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Tomás de Aquino define a la persona como «lo más perfecto que hay en toda la naturaleza, o

sea, el ser subsistente en la naturaleza racional» (ST, I, q. 28, a. 3, in c). Esta vida racional, que
nos especifica como personas, no solo nos hace poseedores de una dignidad inalienable y
sujetos de deberes y derechos, sino que nos introduce en el mundo de la libertad y de la
responsabilidad. En efecto, ser de naturaleza racional nos permite «ser dueños de nuestros
actos», de ahí que cada persona, por el mero hecho de serlo, posee una dimensión ética.

La ética es una dimensión esencial a la vida humana. Todos sabemos que se nos puede ‘pedir
cuentas’ de cómo obramos porque realizamos actos calificados de buenos o malos. De la misma
manera, todos conocemos ciertos conceptos —bueno, malo, justo o injusto— conforme a los
cuales nos comportamos o juzgamos nuestras acciones. La ética filosófica inicia, pues, su
reflexión a partir de este conocimiento vivencial, pero se distingue de este precisamente en que
es un estudio sistemático o científico que, como tal, es realizado solo por algunos, y que
pretende conocer lo esencial de esta dimensión para así disponer de criterios éticos.
Ética deriva etimológicamente del vocablo griego ethos que se traduce como ‘modo de ser’ o
costumbre, de ahí que ha llegado a significar el modo de ser que la persona adquiere libremente
mediante sus actos. Esto evidencia la dimensión práctica de la ética como ciencia. Y así,
Aristóteles, en la Ética a Nicómaco, explica que el estudio de las acciones humanas tiene una
dimensión no solo teórica sino también práctica, pues la virtud se debe estudiar para conocerla,
así como para ser virtuosos. Por eso la ética es una ciencia normativa.

Este texto señala también la importancia de detenerse en el estudio de las acciones humanas
porque a través de ellas el hombre forja su propio modo de ser. Nos interesan precisamente
porque configuran nuestra personalidad y con ello ponen en juego nuestra felicidad. Pero esta
trascendencia no es exclusiva de los actos realizados en la vida social, profesional o, podríamos
decir, pública, sino también es propia de los actos que llevamos a cabo en la vida privada. De
ahí que la ética sea inherente a la vida humana en todas sus facetas y dimensiones, pues el
hombre es uno y su vida ha de discurrir de forma unitaria.
Existen distintas posturas filosóficas acerca de la vida ética, y cada una de ellas posee bases
antropológicas diferentes. La que aquí asumimos primordialmente es la expuesta por Santo
Tomás de Aquino que, por la riqueza de su doctrina y las verdades que enseña, es patrono no
solo de nuestra casa de estudios, sino también de gran número de escuelas y universidades.

Como veremos, esto se cristaliza en la ley natural. Santo Tomás apunta a esta fundamentación
metafísica de la ética tal como lo expresa a continuación:
«[…] pertenece a la ley natural todo aquello a lo que el hombre se siente inclinado por
naturaleza. Mas todos los seres se sienten naturalmente inclinados a realizar las operaciones
que les corresponden en consonancia con su forma; por ejemplo, el fuego se inclina por
naturaleza a calentar. Y como la forma propia del hombre es el alma racional, todo hombre se
siente naturalmente inclinado a obrar de acuerdo con la razón» (ST, I-II, q. 94, a. 3 in c).
Llegados a este punto podemos esbozar una definición formal de ética:
Aquella parte de la filosofía que estudia la calidad o moralidad de los actos humanos en cuanto
son conformes o no al verdadero bien de la naturaleza humana y de su fin y felicidad. En este
sentido, por la sistematicidad en su estudio y por la validez universal de su conocimiento, la ética
posee el rango de conocimiento filosófico.

La ética profesional es una aplicación de los principios universales de la ética general al ejercicio
de la profesión. Asume que la profesión también es una actividad humana, susceptible de ser
realizada bien o mal, y, por tanto, capaz de acercarnos —a nosotros y a quienes afecta nuestro
obrar— a nuestro fin o de alejarnos de él.
Santo Tomás la define como
«la razón de la divina sabiduría, según que es directiva de todos los actos y movimientos» en
todos los seres del universo (ST I-II, q.93, a.1, in c), es decir, la razón de Dios en cuanto que lo
dirige todo. Y así, Dios imprime en todo un modo de ser o naturaleza que expresa el orden más
conveniente para cada uno de los seres; en este sentido, Dios, como autor de la naturaleza y de
sus inclinaciones, será también el autor de las inclinaciones éticas.

A cada una de estas inclinaciones corresponde una cierta norma ética conocida por la razón.
Estas normas, precisamente porque proceden de la naturaleza humana, son universales y se
aplican a todo hombre y en toda circunstancia. Debido a que están impresas en la naturaleza
humana, y esta permanece siempre la misma, son de carácter inmutable, es decir, son
invariables, permanentes y constantemente vigentes. Esto implica que los preceptos éticos
generales no cambian ni con los procesos históricos ni con los cambios culturales y, por lo
mismo, su contenido tampoco depende del consenso ni de la mayoría. Sin embargo, cabe
preguntarse por qué existen tantas diferencias de unos a otros.
LEY HUMANA : Ley positiva o humana como la «concreción» del orden natural . Los preceptos
éticos que el hombre descubre en su naturaleza no son, sin embargo, suficientes para organizar
la vida individual y social, pues, para regular todas las situaciones en la sociedad, los principios
de la ley natural requieren de una mayor concreción. De esta forma, las leyes positivas se
originan por la necesidad que los hombres tenemos de ordenar la sociedad a su fin común.
Naturaleza de la virtud: término medio
La etimología remite a su raíz latina de vis, fuerza, dando a entender que es la fuerza que la
potencia necesita para perfeccionarse en el bien. Pero generalmente se reconoce como un
hábito operativo bueno, es decir, una disposición habitual a operar, a realizar el bien en tanto
que perfectivo de la persona.
«Por eso es necesario que la virtud de cada cosa se defina en orden al bien. Por consiguiente, la
virtud humana, que es un hábito operativo, es un hábito bueno y operativo del bien» (ST, I-II, q.
55, a. 3, in c).
La virtud consiste en un término medio que se encuentra igualmente distante de dos extremos,
uno por exceso y otro por defecto.

Las virtudes intelectuales perfeccionan a la inteligencia en su función teórica y práctica. Las


virtudes de la inteligencia especulativa son: el intelecto, que es el hábito de los primeros
principios teóricos: La Sindéresis, La sabiduría y La Ciencia.
Las virtudes morales perfeccionan las potencias apetitivas —voluntad y apetito sensible—
haciendo que se muevan a su bien específico en cuanto hombre,es decir, las regulan pero no las
imponen. Estas virtudes hacen bueno al hombre en un sentido absoluto en la medida en que no
solo entiende qué es bueno, sino que lo pone por obra.
ONTOLOGÍA : Siguiendo a Aristóteles, Santo Tomás considera que, cuando el hombre nace, lo
hace con el entendimiento («como tabla rasa, en la que nada hay escrito»).Así, careciendo de
ideas innatas, todo nuestro conocimiento intelectual de la vida presente ha de llegarnos durante
la misma vida, y precisamente a través de los sentidos. Parecería admitir una excepción con
respecto a intelección de los primeros principios, de los que dice que son «quasi»innatos.

TELEOLOGÍA : Tomás de Aquino acepta del aristotelismo que la felicidad es el fin último del
hombre, y que el conocimiento de la naturaleza humana permite especificar un conjunto de
normas morales que constituyen la ley natural. Aquino, pues, se vuelve a un análisis de la
naturaleza humana. Platón y Aristóteles interpretan la naturaleza humana como fuente de
normas morales. Se preguntan cuál es el fin a cuyo cumplimiento está orientado el ser
humano, dónde se hallan el perfeccionamiento y la plenitud humanas. Este planteamiento da
lugar a una ética de los fines, a una ética basada en la perfección o cumplimiento de las
exigencias de la naturaleza humana. Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, se adhiere a
esta concepción finalista, teleológica, de la naturaleza. El fin último del hombre en la tierra es la
felicidad, que consiste en la actividad contemplativa.

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