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FACULTAD DE CIENCIA POLITICA Y RR II

LICENCIATURA DE TRABAJO SOCIAL

SEMINARIO MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA

Muñoa, Maité

Rosario, 2015

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Para este trabajo final se nos propuso reflexionar sobre nuestra primera noción o
acercamiento a la última dictadura cívico militar y diferentes ejes que fuimos trabajando en
clases haciendo énfasis en los sentidos de la memoria.

Ahora bien, esto quizás produce cierta incomodidad. Incomodidad en el sentido de realizar
un ejercicio de reflexión que puede ser difícil en algunos sentidos debido a que implica
también ejercitar nuestra propia memoria y salir de ciertos lugares en los que comúnmente
caemos cuando hablamos sobre este momento en la historia. Una mezcla de respeto, horror
y nostalgia muchas veces nos paraliza al momento de reflexionar.

Siempre hay temas de los que “no se habla”, temas que permanecen en el olvido. En mi
casa ese tema “no se habla”. En mi escuela ese tema “no se habla”. En mi ciudad de ese
tema mucho “no se habla”. Mi primer acercamiento, mi primera noción, a la última
dictadura cívico militar vino de la mano de mi hermana y de Charly García con “Los
dinosaurios”.

Ella estaba escuchando ese tema en el cuarto y me dijo “¿Sabés de qué se trata este tema?
De los desaparecidos”. Yo tenía 13 años y jamás me habían hablado de eso. En la escuela el
tema se tocó después, como cualquier otro tema en las clases de historia con una docente
que no paraba de decir que los militares sólo respondieron a la violencia inicial y que la
sociedad argentina estaba desesperada porque la llegada del golpe “para que ordenaran las
cosas”. Nadie recordaba el 24 de marzo. No había palabras alusivas, ni memoria.

A lo largo del cursado hemos podido actualizar tanto el respeto a aquellas personas,
aquellos militantes, dispuestos a dar su vida por sus ideales como a sus madres, sus
abuelas, sus hijos…Todos aquellos que luchan por mantener la memoria viva. En cierto
sentido también evitamos que el horror de lo sucedido y la nostalgia sean un impedimento
para poder reflexionar críticamente sobre diferentes aspectos que hacen al ejercicio de la
memoria.

Ahora bien, ¿qué es la memoria? Siguiendo a Jelin, la memoria es la manera en que los
sujetos construyen un sentido del pasado. Ninguna memoria es total, siempre hay olvidos.
Ninguna memoria tampoco es eterna, sino que es construida y reconstruido por los sujetos
históricamente. Es decir, las memorias no son estáticas, cambian a lo largo del tiempo.
(Jelin, 2013)

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Encontrar los diferentes sentidos que fue adquiriendo, las diferentes memorias que se
fueron construyendo, fue parte de la tarea que nos dimos esta última parte del año. Entender
que siempre hay luchas e intereses por el sentido de la misma es algo que nunca hay que
olvidar tampoco. El editorial del diario La Nación del pasado 23 de noviembre no hace más
que recordarnos esto.

A continuación intentaré dar cuenta de los diferentes ejes propuestos, haciendo un esfuerzo
en cuestionar aquellos lugares que creo que han sido compartimientos estancos en mi
propia memoria.

En primer lugar, me parece necesario volver a situar los hechos acontecidos en la última
dictadura teniendo en cuenta una serie de factores que ayudan a su comprensión. Me parece
importante comenzar por este punto porque muchas veces tendemos a aislar o a encapsular
este período, descontextualizándolo de una serie de cuestiones que hacen a su comprensión.

En este sentido me gustaría retomar a Marina Franco, quizás porque en su trabajo se dedica
a resituar parte de la historia de la violencia ejercida por el Estado en la Argentina en los
años anteriores al 76’, haciendo especial énfasis en entender que la misma no fue exclusiva
de la última dictadura, ni de las dictaduras en particular. La autora sostiene en este sentido,
que la inmediata asociación entre terrorismo de estado y violencia estatal no explica la
complejidad de ciertos procesos. Es decir, “(…) no logra delimitar con claridad los
contornos del tipo de situación a la cual hace referencia cuando se aplica a momentos
menos nítidos que la última dictadura militar argentina. Es decir, su carga valorativa
automática genera una división tajante entre fenómenos que forman parte de un mismo
proceso histórico”. (Franco, 2012)

La autora sostiene la hipótesis de que existen continuidades y discontinuidades que


atraviesan gran parte del siglo XX, en especial entre los años 1955 a 1983. Según ella, si se
observa el funcionamiento del estado durante esos años, se pueden ver ciertas prácticas y
ciertas maneras de percibir al “otro peligroso” que fueron implantando tanto en los
gobiernos democráticos como en los gobiernos de facto de manera transversal.“ (…) el
desafío es explicar esos elementos comunes que parecen caracterizar el periodo 1955‐1983
en su funcionamiento y en su propia densidad histórica y no como mero camino de
acumulación represiva hacia su ‘clímax’”. Es decir, todos los elementos planteados pueden

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ser encontrados a lo largo de la historia de nuestro país, la clave está en la manera en que se
articularon nuevas formas de entender la resolución de los conflictos internos y el
disciplinamiento social en este período. (Franco, 2012)

Esos elementos que menciona Franco incluye en primer lugar el uso de medidas de
excepción para responder a conflictos políticos y sociales. Las mismas fueron usadas de
manera recurrente por gobiernos democráticos y de facto como mecanismos “normal” de
gobierno con el fin de mantener el orden y como herramienta preventiva para garantizar
ciertas políticas, habilitando la persecución política y la concentración del poder. (Franco,
2012)

Por otro lado, la militarización del orden interno es otro elemento importante para entender
la trasnversalidad de ciertas prácticas. En este sentido, la novedad no radica en la
“resolución” castrense dada por los gobiernos de facto a los conflictos políticos y sociales,
sino la recurrencia con que los gobiernos democráticos hacían uso de la misma. Es decir, en
una sociedad en donde las Fuerzas Armadas ya gozaban de mucho peso sobre el orden
político e institucional, la apelación por parte de gobiernos democráticos sólo agrandó el
margen de autonomía y poder que poseían. (Franco, 2012)

En este sentido, este proceso fue simultáneo a una serie de transformaciones en las
hipótesis del conflicto que manejaban las Fuerzas que pasaron de y una concepción de un
enemigo externo a otro interno, siendo este un factor clave para explicar cómo las lógicas
represivas y su militarización se implantaron en las políticas internas llevando a situaciones
de gobierno de completa excepción jurídica. (Franco, 2012)

Así, desde fines de la década del 50, la nueva hipótesis de conflicto era la existencia de un
enemigo interior cada vez más peligroso que planteaba una guerra interna no convencional.
A su vez, los gobiernos democráticos del periodo adoptaron en distintos momentos
interpretaciones similares de la seguridad interior, ya sea por influencia o bajo presión
militar o por aceptación y acuerdo con las nuevas visiones castrenses del conflicto. Ello se
plasmó en sucesivas medidas y leyes, por ejemplo, los proyectos de ley de defensa bastante
similares que se discutieron sin aprobarse durante el gobierno de Frondizi y de Illia.
(Franco, 2012)

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Esto lleva a un último elemento que es fundamental: lo que la autora denomina
construcción de la “peligrosidad del enemigo interno” al que era necesario enfrentar. Esta
imagen es clave, ya que está presente bajo diferentes nombres en todo el período que va
desde 1955 a 1983. Es el sostén representacional y legitimardor de aquellas medidas de
excepción a las que se hacía alusión más arriba. “Estas figuras y el complejo de valores que
ellos supuestamente ponían en peligro fueron transformándose en las décadas analizadas
para adquirir cada vez mayor peligrosidad: del peronismo al comunismo en los años 50 y
luego del comunismo al “marxismo subversivo” en los 60 y 70, ellas justificaban la
profundidad de las medidas tomadas, y fundamentalmente, la necesidad de tomarlas”.
(Franco, 2012)

Ahora bien, quién fue este enemigo interno y cómo llegó a serlo son dos preguntas que
también son necesarias de responder. Más allá de la nostalgia y de la cuota de romanticismo
que surge al evocar esta generación, es necesario realizar un análisis crítico de su historia
también. Retomando a Bufano “(…) desnudar ese pasado no implica deslealtad alguna
(…)”. (Bufano, 2007)

Es interesante así citar el subtítulo de un artículo de este autor: nacidos en los sesenta.
“Nacidos en los 60” hace alusión un proceso histórico álgido como el que vivió Argentina y
el mundo en general en esos años.

Podemos nombrar sintéticamente una conjunción de acontecimiento tales como la


Revolución Cubana, el Mayo Francés, el triunfo de la guerra por la independencia en
Argelia, el fracaso de los Estados Unidos en Vietnam, la elección de Salvador Allende
como presidente en Chile. Al mismo tiempo, en nuestro país crecía la movilización social
con dos actores fundamentales: el movimiento obrero y la juventud, protagonistas del
Cordobazo y del Rosariazos. Ambas movilizaciones representan una inflexión en la vida
política argentina y fueron prólogos de la radicalización de la juventud.

Bufano argumenta entonces que fueron estos sucesos, sumados principalmente al golpe de
Estado protagonizado por Juan Carlos Onganía los que llevaron a justificar la toma de
armas. “Si una derecha recalcitrante y autoritaria podía desconocer el resultado de las urnas
y tomar el poder mediante el uso de las armas para imponer su propia voluntad, ¿por qué
los civiles que propugnábamos la igualdad, la erradicación de la pobreza, la educación, en

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fin, un mundo feliz, no íbamos a intentar por medio de las armas lo que a toda vista era
imposible obtener por medio de las urnas?” (Bufano, 2007)

Así, “(…) profesionales, estudiantes, sindicalistas, trabajadores, se lanzaron a protagonizar


la historia tal como lo habían hecho revolucionarios de otras naciones”. (Bufano, 2007)

Sin embargo, a pesar de que el comienzo de la lucha estuvo signado por el ansia de libertad
y de igualdad, el uso de las armas y el posterior desprecio por la democracia empujó al
desatino. El autor sostiene entonces la existencia de deformaciones en ese proceso de toma
de las armas. Dos de ellas serían las principales. (Bufano, 2007)

Por un lado, la profesionalización del militante. La misma implicó que gran cantidad de
jóvenes se dedicaran pura y exclusivamente a la militancia, alejándose así la guerrilla de la
sociedad y cayendo en los vicios de conformar una organización que terminó por
transformarse en aparato cuasi burocrático cada vez más difícil de sostener. (Bufano, 2007)

Por otro lado, a pesar del triunfo en las urnas de Juan Domingo Perón en 1973, todos los
grupos armados continuaron con el ejercicio de la violencia, ignorando la voluntad popular
que apostaba por la paz y la convivencia. Se creía entonces que la democracia burguesa era
la herramienta para la transformación. (Bufano, 2007)

Bufano sostiene entonces que la guerrilla argentina terminó por reproducir “(…) un
fenómeno conocido en el campo de la violencia política: una vez que se toman las armas es
muy difícil abandonarlas porque el poder que ellas otorgan –sea real o imaginario-
distorsiona la mirada política. Es difícil ‘retroceder’ al campo del diálogo y de la
negociación cuando el ruido de las armas impone su voz (…)La decisión de continuar con
la lucha armada en contra de un gobierno constitucional, más la respuesta ilegal de ese
gobierno, contribuyeron a acrecentar todavía más el espíritu militarista de los grupos
guerrilleros. (Bufano, 2007)

Estas dos cuestiones descriptas por el autor terminaron favoreciendo el objetivo principal
de las Fuerzas Armadas: separar la guerrilla de la sociedad, del pueblo. Así, el accionar de
los grupos armados perdió casi toda la simpatía que la sociedad había sentido en el
momento en que prosiguieron sus acciones contra un gobierno elegido democráticamente
por la ciudadanía.

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Al final del artículo Bufano sostiene que es una mentira que las Fuerzas Armadas hayan
vencido a la guerrilla, solo aceleraron el camino hacia la muerte. “ellos solo recogieron los
restos de grupos que se habían suicidado con sus propios excesos. Los militares golpistas lo
saben muy bien: a sus campos de tortura ingresaban jóvenes profundamente desalentados,
escépticos, ya vencidos (…) Trágico final de una épica impura para quienes habíamos
imaginado un mundo libre y transparente.” (Bufano, 2007)

Con este “trágico final” se inaugura entonces el 24 de marzo de 1976 encabezado por Jorge
Videla uno de los capítulos más terribles de la historia argentina. De esta forma, de la
mano de esta última dictadura llega una nueva forma de Estado, un Estado terrorista y me
parece necesario entender varios factores del mismo.

El primero de ellos, siguiendo a Duhalde, es que surge una filosofía que sostiene que ni la
democracia ni los gobiernos de facto con cierta normatividad pública son capaces de
defender el nuevo orden social capitalista que estaba surgiendo y tampoco de enfrentar las
obvias consecuencias en términos de conflictividad social y política que las medidas
necesarias para implantar este nuevo modelo acarrearían debido a los altos niveles de
organización de los sindicatos, los asalariados e inclusive cierta parte de la burguesía cuyos
intereses se verían afectados. Por lo tanto, se cree necesaria la instalación de una actividad
permanente y paralela al Estado creando dos caras del mismo: una pública sometida a las
leyes y otra clandestina, libre de toda legalidad. (Duhalde, 1983)

Como describimos anteriormente, hay que recordar que parte del poder y de la autonomía
que poseían las Fuerzas Armadas para realizar dicho cometido, proviene de una forma de
gestión del conflicto social instalada tanto en gobiernos de facto como democráticos.

Sin embargo, es también necesario recordar retomando a Duhalde y también parte del
documental “La doctrina del Shock”, que este tipo de estado también responde a los
intereses del imperialismo y de las clases dominantes. Como dijimos anteriormente, ya no
bastaría entonces con el Estado represivo para hacerlas posibles, sino que sería necesario
entonces “(…) que el modelo de dominación adquiera formas muy precisas en sus aspectos
represivos. Se requiere no sólo la supresión de los mecanismos de representación y
expresión de la sociedad civil dentro de su estructura democrática negando todo tipo de
libertades, sino que la exigencia es mayor: es preciso imponerles determinados

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comportamientos sociales y comprometer sus esfuerzos en esa política de reconversión del
modelo económico de la nación”. (Duhalde, 1983)

No basta entonces un Estado autoritario, es necesario un Estado Terrorista que mediante el


terror como método y práctica permanente “(…) produjera el hecho de que cada obrero,
cada empleado, cada pequeño empresario, estudiante o profesional liberal tuviera una
bayoneta sobre su espalda”. (Duhalde, 1983)

Por otro lado, bajo qué lógica operó el accionar de las Fuerzas Armadas es otro factor sobre
el cual me parece necesario reflexionar. Siguiendo a Feierstein, la última dictadura fue lo
que él denomina como “genocidio moderno”, entendiendo por esto una práctica social
específica tendiente a la destrucción y reorganización de las relaciones sociales. Este tipo
de genocidio no se limitaría tan solo con el aniquilamiento material de colectivos humanos,
por eso su carácter de moderno, sino que se propone reorganizar las relaciones sociales
hegemónicas a través de diferentes momentos. El autor habla de que el proceso se inicia
con la construcción de un “otro negativo”: una fracción de la sociedad que por cuestionar el
modelo social dominante se constituye en el blanco de una serie de prácticas tendientes a
su eliminación material y que terminaría con su realización simbólica, es decir una última
etapa que se vincularía con la forma en que se narra y representa dicha experiencia.
(Feierstein, 2008)

Según este autor, que realiza un paralelismo entre el nazismo y la última dictadura, lo que
se llevó adelante fue una práctica social genocida, siendo su característica central el que
actúan hacia el interior de una sociedad con el fin de clausurar aquellas relaciones que se
encuentran en tensión con el poder dominante, intentando reorganizarlas por medio del
terror para imponer otros tipos de vínculos hegemónicos. La tecnología de poder
característica serían entonces los campos de concentración o los centros clandestinos de
detención y estarían dirigidos a provocar determinados efectos en el total de la sociedad. La
novedad que aporta el genocidio alemán para es su capacidad de articular esta nueva
tecnología de poder en una estrategia orientada a reformular las relaciones sociales hacia el
interior de la sociedad mediante la eliminación física y simbólica del conjunto social que ha
sido previamente “negativizado”. (Feierstein, 2008)

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La diferencia entre ambos procesos radica en que el nazismo tenía una “lógica irracional
vinculada a su delirio racialista y, por lo tanto, incomparable a los procesos represivos que
conllevan una racional lógica de confrontación binaria amigo-enemigo (…) los judíos no
habían hecho nada para ser aniquilados; los ‘delincuentes subversivos’ argentinos sí habían
hecho algo que permite entender- no digo justificar-su aniquilamiento”. (Feierstein, 2008)

Así, el autor sostiene que a diferencia de la experiencia alemana, el caso argentino


constituye un proceso que aparece explícitamente como un “genocidio político” sin
necesidad de apelar a conceptualización de tipos raciales para ocultar el contenido de su
operatoria. El gobierno de facto se propone así reorganizar desde sus propias bases a la
sociedad argentina por medio del uso del terror y su efecto ejemplificador en la figura del
“desaparecido”. Esta característica es finalmente lo que distingue a esta dictadura de
anteriores experiencias de facto ya que ninguna se propuso un objetivo de tal envergadura.
(Feierstein, 2008)

Por último, es necesario entender como dijimos anteriormente que existe en torno la última
dictadura militar, una lucha por los sentidos y por la construcción de la memoria colectiva.
En un primer momento, inclusive antes de la llegada de la democracia, los mismos militares
y los civiles que adherían a la dictadura, sostenían a modo de justificación para el accionar
genocida que lo que llevaban adelante era una “guerra contra la subversión”. Surge así
tempranamente un atisbo de lo que se conoce como “teoría de los dos demonios”, que
terminó siendo delineada por el informe de la CONADEP a través del informe “Nunca
Más”

Como sostiene Adoue, “(…) si la ‘guerra sucia’ contra la ‘subversión’ fue la narrativa
usada para explicar la ruptura de la continuidad legal en 1976, el retorno al juego electoral
en 1984 exigía un nuevo relato hegemónico. El Estado produjo, entonces, la teoría de los
‘dos demonios’. Esa narrativa no negaba completamente la de la ‘guerra sucia’, según la
cual las Fuerzas Armadas se levantaron contra el ‘mal’ encarnado por la ‘subversión. La
teoría de los ‘dos demonios’, caracterizaba, sin embargo, a la dictadura como otro ‘mal’ de
sentido contrario al de la ‘subversión’”. (Adoue, 2006)

También surgió en esta época una suerte de amarillismo y sensacionalismo en cuanto al


tema, que solían hacer hincapié en las vejaciones que se sufrían en los centros clandestinos

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de detención. Además, las producciones de ese período también se dirigían a
desculpabilizar a la sociedad, justificando su actitud pasiva frente a la violencia del Estado
por miedo o desconocimiento.

Según Adoue, la narrativa adoptada respondía a una “necesidad de reacomodamiento


narrativo que se imponía en los diferentes sectores del poder. El Estado, la iglesia católica
(que también tuvo en su seno cómplices y víctimas de la represión), la prensa escrita y la
televisión, que justamente fue en los años de la dictadura cuando ganó la importancia que
hoy tiene en la construcción de las narrativas hegemónicas”. (Adoue, 2006)

Sin embargo, había otras voces, otro discurso que se había instaurado en el mismo seno de
la última dictadura militar. Siguiendo a Jelin, diferente sectores de la oposición
conformaron diferentes colectivos que giraban en torno a los derechos humanos y cuya
tarea estaba abocada a denunciar y detener la violencia terrorista estatal y averiguar el
destino de sus víctimas. Dentro de este estos movimientos, nació el de las Madres y las
Abuelas de Plaza de Mayo.

Fueron las últimas las únicas que rescataron y reivindicaron la militancia de sus hijos ya
que durante los Juicios a las Juntas, se solía mantener oculto la participación política activa
de los desaparecidos en diferentes organizaciones. Según Jelin, “Después del juicio, lo
primero que se torna visible es que muchos desaparecidos estaban comprometidos en una
“militancia social”, basada en principios humanistas (a menudo cristianos) de ayuda a los
pobres para su mejoramiento social. Sea como activismo social (más fácilmente aceptado)
o como activismo político en pos de un ideal de justicia social, tímidamente comienzan a
aparecer figuras de víctimas con voluntad política. El uso de las armas todavía quedaba en
las sombras, en el silencio…”. (Jelin, 2013)

Por otro lado, luego de la sanción de las leyes de Obediencia Debida (1986) y Punto Final
(1987), el trabajo para obtener verdad y justicia volvió a recaer en las organizaciones no
gubernamentales. En este punto, Gugliemucci sostiene que luego del Juicio a las Juntas,
los reclamos se desplegaron fundamentalmente por medio de “liturgias no
gubernamentales” como las marchas el 24 de marzo y la Plaza de Mayo como espacio
simbólico por excelencia para exhibir no sólo el repudio al golpe militar del 76’ y a la

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inoperancia del Estado, sino que sus reclamos se han ido ampliando y reactualizando allí
donde existe un reclamo por violación de Derechos Humanos. (Gugliemucci, 2007)

Sin embargo, con la llegada de Nestor Kirchner a la presidencia de la nación, se abrió una
nueva etapa en los reclamos sintetizados en la consigna “Memoria, Verdad y Justicia.
Retomando a Andriotti “Aunque no poseía antecedentes en la lucha por los derechos
humanos, desde un comienzo, el Presidente electo se manifestó en favor de terminar con la
etapa neoliberal y marcó su pertenencia a la generación de los desaparecidos”. (Andriotti
Romanin, 2015)

Quizás el principal acontecimiento en este sentido fue la ratificación en 2005 por parte de la
Corte Suprema de la Nación de la Nulidad de las leyes de Obediencia debida y Punto final,
que habilitó la reapertura de los juicios por los crímenes cometidos durante el terrorismo de
Estado.

Así, comienza lentamente la apertura de las causas judiciales y al tiempo aparecen las
primeras condenas, pocas, pero creciendo año a año. Aun con los problemas que se pueden
plantear, las causas avanzan y el escenario de hoy muchas veces era impensado. La
impunidad es devastadora y es algo con lo que la democracia no debe ni puede convivir ya
que en ella descansan las expectativas reparadoras que nacieron en 1983.

Esta etapa de justicia que hoy estamos viviendo, nos invita a seguir reflexionando, a seguir
haciendo el intento por salir de aquellos lugares comunes en los que nos hemos quedado,
convirtiéndonos a veces en esos “espectadores pasivos” en los que sedimentan diferentes
discursos de diferentes épocas. El “de esas cosas no se hablan” de las familias, la teoría de
los dos demonios de la escuela o el romanticismo de la facultad. Es importante entender
que todas esas posturas son en realidad fruto de una disputa por los sentidos de la memoria
en torno a la última dictadura cívico militar.

Hoy más que nunca es necesario seguir adelante con los los juicios por crímenes de lesa
humanidad, porque “hablar de memorias significa hablar del presente.”Allí donde
pensamos que la consigna “Memoria, Verdad y Justicia” estaba consolidada, el editorial de
La Nación al que hice referencia arriba, vuelve para recordarnos que esos discursos que
creíamos enterrados están todavía ahí, pujando en la lucha por construir una memoria.

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Bibliografía
Adoue, S. (2006). A 30 años del golpe militar en la Argentina. Revista Espaço.

Andriotti Romanin, E. (2015). Confiar, apostar y exigir”. El itinerario de las Abuelas de


Plaza de Mayo de Argentina durante los primeros años del kirchnerismo. Analecta
Política, 49-71.

Bufano, S. (2007). La guerrilla argentina. El final de una épica impura. Lucha Armada.

Duhalde, E. (1983). El Estado terrorista argentino. Buenos Aires: Ediciones el Caballito.

Feierstein, D. (2008). El genocidio como práctica social. Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica.

Franco, M. (2012). Pensar la violencia estatal en la Argentina del siglo XX. Lucha Armada,
20-31.

Gugliemucci, A. (2007). La objetivación de las memorias públicas sobre la última dictadura


militar argentina. Antípoda, 243-265.

Jelin, E. (2013). Militantes y combatientes en la historia de la memoria: silencios,


denuncias y reivindicaciones. MERIDIONAL Revista Chilena de Estudios
Latinoamericanos, 77-97.

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