de que
deba ser hermosa, pues nunca se declaran los dividendos de las. mejillas
rosadas y los rasgos clásicos; pero debería sacar el máximo partido de su
apariencia personal. ..
El otro tipo de personalidad, el tipo abstracto, es el elemento más impor-
tante del equipo de la taquígrafa, pues se refiere a su temperamento. Milla-
res de taquígrafas permanecen en puestos mediocres porque carecen de la
habilidad de adaptar su conducta a los principios fijos de armonía y opti-
mis1no que deben prevalecer en todas las grandes empresas.23
22 Eclward Bok, "The return of the business woman", Ladies• Home ]ournal

(marzo de 1900), p. 16. Debo a Elaine Wethington. de la Universidad de Mi-


chigan en Ann Arbor, y a su manuscrito inédito. "The women's magazines and
the 'Business woman' 1890-1919", esta referencia. Wethington observa que
Bok no dejó de señalar adem<ís que el trabajo de oficina era el "empleo mejor
pagado y más respetable para las jóvenes"; se mostró bastante satisfecho de
que su revista refleja1·a opiniones contradictorias con tal de no enajenarse a
uno solo de su millón de suscriptores. El trabajo de Wethington es sumamente
útil como fuente de artículos sobre oficinistas en las principales revistas feme-
ninas norteamericanas.
23 Harry C. Spillman, "The stenographer plus", Ladies• Home ]ournal (febre-
ro de 1916), p. 33.
FEMINIZACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO OFICINESCA 233
. La revista Fortune, en una serie de artículos sin firma sobre las
"mujeres de negocios", llevó la argumentación un paso más allá
equiparando secretarias con esposas:

El nudo de la cuestión, en otras palabras, es que las mu1eres ocupan la


oficina porque el hombre patrón las quiere allí. Por qué las quiere allí es
otra pregunta que no es posible responder diciendo simplemente que una
vez que están allí hacen muy bien el trabajo. Es indudablemente cierto que
las mujeres hacen muy bien el trabajo. Su intención consciente o inconsciente
de casarse algún día, y su inclinación consciente o inconsciente a ser diri-
gidas por hombres, las hacen dóciles y obedientes y las libran de la ambi-
ción que dificulta a los hombres entregarse con devoción al trabajo secreta-
ria!. Pero ese hecho sólo en parte explica la preferencia del patrón mascu-
lino. Indica que las mujeres, en virtud de algunas de sus características más
femeninas, son capaces de hacer de la oficina un lugar más agradable, pa-
cífico y hogareño. Pero no indica por qué el patrón desea ese tipo de oficina
antes que una oficina llena de jóvenes ambiciosos y competentes resueltos
a llegar a un escritorio presidencial a través de la máquina de escribir.
Para resolver ese problema la única herramienta es la pura espe~ulación.
Bien podríamos especular más o menos así: el efecto de la Revolución in-
dustrial fue la desdomesticación de las mujeres ... En el proceso, él hogar de
clase alta, tal como era conocido por los victorianos, desapareció. El hombre
dejó de ser amo en su propio comedor y te1nible en su propia guarida, y ya
no había un pequeño rebaño de esposas, hijas y hermanas que temblaran
al oír su voz. Por el contrario, era la pareja más o menos igual de una
mujer más o menos imprevisible. Y lo sintió.
Sintió la pérdida de su posición. Echó de menos la antigua docilidad, -la
antigua obediencia, la antigua devoción a su interés personal. Y, encontrán-
dose incapaz de recrear el paraíso perdido en su hogar, se propuso recrearlo
en su oficina. Lo que quería en la oficina no era la amante descrita por lo
menos 52 veces al año por los cuentistas norteamericanos. Su muy hermosa,
muy inteligente y muy costosísima esposa ya era amante suficiente y de so-
bra. Lo que quería en la oficina era algo lo más sernejante posible a la des-
aparecida esposa de la generación de su padre: alguien que equilibrara su
cuenta de cheques, le comprara el boleto del tren, cuidara de su equipaje,
le consiguiera un asiento para el teatro en la cuarta fila, llevara a su hija
al dentista; escuchara su Yersión de la historia, le lanzara una mirada alenta-
dora cuando las cosas estaban más negras y en general lo supiera todo, lo
corn prendiera todo ...
Sea o no correcta esta explicación especulativa del deseo masculino de una
oficina femenina no puede haber duda de que ese deseo existe y de que es
el patrón hombre el principal responsable de la secretaria mujer.24

"Women in business:
2"' 11". Fortune, 12 {agosto de 1935), p. 55. Es inte1·e-
sante especular sobre por qué publicó Fortune su defensa de la presencia de
las mujeres en la oficina en 1935. Es posible que durante la depresión haya
habido algunas críticas al empleo de las mujeres en oficinas cuando las tasas
234 MARGERY DAVIts'i
1
En 1900, el Ladies' Home Journal advertía a las mujeres que no)
podrían soportar la tensión física de trabajar al ritmo rápido de una'.
oficina de negocios. Pero para 1916 el J ournal comparaba a la fiel!
secretaria con algún cuerpo celeste que "irradiaba luz solar y calor
humanó en la oficina". No había llevado mucho tiempo la modifica-
ción de la ideología y la aceptación general de la presencia de las
mujeres en las oficinas. En 1900 Bok sostenía que las mujeres, en
virtud de su "naturaleza", no eran apropiadas para la oficina. Pero
pocos años después, el J ournal llegó muy cerca de sostener que el
temperamento "natural" de las mujeres hacía de ellas buenas taquí-
grafas. Y para 1935, Fortune había logrado producir una plena justi-
ficación histórica para la afirmación de que "el lugar de la mujer
está frente a la máquina de escribir".
Las mujeres, se argumentaba, son por naturaleza adaptables, ama-
bles y compasivas; en una palabra, pasivas. Esta pasividad natural
las hace ideales para el trabajo de cumplir un número interminable
de tareas rutinarias sin quejarse. Además, su docilidad hace muy im-
probable que aspiren a elevarse mucho. Así, su jefe hombre se evita
la desagradable posibilidad de que un día su secretaria compita con él
por su empleo.
La imagen de la secretaria como la competente madre-esposa preo-
cupada por resolver todas las necesidades y deseos de su patrón era la
descripción más apropiada de la secretaria personal. Allí, ciertas
características "femeninas" atribuidas al empleo de secretaria per-
sonal -simpatía, adaptabilidad, cortesía- hacían aparecer a las mu-
jeres corno candidatas naturales al cargo. No todos los oficinistas
eran secretarios personales. Para la gran proporción de trabajadores
de oficina que eran taquígrafos, mecanógrafos, archivistas y demás,
se desarrolló otra tendencia ideológica, que hacía resaltar la destreza
supuestamente mayor de las mujeres. Tales trabajadores rara vez
estaban asignados a un jefe en particular, constituyendo en cambio
una masa de la cual cada ejecutivo podía utilizar al que quisiera.
En el caso de esos oficinistas de nivel más bajo, las características
personales corno la simpatía y la cortesía tenían menor importancia.
~1ucho más importante era la destreza: la capacidad de hacer el
trabajo rápidamente y bien. No mucho después de que la máquina
de escribir empezara a ser utilizada corrientemente en las oficinas,
las gentes comenzaron a sostener que las mujeres, dotadas de dedos
diestros, eran los operadores más adecuados para tales máquinas. Eli-
zabeth Baker afirma que "las mujeres parecían estar especialmente

de desempleo para los hombres, tradicionales ganadores del pan, era tan
elevada.
,fEMINIZACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO OFICINESCA 235
dotadas para ser mecanógrafas y operadoras de centrales telefónicas,
porque toleraban la rutina, eran cuidadosas y manualmente diestras" .25

EL LUGAR DE LAS MUJERES EN LA JERARQUÍA DE LA OFICINA

Ya fuera por el calor de su personalidad o la destreza de sus dedos,


las mujeres llegaron a ser consideradas trabajadoras "naturales" de
oficina. ¿ Por qué se desarrolló esa ideología?
Evidentemente e~ta ideología tiene relación con la feminización
de la fuerza de trabajo oficinesca. Si las mujeres trabajaban en gran
número en las oficinas, no es sorprendente que se haya desarrollado
una ideología que justificara su presencia allí. Al principio fueron
empleadas en las oficinas porque eran más baratas que la fuerza de
trabajo masculina disponible. A medida que las empresas se expandían
a fines del siglo XIX, se vieron obligadas a recurrir a la masa de
mujeres educadas para satisfacer su demanda en rápida expansión
de empleados de oficina. Pero la expansión de las empresas capita-
listas no produjo una simple proliferación de pequeñas oficinas
"tipo siglo xrx". Significó en cambio una estructura sumamente am-
pliada, con grandes números de personas trabajando en una misma
oficina. Ya no había entre los empleados aprendices de ejecutivo.
Por el contrario, la estructura en expansión trajo consigo un rápido
aumento de los empleos de bajo nivel y sin esperanzas de ascenso.
Para 1920 más del 90% de las taquígrafas y mecanógrafas de los
Estados Unidos (véase el cuadro l) eran mujeres -cuya docilidad y
destreza "naturales" hacían de ellas las trabajadoras ideales para tales
puestos. l\1achacando sobre la docilidad del carácter femenino, escri-
tores como Spillman en el Ladie's Home Journal ofrecían una ra-
cionalización conveniente de la posición de las mujeres en el escalón
más bajo de la jerarquía oficinesca.
Es importante señalar que diferenciar a los oficinistas por sexo
no es lo mismo que dividirlos en grupos caracterizados, digamos, por
el color de los ojos. La división sexual del trabajo en la oficina
-donde los hombres ocupan la mayor parte de los puestos ejecu-
tivos y las mujeres ocupan la mayoría de los puestos de bajo nivel-
se fortalece por las posiciones de hombres y mujeres fuera de la
oficina.
Cuando la ideología de la fuerza de trabajo femenina pasiva se
manifestó por primera vez a comienzos del siglo XIX, los Estados
25 Baker, Technology and women's work, p. 74.
CUADRO 2. FEMINIZACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO OFICINESCA
""'
(.¡J
C)

Tenedores Mensajeros y Operadores


de libros, niandaderos, Taqufgraf os, Empleados Trabajadores de
contadores honibres mecanógrafos de recepción de oficina '
maquinas
y ca1eros y mujeres1 y secretarios '
y envio y similaresª de oficina

total 39 1644 7 8206 29 6557


1870 mujeres 8935 46 9308
% de mujeres 2 0.6 3
total 75 6889 12 447 641511º
1880
.
mujeres 4 295 9 228 2 3151º
% de mujeres 6 2 4
total 160 968 45 706 219 1737
1890
.
mujeres 28050 1 658 45 5537
% de mujeres 17 4 21
total 257 400 63 700 357 100
19002 mujeres 74900 3 800 104 400
% de mujeres 29 6 29
total 491600 95100 1034200
1910 mujeres 189 000 6400 386 800 ~
% de mujeres
total
38
742 000
7
99 500
37
2 092 000
~
~

1920
.
mujeres 362 700 8100 1038 400
I<!
t:1
% de mujeres 49 8 50 ~
,¿,¡;}:{1/i.
total 940 000 79 500 2 754: 000 '36 200 "fj
1930 mujeres 487 500 5100 1450 900 32100 ti'\
~

% de mujeres 52 6 53 89 '....""
z....
N
total 931 300 60 700 1174 900 229 700 1973600 64 200 o>
1940 mu1eres 475 700 3 000 1 096400 . 9100 702 500 55100 ....
% de mujeres 51 5 93 4 36 86
º'
z
ti
ti1
total 59 000 1629300 297 400 2 354 200 146 200
1950 mu1eres 10 600 1538 000 20 700 1252900 120 300 ~
% de mujeres 18 94 7 53 82 l'!j
d
ti1
total 63 200 2 312 800 294 600 3 016 400 318100 ~
í960
.
mu1eres 11200 2 232 600 25 000 1i88700 236 400 >
ti
% de mujeres 18 96 8 59 74 til

~
1 Hasta 1900, incluye a los "mensajeros de telégrafos". ~
2 De 1900 en adelante las cifras están redondeadas en centenas. ~
3 No clasificados en otra parte.
0
' Las cifras del censo son estimadas y se ha agregado 374 debido al recuento insuficiente en 13 estados del sur.
5 Las cifras del censo son estimadas y se ha sumado 2 debido al recuento insuficiente en 13 estados del sur.
6 Se ha sumado 70 debido al recuento insuficiente en 13 estados del sur.
ª
~

tii
7 Estimadas en parte y 494 agregadas debido al recuento insuficiente en 13 estados del sur. Las cifras no incluyen "actuarios, ~
notarios y jueces de paz", clasificados en 1940 en el grupo de "trabajadores de oficina". >
8 Estimadas en parte y 6 agregadas debido al recuento insuficiente en 13 estados del sur. Las cifras no incluyen "actuarios,

notarios y jueces de paz", clasificados en 1940 en el grupo de "trabajadores de oficina".


11 Es timadas.

10 Los datos de 1890 y 1900 son en parte estimaciones y los de 1880 son enteramente estimaciones. Las cifras no incluyen

"actuarios, notarios y jueces de paz", clasíficados en 1940 en el grupo de "trabajadores de oficina".


FUENTES: Para 1870-19.W: Janet M. Hooks, Women's occupations through seuen decades. U. S. De¡)artment of Labor, Women's
Bureau, Bulletin 218 (Washington D. C., GPO, 1947), cuadro HA: Ocupaciones ele mujeres trabajadoras, 1870-19'10; cuadro
HB: Ocupaciones de todos los trabajadores, 1870-1940.
Para 1950-1960: Oficina del Censo, Census of population, United States summary (Washington, D. C. GPO, 1960), cuadro ~
201: Ocupación detallada de la fuera de trabajo civil con experiencia, por sexo, para los Estados Unidos; 1960 y 1950. '1
238. . . . MARGE~Y DAV¡t'
Unidos eran, en conjunto, una sociedad patriarcal. Las relaciones pa.~
triarcales, en que los hombres tomaban las decisiones y las mujeresf
las seguían, fueron trasladadas a la oficina. Esas relaciones sociales'
patriarcales se mezclaron en forma muy conveniente con las buro.
eradas oficinescas, donde los medios de decir a los trabajadores lo que
debían hacer eran con frecuencia sumamente personales. Porque aun
cuando el número de empleados de oficina era grande, con fre.
cuencia estaban divididos en pequeños grupos de cinco o seis mecanó.
grafos, taquígrafos o archivistas directamente responsables ante un
supervisor. Y dado que ese supervisor era generalmente un hombre
y los oficinistas generalmente muj.eres, es fácil entender que los rno.
delos patriarcales reforzaran la jerarquía oficinesca.
La segmentación de la fuerza de trabajo de oficina por sexo pro.
movió así una situación en que una masa dócil de empleados de
oficina seguía sin rebelarse las directivas de un grupo relativamente
pequeño· de administradores. La ideología de que las mujeres eran
naturalmente apropiadas para esos puestos puede ser vista como
un baluarte· importante de la estructura jerárquica de la oficina.
EL PATRIARCADO EN UNA SOCIEDAD
REVOLUCIONARIA
Dado que el análisis feminista socialista postula la existencia del
patriarcado (a través de una división sexual jerárquica de la so-
ciedad) antes del desarrollo histórico del capitalismo, es absoluta-
mente necesario tener conciencia de lo que sucederá a la organi-
zación sexual de la sociedad con la destrucción del capitalismo. Es una
realidad histórica y política que la reorganización revolucionaria de
la producción en la Unión Soviética, China y Cuba no trajo apa-
rejada una paralela reorganización revolucionaria de la jerarquía
sexual. En este aspecto en particular las revoluciones han sido incom-
pletas.
Carollee Bengelsdorf y Alice Hageman, por una parte, y Margaret
Randall, por otra, examinan las medidas muy específicas que se están
tomando para re.estructurar la división sexual del trabajo en Cuba.
Hay allí un reconocimiento cada vez mayor de la doble jornada
de trabajo, y el gobierno está tratando de institucionalizar una nueva
división del trabajo entre los sexos a través de la legislación. Sin em-
bargo, en la medid~ en que Cuba, insiste en una actitud represiva
frente al problema de la homosexualidad, cabe preguntarse si es
posible destruir las raíces del patriarcado. Para destruir realmente
la división sexual del trabajo es preciso desafiar la autoridad de la
heterosexualidad, y Cuba tendrá que revaluar la relación entre la
definición cultural y política de la sexualidad como heterosexual y
el ordenamiento sexual de la sociedad como patriarcal. Creo que
Bengelsdorf y Hageman exageran cuando escriben que "las prin-
cipales estructuras que aseguraban la opresión y la explotación de
las mujeres han sido destruidas" en Cuba. Aun cuando la explo-
tación económica de las mujeres ha sido eliminada por la Revolución
cubana, creo que la opresión de la mujer basada en la estructura
patriarcal de la sociedad subsiste, aun cuando está siendo sacudida.
Judith Stacey, en "Cuando el patriarcado se inclina: la sig-
nificación de la revolución familiar china para la teoría feminista",
examina los importantes y fundamentales cambios ocurridos en las
vidas de las mujeres en la China revolucionaria, al tiempo que señala
la subsistencia de la organización jerárquica patriarcal. Es escasa
en China la crítica de la doble jornada de trabajo de las muje-
res, doble jornada que adopta una forma diferente que en los
[241]
242 EL PATRIARCADO EN UNA SOCIEDAD REVOLUCION

E_s~ados U nidos de~>ido a la organización social del cuidado de lo~­


n1nos durante el d1a. :
La demorada lucha contra el patriarcado en los países socialistas~
es la forma más nueva de lucha feminista socialista. No hay ejem}
plos de lucha revolucionaria integrada contra la opresión de clase;,
y la opresión sexual en el primer momento de una revolución. Sólo·
podemos conjeturar que, si esas fuerzas se combinaran en las luchas 1
iniciales de la revolución, habría un intento más fructífero de crear
la liberación humana. Será preciso someter esta conjetura a la prue.
ha de la historia.

LECTURAS RECOMENDADAS

Bobroff, Anne, "The bolsheviks and working women, 1905-1920", Radical


America, 10, núm.. 3 (mayo-junio de 1976).
Croll, Elizabeth, The women's movement in China, 1949-1973 (Anglo-Chi.
nese Education lnstitute, 1974).
Davin, Delia, Woman-Work (Nueva York, Oxford University Press, 1976).
Eisen-Berg1nan, Arlene, W omen of Vietnam (San Francisco, People's Press,
1974).
Gordon, Linda, The fourth mountain: women zn China (folleto publicado
por N ew England Free Press) .
Katz, N. y N. Diamond, Fragments from a lost diary and other short stories
(Boston, Beacon Press, 1973).
O'Sullivan, Sue, "The moon for dinner, changing relations ... Women in
China" (Londres, B;:tckdov Pamphlets, 1974).
Randall, l\!Iargaret, Mujeres en la revolución (México, Siglo XXI, 1978).
Rubenstein, Dale Ross, H ow the Russian revolution failed women (folleto
publicado por N ew England Free Press) .
Scott, Hilda (Does socialism liberate women? (Boston, Beacon Press, 1976).
"Won1en hold up half the sky", separatas de Peking Review y China Re-
constructs (Pekín, Y enan Books) .
"\Vomen in Chile'', NACLA Report, núm. 6 (septiembre de 1975).
"Wornen in transition", Cuba Review, núm. 2 (septiembre de 1974).
"\Vomen in Vietnam, Chile, Cuba, Dhofar, China and Japan", Red Rag,
núm. 9 (junio de 1975).
SALIENDO DEL SUBDESARROLLO:
LAS MUJERES Y EL TRAB ...i\JO EN CUBA*

CAROLLEE BENGELSDORF Y ALICE HAGEMAN

El colonialismo y el neocolonialismo, por definición, deben imponer


distorsiones tanto a las estructuras de la sociedad subyugada como
a las mentes y personas de quienes viven en ella. Si la estructura de
clase que existe en cualquier sociedad colonizada es distorsionada para
reflejar los intereses del colonizador, del mismo modo será distorsio-
nada la estructura patriarcal. El modo como el imperialismo ha uti-
lizado tradicionalmente la estructura patriarcal de los países víctimas
para sus propios fines constituye un estudio que aún está por em-
prenderse. Sin embargo, si aceptamos la idea de que "la mujer es el
producto más deformado de la sociedad de base clasista", la situa-
ción de las mujeres en las sociedades colonizadas y neocolonizadas
está aún más deformada y es aún más compleja. 1
Esa complejidad constituye la herencia de las mujeres en la Cuba
revolucionaria. El hecho de que la llegada de la revolución -la des-
trucción sistemática de las estructuras económicas y políticas estable-
cidas por el neocolonialismo para poder· sostenerse- ha significado
un cambio profundo en la vida de la mujer en Cuba es indudable.
No hay más que observar las estadísticas y pensar en lo que significa-
ría en nuestras propias vidas la atención sanitaria gratuita, la edu-
cación gratuita, el alojamiento gratuito y un sistema legal confor-
mado y derivado de las necesidades específicas del pueblo. No hay
más que hablar con cualquier mujer cubana de cuarenta años, ob-
servar sus ojos mientras habla de la diferencia entre su vida antes y
después de 1959, cuando describe el orgullo que siente por lo que
ella y sus vecinos han visto suceder a su alrededor, resultado de sus
• (;:sta es una versión revisada y puesta al día del artículo del mismo título
aparecido en Cuba Review, 4, núm. 2. Partes del mismo fueron presentadas tam-
bién en una serie de conferencias sobre feminismo socialista en lthaca College,
en la primavera de 1975. Las autoras desean agradecer a Jean Grossholt:z por su
lectura crítica y comentarios fundamentales y a Marifeli Pérez Stable por el
análisis que ofrece en su artículo "Toward the emancipation of Cuban ·women",
de próxima publicación en Latin American Perspectives.
1 Isabel Larguía y John Dumoulin, "Toward a science of women's libera-
tion", NACLA's Latin American and Empire Report, 4, núm. 10 (diciembre de
1972), p. 4. .

[243]
§
244 CAROLLEE BENGELSDORF Y ALICE HAGEMA:r•d
J
propias manos y de sus propios esfuerzos. No hay más que pasar:
algún tiempo con cualquier cubana de veinte años para compren-
der que está completamente libre de zonas de conflicto (la ansie-
dad de depender económicamente de un hombre, por ejemplo) que
nosotras mismas nunca superaremos del todo.
También es indudable que la opresión aún existe, es visible en
casi cualquier aspecto de la vida de la mujer. cubana. La misma
mujer que maneja un tractor o estudia en una escuela de mecánica
azucarera debe enfrentar todos los días la imposición de una docena
de hombres que hacen comentarios cada vez que pasa por la calle.
Una Heroína Nacional del Trabajo, que ha cortado más de medio
millón de kilos de caña, se preocupa por la forma y el estado
de sus uñas. El aniversario del ataque al Moneada, que inauguró la
fase final de la lucha revolucionaria cubana, aún se celebra con algo
semejante a un concurso de belleza para elegir a la "estrella" feme-
nina de la celebración y su corte.
U na sociedad socialista es, por su misma definición, una socie-
dad en transición: es el período en que será preciso destruir los
vestigios de la estructura de clase de su predecesora. Y, en un país
subdesarrollado como Cuba, debe ser también el período durante
el cual se crea la abundancia material en que se basa el comunismo.
Pero la opresión que subsist~ en Cuba no es simplemente resultado
de la transición al socialismo en un país subdesarrollado. La expe-
riencia cubana nos demuestra, en la práctica, que la destrucción
sistemática de las bases del capitalismo no representa, en sí y por sí,
el fin del nexo patriarcal que cimentaba esas bases. En términos huma-
nos, demuestra la complejidad del proceso de eliminación de todos
los elementos patriarcales. Y demuestra también que sólo cuando han
desaparecido los elementos básicos del capitalismo es posible atacar
frontalmente la opresión de la mujer. En las páginas que siguen in-
tentamos examinar de cerca los cambios que se han producido en
un aspecto de la vida de la .1nujer: su participación en la fuerza de
trabajo. 2

En 1969 y 1970, en el período de la cosecha de diez millones de to-


neladas de azúcar, carteles y muros en toda la isla proclamaban en
grandes letras "Mujeres: la revolución en la revolución" y "La re-
volución de la mujer es más grande que la revolución misma". Tales
anuncios eran parte de un esfuerzo masivo, encabezado por la Fede-
ración de Mujeres Cubanas ( FMc) para estimular a las mujeres a in-
2 Los cubanos utilizan la expresión "fuerza de trabajo" para referirse a
todos los que desempeñan trabajo asalariado. En todo este artículo tiene ese sig-
nificado.
LAS MUJERES Y EL TRABAJO EN CUBA 245
corporarse a la fuerza de trabajo. Los anuncios, y más fundamental-
mente el esfuerzo mismo, reflejaban muchas corrientes de pensamien-
to y acción complementarias del proceso revolucionario cubano.
Había y todavía hay escasez de mano de obra en Cuba. Durante
la zafra de 1970 era evidente que todas las manos disponibles eran
esenciales. Sin embargo, el propósito de la zafra no era simplemente
reunir diez millones de. toneladas de azúcar: ninguna de las grandes
movilizaciones emprendidas desde la revolución ha. tenido un objetivo
único. El propósito de este esfuerzo, a otro nivel, era precisamente
utilizar la zafra para empezar a sacar a las mujeres de sus hogares
y atraerlas a los lugares de trabajo en grandes números. ¿Por qué?
Aquí se manifiestan algunas de las premisas centrales del proceso
revolucionario cubano.
Cuba aún está luchando por salir del subdesarrollo. En su batalla
por crear la abundancia material, su principal recurso es su pueblo.
Una mujer, como cualquier ser humano en Cuba, no puede sentirse
plenamente parte de esa sociedad a menos que participe activamente,
física y mentalmente, en la dura lucha colectiva cotidiana por superar
el subdesarrollo. Ni puede superar una especie de subdesarrollo per-
sonal si su vida continúa limitada por las cuatro paredes de su
casa, o incluso por los límites más amplios de su barrio. Los cuba-
nos tienen ·1a creencia fundamental, derivada de la práctica, de que
los seres humanos sólo pueden realizarse mediante el trabajo, crea-
tivo y productivo, mediante el uso y el desarrollo de sus posibilidades.
Bajo el socialismo, escribía el Che, el trabajo adquiere "una nueva
condición". A través del trabajo, a través de la "contribución a la vida
de la sociedad se refleja ... que el hombre alcanza la plena concien-
cia de su ser social, lo que equivale a su plena realización como ser
humano". 3 Las mujeres constituyen el 49% de la población de Cuba.
La revolución no puede lograr la creación de abundancia material
y la transformación de la conciencia humana a menos que las mu-
jeres se integren plenamente a ese esfuerzo por crear un nuevo
pueblo y una nueva sociedad. Las mujeres deben crecer con la
revolución, porque si no, tanto la revolución como ellas lo r~sentirán.
Las barreras para esa realización individual y social han sido for-
midables, y no todas han sido superadas: abarcan no sólo la posi-
ción histórica de las mujeres cubanas antes de la revolución sino tam-
bién el hecho material del subdesarrollo y la subsistencia de actitudes
profundamente arraigadas en la sociedad colonial y neocolonial, acti-
tudes tanto de los hombres como de las mujeres.
3 Che Guevara, "El socialismo y el homhre en Cuba", en Ernesto Che Gueva-
ra, El socialismo y el hombre nuevo1 ed. preparada por José Aricó (México,
Siglo XXI, 1977). .
246 CAROLLEE BENGELSDORF Y ALICE HAGEMAN1

La miseria y las privaciones que han sufrido las mujeres cubanas j


tanto dentro como fuera de la fuerza de trabajo antes de la revolución·~
eran parte de la miseria que soportaba la sociedad en su conjunto.·
En todo el país, en 1958, más de 600 000 personas, el 28% de la
fuerza de trabajo, se hallaban desempleadas o subempleadas,4 cons-
tituyendo un suministro constante para el recambio de la mano de
obra de las grandes compañías extranjeras que dominaban la eco-
nomía de la isla.
Según el censo de 1953, sólo una de cada siete mujeres trabajaba
fuera de su casa, las que lo hacían por necesidad. Las esposas e hijas
de los desempleados y los subempleados, de obreros y campesinos,
trabajaban cuando de ello dependía la supervivencia de sus familias.
Los empleos a su disposición eran extremadamente limitados. En la
Cuba prerrevolucionaria, como en el resto del mundo capitalista, las
mujeres constituían las filas más bajas del ejército industrial de re-
serva. En realidad, las mujeres entraron en la fuerza de trabajo in-
dustrial sólo después de la abolición de la esclavitud. Como ha escrito
el etnólogo cubano Fernando Ortiz:

Fue al acabarse la guerra diezañeja, en 1878, cuando la mujer por prin1era


vez entró como obrera en una fábrica de La Habana; fue en la cigarrería "La
Africana". Antes la mujer envolvía y empaquetaba a mano los cigarrillos,
trabajando en su casa; desde entonces entró abiertamente en el proletariado
fabril. Es muy significativa esta coincidencia cronológica. Al agonizar la escla-
vitud, la codicia industrial ya no puede contar con esclavos; pero no se
conforma con el salariado libre de los hombres y crea el proletariado feme-
nino, que es más barato. 5

En 1953, los principales sectores industriales abiertos a las mujeres


eran el tabaco (donde constituían el 35% de los trabajadores) y los
textiles (donde constituían el 46%). 6 Muchas mujeres -70 000-
sólo podían hallar trabajo en el servicio doméstico, donde recibían
entre cinco y treinta pesos por mes (el peso era equivalente al dólar).
Como resultado de los bajos salarios, el trabajo doméstico era con
frecuencia el preludio de la prostitución. C. Wright Mills ha regis-
trado la observación de un revolucionario cubano de que

" James O'Connor, Origins of socialism in Cuba (lthaca, Cornell University


Press, 1970), p. 333. Para más información sobre la situación en Cuba antes de
la revolución, véase también Fidel Castro, "La historia me absolverá", en Fidel
Castro, Hoy somos un pueblo entero... (México, Siglo XXI, 1973).
5 Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (Dirección de
Publicaciones, Universidad Central de Las Villas, 1963). pp. 83-84.
6 Cifras del Censo de Población de 1953.
· :t.J\S MUJERES Y EL TRABAJO EN CUBA 247
Nadie sabe cuántas de nuestras hermanas eran prostituidas en Cuba durante
Jos últimos años de la tiranía de Batista. En La Habana, dos años antes de la
caída de la tiranía, había unos 270 burdeles llenos, docenas de hoteles y mo-
teles que alquilaban cuartos por hora y más de 700 bares congestionados con
meseras - o "recepcionistas"-: el primer paso hacia la prostitución. Había
cerca de 12 meseras en cada bar y cada una ganaba en el empleo unos $2.25
diarios. El patrono y el agente del gobierno sacaban respectivamente cerca de
$52 al día. 7

El mantenimiento de un ejército industrial de reserva no requería


mucha inversión educacional. Las mujeres, escalón más abajo de ese
ejército, requerían aún menos. El nivel de educación que se les pro-
porcionaba aseguraba que no se apartaran de sus papeles asignados.
El censo de 1953 registra que más de una de cada cinco mujeres era
analfabeta; en las zonas rurales, la cifra era de dos por cada cinco.
Un tercio de las niñas de diez años no iban a la escuela .en el mo-
mento del censo, y sólo una de cada cien mujeres de más de 25 años
había tenido alguna educación superior.
El colonialismo y el neocolonialismo habían preparado a las muje-
res para ser sirvientas en sus propios hogares o en los hogares de
otros. Aquellas que se rebelaron contra ese destino y que se incorpo-
raron al largo proceso revolucionario, ayudaron a derribar esa estruc-
tura de explotación y de opresión. Pero sólo con la destrucción del
antiguo orden económico y político, que se inició a escala nacional
en 1959, empezó a surgir la posibilidéi:d de un cambio concreto en la
situación de todas las mujeres.
En Cuba las mujeres entraron en la revolución como personas do-
blemente explotadas; como trabajadoras y como mujeres. La heren-
cia prerrevolucionaria las dejó con varias desventajas específicas con
respecto al trabajo. Su nivel de educación y preparación era mínimo.
Antiguos tabúes las constreñían a quedarse en casa; la calle era con-
siderada provincia del hombre y la casa el lugar de la mujer. Final-
mente, se daba por supuesto que todo el trabajo relativo a la casa
y los niños debía ser realizado por mujeres.
Durante los primeros cinco años de la revolución, de 1959 a 1963,
se dedicó mucha atención a superar los efectos de esa doble explota-
ción. Los esfuerzos por elevar el nivel general de conocimientos, las
habilidades básicas y la conciencia política de las mujeres llevaron al
desarrollo de nuevos programas. 8 Alrededor de 20 000 sirvientas asis-
7 C. Wrihgt Mills, Escucha yanqui (México, Fondo de Cultura Económica,
1961), p. 20.
8 Para más información sobre estos esfuerzos en favor de la mujer realizados

en los primeros años de la' revolución, véase Margaret Randall, Mujeres en la


revolución (México, Siglo XXI Editores, 4Q. edición, 1978) y Elizabeth Suther-
248 CAROLLEE BENGELSDORF Y ALICE HAGEM:A. :;¡~·~
li,.
tieron a las escuelas especiales para el progreso del servicio doméstico ',1
establecidas en La Habana en 1960; muchas pasaban a trabajar en};
guarderías, otras siguieron estudiando en escuelas nocturnas, tomando
cursos de educación general que incluían taquigrafía y mecanografía
y cursos diurnos para prepararse para tareas específicas en la ad~
ministración y el comercio. La Escuela Ana Betancourt para Niñas
Campesinas llevó a La Habana a miles de mujeres procedentes de
zonas remotas de Cuba para enseñarles costura e impartirles una edu.
cación básica durante un año.
Aun cuando durante ese período algunas mujeres fueron preparadas
para empleos tradicionalmente no femeninos, como el manejo de
autobuses, en general fueron canalizadas hacia áreas y tipos de tra-
bajo históricamente asociados con las mujeres. Sin embargo, es pre-
ciso tomar en cuenta que la revolución estaba concentrando escasos
recursos y mucho esfuerzo en el intento de modificar lo más rápida-
mente posible la vida de las mujeres más explotadas. Y, en vista de los
prejuicios existentes, tampoco podía esperarse que ni las mujeres ni
sus familias aceptaran tipos de trabajo radicalmente diferentes. Sin
embargo, lo cierto es que los modelos de división sexual de la fuerza
de trabajo no fueron atacados básicamente en esos primeros años.
Hacia 1965 el objetivo de proporcionar educación básica a todas
las mujeres estaba cerca de ser alcanzado. La Escuela Ana Betan-
court fue transformada en 1963 en una escuela unificada de nueve
años. Las escuelas para el servicio doméstico fueron remplazadas por
programas educacionales manejados por la FMC según el barrio y no
según la ocupación antes de la revolución. Durante el mismo período,
las antiguas estructuras de discriminación en todo el sistema educa-
cional iban siendo eliminadas sistemáticamente, proporcionando a las
mujeres que habían pasado la vida en su casa acceso a conocimientos
y tipos de preparación que pocas hubieran soñado antes de la revo-
lución. Durante la campaña de alfabetización de 1961, que redujo
la tasa de analfabetismo del 23% al 3. 7%, el 56% de los que apren-
dieron a leer y escribir fueron mujeres, que además fueron alentadas
a continuar sus estudios. Niñas que antes de la revolución no podían
haber aspirado más que a una alfabetización mínima fueron incor-
poradas al sistema educativo a todo nivel. Para 1970 las mujeres
constituían el 49% de todos los estudiantes primarios de Cuba, el 553
de los estudiantes secundarios y el 40% de los estudiantes de educa-
ción superior. 9
land, The youngest revolution: a personal report on Cuba (Nueva York, Dial
Press, 1969).
9 Albertó Pozo, "Female labor force of C:uba", en Prensa Latina Feature Ser-

vice, Direct from Cuba; 1 de junio de 1974.


LAS MUJERES Y EL TRABAJO EN CUBA 249
La creación, en 1964, de una secretaría de producción en la FMC
marcó un viraje de prioridades. A medida que se difundían cada
vez más los medios de proporcionar educación básica o nuevas cali-
ficaciones a las mujeres con mayores carencias, se emprendieron es-
fuerzos sistemáticos para incorporarlas a la fuerza de trabajo. Aunque
en esa área hubo cierto progreso lento pero constante durante los años
sesenta, fue a través de los preparativos para la zafra de 1970 cuan-
do se produjo un cambio cuantitativo en la orientación hacia las mu-
jeres y el trabajo.
Durante el período de 1969-1970, cientos de miles de mujeres par-
ticiparon como voluntarias en la movilización nacional. Para algunas,
fue el primer trabajo fuera del hogar; para otras, la experiencia
representó el puente entre trabajar fuera de la casa en forma tem-
poral e incorporarse permanentemente a. la fuerza de trabajo. De
1969 en adelante, los. dirigentes revolucionarios planearon incorporar
alrededor de cien mil mujeres por año a la fuerza de trabajo.
A cor.µienzos de la década de 1970, se puso de manifiesto la inten-
ción básica de ese esfuerzo por aumentar el reclutamiento de muje-
res: a la larga, todas las mujeres saldrían de sus casas para ingresar
en el trabajo socialmente productivo. Esta esperanza se articuló en la
ley contra la vagancia, que se hizo efectiva en marzo de 1971. Vale
la pena citar algunas partes de esa ley:
Artículo 1 : Todos· los ciudadanos física y mentalmente capaces tie-
nen el deber social de trabajar.
Artículo -2: Todos los hombres de entre 17 y 60 años y todas las mu-
jeres de ·entre 17 y 55 se presumen física y mentalmente aptos para
trabajar./
Artículo ·3: Todos los ciudadanos de sexo masculino y en edad de
trabajar que sean aptos para el trabajo y no asistan a ninguna de
las escuelas de nuestro sistema nacidnal de educación y estén com-
pletamente divorciados de todo centro de trabajo serán culpables
del delito de vagancia.
La ley no llega a declarar delito el. que las mujeres no trabajen,
pero su orientación es clara y ello se hizo evidente en las discusiones
que provocó. El Granma del 14 de marzo de 1971 informaba que,
durante las discusiones de la ley, uno de los cambios propuestos, aun-
que no adoptado, era "que se aplicara a las mujeres solteras que no
trabajen ni estudien". Algunos centros de trabajo recomendaron que
se aplicara a las mujeres todo el peso de la ley.
En los primeros 'años de la década de 1970 la fuerza de trabajo
fe~enina de Cuba tenía las siguientes características. Primero, había
crecido enormemente en número. En 1974, las mujeres representaban
250 CAROLLEE BENGELSDORF Y ALICE HAGEl\IAN

el 25.3% del total de la fuerza de trabajo. 10 El 70% de las mujeres


trabajadoras de Cuba habían ingresado en la fuerza de trabajo después
del triunfo de la revolución.
Segundo, las mujeres tendían en general a concentrarse en los sec-
tores en que habían trabajado antes: en particular, la educación, la
salud, la administración y la industria ligera. 11 En conjunto, buena
parte del trabajo que las mujeres realizaban puede ser visto como
una extensión de las funciones femeninas dentro del hogar. Natural-
mente, había excepciones. Se daba mucha publicidad a las mujeres
que trabajaban en empleos tradicionalmente masculinos, como el corte
de caña. Sin embargo, la división sexual del trabajo fue reforzada a
varios niveles. En algunas áreas, como las guarderías, lo que había
sido una necesidad en los primeros días de la revolución fue ascendido
a nivel de teoría. El hecho de que todos los que trabajaran diaria-
mente en contacto directo con niños fueran mujeres empezó a reci-
bir una justificación "científica": los niños necesitaban atención feme-
nina. Era "simplemente natural" que quienes se encargaran princi-
palmente de los niños en las guarderías fueran mujeres.
La división sexual del trabajo fue reforzada por la ley con las
resoluciones 47 y 48 del Ministerio del Trabajo en 1968. Las resolu-
ciones reservaban alrededor de quinientas categorías de empleo espe-
cíficamente a las mujeres y prohibían a las mujeres ingresar en un
número más o menos igual de profesiones. Dirigentes revolucionarios
justificaron esas resoluciones en base a varios elementos. Fundamen-
talmente se argumentó que funcionaban para reducir los prejuicios
en contra del empleo de mujeres al asegurarle ciertas áreas de tra-
bajo. Al mismo tiempo, en el momento crítico de la cosecha de los
diez millones, dejaban a los hombres en libertad para desempeñar
otras tareas, presumiblemente más duras, en otras áreas de la econo-
mía. Además algunos aseguraban que las resoluciones ayudaban psico-
lógicamente a facilitar el ingreso de las mujeres en la fuerza de tra-
bajo, al asegurarles que no se les pediría que realizaran ciertos tipos
de trabajo. Cualquiera que sea la justificación, por lo menos un efecto
de las resoluciones 4 7 y 48 fue el de subrayar y fortalecer las ideas
de una división sexual "natural" del trabajo.
Finalmente, aun cuando las mujeres estaban abandonando sus ho-
gares para ingresar -en la fuerza de trabajo en cantidades cada vez
mayores, también abandonaban la fuerza de trabajo para regresar
1° Fidel Castro, "Discurso en la sesión de clausura del segundo congreso de la
F.Mc", 29 de noviembre de 1974 (La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1974),
P· 11.
Memorias del segundo congreso de la Federación de Mujeres Cubanas (La
11

Habana, Editorial Orbe, 1975). p. 33.


~·'.

;'.~¡.AS MUJERES Y EL TRABAJO EN CUBA 251


:;<

a sus hogares en cantidades alarmantes. Por ejemplo, durante los últi-


. :rnos tres meses de 1969, 140 000 mujeres se incorporaron a la fuerza
de trabajo. Alrededor de 110 000 de estas mujeres seguían trabajando
a fines de 1969. Esto representaba una ganancia neta, sin embargo,
de sólo 27 000, pues al mismo tiempo otras 80 000 mujeres habían
abandonado el trabajo. 12 En todo el período de 1969 a 1974 se ha
calculado que fue necesario incorporar 700 000 mujeres a la fuerza
de trabajo para obtener una ganancia neta de poco menos de 200 000
mujeres trabajadoras, como puede observarse en el cuadro siguiente: 1 ª
CUADRO l. INGRESO Y ESTABil,.IDAD DE LAS MUJERES EN LA FUERZA DE TRABAJO

Número de
muieres
que ingresan
en la fuerza Aumento
Año de trabajo neto Disminución
1969 106 258 25 477
1970 124 504 55 310
1971 86188 63 1741
1972 130 343 37 263
1973 138 437 72 279
1974 127 694 69 748

Total 713 924 196 903


1 La cifra no corresponde exactamente a 1971, ya que acumula datos de desin-
corporación desde 1967. En este año se realizó un trabajo de actualización de
todos los expedientes de trabajadoras desvinculadas, por lo cual muchos adminis-
tradores presentaron al Banco Nacional de Cuba bajas definitivas no informadas
en Liempo.

Una razón de esta elevada tasa de abandono del trabajo es que


aún no se ha erradicado completamente el antiguo tabú sobre la
casa y la calle. En el decimotercer congreso de la Central de Traba-
jadores de Cuba, en noviembre de 1973, Fidel señaló que

Formar una maestra cuesta, ¡cuesta bastante ... ! Formar una enfern1era cues-
ta, ¡cuesta bastante ... ! Los años que hay que estar desde la primaria y la se-
cundaria ... Y la falta que nos hacen los maestros. Pero si alguien tenía un
buen sueldo, un joven, y se casaba con la maestra, le decía: "No trabajes,
no hace falta". Y el país perdía la maestra. Y el país perdía la enfern1era.

12 Ana Ramos, "Women and the Cuban revolution", Cuba Resource Center
Newsletter, 2,. núm. 2 (marzo de 1972), p. 8.
13 "Sobre el pleno ejercicio de la igualdad de la mujer", en Tesis y resolucio-

nes: primer congreso del Partido Comunista de Cuba (La Habana, DOR), p. 574.
252 , C~OLLEE BENGELSDORF Y ALICE HAGEMA.t

Desde luego que cuando el pa1s pierde la maestra y la enfermera, no lé\sl


pierde sólo por el dinero, sino por los rezagos de machismo y de superJ
hombrismo y de todas esas cosas que todavía nos quedan. ·~

Pero como fenómeno más general, la causa de la fluctuación en


las pautas de trabajo de las mujeres debe buscarse en la existenciá
del "segundo turno". Algunas mujeres habían interpetrado la afiri
mación de Fidel de 1966 de que "en una revolución social las mu.
jeres deben ser doblemente revolucionarias" en el sentido de que~
debían asumir el doble papel de trabajadoras y amas de casa, y en
efecto se describían orgullosamente a sí mismas como "dobles rev 0 •
lucionarias". Otras se habían desalentado o, abrumadas por la fatiga,
habían abandonado sus trabajos. En una fábrica de zapatos de plás-
tico cerca de La Habana, por ejemplo, muchas mujeres habían de.
jado de trabajar; la mayoría se quejaba de depresión. Sus maridos
se negaban a ayudarlas en el trabajo de la casa, y estaban preocupa-
das por la atención que recibían sus niños. 14
Pese a la campaña vigorosa para aumentar el número de mujeres
en la fuerza de trabajo, es evidente que no había habido un esfuerzo
correspondiente por hacer ingresar a los hombres en la cocina. Aun·
cuando a lo largo de los años ha habido referencias dispersas al pro.
blema de las responsabilidades del hogar por parte de la dirección
revolucionaria (de abrumadora mayoría masculina), nunca se dis-
cutió seriamente el supuesto de que la cocina, el lavado de la ropa
y el cuidado de los niños eran exclusivamente trabajo de mujeres. Se
mantenía firme la esperanza de que las mujeres se liberarían de los
"mil detalles insignificantes" en la medida en que el Estado pudiera
hacerse cargo de esas responsabilidades colectivizándolas. 15 En con-
diciones de subdesarrollo, esto ha significado inevitablemente y de
hecho un "segundo turno" para la mayoría de las mujeres que tra-
bajan. En vista de la escasez de recursos, los servicios necesarios para
liberar a las mujeres de las tareas domésticas simplemente no podían
proporcionarse in mediatamente.
La situación se hizo aún más evidente con el examen de los cargos
directivos, tanto en los lugares de trabajo como en las organizaciones
de vanguardia y de masas. En los lugares de trabajo, era evidente
que si las mujeres tenían que ir a buscar a los niños a las guarderías,
hacer las compras, encargarse del lavado, la cocina y otras tareas

u A. Sterling y M. Vicinus, "Women in revolutionary Cuba" (Providence, 1973).


15 De Clara Zetkin, "Lenin on the wom.an question", en The woman question:
selections from the writings of Karl Marx, Frederick Engels, V. l. Lenin, ]oseph
Stalin (Nueva York, International Publishers, 1951), p. 93.
::LA.5 MUJERES Y EL TRABAJO EN CUBA 253
domésticas, tendrían dificultad para quedarse horas extras en su lugar
de trabajo, para asistir a asambleas o a cursos de mejoramiento o
para realizar trabajo voluntario. Las medidas provisorias, como la
decisión tomada en el decimotercer congreso de los trabajadores cu-
banos de conceder automáticamente a las madres que trabajan tareas
de mérito, no llegaron en modo alguno a la raíz del problema. 16 Las
rnujeres que trabajan han tenido menos posibilidades tanto de desarro-
llar como de demostrar aptitudes y calificaciones que las promuevan,
que las lleven a posiciones directivas. Tales dificultades se ven am-
pliamente demostradas por el número de mujeres que ocupan puestos
directivos, aun en los sectores de la economía donde se concentran
las mujeres. El cuadro 2 revela que en ninguno de los nueve sectores
principales de la economía que emplean mujeres el porcentaje de
ellas que ocupan cargos directivos es siquiera aproximadamente pro-
porcional al porcentaje de las que trabajan en ese sector.
Dentro de los ramos de diversas industrias, también hay una cons-
tante subrepresentación de las mujeres en posiciones directivas. En el
!\1inisterio de Industria Ligera, por ejemplo, las mujeres constituyen
el 77 .63 de la fuerza de trabajo eri las ramas de producción de ar-
tículos preparados. Sin embargo, en las mismas ramas sólo alcanzan
a constituir el 51.9% de la dirección. En las artes gráficas, el 24.6%
de la fuerza de trabajo y sólo el 7 .9% de la dirección corresponden a
mujeres. 17 ' .·

En Cuba las decisiones fundamentales sobre la dirección de la


revolución las toma el Partido Comunista. Las dificultades que tienen
las mujeres para ingresar en la fuerza de trabajo y permanecer en ella
y luego para participar plenamente en ·sus centros de trabajo inhi-
ben seriamente sus posibilidades de convertirse en miembros del Partido
y participar así en los niveles más altos en la toma de decisiones
críticas. En Cuba el Partido representa, para los cubanos, la van-
guardia de la clase trabajadora, que es la gran mayoría de la pobla-
ción. Se considera que sus miembros tienen el grado más alto de
conciencia revolucionaria. Por lo tanto, es en los lugares de trabajo
donde se eligen los miembros potenciales del Partido. Es evidente que
si las mujeres constitu'yen el 25.3% de la fuerza de trabajo, eso ya
limita la posibilidad de que la participación femenina en el Partido
refleje el total de la población femenina. Y si las mujeres trabaja-
doras están limitadas en su posibilidad de participar plenamente
en sus lugares de trabajo, es poco probable que el pertenecer al Par-
tido refleje esa fuerza numérica dentro de la fuerza de trabajo. Y, en
1 ª Stasia Madrigal, "The feminists of Cuba", Off our backs (mayo de 1974)~
17 Memor.ias del segundo conweso, p. 19.
254 CAROLLEE BENGELSDORF Y ALICE HAGEMAtl

efecto, sólo el 13.233 de los militantes del Partido son mujeres. 18 il


Si examinamos los rangos directivos de las organizaciones de va.n~1
guardia, observamos una desproporción aún más seria (véase el cua~
dro 3). En el Partido, las mujeres constituyen el 2.93 de la direc2~
ción municipal nacional. No hay mujeres en el buró político ni en~
el secretariado, los dos organismos encargados del trabajo cotidiano1
del partido. De los 112 miembros del comité central, 5 son mujeres
(4 de los 12 suplentes son mujeres). 19
Se podría suponer que la subrepresentación desproporcionada de las.·
mujeres, tanto miembros como dirigentes, es menor en la Unión de
Jóvenes Comunistas (uJc}, puesto que la mayoría de sus miembros
nacieron en la revolución y se formaron dentro de sus estructuras, antes
que dentro de las estructuras del pasado. Es indudablemente menor,
pero la organización sigue dominada por los hombres: alrededor del
29% de los miembros de la UJC son mujeres; las mujeres forman
el 22% de la dirección municipal y el 103 de la dirección nacional.

CUADRO 2. DISTRIBUCIÓN DE LOS TRABAJADORES DE SEXO FEMENINO


EN LA FUERZA DE TRABAJO

Porcentaje de
mu1eres en Porc~ntaje de
la fuerza mu1eres en
Organismos de trabajo la dirección

MINSAP (1vfinisterio de Salud Pública) 64 31.5


MINED ( Ministerio de Educación) 58 40.0
Cuba tabaco 53 8.1
l\HNIL (Ministerio de Industria Nacional
de la Leche) 41 20.4
lNIT (Instituto Nacional de la Industria
Turística) 41 15.7
MINCIN (Ministerio de Comercio Interior) 36 26.6
MINAL ( :t-.Jinisterio de Industrias Alimen-
ticias) 18 5.8
INRA (Instituto Nacional de Reforma
Agraria) 9 1.9
MIN AZ ( :tvlinisterio del Azúcar) 7 3.3

FUENTE:A1emorias del segundd congreso de la Federación de Mujeres Cubanas


(La Habana, Editorial Orbe), 1975, p. 19.

18 "Sobre el pleno ejercicio'~. p. 585.


19 Granma l'Veekly Review (4 de enero de 1976), p. 12.
LAS MUJERES Y EL TRABAJO EN CUBA 255
Y la situación es casi igual en las organizaciones de masas. Aun en las
organizaciones de barrio -los CDR, formados por los que residen en
una zona delimitada-, las mujeres constituyen el 50% de los miembros
pero sólo el 7 % de la dirección municipal de los CDR y el 19% de la
dirección nacional.

CUADRO 3. ANÁLISIS DE LOS PORCENTAJES DE MUJERES DIRIGENTES


EN EL PARTIDO, LA U JC y LAS ORGANIZACIONES DE MASASl

Niveles Pcc2 UJC 3 CTC 4 CDR5 ANAP6

Municipales 2.9 22 24 7 16.38


Regionales 4.1 7 21 7 0.76
Provinciales 6.3 7 15 3 1.19
Nacionales 5.5 10 7 19· 2.04

1 Estas cifras fueron compiladas antes de que la nueva reorganización adminis-

trativa tuviera lugar. Eliminó el nivel regional, racionalizó el tamaño de los


municipios y aumentó el número de provincias de 6 a 14.
2 Pee (Partido Comunista de Cuba): 13.23% de mujeres.
3 UJC (Unión de Jóvenes Comunistas): 29% de mujeres.

4, CTC (Confederación de Trabajadores Cubanos): 25.3% de mujeres.


5 CDR (Comités de Defensa de la Revolución): 50% de mujeres.
6 ANAP (Asociación Nacional de Agricultores Pequeños): porcentaje desco-
nocido.
FUENTE: "Sobre el pleno ejercicio de la igualdad de la mujer", p. 585.

Aun dentro de la Federación de Mujeres Cubanas ( FMc) hay pro-


blemas visibles con la promoción de mujeres a las posiciones directivas.
Cuando la promoción implica un cambio de domicilio, especialmente
en el caso de mujeres casadas, han surgido una cantidad de dificulta-
des que, según fuentes del Partido, resultaron "verdaderamente insolu-
bles". Tales problemas surgen de la incapacidad del marido, o de la
familia, o del centro de trabajo del marido, para tornar en serio la
in1portancia del trabajo de la n1ujer en cuestión. 20
En una tentativa por comprender más exactamente las razones de
esta elevada subrepresentación de las mujeres en la dirección de las
organizaciones importantes en la sociedad, se realizó un estudio, aus-
piciado por la Central de Trabajadores de Cuba, en 211 cen-
tros de trabajo en todo el país. En conjunto, se pidió a 5 168 trabaja-
dores, tanto hombres corno mujeres, que citaran los principales fac-
tores que inhiben la participación de las mujeres. 21 Alrededor del

!!() "Sobre el pleno ejercicio", p. 585.


21 Ibid., p. 586.
·~
256 CAROLLEE BENGELSDORF Y ALICE HAGEMAN,~
'' :~~

85.7% habló como factor principal de las obligaciones domésticas de j


las mujeres. (Es interesante señalar que el 51.5% veía como factor el X
"bajo nivel cultural" de las mujeres. Sin embargo, según estimacio-
nes hechas para el congreso del Partido, en Cuba las mujeres traba-
jadoras han alcanzado, en promedio, un nivel educacional más alto
que los hombres.)22
Es lógico pues que, al llegar el momento de dominar y elegir can-
didatos para las recién creadas estructuras gubernamentales, las mu-
jeres estuvieron subrepresentadas. Las nuevas estructuras fueron ins-
taladas por primera vez en la provincia de l\.latanzas, en 1974. El
porcentaje de mujeres nominadas, en reuniones de vecinos, fue de
7 .6, y el porcentaje de elegidos fue del 3. Al preguntar a las muje-
res de Matanzas si hubieran estado dispuestas a cumplir con el cargo
en caso de haber sido elegidas, el 54.3% dijo que no. La mayoría citó
como obstáculo fundamental "las tareas domésticas y la atención' a
los hijos y al esposo" .2a
La revolución no se ha mantenido indiferente a estos problemas. En
los lugares de trabajo se han creado varias estructuras para atenuar las
tensiones tanto objetivas como subjetivas asociadas con el desplaza-
miento de la casa a la calle. Desde 1969 han surgido organizaciones
o secciones de organizaciones cuyo objetivo es hacer frente al proble-
ma de mantener a las mujeres en su lugar de trabajo. En 1969 se
incorporó a la estructura sindical el Frente Femenino. Al fin de ese
año se establecieron "Comisiones de rescate" en diversos lugares de
trabajo a través del esfuerzo conjunto de la CTC~ el Ministerio del
Trabajo y la FMC. Tales comisiones tienen la responsabilidad de pro-
porcionar ayuda, tanto material como psicológica, a mujeres que
ocupan cargos muy bajos en sus lugares de trabajo debido a su nivel
educacional. En noviembre de 1970 se estableció Ja Comisión de Incor-
poración y Permanencia, formada por representantes del Partido,
del Ministerio del Trabajo, la CTC y la FMC, como actividades orienta-
das también hacia la permanencia más larga de las mujeres en la
fuerza de trabajo. 24
Además, el número y la variedad de los servicios destinados a las
familias de mujeres trabajadoras ha aumentado constantemente en
cantidad y variedad. Para 1974 había 642 guarderías en operación,
que atendían a más de 55 000 niños. Sin emba.rgo, el número de
centros es todavía insuficiente. El plan económico para 1976-1980
contiene previsiones para la construcción de alrededor de 400 guarde-
22 lbid., p. 589.
23 lbid., p. 584.
u "Women: decisive force in economic development", entrevista con Rosa-
rio Fernández, secretaria de producción de la FMC, en Mujeres (agosto de 1971).
LAS MUJERES Y EL TRABAJO EN CUBA 257
rías más, lo que permitirá alcanzar una capacidad de 150 000 niños. 25
Tampoco esto llenará completamente las necesidades. Los sitios en
Ias guarderías se conceden únicamente a los niños de mujeres que
trabajan. En 1973 sólo el 16% de esos niños hallaron lugar, y hubo
una lista de espera de 19 000. 26
La mayoría de las mujeres que trabajan y cuyos niños no tienen
aún acceso a las guarderías utilizan diversas estructuras de tipo fami-
liar ampliadas: abuelas, otras parientes mujeres o amigas íntimas que
no trabajan. En algunas áreas rurales donde no hay guarderías, las
propias mujeres han organizado "guarderías guerrilleras", grupos de
mujeres que se alternan la responsabilidad del cuidado de los niños
o bien eligen a · alguna de ellas para encargarse de esa responsabili-
dad, de modo que el resto ·queda en libertad de participar en el
trabajo agrícola.
El plan jaba (plan de la bolsa para las compras) otorga a cual-
quier miembro de la familia de la mujer que trabaja servicio priori-
tario en su tienda de abarrotes local, siempre que no haya en su fami-
lia adultos aptos que no trabajen ni estudien. Para 1974, 144 934 fa-
milias de mujeres trabajadoras disfrutaban de los beneficios de ese
plan. Las familias tienen dos opciones. Pueden obtener el plan de
"despacho previo", que significa que dejan. la lista en su tienda local
por la· mañana y recogen sus abarrotes por la tarde. O pueden optar
por el "despacho inmediato"; que significa que la persona que va
a hacer las compras tiene derecho a ser atendida inmediatamente en
cada mostrador. El plan 'jaba fue organizado y es administrado por
miembros de la FMC, esto es, por mujeres,. y está sujeto a revisiones
constantes. Cada dos o tres meses, los CDR realizan reuniones de con-
trol de la comunidad para criticar y sugerir cambios en los servicios
públicos, incluyendo el plan jaba.
Números cada vez mayores de lugares de trabajo ofrecen a sus
trabajadores servicios de lavandería, que se traducen en algo más que
máquinas de lavar y jabón en polvo; implica la construcción de edi-
ficios, la provisión de camiones para transportar la ropa y el empleo
de trabajadores que manejen el servicio. Aun cuando la calidad del
servicio mejora constantemente, todavía hay tropiezos, especialme~te
fuera de La Habana. En Santiago, por ejemplo, el plazo de entrega
puede ser de 5, 10 o incluso 15 días, debido en gran parte a la
escasez de vehículos de transporte. En una sociedad donde nadie
posee un guardarropa abundante, un servicio de lavandería que pue-
de tardar 15 días no elimina el lavado de las tareas domésticas, y
por lo tanto de las tareas de las mujeres.
25 Fidel Castro, "Discurso en la sesión de clausura", p. 18.
26 Madrigal, "Feminists of Cuba", p. 10.
258 CAROLLEE BENGELSDORF Y ALICE HAGEMA.N

Las mujeres que trabajan tienen acceso preferencial a una variedad


de bienes y servicios. La libreta de racionamiento incluye normal-
mente días especiales para las mujeres que trabajan. Se trata de
días en que se pone a la venta un nuevo surtido de artículos y en
los que las mujeres trabajadoras tienen prioridad. A menudo se ve
en los escaparates mercancías marcadas "sólo para mujeres trabaja-
doras". Hay tiendas abiertas todo el día y por la noche, para que las
mujeres puedan ir de compras fuera de las horas de trabajo.
Números cada vez mayores de refrigeradores, ollas de presión y
toda clase de aparatos para las tareas domésticas se distribuyen en
los lugares de trabajo a través de los sindicatos, dando prioridad a las
mujeres trabajadoras. Las mujeres que trabajan tienen también acceso
preferencial a las tintorerías, zapaterías, sastrerías, peluquerías y a la
asistencia médica, reduciendo aún más el tiempo que perderían en
las colas.
Se han hecho esfuerzos también por facilitar el acceso al lugar de
trabajo, reduciendo. la distancia que deben viajar las mujeres. Los
nuevos proyectos habitacionales han construido, o tienen planes para
construirlos, centros de trabajo de fácil acceso predominantemente
para mujeres. Cerca del distrito José Martí, de Santiago, se ha cons-
truido una fábrica de zapatos de plástico que emplea a 400 traba-
jadores, 245 de los cuales son mujeres; el 85% de ellas reside en el
José Martí. En la nueva ciudad de Alamar se está construyendo una
fábrica textil que empleará principalmente mujeres.

De un examen de estos esfuerzos surgen claramente varias conside-


raciones. En primer lugar, es indudable que la revolución no esca-
tima esfuerzos por proporcionar, lo antes posible, las instalaciones
necesarias para aliviar en todo lo posible la carga individualizada de
la tarea doméstica. Pero los recursos materiale$ disponibles han sido
sumamente limitados. Por ejemplo, a comienzos de la década de 1970
los cubanos lanzaron grandes campañas para la construcción de nue-
vas casas y nuevas escuelas. Los resultados son ya impresionantes. Para
1974 se había construido, en la nueva ciudad de Alamar, alojamiento
para 13 000 personas, y en el campo funcionaban 150 nuevas escuelas.
Pero tales proyectos exigen gran cantidad de recursos físicos, como
cemento o maquinaria pesada, que son también necesarios para. cons-
truir guarderías o lavanderías. La escasez de vivienda es grave. En el
campo, las escuelas ofrecen oportunidad de socializar en forma más
revolucionaria a la nueva. generación, tanto hombres como mujeres.
¿Cómo decidir si otorgar hoy la máxima prioridad a las guarderías
o a los servicios de lavado?
Además, si bien la colectivización de las tareas domésticas por el
LAS MUJERES Y EL TRABAJO EN CUBA 259
sector público es necesaria y potencialmente liberadora, mientras las
mujeres continúen llevando la carga abrumadora de todas las tareas
restantes, el hecho de que puedan saltarse la cola en la tienda de
abarrotes no resuelve el problema. Mientras subsista la idea de que
el Estado está liberando a las mujeres de esa tarea, y no a las personas,
las tareas que aún no hayan sido colectivizadas quedarán inevitable-
mente en las manos y sobre los hombros de las mujeres. Además, si
no se erradican y destruyen esas viejas ideas sobre la responsabilidad
de la mujer, lo más probable es que las personas encargadas de hacer
las tareas domésticas asumidas por el Estado sean mujeres. En esa
f orrna, la colectivización de las tareas reforzaría la división sexual del
trabajo en lugar de destruirla.
En este contexto adquiere particular significación la reciente serie
de acontecimientos y empeños referentes a la posición de la mujer,
que parecerían indicar que la dirección revolucionaria (que sigue
siendo de abrumadora mayoría masculina) ha dado un salto cualita-
tivo y, por primera vez, ha iniciado una campaña nacional coordinada
a nivel popular en contra de algunos de los aspectos fundamentales
de la herencia patriarcal. El primer acontecimiento importante re-
lacionado con esto se refiere a las resoluciones 4 7 y 48. En el deci-
motercer congreso de los trabajadores cubanos de 1973 se declaró
que a nadie, hombre o mujer, se debía impedir la realización de
cualquier tipo de trabajo que requiriera la revolución (dentro de los
límites de su salud) y que, por lo tanto, tales resoluciones debían
ser "reconsideradas". Se insistió aún más en esta misma posición . en
el congreso nacional de la FMC de diciembre del año siguiente. La
FMC llamó a estudiar la resolución 48, que prohibía a las mujeres
ocupar determinados empleos: Considerarnos que el concepto de
"prohibición" implica discriminación tanto para hombres corno para
mujeres; por lo tanto proponemos, en el caso de tales empleos, que
las condiciones y riesgos inherentes sean explicados a la mujer y que
se le deje la decisión de ocupar o no el empleo. 27
El esfuerzo mayor y más sistemático, sin embargo, se ha concen-
trado en el problema del "segundo turno". En este marco es preciso
examinar la promulgación del Código de Familia en el verano de 1974.
El Código de Familia establece clara e inequívocamente que, en los
hogares donde ambos trabajan, ambos deben compartir por igual la
responsabilidad de las tareas relativas a la casa y ;:t. la crianza de los
niños. Por lo tanto, da fuerza de ley a la idea de la responsabilidad
compartida.
Pero el código tiene también significaciortes más amplias. En Cuba,
27 Memorias del segundo congreso, p. 37.
260 CAROLLEE BENGELSDORF Y ALICE HAGEMA~

toda ley que se propone es discutida y modificada en reuniones de todas


las organizaciones de masas, tanto en los lugares de trabajo como en los
barrios, antes de ser aprobada. Según diversas descripciones, las discu-
siones del Código de Familia fueron interesantes tanto por lo que no
se dijo como por lo que se dijo. Ningún hombre puso objeción a las
partes que estipulan la responsabilidad igual en el hogar. Esto, natu-
ralmente, no significa que todos los hombres de Cuba estuvieran de
acuerdo. Lo que sí significa es que los hombres públicamente recono-
cían la justicia social de lo establecido en el proyecto, aun cuando en
sus vidas privadas no tuvieran intención de respetarlo. El Código de
Familia se convirtió en ley el Día Internacional de la Mujer en 19i5.
La lectura de las secciones referentes a la responsabilidad igual en
la casa y con respecto a los niños es hoy procedimiento corriente en las
ceremonias matrirrtoniales.
Al mismo tiempo que se discutía el Código de Familia, en toda Cuba
las mujeres estaban organizándose para el congreso de la FMC de 19i+,
que ya hemos mencionado. Ese · esfuerzo incluyó innumerables discu-
siones de problemas relativos a las mujeres en la fuerza de trabajo. De
tales discusiones surgió una serie· de sugerencias para ampliar y mejo-
rar los servicios asumidos por el Estado que no atacan básicamente la
idea del segundo turno. Las resoluciones del congreso piden :
1] Aumentar la participación de mujeres trabajadoras en cursos de
calificación y recalificación, estableciendo clases durante las horas de
trabajo sin disminución del salario.
2] Ampliación y mejora de los servicios de lavado y tintorería.
3] Ampliación del sistema de ventas a las mujeres y estudio de las
horas de apertura y cierre de las tiendas comerciales.
4] Aumento del nú1nero de fábricas que producen ropas hechas.
5] Desarrollo de planes para la producción de alimentos preparados
y semipreparados.
6] Creación de turnos de cuatro y seis horas y otros horarios espe-
ciales de trabajo donde lo permitan las consideraciones económicas. 28
Pero, en un plano más fundamental, el congreso de la FMC reafirmó
firme y repetidamente la necesidad de terminar con el doble turno,
de compartir las responsabilidades domésticas: Es tarea de la so-
ciedad entera resolver o compartir los problemas o dificultades qu~
impiden la incorporación total de las mujeres ...29 Entre las resolu-
ciones hubo proposiciones de acción conjunta con los sindicatos y otras
organizaciones de masas para luchar contra lo que se definió como
28 Ibid., PP· 39, 175.
29 lbid., p. 39.
J AS l'.IU JERES Y EL TRABAJO EN CUBA 261
"actitudes cómodas" con respecto a la distribución de las tareas do-
n~ésticas en el hogar. 30
Sin duda la declaración más fuerte de que la revolución debe al-
canzar la plena igualdad entre hombres y mujeres surgió del primer
congreso del Partido Comunista cubano en diciembre de 197 5. El docu-
mento relativo a las mujeres. afirma en forma inequívoca que, "en la
práctica no existe la plena igualdad de la mujer", que "una batalla
fundamental ha de llevarse a cabo en el terreno de la conciencia, por-
que allí aún subsisten las concepciones atrasadas que arrastrarnos del
pasado". 31
El documento llama además la atención pública sobre las estadísticas
citadas más arriba referentes a las mujeres en la 'fuerza de trabajo
y a las mujeres en relación con posiciones directivas, que revelan la
profundidad del problema y, según sus propias palabras, la profun-
didad de la comprensión del problema por parte de la· dirección cu-
bana. En general las resoh1ciones del congreso del Partido reafirman
y elaboran las del congreso de la FMC del año anterior. Pero el Partido
también reconoce con firmeza la negativa de los hombres a partici-
par plenamente en la ejecución· de las tareas domésticas y el cuidado
de los niños corno manifestación importante de ideas regresivas. Afir-
ma que "es deber revolucionario, de· ineludible actualidad, el lograr la
distribución equitativa de las inevitables labores del hogar" .32

¿Qué conclusiones podernos extraer ·sobre la actual situación de las


mujeres trabajadoras en Cuba? Algunas son elatas y aplicables en ge-
neral a todas las. mujeres del país. En primer lugar, y fundarnental-
n~ente, es preciso destacar la enormidad del contraste entre el des-
tino de las mujeres en la Cuba 'prerrevolucionaria y ·st1s posibilidades
después de 1959. Indudablemente, las principales estructuras que ase-
guraban la opresión y la explotación. de las mujeres han sido destrui-
das. Esto se manifiesta en muchas formas; su imagen visual se refleja
en cualquier salón de clase, cualquier centro de trabajo, cualquier reu-
nión, cualquier calle. El hecho de que el número de divorcios en Cuba
h::1ya aumentado de 2 500 en 1958 a 25 000 en 1970 es el índice sucin-
to de un can1bio .enorme: las mujeres ya no están encerradas en la
prisión de un matrimonio opresor por necesidades econórnicas. 33
Tarnbién es claro que sigue habiendo contradicciones con respecto a
la n1ujer en Cuba. El ataque nacio~al y estructurado contra el sexis-
mo, en relación con la . capacidad ,de trabajar de las mujeres, se inició
30 Ibid., p. 54.
31 "Sobre el pleno ejercicio", pp. 563 y 571.
32 lbid., p. 596.
33 Heidi S'teffens, "A woman's place",. Cuba Review, 4, núm. 2. p. 29.
262 CAROLLEE BENGELSDORF Y ALICE HAGEMA~

apenas en los últimos años. Es demasiado poco el tiempo transcurrido


para hacer algo más que afirmaciones tentativas sobre la situación
actual, pero hay diversas indicaciones de tendencias y problemas. El
humor suele ser un índice excelente de la eficacia de determinada
medida, y desde 197 4 han corrido por Cuba muchos chistes, a me-
nudo de naturaleza sumamente defensiva. Uno de ellos habla de un
miembro del Partido que, después de mucha resistencia, accedió a
compartir la carga de las tareas domésticas: se encargaría del lavado,
a condición de que su mujer se encargara de colgar la ropa, para que
los vecinos no se enterasen.
En otro nivel, miembros de la última Brigada Venceremos (1977)
informan que las mujeres están sin duda acercándose a las organiza-
ciones de masas a que pertenecen, particularmente la FMC y la CTc,
en busca de ayuda para imponer a sus maridos el decreto del Código
de Familia sobre la responsabilidad equitativa en el hogar. No hay
información sobre mujeres que hayan demandado judicialmente a sus
maridos por incumplimiento del Código, lo cual teóricamente es posi-
ble desde el momento en que el Código fue promulgado ley. Sin em-
bargo, una encuesta que intentaba investigar el número total de
horas trabajadas por las mujeres, realizada en abril de 1975 entre 251
mujeres trabajadoras -un mes después de la promulgación del Có-
digo de Familia-, según se informó en el congresto del Partido, des-
cubrió que las mujeres trabajaban en sus centros de trabajo y en sus
hogares un promedio de 13 horas diarias, de lunes a viernes, y 11 horas
y media durante el fin de semana "debido a la acumulación de tareas
domésticas" .34 Evidentemente, el problema no ha desaparecido con la
promulgación del Código de Familia.
Además, los cubanos continúan afirmando una diferencia biológica
"científica" entre hombres y mujeres, razonamiento que históricamen-
te ha sido causa y justificación de la división sexual del trabajo. Fidel
Castro, en su discurso de clausura del congreso de la FMC, explicó
por qué las. mujeres debían ser tratadas con lo que llamó "cortesía
proletaria": "Se tiene con la mujer y se debe tener con la mujer por-
que es físicamente más débil, y porque tiene tareas y funciones y cargas
humanas que no tiene el hombre." 3 ~ La aceptación general de este
determinismo biológico en Cuba se ha reflejado y continúa reflejándose
en la fuerza de trabajo.
Su encarnación más reciente, y quizás más controvertible, llegó en
forma de la resolución 40, emanada del Ministerio de Trabajo (MINTB)
en junio de 1976, a la conclusión de su estudio de las resoluciones 47
114 "Sobre el pleno ejercicio", p. 5·73.
35 Fidel Castro, "Discurso en la sesión de clausura", p. 46.
LAS MUJERES Y EL TRABAJO EN CUBA 263
y 48. La nueva resolución impide a las mujeres el acceso a alrededor
de 300 tipos de empleo (en lugar de 500). La justificación aducida
cita razones referentes. a la salud de las mujeres - a pesar del llamado
de la FMC a que se dejara la elección a la mujer misma. En la lista
se incluyen empleos en los que hay pruebas científicas de riesgo poten-
cial para las mujeres que quieren tener hijos pero no para los hom-
bres (por lo menos, en el estado actual de la investigación). Se ha de-
mostrado, por ejemplo, que el trabajo con plomo es peligroso para la
salud de un feto en las primeras fases del embarazo. Otros, sin em-
bargo, parecen indicar claramente la subsistencia de antiguos prejui-
cios sobre la "fragilidad" dé las mujeres. En las categorías generales
de ocupaciones prohibidas está incluido el trabajo subacuático y el
trabajo a más de cinco pisos de altura. 36
Ha habido varios intentos de explicar las nuevas restricciones. Mari-
feli Pérez Stable, en su artículo "Toward the emancipation of Cuban
women", plantea lo que llama una "suposición cortés" de que la pro-
mulgación de las restricciones en este momento tiene que ver con el
esfuerzo de la revolución por reorganizar la estructura económica y
gubernamental. Sugiere que "es posible que la racionalidad económica
de las resoluciones de 1976 sea liberar empleos ocupados o que podrían
ser ocupados por mujeres de manera que aquellos hombres que han
perdido su empleo por otras racionalizaciones puedan hallar uno
nuevo. Después de todo, las mujeres sin trabajo no presentan el mis-
mo tipo de problema social que los hombres sin empleo." 37
Tenemos la impresión, derivada de las visitas efectuadas a cerca de
quince centros de trabajo durante junio y julio de 1974, de que en
conjunto la& mujeres no trabajaban en el tipo de áreas citadas en la
nueva resolución. En un lugar de trabajo tras otro, cuando pregun-
tábamos por qué no trabajaban mujeres en determinada máquina o en
determinada zona de la fábrica, se nos decía que por "razones de
salud". Cabe suponer que, como sucedió con las resoluciones 4 7 y 48,
habrá excepCiones a la nueva regla. Pero subsiste el hecho de que la
resolución 40 legaliza una división sexual del trabajo sistematizada.
No debe sorprender que existan tales contradicciones. Las raíces
del patriarcado son profundas, los problemas del subdesarrollo son
graves, y el proceso de transición al socialismo lleva sólo veinte años.
Al mismo tiempo, la medida en que los cubanos resuelvan esas con-
tradicciones será la medida del éxito de su esfuerzo por alcanzar una
sociedad realmente igualitaria y liberada.

36Granma, 1 de junio de 1976.


37Marifeli Pérez Stable, "Toward the emancipation of Cuban women.", pró-
xima publicación en Latin American Perspectives.
INTRODUCCIÓN DEL CÓDIGO DE FA1\1ILIA*

MARGARET RANDALL

Uno ·de los aspectos más interesantes de la Revolución cubana es la


forma corno el progreso económico. y social del país comporta un cons-
tante diálogo físico entre la .dirección y las masas, entre . posibilidades
económicas y conciencia ideológica de masa, una verdadera relación
entre las ganancias colectivas y las posibilidades futuras. El sentimiento
general entre las mujeres trabajadoras· y la población en general de
que las viejas ideas sobre el papel de la mujer simplemente no caben
en la- nueva sociedad había llegado a su apogeo extraoficial cuando
el esbozo del nuevo Código de Fai:nilia apareció en los periódicos y se
convirtió en tema de interminables discusiones callejeras. Digo calle-
jeras para distinguirlas de las discusiÓnes oficiales sobre cad~ nueva ley
que se realizan en lugares de trabajo, unidades militares, organizacio-
nes de masás. y escuelas. Primero hay una gran cantidad de discusión
extraof.lcial -·-en las tiendas, los au~obuses, las salas de espera.
Mientras escribo esto, las discusiones oficiales acerca del proyecto de
Código de Familia apenas ~stán comenzando. ¿Cuáles son algunas de
las nuevas propuestas incluidas en este muy revisado código familiar?
(La legislación en este terre.n'o data de la época colonial hasta el pre-
sente.) ~"'odas las nuevas propuestas señalan grandes progresos en una
verdadera igualdad practicable entre ambos sexos. Entre otras cosas,
si el proyecto se convierte en ley sin ser modificado, los hombres esta-
rán obligados por ley a con.tribuir el 50% del trabajo de la casa y el
cuidado de los niños cuando la mujer trabií.1~. Otras dis:rosiciones in-
cluyen deberes y responsabilidades absolut ente iguales para hom-
bres y mujeres en el matrimonio, el divorcio, la manutención de los
niños, etc. No hace falta decir que ya no existirán hijos ilegítimos,
ni siquiera en teoría, y que los antiguos conceptos burgueses de adul-
terio, crueldad mental, etc., ya no aparecen en los libros como "re-
quisitos" necesarios para el divorcio. Los hijos adoptivos tienen los
mismos derechos que todos los demás. El senti~o del nuevo Código se
basa enteramente en el respeto mutuo entre el hombre y la 1nujer, así
co1no en el respeto de los padres por sus hijos. El núcleo familiar tal

"" ESle artículo está tomado del· p·ostfacio de Mujeres en la revolución (Mé-
xico, Siglo XXI, 1978), escritó en La Habana en julio de 1974. ·

[264]
INTRO?UCCIÓN DEL CÓDIGO DE FAl\IILIA 265
como lo conocernos resulta en realidad fortalecido, pero desprovisto en
gran medida de sus aspectos de propiedad privada o sexismo capita-
lista burgués.
Es posible que Cuba sea el único país en el mundo que introduce
semejante tipo de ley para gobernar las relaciones sociales en el hogar
en esa fonna. También es evidente que en un país corno Cuba, con su
historia de dominación masculina hispano-cristiana y su sexismo aún
predominante, esta cláusula tendrá un papel principalmente educativo,
por lo menos al principio. Después de todo, se necesita ser una mujer
extraordinariamente fuerte para acusar al propio marido de incum-
plimiento de la ley, y todos conocernos la variedad de armas emocio-
nales que un hombre puede blandir contra una mujer para asegurarse
ciertos privilegios. Pero, corno en la ni.ayoría de los casos, la dirección
cubana ha elegido el momento exacto para introducir estos deberes y
derechos. La campaña ideológica lleva ya dos años creciendo. Las
discusiones referentes a los derechos de las mujeres se han estimulado
a todo nivel. Y no sólo se les promete a las mujeres apoyo en este
terreno a través de sus organizaciones de masas y sus lugares de tra-
bajo, sino que el segundo congreso de la Federación, que se celebrará
en noviembre de este año, ha impulsado una serie· de actividades pre-
liminares que han dado a las mujeres nueva fuerza y un nuevo sentido
de mayores posibilidades colectivas.
Las discusiones callejeras sobre este nuevo Código fueron muy ani-
madas. Los cubanos, hombres y mujeres, siempre expresivos y finnes
en s~ opiniones, discuten en todas partes y todo el tiempo. Frecuente-
men t~ los hombres tratan de presentar razones· "históricas" o "bioló-
gicas" para objetar -especialmente- la cláusula referente a su par-
ticipación del 50% en las tareas domésticas y el cuidado de los niños.
En n1ercados y autobuses siempre había cerca muchas mujeres, con
sólidos argumentos nacidos de su propia experiencia para deÍender sus
inminentes beneficios legales. ·
Mi camarada estaba en la cola del supermercado el otro día cuando
un hon1bre situado detrás de él dijo, dirigiéndose a nadie en especial
o a todos en general: "Esto de las compras es realmente asunto de
las· mujeres -las mujeres son realmente especialistas en esto, mucho
más que los hombres." Una n1ujer que también estaba en la cola se
\·o1 vió hac.ia él con expresión de gran alegría y -con la cara a cinco
centímetros de la suya- le respondió: " ... Oh sí, las mujeres son espe-
cialistas en esto... y algunos hombres son especialistas en decir dispa-
ra tes."
Nuestro Comité de Defensa de la Revolución de la manzana tuvo su
discusión del proyecto durante dos noches consecutivas esta semana.
L:::s gentes toni.aron muy en serio la discusión, y un abogado explicaba
266 MAROARET RANDALL

cada una de las cláusulas a medida que se leían. Los hombres pare-
cían comprender la justicia fundamental del asunto y, por lo menos
en ese contexto colectivo, no objetaron a su nuevo papel. Se les dijo
a las mujeres que recibirán apoyo del Partido en sus lugares de tra-
bajo y de sus CDR locales para hacer valer sus nuevos derechos.
Algunas mujeres comentaron que pensaban que sus maridos se sen-
tirían menos incómodos en el cumplimiento de tares domésticas "ahora
que están todos en el mismo bote". Algunas dijeron que en realidad
no esperaban que los hombres ya mayores cambiaran, pero que la
nueva ley ayudaría a impulsar la tendencia -ya evidente- entre la
juventud, hacia una mayor igualdad en el matrimonio. Una mujer
dijo: "Las muchachas de por aquí ya aplicaban esa ley antes que al
gobierno se le ocurriera siquiera... y ahora los hombres no tienen más
remedio que cumplirla."
CUANDO EL PATRIARCADO SE INCLINA:
LA SIGNIFICACIÓN DE LA
REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA
PARA LA TEORÍA FEMINISTA*

JUDITH STACEY

El comienzo está en la familia y el Estado; la con-


sumación en el Imperio.

E-YUN ( 1539 A. C.)

La opresión de la mujer empieza en el hogar. La familia es el prin-


cipal contexto institucional de la opresipn transhistórica y transcul-
tural de las mujeres. Feministas y socialistas consideran a la familia
nuclear como incubadora particularmente perniciosa de la supre-
macía masculina. La teoría socialista clásica vincula a la familia
nuclear directamente con la propiedad privada y hace remontar la
opresión de la mujer a su aparición, 1 pero el ejemplo de la URSS
ha llevado . a muchos a reconocer que la abolición de la propiedad
privada es, en el mejor de los casos, una condición necesaria pero
insuficiente para la liberación femenina. Hoy se acepta generalmente
que la supremacía masculina es anterior tanto a la sociedad de cla-
ses como a la familia nuclear. Del mismo modo, es evidente que la
familia nuclear ha sobrevivido tanto al socialismo como al capita-
lismo y que el sexismo, en diversos grados y aspectos, existe en todas
las sociedades conocidas por las mujeres. Las feministas van llegando
a la conclusión de que el patriarcado mismo está intrínsecamente
unido a la base, a las condiciones materiales de opresión de las
mujeres que trascienden los modos de producción históricos. 2
• Este articulo se publicó originalmente en Feminist Studies, 2, ní1m. 43
(1975). Feminist Studies Inc., -4-17 Riverside Drive, N. Y., N. Y. 10025. Tam-
bién fue presentado como parte de una serie de conferencias sobre el feminismo
socialista en Ithaca Gollege, en la primavera de 1976. Quiero agradecer a George
Ross y Diane Ostroffsky por su crítica detallada y su generoso apoyo. También
las lecturas críticas de una versión anterior de este trabajo por parte de los
editores ·de Feminist Studies han contribuido mucho a las mejoras que pueden
verse en el presente ensayo.
1 Friedrich Engels. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
2 Encontré por primera vez esta idea específica cuando la sugirió Sherry Ort-

[267]
268 JUDITH STACEy

La f2n1ilia biológica es la institución humana universal. Es en


ella, por lo tanto, donde las feministas han empezado a buscar las
raíces teóricas de los aspectos universales de nuestra opresión. Y si
bien la familia nuclear moderna no tiene el monopolio histórico de
los valores patriarcales, parece estar adquiriéndolo rápidamente en las
sociedades industriales. .A.sí, la familia nuclear ha sido identificada
como la institución clave en la opresión actual de las mujeres, y es
dentro de su particular conjunto de relaciones sociales y psicológicas
donde hemos empezado a buscar las raíces de las condiciones de nues-
tra opresión. De esta exploración en dos niveles de la naturaleza uni-
versal e históricamente específica de la familia' está surgiendo un
diálogo que trazará las bases teóricas de una revolución feminista.
Dentro de este contexto quiero examinar la "revolución familiar" en
la República Popular China.
China nos ofrece un caso particularmente rico y fascinante para
la elaboración 'de una teoría feminista de la familia. En la China
tradicional, más aún que en la mayoría de las sociedades preindus-
triales," la vida familiar era el nexo indiscutible del sistema social.
Ade1nás, la familia china era prácticamente una ciudadela del pa-
triarcado. Pocos sistemas familiares . pueden competir con el confu-
ciano en cuanto a la degradación y el trato brutal de la mujer. Del
jnfanticidio femenino a los pies niµtilad9s y la venta de niñas, las
palizas propinadas a las esposas, la poligamia, etc., las mujeres chinas
:eonocían todo tipo -de desdichas en SUi? breves y generalmente n1Íseras
vidas. Hoy la situación se ha transformado por completo. En el con-
texto de una revolución .socialista,. las -mujeres de la China continen-
tal han llegado quizá más cerca de la igualdad sexual que las de
cualquier otra sociedad contemporá:nea. Al mismo tiempo, el siste-
ma f an"liliar chino ha sufrido una transformación dramática en di-
rección a la moderna familia conyugal, tanto en la práctica como
en la ideología .. y· si bien la hegemonía económica, política y social
de la f anliiia ha . sido definitivamente eclipsada por el partido, el
Estado y la comuna, la moderna familia china sigue siendo un ele-
mento :notablen1ente fuerte, reconocidarnente armonioso y peculiar-
n1ente indiscutido en la sociedad comunista china.
Lo que intento presentar aquí es un análisis -reconozco que de
tercera. :rn;é~no-- de la significación que tiene la revolución familiar
.china para las feministas occidentales. Basándome principalmente en

ner durante una mesa redonda sobre el patriarcado en el Sarah Lawrence Col-
lege, en abril de 1973. Trabajos -1-ecientes ·como los de Juliet Mitchell, Psycho-
ann.lysis and feminism (Nueva York, Pantheon, 1974), y Nancy Chodorow, •'The
reproduction. of mothering" (tesis do·ctoral, Brandeis University, 1974), parten
del problema: de las condiciones··universales de la opresión de la mujer.
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 269
material de fuentes secundarias, intentaré reconstruir los aconteci-
mientos estructurales e históricos más importantes, 3 para luego exa-
minar las implicaciones de la experiencia china para la teoría fe-
niinista.

LA DECLINACIÓN DE LA FAMILIA TRADICIONAL

Las contradicciones existentes dentro de la estructura de la familia


tradicional china contribuyen a una dialéctica revolucionaria. Al mis-
mo tiempo, sin embargo, es preciso reconocer que este argumento
tiene dos filos. Las mismas lealtades familiares divisionistas que debi-
litaban la autoridad imperial inhibían también el desarrollo de una
conciencia colectiva de nacionalidad o. -de clase social. Además, las
normas particularistas y el nepotismo intrínseco de la familia china
clásica retardaron la industrialización. 4 . Pero finalmente la historia
se impuso, teniendo por. cómplice al imperialismo occidental.
Misioneros occidentales habían estado llegando a China desde el
siglo vn, pero su número e impacto ideológico fueron insignificantes
hasta después del triunfo británico en las guerras del opio de me-
diados del siglo XIX. Desgarrado por .la fuerza el velo dinástico a
fines del siglo xrx y comienzos del xx, los comerciantes e industriales oc-·
cidentales iniciaron la explotación ·de los mercados y recursos del
enorme imperio manchú. 5 Particularmente en las zonas urbanas, los
efectos combinados del comercio, la industria y la ideología occiden-
tales fueron desastrosos para la estructura social y familiar, ya bas-
tante deterioradas. 6
3 Me he basado fundamentalmente en "las siguientes obras sociológicas sobre
la familia china: Oiga Lang, Chinese family and society (Ne·w HaYen, Yale
University Press, 1946); Marion Levy, The family revo·Zution in modcrn China
(1949; Nueva York, Octagon, 1971); y C. K. Yang, Chinese communist society:
the familiy and the village (Cambridge, Mass, M.I.T. Press, 1959). Hung-Lou
l\kng, The dream of the red chamber (1792; Nueva York, Pantheon, 1958)~
e Ida Pruitt, A dattghter of Han (New Haven, Yale University Press, 1945), se
cuentan entre las obras literarias y biográficas importantes que complementan
el retrato académico.
' Ésta es una tesis fundamental en Levy, Familiy revolution. Lang, en Chi-
nese family, y William Goode, en World revolution and family patterns (Nueva
York, Glencoe Free Press, 1963), concuerdan también.
5 Han Suyin, en The crippled tree (Nueva York, Bantam, 1972), incluye una

rica descripción de las actividades imperialistas de los misioneros y los finan-


cieros ferrocarrileros, particularmente los belgas.
6 Para un .examen de las tensiones internas del orden político y económico

tradicional antes de las guerras del opio, véase Ping-ti Ho, .. The population
270 JUDITH STACEY

Los efectos del comercio fueron los primeros en hacerse sentir.


El flujo de nuevas mercancías baratas -particularmente textiles-
tuvo efectos perturbadores tanto en la producción como en el consu-
mo. Al hacerse menos costoso sacar de la casa la producción domés-
tica, la autosuficiencia económica del hogar tradicional empezó a
resquebrajarse. La aparición de transacciones de intercambio fuera
del hogar familiar, basadas en el dinero, exacerbó aún más esa ten-
dencia. La difusión de la industria doméstica y la gradual introduc-
ción de la tecnología y las máquinas dieron el golpe final: juntas
desafiaron las normas y relaciones centrales que sostenían el orden
confuciano.
Los criterios universalistas de empleo, la especialización y la com-
petencia fueron bastante destructivos, pero probablemente el factor
decisivo en el socavamiento de la autoridad tradicional fue la opor-
tunidad, incluso para una pequeña proporción de mujeres y jóvenes
de ambos sexos, de hallar empleo fuera del hogar. Los capitalistas
industriales hallaron una reserva de mano de obra barata ya cons-
tituida en las mujeres de las clases pobres. Como sus familias no
podían prescindir del ingreso extra que su trabajo podía aportar
a la subsistencia familiar, millares de muchachas inundaron las plan-
tas textiles y las sederías de Cantón, Shanghai y otros centros indus-
triales urbanos en desarrollo. 7 Aun cuando las condiciones en las f ábri-
cas eran terribles, la situación y la independencia de las mujeres que
trabajaban en ellas experimentaban una mejora significativa. Por
primera vez en la historia de China, algunas mujeres tenían una
vía legítima para escapar de la prisión familiar. Con la creciente
autonomía económica y física de pequeñas cantidades de mujeres
y de jóvenes, todas las costumbres y reglas familiares restrictivas ter-
minaron por ser puestas en tela de juicio. A medida que la familia
iba perdiendo su papel como unidad productiva, empezó a desva-
necerse la base material de los matrimonios concertados, la poligamia,
el vendaje de los pies, el culto de los antepasados, la veneración de
los ancianos y la hipocresía. ·
of China", en Franz Schurrnann y Orville Schell (comps.), The China reader:
imperial China (Nueva York, Vintage, 1967), pp. 76-78, y Wolfram Eberhard,
A history of China (Berkeley, University of California Press, 1971), pp. 272-
277. Una de las tensiones económicas más serias parece haber sido una brusca
elevación de la tasa de crecimiento demográfico que se inició a mediados del
siglo XVIII y aumentó dramáticamente durante todo el siglo XIX (Eberhard,
p. 273).
7 Agnes Smedley afirma que, debido a esto, sólo en los pueblos que trabajaban

la seda se aceptaban con alegría los nacimientos de niñas. En tales lugares las
hijas solían ser el principal sostén de sus familias, lo que alimentaba su digni-
dad y su orgullo correspondientemente (Battle hymn of China, Nueva York,
Knopf, 1943, p. 87).
LA REVOLUCIÓN FAMILL.<\R CHINA 271
U na minoría excepcional de mujeres halló incluso la fuerza colec-
tiva necesaria para rechazar por completo el matrimonio. A comien-
zos del siglo xx, las hilanderas de seda de Cantón formaron una
"hermandad de solteronas, llevando una vida seudofamiliar en socie-
dades altamente organizadas". 8 Agnes Smedley registra que tales
jóvenes eran famosas y se las consideraba lesbianas porque se nega-
ban a casarse, f orrnaban hermandades secretas y hasta se organizaban
en demanda de salarios más altos y jornadas de trabajo más cortas. 9
Las mujeres de Cantón eran excepcionales, pero los síntomas de la
descomposición de la f arnilia eran muy numerosos. El divorcio, la de-
lincuencia y el suicidio aumentaron en forma ominosa. El grado
de seguridad social y económica que ofrecía la familia extensa, que en
sus mejores momentos no llegaba a la altura del mito, seguía dismi-
nuyendo. Corno ha señalado Oiga Lang, la única asistencia en que
generalmente. podía confiar el individuo era la del grupo conyugal. 10
Aun cuando los lazos familiares tenían su valor, lo probable era que
los miembros opulentos del clan cobraran intereses usurarios a sus
parientes pobres -si se dignaban reconocer el parentesco. Y aun en
los hogares más extendidos, el ingreso se reunía generalmente a través
de las unidades conyugales. Como la contribución de las mujeres al
ingreso solía ser insignificante, la porción de seguridad que le corres-
pondía era igualmente escasa; si su marido era uno de los muchos
que se daban al opio, el juego o los placeres sexuales comercializa-
dos, no era mucho lo que podía hacer para impedir la venta de
cama, mesa, hijos y su propia persona a los acreedores. 11
La tendencia hacia la moderna familia nuclear se manifestó prime-
ramente en las clases trabajadoras urbanas. Al mismo tiempo, las
clases altas experimentaban la influencia ideológica occidental. Por
primera vez, los privilegios educativos se hicieron extensivos a las
niñas de la clase alta y algunas mujeres burguesas ingresaron en la
universidad y las profesiones. 12 Al tiempo .que las condiciones econó-
s Yang, Chinese communist society, p. 198.
0 Smedley, Battle hymn. Según Lang, en Chinese familiy, tenían buenos pre-
cedentes. A comienzos del siglo XIX, las muchachas que trabajaban en la seda
en Cantón formaron un movimiento llamado "Muchachas que no van a la
familia". Se mudaron a vivir lejos de sus maridos, conservaron su virginidad
y vivían en hogares para muchachas.
10 Lang, Chinese family, pp. 158-160.

11 Pruitt, Daughter of Han; Yang, Chinese communist society; Jack Belden,

China shakes the world (Nueva York, Monthly Review Press, 1970); William
Hinton, Fanshen (Nueva York, Vintage, 1966); K. S. Karol, China, el otro co-
munismo (México; Siglo XXI, 19'67). y Meng, Dream of the red chamber, ofre-
cen ejemplos gráficos de tales hechos.
12 Han Suyin, en A mortal flower (Nueva York, Bantam, 1972). describe la
experiencia de la propia autora como· miembro de la segunda generación de
272 JUDITH STACEy

nlicas iban creando la base material para la emancipación física de las


mujeres de la ciase trabajadora, las mujeres de las clases altas sentían
el cosquilleo de la emancipación cultural. En realidad, coi:no observa
Lang, había una contradicción entre la teoría y la práctica de las
distintas clases sociales: "Las obreras y campesinas con frecuencia
se comportan en forma novedosa con sus padres, maridos e hijos, sin
darse cuenta de que están repudiando las antiguas normas confu-
cianas; las jóvenes intelectuales a menudo tienen nuevas ideas sobre
la autoridad paterna, el matrimonio, etc., sin poder llevarlas a la
práctica." 13 El Partido Comunista Chino comprendió pronto que
la resolución de tal contradicción constituía una de sus· tareas revo-
lucionarias importantes.
No tiene mayor sentido unirse a la discusión sobre si fueron b.s
contradicciones internas de la estructura social confuciana o la in-
trusión del Occidente lo que constituyó el elemento decisivo en el
derrumbe del orden patriarcal. Es más probable que se hayan refor-
zado mutuamente, como sugiere Joseph Levenson. Las fallas del or-
den tradicional provocaron rebeliones masivas para cuya represión los
n1anchúes recurrieron cada vez más al apoyo occidental, que a su vez
exacerbó las tendencias desintegradoras, incitando así a rebeliones cada
vez más serias. 14
Baste destacar que, igual que el conjunto del orden clásico, al ini-
ciarse el siglo xx la práctica y la ideología de la familia confuciana
eran objeto de un despiadado ataque. La familia había empezado
a perder su posición privilegiada como centro institucional del or-
den social chino. Si bien el movimiento nacionalista de Sun Yat-sen
no fue en modo alguno el primero en incorporar demandas f eminis-
tas y reformas de la familia (ambas cosas eran prácticamente sinóni-
mos) a su programa político, de allí en adelante ningún movimiento
social o político con pretensiones de viabilidad podía pasar por alto
la cuestión del orden familiar decadente. 15

rnujeres pioneras en las profesiones. Helen Snow. Women in modern China (La
Haya. Mouton and Co .• 1967), incluye material biográfico similar sobre desta-
cadas mujeres dirigentes chinas. Ester Boserup informa que, en 1932, el 12%
de la población universitaria de China estaba formado por mujeres (Woman's
role in economic development, Londres, Allen and Unwin Ltd., 1970, p. 122).
13 Lang, Chinese family, p. 337.

u Joseph Levenson, Confucian China and its modern fate (Berkeley, Uni-
versity of California Press, 1958), pp. 147-152. Los académicos occidentales conti-
nuamente destacan el papel de Occidente, a menudo, aparentemente, con el
objeto de disminuir el papel del Partido Comunista en la organización de la
oposición. Véase, por ejemplo, Goode, World revolution; Levy, Family revolu-
tion, y Yang, Chinese cominunist society.
15 La rebelión de los Taiping (1851-1864) incluía en su programa social la
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA

En 1916 los intelectuales del movimiento de renacimiento chino


dedicaron buena parte de su despecho a un ataque frontal contra la
familia. Durante el Movimiento del 4 de Mayo de 1919 se utilizó pú-
blicamente por primera vez el término "revolución familiar", y des-
de entonces la familia pasó a ser, para estudiantes, nacionalistas y
progresistas en general, el símbolo de la debilidad de la China en el
mundo moderno.
En la China de antes de la liberación, la "revolución familiar" con-
sistía en una serie de ataques espontáneos, esporádicos y sin coordi-
nación contra el orden patriarcal confuciano. Aun cuando sólo afec-
taban directamente la vida de una pequeña minoría, las protestas es-
tudiantiles, los experimentos individuales y las reformas legales que
imitaban modelos occidentales iban desgastando la tradición. Ni si-
quiera el Kuomintang de Chiang Kai-shek, con su renuencia a con-
donar insubordinaciones juveniles de cualquier clase, y que llegó a
lanzar en 1934 el Movimiento Nueva Vida para resucitar artificial-
1nente las antiguas virtudes confucianas, pudo permitirse ignorar la
insistente demanda de reforma familiar. En gran parte como respues-
ta a la presión burguesa, en 1930 el I<.uomintang adoptó una medida
de compromiso, la Ley de Relaciones de Parentesco. Si bien la familia
seguía siendo patronímica, patrilocal, patrilineal y patriarcal, la ley
incorporaba principios de libertad en el matrimonio y monogamia.
Y, lo más importante, acordaba a las mujeres el derecho a heredar.
El código del Kuomintang nunca fue aplicado y no pasó de ser
una protección legal para una minoría privilegiada, pero, al sancio-
nar legalmente la práctica social espontánea, dio testimonio de la
inevitabilidad histórica de la transformación de la familia. No interesa
exan1inar aqµí los detalles de tan largo proceso histórico, pero es im-
portante para nuestros propósitos dedicar cierta atención a la historia
de la política del Partido Comunista respecto a la familia antes de la
liberación.

LA POLÍTICA COMUNISTA ANTES DE LA LIBERACIÓN

Cuando en 1919 Chao 'Vu-chieh, de Changsha, eligió el tradicional


camino de abrirse la garganta en su litera nupcial~ para escapar al in-
tolerable destino del matrimonio concertado para ella, inspiró al
joven Mao Tse-tung algunas de sus primeras y más apasionadas pági-

igualdad de los sexos y la prohibición del concubinato, el vendaje de los pies,


el matrimonio concertado, etcétera.
274 JUDITH STACEy

nas sobre el tema de la opresión de las mujeres. 16 Mao condenaba


la brutal estructura social que convertía el suicidio en un acto pro
social de protesta individual, y llamaba a la lucha colectiva por una
revolución familiar que eliminara la necesidad de tales actos de futi-
lidad individual.
La conciencia política de Mao se formó en el contexto del libera-
lismo y el naciente feminismo del período del 4 de Mayo, pero sus sim-
patías feministas se habían originado mucho. antes y en forma mucho
más directa: en el hogar. 17 Como ha sucedido con muchos revolucio-
narios destacados, la sensibilidad política de Mao fue alimentada en
primer término por su familia, donde una relación cálida e íntima
con su madre le enseñó pronto a identificar a su frío y despótico
padre como una de las fuentes de la común .vejación de su madre y
suya propia. 18 Ni Mao ni sus futuros camaradas revolucionarios olvi-
daron ese primer compromiso con la liberación de las mujeres y la
ref órma de la familia. Cuando su política maduró del liberalismo
al marxismo incorporaron a su programa revolucionario la concien-
cia de que la reforma familiar constituía una de las claves del cambio
social en el país.
El inovimiento de las mujeres en China fue alimentado por la
guerra y afectado por sus vicisitudes. En el curso de los veintiocho
años de lucha del movimiento comunista por la liberación de la pa-
tria, su política hacia las mujeres y la familia pasó por muchos alti-
bajos. En 1922 el joven PCCH publicó una declaración en favor de los
derechos de las mujeres en la que instituía una secretaría especial
femenina. 19 Al principio no recibió mucha atención, probablemente
por lo escaso de la participación femenina en los primeros tiempos
del partido. Además, los primeros radicales, tanto hombres como mu-
jeres, consideraban secundarios los problemas fe1neninos frente a la
lucha proletaria. 20 Las mujeres¡de izquierda, como Hsiang Ching-yu,
1 ª Roxanne Witke, "Mao Tse-tung, women, and suicide", en M. Young
(comp.), l'Vomen in China (Ann Arbor, Center for Chinese Studies, 1973),
pp. 7-31, es mi principal fuente de material sobre el feminismo juvenil de Mao.
17 Lang, Chinese family; Levy, Family revolu.tion, y Yang, Chinese communist

society, ofrecen análisis estructurales funcionales de las fuentes de estabilidad


y de tensión dentro de la familia confuciana.
18 Véase H. SnO'\\T, Women in modern China, para ejemplos biográficos de
tales alianzas revolucionarias madre/hijo.
10 El panorama histórico que sigue se basa fundamentalmente en material
de Young, Women in China. Suzette Leith, "Chinese women in the early com-
munist movement", es la principal fuente sobre el primer período comunista,
y Davin, "Women in the liberated areas", sobre el período siguiente. H. Snow,
Women in mo·dern China, y Smedley. Battle hymn, son útiles para una docu-
mentación más amplia sobre ese período.
20 Esto no sólo puede decirse de los primeros radicales chinos, sino que es
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 275
se oponían a las cruzadas por los derechos de las mujeres, considerán-
dolas demasiado individualistas y burguesas.
Hsiang, que dirigió la nueva secretaría femenina del PCCH, influyó
en la determinación de la política del partido de esa época hacia las
mujeres. Oponiéndose a la tendencia de las feministas chinas a ver
su lucha en términos sexuales, Hsiang atribuyó la situación social de
inferioridad de las mujeres a la estructura social china y sostuvo
que la emancipación de la mujer sólo podía llegar a través de un
cambio estructural.
Durante la década de 1920, período de la estrategia proletaria ur-
bana del PCCH, Hsiang dedicó la mayor parte de su energía política
a la organización de las mujeres que trabajaban en las industrias de la
seda y del algodón. Particularmente en Shanghai, donde las muje-
res constituían la mayoría de la clase trabajadora, la política tuvo
éxito al principio. Las mujeres obreras superaron siglos de docilidad
con una venganza. Su participación en la ola de huelgas militantes
que marcó la década fue sumamente importante. Otra heroína revo-
lucionaria, Tsai Chang, organizó a las mujeres de las provincias du-
rante la Expedición del Norte; la esposa de Sun Yat-sen estableció en
Hankow una escuela para la preparación de mujeres activistas. Las
asociaciones de mujeres cumplían un doble propósito, funcionando a
veces en forma casi judicial como oficinas de matrimonio y de divor-
cio, práctica que suscitó una notoria resistencia masculina. La res-
puesta del Kuomintang a la amenaza social y económica fue brutal:
el éxito de las actividades proobreras y antimperialistas de mediados
de la década contribuyó a provocar el Terror Blanco de 1927, que
diezmó al proletariado urbano y preparó el desesperado marco para
la aceptación de la estrategia campesina finalmente victoriosa de Mao
Tse-tung.
El violento baño de sangre contrarrevolucionario que las fuerzas
de Chiang Kai-shek desencadenaron contra los comunistas reservó su
más sádica brutalidad para las mujeres activistas. Más de mil diri-
gentes (no todas comunistas) fueron cazadas, torturadas y ejecutadas.
Entre las víctimas del terror se contó Hsiang Ching-yu. 21
Así, los comunistas fueron brutalmente persuadidos de abandonar
su ortodoxa estrategia urbana. Durante los veinte años siguientes

una constante en la historia del PCCH y, de hecho, un elemento básico de la


teoría marxista. Agradezco a Diane Ostroffsky por haberme señalado que en-
focar exclusivamente a las mujeres y la revolución familiar pone de realce en
exceso la centralización de esos problemas en la estrategia y las deliberaciones
del PCCH.
21 Según Helen Snow, murieron más de 120 000 revolucionarios. Yang Kai-hui,

primera esposa libremente elegida de Mao Tse-tung, fue ejecutada en 1930.


276 JUDITH STACEY

reorientaron sus energías hacia la construcción de una revolución de


base campesina. El Soviet de I<..iangsi fue uno de los primeros terrenos
de prueba para la política relativa a la mujer y la familia. Allí
aprobó el comité central ejecutivo sus primeras dos leyes sobre el
matrimonio en 1931 y 1934. Dichas leyes, que imitaban las de la
Unión Soviética, eran esencialmente liberales: establecían el prin-
cipio de la asociación libre en el matrimonio y concedían a las mu-
jeres la custodia de sus hijos. Al imponer el registro de divorcios
y matrimonios ante las autoridades locales, el Estado ingresó por
primera vez en el terreno del matrimonio. La ley de 1934, que pro-
tegía a los soldados del Ejército Rojo contra el divorcio por parte
de sus esposas, reflejaba parte de la experiencia del partido en ·la
aplicación del código anterior. Aun cuando éste no se había aplicado
rigurosamente, el derecho a divorciarse provocó considerable entu-
siasmo entre las jóvenes campesinas y una resistencia equivalente entre
los hombres y las mujeres mayores.
A lo largo del período revolucionario, la política y la práctica
del partido siguieron un rumbo oscilante entre las exigencias de la
lucha de clases y las de la guerra de los sexos. En la necesidad de
atacar a la familia tradicional, aunque sólo fuera para dejar a las
mujeres en libertad para movilizar su apoyo político y económico, y
a la vez temerosa de suscitar el antagonismo de los hombres, contra
quienes las mujeres "liberadas" comprensiblemente descargaban su
furia largamente reprimida, la dirección del PCCH se hallaba desgarra-
da por conflictos y desacuerdos. 22 ·
Aun cuando la lucha por la emancipación de las mujeres nunca
fue tan central ni tan militante como la lucha por la reforma agraria,
las mujeres de las zonas liberadas obtuvieron importantes beneficios
derivados de ambos programas durante la guerra de liberación. La refor-
n1a agraria concedía a las mujeres derechos iguales a la tierra, primera
condición para la independencia económica de las campesinas. Com-
prendiendo rápidamente las implicaciones de la reforma agraria para
su situación dentro de la familia, las mujeres participaron activa-
mente en las luchas agraristas. 23 Además, a medida que la guerra se
extendía y la mano de obra masculina empezaba a escasear en las

22 George Ross me ha recordado que todos los problemas centrales de la


estrategia revolucionaria -reforma agraria, análisis de clase, táctica militar,
etcét'era- requerían un acto de equilibrio político igualmente delicado.
23 Véase en Hinton, Fanshen, la mejor descripción de la naturaleza de esta

participación y de la relación entre la reforma agraria y el status de la mujer.


Por ejemplo: "Una mujer dijo: 'Antes cuando nos peléabamos mi marido
siempre me decía: Vete de mi casa. Ahora ya puedo contestarle: '~ete tú de
mi casa'." (p. 397).
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 277
aldeas, ellas tuvieron que hacerse cargo del trabajo: asociaciones
de mujeres instituyeron equipos de ayuda mutua, emprendieron ope-
raciones de inteligencia y sabotaje, improvisaron hospitales y lucharon
por mantener la economía de subsistencia. El desarrollo de su con-
ciencía y su moral fue portentoso.
En consecuencia, en 1948 el partido promulgó una nueva resolu-
ción incitando a las mujeres a luchar contra su posición de subordi-
nación dentro de la familia. La resolución declaraba que la lucha
contra la opresión de las mujeres era "una lucha ideológica entre
campesinos y debía ser radicalmente diferente de la lucha de clase
contra los terratenientes feudales" . 24 En términos maoístas la lucha
de clase es antagónica, mientras que las contradicciones en el seno
del pueblo pueden resolverse mediante la persuasión y la propa-
ganda. 25 La resolución implicaba que las mujeres debían abstenerse
de utilizar la violencia contra los hombres. La mayoría lo hizo, pero
varias asociaciones femeninas llegaron al castigo físico en su furia
colectiva contra algunos hombres particularmente opresores y recal-
citrantes.26 Una vez más los cuadros se encontraron en la cuerda floja:
el antagonismo sexual amenazaba la solidaridad de clase. Por aña-
didura, las asociaciones de mujeres se dividían según líneas genera-
cionales a medida que las mujeres mayores se enfrentaban a las jóve-
nes en torno al derecho de elección libre para el matrimonio. Hasta
que no terminó. la guerra civil y fue posible establecer un orden social
y económico estable, la política familiar radical fue un asunto arries-
gado. Pero cuando llegó ese momento en 1949, campesinos y cuadros
ya habían sentado en las zonas liberadas las bases económicas, polí-
ticas, sociales e incluso psicológicas para una transformación perma-
nente de la familia.

CONTROVERSIAS FEMINISTAS

Hay una serie de controversias aún abiertas y apasionadas sobre al-


gunos hechos y la significación del período revolucionario, que vale
la pena examinar por su importancia para la política feminista con-
temporánea. En primer término, existe un desacuerdo bastante apa-
sionado sobre las motivaciones y la integridad de la política feminista

Davin, "Wom.en in the liberated areas", p. 84.


2 .i,

25 Mao Tse-tung, "On the correct handling of contradictions among the


people", Four essays on philosophy (Pekín, Foreign Languages Press, 1968).
26 Ejemplos de esto hay en Davin, "Women in the liberated areas", Belden,

China shakes the World, y Hinton, Fanshen.


278 JUDITH STACEY

del PCCH. La discusión se da fundamentalmente entre quienes creen


en la sinceridad del feminismo de la dirección · comunista y quienes
la ponen en duda. Los últimos afirman que desde el principio hasta
el fin la liberación femenina no fue, en el mejor de los casos, más
que un objetivo secundario: un medio para alcanzar un fin. En su
versión más hostil, la argumentación asevera que la política favo-
rable a los derechos de la mujer fue sacrificada en aras de los
intereses personales y políticos de la dirección stalinista. 27 La versión
menos sectaria acusa a la dirección del PCCH de haberse guiado siem-
pre por consideraciones económicas y políticas en su política respecto
a las mujeres y la familia, cometiendo por ello muchos errores. 28 Se
cita el silenciamiento de Ting Ling en 1942 como prueba de la res-
puesta represiva del partido al feminismo. La posición contraria des-
taca el precario equilibrio de la alianza revolucionaria que los comu-
nistas tuvieron que forjar. 29 Es una posición de realpolitik, básica-
mente, que disculpa las posiciones antifeministas de los comunistas
afirmando que no había otro camino hacia la victoria socialista -des-
tino que según ellos era el mejor, incluso para las mujeres.
Son innegables los enormes progresos hechos por las mujeres chinas
bajo la dirección comunista. Contraponer el feminismo al objetivo
de una revolución socialista es hacer una distinción prematuramente
divisionista. El socialismo no es un proyecto exclusivamente masculi-
no, ni lo era en aquella época. Pero no está de más plantear algunas
preguntas sobre el proceso de elaboración de una política feminista,
y el caso de Ting Ling es muy ilustrativo. Creo que no es correcto
ver la imposición de la disciplina partidaria que silenció su protesta
feminista en 1942 como un simple caso de chauvinismo masculino. El
incidente se produjo en el momento cumbre de la movilización con-
tra los japoneses, cuando cualquier tipo de desviacionismo era sun1a-
°
mente peligroso. 3 Cualquiera que sea la opinión que se tenga sobre
los méritos políticos de una férrea disciplina partidaria (y yo perso-

Z7 Katie Curtin, "Women and the Chinese revolution", International Socia-


list Review, 35, núm. 3 (marzo de 1974), pp. 8-11, 25-40.
28 Janet Salaff y Judith Merkle, "Women and revolution: the lessons of
the Soviet Union and China", Socialist Revolution, 1, núm. 4 (1970), pp. 39-72.
:211 Nancy Milton, "Women and revolution", Socialist Revolution, 1, núm. 6
(1970), pp. 139-144. Charlotte Cohen, "Experiment in freedom: women of
China", en Robin Morgan (comp.), Sisterhood is powerful (Nueva York, Vin-
tage, 1970), pp. 385-417, y Leith, "Chinese women in the early communist
movement", están en desacuerdo con esta visión. Davin, en "Women in the
liberated areas", adota una posición intermedia.
30 El problema de la purga de Ting Ling después del episodio de las Cien

Flores es otro asunto, aunque no del todo aparte. Véase Karol, China, para
un análisis esclarecedor de ese período.
LA REVOLUCIÓN FAMILL.o\.R CHINA 279
nalrnente tengo serias dudas), sería sectarismo pasar por alto el con-
texto del problema de Ting Ling.
Pero sería igualmente equivocado, en mi opinión, que las feminis-
tas se quedaran en eso. Porque subsiste el hecho de que aquello que
Ting Ling presentaba (y su vida antes y después del incidente ates-
tigua la integridad de sus motivos) era un reclamo feminista. La direc-
ción bien puede haber estado en lo cierto al considerar que la situa-
ción militar era demasiado precaria para soportar el embate de una
tendencia feminista, o de cualquier otra forma desviacionista, pero
un detalle importante que las feministas no pueden ignorar es que la
decisión de subordinar la lucha por la emancipación de la mujer fue
tornada por un organismo de abrumador predominio masculino. Dado
el contexto histórico, particularmente el del sistema familiar patriar-
cal, difícilmente podría haber sido de otro modo. Pero resulta irri-
tante ver a algunas mujeres justificar con tanta premura políticas
antiferninistas dictadas por órganos de los cuales sus hermanas fueron
excluidas, sistemáticamente o de cualquier otro modo.
También debe interesar a las feministas occidentales contemporáneas
la razón de por qué las mujeres desempeñaron tan pequeña parte
en la dirección revolucionaria. Sólo cuatro nombres de mujeres apa-
recen en una lista de cien dirigentes del partido en 1928. 31 Apenas
treinta mujeres había entre las cincuenta mil personas que partieron
de Kiangsi para la Gran Marcha. 32 En general, las mujeres estuvie-
ron míseramente subrepresentadas en las filas de la vanguardia. Si
bien es posible que una variedad exótica de machismo del PCCH
haya contribuido a provocar tan desdichada situación, probablemen-
te tuvieron mayor importancia aspectos sexistas estructurales. Suzette
Leith ha sostenido que la base campesina de la revolución explica
en gran parte el escaso papel desempeñado por las mujeres. Las
mujeres obreras, que compartían las preocupaciones económicas con
los hombres, se integraban fácilmente a la lucha de clases, pero, al
verse obligado el partido a abandonar su estrategia urbana, se en-
frentó directamente a la contradicción entre los antagonismos de clase
y los antagonismos de sexo. 33 En las zonas rurales, el modo más sen-
cillo de organizar a las mujeres era en torno a su represiva situación
familiar. Esos intereses especiales imprimieron una tendencia separa-
tista a las asociaciones de mujeres. Además, el conservadurismo y el

31 Leith, "Chinese women in the early communist movcment", p. 66.


32 Davin, "Women in liberated areas•·, p. 75.
33 Davin registra el cálculo de Mao de que en Ts'ai-hsi (Kiangsi) el 30% de
los representantes en el congreso del distrito interior en 19·31 eran mujeres,
y el 62% y el 64'% (!) en 1932 y en 1933, cuando más hombres se habían
unido al ejército.
280 JUDITH STACEY

sexismo profundamente arraigados en el campo dificultaron la parti-


cipación de las mujeres en papeles públicos opuestos a los estereo-
tipados. Por ejemplo, los militares.
Para que no se piense que esto quiere decir que una base prole-
taria es· garantía de igualdad sexual, Leith admite que aun en el
primer período, con su enfoque urbano y obrero, fueron pocas las mu-
jeres que llegaron a la cima. En su opinión, esto se explica por dos
factores principales. Primero, la dirección al principio se reclutaba
en su mayoría entre las personas educadas, y la antigua discrimina-
ción sexual de la educación hacía que fuera muy limitado el número
de mujeres disponibles; las escasas mujeres que recibían educación
formal pertenecían a la burguesía y por lo tanto se sentían atraídas
más bien por el feminismo liberal. En segundo lugar, la dirección del
PCCH tendió a confinar a las mujeres al movimiento femenino den-
tro del partido. Incluso Hsiang Ching-yu, de las primeras simpatizan-
tes obreras, fue relegada a la secretaría de mujeres.
Las mujeres chinas se encontraban entre la espada y la pared, en
un dilema familiar para las feministas. Cuando intentaron participar
como miembros iguales en un movimiento integrado, se les exigió
que dejaran de lado su opresión específica en cuanto mujeres. Y cuan-
do se organizaron en forma autónoma en torno a problemas feme-
ninos, se las consideró divisionistas respecto a la causa de la solidaridad
de clase.
No hay consenso en cuanto a la forma como enfrentaron ese di-
lema las mujeres chinas. ¿Percibían su opresión primeramente en
términos sexuales o en términos económicos? Por detrás de esta pre-
gunta encontramos todos los matices del actual debate político sobre
si es el sexo o la clase lo que constituye "la contradicción básica".
Es difícil hacer generalizaciones, particularmente ex post facto, de
percepciones subjetivas. Por la evidencia disponible parecería que las
mujeres chinas tenían diversos grados de conciencia de la naturaleza
dual de su opresión. Allí, como en otras partes, las mujeres burguesas
tendían a concentrar la atención en su situación de mujeres. Las
mujeres radicales aparentemente aceptaban, e incluso contribuyeron
a formular, el análisis partidario según el cual la igualdad sexual ven-
dría con la liberación económica. Pero en vista de la práctica del
centralismo democrático, resulta imposible conjeturar cuántas muje-
res del partido compartían en silencio las dudas de Ting Ling sobre
ese enfoque. Las campesinas probablemente pasaron por toda la gama
del odio de clases hasta el odio de sexos pasando por la indiferencia.
Pero parece razonable suponer que les interesaba por lo menos tanto
terminar con el patriarcado como construir el socialismo.
La disputa más acalorada en torno a este período se refiere a la
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 281
estimación del éxito del feminismo y la revolución familiar en la
guerra de liberación. Dejaremos para más adelante la plena conside-
ración de las complejidades de este problema, que después de todo
constituye el nudo del problema político para las fe1ninistas socialis-
tas. 34 ·Ciertamente, hasta el PCCH reconoció que la revolución familiar
estaba lejos de haberse completado cuando terminó la guerra en
1949. Es la naturaleza de los obstáculos que la estrategia revolucio-
naria del PCCH colocó en su camino lo que constituye el tema de la
discusión.
Janet Salaff, para quien "la revolución comunista no llegó ni de
lejos a transformar la situación social de la mujer", basa esa afir-
mación en que "las mujeres no se organizaron como mujeres en el pe-
ríodo revolucionario". Acabamos de ver que fue precisamente porque
las mujeres se organizaron como mujeres por lo que se puso en duda
su dedicación revolucionaria, pero no creo que sea exactamente eso
lo que quiere decir Salaff; es el hecho de que las mujeres, "pese a su
importante contribución a la revolución, nunca obtuvieron el control
de los medios de coerción -fuerza armada- que podían haber ase-
gurado su poder", lo que molesta :µiás a Salaff. 35 Cualesquiera que
sean los méritos de esta posición para un movimiento feminista con-
temporáneo, es un juicio más bien académico sobre la lucha de libe-
ración china, y probablemente confunde un efecto con una causa.
Mucho más importante me parece entender por qué las mujeres no
desempeñaron un papel atítónomo en la lucha militar.
No hay pruebas, que yo sepa, que indiquen que las mujeres fueron
sistemáticamente derrotadél¡S en un intento persistente por obtener,
o incluso compartir, la fuerza militar. Debemos contentarnos con la
más probable aunque infortunada conclusión de que no hubo tal
intento. Y sería un error juzgarlas con dureza por ello. Para inten-
tarlo hubieran necesitado una conciencia feminista revolucionaria de
base de masas. Aún aquí y ahora está lejos de ser claro que ya estén
maduras las condiciones para un proceso de ese tipo. En la China
patriarcal y semifeudal era probablemente inconcebible.

EL FEMINISMO Y LA FAMILIA EN LA REPÚBLICA POPULAR

rl istoria política

Cuando el triunfante PCCH aprobó su primera ley nacional sobre el


3 4' Véase infra, pp. 291-301, y conclusión.
35 Salaff, "Women and revolution", pp. 59, 71.
282 J UDITH STACEY

matrimonio el 1 ~ de mayo de 1950, estaba convirtiendo en política


oficial los procesos sociales de reforma familiar que venían desarro-
llándose desde mucho antes. Lo que había sido experimentos espo-
rádicos y sin coordinación se convirtió en doctrina legal explícita
y tema de intensa propaganda. La ley del 1 ~ de mayo terminó oficial-
mente con todos los abusos patriarcales y autoritarios del orden fami-
liar confuciano. Repudió explícitamente "el sistema de matrimonio
feudal, arbitrario y compulsivo, que se basa en la superioridad del
hombre sobre la mujer". 36 La ley fue una victoria de la familia con-
yugal y monógama basada en principios de asociación libre e igual-
dad sexual. Abolía la poligamia, el concubinato, el compromiso matri-
monial desde la infancia, el matrimonio por compra, el infanticidio
y la ilegitimidad, y aseguraba a hombres y mujeres por igual el
derecho a divorciarse, volverse a casar, heredar y tener propiedades.
En los veinticuatro años transcurridos desde la aprobación de esa
revolucionaria ley, la política del PCCH hacia las mujeres y la familia
ha pasado por una variedad de etapas y formulaciones. Cada tres o
cuatro años la política familiar parece vacilar siguiendo las líneas
de un lucha política más amplia. A medida que la estrategia del par-
tido se desplaza del frente económico al frente político de la trans-
formación socialista, la política feminista y familiar sigue un curso
oscilante entre el acento en los aspectos especiales de la opresión de
las mujeres y la inclusión de la liberación femenina dentro del marco
de la lucha de clases. Las vicisitudes de la reforma familiar evocan
la tensión existente entre los antagonismos de clase y los de sexo an-
tes de la liberación. Como consecuencia de ello, la vida familiar en la
República Popular China ha atravesado períodos alternados de con-
moción y estabilización.
Si bien es posible trazar el curso aproximado de la política oficial
del partido, cualquier historia social de la vida familiar concreta será
necesariamente superficial e impresionista. Sólo podemos basarnos en
las descripciones de occidentales cuyas visitas han estado muy aleja-
das en el tiempo, el espacio y el enfoque, y cuyo acceso al material
primario ha sido limitado. Teniendo presente esta limitación, parece
razonable dividir la época posterior a la liberación en seis períodos. 37
38 Citado en Cohen, "Experiment in freedom", p. 399.
37 El resumen histórico y sociológico que sigue procede en gran medida de
las siguientes fuentes: Yang, Chinese communist so·ciety; Cohen, "Experiment
in freedom"; Sheila Rowbotham, Woman, resistance and revolutio·n (Nueva
York, Vintage, 1974). Hay análisis útiles de algunos problemas relevantes en
Isabel Crook y David Crook, The first years of Yangyi commune (Londres,
Routledge and Kegan Paul, 1966); Curtin, "Women and the Chinese revolu-
tion"; Jan Myrdal, Report from a Chinese village (Nueva York, New Amei-ican
Library, 1965); Jan Myrdal y Gun Kessle, China: the revoltttion continued
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 283
1] De la liberación hasta 1953 aproximadamente, la revolución fami-
liar tuvo prioridad política. Este primer período se caracterizó por la
concentración de la movilización política en torno a los problemas
de la reforma agraria y la ley matrimonial. Tan intensa fue la agita-
ción que la ley sobre el matrimonio pronto fue conocida popularmente
como "ley sobre el divorcio". Mujeres y hombres de todas las edades
participaron entusiastamente en las luchas por la reforma agraria, pero,
igual que en el período anterior, muchos hombres y mujeres mayores
resistieron seriamente a la ley sobre el matrimonio. Las mujeres inun-
daron los tribunales con sus demandas de divorcio. En el 76.6% de
los 21 433 casos de divorcio en 32 ciudades y 34 distritos rurales
mencionados en el Jen-min Jeh-pao (Diario del pueblo) del 29 de
septiembre de 1951, las demandantes eran mujeres. 38 Se les res-
pondió con la misma brutalidad y obstrucción con que se había res-
pondido a sus hermanas de las zonas liberadas. Los golpes, el confina-
miento y el asesinato fueron el destino de muchas jóvenes que
intentaban ejercer sus nuevas libertades. Y, como lo reconoció el par-
tido en declaraciones oficiales, los cuadros partidarios locales no fueron
ajenos a esa conducta violenta y escandalosa. Las mujeres campesinas
llegaron a decir: "Para divorciarse hay que superar tres obstáculos:
el obstáculo del marido, el obstáculo de la suegra y el obstáculo de
los cuadros. Los cuadros son el obstáculo más difícil." 39
Una vez más, una ola de suicidios de mujeres obligó al partido
a reconsiderar la prosecución de la política militante. Marjory Wolf
atribuye a esto el retardo en la política familiar que siguió: "El hecho
de que las mujeres, que supuestamente eran las principales beneficia-
rias de la campaña, se opusieran a ella no puede haber dejado de
influir en la decisión de los planificadores sociales de suspenderla por
un tiempo." 40 Sin embargo, interpretar los suicidios como resistencia
de las mujeres a la reforma familiar parece ser una lectura muy ex-
traña de los hechos.
Fue para resistir el antiguo sistema familiar, no contra el nuevo,.
por lo que dio su vida la mayoría de esas jóvenes. Era necesario

(Nueva York, Pantheon, 1970); Janel Salaff, "Institutionalized motivation for


fertility limitation", en Young, Women in China, pp. 93-144; Ruth Sidel.
l'Vomen and child care in China (Baltimore, Penguin, 1973); Ruth Sidel,
Families of Fengsheng: urban life in China (Harmondsworth, Ingl., Penguin>
1974); Karol, China, y Simone de Beauvoir, The long march (Cleveland, Ohio,_
'\i\Torld Publishing Co., 1958).
38 Yang, Chinese communist society, p. 71.

so lbid., p. 81.
~ Marjory Wolf, "Chinese women: old skills in a new context", en Michelle
Rosaldo y Louise Lamphere (comps.). Woman, culture, and society (Stanford,.
Stanford University Press, 1974), p. 171.
284 JUDITH STACEY

avanzar mucho ·más por la vía de la reconstrucción política y eco-


nómica para que las mujeres pudieran ejercer sus derechos con se-
guridad. Aunque en el momento parecía de largo alcance, la ley
de 1950. era en realidad una medida parcial. Se basaba en un sis-
tema de propiedad privada de la tierra, lo cual era un progreso im-
portan te, pero la seguridad económica que proporcionaba a las mu-
jeres era todavía inadecuada para que pudieran aprovechar plena-
mente sus oportunidades legales.
2] La inadecuación de la base económica fue, probablemente, tan
responsable de la regresión que se dio en el segundo período ( 1953-
1957) corno las alarmantes tasas de suicidios y asesinatos de muje-
res. Durante ese período del primer plan quinquenal la política comu-
nista se concentró en el desarrollo económico y se desalentó la agita-
ción política. El partido trató de justificar un momento de reacción,
o estabilización, si se prefiere, en cuanto a los problemas de la reforma
familiar, declarando que las mujeres ya habían logrado su liberación.
La política sobre el divorcio sufrió la más dramática inversión -de la
que aún no se ha recobrado. El divorcio se volvió, y sigue siendo, muy
difícil de obtener, en base al principio de que cada quien debe cargar
con las consecuencias de sus actos. Según lo expresó la secretaria de
una aldea: "Aun si el matrimonio no tiene hijos,. la gente considera
inmoral el divorcio, porque ahora que cada quien puede elegir con
quién se casa, deberían aguantarse las consecuencias." 41
El divorcio por "incompatibilidad" fue denunciado corno burgués y
divisionista, y el matrimonio fue promovido como acto político posi-
tivo y socialista. Se instó a las mujeres a impulsar la revolución par-
ticipando en el trabajo agrícola y también reasumiendo sin quejas
"sus" responsabilidades domésticas. Esta última directiva se dirigía
principalmente a las mujeres urbanas, para quienes no había suficientes
oportunidades de empleo que proporcionaran alternativas posibles a la
vida familiar.
3] El Gran Salto hacia Adelante ( 1958-1961) justificó ampliamen-
te su nombre desde el punto de vista del feminismo. El estableci-
miento de las comunas populares representó una innovación estructu-
ral muy importante para las mujeres, al remplazar a la familia como
fuente de seguridad económica y social del individuo. Hay evidencia
en el sentido de que las comunas constituyeron una respuesta popu-
lar a necesidades locales antes que el resultado de un simple edicto de
Pekín. 42 Las mujeres tenían absolutamente todo que ganar con la in-
41 Myrdal, Report from a Chinese village, p. 58.
~ Lo afirman, por ejemplo, Crook y Crook, en The first years. Myrdal y Kes-
sel, en China: the revolution continued, y Simone de Beauvoir, en The long
1narch, lo apoyan en parte. Sin embargo, Curtin, en "Women and Chinese
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 285
novación. 43 Antes de la socialización de la producción agrícola, las mu-
jeres de la "Posada de las Diez Millas" "consumían grano con salvado
una parte del año" a fin de reservar el mejor alimento para los hombres,
que trabajaban más duro. 44 No sólo las posibilidades de empleo para
las mujeres eran limitadas, sino que, antes de la institución de las co-
munas, los salarios se pagaban a la familia antes que al individuo. Con
la colectivización, el campo sufrió su primera escasez de mano de
obra, y se recurrió a las mujeres para cubrir las necesidades. Fue un
caso de coincidencia de las necesidades de la s9ciedad con las de la
emancipación femenina. Para liberar a las mujeres para la actividad
productiva se introdujeron servicios como comedores colectivos y
guarderías. Parecía acercarse una nueva era para las mujeres y el
socialismo.
Pronto, sin embargo, las comunas encontraron serias dificultades.
La ayuda soviética cesó repentinamente en 1960. Tres años de cala-
n~idades naturales devastaron al país. Las cuotas de producción caye-
ron en el caos. También es posible que la colectivización se haya hecho
con excesivo apresuramiento. Esté o no en lo cierto Katie Curtin al
afirmar que los campesinos respondieron con el paro masivo a las
cuotas de producción y de trabajo desmesuradamente altas, diversos
estudios realizados en aldeas indican que la conciencia campesina no
estaba preparada aún para aceptar la socialización de las tareas do-
mésticas. Los comedores de la comuna de Yangyi, por ejemplo, fueron
cerrados en respuesta tanto a las calamidades naturales con'1o a las
quejas de los clientes (principalmente hombres) que preferían la co-
mida casera. Sheila Rowbotham sostiene que actualmente en toda
China "las mujeres campesinas en particular parecen preferir sus
familias individuales a las instalaciones comunales" .45
4] Como era de preverse, en el cuarto período ( 1962-1965) China
entró en una segunda fase de regresión. La facción de Liu Shao-
chi asumió la dirección del partido, el desarrollo económico vol-
vió a tener la prioridad nacional y la estabilización de la familia
volvió a la orden del día. El partido publicó un manual sobre El arnor,
el 1natrimonio y la familia, que formulaba la ideología oficial sobre la

revolution", lo niega con vehemencia: la autora p1·esenta la opinión trotskista


de que la colectivización fue un proceso stalini.sta.
•3 H. Snow afirma efectivamente que las mujeres fueron la fuerza motora
de la socialización: "Fueron las mujeres quienes principalmente apresuraron
el desarrollo de la propiedad socialista en China, puesto que no se sentían
adecuadamente protegidas en el sistema de propiedad privada" (H'omen in
nwdern China, p. 50). Por atractivo que esto resulte para las feministas, son
muy escasos los datos disponibles que apoyen la afirmación de Snow.
44 Crook y Crook, The first years, p. 37.

45 Rowbotham, Woman, resistance and revolution, p. 196.


286 JUDITH STACEY

familia. El matrimonio, afirmaba, es la única respuesta apropiada al


amor, emoción que según se esperaba debía ser guiada fundamental-
mente por los dictados de las prioridades políticas. Tung Pien,
directora de la revista Mujeres de China, impulsó el movimiento
de regreso al hogar con artículos corno "Las mujeres viven para
criar a sus hijos", "Las mujeres deben realizar más tareas fami-
liares" y "Para las mujeres iniciar empresas es lo mismo que volar
cometas debajo de la cama". 46 Relatos comunistas de esta época,
en contraste con los publicados en el período del Gran Salto hacia
Adelante, resucitan algunas de las virtudes familiares ·confucianas.
El respeto por los ancianos, la estrecha vinculación .entre padres e
hijos y los matrimonios semiconcertados son temas corrientes en tales
relatos. En base a un estudio comparativo de relatos de ese pe-
ríodo de la República Popular y de Taiwán, Chin concluyó que el
viraje no era casual: para ella representaba un regreso parcial a la
celebración de la autoridad paterna, la solidaridad. entre padre e
hijo y la subordinación de los jóvenes a sus mayores. 47
En las aldeas, muchas mujeres aparentemente aceptaban su situa-
ción subordinada dentro de la familia. La pionera Li Kuei-ying de
la aldea de Liu Ling explicó a Jan Myrdal: "Ve usted, de ningún
modo todas las mujeres tienen conciencia de ser iguales a sus ma-
ridos. Algunas siguen viéndolos como antiguamente, antes de la libe-
ración de las mujeres. Y debido a esQ sufren, y es preciso liberarlas." 48
5] La revolución cultural ( 1966-1968) fue, en parte, un intento
de sacudir a las masas para sacarlas de su letargo. Los maoístas de-
nunciaban la política "revisionista de derecha" de Liu Shao-chi, a
quien se acusaba también de política reaccionaria hacia las mujeres
y la familia. También Tung Pien fue purgada y denunciada corno "ele-
1nento de la banda negra" que "planeaba utilizar las tesis burguesas
sobre la naturaleza humana para corromper a sus lectoras a fin de
que persiguieran y se contentaran con el calor de la pequeña familia,
destruyendo así su voluntad revolucionaria". 49 En cambio, Mujeres de
China empezó a publicar artículos contra los matrimonios concerta-
dos, los obsequios de desposorios y las celebraciones nupciales extra-
vagantes. Se instó a las mujeres a participar en la gran ola de crítica
y fervor político que caracterizó el período, pero el movimiento oficial
de las mujeres fue disuelto. El Día Internacional de la Mujer desapa-

46 Citado en Salaff, "Women and revolution", p. 65.


' 7 Ai-li Chin, "Family relations in modern Chinese fiction", en l\'.I. Freed-
man (comp.), Family and kinship in Chinese society, p. 108.
"ª Myrdal, Report from a Chinese village, p. 259.
49 vVu Yuan-chi et al., "The great conspiracy of spurious discussion and bona

fide poisoning", Chinese Sociology and Anthropology, I, núm. 2 (1968), p. 59.


LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 287
reció del calendario chino. Una vez más se pidió a las mujeres que
corrieran su suerte revolucionaria como hombres. Un escritor chino
proclamó: "La revolución difiere según sea verdadera revolución o
falsa revolución. No difiere según el sexo." 50
Desde el punto de vista feminista, la revolución cultural fue un
fenómeno complejo. La politización masiva, y particularmente la re-
novada insistencia en las mujeres como agentes revolucionarios iguales,
fueron esenciales para el progreso de éstas, pero durante los dos años de
suspensión de toda actividad social normal, la educación y la campaña
por el control de la natalidad se contaron entre las víctimas. Pese a la
propaganda oficial en sentido contrario, también aumentaron los ma-
trimonios juveniles -tal vez en respuesta a la suspensión de las clases
y el relajamiento general del control social. Puesto que la historia de
discriminación sexual en la educación y las tasas de alfabetización
inferiores fueron factores clave en la prolongada situación subordinada
de las mujeres, los dos años de vacaciones resultaron una bendición
muy dudosa. Sin embargo, la revolución cultural sí quebró el yugo de
la familia. Las mujeres, y también los hombres, adquirieron un nuevo
respeto por la capacidad productiva, política y cultural de las muje-
res -triunfo ideológico al que sería insensato restar importancia.
6] Es <;:lifícil caracterizar con la misma precisión el período transcu-
rrido desde la revolución cultural. El modelo anterior parecería indi-
car que las preocupaciones políticas y feministas volverían a retroce-
der, los problemas económicos volverían a primer plano y la vida
familiar sería nuevamente recalcada. Aparentemente, por lo menos
en parte, el modelo se ha mantenido. Mark Selden informa que la
familia, "incluso la familia extensa de varias generaciones", ha
adquirido nueva vitalidad. Las instalaciones domésticas en torno a un
patio, donde viven familias extensas que comparten la cocina, son
corrientes en el campo. Las guarderías aún son escasas en las zonas
rurales, y las mujeres siguen participando menos y ganando menos en
la producción socialista. 51
Sin embargo, sería incorrecto pensar que el período posterior a la
revolución cultural ha sido totalmente reaccionario con respecto al
feminismo. Se continúa exhortando a las mujeres a participar plena-
n1ente en la revolución. Números recientes de Pekín Informa arrojan
luz sobre la línea oficial con respecto a la emancipación femenina. La

50 Citado en Cohen, "Experiment in freedom", p. 413.


51 Mark Selden, "Report from a people's commune", Easteni Horiz.on, 12,
núm. 2 (1973), pp. 37-50. Véase Salaff, "lnstitutionalized motivation", para
datos precisos sobre la participación de las mujeres en la fuerza de trabajo.
Sidel, Families of Fengsheng, pp. 99, 111, da ejemplos de diferencias urbanas
de salario entre los sexos.
288 JUDITH STACEY

mayoría de los artículos relativos a l~s mujeres adoptan la forma de


inspiradas relaciones autobiográficas, tendientes a reafirmar la fe en el
constante progreso de las mujeres bajo el presidente Mao, el PCCH
y el camino al socialismo. Hsu Kwang, por ejemplo, relata su larga
historia (desde 1937) en el movimiento femenino chino. Al princi-
pio Hsu pensaba, dice, que las mujeres debían librar su batalla por
la libertad en el hogar y contra los hombres. Ahora comprende que
era un error. "Intentaba resolver el problema de las mujeres aislada-
mente, lo cual resultó ser impracticable." 52 En cambio ahora ha
aprendido que la opresión de las mujeres tiene sus raíces sociales en
la propiedad privada y la explotación de clase. El único camino ha-
cia la emancipación de la mujer pasa por la misión histórica revo-
lucionaria del proletariado. El movimiento burgués por los derechos
de la mujer es una digresión. "Como los movimientos burgueses por
los derechos de la mujer persiguen la igualdad de los sexos formal-
mente, sin tomar en cuenta a las clases ni a la lucha de clases, y di-
vorciados del movimiento social revolucionario, sólo pueden desviar
el movimiento de liberación de las mujeres." 53 Pasando por alto su
propia afirmación de que las mujeres están seriamente subrepresen-
tadas en los cargos de mayor responsabilidad, Hsu afirma que las
mujeres gozan de una posición igual a la de los hombres en todas
las esferas. Informa entusiastamente que se multiplican los comedores
públicos, las guarderías y las instalaciones comunales, progresa la
planificación familiar y hombres y mujeres comparten las tareas do-
mésticas.
En otro número de Pekín Informa Fu Wen adopta la conocida
táctica propagandística china de sacrificar un chivo expiatorio. 54
Culpa a Confucio y a Mencio de la doctrina de la opresión femenina
y vincula a Liu Shao-chi y a Lin Piao con la línea reaccionaria anti-
feminista, para exhortar a las mujeres a participar en el movimiento
masivo de crítica a Lin Piao y a Confucio con el fin de liberar a. la
nación de la ideología feudal tan opresiva para las mujeres.
f-Ising Yen-tzu ofrece otra conmovedora historia del progreso de
las mujeres bajo Mao y el partido. Afirma que los problemas domés-
ticos se están resolviendo rápidamente y que las mujeres desempeñan
un papel cada vez más importante a todos los niveles de la dirección.
En una anécdota reveladora de cierto culto a la personalidad, Hsing
relata el momento más emocionante de su vida, cuando se sentó junto

52 Hsu Kwang, "Women's liberation is a component part of the proletarian


revolution", Peking Review, 17, núm. 10 (1974), p. 12.
53 lbid., p. 13.
54 Fu Wen, "Doctrine of Confucius and Mencius - The shackle that keeps
women in bondage", Peking Review, 17, núm. 10 (1974), pp. 16-18.
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 289
a }.1ao en una cena del Congreso Nacional del Pueblo en 1964:
"Cada vez que recuerdo esa ocasión mi corazón palpita excitado y
siento un calor incomparable en el corazón. . . Sólo en la Nueva
China. socialista, bajo la dirección del presidente Mao y del Partido
Comunista, es posible para las mujeres trabajadoras vivir tan felices
como nosotros hoy.'' 55
Creo que de este material pueden extraerse varias lecciones impor-
tantes. Primero, los artículos parecen cumplir una doble función polí-
tica. Es evidente que intentan consolidar el apoyo a la facción maoísta
del PCGH. Lo que es más importante, la técnica autogratificadora de
recitar los triunfos femeninos tiene probablemente un propósito de
realización personal. Formula la línea política predominante respecto
a las mujeres y los objetivos de la política feminista. La actual insis-
tencia en la división de las tareas domésticas, la planificación familiar,
las instalaciones comunales, una posición de igualdad y el aumento
del número de mujeres en cargos directivos son buenos augurios para
el feminismo. Demuestra que tales reformas cuentan con el apoyo
oficial ideológico. En segundo lugar, el mecanismo del chivo expia-
torio indica la conciencia del partido de que la emancipación de las
n-1ujeres depende tanto de la lucha ideológica como de reformas es-
tructurales.56 Al exhortar a las mujeres a participar en las campañas de
crítica, el partido está impulsando indirectamente una resurrección
de la actividad orientada hacia la elevación del nivel de conciencia de
las mujeres, que evoca las anteriores campañas de "expresión de la
amargura".
El análisis que se revela en la literatura propagandística se reco-
noce como marxismo-leninismo ortodoxo: vincula la opresión de las
mujeres a la propiedad privada y su liberación a la revolución prole-
taria. Aun cuando reconoce aspectos especiales de la opresión de las
mujeres, tiende a restarles importancia, a la vez que proyecta hacia
chivos expiatorios el antagonismo sexual. Una faceta perturbadora
de esta literatura (dos, si se incluye la calidad doctrinaria del lenguaje
mismo) es el culto a Mao con visos de culto incestuoso al padre.
Corno ha señalado Rowbotharn, no es claro si "la actividad espontá-
nea en la base es conciliable con la figura magnificada del presidente
Mao dirigiendo desde lo alto", 57 particularmente, añadiría yo, cuando
ha asumido tales proporciones parternalistas.

55 Hsing Yen-tzu, "Training women cadres", Peking Review, 17, núm. 14


(1974), pp. 18-21.
56 Véase en Karol, China, una interesante discusión sobre la práctica china
actual de exorcizar "demonios".
57 Rowbotham, Woman, resistance and revolution, p. 198.
290 JUDITH STACEY

Estado actual de la revolución familiar

A estas alturas debería ser claro que la revolución familiar en la


China mqderna ha sido parte integrante de un largo y complejo pro-
ceso de vasto cambio social. Casi un siglo le ha llevado a la revo-
lución china transformar un decadente orden social semifeudal, regi-
do por un sistema de despotismo burocrático -con el linaje patriarcal
como cimiento social-, en una sólida sociedad moderna que garan-
tiza seguridad, dignidad y oportunidades a casi todos sus miembros,
a través del ejemplo más igualitario de sistema socialista que el
mundo ha conocido.
En el curso de ese proceso la víctima más dramática y menos llo-
rada es quizá la familia confuciana, remplazada por una variante
peculiar china del modelo cada vez más universal de vida familiar
conyugal moderna. Podría ser útil aquí pasar revista a las características
más sobresalientes de la revolución familiar china y hacer un balance de
hasta dónde ha llegado o no ha llegado la República Popular en
la transformación de la vida familiar en general y la situación de la
mujer en particular.
En el plano de los cambios estructurales, el hecho más notable es
que el parentesco no es ya el hecho fundamental de la organización
de la vida. A través de la socialización de las fuerzas productivas, la
familia se ha convertido, de unidad de producción autosuficiente, en
una unidad de consumo cuyos miembros se encuentran integrados
en gran medida al orden social más amplio. Por lo tanto, la familia
ha perdido su antigua significación como única fuente de seguridad
económica para sus miembros. Más que en otras naciones en vías
de industrialización, en China la familia ha perdido también muchas
de sus responsabilidades educacionales, religiosas, médicas y recrea-
tivas. En la actualidad, el equipo de trabajo, la brigada de produc-
ción, la comuna, la asociación de vecinos, el Estado y el partido
garantizan el derecho de cada individuo a comer, trabajar, estudiar,
sobrevivir y prosperar mejor de lo que nunca pudo hacerlo la familia.
No es sorprendente que tales instituciones compitan ventajosamente
con ella por la fidelidad del individuo.
Si bien la gran familia de la leyenda clásica es ya sólo un vago
recuerdo, sería un error exagerar la desaparición de la familia ex-
tensa. Como ya hemos visto, el clan clásico nunca fue más que una
prerrogativa de los opulentos; más típica era la famille souche, o de
un solo linaje. Aun cuando el hogar conyugal de dos generaciones se
ha difundido bastante, la familia de linaje conserva aún popularidad.
Particularmente en las zonas rurales, donde los abuelos en gran parte
se responsabilizan del cuidado de los niños (y aun en las ciudades
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 291
esto es bastante frecuente), 58 es corriente que padres o madres viudos
vivan con sus hijos casados. Incluso si viven separados, los abuelos
suelen estar cerca y es difícil que el matrimonio termine con el con-
tacto diario entre padres e hijos varones. 59
Los demás cambios estructurales ocurridos en , la familia china co-
rresponden en su mayoría a rasgos de la moderna familia conyugal. La
relación entre los cónyuges ha remplazado a la antigua relación entre
el padre y el hijo varón como eje de la estructura familiar. La poli-
gamia, el matrimonio por compra, el matrimonio concertado, el culto
de los antepasados, el infanticidio y la prostitución van desapareciendo
con mayor o menor velocidad. 60 Los jóvenes han empezado a eclipsar
a los mayores en cuanto a posición social y autoridad. Sin embargo,
todavía la ley obliga a los hijos a mantener a sus padres en la vejez
-lo cual probablemente refleja tanto las limitaciones de la economía
china como la tradicional veneración por los ancianos. 61
La edad aceptable para contraer matrimonio se ha elevado, tanto
estatutariamente como, cada vez más, por costumbre. La ley sobre el
matrimonio prohibía el matrimonio antes de los dieciocho años a las
mujeres y antes de los veinte a los hombres, y se ha hecho intensa
propaganda en favor de la postergación del acontecimiento por mu-
cho más tiempo. Aun cuando los informes sobre la práctica efectiva
son muy variados, la evidencia parece indicar que las mujeres cam-
pesinas se casan en general entre los veintiuno y los veintitrés años
con hombres de entre veintitrés y veinticinco, mientras que en las
ciudades generalmente se espera un par de años más. 62 Al mismo
tiempo se observa una tendencia a tener menos hijos. Los dos
hechos están íntima y deliberadamente relacionados. La campaña del
PCCH por la postergación del matrimonio es el elemento central de

58 Sidel registra que "por lo menos el 50% de los niños urbanos de menos

de tres años pasan el tiempo en su casa, generalmente al cuidado de abuelos"


(Families of Fengshen, p. 132).
5 g Liu Yung-huo, "Retirees and retirement programs in the People's Repu-

blic of China", Industrial Gerontology, l, núm. 2 (primavera de 1974), pp. 72-


81.
00 La historia de la campaña del PCCH por eliminar la prostitución y devol-

ver dignidad, orgullo y sentido social a sus víctimas es una de las más inspira-
doras sobre los triunfos chinos. Véase, por ejemplo, Joshua Horn, Away
with all pests (Nueva York, Monthly Review Press, 1969).
61 Véase Liu Yung-huo, "Retirees and retirement programs", para una
descripción detallada de las fuentes de seguridad económica y social para los
ancianos.
62 Myrdal y Kessel, China: revolution continued; Sidel, Women and child
care; Sidel, Families o'f Fengsheng, y Han Suyin, "Population growth and birth
control in China", Eastern Horizon, 12, núm. 5 (1973), pp. 8-16.
292 J UDITH STACEY

su política de limitación de la natalidad. Corno la castidad prema-


trimonial es una práctica casi universal en China, la postergación
del matrimonio es el método más eficaz de control de la natalidad
de que disponen los chinos. Por extraño que pueda sonar a oídos
occidentales, aparentemente los abortos y los hijos "ilegítimos" son
muy raros. 63
Esto debe ser gratificador para los funcionarios del partido, factor
bastante significativo, porque inicialmente el resto de su programa de
control de la natalidad obtuvo un resultado muy disparejo. Corno
señala Salaff, es importante para los chinos limitar el crecimiento
demográfico mientras el desarrollo económico dependa más de una
fuerza de trabajo poderosa que de un alto nivel de consurno. 64 Es im-
portante evitar una proporción desmesurada de población infantil
durante este período de desarrollo. Sin embargo, especialmente en
las zonas rurales, el nacimiento de hijos, hecho por mucho tiempo
altamente estin1ado pero económicamente desastroso, conoció una
nueva popularidad en condiciones de seguridad económica. U na ba-
lada campesina de Sechuán decía en 1971: "Más vale producir un
pastelillo de carne [un bebé], que producir puntos en el trabajo." 65
Han Suyin dice que inicialmente los intentos de control de la nata-
lidad fueron conducidos en forma incompetente, y afirma que fue
el respeto por los sentimientos tradicionales la causa del aparente vi-
raje de Mao con respecto a la política de control de la natalidad
en 1958, cuando proclamó que la mayor fuerza de China la cons-
tituía su enorme población. Aun cuando el partido sigue siendo an-
timalthusiano, nunca abandonó en realidad su intento por limitar el
crecimiento demográfico. Según todos los informes, la última campaña
ha sido un gran éxito. 66
La campaña por la postergación del matrimonio sirve probable-
mente a objetivos tanto políticos como económicos. Al posponer el
conflicto potencial de lealtades que podría provocar una relación
conyugal íntima, la energía de los jóvenes chinos queda libre para
servir al país. Una joven china describía en un número de 1966 de
Mujeres de China la organización ejemplar de su matrimonio: "Tam-
bién estuvimos de acuerdo en casarnos más adelante para poder con-
sagrar enteramente nuestra vitalidad juvenil a la construcción del
socialismo." 67

63 Sidel, Women and child care; Han Suyin, "Population growth"; Salaff,
"Institutionalized motivation", y Myrdal y Kessel, China: revolution continued.
ª" Salaff, "Institutionalized motivation"
05 Han Suyin, "Population growth", p. 9.

00 Horn, Away with all pests; Han Suyin, "Population growth".

67 Ning Ming-yeh, "The Party supports me in my struggle for self-determina-


LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 293
Los cambios estructurales ocurridos en la vida familiar china a la
vez inician y reflejan importantes cambios en los valores familiares.
La prioridad del servicio a la revolución es indiscutiblemente la ca-
racterística más notable de la vida china actual. La lealtad a la
familia está debidamente subordinada a la lealtad al partido y al
Estado. En la medida en que esto se ha internalizado, es una inver-
sión radical de la clásica sensibilidad confuciana.
Ya no se perdona a los hijos el ocultamiento de los crímenes de
sus padres corno práctica de piedad filial. C. K. Yang registra va-
rios ejen1plos de jóvenes comunistas de ambos sexos a quienes se
estimuló a denunciar, capturar y doblegar a sus padres o cónyuges
subversivos. 68 Un joven comunista relata el desgarrador conflicto in-
terno que pasó antes de ayudar a apresar y entregar a las autori-
dades a su padre reaccionario y el alivio que sintió después de su
encarcelamiento: "Por fin había cumplido con mi deber. Me sentí
alegre: estaba contento porque había librado al pueblo de una per-
sona peligrosa.'' 69
La República Popular ha asignado oficialmente a la vida privada
un oscuro segundo puesto, corno lo han expresado claramente en
varias entrevistas innumerables cuadros: "La vida privada es algo
insignificante; es el Estado, la sociedad, lo que importa." 70 Las tareas
políticas y los trabajos que exigen prolongadas separaciones de pare-
jas casadas, aunque infrecuentes, parecen ser aceptados con facilidad
por los implicados. La directora de la Asociación de Mujeres del
distrito de Chin-An, Shanghai, sólo ve a su marido durante dos se-
manas por año. Se envían mutuamente material para el estudio del
pensamiento de Mao Tse-tung y aceptan filosóficamente su situación:
"No vemos la separación corno algo malo, ni demasiado serio. La
aceptarnos porque es necesaria para el bien del país. Debernos pensar
en toda nuestra familia, la Madre Patria, antes que en nuestros
mezquinos intereses individuales. Sin el partido y el presidente Mao,
nuestras vidas no serían felices." 71
Teniendo en cuenta este sentimiento, aparentemente muy difundi-
do, no resulta asombroso que la selección del cónyuge y la decisión

lion in marriage", Chinese Sociology and Anthropology, 1, núm. 1 (1966), pp.


52-?>6.
'"' \'éase Ezra Vogel, Canton under communism (Cambridge, Mass., Harvard
University Press, 1969), para un estudio de la pr-esión en favor de la vigilancia
y denuncia familiar durante la Campaña Anti-5 de 1952 en Cantón. Es preciso
tener presente, sin embargo, el fuerte anticomunismo· de Vogel.
G9 Yang, Chinese communist society, p. 178.
7 ° Citado en Sidel, Women and child care, p. 37.

71 Citado en Carol Tavris, "Women in China: the speak-bitterness revolu-


tion", Psychology Today, 7, núm. 12 (1974), p. 93.
294 JUDITH STACEY

de divorciarse se n3an por criterios políticos. 72 En las relaciones con-


yugales se acentúa sobre todo la camaradería. La razón domina a la
pasión, y se considera sumamente sensato buscar un cónyuge traba-
jador, frugal, equilibrado y servicial. 73 La joven que tan alegremente
postergaba su matrimonio para sublimar su "vitalidad juvenil" en
trabajo político relata así el comienzo de su relación con un cuadro
del partido: ''Después de algún tiempo llegamos a conocernos bien,
teníamos ideas similares, y nos enamoramos." 74 Regirse por la política
es un principio maoísta básico. Cuando los matrimonios tienen difi-
cultades se utiliza como terapia el pensamiento político de Mao
Tse-tung:

Nos sentamos con Chang Yu-chen y su marido y leímos lo que dice el pre-
sidente Mao sobre el manejo correcto de las contradicciones en el seno
del pueblo. Cuando Chang Yu-chen y su marido disputaban, no se trataba
de una contradicción entre nosotros y el enemigo sino de una contradicción.
en el seno del pueblo. Por lo tanto tratamos de aplicar lo que habíamos es-
tudiado y tuvünos un.a discusión profunda y completa y un intercambio de
opiniones franco con Chang Yu-chen y su marido. Desde entonces dejaron
de pelear. Parecen ser felices juntos. Al menos por ahora.75

Una consecuencia del enfoque político es que los divorcios se han


vuelto muy raros en China. 76 En general se hacen esfuerzos por con-
vencer a las parejas infelices de no disolver su matrimonio. Los des-
contentos deben obtener en primer término la aprobación de sus bri-
gadas de producción o asociaciones locales, lo cual no es cosa sen-
cilla, especialmente debido a que el veredicto es dictado por consi-
deraciones políticas y relacionadas con la producción. Cuando el ma-
rido de cierta señora Li solicitó el divorcio alegando que su esposa,
a quien se habían asignado responsabilidades especiales como fun-
cionaria de una brigada de producción rural, estaba descuidando la
casa y los niños, sus colegas resolvieron el caso en su contra: "Miem-
bros de la brigada de producción atestiguaron que si bien era cierto
que la señora Li dedicaba menos tiempo a las tareas domésticas, rea-
lizaba un trabajo importante en la brigada. Por lo tanto, el marido
72 Véase también Myrdal, Report from a Chinese village, p. 346, y Sidel, Fami-

lies o/ Ferigsheng, p. 41.


73 Véase, por ejemplo, Myrdal, Report from a Chinese village, p. 54.

74 Ning Ming-yeh, "The Party supports me", p. 56.


75 Myrdal y Kessel, China: revolution continued, p. 135.

76 Sidel registra que, de las 9 100 familias de la comuna de Ching Nian (Sian),

sólo 17 parejas solicitaron el divorcio entre enero y septiembre de 1972; seis de


ellas fueron "unidas" y a once, "cuyos caracteres y sentimientos eran diferen-
tes", se les concedió el divorcio (Families of Fengsheng, pp. 73?-74).
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 295
estaba equivocado y después de 'educación y crítica' retiró su solici-
tud de divorcio." 7 7
El tan comentado ascetismo que parece impregnar la China contem-
poránea está estrechamente relacionado con este enfoque sumamente
racionalista y político del amor. Ya nos hemos referido a la casi
universalidad de la• castidad preconyugal : la monogamia, la fide-
lidad y la heterosexualidad son valores sexuales igualmente estima-
dos, a tal punto que el adulterio es legalmente sancionado. Pese a
que los anticonceptivos están al alcance de todos, lo que permitiría
separar razonablemente el sexo de la reproducción, la libertad sexual
es considerada un producto de la decadencia burguesa. Sin embargo,
los chinos están descontentos con su reputación de puritanismo. K. S.
Karol descubrió en sus discusiones con cineastas chinos que "para mis
interlocutores, la China actual es antipuritana, porque quiere rom-
per con la n-ioral confuciana ultrapuritana que medraba sobre todo
en los campos" .78 Además, los chinos señalan, con razón, los as-
pectos liberadores de una sociedad carente de consumismo, donde
no existe cosificación de la sexualidad femenina. Más aún, las mu-
jeres chinas están orgullosas de sus progresos en la eliminación de la
duplicidad de criterios, aun cuando lo que la ha remplazado es un
criterio único que Carol Tavris ha definido como "todos para nadie
y nadie para todos, por lo menos hasta después del matrimonio". w
Sin embargo, lo que más impresiona a la conciencia occidental es
la aparente ausencia casi total de experimentación sexual. Añádase
a ello la homogeneidad del estilo de vida -la total ausencia de al-
ternativas viables al matrimonio monogámico- y el resultado es una
moralidad que pocos individualistas extranjeros envidiarían.
En el aspecto positivo, indudablemente paradójico, la vida fami-
liar china parece ser excepcionalmente armoniosa, la moral notable-
n-iente elevada, y un espíritu de optimismo cívico caracteriza la con-
ciencia nacional. Como señala Ezra V ogel, la falta de tensiones en
la familia es probablemente resultado de la ausencia de relaciones

..-z Ian Steward, "Divorces in China decided by peers", New York Times
(31 de octubre de 1973). Éste es un caso de aplicación progresiva de las
consideraciones políticas y económicas a un problema personal. En otras
ocasiones, sin embargo, las motivaciones parecen ser discutibles. A algunas
mujeres se les ha pedido que sean pacientes con sus maridos sexistas y abusi-
vos. Véase Felix Green, "A divorce trial in China" (Boston, New England
Free Press, s. f.), para una descripción completa de un caso de este tipo.
Sidel presenta también un detallado ejemplo del laborioso proceso de la
demanda de divorcio y el p1·oceso paralelo de discusión y consejo (Families
of Fengsheng, pp. 112-119).
78 Karol, .China, p. 206.

711 Tavris, "Women in China".


296 JUDITH STACEY

de poder derivada de la desaparición de sus funciones económicas.


Los papeles familiares pierden poder cuando ya no determinan el
acceso individual a la seguridad económica. Además, posiblemente
contribuye a la ecuanimidad de la familia la segregación de las
redes sociales de sus miembros. En China los individuos están estre-
chamente integrados a pequeños grupos extrafamiliares -por ejem-
plo, el equipo de trabajo, las asociaciones escolares y de vecinos-
que se reúnen semanalmente bajo la dirección de un activista para
discutir toda clase de problemas públicos y personales. Como no hay
estímulo para otros grupos voluntarios (fuera del partido, la juventud
del partido y las organizaciones de masas afiliadas), y rara vez se
superponen miembros de una familia, es difícil que una familia entera
participe en actividades de grupo. 80 Estos factores, aunados a la opor-
tunidad estructurada de ventilar los conflictos en el ámbito de un
grupo, hacen mucho por reducir al mínimo las habituales tensiones
y frustraciones de la vida familiar. Tampoco es difícil comprender
el optin1ismo general. Los hombres y mujeres de China están estre-
chamente vinculados en una sociedad que ha dado dignidad y ob-
jetivos a un pueblo con vívidos recuerdos de degradación y desespe-
ranza. No es difícil ver el contraste entre su actitud nacional y la
nuestra.
Es innegable que las mujeres y la familia chinas han recorrido mu-
cho camino. Pero tampoco debemos pasar por alto las limitaciones
que subsisten para el progreso de China hacia la igualdad sexual y
la reforma familiar. La desigualdad más obvia es la seria subrepre-
sentación de las mujeres en los cargos directivos más elevados, en el
partido y en la esfera militar. 81 Sus desventajas en cuanto a alfabeti-
zación, educación y experiencia en cargos dirigentes contribuyen a
la posición secundaria que ocupan. 82 El hecho de que muchas de las

E<O Ezra Vogel, "A preliminary view of family and mental health in urban
communist China", en William Caudill y Tsun.g-yi Lin (comps.), Mental health
research in Asia and the Pacific (Honolulú, East-West Center Press, 1969).
81 Véase Salaff, "lnstitutionalized motivation", para datos sobre esto.
S!? En 1958, el 2370 de los estudiantes universitarios chinos eran mujeres.
Al mismo tiempo, sólo el 313 de los estudiantes secundarios y el 3970 de los
alumnos de la escuela primaria eran mujeres (Boserup, l'Voman's role, p. 122 n.).
DespuC:s de la re\'olución cultural, que se originó en la educación superior
china y tuvo profundos efectos sobre ella, la proporción de mujeres en las
uni\'ersidades siguió siendo desigual. Pese a un esfuerzo consciente por dar
más espacio a las mujeres en las universidades, "especialmente en los colegios
médico, normal, político y de artes, sólo el 20% de los primeros estudiantes
admitidos en Tsinghua y el 30% de los admitidos en la Universidad de
Pekín eran mujeres", John Gardner y Wilt Idema, "China's educational revo-
lution", en Stuart Schram (comp.), Authority, participation and cultural
change in China (Cambridge, Cambridge University Press, 1973), p. 280.
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 297
más destacadas dirigentes (como Sung Ching-ling, Teng Ying-chao,
Chiang Ching y, hasta hace poco, Yeh Chun) sean esposas o viudas
de dirigentes tiene implicaciones poco felices para la movilidad
femenina. 83
En segundo lugar, a pesar de los impresionantes progresos reali-
zados, la tipificación sexual está lejos de haber desaparecido de la
vida económica y social china. Las mujeres realizan todas las tareas
tradicionalmente femeninas: todas las maestras de guarderías y jar-
dines de infantes son mujeres; la producción doméstica, dentro y
fuera del hogar, es generalmente definida como trabajo de mujeres,
etc. Por ejemplo, cuando las mujeres que constituían un tercio de
una fuerza especial de trabajo agrícola de la comuna de Yangyi,
temieron no tener tiempo de hacer zapatos para sus respectivas fami-
lias, el comité resolvió liberarlas de trabajar para la producción medio
día más por semana. 84 Cuando durante la revolución cultural se
condenó la "línea negra" de Liu Shao-chi, de que las mujeres debían
realizar únicamente tareas domésticas, en la aldea de Lio Ling los
grupos de discusión política resolvieron que los hombres debían
ayudar en la casa. Sin embargo, los hombres de la aldea se opusie-
ron, aunque por último accedieron a cuidar los niños cuando las
esposas asistieran a reuniones. Se estableció un taller cooperativo de
costura para ayudar a reducir la carga doméstica de las mujeres. 85
I-fa sido difícil superar la convicción culturalmente arraigada de
que el trabajo familiar es trabajo de mujeres. Factores económicos
y teóricos refuerzan esta convicción. Hasta hoy las mujeres no están
plenamente integradas en la fuerza de trabajo. Salaff calcula que, si
bien las mujeres constituyen el 40% de las brigadas de trabajo agríco-
la, su participación en la fuerza de trabajo es esporádica en compa-
ración con la de los hombres, y se organiza en torno a las exigencias
de sus responsabilidades domésticas y maternas. Desde mediados de
la década de 1960 se ha hecho trabajo político de organización ten-
diente a urgir a las mujeres a que se redefinan como trabajadores
antes que como miembros de una familia, pero hasta ahora, por lo
rnenos para las mujeres campesinas, buena parte de sus vínculos con
la comunidad siguen teniendo relación con sus actividades maternas. SG
pe, Es indudable que es ésta una alternativa preferible a la de la primera
dama occidental. Sin embargo, la argumentación de María A. Macciocchi en Daily
life in revolutionary China (Nueva York, Monthly Review Press, 1972). p. 352,
quien defiende esta política afirmando que es un medio de asegurar a los
máximos dirigentes (hombres) apoyo para "destacar el papel de las mujeres
en el núcleo mismo de la vida política", no es convincente ni atractiYa.
8' Crook y Crook, The first years, p. 82.
85 Myrdal y Kessel, China: revolution continued, p. 134.

sa Salaff, "Institutionalized motivation".


298 J UDITH STACEY

En las ciudades la situación es distinta, pero no mucho mejor. Los


hombres de la ciudad parecen participar con más frecuencia en las
tareas domésticas, 87 hay más guarderías que en el campo, las muje-
res que trabajan en las fábricas tienen licencias pagadas de materni-
dad y en ·general sí desempeñan cargos centrales de dirección en los
comités de residentes urbanos. Sin embargo, son las primeras afec-
tadas cuando el empleo disminuye, y se hallan concentradas en las
industrias "caseras", de salarios más bajos. 88 Aunque sus responsabi-
lidades domésticas no son tan pesadas como las de sus hermanas cam-
pesinas, las mujeres urbanas aún soportan más que sus maridos la res-
ponsabilidad de las tareas domésticas y del cuidado de los niños.
Aun cuando se integran plenamente a la fuerza de trabajo, las
mujeres suelen encontrar vestigios de tipificación sexual en el em-
pleo mismo. En las fábricas textiles de la brigada de producción mo-
delo ~..,a Chai, los telares son atendidos por mujeres, mientras que
los hombres tienen a su cargo las reparaciones de la maquinaria y los
puestos de supervisión. 89 En el Ejército Popular de Liberación las mu-
jeres integran batallones separados, que generalmente realizan tareas
de servicio.90
Aun cuando la tipificación sexual está lejos de haber desaparecido,
aparentemente se está haciendo un esfuerzo consciente por abrir a
las mujeres papeles tradicionalmente definidos como masculinos. El
comité de la comuna de Yangyi, por ejemplo, decretó que todas las
brigadas y equipos de trabajo debían tener a una mujer como vice-
presidente.91 Las Muchachas de Hierro de Ta Chai, las mujeres
militares del Destacamento Rojo de Mujeres y el Círculo Familiar
Yang son presentados corno modelos de femineidad revolucionaria.
Sin embargo, no parece que los hombres estén ingresando en las
ocupaciones tradicionalmente femeninas. Además, la mayoría de los
chinos acepta las diferencias sexuales como naturales o deseables;
creen que las mujeres están mejor con hijos y nada más. 92
El punto crítico de la discriminación en contra de las mujeres es
quizá. el de su acceso desigual a las recompensas económicas. En China
las mujeres reciben la misma paga por el mismo trabajo; pero no
tienen oportunidad de hacer el mismo trabajo. Es probable que así
siga siendo mientras siga correspondiéndoles la responsabilidad pri-

87 J bid., P• 129.
68 Sidel, Women and child care, p. 23.
89 Jane Uptegrove, "Women in China" (conferencia en Cambridge, Mass.,
24 de mano de 1974).
90 Tavris, "Women in China".

01 Crook y Crook, The first years.

92 Tavris, "Women in China", y Sidel, Women and child care.


LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 299
maria de las tareas domésticas y el cuidado de los n1nos. El sistema
de puntos de trabajo de las comunas es un factor estructural deci-
sivo en el mantenimiento de esa desigualdad en la China rural. La
política actual del PCCH es "a cada quien según su trabajo". Los
puntos de trabajo se conceden según la estimación propia y de los
colegas de la tasa promedio de trabajo diario de cada individuo. Como
se cuenta la fuerza física y la experiencia, las mujeres plenamente
empleadas reciben en general dos puntos menos que los hombres por
día. 93 El sistema de puntos de trabajo y la familia conyugal se re-
fuerzan mutuamente en detrimento de las mujeres. Como la familia
sigue siendo la unidad principal de los ingresos, las mujeres están dis-
puestas a cargar con las responsabilidades domésticas a fin de libe-
rar a sus maridos para los empleos de más puntaje, más lucrativos.
A su vez, la importancia de los criterios físicos y la experiencia re-
fuerza la tendencia al sexismo en la fuerza de trabajo y en las tareas
domésticas. 9 ~
El fin del movimiento de comunalización a comienzos de la déca-
da de 1960 probablemente explica en buena parte esa doble vincu-
lación. La fracasada tentativa de socializar completamente el tra-
bajo doméstico hizo que el trabajo tradicional de las mujeres, y por
lo tanto su identidad, volvieran a su original base familiar. Como ya
hemos visto, en .este retroceso intervinieron factores econón1icos. La
co1nuna no estaba aún en condiciones de asumir plenamente la res-
ponsabilidad de las tareas domésticas. Los comedores de la comuna
de Yangyi se cerraron porque era más barato que cada quien (es
decir, las mujeres} cocinara en su casa, donde el combustible utili-
zado en los kang podía cumplir su tradicional doble propósito (cale-
facción y cocina}, en lugar de gastar los fondos de los equipos de
trabajo en precioso combustible adicional. Las calamidades natura-
les de los primeros años de las comunas detuvieron el intento de
liberar a las mujeres de las tareas domésticas. 95
El otro lado de este dilema es el hecho de que el trabajo realizado
en el hogar sigue siendo visto como trabajo individual antes que
socialmente productivo. Por lo tanto, no recibe salario de la colectivi-
dad. No quiero entrar en una aplicación de la actual discusión f eminis-
ta occidental en torno al salario por las tareas domésticas. Ciertamen-
te habría un enorme potencial de tipificación sexual en la intro-
ducción de una compensación pública por tareas domésticas. Sólo
quiero señalar que el ordenamiento actual ensombrece la utilidad
"3 Myrdal, Report from a Chinese village; Sidel, Women and child care; Crook
y Crook, The first years.
9' Selden, "Report from a people's commune".
95 Crook y Crook, The first years.
300 J UDITH STACEY

social del trabajo dedicado a la reproducción de la fuerza de tra-


bajo. Esto se refleja también en la pérdida de salario que sufren las
mujeres campesinas cuando toman licencias por maternidad. Y si
bien a menudo los abuelos cuidan de los nietos, la continua escasez
de guarderías en las zonas rurales sigue poniendo una barrera a la
autonon1ía de las mujeres.
Del mismo modo, en las zonas urbanas, las presiones económicas
han mantenido bajos los salarios en las pequeñas fábricas vecinales
"caseras", de máxima inversión de trabajo. Los cuadros justifican
la desigualdad salarial alegando que las mujeres no necesitan más
remuneración porque sus maridos ganan lo suficiente en las fábri-
cas más grandes de propiedad estatal. 96
Hay un último factor que es preciso examinar. De las tradicionales
"4 Pes" opresoras de China (patriarcado, patrilinealidad, patrinomia
y patrilocalidad), subiste una, como baluarte e índice de la suprema-
cía masculina. La mayoría de los matrimonios chinos siguen siendo
patrilocales. Por lo menos en el campo, donde vive el 80% de la
población, lo habitual es que la novia se mude a la aldea de su
marido. Esto inmediatan1ente coloca a muchas mujeres chinas en
situación de desventaja social, política, económica y psicológica. Care-
ciendo de experiencia y reputación local que les permitan alcanzar
posiciones de responsabilidad y poder, pierden prioridad en el tra-
bajo y deben empezar desde cero a construir las amistades y lealtades
que necesitarán como respaldo en sus pruebas domésticas y públicas.
Pero no sólo las consecuencias prácticas de la patrilocalidad tienen
importancia para las mujeres. Todo indica que tanto los hombres
como las mujeres aceptan_ la situación asimétrica sin discusión, con-
siderándola tan "natural" como las diferencias sexuales. 97 La patrilo-
calidad debe parecer igualmente indigna de nota a los comentaristas
occidentales, puesto que aparte de una mención reciente en Psycho-
analysis and feminism_, de Juliet Mitchell, no recuerdo haber visto
alusión a ella. 98 Cualesquiera que sean los méritos del análisis de
00 Siclcl, Families o/ Fengsheng, p. 122.
07 Información recibida de Kathy y Susanna Yeh, ciudadanas de la Repú-
blica Popular, en entrevista con la autora, junio de 1974.
98 Juliet 1\Iitchcll, Psychoanalysis and feminism (Nueva York, Pantheon,
1974). Nos alegra informar que esta afirmación ya no es exacta. En los últimos
años, feministas y otros analistas sociales han empezado a dedicar atención
seriamente a la persist'encia y la significación de los vínculos masculinos del
linaje y la patrilocalidad. Véase, por ejemplo, Norma Diamond, "Collectiviza-
tion, kinship, and the status of women in rural China", en Rayna Reiter
(co1np.), Toward an anthropology of women (Nueva York, Monthly Review
Press, 1975), y ·w'"illiam L. Parish, "Socialism and the Chinese peasant family",
]ournal of Asian Studies, 34, núm. 3 (mayo de 1975).
LA REVOLUCIÓN FAI\HLIAR CHINA 301
"J\1itchell sobre la patrilocalidad como intercambio simbólico de mu-
jeres por los hombres, es un hecho que ésta refleja una subordina-
ción cultural de las mujeres profundamente arraigada. El hecho
de que funcione en tan evidente anonimato revela la profundidad
psicológica de la condición subalterna de la mujer.

CONCLUSIÓN

Después de examinar la historia de la revolución familiar en China


no es posible dejar de tener la sensación de que la transfonnación
sufrida por la situación de las mujeres es algo casi milagroso. Es ver-
dad que la nueva China ha participado en la tendencia universal
de la evolución social que va de una forma de familia extensa y
autosuficiente al sistema familiar conyugal de gran interdependencia.
En China, como en otras partes, la familia ha perdido su responsa-
bilidad y control exclusivos sobre la socialización, el empleo, la ins-
piración y la alimentación de sus miembros. Sin embargo, la variante
de familia conyugal moderna que se da en la República Popular es
única: la familia china actual parece ser más fuerte, más armoniosa,
más agradable para sus participantes que la de cualquier otra socie-
dad moderna.
La revolución familiar china está lejos de ser completa. En efecto,
los chinos recuerdan repetidamente a los demás y a sí mismos que su
revolución es un proceso interminable en que las masas revolucio-
narias deben consagrarse continuamente al avance del socialismo
hacia el comunismo. Pero hay una variedad de barreras que retardan
el aspecto feminista de ese avance.
La pobreza material histórica de China impone un obstáculo es-
tructural principal al avance feminista revolucionario. Fue princi-
palmente la pobreza económica lo que detuvo el movimiento de co-
rnunalización de las tareas domésticas y el cuidado de los niños. Si
bien el partido insta a los hombres a hacer su parte de las tareas
del hogar "que aún no han podido tomar a su cargo las institucio-
nes sociales" / 19 es la escasez económica lo que obliga a los chinos
a at~nerse al principio algo menos que comunista de retribuir "a cada
uno ( ¡ y no siempre a cada una!) según su trabajo". La escasez pro-
longa la recompensa a la fuerza física que yace bajo el discriminatorio
sistema de puntos de trabajo. En consecuencia, la familia todavía
99 Lin Chao, "Safeguarding women's interests", Peking Review, 17, núm.. 13
(1974), p. 17.
302 JUDITH STACEY

tiene que soportar ciertas cargas económicas, y es a las mujeres, co1no


siempre, a quienes toca "la paja corta".
No faltan los que afirman que la escasez no es el verdadero culpa-
ble, sino el autoritario PCCH:

La represiva defensa de la familia nuclear por parte de los stalinistas, y


con ella de la opresión femenina, no deriva fundamentalmente de la falta
de fondos para remplazarla por servicios sociales. Si así fuera, la necesidad
económica por sí sola mantendría unida a la familia hasta que fuera posible
.re1nplazarla. Las actitudes coercitivas del PCCH hacia la sexualidad y el
divorcio parecen surgir más bien de la necesidad de defender privilegios
jerárquicos contra las exigencias democráticas e igualitarias de las 1nasas.100

Es difícil fundamentar esta afirmación, por varias razones. No hay


mayor prueba, y Curtin no presenta ninguna, de que las masas chinas
hayan planteado alguna vez tales exigencias. Tampoco hay mucho de
qué quejarse en cuanto a la igualdad. La República Popular está
en ese aspecto más avanzada que cualquier otra sociedad moder-
na. Sin en1bargo, es probable que exista algún propósito extraeconó-
mico en la sistemática campaña del PCCH en favor de la vida familiar
estable. En China la familia aún contribuye lo suyo a la estabilidad
social y política. Es difícil decir si esto es o no causa legítima de
sospecha política; simplemente no sabemos lo suficiente sobre el fun-
cionamiento interno de los mecanismos de toma de decisiones respecto
a la política familiar. Sin embargo, es razonable preocuparse por el
hecho de que sean los hombres, que tienen privilegios reales que
defender, quienes controlen prácticamente el proceso.
No todas las barreras a la igualdad sexual que existen en China son
estructurales. Hay un aspecto de la vida social en la República Popu-
lar que resulta sumamente paradójico desde la posición ventajosa
de la cultura occidental industrial avanzada. Las limitaciones a la
igualdad sexual son evidentes. La moralidad sexual es rígida. Práctica-
mente no hay estilos de vida que ofrezcan alternativas al matrimonio
y la maternidad. La libertad de expresión se halla muy limitada. En
Occidente, cada una de estas restricciones es motivo de protestas in-
dignadas. Sin embargo, hasta donde sabemos (y en este sentido tene-
rnos lirnitacionse serias), no suscitan mayor descontento en la nueva
China. Mujeres chinas con alto grado de conciencia política no pa-
recen inquietarse por la desigual distribución del poder entre hom-
bres y mujeres: "¿Qué importa que no tengamos una representación
acorde a las estadísticas? Nuestros intereses y nuestras necesidades
10 ° Curtin, "'"\Vomen and the Chinese revolution". p. 38.
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 303
son más que debidamente tenidos en cuenta." 101 El puritanismo del
código sexual no provoca, que sepamos, rebeliones juveniles. La or-
todoxia doctrinaria no ocasiona quejas. En conjunto, la moral popular
y la moral femenina parecen excepcionalmente altas.
La aparente indiferencia de los chinos hacia la rigidez del código
sexual provoca la mayor curiosidad en los círculos políticos occiden-
tales, y se le han dado diversas explicaciones. Ciertamente la historia
de explotación sexual es un elemento importante. Del mismo modo
que para las mujeres de la clase media en los Estados Unidos victo-
rianos, para las mujeres chinas la primera etapa de la liberación sexual
bien podría ser el derecho a negarse. El matrimonio monogámico y
leal bien puede haber sido una exigencia feminista básica. Helen
Sno~v afirma que "para quien ha vivido en la China de la antigua
sociedad, no hay nada misterioso en este nuevo puritanismo. Fue
irnpulsado por las mujeres como parte de su intento de exigir respeto
por ellas mismas y por el hogar y el matrimonio en un estilo nuevo." 102
El argumento es ciertamente plausible, pero por sí solo es ina-
decuado para explicar tan difundido ascetismo por ·parte tanto de
hombres como de mujeres. La sublimación parece ser también polí-
tica gubernamental. Ya hemos visto que se insta a la juventud a con-
sagrar su energía al servicio del pueblo. 103 Las relaciones sexuales de
intensidad pasional podrían representar una seria amenaza para la
ética colectiva y contribuir a un crecimiento demográfico indeseado.
La homogeneidad del estilo de vida puede servir para funciones eco-
nó1nicas y políticas. Karol ha señalado que el encomio de la "sim-
plicidad moral y psicológica de los pobres" es útil para un régimen
interesado en guiar a la juventud hacia un "funcionalismo familiar". 1 º4
Indudablemente, como observa Sidel, los chinos comunistas tienen
una visión de la vida personal distinta de la nuestra:

Si bien los chinos evidentemente se preocupan por su vida personal, al mis-


n10 tie1npo se ven a sí mismos como parte de una escena mayor ... y en
consecuencia la obligación de cada uno no es sólo alcanzar nna vida "feliz"
un Joyce l\1arvin. "Sisterhood is indeed powerful". China Notes, 12, núm. 1
(1973), p. 4.
102 H. Snow. Women in modern China, p. 62. Véase también Simone de
Beauvoir, The long march, p. 154.
103 El Ejército Rojo intentó deliberadamente absorber la energía sexual de
sus soldados mediante actividades recreativas y de práctica para facilitar su polí-
tica según la cual la violación era un delito criminal (Smedley, Battle hymn,
p. 180). En la actualidad. en las universidades chinas. un asunto sexual puede
llevar a la expulsión. Los occidentales residentes en Pekín afirman que se
impulsa a los estudiantes a utilizar su energía en el deporte (Karol, China,
p. 305).
104 Karol, China, p. 207.
304 J UDITH STACEY

o "realizada" para sí mismo sino ta1nbién part1c1par activamente en el


mundo más amplio ... Así, la vida personal no es el fin último ni lo espe-
rado sino más bien un sutil juego entre el bienestar personal y el papel
o la contribución que cada cual puede hacer a su ambiente.105

Además, China sigue siendo una sociedad de base campesina, que


sólo recientemente ha tomado el rumbo de un desarrollo moderno,
mientras que las ideologías del individualismo liberal surgieron en
sociedades que pasaban por la industrialización capitalista. Hasta· los
occidentales escépticos deben reconocer la posibilidad de que nues-
tra concepción de la "naturaleza humana" esté viciada de etnQcen-
trismo.106
Sin embargo, si no hemos de caer en un relativismo sin salida, es
legítimo plantear algunas preguntas sobre el grado de adoctrina-
miento coercitivo que yace bajo la visible conformidad intelectual,
social y sexual de los chinos contemporáneos. La socialización doctri-
naria es siempre motivo de preocupación, y particularmente grave en
el caso de mujeres cuya experiencia histórica incluye una dosis des-
proporcionada de. control social y enseñanza de la obediencia.
Hay en China barreras a la emancipación de la mujer que tras-
cienden tan to lo estructural como lo cultural. El marxismo y el maoís-
mo adolecen de muchas limitaciones teóricas en cuanto a las mujeres
y la familia. Para el marxismo, es fundamental la convicción de que
"la historia de toda la sociedad hasta ahora es la historia de la lucha
de clases". El análisis de la lucha de clases es el principal instrumento
teórico de l'víarx. La dialéctica de la historia es impulsada en gran
parte por las contradicciqnes en la sociedad de clases. La lucha de clases
es la esencia de la revolución, y el marxismo es la "ciencia" que
intenta entender ese proceso para ayudar a impulsarlo.
Nunca ha sido fácil hacer encajar a las mujeres y la familia en
ese esquema histórico. Para empezar, es difícil definir a las mujeres
como grupo en términos de clase social. Las mujeres son miembros
de todas las clases sociales tradicionalmente definidas, pero hay una
opresión específica de ellas, transversal a las clases socioeconómicas.
Si bien el marxismo nunca ha negado los aspectos específicos de la
100 Sidel, Families of Fengsheng, p. 62.
100 Susan Sontag, '"Trip to Hanoi", Styles of radical will (Nueva York, Dell,
1969), llegó a una conclusión similar después de su viaje a Hanoi. Aunque
al principio se sintió escéptica y extrañada por la simplicidad, la homogenei-
dad y la modalidad de la comunicación vietnamita, su actitud condescendiente
duró muy poco. Rápidamente comprendió cuán distintos eran los antecedentes
históricos y geográficos de la sensibilidad y las respuestas emocionales de
los vietnamitas, y concluyó que tenemos mucho que aprender de los vietnamitas
sobre lo que hay de culturalmente específico en la mentalidad occidental, y ésa
es una lección importante para todos los radicales.
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 305
opresión de las mujeres (en realidad, fue una de las primeras teorías
sociales que tomaron en serio el problema), nunca ha logrado hacernos
un lugar en sus categorías. Las repercusiones de esta falla no son
leves. Como señala Rowbotham: "Hasta ahora no concebimos una
accióri social de las mujeres. La mujer es aún el otro, parte del
mundo exterior percibido, captado, controlado por el hombre. No está
claro cómo va a actuar la mujer a partir de su forma específica de
prostitución. La mujer aparece como una indicación del estado de la
sociedad, no como un grupo social en movimiento, desarrollando
su conciencia en la historia." 1 º7
La consecuencia estratégica de esta inadecuación es la importancia
de la organización por. puntos de producción; por lo tanto, de la in-
tegración de las mujeres a la fuerza de trabajo. Bajo el maoísmo esta
tendencia latente se ha fortalecido: en China Popular la participación
igual en la producción es vista como plataforma central de la libe-
ración de la mujer. Si bien es cierto que el PCCH ha· sido sensible
a n1uchas de las necesidades específicas de las mujeres, el principio
rector de la mayoría de las reformas feministas consiste en liberar
a las mujeres para la producción. Chen Hsi-lien, miembro del Polit-
buró, recitó la convencional posición maoísta sobre las mujeres en un
reciente congreso de mujeres en Shenyang:

Las organizaciones femeninas de todo nivel deberían tomar con1.o tarea im-
portante la movilización de las mujeres para que participen activamente
en la construcción del socialismo ... Las mujeres sólo pueden emanciparse
por completo y alcanzar una posición igual a la de los hombres mediante
la ainplia participación en el trabajo socialmente productivo.IOS

Para las feministas occidentales es cada vez más claro que la tarea
de las mujeres está lejos de ser tan sencilla. No somos meramente
víctimas de la opresión social de clase. Nuestra opresión es inherente
a las zonas más íntimas y privadas de la vida, que trascienden la
cultura y la historia. La opresión peculiar de las mujeres no se origina
en el modo de producción sino en el modo de reproducción. Es allí,
por lo tanto, donde las feministas occidentales han empezado a bus-
car la comprensión teórica del aspecto universal de la opresión de las
n1l1jeres. 109 Y el principal obstáculo teórico es el que señalaba Row-
107 Rowbotham, ff'oman, resistance and revolution, p. 63.
108 "Old role for women in China i·esisting change", New York ·Times (16
de septiembre de 1973), p. 43.
109 Véase, por ejemplo, Mitchell, Psychoanalysis ancl feniinism, "The re-
production of mothering", y Chodorow, en este libro, así como la antología
de Rosaldo y Lamphere, Woman, culture and society, particularmente los ar-
cículos de Rosaldo, Ortner y Chodorow.
306 J UDITH STACEY

botham: concebir un papel para las mujeres como agentes históricos.


Todavía no está claro cómo puede contribuir la forma biocultural
de opresión de las mujeres a una dialéctica revolucionaria.
Hay un segundo factor teórico, particular del maoísmo, que es pro-
blemático para el feminismo. Mao divide las contradicciones sociales
en dos clases: entre el pueblo y sus enemigos y entre el pueblo mis-
mo. Las contradicciones del primer tipo son serias y antagónicas. Las
contradicciones en el seno del pueblo, en cambio, no se consideran
antagónicas porque se supone que los intereses más profundos de los
grupos en conflicto son idénticos. En ese caso se recomiendan la per-
suasión, la educación y la paciencia, aplicando el principio de "Uni-
dad, crítica, unidad" .110 Esta posición es políticamente útil (quizás
esencial) como red de seguridad bajo la cuerda floja de la clase
y del sexo de que hablábamos antes. Como sugiere Linda Gordon:
"Si efectivamente la contradicción entre las mujeres y sus amos se
ha reducido a una contradicción no antagónica, esto es una prueba
poderosa de la eficacia del socialismo como forma de atacar la opre-
sión de las mujeres." 111 Sin embargo, no creo que tal reducción sea ge-
nuina1nente posible. Hay un nivel en que los hombres son indudable-
mente "el enemigo" frente a las mujeres. Sólo en el sentido más
abstracto e idealista se puede decir que hay completa identidad de
intereses entre ambos sexos. Negar los privilegios reales, por espiri-
tualmente perturbadores que sean, que los hombres obtienen a ex-
pensas de las mujeres, es hacer retroceder el feminismo varios im-
portantes años. Éste es un error que cometen los chinos.
Mi tercera objeción al feminismo maoísta deriva de la anterior. La
ideología antiindividualista de los comunistas chinos es particular-
mente limitante en el campo de la emancipación femenina. La nega-
ción de la vida privada concebida como esfera de decadencia bur-
guesa implica la exclusión teórica de muchas de las preocupaciones
estratégicas del feminismo occidental. El derecho a ejercer el control
del propio cuerpo y la autonomía en las propias decisiones vitales es
antitética con la hegemonía de lo colectivo que preconiza el maoísmo.
Los anticonceptivos dejan de ser instrumentos que ofrecen opciones
reproductivas a los individuos y se convierten en medios de servir al
Estado: tanto a través de la limitación de la población como liberando
fuerza de trabajo femenina para la actividad productiva. La elec-
ción libre en el matrimonio y el divorcio no es sólo una vía hacia la
liberación sexual y emocional; también se propone destruir las bases
patriarcales del poder y asegurar la estabilidad del nuevo orden fami-
110 Mao Tse-tung. "On the correct: handling of contradictions".
1ll Linda Gordon. "The fourth mountain", Working Papers, l. núm. 3 (1973).
p. 39.
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 307
liar. El feminismo chino se disimula una y otra vez en términos casi
instrumentales. Sus demandas rara vez son buenas en sí y por sí mis-
mas, sino porque contribuyen a las metas colectivas.
El objeto de esta crítica no es denunciar el feminismo chino por
su tendencia colectiva. Nancy Milton tiene razón cuando dice que
no es justo criticar a las mujeres chinas por no creer que necesitan
lo que las feministas occidentales creen que deberían necesitar, o por
no obtener lo que no han pedido. 112 Sin embargo, es interesante que
las mujeres chinas no pidan ni necesiten lo que nosotros creemos que
necesitaríamos en su lugar.
Finalmente, el maoísmo, y apenas un poco menos el marxismo, es
una visión del mundo extraordinariamente racional, secular. Ve al
individuo como esencialmente bueno, pero corruptible, y percibe el
Estado en términos semejantes. La fe en la perfectibilidad del indi-
viduo es quizá el eje radical de un sistema revolucionario. Se basa
en el supuesto de que una socialización correcta asegura una vida
social correcta. La búsqueda de una psicología compatible con el
marxismo siempre ha sido empresa complicada. Si bien el marxismo
deja espacio teórico para el desarrollo de la "falsa conciencia", liquida
rápidamente al inconsciente. El maoísmo exagera la fe básica del
marxismo en la socialización consciente, y ésa es una fe que a las
feministas occidentales les resulta cada vez más difícil compartir.
El sexismo parece imponerse -en lo más recóndito de la cultura hu-
mana. Sus procesos de trasmisión y de perpetuación están lejos de
ser visibles, y muy lejos de nuestras posibilidades de control conscien-
te. La teoría feminista apenas comienza a explorar las complejidades
de la trasmisión inconsciente del sexismo. Los maoístas no tienen es-
pacio teórico para una tentativa de ese tipo.
Después de examinar el alcance y las limitaciones de la revolución
familiar china y del feminismo maoísta, es hora de extraer las im-
plicaciones políticas y teóricas que sean posibles a partir de la ex-
periencia china de reforma familiar. En primer término, es impor-
tan te saber qué enseña la situación china a las feministas occiden-
tales sobre los méritos relativos de las familias extensa y nuclear. La
lección es simple. La historia de la China confuciana debería borrar
permanentemente toda ilusión sobre la belleza armoniosa de la vida
en la familia extensa. Y la información sobre la China contempo-
ránea debería hacer lo mismo con los cuentos sobre el horror de la
familia nuclear. Lo que enseña la experiencia china es que lo más
importante es el contexto social. La familia extensa puede ser una
112 Nancy Milton, "Women and revolution", Socialist Revolution, I, núm. 6
(1970), p. 137.
308 J UDITH STACEY

pesadilla y la familia nuclear un lecho de rosas_, según las funciones


sociales que deba cumplir y el poder que se le permita ejercer sobre
sus dependientes.
La segunda gran lección que debemos aprender no es nueva para
las feministas. El ejemplo chino apoya la idea de que ningún siste-
ma familiar inventado hasta ahora asegura la igualdad de la mujer.
Si el contexto social es lo más importante_, aún no está claro qué es lo
que debe contener para contrabalancear los procesos discriminato-
rios inherentes a todas las estructuras familiares conocidas por la
inujer. Como tampoco está claro si una parte de esa carga queda
fuera del alcance de las soluciones estructurales sociales.
En resumen_, las lecciones políticas positivas de la revolución fami-
liar china son esencialmente las siguientes:

1] El socialismo ha demostrado ser un aspecto importante de la libe-


ración de la mujer. La relación entre el aporte económico_, la segu-
ridad y el reconocimiento de las mujeres está estrechamente vincu-
lada a su situación social y a la reforma familiar. 113
2] Las reformas estructurales de las relaciones familiares pueden con-
tribuir enormemente a eliminar la opresión de las mujeres. Las
reformas más eficaces son las que eliminan de la familia las rela-
ciones de poder. -
3] Las mujeres parecen progresar más que nunca en los períodos de
actividad política militante. 114

I-Iay también lecciones negativas:

1] La igualdad sexual debe ser un arma de doble filo. No es sufi-


ciente con abrir a las mujeres las puertas antes marcadas "para
hombres solamente". Mientras no se cuestionen los papeles tradi-
cionalmente femeninos_, el sexismo sigue firme a la vuelta de la
esquina. Particularmente importante parece ser liberar a las mu-
jeres de su identificación primaria con los hijos 'y de la responsa-
bilidad de las tareas domésticas. 115

113 El análisis transcultural de datos antropológicos referentes a la situación


de la mujer hecho por Sanday, en "Female status in the public domain". p.
198, indica una relación curvilínea entre la contribución de las mujeres a la
actividad productiva y su status público. El status público de las mujeres llega
al máximo cuando su contribución es casi igual a la de los hombres, y a lo más
bajo cuando se las excluye o sobr·ecarga de actividades productivas.
114 Rowbotha1n, l'Vonian, resistance and revo'lution.
115 Nancy Chodorow ha trabajado mucho sobre este problema. Véase su ar-

tículo en Rosaldo y Lamphere (comps.), Woman, culture and society; "Being


and doing", en V. Gornick y B. Moran (comps.), Woman in sexist society
LA REVOLUCIÓN FAMILIAR CHINA 309
2] La evaluación social del trabajo necesita una reconsideración im-
portante: mientras la fuerza física, la experiencia intergeneracio-
nal y la actuación pública sean criterios importantes, el acceso de
las. mujeres al status seguirá siendo desventajoso.
3] El sexismo está profundamente arraigado en la mente humana.
Aun cuando las diferencias psicológicas por sexo son un producto
social, han sido parte de la experiencia humana el tiempo sufi-
ciente como para desarrollar una existencia semiautónoma propia.
La casi inadvertida subsistencia de la patrilocalidad en China
es prueba de la profundidad del condicionamiento sexual.
4] Las mujeres deben hacer su propia revolución en su propio nom-
bre. No es posible que otra revolución nos la "regale". Debemos
hallar la manera de constituir como mujeres nuestra base de poder.

Si fuéramos absolutamente sinceras, hay quizás por lo menos otro


tanto que no podemos aprender de los chinos. China hizo su revo-
lución partiendo de un punto muy diferente al de· nuestro arranque.
Nuestra revolución debe tener en cuenta nuestra larga tradición de
individualismo burgués, y esto da la misma importancia a la libera-
ción individual. Las condiciones materiales para una revolución de
ese tipo parecen estar muy próximas. El sexo y la reproducción ya
están sustancialmente separados. El trabajo físico ha perdido la ma-
yor parte de su antigua significación. Las mujeres participan en la
fuerza de trabajo en proporción cada vez mayor. El consumo, domi-
nio particularmente femenino, es tan estratégico como la producción
para la explotación capitalista. La familia está en un estado de grave
desintegración; ha perdido su razón de ser económica precisamente
cuando las demandas emocionales dirigidas a sus limitados recursos
se han vuelto más agudas.
Sin embargo, la ideología feminista parece haberse quedado muy
atrás. Tenemos superabundancia de visiones individuales sobre la li-
beración personal, pero la confusión es general. Aun las comprometi-
das sinceramente con el feminismo socialista no saben bien dónde o
cómo concentrar sus energías. Carecemos de una base teórica que nos
permita definir a las mujeres como agentes revolucionarios. Seguirnos
replanteando fastidiosamente viejas cuestiones: ¿es el socialismo una
condición previa del feminismo? ¿Cómo puede integrarse el feminismo
al proyecto revolucionario? Sin embargo, China debería ser para nos-
otros un ejemplo inspirador en los momentos de poca fe. En el espí-
ritu y en los hechos su pueblo ha vivido un milagro. Y en nuestra pro-

(Nueva York, Basic Books, 1971); y "The reproduction of mothering". Véase


también su contribución en este volumen en las pp. 102-123.
310 JUDITH STACEY

pia casa patriarcal también hay motivos de esperanza: hay tentativas


teóricas feministas en marcha, hemos empezado a recuperar y a com-
prender nuestro pasado. Tal es el laborioso pero necesario preámbulo
de la construcción de un futuro liberado.
NOTAS SOBRE LAS COLABORADORAS

CAROLLEE BENGELSDORF enseña ciencias políticas en el Hampshire Col-


lege, y es autora y coautora de varios artículos sobre Cuba, que ver-
san en particular sobre las mujeres y el proceso de institucionali-
zación que data de 1970. Ha sido miembro del Africa Research
Group (ARG) y del North American Congress on Latín America
(NACLA).

AMY BRIDGES es miembro del consejo editorial de Politcs and Society.


Sus trabajos han apárecido. en American Journal of Sociology Scien-
ce' and Society, en Review of Radical Political Economics y en Ad-
rninistration S cien ce Quarterly. Actualmente está escribiendo su
tesi~ en el departamento de ciencias políticas de la Universidad de
Chicago.

NANCY cHoooRow enseña sociología en la Universidad de California


en Santa Cruz. Se doctoró en la Universidad Brandeis. Inspirándose
en gran medida en la teoría psicoanalítica, ha publicado artículos
y está preparando un libro sobre las implicaciones sociales y psico-
lógicas del papel materno de la mujer. Trabaja dentro del grupo edi-
torial de S ocialist Revolution y también sobre cuestiones psicoanalí-
ticas y mar~¡stas.

· MARGERY DAVIES es una de las editoras de Radical America y está por


terminar su tesis doctoral sobre la proletarización del trabajo de
oficina y la feminización de los oficinistas en los Estados U nidos.

ZILLAH EISENSTEIN enseña teoría feminista y filosofía política en el de-


partamento de política de Ithaca College. Se doctoró en 1972 en la
Universidad de Massachusetts, .en Amherst, con la tesis "The con-
cept of species being in Marx and Durkheim: its import for feminist
ideology" (El concepto de ser de la especie en Marx y Durkheim :
su importancia para la ideología feminista). Es miembro activo del
movimiento feminista socialista.

JEAN GARDINER es catedrática del Leeds University Extramural Depart-


ment y también miembro activo del movimiento de liberación fe-
menina en Inglaterra.
[311]
312 NOTAS SOBRE LAS COLABORADORAS

LINDA GORDON es profesora asociada de historia de la Universidad de


ivfassachusets en Boston. Es autora de W o man's body woman' s
right: a social history of birth control y coeditora (con Rosalyn
Baxandall y Susan Reverby) de America's working women: a docu-
1nentary history. Es una de las editoras de Radical America y miem-
bro activo de movimientos socialistas y feministas.

ALICE HAGEMAN, quien estuvo en Cuba en 1969 y 1971, pertenece al


grupo Boston Friends of Cuba y colabora en el Cuba Resource Cen-
ter, con sede en Nueva York, que publica el trimestral Cuba Review.
Ha escrito varios artículos sobre política, religión y sexismo; editó
Religion in Cuba today: new church in a new society (Nueva York,
Association Press, 1971) y Sexist religion and women in the church:
no more silence! (Nueva York, Association Press, 1974). Es miem-
bro de la Church of the Covenant en Boston y está terminando una
nlaestría en leyes en la Universidad Northeastern.

HEIDI HARTMANN, economista, ha escrito y enseñado sobre el status


económico de la mujer. Ha sido miembro activo del movimiento de
liberación femenina, de grupos marxistas-feministas y de la Union
f or Radical Political Economics ( URPE) por varios años. Obtuvo el
doctorado en la Universidad de Yale en 1974, con la tesis "Capital-
ism and women's work in the home, 1900-1930" (El capitalismo y el
trabajo de las mujeres en el hogar, 1900-1930). Actualmente está en
la U. S. Commission on Civil Rights, donde estudia la discrimi-
nación de mujeres y de miembros de las minorías en los empleos.

NANCY HARTSOGK es una de las editoras de Quest: a f eminist quar-


terly y profesora asistente de ciencias políticas en la Universidad
J ohns Hopkins.

ROS PETCHESKY ha estado enseñando en los programas de relaciones


sociales y estudios femeninos en Ramapo College, Nueva Jersey,
durante los últimos cinco años. Se doctoró en ciencias políticas en la
Universidad de Columbia en 1974. Es desde hace mucho miembro
activo del movimiento femenino en Nueva York, donde vive con su
hijo Jonah.

MARGARET RANDALL vive y trabaja en Cuba, con sus cuatro hijos. Sus
últimos libros se refieren a la situación de las mujeres en Vietnam,
Nicaragua y Chile. Actualmente ha emprendido la tarea de expre-
sar poéticamente su concepción de la historia oral.
NOTAS SOBRE LAS COLABORADORAS 313
JUDITH STACEY, que está por recibir su doctorado en la Universidad
Brandeis, está escribiendo una tesis sobre la revolución social y fa-
miliar que se titula "Thermidorian reaction to family revolution".
Es también la encargada de la sección de sociología de F eminist
Studies.

BATYA WEINBAUM ha trabajado en el proyecto femenino de la Union


for Radical Political Economics y publicado en los números especiales
dedicados a las mujeres de la Review of Radical Political Economics.
Trabaja en el proyecto femenino de Theology of the Americas y
en Project Chance, un programa de Brookly College para que las
n1ujeres de la comunidad vuelvan a la escuela. Está trabajando so-
bre el libro The curious courtship of women's liberation and socialism
y también investiga, escribe y da conferencias sobre el sistema agro-
industrial.

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