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ANDRES TRAPIELLO
https://elpais.com/cultura/2019/01/04/babelia/1546624131_191082.html[16/02/2019 13:13:52]
Somos tipos de letra | Babelia | EL PAÍS
letra Gótica, impenetrable para los aliados del Reich, por… una versión de la letra Futura (una de palo seco, mucho más clara y
funcional), justificando el cambio en que la Gótica era una letra… ¡judía!
“En edición diferente, los libros dicen cosa distinta”, escribió el poeta Juan Ramón Jiménez, el primero de los autores españoles
al que preocupó y se ocupó de verdad de estas cuestiones tipográficas. Porque creía él que la tipografía debía transparentar algo
del pathos de lo escrito. Si concedemos que lo que nos emociona del arte y de la literatura es el sentimiento que se nos da en
uno y otra, a la tipografía hemos de tratarla como otro sentimiento más. La palabra amor no dice lo mismo escrita en letra gótica,
inglesa o psicodélica (esta última muy apreciada todavía en los rótulos de discotecas y bares de alterne). Resulta harto difícil hoy
en el País Vasco (también en Iparralde) entrar en una taberna cuyo rótulo no esté compuesto en esa clase de letras vascas tan
corrientes en ese territorio (se llaman así, y siempre en mayúsculas, apabullando): parecen cortadas con un hacha (no
necesariamente la que figura en el anagrama de ETA, que por cierto también usaba esa tipografía racial en sus cartas de
extorsión y comunicados). E igual sucede con muchos asadores y restaurantes de toda España cuyas muestras están
compuestas en letra gótica, de efecto disuasorio (al menos para mí), porque parecen sugerir que los corderos que nos vayan a
servir llevan asados desde la Edad Media.
Quiere decirse con ello que la tipografía ha tenido y tiene una importancia capital en el desarrollo de la sociedad, mediante la
comunicación y propaganda, y en el conocimiento humano. A veces la comprensión o legibilidad de un texto depende
únicamente del ojo de la letra (y eso hace más versátil la Helvética que la Futura, siendo ambas de palo seco: la a poco se aleja
de la o). Los pequeños detalles determinan, pues, el texto y el mensaje, por insignificantes que le parezcan a un profano, y
François Mitterrand no ganó unas elecciones presidenciales hasta que sus asesores de imagen le convencieron para que
acortara sus colmillos, que le daban un parecido preocupante con Drácula.
Con la irrupción en nuestras vidas de los ordenadores personales, y por primera vez en la historia de la escritura humana, todos
nos hemos convertido en tipógrafos, al igual que los smartphones han hecho de nosotros unos fotógrafos aficionados. Y desde
que instalamos en nuestras casas una impresora, tenemos a mano, a cualquier hora del día y de la noche, una pequeña
imprenta, una minerva digital, diríamos, el sueño de todos los libelistas desde hace cinco siglos. En apenas 20 años y en menos
tiempo de lo que tardo en contárselo, tenemos a nuestro alcance fondos bibliográficos incalculables, y las enseñanzas que hasta
hoy tardaban años en pasar de maestros a aprendices, se nos dan con un solo clic. Sin el menor problema de almacenaje, en
nuestros ordenadores se guardan más tipos de letras que chibaletes pudo contener la mejor imprenta. Quiero decir que cada vez
que abrimos un documento en nuestra pantalla y escribimos algo en él, la palabra amor, por ejemplo, estamos haciendo de
tipógrafos, como aquel personaje de Molière hablaba en prosa sin saberlo. Lo lógico, pues, sería que nos tomáramos en serio la
tipografía, porque puede que, sin saberlo, usted esté diciendo o sugiriendo algo diferente de lo que quiere decir, sólo porque no
es consciente de cómo lo está diciendo.
La tipografía es una ciencia sencilla y sutil, hecha de proporciones,
cuerpos de letra, tamaño de caja y blancos de página. Se aprende, como
la mayor parte de los oficios, mirando y copiando. Hay que saber mirar y
saber copiar. A JRJ le molestaba que Jorge Guillén y los poetas del 27
fueran a hurto a la imprenta Aguirre, donde se imprimían sus prodigiosas
revistas unipersonales, y se sirvieran de los mismos tipos que él
personalmente había buscado, encontrado y pagado de su bolsillo. Decía:
“Que vayan un poco más lejos a robar”. Seguramente es lo que habrán
pensado los creadores del Beauty Salon al ver cómo su logo (muy cursi,
por cierto) es el mismo con el que Podemos publicita la República.
Se puede y se debe copiar, desde luego. JRJ lo hizo también, de los
impresos de Whistler y los tipógrafos elzevirianos ingleses. Decía d’Ors
que el plagio sólo está permitido si va seguido de asesinato. Quería decir
con ello que sólo si el plagio es tan bueno como el original o lo supera,
deja de ser plagio, lo que nos lleva a otro de sus aforismos, que debería
figurar en la carcasa de las impresoras y ordenadores: todo lo que no es
tradición es plagio.
En 1957 se publicó Momento tipográfico, una selección de cabeceras de
cartas comerciales, obra de un tipógrafo para mí desconocido, José
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García Almagro. Una joya, una obra maestra de nuestra modesta Cubierta de 'Tam tam', de Tomás Borrás, ilustrada por Garrán en 1931.
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de modelos y Hoy se compone más y mejor, pero también más y peor: todo convive en el mismo escaparate
la facilidad
con la que las nuevas tecnologías los difunden hacen imposible aquí un resumen de lo que se está haciendo en todo el mundo.
Se compone y edita más y mejor que nunca, pero también más y peor. El verdadero momento tipográfico es este, el que
estamos viviendo. Convive la excelencia con lo execrable, lo ejemplar y lo abyecto comparten a menudo con indiferencia el
mismo escaparate, quiosco o mesa de novedades. En cualquier rincón del planeta podemos encontrar tipógrafos excelentes, pero
desde que los libros, periódicos, revistas han entrado en el mercado como un bien de consumo, se rigen por las mismas reglas
que muchos otros productos, clínex incluidos. La imagen, tan importante en nuestro tiempo, amenaza a menudo con devorar a la
palabra, y desnudarla. A veces, gran paradoja, con ayuda de la tipografía. Acaso el reproche que pueda hacerse a buena parte
de la tipografía contemporánea es este: contagiada por la imagen, no trata de vestir las palabras, sino de sustituirlas por tipos y
cuerpos espectaculares, en cinemascope. Claro que la cosa empezó con el futurismo y dadá (“las palabras en libertad” ya no
significaban nada, eran pura apariencia, presas de ella). La consecuencia es terrible: los periódicos, reducidos a titulares, no se
leen, se ven, y los libros no se ven, se miran y mirotean, escudados todos en que se edita mucho más de lo que podemos leer,
lo que nos llevaría a otro de los grandes aforismos de JRJ: “Para leer mucho, comprar poco”. Pero este es otro capítulo.
LECTURAS
Así se hace un libro. Enric Jardí. Arpa, 2019. 204 páginas. 22,90 euros.
Es mi tipo. Simon Garfield. Traducción de Miguel Marqués Taurus, marzo de 2019. 376 páginas. 23,90 euros.
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