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EL VIA-CRUCIS
DE TODOS LOS HOMBRES
4ª Edición
UBRERIA RELIGIOSA
VU>EOS
P. Hispanidad, 6 '
TeL 228404
16004 CUENCA
Ilustraciones de H. LAZERGES:
"El Via-Crucis a través del rostro de Jesús"
1.s.B.N.: 84-8058-022-4
DEPÓSITO LEGAL: B. 32.978 - 1994
FaroCOMPOSICIÓN: EDITDRIAL CASTILLEJO
IMPRESO EN ESPAÑA - PRINTED IN SPAIN
SE INAUGURA EL MUSEO DE LA INJUSTICIA
1.ª Estación
Jesús es condenado a muerte
U. garantía
N AMIGO arqueólogo me había asegurado bajo palabra y
profesional que se conservaba en Jerusalén el lugar
exacto que sirvió de escenario histórico para la Primera Estación del
Vía-Crucis. Es decir, el sitio auténtico en que el Gobernador
Romano, Poncio Pilato, montó el aparato externo jurídico para
condenar a muerte a Cristo. Que no se trataba solamente de una mera
localización del edificio que albergara el tribunal, sino de la misma
sala concreta en la que se sentó solemnemente el Gobernador para
dictar la sentencia de muerte y lavarse las manos. Más todavía:
afirmaba mi amigo arqueólogo que se había descubierto la
pavimentación auténtica del Tribunal, las mismísimas losas romanas
que sostuvieron la figura hierática y atropellada de Cristo, cuanto Este
oyó decir oficialmente al Gobernador Romano: «Reus es mortis»
«Quedas condenado a muerte».
De ser esto verdad -y la solvencia de mi amigo era ineuestio-
nable- la humanidad había rescatado y estaba en posesión de uno
de los lugares más sensacionales de la historia: la sala auténtica del
Tribunal en la que se pronunció la sentencia más injusta de todos los
tiempos.
N o pude descansar esa noche pensando en la visita que iba a
realizar a la mañana siguiente. La noche entera transcurrió en una
ininterrumpida sucesión de sueños y vigilias, en que se mezclaban,
sin fronteras claramente delimitadas, las fantasías y los recuerdos, las
vivencias y las pesadillas. Esa noche comprendí y poco mejor la
alucinante novela «El Proceso», escrita -y vivida- por otro judío,
Kafka, con retazos mal hilvanados de sueÍlos, duerme-velas y reali-
dades.
Mi amigo y arqueólogo no había querido adelantarme detalles
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concre.tos de! ~e~cubr.imien.to sens~cional: Insistió en que debía yo Inmediatamente localicé, a mi izquierda, el Convento de las
solo, Slll preJUICIOS 111 preVIas ambIentacIOnes, enfrentarme con el Damas de Sión, fundadas por dos judíos alsacianos convertidos; los
hallazgo. Tan sólo me dio la localización: está en el interior del actual Padres Alfonso y T eodoro de Ratisbona en 1842, para dedicarse en
Convento de las Damas de Sión, en el arranque de la Vía Dolorosa, apostolado, oración y sacrificio a la conversión, de los judíos. Trece
cerca de la explanada del Templo, sobre el viejo solar de la Torre años más tarde el Padre Alfonso de Ratisbona empezó a comprar en
Antonia. Jerusalén unos viejísimos y abandonados solares; hacinamiento in-
forme de escombros y basuras, encrespamiento de malezas y aullidos
y a.llá me dirigí la mañana siguiente, liberado ya de mi noche de gatos salvajes, que algunos sospechaban corresponder al posible
angustiosa.
emplazamiento de la Torre Antonia, cerca de la explanada del
Pero iba disgustado porque llegaba con retraso. Yo hubiera Templo.
queri~~ hac~r ese Gll~ino hacia el Pretorio a la misI:na hora en que lo
recomo Cnsto: y pIsar las losas romanas del Tnbunal, a la hora Terminado el C?n;e.nto y su instalació~\ sobre un solar pr,es.un-
tamente sagrado e lustonco, las Damas de SlOn, ayudadas y dIrIgIdas
-aproximada al menos- en que Cristo las pisó; es decir, «al alba»,
por la prestigiosa Escuela de Arqueología de los Padres Dominicanos
según el dato de San Juan en su Pasión; en nuestro horario, alrededor
de las seis de la mañana. de Jerusalén, presidida por el histórico y místico del padre Vincent,
comenzaron las excavaciones en el subsuelo del Convento.
y yo me había dormido. Después de una noche alborotada y
sudorosa de sueños y pesadillas, caí, ya rendido, de madrugada; La búsqueda más intensa y afortunada coincide con la etapa de
cuando había calculado precisamente salir por el Pretorio. 1927 a 1932.
Llevaba cuatro horas de retraso. Fue entonces cuando <l.pareció el Pretorio.
. Como siempre. Parece que es mi triste y vergonzoso sino llegar y yo quería verlo y verificarlo.
siempre tarde a las citas de Cristo. Por eso estaba pulsando con impaciencia el timbre de la puerta;
Mientras yo dormía, destrozaba mi sensibilidad, Cristo había sido y porque a las diez y cuarto de la mañana, a finales de Marzo, el sol
conducido ya ante el Gobernador Romano. A estas horas, las diez de ya molesta en Jerusalén. Un sol, que sin consideración, caía sobre
la mañana, en que yo me apresuraba hacia el Pretorio, ya estaba muy mí, fatigado ya y sudoroso.
adelantado el Proceso de Cristo. Por eso insistí apretando nuevamente el timbre.
Por eso apreté el paso y traté de encontrar atajos a través de las A mi segunda llamada se abrió la puerta.
callejuelas del Viejo Jerusalén.
En la fresca penumbra apareció una religiosa, Dama de Sión, que
\ronto la fatiga n:e obligó a detenerme. Entonces com prendí que reaccionaba ante mi impaciente repiqueteo del timbre con una serena
cammaba cuesta arnba. Y recordé un dato más de San Juan, que y natural sonrisa.
est~ba yo .reviviendo en mi acelerada respiración: el Pretorio en que
Jesus fue Juzga~o y condenado~ quedaba en uno de los puntos más No tuve tiempo de formular mi deseo.
elevados de la CIudad: y era desIgnado vulgarmente por una palabra Lo debía gritar en mis ojos.
hebrea que recoge San Juan: «Gabbatha», es decir, cumbre o altura.
Por eso, adelantándose a mis palabras, me invitaba la religiosa en
No empezaba más la verificación de los datos arqueológicos. un inglés de acento internacional:
Evidentemente yo estaba subiendo; la cuesta había frenado mis -Pase, pase, Padre...
prisas; y en la breve pausa que me impuso, le di mentalmente las
gracias a ~i amigo a.rqueólo~o por no habern:e adelantado ningún Ya dentro del vestíbulo le expuse mi propósito:
dato. Es mas sabroso ulos venficando y descubnendo personalmente. -Madre, quisiera visitar, si es posible, el Litóstrotos.
Cuando al fin remonté la cuesta eran las diez y cuarto de la Pero ella iba adelante, abriendo camino y sirviéndome de guía:
mañana.
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· -Naturalmente, Padre; con mucho gusto. Sígame, por favor. A mí también me parecía estar bajando al abismo de otro miste-
Disculpe que pase la primera; así le ensefío el camino... rioso Infierno: el de la Justicia humana que se atreve a condenar a
Dios. Mi guía, esta vez, era una mujer, una virgen. Y una Dama. ¿Se
y la seguí. No me preguntéis por dónde; ignoro si atravesamos
llamaría Beatriz como la Dama que guió a El Dante en el Paraíso?
salas, patios o corredores. Yo solamente atendía a seguirla; y ella
Mi camino conciliaba entonces Infierno y Paraíso. Infierno de con-
también parecía tener prisa como yo.
dena para Dios. Paraíso de liberación para los hombres. ¿Se llamará
lhsta que abrió la puerta y se volvió para advertirme: Beatriz?
-Cuidado ahora, Padre; vamos a bajar una escalera. No pude preguntárselo.
y encendiendo una luz eléctrica desapareció por e! hueco. Indu- Habíamos llegado.
dablemente estábamos bajando al sótano de! Convento. la escalera,
La voz de mi guía me situó bruscamente en la realidad:
empinada y estrecha, nqs obligaba a descender con lentitud. Nos
acercábamos, evidentemente, al Pretorio, al Tribunal en que Cristo -Padre, éste es e! Pretorio: Aquí el Señor fue condenado a
fu~ ~ond~nado a muerte. Por eso, c~ando pisamos ya el plano, yo muerte...
ITlII'e a ITlI alrededor, escrutando los nncones y buscándolo con mis
Hubo una breve pausa de silencio infinito.
sentidos tensos, mientras oía que la Danta de Sión me reclamaba
desde otro hueco que abría en el sótano: -Lo dejo. Padre. Preferirá quedarse solo en este sitio.
-No, Padre; 110 está aquí; más abajo, más abajo... y sin esperar mi respuesta, la Dama de Sión desapareció de mi
vista y comenzó a subir las escaleras. Sus pasos se fueron perdiendo
y tuve que dirigirme al segundo hueco de escalera por el que e!la
y alejando, perceptibles primero hasta alcanzar el sótano; casi perdi-
había empezado ya a descender.
dos después al irse alejando, por el segundo tramo ascensional hacia
-¿Más abajo? -preguntaba yo COII extrañeza. e! sol y el aire alegre de aquella mañana luminosa de Marzo... Hasta
que se hizo el silencio absoluto.
-Sí; más abajo, más abajo -iba repitiendo ella delante de mí,
mientras descendíamos, y ahora más lentamente, por una segunda Entonces me sentí abandonado y solo en la profundidad abismal
escalera que perforaba atrevidamente el subsuelo de Jerusalén. de mi descenso.
-Más abajo, más abajo, más abajo...
¿Me lo seguía advirtiendo ella o me lo iba repitiendo yo? O era
un eco en la resonancia misteriosa de la historia...
* * *
No podría asegurarlo; pero sí, que aquel inesperado segundo Todo quería verlo y devorarlo con los ojos al mismo tiempo en
~ram? de escalera subterránea, me parecía interminable, angustioso, un hombre de verificación histórica.
II1fil1lto. No en vano esdbamos bajando dos mil años de historia.
Arriba, me cubría y abrumaba una bóveda demasiado baja. No
Cada escalón equivalía a un descenso de medio siglo... me interesaba. Su misma curvatura, trazada pocos años hacía, para
Sobre todo, no en vano estábamos bajando hasta la cota máxima sostener e! sótano, me empujaba insistentemente a que mirara abajo,
de la injusticia entre los hombres: condenar a muerte a la misma al pavimento que estaba pisando.
Inocencia y Justicia de Dios. Bajé los ojos, los paseé lentamente como una asombrosa caricia
Nosotros bajábamos escalón tras escalón, pausadamente. Pilato por todo el enlosado y me quedé mudo de emoción.
lo hizo de un solo golpe y con una sola frase: «Eres reo de muerte.» Era una superficie como de unos doscientos cincuenta metros
Me acordé de El Dante en su descenso al Infierno. Virgilio era su cuadrados, cubierta toda ella por desmesuradas losas romanas. Luego
guía. me confirmaron exactamente mis cálculos; de metro a metro y medio
de largo. El espesor alcanzaba el medio metro. Estaban todas surcadas
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por unas estrías paralelas, como pequeños canales, para recoger e! la sentencia más injusta de la historia:
agua de la lluvia, ya que estas piedras correspondían al enlosado de
-Eres reo de muerte.
un patio abierto a la intem perie. Y tenían grabadas en e! granito unas
figuras misteriosas; signos y señales de un juego en e! que intervenían Caí de rodillas sobre el viejísimo pavimento romano hasta tocar
los dados y al que se dedicaban los soldados romanos entreteniendo con mi frente la superficie pulimentada del granito.
sus ocios en los turnos de guardia. El juego consistía en un camino
-Eres rer¡lo de muerte -repetía la sentencia revolando a mi
zigzagueante en forma de laberinto, por e! que se llegaba a una corona
alrededor con locos aletazos, corno un ciego y repugnante pájaro
real, meta de! ganador y grabada con énfasis en el granito. Todas las
negro que gira y gira en el Litóstrotos desde hace dos mil años:
curvas del camino estaban señalizadas con una palabra griega, miste-
riosamente repetida: «I3asileus». «Rey». Esta vez e! vencedor iba a ser -Eres reo de muerte.
Cristo, a quien los soldados romanos ceííirían una corona regia de
No sé cuánto tiempo estuve así de rodillas.
espinas. Y e! mismo gobernador redactaría la Upida conmemorativa,
rnandándola colocar sobre su cabeza: "Jesús Nazareno. Rey de los En la eternidad del Litóstrotos se pierde toda noción de tiempo,
Judíos.» Cuando al fin levanté la cabeza advertí unas gotas líquidas y
Tablero de juego, en tamaño natural, correspondiente al patio transparentes que salpicaban el granito del suelo a rnis pies.
romano de la Torre Antonia y descrito por San Juan en la Pasión con Sí; es verdad; podrían ser Lígrimas de mis ojos. Habían llorado.
otra palabra griega: "'itóstrotos», que quiere decir «enlosado».
O podrían ser salpicaduras del agua con que Pilara se lavó
Allí, en Litóstrotos, como a las once la maííana mandó mamar espectacularmente las manos.
Pilato un Tribunal, una tarima o tribuna en semicírculo y sobre ella,
entronizada, la silla curul. Terrible incógnita para el hombre que se interroga sobre la
autenticidad de su llanto y de su amor a Dios.
Hacía veinte siglos.
¿Lágrimas de verdad o agua mentirosa de autojustificación?
De pronto me pareció que por encima de mi cabeza desaparecía
la bóveda baja que me albergaba, con toda la edificación superpuesta ¿Auténtico llanto del corazón?
del Convento, hasta que apareció, altísima, la bóveda del cielo. Una ¿O repetición del agua cobarde de Pilato?
catarata de sol se estrelló contra el enlosado del Litóstrotos. Levanté
rnás los ojos: arriba en los cuatro ángulos del patio se erguían, en el No lo sé. Lo sabe Dios.
azul, las cuatro torres romanas que lo flanqueaban, como cuatro
altísimos centuriones romanos ...
Me envolvió Ull griterío invisible en un oleaje creciente y chillón * * *
que me desgarraba los oídos:
-¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Me seguía impresionando aquel pavimento enlosado de
poderosas y robustas piedras romanas.
I3ajé los ojos. En la silla curul sobre la tarima del Tribunal, estaba
sentado el Gobernador Poncio Pilato. ¿Cómo pudieron aguantar, sin pulverizarse, aquella Injusticia? La
condenación oficial de la Inocencia Oficial. Si alguna vez existió en
Se lavaba las manos solemnemente en una jofaina de plata. IIn hombre la inocencia absoluta fue entonces, en Cristo.
Sobre el frío enlosado de! pavimento había unos pies desnudos. Aguantaron las losas romanas; no en vano forman una costra
Los pies de un reo. Fui subiendo los ojos por ellos, lentamente, hasta i l1J penetrable y acorazada de granito con medio metro de espesor.
llegar a los de Jesús, tristes y serenos, que me asaeteaban reclamando
Aguantaron la farsa repugnante de aquel juicio: un reo que llega
piedad y formulando reproches al mismo tiempo. Un eco trágico
seguía repitiendo, como un trueno lejano y eterno, que nunca muere,
ra prejuzgado y condenado de antemano. Con falsas acusaciones y
(on testigos comprados. Un juicio sin abogado defensor. Sin unasola
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voz que se alce en su ayuda. Un juicio en el que el fiscal adquiere Las guerras y los asedios, que cien veces asolaron a la ciudad
presencia y voz multitudinaria de turba amotinada y ronca, borrach;o. sagrada de Jerusalén, fueron amontonando escombros sobre escom-
de odio. Un fiscal que es toda la humanidad entera. Un juicio en que bros. El grosor de las ruinas superpuestas llega a alcanzar los nueve y
el juez repite en público, obsesivameme, hasta el sarcasmo, que el reo diez metros de altura.
es inocente, que no encuentra motivo de condena; y, sin embargo,
termina condenándolo. Un juicio en que, al fin, un chantaje político En la profundidad de su desaparició.n, 3plastada~ ~or toneladas y
toneladas de ruinas y escombros, las piedras del Lltostrotos escon-
decide y arranca la sentencia: «Si no lo condenas, no eres amigo del
César». dieron su vergüenza durante veinte siglos.
Sentí el clamor que subía desde el granito humillado hasta las y así lo había planeado también el Padre al entregar a su Hijo.
cuatro torres vigías que desde arriba se asomaban al Litóstrotos. Las Pero la maldad de los hombres hizo fracasar los planes de Dios.
losas del pavimento suplicaban a las piedras de las torres:
Dos mil afias aguantaron las piedras avergollzadas del Litóstrop~s
-Caed sobre nosotras, sepultadnos bajo el peso de vuestros su voluntario escondimiento, aplastadas y borradas de la geografía
escombros. Escondednos de la vista de los hombres. LiLradnos del por ingentes escombros. Dos mil ~ños s~n atre.ver~e. a levant.ar su
sol y dcla luz que iluminan nuestra estigma. ¿Cómo podéis aguantar, frente humillada, esperando que se ImpusIera la Justtela en la tierra.
torres erguidas, tama ignominia? ¿Qué hacéis de pie en la altura, si Hasta que se cansaron de esperar.
la misma Justicia ha rodado por los suelos? Desplomaos sobre
nosotras; aplastadnos, esconded nos, sepulradnos. y reclamaron de nuevo su aparición para echar ahora en cara a los
hombres todas sus cotidianas injusticias y enfrentarlos a la condena
y cayeron las Torres. de Cristo.
Los mismos romanos, en la conquista de Jerusalén por las Reclamaron a gritos su aparición.
legiones de Tito, se encargaron de derrumbarlas cuarenta años
y vinieron las Oarnas de Sión, los arqueólogos y los escriturislas,
después de la muerte de Cristo. «y no quedó piedra sobre piedra.»
los técnicos excavadores y los obreros.
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1! n lamento d~ siglos los llamaba y atraía misteriosamente desde cardinales. Como si el Litróstotos fuera un volcán en erupción y la
las Ciegas profundIdades en el subsuelo de Jerusalén. lava irresistible y viva de sus losas romanas, avanzara y avanz:ara en
· Picos y palas, excavando amorosamente la tierra, seguían instin- todos los sentidos, recubriendo roda la superficie de la tierra; curván-
t1varr~ente la. llamada subterránea tIue los guiaba. La justicia, aplastada dose más y más hasta envolverla y enlosarla totalmente.
y olvIdada, Imponía s~ voz inflexible atravesando millones de kilos Ya el Litóstrotos no era un pavimento de doscientos cincuenta
de escombros y dos mI! años de olvido. metros cuadrados. Había crecido desmesuradamente: era ahora un
. l-lasta que ap~reció el pavimento entero de Litóstrotos, como un pavimento que alcanzaba los quinientos diez millones de kilómetros
Illmenso pergamlllo desenrollado con una viej ísima condena eSCl'ira cuadrados; igualab<.l, cubría y forraba con sus losas la superfIcie entera
en sus losas. de la tierra.
Nuestro planeta giraba en los espacios como un aluciname y
Pero. esta vez la sentencia condenatoria se volvía contra toda la
gigantesco tribunal, en el que los hombres nos condenábamos injus-
Humanrda1 ~ ell. t~ombre de Cristo atropellado denunciaba valien-
tamente, unos a otros; sin cansancio, sin reposo ni tregua; en la
temente l.a ItlJustlCla C~1l que; ~nos a otros -grandes y petIueños,
altos y baJOS, pobres y ncos, deblles y poderosos-, nos condenamos sucesión de los días y las noches, sin respetar el turno de las estaciones;
mutuamente, todos los días, hermanos coiara hermanos. acumulando año tras año, siglo sobre siglo, odios, injusticias,
malquerencias)' atropellos.
· '! ):0estaba el.llonces c?lltemplándo\o, extendido a mis pies, el
En su vuelo estelar, en trI" el tiempo y el espacio, la tierra era un
Lttostlütos de CrIsto, acusandome )' acusándonos.
Litósrrotos volante, donde cada hontbre, al mismo tiempo que se
Volvía a ser un .tribunal que nos citaba en sus piedras a todos los sentía condenado pUl' los utros, comlellaba él a su vez a los demás.
~1~1l1b.r~s para pedtrnos cuentas, en nombre de Cristo, de nuestras
IIlJ USrIClas con los demás. No hay ni un solo palmo de rierra de este mezquino planeta donde
un Pitato, siempre redivivo -cobarde, injusto, ambicioso, venga-
. Yo lo miraba y lo miraba, subyugado y empavoreciclo al mismo tivo, crue! o aprovechado-- no haya montado su tarima y entroni-
tIempo. zado su silla curul, para condenar a algún inocente.
. Porque ya n~ era solamente el ~ribunal concreto que e! siglo Cada uno nos erigimos en juez de los demás; y lo condenamos
ptlme.ro condeno a un Hombre DIOS, a Cristo, personaJ'e de b primero en el tribunal privado de nuestros pensamientos, para for-
lllstona. ' mular después públicamente la sentencia, en la conversación, la
Era un tribunal et~rno y universal, d~ todas las épocas, para todos tertulia, el café ...
los hombres, en la Illas sangrante actualIdad. También las reuniones técnicas de consulta y asesoramiento se
Ya no er~ una pU,ra y venerable r~liqu ia arqueológica de un pasado convierten muchas veces en tribunales donde se condena en falsos o
mu~Ito, cotizable solo CO.IIlO una pIeza de museo. Era una pavorosa exagerados testimonios, a un hermano ausente que conviene e inter-
realIdad de un presente VIVO, en perenne exigencia condenatoria. esa desprestigiar y eliminar. Hay informadores, oficiales Y oficiosos,
que se dedican glotonamenre a redactar actas de acusación. Hay
. Yo vi, con pasmo)' ~on miedo, cómo iban desapareciendo a mi corresponsales epistolares que todos los días, para poder conciliar e!
alre~ledor las pal.T~es cIrcundan.tes, que encuadraban y ceñían el sueño, con la satis[,1cción de un deber cumplido, tienen que escribir
p~vllnento del Lltostrotos. Yo VI como, al mismo tiempo, huía la
una carta a las alturas correspondientes, con denuncias o condenas
~oveda, y se esfumaba el convellto de las Damas de Sión, mientras
de algún prójimo. Y los hay, tan cobardes y repulsivos, tIue ni siquiera
sllnultanea~lente las losas romanas iban subiendo y subiendo hasta
se atreven a dar la cara y escupen la envidia acusadora en una carta
emergt',r )' situarse en el nllsmo nivel exterior de la aerual ciudad de
Jerusalen. anónima que es un hijo sin padre, o mejor, una hija de mala madre...
Y hay -colmo de la injusticia y la cobardía- quien desde la altura
· Yo vi, Con ojos desorbitados, cómo crecía y crecía el ti tróstotos a de su silla curul se atreve a condenar a un inferior por el testimonio
mI alrededor, ensanchándose simultáneamente por los cuatro puntos mezquino de un anónimo.
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Aprovechamos todos los medios de comunicaclOn a nuestro No había nadie. Y sin embargo, alguien estaba allí conmigo. Lo
alcance para acusarnos, juzgarnos y condenarnos: cartas, telegramas sentía. Escruté todos los rincones sin lograr localizarlo. Estaba en
y teléfono; consultas y encuestas; prensa, televisión y radio. todas partes. Lo invadía todo. Pero el r.ec~n.to I?erma~ecía vacío.
Pavorosamente vacío. Y desolado. Como mutll. Sm desttno.
Repetimos, naturalmente, si es necesario -como en el juicio de
Cristo-, el chantaje político: «no eres amigo del César». O en ¿Por qué no se le habría buscado una finalidad? El local ofrecía
nombre de la religión nos rasgamos las vestiduras al mismo tiem po tentadoras posibilidades y sugerencias. Y empecé a redactar una
que hacemos trizas la honra de nuestro hermano: «es un blasfemo, imaginaria lista de destinos y aplicaciones.
¿qué mayor testimonio queréis?».
Aquí, en el Litóstrotos, se debía convocar un Congreso Interna-
Así veía yo la tierra, convertida en un gigantesco Litóstrotos, en cional de Justicia, para ratificar, una vez más, los Derechos Humanos.
un vocinglero tribunal hirviente de odios y rencores, rodando pesada, Aquí, precisamente, donde la justicia humana había atropellado los
torpe y triste, en los espacios, con su carga de tres mil millones de Derechos Divinos. Pero, ¿es que se pueden respet.ar .de ve.rd~d.los
hombres, de condenados, unos a otros. Derechos Humanos si no se respetan, como clave y CllTIlento Jundlco,
los Derechos de Dios?
Qué concentración, aquí, de todos los jueces de la tierra, con ~u
* * * colección completa de sentencias, cada uno, encuadernada, debajO
del brazo.
Hasta que volví a la realidad y caí en la cuenta de que en ese Qué asamblea de fiscales, con su habilidad maquiavélica de
momento me encontraba yo solo, completamente solo, en LUlO de los artimañas y su destreza de artilugios acusatorios.
lugares más misteriosos y trágicos del universo. Qué reunión de abogados defensores, vendidos de antemano,
Giré la cabeza a mi alrededor: nadie. Vacío absoluto. La bóveda antes de comenzar el pleito.
me producía ahogo. Qué repugnante hormiguero de testigos falsos y comprados, con
Situado en el subsótano del convento, me sentía como perdido el hedor de su juramento en su boca podrida.
en el centro de la tierra. Del exterior, lejano y hermético no me llegaba Al día siguiente, cuando aÍtn ap'est~ el Litóstrotos, .una reunión
el más mínimo ruido. Ni un eco siquiera. No percibía ni el pálpito plenaria de todos los culpables y cnmmales que han Sido absueltos
de la tierra cuyo seno me rodeaba. Como si se hubiera parado, sin solemnemente por la Justicia humana. Son tantos, que habría que
latidos ya, el corazón del universo. organizar, días y días, turnos diversos.
Sentí la angustia de las cárceles. El aislamiento pavoroso de los La última asamblea, después de desinfectar la sala del cont~~io y
presos en celdas de castigo, con paredes de corcho y locura de silencio. el olor de las anterior muchedumbres, sería para convocar, preSididos
Me parecía vivir en una cámara de tortura; un reflector brutal me por Cristo, a todos los Inocentes condenados jurí?ica y sol~n:ne
apuñaló la cara: -,,¡habla! ¡habla! ¡confiesa de una vez!»- me urgía, mente a lo largo de la historia por todos los tribunales CIviles,
en las tinieblas una voz sin rostro. -¡Habla, es inÍttil resistir! Aunque militares, políticos, religiosos y eclesiásticos.
grites, pidiendo auxilio, nadie va a oirte. Nadie. Habla de una vez.
¿Cuántos turnos harían falta?
Sólo Dios lo sabe. Y, ¡claro que lo sabe!
Afortunadamente.
* * *
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Todas estas sucesivas asambleas y concentraciones no obstan para Esta es la Verdad que trae Cristo.
instalar definitivamente en el Litóstrotos el Archivo completo de las
injusticias humanas. La colección ílltegra de todos los procesos falsos Aquí Pilato interrumpió bruscamente e! proceso para hacerle a
y mentirosos. Aunque tengamos más toneladas de papel y de injus- ( :risto la gran pregunta: Y, ¿qué es la Verdad?
ticia que espacio donde archivarlas, todo cabría en el Litóstrotos: la Pero -¿tuvo miedo a la respuesta?, ¿miedo a la verdad?- le
técnica moderna reduce y aprieta todos los voluminosos legajos de volvió la espalda a Cristo que se quedó con la palabra en la boca. Aquí
un pro~eso ~n una breve cajita de microfilm.es. Inj~sticia c~ncen <;igue, aleteando, en el Litóstrotos, la Verdad de su respuesta.
trada. 1 al' mas que ya todos estos procesos los tlene Cnsto arcluvados
en su cerebro, donde los conoce; yen su corazón, donde le duelen.
En Cristo está la verdad y la justicia de todas las cosas; por mucho * * *
que los hombres las hayamos falsificado.
El proceso del asesinato de John Kennedy dicen que está ence-
rrado en una caja fuerte que sólo podrá abrirse a los setenta y cinco Un ruido extraño vino bruscamente a romper mi meditación.
afias de su muerte; cuando hayan desaparecido todos los posibles Venía del exterior y se iba acercando gradualmente.
colaboradores de la generación asesina... Alguien bajaba con prisa e! tramo superior de escalera.
Todos los procesos injustos de la humanidad, archivados en la ¿Quién podría ser?
Caja Fuerte del Litóstrotos, serán mostrados públicamente a la luz
de la verdad, cuando hayan pasado todas las generaciones mentirosas Parecía una sola persona. Y mujer, por las pisadas breves, ligeras
de los hombres; cuando sea congregada la última asamblea total de y menudas. Una mujer.
la humanidad, en la que Cristo dirá la última y definitiva palabra. Y me acordé entonces de que fue precisamente una voz femenina
Mientras tanto, el Litóstrotos de Jerusalén sigue siendo: la única que se aventuró en favor de Cristo, en aquel preciso lugar,
mientras lo estaban juzgando.
la Catedral de la Injusticia,
Todos los hombres, hasta los pocos amigos con influencia en las
el Archivo de las Falsificaciones,
alruras políticas, enmudecieron en lOnces y se agazaparon en las
e! Museo de Cera de los jueces vendidos, sombras. Como hoy. Como siempre.
la Cámara blindada de las Torturas: aquí azotaron a Cristo y lo Sólo habló una mujer: Claudia Prócula, la esposa de! Gobernador
coronaron de espinas, I'oncio Pilato, quien mandó a su marido, mientras actuaba en e!
la Celda de [os Castigos, I ribunal, un recado femenino, apresurado y urgente: No [o condenes;
es un justo, un inocente.
la Cheka subterránea,
Lo supo en sueÍlOS. O lo intuyó. Para una mujer es casi lo mismo:
la Caja Fuerte de las T ram pas y las Mentiras. suefio o intuición.
El afio 1933, al cumplirse los dos mil años de la sentencia injusta Para Pilaro, el juez, no sirvió de nada; precisamente por eso:
contra Cristo, un grupo de juristas judíos revisó en Jerusalén e! suefios y visiones y corawnadas de mujeres.
proceso de Pilato, rectificó la sentencia y rehabilitó a Cristo.
Fue lo único que se alzó en favor de Cristo. Sin valor ninguno
Inútil, aunque digna, rehabilitación.
jurídico. Y lo condenaron.
Lo que quiere y exige Cristo es que dejemos ya de condenarnos El recado le llegó a Pilato, interrumpiendo el juicio, con prisa
los hombres, unos a otros, injustamente.
femenina, como de puntillas.
Este es el selltido de la Condena Injusta que Cristo aceptó;
reconciliarnos con su Padre para que nos reconciliáramos luego unos Igual que esa mujer, que bajaba ya, con pisadas cada vez más
con otros. presentes, por la segunda escalera.
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. ~asta que se I,lizo visibl~. Era la. misma Dama de Sión que Yen las cisternas no había agua: estaban llenas de lágrimas. Llanto
slrvlendome de gura me habra conduCIdo hasta el Litóstrotos. .i<:umulado de siglos y generaciones. Por ocultos e invisibles canales,
-Perdone, Padre, que le interrumpa -me dijo acercándose-, Lt humanidad, desde todos los rincones de la tierra, vertía aquí el
es que no me acordé de indicarle antes otro descubrimiento ar- llanto seco y quemante que abrasa los ojos al sentirse víctima injusta
q.u~ológico muy im~resante que está aquí mismo y que debe usted de un atropello. La injusticia no arranca chorros de lágrimas. Se llora
vIsitar. Venga conmIgo. poco. Se sufre más. Cada lágrima es un río concentrado de llanto.
y me encaminó a otro hueco de escalera que seguía ahondando y Sin embargo, las dos cisternas estaban colmadas, hasta rebosar.
perforando el subsuelo de Jerusalén. Pobre humanidad. Miríadas de generaciones estrujadas.
A medida que descendíamos un ambiente, húmedo y fresco, que Me helaba. No podía más. Me sentía solitario e indefenso en
subía a nuestro encuentro, nos iba envolviendo. Inedia de un glaciar. Y subí corriendo la escalera hacia el Litóstrotos.
-No le extrañe, Padre -comentaba mi guía-, nos acercamos Necesitaba el calor de Cristo; esas brasas siempre encendidas que
a las dos grandes piscinas subterráneas, situadas debajo del Litóstro- nos ofrece a todos los desvalidos el amor de su Divina Condena.
tos. Se trata de ~os depósitos de reserva, que abastecían de agua a la Efectivamente, en el Litóstrotos, junto a Cristo, condenado in-
fortaleza Antoma en caso de guerra o de asedio. Mírelos. justamente, empecé a entrar en calor. Calor reconfortante que me
Efectivam~m,e, ~stábamo: al borde de dos ciste.rnas rectangulares desentumecía y alegraba los huesos helados y rotos.
y paralelas de IdentlCo tamano, [arma y construccIón. y volví a caer de rodillas sobre el prodigio de aquellas asombrosas
-Son, como ve, obra romana, anterior a Cristo; dos cisternas con piedras redentoras.
más de ~os mil años de vida. Las incisiones paralelas, talladas arriba -Gracias, SerlOr, por tu Condena a muerte. Podías habernos
en el pavllnento del Litóstrotos, patio abierto al aire libre conducían redimido sin pasar por la humillación y vilipendio de los tribunales,
por sus minú~c.ulos can~les, el agua de la lluvia, que era lu~go recogid~ con una muerte gloriosa y heroica, provocada por la violencia de un
en estos deposItas de piedra, en donde desembocan también invisi- puñal, en un asesinato, una emboscada, un secuestro.
bles manantiales subterráneos. Milenarios depósitos; pero, como
puede comprobar, están aún en uso. Un chapuzón en estas cisternas Víctima de la violencia física que derramara tu sangre. Pero
~??ría ser peligr?so para quien no sepa nadar -sonrió la Dama de intacto tu prestigio y tu fama; sin la refinada violencia moral que te
SlOn-, el agua tIene dos metros de profundidad. Yademás está muy apuñaló jurídicamente en el nombre sacrosanto de la ley, declarán-
fría. Casi helada. ' dote culpable. Eres un reo vulgar. Gracias, Seííor.
. Yo contemplaba en mu~la s~rp.resa ;quellas dos líquid.as superfl- La sentencia de Pilato, como exigía en estos casos el derecho
CI.es.. Me ofreClan todo e1mlsteno 1l1movlI de las aguas qUIetas en las romano, fue comunicada inmediatamente a Roma, donde quedó
plsc~nas subterr.áneas. La quietud estática y la sombra negra con- archivada para siempre en la Dirección General de Seguridad.
vertlan sus pulllnentados planos en dos viejísimos espejos, cuyo -Gracias, Señor: has querido pasar para siempre a la historia con
azoque, en muchas partes, parecía opaco y roto. «antecedentes penales». En los archivos de la justicia humana tienes
De pronto contemplé mi propia imagen, solitaria, reflejada en el una ficha irredimible: reo de muerte. Tu peligrosidad social alcanzó
agua. Estaba otra vez solo. el máximo nivel. Condenado a muerte con dos vulgares atracadores
de caminos.
Volví la cabeza en busca de mi guía. La Dama de Sión había vuelto
a esfumarse, discretamente, sin darme yo cuenta. y por esta ficha tuya, infamante e injusta, son quemadas para
siempre nuestras justas fichas de merecida y culpable condenación;
Empecé a sentir frío. Una humedad gélida me llegaba a los huesos. son destruidos los archivos de nuestras comprobadas injusticias
El hielo de la injusticia hace tiritar al hombre despojado y desnudo personales y se nos concede un edicto plenario de absolución. De
~e sus más elementales derechos, en la más desolada de las intempe- amor. Por tu condena a muerte.
nes.
Gracias, Seííor.
26 27
CUATRO MILLONES DE MILIMETROS
CUBICOS DE CRUZ
2.ª Estación
Jesús carga con la cruz
, rODOS los viernes, a las tres de la tarde, se celebra un Vía-Crucis
- público por las calles de Jerusalén. Es ésta una de las vivencias
111,15 enrraííables que puede experimentar un cristiano. Pero nadie se
ilusione imaginando que van a coincidir sus pies, pisada sobre pisada,
('11 las mismísimas piedras que piso Cristo cargado con la Cruz, ya
(¡ue este pavimento histórico y divino queda sepultado a diez o quince
lI1etros de profundidad, bajo sucesivos oleajes de escombros. Sin
l'lllbargo, el camino del Vía-Crucis, arriba, avanza paralelo al
il inerario enterrado abajo. Jerusalén se iba reconstruyendo sobre los
lIlismos planos, conservando tellaz y fielmente el mismo viejísimo y
lIlilenario trazado de sus calles. Es como si el tronco, mil veces
desmochado y enterrado, retoñara, más arriba, tozudamente, en el
mismo sitio;; porque las raíces -los primeros cimientos- im posible
extirparlas, anudadas allá abajo, permanecen vivas e intactas. Tal vez
sea Jerusalén el núcleo urbano con raíces más profundas, de diez a
(luince metros, en sentido vertical.
El pavimento auténtico que pisó Cásto se conserva actualmente
sólo en la primera y en las cinco últimas estaciones. El Litóstrotos y
el Calvario. Con sólo unir estos dos extremos, siguiendo el laberinto
tradicional de calles, esquinas, encrucijadas y cuestas, se reconstruye
en el plano de la actual Jerusalén, calcado y superpuesto al antiguo,
el camino del Vía-Crucis.
El trozo medio, de la quinta a la séptima estación, se sigue
llamando oficialmente «Calle de la Amargura». Los otros tramos
tienen sus nombres peculiares, árabes o judíos. Pero, es igual; lo de
menos son los nombres de las distintas calles. Todo el itinerario, de
la primera a la última estación, de la condena a muerte hasta la cruz
y el sepulcro, todo es cal1e de la Amargura, Camino del Calvario o
Vía Dolorosa.
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1 El Vía-Crucis no lo hace~110s nombres de las calles, e! Vía- Crucis Después de pronunciar Pilato la sentencia de muerte, Cristo
o hace un hombre que c~I~~na por.1a.s calles -las que sean- con la queda transferido jurídicamente al poder y jurisdicción de! Cen-
cr uz a cuestas. Desde un 1 nbunallllJusto que le carga e! madero de I urióI) romano, que llega así oficialmente a constituirse en dueño
la Cruz sobre los hombros, hasta un montículo, e! Calvario, donde absoluto de! cuerpo de Cristo hasta rematar en Ella sentencia.
le clavan y le ponen a El sobre esa misma Cruz. El Centurión es e! dueño y responsable de Cristo en esta etapa
Esquema simple; pero inevitable y eterno. <Iue se desarrolla desde la sentencia de Pilatos hasta la certificación
legal de su muerte en la Cruz.
~o es cuestión de le.treros. A pesar de los nombres escritos en sus
esqumas -bellos, ~Ionosos, anecdóticos o pintorescos- todas las María fue la primera dueña maternal del Cuerpo de Cristo, La
callej' d~ todas las ~Iudades de! muudo tienen un nombre en comün Iglesia, a su ejemplo, la sucesora de María, dueña y depositaria
qL~e as Iguala y ulllfica: todas s~ llaman «Calle de la Amargura». La amorosa del Cuerpo Eucarístico de! Señor a través de los siglos.
pnmera calle la roturaron los pies de Adán y Eva que abandonaban Entre María y la Iglesia, en una etapa excepcional de cuatro horas,
a ,~us espaldas un Paraí~o Pe:dido. Y a los pocos metros, tras sus un anónimo y afortunado Centurión pagano será su dueílO y res-
pnmero: p~sos, en e! pnmer arbol con que se cruzaron ya había un ponsable legal. En la Cena del Jueves Cristo entregó a los Apóstoles
cartel senallzador,. con una flecha que apuntaba hacia adelante y un el poder sobre su Cuerpo. Pero se les adelantará e! Centurión,
letrero que anunciaba: «Calle de la Amargura». Calle madre y matriz ejerciendo, el primero, este dominio.
dle todas. ~odas arrancan y parten de aquélla. Por ese primer hilo se
l ega. al OVillo y a la madep actual de laberinto urbano -calles y en contacto, e! primero, con el Cuerpo sacrificado de Cristo,
blellldas, paseo,s, bulev~res, callejas y p~sadizos- de todos los pue~ antes que la defunción, certificará, valientemente, e! primero, la
os; aldeas,. Villas y CIUdades de! umverso. Cualquier anónimo Divinidad de! muerto: «Verdaderamente este hombre era hijo de
cammo que Il~augure y e~tl'ene un hombre en el campo, e! monte, la Dios.»)
se!vII o e! deSierto, empieza a llamarse, y a ser, automáticamente, Una de las primeras intervenciones del Centurión fue ordenar a
«Cae de la Amargura». Porque por todas estas rutas e itinerarios, los soldados que trajeran una cruz.
desfilamos l?s hombres, tarde o temprano, al medio, al fin o a lo largo
de toda la v.lda, con nues~ra cruz a cuestas. En e! tráfico de uuestros En un trágico almacén de la Torre Antonia se amontonaban
pueblos ~ .cIudades, hay siempre un porcentaje inevitable, invisible, previsoramente cruces de todos los pesos y tamaños, a medida de los
pere¡ realls,lmo, de hom bres 9ue pas,al~ y avanzan camino del Calvario. posibles reos.
En d planos!, en las &ulas tUtlstlcas se anuncian con nombres y una vez m uena y desclavada la víctima, las cruces, cum plido su
tenta o;es: QUlllta .Avenlda, Campos Elíseos, Unter den Linden, oficio, regresaban al almacén, en espera de otro servicio a otro
Gran ~Ia, Sent Paulr de H~l1lburgo.' e! Ring de Viena... Escenografía condenado.
y decOlado de ,un~ farsa. En la realtdad son y se llaman «Calle de la
Amargura», «Camilla de! Calvario»), «Vía Dolorosa». Cristo no estrenó ninguna cruz. Es absurdo imaginar que
acudieran entonces los soldados a un bosque próximo a escoger y talar
. Cristo ,en)erusal.él?, con. su Vía-<:rucis, quiso transformar, glori- un árbol con cu yo tronco prepararan una cruz nueva para Cristo. N o
ficar y, redllnlr, este ItlnerarlO y Call11110 de dolores, hasta convertirlo había tiempo; era la víspera, ya avallZada, de la Pascua judía; urgía
en modulo y esquema, ungido por su Amor y divinizado por su cumplir y rematar la sentencia de muerte antes de ponerse e! sol. No
Persona. era hora de labrar cruces nuevas, sino de aprovechar las ya existentes
y ya usadas yen servicio. Cruces que se limpiaron con poco esmero
, Por e~o, cuando se l~a vivido, no se olvida jamás ese sencillo
Vla-Cr~cls de todos los Viernes, a las tres de la tarde, por las calles de y escrúpulo después de la ¡'¡!tima ejecución; y que por eso vienen con
Jerusalen. restos de sangre seca del ültimo crucificado, incrustada en las rugosi-
dades de sus nudos.
El nuevo reo, frente al hecho brutal de su crucifixión, no tiene ya
margen de sensibilidad para hacer ascos y remilgos ante una cruz, ya
* * * usada ayer, por otros condenados.
32 33
Precisamente eso GuscaGa Cristo: solidarizarse con las cruces, ya Y al mismo tiempo, María, en la Encarnación, cargaba también
en uso, de sus hermanos los hombres. Incorporarse a la reata tdgica con la cruz del Hijo. María quedó embarazada de Dios; pero también
de los condenados y ser lUlO más en la fila, para liberarnos a todos. de la Cruz y la Pasión.
N o estrenó una cruz flamame para El. Un modelo especial. En sus entrañas llevaba un Hijo, que sería su cruz. Y su gloria.
Quería nuestra cruz, ya usada por nosotros, para hacerla suya y así
divinizarla. En el Calvario brotarán al exterior las lágrimas de sus ojos; pero
ya las llevaba dentro; en la cruz radical que es ser Madre de Dios.
Quería una cruz transida y mojada por el sudor, la sangre y el Porque su Maternidad Divina es también para ella otro almacén de
llamo de otros hombres. Una cruz que se había estremecido ya en el cruces.
aire con los estertores de los moribundos ameriores y así derrotar
definitivamente entre sus brazos a la muerte. En su mismo terreno. No nos engañemos: nacemos ya con la cruz; la tenemos dentro
de nosotros mismos. En el misterio de nuestra pobre naturaleza
Por eso, obedeciendo al Centurión, los soldados, después de humana, frágil, mezquina y pecadora. Habrá, es cierto, un Pilato que
medir a ojo la altura de Cristo, escogieron una cruz en el almacén. Y nos condene, un Sanedrín que nos acuse, un Centurión con un
acertaron: le iba a Cristo a la medida.
piquete de soldados -cada uno sabemos los nombres- que ejecuten
Se la cargaron sobre la espalda. en nosotros la sentencia. Parece que la cruz viene de fuera, del
exterior; que irrum pe, ajena y extraña, como un atracador, en nuestro
ámbito propio y personal de felicidad. No nos engañer~lOs: la cruz es
* * * algo entrañable que todos llevamos dentro; es parte Ultegrante de
nuestro ser.
Pero en realidad, la cruz que ahora aparece pública y solemne- Pero está solidarizada y redentoramente unida a la de Cristo.
meme, sólo viene del almacén de la Torre Antonia en apariencia. La Por eso el Redentor no quiso hacer El solo, en solitario, su
cruz ya estaba desde el principio en la vida de Cristo. Ahora adquiere Vía-Crucis, cargando con su cruz. Escogió a dos hombres, dos
presencia real, pública y tangiGle. ladrones, condenados como El, para que le acompañaran todo el
Ya la llevaba a cuestas desde que nació. En Belén. camino. Porque ni El, ni nosotros, caminamos, en solitario, por la
Vía Dolorosa.
Mejor dicho: ames: en la Encarnación.
Del almacén de la Torre Antonia los soldados trajeron tres cruces,
Cristo cargó con la cruz en el instame mismo en que aceptó y se para una simbólica trinidad eterna de condenados a m~lerte. Trío
cargó con la naturaleza humana. Esa es la cruz radical; fundamento simbólico en el que se aprieta y condensa toda la humamdad.
de todos los dolores de todas las cruces: ser hombre. Una naturaleza
humana exquisitamente sensible y dotada para el sufrimiemo; sobre N o fue un azar ni un capricho. Era necesaria la compaílía de los
la cual pesaban además todos los pecados del mundo de los que Cristo dos ladrones. l.a Pasión no es un fenómeno exclusivo, hermético y
a~eptó responsabilizarse volumariamente con todas sus consecuen- centrado en la figura de Cristo. Afortunadamente, todos somos
CIas. protagonistas en El y con El, en ese camino hacia el Calvario.
La naturaleza humana de Cristo se convierte así en un auténtico
almacén de cruces, infinitamente más surtido que el de la Torre
Antonia. Todas las J1eva dentro. * * *
Impresiona pensar que este almacén de cruces se lo da su Madre
María; pues ella, en definitiva, es la que le hace partícipe, con el don A los tres condenados les echaron su cruz encima.
de su carne y su sangre, de la naturaleza humana. Sonó un clarinazo áspero y enérgico. El Centurión dio la orden
Ames que el Centurión y los soldados fue María, la Madre, qu ien de avanzar.
cargó sobre Dios el peso de la cruz.
Cristo, cargado con su cruz, caminaba sobre losas romanas. Y sin
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salir de ellas, pisando siem pre b calzada, Cristo, primer N azareno de Era negro tanto entre los negros, en sus marchas silenciosas, ríos
la historia hubiera llegado a Roma y a las Galias; a Tarragona, Ilondos de negras espumas, pidiendo la igualdad yel amor.
Zaragoza, León, Mérida, Sevi:Ia, Cádiz...
Lo ban pisado y aplastado, carne de caííón, en las guerras y batallas
Todas las calzadas romanas retransmitieron el eco, losa a losa, de de la humanidad, las pezuñas de los elefantes, las cuadrigas de los
las pisadas de Cristo. Todas las piedras romanas, al percibirlo -sím- carros romanos, la caballería al ataque y los tanques de acero...
bolo del Derecho- se avergollzaron ante la injusticia. Y todas se
Ha desaparecido entre el polvo de los desiertos, la explosión de la
estremecieron ante el N uevo Mensaje de Justicia y Libertad que traían
metralla, los escombros de los bombardeos; el incendio de bombas
para todo el Universo, aq:.1dlas pisadas, doloridas y vacilantes de aquel
condenado a muerte. de azufre y de naplan; las irradiaciones de los explosivos atómicos...
Aííos después, los Apóstoles, pjsando tanlbién calzadas romanas, Cayó y desapareció, para volver a levantarse, redivivo siempre, e
invadirían el Imperio de los Césares con el Mensaje de Cristo, incorporarse una vez más, tenaz y solidariamente, a todas las marcbas
instalándose en su misma metrópoli y OCl! panda sus provincias. Yen dolorosas y trágicas de sus hermanos los hombres...
Roma moriría, en cruz también, el primer Papa. y como la tierra nos resulta ya pequeña, hemos organizado las
Ahora, se iniciaba en Jerusalén, sobre piedras de calzada romana Marchas Espaciales a la Luna, a Venus, a M arte... También la cruz
que arrancaba del Litóstrotos, la Gran Marcha de Cristo; la más toma parte de estos vuelos y gira por los espacios. A la vuelta de un
re~olucionaria, tenaz y duradera de toda Id Historia. Desde que
viaje a la Luna, un astronauta ruso regresó a la tierra muerto en su
CrIsto, con la cruz a cuestas, avanzó su pie y marcó el primer paso, cápsula. Dentro -invisible- había una cruz. Imposible eliminarla.
ya no hay quien la detenga ni la fi·ene. y Cristo andaba por allí...
Supera en duración, eficaci:l y 1:::Í\·ersalidad a todas las grandes Desde que dio su primer paso sobre piedras romanas en Jerusalén
marchas de los hombres. con la cruz a cuestas no ha cesado, ni cesará, de caminar.
Ni Alejandro llegando hasta el Indo; ni César atravesando el Su marcha Redentora es irreversible. Son suyos -y la esperan-
Rubicón, ni Aníbal invadiendo a Europa, ni Cortés penetrando hasta todos los caminos de los hombres.
el corazón de Méjico, ni Napoleón en su cam pafia de Rusia... Todos
son historia pasada. Las huellas de estas marchas se han borrado.
*' * *
La Marcha de Cristo sigue siendo realidad presente; está incrus-
tad,l en el tiempo; el futuro nace ya con ella en sus entrañas.
Aquel día -no lo olvidaré jamás- era viernes en Jerusalén y por
Este Hombre-Dios sigue irrefrenable, pisado el tiempo, contem- eso estábamos repitiendo la marcha de Cristo, a las tres de la tarde,
poráneo de todas las generaciones, con su cruz a cuestas. en aquel Vía-Crucis que recorría el tradicional itinerario de las
Acompaña a todos los pueblos en sus marchas dolorosas. Catorce Estaciones.
Buscadlo, porque los encontraréis, entre las multitudes gregarias, U n cuarto de hora antes yo aguantaba ya en ellu gar de la Primera
conducidas a golpe de látigo, de los deportados, los desheredados, Jos Estación. Pero ya otras muchas personas se me habían adelantado.
desarraigados. . Por eso me quedé un poco rezagado, como al margen, para poder
observar y recoger los más mínimos detalles. Adivinaba que aquella
Camina, codo con codo, entre la tropa humillada y harapienta de
Jos prisioneros de guerra. concentración de fieles me iba a enseñar muchas cosas. Seguían
llegando, presurosas, más y más personas. Cuando dio comienzo la
Lleva esposas en sus manos, uno más, en la reata, muda y Primera Estación yo calculo que seríamos alrededor de trescientos.
encorvada de los presos y los cautivos.
Avanzamos unos pasos para detenernos ante la puerta de una
Fue esclavo entre Jos esclavos, cuando los cazaban en las selvas de pequeña Capilla en la que se conmemora la Segunda Estación.
Africa para venderlos en América.
«Jesús carga con la cruz.»
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Yo estudiaba el ~rupo desde mi próximo observatorio.
1
.~
(·ducada y devota, todos, al mismo tiempo querían apoderarse, los
primeros, de la cruz.
No conocía a nadie. Todos éramos extraños unos para otros.
Todos habíamos llegado de diversos países por distintos caminos.
y por tocar y llevar la cruz, la gente, descontrolada y tens~, perdía
h educación, se empujaban unos a otros, y entre mutuos pIsotones
Había gente de todos los colores, y de todas las razas. En el leve
\' codazos, luchaban por abrirse paso y situarse los primeros.
murmullo de las oraciones se advertía el acento y la pronunciación
de las más variadas lenguas. Estaban presentes todas las edades: niños Todo, por tocar y llevar una cruz, siendo así que en la rea!idad de
y ancianos; jóvenes y adultos; vestidos con todos los atuendos; ~llS vidas, toda aquella gente, habría reaccionado al revés, huyendo y
minifaldas, pantalones vaqueros, camisas deportivas, blusas ligeras, ('scapando de su propia e individual cru?, personal.
trajes completos, camisa y corbata... Collares y amuletos al cuello;
Porque de pronto, desde mi discreto observatorio, yo pude com-
bolsas y paquetes en las manos; gafas de sol, sombreros, alguna
probar cómo a cada una de aquellas trescientas personas le brotaba
mantilla, máquinas fotográficas, prismáticos, radio-cassettes en ban-
('n el hombro derecho una cruz propia que a todos obligaba a bajar
dolera...
I:t cabeza y curvar la espalda. Aparecieron trescientas cruces. Y eran
-Jesús carga con la Cruz -anunció en voz alta y en latÍn- un trescientos nazarenos que realizaban la Segunda Estación con su
Padre Franciscano que guiaba el Vía-Crucis. personal cruz a cuestas.
En ese momento, por la puerta abierta de la Capilla sacaron lIna -Jesús carga con la cruz -repetía el Padre Franciscano.
cruz de madera de tamaño natural.
Pero yo veía que todos, los trescientos, cargaban con la suya. La
Si hay alguna ciudad en la que sea lógica la aparición y la presencia chica de la minifalda, el muchacho de la melena y el pantalón
de la Cruz, es, sin duda, Jerusalén. Su cuna y su patria. vaquero, el caballero de traje y corbata, la seÍlóra con mantiHa, el
En otro sitio, yen distintas circunstancias, la aparición súbita de hombre de camisa deportiva, y la jovencita de blusa calada y ligera...
una cruz gigante, produce sin querer, instintivamente, un rechazo . I'odos. Sin excepción.
fulminante y automático. La cruz era compatible con todo; con las gat'1s de sol, los collares
La presencia de la cruz: asusta y repele. Provoca la espantada. llamativos, los am l/letos de marfil, las máguinas fotográficas, los
prismáticos y los radio-cassettes... Nada la eliminaba. Le iba a todo.
Si se dibuja o se presiente en el horizonte de nuestra existencia, y con todo se avenía.
no podemos evitar un primer movimiento de huida. Y haremos lo
imposible por alejarla y eliminarla. No había nadie, nadie, sin su cruz. Hasta los niños; a su peso y
medida. Trescientas cruces.
Por eso me sorprendió la reacción instintiva de aquellas trescien tas
personas al aparecer la cruz. Fue un movimiento un,lnime y masivo Si cada uno poseía ya su propia e inalienable cruz, ¿por qué aquel
de acercamiento a ella. La multitud basculó, literalmente, en bloque, incontrolado afán de tocar y llevar otra cruz?
hacia la cruz. ¿No bastaba con la propia?
Desde la Segunda Estación los fieles que asisten al Vía-Crucis Que es la misma, exactamente la misma, de Cristo.
pueden ir portando la cruz a lo largo de la Vía Dolorosa. Pero no la
carga en hombros una sola persona; se la transporta acostada hori-
zontalmente mantenida en el aire por las manos y brazos de todo un
grupo compacto, que apiñándose bajo ella la lleva en vilo.
* * *
Cuando hay un Obispo presente se le concede el derecho y Entonces comprendí también la absurda desproporción, fuera de
prerrogativa de acercarse el primero a la cruz. ¿Será el reconocimiento toda lógica, con que los cristianos tratamos a las reliquias, que
de que un Obispado es la cruz de mayor responsabilidad y la que más llamamos auténticas, de la cruz histórica de Cristo, y el trato que
necesita el contacto y la fuerza de la Cruz de Cristo? dedicamos a las cruces auténticas -y aquí sí que no falla la autenti-
Lo que me sorprendió fue que en aquella multitud, ecuánime, C ir1n<l_
~ ............"-
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"L .. " 11",,,~.,,,,o
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~.............. ~'" ~ ... vv en
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...........
39
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Si nuestras cruces de cristi;l;;os soa la misma cruz ¿e Cristo que
se repite y se dobla en nosotros; si el valor de la muerte de Cristo tiene Yo me había preguntado muchas veces, ¿cuánta madera auténtica
el poder de transformar nuestrQS cruces individuales en la suya propia, (le la cruz de Cristo habrá repartida por el mundo?
¿por qué maldecimos las Guestras y Yeneramos la de Cristo? ¿Por qué Si se reunieran los trozos dispersos en un solo bloque, ¿qué
a nuestra cruz la tratamos a patadas, mientras a un trocito minúsculo V( >1 umen alcanzaría?
de b cruz de Cristo lo colocamos en un relicario de oro o de plata?
Hasta que, cuando menos lo esperaba, me llegó una respuesta.
¿Por qué odiamos nuestra propia cruz al tiempo que besamos la de
Cristo? Un solvente erudito se había dedicado a realizar el cálculo, y
,Icspués de haber localizado l.a,s principales ,reliquias. conocidas y
Indudablemente porque no acabamos de creer, de verdad, que
registradas, llegaba a la conc.luslOn de qu.e,habla, re~a~t1dos por todo
nuestra cruz personal, es la misma de Cristo, proyectada y repetida
en nosotros.
el mundo, más de cuatro Iru\lones de mIllmetros cubICaS de madera
.Illténtica de la Cruz de Cristo.
El mundo cristiano, como ~Cl:~eHas t,'escie;}tos con} ¿a6eros míos
Salvo eminentes excepciones, la mayoría de los trozos controlados
de Vía-Crucis en Jerusa!¿n, se hnzó ávic:J y devasta(~Qr sobre la
(¡enen que ser medidos por milímetros.
madera de la cruz histórica de Cristo. Cuando fue descubierta y
localizada en tiempo de Constantino y Santa Elena. Todo el mundo y yo me volvía a preguntar, ¿por qué ese afán de consegu!r a toda
pedía y reclamaba un trocito de aquelb r:lacerJ. reI:giósa. Yeran tantas costa, a cualquier precio, unos milímetros de madera auténtica de la
y tan poderosas las demandas, era tanto el amor con se exigía, que no LTUZ, cuando todos tenemos en nuestra vida lIna cruz entera y
hubo más remedio que partir, y volver a partir miles de veces en auténtica de tamaño natural?
minúsculos trocitos la cruz auténtica de Cristo, que quedó, de este Tan grande, en madera, como la de Cristo; y tan auténtica como
modo, repartida por toda la geografía del universo. la suya, pues el valor de su sangre transfigura nuestras cruces. Y las
Cada trozo se colocó en un relicario, tan bello y suntuoso como cristifica a todas.
lo permitían las posibilidades del afortunado poseedor. Porque el ¿Por qué repudiar mi cruz, entonces?
amor, sin medida, se volcaba sobre las reliql:ias en besos yadoracio-
nes. Si es la de Cristo en mí, ¿por qué no convertirme yo en auténtico
relicario, que ostenta y porta, en mi c:re~po, con dolor y con gozo, la
El tamaño del trozo que po¿a coasegu:rse de la cruz, dependía, misma cruz de Cristo a lo largo de trU VIda?
es natural, deltar;:Xío y b catego~':a ¿~ b persona c¡ue lo solicitaba:
Reyes, Cardenales, P,:r..ciFes, Ob:spos,Pa!acios, Cate¿~2.!es, Monas- Delante de mí estaba, en Jerusalén, a las tres de la tarde, la prueba
terios, f.badías, Colegiatas... A unyor ta;:131:0 ea b influencia y la palmaria: trescientos hombres caminaban lemamente por la Vía
nobleza, mayor pedazo en el trozo de reEe:'..:::1. Dolorosa con su cruz a cuestas.
Absurdo reparto de la Cruz de Cristo. Era la hora calurosa y pesada de la siesta.
El mundo Gis~j:~::J, como r,~s:...:~::::io ¿e eS!:1 arr:orosa depredación Las calles estaban vacías.
está inundado <.le i:.;';;itos relicc:.rio5, donde se guarda y se venera Al pasar, ellla acera, a la puerta de una casa, tres árabe~ ~ól1loda
-LigllLlm Cruci~- b uaden de 1.1 cruz. mente sentados fumaban su pipa perfumada, el narguIle, en un
y toJos, natuf.1!n}c¡;te, pmcl2.~::a;1 y demuestran, con sellos y refinado sibaritismo oriental. Ante ellos: indiferentes y lejanos,
lacres, la autenticid:d de su reliquia. pasábamos nosotros, los trescientos, cargados con nuestra cruz.
Pero al fijarme bien en los tres árabes pude advertir que tam~ién
ellos tenían puesta su cruz al hombro. A pesa~' de la butaca y la pIpa;
* * * el tabaco y el perfume... Estaban fumando, II1dolentes, su narguIle
con su cruz a cuestas.
Uno de eUos, con los ojos entornados, parecía dormir sabro-
samente la siesta. También con su cruz.
40
41
Los trescientos, cargando nuestra cruz, pasábamos ante ellos TODAS LAS PIEDRAS TIENEN UN NOMBRE
rezando cada uno, en su idioma correspondiente: «Te adoramos,
Señor, y te bendecimos, porque con la santa Cruz redimiste al
mundo.»
Se mezclaban, al unísono, en la misma oración, todas las lenr;uas,
idiomas y dialectos.. ,
y pensé: ¿cómo se did «cruz» en chino, en ruso, en japonés, en
hindú, en árabe, en malayo?...
Igual. Porque la cruz ps igual para todos. No tiene fronteras, no
respeta razas, no pertenece a un solo idioma...
La cruz es una realidad internacional que nos iguala y junta a
todos.
La cruz es el supremo valor humano -y divino- que podría, si
quisiéramos, unirnos, pacificamos, hermanarnos a todos los hom-
bres.
Dios así lo quiere; y éstos son sus planes.
¿Podrán coincidir algún día los planes de los hombres con los
planes de Dios?
3.ª Estación
Jesús cae por primera vez
42
EMOS avanzado unos metros solamente. No muchos más de
H sesenta; y ya nos detenemos de nuevo para conmemorar otra
Estación, la Tercera:
-Jesús cae en tierra por primera vez.
Hemos descendido desde la altura de la Torre Antonia, cuesta
abajo, hasta llegar a un típico cruce de calles. Juego de esquinas. El
sitio tiene de todo: nudo de comunicaciones, reposo de desocupados
y apostadero de curiosos. Se llama, en árabe, «Uad», el Valle; y en
hebrero «Tiropeón», calle de «1os Queseros».
Pero su nombre radical es, anre todo, «Vía Dolorosa» porque aquí
Cristo cayó en tierra por primera vez bajo el peso de la cruz.
* * *
Qué cosa, Cristo; te pasa exactamellte igual que a nosotros. El
primer efecto de una cruz, cuando se nos viene encima, es hacernos
rodar por el suelo, tumbarnos, aplastarnos.
Luego, ya nos iremos levantando y entonando poco a poco.
Me consuela constatar que a Ti te pasa lo mismo. Te acaban de
echar la Cruz encima, has comenzado a caminar y a los setenta metros
no puedes más y la cruz te tira al suelo. Como a nosotros.
y sin querer, uno pregunta: ¿cómo aguantaste tan poco?
El Vía-Crucis tiene catorce estaciones; ya la tercera ya ruedas por
la tierra.
45
Es verdad que estás extenuado. Tu última noche ha batido el
Efectivamente.allí llar un gran ped~usco, beyroqueñoyantipático,
récord de toelas las noches en insultos, interrogatorios, bofetadas, idas
que la gente empieza mIrando con OJos agresIvos y 2,cusadores; a la
y venidas, azotes y torturas...
que sigue contemplando desJ?ués más ser('n~mente, par~ .~cabar,
. E? verdad que .ttÍ ya tenías sobre tus hombros el peso de toda una ;nrodillándose de pronto Junto a la pIedra, acanClandola
l11filllta noche debrame y satánica. amorosamente con la mano y besándola al fin como a una reliquia,
porque en ella tropezaron los pies del Señor.
y encima te han volcado sobre la espalda rajada a latigazos el
madero ele la cruz. A mí me daba pena de la piedra, perpetuamente acusada y delatada
ante toda la humanidad peregrina en Jerusalén. Pálida de vergüenza.
Es verdad que has tenido que bajarlo por la calle en pendiente. y Impotente, en su pétrea mudez, para protestar y defenderse. Autén-
cue~ta abajo pesa. má~ la carga, se nos viene más agresivamente ticamente petrificada en SLl infinita tristeza.
encuna; nos empu)rt, S111 querer, hacia adelante, nos obliga a acelerar
la marcha, que, al fin, no podemos frenar, con peligro de perder la Porque es mentira. Una grosera calumnia.
estabilidad, dar un traspiés y rodar por el suelo. Esa pobre chica es absolutamente inocente.
y así, justamente caíste al terminar la cuesta. De haber existido hace veinte siglos, tal piedra despiadada que
En el cruce. Entre estas esquinas. provocó voluntariamente la caída de Cristo, se hallaría allá abajo, en
el subsuelo de Jerusalén, a diez o doce metros de profundidad,
De todos modos, para ser quien eres, qué poco aguantaste.
enterrada y aplastada por los escombros y las ruinas de una ciudad
Ni sesenta metros. tantas veces destruida.
Es mentira. Jamás existió la piedra.
* * * Pero es igual. Los hombres la necesitamos; y sin más, la inventa-
mos, la traemos de donde sea, y la plantamos en el sitio que nos
En Jerusalén, sin embargo, le dan a uno otra versión diferente de conviene para descargar en ella nuestra culpabilidad. Allí está: en ese
esta primera caída: cruce de calles.
-Es verdad todo eso que usted dice de la debilidad del SeÍ1or, de La humanidad entera le ha transferido su culpa.
la mala noche, de la calle cuesta abajo... Es verdad. Pero, mire usted y nos lavamos las manos como rilato.
falta la razón principal de la caída; y es ésta: el SeÍ10r bajaba por l~
pen~iente co.n un paso un poco acelerado, per<;> al llegar a este cruce, -A Cristo nadie le empujó. Ninguno tiene la culpa de nada.
un pIedra se lflterpuso, trop'ez.a~on en ella l?s pIes del Señor y cayó al Nadie en absoluto. Pue esa piedra. Mírela.
suelo. La culpable, en dehllltlva, es la piedra. M írela. Está aquí.
Compruébelo. Es ésta. Esta.
** *
y le enseñaron a uno en Jerusalén la piedra culpable. Se la señalan
a uno con el dedo extendido denunciándola y acusándola implaca-
blemente: Cristo sigue cayendo y cayendo en las calles de nuestra vida. En
las esq uinas, en las aceras, en los cruces, en las cunetas de nuestra
-Ahí la tiene usted. Piedra de verdad, pura piedra, sin corazón existencia hay hermanos caídos en tierra y aplastados por su cruz.
ni entrañas. No tuvo piedad de Cristo. Mírela.
AH están. En el tráfico de nuestras ciudades. Aunque pasemos de
Al señalarla con el dedo los hombres transfieren a ella toda su largo, aunque miremos a otro lado, aunque apretemos el paso,
culpabilidacl y se quedan tan tranquilos sintiéndose inocentes porque aunque doblemos la esquina y cambiemos de acera para no encon-
la piedra, esa piedra, tuvo toda la culpa. trarnos con ellos. Ahí están.
Pero todos nos lavamos las manos. Todos somos inocentes.
Naclie, nadie tiene la culpa.
* * *
46 47
¡Fue una piedra! tes, los letrados, los jueces, los tribunales-; no se lo tome usted en
-Hermano, ¿por qué caíste? cuenta. Tampoco nosotros lo hacemos. El resultado de un juicio,
usted lo sabe, es siempre imprevisible. Nadie, nadie es culpable. Todo
-M.ira: yo tenía mi prestigio en la ciudad, en e! círculo de amigos iba sobre ruedas; pero surgió una piedra, tropezó y cayó. Esto es todo.
y conocidos en que yo me movía. Era esti mado. Tenía un buen ¡La piedra!
nombre, litr~pio y honrado. Pero, de prollto, alguien lanzó al viellto
- y tú, hermano, ¿por qué caíste?
una c~lumll1a c?lltra m.L La reco~ierol1, la repitieron, la propalaron.
y aqul estoy, caldo en tierra; derrIbado desde el prestigio de mi buen -Preparaba unas oposiciones. Lo dejé todo para estudiar y
nombre hasta el barro de la vergüenza y la deshonra... dominar bien los temas. Era mi última voluntad. Todos me ani-
maban. Fui aprobando los distintos ejercicios con el número uno.
-Diga usted que no. No fue así. No. Nadie le ha calumniado, Quedamos dos opositores solamente para la última prueba. Todos
¿verd~d que no? No. Yo no, ni yo, ni yo ... Nadie. Es que tropezó en me daban a elltender discretamente que la plaza era mía. Que yo era
una pIedra, sabe usted. Nadie lo quiere mal. Fue una piedra. Mala e! mejor preparado; con e! más brillante expediente: número uno en
suerte. ¡La piedra!
todos los ejercicios. Pero a última hora llegó una recomendación
-Hermano, ¿por qué caíste? desde las alturas -muy altas, claro- «imponiendo» al otro opositor,
mi contrincallte. Y aquí me tiene usted, caído en tierra, con mi
-;-Y~ vivía. ~on cierto desahogo en una buena situación brillantes expediente y mis número «uno»...
economl~a famlll~r. A .fuerza de trabajo; pero vivíamos holgada-
mente: Sll1 angu~t1as, 111 apuros. De pronto un grupo de amigos y -No, señor, no. Estas cosas' de las oposiciones son muy serias.
conoCIdos me amllló a tomar parte en un negocio. Invertí en él todo Los opositores nunca pueden comprender sus delicadas implicacio-
lo que. t~níamos. Al principio todo iba muy bien. Luego, todo se nes que pueden provocar desagradables sospechas -claman unáni-
comphco. Yo no lo he acabado de comprender nunca. Me vi envuelto mes los honorables señores ele! tribunal-, lo sabemos por propia y
en .UI~ sucio C~lalltaje, único medio para recuperar lo invertido. Me vieja experiencia. Y sin culpa de nadie, naturalmente. También los
reslst!. No qUIse mancharme. Y aquí estoy. Caído. Arruinado. número «uno» pueelen dar, con mala suerte, un tropezón al final. Eso
ha sido todo. Sencillamellte: una piedra y un tropezón. ¡La piedra!
-No. No. No es eso -protestan los amigos, los conocidos, los
banqueros, los consejeros, los socios capitalistas, los técnicos-... No.
N ada de eso. Aquí nadie, ninguno de nosotros, tenemos la culpa. Fue
una mala suerte que le tocó a él. Sin culpa de nadie. Una piedra. ***
Tropezó en una piedra. Eso es todo. ¡La piedra!
-Hermano, ¿por qué caíste? Pero, ¿quién es la piedra? ¿Dónde está? ¿Cómo es? ¿Quién la vio?
¿Cómo se llama?
-Circunstancias incontrolables de mi vida me forzaron a ir a un
pleit? Consulté antes con un abog~do, amigo de mis amigos... Desde Porque parece una piedra fantasma. Invisible. Indetectable. Y por
e! pn!ner momento, al conocer mI caso, aseguró que mi asunto era eso más peligrosa. Actúa, por lo visto, desde una cautelosa, pero
cl~rísllno: yo llevaba toda la razón; no cabía la más pequeña duda. Lo eficacísima clandestinidad, dejando en las calles sus víctimas de-
mIsmo me repetían los ayudantes y pasantes que trabajaban en e! rribadas, mielltras escapa siempre a toela imposible idelltificación.
despacho de mi abogado. Todos me animaban a coro: adelante. La Por suerte mía, una mañana, sin pretenderlo, yo di con la pista
causa es suya. Evidente. Usted tiene toda la razón. Pero, por lo visto, de esta misteriosa y fantasmal piedra.
no basta, tel~er todaJa razón! además, al menos, en mi caso, hay que
ten~r mas ~lI1ero e In~luenClas que e! contrario. Y aquí estoy: con e! Fue en el Museo del Prado.
p~e1to per<.lldo y arrumado. Me quitaron toda la razón; y e! poco Aprovechando, como tantas veces, un rato perdido, me metf en
dl11ero que tenía... el Prado; pero no a la caza de fantasmas, sino en busca de descanso
-No le ha~a usted caso. Habla, es natural, afectado por e! en la contemplación del arte.
resultado del pleIto -afirman los abogados, los pasalltes, los ayudan- Pasaba de largo a través de las salas del Renacimiento Italiano en
48 49
busca de Mantegna: quería sumergirme una vez más en ese éxtasis La piedra queda ya firmada. Perfectamente identificable.
que es «El tránsito de la Virgen». Pero, no sé por qué, pues no suelo La piedra soy yo.
hacerlo, me detuve un momento en la sala dedicada a Rafael. Sin
saber cómo, me encontré ante su «Pasmo de Sicilia», donde Raf:'1el Yo: infinitamente más duro y cruel que la misma piedra.
recoge precisamente el momento de Cristo caído en tierra, camino Hay «personas-piedras», cuyo trágico destino es obstaculizar .los
del Calvario.
pasos de los demás para que tropiecen y caigan. Y se pasan la vtda
Frío y un poco escéptico, con lógica de raciocinio, más que con 1umbando a la gente. Sus caminos están llenos de hermanos caídos
vib¡:ación estética, contemplaba y repasaba la escena, compuesta y derrotados en las cunetas...
también fría, impecable y racionalmente; cuando, de pronto, en la
parte baja delliellzo, en medio de la vía Dolorosa, junto a Cristo
caído en tierra descubro la «piedra» de Jerusalén que hizo tropezar * * *
despiadadamente al Señor.
De la frialdad pasé a la curiosidad, primero; al interés, después; También yo fui y soy piedra.
para terminar en asombro, en pasmo y en emoción. Porque Rafael
me descubría allí la clave de la piedra fantasma; tenía ya todos los Por eso quiero hacer constar mi confesión pública.
datos para identificarla. No era ya una piedra anónima e impersonal Lo había ido madurando en Jerusalén, aquel viemes, a lo largo de
que cargaba con las culpas ajenas. Era la piedra auréntica que hizo toda la tarde. Decidí realizarlo ya de noche.
tropezar y caer a Cristo.
Me hospedaba en la Casa Nova de los Padres Pranciscanos.
Pero tenía nombre propio.
En Jerusalén anochece mucho más pronto. Casi no hay crepús-
Rafael, con sus pinceles, había firmado el cuadro, en la misma culo. Las sombras caen casi repentinamente sobre la ciudad. Todo
piedra: Rafael de Urbino.
un símbolo.
La piedra ya tenía nombre. Se llamaba Rafael.
Después de cenar busqué una oportunidad y salí solo de la
Mejor dicho: Rafitel confesaba ser la piedra que hizo caer a Cristo. Hospedería. No buscaba ni la publicidad ni el teatro.
No transfería su culpa a la piedra, como hacemos nosotros, para Siguiendo el laberinto de la ci;t~hd vieja, l~? dirigí al «Uad-
sentirnos inocentes. Tiropeów) donde se conmemora la J ercera EstaCIon.
Le transfería su nombre y su persona, aceptando su responsable y A esas horas, las calles ya solitarias de Jerusalén producían una
personal culpabilidad de piedra. sensación de angustia y desolación. Como si la ciudad, deshabitada,
Yo, Rafael, fui la piedra; por mi culpa cayó Cristo. se hubiera quedado trágicamente vacía.
Ya no salí aquella tarde de la Sala de Rafael en el Museo del Prado. En el quicio de la puerta dormía un nifio acurrucado. ¿Dormido?
Me senté ante el cuadro, para meditar y aprender de su valiente y ¿Muerto?
sincera confesión. De tUl montón de basura revuelta, saltó huyendo un perro
Las piedras en que tropiezan y caen los hombres no son anónimas. asustado que se perdió en las sombras.
Todas las piedras de Jerusalén tienen nombre. Cuando llegué a la Tercera Estación me dirigí en busca de la
Y todas las piedras de todas las calles, en todas las vías Dolorosas piedra. Allí estaba.
del universo. Me pareció más triste, solitaria y culpable en la calle oscura y vacía.
No vale tirar la piedra y esconder la mano. Es inú til. Miré a mi alrededor: nadie. Estaba yo solo.
Cuando pongo calculadamente la piedra para que tropiece mi Me arrodillé junto a la piedra. La acaricié suavemente. Y me
hermano, queda en ella escrito mi nombre. Aunque no se vea.
50 51
estremecí al comprobar que estaba tibia, con temperatura humana.
A través de su pielllle llegaba a mi mano como un leve y acom pasado LA ESQUINA EN qUE AGUARDAN LAS MADRES
latido...
./
4\1 Estación
Jesús encuentra a su Madre
52
n DÉ fácil es talar un árbol, por alto y robusto que ¡;e yerga, y
'<slerribarlo en tierra. Basta un hacha.
Pero una vez caído en el suelo es inútil tratar de plantarlo otra vez
y conseguir que retorne a vivir con frondas y pájaros.
Qué fácil es talar a un hombre y desde la altura de su prestigio, su
situación familiar y social derribarlo en tierra hasta el barro, el
descrédito y la bancarrota.
Aunque talado, el hombre puede, en absoluto, volver a ser plan-
tado y llegar a retoñar y a crecer de nuevo, llenándose otra vez de
frondas y de música.
En absoluto, sí puede. Pero en la realidad y en la práctica, qué
difícil. Casi imposible.
Del hombre caído, como de su hermano el árbol, todos hacen
leña.
Qué difícil, casi milagroso, encontrar una mano valiente y amiga
que, arriesgándolo todo, se acerque a levantarlo cuando a su alrededor
todos festejan y aplauden en corro su derribo.
Así esta Jesús, caído en plena calle, abarrotada de gente, a la luz
descarada e implacable del sol, en pleno mediodía.
Caído y destronado desde la máxima popularidad y prestigio hasta
verse convertido en un vulgar condenado a muerte que entre dos
presos comunes es conducido al suplicio.
Yel que multiplicó los panes y los peces, el que caminó sobre el
oleaje enfebrecido, el que resucitó a los muertos y expulsó con el látigo
a los mercaderes del Templo, no tiene ahora fuerzas ni para llevar,
55
como un hombre, el peso de su cruz. Y ha rodado por el suelo -Aquel es un pariente. Un primo. Un hermano.
aplastado por ella. Lo era. Ahora se detiene al verte en el suelo, se acerca y te grita
Hoy pueden nds los dos ladrones. Y son más fuertes. para que todos lo oigan: «Tú ya no eres de los nuestros; no gueremos
nada contigo, nas has deshonrado a todos; renegamos de ti».
Jesús ya no puede rodar más bajo.
-Ese es un rico con quien yo me trataba...
Las turbas que ayer lo vitoreaban, hoy se pasman y se asombrall,
desconcertadas, ante su inconmensurable e inaudita caída. Sí, pero ahora tú estás arruinado y no te necesita. Ni te conoce.
Es verdad que a su alrededor zumban en rechifla los insultos y los -Ese es un personaje inlluyeme, puede echarme una mano; me
silbidos. debe un favor.
Pero la masa calla aplastada por un mudo pavor. Sí, pero ahora tú ya no le sirves a él pa~a nada. ;'\1 cOI~trari?, t~
caída podría perjudicarle. Observa con que naturaltdad sIgue IndI-
ferente su camino con la frente muy alta...
* * * y cierras, hermano, [os ojos defraudados y heridos. Esos ojos tuyos
que rastreaban otros ojos, para aga~Tarse a ellos, bu~cando un punto
de apoyo. Esos ojos tuyos que han SIdo rechazados VIOlentamente por
¡Qué difícil, verdad hermano caído, tratar de levantarse un hom-
todos; obligados a resbalar por las personas abajo, hasta el suelo, para
bre en esas circunstancias, derribado y hundido en plena calle!
cerrarse desengañados después en la noche de su soledad y su aban-
No se trata del simple esfuerzo físico para tensar los músculos y dono.
buscando un apoyo, empezar a erguirse poco a poco.
Imposible levantarse, si nos faltan unos ojos, donde se agarren,
Se necesita -y esto es lo difícil- otro punto de apoyo en el seguros y firmes, los nuestros.
exterior.
No físico. Ni en la tierra. Hace falta un punto de apoyo humano,
moral. * * *
y por eso, hermano, levantas primero lentamente la cabeza y la
mueves, causa y precavidamente en derredor y buscar con tus ojos Afortunadamente Tú sí los tienes, Cristo.
desconfiados otros ojos amigos y seguros en que apoyarte. Míralos. Enfrente de ti. Cerca. En esa esquina.
Unos ojos fieles que aguanten tu mirada y en los que tú te apoyes Ahí te esperan, bien abiertos, unos ojos a los que 'puedes asirte
fuerte y seguro. fuerte y agarrarte firme, para levantarte y ponerte de pIe.
¿Los encontrarás? Míralos: los ojos de María, tu Madre.
Desde el suelo paseas tus ojos tristes de animal apaleado por la Ahí la tienes, puntual; justo, después de tu caída. Es una c.ita a la
gente que te mira y te rodea. que no fallan jamás las madres. Ellas se las arreglan para estar SIempre
-Aquel es un conocido. junto a sus hijos derribados.
Sí, pero a1lOra ya no te conoce. Ni siquiera te mira. Pasa de largo. Tal vez no asistieron, porque no se comó con ellas para celebrar
los triunfos del hijo.
-Aquel es un amigo; nos queremos desde niños.
N o im porta. Aunque nadie las llame, presienten la caída, adivinan
Era un amigo. Ya no lo es. Observa cómo vuelve la cabeza para el sitio y llegan a la hora exacta. Jamás fallan ni se equivocan.
despistar ante un escaparate y escabullirse luego, sin mirarte, entre la
gente. Ahí tienes a la tuya, Cristo.
56 57
Ahí está María: discreta y recatada, sin querer llamar la atención,
Te han condenado pública y oficialmente; pero y proclamo tu
amparándose un poco de la multitud en el resguardo de la esquina. " .
IllocenCla.
Sin querer exhibirse a los demás; pero ofreciéndose toda para que tú
la veas bien. Te han insultado, agotado y abofeteado; yo te beso y te beso,
infinitamente, con mis ojos.
Mírala: callada. Muda. Sin ataques histéricos, sin gestos teatrales.
Ni un alarido, ni un grito, ni un movimiento descontrolado. Dicen que has fracasado, que te has hundido; y los tuyos, desen-
¡~añados, te han vuelto la espalda, en cobarde desbandada.
Es la mujer y la madre fuerte.
Sabe que Tú la necesitas serena y tranquila. Ahí la tienes. Pero, aquí está tu Madre: yo si!?o creyendo en T~, más y más, en
tu palabra, en tu empresa, en t~~ nlllagros, en tu destino, en tu amor.
Se ha tragado, enérgica, el llanto y la saliva hasta el fondo de su Creo más fuerte que nunca, HIJO.
ser. Se ha secado las lágrimas que rodaban caudalosas por sus mejillas.
Cuando yo tenía quince años le dije a tu pa.dre que yo era. su
Ha erguido la cabeza. Ha compuesto su manto y su vestido. Ha
cruzado, una en otra, sus manos firmes sobre su seno. Y ha tratado esclava y que se cumpliera en mí su palabra. A ti te lo .~le repe,udo
siempre, día a día, !~ lo sabes. Y más en. esta hora, HIJO, aqUl .me
de abrir, más y más grandes para Ti, esos dos ojos enrojecidos y
brillantes que te ofrece sin parpadeos, serenos y seguros. tienes, fiel e incondICIOnal para cuanto qUI~ras; que se haga en IllI tu
palabra, Hijo; aunque sea de dolor, de lágnmas, de sangre...
Mira, Cristo caído; levanta la cabeza.
Adelante, Hijo, cuenta con tu Madre. Aquí me tienes.
Qué suerte, la tuya, al contar con tales ojos.
* **
***
Mientras hablaban los ojos de María, Cristo fue alzándose, hasta
Cristo alzó la cabeza y miró a María. quedar otra vez erguido sobre la Vía Do!orosa. Encajó otra vez la cruz
Sus ojos apaleados buscaron los de su madre. Y se clavaron en sobre sus hombros, avanzó un paso haCia adelante, guard~ndo el~ los
ellos. María aguantó firme la mirada del Hijo. Los ojos de Cristo ser suyos los ojos de su Madre, y continuó de nuevo su cammo haCIa el
agarraban más y más a los de su madre, hasta quedar totalmente Calvario.
soldados unos con otros.
Cuando María sintió seguros, en los suyos, los ojos del Hijo, fue ***
tirando de El, lenta, suavemente, poco a poco.
Era un imán irresistible y dulce que lo iba levantando; y el cuerpo
de Cristo caído, obediente al tirón de los ojos maternos, se iba Dichosos los hombres que en las caídas de su vida, por trágicas y
alzando, levantándose, hasta quedar, al En, en pie. aun culpables que sean, sienten a. su lado, muy cerca de ell~s,. la
presencia incondicional de una mUjer -esposa o madre- deCidIda
No hubo una sola palabra. Ni un gesto siquiera. a levantarlos.
Todo lo decían y lo realizaban los ojos. Cristo escuchaba, sin Desgraciado el hombre que en su ruina, su fracaso,. su derr~mba
palabras, el mensaje reconfortante de su Madre: miento moral o económico, comprueba que su mUjer de~vla y le
-Adelante, Hijo, adelante. vuelve la cabeza, que no quiere mirarlo, q.ue l~ esco,n?e los OJos, para
que no lea en ellos, lo que ella no puede III qUlere.~Jslmulary que al}í
Aquí me tienes, más fiel a Ti que nunca. está escrito: el desencanto, el desamor, la acusaClon y lo que es mas
Todos te han abandonado, Hijo, pero yo no. Te han traicionado, doloroso, el desprecio.
ve::¿:¿:J y l:e¡;do; pe:'o yo te ;:;:":;:::'0 :::::'; (:-..::: nUI::~. Desgraciado el hombre que hundido y aplastado por la vida
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-culpable o inocente-, siente que a su alrededor, dando vueltas y No podemos, ni debemos, separarlos nunca. Mutilaríamos fun-
acosándolo como una víbora, su mujer le sil va y escupe todo su damentalmente el esquema del Vía-Crucis.
veneno:
y si hubo tres hombres, tres pobres desdichados, camino del
-Si esto se veía venir. Esto yaya lo había profetizado hace mucho patíbulo, no habría sólo una madre, María, en la calle; sino otras dos
tiempo. Y te lo había advertido. Esto lo presentían y adivinaban Inás, acompañando a los hijos, entre la gente, y haciéndose a ellos
todos, hasta los tontos. Todos, menos tú, que no has querido hacer presentes y visibles para ayudarlos y confortarlos.
caso de tu mujer y has preferido seguir el consejo de tus amigos. Pues,
Aunque probablemente la presencia y compañía de las madres de
anda con ellos, que ellos te echen a1lOra una mano. Porque si crees
los dos ladrones no provocaría en ellos precisamente la serenidad y
que a mí me vas a arrastrar contigo, te equivocas, hasta allí podríamos
d ánimo, sino la rebeldía y la protesta violenta.
llegar. Conmigo no cuentes. Ya lo sabes. Tú mismo te lo buscaste.
Aguanta ahora las consecuencias. Estas dos pobres mujeres que irían juntas, puesto que sus hijos
c.ran amigos y compinches, con sus gritos histéricos y enr~nquecido~,
Y el hombre caído siente que le acaban de asestar la última pasada,
con sus gestos teatrales y desgarrados, con su llanto ~unoso y deli-
la más dolorosa; el empujón que faltaba, el definitivo, para rodar hasta
rante, terminarían por quebrar y hacer estallar los nervios de aquellos
la sima, sin fe ni esperallZa, de trágicas e im previsibles consecuencias.
infelices condenados, que contagiados por ellas, comenzaron ya
Yo le pido a Dios para todos los hombres-amigos o enemigos- entonces a blasfemar; y blasfemando fueron clavados en la cruz.
que si un día se encuentran como Cristo derribados en la cuneta de Porque seguramente las dos mujeres encontraron su víctima,
su vida, sientan que una mujer se arrodilla amorosa a su lado para vengándose así de su desdicha, en Jesús y lo acusaron a gritos de ser
tratar de levantarlos, mientras les va diciendo suavemente: el culpable, de haber ad~lantado, .con la suya,. la condena?e sus hijos,
-Anda, soy yo, tu mujer; anda, ayúdame un poco con tu esfuerzo que de otro modo hubieran podido benefiCiarse en la carcel, donde
y verás como te levantas. Anda. Arriba. Esto le puede pasar a cstaban seguros, de un posible indulto o amnistía.
cualquiera. Aunque lo hayas perdido todo, aquí me tienes a mí. Anda, Pronto los localizó, desde su opuesta orilla de serenidad y silencio
vamos a empezar otra vez. No te importe lo que digan los demás. la Madre de Jesús.
Para mí eres el mismo. Y sigo creyendo en ti, en tus posibilidades, en
tu esfuerzo. Y sobre todo, te amo; y ahora más que nunca. Un día Había un abismo entre ellas.
-¿te acuerdas?- te juré, cuando nos casamos, que estaría siempre Y aunque aquellos insultos, blasfemias y acusaciones se dirigían a
a tu lado, que podías contar conmigo: en el éxito y en el fracaso, en su Hijo. María empezó compadeciéndolas generosamente; luego,
las penas y en las alegrías, en las vida y en la muerte. Pues aquí me avanzado el camino, llegó a comprenderlas, al saberlas madre como
tienes. Cuenta hora conmigo. Anda. Apóyate en mí. Así. ¿Ves? ella, de hijos condenados, y cuando llegaron al Calvario María sabía
Vamos otra vez, juntos los dos, a empezar de nuevo. ¡Anda, adelante! tIue las amaba con todo su corazón.
Dios conceda a todos los hombres una mujer así -madre, esposa, Arriba estaban los tres hijos juntos, muy cerca, en sus tres cruces,
novia, hermana, hija-, en las esquinas dolorosas de su Vía-Crucis codo con codo; cruz con cruz.
por la vida.
Abajo había dos grupos separados y distantes.
Una mujer que se parezca a María, la Madre de Jesús.
El de María, Madre de Jesús, con Juan y las piadosas mujeres de
Galilea. Y el de las madres de los dos ladrones, con su gente y sus
amistades.
** *
Arriba, los dos ladrones, que empezaron blasfemando, pasaron de
la blasfemia a la oración, y quedaron citados con Cristo para reunirse
En el Vía-Crucis del Viernes Santo no era uno solo el hombre los tres, esa misma tarde, en su Reino. Sí, los tres.
condenado a muerte, sino tres.
Abajo, las dos madres, ¿no irían también, poco a poco, al ritlIlo
Y los tres marchaban juntos con su cruz a cuestas. de los hijos, transformándose misteriosamente las dos?
60 61
Miraban arriba los hijos y las cruces. UN CATEDRATICO EN LA CIENCIA DE
Miraban abajo a María y su grupo, sjjencioso y sereno. LLEVAR LA CRUZ
Todo las obligaba a cambiar. Necesitaban cambiar. Tenían ham-
bre incansable de consuelo, de cariño, de amor.
Insensiblemente, sin darse apenas cuenta, en un instinto irresis-
tible, se fueron acercando, poco a poco, los dos grupos femeninos.
Se atraían mutuamente. Ambos se necesitaban para completarse.
Se encontraron al fin. Se fundieron en un solo grupo.
Las madres de los dos ladrones terminaron en los brazos de María,
la Madre de Jesús. Yen ese abrazo encontraron lo (lue necesitaban:
la paz, el perdón, el amor.
Arriba, en las cruces, había sólo tres cuerpos muertos e inmóviles.
Los tres hijos, vivos, y juntos, entraban puntuales, codo con codo,
por la puerta del Par~íso en el Reino del Padre.
y María empezaba ya a ejercer como Madre de la Iglesia.
5ª Estación
El Cireneo carga con la cruz de Jesús
62
ADECIR verdad, fueron cuatro los hombres que llevaron la cruz
a cuesras en el primer Vía-Crucis de la hisroria.
.-
T res cruces; pero cuatro los cargadores.
Cada ladrón, la suya. La de Cristo fue compartida por Simón el
Cireneo.
Nada de esto estaba previsto ni calculado. Todo fue surgiendo
como al azar.
Aprovechando la condena de Cristo, Pilato condenó también a
dos presos comunes que estaban en capilla, en espera, más o menos
larga, de cumplirse su castigo.
Así Pilato se lavaba de nuevo las manos ante la forzada y arbi traria
ejecución de Jesús, que ya no iba a ser la injusta condena de un
inocente, sino la justa y legal de dos vulgares atracadores.
Es la aplicación concreta a Dios de esa hipócrita receta de la
política humana, con la que tantas veces se trata de equilibrar y
disimular el atropello brutal e injusto de un inocente, con la con-
denación legal de dos culpables; para que aparezcan todos mezclados
y revueltos en un mismo proceso. Con lo que aumenta y crece la
injusticia para todos; una nueva y más refinada condena para el
inocente; y una oportunista decisión que ejecuta a los culpables.
Perque k~ dos ladrones no tenían nada que ver con el proceso de
'esús. Fue una determ inación de Pilato al hilo de los acontecimientos.
Necesitaba un crimen, ya que Jesús era inocente, y se acordó de los
dos ladrones.
65
Por eso iban renegando contra rilato, contra Jesús, contra la Como a las diez de la mañana, Pilato, sentado ritualmente en su
justicia, contra la sociedad y contra la CIllZ que llevaban a cuestas. silla curul promulgó contra Cristo la sentencia de muerte.
A esa misma hora, más o menos, el Cireneo empezó a recoger sus
:lperos de labranza para guardarlos en la casa de b finca y subir
* * * lranquilo y despacio hacia su casa, pues era la \"lJpera solemne de la
Pascua y tenía que dejarlo todo preparado palJ. su celebración antes
El cuarto cargador, Simón de Cirene, tampoco tenía vinculación de la puesta del sol.
alguna con Cristo.
Poco tiempo después salía Jesús del Litóstrotos con la cruz a
Las circunstancias que lo trajeron al Vía-Crucis fueron aLI11 más cuestas hacia las afueras de la ciudad, en dirección oeste, para ser
caprichosas y absurdas que aquellas de los ladrones. Ellos, tarde o '<lcrificado del otro lado de la muralla.
temprano, estaban condenados a acabar en la cruz. Simón de Cirene,
y al mismo tiempo cerraba el Cireneo la puerta de la casa y de la
honrado y trabajador a carta cabal, jamás había imaginado tener que
finca y desde las afueras tomaba el camino hacia el este, y enfilaba el
llevar en su vida la cruz de un patíbulo a cuestas.
sendero que subía a la ciudad, para atravesar la muralla y recogerse
y sin embargo, allí estaba con ella sobre sus hombros. en su casa.
Los caminos de Dios son desconcertantes e impensables para Dos caminos de dos hombres, en dirección contraria -cada cual
nuestras cortas previsiones humanas. a lo sUYO-, que van a cruzarse en la mitad del itinerario.
En la mañana de aquel Viernes Santo, yen la misma ciudad de Simón de Cirene ni lo sabe ni lo sospecha. No tiene nada que ver
Jerusalén, Cristo yel Cireneo, separados por unos dos kilómetros de con ese condenado. Pero Jesús sí lo sabe y lo busca, porque tiene
distancia, están ocupados cada uno en lo suyo. mucho que ver con Simón de Cireneo
Cristo, en el Litóstrotos, la mayor altura de la ciudad, en su Caminos de Dios. Caminos del hombre. Que tantas veces se
proceso ame Pilato. encuentran y se cruzan a pesar y en contra de nuestras previsiones.
El Cireneo, abajo, en una [mca de las afueras de Jerusalén, en su
labranza.
***
Cada uno en sus cosas, como solemos los hombres organizar la
vida: DÍos, a lo suyo, allá arriba. Y yo, a lo mío, aquí abajo. Y que se
respeten las distancias en un reparto adecuado de ocupaciones. Sin El Cireneo subía hacia Jerusalén haciendo sus cálculos. No imagi-
imerferencias del cielo en la tierra. naba que todo le iba a salir al revés.
Efectivamente, el Cireneo, nada tenía que ver con Jesús de Antes de atravesar la puerta de la muralla y sumergirse en el tráfico
Nazaret. Tal vez ni le conocía. Aunque supiese, de oídas, quién era. de la ciudad volvió la vista al campo desde la altura. Qué limpio, qué
El estaba muy ocupado en su finca y en su trabajo. Todo el tiempo sano. Aquello era lo suyo. No regresaría a la finca hasta dentro de tres
era poco. Por eso aquella mañana, mientras las turbas y los curiosos días, según lo exigía el descanso religioso de la Pascua.
se movilizaban para asistir al proceso en el Litóstrotos, él, como todos Pero no imaginaba que iba a ser otro Simón de Cireue, com ple-
los días, se fue a lo suyo, a su trabajo, a su campo. El no disponía de
lamente distinto y transformado, el que volvería a la finca.
tiempo para tirarlo callejeando y curioseando con los holgazanes y
desocupados. Se despidió de su campo con cariño y atravesó la muralla.
y en su finca llevaba ya trabajando varias horas. Pronto comenzaron a fallarle sus cálculos y previsiones. Las calles
estaban abarrotadas de gente que obstaculizaba sus pasos. A medida
Simón de Cirene no tenía nada que ver con Jesús de Nazaret, pero
que se adentraba en la ciudad crecía el gentío. Hasta que de pronto
Jesús sí tenía mucho que ver con el Cireneo, aunque éste ni lo
se encontró frenado sin poder seguir adelante. La calle estaba cortada.
sospechara siquiera.
66 67
Los soldados romanos impedían e! acceso pues estaba desfilando por La sentencia de muerte tenía que cumplirse como lo ordenaba la
ella un cortejo oficial. ley romana: clavándolo vivo en la cruz donde debería morir.
y allí quedó Simón de Cirene, entre las filas de los curiosos, El Centurión estaba preocupado: toda la responsabilidad era suya.
asistiendo al desfile y esperando se desalojara la calle para proseguir Y los jefes del Sanedrín, que vigilaban de cerca el cum plimiento
su camino hacia su casa. exacto de la sentencia arrancada por ello al gobernador romano,
Pronto supo de qué se trataba: Jesús de Nazaret era conducido avisaron seriamente al Centurión del estado crítico del reo.
con b cruz a cuestas para ser ejecutado en el Calvario. Esto no puede seguir así. Hay que tornar una decisión.
Ya se le podía distinguir: era aquel de! medio... Pilato forntuló la única solución: liberar a Jesús de la cruz y que
Cuando estuvo más cerca, Simón de Cirene lo miró más despacio: otro cargue con ella.
era la primera vez que lo veía. No se conocían. Al pasar Jesús a la ¿Otro? Pero, ¿quién?
altura precisamente de! Cireneo, e! cortejo se detuvo.
Ningún judío aceptaría espontáneamente tal oficio infamante.
Hubo consultas y cambio de impresiones entre e! Centurión, los
organizadores y los f.1.riseos. La cruz era un patíbulo; un instrumento pagano de suplicio;
solamente con tocarlo, un judío quedaba contaminado legalmente;
El Cireneo esperaba que el desflle se pusiera de nuevo en marcha. cuánto más si lo cargaba sobre su cuerpo hasta el Calvario. Y con
Se estaban retrasando demasiado sus cálculos. mayor brevedad y consecuencias religiosas y morales en esta víspera
Pero de pronto, sin saber cómo, alguien que lo había visto y solemne de la Pascua.
localizado, se acercó a Simón, lo cogió de un brazo, lo obligó a salir Por eso la decisión del Centurión tuvo que ser impuestaala fuerza.
a la calle, lo em pujó hacia donde estaban los tres condenados ya pesar
de todas sus protestas le echaron encima la cruz de Jesús y le forzaron Y, ¿por qué precisamente e! Cireneo que ni había asistido al
a cargar con ella, detrás de El, hasta el Calvario. proceso, ni venía entre los curiosos, sino que, como subraya literal-
mente San Marcos, «regresaba de! campo y estaba de paso»?
El Centurión no tenía autoridad para imponer su decisión a un
** * judío.
¿Quién pudo intervenir entonces con tanta fuerza moral como
¿Qué es lo que realmente sucedió? para obligar a Simón de Cirene?
N unca lo sabremos a ciencia cierta. Los tres Evangelistas que ¿Sería e! Cireneo criado o esclavo de algún personaje influyente
transmiten e! hecho no dan más explicaciones. conocido del Centurión; siervo de algún miembro del Sanedrín
Todo queda, como tantas veces, en el Evangelio yen la vida, en judío; o tal vez mejor, esclavo de algún amigo y admirador oculto de
el enigma de una misteriosa elección de Dios al escoger a un hombre Cristo que ofreció la colaboración de su criado para cargar con la
para un bello y doloroso destino. cruz?
Y Dios nos deja abierto todo un margen de conjeturas y posibili- ¿Quién era entonces Simón de Cirene?
dades para nuestra meditación y lluestro aprendizaje. ¿Un siervo gteco-judío, proveniente de la Cirenaica, colonia
Evidentemente Jesús estaba tan débil y desfallecido que de seguir griega en Africa?
con el travesaño horizontal de la cruz -cuarenta kilos de peso- O tal vez -y esta interpretación es irresistiblemente seductora-,
sobre sus hombros, se corría e! riesgo de que no llegara vivo al un esclavo negro, importado de Cirene, en el continente africano?
Calvario.
U n hombre negro detrás de Cristo cargando con la cruz redentora;
y esto había que evitarlo a toda costa. símbolo y presencia eterna de toda una raza que camina por la historia
68 69
con la cruz de su color sobre su cuerpo, entre el desprecio y la Ya Cristo había adelantado la fórmula: «El que quiera seguirme,
marginación de tantos blancos... que tome su cruz y venga detrás de mí.)}
N i el Centurión que lo situó allí, ni Simón de Cirene conocían
esta fórmula redentora de! Maestro.
* **
Pero la cum plían sin saberlo.
Jesús no dijo una sola palabra cuando le liberaron de la cruz. El Cireneo marchaba en el sitio exacto: detrás de Cristo.
Pero Simón de Cirene, que aún se resistía y protestaba, vio que Que era, por otra parte, el más privilegiado observatorio para no
mientras le echaban violentamente la cruz encima, los ojos de Jesús perder detalle de cuanto pudiera acaecer.
se clavaban insistentes en él. Y ya no pudo olvidar jamás aquella De lraber podido situar una cámara móvil de televisión para captar
mirada infinitamente triste y agradecida. y retransmitir el Vía-Crucis, el sitio con más recursos y posibilidades
Una vez colocado el Cireneo detrás de Jesús, e! Centurión dio la era el del Cireneo.
orden de marcha y e! cortejo se puso otra vez en movimiento. Sus ojos eran una auténtica cámara móvil, que detrás de Cristo
Para Simón de Cirene comenzaba un camino nuevo en su vida; no perdía ni uno solo de sus movimientos; y que girando a sus lados
un camino que iba a transformar radicalmente su existencia personal podía recoger en ambas orillas las imágenes y reacciones del gentío
y la de su familia. en la calle, las ventanas y las azoteas.
y para todos los hombres surgía un símbolo y un prototipo eterno. El Cireneo, curioso, empezó efectivamente observando y
recogiendo todas las reacciones -caras, gestos, gritos- de I as escenas
Simón de Cirene, detrás de Cristo, comenzaba e! aprendizaje de que se sucedían a sus lados.
c~rga~' con la cruz, hasta llegar a doctorarse y graduarse en tan difícil
CienCia. Pero llegó el momento en que ya sólo le interesó una cosa: ese reo
misterioso que marchaba delante de él; aquella figura débil y vacilante
Simón de Cirene quedará para toda la Iglesia, en el primer Vía- que de vez en cuando se desplomaba sobre el pavimento de la calle
Crucis de la historia, como Catedrático y Maestro en e! arte supremo para levantarse de nuevo y seguir adelante; aquel Jesús de Nazaret que
de llevar la Cruz. trataba de erguir su espalda y caminar derecho, pero que impotente
y extenuado acababa por inclinarse y doblarse; aquella silueta
destrozada y consumida, cemro de insultos y de silbidos, que a duras
* * * penas se tenía sobre sus pies, y que sin embargo acababa imponién-
dose a todos por un irresistible señorío y majestad que emanaba de
aquel cuerpo misterioso.
Empezó como todos: oponiendo la máxima resistencia.
Los ojos de Simón de Cirene, seducidos y presos, ya no pudieron
y cargando con ella porque literalmente se la echaron encima. No
desentenderse ni despegarse de aquel Jesús Nazareno que le precedía.
había escapatoria posible.
Ahora ya sólo le interesaba recoger y filmar en sus ojos los
La cruz llegó como siempre: fastidiándole todos sus planes. primeros planos, a pocos metros, de Cristo.
Caminaba como un animal rebelde y salvaje, domado y humillado Y la cruz le em pezó a pesar al Cireneo de un modo distinto. Como
por un yugo brutal que no podía sacudirse de encima.
si la majestad y el seÍlorío del reo se contagiaran también a la cruz de
Pero había algo nuevo y definitivo: el sitio que le habían asignado: su suplicio. También aquel tronco, con sus cuarenta kilos de peso, se
detrás de Cristo. fue transformando. El peso era el mismo, no había disminuido:
cuarenta kilos. Pero con ser cuarenta, pesaba distinto; se llevaba
Esta circunstancia iba a ser la clave de una asombrosa transforma- mejor, sabiendo que eran de ese Jesús que marchaba delante y
ción. mirando su figura seductora e irresistible.
70 71
Simón de Cirene tenía unas manos expertas en árboles que él Alguien le dio un empujón diciéndole:
injertaba y podaba en la finca. Sas manos sabían tocar y acariciar los
troncos. Con sus dedos apretaba b superficie rugosa de la cruz; era -Venga, ya puedes largarte, gracias.
un tronco distinto, un árbol diferente. Y todo, por la vinculación que Pero él, clavado en el suelo, seguía mirando a Jesús, a quien los
tenía aquella cruz con Jesús, el hombre a quien seguía y lo transfor- soldados empezaban a desnudar para crucificarlo.
maba todo y todo lo revOlucionaba.
¿Largarse? ¿A dónde?
Porque también Simón de Cirene estaba cambiando sin darse
cuenta. Ya no había fuerza humana capaz de arrancar al Cireneo del
Calvario. Lo que iba a suceder allí era también cosa suya.
Había dejado de rebelarse y protestar. De su interior surgía una
aceptación serena; y -cosa absurda- hasta gustosa, que había Se sentía ya atado y vinculado para sicm pre con aquel Jesús. Sobre
eliminado aquel odio que al principio sin tió contra los que le forzaron todo con su crucifixión y muerte.
a cargar con aquel suplicio infame. Aquella cruz que él había cargado a lo largo del Vía-Crucis le daba
¿Infame? ¿Por qué? Ya no. Pertenecía al hombre que iba delante derecho a quedarse allí. No como un vulgar curioso, sino como un
y por ser suyo participaba de su nobleza. auténtico colaborador. Asistía a la tragedia suprema del Calvario no
como un anónimo comparsa, sino con su nombre propio y su papel
Y ya ni le importaba el que hubiera deshecho sus planes; ya no le personalísimo.
urgía regresar a su casa.
En el Calvario todo se iba a centrar en la cruz.
Que esperara la celebración de la Pascua.
- y esa cruz es también mía, mía. Nadie de los que están aquí la
Ahora le interesaba el final de aquella aventura en que se encon- ha tocado, acariciado y querido como yo. Nadie. Esa cruz es también
traba metido. mía. Y si Jesús va a dejar entre sus brazos su sangre, su agonía y su
Le interesaba, sobre todo, aquel Jesús de Nazaret. vida; antes he dejado yo en ese mismo tronco mi esfuerzo, mi fatiga
y mi amor.
Y avanzaba tras él, con los ojos encarxUados, colgados de su
persona. Simón de Cirene presentía y adivinaba, sin poder formularlo, que
en la crucifixión misteriosa y en la muerte de ese Jesús inocente, él
¿Cómo y por qué un condenado a muerte puede seducirle a uno, ponía también algo suyo, que Jesús aceptaba e incorporaba a su
hasta olvidarse de que gravitan sobre b propia espalda los cuarenta sacrificio.
kilos de su cruz?
Lo leyó en los ojos de Cristo por la manera indefinible en que lo
había mirado.
*** El sitio del Cireneo estaba en el Calvario.
Y ya no se movió de allí.
Se extrañó el Cirenco cuando h cor:úiva se L:et:.¡vo definiti- Los soldados izaron al fin la cruz que se proyectó contra un cielo
vamente. Habían llegado al Calv~rio. tormentoso y agresivo. Y los ojos de Simón de Cirene se abrieron de
¿Tan pronto? nuevo frente a la cruz como una cámara filmadora -esta vez fija y
estática- que resistió las tres horas de Cristo clavado en la cruz. En
Los que le forzaron a cargar con la cruz se la quitaro:l de encima. su cruz.
Jesús de Nazaret se había vue!to hacia Simón e!e Cirene y lo -Porque esa cruz es también mía, mía...
mi~aba. Con sus ojos, sin palabras, le agradecía su aYlIda.
El Cireneo, inmóvil, también lo miraba.
* **
72 73
Toda la familia del Cireneo se hizo cristiana. Cuánto daríamos por haberlo conocido personalmente para en-
trevistarlo y arrancarle unos consejos eficaces para la práctica de tan
San Marcos, en su Evangelio dirigido a la Iglesia de Roma, nos indómita asignatura que no acabamos nunca ni siquiera de aprobar.
hab!a de s.us dos hijos, Alejand.fO y Rufo, que vivían ya en la capital Ante la imposibilidad de sus respuestas directas yo intuyo lo que él
delnnpeno cuando el Evangelista redactó su Evangelio. podría respondernos. Tal vez no viniera a decir en sustancia, más o
San Pablo, en su carta a los Romanos, manda saludos para Rufo, rnenos:
al qU 7 ll~ma «elegi.do del Señor» y para la madre de Rufo -esposa -¿La ciencia de llevar la cruz? ¿Unos consejos para cargar con
de Slmon de C11"ene- a la que San Pablo llama también ella?
cariñosamente «mi madre» que era ser también Ull poco madre de
aque!!a primera ~glesía. Y empieza así a aparecer y a formularse ya esa El primero, que no te hagas ilusiones: la cruz no te gustará nunca.
espe~Ial maternidad que puede y debe ejercer la mujer y esposa Siempre te provocará tensión y violencia. J;unás te harás a ella. En
crIstIana desde su hogar en el de su respectiva comunidad eclesial. cuanto lo consiguieras, en cuanto empezara a gustarte de verdad,
dejaría de ser cruz. Por eso, no te desanimes jamás. Cuenta siempre,
. <Ha?ría tnuer~o ya para entonces Simón de Cirene, auténtíco y sin sorpresas, con tu rechazo. Para empezar, para seguir, para termi-
privIlegiado «elegIdo del Señor» que por la cruz llegó a Cristo con nar. Por eso es cruz.
toda su familia? Probablemente.
El segundo consejo. Ponte enseguida, cuanto antes, detrás de
Pem por los textos citados sobrevivía su venerada memoria en Cristo. Y no lo pierdas de vista. La clave es su Persona. No es que nos
aquella primitiva y entrañable primera Iglesia de Roma. cambien ni que nos aligere la cruz; sigue intacta, pesa igual; seguimos
y uno se imagina en las reuniones de aq uellos cristianos esta frase sin comprenderla. Pero comprendemos a Cristo y lo amamos, yese
c~n la que eran presentados a los nuevos que llegaban los hijos del contacto personal con Cristo nos cambia a nosotros. No aceptamos
Cll"eneo: la cruz por ser cruz; aceptamos a Cristo, y por El, la cruz. Ella no nos
convence jamás. Pero sí la Persona de Cristo que nos seduce y nos
-y estos dos son Alejandm y Rufo, cuyo padre cargó con la cruz conquista. No lo pierdas de vista. Siempre detds.
del Señor camino del Calvario.
El tercer consejo es que si quieres llevar mejor tu cruz, cargues, al
Los nuevos en la reunión los abrazaban y besaban con envidia, mismo tiempo con la de otro. Lo aprendí llevando, sobre la mía, la
mientras los dos hijos subrayaban gozosos y reconocidos: del Maestro. Tú puedes llevar la de un hermano tuyo. ¿No es otro
-Sí, nuestro padre llevó la cruz del Sefíor. Cristo? Y verás cómo cambia todo radicalmente. En la ciencia
cristiana una cruz sola pesa más que dos. En el mundo cristiano de
y proclamaban así públicamente su m·ás venerada y gloriosa las cruces no valen vuestros sistemas de pesas y medidas; ni vuestras
herencia. sumas y restas. En la cruz, si sumas cruces, restas poco. Si tratas de
restar en tu egoísmo sumas y m ultiplicaf tu propia cruz. Cuando
encima de la tuya cargas con la de un hermano, la propia se aligera,
* * * se alegra, le nacen alas... Si te centras en tu cruz personal, tú solo, al
margen de todo y de todos, te pesará más, hasta convertirse en una
Herencia incalculable. El legado de más valor que Simón de obsesión que te aplaste.
Cirene dejó a sus hijos. Y que a pesar de eso no figuraba en la ¿Por qué no te haces, como yo, Cireneo de tu hermano? Merece
~estamel1taría del padre. Si es que Simón hizo testamento, cosa muy la pena.
Improbable. Se trata de una herencia vital que se transmite de alma
Sin perder jamás de vista a Cristo.
a alma, sin par@es ni notarios.
Como padre murió sin testar. Y como catedrático eximio en la Esa es la clave.
ciencia de llevar la cruz se nos fue sin dejarnos escrito un tratado, por
breve que fuera, sobre esta difícil y necesaria especialidad.
75
74
LA MUJER QUE LE ROBO LA CARA ADIOS
6ª Estación
la Verónica limpia el rostro de Jesús
Q UÉ inj usta, falsa y aburrida la tesis que trata de igualar al hombre
ya la mujer. No los iguala: los recorta, los tala, los achata. A
ambos. Afortunadamente, desmintiendo las tesis obsesivas y teóricas
está la realidad palpitante de la mujer y e! hombre en e! espectáculo
vivo y espontáneo de sus diferencias.
Que ¿quién es mejor? Los dos son mejores.
Los dos, hombre y mujer, disponen de una escala suprema y
específica de valores que los diferencia, los complementa y los enri-
quece al mismo tiempo.
Igualarlos es mutilarlos. A los dos a la vez.
Son distintos para Dios. Son su obra maestra: así los hizo, así los
quiere y así los juzga.
y fueron también distintos con Cristo, un hombre y una mujer,
e! Cireneo y la Verónica, que tomaron parte con El en e! Vía-Crucis.
El Cireneo es hombre y carga a lo largo de! camino con la cruz.
Tiene músculos, resistencia y maña para ello.
La Verónica es mujer y con su chal enjuga e! rostro desfigurado y
sangrante de Cristo. Tiene un corazón sensible y unos dedos expertos
para las heridas y las lágrimas.
y ¡qué bien distribuidos ambos papeles!
Claro que probablemente también la Verónica hubiera podido
cargar, mejor o peor, con los cuarenta kilos de la cruz. Pero a nadie
se le ocurrió siquiera echar mano de una mujer y obligarla a trans-
portar e! madero.
79
.En cuanto al chal, vamos a dejarlo definitivamente en las manos La Verónica amaba. Por eso no tuvo tiempo ni de pensarlo.
delICadas de su dueña. Porque al Cireneo, con chal entre sus manos
lo pondríamos en un trance ridículo y comprometido que no nos Si lo calcula, no lo hace.
perdonaría nunca. A cada cual lo suyo. Obedeció inmediatamente al corazón.
y ~i son específicamente distintos los servicios que prestan a Cristo Si su marido hubiera estado a su lado, entre la gente, a buen segu ro
y los lIlstrumentos con que le sirven, es también radicalmente dife- que la hubiera fi-enado, sujetándola por un brazo.
rente el comportamiento con que lo realizan.
Lo menos que iba a cometer era una imprudencia. Y una temeri-
Esta vez, canto tamas, la diferencia se apunta a favor de la mujer. dad. Además de un riesgo. Que podría ser interpretado como una
Yel que peor parado queda es el hombre. provocación y un desafío a la autoridad y al orden pú bUco controlado
Esta vez, como tantas, la diferencia se apunta a favor de la Illujer. por los soldados romanos cuyas filas tenía que rom per y atravesar para
Yel que peor parado queda es el hombre. poder llegar hasta Jesús, que en aquellas circunstancias era un reo
camino del suplicio, entregado al control exclusivo y legal de! Cen-
A Simón de Cirene hay que forzarlo violentamel1te, humillando turión; e inaccesible por tanto, dentro de un ordenamiento jurídico,
y domando su rebeldía, a que cargue con la cruz. a cualquiera intromisión privada, por bien intencionada que fuera.
La Verónica, al contrario, espontáneamente, por su propia inicia- Estos son razonamientos de hontbres. Y para hombres.
tiva, se lanza decidida, se abre paso entre la gente y los soldados, y se
acerca a Jesús. Mientras el marido de la Verónica definía y formulaba esta
situación jurídica que aconsejaba, por tanto, abstenerse de toda
Las ntujeres que actúan en la Pasión de Cristo nos dejan a los intromisión, quedándose l1uieta y segura, sin arriesgarse, entre la
hombres por los suelos. gente, ya su mujer estaba arrodillada ante e! Señor; y aprovechando
Mejor dicho, somos los hombres los que nos comportamos una de sus caídas, le estaba limpiando el polvo, e! sudor, el polvo y
vergonzosamente con Cristo. Y tal vez la dominante que condiciona los salivazos que desfiguraban su rostro.
esta conducta sea la cobardía. y se detenían sus manos amorosas en sus ojos, porque ella, mujer,
Pa~a mayor humillación de nuestro orgullo, porque alardeamos sabía que e! sudor y la sangre no le dejaban ver; y le limpiaba
de valIentes ya la hora de la verdad nos escabullimos y dejamos solo cuidadosamente los labios para que no se tragara e! polvo, hecho
al Maestro. costra, pegado en ellos. También lo sabía como mujer. Su análisis y
estudio del rostro de Cristo iba por otros caminos. ¡Cuántas veces
En la Pasión del Viernes Santo. Yen todos los viernes santos de había limpiado las caras de sus niños, enrojecidas, sudorosas y
la historia: que son casi todos los días de la semana. polvorientas cuando regresaban a casa de jugar con los compañeros,
A los hombres nos pierde la chulería. Y somos cobardes. después de haber rodado por e! suelo!
Las mujeres nos vencen en amor. Y son valiemes. y le limpió la cara a Cristo, como a un hijo grande, que rodaba
también trágicamel1te por los caminos; maltrecho y malherido por
Los hombres razonamos más, a veces demasiado. Tanto, que sus hermanos caines...
enfi'iamos y apagamos el amor.
y tal vez, sin querer, mientras le limpiaba el rostro, sus labios
Las ntujeres aman más, hasta abrasar e inceudiar sus razones.
repetían en voz baja esta amorosa lamentación irreprimible:
-Pobre hijo. Pobre hijo. Pobre hijo.
*** El Cireneo, muy cerca, asistía, complacido, a aquella escena de la
Verónica, que consideraba como una actuación lógica y necesaria de
una mujer. Y evocaba las manos de su madre lim piándole su cara
siendo niño, mientras él protestaba y se rebullía entre sus brazos. ¿Por
80 81
qué este violento y universal rechaw de los niños a que nos limpien Asió elegantemente, con índice y pulgar de sus dos manos el
el rostro? milagroso chal, lo alzó airosamente cuanto pudo y lo hizo girar en
Cás~o en cambio, hom bre ya, abandonaba el suyo, gustoso y derredor para que todos lo admiraran mientras pregonaba a voces el
agradecido a las manos com pasivas de la Verónica. prodigio:
Todo había sido rápido, justo y calculado. Como instintivamente -¡Mirad, mirad: el rostro deJesús de Nazaret! ¡Milagro, milagro:
lo saben hacer las mujeres. me ha dejado su retrato en el chal: milagro!
84 85
Quedó solo el rostro de Cristo. La Santa Faz. VOLVIO ATROPEZAR EN LA MISMA PIEDRA
Maravillosa búsqueda tras lo definitivo.
Definitivo acierto de lo esencial: la cara de Cristo.
¿Existió alguna vez la Verónica? ¿1-1 istoria, tradición, leyenda,
ilusión y sueíío del amor cristiano?
Tres ciudades, al menos, afirman poseer el velo afortunado de la
Verónica con el rostro del Seííor: el Vaticano, Jaén en Espaíía y Lyon
en Francia.
¿Tres rostros de Cristo como recuerdo y presencia en elm undo?
¿Sólo tres?
La realidad evangélica lo niega, ampliando el número hasta el
influito.
Donde haya un pobre, un triste, un hambriento, un enfermo, un
encarcelado, allí está Cristo.
Todos los débiles, todos los que sufren, tienen -y son-la Cara
de Cristo.
No tres. Infinitos Cristos.
Nos faltan Verónicas.
7ª Estación
Jesús cae por segunda vez
86
CRISTO, ¿otra vez por tierra?
y yo, que me ilusioné pensando que tú ibas a ser la excepción
cualificada para desmentír esa regla humillante por la que se define
al hombre corno el único animal que tropieza dos veces en la misma
piedra.
Pero comprendo que tú eres igual que todos nosotros.
y como nosotros, repites la caída.
En tan poco tiempo. Ya tan corta distancia.
Dicen que la primera vez caíste en tierra porque descendías por
la calle cuesta abajo; y el peso de la cruz, acelerando la marcha,
desequilibró tlIS pasos.
Pero es que el camino ahora es cuesta arriba; con una subida muy
llevadera y suave. No es corno para caerse.
Además, ahora carninas sin la carga de la cruz. No puedes echarle
a ella la culpa. Detrás de ti la transporta el Cireneo.
¿Cómo puede justificarse tu recaída?
Total, Cristo, que una vez por cuesta arriba y otra vez por cuesta
abajo. Tú has tropezado -y caído- en la misma piedra.
***
89
Es que te has olvidado de mi gran caída. La Otra. La primera. hace Para subrayar la distancia, Milran recurre al factor tiempo, y
treinta y tres años. La caída radical de donde arrancan, como lógicos .dirma que Satanás estuvo cuarenta días con sus cuarenta noches
eslabones de una inevitable cadena, todas estas pequeñas caídas. .11 ravesando en su caída el pavoroso vacío que separa el cielo del
Ahora doy con mi cabeza en el suelo desde una altura que no Infierno.
alcanza los dos metros, pues camino ya encorvado y vacilante. y uno se imagina a Satanás cuarenta días y cuarenta lJoches,
Es tanta mi debilidad, que Dios ya no puede mantener erguida lodando por los espacios, entre auroras, crepúsculos, noches )'
ni siquiera la altura del cuerpo que me dio como hombre. mediodías; chocando con los astros, enredándose en la Vía Láctea;
rasgándose las alas con las puntas afiladas y frías de las estrella~; de
Pero hace treinta y tres años caí sobre la tierra desde una distancia IlImbo en rumbo, de galaxia en galaxia, atraído y rechazaclo al n1lSmo
infinita. Desde la altura inaccesible de mi divinidad. I¡empo por las fuerzas magnéticas del amor y del odio; despedido
Las medidas de que tú dispones no te capacitan ni para empezar violentamente, como un maldito de Dios y de sus criaturas, de todas
a rastrear esa distancia. Es inútil que trates de calcularla. las constelaciones, hasta estrellarse, despeñado, en el fondo sin fondo,
del odio, la muerte y la desdicha eterna.
Es Dios, que cayó desde su eternidad feliz, sin tiempo y sin
espacio, hasta encontrarse una noche, tiritando de frío en un pesebre. La caída del Angel de Milton dura cuarenta días y acaba en el
;Ibismo.
Esa sí que fue caída.
Es la fantasía de un poeta.
No. No mires al cielo, ni preguntes a los astros, para imaginarla.
Ese sol, que se esconde avergonzado entre las nubes para no verme La caída del Verbo de Dios no termina en la Encarnación, al
en el suelo, lo tienes a unos centímetros de ti, si lo comparas con la lomar la natura!cza humana, ni se acaba en Belén al tomar tierra.
altura infinita de Dios. Medida sin medida. Cristo sigue cayendo a lo largo de sus treinta y tres años, con sus
Caí desde Dios hasta el hombre. días y sus noches.
Hace treinta y tres años. Pero todo es consecuencia del misterio fundamental: la Encarna-
ción. En esa infinita caída ya esdn antici pajos inevitablemente todos
y desde entonces sigo cayendo y cayendo sin dejar de rodar. los subsiguientes y neces~rios tropiezos y resualones. En la Encar-
¿Te extraña esta segunda caída en el Vía-Crucis? No tiene impor- nación se aprieta su germen y semilla.
tancia. Desde hace treinta y tres afias mi vida es caer y caer. .. La Encamación no sólo posibilita y explica, sino que exige un
continuo rodar de Dios por los suelos.
** * Cuando se cae de tan alto no acaba de caerse nunca.
La roca desprendida desde la cumbre altí,:;da de la Trinidad se
¡Caer y despeñarse desde la altura de Dios! precipita vertiginosamente por la ladera abajo, ql1ebránd~se,. desga-
Jesucristo dice en el Evangelio de San Lucas, en una expresión jándose y haciéndose añicos en infinitos trozos que multIplican en
fulgurante, que El «vio caer a Satanás desde el cielo como un rayo». número infinito la caída...
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N o, Señor. Ya no me extraña.
. iN? me col1t~m~)las!~ ,caído y humillado en el rito sangrante y
pnmltIvo de la C¡rCUnclslOn? Comprendo ya el porqué de tus caídas, que radica en tu naturaleza
humana. Caes, en defInitiva, porque eres hombre.
Me empujaron y rodé, desterrado y perseguido, hasta Egipto.
Y me alegro, por tanto, con todo mi ser, de tus caídas y de su
. ~entí cómo el Diablo trataba de empujarme también desde el causa; porque ahora Tú, a tu vez, también comprendes, y no te
pl11acu lo del Templo. !\1e rozaron sus manos repugnantes.
extrañas, de mis caídas. Yo también caigo porque soy hombre.
Quisieron despeñarme por un precipio mis propios paisanos en Los dos llevamos en la debilidad esencial de nuestra naturaleza
Nazaret.
humana la semilla de nuesttas caídas.
En el Huerto de los Olivos sentí en mis mejillas y en mi boca,
No lIle extrafla que ruedes por el suelo.
cómo sabe ~I polvo de la tierra, mezclado con sudor frío y con sangre
em pavoreclda. Ni Tú te extrañas de mis revolcones.
Rodé doce veces en el Cenáculo hasta los pies de mis Apóstoles Los dos somos hombres.
para lavárselos con mis manos.
y los dos nos comprendemos.
Me han atropellado en todos los tribunales; caí desde la Inocencia
y Justicia hasta la culpabilidad y la condena.
iP~de c~er más bajo, como Dios, cuando el Sanedrín judío me ***
declaro ofiCIalmente «blasfemo»?
iQuieres que r~ede m~s ~ún que las treinta monedas con que me Aunque hay una diferencia abismal entre tus caídas y las mías.
vendIeron y que mla avanCla de los sacerdotes quiso aceptar pata su Las tuyas se deben a una flaqueza física.
Templo?
Las mías son efecto de una debilidad mora\.
Cuando las turbas, a gritos, prefirieron a Barrabás, yo sentí que
me des~eñaban por debajo de los atracadores que matan y roban por En las tuyas queda a salvo, sublimada, tu inocencia.
los caminos. En las mías se manifiesta, y me delata, mi culpabilidad. Pero si
Herodes me proclamó loco y me vistió como tal; era arrancarle a esta diferencia está contra mí y me condena, hay otra diferencia a mi
Dios la razón y recluirlo, entre loqneros, en un manicomio. favor que me salva.
Tanto y tan bajo rodé. En mis caícbs se desploma un pobre hombre.
y lo que me resta aún en la cruz hasta que se desplome y caiga mi En las tuyas rueda por el suelo to(lo un Dios.
cabeza muerta sobre el pecho. Y es precisamente esa Divinidad caída la que compensa y equilibra
Pero alltes tendré que pasar por el misterioso rechazo de mi Padre las caídas de los hombres.
y sentirme hundido hasta el alm:1 en el abandono esencial sin saber La que perdona mi culpabilidad.
por qué...
La que me echa una mano y me pone de pie.
(fe extraña ahora que vacilen mis pies y caiga por segunda vez en La que se solidariza con mi debilidad y comparte mis fracasos.
el Vía-Crucis?
Porque en tus caídas, salvo la conciencia de culpa'y de pecado,
Tú quisiste experimentar todo lo que nosotros sentimos c~lando
*** caemos: la humillación de la impotencia, la vergüenza de la ~eblhd~d,
la verificación íntima de la limitación personal, y la mal11festaclón
pública del fracaso.
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Tú sabes lo que es pisar en falso, tropezar en lo imprevisto, calcular Lo más pavoroso y desolador en el hombre caído debe ser, Señor,
ma~ el paso, perder e! equilibrio, buscar apoyo y no encontrarlo, sentirse y saberse solo en su caída; solo y desasistido en su debilidad;
vacdar en e! abismo, cenar los ojos, fallarle a uno las manos y dar de solo y abandonado en su culpabilidad.
bruces, brutalmente, contra e! sue!o... Y esperar un momento, así La más trágica soledad debe ser la del hombre y su pecado, en el
desplomados, sin atreverse a movernos, a ver qué es lo que se me ha desierto absoluto de su impotencia.
roto. O si me he partido e! alma.
Pero desde que Tú caíste, Señor, nadie puede sentirse solo en su
T~ conoces e! sabor de! barro en tu boca, el escozor de! polvo en caída y su pecado.
tus OJos, la quemadura de! roce yel restregón en tu piel; ye! silbido
de la burla y la rechifla en tus oídos. T e adelantaste y caíste Tú primero.
Y todo esto, misteriosamente, ha querido saberlo y vivirlo la La sombra amorosa de tus caídas nos espera ya en todos los
Divinidad. caminos; en todas las esquinas y los cruces; en todas las cunetas, las
cuestas y los abismos.
Tus caídas suavizan y ablandan nuestras piedras, alfombran nues-
*** tros caminos, acolchan cariflOsamente nuestros golpes y tropezones.
Nadie cae solo. Nadie peca solo.
Yen esta segunda caída has querido experimentar una especial y Ya estaba allí Cristo, caído en tierra, para amortiguar el golpe.
más refinada expresión de la debilidad humana: la de caer sin cruz,
puesto que te la lleva e! Cireneo; caer sin la razón y el peso de una Para recoger nuestra debilidad en su fortaleza.
carga visible; caer porque sí, sin justificación que haga razonable la Para darnos su mano y ponernos en pie.
caída, que es un modo muy triste de caer; y que a veces, más de lo
que sospechan nuestros cálculos, experimentamos los hombres.
. Cuando los demás nos ven caer y rodar una y otra vez por e! suelo,
sin que aparezca una cruz visible que nos empuje; cuando parece, y
así lo juzgan, que caemos por puro capricho, porque nos da la gana;
porque no hacemos lo más m ínimo por evitarlo; al contrario, afirman
q~le disfrutamos ofreciendo a los demás, fi-ívolamente, el espectáculo
pllltoresco de nuestros tropezones.
Y Tú, Seflor, que caíste sin la justificación de una cruz visible,
sabes que hay otras cruces invisibles e interiores; ocultas y escondidas;
inconfesadas e inconfesables; secretas y mudas, que pesan y duelen
inmensamente más que las visibles, y que provocan unas caídas,
sueltas o en cadena, que a veces son trágicamente dolorosas.
¿Verdad, Señor, que no se cae por puro capricho? ¿Ni por e! gusto
de caer?
Gracias porque quisiste caer sin cruz.
Y gracias, porque tú conoces y pesas nuestras cruces inconfesac!as
y secretas.
* **
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y SEGUIRAN LLORANDO TODAS LAS MUJERES
DEL MUNDO
3ª Esl"l jl'm
Jesús habla a las hijas de Jerus'l!(·1I
Otra vez la presencia femenina en el Vía Crucis.
y en cada nueva y sucesiva actuación la mujer se va haciendo
más visible, más multitudinaria, más valiente y más clamorosa.
En esta marea femenina cada ola que avanza es más pujante e
Invasora.
Fue primero un discreto recado que la esposa invisible de Pilato
hace llegar a su marido tratando de evitar la condena a muerte.
Luego, resguardada en la sombra de la esquina y en la penumbra
de su manto, la mirada muda de 1\1aría, que quisiera ser vista
solamente por su Hijo; ya quien el Hijo prefiere contemplar El solo
para El sólo.
Después, la irrupción de la Verónica, desbordando la vigilancia
de los soldados, hasta invadir la zona prohibida y entrar en contacto
directo con el mismo reo.
y ahora, todo un grupo de mujeres, gesticulante y sonoro, que en
primera fila, ni se ocultan ni se recatan, para golpearse el pecho,
mientras prorrumpen, con lágrimas, en quejas y lamentaciones.
De nuevo la mujer vuelve a dar la medida arriesgada y valiente de
su anlOr.
Ya ser distinta del hombre.
Amigos ele Jesús había muchos entre el gentío. Pero anónimos,
escondidos y camuflados. Cada tillO en solitario y por su cuenta.
Tratando, mutuamente, de evitarse. Ignorándose todos. Con la
consigna táci ta de que allí nadie conoce a nadie. Desviando a tiempo,
no ya los saludos, sino las miradas; no sea que alguien -siempre hay
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alguien vigilando donde menos se piensa- trate de vincular y dolor de madres e hijas; se golpean e! pecho y juntas improvisan y
relacionar a uno con otro, en unas circunstancias en que todo grupo, lanzan al aire sus lamentaciones desgarradas y populares, entre ayes
aunque sea de sólo dos, puede ser sospechoso y, por tanto, detenido. y lágrimas, al paso de! Señor.
Los amigos de Jesús, cuando hay peligro, lo acompañarnos desde l\:fadres, esposas y herm~I:~s, que sobre aqu~l 'pobre reo, solo.y
lejos, sin unirnos, sin organizarnos, sin comprometernos. des~rehado.'. proyec~an la vlslon dolorosa y tragrea de su propIO
ma~rdo o hIJ<:, y le dlce~l, espontáneas e irrefrenables a Cristo, lo que
Las mujeres, en cambio, a pesar de! bulJicio y e! gentío, con un en. Iguales CircunstanCias, de verlo así arrastrado por la calle, le
instinto certero, se adivinaron las que sentían igual, se fuéron acer- gntarían a un ser querido.
cando y aproximando, hasta unirse y apretarse en un solo grupo; y
juntas, proclamar públicamente su dolor y sus lágrimas... Es e! corazón quien grita. El corazón de Jerusalén.
Porque es éste un grupo espontáneo que se improvisó y organizó N o la Jerusalén de! T emplo, la aristocracia o la cultura. Esa es la
entonces, en la misma calle, sobre la marcha, y que estaba formado que condenó a Jesús por medio de sus sacerdotes, sus doctores y sus
exclusivamente por mujeres que vivían en Jerusalén. fariseos.
Es San Lucas quien así lo hace constar expresamente; para distin- Es e! corazón femenino de! pueblo, inculto y hasta analfabeto,
guirlo de otro grupo, también de mujeres, pero todas de Galilea, que pero limpio y sano, como para conservar viva su capacidad de
desde su tierra se habían desplazado hasta Judea, siguiendo y acom- compadecerse y de compartir en la calle e! dolor de los demás.
pañando a Cristo; y que fieles y valientes persistirán hasta e! final en
e! Calvario, junto a la cruz de! Maestro. En los ayes de aquellas mujeres gritaban también las piedras de
Jerusalén.
Es todo un hecho sintomático y profético para la historia de la
Iglesia esta arriesgada presencia de dos grupos organizados de mujeres Al davárseme en [os oídos este «¡ay!» agudo y afilado de Jerusalén
en la Pasión de Cristo. Organizados por ellas mismas. Las mujeres que recoge San Lucas en e! Vía-Crucis yo comprendo e! porqué de
son las únicas que se mantienen organizadas. esos «ayes» lacerantes con que rasgan e! aire las Saetas de Sevilla.
En oposición a la cobarde desbandada de los hombres. Cristo, Es e! mismo Jesús que pasa.
desde hacía tres años, había estructurado, El mismo, oficialmente, un y es e! mismo pueblo que llora.
grupo escogido uno a uno, de doce, cuya lista documentada recoge
varias veces e! Evange!io. Grupo oficial, mimado, instituido y privi-
legiado por Cristo. * * *
Esta organización estructurada de los Doce se diluye en la Pasión.
Junto a la lista oficial de sus nombres elegidos se puede enfrentar, a Entonces sucedió lo inesperado e insólito.
doble columna, la lista negra de sus traiciones, ventas, negaciones y
abandonos. Al escuchar sus «ayes», Cristo se detiene; y con El, que es slIt'je,
queda frenada toda la comitiva. Se vuelve entonces hacia e! grupo de
Los grupos femeninos, los que las mismas mujeres organizaron las mujeres y les dirige e! más largo parlamento de toda la Pasión.
por su cuenta, un poco al margen, sin reconocimiento oficial, sin Tanto .más elocuente, cuanto que Cristo, e! Viernes Santo, aprieta
exigir nada de Cristo, conformándose con que tolerara junto a El su sus labIOS y adopta una postura hermética y muda.
presencia, aunque fuera a veces un poco alejada, discreta siempre, sin
disfrutar de la intimidad cor1stante y envidiada concedida a los Doce, Cuando hable será como forzado, a requerimiento de sus inter-
estos grupos femeninos son los fieles y valientes que dan la cara por pe!antes, para contestar -y no siempre- a sus preguntas, con las
Cristo en la hora de! riesgo y e! peligro. palabras medidas y escuetas.
Ahora, en esta Octava Estación, es e! grupo espontáneo de las Pilato, orgulloso, llega a perder los nervios y salta, molesto, ante
mujeres de Jerusalén. Las ha unido e! mismo elemental e instintivo s~ s:lenc:~: (~Y a mí, ¿:lC> me contestas?»
100 101
Herodes no logrará ni siquiera saber cómo es el timbre de su voz. Porque Cristo caminaba entonces, cerca ya de la Puerta Judiciaria,
por una calle paralela a la muralla de Jerusalén. A su derecha se
En cambio estas mujeres que no exigen ni esperan respuesta, que recortaba, contra el azul intenso y radiante de un cielo a mediodía,
no preguntan nada, que lanzan sólo en ,:,uelo lo~ ares de sus lamen- la silueta horizontal y dentada de las almenas, en el recinto noroeste
taciones al aire libre de Jerusalén, consIguen, SII1 pretenderlo, que de la ciudad.
Cristo les dedique su más extensa inteLvención oral en la Pasión.
La comitiva bordeaba en concreto el segundo muro. Detrás cíe él,
Un solo texto en que se unificaran todas las respuestas que Pil~to al norte, no muy distante, se erguía, sobre un terreno más elevado, la
consiguió arrancarle, no alcanza~í~ la dimens!ón espo.ntánea y flUIda tercera muralla, que a intelvalos asomaba sus almenas entre las casas;
de este mensaje tremendo y tragICo que CrIsto dedICa, de un solo yen la que se alzaban dos atrevidas y estratégicas torres militares. La
aliento, a las compasivas mujeres de Jerusalén. más alta y conocida se llamaba «Psefino». Punto neurálgico y vital en
la defensa de Jerusalén.
Larga la intervención. Pero desconcertante el contenido.
Entre desafiantes torres y afiladas almenas arrastraba Cristo su
Porque cuando uno esperaba de Cristo dulces y sun~isas expresio-
encorvada figura, cuando llegó a sus oídos el llanto de las mujeres y
nes de agradecimiento para el sincero coro de lamentacIones con que
sus desgarradas lamentaciones.
lloran las mujeres, se queda uno herido y pert~rbado por el torn~ de
Cristo sin acabar de clasificarlo como réplICa dura, como ansco Se detuvo. Trató de incorporarse un poco más para verlas, alzó la
desvío' o como aviso y amonestación de un inevitable y merecido cabeza y contempló la escena que le rodeaba. I
castigo que las espera. O las tres cosas al mismo tiempo. Era un auténtico escenario militar. Un recinto amurallado., Los
A los «ayes» compasivos ele las mJeres, parecen replicar otros soldados romanos vigilaban y mantenían el orden. Las puntas de sus
11
«ayes) amenazadores en Cristo. lanzas hervían al sol del mediodía. Un lejano clarín iba, a lo lejos,
abriendo paso a la comitiva. El caballo del Centurión resbalaba,
Dureza más hiriente y agresiva, si se toma en cuenta, la desolada nelvioso, en las pulimentadas piedras romanas. Lo cercaban gritos, 1I
situación del reo, que camina a rumbos, sin tenerse en pi.e; y que a chillidos, insultos, blasfemias. Por su frente abajo goteaban hilos de
pesar de todo, encuentra fuerzasyara rech~~r la compasl<;,l} que le
"1
sangre... Al nordeste, la torre "Psefino» se perfilaba amenazadora. Y
1
brinda, devolviéndosela a las mUjeres en tragICa amonestaClon. enfrente de El un grupo apretado de mujeres --madres, esposas, hijas, 1
lamentaciones.
Un análisis, situado en aquel preciso momento histórico de \i
¿Para qué más?
Jerusalén, con todas sus circuns.tancias, nos ~1~ce percibir el torno I
entrañable de voz con que CrIsto pronunCIo estas palabras y el Aunque Cristo no los necesitaba como Dios, todos aquellos
11
infinito latido de fraternidad redentora que su mensaje encerraba. elementos bélicos que le rodeaban, provocaron en su visión y fantasía
'1'
de hombre, la evocación de esa tragedia inevitable que atormentaba
I
siem pre su sensibilidad y que amenazaba inexorable a Jerusalén. La
* * * destrucción de la ciudad por los romanos el año 70. \,1
volviéndole el cielo al aire libre, para reconstruIr el autentICo esce.nano ser precisamente el escenario decisivo en que se jugaría el asalto
histórico de esta Octava Estación. Y con él una clave para su Inter-
pretación.
decisivo a la ci udad. Desde esta Torre «Psefino» tomada previamente
por los romanos se apoyaría toda la acción guerrera. Y en este muro
103
¡:'1
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111
se abriría la brecha por donde se desbordaría en la ciudad sitiad~, ¿Por quién lloran, entonces, esas mujeres?
in undándola y conquistándola, el torrente devastador de los SI-
tiadores. Dentro de la ciudad, asediada implacablemente y reducida al
espacio interior de sus nturallas empezaron a amontonarse los
El asedio primero, el asalto y la conquista después, iban a ensan- cadáveres. Jerusalén ya no tenía ni tierra para enterrar a sus muertos,
grentar todas estas piedras. que amontonados en todas partes se convertían en aUlénticos
¿Por quién lloraban, entonces, esas mujeres? enemigos mortales de los vivos que quedaban. Los muertos podían
desencadenar otra guerra peor: la peste. Había que deshacerse de ellos.
¿Por Cristo, por ellas mismas, por sus hijos, esposos y hermanos? y los judíos decidieron arrojarlos, al amparo de la noche, por las
La sabiduría de Dios y la visión profética de Cristo, superponían, puertas de la ciudad que se abrían en alto sobre el campo. Flavio
como tantas veces, los planos y los escenarios, el presente y el futuro, Josefa transcribe una cifra increíble: en menos tres meses fueron
la sangte de hoy la de mañana. Para el Dios-Hontbre, todo era arrojados fuera más de cien mil cadáveres ... Los judíos muertos
presente en la perspectiva divina y profética; todo le dolía y lo padecía dentro de las murallas se pudrían así junto a los judíos que habían
ya de antemano en su exquisita sensibilidad humana, miste- sido crucificados fuera de la ciudad.
riosamente unida a su divinidad. -¿Por quién lloran esas mujeres?
¿Por quién lloraban, entonces, esas mujeres? Con el asedio apareció el hambre en la ciudad maldecida. Y con
¿Por El? ¿Por ellas? el hambre los robos y los crímenes. Para culminar en un hecho tan
macabro y degenerado que desbordó, como noticia, las murallas de
Porque muchas de esas ntismas madres, esposas, hijas y hern~anas, Jerusalén y llegó hasta los oídos atónitos del mismo etuperador
iban a apretarse dentro de treinta y tantos años, en otro coro Igual, Tiberio.
sobre estas mismas piedras de Jerusalén, para llorar y lamentarse.
Aflrnta el historiador judío Flavio Josefa que un día unos soldados
Mientras oía sus lamentaciones, Cristo vivía ya anticipadamente, pasando de vigilancia por una calle de Jerusalén sitiada, percibieron
unida y vinculada a su Pasión, la destrucción de Jerusalén; y sus a través de la puerta un insólito y apetiroso olor a carne asada que les
escenas trágicas, se proyectaban, como relámpagos, .s~bre aquellas sedujo y detuvo al instante. Llamaron insistentemente a la puerta y
piedras y aquella multitud que lo acompañaba al su p]¡CIO de la cruz. al ver que nadie quería abrirla, los soldados hatubrientos la derribaron
La guerra de Jerusalén duró tres años. y le exigieron a la dueña de la casa, única moradora, que los convidara
a aquel festín de carne asada. Cuando la dueña cedió a su violenta
Pero los últimos cinco meses de asedio, apretando y ahogando a exigencia y les presentó la carne, los soldados, trastornados yempa-
la ciudad hasta estrangularla superaron las más sádicas fantasías.
vorecidos huyeron corriendo... La mujer acababa de asar a su hijito
Las descripciones que el historiador Plavio Josefa nos dejó de de un año y se lo estaba comiendo. Y la madre, puntualiza Flavio
aquellos cinco meses de asedio, las vivía hora Cristo dolorosamente. Josefa, se llamaba María...
Los romanos crucificaron a todos los judíos que de una u otra ¿No es lógico que esas mujeres se golpeen en pecho y que griten
manera caían en sus manos. Eran rantos los condenados a ser cruci- sus lamentaciones entre las piedras de Jerusalén?
ficados que ya no encontraban troncos donde clavarlos; todos los
Esto es lo que veíaJ esús en esta Octava Estación de su Vía-Crucis
árboles de los alrededores de la ciudad habían sido ya talados para camino del Calvario.
convertirlos en cruces. Habían agotado la madera.
Con esta pavorosa visión profética en el corazón y en los ojos les
Dentro de poco en el Calvario se alzarán tres cruces. Cristo
habló a aquellas pobres mujeres que lloraban por El, inconscientes
presidirá ctucificado en medio.
de su propia desgracia, sin sospechar siquiera el futuro trágico que las
Pero en el año 70 Jerusalén estará cercada y ceñida por una muralla aguardaba: «No lloréis por lni. Llorad, mejor, por vosotras y por
de hijos suyos crucificados por los romanos. Jerusalén tendrá una vuestros hijos.»
gigantesca corona viva de cruces hincada en su cabeza.
Aquelhs mujeres no enteDdhn del todo lo SU~ Cristo I~s S'.lerÍ:1
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decir; pero el tono de su voz; d misterio de sus palabras y el aspecto Treinta y tantos años más tarde empezaron a entender-aull<jlJ("
de su figura las fLle impresio:lando de tal modo que se fueron n~nca de! todo-- sus palabras ?esconcertantes que a lo largo de esm
apagando las lamentaciones en S~IS labios. anos alOjadas en su rnemofla y en sus corazones, habían id"
Hasta quedar mudas y atónitas sin poder dejar de contemplarlo. p~el?ara~do y fortaleciend? a aquellas madres, esposas e hijas, P;lI;1 el
dla mevltable de la tragedIa.
Su figura oscilante y medio encorvada no podía tenerse en pie; su
rostro parecía el de un boxeador vencido a quien su contrario se hartó . :uando ésta llegó supieron agradecer el mensaje redentor que LIS
de golpear a mansalva: un labio roto, los pómulos amoratados y deJO e! Maestro cuando pasaba aquel Viernes camino del Calvario.
sangrantes, los párpados tan hinchados que apenas' podía abrir los
ojos. Su mirada llegaba a las mujeres a través de dos rendijas desiguales
y oblicuas. Su voz, enronquecida y velada salía arrastrándose, por su * * *
garganta reseca y polvorienta. Y decía:
-No lloréis por mi. Llorad, mejor, por vosotras y por vuestros . y también nosotros, Señor, te lo agradecemos hoy, después de dm
hijos. mI! afias. Porque también entonces nos hablaste a nosotros.
Sí: seguían con~padeciéndolo. La Octava Estación fue la Estación de la Guerra.
Pero empezaban a sentirse asustadas y amenazadas. Para aquellas mujeres, su guerra en concreto, fue la de Jerusalén,
e! año 70, en la que no quedó piedra sobre piedra.
No gritaba ni vociferaba como un energúmeno.
Pero la guerra ha seguido, y seguirá, presente en e! mundo.
En su infinita debilidad había una realeza y una majestad que las
subyugaba. La visión de Jesús no se quedó estancada en e! año 70. Su mirad;¡,
que b.arre toda la historia, tuvo también presentes y vivas, en aquella
Su voz, que era un soplo casi inaudible, se les clavaba con la EstaCIón todas las guerras de los hombres.
firmeza certera de un dardo.
Aque! grupo de mujeres iba cambiando vertiginosamente de cara,
y por las rendijas, con sangre y polvo de sus ojos, salía una luz que
de ~tuendo, de época. Adquirieron sucesivamente los rostros, las
bañaba las conciencias e iluminaba el futuro:
faCCIOnes y los colores de todas las razas. Sus labios se lamentaban ell
-Si en lefio verde se hace esto; en el seco, ¿qué se hará? todas las ,lenguas q~e, h~blan. todos los hombres. Lo único que
per~nanecla en ellas, IdentI<~o Siempre, era e!lJanto. Porque todas las
¿Serían así los profetas?
mUjeres de! mundo lloran Igual; con el mismo desgarrador descon-
El había afirmado cuando predicaba que El era más que los suelo, cuando la guerra les arranca a sus hombres -hijos, maridos,
profetas. Parecía verdad. hermanos- brutalmente de sus brazos.
Si no estuviera tan maltrecho y desfigurado podría empezarse a Cristo lo sabía muy bien. Acababa de ver llorando desconsolada
sospechar si pudiera ser tal vez e! hijo de Dios. en el q~icio de una esquina a su propia Madre al ver cómo arrastraban
a su HIjo a la guerra más injusta y despiadada: la de! odio substancial
en el Calvario.
* **
Por eso Cristo sUl~o juntar y hermanar en su visión y en sus
El Centurión tenía prisa y urgió la marcha. palabras a todas las nllIJeres y a todas las guerras, junto con su propia
Madre, María.
J~sús miró agradecido a las mujeres de Jerusalénen y continuó su
cammo. En la Octava Estación del Vía-Crucis retumbaron, lejanas y
presentes, todas las guerras de la historia.
Pero ellas ya no podrían olvidar jamás los ojos dulces e irresistibles
de aquel hombre, su voz inquietante y misteriosa. El suelo que pisaban los pies desnudos de Cristo se estremeció
10G lO;
con el temblor de todos los bombardeos; y la trepidación se le subió Cristo arrimó su leño verde a nuestra leña seca.
cuerpo arriba hasta su cerebro. Hermanada: abrazada y junta, toda la leña, inocente y culpable,
Escuadrillas ensordecedoras de aviones destructores ensombrecie- verde y seca. DlOS ha aceptado una sola hoguera.
ron el aire de Jerusalén que quedó desgarrado en tiras incandescentes. En el centro está su Hijo.
Cristo sentía que le faltaba el oxígeno para seguir respirando. Se
allOgaba. La leña seca lo envuelve y lo rodea.
Miles de bombarderos dejaban caer bombas de azufre, de napalm, Todo arde, se quema y se abrasa. Cristo y los hombres. La
de gases asfixiantes yesterilizantes. inocencia y el pecado. El justo y los rebeldes.
y un hongo gigantesco se alzó sobre Jerusalén y se abrió sobre El fuego, que empezó siendo castigo, acaba convirtiéndose en
ella como un anuncio profético de explosión y radiación atómica. Un purificación transformadora y purificante.
eco lejano recordaba: «Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise cobi- Porque Cristo tiene el poder y la fuerza de convertir el fuego de
jarte bajo mis alas como la gallina a sus polluelos; pero tú no quisiste», castigo en llamas de amor.
porque Jerusalén representaba para Cristo el amor que El tenía a
todos los hombres y todas las ciudades del mundo. ~s~e es el se~reto de su redención: hacer que nuestros dolores
partiCIpen también de su eficacia transformante.
Sopló un viento pestífero que barrió la visión del hongo atómico;
su olor provocaba náuseas: olía a carne humana asada en los hornos Octava Estación. Toma, Señor, nuestra leña seca, amontónala
crematorios... sobre tu tronco verde y que el fuego redentor de esa hoguera ilumine
purifique y redima al mundo. "
El odio de la guerra seguía devorando y consumiendo a los
hombres. Un día dijiste:
¡Cómo no iban a llorar y lamentarse aquellas mujeres, y las del -Yo he venido a traer fuego a la tierra. Y, ¿qué he de querer sino
año 70 y las de todas las guerras en todos los tiem pos! que atda?
Aquí está nuestra leña seca.
Préndele fuego ..
***
y abrasa al mundo en tu amor.
Cristo terminó su mensaje a la humanidad en la Estación de la
Guerra, con una frase misteriosa, que es al mismo tiem po una teoría
divina, una iluminación trascendente y una sublimación redentora.
Y les dijo a las mujeres:
-Porque si en el leño verde se hace esto, en el seco, ¿que se hará?
El tronco verde, jugoso de savia, refractario y rebelde al castigo
del fuego, ya que no tiene pecado, es El.
La leña seca, que cargada de pecados e inj usticias, atrae y reclama
la venganza de las llamas, somos los hombres.
Pero Cristo, el leño verde, quiso, voluntariamente, aunque con la
protesta chirriante de su savia inocente, consumirse en un castigo que
no le correspondía y ser pasto de un fuego injusto, para solidarizarse
con nuestros pecados.
lOS 109
LOS LADRONES, MAS FUERTES,
NO CAYERON NUNCA
9ª Estación
Jesús cae por tercera vez
y CON ésta, Señor, ya van tres caídas.
¿No te bastaba con dos?
Ya sé que Tú querías subrayar tu debilidad para acercarte más a
nosotros y que te sintiéramos así, de verdad, hermano nuestro.
Comprendo que el número dos, aunque en la repetición reitera
la caída, no es tampoco demasiado elocuente, pues un segundo
tropezón puede achacarse a una mala suerte o a una pura casualidad.
El número tres, en cambio, ya es otra cosa; tres caídas ya son una
afirmación rotunda y convincente. Caer tres veces no es una sim pie
casualidad. Tres caídas son un testimonio evidente de tu debilidad
que nos convence a todos.
El número tres ya deja abierta y sin límite alguno la posibilidad
de más caídas; que, por otra parte, no es necesario que se realicen.
Bastan estas tres.
Te acercan a nosotros. Nos parecemos, Señor. Te suceden las
cosas igual.
A nosotros jamás nos viene una pena sola; en cadena.
Ni sólo una desgracia o un fracaso; en serie. O en aluvión.
Cuando se ponen las cosas mal hay que prepararse: todo se pone
mal.
Las calamidades nos caen encima por rachas; y siempre acom-
pañadas.
113
Por eso te agradecemos más esta Tercera Caída, en e! umbral Por eso Tú eres e! único que rueda vergonzosamente tres veces
mismo de! Calvario, a punto de llegar, cuando hubieras podido por e! suelo, mientras tus dos compafleros de condena y de suplicio
evitarla fácilmente con un poco de interés y de esfuerzo. recorrieron firmes todo e! trayecto desde e! Litóstrotos hasta el
Gracias, Señor, por e! número tres de tus caídas. Calvario.
Con qué desprecio te mirarían a Ti, que no eras capaz de guardar
*** e! equilibrio.
Les dabas motivos para que comentaran:
El esquema actual y definitivo de! Vía-Crucis que ha llegado hasta -Y, ¿eres Tú e! Profeta, e! rey de los Judíos, e! que puede
nosotros, superando todos los vaivenes y modalidades de distintas reconstruir el Templo en tres días? ¡Tres días! Lo que sí puedes de
épocas y tradiciones. conmemora sólo tres caídas, que es e! número verdad es tropezar y caer de bruces tres veces en una sola tarde. Si cle
mínimo entre las diversas cifras, que de las caídas de! SeÍlor con- verdad eran auténticos tus milagros, ¿por qué ahora ni siquiera te
memoraban otros Vía-Crucis. Había diferentes itinerarios, para to- aguantas de pie? Es más fácil que multiplicar los panes y los peces,
dos los gustos y devociones, donde e! número de caídas oscilaba desde resucitar muertos, o caminar sobre el mar. Falsario, cuando no pisas
tres hasta treinta y dos. En muchas tradiciones se insistía en siete seguro ni sobre tierra firme. Qué bravo y dlll'o estuviste con las
caídas, buscando la apoyatura consagrada ya de la cifra bíblica. mujeres que se compadecieron de ti. Pero sólo de boca. Valentía de
palabra". Los hombres de verdad lo demuestran con las obras. Y la
, Tal vez con e! ntimero de treinta y dos, más que e! recuento de
primera es caminar derecho. Sin dar traspiés como un borracho. Y
las caídas de Cristo se pretendía que e! cristiano se enfrentara con e!
eso que has conseguido desentenderte cle tu cruz y largársela a otro
ntimero y e! cómputo de sus inllumerables -y olvidadas- caídas
personales. Por desgracia, ¿quién puede dar la cifra exacta de sus por las buenas...
pecados? ¿Quién se atreve a afirmar que no pasan de treinta y dos? Y los dos ladrones sacaban m'ás e! pecho; y tratando de demostrar
De todos modos, para avergonzarnos -y para perdonarnos- que su cruz para ellos no tenía importancia, caminaban erguidos y
basta una sola caída de Cristo. No importa e! número. derechos, despreciando como a un señorito burgués y sin reaÍlos a
aquel pobre hombre que ya iba por la tercera caída.
Nuestro actual Vía-Crucis demuestra, una vez más, que ha pre-
valecido el sentido sobrio, Cé'rtero y sabio de ese número tres. -Aquí los tinicos fuertes somos nosotros dos. Mala suerte nos
tocó con b cOlnpaflía de este desgraciado que no aguanta derecho ni
cuatro pasos seguidos.
***
* * *
. En tu Vía-Crucis, Señor, hay un buscado y repetido ritmo tema-
no.
Tres condenados a muerte. Y era verdad.
Tres cruces. Y tres caídas. Los hombres eran los fueltes. Dios era el que tropezaba y caía.
Lo lógico hubiera sido un reparto equitativo: una cruz y una caída La injusticia, la culp;t y e! pecado caminaban derechos.
para cada uno de los condenados. La inocencia y la justicia rodaban por e! suelo.
Pero tú mismo eres el mal repartidor. Como tantas veces. Como siempre.
Tu cruz la compartes -y se la cargas- a Simón de Cirene, Y los ladrones, reafirmándose en su fortaleza, se reían y burlaban
orgullosos ¿e Dios.
Yen cambio Tú sólo acaparas las tres caídas: la tuya propia y las
otras dos que debían distribuirse entre los dos ladrones. -Naé0::'G3 n0 nos caemos. Somos más fuertes.
114 115
En los caminos de la vida, miemras Dios sigue cayendo, es fácil Por eso era necesario que Pedro, tu primer Papa, cayera también
cruzarse y caminar al paso, con hombres, que insuficientes y orgu- tres veces.
llosos, se atreven a repetir la misma desafiante afirmación:
Porque andaba alardeando en público -un poco como los dos
-Mire, usted; yo no tengo de qué arrepentirme. Ymenos, de qué Iadrones- de que él era fuerte y no habría quien lo tumbara:
confesarme. Yo no tengo ningún pecado.
«Aunque todos, ¡yo no!»
y se estiran más en su arrogante verticalidad, mientras desprecian,
desde su altura, a los que reconocemos nuestros pecados. y ya veía a los demás Apóstoles rodando por tierra, mientras él
sólo se mantenía en pie.
-Se lo repito. Yo no he cafdo nunca. Soy honrado. ] usto, Yo N o
he robado ni matado a nadie. Con un Papa así, bravucón y un poco chulo -¡aunque todos yo
no!- tu Iglesia no podía ir a ninguna parte.
No hay peor pecado que el de soberbia. El más refinado.
y menos al Calvario, que es, a fin de cuentas, su destino.
Ni más peligrosa caíc!:t que la del orgullo.
Pedro necesitaba medir el suelo.
La caída del soberbio no se ve; no cae hacia abajo, manchándose
su carne con polvo y barro. El soberbio cae hacia arriba, tratando de y se vino abajo a la primera.
usurparle a Dios el sitio; y manchando su cerebro con los mentirosos T res veces seguidas.
resplandores de una robada impecabilidad.
N o lo tumbó ninguno de los Apóstoles, que él veía ya derrotados.
En la caída hacia abajo, por muy alta que sea, pronto se toca tierra, Ni Un soldado fornido. Ni siquiera un hombre.
y se palpa en el choque, dolorosamente, la propia debilidad.
Para tumbar a Pedro bastó el simple empujón, ingenuo y sin
En la caída hacia arriba, el abismo es tan profundo, que a veces malicia, de una criada.
no se toca fondo.
y para colmo, como los cobardes y los bocazas, cayó echando
y se vive en perpetua caída pensando que se crece más; porque no juramentos.
ha llegado el choque todavía.
Pero Tú estabas al quite. Pasaste por donde Pedro estaba caído,
En la caída hacia abajo, el golpe contra la tierra despierta nuestra lo miraste, y lo levantaste con los ojos.
humildad. Y estamos salvados. Abrimos los ojos.
¿'No te levantó a Ti también de esa manera, con el imán de su
En la caída hacia arriba crece nuestro orgullo y se depura, refinada, mirada, tu Madre, María?
nuestra soberbia, más ciega cada vez.
Pedro, ya en pie, rompió a llorar.
El hombre cae hacia abajo, se descalabra; y humillado, puede
volver a levar1tarse. Dios le echa una mano. El hombre que llora como Pedro ya tiene en su llanto una garantía
para no reincidir en su caída.
Satanás cae hacia arriba, pensando siempre que sube, y en ese roce
vertiginoso, su orgullo incandescente se abrasa y consume en su El hombre que llora como Pedro, ya no desafía a los demás:
propia adoración. <aunque todos, yo no».
Su soberbia lo ha aislado. Está trágicamente solo. El que llora como Pedro se mezcla fraternalmente con sus herma-
nos y se solidariza con ellos: «Yo también.»
Gracias, Señor, por nuestras caídas. Con polvo, con sangre, con
roturas y descalabros. Ese era el Papa que Tú necesitas y buscabas.
En ellos aprendemos nuestra medida exacta: la pequeñez y la Ya lo tienes: gracias a sus tres caídas.
debilidad, al medir, con nuestro pobre cuerpo, la tierra y el barro.
Que quedaron equilibradas y compensadas con las tuyas. Tam-
* * * bién tres.
116 117
Luego, ya resucitado, acabarás con tres exigentes y dolorosos Ante la Iglesia caída no cabe más que una reacción fIlial: la de
tirones hasta la altura del amor:
acercarse a ella con infinito cariño y comprensión; y ayudarla
-Pedro, ¿me amas más que éstos? amorosamente a levantarse.
Pero Pedro, escarmentado de sus desafort~nados alardes ya no se Sin entbargo, hoy parece surgir en sus mismos hijos, otra reacción,
atreve a hacer juramelltos. Ni siquiera de amor. triste y desconcertante.
Desde sus huesos, todavía doloridos por los tres revolcones de sus Son muchos, los que viéndola por el suelo se acercan a com probar,
caídas, le dicta su humildad esta auténtica formulación cristiana: medir y veríficar, todos los detalles agravalltes del resbalón y del
-Seííor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. descalabro. Y levantan acta, cuyas copias distribuyen, divulgan y
publican. Se encaran con ella y llegan a acusarla y denigrarla.
Ya que he de caer, enséflallle esta ciencia, Señor.
Justifican esta conducta, afIrmando que lo único que pretenden
Quiero aprender de Pedro. es levantarla del suelo, alzarla en pie de nuevo, y ponerla en concli-
Pongo en tus manos mis tropiezos y resbalones. ciones de realizar las exigencias evangélicas que le marcó Cristo.
Señor: porque T LI sabes y mides mis caídas, sabes también y mides Absurda y desnaturalizada táctica en un hijo, tratar de levantar a
lo que hay en mí de amor. su madre caída, entre insultos, críticas negativas, condenas y malos
tratos.
Cuando de rodillas, en pleno zoco de Jerusalén conmemorábamos
** * la Tercera Caída de Cristo, acertó a pasar por la calle un árabe
conduciendo un asna viejo que transportaba en dos serones una
La Iglesia nació en el amor y la humildad. desmesurada carga de lefla. Los que hacíamos el Vía-Crucis, nos
apretamos de rodillas, julltándonos un poco más para dejar paso al
Porque Cristo sabía que su Iglesia, igual que Pedro, su primer asno.
Papa, seguiría cayendo.
Yo no sé si el animal se asustó ante el rumor de la gente que rezaba;
Su histoi'ia es un camino. Como el del Calvario, donde se suceden yo no sé si resbaló en aquellas piedras pulimentadas y gastadas por el
las caídas.
uso; el caso es que el pobre asno se vino al suelo, con toda su carga
Cris~o, que f~e delant,e, c~yó tres veces aquella tarde. ~a Iglesia; de lefla.
que lo sIgue de tras; ha caldo lllnumerables veces en los velllte siglos Ante el animal caído, su dueflo reaccionó furiosamente y comenzó
de su Vía-Crucis.
a pegarle con una fusta en sus pobres ancas, despellejadas y secas,
. La I~lesia es Cristo, encarnado otra vez y presente, en ese orga- mientras profería sonoras y malhumoradas interjecciones en árabe,
lIlsmo VIVO que forman sus obispos, sus sacerdotes, sus fieles, sus que alternaba con golpes y puntapiés.
vírgenes...
El animal, pegado al suelo y aplastado por la carga, se estremecía
Hom.br~s, todos; con todas las consecuencias y debilidades de de dolor y de miedo.
nuestra lllnnada y vulnerable humanidad: equivocaciones, egoísmos,
tanteos, traiciones y pecados. Yo me acordé, inevitablemente, de Cristo.
. Por eso la historia de la Iglesia no es precisamente un desfile ¿T ratarían de levantarlo los soldados, igual que el asno, entre
trlLlnfal con palmas y aleluyas: sino un Vía-Crucis interminable, con insultos, gol pes y patadas?
tropezones y caídas. y también me acordé de nuestra madre la Iglesia.
y nadie puede quedarse indiferente, ya que es nuestra madre, al y me dolió en el alma, el que a muchos no les duela, cuando la
verla por el suelo. insultan y golpean para que se leva,nte.
118 119
A tu Iglesia caída, Cristo, hay que tratarla con amor, igual que a
Ti: porque Tú eres la Iglesia.
LA VENDA QUE DEFIENDE NUESTROS OJOS
y encarnado en tu Iglesia -en nosotros- tú sigues caminando
por la historia en el eterno Vía-Crucis de la Vía Dolorosa.
10.ª Estación
Jesús es despojado de sus vestidos
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JERUSALÉN es una perpetua y desconcertante sorpresa.
¿Cómo iba yo a imaginarme nunca que la más adecuada
preparación para meditar y comprender la Décima Estación del
Vía-Crucis iba a ser un paseo previo a lo largo de la más bulliciosa
calle comercial de Jerusalén, sumergido, y casi náufrago, entre tien-
das, reclamos, gentío escaparates?
Así fue.
Ya había sido una sorpresa el que nuestro Vía-Crucis, en las tres
últimas Estaciones recorridas -siete, ocho y nueve- transcurriera
en pleno «Bazar», en la calle Tarik el Amud. Nunca sospeché que un
Bazar oriental pudiera convertirse en escenario para un Vía-Crucis.
De todos modos, jamás, antes, se me hubiera ocurrido dar a nadie
este consejo: si usted quiere vivir y comprender mejor la Décima
Estación, dése primero un buen paseo, de tiendas y escaparates, por
la Quinta Avenida, los Campos Elíseos, la Gran Vía madrileña...
recorra antes la más tentadora calle comercial que tenga a mano.
Después, reflexione, medite, y abra los ojos para contemplar a Cristo
desnudo, despojado de sus vestiduras. Será distinto.
Así lo experimentamos en Jerusalén.
Habríamos recorrido, como en un tercio de kilómetro, el Bazar
de la ciudad vieja. Eramos un río lento, entre dos orillas de comercios.
N uestro caminar, pausado y procesional, era un moroso deambular
entre tiendas y escaparates, como si fuéramos de compras. Con
estratégicas paradas que permitían observar detenidamente tantos
objetos tentadores como solicitaban nuestra atención.
Esa marcha lenta ofrecía un fácil blanco a todos los reclamos
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-oídos, ojos, olfato-. En aquella calle abovedada se concentraban dad, envueltos y ocultos por las sucesivas cargas de cosas que nos
más agresival~ente todos los característicos olores orientales, que en echamos encima, esclavos de nuestra ambición.
oleadas sucesivas o en una marea simultánea nos iban envolviendo:
Cosas, cosas, cosas...
perfumes y esencias, fuertes y aceitosos; confites dulzones; café turco
p;rfnm~do; nuez moscada, menta, clavo, azafrán, ajonjolí... Y aquella
rafoag~, .1~1tensa y recon~ortante, cuando una de nuestras paradas
coltlCldlO ante una carpll1tería en cuya interior penumbra estaban
** *
aserrando m~dera (~e cedro. Nunca imaginé que, en la madera pudiera
apretarse tallnterlSldad de perfume... Cuando llegamos al Calvario, en la Décima Estación, nos encon-
Poseídos ya por la marea de los olores, nos cercaba simultánea- tramos a Cristo, desnudo, sentado en una roca.
mente, la invasión irresistible de los objetos, sobre todo los exóticos, Los soldados, cumpliendo las normas romanas que regulaban el
que desde la inmovilidad de sus escaparates, ponían en movimiento suplicio de la crucifixión, habían despojado a Cristo de todos sus
nuestra curiosidad primero, nuestro deseo y ambición después; la vestidos y desnudo esperaba pacientemente se ultimaran todos los
plata, el marfil, el nácar y el jade con todas sus formas y volúmenes; preparativos para acostarse en la cruz y ser clavado en ella.
las esmeraldas y los brillantes con sus guiños tentadores; los rasos y Así lo encolltramos, sentado en una piedra, desnudo a la intem-
los brocados; las alfombras persas; las sedas y los damascos; las perie, tiritando de fiebre y de vergüenza.
babuchas puntiagudas, los chales bordados...
A sus pies, en el suelo, yacían, en un leve montón, sus vestidos,
, Evidentemente nosotros entonces ni comprábamos ni adqui- que ya no eran de El, pues pasaban a propiedad de los soldados que
namos nada porque ~stábamos conmemorando religiosa y devo- ejecutaban la sentencia.
tamente el Vía-CruCis; nada nos llevábamos en las manos, no
salíamos del Bazar con ningún paquete visible. Así lo encontramos, desnudo, los que llegábamos cargados y
abrumados de cosas y cosas, en los ojos, en los deseos, en los
Pero inconscientemente, en nuestros ojos se había ido amomo- propósitos, en la ambición...
na?do y almace~lando tantos y tant~s objetos tentadores, que
salramos con mediO Bazar en nuestra puprlas; yel propósito de volver, Nos dio inmensa vergüenza.
en mejor oportunidad, para comprar determinados regalos. Sen- El nos miraba con infinita pena y compasión.
tíamos que una :~~ más se había despertado en no~~tros, tensa y
dolorosa, la ambiCian de tener, de comprar, de adquirir, de poseer, y empezamos a tratar de despojarnos de todo lo que amon-
de coleccionar. tonábamos en nuestros deseos y ambiciones, para quedarnos, ante
Cristo desnudo, solamente con lo que llevábamos puesto.
Cosas, cosas, cosas...
N os parecía que era la única manera, un poco digna, de com pare-
La ambición de las cosas, que como otra cruz, carga sobre nuestras cer ante cristo: «Con lo puesto.» Sin más.
espaldas, fi'enando y oprimiendo los vuelos del alma.
Comprendimos que esa frase podía servir para expresar la sencillez
Porque así regresamos siempre después de asomarnos a los esca- y disponibilidad cristiana que exige el Evangelio: «Vivir con lo
parates: abrumados por la carga invisible de cosas que nuestra am- puesto», frente a los cálculos insaciables, jamás satisfechos, de la
bición ha colgado de todos nuestros sentidos. ambición y el egoísmo.
No podemos con tantas. ¿Qué menos que presentarnos ante Cristo sólo con lo puesto,
cuando a Ellos soldados le habían quitado hasta lo puesto y sin nada
Se nos van cayendo en el camino. ya que ponerse encima esperaba desnudo para ser puesto en la cruz?
Van chorreando las cosas desprendidas de nuestro cuerpo. Así había llegado Cristo al despojo total.
Son tantas, que desaparecemos, en nuestra libertad y personali- A lo largo de todo el proceso de la Pasión le han ido arrancando
124 125
sus más elementales derechos, desnudándolo de sus más esenciales Qué espectáculo, Cristo, si todos los que nos l1amamos cristianos
prerrogativas humanas y divinas. Despojado y desposeído en su y nos enorgullecemos de serlo, tuviéramos que ir pasando, ¿e uno en
persona, jurídica y divina, absolutamente de todo, solamente le uno, por la explanada del Calvario para ir colocando. delante de Ti,
quedaban unos pobres vestidos para cubrir su cuerpo. Y se los desnudo en una roca, todas nuestras cosas: propiedades, riquezas,
arrancaron también para consumar el expolio. cosas...
y esperaba, desnudo, que lo crucificaran. Qué vergüenza y acusadora huntillación para muchos.
Qué confortable consuelo para otros: muy pocos.
*** Qué confusión y contraste para la mayoría. Casi todos.
Porque la cima achatada del Calvario es una pequeña explanada
Te lo quitaron todo, Cristo.
donde cu pieron las tres Cf\lces y un sepulcro, recubierto hoy todo por
y me acordé de los presos, que al ingresar en la cárcel son obligados una sola cúpula, en la Basílica circular del Santo Sepulcro.
a desnudar~e y despoj~rse de to~las sus pertenencias. Claro que a los
Muy pequeña tiene que ser una finca para que quepa en la
presos les visten su traje carcelario yen ulla lista documentada consta
explanada del Calva:io sin desbordarla.
todo lo que elltregaron para devolvérselo en su día con la libertad.
Tu despojo es infinitamente mayor y definitivo. Quien tenga varias fincas lo vence y supera cumplidamente.
Me acordé de una familia a quien la justicia humana habrán . Los grandes terratenientes disponen de terreno para cubrir y
embargado todos sus bienes y arrojado de su casa. El matrimonio y recubrir innumerables veces el Calvario.
tres hijos pequeííos empujaban, calle adelante, en un carromato, unas Medimos las tierras por áreas, por kilómetros, por días de bueyes.
camas y unos colchones. iA dónde irían?
Los cristianos podríamos arbitrar otra original unidad de medida:
Tu embargo fue total: hasta los vestidos. un Calvario.
Me acordé de aquella niíía que lloraba sola junto al río desbordado ¿Cuántos Calvarios miden tus fincas? iCuántos Calvarios tienes
sent~(!a tan~bi~n. en una riedra. Con su dedo trataba de seííalarme en tierras, fincas y posesiones?
un SItIO, ya Illvlslble, en e agua. Allí había estado su casa. La riada se
lo h.abí~ llevado todo. También a sus padres. No tenía nada, ni a Lo triste sería que encima alguna de esas fincas sirviera efecti-
nadie. Estaba sola. Y lloraba sentada en una piedra. vamente de Calvario para alguien. Con crucifixión y muerte. Moral
o económica.
Me acordé del arruinado, que todo lo perdió y está en la calle.
N o nos caben las fincas, Cristo, en tu explanada.
Del jubilado, que desposeído de su tobajo, siente que le falta una
razón para seguir viviendo. Ni las cosas, ni los pisos, ni los chalés de verano y vacaciones. Lo
invadimos y ocuparnos todo.
Del anciano, que abandonado por sus hijos en un asilo, se sienta
solo al sol, a ver si se le calienta un poco el alma que tirita de frío. ¿Dónde aparcamos entonces el coche en el Calvario?
Cristo desnudo, sentado en una roca, a la intem perie del Cal vario. O los coches. Porque la esposa y los hijos disponen del suyo propio
e independiente.
iVerdad que pensabas en todos ellos mielltras tem blabas de fiebre
y de vergüenza? Tendrás que apartarte de esa roca donde estás sentado en tu
¿Verdad que te sigues sentando, compañero invisible y fraternal, desnudez y buscarte otro sitio para dejar espacio a nuestra invasión
haciéndoles compaííía, junto a todos los abandonados, los despo- de cosas y cosas.
seídos y los despojados de la vida? Ante tu despojo absoluto, desplegamos, Cristo, el alarde de
nuestras vajillas extranjeras; el destello de nuestra plata -al sol del
*** Calvario tal vez te hiera los ojos y el corazón-; el lujo de ::uestras
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porcelanas y marfiles; la exhibición de nuestros cuadros; el capricho Hasta secarse un día quedar como tú, desnudos, en la soledad y el
costoso de nuestras colecciones... Y las pieles. Y las joyas. desamparo.
Para poner ante Ti nuestro dinero en negocios y en efectivo, no y nos remata la muerte.
hace falta sitio: basta un cheque con una cifi'a: un papel. Que ocupa
No veremos, tal vez, el reparto de nuestras cosas, tan amorosa y
muy poco sitio en el Calvario, pero que esclaviza y encadena nuestra
vida y nuestro corazón. ambiciosamente amolltonadas en vida; pero nuestros descendielltes
harán también lotes con ellos para repartírselas.
y es preferible, Cristo, no asistir ni ver el reparto.
*** Tú, en el fondo, tuviste suerte: los cuatro soldados se arreglaron
en tre ellos amistosamente, sin reflÍr, sin enfrentarse ni acudir en pleito
Confieso, Cristo, que en el Calvario le duelen a uno los ojos yel a los tribunales. N o llegaron a las manos. N i siquiera se insultaron.
alma ante el desfile ofensivo y abrumador de nuestros lujos y derro- Es preferible, Cristo, no asistir a nuestro reparto, para no ver como
ches. Y que no puedo apartar la vista de ese pequeño montón que riñen los hermanos, como surgen los odios y las venganzas; y cómo,
forman en el suelo, junto a Ti, tus vestidos. mientras parten la herencia, parten también y desgarran en jirones,
. ,Dice San Juan que los soldados, a quienes ya pertenecían por ley, la unidad fraternal de un hogar que había sido tejido por el amor en
lUCieron cuatro partes con ellos y se las repartieron; una para cada una sola pieza, sin costuras ni remiendos. Como tu túnica.
soldado. Tú tuviste más suerte: los soldados no se atrevieron a rasgarla.
No acabo de entender cómo lo que Tú llevabas puesto podrá dar ¿Desgarrarán nuestros hijos el abrazo fraternal del hogar?
tanto de sí, como para formar cuatro lotes.
¿O aprendieron ya, tal vez, de n?sotros, sus pa~res, esta tr~gica
¿Daba tanto de sí la sobriedad de tus vestidos, en tu ambiente y lección, porque ya nosotros, como hiJos, nos repartimos con odiOS y
en la época, como para que a cada soldado le tocara, almenas, una violencias la herencia de sus abuelos?
pieza entera? No es fácil. Por eso lo que debieron hacer fue partir, por
ejemplo, en cuatro partes tu manto. Ya que iban a hacer 10 mismo Los cuatro soldados eran paganos. Pero supieron repartir las cosas
ca.? tu túnica, como afirma San Juan, pero al comprobar que estaba sin desgarrar la convivencia y la fraternidad humana.
teJida en una sola pieza, sin costura, decidieron rifada, sin partirla. y aceptaron, sin protestas, la ciega decisión de los dados.
fue un despojo total que se consumó dolorosamente ante tu vista, Qué pena que los cristianos no sepamos compartir.
cuando lo poco que te habían quitado lo rasgaban y dividían en cuatro
partes para repartírselo. Ni aceptar, sin pleitos ni revanchas, la decisión pensada y
amorosamente calculada de unos padres en su testamento.
Claro (lue a nosotros, Cristo, que ahora te compadecemos, nos
espera el mismo final: el despojo absoluto. Saber hacer lotes con las cosas, dejando intacto y sin partir el
corazón.
'~oda eso que hemos colocado ante Ti en el Calvario, y lo que no
pudimos poner porque ya no teníamos sitio, todo nos lo quitarán;
como a Ti los vestidos. ** *
Ya en la vida misma, al ir avanzando y adentrándonos en ella, se
encarga de irnos desnudando, poco a poco, aunque cada vez más de Así te clavaron en la cruz: desnudo.
prisa, y cada año que pasa con más descaro. Y somos como el árbol Sin atenuar ni paliar en nada, ese misterio, tan doloroso para Ti,
que un día se encuentra con que ya no da flores, y al otoño siguiente tan infinitamente consolador para nosotros, de tu desnudez absoluta.
ya no tiene fruto. l\1aüana empiezan a caérse1e las horas y a perder la
fronda. Pasado, se le van los pájaros dejando sin música las ramas. La exhibición desnuda del crucificado formaba parte, como casti-
go, del suplicio salvaje de la crucifixión.
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cru~/fi~::tdtaba dale una m\ljer, se le concedía, que por pudor, fuera un animal en cuatro ganchos, ya no tienen ni tiempo, ni capacidad,
a e esp da al publico, dando su cara al madero. ni atención, para fijarse y detenerse en el pudor descubierto y
Pero SI. era un hombre, que aguantara. profanado.
. ¿Qué,lmdor ni sensibilidad podía tener un facineroso ue había Ante un crucificado, Señor, es tan intolerable la visión, que uno
VlOladol.sl.n1-;udor las leyes, hasta ser condenado al más infa~lame de acaba apretando los ojos y tapándoselos con ambas manos, porque
Ios su p letoS. ya lo ha visto todo y ya no tolera ver más.
¿Que Tú eras disünto, Señor? De acuerdo. Infilútameme. Yes imposible, no hay resistencia para seguir mirando.
I Pero. 10 .ter;-ible y decisivo es que siendo distinto te habían igualado Ame un crucificado, Señor, se hunde uno y naufraga en el abismo
a . os cnll1l1la es. Más aún: te habían tratado peor ue a ellos. <Tu misterioso de su dolor.
plloceso es la suma de todos los atropellos, físicos y n{orales divinos
y lumanos. '
un gemido y un alarido enroscado a un oalo pas1aubmana que edra De verdad, SeílOr, aceptaste un cuerpo igual que el de los ladrones.
t' . d' b ~, a a segun o
ermll~~.. e¡a a ya de ser un desnudo ofensivo del pudor, para Sin hacerle ascos. No hay diferencia. Est;i patente y claro.
COnVeltllse, entre los clavos, las convulsiones y la san re en un De verdad, SeÍlor, tu cuerpo es como nuestro cuerpo.
tormento más, absorbido y centrado en aquel mapa reteiente d
torturas que era el cuerpo de un hombre clavado en lIna cruz. e Como mi pobre cuerpo.
A¡lte un c,ru¡ificado, los ojos, agotada y superada la sensibilidad Gracias, Cristo, desnudo en la cruz.
por e espectacu o macabro de aquella carne, ensartada como la de Cuando dentro de tres horas se desgarre y descorra el velo que
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cubre el S~ncra Sancrorum del Templo, aparecerá que esd. desolada- El caso es no ver; no enterarse; no sufrir.
mente vaClo. Pero en este juego peligroso y egoísta de las vendas y los pa~os,
Pero al arrancarte tus vestidos y descorrerse el velo de tu desnudez, hay cristianos que, calculadamente,. van más a lo seguro t~davla; y
ha aparecido ante la histeria la plenitud del amor divino en la verdad deciden ponerse la venda ellos mismos, sobre sus propiOS oJos,
yel misterio de tu came. taponarse herméticamente sus oídos y acorazarse el corazón con una
armadura blindada.
y ya pueden, así, avanzar tranquilos por la vid:1 entre los hombres:
* * * ni ven, ni oyen, ni hay dolor alguno en sus hermanos que p~~da.hacer
impacto en su corazón: lo llevan blindado a prueba de sufrImIentos
La desnudez (Otal fue sólo en el Calvario. ajenos.
Así se explica uno, Señor, que Tú les puedas repro~har a1.final ?e
Hoy, es lógico que a nuestros Cristos en cruz les ci úamos la cin tura
con un paúo. .
su vida , resumiendo v condenando su calculada y egolsta eXlstenCla:
-Tuve hambre, sed, dolor, soledad... y no me hicísteis caso.
Por respeto, por pudor, por cariúo.
Pasásteis insensibles e indiferentes ante Mí.
Pero, sillceramellle, ese paúo se lo ponelllos a Cristo, ¿por El o
-¿Cuándo, Seííor, si no te vimos?
por nosotros?
-¡Cómo íbais a verme, si os habíais puesto una venda en los ojos
. Es una pura oh'ellda de amor a Cristo con la que tratamos de
para no ver a los pobres! En ellos estaba Yo.
eVI tarle a El una vergüenza o un sonrojo, ¿o es en el fondo una defensa
egoísta con la que tratamos de evitar que sufran nuestros ojos y se Los pobres son la cara visible de Dios.
perturbe nuestra sensibilidad? Colocadrne un paflo en la cintura. Lo acepto.
¿Por El sólo; o más bien por nosotros? Pero no os pongáis una venda en los ojos.
Tal vez, si somos sinceros, por los dos. Los condenáis a no verme ya más en este mundo.
Por piedad, pensando en El; por cómoda tranq uilidad pensando
Ni en toda la eternidad.
en nosotros.
Una ~ez más cumplimos el viejo refrán: «Ojos que no ven. corazón
que no Slen te.)}
.Lo peligroso, SeÍlor, es que este viejísimo y c:goísta recurso lo
aplIcamos continua y sistemáticamente en nuestra vida: no ver ni oír
nada que pueda hacernos sufrir; nada que hiera nuestros ojos, ni
comprollleta nuestro corazón.
y así nos pasarnos la vida poniendo paños y vendas sobre las penas,
los dolores, las tristezas y las injusticias que padecen nuestros herma-
nos.
Basta11te~ penas tiene Ull~ y~ en su propia existencia, cama para
cargarse enCIma con los sufrImientos de los demás. Que cada palo
aguante su vela. Y no es poco.
y seguimos rapando con pafios los dolores ajenos, como cubrimos
con velos tlJ cin!u~:1 en rus Im:igencs.
133
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CRISTO NO COBRO NUNCA SUS DERECHOS DE
AUTOR
11.ª Estación
Jesús es clavado en la cruz
«y LO crucificaron.»
El Evangelio no añade más. Ni pinta la escena. Ni describe los
detalles.
La frase es todo un desafío a la sobriedad, a la exactitud y al
laconismo.
Basta un solo verbo: «crucificar».
No hace falta más. Todo está dicho.
Es imposible apretar más tortura en una sola palabra.
Cuando la humanidad acuñó este verbo agotó la posibilidad de
superarlo.
Inútil tratar de enunciar muerte más bárbara.
Al incorporarse este verbo al diccionario todas las palabras, en una
instintiva reacción, se estremecieron empavorecidas. Como si tam-
bién a ellas las crucificaran. Y se abroquelaron todas, cerrando filas,
para expulsar de sus listas este verbo inhumano y salvaje.
Luego adivinaron y presintieron que a través de ese verbo «cruci-
ficar», todo el universo, y con él también las palabras, serían liberadas
y redimidas.
y el verbo «crucifican>, fue admitido en el diccionario con todo
su misterio de dolor y de gloria.
Pero en el Calvario dejó de ser sólo palabra, para convertirse en
un hecho y realizarse, sin atenuantes ni limitaciones, en su máxima
expresión de barbarie física en la persona de Cristo; porque todo El,
carne y espíritu, fue crucificado.
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y automáticamente, sobre ese Cristo izado en alto y colgado de No es extraño que la presencia de tanta maldad -coda la del
un palo, cayó también, en su plenitud y sin atenuantes, ulla maldición universo- atrajera la maldición divina; y que Cristo, sintiéndose
divina que desde hacía siglos estaba promulgada por Moisés, legis- maldito, preguntara en un grito desgarrado y desconcertante:
lador de Yahvé, en el libro del Deuteronomio: «Todo el que sea -Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desam parado?
colgado de un palo será maldito de Dios.»
Esto es un Cristo en cruz: un maldito.
San Pablo, experto conocedor de la Antigua Ley y del Misterio de
Cristo, 110 dudó en conflrmarlo valientemente en su Carta a los Esto es crucificar a un hombre: convertirlo en maldición.
Gálatas: «Cristo en la cruz se convirtió a sí mismo, por nosotros, en Esto es lo que realizaron en Cristo los ~uatro soldados romanos. y
una maldición.» lo que hacen constar los cuatro Evangelistas, cuando afirman, Sltl
Eso es un Cristo crucificado: un cúmulo de maldiciones divinas comentarios, lacónicamente, como en un parte telegráfico: «Fue
y humanas. crucificado. »
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repuls}vo, se iba ,a conv.ertir para los hombres, a tra~és de lo~ siglos, Superaban en número a los soldados de la comitiva y a los
~n la I~agen mas quenda y adorada, todos le hubieran tenido por verdugos que lo crucificaron; a los sesenta y. un miembros de!
memec{¡ablemente loco. Ye! Sanedrín de los Judíos, por blasfemo: Sanedrín que decretó su muerte, y a los escnbas y fariseos que
merecedor, por tanto, de ser también, a su vez, crucificado. contemplaban satisfechos e! éxito de su odio.
Aquella inconcebible locura es hoy una portentosa realidad. Eran más, inmensamente más, los maestros y artesanos que lo
y aquella blasfemia una presencia de Dios entre los hontbres. glorificaban por medio del arte y de! amor, que las turbas vociferames
que lo acorralaban con insultos, carcajadas y blasfemias.
Si un reportero actual, con su cámara fotográfica, presente, por
un absurdo en e! Calvario, hubiera podido filmar, no ya un reportaje Los verdugos, abajo, se repartían sus vestidos.
completo, sino una solo fotografía de Cristo clavado en la cruz, habría El arte, mientras tanto, acariciaba amorosamente su carne la-
~onseguido la foto más solicitada, la mejor pagada; la foto infinita e cerada y desnuda; y copiaba y repetía incansablemente, para tornar a
IIlcansablemente repetida y copiada; sin perder jamás actualidad, ni copiarla, en todas las épocas, con la expresión de todos los estilos, por
pasar nunca de moda, a través de los siglos. medio de todos los materiales, su Imagen crucificada.
. La foto de Cristo, clavado en la cruz, seguiría siendo, hoy y Qué éxito, Cristo. Si desde el principio hubieras ido cobrando los
Siempre, la foto Bestse!ler jamás imbatida; ni en e! número, ni en e! derechos de autor que te corresponden en propiedad exclusiva, serías
tiempo, ni en e! espacio. Y menos, en e! amor. multim illonario.
No hubo fotógrafo en e! Calvario. Ni hizo falta. El arte universal, Qué cataratas de oro, tus liquidaciones. No existe un tema más
sublimando e! realismo del reportaje fotográfico, se ha convertido en copiado y repetido. Imposible controlar e! número incalculable de
e! intérprete enamorado de Cristo clavado en la cruz. El primer ediciones; menos aún reducir a cifras la cantidad total de ejemplares.
Cru~ificado fue hecho a golpes de martillo y desgarro de carne por Has batido todos los récords de éxito, ventas y publicidad.
un piquete de verdugos en el Calvario. Y salió barato, cobraron poco:
su paga consistió en repartirse los modestos vestidos de la víctima. U na tarde, borracho de aplausos y de droga alucinógena, uno de
los Bearles, John, se atrevió a proclamar solemnemente por televisión,
Las copias y las interpretaciones posteriores, fueron realizadas por ante todo e! mundo, que ellos eran más populares que Jesucristo.
los pi.nceles, los cinceles y las gubias de los grandes maestros que con
sus discípulos, en todas las épocas, convinieron sus talleres en monte Tú te habrás sonreído benévolo. Ni lo tomaste en cuenta.
Salvario, donde la inspiración y e! amor reproducían, siempre nueva, Tú sabes, mejor que nadie, adonde puede llegar el orgullo de los
siempre eterna, la crucifixión de Cristo. hombres; sobre todo en complicidad con la droga.
El. Vierne~ Santo en el Calvario no hubo fotógrafos. Pero en N i tuviste que repetirle al Padre tu fórmula perdonadora de!
cambIO e~tuvI~ron presentes todos los maestros y artesanos -pin- Viernes Santo: «No saben lo que hacen.».
tores, talltstas, Imagmeros, escultores- de! arte universal.
Yla pronunciaste, una vez por siempre, para todas nuestras
Invisibles. Pero preselltes. equivocaciones, cegueras y pecados.
Visibles y presentes, sobre todo, para la sabiduría de Dios, que
veía como los artistas cercaban, su cruz, enamorados; como
montaban caballetes, extendía y tensaban lienzos, afilaban cinceles, * * *
acariciaban mármoles, mezclaban colores y calculaban ritmos y
volúmenes en maderas, esmaltes, marfiles y metales...
y con el arte universal, allí estaban también presentes en el
Cristo, desde la cruz, reconoció sus caras, distinguió sus estilos y Calvario, la teología y la historia; la filosofía, l('? medicina y la
supo sus nombres; se llamaban Ve!ázquez, El Greco, Fra Angélico, antropología; la sociología y la psicología; e! sa~er y la .cultura de toda
Mlg~el An~~l, Montañés, Zurbarán, Leonardo, Rubens, Mantegna, la humanidad, que atraídos por aquel abismo Il1sondable de
Munllo, TlZIano, Van der Waydem... Imposible contarlos. maldición y de amor, trataban de desvelado y comprenderlo.
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. Su cr.uz bate .todas las marcas mundiales de presencia y presiden- Miles de cruciftcados, siglos antes, 10 habían precedido en tan
CIa. PresIde las cIUdades y l~s pueblos dcsde la solemne preeminencia horroroso suplicio; y miles también, siglos después, fueron ejeCtltados
de las t<.mes, los campanarIOS y las fachadas; preside las cascadas de como El. Pero uno solo entre tantos condenados, Cristo, ha con-
oro policromado de los retablos, desde e! coronamiento cimero de seguido -por qué- tan revolucionaria glorificación.
los tímp~nos y r~m~tes; preside, abajo, la Eucaristía, proyectando su
s<:mbra Jl:lprescllldlb~e sobre e! ara de! sacrificio; preside, junto a la
Pila .BautIsm~1 el ~uIr perenne del manantial de la vida cristiana; ***
presIde y rubnca el JuramclUo y contrato de amor de los esposos, que
queda firmado por la cruz. ¿Cual es tu secreto, Señor? ¿No podrías confiarme esa tu fórmula
Se mete en los hogares y preside como lección y urgencia de prodigiosa, capaz de transformar, invirtiéndolo radicalmente, de
sup~ema entrega, el lecho conyugal de los padres; preside, desde la negativo en positivo, de fracaso en gloria, el suplicio de la cruz?
m~slt~ de noche, la alcoba de los hijos. Preside, desde el testero Necesito esa fórmula, Cristo, porque la cruz me persigue; a mí y
pnnClpallos despachos de los abogados, y es concordia; las consultas a todos los hombres, sin excepción alguna.
de. lo~ médicos: se adelanta a los diagnósticos; los divanes de los
pSIqUIatras, es su premo equilibrio; las salas de la] usticia: El tiene la El Emperador Constantino hace mil seiscientos allOS publicó una
última palabra... ley aboliendo para siempre el suplicio de la cruz. Nadie, nUllca, por
ninguna causa, en ningún lugar de! Imperio romano podría en
Colgado al cuello de infinitos crisrianos, apretado contra su adelante ser crucificado.
pec.ho, carne con carne, preside todos los latidos de sus corazones,
registrando cn su contacto generosidades y pecados. Sobre su carne, Pue un homenaje a tu Persona y un justo desagravio de la misma
Roma, que cuatro siglo antes, te había ejecutado con e! suplicio más
día y noche, lleva el control amoroso de sus vidas.
infame.
Preside, en~re las manos de los moribundos, perpetuo agonizante,
. Pero el decreto de Constantino, a pesar de su buena voluntad y
desde aquel VIernes Santo, ladas las agonías de los cristianos.
de la firma im perial que lo avalaba ha sido completamente inútil. La
y preside fIelmente, en erguida alerta, a la cabecera de todas las cruz no ha podido, ni podrá nunca, ser abolida.
t~mbas, el s:Ieíi.o. tr~l1quilo de sus muertos. J\1ientras regresan los A todos nos busca y nos persigue. Y tarde o temprano, en todas
VIVOS a las eXIgencIas Implacables de la vida que sigue, Cristo, clavado partes, en vida o en muerte, todos acabamos crucificados. De una o
en su cruz, pe~"pc.lllO ~n:ig~ y compalle.ro, es el único que se queda de otra manera. Aunque no aparezcan al exterior los dos maderos
en el cementeno, IIllllovtl e ll1amovIble, Junto a la tumba de los suyos.
cruzados del patíbulo.
Tal.vez, la fornl ulación más breve y elocuente del éxito obtenido Pero, a la corta o a la larga, a todos nos aguarda la cruz.
por ~ns~o clavado en la cruz se~ afirmar r~tundameIlte, sin exage-
ra~lOn I1l reserv~s, que el cruCIfiJO es el objeto que ha recibido, en En nuestra vida todos repetimos esta Undécima Estaciónde1 Vía
veIllte SIglos, Illas besos de la llllln:midad. Crucis, todos conjugamos, en e! dolor de nuestra carne y nuestro
espíritu, este verbo maldito: ser crucificado. Todos.
El objeto más besado de la historia.
Por eso, Cristo, confíame tu secreto. Dame tu fórmula. Enséñame
Mejor dich~: d hombre más besado. Porque nuestros besos, 110 a conjugar ese verbo maldito, transfotmándolo en sonrisa y gloria
son para el objeto; por encima y a través de él, los besos de b entre mis labios, aunque sepan a hiel y a sangre.
humanidad apuntan y se destinan a la Persona misma de Cristo
clavada en la Cruz. ¿Cual es tu receta?
-El amor. Volcar sobre la cruz todo el amor, hasta quedar con
y así el crucifIcado que se alza en el Calvario como suma de
maldiciones, se convierte en signo de bendición, cita de besos y centro el corazón partido.
de amor. -El amor. Mejor dirás, Cristo, tu amor; que es un amor divino;
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con toda la carga y el peso de Dios en ese amor. Pudiste transformar iluminaron los ojos, volvió a Mí la cabeza y comenzó a rezar... todos
la cruz en tu amor precisamente por ser Dios. Pero yo dispongo, lo oyeron:
Cristo, de un pequeñísimo amor humano. Limitado. Cobarde, -Acuérdate de mí, Señor, cuando estés en tu Reino.
mezquino. Mi amor, de un simple y pobre hombre, es incapaz ele
transformar el suplicio de mi cruz. Esa empresa supera mis fuerzas. -Hoy estarás Conmigo en el Paraíso.
-De acuerdo. pero para eso, y por eso, yo quise ser sacrificado. ¡Ya había dos Crucifijos en el Calvario!
Para que pudieras añadir a tu pequeño amor humano mi infinito Luego, más tarde, apareció e~ ~ercer crucifij~. Porq~e ~unque ~~
amor divino. lo recojan los Evangelistas, tamblen el otro ladran te.rm11l0 entregan,
clase a la irresistible invasión transformante de mi at~o\y ac~bo
-Me suena todo, Cristo -perdona- a muy bellas palabras...
-Loé sé. Nunca acabáis de fiaros de mí. Mis promesas exceden
también rezando. Aunque no en :oz alta. No es, necesano. 1 ero Si
el silencio misterioso del Calvano. y Yo lo 01. Por eso c~ando a
et
vuestra capacidad de ilusión. En mis ofrecimientos hay un sobrante muerte nos calló definitivamente .a los tres, c~and.o se IlIzo en ~I
que escapa a vuestros sueños. Y no me creéis. Por eso quise haceros Calvario el silencio más denso y abismal de la hlstona, en la cumble
una demostración pública el Viernes Santo, en esta Undécima Es- del monte se alzaban tres crucifijos. Uno divino, y dos humanos.
tación, delante de toda la multitud que pudo comprobarla. Yenton-
ces ya os di mi fórmula, os enseñé su aplicación y os demostré mi Eramos, los tres, como un tríptico, con idéntico tema: el amor.
eficacia. ¿Tampoco de esto te acuerdas? Si prefieres, un tríptico de espejos: Los dos de los lados, repro-
-Prefiero que Tú me lo recuerdes, SeílOr. ducían y copiaban el modelo del medIO.
-Bien. Para hacer esta demostración quise que otros dos hom- Fueron los tres primeros crucifijos de la cristiandad.
bres me acompañaran en el mismo suplicio. Por eso, éramos tres los El Calvario comenzó a las doce del mediodía, con un Cristo en
crucificados. Yo estaba en el medio. Efectivamente, los dos ladrones, cruz y dos ladrones blasfemos.
una a cada lado, reaccionaron entonces, igual que vosotros ahora ante y acabó a las tres de la tarde con tres Cristos: el original, divino,
la cruz; se retorcían, blasfemaban, maldecían al unísono del cielo y
en el centro; y dos copias, dos réplicas, a sus lados.
de la tierra, rebelándose fieramente. Eran a mis lados como dos perros
rabiosos atados a la cruz con la cadena de sus cuatro clavos, de la q lte Todo, por oha y arte de mi amor, comunicado y aceptado
tiraban salvajemente, rasgándose más y más la carne, mientras ladra- libremente por los hombres.
ban desafiantes contra mí y contra todos los que se acercaban. y todo, en tres boras. Para el amor no cuenta el tiempo.
En el Calvario había un crucifijo, el primero, Yo, labrado por el Esa es mi fórmula y mi receta. Muy sencilla; pero, lo reconozco,
amor; y dos hombres desesperados que en cada blasfemia acrecenta- muy dolorosa.
ban más y más su propia maldición.
Yo fui por delame. Dos ladrones detrás.
Entonces, Yo, desde mi centro, comencé nti obra. y empezó mi
demostración. Primero con uno. Después vendría el otro... Traté, Síguelos. Merece la pena.
suave y silenciosamente, de comunicarle mi amor. Emanaba de mi
ser como una invisible fuerza magnética que iba envolviéndolo y
penetrándolo, hasta invadirlo totalmente. Lo acariciaba y al mismo ** *
tiempo lo hería. Era bálsamo, pero también cauterio doloroso. Era
susurro imperceptible que acaba en grito exigente. Era mi amor
Estas sí que fueron copias y réplicas auténticas de. Cristo e?,c.ruz.
divino y redentor compartido en él. No entenderás, tal vez, el cómo;
Copias vivas, en el cañamazo tosco de la carne y en el henzo sut1hsll~o
pero todos comprobaron la transformación: dejó de retorcerse, de del alma, que superan a todas las obras de arte de los maestlOs
maldecir y blasfemar. Dejaron de rasgarse las heridas, porq ue ya no
tiraba de los clavos. Hasta se le suavizaron los rasgos de su cara, se le inmortales.
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Una sola de estas copias vivas, un hombre solo, que por el amor Eduardo; cuando nos conocimos, la felicidad debordaba tus
se transforma en pequeño cristo crucificado, vale infinitamente más mismos cálculos. Tenías cuarenta y cuatro años, una esposa ena-
que todos los lienzos y estatuas de Cristo que el arte exhibe en sus morada y siete hijos que se miraban en ti. No podías pedir más ni a
museos y el culto venera en sus templos. tus negocios, ni a tus amigos. A los tres años, cuando volvimos a
vernos, te encontré en tu casa de Las Arenas, clavado en la cruz de un
y su número, anónimo y oculto, catalogado en el corazón de Dios, carro de ruedas. Paralísis progresiva irreversible. Me lo había adelan-
supera infinitamente la cifi-a de las obras maestras del arte universal. tado tu mujer. Y que tú ya lo sabías también. Yo tenía miedo a esta
Estos cristos crucificados, vivos hoy? sufrientes, no presiden visita. Temía enfrentarme con tu carro de ruedas. Y con tigo en él.
ostentosamente la vida de los hombres, que evitarían mirarlos, vol- Tú mismo saliste a recibirme con alborozo, manipulando ágilmente
viendo la cabeza, porque su presencia es incómoda y su testimonio con tus manos, aún hábiles, los mecanismos de tu cruz... Y sonreías
doloroso se convierte en una tácita repulsa o ulla intolerable condena. como siempre, y charlabas efusivo como siempre, entre el bullicio de
Sin embargo, estos cristos crucificados, invisibles y arrinconados, tus siete hijos, que se miraban más en ti y el ir y venir de tu esposa,
oc.upan hoy u~a pre~ellcia privilegiada entre los hombres, y son para que me parecía más enamorada todavía. Todo era en tu casa igual
Dtos una presIdencIa redentora que compensa y equilibra los pe- que antes. El único que se sentía distinto era yo. Advertí que estaba
cados, las injusticias y las aberraciones de la humanidad. espiando la oportunidad de un momento en que a solas pudieras
confiarme algo. Y acerté. Cuando al fin llegó ese instante, breve como
Confieso mi predilección por el tema de Cristo clavado en la cruz; tUl relámpago, mf' clijíste en voz baja, a toda prisa:
mi obsesión por esta Undécima Estación del Vía-Crucis.
-Padre, quiero decirte una cosa. Quiero que sepas que soy
Es tan fuerte e instintiva que sin darme cuenta empecé a colec- inmensamente feliz en este carro de ruedas.
cionar Cristos crucifICados. Y tengo dos colecciones.
Alguien venía ya. Miraste a un crucifijo que presidía la sala, como
En una, la selección se hace por la calidad del arte. En la otra, por dándome la clave de tu confidencia y volviste la cabeza a tu esposa
el testimonio doloroso de la vida. que regresaba por el pasillo, con dos de tus hijos... Y me pareció que
los mirabas casi como pidiéndoles perdón por tu felicidad, sabiendo
Una, colecciona imágenes -marfIl o madera- del mundo
que ellos - t u mujer sobre todo--- sufrían tanto por ti.
artístico. La otra, cristos palpitantes, pedazos de vida. Hombres.
Yo no tuve tiempo de contestarte, Eduardo. Y fue mejor. ¿Qué te
Las dos colecciones van paralelas. Pero tienen muy distinta hubiera dicho, digno de tu confIdencia? Tampoco volví a verte. Te
valoración. fuiste al cielo en tu carro de ruedas. Y guardo en mi colección tu
!"1.i .colección d; c.ristos artísticos no vale mucho, ya que mis furtiva confidencia: una inédita Palabra de Cristo clavado en la cruz.
p~)SlblJ¡dades economlCas nunca me permitieron adquirir buenas Gracias. Eduardo.
pIezas.
Tú, Lucio, tenías diecinueve años. Habías nacido)' te habías
Sin embargo, en mi colección de cristos vivos clavados en cruz, criado en el barrio alegre y equívoco de Bilbao. Las chicas te rifaban.
tengo verdaderas obras maestras que no se compran con dinero -no Tu sim patía y tu éxito eran arrolladores: tocabas la guitarra, cantabas,
hay oro para pagarlas- sino que se coleccionan en el pasmo y en el eras Ull bailarín incansable... Entonces no nos conocíamos. Luego,
asombro del tecuerdo, se instalan y se contemplan en el museo íntimo ne pronto, afareció en tu cadera un cáncer de hueso. Cuando te
de la memoria, dando gracias a Dios por haber tenido la suerte de enteraste de diagnóstico, te encaraste con «el Culpable» y le de-
tropezar, sin buscarlos, en los caminos misteriosos de la vida, con safiaste: «Si te has creído que yo vaya aguantar esto, te equivocas. A
estos auténticos cristos crucificados, vivos y dolientes. mis diecÍnueve afios. Primero me suicido.» Pasó un año. Y por tu
Quiero evocar aquí tres o cuatro nombres de mi largo y precioso alma pasaron muchas cosas. Entonces llegué yo a Bilbao a dar lInas
catálogo, piezas maestras alojadas en el museo entrañable de mis conferencias. Tú te en teraste, y por unos amigos me mandaste un
recuerdos. Me atrevo a consignar su nombre auténtico, su santo y recado: querías verme, porque il")e habías oído unas charlas por
seña, porque ya sólo son memoria entre los hombres. Su presencia Televisión sobre Mi Cristo Roto . Acudí a la clínica y te encontré
viva está ya en Dios. (1) "Mi Clisto Rnlo" Editol;al Ct~tilll'j(). 7 J n.liá'J11.
146 !Ji?
en la cama de la cruz. Sólo tenías un clavo en tu carne: el cáncer de libros. No te dabas jamás por vencido. Tuvo que acudir Lucía. Abrió
cadera que te devoraba a mordiscos tus huesos jóvenes en tu organ- e! libro por la primera página y lo colocó delante de ti en tu mesa;
ismo rebosante de vida. Charlamos y charlamos. ¿Cómo habías arrimó tu brazo, que no podías mover, puso el bolígrafo entre tus
conseguido enamorarte de ese modo de Cristo? ¿Quién te lo había dedos que apretó a su alrededor, y situó sobre la página tu mano...
presentado y revelado? ¿Cómo habías llegado a El, desde tu barrio La guiaba el instinto, porque ya no veías siquiera. La marea había
«alegre» de Bilbao? Coleccioné, entre muchas, tres confidencias tuyas: cegado tus ojos. Cuando Lucía me entregó el libro dedicado recuerdo
«Padre han trato de llevarme a Lourdes y yo me he negado. Tengo que me advertiste: «Yo creo que no va a entender, Padre; la letra de
miedo de que la Virgen me cure. Y yo no quiero curarme.» Y aquella mi dedicatoria.» La miré. Y te mentí. Y te afirmé que cómo no, que
otra: «Me han dicho que esto va para largo; entonces yo tengo que claro que la entendía. Tan sólo adivinaba alguna sílaba. El libro se
hacer un trato nuevo con Jesucristo; el trato que teníamos era más titula. «Bienvenido, aman). Todo un resumen de tu vida. Para ti,
corto. Y yo solo, ya no aguanto ...» La religiosa enfermera me contó como para Cristo, dolor es equivalente de amor. Conservo, Lolo, tu
cómo t<-' resistías a que te aplicaran calmantes; tenía que intervenir y libro dedicado, en mi museo de cristos vivos crucificados. Y cuando,
obligarte el médico. Y volvías a insistir: «Yo no le pido a Cristo que
de vez en cuando, repaso tu dedicatoria, pienso que si a Cristo le
me cure. No quiero. No se lo pida usted tampoco. Pídale solamente
hubieran desclavado la mano derecha para dedicarme su Evangelio,
que me dé fuerzas ...» Entraban y salían tus amigos, las parejas de
novios de tu barrio, que venían a visitarte. Y tú cogías tu guitarra y tampoco hubiera entendido los garab~tos d~ su letra, atorme~l,tada y
cantabas con ellos hasta que 110 podías más. Yo veía cómo ellos mojada toda su sangre. Porque tu ~edlCatona, Lolo, es tamblen, una
volvían la cabeza limpiándose una lágrima. O miraban al Cristo en sucesión de garabatos. La clave para II1terpretarlos es e! amor. El titulo
cruz que presidía tu cama. Te visité varias veces en esos días. Siempre de tu libro y de tu vida: «Bienvenido, amaD). Tu fórmula y tu secreto.
estaba tu habitación llelJa de gente joven. De tu barrio. Los atraías. Felipe nació en la Rúa de San Pedro, por (~onde entraba, d~sde
Los transformabas. Meses después recibí el recordatorio de tu muerte. Labacolla, en Santiago de Compostela, e! cam1l10 de las Peregnna-
Lo tengo en mi museo de cristos crucificados en vida. Y tú sabes, ciones en busca de la Catedral y su sepulcro apostólico. De muy niño,
Lucio, cuántas veces hablo contigo. una parálisis infantil le illl.novilizó. ~a.ra siempre. ,N~ los medios
Manuel Lozano Garrido. En Linares. Pero todos te llamábamos terapéuticos de entonces, m las poslbllldades econonllcas ?e la fa-
Lolo. Empecé a conocerte a través de tus libros que me impresionaron milia, permitieron aplicarle a Felipe un adecu~do tra~anllent~ de
desde el primer momento. Pero cuando te conocí en persona, el autor rehabilitación. Su cruz quedó marcada sin remedIO. Su v.lda conSIstía
desbancó a sus libros. Cada libro me daba algo tuyo, un pedacito de en ser trasladado por la mañana, desde su cama, a una SIlla colocada
tu espíritu impreso en el papel. Pero tú eras la suma y el total, vivo y junto a una ventana que se. abría sob.r~ la Rú.a de ~an Pedro. ~sas eran
palpitante, de todo lo que habías escrito, y de los que te llevaste sus ocupaciones, sus cam1l10S, sus Itlner~·lOs. 1 ?do su ul1lverso se
dentro, sin poderlo escribir, porque no te dieron tiempo. Una ráfaga redujo a un pequeño rectángulo, sobre el Ir y vemf de la gente en su
de metralla, incrustada en tu columna venebral tuvo la culpa de todo. trasiego diario por la calle. Así se hizo muchacho, adol~scent~,
hombre maduro. Pasaron años y afias. Todo e! río de una eXIstenCia
(¡Pero «Otro» había tenido la culpa de la ráfaga!) Una parálisis que
por e! hueco de una ventana. Jamás había ~alido de su, cas.a. N~
avanzaba, implacable, milímetro a milímetro, iba inutilizando, poco
conocía más camino que el de su lecho a su stlla. No habla vISt~ 111
a poco, casi imperceptiblemente, tu cuerpo. Qué lenta, pero segura,
la catedral, ni e! Pórtico de la Gloria, ni la Plaza de! ObradOlro.
invasión destructora. Pero para ti, Lolo, era como una absurda marea
Viviendo en ella, jamás había P?dido capejear por las~rúas de ~n~ de
de amor que inundaba tu ser. Tus primeros libros, dedicados todos
las ciudades más bellas del ul1Iverso. 1 asaron los anos. Mejoro la
al tema del dolor-amor, los escribiste con tu propia mano. Cuando situación económica de los suyos. Y ya hombre, más que maduro,
la marea subió hasta tus dedos le dictabas tus pensamientos a Lucía, oyó que le iban a comprar un moder~o carrito de ruedas. L? rechazó
tu hermana, que era todo lo que tenías en la vida; y que era para ti instintivamente. No lo quería. De IlIllguIla manera. Lo al1Imab~n a
hermana, madre, novia, enfermera... La última vez que te visité quedé porfía: -Ved.s, te llevaremos por las rúas, a la Plaza de! Obradolro,
anonadado. La marea se había apoderado de ti de tal modo que eras ala Catedral. ¡Pero si no has visto nunca el Pórtico de la Gloria! Anda,
la realización exacta de un título tuyo: «El árbol desnudo». Estabas tienes que verlo.
despojado de casi todo. Y todavía quisiste dedicar el último de tus
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-No quiero verlo -respond{o Felipe lacónico. Y añadió en voz Este es e I secreto de mI· economla:
, rep;utlr
.aCClOnes
. I
y V:l.ores de
más baja, como para sí mismo: -Prefiero ver el otro Pórtico de la mi Pasión entre los hombres, convirtiéndolos así, coa s~ propia y
Gloria, el de verdad, a la entrada del Paraíso... personal inversión de dolores, en accionistas de mi sacrificio Reden-
Tenía razón Felipe. Quería guardar y conservar intacto el tesoro tor.
de su sacrificio a lo largo de toda una vida. Merecía la pena reservar Yo transformo e! fracaso y la bancarrota de la Cruz en h inversión
sus ojos sin la impresión de ningún monumento de aquí abajo, para nús segura y rentable. Por el Amor.
estrenarlos en la visión del Pórtico auténtico, all·á arriba.
¿Quién le enseñó a Felipe, crucificado en e! rectángulo de una
ventana junto a la Rúa de San Pedro, día a día, esta ciencia de! amor?
Entre tantas personas como se detenía en la calle, junto a su
ventana, para charlar con él ¿no se detendría también, de vez en
cuando, un misterioso Personaje, (lue deambula etemamente por las
rúas de la vida, con las llagas en sus manos y e! corazón partido?
***
150 151
PARTIDA LEGALIZADA DE DEFUNCION
12.ª Estación
Jesús muere en la Cruz
J ESÚS muere en la CruZ».
Así lo anuncia la Duodécima Estación.
La frase está redactada como un titular perfecto para la primera
plana a toda página, de un periódico.
¡Qué fabulosa noticia! ¡Qué Sllprema alegría! Jesús ha muerto. Y
muerto de verdad.
El júbilo me rebosa por todas partes, ya que se trata de la noticia
más trascendental de mi vida. Sin la que yo no podría vivir. Porque
yo necesito a Jesús muerto. Muerto de verdad. ¡Qué alegría!
Estoy tan persuadido de mi propia muerte, la tengo tan incrustada
en mi vida y la espero con tal temblor y tal pánico, que necesito a un
muerto de la categoría de Cristo para poder enÍÍ'emar este problema
radical de mi existencia.
Los demás muertos no me valen para nada; al cOlltrario, acrecien-
tan y aumentan mi angustia. El único muerto que podría resolver mi
conflicto vital es Cristo. Y, ¡ha muerto! ¡Qué alegría!
No se trata de un confuso rumor mal confirmado.
He acudido a las fuentes oficiales y los cuatro Evangelistas, esta
vez en total acuerdo, confirman rotundamente el hecho. Para asegu-
rarme más, he repasado detenidamente sus cuatro crónicas y verifico
con satisfacción, que todos los detalles confirman, sin haberse
apalabrado, llllO tras otro, la certeza absoluta de esta muerte. Qué
tranquilidad.
Es curioso: las más ciertas y firmes confirmaciones de tan fan-
tástica noticia me llegan, qué ironía, a través de las personas que me
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resultan más antipáticas y repulsivas, y a las que en el fondo tengo Pero lo necesito muerto con una muerte que sea idéntica substan-
que estar agradecido por una segura e imparcial información, al cialmellle, a la que a mí me amenaza y ante la que yo tiemblo.
margen de toda sospecha. Si su muerte es-oistinra de la mía, ya no me vale.
Debería de escribir una carta de agradecimiento a los miembros Jesús no puede inventarse ni escoger para sí una muerte con
del Sanedrín que ha montado en el Calvario un servicio especial para categoría diferente, de privilegio y excepción.
comprobar e! cumplimiento exacto de la pena de muerte; y otra carta
semejante a los Escribas y Fariseos, que desde otro punto de mira, Su muerte tiene que ser tan pobre, tan desolada, tan fría y tan
verificaban, con idéntico celo, el mismo resultado final. Mi ciega como la que a mí me espera.
agradecimiento a Pilato, e! Gobernador, que no entrega alegremente Necesito que él sienta, en su carne y en su alma, lo mismo que yo
e! cuerpo de! Señor al influyente personaje que lo reclama, hasta vaya sentir.
cerciorarse oficialmente de que está bien muerto, añadiéndose e!
detalle de la extrañeza de! mismo Gobernador, de (lue haya muerto Necesito saber que tuvo miedo y pánico; que le quemó la fiebre
tan pronto, e insistiendo por ello, en su comprobación. Mi y sudó frío; que pidió agua y le faltaba el aire; que estaba rodeado de
agradecimiento al Centurión romano, máxima autoridad en este gente y que se sahía, sin embargo, infinitamente solo.
asunto, que informa positivamente de esta muerte bajo su absoluta Solo, en la más individual de las aven turas, sin poder com partirla
responsabilidad. Mi agradecimiento, especialísimo, al precavido y con nadie; sin que nadie pudiera echarle una mano.
desconfiado soldado, que por si acaso, antes de entregar el cadáver de
Jesús, le atraviesa el pecho de un lanzazo, hasta partirle e! corazón. Necesito que Dios muera l:omo yo.
Con la solemne aseveración de un testigo presente que afirma, en acta Como un pobre hombre.
notarial, haberlo visto; y cómo de la herida salió sangre yagua.
Y así ha muerto. Qué alegría.
El hecho es indiscutible: la muerte de Jesús no admite el más
mínimo margen de duda. Todos los testimonios de estas cualificadas Los cuatro Evangelistas le dedican el mismo y {mico verbo: el más
personas han ido redactando un Acta de Defunción, cliya firma y vulgar, pero el más completo que tenemos los hombres para enunciar
rúbr}ca es la brutal, pero oportuna, lanzada de! soldado. El golpe de este fenómeno; sencillamente: «murió». Sin comentarios, ni añadi-
graCia. dos. Su muerte medida por el mismo trágico y rutinario rasero que
Puedo estar seguro: Jesús ha muerto. la mía.
Tan de verdad, que la misma naturaleza reaccionó espectacular- y San Juan, presente, hasta recoge este gesto característico y final
mente ante tan insólito acontecimiento: se hizo de noche a las tres de todos los moribundos: «inclinó la cabeza,).
de la tarde, se arrugó en temblores la piel erizada de la tierra, se En nuestras películas basta y sobra esa caída, brusca o lenta, sin
quebraron como tUl leve cristal las rocas inconmovibles y las lIIanos palabras, de la cabeza, para que todos comprendamos que se trata del
atrevidas de los muertos empujaron huesudas las losas de sus tumbas. fin.
Era lógica tal demostración de la naturaleza. Y yo se la agradezco
también. Así como la aseveración de la mulritud allí presente, que al
y automáticamente una mano piadosa le cierra al muerto los ojos
y le vela la cara con un lienzo.
contemplar tan in,lUditos fenómenos abandonó en silencio el Cal-
vario, dándose golpes de pecho. A Cristo nadie pudo cerrarle los ojos. La mano de su Madre no
y quedaron solamente los incondicionales rodeando el cadáver, llegaba hasta la altura de su rostro, que quedó, sin cubrir, a la
todavía caliente, de Jesús. intemperie.
¡Ya tengo el muerto que necesito para mi vida! En cambio, se rasgó, de arriba abajo, el velo del Templo que cubría
el Sancta Sanctorum. Pero a mí lo que más me interesa es esa cabeza
Nada menos que Dios. desplomada e inene, como quedará la mía, expuesta a todas las
* ** miradas, al aire libre e! Calvario.
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«Dobló la cabeza y dio el último suspiro.» Que fue El quien se atrevió a formular en pleno vigor de su
Gracias, Juan, por los datos. existencia y consciente de sus consecuencias, este inaudito desafío:
«Nadie me quita la vida; sino que yo la doy por mi propia voluntad.
La muerte de Dios y b mía serán biológicamente iguales. y soy dueÍlo de darla y de recobrarla» (Juan, 10, 18).
Este es el muerto que yo necesitaba. Gracias. Este es el muerto que yo necesito.
Para esclavo de la muerte, basto yo.
** * Necesito a Alguien libre, que, muriendo libremente, consIga
también liberarme a mí.
Una muerte idéntica a la mía, menos en una cosa.
Porque necesito que la suya se diferencie de mi muerte en que sea ** *
libre y voluntaria. Escogida y querida por El. Más aún: pretendida,
desde siempre, por El.
Por eso necesito a Cristo muerto.
Que no sea un nlllerto como yo, esclavo incondicional de la
muerte, nacido para morir, contra toda mi voluntad. Porque esa muerte suya es también mía.
¿De qué me vale una muerte forzada e impuesta como la mía? El Viernes Santos en el Calvario, a las tres de la tarde, no murió
Cristo solamente con una muerte individual y personal; también yo
Insisto: que no muera por azar, ni porque le fueron mallas cosas,
moría con el a la misma hora, en su misma muerte.
ni por capricho o cobardía de los hombres, ni por odio y venganza
de sus enemigos. No. En su naturaleza humana estábamos presente todos los hombres;
Que muera porque El así lo decidió; porque a Elle da su divina sobre sus espaldas gravitaban todos nuestros pecados. Su Pasión era
y real gana. la consecuencia de haberse responsabilizado ante su Padre de todos
nuestros delitos; por eso también en su muerte moríamos con El
SabiencJ yo;que podría, si quisiera, plantarse y rebelarse y gritarle todos los pecadores.
a la muerte: «¡Lárgate y déjame en paz!». Y que la m uerte le obedezca
como un perro faldero. Como le obedeció la tormenta en el lago. Pecado y muerte están siempre inseparablemente soldados. rue
Dios quien los juntó como causa y efecto; tan apretadamente, que ni
Sabicndo que los hombres, los tribunales, los odios y las vengan- Dios mismo puede ya separarlos. Por eso tuvo que morir Cristo. Al
zas, actúan en su muerte como simples instrumentos, como méTOS cargar con nuestros pecados, cargó también cou nuestra muerte. Por
comparsas como eficaces ejecutores, manipulados y aprovechados cso es mía la suya; y es suya la mía.
por el misterio de su libre y personal elección.
Porque en El murió mi muerte.
Sabcr que Cristo se condenó El, a sí mismo, libremente, a la
muerte de cruz. Que Cristo firmó su propio veredicto condenatorio Cuando tembló la cruz con el último estremecimiento de su
antes, mucho antes, que lo proclamara oficialmente, en voz alta, agonía, temblaba también mi muerte en ella.
Pilato, el Gobernador romano. Que los acusadores y los jueces y los Cuando se desplomaba sobre el pecho su cabeza inerte y pesada,
verdugos son simples y externos ejecutivos de otra anterior y radical yo estaba en ella también, como un peso muerto que la empujaba.
sen tencia.
y cuando salió su último aliento por sus labios, a él se unía
Que el baja y dobla la cabeza cuando quiere. también el último soplo de mi vida.
Que es El, quien le da órdenes a la muerte: «Ahora.» Se abrazaron en la cruz nuestras muertes, la de Cristo y la mía.
y es ella la que obedece. M urieron juntas.
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iQué infinito consuelo! y a todos nos fue dado y repartido el Viernes Santo desde el
Calvario.
La noticias más transcendental de nti existencia.
Fue corno si en la cumbre del montículo, a la altura exacta de su
rostro, se hubiera instalado un reflector gigante y potentísimo, rota-
* * * torio y circulante cauro e! ojo certero de un faro omnipresente, cuya
ráfaga luminosa, barriendo e inspeccionando la tierra en sus cuatro
dimensiones, fuera proyectando y repartiendo sobre ella, la imagen
El rostro muerto de Cristo comenzó a transformarse lenta y viva y exacta de ese rostro bellísimo de Cristo muerto.
suavementt'.
Pero la ráfaga, luminosa y sabia, proyecta esa cara de Dios
Relajada ya la crispación de su sisteura nervioso, distendida la solamente sobre los hombres muertos. Va buscando, cuidadosa y
tirantez de sus músculos y sus tendones, eliminados los dolores y las calculadamente, mientras gira sobre la tierra, a los agonizantes, a los
angustias de! salvaje suplicio, dormida ya la sensibilidad agudísima moribundos, a los ntuertos; se detiene sobre ellos, ilumina su pobre
de su ser, sobre su rostro en paz fue apareciendo, como un alba rostro humano en trance de agonía y proyecta sobre él, como un beso
transparente y silenciosa, el reposo y la serenidad, la armonía y la también, la imagen divina de! rostro muerto de Cristo. Se su perponen
belleza. las dos caras, hasta fundirse en una sola; y al retirarse la rMaga
Los ojos de María, su madre, no se cansaban de mirarlo. luminosa, todos los ll1uertos del mundo se parecen a Cristo.
Ni sus manos maternales hubieran logrado ese efecto prodigioso Todos tienen su cara. El rostro de Dios.
con la caricia suave de sus dedos. Corno si Cristo muriera, y reposara muerto, otra vez, en todos.
Su belleza superaba todos los sueflOS del arte. Todos duermen con e! sosiego de sus rasgos.
Fue como si Dios mismo lo hubiera besado. Bajo el Geso de su paz.
y era verdad: el Padre besaba a su Hijo en su rostro muerto; yen
El besaba a todos los hom bres. Era e! beso que sellaba la reconcil iación
del padre con todos los hermanos. La liberación cósmica de toda la * * *
creación entera esclavizada por el pecado.
y Cristo, hermano mayor, muerto por todos, pareciera sonreír No importa que hayan pasado dos mil afias; la ráf:'1ga luminosa
dormido en la cruz. del Calvario sigue barriendo el mundo y repartiendo el rostro muerto
El Centurión romano, qne no podía apartar de El sus asombrados de Cristo.
ojos, seguía repitiendo su certificación pública, pero personal, de Si hoy llega a llUestras pupilas el resplandor de una estrella que se
militar honrado y consecuente: «Verdaderamente este hombre era encendió en !:l lejanía inconmensurable del espacio a la distancia
hijo de Dios.» abrumadora de millones de afios de luz; a cada agonizante le llega, en
Por eso su rostro muerto era la síntesis suprema de la paz, el reposo su momento exacto, el rostro de Cristo, aunque su Imagen se
y la belleza. encendiera en el Calvario hace veinte siglos.
Para Dios no hay ni tiempo ni espacio. Sólo amor. Yo sé que hacia
mí camina certera, siguiendo una ruta fijada eternamente, una estela
* * * luminosa, que se posará puntual -¡donde?, ¡cuándo?- sobre mi
rostro en agonía.
Ese rostro ya no es solo de Cristo, ni pertenece en exclusiva a su Por otra ruta, tamGién insobornaGle, viene hacia mí la muerte, a
persona. Es nuestro. Nos pertenece a todos y a cada uno de los veces adivino sus pisadas y hasta me pisa los talones. Pero no vuelvo
hombres. Se ha convertido ya en patlimonio y tesoro universal. la caGeza, no miro hacia atrás. l\1is ojos tensos hacia adelante, otean
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seguros el horizonte por donde llegará el alba, que viene ya avanzando eso, ¿no habdn adivinado los asesinos, al asestar el golpe final, que
de puntillas a mi encuentro, hace veinte siglos, desde el Calvario. sus víctimas los miraban con el rostro de Cristo muerto ya sobre su
Por eso la noche trágica y ciega de la muerte que envuelve a la cara serena y tranquila?
hUJ11.al~idad se h~l conver~ido en una maravillosa noche transfigurada; No existe para Dios un solo agonizante que pase desapercibido y
s~s tHlleblas estan acuchilladas continuamente por esos haces miste- muera solo sin su beso.
nasos de luz, que la surcan y atraviesan en todas direcciones, para
llegar punlUales a la cita de un hombre, que en alguna parle, agoniza Ni el picador, atrapado en el abismo de la mil1:1 por la explosión
o muere. del grisú; ni el alpinista, sorprendido por la tormenta, en el silencio
congelado de la ventisca; ni el náufrago flotando solo entre las olas o
Esté donde esté: nadie muere solo. arrojado como un desperdicio inútil en la playa inhóspita... El rostro
La ráfaga luminosa del Calvario, a nadie deja abandonado, por de Cristo muerto se adelantó al grisú, y ya estaba allí, esperando, en
desconocido, anónimo, pobre, repulsivo y miserable que parezca. lo más hondo de la mina fuc una tibia caricia, como una mano cálida,
sobre la frente helada del alpinista; nadaba elltre las olas, como la
Brilla en su luz la sabiduría de Dios y conoce al segundo la hora sombra de una gaviota blanca, sobre el rostro dormido del náufrago...
cabal de todos los destinos. En su temblor palpita el corazón de
Cristo; y acude con mayor ternura a los más solos y clesamparados. N adie, nunca, en ningún sitio, llluere solo.
~ube y sube, escalón tras escalón, la sucia y mísera escalera, A la muerte de cada LUlO ele los hombres se junta y asocia siempre
barnendo sus tablas carcomidas y crujientes, para llegar a la altísima la muerte de Dios.
y olvidada buhardilla, donde alguien está muriendo abandonado.
O baja hasta el sótano húmedo y maloliente, donde hasta el vivir * * *
es agonía, entre suelos y paredes que sudan siempre frío.
Sabe el camino de la chabola; del hueco aprovechado bajo el
Por eso yo necesitaba que Cristo muriera en la cruz.
puente; de la cueva sin aire, sin puertas ni ventanas; de la choza de
paja. Ni médicos ni sacerdotes han pisado nunca estos umbrales, ni Porque en su muerte tenía que estar presente la mía.
conocen sicluiera su existencia. pero ahí está puntual la ráfaga lumi-
Porque desde que Cristo murió en la cruz ya la muerte es
nosa del Calvario, con el rostro m uerto de Cristo, para un pobre
radicaln~ente
distinta.
agonizante amotosamente conocido por Dios.
Ya no le tengo pánico. Ni miedo, siquiera.
En el choque mortal de carretera, en el pavoroso accidente aéreo,
en el incendio sin entrada ni salida, en el edificio que aplasta a sus Cuando la sienta llegar, abriré bicn los ojos para verla y recibirla,
desprevenidos moradores; hasta allí acude el reflector luminoso del porque sé que viene desde el Calvario, donde estuvo ya dentro de
Calvario, siempre el primero, antes aun que las ambulancias y los Cristo; y me trae su rostro divino, para colocarlo, como un beso de
bomberos; metiendo su mano de luz entre los cascotes, atraves~ndo paz, sobre mi pobre cara, cansada y dolorida.
el humo asfixiante y la cortina de fuego; coLindase bajo las vigas y las ¡Qué alegría, Scíior, saber que de verdad has muerto en la cruz!
paredes derrumbadas y poniendo el rostro rlluerto de Cristo sobre
tantas caras rotas y desfiguradas, como un beso de paz sobre un
destino que parece ciego y cruel, pero previsto y amado por Dios.
* * *
La ráfaga luminosa del Calvario no descansa jamás; conoce los
caminos del crimen, del asesinato, del terrorismo, del secuestro sin
pi~dad, del chantaje a muerte; porque ella es amor, corre más que el Te necesito muerto; porque, en definitiva, lo l;ae necesito es tu
odto y llega jUllto a la víctima antes que el estallido de la bomba, antes resurrección.
que la ráfaga de la metralleta, antes que el filo helado del pullal. Por Si no mueres, no resuci taso
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Si no resucitas, 5:;;0 eccade;:z.Go a b eschvitud de la muerte.
EL REGRESO A LA MADRE CON LA VIDA ROTA
Si tu Int:erte es sO:Jmente t.::::l apariencia o una triste farsa, más
trágica serb b fm1 ¿e tu su puesta resurección.
Por eso eeces:~:J b cer~eza c.SsoJuta de tu muerte, (]ue garantiza,
en tu resurrección, otra certeza absoluta.
Mientras vi vías en la lierra, so~::menLe podías ofrecerme la posi-
bilidad de resucitar. Es precisamente tu muerte la que reduce, a
necesidad imperiosa eS;l posibilid;1d de tu vida. Tu muerte, por ser
de Dios, urge y reclama, automáticamente, la exigencia de una
inmediata resurrección.
La resurrección está ya incluida -i:nplícitamente- en tu
muerte; la lleva dentro, como U;1a semilla viva e irrefrenable en su
~roceso biológico.
13.ª Estación
I
Jesús es descolgado de la Cruz
164
LA noticia de la muerte de Jesús voló instantáneamente por toda
la ciudad desencadenando un torrente de reacciones diversas,
contradictorias y absurdas.
Todo el mundo la estaba esperando. Los acontecimientos no
tenían otra salida. Era el único desenlace lógico.
y sin embargo muchos la recibieron con desilusión y desencanto.
Precisamente por eso, por ser el resultado consecuente de unos
hechos. No nos gusta la lógica de las noticias. Nos encanta la sorpresa
inaudita y sensacional.
Por eso muchísimos en Jerusalén quedaron decepcionados con
aquel desenlace que ya estaba previsto; como si algo o Alguien los
hubiera defraudado. En el subsconsciente esperaban un final dife-
rente. Tal vez un prodigio o un portento. Almenas algo lluevo, fuera
de lo normal.
Las noticias con lógica nunca tienen éxito.
Por eso las reacciones fueron más bien frías y apagadas.
El mismo gobernador, Pilato, comentó con extrañeza y desen-
canto:
-Pero, cómo, ¿tan pronto ha muerto?
* **
167
Espectacular reacción que provoca esta Decimotercera Estación y optan los dos por una fórmula: conciliar la amistad de Cristo
del Vía-Crucis. Al enterarse de su muerte solicitan oficialmente del con la seguridad absoluta de sus riquezas y prebendas.
gobernador les sea entregado el cadáver de Cristo para bajarlo de la y surgió en el Evangelio -yen la Iglesia- el tipo etcrno de los
cruz y darle sepultura. amigos cobardes de Jesús, a los que Sal! Juan califica, despiadada y
La salida a escena y la actuación en público de estos dos personajes valientemente, de amigos «nocturnos» y «ocultos», por miedo a los
es todo un símbolo. judíos.
Super.al} lo indiv~dual de las personas para erigirsc en ti pos eternos Los dos amparan y defienden su cobarde amistad en las tinieblas.
que segulran apareCiendo y actuando, en paralelas circunstancias, al Nicoclemo, cn la oscuridad física de la noche; A,imatea, en las
lado de Cristo, en la llistoria ele la Iglesia. sombras de la ocultación yel anonimato. Los dos tienen miedo. Pero,
¿pueden ser amigos, los cobardes?
Par~ bien y para mal, por suerte y por desgracia, sobre todo por
desgraCia, abundan y sobran, ayer, hoy y siempre, los N icodemos y
Arimateas entrc los cristianos.
***
Pero, ¿quién eran, dónde estaban, y de dónde salen estos dos
señores, a los que no le hemos visto hasta ahora, ni la cara siquiera,
en todo el Evangelio? Y, ¿por qué salen ahora a la luz y dan la cara?
De Nicodemo conocíamos la existencia; pero nadie lo había visto Es muy triste decirlo; sencillamente, porque Jesús ha muerto, y
nunca, nadie sabía qué cara tenía, porque siempre andaba de noche ya no hay peligro.
y embozado, como un fantasma furtivo, ampad.ndose elllas som bras. No. No estaban los dos en el Calvario asistiendo a la Pasión.
San Juan afirma que visitaba a Jesús solamente de noche. Era un Es absurdo y contrario a su conducta habitual imaginarles presen-
discípulo y amigo, pero «nocturno». tes en la hora más peligrosa y conflictiva de Cristo. Demasiado
José de Arimatea se asoma ahora por primera vez a escena. Pero conocidos, para dejarse ver en aquel hervidero de violencias, riesgos,
ya andaba por lo visto ~l!tre bastidore.s, sin atrcverse a salir en público. tensiones y malen tendidos.
Por eso San Juan lo califica como amigo <oculto< de Jesús, «por miedo En cualquier rostro, que distraídos los mirara, hubieran creído
a los judíos».
adivinar los ojos de un espía.
Coinciden,l.os dos, Nic.oclemo y Arim~\tea, en ser los amigos Imposible estar en el Calvario. Tam poco los Apóstoles se hallaban
co~ardes ele Cnsto. MezqulIla y pobre amistad que no se atreve a
presentes. El m iedo fue la constante de los amigos y discípulos de
arnesgar nada. Porque resulta que los dos tienen demasiadas cosas en
juego, que pudieran peligrar y que no quieren exponer. Jesús.
Los dos seguirían los acontecimientos, como siempre, desde las
, Los d?s est,ln muy ~j~n situados, .los dos pertenecen al organismo tinieblas y sombras de una segura y discreta lejanía. Pero con enlaces,
mas cualificado y prestigioso, son miembros los dos, con voz y voto,
muy discretos también, que les mantenían informados, minuto a
del Sanedrín, la Asamblea de los Príncipes, o principales, entre los
minuto, del desarrollo de los hechos. Iban y venían, a lo largo de las
judíos. Y si Nicodemo, como doctor y maestro de la ley lleva puesta
tres horas del Calvario, los bien aleccionados correveidiles, con los
la venerable aureola de la sabiduría y la santidad ofIciales; Arimatea,
recados y las noticias. Hasta que a las tres de la tarde, el último
con su prestigio de homhre rico y poderoso, tiene abiertas todas las
mensajero les comunicó, a los dos emboscados, el último y definitivo
puertas.
parte:
Que Pedro, Andrés, Santiago y Juan abandonen las barcas y las
redes ~)or segu ir a Jesús, fácilmente .se comprende; no es gran cosa lo -Acaba de morir. Hace cinco minutos.
que pIerden .Y. ave~lturan. Que NlCodemo y Arimatea se jueguen -¿Cómo? ¿Qué dices?
puesto, prestJglo, nqueza, títulos, relaciones e influencias, a la carta
peligrosa de su amistad con Jesús, es completamente distinto. -Que ya ha muerto.
169
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-Pero, ¿muerto de verdad? ¿Estás seguro? ¿Tú lo has visto? O te Efectivamente: todo esto estaba trágicamente tranquilo. Como
lo contaron. ¿Está comprobado? ¿Muerto de verdad? un campo de batalla, liquidada la lucha y alejados los ejércitos. Sólo
quedaban los muertos. Y éstos ya no son peligrosos.
Se decidieron y se acercaron a María, la Madre, y a sus fieles
* * * mujeres que en estrujado recinto lloraban junto a la cruz.
y, qué cosa; cuando ya no había riesgo, aquellos dos cobardes se
Sí, Nicodemo. Sí, José de Arimatea: 1I1uerto de verdad. silltieron valientes y empezaron a actuar. Poseídos los dos por tina
acucian te fiebre de acción, trataban de tributarle al muerto lo que
Podéis estar seguros. Y tranquilos. Es absoluramellte cierto. Jesús
habían negado al vivo.
acaba de morir.
Se sentían tan valientes y seguros que hasta daban órdenes.
1.'a no hay peligro. Se acabó el riesgo. Fuera el miedo. Podéis
respirar ya a .gusto. Y hast~ salir a la calle. Incluso podéis presentaros Se convirtieron en los organizadores y protagonistas del último
en el Calvario y quedar bIen con María, su Madre, dándole perso- homenaje a Jesús muerto.
nalmente el pésame por la muerte del Hijo. Tenían iniciativas, tomaban decisiones, resultaban eficaces.
-¿Al Calvario? ¡Imposible! Para el muerto.
. -¿Por qll~? Si ya no hay nadie. Quedan cuatro curiosos inofen- A buenas horas.
SIV~S: los de s~empre y en todas partes. Porque los elementos más
ra~lcales y pelIgrosos, represen tantes del Sanedrían, de los escribas y Tarde. Demasiado tarde. Nicodemo y Arimatea.
['1nseos, ya se han marchado todos, los primeros. En cuanto Jesús Me da pena calificar vuestra actuación. Pero, ¿sabéis lo que sois y
dobló la cabeza. representáis en el Calvario? La Empresa Funeraria. Nada más. Os
Las turb.as, amedrentadas por el temblor de tierra, están regre- habéis hecho cargo de la Pompas Fúnebres. Desairado y triste papel.
sando a la Ciudad y penetran ahora por sus puertas. Después de haber abandonado cobardemente al vivo, os deshacéis en
atenciones con el muerto.
El :alvario está vacío. Queda un grupo de mujeres acompañando
a Mana. Nada hay que temer de ellas. Lloran y lloran desoladas... Demasiado tarde.
Ha muerto Jesús. Ahora dáis la cara y os presen táis delante del gobernador recla-
mando el cadáver de Jesús. Esto debíais haberlo hecho antes, cuando
y con El ha muerto también el riesgo, el conflicto yel compromi- Pilato lo estaba juzgando, para que no lo condenara a muerte.
so. Es la h~ra de los cobardes, de los miedosos, de los indefinidos y
de los ambiguos. Ahora traéis una sábana para su cuerpo y un lienzo para su rostro.
¿Por qué no impedísteis que le arrancaran sus vestidos y lo dejaran
. 'podéis abandonar la madrigut;ra y el escondrijo. Podéis dejar las desnudo? Tres horas estuvo su cuerpo en desnudez absoluta colgado
tll1leblas, las sombras y la ocultaCión para salir a la luz. de la cruz. Para traerle un lienzo a Cristo vivo hacía falta llll valiente.
Tranquilos: Jesús ha muerto. Por eso le traéis, cobardes, una sábana a Cristo muerto.
¡No hay peligro! Nicodemo ha mandado com prar treinta y dos kilos de mirra y de
áloe para ungir el cuerpo de Cristo antes de enterrarlo. Lástima de
despilfarro, porque ya llegáis tarde para la unción. Ya está ungido. Y
* ** con nardo. Lo hizo una mujer valiente cuando aún estaba vivo y lo
buscaban. y Cristo, aceptando el perfume y el aJnor profetizó en voz
alta: «Esta mujer me está ungiendo ya para mi sepultura.»
Nicodemo y José de Arimatea, cada cual por su Call11110, se
Se os han adelantado, como siempre, en el amor, las mujeres.
aventuraron hasta asomarse al Calvario.
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dictaduras ideológicas que nos dominan; por lo~ miedos a las consi¡;;-
Tan sólo llegáis puntuales para el sepulcro. Triste regalo, Ari- nas «ofICiosas» que nadie se atr~v.e a contradeclr;'y de las que n~dle
matea. Aunque se~ un sepulcro de rico, excavado en la roca y no «oficialmente» quiere respon~ablltzarse;por los.mledos a las sonnsas,
estrenado por nadIe. ¡Qué pena regalarle a Jesús un sepulcro para los silencios y las margmaClones. y callarnos, enmudecemos, ~10S
enterrarlo muerto, sin haber querido mover ni el meñique siquiera p~egamos cobarde y servilmente sin atrevernos a dar la cara por Cnsto
para dejarlo vivo!
VIVO ...
Ese es e! fin.al lógico, 'per~ lamentable, de los discípulos y amigos Luego vendrán las lamentaciones. Demasiado tarde.
cobardes. El nll.edo a.los JudlOs os robó lo más maravilloso: la e'ntrega
yel amor a Cnsto VIVO. y al fin sólo servís para hacer de Empresa Cuando tratemos de reaccionar y de actuar, será ya para asistir a
Funeraria; pues sólo os queda ya un Cristo muerto. la celebración del funeral: del entierro de Cristo.
Al que hemos ido ~l1.atando todos, poco a poco, días tras día, con
nuestros miedos y traICIOnes.
* * *
Como Nicodemo y José de Arimatea.
Hay ideología ~n. boga -teológicas, exegéticas, sociales, políti- Es sintomático cómo desde que aparece en el Calvario el pri~er
c~s- que se han engldo en auténticas dictaduras sobre las inteligen- crucifijo de la cristiandad, simultáneamer:te surge u,?a fuerza mIste-
CIas; hay que abrazarlas, aunque no nos convenzan, pues 110S riosa, alguien, que trata de deshacerlo, bajando a Cl1sto de la cruz.
expo.nemos a ser tenidos y. marcados como retrógrados; nos invade Quienes primero lo intentaron fueron los d.os ladr?nes ~rucifi
ellnledo, y esclavos del mIedo, las acatamos. Nuestro Cristo vivo e cados a sus lados. Los dos le acosaban con el mIsmo grito eXIgente:
interior, tal vez no responde al contenido de esas ideologías. Pero «j Bájate de la cruz y creeremos en ti!»
puede más el miedo. Negamos en público al Cristo vivo y eterno que
~scondemos. en ,n~estra intimidad, para servir, por miedo, a otra
'Qué poder misterioso les ponía a los dos ladrones esta frase
Ideología cnstologlca que resulta un Cristo muerto. ten~adora en sus labios? Su formulación recuerda y es un eco de las
tres frases con que Satanás tentó a Cristo en el deSIerto.
Tenemos miedo de perder, dentro de la Iglesia y sus estructuras,
un cargo, un puesto, una prebenda; para conservarla o adquirirla no Vencido entonces el Diablo, se aleja de Cristo; pero -lo advierte
tenemos más remedio que aplaudir y corear incondicionalmente los el Evangelista- «hasta otra oportunidad».
estilos, los criterios, y los gustos de los poderes y las autoridades de 'Sería esta la última tentativa de Satanás, formulada ahora por los
quienes depende el c~rgo ~ la prebenda. Sus e~tilo~ y gustos no están dos<ladrones? ¡Bájate de la Cruz!
de acuerdo con el Cnsto VIVO de nuestra conCIenCIa, pero por miedo
La estrategia de la tentación apuntaba ~ la raíz misma de la
a perder el cargo o el puesto, negamos ese cristo vivo de nuestra
intimidad, para aplaudir y corear, por miedo, lo que le contradice. Redención; de la Empresa liberadora de Cnsto: un Redentor que
Y, ¿no servimos cobardemente a un Cristo muerto? deserta y abandona su destino.
Cristo vuelve a vencer al tentador. Y ahora, radical y, defll1iti-
Cuántos, infinitos, discípulos de Cristo, invadidos hoy por los
miedos inconfesados a las minorías que gritan; por los miedos a las vamente. Aguanta en la cruz, sin bajarse de ella, hasta morir.
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resucitó también la cruz, transformándola de ignominia en gloria; y
Crucificado, da el último suspiro. se volvió a subir a ella, transfigurándola, para no abandonarla ya
Por eso el crucifIjo se convierte, para los cristianos, en el santo y nunca ni consentir que nadie jamás lo baje de ella, porque la cruz
seña de la victoria. Yen el sím bolo supremo de la entrega y el servicio glorio~a de Cristo resucitado es la bandera y el símbolo de su empresa.
de Cristo. Murió de pie, en la brecha, sin jubilarse ni del dolor ni del
Cristo resucitado, clavado en,la cruz, es la síntesi; de .la .teología
amor a su cruz.
donde Dios se nos revela; es la fórmula de la filosofla cnstr~na que
Si ahora lo desenclavan y lo bajan sus discípulos, es porque ya está ilumina el dolor y e! fracaso; es la única clave antropológIca que
muerto y pueden hacer de Ello que quieran. descifra el problema insoluble de la muerte; y es la ftrlna y el sello de
Pero esta vez, amigos y enemigos, coinciden todos en el mismo la reconciliación y de! amor.
objetivo: bajarlo de la cruz. No hay fuerza alguna, ni en el cielo ni en la tierra, capaz de
El gobernador recibe, con breve intervalo de tiempo, dos diferen- desclavar a Cristo y bajarlo de la cruz.
tes comisiones, con la misma petición. El Sanedrín por un lado; La gloria de la Resurrección es la nueva vinculación que los jl~l;ta
Nicodemo y Arimatea por el suyo, solicitan idéntico permiso; el y los abraza; y es el poder divino e! que guarda y defiende esta unlon.
Sanedrín, para evitar que el cac1<lver de un ajusticiado contamine Si Nicodemo y Arimatea lo bajaron de la cruz es porque ya estaba
desde la cruz, con su maldición, la legalidad pascual de la gran fiesta
muerto.
judía; los dos discípulos nocturnos, por piedad al Maestro; para que
los buitres que desde hace tiempo merodean por los alrededores y Eso fue antes de la segunda subida a la cruz, en la gloria de su
vuelan ciírendo la cruz en círculos cada vez más bajos y apretados, no Resurrección.
devoren el cuerpo de Cristo durante la noche. Pero todos coincidelI
en el mismo propósito: bajarlo de la cruz.
** *
Al Sanedrín, además, le resultaba molesto ya e intolerable aquel
crucificado. Siem pre la presencia de Jesús les había resultado, cuando
menos, incómoda. Pero ahora, clavado y muerto en la cruz, no podían La piedad cristiana siem pre ha envidiado la <;r0rtul~i?ad que
resistirlo. Había que hdcerlo desaparecer. Y los que antes, con un tuvieron estos dos discípulos, de demostrar su canno a Cnsto, tan
chantaje político forzaron al gobernador romano a que lo subiera a directa y tan físicamente, en su cuerpo y su persona.
la cruz, ahora, por imperativos religiosos, consiguen del mismo Nadie, ni en los Apóstoles, tuvieron un cOl~tacto tan entrañable
gobernador que lo baje. con el cuerpo del SeflOr como Nico:{er.no y Anmatea, a lo largo del
Iba ya irguiéndose y tomando cuerpo esa tenebrosa fuerza, que a rito lento y meticuloso del Descendll11lento.
lo largo de toda la historia, abierta o solapadamente, se enfi-entará La manipulación de aquel cuerp~ tan destr~zado y tan ~ueri~to,
con Cristo clavado en la cruz..
exigía los límites extremos de la suavld:ld, la dell~adez y el calculo, al
Con la Jmagen entraÍlable del Crucifijo cristiano. mismo tiempo que la energía, la segundad y la fuerza.
Signo de contradicción y piedra de escándalo. Los dos cumplieron maravillosamente. Tanto más, cuanto q~e
tenían la oportunidad única de compensar y superar sus cobardlas
Nicodemo y Arimatea desenclavaron a Cristo, lo bajaron de la
Cruz; y de este modo, con un rito de compasión y de cariño, del pasado, con su cariílO presente.
deshicieron sin saberlo, el primer cmeiflcado. El cuerpo del Señor, insensible inerte, se ple~a?a a todo y.se deja~a
hacer como un niflO desnudo. Esta dolorosa paSIVIdad de Cnsto haCla
Sólo tres días estuvo la primera Iglesia con la cruz vacía, sin
más suave el tacto, más firmes las manos, más medidos los cálculcs,
crucifijo.
más doloridas y cálidas las caricias.
Porque en la madrugada del domingo, al levantarse cristo de un
Ellos sí que pudieron medir hs llagas, verificar las magulladuras,
sepulcro con las cinco llagas de su Pasión en su cuerpo resucitado,
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Cünta.r las heridas, y certifIcar, centÍJ~tetro a centímetro la geografía Las últimas caricias fueron las de María.
sangnen ta y amada de ~quel mapa ul1lversal de todos los dolores, con
arroyos de sangre y colmas tUIllefactas de músculos inflamados. Una vez bajado de la cruz y antes de ser colocado en el sepulcro,
el cuerpo muerto del Hijo reposó en el regazo de su Madre.
Las IlIanos de Nicodemo y José de Arilllatea se han encarnado en
las. gubias y losyinceles de todos los tiempos para seguir eteruamente Nadie podía negarle tal derecho a tallIlujer.
bapndo a Cnsto de la cruz con el cariíio y las caricias del arte Dios había querido que el corazón de Cristo ensayara su primer
universal.
latido en se! seno virginal de María. A Ella le tocaba, también en su
P~ro. Nicodemo y Arimatea I~O pueden ni deben convertirse para regazo verificar que ese corazón se había parado.
los cI2s~Ianos en el model? y el Ideal de nuestra relación y contacto
La humanidad se apretó en 1v1aría para darle a Dios su bienvel?ida
con S;nsto. Y tenemos p.c:.11gro ,de hacerlo~ l~of(lue en el fondo halaga a la tierra; en el Calvario volvía a apretarse en ~vlaría para despedIrlo.
y satIsface a nuestro canno, cornada y facd, centrado en un Cristo
pasivo que se deja hacer y se pliega a todas nUestras manipulaciones. Retornó e! Hijo el regazo de la 1vladre.
N uestro contacto y nuestra relación no es con un Cristo muerto Ella nos lo había entregado a los hombres hacía sólo tres aíios,
e inerte, sino con un Cristo vivo y exigente. lleno de vigor, de gracia y de hermosura. Treil!ta a~lOs de cuidados
. Nuestro Cristo no es un objeto, ni una simple imagen insensible, maternales, de amorosa vigilancia, de consagraCión SIIl regateos, para
c!ega~ sorda y muda, que todo lo recibe, todo lo agradece y todo 10 damos «el más bello de los hijos de los hombres».
bendIce en su pasiva receptividad.
En tres afias lo habíamos consumido y estrujado.
Nu~stro Sristo está :ivo. Un. Cristo que ve, que habla, que oye. Nos bastaron tres horas para acabar con El, rompiéndolo y
Un CrIsto eXIgente que Juzga, nllde, valora y critica. Más: un Cristo
desfigurándolo.
rebelde, q~e no se pliega ni se contenta con nuestros cariños mezqui-
nos yegOlstas. María lo miraba atónita y no acababa de identificarlo:
Nuestra piedad cristiana !JO puede centrarse en ponerle flores y -Lo que yo les entregué; y lo que ahora me devuelven.
encenderle luces a la Imagen de un crucificado que en su silencio
parece aprobarlo todo. El regreso del Hijo a la Madre.
El ~ristiano tiene ~1ue tratar y habérselas con un Cristo vivo, cuya Su regazo se abría como una playa acogedora para recibir en ella
sola IllIrada nos atraviesa como una espada; cuyas palabras denuncian los restos de un naufragio; todo lo poco que quedaba tras la galerna
nuestra cobardía y ambigüedad; cuya rebeldía rechaza nuestras flores de la Pasión, yel que el mar depositaba en la playa de María.
y nuestras luces, si todo se queda en luces y flores, sin sentir en nuestra Las manos de la Madre se dedicaron a la dulce y dolorosa tarea de
carne el dolor, las llagas y la injusticia que clava en la cruz a nuestros recomponer en lo posible las roturas de aquel hijo hecho pedazos.
hermanos.
Le cerró un poco más los ojos entreabiertos para que pudiera
,So!ameme cuan?o estuvo muerto se dejó Cristo manipular. Pero dormir mejor. Le res~afió las heridas. Le alisó y ordenó la barba; y
es~a VlV.O, ha resucItado; y tratar con El es aceptar sus continuas trató de componer un poco la revuelta marafia de sus cabellos.
eXigenCIas de entrega y de amor. Es plegarnos a sus radicales iniciati-
vas. y ;ivir la ~ensión del trato y Contacto con un hombre vivo, que Al fin se detuvo en una de la heridas: la del costado.
cada dla nos pIde más.
No podía separar de ella, ni sus ojos húmedos, ni sus manos
.E.n una palabra: no es ,la compasió!l devota de bajarlo entre temblorosas. Las yemas pasmadas de sus dedos, iban y venían, suav~
can~Ias, a El, de la cruz. Es la aceptación y decisión valiente de mente, paralelas a sus bordes sangrientos, dibujando una vez más, sm
subIrnos nosotros, a su Cruz, con El. cansarse, aquella hendidura misteriosa.
Bajó de pronto su cabeza y sus labios se posaron sobre los ele la
* * * herida.
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Estaba besando el corazón del Hijo. Ayer, por tu Hijo. Hoy, por tu 19lesia.
***
***
14.ª Estación
Jesús es enterrado en un sepulcro
EL verbo {(morir» es el,.'Iltimo que conjuga el hombre.
Su postrera actividad, exclusivamente personal e inmanente, con
la que se clausura su vida y se corta todo contacto e interrelación con
los demás. Conjugado este verbo {(morin" se cierra para el hombre el
diccionario. Ya no le quedan verbos ni substantivos.
Con este verbo agotó todas sus posibilidades.
Esto, por lo que respecta al muerto.
Porque los vivos, los que quedan, disponen todavía de otro verbo
que viene a completar la muerte del difunto: el verbo {(enterrar».
Enterrar es una actividad de los vivos, que realiza en los muertos,
lo que ellos ya no pueden cumplir.
Enterrar, es reafirmar, social y familiarmente, la muerte de un
hombre.
Es como la rúbrica definitiva; es darle la razón al muerto; y aceptar
los hechos consumados. Y por eso se le sepulta, se le echa tierra encima
y se le cubre con una losa.
Mientras el muerto está presente, mientras no se realiza el entierro,
parece como que no se acaba de creer ni de aceptar que esté del todo
muerto; como si se le concediera al difullto, en ese plazo de espera,
la posibilidad de una reviviscencia. Corno si inconscientemente
alentáramos la secreta ilusión de que vuelva a abrir los ojos e incor-
porarse.
Mientras no se le entierra, la persona muerta está y sigue vigente
en la vida familiar y en los círculos de sus relaciones sociales. Preside
su casa desde un puesto privilegiado que tal vez no ocupó en vida, y
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se convierte en el centro del cariño, las nostalgias, los reconocimien- Jamás un hombre soííó tanto, prometió tanto y se atribuyó tantas
tos, los homenajes y los recuerdos. prerrogativas en desafío público y provocador frente a los poderes
Un muerto ocupa y Jlena toda la casa. constituidos: la Ley, el Templo, el Sanedrín, los Escribas y Fariseos.
J unt<;> a un ~nl1erto se evocan y se reviven todos los hechos capitales y jamás un hombre cayó más bajo. Esos mismos poderes que El
de :u. eXlstenCla en una apretada síntesis, vivida y fulgurante, como retó, demostraron su mentira, condenándolo a muerte y ejecutándolo
l~ ultima poderosa llamada de una hoguera que va a apagarse para precisamente en nombre del Templo y de la Ley.
siempre. Por eso en el sepulcro de Cristo se enterró el máximo fracaso de
Un muerto sin enterrar, no está del todo muerto. la historia.
La l11ue~·te de ve;rdad se percibe al regresar del entierro, cuando se N unca se ellterró tanto en un sepulcro.
le echa encuna la tierra y se le cubre con una Josa. Nunca ha habido una tumba más llena y repleta.
. y ent?l~ces es cllan~{o se impone la certeza de que alguien se ha Se pasma uno de que pudiera caber tanto en tan breve hueco.
Ido defi.111t1vamente y S1l1 retorno.
y sin ernbargo, al mismo tiempo, podemos afirmar que nunca,
. Entonces se siel.lte ~~l la boca el sabor del fi'acaso y del acaba- en una tumba, se enterró menos. Que jamás un sepulcro estuvo tan
miento: de la hunllllaclOn y de la derrota que es la muerte para el vacío.
hombre.
Paradojas desconcertalltes de! misterio de Cristo.
* * *
* * *
El murió. Los hombres lo enterraron. y mientras ceííían y apretaban los miembros de tu cuerpo, envol-
viéndolos con tiras y vendas impregnadas de mirra y de áloe, que-
Todo se acabó. No queda nada. Muerto y sepultado. daban apretados entre las vendas, tu destino frustrado, tu empresa
hundida, tu actividad inútil y estéril.
* * * No eras Tú solo, ni te enterraban a Ti solo.
Habías prometido a muchos, los habías arrastrado a la locura de
tu apostolado, los habías enardecido e ilusionado con refulgentes
U n muerto es un fi-acasado radical. promesas, se habían fiado de Ti y creído en tus palabras.
Por eso en cada sepulcro se entierra un fracaso. Eras y pertenecías a todos. Por eso contigo se ellterraba también
. Su condenación y muerte constituyó a Cristo en rey, por exce!en- algo de todos.
Cla, de los fracasados. Su símbolo más espectacular y estrepitoso. Elltre las bandas que apretaban tu cadáver iban, camino del
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185
sepulcro, tus BicnaventuralJzas. Los pobres, los padficos, los perse- Enternron el Cáliz de tu Ultima Cena. Llévatelo contigo; es
guidos, los hambrientos, los explotados, sentían que les enterraban
preferible. Fracasaste. Qué pena n?s daría velJ~ rodar por elll1un~l~,
algo suyo, un sueño vano del que Tú eras culpable.
inútil y vado, cuando tú prometiste y profetJZaste que se se~uJr1a
Se enterraban contigo tus Par,ibolas: y ya no habrá ni Reinos, ni llenando todos los días, en memoria tuya, con tu sangre calIente,
Bodas, ni Banquetes. Se apagaban las lámparas. Eran falsas las perlas, hasta la consumación de los siglos.
Estéril la semilla. YeI hijo pródigo no tenía padre, ni pastor la oveja Enterraron la Estrella de Belén. Ahí queda en un I:incón oscur~
perdida.
de tu sepulcro, como un imposible y avergonzad~ Ju~uete. Qu~
Te llevabas a la tumba todas tus Palabras. y como no dejabas mentida falllasía. desinHada hoy y vacía como nn gloDo pInchad? l:
escrito ningún libro, se cnterraba todo lo que dijiste y predicaste. con la Estrella, tu falsa Noche de Reyes; el incienso, el oro y la mura.
Decían que nadie había hablado nunca como Tú; y, ¿de qué valió? y aunque nos duela por tu Madre, ahí queda enterrada la Virgini-
Palabras, palabras que se lleva el viento. 1'alabras alas que hoy también dad de María.
se daba tierra. l
y lo que es más: tu Divinidad.
Se sepultaban contigo todas las controversias y diatribas {lue
mantuviste con escribas y [1riseos. Qué temibles tus ataques. Qué 'In fracaso es absoluto. Y a todos los que comprometiste, los
aceradas tus respuestas. Qué valientes tus denuncias. Todos tus arrastras abora contigo en tu caída.
adversarios mordían en las disputas el polvo de la derrota. Pero al y , ('cómo puede caber todo en un sepulcro?
final, ganaron ellos; y en la última controversia, la de tu Pasión,
Proceso y l\1uerte, te derrotaron pública y definitivamellle. Hoy, Nunca se cnterró tanto.
muerto, muerdes Tú el polvo del sepulcro y en él se sepultan también Jamás una tumba estuvo tan llena.
tus controversias.
188 189
Lloraba el río Jordán; le rompían a pedradas el espejo de su le enseñaban, por la ventana abierta, su cara, sus manos, su piel a la
remanso donde él seguía contemplando el vuelo estático de una luna de Nisán y le pregulltaban: ¿Verdad que estoy curado? ¿Verdad
Paloma blanca.
que mi carne está lim pia? ¿Verdad, tú lo ves, 9ue y? no soy un lepro~o?
Lloraba el Pozo de Jacob. Su llanto, hondísimo, subía en borboto- Y acariciaban sonrientes y temerosos su pIel m:lagrosamente re) u-
nes desde su corazón y desbordada el brocal donde El estuvo sentado venecida.
sediente y sudoroso.
Y todos, confortados, volvían a sus lechos, seguros, esta vez, de
Lloraba el nardo. Le han partido los pies que yo besé. conciliar el sueño.
Lloraban el vino y el pan. Ya no seremos nunca más su carne y su 1m posible. Cuando iban ya a cOl~seguirlo les sobresaltaba. una más
sangre. terrible y angustiosa pregunta: ¿Y SI mañana, cuando despIerte, In:
levanto otra vez enfermo? ¿Volveré mañana a ser leproso? ¿Despertare
Lloraba la mostaza. Seré siempre minúscula; yo que iba a crecer otra vez ciego? ¿O ya no podré levantarme jamás, paralítico de nuevo
hasta tocar el cielo con mis ramas.
para siempre?
Lloraba la dracma perdida. Perdida para siempre. Mllrió el que
podía encender la luz y encontrarla. Porque han matado a JeslJs de Nazaret. Terminaron con El.
Pudieron más que El. Acabaron con su poder mIlagroso. ¿Era ya todo
Y lloraban los lirios que no hilan; y los pájaros que no siembran; mentira? ¿Fue sólo un sueÍlo?
y la levadura, yel celemín; el vinagre y la sal...
Y está enterrado.
Y los niños que El besó y acarició no podían dormir esa noche y
Jesús de Nazaret, no te lleves contigo a tu tU~l1ba la segu.ridad de
también lloraban. ¿Qué te duele, hijo? No lo sé, mamá; me duele
todo... mi curación. No me dejes a mí enterrado tambIén en el mIedo y la
duda.
* ** * * *'
192 193
¡El sí que era la respuesta única y definitiva! do llevando su respuesta a un mundo trágico clue desde hacía siglos,
. Pero yacía, muda e inm¿vil, apretada y comprimida con vendas desde e! primer homGre muerto en la tierra, se había quedado sin
y ltgaduras en la oquedad, SIIJ palabras, de un sepulcro sellado. palabras y aguardaba una respuesta, que nadie jamás había osado ni
había logrado dársela: el mundo de los muertos.
Jal~ás hubo en el universo tanta inmovilidad como en aquellos
tres ({¡as no completos, en que un sepulcro, pasmado y sin aliento fue entonces cuando Cristo, aparemel11ente inmóvil, realizó esa
contenía el cadáver de Dios. ' visita misteriosa que confesamos en nuestro Credo cuando procla-
mamos: «descendió a los infiernos». No se aludc <lquí al lugar maldito
Todo parecía contagiarse de su letal Jeposo.
de los condenados para siempre; «inGerno» cs aquí una vieja y arcaica
El mundo estaba paralizado. expresión que trata de localizar ese lugar, profundo e insondable
y más at.'1I1 Jerusalén, ovillada en sí misma por el remordimiento; -por eso infierno, inferior, en lo más bajo e inaccesiblc- donde se
y forzada a no tno:,erse P?~ la quietud que le imponía la ley de aquel supone iba reuniéndose y apretándose, generación tras gencración,
Sabado de Pascua InmovilIZando a rudos los judíos. es;¡ innumerable y trágica asamblea de todos los muertos.
También Jesús permanecía inmóvil. Cristo muerto descendió hasta esas profundidades inferiores para
visitar a esos seres inaccesibles e inimaginables.
y no fritaría alguien -sacerdote, escriba o fariseo- que en la
penumbra sagrada de su casa sonriera irónicamente al caer en la Descendió, no a un lugar concreto, ni a una localización material
cuenta de que aque! Jesús de Nazaret que se había atrevido un día a y tangible, y menos geográfica, en donde se reúnen y concentran los
~nf~emal:se con el Sábado, era precisamente en aquel momento, e! muertos.
Jud~o. mas observante, el que mejor. estab~ cumpliendo el reposo No existe tal sitio. No es un lugar. Es un estado; un modo de ser
sabatLCo en la perfecta y absoluta lllmovI1Jdad cadavérica de su y estar; indefinible para los que aún vivimos condicionados siempre
sepulcro.
a un pedazo de tierra donde necesariamente nos situarnos y donde se
¿No era el castigo evidente para el blasfemo? Estrenaba el reposo nos localiza.
forzado y eterno,de su tl~mba, cuando se iniciaba el descanso legal de Las distintas culturas lo han ido describiendo segtÍn los elementos
aquel solemne Sabado. y acababa el sacerdote, escri ba o fariseo dando
de su ideología religiosa y social como un abismo insondable, un pozo
gracias al Dios de Israel que ;¡sí vel;¡ba por la Ley, vengándose de los
blasfemos. sin fondo, un túnel sin salida, un valle sombrío entre perpetuas y
pegajosas nieblas; un lago sin orilbs, sin barca y sin barquero... Un
lugar sin aire, sin luz y sin sonido, donde vagan, sin roces, los
fantasmas, puros gestos, sin voces ni palabras.
***
Con estas localizaciones se ha querido aludir y materializar el
destino último; el final de ese viaje que se inicia ;¡l morir; ese «más
Jesús, el Hijos de Dios, callaba en su (tImba, sin replicar esta vez allá», misterioso, que queda de! otro lado de la rumba y en donde se
a sacerdotes, escribas o fariseos. dan cita los muertos.
Era la hora del silencio mortal. Esa cita que nos espera a todos los hombres como un destino
:Muy pronto -ya se acercaba- iba a sonar el momento de su ineludible y ciego; al que no podemos enviar y de donde no nos llega
re~puesta definitiva a todas las controversias. Al amanecer de! 00- respuesta alguna.
mlJlgo. Cristo fue esa, para nosotros, imposible respuesta; hizo también
Mientras tanto, aparentemente, yacía inmóvil y mudo en e! ese último viaje, aceptó también ese destino ciego y fatídico, atravesó
reposo del sepulcro. voluntariamente esa frontera y pasó aliado; y muerto, visitó a los
muertos, para solidarizarse con su muerte y su destino y para llevarles
Pero eran sólo "pariencias. En realidad, Jesús andaba muy atarea- la respuesta de su liberación.
194 195
Cuando Cristo muerto visitó a los muertos, se abrió la cárcel, se aceite pe:~umado que por la muerte, la sangre, el dolor y el fracaso
derrumbó el muro, des:ltJareció el abismo; les llevó la libertad, la de Cristo ungía y consagraba la tierra y el cosmos.
val.abra, la luz. Era un ill:1erto que había vencido a la muerte y que Desde el sepulcro, la unción callada de Cristo iba penetrando
vIsitaba a los muertos para llevarles su victoria, que era de todos y
también, irresistible, poro a poro, en toda la tierra, hasta invadirla
para todos.
totalmente, ungiéndola y cristificándola.
La inmovilidad en aquel sepulcro era aparente.
Porque el valor redentor de Cristo se aplicaba también a Id
Nadie sospechaba en Jerusalén, y menos los escribas y [1riseos, materia, liberándola de la esclavitud con que la sojuzgaba y prostituía
que Jesüs, mien tras tanto visitaba a los m uertos para entonar con ellos la injusticia y el pecado de los hombres.
un himno, sin réplica, a la Liberación y a la Vida.
El pecado de los hombres es la polución letal que enveneI~ay mata
Una visita de Jesús que no ha tellninado. la naturaleza.
Una visita que se perpetúa desde entonces. La muerte de Cristo es el óleo con que se ungen y se curan sus
Una presencia que no se apaga ni se eclipsa. heridas.
Por eso, cuando pasemos al otro lado, al final de nuestro ültimo La unción de aquel Sábado iba calladamente preparando a la
viaje, nos encontraremos con J esüs, que allí espera, desde entonces, naturaleza y a la materia toda, para el alba jubilosa y liberadora del
la llegada de todos los muertos. Domingo.
*** ***
No. No había una pétrea y mineral quietud en el sepulcro. El sepulcro de Cristo no se reducía a aquella oquedad excavada
en la roca viva de Jerusalén en el Calvario.
Los cien kilos de mirra y de áloe con que Nicodemo y Arimatea,
entre vendas y ligaduras, envolvieron el cuerpo de Cristo, seguían Era un muerto infinito para un hueco tan pequeño y limitado.
desarrollando su lento y silencioso, pero irrefrenable proceso de Era un muerto cuyas dimensiones colosales superaban el tamaño
actividad invasora.
de aquel sepulcro construido para encerrar simples hombres.
Los aceites perfumados, después de atravesar gasas y vendas,
Era un muerto que necesitaba, como tumba, todo el planeta de
Ilega.ban en su avance hasta la misma piel del cuerpo muerto,
suavIzaban y abrían, poro a poro, todos los accesos, hasta penetrar la tierra.
Jespués por los infinitos y minúsculos canales abiertos invadiendo y así era en verdad. La puerta y la entrada del sepulcro se abría en
todo el cuerpo de Cristo con la caricia suave y perfumada de su Jerusalén; pero la m uerte de Cristo henchía y colmaba la tierra en tera
unción. Esta actividad callada c;ue ungía el cuerpo de Cristo era que se sentía llena y ocupada toda por aquel muerto infinito; y que
además el símbolo de otra unción. rodaba en el silencio de los espacios asombrados, ante el pasmo de
Porque simultáneamente, Cristo mismo, inmerso en su sepulcro, los astros, como el sepulcro colosal de Dios.
ungía y consagraba, con su divino contacto a toda la tierra y a todo Toda la tierra fue su tumba.
el universo.
Su muerte ocupó e invadió todos los huecos.
Las cien libras de mirra y áloe, en su cifra generosa de cariñoso y
póstumo despilfarro eran así también otro símbolo. Cristo quiso adelantarse y ocupar el primero todos los sitios.
, La unción de Cristo, con cifras elevadas al infinito, superaba los Por eso, en cualquier sitio de la tierra en que se cave el hoyo de
numeros de los hombres. La misma incalculable Divinidad era el una tumba se abre un hueco donde ya reposó Cristo.
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Por eso, cuando me entierren, me bajarán a un sepulcro que ya Porque el Vía-Crucis de Cristo no termina en ua sepulcro lleno,
estuvo ocupado por Cristo. sino en un:! tumba vacía.
No hay rumbas heladas ni fl-ías; ya Cristo las calentó a todas con y esa boca abierta, de un sepulcro sin nada, es la que nos da la
el calor de su presencia. respuesta a todas las preguntas del Vía-Crucis. Ya todas las preguntas
de nuestra vida.
No hay sepulcros nuevos: nadie estrena tumba.
Responde la boca del sepulcro vacío: ¡Ha resucitado!
Todas las tumbas fueron ya estrenadas y benditas por Cristo.
Si el sepulcro de Cristo continuara lleno nadie recorrería su
La com pañía de su muerte redentora se adelantó a esperarnos. Vía-Crucis, ya que seguiría siendo el más estrepitoso fracaso de la
Nadie duerme solo en su tumba. historia, sin solución y sin respuesta.
Todas las tumbas fueron ya estrenadas y benditas por Cristo. Porque el sepulcro está vacío recorrernos y repetimos su Vía-
Crucis y lo copiamos en lIuestra vida, ya que al final nos espera la
La compañía de su muerte redentora se adelantó a esperarnos. gloria de la Resurrección.
Nadie duerme solo en su tumba. N unca ha habido un sepulcro más lleno: lo henchía todo el fracaso
de Dios. Y nunca ha habido nn sepulcro más vacío: todo, con El, ha
resucitado: sus Palabras, sus Promesas, sus Parábolas, sus Milagros,
* * * sus Bienaventuranzas.
Ya tienen respuesta los pecadores, los enfermos, los pobres, los
La Décima Cuarta Estación es la más larga del Vía-Crucis. Duró oprimidos, los pacíficos, los misericordiosos, los muertos.
tres fechas incompletas: de Viernes a Domingo.
Todo ha resucitado con Cristo.
Un sepulcro para sólo tres días.
y también su Vía-Crucis con sus Catorce Estaciones; que sola-
Los hombres, los cristianos también, queremos alargar más, in- mente se comprenden y se aceptan cuando se las contempla desde la
mensamente más la última estación de nuestro Vía-Crucis y nos altura del Calvario, junto al sepulcro vacío, transfiguradas con la luz
instalamos en suntuosos sepulcros, con mármoles y bronces, como si nueva del alba que se quiebra con temblores Pascuales en la maÍÍana
nuestra tumba fuera eterna, para siempre. de la Resurrección.
Y compramos el terreno para asegurar la posesión con escritura
legal de propiedad.
Cuando afortunadamente nuestro sepulcro es también sólo para
tres días.
Un sepulcro prestado, como el de Cristo; aunque lo hayamos
comprado y pagado.
Pobres de nosotros si nuestra tumba fuera de verdad una
propiedad inalienable, una posesión eterna.
Gracias a Dios vendrá a despojarnos de esa absurda y mentida
propiedad la mano liberadora de la Resurrección.
Como a Cristo. Y por su gracia.
***
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INDICE
201
LIBROS DEL PADRE CUE
(*) En distribución.
SE TERMINÓ DE IMPRIMIR
ESTE LIBRO
VIRGEN MARIA