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Otra clase de ángel.

Winchester_McDowell.

Sumario: AU, post temporada 5. Después que Sam fuera al Infierno, Dean se recluye
en un lugar apartado del mundo hasta que llega hasta él una compañía inesperada y
adorable. Después, todo se va a la porra.

Capítulo 1
Angie

El gato apareció en la puerta, empapado con la lluvia y exigiendo derechos que


nadie le había ofrecido. Quizás fue el talante insolente que exhibía a pesar de su
aspecto enclenque lo que lo indujo a dejarlo entrar. Cabía en la palma de su
mano y durante la primera noche no cesó de maullar. Lo alimentó, le procuró
calor. Cuando el pobre bicho comenzó a estornudar, lo metió en su cama y
medio durmió con él con un ojo abierto, temeroso de que dejara de respirar. No
pensó que una cosa tan chiquita y frágil pudiera sobrevivir a su primera gripe.
Pero lo hizo. Lo llamó Iosephus. Entonces lo llevó el veterinario del pueblo y
junto con las vacunas, le implantó un chip GPS de localización en el cuello (de
esos que te permiten encontrar a tu gato en Japón cuando se había extraviado en
Australia) para evitar perderlo porque estaba cansado de perder las cosas
buenas de su vida.
El gato creció y se transformó en un animal sobrio y elegante, de pelaje naranja
a rayas y mirada inteligente, que se acomodaba en su regazo cada vez que se
sentaba a la puerta de su cabaña a beber una cerveza y mirar ladera abajo, hacia
el bosque, sin ver nada en realidad.
La niña apareció de la misma forma que Iosephus el invierno siguiente,
empapada hasta los huesos dentro de un camisón de dormir que no iba con la
medida de su pequeño cuerpo.
Él no le preguntó nada de su pasado y ella no le preguntó tampoco por el suyo.
Y eso fue bueno porque Dean no quería explicarle a una niña por qué se ha
autodesterrado en la montaña, ni decirle que desde la muerte de Sam ya nada
tiene importancia; que falló a la promesa que le hizo a su hermano porque
simplemente la vida de pie de manzana no lo quiso lo suficiente a él y él
tampoco le prodigó mucha simpatía. No fue culpa de nadie y así se lo dejó claro
a Ben. No era culpa de Lisa, ni de Sam, ni de él mismo, ni del puto ángel que se
aparecía de tanto en tanto en el patio trasero de la casa. Había tenido
demasiadas culpas en su vida y no iba a aceptar una más. Así que la culpa,
decidió, era de nadie.
Dijo que se llamaba Angie.
Dean no le creyó.
Ella le recuerda a Sam.
Es frágil, es rubia, le gustan los gatos y aún así, le recuerda a Sam. Porque mira
el mundo con perspicacia, aprende rápido y tiene pesadillas. Despierta de noche
con el llanto atascado en la garganta, transformado en un frustrante gimoteo, y

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sólo se calma cuando Dean entra al cuarto y se sienta a su lado por horas y la
acoge en sus brazos fuertes, como debieran ser los brazos de todos los padres,
asegurándole con su voz profunda que todo estará bien, hasta que el sueño llega
de nuevo y se duerme pensando en que no pasará nada porque ahora está en la
cabaña con Dean y Iosephus y si Dean está en la cabaña nada malo puede pasar.
Ella se niega a hablar de lo que hay en los sueños y a acudir a la escuela. En
ambas cosas Dean no presiona. Compra libros y le asigna tareas cuya respuesta
se puede encontrar en Internet. Angie tiene 7 años, casi 8, según ella misma
declara. Lee y escribe decentemente. No hay por qué apurar.
La lleva consigo en las salidas en la camioneta negra, tan parecida a la de su
padre, y la deja a cargo de la camarera de turno (quien siempre encuentra que es
muy sexy ser padre y soltero) mientras él se hace en la mesa de pool del dinero
que les permitirá subsistir las siguientes semanas.
Después de seis meses, Angie piensa que podría vivir así por siempre. Los días
se hacen fáciles (y felices) con Iosephus restregándose contra sus rodillas y las
manos rudas de Dean peinándole el cabello en una coleta frente a la ventana
mientras ella se entretiene con la muñeca cabezona y rellena de algodón que él
le ha comprado impulsivamente en su último viaje por provisiones. Le han
preguntado si es su hija y él les ha contestado que sí y sólo eso, nada de otras
explicaciones.
No reciben muchas visitas. A veces aparecen algunos cazadores de venado
extraviados, pescadores en su viaje de regreso a la civilización, en ocasiones es
el guarda forestal quien saluda a Dean con un toque en su sombrero y le
pregunta si todo va bien. ¡Ah! También están los osos a los que tiene que
espantar de vez en cuando para que no hurgueteen en su basura.
Cuando el cazador novato apareció frente a la cabaña parecía avergonzado de
su propia ineptitud. A tartamudeos le explica a Dean que se ha perdido y
necesita instrucciones para salir de allí. Iosephus se alza en el almohadón donde
descansaba hasta hace unos momentos, en la banca de la entrada, y observa al
recién llegado con sus ojos de inteligencia. Dean sólo mira al tipo con
expresión indescifrable, la misma que le dedica a todos los extraños, y le da las
explicaciones pertinentes. Cuando el sujeto le pide agua para aprovisionar su
cantimplora vacía e intenta dar un paso hacia la cocina siguiendo a Dean,
Iosephus se engrifa y le corta el paso dando zarpazos en el aire. El hombre
retrocede, sorprendido, y antes de que alcance a terminar su comentario sobre
los gatos traicioneros, Dean le ha cercenado el cuello con el cuchillo de Ruby,
que ya no es el cuchillo de Ruby ni de Sam, sino el de Dean con sus iniciales
grabadas en el mango. Sucesivos estallidos sacuden al hombre hasta que cae a
tierra y la luz de la vida abandona sus ojos.
Le lleva toda la tarde cavar la zanja y quemar el cuerpo.
Sentada en la banca, Angie acaricia a Iosephus sobre su regazo y balancea las
piernas mientras espera a que Dean termine la tarea. Ya casi es de noche
cuando el antiguo cazador saca el viejo Impala del cobertizo donde ha
descansado en los últimos años. Luego empaca unas cuantas cosas, toma a la
niña, mete al gato en su jaula y los tres abandonan la cabaña en busca de la
carretera.

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Capítulo 2.
My little girl is a freak.

_¿Aló?_
_¿Bobby?_
_…_
_Vamos, Bobby_
_Pensé que estabas muerto_
_Bueno, no lo estoy_
_Porque si no fuera así, ¿por qué demonios dejarías de llamarme?_
_Bobby…_
_¡Tres malditos años, muchacho! ¡Tres años!_
_Lo sé._
_¡Tres años pensando que te habías volado los sesos en algún lugar de esta
nación y que yo nunca sabría dónde mierda buscar tus huesos!_
_Lo siento_
_…_
_Bobby, de verdad, lo lamento._
_…_
_¿Bobby?_
_Está bien_
_Gracias, Bobby_
_Olvídalo_
_De verdad, Bobby_
_¡Dije que está bien!_
_De acuerdo_
_…_
_…_
_Entonces… ¿qué me cuentas, muchacho?_.
_Necesito tu ayuda_.

El viaje hacia South Dakota les lleva algunos días. Dean no se expone a llamar
la atención sobre ellos. No sabe si la identificación que ha conseguido para los
dos es lo bastante buena como para no tener que salir huyendo con sirenas de
autos policíacos colgándoles del trasero. Porque sería difícil explicar qué hace
un adulto con una niña que no es legalmente suya viajando entre Estados a toda
velocidad en un auto con el maletero lleno de armas. Así es que respeta los
límites y toda señalización carretera a riesgo de que lo confundan con una
ancianita al volante.
Viajan escuchando a Motorhead, Led Zepelin y, en ocasiones, Journey,
cantando a viva voz a ratos, la cabeza de la niña llevando el ritmo en el asiento
del pasajero mientras se asoma a la ventanilla y deja que el viento le desordene
el cabello. Se detienen de vez en cuando para que Iosephus haga sus
necesidades bajo la vigilancia de Angie a la que el gato parece ligado con
pegamento, también para conseguir algo de comida y llamar a Bobby a fin de
tenerlo al día de su posición.

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Dean intenta no pensar en la cabaña, en la buena vida de los seis meses
anteriores porque todo eso acaba de terminar. Angie está aprendiendo a lanzar
cuchillos pequeños. Al principio es un desastre, las paredes de las habitaciones
de motel donde paran pueden atestiguarlo. Pero mejorará muy pronto gracias al
entusiasmo que pone en la tarea. Al menos, es la opinión de Dean. No es algo
que le entusiasme eso de enseñarle a una niña de 8 años a manipular armas. Él
aprendió a usar las suyas a los seis. Había jurado no repetir su propia historia en
otros niños, pero no es un asunto que puedas debatir cuando hay demonios que
te siguen los pasos y ni siquiera tienes claro el por qué.
Les falta cruzar un Estado para llegar a casa de Bobby cuando los alcanzan.
Dean los siente venir. Angie también. Tiene el tiempo justo para dibujar en el
suelo un círculo protector con el plumón rojo sangre que lleva consigo y meter
allí adentro a Angie y a Iosephus ya recluido en su jaula.
_Cierra los ojos. No te muevas de aquí_
Y la niña obedece sin preguntar nada.
Cuando se dejan caer, Dean los espera con balas de sal y el cuchillo listo para
abrir gargantas.
Pero no es suficiente.
Uno le quiebra las costillas cuando lo patea en el suelo en venganza por los dos
compañeros que yacen inermes cerca suyo mirando al techo. Dean le aferra la
pierna con las fuerzas que le restan y le entierra el cuchillo en la pantorrilla y
mientras el demonio grita y lucha por zafarse, el cazador recita de memoria y a
toda prisa el exorcismo que envía al bicho de regreso al infierno.
El otro, el que estaba a la espera en una esquina de la habitación, lo lanza contra
la muralla y lo golpea sin piedad hasta hacerle soltar el cuchillo, hasta que la
sangre cubre la mitad del rostro del cazador y su cuerpo herido se niega a
obedecer. Lo deja deslizarse como títere inanimado al suelo, seguro de ser él
quien se ha llevado la palma de la victoria. Dirige su mirada entonces a la niña
que permanece con los ojos cerrados y abrazada a una jaula de gato en el
rincón. No alcanza a dilucidar cómo lo hará para sacarla del círculo de
protección porque lo siguiente que sabe es que un ángel lo está aniquilando sin
decir una palabra, tan sólo una mano sobre su frente que arde como el mismo
infierno de donde salió y al que no podrá volver porque es el fin de su
existencia.
_¡Ya era tiempo!_
_¡Maldita sea, Dean! ¿Dónde te habías metido? ¡Sabes que no puedo
rastrearte!_ y Cas mueve la mano sobre sus propias costillas explicativamente.
_¿Recuerdas?_
_El lenguaje, Cas. Hay niños presentes._
Castiel mira hacia Angie y a Iosephus como si no se hubiese dado cuenta hasta
ese momento de su existencia. Se acerca a ellos con curiosidad. Angie se pone
de pie. Ha sacado al gato de su jaula y ahora lo sostiene en sus brazos mientras
levanta la mirada hacia el ángel con la misma atención que éste le dedica a ella.
_Eres Cas, ¿verdad? ¿El ángel? ¿Puedo ver tus alas?_
Perplejo, Cas se vuelve hacia Dean señalando a Angie.
_¿Y… esto?_

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Dean rueda los ojos aún sin poder incorporarse, un brazo alrededor de su torso
en forma protectora.
_Es una niña_.
Castiel entonces se inclina y la observa concienzudamente, los ojos fijos en los
de ella.
_Ella es… especial_.
_Todo el mundo es especial de alguna manera, Cas_.
_Está protegida_.
_¿Qué?_
_Sus costillas han sido marcadas como lo hice yo con las tuyas_.
Dean intenta incorporarse nuevamente pero sólo logra provocarse más dolor.
_Uh…Cas, ¿un poquito de ayuda aquí?_
El ángel despierta de su distracción con la niña al sonido de la voz de Dean.
_Oh, disculpa_ Se dirige hacia el cazador herido y se pone en cuclillas frente a
él.
_En todo caso, ¿cómo nos encontraste?_
Cas aplica sus dedos en la frente de Dean y de inmediato la sangre desaparece y
las costillas vuelven a su lugar.
_Bobby me llamó y rastreé la ruta de tu auto_.
_No me digas que aún conservas tu celular. ¡Wow! Seguro eres toda una
sensación allá en el Cielo ¿verdad?_
_¿Quién es ella?_.
_Mi hija_.
Cas arquea una ceja en un gesto que claramente ha aprendido de Dean, lo
mismo que las palabrotas.
_La encontré, así que es mía, ¿de acuerdo?_. Cas niega con la cabeza. _No me
importa tu angelical opinión. Es mía. Punto_.
_Esto no es bueno, Dean_
_Lo sé. Apesta. Han intentado matarnos dos veces_
_No lo entiendes, Dean. Ella es…_
_Sí, sí. Es especial. Ya me lo dijiste. Y yo también lo sé. Así es que terminemos
con el discurso…_.
_¡¿Puedes tan sólo callarte un minuto y escuchar, por favor?!_
_Está bien, está bien. ¡Qué susceptible!_.
_Hay algo extraño en esto. Ella no es un ángel pero hay Gracia en su interior.
No es mucha pero suficiente para confundirme. ¿Dónde la encontraste?_.
_Bueno… golpeó a mi puerta_.
_Pensé que habías dicho que la encontraste_.
_La encontré, ella me encontró… ¿Cuál es la diferencia?_.
La niña se ha sentado en el suelo con el gato en los brazos y la atención
centrada en los dos hombres y su intercambio de palabras. El ángel ha puesto
sus ojos sobre ella nuevamente como si su mirada fuera capaz de escudriñarla
por completo. Luego se le acerca y Dean lo sigue de inmediato. Un cosquilleo
extraño recorre la columna vertebral de Angie cuando el ángel adelanta dos
dedos y los coloca sobre el centro de su pecho, justo donde acaba la cabeza de
Iosephus contra su cuerpo. Y Dean está allí siguiendo cada movimiento.
_¿Qué estás haciendo?_

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_Trato de conectarme con su Gracia_.
_¿Y?_
_Si sólo pudieras callarte…_
_De acuerdo, ya entendí. Me callo_.
Pero Angie siente cómo se incrementa el cosquilleo de su espalda y se expande
por el resto de su cuerpo y ya no parece tan gracioso como antes.
_¿Dean?_
_Tranquila, pequeña. Él sólo intenta ayudar_.
Y Angie se calma. Por unos pocos minutos, el silencio se apodera del lugar
salvo por el ronroneo de Iosephus.
_¿Entonces?_
Castiel niega quietamente con la cabeza.
_Nada. Es como tratar de sintonizar la radio y obtener sólo estática_.
_Quizás necesitas una nueva antena?_
_Pequeña niña, ¿de dónde vienes?_
_Cas…_
_Necesitamos saber, Dean_.
El cazador deja escapar un suspiro y mira a la niña intentando transmitirle
confianza.
_¿Angie?_
La niña se aferra a Iosephus que ronca ruidosamente en sus brazos.
_Yo... No estoy segura_.
_Sólo dínos lo que recuerdas, cariño_.
Angie cierra los ojos intentando traer a la memoria el pasado que ha
desaparecido de su vida.
_Una casa horrible_.
Dean se coloca al lado de la niña con tal que pueda sentir su presencia. Le habla
en tono suave, sólo para su oído.
_¿Tu casa?_
_Más o menos_
_Bien, ¿qué más?
_Niños… muchos niños en el patio… juegan… Yo estoy adentro de la casa…_
_Quizás… un Instituto?_
_No lo sé…_ Angie frunce el ceño cuando intenta dilucidar la siguiente
imagen. _… Hay un letrero… Milton… Milton House…_ de pronto la visión
de una ola de fuego se abate sobre ella. _¡Deeeeaaan!_ grita y, soltando el gato,
se abraza al cazador que la acoge de inmediato contra su pecho.
_Estoy aquí, cariño. Todo está bien_. La mirada que le dedica a Castiel no
necesita interpretación. _Pienso que es bastante para empezar, ¿no crees?_
_Sí, lo es_. Lo hiciste bien, pequeña niña_.
Angie apenas se mueve lo suficiente para mirar a Castiel sin apartarse de Dean.
_Puedo ver tus alas ahora, Cas?_
_Tío Cas te mostrará sus alas más tarde…_, contesta Dean antes de que pueda
hacerlo el ángel.
_¿Q-qué?_
_…Ahora, nos vamos. Hay mucho trabajo por hacer_.

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Capítulo 3.
Milton House.

Milton House ya no existe.


Lo único que queda como signo de su acabada existencia son los negros restos
de una vieja casa de tres pisos en un terreno que abarca media cuadra. Angie
espía sus altas paredes desde la seguridad del Impala con ojos grandes y
asustados mientras Dean, vestido con traje y corbata y una nueva ID del
Servicio Estatal de Menores, se dirige a interrogar a los vecinos. Arriba, en el
altillo, aún perduran los marcos de las ventanas que el fuego no consumió,
oscuros agujeros sin cristales que a Angie le parecen las cuencas vacías de un
monstruo que ya no puede mirar. Un estremecimiento le recorre el cuerpo antes
de que el recuerdo tranquilizador de que no está sola acuda a su mente. Desde
su escondite, tras el borde de la ventanilla, le echa un vistazo de reojo a la
figura que espera apoyada en el costado del vehículo. Castiel. Aún no le ha
mostrado sus alas, pero Dean confía en él. Ella también debería hacerlo.
Cuando mira nuevamente hacia la casa, ésta ya no parece tan tenebrosa.
Dean recoge pestes entre los vecinos acerca de la Milton House y unos cuantos
comentarios acusatorios dirigidos a la institución que falsamente representa.
¿Dónde estaban cuando los niños eran encerrados en el sótano por nimiedades?,
¿o cuando los pequeños necesitaban comer y encontraban el refrigerador
cerrado con un candado? Al parecer, a la pareja que administraba el lugar sólo
le interesaba la retribución del gobierno por cada cabeza infantil bajo el techo
de su hogar. Pagaron por sus pecados la noche en que la casa ardió por los
cuatro costados sin causa aparente. Los bomberos llegaron demasiado tarde
para salvar a nadie. De los ocho niños que cuidaba la pareja, sólo se
encontraron los cuerpos de siete difícilmente reconocibles. El otro, junto con
los de la pareja, parecía haberse disuelto ante la violencia de las llamas.
El olor a azufre es lo primero que percibe Dean al cruzar el umbral entre los
escombros carbonizados. Permanece impregnado allí a pesar de los meses
transcurridos. El fuego arrasó la cubierta de las paredes y el techo del primer
piso. No tarda en encontrar la gran mancha negra que marca el origen de las
llamas en el centro de la cocina. La ha visto demasiadas veces para no
reconocer la acción demoníaca que se esconde tras ella. A través del agujero
que se abre por sobre su cabeza puede ver la techumbre del altillo. Tres pisos
arrasados en la primera llamarada. Los vecinos no bromeaban: nadie podría
haber sobrevivido a eso. Entre los restos de las murallas en los pisos superiores,
el remanente de un signo realizado en pintura roja sobre una de ellas salta a la
vista. Dean frunce el ceño al reconocerlo. Un signo de protección.
_¿Podemos irnos ya?_
Angie está de pie en medio de la sala aferrando con fuerza su muñeca de trapo
cabezona. La figura de Castiel cubre el hueco de la puerta unos pasos más atrás.
_¿Recuerdas alguna cosa sobre este lugar, cariño?_
La niña sólo mira de reojo a su alrededor sin aflojar el agarre sobre su muñeca,
hundiendo el rostro en la tela del pequeño cuerpo y niega con la cabeza.
_Yo no puedo… No puedo…_
_Está bien, Angie. Está bien. No te preocupes_.

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_¿Podemos irnos ahora?_
Dean alza la vista hacia el signo incompleto que pende de la muralla en el tercer
piso y luego hacia la niña.
_Sí, nos vamos_. Y avanza hacia la pequeña tendiéndole la mano que ella coge
enseguida.
_¿Dónde ahora?_ pregunta Castiel mientras caminan hacia la salida.
_Bueno, Iosephus, Angie y yo iremos en busca de un motel y dormiremos un
poco. Ella necesita descansar y no ha comido apropiadamente hoy día. Tú…_ y
hace una pausa mientras busca y encuentra en el bolsillo de su chaqueta un
papel con anotaciones garabateadas en él. _… irás a esta dirección…_. Le
entrega la nota a Castiel. _…y te apoderarás de cualquier información que
tengan sobre los niños que murieron aquí_.
_¿Qué?_.
_¡Vamos, Cas!. Estoy cansado, ella está cansada_. Señala a Angie que camina
tomada de su mano. _Tú no estás cansado. Eres un ángel. Así que, sólo haz tu
cosa angelical y listo. No es difícil para ti_.
_No estoy a tu servicio, Dean_.
_Sí, sí, ya sé: estás al servicio del Gran Plan del Cielo. Conozco el discurso_.
Cierra la puerta del Impala donde ya ha instalado a Angie y comienza a
deshacerse de la corbata. _Pero tú sabes que algo se está cocinando aquí. Es por
eso que aún no te has ido. Y además…_ y se vuelve hacia Castiel con toda
intención. _… eres mi amigo_.
Cas lo mira un instante en silencio antes de leer lo que hay en el papel.
_De acuerdo. Lo haré_.
_¡Eso es!. Te lo agradezco, compañero_. Y se desliza hacia el asiento del
conductor. _Llámame cuando hayas terminado y te diré el nombre del motel
donde nos quedaremos_.
Castiel ya ha desaparecido cuando Dean pone en marcha el motor.
Como lo han hecho desde que abandonaron la cabaña, han pedido una
habitación con cocina. Apenas se han registrado y Angie aún está negociando si
Iosephus puede dormir esa noche en su cama, cuando el teléfono del cazador
suena y el número del ángel aparece en el visor.
_¡Wow! ¡Qué eficiente, Cas! Apuesto a que es algún tipo de record, incluso
para ti_.
_¿Dónde estás?_
_En The Red Motel, finalizando la avenida principal…_
_Ya estoy allí_.
Angie ríe realmente divertida y aprovecha de esconder al gato entre las mantas
mientras Dean voltea y se encuentra de lleno con el ángel.
_¿Qué encontraste?_
_Nada. No pude_.
_¿Perdón?_
_No pude. El lugar está resguardado por símbolos contra ángeles y demonios_.
_¿Por qué?_
_No lo sé_
Dean lo mira, brazos en jarras.
_¡Dios! ¡Qué inútil!_.

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Enseguida va hacia su cazadora mientras asegura la Taurus en el bajo de la
espalda.
_Compré comida camino al motel, sólo tienes que calentarla. Puse leche en el
refrigerador. Que se tome la porción que le corresponde. De Iosephus se
encarga ella_.
_¿Q-qué?_
_Me escuchaste_, le dice firme mientras pasa junto a él camino a colocar un
pequeño cuchillo de plata enfundado bajo la almohada de la niña.
_Alguien tiene que quedarse con Angie mientras hago el trabajo. ¿Ves a alguien
más? Bien. Te llamaré cuando haya terminado_. Se coloca frente al ángel y
choca las palmas enérgicamente. _¡Llévame arriba, Scotty!_
La confusión se pinta en el rostro de Castiel y Dean tiene que recordarse que el
ángel no ha visto ni un puto capítulo de Star Trek en su vida. El cazador baja
los hombros en señal de su fracaso en el chiste. _Olvídalo. Llévame allá_.
_Pero…_
_¡Cas…!_
Con un suspiro de resignación mal manejada, Castiel posa dos dedos en la
frente de Dean y éste desaparece al instante.
_Entonces…_ Angie le habla desde su baja estatura. _… ¿Vas a ser mi niñera
esta noche?_
_Yo no voy a… ¡Espera! ¿Qué haces?_
_Está bien, tío Cas_, lo tranquiliza mientras desde el bolso de las armas extrae
el juego de pequeños cuchillos de circo que Dean le ha comprado poco después
de abandonar la cabaña. _Sólo voy a practicar un poco mientras tú preparas la
cena. No te preocupes_.
La niña está bien entrenada, en todo sentido, según puede constatar Castiel. Ella
misma prepara la mesa para dos (después de darle las instrucciones para el
microondas que finalmente el ángel obvia y reemplaza por algo de su magia
angelical) y le invita a tomar asiento frente a ella con un plato caliente al frente
que él no necesita pero que come de todas maneras a mordiscos lentos, sólo
para complacer a la niña. No precisa coaccionarla para que se beba toda la
leche. Ella lo hace a sorbos comedidos, limpiándose los bigotes blancos de
crema de tanto en tanto. Él la observa desde el otro lado de la pequeña mesa, la
espalda erguida en la silla mientras el gato pasea entre su piernas reclamando su
atención. Cuando Angie termina su cena, se pasa la servilleta por la boca y
cruza las manos sobre la mesa.
_Entonces, tío Cas… ¿puedo ver tus alas?_
Castiel arquea las cejas en sorpresa preguntándose cuánto tiempo le ha tomado
a Angie adoptar el desenfado de su padre putativo.
_Más tarde, pequeña niña_, le dice emulando las palabras con que Dean la
había dejado tranquila antes. _Ahora deberías ir a la cama_.
_Porque…_ y a Cas no se le escapa el tono burlón con que pronuncia
lentamente las palabras. _… tú eres mi niñera_.
_Yo no…_
_Si no lo eres, entonces ¿por qué tendría que obedecerte?_
Realmente, ¿cuánto tiempo han estado juntos?

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_De acuerdo. Soy tu niñera y tú vas a ir a la cama. Ahora_. Y por un momento
se pregunta qué tan poco ético sería ponerla a dormir ya con un toque de sus
dedos. Angie le sonríe de oreja a oreja.
_De acuerdo_.
A medianoche, mientras la niña duerme noqueada por su propio cansancio,
Castiel recibe el llamado de Dean.
_Llévame de regreso, Cas_.
Pero no es el mismo Dean que se fue quien regresa. Éste trae una expresión de
gravedad en el rostro y una carpeta gruesa bajo el brazo que de inmediato, sin
mediar comentario alguno, empaca entre sus cosas. A continuación, en silencio,
va hacia la cama de Angie y se sienta con cuidado en el borde para no
despertarla.
_¿Ocurre algo malo?_
_No lo sé_. Permanece con la mirada centrada en la chiquilla acurrucada junto
al gato, profundamente dormida. Le ordena el cabello en la frente con una mano
que parece demasiado grande para comportarse con tanta ternura. Cas lo
observa con atención.
_¿Dean?_
_Es una buena niña, Cas_.
Lo dice quedamente y como punto final. No hay espacio para preguntas esta
noche.
_Bien_. Cas lo ha comprendido. _Te veré mañana_.
Cuando el ángel se va, Dean aún permanece junto a su niña.

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Capítulo 4.
Bobby.

Salir corriendo de la cama porque Rumsfield Tercero está ladrando a todo


pulmón no es forma de despertar. Bobby baja corriendo desde el segundo piso,
el rifle que guarda bajo la cama en las manos. Una voz infantil se filtra desde el
patio amortiguada por el alboroto del animal. Cuando alcanza al fin la puerta,
hay una niña rascándole la panza al perro en el suelo. Lleva una pollera de jeans
y vuelos blancos, zapatillas, calcetines cortos, una chaqueta de polar verde
doblada en las mangas porque le queda un poco grande y una media coleta en el
cabello a medio desarmar como si se hubiese peinado y luego vuelto a meter en
la cama.
_Me gustan los perros_, saluda a un atónito Bobby con una sonrisa blanca de
oreja a oreja mientras continúa jugueteando con el animal. _¿Cuál es su
nombre?_
El viejo cazador aún no está muy seguro de poder bajar el rifle.
_Rumsfield_, contesta, sin embargo. _Rumsfield Tercero_.
_Hola, Rumsfy_, la niña le mete la mano en el pelaje bajo las orejas, allí donde
comienzan a formarse rollos de carne por el sobrepeso y el perro le responde
con un sonoro gimoteo de placer. _Nosotros tenemos un gato_, le informa a
Bobby sin dejar de acariciar a Rumsfield.
Y ante la mención del _nosotros_, el viejo cazador recuerda que la niña no
puede haber llegado sola. El sonido de la cajuela al cerrarse le indica que Dean
se encuentra unos metros más allá vaciando el Impala y, entre el equipaje, una
jaula de gato. ¿Cómo es que no los escuchó llegar? Oh, claro. Castiel, adivina
Bobby aunque el ángel no se ve por ninguna parte ahora. Dean se acerca
cargando los bolsos.
_Hola, Bobby_.
Bobby mira la jaula.
_No seré responsable si Rumsfield decide comer un sandwich de gato por cena
esta noche_.
_No lo hará_, declara Angie que corre a tomar la jaula de Iosephus. _Mira,
Rumsfy. Iosephus es un amigo_. Y el perro dócilmente camina a su lado
mientras el gato gruñe y bufa dentro de la jaula.
_¡El perro afuera, niña!_, le advierte en un grito Bobby. Angie se detiene, mira
al perro y se encoge de hombros, disculpándose ante él. El animal se sienta
sobre sus cuartos traseros allí mismo y ella entra en la casa como si siempre
hubiese sido suya.
_Así que… esa es la niña_.
_Sí, ella es_.
Bobby se vuelve hacia Dean y lo mira por unos segundos.
_Es bueno verte, muchacho_.
Dean se mira los pies un segundo y luego a Bobby de nuevo.
_Lo lamento, Bobby_
_Ya dijiste eso en el teléfono_.
_Fui un idiota_.
Bobby asiente con toda calma.

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_Sí, lo fuiste_ y pone una mano en el hombro de Dean. _Haré café. ¿Quieres
una taza?_
_Bueno, gracias_.
Ambos hombres caminan hacia la casa.
_Luces horrible_, gruñe Bobby.
_No he descansado en tres días. ¿Cuál es tu excusa?_
_Un idiota con su niña me despertó a las seis de la mañana hoy día_.
El Winchester ríe entre dientes mientras la puerta de la casa se cierra tras él.

La niña es un torbellino de actividad sólo controlada por la palabra de Dean que


le ordena no alejarse, tener cuidado con las latas viejas, lavarse las manos y
ponerse a la mesa. No hace falta que le recuerde retirar su plato, sin embargo,
una vez terminado el desayuno, el almuerzo, la cena. Ella lo hace en cada
ocasión con la naturalidad de quien lo acostumbra. Se la pasa todo ese día
jugando con el perro, intentando que él y Iosephus se lleven bien, colocándole
nombres a los autos apilados en el patio de Bobby, curioseando entre los libros
del viejo cazador. Al llegar la noche, está agotada. Los ojos se le cierran
involuntariamente mientras se bebe su leche y come el estofado que ha
cocinado el viejo cazador. No le parece tan bueno como la comida que
preparaba Dean cuando sólo eran ellos dos y el gato en la cabaña, pero no está
mal. Su ropa está limpia y dispuesta dentro de los cajones en el cuarto que _el
abuelo_ Bobby le ha destinado. En su cama hay sábanas nuevas y sobre la
almohada, su muñeca. Se duerme en cuanto su cabeza topa la almohada después
del beso de Dean sobre su frente. Y sólo entonces es hora para que los mayores
tengan su charla.
_¿Y bien?_
Por toda respuesta Dean toma asiento con gesto cansado mientras deja caer
sobre la mesa, frente a Bobby, la carpeta que ha conseguido. El viejo cazador la
observa un minuto, luego a Dean y finalmente la alcanza y la abre en la primera
página.
_Sería más fácil si me adelantaras algo, ¿no crees?_
_Ocho niños, dos adultos. Nadie conoce verdaderamente la causa del incendio.
Todo el edificio se quemó. Encontraron siete cuerpos. Siete niños. Los adultos
se desvanecieron en el aire. O en el humo_.
_¿El octavo niño?_
Dean deja escapar un profundo suspiro.
_Ve la fotografía_.
Bobby busca a través de las páginas hasta encontrar la información acerca del
cuerpo no encontrado. Ella es rubia, ojos verdes, nacida en el 2005 y su nombre
es Mary Grace. Tiene que darse un momento para asimilarlo. Cuando levanta la
vista nuevamente, Dean se ha dejado caer sobre la mesa, la cabeza hundida en
el hueco formado por sus brazos entrecruzados y desde allí continúa hablando.
_Habían símbolos de protección en lo que quedaba de las paredes del tercer
piso. Una sola habitación. El fuego comenzó en la cocina. Justo abajo_. Se hace
hacia atrás abriendo las manos. _¡Puf! Como una bomba de fuego. De la nada.
Lo destruyó todo alrededor_.

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Bobby observa de nuevo el rostro de ojos grandes y expresivos que le mira
desde el papel. Se aclara la garganta antes de hablar.
_¿Tú piensas… piensas que ella comenzó el fuego?_
Dean baja la cabeza. La respuesta es clara. Bobby cierra la carpeta con lentitud.
_Dean, ¿por qué no me dejas manejar esto por ti? Deberías… tomar distancia
de ella, al menos por un tiempo_.
_Sí, pero no puedo._
_¿Por qué?_
Dean no responde.
_Muchacho, ella no es tu hija_.
_Sí, lo es_, murmura el cazador como un niño testarudo.
Bobby lo observa con el ceño fruncido. Con todos sus años de entrenamiento,
aún cuando al parecer no ha ejercido en los últimos tres, Dean debería saber que
su actuar no está siendo de lo más prudente.
_No me gusta ese apego entre ustedes dos_.
_Qué lástima_.
_Dean, sólo estoy diciendo…_
_Mira, vine aquí porque pensé que podías ayudarnos. Si no puedes o no
quieres…_
Dean no termina la frase, un grito agudo desde el segundo piso lo lanza como
una descarga eléctrica escaleras arriba seguido por Bobby. Angie ha salido de
su cuarto y corre descalza al encuentro de su padre.
_¡Ya vienen! ¡Ya vienen!_ sigue gritando y se tapa los oídos mientras las luces
comienzan a fallar y Rumsfield en el patio ladra con furia.
_¡El sótano! ¡Ahora!_, ordena Bobby a gritos también. Dean toma a la niña en
brazos y baja corriendo las escaleras. Pero apenas su pie alcanza el último
escalón, la ventana de la cocina revienta llevándose de por medio buena parte
de la muralla. Dean gira protegiendo a Angie justo a tiempo para ver cómo
Bobby vuela por los aires, de regreso al segundo piso, hasta traspasar el techo.
Tres demonios están ahora al frente suyo y el cazador deja la niña en el suelo
para extraer su daga y hundirla hasta el mango en el pecho del primero. Del
segundo se deshace momentáneamente con una potente patada mientras al
tercero le abre el cuello apenas retira la daga del primero. Pero no basta. El
segundo vuelve a la carga y le hunde las costillas (de nuevo) , haciéndole perder
de paso la daga, al tiempo que lo estampa contra la pared. A partir de ese
momento, con el dolor difundiéndose por todo su cuerpo y respirando apenas
entre los estertores húmedos de la sangre que empieza a acumularse en sus
pulmones, todo se torna muy confuso. De pronto, el demonio se lleva las manos
al cuello y sus ojos negros se agrandan hasta lo indecible, como si fueran a
abandonar sus órbitas. Dean se deja caer al suelo, abrazándose el pecho.
Angie, Angie, Angie…
Su mente no puede procesar otro pensamiento. La busca con la mirada y no
puede verla.
Angie, Angie, Angie…
Mientras tanto, la casa alrededor suyo cae a pedazos con un ruido espantoso. Y
de pronto Angie está a su lado, dejando escapar entrecortados sollozos. Dean la
cubre con su cuerpo soportando el dolor en el torso que le quita el aliento. El

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demonio ahora está en el aire, desintegrándose paulatinamente. Hay otros. Dean
no sabe de dónde salieron. Cuelgan de ganchos imaginarios, suspendidos en
grotescas posiciones mientras no cesan de emitir lastimeros quejidos. Y por un
momento el cazador está de vuelta en el infierno, las almas en espera, como en
una carnicería, para ser faenadas en el potro de tortura. Tiene que obligarse a
ponerse de pie, siempre abrazando a Angie, y apresurarse en dirección al
sótano. Siente náuseas y por momentos el mundo se transforma en un túnel
negro ante sus ojos. Angie le grita en el oído intentando hacerlo reaccionar. El
camino al sótano está obstruido, no hay cómo llegar. Se siente desfallecer. Dean
cae, siempre usando su propio cuerpo como escudo sobre la pequeña. Entonces
el ruido, el temblor y la destrucción cesan y dejan la casa sumida en el polvo y
el silencio. Dean ve que la boca de la niña se mueve pero no es capaz de
distinguir las palabras. Angie lo mira con el terror pintado en el rostro y le
señala enfáticamente con la mano hacia algún lugar a sus espaldas. Dean se
vuelve a medias y ve lo que ha aterrado a la niña. Una silueta se acerca entre el
polvo y la semioscuridad del lugar. Una silueta alta, muy alta. Y si no fuera
porque sabe que es imposible, él apostaría que conoce a quien pertenece. Angie
sigue gritando aterrada, jalando de él con sus pequeños puños aferrados a su
camisa, pero él ya no puede hacer nada. Su boca abierta y sus ojos angustiados
es lo último que el cazador ve antes de hundirse en la niebla de la inconsciencia.

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Capítulo 5.
Like Sam.

Hay una luz frente a sus ojos. Puede verla aún a través de sus párpados
cerrados. Al mismo tiempo, un caótico batir de alas llena sus oídos en medio
del silencio en el que parece haberse hundido y una extraña tibieza recorre su
cuerpo lentamente de pies a cabeza.
Está muerto.
Está seguro de eso.
Pero entonces abre los ojos y las aspas del ventilador en el tope de la habitación
se mueven perezosas sobre él. Una voz grita su nombre, lejos y apagada por las
paredes de hierro santificado.
Parece Bobby.
Es Bobby.
La pesada puerta de la habitación está cerrada.
Con cerrojo.
Desde adentro.
¿Cómo diablos llegó allí?
Está de espaldas en el suelo, Angie duerme sobre su pecho, abrazada a él. Hay
rastros de llanto en su rostro. Iosephus también se encuentra allí, entre los dos,
hecho un ovillo, ronroneando plácidamente. Pero Bobby no está adentro con
ellos. Ahora no está seguro de haberlo escuchado. Le duele todo, se siente muy
débil, pero sus costillas ya no están hundidas. De lo contrario, el peso de la niña
y del gato sería una tortura.
Cas entra en su campo de visión, de pie por sobre su cabeza, obstruyendo la
imagen del ventilador en el techo.
_¿Puedes moverte?_
Dean está seguro de que puede… pero no quiere.
_¿Fuiste tú?_
_¿A qué te refieres?_
_La luz... el flap, flap… todo eso_.
Pero el ángel lo mira con cara de puzzle y Dean comprende.
_No tienes idea de lo que te estoy hablando, ¿verdad?_
_Realmente no_.
El cazador deja escapar un suspiro mientras se pierde en las sensaciones que
permanecen aún en su memoria y en su cuerpo.
_Quizás estaba soñando_, murmura.
_¿Crees que te pondrás de pie en algún momento, digamos, pronto?_
Y eso le merece al ángel una mirada de reproche por parte del cazador.
_¡Tan aguafiestas! ¿Podrías dejarme reposar un momento?_
_Bobby está preocupado_.
Claro. Bobby. Lo había olvidado.
_Está bien_, concuerda y levanta un poco la cabeza para poder mirar a la niña
en su pecho. _Angie…_, la llama acariciando su espalda suavemente en
pequeños círculos. _Despierta, nena_. La niña es un peso muerto y no es hasta
un par de minutos después que el cazador obtiene al fin un gruñido perezoso.
_Oye, cariño. ¿Estás soñando con dulces y chocolates? Tengo algunos en la

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mochila_ La mención de las golosinas da resultado. La niña se incorpora a
medias, muy lentamente.
_¿De verdad?_ se frota los ojos que son poco más que un par de ranuras
mientras escanean el lugar. _¿Dónde estamos?_
_A salvo, nena. Estamos a salvo_. Angie vuelve a cerrar los párpados, que
parecen pesarle una tonelada, y se dispone a acomodar su cuerpo de nuevo
sobre el de Dean para seguir durmiendo. _Oye, oye, cariño. No hagas eso.
Tengo que revisarte. Nena. ¿Nena?_. Pero Angie ha caído de nuevo en un sueño
profundo. _¿Un poco de ayuda aquí, Cas?_.
El ángel se acerca y con cuidado toma entre sus brazos a la niña y la instala en
el camastro que alguna vez ocupó Sam y también Dean en los días malos.
Angie se abraza de inmediato a la almohada y continúa su profundo sueño.
Dean se sienta en el suelo con esfuerzo, ante la mirada preocupada del ángel, al
tiempo que el gato se retira a un rincón, ofendido por ser desalojado de tan
confortable lecho.
Cas se inclina para auxiliar al cazador asiéndolo por la espalda.
_¿Estás bien?_
_Sí_, dice haciendo una mueca. _Sólo… algo cansado_.
El ángel le ayuda a sentarse en la cama al lado de la niña que no da señales de
percatarse de su proximidad. Dean recorre con la vista el pequeño cuerpo en
busca de alguna señal de lesiones. Afortunadamente, no halla ninguna. Luego le
ordena los cabellos, sube la manta del camastro hasta cubrirle los hombros y
continúa acariciando el rostro infantil con suavidad. De pronto recuerda algo
que le hace fruncir el ceño.
_¿Por qué no te uniste a la fiesta?_, le pregunta a Cas. _Se hubiera apreciado tu
asistencia_.
_No pude_.
Dean deja escapar un bufido.
_Hay muchas cosas que no puedes hacer últimamente._
_¡Alguien marcó la casa con signos contra ángeles!_
_¿Qué? ¿Quién?_
_¡No lo sé!_
Dean se muerde la lengua para no agregar más sarcasmo a la conversación.
_¿Cómo es que estás aquí ahora?_, pregunta civilizadamente en cambio,
volviendo el rostro para mirar al ángel.
_Han desaparecido_
_¿Cómo?_
El ángel se encoge de hombros.
_No lo sé. Simplemente, no están_.
El cazador vuelve a observar la faz tranquila de su niña durante un largo rato en
que sólo se escucha el apagado batir de las aspas del ventilador.
_Cas, si mi her…_ y se detiene como si las palabras se resistieran a brotar de su
boca. _Si Sam…_, se obliga. _Si Sam hubiera salido del infierno… ¿tú lo
sabrías? ¿Tú… tú me lo dirías?_
El ángel lo observa con atención, la cabeza ligeramente ladeada en su gesto
característico de confusión.
_¿Por qué me preguntas eso?_

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_Yo pregunté primero. Contéstame. Por favor_.
Cas se endereza y piensa su respuesta con suma concentración.
_Bueno, dado que Sam tiene la misma protección que tú, diría que no estoy
capacitado para saber si ha salido del infierno o no. Sobre la segunda
pregunta… No puedo ver el futuro, pero creo que no hay ninguna razón por la
cual no te lo diría_.
En el camastro, Angie comienza lentamente a salir de su sopor.
_Bien_
_¿Por qué me preguntas eso?_
Pero antes que el cazador pueda contestar, la niña se incorpora con
movimientos torpes y se le abraza al cuello.
_Tengo hambre, Dean_, se queja en su oído.
_Estaremos afuera en un segundo, cariño_, la tranquiliza el cazador,
aparentemente olvidada por completo la conversación anterior. _Cas,
¿podrías…?_ y le señala con un gesto vago de su mano hacia la puerta con
cerrojo. El ángel deja escapar un suspiro cansado y alza el brazo hacia donde
indica Dean. De inmediato la puerta se abre con violencia y los escombros salen
disparados en todas direcciones despejando el camino hacia el piso superior.
_¡Genial, Cas! No has perdido el toque_. Se pone de pie con Angie en brazos y
se encamina hacia la salida, pero cuando se voltea para hablarle de nuevo a
Castiel, el ángel ya se ha ido. _Tengo que enseñarle a despedirse como la
gente_.
Arriba, Bobby les está esperando rodeado por el desastre en que se ha
convertido su casa.
_Ya era tiempo_
Dean lo mira de la cabeza a los pies con preocupada atención.
_¿Estás bien?_
Bobby también se mira de arriba a abajo.
_Sí_
Pero Dean no parece muy convencido.
_Porque te vi volando a Miami a través del techo. ¿No estás herido? ¿Ni
siquiera un poco?_
_¿Qué? ¿Te gustaría eso?_
_¡Por supuesto que no!_ reclama indignado. _Es sólo que… ¿cómo…?_ y hace
un gesto con su mano libre abarcando toda la humanidad de Bobby.
_No lo sé_, replica el viejo cazador y hace un gesto con la barbilla hacia la
puerta del sótano. _¿Cómo lo hiciste para pasar a través de todo eso y entrar al
cuarto sellado?_
_No lo sé_.
_Entonces, estamos iguales_
No hay mucho más que decir. Los dos hombres se dirigen a lo que queda de la
cocina y preparan un sencillo desayuno. Dean se pasea entre el refrigerador y la
estufa con Angie en brazos hasta que logra instalarla en la mesa y hacer que se
mantenga despierta lo suficiente para alimentarse.
_Angie, tengo que hablar con el abuelo Bobby, ¿de acuerdo? Quédate aquí y
termina tu desayuno. Estaremos cerca_.
_De acuerdo_, le contesta la niña ahogando un bostezo.

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Bobby lo espera tras el límite entre el comedor y la cocina que aún conserva las
puertas deslizantes. Dean las cierra un poco, dejando sólo el espacio suficiente
para espiar a Angie sentada a la mesa, una mano evitando que su cabeza caiga
sobre el plato de cereal que tiene al frente.
_¿Qué es lo que piensas de todo esto?_
_No lo sé, Bobby_
_Muchacho, ¿nuestras conversaciones han sido reducidas a esas palabras? ¿No
lo sé?_
Dean hace lo posible por reprimir su sonrisa burlona.
_No lo sé, Bobby_
_En serio, muchacho. ¿Todavía piensas que ella comenzó el fuego en ese
edificio?_.
La sonrisa rápidamente se esfuma del rostro del joven cazador hasta convertirse
en una desvelada máscara de profunda preocupación.
_Si lo hizo, debe haber tenido buenas razones, ¿no crees? Ellos la quieren. Si lo
hizo, fue sólo en defensa propia_.
_Estoy de acuerdo contigo_.
Ambos hombres miran hacia la niña que está guardando un pedazo de su
sándwich en una servilleta para Iosephus como acostumbra hacerlo siempre a
pesar de las reprimendas de su padre.
_¿Qué sucedió anoche?_
La pregunta de Bobby devuelve a su mente las delirantes imágenes de una gran
silueta acercándose en la semioscuridad mientras Angie grita horrorizada ante
su presencia con un grito que él no puede escuchar porque se está muriendo y,
previo a todo eso, Angie corriendo descalza por el pasillo advirtiendo, antes que
el mismo Rumsfield, del peligro que se acerca.
_Ella lo sabía_ sigue bombardeando Bobby sin darle tregua. _¿Cómo llegó a tu
vida en primer lugar? ¿has pensado en eso? Sé que la has visto interactuar con
tu gato, con Rumsfield también. Ella es especial, Dean_, el joven cazador lo
mira extrañado, tratando de dilucidar hacia donde quiere llegar el hombre
remarcando lo obvio. _Como Sam_. Oh, eso. _¿Podrás lidiar de nuevo con la
misma situación?_.
Dean abre la boca para responder pero en realidad no tiene una respuesta clara.
_Así lo espero_ dice finalmente.
_Lo dijiste antes: ellos la quieren por alguna razón. Necesitamos saber cuál es
esa razón_.
Dean vuelve a mirar hacia la cocina y repentinamente, mientras observa a
Angie, toma conciencia de los destrozos en la casa.
_Bobby, lo siento por…_ y gesticula con la mano en torno a las paredes
destruidas, los libros desperdigados, el techo caído. _Tú no tienes que…_
_Yo no tengo… ¡las huinchas!. Si te concierne a ti, entonces me concierne a mí.
¿Entendiste? ¡Y no te atrevas a contrariarme!_
Dean sonríe, reconfortado por la lealtad del viejo cazador.
_Gracias_.
_Ni lo menciones. Entonces, ¿qué hacemos?_
Una vez más, Dean mira hacia la niña en la cocina.
_Aclarar algunas cosas_.

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Va y se instala en la silla frente a Angie, las manos cruzadas sobre la mesa.
_Anoche…_ y se detiene porque en verdad no sabe cómo empezar. Se aclara la
garganta y se toma unos segundos antes de continuar. _Tú sabías que venían en
camino_.
_Sí_.
Angie no se inmuta ante la afirmación. Su atención está en el tazón de leche que
sostiene en sus manos.
_¿Entonces…?
Ella, sin dejar de mirar el fondo de su tazón, le responde:
_Desperté y lo supe_.
Él arquea una ceja.
_¿Lo soñaste?_
_No. Desperté y lo supe_.
_Sólo así?_.
_Sólo así_.
Dean se inclina un tanto sobre la mesa y alarga su mano hasta posarla sobre la
de Angie que aún abraza su tazón.
_Cariño, me temo que necesito una respuesta menos simple que esa_.
Angie desvía la mirada hacia la ventana, evitando el escrutinio de Dean, y se
mantiene así un rato largo.
_A veces… veo cosas_.
Dean siente que se le erizan los cabellos de la nuca.
_Cosas como…_
La niña suspira como si un gran peso se posara en sus hombros.
_Estoy en el incendio. Las murallas caen. Mi pecho arde. No puedo respirar.
Entonces estoy caminando sin zapatos en el bosque. Tengo frío. Pero sé hacia
dónde voy. Voy hacia ti, hacia la cabaña. Tú vas a protegerme_.
_¿Cómo sabías eso?_
La niña se vuelve entonces hacia Dean y clava sus ojos en él mientras esboza
una sonrisa confiada.
_Porque eres un Servidor del Cielo_.
Las palabras de Angie le quitan el aliento. Nunca pensó volver a escucharlas.
Menos aún en labios de su niña y con tanta convicción.
_Si yo soy eso, entonces ¿quién eres tú?_
La sonrisa de la niña se apaga.
_Ellos me llamaban Mary Grace, pero no sé quién soy. En mi cabeza apareció
Angie. Así que supongo que soy Angie._ Levanta los ojos tímidamente hacia el
cazador. _¿Estás enojado conmigo?_
Dean arruga el ceño, confundido.
_¿Qué? ¿Por qué?_
_Soy un fenómeno, no soy lo que tú deseabas… pero lo seré, voy a ser una
buena niña, lo juro…lo juro… No me apartes de ti, Dean, por favor, por
favor… no…
_Calma, nena._ la interrumpe _No me importa quien fuiste. Eres mi hija ahora.
¿De acuerdo?_
_¿Yo… aún soy Angie para ti?_

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_Mary Grace murió en el incendio_. Un bautismo de fuego como el suyo
propio, como el que se llevó a su madre y a su propia inocencia hace tanto
tiempo ya. _Tú eres mi pequeña niña, Angie. Eso es todo. Eres mía_.

20
Capítulo 6.
Mary Grace.

Ella sabía que no era correcto pero de todas maneras lo hizo.


Y lo volvería a hacer aún a pesar de todo lo que sucedió después.
Ella deseaba un hijo.
Escuchó la leyenda por primera vez cuando era una niña. Sus mayores la
susurraban con reverendo temor cuando ella fingía jugar con sus muñecas
delante de ellos. Decían que un árbol gigante apareció de la noche a la mañana
en un lugar en lo alto de la montaña, allá donde los hombres subían a cazar. Los
primeros en encontrarlo, un par de cazadores veteranos y temerosos de Dios,
contaron que alrededor del tronco, el más grueso que habían visto en su vida, el
valle había cobrado nueva vida, las rocas se habían cubierto de verdor allí
donde antes era sólo caliza y una fuente de agua interminable había comenzado
a brotar justo bajo sus raíces. Un santo temor les hizo abandonar el lugar a toda
prisa.
Todo el pueblo se les rió en la cara excepto el Pastor de una pequeña
congregación que quiso ir a ver. Estuvo una semana perdido en la montaña. Las
partidas de rescate no pudieron dar con él. Luego apareció en la puerta de su
iglesia, durante el servicio del domingo, diciendo ante sus feligreses que había
contemplado la gloria de Dios. Lo recluyeron en el sanatorio estatal.
Eso encendió la mecha. El pueblo se organizó, de tiempo en tiempo, en partidas
de tres o cuatro aventureros deseosos de buscar la verdad sobre lo que ocurría
allá arriba, armados con hachas y cuerdas, dispuestos a traer una prueba
tangible de lo que encontraran. Los hombres regresaron con las órbitas de sus
ojos calcinadas. Otros, no regresaron. Los más afortunados terminaban
desorientados en otro lugar de la montaña y con taras mentales que les
impedían volver a intentarlo. Después de un tiempo dejaron de tratar y todos en
el pueblo hicieron lo imposible por olvidar su ubicación.
Pronto, una sempiterna nube de tormenta se instaló sobre lo alto de la cumbre
cubriendo el lugar donde supuestamente se encontraba el valle. Los últimos
intrépidos que se atrevieron a probar el ascenso, se encontraron con una muralla
infranqueable de viento y nieve obstruyendo el camino hacia arriba.
Se constituyó en todo un misterio para el mundo científico el que instaló
monitores alrededor, los cuales terminaban irremediablemente descompuestos
después de un tiempo, y organizó vuelos sobre la cumbre para descubrir
absolutamente nada.
La Nat-Geo también estuvo interesada en el caso pero después de entrevistar a
la gente del pueblo, que no quiso cooperar, e intentar una ascensión que le costó
la vida a uno de sus camarógrafos, también olvidó el asunto.
Ella tenía 30 años y el vientre vacío cuando alguien le dijo que la leyenda era
cierta, que había algo santo y poderoso en la cumbre. Muy poderoso. El padre
de ese alguien lo había visto antes de perder los ojos en una llamarada de luz.
Y desde ese momento, la idea comenzó a fraguarse en su cabeza.
A escondidas de su marido, el segundo porque el primero la abandonó por no
darle los hijos que ella también deseaba, le hizo una visita al pastor en el
sanatorio estatal. El hombre, se lo confirmó. Lo que había en la cumbre era

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bueno, santo y poderoso, pero también peligroso para quien no se encontraba
preparado. Él le advirtió, como si pudiera leer su corazón, de no hacer lo que
estaba pensando porque no era correcto, porque no era el querer de Dios. Y
Dios siempre sabe por qué hace las cosas.
De todas maneras, ella subió.
Y concibió.
Y la llamó Angie.
La mujer nunca le dijo a nadie cómo consiguió el conjuro. Quien se lo dio la
hizo prometer que no lo haría y ella cumplió su palabra a pesar de todo, a pesar
de los gritos y los golpes de quien a los ojos del mundo era el padre de la
criatura. Pero la niña no se parecía a él, ni siquiera a ella misma.
Él la abandonó.
A ella no le importó porque había conseguido a su niña, su hija.
Los bichos aparecieron unos meses después, cuando había comenzado a
destetarla. La reclamaron y ella no quiso entregárselas, era suya, era su hija. Y
cuando la demonio a cargo quiso degollarla sobre la niña que ella apretaba
contra su pecho, apareció aquella otra criatura tan llena de luz que con su sola
presencia espantó los bichos, licuó sus ojos y confundió su mente. Cuando los
del pueblo acudieron en su ayuda, la niña ya no estaba y a ella la encerraron en
el sanatorio estatal junto con el pastor.

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Capítulo 7.
Angels are watching over you.

Mientras Angie se esconde en los brazos de Dean, el cazador mantiene su vista


atenta al pesado sube y baja del sello sobre sus tornillos en lo alto del techo, por
sobre el ventilador. Parece que pronto cederá. Y si ese es el caso, no faltarán los
bichos kamikaze que quieran llevarse alguna víctima por delante antes de
desaparecer merced al poder del hierro de las paredes.
En el otro extremo del cuarto, Bobby ya no hace caso del ruido. Se concentra en
trenzar pequeños cordones con una hierba de dudosa procedencia.
Llevan tres noches dentro de la habitación y éste es el tercer ataque que reciben.
Nadie ha podido pegar un ojo. Las columnas de humo negro se estrellan una y
otra vez contra las paredes en el exterior llenando el cuarto de sombras y
chillidos inquietantes. Por momentos a Dean le parece estar dentro de la
película de Hitchcock, esa donde los pájaros se vuelven demencialmente
agresivos contra la humanidad.
Durante las pausas en los ataques, han acarreado dentro tanto como han podido:
comida, libros, pociones, incluso el perro, Angie ha insistido en lo último. Pero
al final del día, la conclusión es la misma.
_Tenemos que irnos de aquí_.
No es una cosa fácil de decir para Bobby. Y Dean quisiera poder discutirle y
permanecer bajo la relativa protección que les brindan las paredes de hierro
santificado, pero sabe que el viejo cazador tiene razón. Allí dentro están
sitiados. Pronto se les acabaran las provisiones y ya ha sido difícil hacerse de lo
poco que han logrado rescatar. Cas hace lo que puede para defender el lugar
pero no es suficiente y no es justo que lo haga él solo. Las fuerzas del ángel se
debilitan cada vez más.
Tienen que salir.
_Toma esto_, le dice Bobby y le tiende la especie de brazalete que ha
confeccionado. En el canasto, a sus pies, hay más. _Ponlo en sus muñecas y
tobillos_. Y desliza el canasto con un suave empujón de su bota en dirección al
cazador mientras él mismo se ata uno a su muñeca. Dean coge el cordoncillo
ofrecido y lo primero que percibe es el hedor que emana de él.
_¡Ugh! ¿Qué es esto?_
_Protección. Ayudará cuando salgamos. No serán capaces de seguirnos el
rastro._
_Y yo que pensé que estabas practicando tus manualidades para relajarte_. El
cazador le ata el cordoncillo en la muñeca a la niña quien frunce la nariz con
desagrado.
_Huele mal_.
_Lo sé, cariño_.
Está terminando de atar el segundo brazalete cuando un fuerte golpe contra la
puerta los hace saltar a todos en sorpresa. Al instante siguiente, Castiel se
materializa sobre el suelo del cuarto, desfalleciente.
_¡Cas!_

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Dean está de inmediato a su lado, ayudándolo a ponerse de pie con esfuerzo.
Hay sangre en su impermeable procedente de alguna parte de su tórax y la
mitad de su rostro se ha amoratado y comienza a hincharse.
_Ven aquí_. El cazador lo guía hasta uno de los camastros y lo obliga a tomar
asiento. _Angie, pásame el botiquín_.
_Estoy… Estoy bien, Dean… o lo estaré_.
_Si tú lo dices_.
Los moretones han comenzado a retirarse muy lentamente de la piel del ángel,
pero de todas maneras, el cazador extrae gasa quirúrgica y desinfectante del
pequeño bolso que le ha traído la niña y procede a retirar la sangre que corre
desde el corte que hay en su frente.
_Vas lento_ comenta observando cómo tardan en sanar sus heridas.
_Lo haré mejor, ya verás_.
Dean le sostiene el rostro mientras examina el resto del daño. La hinchazón
persiste y de no ser porque sabe que el ángel tiene razón y que en algún
momento ha de cerrarse, le pondría algunos puntos a ese feo corte. Le busca la
herida en el pecho que resulta ser la huella de tres zarpazos profundos de quién
sabe qué cosa.
_¿Qué demonios…?_
_Son muchos_.
_Sí, ya me di cuenta. ¿Qué son y de dónde salieron?_
_…_
Ante el silencio, el cazador levanta la vista de la herida y la fija en Castiel.
_¿Cas?_ El ángel ha girado el rostro a medias evitando los ojos del cazador,
pero el truco no funciona con Dean que se mueve hasta quedar nuevamente en
su área de visualización. _¿Hay algo que no me hayas dicho?_
El ángel, después de un momento de indecisión, abre la boca para contestarle
pero Bobby lo interrumpe antes de que alguna palabra surja.
_Dean_
El cazador nota de inmediato la tensión bajo el tono aparentemente sosegado de
Bobby y levanta la mirada hacia él buscando la razón de su preocupación. El
viejo cazador entonces hace un leve movimiento de su cabeza hacia la pared
más cercana indicándole con ese mudo gesto que preste atención a lo que
sucede en ella. Las entrañas de Dean se encogen mientras observa cómo poco a
poco, milímetro a milímetro, los fuertes tornillos que unen los paneles giran
sobre su base.
_¡Mierda!_, jura al tiempo que se pone de pie.
_Concuerdo_.
_Tenemos que irnos_
_Ya te lo había dicho_.
Dean contempla al ángel sentado en el borde del camastro y éste lo mira de
vuelta con la fatiga grabada en el rostro.
_¿Papá?_, la voz de Angie suena al borde del llanto mientras lo llama por
primera vez de esa manera, Iosephus entre sus brazos y Rumfy a su lado. Dean
no tiene tiempo de emocionarse por el detalle.
_Saldremos de aquí, cariño_, le dice con una seguridad que está lejos de sentir
en ese momento. _Pero lo primero es lo primero_. Va hacia el canasto con los

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brazaletes, saca los que le corresponden a él y después se lo entrega a la niña.
_Pónlos en tus tobillos_ luego le señala a los animales. _y en sus collares_.
Bobby, Angie, un perro, un gato, un ángel, cuenta mientras se ata sus propios
brazaletes. Demasiados para salvar. Se pasa una mano por el rostro intentando
despejar su mente. Tiene que pensar en algo. Pronto. Los primeros tornillos han
comenzado a caer. El metal cruje. Y él sólo tiene su daga. Y un ángel aún
convaleciente.
_¿Por qué tus amigos no nos ayudan?_, se queja con rabia.
_Olvidas que no soy muy popular entre mi parentela_.
No tiene cómo responder a eso. Si Cas está en esa situación, en gran parte se lo
debe a él. Y a pesar de todo, el ángel sigue fielmente a su lado. Y precisamente
por eso, si tuviera otra solución, se cortaría la mano o un pie antes de pedirle
otro sacrificio de su parte. Pero no la tiene. Respira profundo y se acuclilla
frente al ángel para quedar a su nivel.
_Cas, sé que estás herido y débil en este momento, pero ¿eres capaz de hacer tu
cuento angelical? Si no es así, no hay problema, aún tengo el cuchillo… pero si
la respuesta es sí, por favor, llévate a Angie_.
_¡No!_, protesta la niña, acercándose. _¡Él tiene que sacarnos a todos!_
_Nena, eso no es posible_.
_¡Entonces, me quedo!_
_Angie…_
_¡Dijiste que jamás me abandonarías!_
Dean no puede responderle, sus labios se mueven sin emitir sonido alguno.
La mano infantil se posa entonces en la rodilla del ángel mientras busca sus
ojos.
_Ayúdanos, tío Cas_ y allí está de nuevo esa sensación extraña como una
corriente eléctrica que los recorre a ambos, niña y ángel.
_Angie, está herido_, insiste Dean.
Un par de tornillos más caen al suelo liberando una fracción de metal.
_Me quedaré contigo_, insiste también la niña.
El cazador mira suplicante a Bobby.
_Dame una mano con esto_.
Pero entonces Castiel se pone de pie.
_Puedo_, declara con firmeza mientras nota que su cuerpo humano ya no duele
aunque las heridas aún están allí. _Puedo llevarlos a todos_.
_¿Estás seguro?_
El ángel le sonríe de la misma manera confiada como aquella vez cuando lo
arrebató de la furia de Zacarías tras su viaje al futuro.
_Ten fe, Dean_.
Castiel recorre con la vista al grupo humano frente a él.
_Sería más fácil si todos se colocaran más cerca de mí_.
Angie ha colocado a Iosephus en su jaula y es la primera en arrimarse al ángel.
_¿El gato y el perro también?_
La niña asiente con un movimiento de su cabeza.
_Todos nosotros_.
Castiel, en un gesto totalmente inusual en él, le acaricia los cabellos.
_De acuerdo_.

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Y de pronto, sin aviso previo, Dean se encuentra al volante de su Impala, contra
el tránsito, en una vieja carretera y sólo los rápidos reflejos de los que todavía
puede ufanarse evitan que se estrelle de lleno contra un camión mientras la
bocina del vehículo y el grito aterrado de Angie a su lado le llenan los oídos.
Necesita un par de segundos, tras detener el vehículo lo mejor que puede a un
costado del camino, para recomponerse, para girar hacia Angie y preguntarle si
está bien, para abrazarla y asegurarse de que así es. El gato está allí también,
jaula incluida, en el asiento trasero. Dean abre la puerta y sale con el alma en un
hilo escaneando el área alrededor. Unos metros más atrás, la camioneta de
Bobby está detenida y el viejo cazador le hace una seña, de pie, apoyado en la
portezuela abierta, Rumsfield echado a sus pies, resoplando como si le hubieran
hecho correr la maratón de Los Ángeles. Bien. Angie, Iosephus, Bobby,
Rumsfield… Dean aún no puede respirar tranquilo.
_¡Cas…!_ grita en dirección a Bobby. _¿Dónde está Cas?_

26
Capítulo 8.
Angels and demons.

Dean, sentado a un costado del sofá donde han puesto a Castiel y fruncido el
ceño, observa con atención el rostro inconsciente del ángel. Lo encontraron
entre los matorrales, con ayuda del olfato de Rumsfield, después de dar vueltas
y vueltas a un costado de la carretera durante una hora que se hizo eterna. El
ángel tenía la vista fija en el oscuro cielo, pero respiraba. Fue mientras
intentaban llevarlo al interior del Impala cuando sus ojos se cerraron y desde
entonces no los ha vuelto a abrir.
Bobby se sienta quietamente al lado de Dean.
_No había otra solución. Sabes eso, ¿verdad? No es tu culpa_.
_Sí_, murmura, claramente irónico. _Claro_. Acomoda una compresa helada en
la frente del ángel. _Está ardiendo_. Le han retirado el impermeable y la
corbata. Si su temperatura sigue en aumento, Dean se va a ver enfrentado a la
necesidad de retirarle más vestimenta. Por el momento, las compresas heladas
es lo único que tienen.
Han buscado refugio en una casa abandonada porque no es sensato exponer a
civiles en su guerra personal rentando una habitación de motel.
Milagrosamente, el refrigerador funcionaba y tenía hielo, como si los hubiese
estado esperando. Al menos el sino de los Winchester (_si algo ha de salir mal,
entonces saldrá peor_) no los ha alcanzado allí. Aún.
El cazador se pasa la mano por el rostro, abrumado.
_¿Qué fue eso?_, se dirige a Bobby sin apartar la vista del ahora indefenso
ángel. _Quiero decir, no eran demonios ordinarios, allá en la casa. Era algo más
poderoso_. Se vuelve hacia el otro hombre. _Me refiero a que ¡había hierro
bendecido y sal en las paredes!_
_Quisiera poder responder a eso, hijo_. Abre las manos vacías. _Pero ahora, sin
mis libros, sin tu laptop…No sé qué más hacer_.
_Quizás deberíamos echarle otra mirada a esa carpeta_.
_¿Crees que encontraremos algo nuevo? Lo dudo_.
_Al menos, estaremos haciendo algo más que sólo mirarnos las caras_.
Vuelve a comprobar la temperatura del ángel antes de ponerse de pie e ir por su
bolso de donde extrae la carpeta. Castiel había sido sumamente detallista. Si no
hubiera estado tan debilitado, de seguro habría trasladado también la biblioteca.
_Algo o alguien está protegiendo a Angie_, reflexiona el cazador mientras
regresa a su asiento al lado de Bobby. _Uno de los cuartos en Milton House
tenía símbolos de protección. Apuesto que le pertenecía a ella_.
_¿Pero quién?_
Nuevamente vuelven a la memoria del cazador los acontecimientos de la
primera noche en casa de Bobby, los demonios colgando en ganchos invisibles,
la figura alta avanzando entre el polvo y la oscuridad.
_No lo sé_, responde porque no es capaz de pronunciar la alternativa. Después
de todo, son los recuerdos de un moribundo y podría haber estado delirando.
_¿Los ángeles? ¿Quizás es una nefilim?_
_Bueno, a lo primero, te recuerdo que habían sellos contra ángeles durante el
ataque a mi casa. Así que, diría que no, no son ángeles. Acerca de lo segundo,

27
hablé con Castiel antes. Él dijo que no era posible. La gente, allá arriba, conoce
la cantidad de nefilim en la Tierra porque existe un libro donde sus nombres
son inscritos automáticamente tan pronto se produce un nacimiento. El nombre
de Angie, o Mary Grace, no está ahí_.
_¿Tienen un libro?_ se sorprende. _Pues, ¿cuántos nefilim andan dando vueltas
alrededor del mundo?_
Bobby se encoge de hombros.
_Preferiría no pensar en las cosas que los ángeles hacen en su tiempo libre_.
_Como sea,_ continúa Dean. _alguien tuvo que dibujar esos símbolos en las
paredes y no creo que haya sido Angie_.
Dean abre la carpeta y repasa las páginas con lentitud, deteniéndose en las
entrevistas realizadas a los empleados de la Milton House en relación al
incendio. Hay apenas dos nombres allí: Winston Palladius, quien se encargaba
de mantener las instalaciones en buen estado y quien declara que todo
funcionaba perfectamente al momento del siniestro (claro, como si fuera a decir
si es que había fallado en su trabajo), y la señora Sharon Bennet, la cocinera.
_¿Dean…?_
_¿Mh?_
_¿Recuerdas ese niño… Jesse?_
El cazador niega sin levantar la vista de la carpeta.
_No es eso_
_Pero…_
_Es gracia lo que hay adentro de ella, Bobby_. Levanta la mano y mueve dos
dedos alternativamente. _Gracia y maldad no funcionan juntas_.
El viejo cazador suspira desalentado.
_Entonces, nuestra única pista sigue siendo Angie_.
Ambos hombres dirigen su mirada hacia la niña que duerme profundamente,
abrazada a Iosephus sobre el colchón más decente que pudieron encontrar en la
casa.
_Sí, así es. Y no es que ella sepa mucho tampoco_.
Y el cazador vuelve a concentrarse en la página donde la frase _cosas raras que
ocurrían en la casa_ en la transcripción del señor Palladius ha captado su
interés.

Ella no recuerda mucho de su vida anterior al incendio, sólo sabe que se llama
Angie, que debe escapar y que Dean puede protegerla porque es un Servidor del
Cielo, un Guerrero. Ella no sabe por qué sabe eso.
No recuerda mucho pero tiene la certeza de que no era un lugar feliz la Milton
House. Sin embargo, a ella nunca la tocaron, nunca pasó hambre y era a la
única niña que la pareja vigilaba su sueño de noche. Tenía su propio cuarto en
el altillo. Por eso el resto de los niños la odiaba. Sus rostros se pierden nublados
en su memoria pero tiene muy presente el enojo contra ella. Se les impregnaba
en la piel y era como un hedor que llevaban encima siempre.
Su cuarto tenía símbolos extraños pintados en puertas y paredes en vez de
coloridas figuras infantiles. Eran color rojo sangre y marcados con brochazos
descuidados, hechos con prisa.
Rojo sangre.

28
No recuerda mucho pero una vez vio a la mujer, la cuidadora, con su brazo
descubierto y sangre roja brotando de la herida que se acababa de hacer.
Entonces la memoria cambia de rumbo, la mujer aparta su atención de la pared
y se voltea a verla a ella que está en su cama, en su cuarto protegido, en su
pequeña jaula de oro. _El sello_, le dice y las marcas ya no son rojo sangre sino
blancas y resplandecen aún cuando es de día y la luz del sol se cuela entre los
visillos color té de la ventana. _El sello_, le repite y le indica el signo que
cambia de forma por sí solo y se complica con nuevos trazos. _El sello_ dice
ella desde su cama, sentada como una alumna frente a su maestra.
Atacaron el hogar. Comenzó un incendio y ella, de alguna manera, logró
escapar, no supo cómo. De pronto está bajo la lluvia, caminando descalza y en
camisón en medio del bosque y, al parecer, muy, muy lejos. Dean le abre la
puerta de la cabaña antes de que su pequeña mano alcance a tocar la madera y
dirige su mirada hacia ella desde su altura, con sus ojos verdes y una sonrisa
sosegada, la inmensidad de sus alas llenando la habitación a sus espaldas. _El
sello_, le dice ella y despierta alzándose en el colchón a toda prisa, tropezando
con las mantas, haciendo bufar al gato al aplastarlo en su torpe carrera. La voz
de su papá llamándola es apenas un murmullo sordo en sus oídos. Alcanza la
puerta y corre hacia el frente de la casa, allí donde comienza la cerca, donde se
deja caer de rodillas, raspándoselas contra el suelo en la urgencia. El sello, el
sello, el sello… y sus manos se mueven con voluntad propia, arrancando pasto,
quemando la tierra con fuego que surge de sus pequeños dedos hasta formar la
figura aparecida en su sueño. Se incorpora y corre hacia el lado opuesto de la
casa donde repite la acción. Con desesperación se deshace del agarre de su
padre que intenta detenerla. Corre y dibuja hasta completar cuatro en total, una
por cada punto cardinal. Apenas ha terminado de hacer el último trazo y luego
de poner su mano sobre él, (lo que provoca un sordo sonido en el suelo y un
breve destello blanquecino) Angie se desploma.
Dean llega hasta ella para tomarla entre sus brazos con todo cuidado, temeroso
de hacerle daño.
_Estoy cansada, papito_, murmura la niña.
Bobby está de pie, observando, el semblante preocupado.
_¿Eran esos los símbolos que viste en la casa?_, pregunta señalando el dibujo.
Dean niega en silencio sentado en el suelo con Angie en sus brazos, la vista fija
en el extraño e intrincado símbolo que ha dibujado la niña.
Entonces ambos cazadores lo escuchan. Un chillido agudo y extenso que les
pone los pelos de punta.
_¿Qué es eso?_
Bobby escudriña en la oscuridad. No ve nada. Pero apostaría a que sabe qué es.
_De pie, Dean. ¡Rápido!_
El cazador está aún a medio incorporarse cuando un engendro con alas se lanza
contra él y la niña.
_¡Dean!_, grita espantado Bobby.
El cazador, en una rápida reacción, le da la espalda a la criatura protegiendo a
Angie, lánguida en sus brazos aún. Pero en vez de sentir garras y dientes
hundiéndose en su cuerpo, sólo oye un fuerte golpe y un crujir de huesos. El
bicho se ha estrellado contra un algo invisible existente sobre la casa. Pronto, la

29
impalpable cúpula se llena de alas negras y cabezas deformes, ojos que miran
ávidos hacia Angie. Dean no atina a moverse y lo mismo le pasa a Bobby unos
pasos más atrás. El sello está brillando y Dean se pregunta cuán efectivo será,
cuánto tiempo podrá mantenerlos a salvo porque los bichos están poniendo
mucho empeño en alcanzarlos. La noche se llena de sus chillidos espantosos.
Y entonces, súbitamente, tal como empezó, todo cesa. Los bichos se apartan de
la invisible barrera y se mantienen unos segundos en el aire, en silencio, y luego
caen al suelo con el estrépito de sus cuerpos malformados, levantando
polvareda a su alrededor, para después desaparecer como si nunca hubiesen
existido.
A lo lejos, se divisa una silueta alta, muy alta, que camina a paso calmo hacia la
casa, el brazo en alto descendiendo lentamente. Esta vez, Dean no delira por la
hemorragia interna y la falta de oxígeno en sus pulmones. Esta vez, Bobby está
presente para ratificar lo que ven sus ojos. Esta vez, está seguro de que no se
engaña.
_¿Sam?_

30
Capítulo 9.
Sam.

Angie tiene miedo. Dirige su mirada hacia arriba, hacia el rostro de su padre.
Pero Dean tiene su atención puesta más allá de la barrera que los sellos han
levantado alrededor de la casa, en el hombre alto y oscuro plantado allí. Quiere
dejarlo entrar, Angie está segura. Y eso no es bueno.
_No puede ser_, las palabras resbalan en un resuello de los labios del cazador.
_¿Sam?_
Aquel adelanta un paso inseguro hacia la casa, sólo lo suficiente para que la luz
proveniente del interior delinee sus rasgos. Se ve cansado, de una manera difícil
de explicar.
_Hola, Dean_. El cazador es incapaz de responder. Ni siquiera nota cuando
Angie se aferra a su mano con patente ansiedad. _Soy yo, Dean_.
El cazador abre la boca pero las palabras tardan en aparecer.
_¿Cómo…?_, dice y no termina.
Aquel que tiene al frente sacude la cabeza con lentitud y mira un momento el
suelo a sus pies.
_No estoy seguro_, dice y levanta la mirada buscando la de Dean. _Pero soy yo.
Lo juro. Sé que puedes sentirlo_.
Dean le cree como si estuviera bajo un hechizo. Su cuerpo le traiciona y se
mueve, apenas un diminuto temblor, casi un espasmo, suficiente para que
Angie adivine lo que pretende. La niña tironea de su mano obligándolo a
mirarla a los ojos y a olvidar su intención de correr a abrazarlo.
_No, papá_, le dice ella en un murmullo agudo.
_Está bien, Angie_, intenta tranquilizarla. _Es Sam. Es mi hermano_.
Ella observa al hombre pero no puede dejar de sentir aquello profundo, frío,
desolado y al mismo tiempo tan lleno de rabia que emana de su persona y luego
vuelve a mirar hacia arriba, hacia Dean.
_No, papá. No está bien_, dice con total certeza.
Y entonces Dean duda. Vuelve a medir en silencio al hombre que tiene al frente
suyo, separado de él apenas por un par de metros de suelo y un sello. Frunce el
ceño mientras repasa en su memoria las imágenes en casa de Bobby y lo que
acaba de ver en el patio de ésta en la que se encuentran. Angie tiene razón. Algo
no está bien y se enfada consigo mismo por bajar la guardia tan fácilmente. Los
demonios mienten. Lo sabe desde que su padre le habló por primera vez de la
criatura que quemó a su madre contra el techo de su hogar en Lawrence hace
tanto tiempo ya.
_¿Cuándo regresaste?_, su voz es firme ahora, inquisitiva, demandante.
_Yo… no lo sé… seis… siete meses, quizás_, contesta Sam (o la criatura que
pretende serlo, se recuerda Dean a sí mismo).
_¿Cómo me encontraste?_
Sam fija sus ojos en Angie un momento y ella se esconde tras Dean sin soltarse
de su mano, huyendo de la intensidad de su mirada.
_Te seguí a casa de Bobby_, le dice al cazador.
_Tengo mis costillas aún marcadas. Sabes eso… Sam sabe eso_.
_Yo ya no sé nada, Dean_.

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Atrás, Bobby coge más firmemente el rifle que ha traído silenciosamente desde
la casa. Un velo de tristeza cae sobre el rostro del hombre.
_¿Vas a dispararme?_, le pregunta, dolido, pero Bobby permanece en su
posición. El viejo cazador sabe cómo mantener la cabeza fría y la guardia arriba
aunque es obvio que nada podría detener al hombre que se dice Sam si decide
hacer algo parecido a lo que le hizo a las criaturas de allá afuera.
Sam se dirige de nuevo hacia su hermano.
_Yo sólo te seguí, no sé cómo, yo sólo…_, parecen faltarle las palabras. O más
bien, le sobran y no logra dar con las adecuadas. _…yo sólo te busqué, te sentí
en peligro, así que… te seguí… seguí esas cosas que deseaban herirte…_ mira
hacia la niña escondida tras el cazador, aún aferrada a su mano como si su vida
dependiera de ello. _…y herirla a ella_.
Dean se toma un minuto antes de hacer la siguiente pregunta señalando hacia el
exterior de la casa donde en algún momento estuvieron apilados los cuerpos
inermes de los bichos.
_¿Qué pasó ahí?_
Sam sigue con la mirada la dirección que indica Dean y la mantiene allí
mientras se aclara la garganta y da su respuesta.
_Tengo este poder…_, y antes que pueda completar la frase, Dean ya luce dolor
y enojo en su expresión. _No he bebido sangre de demonio, Dean. ¡Lo juro!_
_Demasiado juramento, Sam. Ten cuidado_.
Sam deja caer sus hombros, agotado aparentemente por la batalla contra las
palabras.
_Estoy cansado_, dice en un susurro y señala hacia los sellos iluminados en el
suelo intentando una sonrisa que no le resulta. _¿Me vas a dejar parado aquí
afuera toda la noche?_
Dean sabe que los demonios mienten.
_No vamos a remover los sellos_, le responde, su expresión una máscara
inescrutable y por un momento, el rostro de Sam se tensa y le atraviesa un
ramalazo de ira tan fugaz que Dean se pregunta si en realidad sucedió. Luego,
sonríe ligeramente.
_Por supuesto_.
Avanza hacia la casa sin prisa. Angie contiene el aliento cuando el pie de Sam
atraviesa el límite señalado por el sello. Rumsfy deja escapar un gruñido bajo y
belicoso desde su garganta mientras el hombre pasa frente a él hasta plantarse
delante de Dean. El animal le enseña los dientes y sólo un ademán de Bobby
impide que le salte encima.
Dean también puede olerlo.
El infierno.
Los cabellos en el nacimiento de su nuca se erizan ante el reconocimiento.
Tiene el cuchillo mata demonios en el bolsillo interior de su chaqueta, podría
sacarlo con facilidad y acabar de una vez con la incertidumbre, y en verdad
quiere hacerlo, comprobar que el poder del cuchillo desgarra la carne de aquel
que se presenta como su hermano y le envía de regreso al lugar de donde ha
salido, pero al mirar a los ojos del hombre, sus deseos de violencia se diluyen.
La pena y el dolor que hay en ellos no se fingen, ni siquiera un demonio tiene la
capacidad para hacerlo tan bien. Y entonces, por un efímero segundo, el

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pequeño Sammy, el de las miradas suplicantes, de las preguntas interminables,
de los pucheros tercos, se hace presente en el cuerpo del hombre que tiene al
frente y es suficiente para derribar sus últimas defensas.
_¿Dean?_, escucha la voz preocupada de Bobby a sus espaldas y siente la mano
de Angie presionando la suya con tanta fuerza que podría jurar que va a
quebrarle cada hueso.
_Todo está bien, Bobby_, le dice sin despegar la vista del hombre. Luego, se
hace a un lado, la niña moviéndose con él, pegada a su pierna, y le deja entrar a
la casa.

33
Capítulo 10.
The doubt.

Hay un peso sobre su pecho. No es suficientemente grande para sofocarlo, pero


aún así, resulta bastante molesto. Y luego, una tibieza reconfortante se posa
sobre su frente y le recorre el cuerpo. Amor. Alegría. Paz.
Castiel piensa en las voces en el cielo, no ese cielo oscuro que estaba sobre su
cabeza la noche del escape mientras escuchaba a Dean llamarle ansiosamente
desde algún lugar indefinible, sino El Cielo, millones de voces cantando
alabanzas, todas al unísono, creando cosas al sonido del canto. Lo ve pero, al
mismo tiempo, no lo ve. Percibe cómo la vida brota donde no la había, los
desiertos se convierten en mares y los mares en desiertos. Sonríe y está seguro
de que si fuera capaz de aullar de gozo, lo haría. Y entonces, tal como llegó, la
euforia se ha ido.
_Cas_, escucha decir bajito. _Cas, ¿estás ahí?_ y una mano infantil le levanta el
párpado derecho en busca de su ojo. Angie está trepada sobre su pecho
prácticamente nariz con nariz. La niña le sonríe al ver que ha regresado al
mundo de los vivos. _Aún no me has mostrado tus alas_.
El ángel tiene que parpadear varias veces antes de comprender la pregunta.
_Quizás más tarde_, le dice cuando al fin lo hace y con calma comienza a
incorporarse. Está sobre un sofá viejo, le han quitado su gabardina y le han
cubierto con una manta que él hace a un lado mientras saca un pie y lo pone
sobre el suelo. La niña deja que el mismo movimiento la desaloje del cuerpo del
ángel mientras éste busca y viste su gabardina nuevamente.
_Tienes que proteger a mi papá. Él no me cree_.
Cas se voltea a verla y frunce el ceño, confundido.
_¿Protegerlo de qué, pequeña niña?_
Angie señala hacia el comedor a través de la puerta semiabierta.
_Sam_.
El ángel entonces dirige su mirada hacia donde Angie le indica y puede
distinguir al reducido grupo humano reunido allí. Sentados alrededor de la
mesa, Dean y Bobby observan al hombre que ocupa la silla frente a ellos. Es
alto y tiene el pelo largo, como Sam, más que Sam, y viste de negro, ropas
viejas, gastadas, el cansancio en cada gesto y algo más que Cas no alcanza a
definir, algo oscuro, hondo, sin fondo. Casi sin darse cuenta está dando pasos
hacia la puerta sin quitarle la vista de encima al extraño.
Angie se toma de su mano a medio camino y el contacto ya no produce
cosquilleo, es más bien una sensación de confort familiar.
_Cas, ¿papá tiene alas?_.
La voz de la niña lo arranca de su embobamiento y lo obliga a detenerse.
_¿Qué?_
_Ví alas en mi papá_.
¿Dean? ¿Con alas?
_Yo… no lo creo posible_
Angie da un suspiro y deja caer los hombros.
_Tal vez sólo estaba soñando en verdad_.
Castiel vuelve a poner su atención en los hombres en la mesa.

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_¿Es realmente Sam?_
_Sí. Dijo que ha estado fuera por casi siete meses y ha estado buscando a papá.
¡Atravesó los sellos!_, dice con una mezcla de asombro y enfado. _Pero, de
todas maneras, no me gusta_, termina diciendo con un puchero en los labios.
_¿Cuáles sellos?_
_ESOS sellos_, y con la mano libre, le señala a través de la ventana donde las
líneas trazadas a fuego en la tierra brillan con luz blanquecina semejantes a un
anuncio de neón. El ángel los observa un instante y luego baja de nuevo la
mirada hacia la niña.
_¿Quién los hizo?
Angie se señala orgullosamente con un dedo.
_¿Tú los hiciste?
Angie asiente y sus labios se curvan en una sonrisa satisfecha.
Cas vuelve a observar lo que se alcanza a apreciar de ellos a través de la
ventana. Siente su poder aún a esa distancia, como el siseo en los oídos a los
pies de una antena de alto voltaje.
_Bien hecho_, musita aunque no está muy seguro de por qué acepta con tanta
naturalidad que una niña sepa de sellos contra demonios que ni él mismo
conoce.
El ruido de la puerta, al darles paso hacia el comedor, atrae la atención sobre
ellos. Dean se pone de pie de inmediato.
_Cas, ¿te encuentras bien?_, el ángel asiente brevemente y entonces el cazador
ve a Angie asomándose por detrás de su gabardina, tomada de su mano. _Ahí
estás. Comenzaba a preocuparme_. Toma asiento nuevamente y extiende un
brazo hacia ella. _Ven, cariño_.
La niña no responde. Mira a su padre, luego a Sam y finalmente a Cas.
_Prefiere quedarse aquí,… si no te importa_, intercede el angel.
Dean baja lentamente el brazo, más preocupado que contrariado.
_Claro_.
_Así que… ella es… Angie_, dice Sam y la forma en que dice el nombre de la
niña hace vibrar las alarmas en Cas. Es, sin duda, la voz de Sam. Pero al ángel
le suena a vacío, a agujero negro hambriento a punto de devorar una estrella,
algo que no sería capaz de explicarle a Dean. No le extraña que la tensión se
palpe en el ambiente. Mira al cazador que ha cogido una cerveza de las que
están en el centro de la mesa y juguetea con ella.
_Sí, ella es_, dice el cazador y espera.
Bobby sostiene una botella en la mano y toma un sorbo directo de ella. Él
también está esperando.
_Las cosas han cambiado mucho en estos meses_, comenta Sam pero no hace el
menor intento de acercarse a la cerveza dispuesta frente a él. _Soy tío ahora_.
_Sí_, Dean observa con atención cómo las manos de su hermano se mantienen
fijas a la mesa, en actitud rígida, como el resto de su cuerpo. _Lo eres_.
Castiel permanece en el mismo lugar durante los siguientes minutos, la niña aún
tomada de su mano, intentando descifrar la situación, testigo del inútil
intercambio de palabras que se establece. No sabe si la conversación ha
transcurrido de la misma manera antes de que recuperara la conciencia en
compañía de Angie, pero podría apostar que tampoco es mucho lo que han

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conseguido decirse los tres hombres desde entonces. Se observan, se tasan, se
prueban y no se dicen nada al final. Absurdo gasto de tiempo. Avanza hacia la
mesa, dejando libre a Angie, agarra una de las botellas, seguro de que son de la
producción especial de Bobby para desenmascarar demonios, y la coloca frente
a Sam. Luego mira a Dean.
_Si quieres saber si algo anda mal, deberías ser más directo_, y luego a Sam.
_Bebe_.
_Acabo de dejar el infierno_ dice _Así que deberán tener paciencia conmigo_.
_Dijiste que has estado siete meses fuera_, dice Castiel en su tono oficial de
ángel del Señor.
_Y tres años adentro_, le responde Sam, alzando una mirada de helada furia
hacia el ángel. _Tengo azufre en mis venas aún_.
Silencio, el impacto de sus palabras resonando en las paredes de la habitación
por minutos.
_De acuerdo_, dice Dean mirando a uno y otro. _¿Qué tal una pausa? Todos
nosotros necesitamos descansar, así que…_
_Iré afuera_, dice Sam y se pone de pie bruscamente, casi derribando la silla
con el impulso. _Veré que esas cosas no regresen_.
Camino a la puerta, Iosephus le bufa desde un rincón, las orejas hacia atrás y en
posición de ataque. Sam se detiene a mirarlo con la misma furia con que el gato
lo vigila. Angie observa, boquiabierta, cómo los músculos en el brazo del
hermano de su padre tiemblan espasmódicamente bajo la piel. Y aún está
mirando cuando se da cuenta que el hombre ha dejado en paz al animal y tiene
sus ojos fijos en ella. Angie contiene el aliento. El hombre la observa un
instante más y luego sale por la puerta y se pierde en la oscuridad de la noche.
De inmediato el clima parece mejorar en la habitación. Angie busca el confort
de los brazos de su padre y éste la acoge y la mantiene allí hasta que el sueño y
el cansancio la derrotan al fin. Es casi la madrugada y, una vez más, nadie ha
podido descansar apropiadamente. Para cuando Dean ha acomodado
nuevamente a la niña en su lecho y Bobby se ha dormido en el sofá que ha
dejado libre Castiel, el ángel se ha instalado afuera, ceño fruncido, frente a los
sellos dibujados por la niña, examinándolos con detenimiento.
_¿Qué pasó ahí adentro?_, demanda la voz del cazador a sus espaldas mientras
se le acerca.
_¿A qué te refieres?_
_¿Sam?_
_Angie está asustada_
_Me he dado cuenta_. Mira hacia el cielo que está clareando. _Me pregunto por
qué_, mira a Cas. _¿Tú sabes?_.
_…_
_¿Cas?_
Pero el ángel está perdido en la escritura dentro del sello y parece no
escucharle.
_Oficial de la iglesia…_, lee Castiel y se detiene.
_¿Qué?_

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Castiel mira fijamente a Dean en silencio, mientras la voz de Angie se
reproduce en su memoria _¿papá tiene alas?_. Y Dean lo mira de vuelta sin
lograr interpretar la expresión en el rostro del ángel.
_¡Me estás asustando, hombre!_.
_Angie piensa que tienes alas_.
_¿Qué? ¿Por qué?_
_Lo soñó_.
Dean ríe.
_Sí, tiene sueños raros todo el tiempo_.
Castiel continúa mirándolo fijo hasta ponerlo nervioso bajo su escrutinio.
_¡Qué!_, protesta el cazador.
_El sello, es un nombre… un nombre especial_, y señala el sello. _Corresponde
a… una especie de ángel… aunque, en rigor, no lo es. Se le denomina de esa
manera porque no existe una palabra en ningún idioma para lo que en realidad
es_.
_¿Por qué ustedes tienen que ser tan complicados siempre?_, dice con un
movimiento negativo de su cabeza. _Como sea, ¿cómo se llama ese ángel-
peronoángel?_
_No estoy autorizado para nombrarlo. Sólo un arcángel puede. Él es un… _ y
nuevamente las palabras se atascan ante la duda de cuánto debe decir y cuánto
retener. _…Oficial de la Iglesia_.
Dean arruga el ceño, confuso.
_¿Un Pastor?_
Castiel sacude la cabeza, comenzando a exasperarse.
_¡No, no! ¡No entiendes! ¡No estás escuchándome!_.
_¡Pues tú no te explicas muy bien, viejo!_.
_Es una especie de protector de la Iglesia, de la gente, un guerrero, un
guardián_.
_¿Cómo… Michael?_
_Nadie es como Michael_.
Dean bufa, divertido.
_Suenas como una fangirl, Cas_.
_Es la verdad_, dice con calma obligando al cazador a retomar el asunto con
seriedad.
_Entonces… el sello es un nombre, uno poderoso al parecer. ¿Cómo es que
Angie lo conoce?_
Castiel se concentra nuevamente en los trazos en el suelo que no pierden su
vigor a pesar de las horas transcurridas.
_No lo sé y quizás…_ levanta la cabeza en dirección a Dean, asegurándose de
que lo escucha. _...sería mejor dejarlo así_.
El cazador entrecierra los ojos escudriñando el rostro del ángel.
_Cas, ¿qué es lo que no me estás diciendo?_
_Los nombres son importantes_.
_Eso no es lo que te pregunté_.
_Él pertenece a las grandes ligas, Dean. El equivalente en el Cielo a los
monstruos del Averno que hemos visto aquí_.
La sorpresa se pinta en el rostro de Dean.

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_¿Tú… tú sabías qué eran esas cosas_
_No siempre_.
_Cas, ¿qué está sucediendo?_
El ángel respira profundo antes de contestar.
_Iba a decírtelo pero las circunstancias me lo impidieron_.
_¿Decirme qué?_
_…_
_¡Cas!_
_¡Estoy pensando cómo decírtelo!_
Dean lo toma del hombro y lo obliga con un ligero movimiento a olvidar el
sello por un momento y enfrentarlo a la cara.
_¿Decirme qué?_
_Días atrás, cuando me preguntaste por Sam…_
_¿Sí?_
_Me preocupé, nunca me planteé que Sam pudiese estar fuera sin que yo
estuviera al tanto, así que fui a buscar respuestas_.
_¿Y?_
_Hubo una fisura en el abismo_.
Dean siente nuevamente que se le eriza la piel.
_¿Qu… qué quieres decir?_
_Fue una gran fractura, Dean, como un catastrófico terremoto. Las criaturas
escaparon del Infierno más profundo_.
_¿Te refieres a…_ y tiene que aclararse la garganta antes de continuar. _…
donde está… la jaula… de Lucifer?_
_Sí_.
_¿Él está afuera entonces también?_
_No_.
Dean se pasa la mano por el rostro y camina unos pasos alejándose de Castiel.
Se detiene y mueve el peso de su cuerpo de un pie al otro antes de volver sobre
sus pasos y plantarse de nuevo ante el ángel.
_¿Y tú piensas…?_, se pasa la mano de nuevo por el rostro. _¿Y tú piensas que
Sam tiene que ver con todo eso?_
_Tal vez_.
_Pero pasó los sellos, ¿no?_
El ángel sólo baja la mirada.
Dean se retira un poco, eleva sus ojos al cielo.
_¿Qué está pasando aquí, Cas?_
_Quisiera poder responderte, amigo mío_.
A lo lejos, en el bosque, se escucha el chillido espeluznante de una de las
criaturas, que distrae la atención de ambos.
_Vamos, Cas. Entremos_, dice Dean y comienza a andar hacia la casa. _Estás
herido, necesitas descansar y estar bien. Por si acaso_.
Y el subtexto, por una vez, queda claro para el ángel. Camina hacia la casa
detrás de Dean, pensando en la pequeña niña para quien debe mantenerse bien.

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Capítulo 11.
Something bad inside.

El vómito surge con violencia, a cuatro manos en el suelo, el aire ausente de sus
pulmones a causa de la desesperada carrera desde la casa. Ha dejado atrás el
sello, la niña, a Dean, hasta caer agotado entre la hierba. Duele. Mucho. Su
cuerpo se convulsiona ante el esfuerzo cuando ya no queda nada por vaciar.
_Es una chiquita poderosa, ¿verdad, Sammy? Una maravilla_.
Sam no necesita apartar su vista del suelo para saber a quién tiene a su espalda
luciendo su sonrisa burlona.
_Cállate, puta_.
_Esa boquita, Sammy. Esperaría tan mala palabra de Dean, pero tú…_, la mujer
de piel pálida y cabello oscuro avanza y se inclina hacia él buscando su rostro
para examinarlo con atención. _Aunque ya no eres el mismo Tú de antes_, con
una mano le alcanza parte del cabello despejándole la frente. _Se aprenden
muchas cosas nuevas y útiles allá abajo_.
_Dije que te calles… PUTA_
Y enseguida, Meg pende en el aire, la garganta constreñida por una mano
invisible y poderosa. Y sin embargo, mientras el cuerpo de su anfitriona de
turno se contorsiona por conseguir oxígeno, la muy desgraciada sonríe.
_S-sabes…_, dice, la voz rasposa por el esfuerzo de hablar a través del
ahogamiento. _Ell-lla está…stá viva… todav-vía_.
Porque acabar con los engendros del infierno, que son como bestias sin cerebro,
no es lo mismo que asesinar a una pobre inocente sólo por ser el recipiente
involuntario de una demonio (como lo fue también aquella muchacha rubia
llamada Meg Masters en su momento) y Sam está demasiado agotado para
fulminar a la hija de Azazel con esa cosa horrible que ha traído consigo en su
interior desde el piso de abajo. Deja caer su mano desmañadamente y sin
fuerzas y con ella a la demonio. El pecho se le contrae ante los latidos
acelerados de su corazón mientras respira con dificultad. Es el sello. El maldito
sello le ha hecho esto.
La mujer espera hasta recuperar el aliento antes de comenzar a ponerse de pie
nuevamente, sin quitar los ojos de su objeto de tormento.
_Deberías rendirte, Sam. Campanita miente, es difícil mantener pensamientos
felices todo el tiempo. No resistirás por siempre. Se te freirán las entrañas
antes_.
_Púdrete_
_Dí lo que quieras. No puedes luchar contra lo que llevas adentro. Tú y yo, de
cierta manera, somos hermanos, familia_.
_Voy a arrojar esta cosa fuera de mí_.
_Lo dudo_.
_Lo haré_
La demonio bufa con displicencia.
_La sangre llama a la sangre, Sammy. Un día, te unirás a nosotros, de una
manera u otra_, dice y entonces su tono se dulcifica y si no supiera que los
demonios mienten, Sam juraría que hay compasión en sus palabras. _Entonces
descansarás, estarás en paz, tu dolor terminará_.

39
Sam aprieta los puños, incapaz de hacer más hasta no haber recuperado las
fuerzas. La demonio deja escapar un suspiro, cambiando de nuevo y
abruptamente su actitud.
_Como sea. Haz lo que te plazca. Tú decides,_ y se voltea a medias dirigiendo
su mirada hacia la casa que ha quedado cientos de metros atrás. _Tú pierdes_,
su mirada cae de nuevo sobre Sam con una sonrisa perversa. _Pero nosotros
siempre ganamos_.
_No lo permitiré_.
_Aww…¿Sammy quiere un trozo de pastelito también?_ Su sonrisa se hace
más siniestra aún si es eso posible. _Veremos quién lo alcanza primero_.
Comienza a retirarse pero se arrepiente y lo mira por sobre el hombro.
_Aún puedes ser el niño rey si quieres el puesto. Sería mucho más fácil para
todos_.
_¡Vete de una buena vez, perra!_
_Estaré esperando por ti, Sammy_.
La mujer gira sobre sus talones y camina hacia lo profundo del bosque. Sólo
entonces Sam se permite bajar la guardia y grita. Grita hasta que siente que los
pulmones se disuelven en el empeño y el sonido que sale de su garganta se
iguala al chillido de las criaturas que ha eliminado unas horas atrás,
horripilantes cosas salidas del averno. Como él. Y se deja caer al suelo de
nuevo de brazos abiertos, mirando al cielo, suplicando perdón.
Dios, duele tanto.
Cuando llega al barandal de la casa, ya es de día. Se detiene un instante frente al
dibujo en la tierra mientras comienza a sentir ya el sinfín de agujas ardientes
penetrando su cuerpo bajo la piel y el zumbido sordo en sus oídos que amenaza
con hacerle perder la razón.
Castiel lo observa desde la puerta principal, inexpresivo como siempre. Sam le
devuelve la mirada mientras da un paso hacia el interior del patio, pasando
junto al sello, y se detiene un momento frente al ángel, desafiante, antes de
ingresar por la puerta, haciéndole saber que no espera su permiso para ir en
busca de su hermano.
El cansancio ha vencido al fin a los habitantes de la casa. Bobby está muerto al
mundo en el sofá, cubierto con la manta que en algún momento cobijó al ángel
herido. Sam podría apostar que ha sido Dean quien se la ha puesto encima.
A cierta distancia, Angie y el cazador duermen en el suelo sobre el colchón,
Dean echado sobre las mantas como si sólo hubiera colapsado en ellas, un
brazo rodeando protectoramente a la niña, la mano desaparecida
misteriosamente bajo la almohada; Angie acurrucada contra el pecho del
cazador, su mano firmemente agarrada al cuello de la chaqueta del hombre,
como si el cazador fuese de su exclusiva propiedad.
Sam siente crecer un enojo ardiente en su pecho ante la escena tal como han
crecido muchas cosas sin control desde hace tres años. Pasan frente a sus ojos
las imágenes amadas de su niñez: Dean en su cama contándole historias, Dean
atendiéndolo mientras está con peste, Dean consolándolo tras una pesadilla,
comprándole caramelos con el dinero obtenido por arreglar el jardín de su
vecina de turno, cediéndole su plato de cereal… Padre, madre, amigo, hermano,
protector… Todo lo que ahora es para ESA niña. Da un respingo cuando la

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lucidez llega y lo coloca frente a lo torcido de sus pensamientos. Él sabe de
dónde vienen y cómo hundirlos de nuevo en la nada. Es fácil cuando son así de
claros. El problema es cuando se camuflan y no se pueden extirpar. Es entonces
cuando pierde el control.
Sam considera por un momento contarle todo a Dean, pero no puede, no se
atreve. Se siente un bodrio. Se estremece al reconocer que tal vez, si la niña no
estuviese anclada en el corazón de su hermano, las cosas hubieran sido mucho
más fáciles para él. Pero tenía que suceder que la pequeña corriera precisamente
hacia Dean, SU hermano, elegirlo como su protector. ¿Podía ser la situación
más cruel?
Castiel lo observa de nuevo, por no decir que le vigila. Percibe de reojo su
silueta unos pasos atrás suyo, plantado frente a la puerta, siente sus ojos fijos en
él como un peso sobre su espalda.
_Lo juro_, le dice sin volverse, _No le haré daño a mi hermano. Nunca más_.
Y Castiel quiere creerle.
Pero no abandona su guardia.

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Capítulo 12.
Decisions.

El sol está alto cuando Angie se instala en la cocina, dispuesta a merendarse


con entusiasmo el plato que Dean le ha preparado. Castiel se ha preocupado de
hacer aparecer lo necesario apenas recuperadas las fuerzas.
Bobby vocifera en el teléfono en la otra habitación, hablando con Rufus, la
mitad de sus palabras convertidas en jocosos y no tan jocosos insultos. El ángel,
junto a la puerta principal abierta, parece apabullado por el calibre de ellos.
Dean sonríe mientras vacía el contenido de la olla al plato y la niña parlotea sin
parar.
Sam observa todo, de pie al lado de la ventana desde donde vigila el exterior y
toda la escena es como un molesto escozor en alguna parte de su persona. Había
esperado encontrar a Bobby tan hundido como lo había visto después que los
perros del infierno reclamaran a Dean como su presa. Creyó que encontraría a
su hermano acabado y triste. Pero nada es como lo había pensado.
Es a causa de la niña, piensa, se consuela, y de nuevo la dualidad en su interior
se hace presente, su ser que se lamenta por Angie, por Dean, por él mismo y
que, al mismo tiempo, tiembla de indignación ante el olvido en el que su
hermano parece haberlo sepultado. Sólo tres años bastaron para que alguien
tomara su lugar sin mayor esfuerzo.
Dean le planta un beso en el flequillo a la niña, gesto al que ella responde con
una risita contagiosa antes de llevar a su boca la primera cucharada de su
comida favorita (porque todo lo que prepara Dean es siempre su comida
favorita). Luego el cazador se reúne con su hermano en la ventana.
_Pensé que te encontraría con Lisa_, le dice Sam mientras acepta el sándwich
que le tiende Dean.
El cazador niega con un lento movimiento de cabeza.
_No funcionó_.
_Lo prometiste_.
_Sí, y no funcionó_.
Lo dice en tono ligero, concentrándose en el patio, a través del vidrio de la
ventana, donde el sol lanza sus rayos templados. El mundo luce tranquilo allá
afuera. Sam libera su sándwich de la servilleta en la que está envuelto y juega
con él unos segundos antes de probar el primer mordisco.
_Lo intenté, Sam_, dice de pronto Dean aún sin apartar la mirada de la ventana,
su propio sándwich sin probar. _Traté de vivir la vida de pie de manzana y
también intenté traerte de vuelta… y no pude. Me dijeron que no permitirían tu
salida jamás_, ríe a medias, sin alegría. _Hablé con el gran Joshua. ¿Puedes
creer eso? Y dijo que no. Así que…_, echa un vistazo a la mesa del comedor
donde aún descansan las botellas de cerveza a medio consumir. _…me ahogué
en el alcohol_. Aún observándolo sólo de perfil, Sam puede ver como la
desesperanza de esos tiempos regresa a su semblante. _Durante casi un año bebí
todo el licor que pude conseguir. Tengo recuerdos vagos de ese periodo… me
veo en alguna pelea de bar… arrojando mis entrañas en un baño público…
conduciendo y esquivando vehículos en alguna calle… no sé cómo es que estoy
vivo ahora. Hasta que una noche, en el suelo de un callejón lleno de vómito y

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orina, tuve la lucidez suficiente para pensar en ti… y que no querrías verme en
ese estado_.
De repente, Sam ha perdido el apetito y la garganta se le cierra en un nudo.
Porque comprende que aún significa algo para Dean, algo tan fuerte y tan
grande como para arrancarlo de la desesperación. Pero, sobre todo, porque él
también recuerda cómo es eso, la impotencia, el sabor amargo del licor barato
en la lengua y la sensación de vacío en el alma.
_Entonces, lo dejé_, continúa Dean perdido en su remembranza. _Junté algo de
dinero reparando autos clásicos, ¿te imaginas?, compré una cabaña y me recluí
allí dentro_, y esta vez dirige su mirada hacia la cocina donde la niña continúa
con su almuerzo, columpiando los pies bajo la mesa. _Entonces apareció
Angie_.
Miles de agujas cobran vida en el cuerpo de Sam como púas ponzoñosas y
ardientes atacando su carne ante la declaración.
_Ella es…_ Sam respira profundo y se despeja la garganta tragando saliva. _…
una buena niña_, consigue decir.
Dean lo mira con extrañeza.
_Claro que lo es_.
Sam siente que sus entrañas se encogen y se le dificulta el respirar.
_¿Estás bien?_, con el ceño fruncido, Dean se planta frente a él. _¿Estás bien?,
repite.
Sam respira profundo enterrando el dolor bajo su piel una vez más.
_Estoy… Estoy bien_.
Pero Dean continúa mirándolo como si esperara leer sus más profundos
secretos escritos en su frente.
_Tenemos una dirección_, anuncia en ese momento Bobby avanzando hacia
ellos con un papel en la mano. _Winston Palladius. Rufus lo halló en el mismo
pueblo donde vivía la pequeña_.
_¿Quién es ese?_, pregunta Sam, aliviado de que el interés de su hermano se
desvíe hacia un nuevo asunto.
_Alguien que puede responder nuestras preguntas_, le contesta el cazador y
luego a Bobby. _Entonces, ¿le contaste?_
_No, Dean. Sólo le dije a Rufus lo justo y necesario. Imaginé que no debíamos
involucrar más personas de lo indispensable en esto_
_Bien_, el cazador se toma unos segundos para pensar y cuando levanta la
mirada nuevamente se encuentra con el grupo de hombres esperando su
instrucción. _Hum… deberíamos ir y conversar con él, ¿no?_
Bobby se voltea a medias dirigiendo la atención de todos hacia Angie en la
cocina.
_¿Todos nosotros?_, y se vuelve hacia Dean. _Irán tras ella tan pronto ponga un
pie fuera de esta casa_.
_Yo me quedaré. Tú puedes ir con Cas y Sam_.
_Claro_ interviene Sam. _Y si esas cosas encuentran la manera de entrar, los
aniquilarás con ¿qué? ¿un cuchillo?_
_Puedo quedarme también_, plantea Cas desde la puerta.
Sam deja escapar un bufido despreciativo.

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_¿En serio? Porque la última vez no te fue muy bien_. Se vuelve hacia Dean.
_Puedo ayudar. Puedo protegerla. Bobby y Castiel irán contigo_.
_No, me quedo_, dice de inmediato el cazador enfatizando su decisión con un
movimiento de cabeza.
_Entonces, Bobby irá con Castiel_, insiste Sam.
_¡Puedo ir solo!_, dice Bobby. _¡No soy un maldito niño!_
_¡No!_ y la voz de Dean suena a comando. _Necesitarás un apoyo_.
_¡Entonces, ve con él!_, porfía Sam.
_No te quiero aquí con Angie_.
Sam echa hacia atrás la cabeza como si hubiera recibido una bofetada.
_¿Qué?_
_Dean…_ Bobby mira a uno y a otro viendo el enfado crecer en ambos
hombres.
_Es cierto, Bobby. Y sé que tú tampoco lo quieres. No lo tomes a mal, Sam,
pero acabas de aparecer, dices que no sabes cómo saliste, ella tiene miedo de ti
y no voy a someterla a más stress del que ya tiene encima. Ve con Bobby. Yo
me quedaré con Cas_.
Sam tensa la mandíbula, claramente molesto.
_Si Cas puede detenerlos igual que yo, entonces debería quedarse, pero todos
aquí sabemos que nadie, excepto yo, puede hacerlo. Soy la única arma que
tienen contra esos monstruos. Si ellos cruzan los sellos,_ y mira a Cas. _¿serías
capaz de combatirlos?_.
_No van a cruzar los sellos, no pueden_, insiste Dean.
_¡Yo lo hice!_ recorre los rostros del grupo registrando su reacción. _Miren,
esas cosas se pondrán peores. Lo sé. Las he visto_.
El silencio se apodera de la habitación.
_Tiene un punto_, razona Bobby dirigiéndose a Dean en voz queda. _Han ido
empeorando con los días. El primero fue sólo un demonio ¿no?_
_Sí_, tiene que conceder el cazador también en voz baja. _Y después fueron
tres, y luego una horda_
Silencio.
_De acuerdo, iremos Bobby y yo. Pero Cas se queda_.
_¿Papá?_
Angie está en el vano de la puerta de la cocina, los ojos húmedos a punto de
rebalsarse.
_Cariño.._, el cazador camina hacia la niña y se acuclilla frente a ella para
tenerla a su nivel.
_¡Dijiste que no me dejarías!_
_Nena, escúchame, por favor: Bobby no puede ir solo. Tú no quieres que le
ocurra algo malo al abuelo, ¿verdad?_
_¿Por qué tienen que salir?_ hipa entre sollozos, _Estamos seguros aquí,
podemos quedarnos para siempre_.
Dean quisiera sonreír ante la ingenua lógica de la niña.
_No podemos, nena. Hay que solucionar esta situación. Así podremos volver a
estar en paz todos nosotros_.
_¿Volveremos a casa? ¿a nuestra cabaña?_
_Si es posible, sí, lo haremos_

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Angie echa un vistazo furtivo a Sam y luego se acurruca en el hombro de Dean,
cerca de su oído.
_¿Sam también?_ le dice bajito.
_Bueno… No sé… quizás… lo veremos luego, ¿de acuerdo?_
La niña se endereza buscando el rostro de su padre. Pone sus pequeñas manos a
cada lado, obligándolo a mirarla a los ojos y le examina con aire serio como si
buscara algo erróneo en él.
_¿Por qué no lo ves?_
_¿Qu… qué?_
_Deberías poder verlo_.
_¿De qué estás hablando?_
La niña baja las manos con un puchero en los labios.
_Nada. No importa. No quiero que me dejes_.
_No voy a dejarte, sólo me iré por un par de horas. Cas cuidará de ti mientras
tanto. ¿Está bien?_ Angie lo mira desde debajo de su flequillo, la cabeza gacha
y el puchero aún en su boca. _¿Quién sabe? Quizás esta vez, te muestre sus
alas_. Angie levanta un poco la cabeza y Dean puede ver el asomo de una
sonrisa. _¿De acuerdo?_ Ella asiente sin hablar. _Mi pequeña es una valiente_.
Él le deposita un beso en la frente y ella le rodea el cuello con fuerza.
_Vuelve pronto, papito_.
_Lo haré, cariño_.
Le lleva aún un par de minutos convencerla de soltarse de su cuello. Para
cuando lo logra, ya Bobby ha traído lo necesario desde su Van para el viaje.
Dean ordena a Angie ir en busca de los animales y asegurarse que no han
perdido sus trenzados, sólo para distraerla del momento de la partida. La mira
con angustia mientras la niña corre tras Iosephus que se esconde bajo los
muebles sin dejarse agarrar. Sam está al otro lado de la habitación, serio,
inescrutable, siguiendo sus movimientos con la mirada. Dean ve por el rabillo
del ojo que Cas se ha instalado a su lado. Respira profundo antes de poder
hablarle.
_Cas…_ y siente que le falta el aire para decir el resto.
_La cuidaré bien, Dean_
El ángel gira la cabeza hacia el cazador, a su lado, y espera. Cuando el otro le
devuelve la mirada se asegura de hacerle ver la total solemnidad de su promesa.
Y Dean acusa recibo.
_Gracias, Cas_.

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13.
Work to do.

El hombre vive en una modesta casa de un piso. Les invita a entrar con
afabilidad porque es un sujeto solitario que siempre está dispuesto a ofrecer una
buena charla, en especial si se trata de aclarar lo sucedido en aquel terrible
siniestro. Apenas sí se ha tomado la molestia de chequear las credenciales que
ambos investigadores exhiben ante sus ojos. De las paredes cuelgan imágenes
religiosas extraídas de libros de arte enmarcadas con prolijidad, y sobre los
muebles hay retablos de figuras bizantinas pintadas a mano. El crucifijo detrás
de la puerta de entrada completa el cuadro.
Desmiente, riendo, lo del candado en el refrigerador. Los niños de la Milton
House siempre estuvieron bien cuidados en lo material. Lo que motivó la
continua queja de los vecinos fue la ausencia de demostraciones de cariño hacia
los pequeños que parecían vivir constantemente tristes o molestos.
La excepción era Mary Grace, _Dulce niña, horrible fin_, a quien él recuerda
cantando bajito melodías extrañas, acodada en el alfeizar de la ventana en el
tercer piso, mirando hacia lontananza. La pequeña nunca salió de los límites de
la casa. _Está enferma_, le explicó una vez la mujer, y sin embargo ningún
médico la visitó nunca.
A veces, muy pocas, la había divisado en el patio, jugando a solas. Los otros
niños la ignoraban y ella a ellos. Un absurdo porque Mary Grace era un
encanto, con su sonrisa, su gracia al hablar, sus grandes y expresivos ojos
verdes. En una ocasión le preguntó por qué evitaba a los demás. _Huelen mal_,
le había contestado la niña. Pero él estaba cierto que la falta de aseo no era
tolerada por la pareja y él mismo había podido comprobar que ninguno de los
pequeños apestaba, como afirmaba Mary Grace.
La mujer le leía cuentos en la cama, sólo a ella, después de haber acostado a los
otros niños, apenas terminada la última comida. Lo hacía en un tono
completamente diferente al que usaba durante el día para hablar con el resto de
la humanidad. Cuando él se retiraba después de su agotadora jornada, tras
revisar por órdenes de la dama hasta el último rincón de la casa sin la menor
idea de lo que la señora esperaba que pudiese encontrar, las veía a ambas a
través de la puerta entreabierta, estiradas sobre la cama, afirmadas en el
cabecero, la señora leyendo y la niña espiando los dibujos de los libros
especialmente comprados para ella. Ni él ni la cocinera se atrevían a preguntar
el por qué del trato especial, y si alguna vez alguno de aquellos vecinos
entrometidos intentó hacerlo, se encontró con la mirada intimidante de la mujer
que hacía pensar al cuestionador que en cualquier momento podía caer al piso
convertido en polvo.
La señora, definitivamente, era quien llevaba la batuta. Y los pantalones. Su
marido en raras ocasiones hablaba. De vez en cuando, el hombre gruñía un par
de monosílabos mientras le ayudaba con las reparaciones a la vivienda pero
nada más. Fue todo lo que obtuvo de él durante los siete años y medio que
sirvió en la casa.
_Señor Palladius_, interviene Bobby con su mejor voz profesional y Dean no
puede evitar pensar que su amigo en traje y corbata es de lo más extraño de ver.

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_Usted menciona en el reporte, y cito: A veces me sentía intimidado por las
extrañas cosas que sucedían en la casa. ¿Es eso cierto?_.
_Oh, sí. Eran cosas bastante extrañas_.
_¿Podría explicarnos?_
_Se trataba más que nada de percepciones, nada realmente concreto de lo que
pueda mostrar pruebas: alguien o algo acechando en la oscuridad,… sombras en
las esquinas, …figuras que me esperaban a la salida del trabajo y que luego
desaparecían sin más… era escalofriante_.
_Usted es un hombre religioso, señor Palladius_, comenta lo obvio Dean
mientras echa un rápido vistazo alrededor. _¿Piensa que esas sensaciones tenían
que ver con… influencias demoníacas?_
El hombre les mira a uno y a otro y por un momento el cazador piensa que ha
elegido mal las palabras.
_¿Usted se refiere a… algo así como en una casa embrujada?_
_Me refiero a que ¿pueden los habitantes de la casa haber practicado alguna
clase de ritual involucrando fuerzas espirituales malignas?_
_No, no lo creo_ y suena totalmente convencido. _Se mostraron sumamente
entusiastas en contratarme, a pesar de mi edad, cuando les dije que profesaba la
religión ortodoxa. De hecho, creo que fue precisamente eso lo que los
convenció_.
_Ese es un raro requisito en estos tiempos_.
_También lo encontré peculiar, en especial luego que pude apreciar el poco
cariño que manifestaban a los niños, con excepción de Mary Grace_ se encoge
de hombros. _Fanáticos religiosos, pensé. Y yo necesitaba el trabajo._
_¿Podría ser más específico acerca del asunto de fanáticos religiosos?_
_Bueno… había símbolos extraños por todas partes_.
Y pasa a referir que los signos aparecieron el mismo día en que Mary Grace fue
llevada a la casa. Estaban pintados a brochazos rápidos color terracota que
fueron oscureciendo conforme transcurrían los días. La señora tampoco dio
explicaciones respecto a eso, sin embargo él pudo ver, esa misma mañana
temprano, sus brazos envueltos en vendas malamente disimuladas bajo las
mangas de la blusa.
_¿Algo más que usted pueda recordar?_, insiste Bobby con su voz profesional.
El hombre piensa un instante, escarbando en su memoria.
_Una cosa más, creo_.
Cuando Mary Grace era apenas un bebé, ocurrió que un día, al llegar a su
trabajo, encontró la casa en total desorden, como si hubiera ocurrido en ella una
verdadera batalla campal. La señora, por supuesto y como siempre, no le dio
explicación alguna, sólo la orden de reparar lo estropeado y ayudar a su marido
a poner orden. Ella tenía un feo moretón que cubría la mitad de su rostro y su
marido un corte en la cabeza y en sus movimientos ambos dejaban entrever que
el dolor atacaba cada hueso de su cuerpo. Y sin embargo, ninguno de los dos
acudió al hospital.
_¿Y no hizo denuncia ante la policía?_
_Amigo, si hubiese afectado a los niños, por supuesto lo hubiera hecho, pero
ellos parecían estar bien así que le di prioridad a mi trabajo. Ya en ese tiempo,
mi esposa estaba enferma y no podía arriesgarme a perderlo. Si querían

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apalearse el uno al otro, no era asunto mío. Pero…_ pasea su mirada entre los
dos cazadores, claramente curioso. _…no era ese el caso, ¿verdad?_
_Lo siento, no podemos discutir detalles del caso con los testigos_, se apresura
Dean. _¿Recuerda algo más, señor Palladius?_.
El hombre no disimula la decepción que le provoca el desaire a su curiosidad,
pero no deja de cooperar tampoco.
_Bueno, después de eso_, recuerda, la vista concentrada en algún punto de la
imagen de la Virgen María en la muralla, _añadieron nuevos símbolos,
diferentes a los anteriores. Éstos eran más grandes, más complejos y estaban en
la cara interior de los muros alrededor de la casa, señalando los cuatro puntos
cardinales. Me tomé una tarde para comprobarlo, brújula en mano. Los cuatro
eran exactos_.
_¿Sabe qué eran?_
_Ni idea, pero el día del incendio, cuando me retiraba, noté que faltaba uno de
ellos_.
_¿Qué quiere decir?_
_Alguien lo cubrió con pintura_
_Uhm… ¿Y eso no llamó su atención?_
_Pensé que iban a renovar el muro_, y por la expresión de ambos hombres se da
cuenta de inmediato de su error. _Fui un tonto, ¿verdad? Era importante_.
Bobby y Dean comparten una mirada de reojo antes de que el cazador más
joven retome las preguntas.
_El archivo menciona otra persona trabajando en la casa, la señora…_ Dean
busca en los apuntes de su libreta. _¿…Sharon Bennet?_
_Sí, es correcto_
_¿Qué puede decirnos de ella?_
_No mucho. Era nueva. Estaba reemplazando a la señora Suarez, la anterior
cocinera. La pobre mujer murió de un derrame cerebral dos semanas antes.
Sentí mucho su partida_.
_Ya veo. ¿No tendrá su dirección por casualidad?_
El hombre ríe.
_¡El pueblo entero la tiene!_, dice mientras se pone de pie y se dirige hacia la
mesita del teléfono. _Debo tenerlo anotado aquí, por alguna parte_.
_¿Todo el pueblo? ¿Por qué?_
_Bueno, después del incendio, su suerte cambió sorpresivamente. Todo el
mundo quería algún favor de ella. ¡Ah!, ¡Aquí está!_, le entrega a Dean un
pequeño papel con la dirección anotada en él. _La policía investigó, por cierto,
pero su coartada era buena y no había nada que indicara que ella pudiera haber
estado involucrada en el incidente_.
_Gracias, señor Palladius_, dice Dean sinceramente. _Su ayuda ha sido de
mucha utilidad_.

Cuando localizan la dirección, el encuentro con la Sra. Bennet, es


completamente opuesto al que han tenido con el amable hombre que acaban de
dejar. Dean no puede evitar bufar su sorpresa ante la mansión que se yergue en
medio de un barrio de clase media.
_Debe haber sido un golpe de suerte enorme_.

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La mujer está encerrada en su casa, rodeada de sistemas de alta seguridad y
amuletos protectores colgando de árboles y pilares en el antejardín. Les cuesta
sangre, sudor y lágrimas convencerla a través del citófono de que son sólo
simples servidores del servicio público en busca de información. Les recibe en
ropa de casa que parece no haberse mudado en varios días, el pelo desgreñado y
una ansiosa expresión de ojos muy abiertos que hace imposible calcular su
edad. Les mira con atención los pies mientras cruzan la línea de sal en el suelo
de la entrada principal y a ellos no se les escapa el suspiro de alivio que deja
escapar cuando lo hacen sin problema, como si hubiese estado siglos reteniendo
su respiración. La casa en el interior no es más agradable que en el exterior. Los
grandes espacios de la mansión han sido ocupados por innumerables altares,
cada uno con sus correspondientes ofrendas a la imagen de turno. El olor a
incienso se confunde con la materia orgánica en descomposición de aquello que
cuelga del techo como un atrapasueños. Ni siquiera Bobby es capaz de
identificar aquella cosa. Las ventanas están cubiertas dejando en penumbras la
sala y, como puede advertir Dean en un rápido y experto vistazo, el resto de la
casa también.
Les invita a tomar asiento mientras retira torpemente libros y apuntes de encima
de los sillones, libros de sanación y hechicería junto a textos de santos y
oraciones de protección según pueden darse cuenta.
Ella no parece prestarles mucha atención mientras le hablan acerca de los
detalles generales de la Milton House sino que mira constantemente hacia las
ventanas. Dean juraría que ha visto pasar sombras por el rabillo del ojo del otro
lado de las cortinas.
Y cuando Bobby menciona, en forma ligera y con su tono calmo, la existencia
de los extraños símbolos dentro de los muros del Hogar, el cuerpo de la mujer
se tensa como un animal en peligro a punto de huir o de atacar.
_¿Quiénes son ustedes?_, dice entre dientes obligada por la rabia o el miedo, es
difícil para ambos cazadores determinarlo.
Bobby le dedica una falsa sonrisa para tranquilizarla.
_Sólo estamos tratando de aclarar lo que sucedió…_
_No lo sabía_
_¿Perdón?_
_No sabía lo que iba a suceder_
Ambos hombres se miran en el conocimiento de que han dado con la fuente de
todas las respuestas que necesitaban. Bobby se inclina hacia la mujer y toma
sus manos temblorosas entre las suyas.
_Señora Bennet, ¿qué hizo usted?_
Los labios de la mujer también tiemblan cuando intenta hilvanar las palabras.
_Yo… Yo…_ y parece que se va a ahogar en su esfuerzo. _Yo no sabía qué
eran ellos, lo que deseaban hacer. ¡Lo juro! Ellos… ellos me consiguieron el
empleo… y… y…_
Dean siente cómo el entendimiento y la rabia ganan terreno en su interior.
_Ellos asesinaron a la antigua cocinera por usted. ¿No sabía eso tampoco?_, le
dice con frialdad amenazante y Bobby le echa una mirada de reproche que el
cazador recoge a medias. La mujer abre aún más sus ojos en asombro y temor.
_¡No, no! ¡Yo no lo sabía!_

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_Dígame:_, continúa Dean, _¿es usted una persona religiosa?..._
_Lo fui, pero…_
_…Por supuesto que no lo es. Porque no es algo que hubiera permitido un
creyente…_.
_…Yo no soy… ¡No lo hice…!_
_…Engañó totalmente al señor y a la señora Milton en eso ¿verdad?
_¡Por favor, Dean!_, le advierte Bobby, directamente esta vez, y el cazador
obedece y se calla. La mujer está al borde de las lágrimas. _Cálmese, Sharon.
¿Puedo llamarla Sharon?_, Ella asiente en silencio. _Bien. ¿Puede decirme qué
le pidieron a cambio por el empleo?_
Bobby intenta atraer la atención de la mujer de nuevo hacia él y sus palabras,
pero la mujer aún mira con temor a Dean quien tiene también sus ojos fijos en
ella, así que se ve obligado a voltear y dedicarle otro silencioso llamado de
atención al cazador. Dean le responde con un igualmente mudo gesto de
_¿Qué?_ alzando apenas perceptiblemente las cejas y las manos para luego
apartar la mirada hacia un costado.
_Continúe, Sharon_, alienta Bobby a la mujer que esconde la cabeza entre los
hombros y desde allí les habla.
_Tuve que borrar uno de esos símbolos_.
_¿Por qué?_
_No lo sé. Sólo dijeron que uno era suficiente_
_Y entonces le dieron más dinero del que usted había visto en toda su vida_,
suelta sin poder resistirse Dean desde su posición en el otro extremo del sofá.
_Y…_ hace un gesto despreciativo con la mano por todo el lugar. _… esta casa
la cual, obviamente, no ha podido disfrutar_.
_¡Dean…!_
_Todo a cambio de la vida de esos pequeños. ¿Merecía la pena?_
Y ahora la mujer está llorando.
_Yo no lo sabía_, susurra entre sollozos. _No lo sabía_.
Por unos segundos, el único sonido en la casa es el llanto desconsolado de la
mujer.
_Bien, hemos terminado aquí_, dice Bobby dando por terminada la entrevista.
_Me disculpo por las molestias_.
Se pone de pie haciendo una señal a Dean para que haga lo mismo.
_Ellos vendrán por mí, ¿verdad?_, pregunta de repente la mujer dirigiéndose a
ambos en tono resignado. Dean la mira fríamente.
_Eso espero_.
Y le da la espalda para retirarse siguiendo a Bobby en dirección a la puerta,
pero se detiene un instante y gira nuevamente hacia la mujer que se encuentra
de pie en medio de la sala.
_Si realmente lo lamenta, tire toda esa mierda_ señala hacia los fetiches y
amuletos. _y ruegue por ayuda al bando contrario_.
Tras eso, ambos cazadores abandonan la casa.
_No puedes perder el control de esa manera_, le reprocha Bobby mientras
caminan hacia el auto.
_No perdí el control_.

50
_¡Eres un idiota entonces! ¿No podías esperar a que nos contara todo antes de
saltar sobre su cuello? Casi lo echaste a perder_.
_Ella iba a contarnos de todas maneras. Estaba muriendo por confesar sus
pecados a cualquiera_.
Se desliza dentro del Impala y saca el seguro del lado del pasajero para que
entre Bobby.
_Así que,_ concluye entonces el viejo cazador instalándose a su lado. _la niña
es especial y los demonios siempre lo han sabido_.
_Y los Milton, Dios sabe por qué, la mantuvieron a salvo todo este tiempo_,
completa Dean extrayendo el celular de su bolsillo. _Hombre, esas marcas
probablemente había que refrescarlas constantemente. Un trabajo bastante duro,
¿no crees? Alguien está muy interesado en la salud de mi niña_.
_Pero alguien más se las arregló para cruzar los sellos de protección en su
cuarto, cosa que, al parecer, no habían conseguido hacer a pesar de traspasar los
periféricos. Deben haber aprovechado la aparición de los engendros del infierno
para lograrlo_.
_Y entonces…_, murmura ausente Dean. _…fue que Angie huyó_. Se muerde
el labio, perdido en sus pensamientos. _Sam salió en la misma época en que
todo esto sucedió, ¿no?_
_Así parece_. Dean aún mira el vacío, el celular en la mano. _¿Qué estás
pensando, muchacho?_
El cazador parece volver en sí y comienza a marcar en el celular.
_¿Dean?_
_Tenemos que llamar a Cas. Hay que regresar_
Pero antes de que sus dedos marquen el último dígito, el ángel se materializa
frente al Impala con su característico batir de alas.
_¿Cas?_
Algo no anda bien y Dean lo sabe antes de notar que hay manchones de una
sustancia extraña en la gabardina de su amigo y largas líneas rojas que
atraviesan su rostro.
_Oh, Dios_.
Abandona el auto seguido de Bobby para plantarse frente al ángel que le mira
con expresión indefinible.
_Sam…_, le dice antes que el cazador abra la boca y a Dean se le congela la
sangre en las venas. _Sam se llevó a Angie_.

51
14.
Betrayed.

La casa está vacía y en ruinas como la de Bobby.


Dean la recorre entera, furibundo y desesperado hasta que se convence de que
Castiel no le ha mentido ni se ha equivocado.
_¡Maldición, Cas! ¡Se supone que ibas a protegerla!_
El ángel guarda silencio con la cabeza gacha. Luce tan culpable como el
cazador quiere hacerle sentir. Aún nota el cuerpo pesado, su mente confusa y
sus oídos zumban porfiadamente.
_Todo es mi culpa_, continúa el cazador y parece imposible detenerlo en su
vaivén por entre las piezas de madera y muebles desperdigados por la
habitación, en la esperanza aún de que de un momento a otro la niña fuera a
hacer su aparición y arrojársele al cuello como si se tratara de una broma
sorpresa entre los dos. _No debería haber ido_
_Calma, Dean_ intenta frenarlo Bobby. _Dudo que tú lo hubieras hecho
mejor_. Mira alrededor buscando algo él también entre los restos de la batalla.
Unos ladridos que provienen del sótano le indican que el objeto de su inquietud
está a salvo. _¿Por qué mi perro está en el sótano?_
_Sam lo puso allí_, explica Castiel.
Dean frena en seco.
_¿Qué?_
_Sam dijo…_
Cas frunce el ceño intentando recordar las palabras exactas.

El ángel llevaba observando a Sam la misma cantidad de tiempo que éste había
permanecido al lado de la ventana, aparentemente custodiando a su vez el
exterior de la casa. Rumsfield había comenzado a gruñir súbitamente y a pesar
de los intentos de Angie de alejarlo del hombre, a quien ella también vigilaba
atenta y a tanta distancia como le era posible, el can se había mantenido en su
actitud belicosa.
_El perro no nos sirve_, había dicho Sam provocando de inmediato que Angie
rodeara al animal con sus brazos protectoramente. _Si vienen, no lo sabremos
porque él está ya ladrando. Pónlo en el sótano_.

Dean lanza un bufido amargo.


_Muy conveniente_.
El animal raspa la puerta gimiendo al reconocer la presencia de su gente en la
casa. Bobby le deja salir y el perro emerge del sótano celebrando a su amo.
_En todo caso, sería bueno saber qué pasó aquí en detalle_, acota Bobby.
_¿Cas?_
_Consiguieron entrar_.
_¡Oh, vamos! ¿En serio?_ Dean le mira con sorna. _¡Dime algo más! Cómo lo
hicieron, por ejemplo_
El ángel se lleva una mano a la línea del nacimiento del cabello en su frente y la
recoge con un manchón de sangre en ella.

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_Oh, maldición_, dice Dean y toda intención de guasa desaparece en él. _Estás
lastimado de nuevo_. Se acerca a Cas y le revisa el profundo corte del que mana
el hilillo de sangre y sólo entonces toma conciencia de que los arañazos en el
rostro aún no sanan y que con la postura en que se encuentra, el ángel favorece
su lado derecho. _Amigo, ¿qué más te rompieron?_.
Pero el ángel continúa mirando fijamente la sustancia roja en sus dedos.
_Estaba sangrando_.
Dean deja de atenderlo un momento y hace un rápido intercambio de miradas
con Bobby quien ya se acerca con el botiquín en la mano.
_¿Quién?_

…Sam está frente a la ventana respirando agitadamente. Las nubes de una


súbita tormenta han oscurecido el cielo y su rostro ha quedado a medias
sumido en sombras. Cas le habla y el hombre se vuelve hacia él con lo que
parece ser un flujo abundante de sangre surgiendo de su nariz…

_Sam_.

Acaba de dejar a Angie encerrada en el closet,…¿por qué no con Rumsfield?...


Ya recuerda, no fue posible…La niña se ha agarrado a su gabardina con una
mano mientras con la otra sostiene al gato sobre su pecho. Hace la demanda a
gritos de no separarse de él, pero el ángel la arrastra camino al sótano. Cosas
pesadas caen sobre el techo, abriendo agujeros por donde se filtra el viento. No
hay tiempo de llegar abajo. La empuja dentro de un closet y le ordena
mantenerse en silencio. Marca la puerta con protección antes de devolverse a
la sala. Se escuchan ruidos violentos provenientes de la parte de atrás de la
casa y cuando llega de vuelta a la sala, Sam está frente a la ventana respirando
agitadamente. Las nubes de una súbita tormenta han oscurecido el cielo y su
rostro ha quedado a medias sumido en sombras. Cas le habla y el hombre se
vuelve hacia él con lo que parece ser un flujo abundante de sangre surgiendo
de su nariz. Pero no tiene tiempo de indagar porque la masa informe de un
bicho irrumpe por esa misma ventana y se arroja directo sobre él cubriendo su
visión.

_Entonces, estaba herido?_.


_No lo creo_.

El ataque es feroz. El ángel usa su espada para reventar los repelentes


cuerpos de los engendros que no se aburren de aparecer uno tras otro. Siente
las garras de uno enterrarse en la piel de su recipiente y el dolor dispersarse
como veneno por ella. Entonces el grito agudo de Angie, confundido entre los
chillidos de las criaturas, llega hasta sus oídos. Sam la lleva en brazos hacia la
salida y en ese momento Castiel piensa que la está poniendo a salvo, pero la
expresión de terror de la niña y la manera en que el hombre se vuelve a medias
para observar el combate del ángel sin hacer asomo de querer ayudarle, lo
sacan de su error. Intenta ir tras ellos, pero la oleada de criaturas se abate
sobre él y no puede sino concentrarse en sobrevivir a aquella pesadilla. Y

53
cuando siente que le falta el aire, con el peso de los engendros aplastando sus
alas desplegadas en desesperación, de pronto todo cesa. Las criaturas se
retiran, el cielo aclara, Sam ya no está y tampoco Angie.

_¿Cómo, Cas? ¿Cómo pudieron hacer eso?_


El ángel mueve la cabeza en negación, un poco para contestar a la interrogante
del cazador y otro poco para sacudirse el embotamiento de sus sentidos. Nausea
y mareo lo acometen recordándole el breve tiempo en que experimentó la
realidad humana hace tanto tiempo ya. Entonces se da cuenta. La sensación es
diferente, no es el mismo siseo eléctrico, aquel molesto zumbido de sus oídos
tiene que ver más con el castigo recibido y menos con el poder emitido por los
sellos allá afuera. Levanta la vista hacia la ventana y los otros dos hombres
siguen la dirección de su mirada.
_¿Cas?_
Los sellos no brillan.
Castiel sale disparado entonces por la puerta, perseguido por Dean y Bobby,
hasta llegar al signo de la entrada y plantarse frente a él.
_Allí_, señala con el dedo hacia un sector del trazado. Casi no se percibe a
simple vista pero con un examen más detenido se puede apreciar una mínima
interrupción en una de las líneas.
_¡Rompió el sello, el muy bastardo!_, ruge Dean a sus espaldas.
_¡Cuidado, muchacho! Es de tu hermano de quien estás hablando_, le reprende
Bobby.
_¡Eso no es mi hermano! ¡No puede serlo! Sammy jamás habría hecho una cosa
así_.
Bobby titubea. No quiere creerlo tampoco, pero el hombre que había
compartido con ellos en las últimas horas era definitivamente Sam.
_Podría haber lastimado a Rumsfield_, dice buscando un resquicio de
esperanza. _pero no lo hizo. Eso tiene que significar algo ¿no? El Sam
verdadero debe estar aún adentro suyo_.
Dean se lleva una mano al rostro y la deja allí, sobre sus ojos, los dedos
aprisionando sus sienes. Bobby echa un vistazo alrededor.
_Está débil, se llevó la Van_. hace notar aún intentando ver soluciones. _No
debe estar muy lejos. El único problema es dónde comenzar a buscar_. Mira a
Castiel. El ángel deja escapar un suspiro cansado antes de contestar,
apesadumbrado.
_Ambos tienen marcas de protección en sus costillas. No puedo rastrearlos_.
Dean da un respingo y se yergue mirando hacia la casa.
_¿Dónde está Iosephus?_
Bobby y Cas se miran, perplejos.
_¿Te parece que es un buen momento para pensar en el gato?_
Pero Dean está demasiado ocupado corriendo de regreso a la casa en busca del
minino para responderle. La jaula está vacía. El cazador extrae su celular del
bolsillo, marca y espera mirando la pequeña pantalla apurando al servicio con
un _vamos, vamos_.
_Dean, ¿qué demon…?_, le alcanza Bobby y entonces, al ver los números en el
visor, comprende. Dean se lo comentó en algún momento pero no le había

54
creído. Donde está la niña, allí está el gato. Las coordenadas indican hacia 45
kilómetros al norte de su posición actual.
_Bingo_, dice Dean con expresión de triunfo. _Sabía que había una razón para
poner ese localizador GPS en Iosephus_, levanta la vista hacia Bobby. _Vamos
por Angie_.

55
15.
A monster.

Sam deja que su cuerpo resbale por las paredes del refugio hasta el suelo. Al
otro extremo de la caverna, abrazada a Iosephus y las rodillas contra el pecho,
Angie mantiene los ojos cerrados y mueve los labios, murmurando algo que
parece música, un sonido apenas audible en el silencio del lugar. Sam debe
hacer un esfuerzo para identificar la melodía. Es Metallica. Angie tararea
Sandman por lo bajo. El corazón del hombre se contrae ante el reconocimiento
mientras su mente viaja, y regresa enseguida, hacia un instante hace mucho
tiempo, un vuelo y un hermano capaz de superar su fobia usando el mismo
método musical para no dejarle solo con un fantasma asesino dentro de un
avión.
Aparta la mirada de la niña y sus ojos caen en los intrincados signos de las
paredes que hacen invisible el lugar para ángeles y demonios. Ruby. Ella los
puso allí alguna vez, en otro tiempo, cuando la soledad y la desesperación lo
arrojaron a los brazos de la demonio. Para su pesar y su conveniencia, aún es
capaz de recordar ese tipo de cosas.
El peso de lo que viene perturba al hombre hundiéndolo en su desolación aún
más de lo que ya se encuentra.
Lo hizo con Michael, pero ¿con ella? Es otro asunto. Ella es frágil. Es la niña de
Dean. Traga con dificultad al pensarlo. Robarle no será fácil. De todas formas,
es un sujeto mucho más manejable que cualquier detestable arcángel lleno de
gracia. Ella continúa con los ojos cerrados aunque su murmullo ahora no llega
hasta sus oídos. El gato descansa en su regazo y lo mira con intensidad
moviendo el rabo en sinuosas y amplias curvas, todo su cuerpo felino en alerta,
iluminado por la luz de las linternas.
El dolor aún está allí, latente, golpeándolo en cada célula de su cuerpo como si
quisiera cercenarlo en incontables pedazos, librar al universo del paria en que se
ha convertido. Ahora es él quien cierra los ojos un instante aguantando las
náuseas y el constante pulsar de sus sienes. Cuando los abre de nuevo, la niña
tiene los suyos clavados en él con una mezcla de temor y curiosidad. El silencio
llena el espacio entre ambos hasta que ella lo rompe inesperadamente.
_¿Estás… estás enfermo?_ y su tono de sincera preocupación lo indispone aún
más. Vuelve el rostro para ignorar su presencia al menos hasta recobrar el
control de su cuerpo. Pero una nueva oleada de malestar lo estremece y un
ligero rictus de padecimiento en su rostro lo delata ante la niña.
_¿Te duele algo?_ insiste ella.
Sam siente la rabia colarse en su ánimo. No tiene razón de ser pero allí está, en
sus dedos curvados en un puño, en la punta de su lengua, lista para atacar.
_Tú me dueles_, le suelta con amargura, aún evitando mirarla, y eso parece
funcionar porque el silencio vuelve a caer entre los dos mientras hace retroceder
las nauseas.
_Lo siento_, la voz culpable de la niña se le cuela bajo la piel, pero en vez de
apaciguar su ánimo como sería de esperar, como él mismo hubiera esperado, lo
caldea aún más.

56
_De acuerdo_, proclama y se yergue en toda su altura, aproximándose de forma
amenazadora hacia la niña. _Terminemos con esto_. Ella grita cuando le
arrebata el gato de los brazos y lo arroja a un rincón mientras el animal intenta
inútilmente intimidarlo engrifándose hasta casi doblar su tamaño. Ella grita de
nuevo, agudo en sus oídos, aumentando su irritación. El dolor es una espada
que lo atraviesa de lado a lado. _¡Ya cállate!_.
Con una mano gigantesca la aprisiona contra la pared y con la otra se posa
sobre su pecho, justo sobre su corazón. Angie grita más agudo aún y mientras la
gracia corre desde el cuerpo de la niña hacia el suyo, Sam cree que va a
explotar o a desmayarse. Aprieta los dientes. Todo su organismo se estremece
por el tormento al que él mismo ha decidido someterse. Y someterla. El pecho
de la niña se enciende en una llamarada que deja ver a través de la piel
traslúcida su pequeño corazón. Ella sigue aullando, crispando sus nervios.
_¡Dije que te calles!_ grita él también y entonces un nuevo suplicio azota su
cuerpo, en la espalda. Un peso ligero está sobre él, su piel se desgarra como si
fuera víctima de violentos latigazos. Suelta a la niña e intenta detener el ataque
alzando los brazos hacia su origen. Los latigazos se transforman en garras que
se aferran a la piel de su cuello y nuca hasta alcanzarle el rostro y convertirse en
manotazos, navajas que le atraviesan el rostro, desatan hemorragia que cae
sobre sus ojos y le impide ver qué está sucediendo. Un bufido en su oído le
indica quién es su atacante.
_¡Maldito gato!_
Con furia alcanza al animal por el cuello con ambas manos y al instante
siguiente el gato cae a sus pies convertido en un pedazo de carne calcinada.
Aturdido, observa lo que acaba de hacer. El llanto desconsolado ha
reemplazado a los gritos en la niña. Allí está. La prueba concreta de que ni la
gracia de un ángel puede cambiar aquello en lo que se ha convertido.
Ha fracasado.
_Io…Iosep… Iosephus_ hipa la niña entre sollozos.
Sam mira a Angie, en sus ojos la fatiga de su espíritu.
El llanto de la niña le llena los oídos. De pronto cada músculo de su cuerpo se
ha convertido en un lastre.
_Te llevaré con tu padre_, le dice.
Con esfuerzo, a paso de anciano, comienza a andar al rincón en que se
encontraba antes. Necesita recuperarse para devolver a Angie y después…
después… a quién le importa lo que pase después. Se deja caer al suelo. _Lo
siento_, balbucea mientras intenta acomodarse contra la muralla, lo más lejos
posible del cadáver de su víctima. _Angie, lo siento mucho. Esta no es la
manera en que yo…_, pero no tiene palabras para continuar. _Lo lamento_.
Hunde la cabeza entre sus manos como si esperara desaparecer bajo su
incontrolable poder de puto niño rey del infierno. No se da cuenta cuando
Angie deja de llorar. Tampoco cuando sus propias lágrimas le empapan el
rostro atrapado entre sus dedos.
_¿Estás llorando?_
Sam no le responde. Puede percibir la mirada de la niña sobre él, observándolo
como el bicho anómalo que es.

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_Extrañas a mi papá_, por supuesto, no está preguntando sino asentando un
hecho y Sam no puede hacer nada para evitar que le lea las entrañas. Escucha
cuando Angie retiene el aire en sobresalto como quien acaba de hacer un
descubrimiento importante. Entonces el tono vuelve a cambiar, _No es tu culpa,
Sam_, y esta vez está lleno de misericordia y autoridad. _No es tu culpa_. Y
ahora es él quien llora abiertamente estremeciéndose desde la punta de los
cabellos a los pies, abrazado a sí mismo en su rincón, asombrado de poder
recibir el consuelo, de que aquello tan familiar dentro de él, la rabia, se haya
silenciado al fin. La busca y no la encuentra, como el ruido de la gran ciudad en
la paz de la vida campestre. Existe, pero muy lejos, no llega hasta él. Deja que
el llanto muera por sí solo, el tiempo no parece importar. Espera a que su
respiración retome su ritmo normal para atreverse a levantar su cabeza y
comprobar que aún sigue en la caverna y cuando lo hace, Iosephus retoza sobre
las piernas de Angie, roncando ruidosamente cuando la niña le acaricia el lomo,
ni una huella en su cuerpo felino de la tragedia ocurrida antes.
_¿Cómo…cómo hiciste…?_ la pregunta muere en su boca antes de poder
formularla correctamente. _¿Quién eres tú?_
Angie acaricia el lomo de Iosephus que le responde de inmediato frotando su
cabeza contra el pecho de la niña.
_No sé cómo provoco las cosas_. Mira a Sam inclinando su cabeza de una
manera que al hombre irremediablemente le recuerda a Cas. _¿Por qué lo
hiciste?_
¿Atacarla? ¿Freír a Iosephus? ¿Traicionar a su hermano? ¿A cuál de todas esas
canalladas se refiere? Entonces se da cuenta de la ironía de la respuesta y ríe sin
ganas.
_Porque no quiero ser un monstruo_.
Angie vuelve a mirarlo y Sam no sabría decir si la niña tiene ocho años u
ochocientos.
_Papá piensa que me parezco a ti. ¿Soy un monstruo yo también?
Sam traga con dificultad ante el golpe bajo.
_No lo creo_
La niña acomoda al gato en su regazo mientras habla sin emoción.
_Tienes malos sentimientos. Tienes buenos también pero los malos son
repugnantes y poderosos y me asustan mucho_.
_¿Tú…_ balbucea en una mezcla de reverencia por la niña y vergüenza por sí
mismo. _… tú puedes verlos… en mí?_
Ella lo inspecciona un instante desde su lugar, los ojos fijos en él. Después deja
a Iosephus a un lado y se le acerca a gatas, en tramos cortos, deteniéndose para
observarle con atención hasta llegar a él. Sin aviso, Angie le toma el rostro
entre las manos y continúa su inspección. Sam se sobresalta, espera sentir las
agujas bajo la piel, el bombeo violento de la sangre en sus venas, pero no hay
nada de eso, apenas algo parecido a una quemadura de sol al contacto de las
manos infantiles.
_Sí, los veo_, le dice contestando a su pregunta. _Son como microbios que te
hacen oler mal. Estás infectado. Pero te encuentras un poco mejor ahora_.
Frunce el ceño en señal de su confusión. _No sé cómo es que papá no los ve_.
Ahora el que mira perplejo es Sam.

58
_¿Por qué podría Dean hacer eso?_
La niña rueda los ojos.
_Es mi papá_
_¿Uh?... bueno… sí… él te adoptó_
Angie lo mira con la complacencia con que se trata a un niño pequeño o a un
hombre de corto entendimiento y finalmente sacude los hombros desechando el
asunto.
_No importa. ¿Qué estabas tratando de hacer?_
El hombre respira profundo antes de contestar, pillado de sorpresa por el giro
en la conversación.
_Creo que tienes razón, estoy enfermo, soy un malvado y deseo sanar_, la
señala con el dedo. _Cualquier cosa que sea lo que tú tienes… es poderoso…
tanto como el poder de los ángeles… como Michael. Deseaba hurtarlo de ti_.
_Como hurtaste un poco de él, ¿verdad?_.
Es imposible hablar con esa niña sin sentirse un libro abierto.
_No era mi intención, sólo sucedió_, intenta explicar lo que él aún no ha
terminado de entender. _No sé cómo lo hice. Yo sólo... no pude evitarlo_.
_Tú tienes poderes también_.
Sam esconde el rostro, avergonzado.
_Sí_, dice.
_¿Entonces?_
_Son malos poderes, Angie. Cuando los uso, me resbalo más y más hacia el
lado oscuro. Pensé que podía controlarlos... pero era un engaño, no puedo
controlar una mierda, mucho menos a mí mismo. Mi ira interior es la única que
tiene el comando. Necesito oponer gracia a mi oscuridad_.
Angie se muerde el labio pensativamente, en un gesto claramente asimilado de
su padre, los ojos aún clavados en Sam.
_Puedo ayudarte_.
El hombre da un respingo.
_¿Q-qué?_
_Dices que necesitas gracia para salvarte. Tío Cas dice que yo estoy llena de
eso_. El rostro infantil se llena de una seriedad que no corresponde a su edad.
_Creo que puedo darte un poquitito de la mía. No necesitas robarla_.
Sam la mira con asombro.
_¿Por qué harías algo así… por mí?_
_Estás sufriendo_.
_Pero, he actuado mal contigo_.
_Estás sufriendo, entonces mi papá sufre también_.
Ante la mención de su hermano, bajo el título de papá de la niña, miles de
voces despiertan al unísono en lo profundo de su alma reclamando sus derechos
sobre Dean, que es su familia, no la de Angie, no de Bobby o Cas, sino SU
familia. El veneno de la envidia se hace paso para tomar el primer lugar en la
arremetida porque la niña es sólo una extraña que ha venido a ocupar un lugar
que no le corresponde. La rabia le sigue enseguida arrojando ideas sobre lo fácil
que sería poner una mano sobre el incordio que tiene al frente y acabar con el
problema para siempre. Sin embargo, esta vez es como observar el coro desde
el lugar del público. Sam puede identificar cada una de las voces y descartarlas

59
como interlocutores no válidos. Es la infección de la que le habló Angie y que
ahora puede distinguir con facilidad desde atrás de la muralla invisible que la
gracia que ya le ha arrebatado a la niña ha construido para protegerlo. Es otra
vez estar frente al espejo, la noche en que rindió su cuerpo al príncipe de las
tinieblas, escuchando su seductora argumentación. Es el viejo Sammy luchando
frente a sus enemigos más enraizados.
_¿Sam?_
La voz de la niña lo devuelve a la realidad de la caverna. Angie le sostiene
nuevamente el rostro entre las manos, su preocupada mirada centrada en él.
Sam cierra los ojos un instante sacudiéndose el caos interior y respira profundo.
_Pero dijiste que no sabías cómo usarlo_, dice con voz cansada.
Angie se encoge de hombros.
_A veces deseo algo y lo obtengo. Supongo que si deseo que sanes, sanarás_.
_Lo haces sonar fácil pero podría ser peligroso. Estoy infectado, ¿recuerdas?
¿Qué hay si… te lastimo?_
_Eso no sucederá_.
Sin esperar a que Sam le replique, Angie se levanta y va hacia Iosephus. El
animal se deja tomar, roncando con deleite. La niña lo coloca de manera que el
gato y ella queden frente a frente.
_Escucha, Iosephus_, le dice muy seria. _Todo va a estar bien. No te preocupes
por mí. Estaré bien. No. Ataques. A Sam. ¿Entiendes?_
Y el gato frota su cabeza contra la barbilla de Angie, lo más cercano a una
respuesta que se le puede pedir a su raza. La niña lo deja ir y el animal toma
posición en otro rincón de la caverna, menos iluminado. Sus ojos brillan como
dos teas en la semioscuridad del lugar. Angie deja escapar un suspiro.
_Bueno_, y se vuelve hacia Sam. _Hagámoslo_. Se sienta en el suelo, las
piernas a modo indio, afirmando la espalda contra la pared. _¿Vienes o no?_
Con un dejo de duda, Sam se le acerca y se instala de rodillas al frente suyo. La
niña lo espera con expresión confiada. Sam alarga la mano hacia ella pero se
detiene antes de llegar a tocarla.
_Si te lastimo, me lo dices_, le advierte.
_De acuerdo_
Entonces posa la mano sobre el corazón de la niña. De inmediato un hormigueo
le recorre el brazo y se mueve con rapidez hacia el resto de su cuerpo. Sus
entrañas se contraen y luego se alivianan en un sube y baja de sensaciones
opuestas. La euforia invade al hombre haciéndole sonreír contra su deseo.
Angie brilla, su pecho se vuelve traslúcido una vez más mientras la luz alcanza
los rincones de la caverna, opacando las linternas. Sam lo observa todo,
fascinado, con ojos que mantiene abiertos sólo a fuerza de empeño. Ve cómo la
gracia fluye sin cesar desde la niña, vaciándola. Su propio cuerpo comienza a
brillar y la calidez de los recuerdos de bienestar de toda su vida invaden sus
pensamientos arrinconando a los otros, aquellos a los que Angie ha llamado
repugnantes, hasta hacerlos desaparecer. No es consciente del momento en que
cierra los ojos y se deja llevar. Se siente a salvo, se siente amado.
Pero entonces se da cuenta de que algo va mal. Abre los ojos y la niña tiene la
boca abierta aunque no brota sonido alguno de ella, el verde de sus ojos ha
palidecido hasta transformarse en blanco y delgadas venas se marcan violáceas

60
sobre su cuello. En un primer segundo no entiende qué está sucediendo y al
siguiente sufre una revelación: La está matando. Porque ella no es Michael, no
es un arcángel lleno de furia sino una pequeña que no tiene responsabilidad
alguna sobre su anómalo nacimiento. Horrorizado, la deja ir de golpe. La niña
resbala hacia un costado. Intenta cogerla antes de que se golpee contra el suelo
pero su cuerpo se mueve torpe y no es capaz de alcanzarla. Siente entonces
crearse en su interior, como se forma una ola en el mar, la explosión de dolor
que acompaña la repentina interrupción del flujo de gracia. Cae al suelo él
también, al lado de la niña, gimiendo sin poder evitarlo. Violentos espasmos
terminan de castigarlo contra las piedras del piso durante minutos que se hacen
eternos. Cuando al fin aminoran, no es capaz de moverse. Lo único que puede
hacer es observar el rostro de la niña enfrentado al suyo en el suelo, los cabellos
revueltos y los ojos cerrados.
_¿Angie... ?_, la llama con angustia. _…¿Angie?_,
La niña abre los ojos poco a poco, adormilada, y balbucea:
_¿Estás bien?_
Sam sonríe porque la frase es tan Dean que bien pudiera ser su hermano quien
estuviera allí tendido.
_Sí, estoy bien_
Y de hecho es así, las voces se han ido, el tormento en su cuerpo es
insignificante. Si es que no está sano aún, falta muy poco.
La niña sonríe.
_¿Viste? Sólo tenías que pedir_, dice en un agotado susurro.
Sam se ríe entre dientes.
_Sí, claro. ¿Antes o después que Dean me moliera a golpes por arriesgar a su
niña?_
Y es en ese momento cuando la entrada de la caverna explota cubriendo de
polvo el lugar.
_¿Qué dem…?_ alcanza a exclamar Sam antes de percibir el aliento fétido de
los perros del infierno sobre él.
_Eso mismo, Sam. Demonios_. La figura del actual recipiente de Meg emerge
de entre la polvareda y se inclina sobre él afirmando las manos en las rodillas
para verle mejor. _Hola, Sammy. Olvidaste cerrar las cortinas. El brillo se ve
desde Japón_. Voltea a mirar hacia Angie que tiene los ojos muy abiertos por el
terror. _Espero que hayas dejado un poco para nosotros_. Ríe mientras se
endereza. _Nah, no te preocupes. Estas cositas se recuperan rápido_.
Se forman puños en sus manos, pero Sam está tan débil que ni siquiera puede
gritar.
_Déjala en paz, perra_
La demonio chasquea la lengua con desaprobación.
_Ya hemos hablado sobre el lenguaje, Sammy_. Meg hace un ligero gesto con
su mano y Sam siente cómo el aliento del perro del infierno se acerca aún más
humedeciéndole el cuello. _En fin. Sabía que podíamos contar contigo_. Otro
gesto y un par de engendros alados se abalanzan con inusitada rapidez sobre la
niña y desaparecen con ella. Meg sonríe. _Gracias, Sammy_.
El perro del infierno ruge en el oído del hombre helándole la sangre en las
venas pero el mordisco que espera con dientes apretados y ojos cerrados no

61
llega y cuando mira de nuevo, Meg se le está acercando, la furia visible en su
rostro.
_¡Muerde, maldita bestia!_ y como el animal continúa sólo gruñendo, lo aparta
de una potente patada. Acto seguido se inclina hacia Sam buscando su cuello
con las manos. Pero en cuanto toca su cuerpo con ellas, se echa hacia atrás
rápidamente, la piel de sus dedos y palmas desprendiéndose dolorosamente.
_¡Maldición!_
Le planta una, dos, tres patadas con rabia en la cabeza, en las costillas y
arremete de nuevo lanzando chillidos animalescos hasta que se calma.
_Será la próxima vez, Sammy_, dice. _Te lo prometo_, y al instante siguiente el
lugar esta vacío.
O casi.
Iosephus camina agazapado y con las orejas gachas hacia el hombre en el piso.
Sam no se mueve. El animal le seca las lágrimas con su lengua rasposa.
_Lo lamento_, dice mientras siente al animal sobre su pecho. _Lo lamento_.

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16
You don't know me

Llevaban dos horas y cuarto en la carretera, de las tres que ahora completan,
cuando la señal murió.
_¿Nada todavía?_
_No, Dean_. En el asiento del copiloto, Bobby mantiene el celular en alto sin
despegar la vista de la pequeña pantalla. _Los perdimos_.
_¡Maldición!_.
Dean presiona los frenos de su nena con tanta violencia que Bobby debe estirar
los brazos para protegerse del envión hacia delante. El cazador se desahoga
golpeando el volante como si éste fuera el culpable de todo lo que le ocurre en
la vida antes de arrebatarle el celular a su compañero y apearse para perseguir la
señal con el aparato en alto a un lado de la carretera. Aprieta los dientes con
furia cuando no consigue nada. La señal está tan muerta como cuando
desapareció. Bobby le escucha proferir todo el repertorio de juramentos
aprendido de John Winchester y más.
_Estábamos cerca_, intenta razonar Bobby en medio de la explosión de
frustración del cazador. _Deberíamos llamar a Castiel. Él podría…_
_¡Demonios, Bobby! ¡Lo dejamos atrás para que se recuperara! ¡No nos ayuda
que esté débil!_ Se pasa una mano por el rostro queriendo aclarar las ideas.
_Está bien, muchacho_, intenta el viejo cazador, tratando él mismo de mantener
la serenidad. _Tienes que calmarte_
Dean resopla, cansado.
_Perdón, Bobby. Es sólo que…_ Y le da la espalda procurando recomponerse a
escondidas.
_Lo sé_. Y Bobby se vuelve también respetando su momento de descompostura
lo cual el cazador agradece. _Pensaremos en algo_.
Pero a Dean se le están acabando las ideas. La angustia le oprime el pecho
impidiéndole pensar con sensatez. Su hermano le ha hecho esto. Su propio
hermano. Le falta el aire. Siente que respira bajo el agua.
_Dean_, le llama Bobby pero él no está listo aún. Toma una bocanada de aire y
la mantiene en sus pulmones un instante antes de dejarla ir. Cuando exhala ya
se siente mejor. Tiene el teléfono aferrado en la mano, el visor mostrándole un
plano esquemático de la zona.
_Al diablo_, murmura y comienza a marcar. _Está bien, Bobby_, dice alzando
la voz. _Estoy llamando a Cas_.
_Dean_, insiste Bobby y el cazador se voltea dispuesto a contestarle con
fastidio cuando se da cuenta de que su amigo ni siquiera le mira porque tiene
puesta su atención al otro lado del camino. No termina de marcar el número. Es
Sam quien está allí, las ropas sucias, el rostro maltratado, el cuerpo medio
encogido y Iosephus descansando en sus brazos.
Ninguno de ellos se mueve por segundos eternos, midiéndose a la distancia,
hasta que el grandote toma la iniciativa y cruza la carretera, vacilante,
favoreciendo su costado izquierdo.
No dice nada pero su actitud lo explica todo. Está allí para enfrentar lo que sea.

63
Bobby voltea a ver a Dean y no es capaz de leer en la expresión del cazador lo
que hay en su ánimo. Dean avanza hacia su hermano a paso firme y controlado
hasta detenerse a medio metro del hombre. Sam traga con dificultad antes de
intentar hablarle.
_Dean…_
_¡Suelta el gato!_
_¿Q-qué?_
_¡Suelta el gato!_
Perplejo, Sam deposita con cuidado al animal en el suelo y cuando se incorpora,
recibe de lleno un puñetazo duro como piedra en el rostro. Y cuando intenta
erguirse de nuevo recibe otro que lo lanza al piso y le hace saborear su propia
sangre. Desde allí atisba los puños crispados de su hermano a la altura de su
cabeza.
_Tú, miserable_, sisea Dean como un animal violento a punto de atacar a
muerte.
Sam le mira los pies. El cazador los mueve impaciente, cambiando el peso de
su cuerpo de uno a otro, esforzándose claramente por mantener a raya sus ganas
de molerle las costillas con ellos.
_¿Dónde está?_, brama sobre su cabeza. _¿Qué hiciste con ella?_
El regusto metálico de su sangre obliga a Sam a escupir al suelo antes de poder
contestar.
_Nada_, dice en tono resignado, dispuesto a recibir el siguiente golpe que, sin
embargo, no llega. _No le hice nada. Fue Meg_.
_¿Qué?_
_Meg se la llevó_.
_¡No mientas!_
_Meg se la llevó. Es la verdad_.
_¿Por qué?_
_No lo sé_.
_¡Mientes!_
_No lo sé, lo juro_.
_¿Por qué te la llevaste tú?_
Esa respuesta se atora en su garganta provocándole nuevas náuseas.
_¿Sam?_
_La necesitaba_.
_¿Para qué?_
_Ella tiene lo que necesito_.
_¿Qué cosa?_
Sam se encoge aún más sobre sí mismo, si es eso posible, lleno de vergüenza.
_¡Sam!_
_Yo… estoy enfermo_ dice repitiendo las piadosas palabras de la niña en la
caverna. _Ella es la cura_.
Dean bufa, irritado.
_Por supuesto que estás enfermo, ¡estás demente!, pero ella no es la cura de
nadie, ella no es una cosa, ¡es mi niña! ¿te queda claro?_

64
Sam asiente sin apartar la vista del suelo donde aún permanece de rodillas,
afirmándose con una mano para no caer mientras con la otra se sostiene las
costillas. Escucha la respiración agitada de su hermano a su lado.
_¿Qué le hiciste?_
La pregunta trae a su cabeza la imagen de las líneas violáceas sobre la pálida
piel de la niña mientras la vida parecía huir de ella. Sam se estremece al
recordar.
_¡Contéstame!_, ruge Dean.
Sam abre la boca, duda y la cierra. La abre de nuevo y contesta, fijando su vista
en cualquier cosa excepto en su hermano, incapaz de enfrentarlo.
_Traté… traté de robar parte de su gracia_.
Dean tarda sólo un par de segundos en comprender la implicación.
_La lastimaste_, acusa.
Sam siente que la mirada de su hermano le horada la espalda. No tiene
necesidad de alzar la vista para notarlo.
_Sí_.
Y espera. Pero la furia no estalla. Cuando alza la vista al fin, lo que encuentra
en la expresión de Dean es dolor más que odio. Dolor y decepción.
_¿Cómo pudiste…?_
_¡Es esta cosa en mi interior!_ intenta explicar ahogando un gemido. _Como
una plaga, aprisionándome, anulándome, ahogándome_
El cazador desvía la mirada un instante con disgusto para luego volver a posarla
sobre el caído, inclinado sobre su rostro, la boca prieta por la rabia.
_Si algo llega a sucederle… Te lo prometo… Si algo le sucede a Angie te
enviaré de regreso a tu jaula y me encargaré de que no salgas de ella nunca
más_.
_Lo lamento, Dean_.
_Eso no es suficiente_ .
Y con una última mirada torva, le da la espalda y comienza a alejarse.
_Vamos, Bobby_ dice atrapando a Iosephus de camino al vehículo. _Tenemos
que contactar a Cas. Él sabrá cómo encontrarla_. Deja al animal en el asiento
trasero y se dirige hacia el lado del conductor mientras Bobby se le reúne a paso
lento, no muy seguro de cómo se están dando las cosas.
_No, él no sabe_, replica Sam incorporándose con esfuerzo y adelantándose
hacia su hermano que ya tiene la puerta del auto abierta, listo para instalarse
tras el volante. _No puede rastrear a Meg. No lo hizo antes, no lo hará ahora_.
_¡Silencio, Sam!_ Dean cierra la puerta con violencia y se devuelve,
amenazante, a paso rápido. _¿Quién te dio velas en este entierro, eh?_, y le da
un manotón que le hace trastabillar. _No te acerques a mí o a mi hija. ¿Me
escuchaste? No quiero volver a verte_.
Sam lo ve reiniciar el camino hacia el vehículo sintiendo la desesperación
acrecentarse en el fondo de su ser a cada paso que su hermano da, resuelto,
alejándose de su vida.
_¡Puedo guiarte!_, le grita, último recurso.
Dean se detiene y medio voltea a verlo.

65
_Sé cómo encontrarla_, le dice rescatando voz de su garganta cerrada por la
pena. _Si después de eso, no deseas saber de mí, bien, lo entenderé, pero...
déjame ayudar_.
Dean bufa mientras termina de voltearse por completo para encararlo.
_¿Por qué habría de creerte?_
Sam toma aire en sus pulmones, envalentonándose, porque lo que tiene es más
una esperanza que una convicción.
_¿Porque aún soy tu hermano?_
Dean recibe el peso de sus palabras. La furia abandona su rostro un instante.
Frunce el ceño mientras parece buscar en Sam algo perdido hace tiempo.
Demasiados años, demasiados recuerdos, demasiado afecto para ignorarlo.
Luego, resopla como un animal furioso apuntándole con el dedo.
_Si me mientes de nuevo… si me traicionas una vez más… sabré que no eres
mi hermano_
Y esas palabras implican una amenaza: si no eres mi hermano… puedo matarte.

66
17

A girl and a demon

No sabe cómo hacerlo esta vez.


Es como hiperventilar. Sabes que tienes que respirar porque si no lo haces
morirás, pero tus pulmones no obedecen y te ahogas sin remedio.
Mira hacia las ventanas altas y tapiadas con un par de tablones viejos. Es un feo
lugar. Apenas hay una bombilla colgando de un cable torcido desde el techo a
dos metros y medio del suelo. A ella le han dejado una manta y algo que en
alguna época remota debió ser un cojín y que ahora sólo es un montón de trapos
apelotonados.
Ha visto a esa mujer antes, en sus sueños, clavando en ella sus ojos negros, dos
pozos sin fondo. Meg. Así la llama su padre. No es que se lo haya dicho. Sólo
es así. La mujer avanza hacia ella con una falsa confianza que podría engañar a
cualquiera. A ella no. Huele a temor.
_Hola, querida_, dice deteniéndose a cautelosa distancia. Atrás suyo hay dos
hombres altos, demonios, Angie sabe, prestos a seguir sus órdenes. _¿Cómo te
sientes? ¿Un poquito más repuesta?_
La mujer (Meg, se recuerda a sí misma Angie nuevamente) lleva un cuenco en
las manos. Angie fija sus ojos en él antes de contestar.
_Quiero ir a casa_.
Un puchero burlesco se forma en los labios de la mujer.
_Lo siento, dulzura, eso no es posible_
_¡Quiero ir a casa!_, Angie se pone de pie, esta vez mirando directamente a la
demonio que hay debajo del traje de piel. A su movimiento, Meg da un
respingo. Oh, sí. Le teme. Angie sabe en ese momento que tiene que arriesgarse
un poquito más. _¡Si no me dejas ir, te haré polvo!_. Y tal vez hubiera sido
mucho más efectiva la puesta en escena si la mano no le temblara tanto al
apuntarle temerariamente con el dedo, ni su labio superior brincara casi
imperceptiblemente en un espasmo tras las palabras. La demonio la mira con
atención un instante y luego deja el cuenco en el suelo.
_Entonces,…_ se cruza de brazos. _… hazlo_.
Pero Angie no puede, no sabe, por lo tanto se queda quieta, tan desafiante como
es capaz dentro de su pánico. Entonces intenta ir hacia la puerta y la demonio se
le planta al frente con el mínimo esfuerzo, paralizándola con su sola presencia.
_Vuelve a tu rincón, cariño. Ambas sabemos que no harás nada por ahora_.
Angie ni siquiera se atreve a levantar la vista. El olor a miedo en la mujer se ha
esfumado y sólo huele a maldad. Le echa una última mirada hacia la puerta bajo
sus pestañas y retrocede de espaldas.
Meg se inclina hacia ella buscándole el rostro escondido.
_Podríamos convertirnos en grandes amigas, si te comportas como debes_, le
dice y su aliento a azufre y ceniza golpea el olfato de la niña.
Luego, va y recoge el cuenco abandonado en el suelo y lo coloca frente a
Angie.
67
_Bebe_.
Angie mira dentro de la vasija, hacia el líquido viscoso en el que Meg ha hecho
un remolino con el dedo y adivina de inmediato qué es. Se hace a un lado,
intentando esquivar el rincón habitable que le sirve de trinchera, y devuelve lo
poco que hay dentro de su estómago.
_¿Vas a darme problemas, querida?_
Por toda respuesta, Angie se hace un ovillo contra su refugio envolviéndose en
la manta y allí se queda. Meg no tiene paciencia para eso. Voltea la cabeza y da
una silenciosa orden a sus hombres. Uno de ellos, calvo y fornido, avanza y
hace el intento de agarrar a la niña. Ella cierra los ojos, grita y patalea. Y de
pronto, apenas le rodea el delicado brazo con su mano gigante tras arrancarle a
la fuerza la manta, el tipo hace ¡puf! y desaparece. Su sombra queda estampada
en la pared de ladrillo viejo. El cuenco cae de las manos de Meg al suelo y da
vueltas sobre su base derramando una porción de su contenido alrededor. La
demonio tiene los ojos y la boca abiertos con pavor y el otro hombre, a su
espalda, se aleja de inmediato en procura de la salida.
Pero nada más ocurre.
Angie cae al suelo de nuevo, resollando, demasiado débil para hacer algo más,
porque no sabe cómo usar eso que tiene adentro, porque a veces resulta y a
veces no. Y esta vez es no. Es como cantar con la garganta en vez de con el
pecho y el estómago. Suena bonito hasta que tu garganta se va a la mierda y
sólo obtienes gorgoteos y un dolor que no te permite hablar decentemente por
días. A ella le gusta cantar. Lo hacía con Dean en la cabaña, mientras
completaban los quehaceres, cuando se sentaban en la banca de la entrada o
viajaban en la camioneta. Y si la garganta escocía, Dean le daba a beber una
infusión de hierbas con limón y miel que hacía milagros. Extraña la cabaña, a
Iosephus. Extraña las tardes de caminata por el bosque, los tímidos insectos que
encontraba bajo la hojarasca, los animales pequeños que se acercaban a
olfatearla y la manera en que el sol brillaba entre las copas de los árboles antes
de esconderse tras la mole rocosa de la montaña. Sobre todo, extraña a papá.
Ahora está sola, débil, en ese lugar feo, oscuro y húmedo que nada tiene que ver
con su cabaña. Con los ladrillos de la pared ante sus ojos, se pregunta si la luz
del sol volverá a ser como ella la recuerda.
Moverse es un martirio, pero lo hace. Meg la está mirando. Es claro que ha
comprendido lo que sucede, o mejor dicho lo que no sucede, porque su rostro se
tuerce en una sonrisa satisfecha que envía escalofríos por la espina de la niña.
_No es tan fácil, ¿eh, cosita?_, adelanta un paso y Angie retrocede otro tanto, en
manos y rodillas, tambaleante, de nuevo en busca de su guarida. Meg se vuelve
hacia el otro, quien tiene ya una mano puesta en el pomo de la puerta de salida,
instándolo con un gesto a que regrese a su trabajo. El demonio duda un instante
pero finalmente se les acerca con paso cauteloso. Cuando Meg voltea hacia
Angie de nuevo, luce una máscara de falsa ternura.
_Oye, dulzura, estás débil. ¿Qué tal si te hacemos más fuerte? Esto te ayudará_,
y le acerca el cuenco con el restante de líquido viscoso y nauseabundo.
Angie retrocede como puede hasta que su espalda topa con la pared y se lleva
un brazo hacia el rostro protegiendo su boca prieta al tiempo que niega
fehacientemente con su cabeza.

68
_Oh, vamos. ¿Qué hay con los modales en la mesa?_ y agrega, cantarina, _Las
niñas malas no van al cielo_.
A un gesto suyo, el otro avanza sobre la pequeña y la arranca de la pared una
vez más inmovilizándola con un brazo alrededor de su pequeño torso y
sujetándole la barbilla con la mano desocupada, obligándola a abrir la boca y
mantenerla así. Meg se inclina hacia ella con el cuenco dispuesto.
_Ahora, vas a ser una buena niña_.
Antes que el líquido entre por su boca y recorra el camino hacia su garganta,
Angie percibe el olor metálico de la sangre. Aún intenta oponerse, lanzar
nuevas patadas, escupir en último caso. La cosa es como aceite que invade su
garganta obstruyendo el paso del aire a sus pulmones. Las arcadas de nada le
sirven. Meg le hace tragar sin contemplaciones. Está hecho.
Casi no se da cuenta cuando la dejan resbalar hacia el suelo y a su rincón de
nuevo. Y ahora está llorando mientra intenta limpiar su boca del resto de
porquería que ha quedado en ella.
_Papito_ susurra entre sollozos entrecortados. _Por favor, papito. Sácame de
aquí. ¿Dónde estás? Te necesito_.
Pero papá no está allí. La puerta no se abre y él no entra cortando cabezas y
destripando demonios. Papá no está allí y Angie se duerme soñando que está de
regreso en la Milton House y la señora Milton la mira con pena y
desaprobación, de brazos cruzados desde los pies de su cama, moviendo con
pesar de lado a lado su cabeza.
_No deberías haber permitido esto_.
Las llamas se alzan a ambos lados de la cama mientras la casa se derrumba.
_Ayúdame_, le ruega en medio del llanto.
_No puedo_ dice la mujer y entonces la expresión de dureza desaparece y es
pena de nuevo y ya no es la señora quien tiende una mano en busca de su
mejilla, es papá. _No puedo_.
La primera vez que despierta, están de nuevo sobre ella, arrojando más
inmundicia dentro de su boca, obligándola a cerrarla y tragar hasta que vuelve a
entrar en la inconsciencia llamando a Dean entre sollozos apagados.
La segunda vez, Meg tiene un hilo de sangre escurriendo desde su muñeca
abierta hasta el cuenco. Cuando se da cuenta que la niña le observa le dedica un
guiño.
_Mi ingrediente secreto. Lo hace funcionar_.
Hacia la tercera, el miedo y la pena han comenzado a convertirse en una furia
bullente en su interior.
Cuando Meg se acerca a ella, ahora sin el respaldo del otro demonio, le da
vuelta el cuenco de un manotazo y todo el contenido se pierde en el suelo.
_¡Mira lo que has hecho, mocosa! ¿Acaso piensas que estos envoltorios de
carne son eternos? ¡No se les ordeña sangre como leche a las vacas,
maldición!_
_¡Vete a la mierda! ¡Vete a la mierda, perra maldita! _
_¡Lenguaje, niña!_.
_¡Mi papá te va a matar!_
_¡Tu papito te abandonó!_
_¡Mentira!_

69
Meg abre los brazos histriónicamente mirando en todas direcciones.
_Bueno, ¿dónde está, entonces?_
_Él… él vendrá_.
_No, dulzura. No vendrá. Te dejó aquí… para mí_.
_¡Mentira! ¿Por qué haría eso?_
_Oh, dulzura. Porque tú no eres como él_.
Las palabras de la demonio son una daga de frío hielo en el corazón de la niña.
_Eso no es verdad_, dice apenas sobre el sonido de su respiración. _Soy su
hija_
_Eres una abominación, dulzura. Como su hermano Sam. Y, ¿qué es lo que
hizo con él? Lo envió al infierno. Sabías eso, ¿verdad?_
Ella sabe que tío Sam estuvo en el infierno. ¿Por qué? Papá no se lo ha dicho.
¿Será posible entonces…?
_¿Papá… lo envió allí?
_Sí, cariño. Es por toda esa mierda en su cabeza acerca de hacer lo correcto_
_Pero… Papá lo ama_
_Sí, lo ama_.
Tiene que recordarse a la fuerza que los demonios mienten. Dean se lo ha dicho
antes. Meg es una demonio, aunque ya no pueda verle su verdadero rostro. Pero
ahora no miente cuando dice que papá ama a tío Sam. Entonces, ¿es la verdad
cuando dice que papá no vendrá por ella?
_Soy su hija_.
_No, cariño. Lo lamento. No es así. Eres una carga_. Sube la manga de su
chaqueta dejando al descubierto su muñeca y con la uña de la mano contraria
procede a abrir la cicatriz del anterior corte, profundo. _Nosotros te amamos,
Angie. No como tu madre, no como los Milton, no como Dean. Su amor es
fallido, imperfecto, destinado al fracaso. Tienen buenas intenciones pero al
final… siempre fallan_.
Angie sigue, hipnotizada, el camino que el oscuro líquido emprende a merced
de la fuerza de gravedad hacia los dedos de Meg mientras en su cabeza se
repiten los ecos de la promesa de su padre de no separarse jamás. Ella le creyó.
Él le mintió.
_No te fallaremos, Angie_.
Y ahora estaba sola.
_Siempre estaremos contigo. Todos nosotros. Y tú serás nuestra pequeña Niña
Reina_. La sangre continúa fluyendo lentamente de su muñeca mientras se la
ofrece. Angie piensa en sus años de encierro en la Milton House, en sus meses
de libertad en la cabaña y todo parece un sueño muy lejano, el sueño de alguien
que no es ella, un sueño prestado. Mira la herida un instante y luego se inclina y
bebe. Repentinamente, Meg ya no huele mal. Y esa cosa bajando por su
garganta, ya no sabe tan horrible. Se esparce por el interior de su cuerpo con
rapidez como si tuviera vida propia y es como miles de voces hablando al
unísono en sus oídos llamándola por su nombre, abrazándola, clamando por
ella. Bebe hasta saciar el hambre que lleva adentro y del que sólo ahora tiene
conciencia.
_Vamos, dulzura, abre tus ojos para mí_, escucha la voz de Meg.

70
Cuando los párpados se mueven, bajo ellos hay dos pupilas negras como dos
agujeros profundos. Meg sonríe.
_Te amamos, cariño. ¡Serás tan, tan feliz con nosotros!_.
18

My little girl is a demon

No hay nada.
La ligera luminosidad que hasta hace poco le guiaba en el mapa ha
desaparecido.
Hace una hora, por unos segundos, fue un gran destello, como el reflejo del sol
pegando en los cristales de los edificios mientras se esconde al atardecer, y
luego nada.
No quiere pensar en lo que aquello podría significar, no con Dean esperando a
sus espaldas, los nerviosos dedos sobre el arma bajo la chaqueta y la ansiedad
irradiando en ondas desde su persona.
Sam suspira.
Necesita tiempo que no tiene. Está agotado. Lo que Angie hizo en él, lo hizo
bien. Lo que resta en su interior es apenas suficiente para seguirle
medianamente el rastro a la niña y aún así, al hacerlo, se diluye toda su energía.
Baja los brazos, abre los ojos para encontrarse con el cielo nocturno cubierto de
nubes.
_¿Entonces?_, lo urge la voz de su hermano desde atrás.
Sam respira profundamente antes de contestar haciendo a un lado el golpeteo en
sus sienes.
_Nada_.
Le oye jurar por lo bajo y las pisadas en la hierba de la colina le anuncian que el
cazador está dos pasos más cerca.
_¿Estás jugando conmigo de nuevo?_
Siente su propia indignación subir desde lo profundo hasta fundirse con su
desesperación.
_¡Estoy tratando!_, espeta sin pensarlo. _¡No es fácil_.
_¿Qué? Hace media hora que estás allí arriba haciendo tu función de la Nueva
Era. Necesito una ubicación. ¡Ahora mismo!_
Sam se vuelve buscando a su hermano, dispuesto a responder a su provocación,
pero repentinamente la tierra bajo sus pies ha perdido su consistencia. Y
mientras cae, por un segundo, ve por el rabillo del ojo el movimiento instintivo
de Dean acercándosele. El roce de la vieja chaqueta negra contra su mejilla, el
aroma a pólvora, el brazo rodeando su espalda con fuerza, Sam se deja hundir
en el recordatorio de otros tiempos, tiempos mejores, tiempos seguros. Y
luego…

Está de pie, la tierra es roja como arcilla. Un café, un supermercado pequeño,


una pequeña plaza con un par de árboles gigantes. Angie está un segundo
frente a él, con su falda de jeans, su chaqueta de polar verde, y sus calcetas
71
blancas, la mirada triste y luego no, se ha ido. Mira hacia el frente y una
muralla de ladrillo viejo le cierra el camino. No hay ventanas, sólo un cubo
hecho de ladrillos. Intenta trepar, intenta golpear. Grita el nombre de la niña
hasta desgastar su garganta. Un olor acre invade el lugar. No tiene necesidad
de volverse para saber que los gruñidos atrás suyo no son de este mundo.
Cuando le caen encima, aprisionándolo contra el muro, capturando en sus
fauces su espalda, grita otra vez pero ahora no es el nombre de la niña lo que
sale de sus labios. Es sólo el terror.

Cuando despierta, resollando en busca de aire, el rostro impávido de Castiel


está sobre él, dos dedos haciendo presión sobre su frente.
_Está despierto_, anuncia el ángel haciéndose a un lado. Y ahora es Bobby
quien lo escudriña con experta sapiencia. Más atrás está Dean apoyado en la
vieja Van, brazos cruzados sobre el pecho, expresión ilegible en sus ojos
atentos.
_¿Qué sucedió, muchacho?_, exige saber Bobby.
Está tendido en el suelo, al pie de la colina donde intentaba leer el rastro. Aún
tiene presente el olor a los perros del infierno. Su garganta está rasposa. Se
pregunta si en verdad ha gritado.
_Yo…_, intenta una primera vez. _Yo… estaba en… en un pueblo… o algo
así…_. Atrás, el cuerpo de su hermano se tensa, apartándose de la camioneta,
los brazos libres a los costados. _… había un edificio… detrás de un
minimarket… había ladrillos y…_, se lleva una mano temblorosa hacia los
ojos. _… perros del infierno_. Traga saliva antes de continuar. _Ella estaba
allí_.
Eso basta para que Dean se adelante.
_¿Dónde?_
Sam se incorpora a medias y le señala el mapa en el asiento de la Van a Bobby.
_¿Podrías…?_
Bobby lo alcanza y lo despliega frente a Sam. La mano de éste se desliza sobre
los nombres de las pequeñas poblaciones de la zona hasta detenerse en una.
_Aquí_.
Dean se acerca en un dos por tres y verifica el punto donde señala el dedo de
Sam.
_¿The Truce?_
Sam asiente en silencio mientras Dean lo traspasa con la mirada en busca de
alguna vacilación.
_Son cuarenta y cinco minutos desde aquí_, calcula Bobby.
_De acuerdo_, Dean dobla el mapa. _Tú_, apunta a Castiel. _guarda tu mojo
hasta que estemos allí. Vas con Bobby. Y tú,_ y esta vez se dirige a Sam.
_vienes conmigo. Andando_. Camina resueltamente hacia el Impala.
_¡Rápido!_
Hacen falta un par de intentonas para que Sam pueda ponerse de pie por sí solo.
Cuando alcanza por fin la puerta del vehículo, el Impala ya ha comenzado a
andar y debe casi arrojarse dentro para no ser dejado atrás.

72
Sam no recuerda muchos viajes tan silenciosos como ése dentro de la cabina del
viejo vehículo. De primera eran sus propias peleas infantiles las que mantenían
ocupado el aire allí dentro junto con las reprimendas de su padre como música
de fondo. Luego, las discusiones de adultos mientras buscaban a papá, las
confesiones de pecados particulares y de sentimientos profundos enmascarados
en testosterona y la música favorita de su hermano a todo volumen cuando se
acababan las palabras. Y después sucedió que Dean se fue al infierno.
Literalmente. Pero eso no cuenta porque él ha borrado de su memoria las horas
interminables de carretera al volante mientras la pena y la rabia carcomían su
interior. De sólo recordar aquello, aún duele. Se lleva una mano al puente de la
nariz y cierra los ojos por un instante.
_¿Estás bien?_
El tono es cuidadamente indiferente pero cuando levanta la mirada para
contestar, los ojos verdes de su hermano hablan de inquietud más que de
indiferencia mientras lo examinan a él y a la carretera alternativamente.
_Sí…_ dice en un susurro sintiendo como el corazón en su pecho se encoge
ante la pequeña muestra de preocupación de su hermano. _Sí, estoy bien_.
Intenta fijar su atención en algo más, distraerse de la congoja que le aprieta el
alma y entonces descubre la jaula vacía en el asiento trasero.
_¿Dónde… dónde está el gato?_, dice, no muy seguro de que su hermano
quiera continuar la conversación. Dean ya no le mira pero le contesta.
_Bobby tiene un amigo cerca. Rumsfield y Iosephus están ahí. No tiene sentido
arriesgarlos a ellos también_.
Y luego ni una palabra más por los siguientes quince minutos, el oscuro paisaje
de sombras en la ventanilla la única distracción para el incómodo viaje.
Entonces Dean se aclara la garganta con un ligero carraspeo.
_Bueno, comienza a hablar_ , dice sin apartar la vista de la carretera.
_¿Uh?_ Sam espera, desorientado, alguna pista. _Acerca de…_
_Acerca de lo que tú ya sabes. El infierno. Los engendros… ¿Son tuyos, por
cierto?_
Sam se muerde la cara interna de su boca intentando sofocar su molestia ante la
insinuación.
_No_, dice y se vuelve hacia la ventanilla de nuevo. _No son míos_
Nuevos minutos de silencio. Pero Dean recién comienza.
_¿Cómo?_
_¿Qué?_
_¿Cómo lo hiciste?_
Oh. Eso. Sam respira profundo y cierra los ojos. Sabía que en algún momento
tocarían el tema, pero no esperaba que fuese tan pronto cuando hay mayores
preocupaciones en las que asentar la mente.
_No lo tengo claro_, responde de todas maneras.
_¿A qué te refieres? ¿No sabes cómo pudiste salir?_
Suspira con cansancio.
_No puedo explicarlo_
_Trata_

73
De nuevo le está mirando con fijeza, retándolo a ganarse su confianza otra vez.
Entonces las palabras comienzan a salir de la boca de Sam sin él notarlo
siquiera.

Gritaba por ayuda mientras Lucifer y Miguel luchaban. Era aterrador y de


alguna manera, perversamente maravilloso. Él luchaba también, mano a mano
junto a su huésped y, al mismo tiempo, rogaba misericordia al Arcángel del
Cielo porque sabía que Lucifer no escucharía. Aprendió a manejar el poder
que tenía al alcance y a resistir el embate de la gracia de Miguel cuya esencia
brillaba cegadoramente en contraste con la oscuridad en que parecía hundirse
el otro.
No puede decirse que realmente tuviera forma alguna, (porque Adam hace
mucho que desapareció) pero él sabe a ciencia cierta que Miguel tiene piel
blanca y pecas, y ojos que brillan como esmeraldas cuando llega la oscuridad,
todo hermosura. Y al recordar eso mientras hace el relato, se pregunta si todos
los ángeles se parecen a su hermano.
Miguel nunca atendió sus ruegos.
Todo el infierno se burlaba de sus intentos y susurraban en sus oídos los más
crueles recordatorios de su completa soledad, del abandono en que los suyos le
habían dejado. Y aunque él sabía que era una mentira, no tardó en sucumbir a
la rabia que siempre había acarreado en su interior y su buena voluntad
comenzó al fin a consumirse en el fuego de sus propios demonios.
Y sucedió que, en algún momento de la eternidad, lo tuvo a su alcance. Alargó
su brazo hacia el Arcángel, un brazo que podía sentir pero no ver, y lo tocó y
sólo entonces, y por un segundo, dejaron de luchar. Recuerda las alas de
Miguel expandiéndose en su enojo, su mirada intensa y el dolor de la gracia
del Arcángel derramándose sobre él, reconstruyendo fibra por fibra, nervio por
nervio de su cuerpo humano. Y cuando estuvo hecho, hubo un asomo de sonrisa
en el rostro luminoso del Arcángel. Un ruido espantoso se escuchó a
continuación por todo el lugar y de pronto se hallaba afuera de la jaula
observando cómo Miguel y Lucifer, aún adentro, se golpeaban el uno contra el
otro con salvaje ferocidad y poder inconmensurable. Una tropelía de criaturas
espantosas escapaban por una grieta ¿arriba? ¿abajo? Era difícil saberlo allí.
El caso es que se hizo sitio, corrió y alcanzó a atravesar antes de que la
anchura comenzara a retroceder hasta desaparecer en la nada.

Dean le está mirando con asombro ahora.


_Miguel ... ¿te dejo ir?_
Sam lo mira de vuelta, agotado. Recordar es como vivirlo de nuevo.
_Así parece_.
_¿Por qué? Quiero decir,… ¿Cuál era su punto?_
_No lo sé_.
El cazador se muerde el labio, sopesando lo que acaba de oír, siempre mirando
al frente, hacia la carretera.
_Así que, estabas afuera. ¿Entonces?_
Sam busca en su memoria. ¿Qué pasó entonces? Meg. Y sus bichos.

74
_Seguí a la manada_, contesta y cierra los ojos, negándose a continuar
rebobinando en su cabeza las imágenes de la tropelía de engendros alrededor
suyo buscando demencialmente lo que sus instintos asesinos necesitaban. Él
también. Su hermano no tiene por qué saber eso, no tiene por qué enterarse de
lo que hizo para sobrevivir y lo que Meg intentó hacer de él. Eso no es mentir.
Dean no presiona esta vez, permite que descanse unos momentos con la cabeza
apoyada en la ventanilla del pasajero. Pero Sam sabe que Dean necesita otras
respuestas.
_Ella estaba brillando_, dice de repente.
_¿Qué?_
_Desde la primera vez, cuando ella llegó a ti. Cada vez que usa su gracia, ella
brilla. Así fue como la encontré_.
_Pensé que habías dicho que estabas buscándome_.
_Mentí_ se atreve apenas a mirarlo. _Estaba siguiendo su luz. No sabía que
estaba contigo_. Huye a través de la ventanilla esperando el reproche que no
llega. Suspira entonces. _Ellos también_.
_¿Por qué?_
_Ella es muy poderosa aunque no lo sabe. Creo que quieren un líder… un rey…
o una reina_. Cierra los ojos. _Ella… o yo_.
Escucha la pesada respiración de su hermano, señal de su enfado.
_Bueno, malditos todos ellos_ larga después de un rato. _No será ninguno de
ustedes_.

El día aún no piensa en clarear cuando alcanzan las calles de The Truce. Los
cielos están todavía más cubiertos que antes y las únicas luces corresponden a
las luminarias públicas en cada esquina. Estacionan los vehículos según las
indicaciones que va dando Sam intentando llegar a la plaza que estaba en su
visión.
_Esto no me gusta_, señala Castiel mientras se apean de los vehículos frente a
los dos grandes cedros.
_Bienvenido al club, Sr. Sagaz_, puntualiza Dean, los sentidos alerta. _¿Sam?_
El olor de los engendros del infierno está por doquier confundiéndolo. Sam
mira alrededor pero no logra distinguir dónde se agazapan para el ataque.
_Perros del infierno_, dice y tanto Dean como Bobby alzan sus rifles con balas
de sal benditas.
_¿Dónde?_, pregunta el cazador pero Sam no es capaz de responderle aún.
La potencia de las luminarias no alcanza a combatir el pozo negro que es el
pueblo. Avanza dos pasos hacia la plaza, buscando orientarse, y de inmediato lo
imitan Dean y Castiel. Es imposible ignorar que ahora son dos los pares de ojos
que vigilan cada uno de sus movimientos. Ha comenzado a sudar. Siente la
presencia de las criaturas de la noche acechándolos.
_En todas partes_. Por el rabillo del ojo los ve cruzar de uno a otro lado de la
plaza en forma de sombras difusas. Es todo lo que queda de su capacidad para
contemplarlos en su verdadera forma. _Presten atención_, advierte. El olor a
azufre se hace insoportable.
Entonces el enramaje de los arbustos en la plaza se abre y Dean se vuelve y
dispara instintivamente. La criatura aúlla y se hace a un lado dejando un rastro

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de sangre putrefacta. Dos más caen desde los costados hacia el grupo y luego
cuatro y más. Bobby y Castiel dan cuenta de los suyos, el primero con su rifle y
el segundo reventándolos con el poder de su gracia. Dean se planta frente a Sam
obligándolo a mantenerse en el centro del pequeño grupo, disparando y dando
en el blanco cada vez. Y tan repentinamente como han atacado, desaparecen de
nuevo en las calles solitarias.
_Eso fue demasiado fácil_, dice Castiel en su tono neutro.
_Estoy de acuerdo_, dice Dean a su vez _Sam, ¿dónde?_
Pero Sam no lo tiene claro aún. Avanza hacia la calle principal, el grupo
siguiéndolo de cerca. Al llegar a la esquina de la plaza, ve la fachada del Café.
_Allí_, señala con el dedo y es todo lo que puede decir antes que una criatura lo
atropelle por el costado y lo lance al suelo con el ardiente aliento de su hocico
en el cuello. Un estampido, un gemido y luego Dean lo está poniendo de pie
nuevamente y le entrega un cuchillo, el cuchillo de Ruby, sin decirle nada,
atento a algo en sus espaldas.
_¡Corre!_, lo empuja y es que vienen tras ellos. Esta vez los hay de los que
vuelan. Criaturas como antiguos pterodáctilos con cuernos y fauces de dragón
acompañando a los perros que se muestran libremente a los ojos de todos.
Castiel les cubre las espaldas apareciendo y desapareciendo en medio de la
jauría, reventando cabezas, pero esta vez son demasiados y debe dejarlo. Sam le
abre el vientre a uno que osa volar demasiado cerca de él y su hermano. Corren
hacia el edificio más cercano y se atrincheran allí tras destrozar la puerta de
entrada sólo para descubrir que han desaparecido otra vez.
_Sigue pareciéndome demasiado fácil_, dice Castiel.
Dean lo mira sin resuello.
_Ahora no estoy de acuerdo_.
Y entonces Sam reconoce el edificio.
_El minimarket_, susurra echando un vistazo alrededor.
_¿Cómo dices?_
Sam no responde. Camina hacia el fondo atravesando los anaqueles de
comestibles y la bodega en busca de la puerta trasera. Al salir al callejón, allí
está. El edificio de ladrillo viejo. Camina por el pasillo en completa oscuridad
hasta que el haz de luz de una linterna le alumbra el camino desde atrás.
_¿Sam?_
Sam voltea a mirar a su hermano que sostiene la linterna. Más atrás, Bobby y
Castiel también observan.
Señala hacia el fondo del callejón. Dean sigue la seña con el haz de luz. Hay
una puerta de madera cerrada como única entrada al edificio de ladrillos.
_Es aquí_, dice Sam sintiendo que le falta el aire. _Angie está adentro_.
No acaba de decirlo cuando, con un aterrador aullido, una criatura horrenda de
fauces enormes se deja caer sobre sus cabezas. No es la única, es sólo la
primera. De repente están los cuatro enzarzados en una pelea a muerte,
atrapados en el callejón, disparando a diestra y siniestra intentando frenarlos al
menos. Castiel los protege cuanto puede pero todos saben en qué terminará todo
si la situación no cambia.

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Entonces un grito agudo, el grito de una niña proveniente del edificio, rasga el
aire y se superpone al bullicio de la lucha. Dean no necesita más. Sam lo ve
deshacerse de la criatura que tiene al frente y correr.
_¡Dean! ¡No!_, grita pero su hermano no le está escuchando, simplemente le
arrebata el cuchillo en un movimiento relámpago y le deja a cambio su rifle
para luego abrir a fuerza de patadas la puerta del edificio mientras Sam se
esmera en espantar a los bichos que quieren cogerlo por la espalda. Es lo último
que ve de Dean porque un engendro lo atrapa contra el suelo. La garra le
atraviesa el costado y se retira. Sam grita y se retuerce ante el dolor. Bobby está
caído en el suelo también a algunos metros de él mientras Castiel intenta evitar
que se sirvan de él como cena. El viejo cazador no se mueve. Sam se da la
vuelta y enfrenta al bicho que tiene encima. No está dispuesto a que todo acabe
de esta manera para Dean, para Angie, para todos ellos. Esto es su culpa. Tiene
que remediarlo. Se cuelga del cuello de la criatura y entierra sus dientes con
fuerza hasta que la gruesa arteria sucumbe sobre su boca.
Y Sam bebe hasta que le falta el aire para respirar.

Dean se abre paso cortando gargantas y destripando demonios en el interior,


voceando sin ninguna precaución el nombre de su niña mientras se asoma a
cuartos sucios y vacíos hasta dar con el correcto y derribar la puerta a
empellones. Pero cuando entra y se detiene en el umbral, nadie le cae encima.
La única luz cuelga de un cable desde el techo y se mueve como un péndulo
alterando las sombras dentro de la habitación.
Angie está al fondo, de espaldas a él, el cabello desordenado, completamente
sola. El único sonido en el cuarto es el sollozo apagado de la niña. El corazón
del cazador se contrae en su pecho.
_¿Angie?_, la llama avanzando hacia ella pero la niña permanece en la misma
posición, gimoteando.
_Me abandonaste, papito. Hiciste una promesa y me fallaste_.
_No, no, no, cariño_, se apresura a corregirla. _Estoy aquí_, y coloca su mano
sobre el pequeño hombro.
La cabeza de la niña gira sobre su cuello ante el espanto del cazador, dejando
ver sus ojos negros y la sangre coagulada alrededor de su boca.
_Demasiado tarde, papito_.
Al instante siguiente Dean vuela por los aires hasta estamparse contra la pared,
a medio metro del suelo, de manos y piernas abiertas. Aprieta los dientes
aguantando el dolor, no sólo el de su espalda y cada músculo de su cuerpo sino
el interior, el desgarro en su alma ante lo que acaba de ver en su niña. Por un
segundo tiene la esperanza de que todo haya sido un engaño, una visión
provocada para torturarlo como tantas otras veces ha ocurrido ya, pero cuando
puede focalizar de nuevo la mirada, Angie está allí, frente a él, los mismos ojos
negros, la misma boca pintada de sangre y a su lado una mujer que reconoce
enseguida a pesar del cambio de envase.
_Meg_
_Hola, Dean. ¿Qué te parece mi trabajo? Impecable, ¿no crees?_
_Tú, pedazo de mierda_.

77
_Lenguaje, Deanno_, se cubre un costado de su boca con la mano ocultándola
de Angie. _Hay menores presentes_ susurra.
_Devuélveme a mi hija o te juro que haré que desees regresar a poner tu culo en
el infierno y no volver a salir nunca más_.
_Como si pudieras_. Lo mira de arriba abajo con estudiada lascivia mientras se
muerde el labio inferior. _Qué de cosas podría yo hacerte a ti ahora mismo_.
_Trata_, la reta. _Quizás podría darte una sorpresa. Perra_.
Meg se sonríe perversamente.
_Oh, Deanno. Siempre tan caballero_
_Y tú tan puta_.
Meg, hace una sutil seña con uno de sus dedos. La niña sin dilación empuña su
mano y la garganta del cazador se contrae cerrándole el paso del aire. Meg mira
el reloj en su muñeca mientras Dean lucha por llevar algo de oxígeno a sus
pulmones. De nada le sirve intentar conectar con la mirada de Angie. Ésta
continúa negra, como la noche allá afuera. Tras casi alcanzar el minuto, la
demonio deja a un lado el reloj y toca el hombro de la niña.
_Es suficiente por ahora, querida_. La presión se alivia y el cazador respira con
desesperación. Meg da un paso hacia él, desafiante. _¿Ves? Ella es mía ahora.
Así que llora, bebito_.
_Voy a desgarrarte con mis propias manos, perra_.
_¡Eso es lo que me gusta de ti! ¡Campeón de las causas perdidas! Siempre
deseando lo imposible. Eres buen material para jugar. Sólo que, tú sabes, todos
tenemos que pagar por nuestros pecados. Y creo que alguien tiene que resolver
cuentas pendientes contigo. Y los cargos son…_, se hace a un lado teatralmente
y le da el pase a Angie.
_Todo esto es tu culpa Dean_, acusa la niña con semblante impasible. _Confié
en ti, acudí a ti y me fallaste_ un gesto de su mano y una de las costillas en el
torso del cazador se hunde hasta proferir un crac. Dean aguanta con los dientes
apretados. _Vamos, Deanno_, continúa la niña en un tono terroríficamente
similar al de Meg. _¿No vas a decir nada? ¿No vas a defenderte? Oh, claro. Lo
olvidé. Ese estúpido sentido de justicia tuyo, ¿verdad? Ese que dice que
mereces cada cosa mala que te suceda en adelante porque ¡ME FALLASTE!_,
una segunda e inmediatamente una tercera costilla estallan obligando al cazador
a proferir un apagado lamento.
La demonio se adelanta y llama la atención de la pequeña.
_Dulzura, estás haciendo un excelente trabajo, no hay duda de eso, y él
definitivamente lo merece. Pero, es mejor si continuamos con el método
tradicional para ahorrar energía ..._ coloca en la mano de la niña el cuchillo de
Ruby que ha levantado del lugar en que el cazador lo dejó caer en el ataque y la
sorpresa. _…y porque siempre es divertido jugar a lastimar a Dean
Winchester_. Acaricia el cabello de Angie y se aparta para que ella haga el
trabajo. _Ve, pequeñita_. Angie se eleva en el aire lentamente hasta alcanzar el
rostro del cazador. _Esto va a ser un poema_.
La niña alarga el brazo con el cuchillo empuñado y con toda calma circunda
con el filo de la hoja el contorno del cuello de su padre, luego el nacimiento de
sus orejas, como si no se decidiera por dónde comenzar a rebanar. Finalmente,
se detiene con la punta del cuchillo bajo la órbita del ojo derecho. Y no hace

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nada. Lo mantiene allí, en posición de extirpar el globo ocular en un solo
movimiento. Pero no hace nada.
_Querida, no juegues con la comida_, la amonesta la demonio desde atrás.
Angie acomoda el mango en su mano. Y sólo eso.
_Cariño_, le dice entonces Dean, tan suave que sólo ella puede escuchar. _No
importa lo que puedas hacer. No estoy enojado contigo. Eres una brillante y
hermosa niña. Mi niña_.
_Tu lengua es engañosa_, replica la niña de inmediato.
_Mírame a los ojos y dime que estoy mintiendo_.
_¡Oh, para ya con el discurso cursi!_ exclama impaciente la demonio. _¡Sólo
hazlo, maldita mocosa!_
La niña lo mira, directo a los ojos como él le ha pedido, la cabeza ladeada.
Nada sucede y luego, el negro de sus ojos retrocede hasta dejar que aparezca
tímidamente un tizne de verde.
_Soy tu papá y vine por ti_.
Los ojos de la niña brillan.
_Viniste_.
_Sí, vine_.
La presión de su cuerpo contra el muro desaparece paulatinamente y ambos
comienzan a descender hacia el suelo.
_¡Oh, vamos!_ estalla Meg comprendiendo lo que sucede. En un solo
movimiento aparta a la niña y le arranca el cuchillo de la mano para enterrarlo
una, dos, tres veces en el vientre del cazador.
_¡Papi!, grita Angie y Meg, furiosa, se vuelve hacia ella, la hoja del cuchillo
roja con la sangre de Dean.
_Él no es tu papi_, un gesto de su mano y la niña vuelve a la impasividad de
antes, la mirada en el suelo donde se ha desplomado de rodillas. La demonio
retorna su atención al cuerpo caído e inconsciente del cazador. _Ya no_.
Un ruido de pisadas a la carrera en la puerta le hace girar hacia la entrada. Una
figura gigante está de pie en el umbral.
_¡Grandioso! Sammy se ha unido a la fiesta!_, entonces nota la mancha
terracota alrededor de su boca. _¡Wow! ¿Hemos vuelto al ruedo?_
Sam pasea su mirada entre la niña y el cazador derrumbado al pie de la muralla.
Sus ojos refulgen de furia cuando se detienen en la demonio.
_Entonces, ¿deseas aceptar la oferta ahora?_, dice Meg jovialmente, segura de
su poder sobre la niña a sus pies. _¡Esto está que arde! Tú a cambio de la niña.
Tómalo o déjalo. Pero no se aceptan reclamos sobre su estado al momento de la
entrega. Quizás sea lo último que te quede de tu querido hermano. ¿Qué dices?_
La sangre de engendro hierve en sus venas aún pero se desvanece rápidamente.
Es una sensación que ha aprendido a reconocer, la del poder extinguiéndose y
clamando por más. Tal vez pueda con Meg. Tal vez no. Tal vez deba aceptar e
intentar sanar luego a padre e hija. Sam mira a Dean caído sobre la poza de su
propia sangre y decide.
_Ninguno_
Alza su mano hacia la demonio y comienza a presionar. Hace mucho que no lo
hace pero aún recuerda el procedimiento tal como se lo enseñó Ruby. El humo
negro sale por cada orificio del cuerpo de Meg pero vuelve a entrar casi de

79
inmediato aferrándose a su huésped con toda su voluntad. La boca prieta, la
concentración por entero en la tarea de arrebatarle a la demonio su guarida. El
dolor se afinca detrás de sus ojos, maltratando su cerebro. Un esfuerzo más y
todo habrá acabado, eso espera. Pero no es suficiente, no puede más y afloja y
es el instante que la demonio aprovecha para escapar. El cuerpo de la muchacha
hasta hace poco poseída cae al suelo, los ojos sin vida, la piel blanca hasta lo
imposible. En un instante la nube se ha elevado hacia el techo y al siguiente ha
echado hacia atrás la cabeza de Angie y ha entrado por su garganta.
_¡Mátame y matarás a la niña!_ le advierte con doble voz cuando Sam va sobre
la pequeña dispuesto a terminar lo empezado.
Sam no se atreve, se queda quieto, ella ríe y se eleva, niña y demonio, y
desaparece en el aire dejando en la habitación el aroma apestoso a ceniza y
azufre de su raza.

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19

Grace on earth

Trata de levantarse y el dolor en su vientre lo detiene. Eso y las manos de Sam


sobre sus hombros. Se escuchan pasos presurosos aproximándose.
_No es necesario_, oye decir a su hermano dirigiéndose a quienquiera que se
acercaba. _Se tranquilizará_, y luego le está mirando directo a los ojos,
buscando colocarse en su zona de foco. _¿Verdad?_
Dean pasea la vista por la habitación, desorientado, sin ver nada en concreto.
Todo es un gran vidrio empañado.
_¿Sam?_
_Sí, Dean. Soy yo_.
_¿Estás bien?_
_Sí, estoy bien_
_¿Dónde…?_ baja la mirada y encuentra una aguja de intravenosa insertada en
su mano. El pitido desbocado de la máquina que mide sus signos vitales
retumba en su cabeza en forma molesta. _¿Dónde está Angie?_
Sam evade la respuesta y en cambio le pasa un brazo por encima del pecho y lo
hala de regreso a la cama.
_Vamos, hombre. Tienes que…_
_¡Déjame!_, gruñe y manotea en un enfadado intento por volver a incorporarse,
pero esta vez el ramalazo de dolor es tan violento que lo deja clavado a medio
doblar en su lugar sin poder respirar. Así que sólo le queda permitir que entre
su hermano y un par de enfermeras lo devuelvan a la posición horizontal de la
que intenta huir. A través de la nebulosa de sus ojos observa a un hombre de
bigotes que se acerca y le palpa descaradamente el estómago allí donde el dolor
es tanto que lo obliga a tragarse las protestas. El hombre, (el doctor, asume
Dean) da una orden, alguien se mueve al costado de la cama, una enfermera, y
el cazador cae en un agujero negro y profundo sin sueños.
Cuando recupera la conciencia nuevamente, el olor a hospital lo abofetea.
Sam está sentado en una silla próxima a su cama, mirando a través de la
ventana hacia el cielo cubierto de la tarde mientras mueve nerviosamente su
pierna de arriba a abajo. Dean suspira, exhausto, y eso parece ser suficiente para
alertar a su hermano de que ha regresado al mundo de los vivos. Una vez más.
_No intentes nada_, le advierte Sam al tiempo que se pone de pie de prisa y se
posiciona estratégicamente para impedir que saque los pies de debajo de las
sábanas. Dean frunce el ceño mientras lo observa con atención.
_¿Estás bien?_ balbucea aunque tiene la ligera impresión de que ya preguntó
eso.
_Sí, estoy bien_, le contesta Sam. Entonces Dean se voltea con dificultad hacia
el otro lado de la cama para una nueva y patética tentativa de escape. _Vamos,
amigo_, protesta Sam dando un rodeo e impidiendo que el cazador llegue a
sacar un pie. _Cas ya tuvo bastante trabajo evitando que tus entrañas
abandonaran su sitio. Ten un poco de consideración y cuídate_.
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_¿Dónde está Cas?_, pregunta de nuevo afanándose por alcanzar el borde de la
cama.
_Con Bobby_, le contesta su hermano y lo empuja suave pero firme hacia las
almohadas.
_¿Dónde está Bobby?_
_Recobrándose. Él está un poco más… aporreado, pero bien. Considerando
todo_.
Dean deja de luchar y se recuesta por voluntad propia, tratando de recuperar el
aliento que ha perdido en el forcejeo.
_No lo conseguimos, ¿eh?_
Sam desvía la mirada de regreso hacia la ventana antes de contestar.
_No_.
Dean observa que el techo sobre su cabeza se acerca y se aleja en un bucle de
nunca acabar.
_Voy a matar a esa puta_, sentencia.
_Lo sé_. Las manos de su hermano le acomodan las sábanas y el cobertor
blanco del hospital a su alrededor mientras habla. _Ambos lo haremos. Pero,
por ahora, tienes que recuperarte, ¿de acuerdo?_
Sus ojos se han convertido en un par de ranuras, incapaces de mantenerse
abiertos. No puede ser. Acaba de despertar. Mira la aguja sobre el dorso de su
mano, mira a Sam que se desdobla y luego vuelve a ser uno.
_No más droga_, dice mientras lucha contra el peso sobre sus párpados. _Dile
al doctor_.
Sam deja escapar un resoplido.
_Quizás no te las darían si no intentarás levantarte cada vez que despiertas_.
_¿Cómo está Bobby?_, dice arrastrando las palabras.
_Mejorando_, es lo último que escucha en un eco lejano antes de rendirse.
Esta vez, sueña.

Se encuentra en la cabaña y es un día de lluvia. Iosephus está terminando con


su plato de leche cuando la puerta se abre. El umbral está vacío. El aroma a
tierra mojada asalta la cabaña e impregna la madera de las paredes. Iosephus
ronca fuerte y con deleite llamando su atención por un segundo. Cuando vuelve
a mirar hacia la puerta, Angie está de pie allí, vistiendo la chaqueta de polar
verde y la falda de jeans.
Él la llama por su nombre y se le acerca hasta que ambos están frente a frente.
La lluvia no la ha tocado. Atrás suyo, a lo lejos, en un paisaje que desconoce,
se levanta una montaña coronada por la niebla. Alguien ha cogido la cabaña
desde sus bases y la ha depositado en un territorio diferente.
_Vas a encontrarme, papá_. Un rumor parecido al sacudir de una gran sábana
en cámara lenta sirve de telón de fondo a las palabras de la niña. _Vas a
salvarme_.
Dean siente que su corazón se llena de una tibieza nueva, una alegría que
desborda sus sentidos. Ella mueve los labios, está hablando de nuevo, pero él
no entiende porque el ruido aquel sigue allí, irritante y cada vez más potente.
_¡No te oigo bien, nena!_

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La risa brota juguetona de la niña mientras señala hacia la espalda del
cazador con el dedo.
_¡Papá, debes parar!_.
Dean gira la cabeza siguiendo la seña de Angie y allí están, sobre sus hombros,
moviéndose ruidosamente al ritmo de su propia alegría, blancas, hermosas e
increíblemente grandes.
Sus alas.

Despierta con el flap flap de las plumas aún moviéndose dentro de sus oídos
como el susurro de un secreto.
Sam y Cas están en su habitación hablando entre ellos discretamente en un
rincón apartado de su cama. El ángel se afirma del borde de la ventana como si
el peso del mundo se hubiese instalado sobre sus hombros, dientes apretados,
intentando hablar en murmullos.
_¡Pero debe haber una manera!_, está diciendo Sam pero se autoreprime al
darse cuenta que ha elevado demasiado el tono de su voz.
Dean quiere intervenir, pedir que lo saquen de allí porque el tiempo pasa y su
hija lo necesita, pero su lengua está tan agotada como el resto de su cuerpo.
Contra su voluntad, sus ojos se cierran nuevamente.
Los abre de nuevo y Sam se ha ido.
Castiel está sentado en la silla esta vez.
_¿Dónde está mi hermano?_, musita débilmente.
El ángel se mueve en la silla, incómodo.
_Alimentándose_ dice y aparta el rostro de inmediato escondiéndolo del
cazador. El gesto no pasa desapercibido para Dean.
_¿Desde cuando hablar de alimentarse es tan repugnante, eh?_
_Sam volverá pronto_, responde secamente el ángel sin voltear. _Pregúntale_.
Castiel abandona la silla moviéndose con cierta dificultad, tratando de evadir el
escrutinio del cazador, y por primera vez Dean nota los hombros caídos, el
andar pesado, las manchas oscuras bajo los ojos.
_¿Cómo estás tú?_
El ángel parece sorprendido por la pregunta o quizás es que no había pensado
en su propio estado hasta entonces. Se echa un vistazo, apartando las solapas de
su impermeable.
_Estoy bien_, dice.
Dean asiente dándose por enterado.
Hombre y ángel guardan silencio mientras la tarde comienza a caer una vez
más. El cazador ha contado tres pero está seguro que se ha perdido unas
cuantas. ¿Tal vez una semana? ¿Tal vez más? Deja escapar un suspiro cansado.
_Tenemos que rescatar a Angie_.
Cas no le responde.

Sam regresa por la mañana cargando el laptop y una carpeta llena de papeles.
Ahora Dean puede percibir el cambio que antes no había notado. El hablar
medidamente amable, el caminar soberbio y nervioso a la vez, como si fuese un
envase de gaseosa agitado y a punto de explotar y, sobre todo, el ligero olor a

83
azufre que sólo un cazador experimentado podría reconocer. Aquello va a ser su
pesadilla eterna.
_Sácame de aquí_, le ordena con irritación antes de que se instale en la silla.
_No estás suficientemente sano_, es la inmediata respuesta de su hermano.
_Tengo que encontrar a Angie y hablar con ella_.
_Dean,_ y allí está de nuevo el tono complaciente que en algún momento
confundió con verdadera preocupación. _Meg tiene el control sobre ella_.
_Lo rompí una vez. Puedo hacerlo de nuevo_
_¡No es tan fácil, Dean!_, le espeta Sam y luego se arrepiente, respira profundo,
trata de controlarse. _Ella… tendrá más poder esta vez_.
_Tú también tienes tus poderes de vuelta, así que ¡ÚSALOS, MALDICIÓN!_
Sam luce como si lo hubieran abofeteado con un guante de fierro.
_¿Cas te lo dijo?_
_Cas no me dijo nada. ¡Demonios! ¿Piensas que soy un estúpido? ¿Todos
nosotros fastidiados como mierda y tú indemne? ¡Por favor! ¡Meg podría haber
utilizado a Angie para matarnos a todos! ¿Quién más que tú podría haberlo
evitado? ¡Tienes que haber usado esa inmundicia tuya!_ Se lleva una mano
temblorosa al rostro cubriendo sus ojos. Maldición, no puede perder el control
ahora. Tiene que pensar con claridad para salvar a su niña. Respira
profundamente antes de mirar nuevamente a Sam. _Debes sacarme de aquí_.
_Dean…_
_Tenía sangre en su boca, hay que desintoxicarla. Pronto_.
_Eso será inútil_
Dean arruga el ceño, sin comprender.
_¿Qué estás diciendo?_
Repentinamente, con el corazón en un puño, el cazador puede ver que no es
sólo la sangre de demonio lo que lo mantiene en tal estado de tensión. Un
momento es Sam, al siguiente Sammy, su hermano baja la mirada y se mueve
pasando el peso de su cuerpo de un pie al otro mientras aprieta el barandal de la
cama hasta que los nudillos de sus manos se tornan blancos.
_Cuando intenté detenerla, Meg entró en Angie_.
El cazador necesita unos segundos para asimilar las implicaciones de lo que
Sam le está contando. Siente la angustia instalarse en su garganta detrás de la
manzana de Adán y debe hacer el esfuerzo de tragar para permitirse hablar de
nuevo con fiereza.
_Entonces, la encontramos, la exorcizas,… ¡maldición! ¿No es eso lo que
hacías antes?_
_Me temo que no será suficiente en este caso, Dean_
_¿Por qué no? Dijiste que deseabas ayudar. Bueno, deja de discutir ¡y hazlo!_
_No puede_, dice Cas desde la puerta.
Dean lo mira con la misma furia que a su hermano.
_¿Sabías de esto?_
_Sam me lo dijo, sí. Y tiene razón. Él no puede hacer nada_
_¡Por qué!_
_Su gracia está contaminada, pertenece a Meg ahora y... no puede ser
restaurada_.

84
El cazador los mira a uno y otro con incredulidad comprendiendo de golpe,
asqueado, la conclusión a la que parecen haber llegado ambos.
_No tienen intención de salvarla, ¿verdad?_
_No es lo que Cas quiso decir_, protesta Sam.
_¡Entonces qué!_
Sam y Cas intercambian miradas pero es el ángel quien a final de cuentas
comienza a explicar.
_Creemos que quizás su gracia puede ser reemplazada, como una especie de
transfusión de sangre. Pero, Dean, es muy difícil. Debe hacerse con el mismo
poder que la trajo a la vida, la misma naturaleza, la misma gracia…_.
_¿Qué hacemos?_
_Dean_, intenta explicar también Sam con cautela. _quizás… no podamos
salvarla de todas maneras_.
Dean lo traspasa con la mirada. Sam enmudece. Dean retorna su atención al
ángel.
_¿Qué hacemos, Cas?_, repite el cazador sosteniendo la mirada del ángel por
tensos segundos hasta que éste baja los hombros, derrotado.
_Necesitamos encontrar la fuente de la gracia de Angie_.
_De acuerdo, tenemos trabajo que hacer entonces, realizar investigación…_
_Ya la hice_, anuncia Sam acercándose al laptop.
Dean alza las cejas, sorprendido.
_¿La hiciste?_
_Dije que ayudaría_ replica volteando a ver a Dean. _y es lo que estoy
haciendo_. Pone a andar el aparato mientras explica. _Pensamos que si Angie
es el resultado de la caída de un ángel, lo cual es altamente probable, debemos
rastrear entonces la caída de cierta cantidad de gracia, así que he investigado
cometas u objetos celestiales similares entre las posibles fechas en que Angie
fue engendrada y… nada. Pero…_ abre una ventana en la pantalla y presiona un
link. _Encontré que ese año cosas extrañas ocurrieron en una montaña que la
Nat-Geo ha estado observando por más de dos décadas_, voltea el aparato hacia
Dean para que pueda ver. La imagen de la portada de un tabloide
sensacionalista anunciando actividad extraterrestre sobre las cumbres del país
llena la pantalla.
_¿Una montaña?_
_Sí. Está cubierta por nubes bajas y densas todo el tiempo, nadie ha podido
llegar a la cumbre, nadie sabe qué hay en ella, entonces un día, sin explicación,
las nubes se abren y todo el instrumental de la Nat-Geo se combustiona. Más
tarde, las nubes regresaron y allí están todavía_.
Una montaña.
_Por otra parte_, continúa Sam, buscando en otros links. _ …también hallé…_
_¿Tienes alguna imagen de eso?_, pide Dean. _¿Sobre lo que ocurrió allí?_
_No. Si la hay, la escondieron. Tú sabes, fenómeno sin explicación científica,
es mejor no contarlo. Oh, espera_, deja el laptop a un lado y comienza a hurgar
entre los papeles de la carpeta. _Hay una foto de la montaña desde el valle_.
Sam extrae la copia de un artículo de la revista Nat-Geo y se la entrega. Es
pequeño, casi relegado a la categoría de anécdota y debe señalarle el lugar de la
página donde se encuentra. En un cuadro ínfimo, sobre las pocas palabras

85
dedicadas al evento, Dean reconoce la montaña en su sueño y pierde los
colores.
_Hey_, lo llama Sam. _¿Estás bien?_
Dean le pasa de vuelta el artículo ignorando la pregunta.
_Hay que averiguar más sobre esta montaña_
_¿Qué? ¿Por qué?_
_Llámalo una corazonada_
_Sólo… así?_
_Sí. Y pásame el laptop_
_Dean, tus heridas…_
_¡Pásame el maldito laptop!, ¿de acuerdo? ¡No voy a manejar el aparato con
mis tripas!_
Sam alza las manos en rendición y luego coloca el laptop sobre la bandeja del
almuerzo que acomoda frente a Dean.
_Iré a la biblioteca pública y veré qué puedo encontrar_, dice pero no se mueve.
_Tú… estarás bien?_
_Vete_, le ordena Dean sin apartar la vista de la pantalla del aparato donde ya
ha comenzado a trabajar.
Sam le echa una mirada a Castiel al otro lado de la habitación haciéndole una
muda recomendación y se marcha. El ángel se mueve hacia los pies de la cama
del cazador.
_Deberías descansar_, le aconseja Dean como si no fuese él quien tiene todavía
un par de intravenosas atadas a su brazo. _No es como que te necesite aquí en
este momento_.
De no ser porque se nota a la legua que el ángel está demasiado cansado para
enojarse, Dean diría que se ha ofendido. Aún así, obedece y se dirige hacia la
puerta.
_Estaré con Bobby_, anuncia y también se marcha.

El resto del día, Dean lee noticias de cosas horribles que están sucediendo en
diversos Estados del país, pueblos enteros que se vuelven locos, cuyos
habitantes desaparecen y ganado que aparece masacrado. Carne nueva para la
troupe de la nueva Reina del Averno y alimento para sus bestias, piensa
tristemente.
Obliga a su mente a concentrarse en encontrar algo útil a su causa y así es como
da con un extraño artículo relacionado con la montaña en cuestión que habla
sobre un pueblo ubicado a sus pies y donde una gran parte de sus habitantes han
quedado ciegos. Cuenta la leyenda que los impíos han sido castigados por
atreverse a mirar un lugar santo. Por supuesto, los científicos tienen sus propias
teorías al respecto, desde la polución del ambiente hasta la histeria colectiva. El
cazador suelta un bufido despreciativo ante la cantidad de desatinos que puede
decir la gente que desconoce o niega la existencia de lo sobrenatural. El artículo
es antiguo y publicado por un periódico serio. Busca en las notas por la fecha
en que el ataque de ceguera cayó sobre aquellas pobres personas y aún está
tratando de digerir la información que ha encontrado, el pulso acelerado y el
sudor frío sobre su frente, cuando Sam pone ante él, sobre el teclado para captar
su atención, la copia de un nuevo artículo.

86
_Bingo_, anuncia con satisfacción y va en busca de la silla para situarse al lado
de la cama.
Dean coge el papel y lee. Un titular en el mismo tabloide amarillista de antes,
más antiguo y en versión papel, dice: Vio a Dios en la montaña: Moisés ha
vuelto. Y a continuación detalla la historia del único hombre, un Pastor, que
proclama haber subido a la montaña misteriosa y haber regresado con su vista
intacta aunque no puede decirse lo mismo de su salud mental. El hombre está
recluido en un sanatorio. Es todo lo que necesita saber Dean.
_Tenemos que ir allí_, declara y hace las mantas a un lado.
_¿Qué…?_ Sam, quien acaba de tomar asiento, lo mira bajar de la cama y
aguantar el aliento mientras se yergue con cuidado. _¿Qué estás haciendo?_
_¿Qué es lo que parece?_
_No puedes…_
_¡Sí, sí puedo!_, espeta irritado. _Alcánzame mis ropas_
_¡Dean!_
_¡Sam!_
Y por unos segundos se trenzan en una batalla silenciosa de miradas
amenazantes. Pero es una discusión que el menor sabe que no podrá ganar.
Tiene demasiados puntos en contra todavía.
_Está bien_, dice al fin, soltando un suspiro de fastidio. _Pero no esperes que te
deje conducir_.
Una hora más tarde, Dean está firmando las formas que excluyen al hospital de
toda responsabilidad sobre complicaciones derivadas de su alta temprana
mientras el doctor le suelta una letanía de razones por las que no debería irse.
_Sí, sí_, dice mientras firma el último papel. _Como sea_.
Cuando se asoma en la habitación de Bobby, lleva puesta su cazadora negra e
intenta mantener la figura lo suficientemente erguida para dar una imagen de
normalidad, pero sus movimientos son lentos y la tensión de las suturas
cicatrizando dificultan su andar. Le lleva sus buenos minutos llegar hasta el
borde de la cama del viejo cazador y agarrarse del barandal.
Bobby se ve más enjuto, más anciano y el remordimiento por arrastrarlo
consigo a esta situación es aún más grande que el dolor de las tres puñaladas en
su estómago.
_Luces como mierda_, le dice con una media sonrisa carente de alegría.
_Miren quién habla_ es la fatigada réplica del viejo cazador. _¿Estás seguro que
tus tripas están en su lugar, muchacho?_, y esta vez la sonrisa en el rostro de
Dean es verdadera, pero se borra casi de inmediato mientras intenta encontrar
las palabras que necesita decir. Baja la mirada para que su padre putativo no
adivine su angustia por dejarlo abandonado allí.
_Bobby…_
_Encuéntrala_, la firmeza con que el viejo cazador lo dice lo obliga a levantar
la mirada y fijarla en él.
_Lo haré_, promete en un susurro.
Los ojos del hombre lo observan con la convicción de que así será pintada en
ellos.
_Y haz arder a esa demonio de una buena vez_.
_Dalo por hecho_.

87
_Y vuelve en una pieza_
Dean alarga una mano y la posa sobre el hombro de Bobby.
_De acuerdo_.

88
20

Secret words

Cada salto en el camino duele. Dean intenta sin éxito ahogar los involuntarios
gemidos que su boca insiste en dejar escapar. Se abraza el estómago por sobre
la chaqueta esperando apaciguar en algo el movimiento brusco de su nena
mientras reposa contra la ventanilla. A su lado, Sam le dedica preocupadas y
culpables miradas como si él fuese el responsable de cada agujero en el camino.
Desde el asiento de atrás un par de dedos avanzan hacia su rostro.
_Guarda tu gracia, Cas_, le dice antes de que alcance su objetivo y sin siquiera
voltear a verlo. _La necesitaremos más tarde_.
_Estás sufriendo_
_Nah. Puedo aguantarlo. Tengo los analgésicos_. Vuelve a cerrar los ojos
deseando que los kilómetros pasen rápidos bajo los neumáticos del vehículo.
_Guarda tu gracia_, repite.
Puede adivinar las expresiones de frustración que comparten su hermano y el
ángel, pero no le importa. Han perdido demasiado tiempo ya. Angie está
aguardando por él. Trata de sacar la cuenta de los días, semanas, que han
transcurrido desde el momento en que abandonó el confort de la cabaña
montado en el Impala con una niña y un gato en el asiento trasero, pero parece
una tarea imposible. Ante su memoria desfilan las imágenes de todo lo que ha
acontecido desde entonces, algunas se diluyen en la nada, otras se solapan,
cambian de lugar, se confunden. En un momento Angie sonríe confiada a su
lado. Al siguiente tiene su mandíbula teñida en sangre. Es demasiado y tiene
que abrir los ojos para espantar los recuerdos antes de que le ganen a su ánimo.
La carretera le llena la vista.
_¿Estás bien?_. Sam le mira de reojo mientras intenta mantener al mismo
tiempo la atención en el volante.
Dean farfulla un _sí_ cansado que satisface momentáneamente a su hermano y
permanece quieto observándole los hombros tensos por las muchas horas de
conducción y el gesto determinado en las facciones.
_Sam_.
_¿Sí?_
_Sé que lo que hiciste es lo que tenías que hacer_, dice en apenas un susurro y
por un momento cree que su hermano no le ha escuchado pues guarda silencio
largamente. Luego le oye suspirar de una manera que se asemeja al alivio.
_De acuerdo_, responde finalmente.
_La salvaremos_
Esta vez el silencio se prolonga un poco más.
_Sí_, y Dean nota el tono tristemente escéptico en la voz de Sam. _Lo
haremos_.

Arriban a la ciudad pasadas las once de la mañana. Dean aguarda a que su


hermano y el ángel desciendan del vehículo antes de intentarlo él. Siente los
ojos de Sam fijos en su persona mientras saca las piernas lentamente hacia el
89
costado del asiento del pasajero. Se afirma en la portezuela antes de ponerse de
pie ahogando un gruñido tanto como le es posible para que el gigante no llegue
a su lado en dos zancadas y le haga sentir más inútil de lo que ya se siente.
El día está fresco a pesar del sol que se luce en lo alto de un cielo
completamente limpio. Al fondo, la montaña, inconfundible con su corona
blanca, domina el paisaje como debe de hacerlo también en el resto de las
ciudades y pueblos alrededor. Su silueta captura la atención del cazador por
largos segundos mientras recupera el aliento antes de que Sam rompa el hechizo
con un carraspeo. Cuando lo mira, su hermano le señala el edificio frente al cual
han aparcado.
_Aquí es: El Sanatorio Estatal_, le informa.
El edificio es vetusto y blanco con una escalinata de palacio real que hace al
cazador dolerse en anticipación por la tortura que será tan sólo llegar a la
puerta. Dean camina despacio, rodeando el vehículo, pasa a su hermano y
continúa hasta alcanzar los primeros escalones de la entrada. Cuando Sam
quiere unírsele, alza un brazo a la altura de su pecho impidiéndoselo.
_Quiero hacer esto solo_, dice el cazador por toda explicación.
Sam mira el brazo a modo de barrera y luego a Dean y niega con un enérgico
movimiento de cabeza.
_De ninguna manera. Apenas puedes caminar erguido. No_.
Quiere comenzar a subir los escalones pero el brazo de Dean sigue allí.
_Dije que iré SOLO_, repite el cazador en un tono que no admite réplicas. _Tú
no quieres batirte a golpes conmigo en este estado, ¿verdad?_
Por supuesto que no quiere. Sam abre la boca para argumentar, mas la
expresión testaruda de su hermano no se lo permite así es que la cierra y, con
reluctancia, da un paso atrás.
Dean empieza a subir con calma, cuidando cada uno de sus pasos para
conservar la dignidad. Atrás suyo, Sam y Cas cruzan miradas brevemente antes
de que el ángel haga su propia tentativa de ir tras él.
_Quédate con Sam, Cas_, dice Dean sin molestarse en voltear.
_Dean…_
_Entre tú y mi hermano van a gastarme el nombre_. Se detiene y se vuelve
hacia el ángel. _¿Qué parte de necesito hacer esto solo no has entendido?_
_¿Por qué? ¿Por qué tú solo?_
Mirada intensa.
_Porque es mi puto asunto_. Agita la mano en dirección a Sam. _Investiguen un
poco, coman algo, busquen un motel, cualquier cosa, sólo… permítanme hacer
mi trabajo_.
Sin esperar más, continúa su torturante ascensión.
Pero Cas no está conforme.
_Espera_.
Dean se detiene una vez más. El ángel deja atrás a Sam y se adelanta hasta
invadir el espacio personal del cazador. Dean está demasiado ocupado
manteniéndose de pie para reclamárselo. Cas titubea un segundo. El cazador
enarca las cejas en un gesto que es una invitación a que comience a hablar de
una vez. El ángel lo mira directo a los ojos antes de hacerlo con total seriedad.
_¿Hay algo que no me estés diciendo?_

90
Primero hay algo de confusión en el rostro de Dean y luego lentamente asoma
una media sonrisa en sus labios.
_Ah, no es agradable, ¿verdad?_
Cas frunce el ceño, impaciente.
_Dean, dímelo_.
Dean se torna serio de nuevo y le devuelve la mirada con la misma intensidad.
_No, no estoy escondiéndote nada_, le echa un vistazo rápido y disimulado a
Sam. _Vigílalo_, se da la vuelta y continúa subiendo la escala.
Cas no sabe si le ha dicho la verdad, pero lo deja ir. No es como si tuviese
alguna otra opción tampoco.

Hacer que le permitan ver al Pastor es mucho más fácil de lo que había
pensado. Luego de dejarles saber que busca a su tío de quien sólo hace poco ha
conocido su paradero, los funcionarios se muestran particularmente alegres y
curiosos de que alguien se interese por el hombre. Un enfermero de piel oscura,
fornido y casi tan alto como Sam, es el encargado de llevarle por pasillos y
rejas, abriendo y cerrando cerrojos a su paso. El camino se hace interminable. A
ratos, las paredes se abalanzan sobre su cabeza, la punzada en su vientre le corta
el aire. Debe esforzarse por seguirle el paso al hombre que lo guía, hasta que
llega el momento en que no puede más y no le queda otra alternativa que
detenerse, afirmado contra la muralla, buscando recuperar la compostura.
_¿Está bien?_, inquiere el enfermero con preocupación. El hombre ha tardado
unos segundos en darse cuenta que ya no lo tenía tras sus pasos sin embargo
ahora está inclinado frente a él, una mano sobre su hombro y la otra sujetándole
el brazo como si temiera que de no hacerlo, pudiera colapsar por completo.
Dean intenta sonreír.
_Sí, es sólo que… todavía estoy recuperándome de una cirugía_
_Pues, debería haber esperado un poco para hacer esto, amigo_
_No puedo esperar_. Se endereza y prueba a dar un paso. El hombre a su lado
no lo suelta. _He invertido mucho esfuerzo buscando a mi tío. La familia no
está especialmente orgullosa de él, ya sabe, y escondieron por mucho tiempo su
paradero_.
El enfermero deja escapar un resoplido.
_No tiene que decírmelo. Nadie ha venido a visitarlo en los últimos veinte años.
Pobre hombre. Ya era hora de que alguien apareciera. ¿Se siente bien como
para seguir o prefiere descansar un poco?_.
Súbitamente consciente de que el otro aún lo sostiene firme del brazo, Dean se
remueve incómodo, avergonzado de que un extraño sea testigo de su debilidad.
_Er…hum… Estoy bien… gracias_ y se yergue tanto como puede. _Podemos
seguir_.
El enfermero no parece muy convencido. De todas maneras lo deja libre para
que camine por sí mismo, sólo que ahora se mantiene a su lado y aligera el paso
hasta que se asoman a un pequeño salón con vista al patio interior. Allí, en
medio de la habitación, se encuentra un hombre anciano, sumamente delgado,
instalado en una silla de ruedas. Sus ojos brillan mientras miran al cielo a través
de la ventana y sus labios se mueven sin emitir sonido alguno, como si siguiera
la melodía de un canto inaudible para los demás.

91
El enfermero se adelanta y se coloca en el ángulo de visión del anciano para
anunciar su presencia.
_Pastor_, lo llama pero en un primer momento el anciano no parece haberle
escuchado. _Pastor_, repite y esta vez los ojos claros del hombre se mueven
lentamente hasta fijarse en la mole que es su figura. _Tiene una visita, Pastor.
Su sobrino_.
El anciano lo mira sin entendimiento.
_Su sobrino_, le repite el enfermero y se pone tras la silla de ruedas para
voltearla hacia Dean. Por supuesto, el cazador no espera que exista algún
reconocimiento de su parte y un aguijonazo de culpabilidad cruza su corazón
mientras lo saluda intentando una sonrisa confiada.
_Hola, tío. Soy Dean_
Los ojos del pastor se abren como platos, se humedecen, sonríe con labios
temblorosos por la emoción. El enfermero luce sorprendido.
_Wow. ¿Está seguro que es la primera vez que lo ve a usted?_
_¿Qué… qué le pasa?_
_No lo sé, pero parece muy feliz de que usted esté aquí_. El anciano alarga una
mano temblorosa hacia Dean. _Vamos, desea que se acerque_.
Dean observa la mano extendida del anciano dirigida hacia él. No tiene muy
claro por qué, pero toda la situación lo pone nervioso. El enfermero continúa
allí, esperando a que haga algo. Dean da un paso adelante y deja que el Pastor
lo coja de la muñeca y lo tironee hacia él.
_¿Cómo has estado?_, le pregunta intentando sonar coloquial. _Vine a
conversar contigo. ¿Está bien?_
Sin embargo, el anciano sólo lo mira con asombro y emoción, como si intentara
absorber cada segundo de la presencia del cazador. La mano del Pastor lo
aprisiona con una fuerza que no concuerda con su aspecto. Por momentos Dean
teme que la circulación en su muñeca se haya interrumpido.
_¿Qué le pasa?_, le pregunta al enfermero.
_Él nunca habla_, le informa éste mientras se acerca y le ayuda a liberar su
muñeca. _Al principio lo hacía y mucho, según me han contado. Usted sabe que
estuvo extraviado en esa montaña mucho tiempo, ¿verdad? Desde entonces no
fue el mismo. Nadie podía comprender lo que él deseaba decir. Creo que se
aburrió de que nadie lo escuchara. Bueno…_ indica con la barbilla hacia fuera
del salón. _… nadie excepto su amiga_.
_¿Tiene una amiga?_
_Una mujer ciega. Parecen entenderse muy bien_.
_¿Puedo hablar con ella?_
El hombre frunce el ceño, confuso.
_¿Para qué?_
_Bueno… a lo mejor ella puede explicarme qué le sucedió al P… a mi tío. Así
sabría cómo ayudarlo_.
El enfermero lo mira todavía interrogativamente y luego se encoge de hombros.
_Si así lo cree_.
Dejan al Pastor instalado de nuevo frente a la ventana y caminan por nuevos
pasillos hacia otra serie de salas que resultan ser los dormitorios.
_¿Por qué está ella aquí?_

92
_Dice que los ángeles se llevaron a su bebé_.
_¿En serio?_. Dean intenta ignorar la voltereta que dan sus heridas entrañas.
_Wow, eso es tan… loco_
_Sí. La policía cree que ella mató a su hija pero nunca encontraron el cuerpo de
la pequeña. Su marido la había abandonado acusándola de haberle sido infiel.
La golpeaba. Es fácil pensar que ella terminara culpando a la bebé. Pero, aquí
entre nosotros, no creo que lo haya hecho. Y tampoco creo que esté tan loca
como dicen. Bueno, aquí estamos_ declara deteniéndose frente a una de las
puertas. _Debo advertirle que ella rehúsa usar lentes oscuros así que puede ser
un poco chocante verla por primera vez_.
Antes de que el cazador pueda preguntarle el por qué de la acotación, el
enfermero ya está entrando en el cuarto tras un par de cortos golpes en la
puerta.
_Con permiso, señora_
La mujer levanta la cabeza conteniendo el aliento en cuanto ponen un pie
dentro de la habitación. Dean ve su cabello oscuro, liso y largo cayendo por su
espalda. Está sentada frente a una mesa con una regleta braille y un punzón en
sus manos. Hay papeles repletos con los característicos puntos del lenguaje para
ciegos por toda la habitación, en montones separados, muchos fijos a la pared
en algún tipo de sistema clasificatorio.
_¿Quién es él, Isaiah?_, pregunta la mujer y gira en la silla en dirección a la
puerta. Dean se estremece ante la visión de carne cicatrizada allí donde
deberían estar las cavidades oculares.
_Es el sobrino del Pastor, señora_, le dice el enfermero. _Desea hablar unos
momentos con usted acerca de su tío_.
Ella mira hacia Dean desde las órbitas de sus ojos vacías.
_¿Es cierto eso?_
El cazador duda si se refiere a su deseo de hablarle o al hecho de que se declare
sobrino del Pastor. Tiene el pálpito de que se trata de lo segundo.
_Sí, así es_, se las arregla para contestar a pesar de su desasosiego.
Ella sonríe con la suficiencia de quien no se deja engañar fácilmente.
_Isaiah, ¿puedes dejarnos a solas un rato? Estoy segura que este caballero está
ansioso por saber de su… tío_.
Isaiah se retira, como se lo ha pedido la mujer. Por alguna razón, apenas el
hombre cruza la puerta, Dean se siente absurdamente desamparado y tiene el
irracional deseo de acompañar al enfermero fuera de la habitación. Pero cuando
está a punto de dar la vuelta y salir corriendo, la mujer le habla.
_¿Cómo es ella?_
La pregunta le golpea el corazón.
_¿Quién?_
Ella vuelve a sonreír y lo libera de su no-mirada desviando su atención hacia
otro lado de la habitación.
_El Pastor me dijo que vendrías algún día, que era inevitable_.
Dean avanza hacia la mujer casi sin notarlo.
_¿De qué está hablando?_
_Cuando la pedí, yo sabía que ella te buscaría en algún momento de su vida y
yo estaba conforme con eso, pero…_, su sonrisa se ensombrece. _… Ellos la

93
encontraron primero. Los Guardianes la protegieron entonces y la llevaron muy
lejos de mí_, se lleva una mano ausente hacia las cicatrices en su rostro.
_Supongo que era lo correcto_.
Dean tiene que afirmarse del borde de la mesa porque el mundo comienza a
darle vueltas de nuevo y esta vez no es a causa de su estado.
_¿Usted es… su madre?_, pregunta en un susurro.
Ella parece pensar la respuesta.
_Su madre…_ y ahora la mujer se acaricia el estómago plano sobre las ropas
holgadas. _La acarreé en mi vientre, sí. ¿Cómo es ella?_.
El recuerdo de Angie surge de inmediato en su mente, cálido, plácido.
Involuntariamente sonríe mientras vuelve a verla retozando entre la hierba de la
loma, ocupándose de Iosephus y su pelaje, haciendo sus deberes en el laptop
sobre la mesa del comedor, el ceño fruncido en concentración, mientras el sol
de la tarde tiñe de oro el interior de la cabaña y remarca el rubio de sus cabellos
tomados en una torpe coleta de padre soltero.
_Ella es una bondadosa y bella niña_, dice con emoción. La mujer pone una
mano sobre la de él buscando su atención y cuando le encuentra el rostro, una
conexión particular se desliza entre los dos.
_La amas_
Dean asiente, sin poder seguir confiando en su voz.
_¿Han ido ya por ella?_
Dean le mira los ojos ausentes con el corazón oprimiéndole el pecho.
_Sí_
Ambos guardan silencio mientras la gravedad del asunto se asienta en el
entendimiento de la mujer.
_Bien_, dice ella con calma, como quien toma nota de una información
importante. _Entonces necesitas conocer acerca de su nacimiento porque tú no
sabes muchas cosas ahora_. A tientas busca el respaldo de otra silla y la arrastra
para ofrecérsela al cazador. _Puede que quieras sentarte_.
Dean no se hace de rogar, agradecido por la sugerencia. Había estado tan
anonadado por las palabras de la mujer que no había notado cuán agotado
estaba en realidad. Mueve la silla hasta dejarla en una posición que le permita
mirar de frente a la mujer, toma asiento con todo cuidado y espera. Ella baja la
cabeza un segundo, recopilando los recuerdos.
_Robé gracia_, dice al fin. _Deseaba ser madre, la ciencia no tenía una
respuesta para mí, así que..._ se encoge de hombros. _Había oído sobre lo que
sucedió a los hombres del pueblo en la montaña. Mis padres, y toda la gente de
hecho, evitaban tocar el tema, pero de todas maneras yo había escuchado hablar
de eso. Y de lo que le sucedió al Pastor también. Vine a hablar con él. Me contó
que lo que había allí era Santo, Grande, poderoso… y peligroso. Yo estaba
desesperada_, ríe suavemente. _Y quizás un poco loca. Así que… fui y
concebí_.
_Es por eso que usted... hum_, se detiene intentando encontrar las palabras para
referirse a lo obvio. _... usted tiene esos...?_ y se señala los ojos como si ella no
estuviera completamente ciega.
A ratos parece no estarlo.

94
_No_, contesta, comprendiendo perfectamente a qué se refiere. _Eso ocurrió
después, cuando Ellos fueron a buscarla. Tenía seis meses de edad. La aparición
de los Guardianes para protegerla de Ellos me hizo esto_.
_¿Ángeles?_
_Sí_
_¿La castigaron?_
_No, no_, se apresura a aclarar. _Aunque supongo que lo merecía. Nadie puede
ver la Santidad sin estar preparado_.
_El Pastor lo hizo_
_Él es un hombre santo_.
Dean frunce el ceño sintiendo que las cosas no terminan de cuadrar en su
mente.
_Pero usted robó la gracia en la montaña_
_Sí_.
El silencio vuelve a caer entre los dos. Dean mira a la mujer sin verla en
realidad, demasiado ocupado en poner orden dentro de su cabeza.
_Tengo… tengo que ir allá_, dice al fin.
_Lo sé_, replica la mujer, levanta una mano y le hace una seña para que se
acerque más. Dean se inclina en la silla tanto como se lo permite su cuerpo,
pero ella lo sujeta por el hombro y lo obliga a más. _Ven, ven aquí_. El cazador
tiene que dejarse caer de rodillas frente a la mujer, mordiéndose los labios para
no dejar escapar un gemido. _Tengo un secreto que te será útil_. Se detiene un
momento mientras pasea sus manos por el rostro del cazador. _Oh... eres tan
hermoso_. Entonces se inclina hacia él y, con toda calma, deja caer palabras
santas en su oído.

95
21

Small town

Sam ha visto a Dean enterrar en el fondo del maletero el fajo de papeles que
llevaba bajo el brazo. No es como si quisiera ocultarlos o algo así, pero
tampoco parece tener muchas ganas de dar explicaciones.
_Vámonos_, ha dicho y por las siguientes tres horas, el menor de los
Winchester conduce el Impala por caminos secundarios solitarios bajo sus
escuetas indicaciones. Dean se ha desplomado en el asiento del pasajero, pálido
y exhausto y Sam se siente obligado a palmotearlo de vez en cuando para
asegurarse de que aún respira. Finalmente, a eso de las cuatro de la tarde, con el
estómago aún vacío (porque Dean ha querido partir de inmediato sin
preocuparse de la hora de almuerzo), alcanzan su destino.
El pueblo es pequeño y existe justo bajo la sombra de la montaña. Sam siente la
presencia de su imponente figura sobre sus cabezas, exponiendo ante ellos su
corona blanca y algo más, invisible e inexplicable, que le pone los pelos de
punta.
Aún a velocidad reducida, no tardan en llegar a las calles principales. Si se
apuraran un poco más llegarían al final del pueblo sin darse cuenta y lo dejarían
atrás.
Un sujeto de edad indefinible cruza por el paso de peatones delante de ellos
tanteando el suelo con una vara. Basta que doble en la esquina y muestre su
rostro mientras continúa su camino sobre la acera contraria para que los
hermanos y el ángel presten atención, sorprendidos.
_Él… él está…_. Los dos agujeros en el rostro donde debieran haber estado sus
ojos revuelven el estómago. _está…_
_Ciego, Sam. El hombre está ciego_, completa Dean sin apartar él tampoco la
vista del sujeto. _Leímos acerca de esto, ¿recuerdas? Una extraña epidemia de
ceguera_
Al otro lado, en la plaza, un par de ancianos sentados en una banca voltean
hacia ellos alertados por el sonido del vehículo en marcha lenta. También
ostentan cuencas vacías en el rostro. Donde quiera que se mire hay ciegos,
delante de sus casas o caminando por la calle, a veces solos, a veces
acompañados por alguien que les guía del brazo. Ninguno esconde las heridas
secas bajo anteojos oscuros. Sam siente el malestar en su estómago difundirse
por el resto de su cuerpo.
_Esto es… chocante_.
_Es fuego santo_, replica el ángel en tono solemne desde el asiento trasero.
_Tuvieron la osadía de posar sus ojos donde no debían_.
_El papá de Debbie Williams amenazó con hacerme algo parecido en la
secundaria si yo no dejaba de cortejar a su hija_. Dean se acomoda en el asiento
con un ligero rictus de dolor, evitando la ventana. _Aunque no eran
precisamente los ojos lo que él quería arrancarme_.

96
El ángel frunce el ceño buscando el significado de las palabras del cazador.
Cuando lo encuentra, sus cejas se levantan en plena compresión.
_Supongo entonces que le obedeciste_
_¡Por supuesto que no! Él nunca lo supo_. Se abraza el estómago con cuidado
como si temiera que de un momento a otro las suturas fuesen a ceder. _¿Qué tal
un poco de reposo y comida, eh, chicos? Debe haber algún lugar donde
hospedarse por aquí_.
Sam de inmediato olvida los fenómenos del pueblo para enfocarse en su
hermano.
_¿Estás bien?_
_Sí, sí_, replica con impaciencia el cazador y gesticula con la mano hacia el
exterior del vehículo. _Sólo… encuentra un lugar_.
No hay motel pero sí una pequeña residencial para alojar trabajadores
temporales al que llegan tras un par de indicaciones de los lugareños. La dueña
es una mujer amable y acogedora que de inmediato se hace cargo de la
situación de Dean y le destina la mejor de sus habitaciones, un cuarto doble
para que lo comparta con su hermano (eso después de aclarar lo del parentesco
porque, según explica, son una comunidad conservadora e intolerante con
ciertas costumbres foráneas). Le ofrece a Cas la habitación contigua mientras
entrega la llave correspondiente a la de los hermanos y muestra dónde están las
mantas y las toallas.
_Yo no duermo_, le informa el ángel y la señora lo observa con sospecha.
_Entonces, ¿usted no se quedará aquí?_.
_Me quedaré con mis amigos_.
Sam carraspea para llamar su atención.
_Discúlpelo, es extranjero, no sabe darse a entender bien_, se apresura a
explicar. _Me ayuda con mi hermano así que no duerme para ocuparse de él
cuando estoy cansado. No necesitaremos otra habitación. Gracias_.
El recelo no abandona del todo la expresión de la señora pero de todas maneras
deja el asunto tranquilo a favor del aspecto del cazador herido que se apoya
disimuladamente en su hermano.
_Te haré una sopa, querido_, dice e inclina la cabeza para observarlo mejor.
_No luces bien, deberías tenderte en la cama por un rato. Mejor aún, yo diría
que deberías estar en un hospital_. Se le acerca y pone una mano sobre su frente
en un gesto maternal buscando fiebre. _¿Por qué andas dando vueltas por este
pueblo olvidado de Dios en tan mal estado?_.
Dean pretende ignorar la expresión de _te lo dije_ apenas disimulada en el
rostro de Sam.
_Necesito encargarme de algunos asuntos familiares urgentes_, explica con un
esbozo de sonrisa.
La mujer asiente, comprensivamente.
_Bueno, sí, la familia siempre es importante_, se dirige hacia la puerta. _La
sopa estará lista en 20 minutos. Puedes instalarte mientras tanto_.
_Gracias, señora_, agradece Dean y apenas la mujer abandona la habitación,
suelta el brazo de su hermano para ir en busca de la cama.
_¿Necesitas ayuda?_, se ofrece Sam viendo la lentitud de sus movimientos.
_No, mamá. Puedo ponerme el pijama por mí mismo desde los cuatro años_.

97
Sam lo deja y aguarda de brazos cruzados a que su hermano termine de sentarse
en el borde del lecho e intente despojarse de sus ropas. Pronto queda claro que
la maniobra, fácil para un niño de cuatro años, no lo es tanto para un hombre
convaleciente de apuñalamiento. Torpemente lucha contra botones y cierres a la
vista y paciencia de Sam y el ángel. Podría quedarse sentado allí mismo toda la
noche. En todo caso, no le importaría. Sería más fácil y descansaría de todas
maneras porque está tan agotado que no sabe si tendrá las fuerzas para
arrastrarse bajo las mantas. Logra deshacerse finalmente de la chaqueta y la
camisa tras largos minutos de lucha, pero cuando se inclina y no se alcanza los
bototos, es la señal para Sam de que necesita intervenir.
_¡Oh, es suficiente!_ declara impaciente. Se acerca con decisión y comienza a
desanudarle las agujetas. Dean suspira, rendido ante la evidencia. Enseguida
Sam prepara los almohadones, abre las mantas y le ayuda a acomodarse
después de asistirlo también con los pantalones.
_A mí van a darme sopa_, le recuerda el cazador dejándose hacer. _Tal vez
deberías ir por algo de comer para ti ¿y quizás para Cas? No tenemos por qué
abusar de la buena voluntad de la señora_, inclina la cabeza hacia un costado
para ver al ángel más allá de Sam que le arregla las mantas. _Oye, Nanny.
¿Quieres algo de comer?_.
El ángel tarda un par de segundos en percatarse que es a él a quien el cazador se
dirige.
_Mi nombre no es Nanny y no, no deseo nada. No necesito comer_.
_Sí, lo olvidé. ¿Sam?_
_De acuerdo. Creo que vi un supermercado pequeño cerca de aquí_, termina
con Dean y acomoda los bolsos al pie de las camas correspondientes.
_Y, Sam, aprovecha de hacerle preguntas a los nativos_. Se acomoda en las
almohadas y sus ojos comienzan a cerrarse. _Quiero decir, acerca de sus
experiencias tipo archivos x con la montaña y todo eso_.
_Está bien_, mira a Castiel que se ha instalado en el sillón de la habitación, la
vista fija en Dean tendido en la cama. No hay necesidad de hacerle alguna
recomendación. _Volveré pronto_.
Afuera, la tarde ha comenzado a refrescar. Sam mete las manos en los bolsillos
de su chaqueta reprimiendo un temblor. Sí, Dean tiene razón. Necesita
alimentarse. Aunque de una manera distinta a la que piensa su hermano. Pero lo
primero es lo primero.
Se dirige hacia el pequeño supermercado y compra con el efectivo que le ha
entregado Dean lo necesario para unos cuantos sandwiches, galletas y algo de
beber. En el proceso intenta establecer una amistosa conversación con el
tendero, pero fracasa. El hombre sólo contesta con monosílabos a sus
comentarios y cuando trata de tocar el tema de los ciegos del pueblo,
simplemente le entrega la cuenta.
En el momento en que atraviesa la puerta del negocio rumiando su próximo
paso a seguir, cae sobre él una sensación de vacío tan grande que por poco
suelta la bolsa de provisiones. Le falta el aire, comienzan a zumbarle los oídos,
tiene que afirmarse del quicio de la puerta hasta recuperar la postura.
_No es bonito, ¿eh?_, le dice una voz cerca suyo. Al levantar la vista buscando
a su dueño, se encuentra con un ciego anciano sentado en una de las

98
innumerables bancas del pueblo a unos pasos de él. Las arrugas pueblan su piel
curtida por el sol. Como los demás, no lleva anteojos oscuros.
_¿Perdón?_
_No es bonito mirar lo que uno lleva adentro_
Sam se acerca a la banca con paso inseguro. El hombre sostiene un bastón entre
sus piernas y viste franela y jeans. De no ser por las cicatrices del rostro pasaría
por un simple jubilado de cualquier pueblo pequeño.
_¿A qué se refiere?_
_Sólo fue un comentario_, se sonríe y cuando lo hace, la piel de sus mejillas
sube y se arremolina alrededor de los ojos ausentes. _Cuando alguien realmente
atisba sus faltas, puede que no desee ver la luz del sol nunca más. ¿Sabes de
qué estoy hablando?_.
Sam niega con un movimiento de cabeza olvidando que se encuentra ante una
persona ciega. Siente las náuseas comenzando a formarse en la boca de su
estómago, y sin embargo, no puede dejar de mirar los agujeros vacíos que tiene
al frente.
_¿Usted me conoce?_
_Eres uno de los forasteros_ le replica el hombre. _La noticia ya ha dado dos
vueltas completas por el pueblo. No creo que exista un alma aquí que no esté
enterada de la llegada de tres extraños que no vienen a trabajar en las minas.
¿Turistas?_
_Uh… algo así_. Sam se acerca despacio hacia el hombre. _Vinimos a ver la
montaña con la nube en la cumbre_.
Un pequeño tic, tan pequeño que si pestañeas te lo pierdes, hace brincar un
costado de la boca del anciano.
_Ah. La montaña. Son científicos_.
_No, no_, y mientras piensa la respuesta su estómago se mueve otra vez. _Sólo
deseamos saber qué pasa allá arriba_. Mierda. Terminará vomitando sobre el
anciano.
_Ha pasado mucho tiempo desde que alguien vino aquí para eso_.
Sam cierra los ojos, aprieta los dedos alrededor de la bolsa de la compra.
_¿Te sientes bien, muchacho?_, el hombre se mueve en la banca haciendo
espacio. _Siéntate_ dice y palmotea el asiento. Sam le hace caso y se instala a
su lado. Piensa en el frasco hermético con su provisión personal en el bolsillo
de su chaqueta y en el alivio del que le provee con cada ración. Pero por alguna
razón teme que el hombre, a pesar de su ceguera, sepa de inmediato de qué se
trata si intenta beber de él en su presencia.
_¿Usted… ha estado allí? ¿En la montaña?_
El hombre se señala las cavidades vacías con un rápido gesto.
_La montaña me hizo esto_.
_¿Por qué?_
_Porque soy indigno_ y como si tuviera otra clase de visión se vuelve hacia
Sam buscando su rostro. _¿Tienes idea de por qué ninguno de nosotros usa
lentes oscuros?_. Sam le mira los agujeros sin encontrarles el fondo. Es
sorprendente porque a esa distancia debiera poder apreciar el lugar donde la
carne ha sellado la herida por dentro, pero lo único que encuentra allí es
oscuridad.

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_No, señor. No lo sé_, le contesta al cabo de un rato.
_Para mostrar nuestra vergüenza_, dice y baja el rostro. _No es sólo lo que le
ocurrió a nuestros ojos. Fue lo que sucedió en nuestro interior. Algunos no
fueron capaces de enfrentarlo y enloquecieron, otros enmudecieron, otros, como
yo, lo agradecen. Estoy en paz ahora_.
_No entiendo_
_Vimos nuestra maldad como en un espejo. ¿Crees que sentir el fuego
derritiendo mis ojos fue terrible? No se compara al dolor de ver cada uno de los
errores de mi vida y el daño que hice con ellos. Es como si tu conciencia
despertara súbitamente y te cobrara todas tus cuentas en una sola boleta. Es ...
espantoso. Yo realmente me consideraba un buen hombre. Pero resultó que
estaba equivocado_. Levanta el rostro de nuevo hacia su compañero en la
banca. _¿Estás listo para eso? ¿Estás preparado para ver lo que eres en
verdad?_.
Sam piensa en el espejo de Bloody Mary. Un solo secreto culpable que casi
acaba con él. Piensa en Dean y sus ojos sangrantes por secretos que nunca le ha
revelado y que nunca, está seguro, le compartirá. Piensa en las torturas
realizadas a tantas almas y que aún atormentan a su hermano en sus pesadillas
después de tanto tiempo. Piensa en su propio paso por el infierno. Piensa en
Meg. Piensa en Angie. Mira hacia la montaña. La mano del ciego se posa en su
rodilla llamando su atención.
_No subas_, dice y entonces toma su bastón y se pone de pie. _No subas_, y
camina calle abajo hasta desaparecer en la esquina.
Cuando regresa al cuarto, Castiel duerme profundamente en el sillón
contradiciendo su propia declaración ante la dueña de casa. No puede evitar
sonreír ante la escena a pesar del peso en su corazón. Se pregunta si debió haber
comprado una ración extra de comida para el ángel también. Dean duerme. En
la mesita de noche descansa una bandeja con el tazón vacío de la sopa
prometida. Hasta el fondo. Buen chico. Se acerca y retira el papel que el
cazador sostiene entre sus manos. Se ha quedado dormido leyendo. Con
sorpresa comprueba que el papel está en blanco sólo para darse cuenta segundos
más tarde que no es así. El papel contiene cientos de puntos sobresalientes
sobre su superficie que le dan una textura áspera y rugosa. Braille. ¿Desde
cuándo Dean sabe braille? Toma nota mental de consultarle por la mañana.
Deja el papel en la mesa de noche, bajo la bandeja.
Todo su cuerpo reclama descanso y atención. Se zampa los sándwiches
rápidamente en la pequeña mesa del cuarto echando vistazos fugaces hacia su
chaqueta que cuelga del respaldo de otra silla. Cuando termina, el malestar aún
permanece e incluso parece haber aumentado. Lo sabía. Mierda. Necesita…
necesita… antes de darse cuenta, ha sacado el frasco del bolsillo de su chaqueta
y lo está vaciando en su boca. Su última ración. Tendrá que buscar nuevas
provisiones cuando se retiren de allí. Se echa en la cama como un borracho,
apenas quitándose los pantalones. Hunde la cabeza en la almohada mientras la
sangre hace su trabajo. Por un momento la euforia reemplaza a las nauseas y le
hace pensar que todo estará mejor por la mañana. Entonces se da la vuelta
enfrentando la cama de su hermano y Dean le está mirando, vacío de cualquier
expresión. Sam contiene la respiración. Espera el estallido pero éste no llega.

100
Dean voltea su cabeza hacia el techo y cierra los ojos buscando el sueño. Sam
lo sigue momentos después.

En la mañana, no es el sonido del reloj el que lo despierta sino el movimiento


dentro de la habitación. La cama de su hermano está vacía, lo mismo que el
sillón. Castiel atisba hacia fuera por entre las cortinas de la ventana. Dean
aparece desde el baño guardando el cepillo de dientes en su estuche. Se le ve
repuesto. La sopa ha hecho maravillas al parecer.
_Buenos días, princesa_, le saluda mientras se coloca la cazadora.
_Un momento_, intenta protestar comprendiendo al fin que lo están dejando
fuera de algo. _¿Qué haces?_
_Voy a subir_, dice sin titubear.
_¿Qué? ¿Estás loco?_
_¿Cuántas veces en tu vida me has hecho la misma pregunta?_ Castiel
abandona la ventana para colocarse a su lado y Dean se vuelve hacia él.
_¿Listo?_, le pregunta el cazador.
El ángel asiente en silencio.
_¡No vas a ir a ninguna parte!_. Sam busca los pantalones al final de su cama.
_¿Sabes lo que un anciano me dijo ayer sobre ese lugar?_
_Tengo una ligera idea. No te preocupes, puedo manejarlo_.
_Voy contigo_, insiste mientras intenta colocarse el cinturón y al mismo tiempo
buscar su camisa.
_No, no vas_.
_¡Aún estás herido!_
_Cas usó su mojo en mí_
_¿Qué?_
_Dean no podría realizar la ascensión en el estado en que se encontraba_,
explica el ángel.
_¡Ya lo sé!_ y mira a Dean. _Voy contigo_
_Tengo a Cas. ¿Qué sentido tiene?_
_Es mi culpa_
_Sam…_
_No, es verdad. ¿Cómo puedo reparar lo que hice si no me lo permites? ¿Por
qué quieres dejarme atrás?_
Dean se muerde el labio mientras Castiel y él cruzan miradas consultándose
mutuamente. Finalmente, Dean suspira y habla.
_Te ví anoche_
Oh. Eso. No hay caso en mentir, sólo agravaría la falta.
_Lo sé_, reconoce.
_Estás lleno de sangre de demonio otra vez_
_Sólo tomé lo suficiente para mantenerme_, explica ansiosamente. _De esa
manera puedo protegerte, puedo…_
_¡Es terreno santo, Sam!_ le interrumpe Dean con enojo. _¿No te dice nada
eso?_
_Pero…_
_¡Caerás muerto en cuanto pongas un pie en ese lugar!_

101
_Tu hermano tiene razón, Sam_, interviene el ángel. _Estoy seguro de que
puedes sentir el efecto de la montaña en ti, aún a esta distancia_.
Sí, no puede negarlo. ¿Estás preparado para ver lo que eres en verdad?, la voz
del ciego acude a su memoria. ¿A esto se refería? Porque ve su vida tan
pequeña y despreciable que no le importaría que se perdiera haciendo regresar
sano y salvo a su hermano, con la respuesta para recuperar a su hija entre las
manos.
_Por favor, Dean_, no pretendía rogar pero lo está haciendo. _Déjame ayudar,
déjame arreglar lo que fastidié_. Ruega como lo hacía de niño para conseguir de
su hermano mayor la luna, sólo que esta vez no es un capricho, es una
necesidad. _Me comportaré. Lo prometo. ¿Podrías confiar en mí por esta vez?_
Y, como antes, consigue la luna.
Dean voltea a mirar a Cas.
_¿Puedes blindarlo o algo así?_
Castiel sopesa su respuesta con los ojos fijos en Sam.
_No estoy seguro. Tal vez. No sé cómo la Gracia existente en la montaña
podría afectarme_.
Sam frunce el ceño, confundido.
_Eres un ángel, Cas_.
_No esa clase de ángel. La Gracia que hay allí es un millón de veces más
poderosa que la mía y su naturaleza es diferente. Podría estallar en llamas si no
presto atención_
Sam mira a Dean.
_¿Y aún así pretendes subir?_, y nuevamente a Cas. _Se suponía que ibas a
protegerlo_.
_Y lo haré. Voy con Dean_.
_Bueno, ¿puedes blindarlo o no?_, interrumpe éste, comenzando a
impacientarse. _Estamos perdiendo mucho tiempo_.
_Lo puedo intentar si él lo desea_.
Dean se vuelve a su hermano y éste asiente con un ligero movimiento de
cabeza. Es suficiente para él.
_De acuerdo, vamos_, ordena y le da una voltereta a las llaves del Impala sobre
su mano. _Yo conduzco_.

La montaña es aún más intimidante desde su base. Dean hace trepar a su nena
tanto como puede antes de decidirse a seguir a pie.
_¿Cómo sabes qué camino tomar?_, quiere saber Sam observando la manera en
que diferentes huellas ascienden por la ladera.
_Tengo la información sobre el camino que hizo el Pastor_ señala con el dedo
hacia una de ellas. _Por allí_ y apenas ha dado un paso cuando siente la mano
del ángel aferrarse a su brazo para llamar su atención.
_Quizás Sam tiene razón_, le dice tan bajo como puede para que éste no
escuche. _No deberías subir. Déjame a mí_.
_Cálmate, hombre_ le responde Dean en el mismo volúmen. _Sé cómo llegar
arriba a salvo_.
Pero Cas no lo suelta.
_No creo que sea una buena idea_

102
_Gracias por tu opinión. ¿Vienes o prefieres quedarte abajo, lloriqueando con
mi hermano?_.
El ángel lo deja ir sin convencimiento. Ataja a Sam cuando pasa por su lado.
_Quédate cerca de mí. De lo contrario, podrías ser consumido en fuego santo_,
le advierte muy serio. Luego, va tras los pasos del cazador que trepa como si
nunca hubiese recibido tres estocadas mortales.
El ascenso es penoso. La huella está en desuso y es empinada. Deben hacer a un
lado los arbustos que obstaculizan el paso y saltar los pequeños rodados que
interrumpen el paso. Pareciera que la misma montaña se ocupara de hacerles
más dificultoso el trabajo.
Sam se mantiene a la siga de Castiel haciendo el intento de ignorar el temblor
en sus músculos y las nauseas que comienzan a recrudecer. A ratos se cuelga de
la manga del impermeable del ángel para no perder el paso. Todo su cuerpo
tiembla y se niega a obedecer cuando mira hacia lo alto y ve la barrera blanca
cada vez más cerca. Tiene que reunir todas sus fuerzas para mantenerse firme
hasta el final en su resolución de acompañar a Dean, quien cada vez toma
mayor ventaja sobre ellos. Castiel le espera en cada ocasión hasta que recupera
el aire mientras lo mira con ojos preocupados. Siente que la cabeza le va a
estallar en pedazos en cualquier momento pero no se queja. El ángel no puede
hacer nada por él.
A media tarde, tras superar un trecho rocoso especialmente difícil, la niebla se
cierne sobre ellos lentamente y Sam cae al suelo con la sensación de estar
siendo desmembrado con una navaja sin filo.
_¿Sam?_, escucha la voz preocupada de Dean llamándolo desde adelante.
Por supuesto, quisiera decirle que no se preocupe, que se encuentra bien, que es
sólo que el ascenso ha sido demasiado rápido, que la altura le ha afectado, pero
no sale nada de su boca. Hace acopio de toda su energía, la poca que le resta,
para erguirse de nuevo y plantarse sobre sus dos pies. Es la niebla, está seguro
ahora. Siente la mano de Cas sobre su brazo, instándolo a enderezarse. ¿Es que
no lo había hecho ya? No, aún sigue inclinado, la vista fija en el suelo, incapaz
ya de sostenerse a pesar de Castiel. El zumbido en sus oídos se hace
insoportable. Se aferra como puede a la gabardina del ángel e intenta hablarle,
decirle que algo pasa con la niebla. Pero cuando levanta la vista buscando su
rostro, Cas tiene los ojos muy abiertos y mira hacia delante, hacia Dean que
tiene una mano puesta en tierra mientras recita algo que él no alcanza a
escuchar porque sus oídos están llenos de otros ruidos. La niebla se abre como
un cortinaje arremolinado. La hierba más verde que Sam ha visto en su vida
aparece ante sus ojos, aún sobre las piedras, acompañada de brotes de flores de
los más increíbles colores, tan brillantes, que debe entrecerrar los párpados para
contemplarlas. Una corriente de agua clara, interminable y que se hunde en
tierra alimenta el paisaje. Un árbol muy ancho y muy alto preside la escena. De
allí, de sus raíces, es que brota el agua. Y al lado del árbol, una figura cuya
silueta se difumina en su luminosidad. Dean se pone de pie. Va a enfrentarlo.
Sam quiere acompañarlo, ansioso por la temeridad de su hermano, pero a
cambio cae al suelo de nuevo y devuelve a grandes arcadas la inmundicia que
se encuentra en su interior.

103
104
22

Heaven's Servant

Sam ha caído al suelo. Cas está sobre él, intentando ponerlo de pie, pero es
inútil. Dean puede ver cómo su hermano vacía sus entrañas sobre la hierba
verde que cubre el lugar. No logra entenderlo. La niebla se ha retirado
formando una especie de ojo de huracán alrededor de ellos. Esto no debería
suceder.
Arriba, una figura preside la escena rodeada por una difusa luminosidad. Su
rostro es ambiguo, piel blanca y ojos como gemas brillantes, intimidantes. Pero
a Dean no le hace mella y camina resuelto hacia ella, aterrado más bien por la
posibilidad de perder a Sam.
_¡Usé la Palabra de Protección!_, protesta a viva voz a sólo unos pasos de
distancia.
El ente clava su mirada brillante sobre la persona del cazador, curioso ante la
insolencia del intruso.
_Y estás protegido_, replica alzando levemente el mentón hacia su interlocutor.
Luego, dirige su mirada con disgusto hacia Sam tendido en el suelo, atendido
por Castiel. _Él es una abominación_.
_¡Es mi hermano!_, brama el cazador.
_Lamento eso_
Dean voltea a mirar a Sam y de nuevo a la figura, el gesto decidido.
_Tengo la OTRA Palabra_
El traslúcido rostro del ente cambia en el acto con un respingo.
_No te atrevas…_
_Entonces, ayuda a mi hermano_
El ente se toma el tiempo para tasar al intruso. El cazador, sin embargo, no se
amedrenta y le sostiene la mirada, demandante. Entonces ante un gesto de su
mano, un círculo se despeja en el suelo de hierba alrededor de Sam.
Inmediatamente el cuerpo del joven Winchester se relaja, aliviado. Cas lo
acomoda sobre unas rocas.
_Que permanezca dentro de esos límites y nada le sucederá_, dice el ente y
clava sus ojos altivos de nuevo en Dean. _¿Quién eres?_ En un segundo se
materializa frente a él, invadiendo su espacio personal, examinando cada
centímetro de su rostro con el ceño fruncido a sólo un palmo de distancia. _Tu
nombre_.
Involuntariamente, Dean contiene la respiración. El poder que emana de aquel
ser le eriza el cabello. Súbitamente se encuentra de regreso en la cocina de
Bobby y Cas le está amenazando con devolverlo al infierno. Tiene que aclararse
la garganta para responder.
_Dean Winchester_, dice y de pronto toda la altivez del sujeto se esfuma y se
transforma en confusión.
_Dean… Winchester_, repite remarcando el nombre como si se obligara a
tallarlo en su memoria. Dean se pregunta cómo puede mirar aquellos ojos
105
fieros, verde y amarillo, los ojos de un león, y no caer fulminado allí mismo.
_No es el tiempo_, murmura el ente tan cerca suyo que el cazador siente su
tibio aliento contra la mejilla.
_¿P-perdón?_
_Eres humano_
_Bueno,… sí_.
El ser lo observa con interés en silencio un instante más.
_¿Por qué estás aquí, entonces?_
La pregunta le devuelve el coraje al cazador al recordarle por qué ha
emprendido la aventura hacia la cumbre.
_Necesitamos Gracia. Un montón de Gracia_.
El ente se aparta un par de pasos sin quebrar en ningún momento el contacto
visual.
_Explica_
Dean toma una gran bocanada de aire antes de contestar, temiendo despertar de
alguna manera la ira del ente con lo que tiene que decir. La Palabra podría no
ser suficiente esta vez para mantenerlo a salvo.
_Hace algunos años una mujer vino aquí a pedir la gracia de concebir una
niña_, le cuenta y de inmediato el ente se yergue como si alguien le hubiese
atacado de sorpresa con una lanza. En un segundo se ha retirado en dirección al
árbol de la misma forma en que antes se acercó, desapareciendo y apareciendo
como la bruma alrededor. A ratos a Dean le parece que toda su persona está
hecha de esa misma niebla. El ente permanece quieto, la cabeza gacha, el árbol
y el flujo de agua a sus espaldas como telón de fondo.
_La recuerdo_, dice completamente despojado de su arrogancia anterior.
Dean espera a que agregue algo más, pero el sujeto se queda allí, tan sólo
mirando el suelo, como si hubiera olvidado la presencia del intruso en sus
dominios.
Después de un rato, incómodo por el prolongado silencio, el cazador se atreve a
continuar.
_La niña es mi hija ahora_
El ente se toma su tiempo para volver a dirigir su atención al cazador. Y cuando
lo hace, una sonrisa contenida juguetea en sus labios. Escalofriante.
_Por supuesto_, dice en un susurro.
Realmente turbador.
Dean prosigue, haciendo a un lado la confusión que las reacciones del ser le
provocan.
_El asunto es que mi hija, Angie, está en problemas. La Gracia en su interior
fue… envenenada_.
_Esa Gracia nunca debió haber abandonado este lugar, estuvo mal, fue un
robo_.
_Sí lo sé, la madre de Angie también lo reconoce así ahora y lo lamenta_.
_¡Ese acto trajo deshonra sobre mi persona!_.
_Lo siento por ti, pero ahora mi niña necesita reemplazar esa Gracia por nueva,
así que…_

106
_Nunca, NUNCA, había ocurrido un hecho de esa envergadura. No se trató de
cualquier clase de robo. ¡Hablamos de Gracia del Cielo! ¡La vergüenza cayó
sobre mí!_
Dean suspira, cansado.
_De acuerdo, Sr. Deshonra, todo lo que quieras pero mientras nosotros
charlamos aquí, mi hija aún está en peligro. Así que, ¿qué tal si vamos al
punto?_
El ente lo mira con intensidad un momento y luego sus labios se curvan
mínimamente en la sombra de otra sonrisa.
_Cierto. Tu hija. Angie_. El tono de su voz podría ser muy bien sarcasmo así
como reverencia, Dean no sabe decirlo con seguridad. _Lo que pides no es
posible_.
El cazador frunce el ceño, perplejo.
_No lo comprendo_, mira alrededor. _Esta es la fuente de su Gracia, ¿no? La
madre de Angie la hurtó de aquí_.
_No. Ella sólo tomó una chispa de la Gracia, apenas un reflejo de su poder. De
otro modo, hubiera muerto, aún con las Palabras insolentemente guardadas en
su boca. Para salvar a tu hija es necesaria, como lo dijiste, una inmensa cantidad
de Gracia. Necesitas un contenedor_.
Esta vez la confusión es completa para el cazador.
_¿Qué? ¿Hablas de una botella o algo semejante? ¿Qué quieres decir?_
_Hay que acarrearla. Adentro_.
_Bueno…_, se toma un segundo para reflexionar, _Entonces, ven con nosotros
y acarréala_.
_No puedo ayudarte_.
_¿Por qué no?_
_No es mi Gracia. Yo sólo soy un Kerub_
Nuevamente Dean se siente desorientado.
_¿Un querubín?_, tantea.
_No. Un Kerub_
_Un guardián_, interviene por primera vez Castiel, incorporándose desde su
posición al lado de Sam. _Alguien que cuida las puertas sagradas. Los persas le
otorgaron el nombre de Genio pero es un ángel, servidor de los serafines y
querubines que rodean el trono de Dios y comparte la misma naturaleza de
fuego purificador con ellos_.
_Entonces estás relacionado con las altas esferas_, concluye rápidamente Dean.
_Ya no más. Como dije antes, la deshonra…_
_Sí, sí, cayó sobre ti. Amigo, existen muchas historias más tristes que la tuya_.
Por un momento los ojos del Kerub brillan hasta el punto de hacer creer al
cazador que explotarán en cualquier momento y los freirán a todos. Fuego
purificador, se recuerda a sí mismo y se abofetea mentalmente por olvidar ante
quién se encuentra. Sin embargo, por alguna razón, el ente se esfuerza en
contener su enojo y retomar la compostura.
_No puedo dejar este lugar_, dice en tono neutro. _Perdería mi propia Gracia_.
_Pero ya lo hiciste_, razona Dean _Pusiste a Angie en la Milton House. Fuiste
tú, ¿verdad?_

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_No, no fui yo_, replica y esta vez hay un tinte de emoción en sus palabras.
_Mis hermanos lo hicieron_.
_Tus… hermanos?_
_La guardia para esta clase de lugar está formada por una tríade. Se supone que
nunca deberíamos abandonar el objeto de nuestra misión pero cuando esta
mujer vino a nosotros y nos obligó a entregarle la Gracia, alguien tuvo que
encargarse de que el fruto de esta situación no cayera en malas manos y esos
fueron mis hermanos_.
_Los Milton_, musita Dean con asombro. Todo encaja entonces. Ángeles sin
práctica de humanidad pueden parecer crueles ante los ojos de los hombres. Él
mismo ya vivió la experiencia con Cas.
_Desde aquí podemos observar lo que hace la gente del pueblo. Vimos el
nacimiento de la niña. Vimos las lágrimas de su madre cuando fue abandonada
por los suyos. Y su felicidad también. Entonces, Ellos vinieron por el bebé. Era
lógico que sucediera algún día. Mis hermanos abandonaron su gracia aquí y se
convirtieron en mortales después de usar el restante de su poder para salvar a la
niña_, mira a Dean, _Angie_. Y sigue luego su relato concentrándose en un
punto en el infinito. _Prepararon un lugar para protegerla. Yo ayudé
proveyendo los suplementos humanos desde aquí. Mis hermanos venían por
ellos a la base de esta montaña_, la tristeza cruza sus ojos como un relámpago y
desaparece de inmediato. _Un día se fueron y no regresaron. Nunca más supe
de ellos_.
El cazador y Cas intercambian miradas desde la distancia, obviamente en la
disyuntiva de decirle la verdad sobre sus compañeros al Kerub. Sin necesidad
de palabras, ambos llegan a la conclusión de que no es el momento más
apropiado para hacerlo. Dean se vuelve de nuevo hacia el guardián y se aclara
la garganta con un breve carraspeo antes de comenzar a hablar nuevamente.
_¿Por qué... por qué no trajeron a Angie a la montaña? Quiero decir, aquí nadie
podría alcanzarla_
_Ella es humana, carne y huesos. Una pequeña criatura con un gran poder en su
interior, pero aún así una humana_.
El panorama es desalentador entonces. Dean siente cómo su ánimo comienza a
descender en caída libre muy a su pesar.
_Necesita la Gracia_, dice y es casi una súplica.
_Lo sé. Pero soy el último de la tríade. Así que, como podrás entender, no soy
yo quien puede acarrearla_.
Sin proponérselo Dean mira a Cas de reojo y el guardián adivina su
pensamiento.
_Él no puede_
_Es un ángel_
_Ningún ángel puede porque esta impresionante Gracia…_ el kerub contempla
la niebla a su alrededor con clara admiración. _…pertenece a otra clase de
ángel_.
Dean no se rinde.
_Entonces, ¿dónde está el propietario?_
_Yo… no lo sé_

108
El cazador le dirige una mirada de sospecha. Ha conocido suficientes criaturas
extrañas en su vida y sabe muy bien que aún los ángeles no siempre dicen la
verdad completa. Y algo en su interior le advierte que eso ocurre con el que
tiene al frente.
_¿Sabes? Aún puedo usar la otra Palabra_.
_¡Digo la verdad!_, protesta el otro. _Hubo un tiempo en que se les pidió que
bajaran a la Tierra porque vendrían días en que la humanidad debería enfrentar
tantos peligros que su presencia sería necesaria para prevenir la extinción.
Nadie sabe dónde se encuentran ahora. Ninguno de ellos_.
_Entonces, ¿éste no es el único?_
_No. Hay otros lugares semejantes, en el mar, en el desierto, bajo el hielo,
resguardados por tríades de Kerubs. Yo sólo conozco éste. Nunca me he
movido de aquí. No puedo decirte dónde está él y no puedo acarrear su Gracia
conmigo_.
El desaliento cae como una cortina sobre el rostro del cazador, tan visible que el
mismo Kerub puede notarlo.
_Pero…_, agrega entonces y Dean dirige su atención de inmediato hacia él.
_Pero, ¿qué?_
_Ciertas personas podrían hacerlo_
_¿Ciertas personas como quién?_
El guardián le clava la mirada y sonríe de esa manera sospechosa que está
comenzando a patearle a Dean en las bolas.
_Gente escogida por el Cielo_
El cazador saca cuentas un momento.
_Como… ¿recipientes de arcángeles?_
_Dean…_, salta Castiel desde atrás.
_Calla, Cas_. Mira de nuevo al guardián. _¿Bien?_
_Tú lo has dicho_.
_Soy el recipiente de Michael, el elegido. Maté a la Gran Ramera y a un Ángel
con barras y aún tengo mis ojos buenos. ¿Puedo hacerlo?_
La sonrisa del guardián se mantiene si es que no se hace más grande.
_Sí, puedes_. Pero enseguida, como si recordara algo, su rostro se llena de
preocupación. _Pero, ha pasado mucho tiempo desde que..._ se frena en seco y
se muerde los labios como impidiendo que salgan de ellos palabras
inadecuadas. _Podrías no estar preparado_.
Cas se adelanta sin poderse contener más tiempo.
_La gracia de Angie está pervertida ahora, Dean. Es demasiado poderosa. Y tú
no eres…_ duda un segundo. _… no eres un ángel. Eres sólo un humano_.
El guardián lo mira, perplejo.
_Es un Servidor del Cielo_.
_¿Lo escuchaste?_ arremete Dean volteando hacia el ángel. _¿No recuerdas que
tú mismo me arrancaste una promesa? ¿acerca de servir al Cielo y sus Ángeles?
Eso cuenta para algo ¿verdad?_, pero le entra una pequeña duda y se vuelve
hacia el guardián. _¿Verdad?_
_Así es_.
_¿Lo ves?_
Cas mueve su cabeza con desazón.

109
_Esto no es sabio, Dean_
_Yo nunca he sido sabio, Cas_. Dean lo mira, intrigado por la actitud del ángel.
_¿Cuál es tu problema, amigo?_
Con un gesto de exasperación, Cas lo toma del brazo y lo aleja unos pasos del
Kerub.
_¡Es demasiado para ti!_
_Bueno, gracias por el voto de confianza, pero el querubín aquí dice que…_
_¡Cállate y escúchame, Dean!_ estalla Cas y vuelve a bajar la voz cuando se da
cuenta que ha llamado la atención de Sam quien levanta débilmente su cabeza
hacia ellos. _¿Sabes…?_ empieza, duda, se humedece los labios y arremete de
nuevo. _¿Sabes cuándo ocurrió todo esto?_.
_Angie tiene ocho años, así que…_
_¡No me refiero a eso!_
_Cas, cálmate. Qué susceptible. Te va a subir la presión_.
_¿Sabes cuándo apareció este lugar?_
Dean se tensa.
_¿Es esta información directamente relevante para salvar a Angie?_
_Bueno,… no, pero…_
_Entonces, no me importa. Él dice que puedo, así que lo haré. Punto_
_Pero, ¡Dean!_
_¡Cas!_
Un carraspeo de parte del guardián les hace voltear al unísono hacia él.
_Pensé que tenías prisa_
Dean le dirige una mirada reprobadora a su amigo.
_Sí, la tengo_.
Dean regresa con el guardián y Cas con Sam. El joven Winchester ha seguido la
conversación lo mejor que ha podido desde su posición. Aún siente algo de
mareo y sus piernas y brazos aún se niegan a obedecer con propiedad, pero por
lo demás ha desaparecido el malestar en su cabeza y músculos. Mira a Cas a su
lado. El ángel tiene el rostro descompuesto por la preocupación.
_Cas, ¿qué sucede?_
_Es un error. Tu hermano es un maldito testarudo_.
Sam suelta un bufido.
_Dime algo nuevo_, el ángel ni siquiera parece haberle escuchado _¿Cas?_
Castiel mira el suelo mientras intenta calmarse.
_Es sólo una sospecha, pero si es verdad…_ sacude la cabeza. _lo que tu
hermano va a ser es riesgoso._
El corazón de Sam tiembla en su pecho.
_¿Que… que tan riesgoso?_
_Quizás tu hermano nunca regrese_.
Sam dirige su mirada hacia Dean. Su hermano asciende entre la hierba tras la
figura luminosa hacia el gran árbol en el centro del escenario. Intenta ponerse
de pie torpemente. No puede dejar que Dean haga alguna tontería. Cas lo
detiene obligándolo a tomar asiento nuevamente junto a él.
_Si vas, arderás_, le recuerda y Sam tiene que conformarse sólo con observar
cómo su hermano se dirige a un futuro incierto.

110
Arriba, Dean y el Kerub han llegado a pasos del árbol. El guardián invita al
cazador a colocarse frente al tronco que completa el ancho de una casa mediana
y él mismo se coloca a un costado, flanqueándolo. En el centro, hay un
grabado.
_¡Oye! ¡Conozco esto!_, reconoce Dean. _Es lo que Angie escribió en la
tierra_.
_Es el Nombre_, dice el guardián.
_¿El nombre del no-ángel?_ de pronto se percata de la admiración con que el
ente lo contempla desde su lugar _Deja de mirarme así, amigo_
El guardián baja la mirada enseguida.
_Perdón_, se disculpa, _Es sólo que… pocas personas en el mundo tomarían
este riesgo. Es… impresionante_
_Bueno,… gracias… creo_. Vuelve a concentrarse en el sello que tiene al
frente. _Entonces, ¿ahora qué?_
_Pon tu mano allí_, le señala el ente y Dean obedece colocando su mano
derecha en el centro del dibujo. _…y dí la Palabra_.
_¿Qué?_
_Dí la Palabra_, insiste el Kerub.
_¿La Otra Palabra?_
_Sí. La otra Palabra_.
Dios, había pasado toda la tarde repasándola, se había dormido con ella en la
boca buscando marcarla a fuego en su memoria. Pero ahora, no estaba seguro
de poder pronunciarla con propiedad. Se humedece los labios mientras vuelve a
mencionarla en su mente y abre la boca, dispuesto a dejarla salir. Pero lo que
resulta no parece una palabra. Es más un sonido, una melodía profunda y
melodiosa, más prolongada de lo parecía en la voz de la madre de Angie. A su
alrededor, las ramas del árbol y la hierba se curvan ante su eco y permanecen
así hasta que se extingue la última reverberación.
Por un momento, parece que no pasa nada.
Dean frunce el ceño, en cierta medida defraudado.
_De acuerdo. ¿Y ahora?_
El Kerub no está.
_Hey, ¿querubín? ¿Dónde…?_ y entonces una pequeña fisura brillante aparece
lentamente en el centro del sello _¿Qué dem…?_
La fisura se hace más grande y más brillante cada vez y de pronto le estalla en
el rostro. Por un instante, Dean cree que ha fallado y ha muerto porque no
siente su cuerpo y todo alrededor es luz. Se ahoga en luz. Está en el aire. Puede
ver el mundo que se abre a sus pies. Cruza el océano y contempla pueblos en
todos los continentes, millones de almas entrelazadas, sufriendo, amando.
Siente una reconfortante calidez con la bondad de sus corazones y se asquea
con la maldad. En su mano tiene una espada y está dispuesto a usarla.
_¡Dean…!_
Ve al hombre salir de las cavernas, cambiar su entorno para sobrevivir, y cruzar
los mares y conquistar tierras que no le pertenecen. Presencia las grandes
tormentas, contempla el movimiento de los continentes que surgen y se hunden
con la misma facilidad.
_¿Puedes oírme? ¡Dean!_

111
Oh, Dios. Va a estallar, está seguro.
Ve a Castiel aparecer frente a él, los brazos extendidos, buscando aferrarlo.
Sabe que está asustado por él. Quiere decirle que va a estallar y abre la boca
para hacerlo pero entonces, apenas deja salir el primer sonido, el ángel sale
disparado por los aires hasta caer a los pies de Sam, Sammy, su Sammy a quien
ve a la edad de tres años en medio de una de sus pataletas, a los diez
descubriendo el trabajo de su padre, a los catorce intentando hablarle a una niña
en su clase, a los 23 muriendo en sus brazos… Dean intenta cerrar los ojos y no
puede porque no tiene. Las escenas continúan y se solapan una con la otra, lo
bueno y lo malo, la alegría y la pena. Siente furia frente a la sangre de demonio
en sus venas y la espada aparece en su mano de nuevo, y al mismo tiempo su
corazón se colma de compasión por el de su hermano, extraviado y dolido, dos
Sam, Sammy y Sam, cordura y locura, el fuego del infierno, el instante de la
libertad. Le huele el azufre en la piel y el miedo en su espíritu. Si hubiera
sabido, Sammy, si hubiera sabido, no hubiera sido tan severo contigo.
Sam está en medio del círculo.
_¿…Dean?_
_Está bien, Sammy. Todo estará bien_.
Abre las alas enormes y blancas en un par de movimientos, envolviéndolo todo,
y luego el mundo se vuelve niebla y desaparece ante sus ojos.

112
23

Another kind of angel

Despierta en el Impala, en el asiento trasero, arrullado por el vaivén del


vehículo sobre la carretera. Sam conduce y Castiel está sobre él, vigilándolo
con preocupación, muy dentro de su espacio personal.
_¿Cómo está?_, oye decir a Sam desde adelante.
_Despierto_, contesta el ángel justo por encima de su cabeza.
_Y… ¿cómo estás tú?_, continúa Sam, dudoso.
_Estoy bien_.
Dean tiene la tentación de reír.
_Orgullo herido_ farfulla y siente como si lo dijera otra persona.
Abre los ojos para demostrar que está despierto y lúcido. Cas luce algo
ofendido.
_¿Qué dijiste?_
_Tienes el orgullo herido_, repite. _Puedo verlo_.
El ángel se retira de su campo de visión con movimientos medidos, la mirada
alerta, estableciendo una prudente distancia.
_¿Cómo te sientes?_, le pregunta como si hiciese una fría evaluación de daños.
El cazador no sabe bien qué responderle. La sensación le es ajena, su cuerpo y
su mente parecen haber emprendido caminos diferentes.
_Exprimido_, responde finalmente e intenta incorporarse en el asiento donde lo
han recostado en algún momento del que no tiene conciencia. Por la ventanilla
ve pasar los postes de electricidad y los árboles de una vieja carretera. Ni señas
de la gran montaña. _¿Adónde vamos?_
_Dijiste al norte_, le informa Sam, las manos firmes en el volante. _Así que,
vamos al norte_
_¿Yo dije eso?_
_Uhu_
Rebusca en su memoria pero no hay nada más que una niebla tan blanca como
la que han dejado atrás.
_No sé por qué lo dije_. De pronto se da cuenta que el ángel no le ha apartado
la vista de encima, vigilante. _Entonces, resultó_. Cas le responde con un ligero
asentimiento. _¿Por qué tan serio, entonces?_
El ángel habla midiendo sus palabras.
_Lucías muy... impresionante_.
Y apenas lo ha dicho, Dean lo vive todo de nuevo en capas superpuestas sobre
un microsegundo: la sorpresa, el conocimiento absoluto, el dominio sobre la
materia; el éxtasis y la agonía del poder en su interior. La estática aún perdura
en sus oídos.
_¿Sí? Wow_, se pasa una mano por el cabello intentando disimular el temblor
que lo recorre. _Me habría gustado verlo_. Con gesto cansado, se endereza por
completo en el asiento. _Bueno, ¿dónde está el Manual del Usuario, Cas?_
El ángel baja por un momento la guardia, confundido por la pregunta.
_¿Cuál manual?_
113
_Creo que quiere saber cómo funciona esa cosa que tiene adentro_, interviene
Sam.
_Gracias, Sammy. Tú siempre tan perspicaz_, y al ángel, _Sí, eso es. ¿Cómo
funciona?_
_No existe ningún manual de ese tipo, Dean_, responde Cas, aún confuso.
_Sólo debes dejar que se canalice. Pero, por ahora, deberías mantenerlo oculto.
Al menos hasta que encontremos un lugar seguro donde puedas practicar_.
_Mantenerlo oculto_, repite con un mohín burlesco. _Suena fácil_.
_Tiene razón, Dean_, le habla Sam de nuevo. _Meg vio la luz de la gracia de
Angie cuando ella trató de sanarme. No queremos que ellos sepan de ti por
ahora_.
_¿Por qué no? Soy una especie de bomba nuclear, ¿verdad? Podemos caerles
encima en el momento en que lo deseemos_.
_Claro_, ironiza Sam. _Porque sabes exactamente cómo y qué hacer con la
Gracia que llevas dentro_.
Repentinamente, a modo de una tormenta tropical, el rostro del cazador pierde
todo atisbo de broma y se endurece de tal manera que hasta el viejo vehículo
disminuye el ruido de su motor.
_Tal vez_, dice en un tono tan frío que el cabello de Sam se eriza en su raíz.
_¿Quieres un ensayo?_. El volante del Impala se torna un hierro candente que
Sam se ve obligado a soltar. Sin embargo, el vehículo continúa por la carretera
sin desviarse un ápice de su carril.
_¡Basta, Dean!_, advierte el ángel aunque mantiene la distancia con el cazador.
_¡Esto no es un juego!_.
Dean lo deja. Sam pone sus manos de regreso sobre el volante justo a tiempo
para evitar un derrape. No hay seña en él de lo que acaba de ocurrir, ni siquiera
un pequeño tizne de quemadura.
Atrás, Dean se lleva una mano a los ojos, el temblor de su cuerpo ahora
completamente evidente. Dios. ¿Qué es todo ese ruido? El ángel se le acerca y
toca su hombro.
_¿Estás bien?_
_Sí, sólo... dame un minuto_. Alza la vista hacia Cas y falsea una media
sonrisa. _Esta cosa es un poco abrumadora. ¿Cómo lo haces?_.
Cas reconoce su esfuerzo por simular normalidad, pero también nota que en sus
ojos el color se arremolina como si dentro de ellos existiese un huracán presto a
desatarse.
_Deberías reposar otro poco_, le aconseja con calma y lo empuja suavemente
de regreso a la posición horizontal en que se encontraba antes.
_De acuerdo_, concede Dean, demasiado rápido para la tranquilidad de los
otros dos, y cierra los ojos. Si tan sólo pudiese encontrar algo de silencio. Aún
así, con un largo suspiro, deja que su cuerpo, ese extraño envase de carne que le
parece tan ajeno a momentos, se relaje tendido a lo largo del asiento.
Sam le echa una mirada rápida a su hermano desde el asiento del conductor
antes de volver a concentrarse en la carretera. Dean luce en paz y él apenas
puede creerlo después de todo lo que ha ocurrido en las últimas horas.
_Cas_, llama al ángel, haciéndole una seña para que se asome hacia adelante.
_¿Qué piensas?_

114
_Que tu hermano es un idiota_.
_Eso ya lo sabíamos_, concuerda, _pero... ¿va a estar bien?_
Cas observa el sube y baja de la respiración del cazador rendido al agotamiento.
_Yo diría que lo está llevando en forma bastante aceptable_, concluye. _Está
manipulando un gran poder. Podría ser peor_.
_Sí, tienes razón_, concuerda, deseando creerle con todas sus fuerzas. _Espera
un poco. ¿Cómo es que no estoy hecho polvo? Quiero decir, estoy apenas a un
metro de distancia de él. Debería estar muerto_.
_Quizás te ha sanado_.
Sam niega con un movimiento de cabeza.
_Aún siento la necesidad en mí_.
_Entonces, debe haber extendido la protección que el Kerub te concedió
momentáneamente_.
_¿Algo así como un escudo móvil?_
_Tal vez_.
Se mantienen en silencio por unos momentos mientras devoran la carretera
hacia el norte como lo ha ordenado Dean. Pronto deberán detenerse en algún
motel. Ha sido una jornada difícil, y extraña, para los tres.
_Cas ... éste aún es mi hermano, ¿verdad?_
Castiel observa la figura que duerme profundamente en el asiento trasero del
Impala.
_Sí_.
_Y esta Gracia que está acarreando le pertenece a una criatura poderosa_.
_Sí_. Inclina la cabeza, curioso. _¿Qué deseas saber, Sam?_
_Es... Es sólo que Dean... bueno,..._ busca la mirada del ángel en el espejo
retrovisor. _Él es sólo un humano, ¿cómo... cómo puede hacer esto y continuar
vivo?_
_Es el recipiente de Michael_, cuando lo dice, Sam no puede verle el rostro. _El
Kerub dijo que era suficiente_.
_Pero tú no crees eso, ¿verdad?_
_¿Por qué no?_ intenta sonar convencido sin mucho éxito. _De alguna manera,
tu hermano siempre termina involucrado en situaciones increíbles e insanas,
como ésta. No debería sorprenderte_.
_Sí, pero... Cas_, lo busca por el espejo retrovisor. _Cas, mírame_, el ángel se
vuelve y encuentra el reflejo de sus ojos inquisidores en el espejo. _Díme la
verdad. Tú no lo crees, ¿verdad?_
_¿Pueden ustedes dos bajar el tono, por favor?_, resuena la voz enfadada del
cazador, repentinamente despierto. _Hay demasiado ruido_. Se lleva una mano
al puente de su nariz mientras se incorpora en el asiento.
Sam y el ángel comparten una mirada de inquietud.
_¿Te encuentras bien?_, inquiere Castiel.
_No puedo entender lo que dicen_.
_¿Nosotros?_
_No_
_¿Quiénes entonces?_
Dean se cubre los oídos.

115
_Dean, quiénes?_, insiste el ángel mientras Sam se tensa en el asiento del
conductor.
_Todos ellos_
_¿Quiénes son ellos?_
_¡Todos lo que están gritando en mis oídos! ¡Silencio!_, reclama y se lleva
sorpresivamente una mano al pecho. _Voy a eruptar_
_¡Dean!_ protesta Sam con un mohín de disgusto. _¡Vamos! ¡Pensé que
hablabas en serio!_
_Hablo en serio_, replica el cazador y su expresión acompaña a sus palabras.
_Ya no encajo en este cuerpo_.
_Deberías volver a descansar_, le aconseja Castiel mientras tiende una mano
hacia Dean con la intención de empujarlo nuevamente, pero esta vez se detiene
antes de tocarlo, alarmado por el semblante de su amigo. _¿Dean?_
_Es porque aún no es tiempo_, balbucea.
_Dean, cálmate_.
El cazador lo ignora y a cambio voltea hacia la ventanilla, su atención capturada
por algo allá afuera que el ángel no logra identificar.
_Están clamando por ayuda_, continúa Dean y Cas ve cómo alza su mano
derecha y la empuña como si llevara una espada en ella. _Debería estar allí_,
susurra el cazador, absorto en la visión de su puño.
Cas se inclina sobre el oído de Sam con urgencia apenas contenida.
_Toma el primer desvío que encuentres_, le ordena.
_¿Qué sucede?_
_No estoy seguro aún. Sólo date prisa_
Sam rastrea el camino en busca del desvío pero no hay ninguno a la vista aún.
Siente el peso de Cas recostado contra el respaldo de su asiento. El ángel se
mantiene tan alejado de Dean como se lo permite el apretado espacio del
Impala. Sería divertido si no fuera por la máscara escalofriante que luce el
rostro de su hermano, los ojos fijos ahora en su persona.
_¿Sucede algo?_, se fuerza a preguntar, vigilándolo a través del retrovisor.
_Apestas_, escupe asqueado el cazador.
_¿Q-qué?_
_Azufre_.
Sam siente que la sangre se le hiela en las venas. Traga con dificultad mientras
se obliga a despegar la vista del reflejo de Dean en el espejo y centrarse en el
camino. ¿Dónde está el maldito desvío?
Finalmente, tras una curva, aparece la entrada hacia un camino de gravilla. Sam
da vuelta el volante con presteza. De inmediato, Dean reacciona.
_Detén el auto_, dice apretando los dientes.
_¿Qué?_
_¡Detén el auto!_
Sam pisa los frenos abruptamente y cuando levanta la vista, tras el envión,
Dean ya no está en el asiento trasero.
Él y Castiel descienden de inmediato del auto. Dean se encuentra unos metros
atrás, de pie en medio de la carretera.

116
_¿Qué está haciendo?_, quiere saber Sam y hace la intentona de correr en
dirección a su hermano, sin tener muy claro de qué serviría, pero Castiel se lo
impide agarrándolo con fuerza de un brazo.
_Déjame a mí_, dice y sin esperar la reacción de Sam, se dirige con cautela
hacia la figura del cazador plantada sobre el asfalto. _¿Dean?_
_Estás asustado de mí_ le habla con la vista fija en el horizonte y enseguida
bufa. _¡Dios! ¡Yo estoy asustado de mí!_. Mira a Cas de arriba abajo.
_¿Debería conseguir una de esas gabardinas ahora?_, se ríe de su chiste sin
gracia.
_Necesitamos regresar al auto_. El cazador lo ignora. Hay un cosquilleo
eléctrico en el ambiente y el ángel lo siente en la yema de sus dedos. Lo intenta
de nuevo. _Vamos, Dean. Tienes que..._
_Puedo sentirla_, dice de pronto.
_¿A Angie?… ¿Qué sientes?_
_Dolor. Está sufriendo. Se encuentra en peligro_. Dean ladea la cabeza como
suele hacerlo Cas cuando está tratando de descifrar un misterio. _Ella es el
peligro_. Un resplandor blanquecino obliga al ángel a dirigir su atención hacia
el final de las mangas en la chaqueta de Dean. _Es… repugnante_. Por debajo
del borde, las manos del cazador han comenzado a brillar y el ángel, con
pánico, comprende. Dean va a irse, va a desaparecer y entonces ocurrirá
cualquier cosa, medio mundo puede explotar con él.
_¡No! ¡No es así!_ exclama y avanza temerariamente hasta que ambos quedan
frente a frente. _¡Dean, regresa! ¡Ahora!_
Y de repente el cazador clava su mirada en él, el verde de sus ojos como dos
dagas color esmeralda apuntándole con fiereza. No necesita hablar para hacerle
saber que no desea recomendaciones de un simple ángel de batallón, carne de
cañón. Cas, a su pesar, tiembla. Y entonces la Gracia crece y se expande en el
cuerpo humano de Dean como la primera vez, no, peor, más fuerte, más
poderosa. A los costados del camino, los árboles se comban doblegados por una
fuerza invisible, el pavimento bajo sus pies se convierte en polvo en el área de
un círculo perfecto, el Impala da un brinco sobre sus neumáticos y avanza un
par de metros con el impulso de la onda, Sam cae al suelo, el ambiente se llena
de electricidad, zumban los oídos, las nubes se abren en el cielo.
Castiel se ancla al suelo con toda su energía mientras el asombroso poder lo
atraviesa y sigue su camino. De reojo puede ver a Sam poniéndose de pie,
intentando acercarse, pero es inútil porque cae de nuevo sin fuerzas, a cuatro
manos en el suelo. Cas no puede ayudarlo esta vez. Necesita concentrarse en
Dean. El cazador está alzando sus brazos, las palmas de sus manos hacia arriba
como dos antorchas de luz blanca. Tiene la tentación de arrojársele encima y
obligarlo a bajarlos de nuevo a la fuerza, pero sabe que no conseguiría mucho
más que la última vez si no es terminar en el otro extremo del planeta.
_¡Lo que ves es Meg, no Angie!_, le grita en el rostro, como un entrenador a su
protegido. _Angie es dulce, ¿recuerdas? Y le gustan los gatos, ella cuida bien
de Iosephus, y canta y ríe con tus bromas y tú le regalaste una muñeca y una
chaqueta verde que ella no se quita jamás. ¡Te necesita! ¡Ella te ama y tú la
amas a ella!_. Siente el ardor irradiar desde el cuerpo del cazador amenazando
con convertirlo en cenizas, pero no se aleja. _¿Recuerdas eso?_ y tiene que

117
apretar los dientes para no escupir alguno de los juramentos que ha aprendido
del cazador, presa de la frustración. _¡DEAN!_
_Es mi hija_, dice al fin el otro y cuando lo hace, es la voz del hombre que
recogió una niña y un gato el invierno pasado.
_¡Sí, lo es! ¡Maldición!_.
En un primer momento, Dean luce perdido. La luz que proviene de su persona
se hace más intensa a cada momento, saltan chispas en el aire alrededor, los
cables eléctricos estallan en los postes. Se mira las manos volteándolas de lado
a lado, intentando comprender.
_¡Voy a explotar!_
_¡No! ¡Mírame! ¡MÍRAME!_ el cazador le obedece y se concentra en el rostro
del ángel. _¡Tienes que tomar el control! ¡Puedes hacerlo! ¡Dean! ¡Sé que
puedes hacerlo! Recuerda a Angie. ¡Estás en esto por ella! Por tu hija_.
Dean le mantiene la mirada un instante y luego vuelve a concentrarse en sus
manos.
_De acuerdo_.
Y entonces las nubes se mueven de nuevo en libertad, los oídos dejan de
zumbar y el rostro del cazador adquiere una expresión serena. El silencio se
adueña del lugar y Castiel puede soltar el aire de sus pulmones que no sabía que
estaba reteniendo.
_Estoy mareado_, declara el cazador.
Cas alarga un brazo hacia él con la intención de prestarle ayuda pero Dean lo
esquiva.
_No me toques_, le advierte y emprende el camino de regreso al Impala
cuidando cada uno de sus pasos. _Arderías_.
Sam lo deja pasar también sin atreverse a acortar la distancia que lo separa de
su hermano. Sólo cuando el cazador se deja caer pesadamente en el asiento
trasero, va y se instala tras el volante. Castiel ocupa el asiento del copiloto esta
vez. Sam prueba el encendido y el característico ronroneo del motor del Impala
cubre el silencio.
_Hay una granja. Allá._, señala Dean con el dedo hacia algún punto en el
frente. _Vamos_
Sam obedece y mientras maniobra para enderezar el vehículo, le echa un último
vistazo a la carretera hecha polvo a sus espaldas.
_No sé qué explicación va a dar la policía respecto a eso_.

Sorprendentemente, la granja está debidamente preparada para recibirlos. Se


encuentra abandonada, eso es seguro. Pero a pesar de su aspecto destartalado,
su interior rebosa de buena salud. En la cocina hay un refrigerador con víveres
de toda clase, incluido Pie de manzana fresco que Dean no tarda en dar de baja.
Sam lo observa, sentado a la mesa, él mismo con una porción de su ensalada
favorita frente a él de la que aún no es capaz de probar un bocado. Dean actúa
como si hubiera olvidado la razón por la cual se hallan detenidos allí.
_¿Te encuentras bien?_, le pregunta viéndole terminar su tercer plato.
_Nunca estuve mejor_, responde el cazador con la boca llena de Pie y
enseguida coge su vaso y bebe lo que queda de su gaseosa sólo para volver a

118
llenarlo de la nada con un movimiento de su dedo índice con el que marca el
nivel hasta donde lo quiere ver cubierto.
Sam le echa un vistazo a Cas, instalado a espaldas de Dean, de pie contra la
pared y brazos cruzados sobre el pecho como lo ha estado desde que terminó de
dar su ronda de vigilancia. El ángel no parece muy contento con la situación.
_Hum, Dean…_, decide hablar Sam. _respecto del asunto de ocultarse… ¿no
crees que deberías ser un poco más cuidadoso?_
_¿Te refieres a…?_
Sam hace una seña con su mano indicando la mesa, la granja y su alrededor.
_Me refiero a esto. ¿No es un poco... notorio?_
_No te preocupes. No nos verán_
_¡Pero estás usando demasiada Gracia! ¡Por supuesto que nos verán!_
_No pueden. No se los permito_.
_Pero…_
_No pueden_, lo corta levantando el dedo índice para remarcar lo dicho.
_Punto_. Se lleva una mano al pecho con un gesto de dolor. _Oh no. No de
nuevo_.
_¿Qué pasa?_, se alarma Sam. _¿Es la Gracia?_
_Es eso o comí mucho Pie_. Se echa hacia atrás arrastrando la silla con él.
_¡Dios!_, se queja inclinándose hacia adelante. _¡Esto es tan molesto!_, y
entonces desaparece.
Sam se pone de pie, al borde del pánico.
_¿Dónde se fue?_
Castiel abandona su posición y avanza hacia la silla vacía en busca de algún
rastro de su escencia. Lo encuentra y mira a través de la ventana.
_Afuera_, y desaparece a su vez.
Cuando Sam alcanza la puerta, el ángel va detrás de Dean manteniendo una
distancia constante entre los dos. Caminan hacia el cerco que delimita el campo.
El cazador voltea y le habla y Cas le responde mientras ambos avanzan. Sam no
alcanza a escuchar las palabras desde el lugar en que se encuentra (y que, por
cierto, no piensa abandonar), pero a ratos suenan enfadadas de parte del ángel y
burlescas de parte de su hermano. Se detienen. Dean está riendo
descaradamente. Cas le reprende, todo su lenguaje corporal lo deja de
manifiesto. La risa muere en los labios del cazador. Ha comenzado a brillar.
Sam siente que las entrañas se hacen un nudo en su interior. Cas decide
avanzar, pero al mismo tiempo que da el primer paso hacia Dean, éste se deja
caer de rodillas y posa su mano derecha en el suelo. Allí donde se produce el
contacto, la tierra se comba con un sonido apagado, se ilumina y hierba fresca
surge alrededor; las plantas florecen y lo que sea que ha salido de Dean se
expande hasta los troncos secos alrededor de la casa y éstos reverdecen, crían
ramas y dan fruto.
_Oh. Mi. Dios_, exclama Sam boquiabierto.
La onda expansiva continúa y pasa por debajo de la casona, rozando los zapatos
de Sam. Por un momento, la noche se hace día. Cuando alcanza el granero, el
Impala guardado allí por la noche prorrumpe en una sonora fiesta de bocinazos
y luces intermitentes. Luego, todo se calma. Incluido Dean.

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El cazador se pone de pie, con esfuerzo, pero claramente aliviado y camina de
regreso a la casa, Castiel pisándole los talones. Pasa delante de Sam hacia el
interior sin prestarle atención, hasta dejarse caer como un saco de patatas en el
sofá. La chimenea se enciende al instante.
Cas se detiene en la puerta.
_Haré la guardia_, dice antes que Sam pueda preguntarle nada y desaparece.
Adentro, Dean continúa en el sofá, mirando sin ver las llamas en el hueco de la
chimenea. Apenas Sam entra en la sala, le señala con un gesto vago de su mano
hacia la habitación más próxima.
_Ve allá. Duerme_.
Sam sigue la dirección que ha indicado Dean. La habitación ha sido preparada
como el resto del edificio. Hay una cama a todas vistas confortable, una buena
lámpara de mesa y sobre la mesita de noche hay un par de libros. ¡Como si
fuera a poder concentrarse en leer esa noche! Mira a su hermano que aún
continúa absorto en la visión de la chimenea.
_¿Y tú?_
_Tengo que pensar_.
_Bueno, podemos pensar juntos_
_Necesitas dormir_
_No estoy cansado_
_Sí, lo estás_, dice y es lo último de lo que tiene conciencia Sam hasta que
despierta a la mañana siguiente, cómodo y abrigado, envuelto en las mantas de
la cama.
_Demonios_.
Sale de entre las ropas como una exhalación. El sofá está vacío, la sala
silenciosa. El fuego hace mucho que se ha extinguido. Se apresura en salir al
exterior. Allí, Cas observa el sitio donde se posó la mano del cazador la noche
anterior. Entre la hierba se asoma un sello que, aún de día, emite una gran
luminosidad. Sam lo reconoce como aquel que Angie instauró como defensa en
la casa donde se refugiaban y que él se encargó de sabotear. Un ramalazo de
culpabilidad cruza su corazón y le recuerda que si están en esa situación ahora
es por su culpa.
_¿Dónde está Dean?_, pregunta al ángel.
Cas le señala con un movimiento de cabeza hacia el nuevo huerto de la granja.
Allí está el cazador, de pie, al medio de todo. De cuando en cuando mueve un
brazo o ambos en el aire. Parece un demente en crisis o un artista en proceso de
creación.
_¿Qué hace?_
_Juega_
Dean desaparece y reaparece al instante siguiente en otro sector del huerto.
Toca un árbol y éste se eleva en el aire con raíces y todo. Mueve una mano y la
hierba se ordena en espiral alrededor. Está componiendo un paisaje surrealista.
Sam no puede evitar sonreír ante eso, divertido.
_Parece que Dalí ha logrado el control_. Castiel asiente, muy serio. _Eso es
bueno, ¿no?_. El ángel no contesta. _¿Cas? ¿Sucede algo?_
_Nada_

120
_Sí, seguro_, ironiza, comenzando a preocuparse de nuevo. _Cas, es mi
hermano, cualquier cosa que esté sucediendo, tengo derecho a saberlo_.
El ángel respira profundo, aún sin despegar su atención del cazador en el
huerto.
_Dean está comenzando a sentirse cómodo_.
Sam se sorprende.
_De nuevo, ¿no es eso bueno?_
_Es peligroso, Sam_.
_¿Por qué?_
_Ya te lo he dicho_
Dean se materializa frente a ellos con un sonido de telas combatiendo el viento.
_Es hora. Necesito que vengas conmigo_, le dice a Castiel, ignorando a su
hermano.
_Yo voy también_, salta Sam de inmediato y la mirada de Dean se clava en él,
fría, calculadora.
_No_
Sam se vuelve a Castiel.
_No me dejarás aquí_.
El ángel suspira, un tinte de compasión en su expresión.
_No puedo llevarte_
_¡Por qué!_
_Será una dura batalla, Sam, y tú no estás en condiciones de enfrentarla_.
Sam aprieta los labios con rabia en un mohín de tozudez, digno de un niño
caprichoso de cinco años.
_Lo juro, si me dejas aquí, beberé la sangre de cada demonio en este Estado y
los seguiré a ustedes dos de todas maneras. Sabes que puedo hacerlo_.
_¿Cuál es el punto, Sam?_, replica Dean dejando asomar la fanfarronería de su
personalidad habitual. _¿Piensas que puedes hacerlo mejor que yo?_
_Al menos sé cómo hacerlo sin tostar la mitad del planeta_, contesta a su vez
Sam y se vuelve hacia el ángel. _¿Cas?_
Pero a Castiel no le corresponde tomar la decisión. Voltea hacia Dean en busca
de su respuesta y éste acoge silenciosamente su requerimiento. El cazador mira
a su hermano por unos momentos. Sam siente cómo aquellos ojos verdes ,
brillantes como esmeraldas, lo traspasan como cuchillas.
_Estás débil_, dice finalmente. _Necesitas ser restaurado_. Extiende un brazo
hacia su hermano pero éste se hace a un lado, evitándolo.
_¿Qué vas a hacer?_
_Voy a sanarte. No más sangre de demonio para ti_
En un segundo Sam vuelve a ver ante sus ojos a Angie, su boca abierta, el verde
de sus ojos transformado en una película blanca y las delgadas venas violáceas
sobre su cuello.
_No_, y su respuesta hace que Dean enarque las cejas en sorpresa. _Si lo haces,
puedo drenar demasiada de tu Gracia. Angie primero. Luego,… veremos_.
Sam siente cómo su hermano, o lo que sea que es ahora, lo lee como si diese
vueltas las páginas de un diario.
_De acuerdo_, dice. _Pero necesitarás algo de refuerzo_

121
Antes que Sam pueda evitarlo, la mano del cazador se ha posado sobre su
cabeza y lo que sea que está haciendo en él lo pone enfermo, lo obliga a caer de
rodillas, sin fuerzas para sostenerse.
Castiel se acerca a ellos, preocupado.
_Dean, necesitas tener cuidado…_
Entonces el cazador se vuelve sorpresivamente hacia el ángel y hace lo mismo
que con Sam. Castiel siente como si un huracán fluyera dentro de él. Se mira las
manos y él también ha comenzado a brillar. Las voces del cielo cantan en sus
oídos. Cierra los ojos disfrutando el momento, la sensación de haber regresado
al hogar. Pero no dura mucho. El silencio se hace de pronto y es que Dean ha
retirado su mano y se encuentra ahora a cierta distancia, mirando a la lejanía.
Castiel se obliga a romper la inmovilidad de su cuerpo.
_¿Estás bien?_ le pregunta a Sam y éste, poniéndose de pie con su ayuda,
asiente.
_¿Qué fue eso?_
_Creo que nos ha bendecido_
Dean voltea hacia ellos.
_Tenemos que ir al norte_, declara.
Sam mira hacia el granero donde descansa el Impala, dudoso, débil aún.
_Uh… Bien. ¿Conducirás tú está vez?_
Dean mira a Sam y sonríe.
_Conduciré_, dice. _Pero no necesitaremos el auto_.

122
24

For my little girl

Sam tiene miedo.


Cada poro de su piel reacciona ante la percepción del invisible ejército de
demonios alrededor. El sulfuro de la sangre fresca está en todas partes.
Contempla los ruinosos edificios al frente suyo en una zona semiabandonada de
una ciudad norteña cuyo nombre no alcanza a descubrir.
El viaje ha sido nada más que un parpadeo, mucho más suave y ligero que en
las manos de Castiel. Dean está a su derecha, muy erguido, mientras sus ojos
verdes y brillantes escanean el área aparentemente desierta.
_¿Dónde estamos?_, se atreve a preguntar incapaz de orientarse aún.
_En el Reino de Meg_, le responde Dean con voz profunda y pausada y por un
momento, Sam tiene la sensación de que el miedo en sus entrañas no se debe a
los demonios ni a lo que está a punto de ocurrir, sino al desconocido a su lado
que dice ser su hermano.
_¿Ella sabe que estamos aquí?_
_No todavía. Pero lo sabrá_.
Dean le habla a Castiel tan quedo que bien podría no haber dicho nada. El ángel
desaparece tras un ligero asentimiento de su cabeza.
Al fondo de la interminable calle en la que se hallan hay un teatro. Sam no sabe
cómo es que lo sabe, pero la verdad es que Meg, vistiendo la carne de Angie, se
encuentra allí.
Las calles se ven solitarias. Una pequeña brisa levanta los papeles sucios que
cubren la acera convertida en basural.
_Escucha, Sammy…_, y esta vez es su hermano quien habla, no el
desconocido. Sam gira a medias para contemplarlo mientras el otro encuentra
las palabras. _Sé que he sido un verdadero dolor en el trasero últimamente. Te
pido disculpas por eso_. El cazador, Dean, su hermano, olvida el barrio que ha
estado observando para dedicarle su total atención a él. Cuando lo hace, sus
ojos son indescriptiblemente cálidos y calmos. Sam podría hundirse en ellos y
permanecer allí para siempre. _Quiero darte las gracias_.
Eso no lo esperaba.
_Uh… ¿qué?_
_Gracias, Sammy_
Por un segundo, no atina a otra cosa más que a parpadear repetidamente
mostrando su total perplejidad.
_Pero,… fui yo quien lo fastidió todo_.
Dean se sonríe con la ternura de quien contempla a un hijo.
_Estás aquí, ¿verdad?_
Sam asiente, aturdido.
_Entonces, gracias_. Con eso, Dean parece disolverse nuevamente en la
frialdad del ser que lo habita. Se vuelve hacia el objetivo y Sam cree leer en esa
actitud que ha dado por finalizada la conversación. _Vamos a arreglar esto, ¿lo
123
sabes?_, continúa Dean, sin embargo. Sam lo mira con extrañeza. Por supuesto,
esa es la razón por la que se encuentran allí, para rescatar y sanar a Angie y en
cuanto eso suceda, él dará la vuelta y establecerá suficiente distancia con ambos
para no volver a hacerles daño nunca más. _Cuando todo termine_ sigue Dean.
_voy a sanarte_.
Oh, eso. Sam suspira, cansado.
_Dean…_.
_Es una promesa_. El cazador extrae del bolsillo interior de su chaqueta el
cuchillo matademonios y se lo tiende a Sam sin darle espacio a que continúe.
_Toma_.
Sam recibe el arma con cierta vacilación y la da vuelta de lado a lado en su
mano.
_¿Sólo esto?_
_Sí. ¿Qué más?_
Sam piensa en la horda que encontrarán en torno a la niña, su reina.
_Pero,… es sólo un cuchillo_
_Un cuchilllo sobrecargado, Sam_, dice Dean y le guiña un ojo. _Pruébalo y
verás_.
Castiel se hace presente de nuevo frente a ambos con su característico batir de
alas.
_¿Listo?_, quiere saber Dean. El ángel asiente con un mohín de disgusto apenas
disimulado. _¿Algo que desees decirme, Cas?_
_No veo el motivo para dejarle saber que estamos aquí_.
_Es lo que está esperando. Que nos aparezcamos y le permitamos reírse de
nosotros un rato_. Abre su mano y en ella aparece una escopeta la que Dean,
más por costumbre que por necesidad, abre y revisa su carga. _Se sentirá
confiada. No voy a arriesgarme a que corte la garganta de mi hija sólo porque
descubra quien soy y desee destruirme_, y vuelve a cerrar el rifle.
_¿Podría hacerlo?_, pregunta Sam, alarmado.
_Ella tiene la misma escencia que yo ahora, Sam. Eso y la sangre de demonio la
hacen muy peligrosa, incluso para mí. Por supuesto, sólo en caso que me
descubra con suficiente tiempo para sumar dos más dos. Así que, voto por la
misión encubierta_.
El movimiento en las puertas del viejo teatro atrae la atención de los tres hacia
el edificio en la lejanía. Una docena de hombres, demonios puede adivinar Sam
aún desde esa distancia, emerge desde el interior y se planta en la entrada, sólo
observando en dirección a ellos.
Sam frunce el ceño.
_¿Qué están esperando?_
Y entonces, como en la mejor película de monstruos, las ventanas superiores
del edificio estallan dejando salir horribles engendros infernales. Detrás de
ellos, avanzan los perros, sólo perceptibles por sus gruñidos bestiales, y
finalmente los demonios, sin prisa, pero definitivamente dispuestos a darse un
banquete de carne fresca.
_Er… ¿muchachos?_, Dean levanta el rifle y esboza una sonrisa torcida. _¡Hora
del show!_
Es como una gran ola que se abate sobre ellos destruyendo todo a su paso.

124
_¡Vamos, Sam!_, le arenga Castiel y avanza con paso decidido hacia la turba de
pesadilla blandiendo su espada. Sam le sigue, el corazón en la garganta,
aferrando con fuerza el mango de la cuchilla que le ha entregado Dean. De
reojo ve que su hermano se ha quedado unos pasos atrás antes de comenzar a
avanzar a su vez y entonces Sam comprende que les corresponde a él y a
Castiel abrirle camino.
A mitad de la calle, uno de los alados se adelanta y le cae encima. Sam espera
el choque, todo su cuerpo preparado para reaccionar y cuando lo deja pasar con
una finta sensacional, entierra la hoja de su cuchillo en el cuerpo de la bestia
que se abre sin la resistencia de antaño, desgarrando y quemando piel, carne y
músculos hasta hacerla desaparecer en la nada con un aullido espantoso. Sam se
toma un segundo para mirar su daga antes del siguiente ataque. Sobrecargado,
¿eh? Vaya que sí. En algún momento durante la lucha, puede encontrarse con la
mirada y el guiño cómplice de su hermano quien se contenta con disparar
pausadamente cartuchos de sal igualmente recargados que deshacen la piel de
sus víctimas con la misma facilidad de la daga. A su costado ve el brillo de
Castiel exorcizando y destruyendo demonios, dejando los cuerpos muertos que
ocupaban tendidos en el suelo ahora cubierto por un lodo pestilente. Cuando la
refriega se hace más intensa, un demonio lo agarra del cuello desde atrás sólo
para soltarlo un instante después con un grito de dolor. El demonio se quema
sin entender lo que le ha sucedido y el siguiente que lo intenta también. Nadie
puede tocarlo. Esa es la bendición que Dean ha puesto sobre él.
Castiel ha llegado ya a la puerta y espera, su espada cubierta de aquello espeso
que puebla las arterias de los engendros. Los perros rascan el suelo, impotentes.
Sam puede ver las espirales de polvo que se elevan bajo sus garras. Los
demonios se mantienen a distancia, formando un pasillo libre por donde avanza
Dean, la escopeta al hombro. El cazador sólo se detiene un instante frente a la
entrada para hacer su encargo.
_Nadie pasa_, dice. _Esto es entre Meg y yo_.
Sam tiene la urgencia de rebelarse contra el mandato pero se aguanta bajo la
mirada impositiva de su hermano que espera su reacción.
_De acuerdo_, responde finalmente Sam y apenas Dean desaparece por la
puerta, se coloca frente a la entrada, lado a lado con Castiel, resguardándola de
la turba que ha comenzado a moverse de nuevo. Sam aferra su daga con
determinación. Definitivamente no pasarán.

El interior del teatro está hecho una porqueriza. El cazador frunce la nariz ante
el fastidioso aroma, no tanto por los restos de cuerpos en descomposición
regados alrededor como por la podredumbre que han dejado impregnada los
demonios en el lugar con su iniquidad. Tiene que detenerse un momento,
concentrarse y ordenarle al hervidero de poder que lleva dentro que se aquiete.
Difícil. Todo su ser está clamando por un nuevo estallido. Una vez más tiene
que recordarse a sí mismo el por qué está allí. Toma aire hasta ahogar sus
pulmones, obligando a su cuerpo a acatar su mandato. Esto será como pisar
entre huevos sin romper ninguno calzando zapatones del tamaño de un buque.
El camino al salón principal está despejado aunque el cazador puede oler la
presencia de algunas criaturas escondidas en la oscuridad. Monigotes sin

125
importancia, mascotas demoníacas. Dean no se deja distraer. Su objetivo está
justo delante, pasando la puerta en arco que da paso a la platea y el escenario.
Pero aunque lo sabe y lo antecede en su imaginación, la visión que lo recibe al
atravesar el umbral le revuelve las entrañas hasta hacerle casi doler físicamente.
Ella está arriba del estrado, sentada en una silla de utilería que simula un trono,
balanceando las piernas de forma aparentemente inocente. Lleva un ridículo
vestido blanco de princesa, impecable, a juego con sus calcetas y zapatos y la
tiara de juguete que se ha puesto en el pelo. Aún así, se ve sucia. Manchas
violáceas evidencian las bolsas bajo sus ojos.
Las butacas se apilan en montones deformes de fierro y cuero a los costados del
salón, dejando espacio abierto hacia el escenario. Los dos demonios que
custodian su seudo trono, un hombre y una mujer, avanzan en modo de ataque
en cuanto le ven aparecer en la puerta. A medio camino, sin embargo, caen al
suelo sin razón aparente, vomitando el humo negro que les mantenía en pie.
Angie se limita a enarcar una ceja y fijar sus ojos negros como el petróleo en
Dean, perturbadores, casi tanto como la voz cavernosa de Meg, la demonio,
fluyendo de su boca.
_Bueno, bueno, bueno. Aquí estamos otra vez, Deanno. Tú no te rindes,
¿verdad?_, dice descansando su espalda contra el respaldo del sillón. Mira hacia
los cuerpos caídos, sin evidenciar ningún signo de turbación. _Parece que has
aprendido nuevos trucos_. Se adelanta en el asiento y olisquea el aire como un
animal mientras Dean avanza cautelosamente hacia ella. _¿De qué se trata? Tu
novio te hizo un regalo o algo parecido, ¿no es así?_, por un momento se
congela en su posición. _No_, continúa más para sí misma que para el cazador,
_No es eso. ¿Qué hiciste, Dean?_
_He venido por Angie, perra_.
La niña coloca una mano en su oreja a modo de bocina.
_Lo siento, no te escucho. Hay ciertas palabras que no son convenientes para
mi edad. ¿A quién buscas?_
_Quiero a mi hija, puta_
La niña le dedica una sonrisa abierta, los dientes blancos con un tizne rojizo.
_Yo también_.
Levanta sus manos hacia él mostrando sus muñecas. En ambas hay marcas que
Dean ya conoce. Candados. Está blindada.
_Bonito, ¿no crees? Los viejos trucos son siempre los mejores_.
_Angie…_.
_Oh, papito está llamando. ¿Hay alguien aquí adentro?_ y ahora es la voz de
Angie la que toma el mando mientras la película negra abandona sus ojos.
_¡Papi! ¡Viniste! ¡Viniste!_.
El corazón de Dean se encoge.
_Nena,…_
Las carcajadas de Angie llenan el lugar.
_Es un poquito tarde, papito_ y de inmediato recupera la seriedad. _De nuevo_
Dean debe luchar para no perder el recuerdo de la dulce niña que lleva en su
memoria ante el inmundo ser que tiene al frente.
_No, no lo es_, replica entre dientes.
Angie juega con el pliegue de su vestido.

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_¿Crees que vas a salvarme? Nuh, nuh, nuh. No deseo que lo hagas. Éste es mi
hogar ahora. Todos ellos…_ agita una mano señalando vagamente alrededor.
_…me adoran. Me aman. Cuidan de mí. Soy libre, puedo hacer lo que se me
venga en gana y… ya no soy un fenómeno_.
_Nunca lo has sido_
_¿Cómo llamarías a esto, entonces?_
Sorpresivamente, se pone de pie y apunta una mano hacia él, arrojándolo contra
las butacas apiladas con suficiente fuerza para terminar con la vida de
cualquiera. Por un momento, todo es quietud en el salón. Angie sonríe de
nuevo, su rostro completamente desfigurado con la mueca. El cazador, sin
embargo, para sorpresa de la niña, se mueve. Se pone de pie mientras se
deshace del metal que le ha atravesado la pierna como si fuese tan sólo una
molesta espina. La sonrisa de Angie se desvanece poco a poco a medida que
Dean se le acerca nuevamente con paso decidido, apenas dando cuenta de la
sangre en su muslo.
_Eres mi hija…_.
_¿Qué mierda has hecho? ¿Un nuevo trato?_
_…y lo sabes_.
La niña tuerce la mano y un espantoso crujido resuena proveniente del cuello
del cazador. Dean vacila un instante y al siguiente continúa avanzando.
_Angie, no hagas esto_
Eso sólo enfurece aún más a la niña. Otro movimiento de su mano y Dean cae
al suelo, de rodillas, sólo sus brazos evitando dar con el rostro en tierra.
_No me ruegues, hijo de puta_, sisea la niña instalándose frente a él.
_Soy tu padre_
_¡Yo no tengo padres!_.
Entonces Dean levanta el rostro hacia ella, sin esfuerzo, como si todo lo
anterior hubiese sido sólo pantomima.
_¿Estás segura?_, dice y clava su mirada en ella.
Angie se inclina hacia el cazador, hurga en sus ojos aceptando el mudo desafío
y en ese momento lo sabe. Abre la boca para dar un grito que no sale de su
garganta e intenta retroceder, pero antes de que pueda hacer nada, Dean aparece
frente a ella, de pie, aprisionándole las muñecas.
_Demasiado tarde, cariño_
Coloca sus pulgares sobre las marcas de cerradura y éstas arden. El grito es
atroz, la voz de Angie y Meg funcionando juntas. Aún así, Dean no se permite
flaquear y deja que aquello que lleva adentro tome el control. Sus ojos brillan,
fríos y traslúcidos. Angie grita de nuevo al verlos.
_¡Qué eres! ¡Qué diablos eres!_
_Creo que ya lo sabes_,
Y esta vez cuando Angie abre la boca para gritar nuevamente, el humo negro de
Meg se eleva girando caóticamente hacia techo y murallas, rebotando cada vez
contra ellas, imposibilitada de salir al exterior.
El cazador deposita con suavidad en el suelo el cuerpo debilitado de la niña. Es
el momento que aprovecha la demonio para lanzarse contra el cadáver de la
mujer que yace inmóvil a pocos pasos de su compañero centinela y para correr
hacia uno de los pasillos.

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Dean va tras ella con toda calma. Pero no bien ha dado un par de pasos tras la
puerta, un círculo de grandes llamas crece alrededor suyo.
_¡Ja! Soy una caja de sorpresas, Deanno_, exclama la demonio acercándose con
una vieja ánfora colgando de su mano.
El cazador mira el círculo a sus pies, las llamas a centímetros de su ropa y luego
a la demonio.
_¿En serio?_, dice con sorna. _Quiero decir… ¿en serio?_
Meg no se deja provocar.
_Conozco la historia, Dean. La conozco desde mucho antes de que se te
ocurriera dejar entrar esa mocosa en tu casa. Esa pequeña cosa es demasiado
valiosa para perderla. ¿Pensaste que no iba a estar preparada para recibir a tu
novio o a cualquiera que el Cielo decidiera enviar para destruirme?_ , levanta el
ánfora para enfatizar sus palabras. _Sólo que no imaginé que serías tú. Supongo
que el cazador es más fuerte que el instinto paternal después de todo. Porque,
como sabrás, Angie está demasiado estropeada ahora. Como sea. Cualquier
cosa que hayas tragado para quitármela, es gracia de ángel y esto…_ señala las
llamas. _… esto detiene a cualquier clase de ángel, ya sabes_, se yergue en toda
la extensión de su nuevo huésped y sonríe llena de orgullo. _Me he puesto más
sabia a través de los años. ¡Soy la puta reina del infierno, mierda! Yo siempre
gano_, y ríe como una lunática, ahogándose con sus propias carcajadas. Dentro
del círculo, Dean también comienza formar su propia sonrisa.
_Olvidas algo_, dice.
Meg deja de reír. El cazador la está mirando ahora como un depredador a su
presa. _Yo no soy un ángel_. Con un movimiento de su mano, apaga las llamas
y al segundo siguiente está frente a Meg, cara a cara. _Y tú estás muerta_.
Ni siquiera necesita poner una mano sobre ella. La demonio se convierte en
ceniza en forma deliberadamente lenta, dándole tiempo a contemplar su propia
destrucción y a lamentarse con gritos desgarradores. Dean no le quita los ojos
de encima hasta que el último montón de polvo incandescente se confunde con
la suciedad del suelo.
_Adiós, puta_.
Hubiera deseado hacer más, tal vez escupir sus restos. Se conforma con
extender su mano y hacer que las cenizas se esparzan en todas direcciones
dejando nada. Luego, da la vuelta y allí, en el vano de la puerta, una pequeña
silueta en sombras se apoya contra el marco.
_¿Papito?_
El corazón se comprime en su pecho.
_¿Angie?_. Olvidada toda aprensión, Dean se adelanta hacia la niña. Sus
sollozos se escuchan quedos en el pasillo. _Angie_, repite con suavidad y
alivio.
Pero no es verdad. La niña levanta el rostro y sus ojos son negros otra vez.
_Nuh, nuh, papito. No más Angie_
Veloz como una exhalación, la niña se le echa encima semejando una pequeña
bestia y lo hace dar tumbos contra la pared y el suelo. Grita y chilla y no le da
tregua clavando sus uñas en el rostro del cazador hasta romper la piel que, sin
embargo, se regenera de inmediato.

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Dean siente que le falta el aire. El hedor a iniquidad rodea sus sentidos. Piensa
que podría vaciar su estómago allí mismo. En su mano se asienta un peso frío
como el hielo y duro como el metal. Dean sabe de qué se trata. Es su espada y
está preparada para cortar de raíz la amenaza contra la humanidad que está
destinado a proteger. Ante sus ojos desfilan siglos de batallas, a veces al frente
de un ejército, otras en solitario, siempre blandiendo su espada, la justiciera, la
que suprime la perversidad de los hombres.
Y Dean no lo puede evitar esta vez. Sus ojos se tornan fríos como el acero
mientras la estática invade el ambiente. La chiquilla se detiene y levanta los
ojos al techo que ha comenzado a resquebrajarse sobre sus cabezas. Luego mira
a su padre.
_Tendrás que matarme, papito_.
El rostro del cazador permanece impasible.
_Tienes razón_.
El cazador levanta su brazo y Angie sale disparada hacia el otro extremo del
salón y se estrella contra el palco. Dean va tras ella elevándose por los aires. La
niña, de la nada, levanta un muro entre los dos y cientos de serpientes cobran
vida en sus bloques. El cazador les cercena las cabezas con su espada, deja caer
el techo sobre la niña y ella esquiva los escombros y se los envía de vuelta.
Dean desaparece y vuelve a aparecer a espaldas de Angie. Ella da la vuelta, se
le abraza y le muerde el rostro, siempre chillando como una bestia. El cazador
siente la herida arder como ninguna otra, infectada de inmediato por la sangre
de demonio que Angie lleva en sus dientes.
Ella le observa ahora desde otro rincón. Tácitamente es un respiro.
_¿Cómo te atreves?_, sisea el cazador, concentrándose en cubrir y sanar su
herida. _Sabes quién soy yo_.
_Sí, lo sé_, responde la chiquilla. _Y yo soy una abominación. Y me gusta estar
con otras abominaciones, así que…_ señala con un movimiento circular de su
mano hacia el techo ahora abierto. _…déjame ir_.
_Sabes que no puedo_.
La niña juguetea con su zapato formando círculos en el polvo a sus pies.
_También conozco quién más es una abominación_. Su boca se mueve
formando una mueca que es una sonrisa horrible. _Tal vez Sammy podría
unírsenos. Lo disfrutaría mucho_.
Hace el gesto de jalar una invisible cuerda. Sam aparece en la puerta, arrastrado
en el suelo a toda velocidad por una fuerza poderosa hasta estrellarse en la
muralla al lado de Angie.
_¡Ups!_ dice ella y se lleva una mano a la boca teatralmente. _Perdón, sólo soy
una niña. Tengo que aprender a medir mi fuerza_. Y como si nada, rodea el
cuello de Sam con su mano amenazadoramente. _Déjame ir_.
Dean calcula las posibilidades de llegar hasta la niña antes de que ella decida
cerrar su pequeña mano sobre las vértebras de Sam y las cuentas no le son
halagüeñas. Es el mismo poder que reside en ambos después de todo. Se anulan
y quedan iguales.
La niña espera su respuesta pero no tiene paciencia. Cuando ésta no llega,
decide actuar de todas maneras.

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_Voy a ir hacia la salida_ advierte mientras comienza a moverse sin soltar el
cuello del otro, obligándolo a desplazarse a cuatro pies junto a ella. _Sam viene
conmigo. Si no puedo salir del edificio…_, se detiene para hacer un puchero.
_… no más Sammy_.
El cazador la sigue con sus ojos, la mano aferrada con fuerza a la invisible
espada. No puede dejar que se marche. No puede dejar que mate a su hermano.
_Angie_, se escucha de pronto desde el lado contrario del salón.
La niña se voltea, sorprendida ante la presencia del ángel.
_¿Qu…?_ Sin previo aviso, Castiel abre sus alas. No el reflejo ensombrecido de
ellas que alguna vez vislumbrara Dean sino las verdaderas, llenas de gracia y de
poder. Angie tiene el impulso instintivo de cubrirse ante su visión y deja libre a
Sam. Llena de rabia ante su intrusión, se vuelve nuevamente hacia el ángel.
_Tú, pedazo de porquería_. Alarga la mano y Castiel termina estampado en la
pared. Busca de nuevo a Sam, pero en vez de hallarlo a él, tiene al frente a
Dean. _Mierda_, dice y enseguida la mano del cazador está sobre su cabeza
inmovilizándola, dejando caer su poder sobre su pequeño cuerpo. Angie abre la
boca para gritar y no puede. Juraría que de los ojos del cazador brotan rayos. La
mano libre se alza en el aire con lentitud, el brillo de la espada aparece
veladamente cuando alcanza altura y hasta ella misma debe reconocer que es
hermosa, como ninguna otra cosa que haya conocido en su corta vida. Cierra
los ojos y comienza a llorar.
Sam corre y se coloca en la trayectoria de la espada.
_¡Dean, no!_
_No me toques, Sam. Retrocede_.
_No hemos llegado hasta aquí para eso_
_Dije que retrocedas_
_¡Es Angie, Dean!_
_Es peligrosa, es malvada_
_Y es tu hija, ¿recuerdas?_
El cazador mira a la criatura a sus pies en silencio, la fría máscara de justicia
aún en su rostro.
_Dean, mírame_, insiste Sam. _¡Mírame!_ El cazador obedece. _¿Qué ves?_
Dean parece no entender. _Mírame. Adentro_, le aclara. _¿Quién soy yo? No el
adicto a la sangre de demonio, no el recipiente de Lucifer. ¿Quién soy?_
El niño que crió desde los cuatro años, por el que arriesgó y dio su vida
incontables veces; el joven que lo declaró su héroe, el hombre que se redimió
bajando al infierno.
_Sammy_, musita quedamente.
Sam respira aliviado. Un centímetro más allá de su cálculo y estaría hecho
polvo a los pies de su hermano junto con Angie. Señala a la niña.
_Mírala a ella ahora y dime lo que ves, no la niña borracha de sangre, no la
reina del infierno_.
Y Sam puede decir el momento exacto en que el mundo se derrumba alrededor
de Dean al reconocer a su hija. No dice palabra, sólo baja lentamente el brazo y
la libera de su agarre. La niña se deja caer al suelo, demasiado débil para
intentar algo. Él se inclina y busca alcanzarla de nuevo, esta vez con otra
intención.

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_¡Aléjate de mí, hijo de perra!_, chilla Angie pateando e intentando ponerse de
pie pero no puede. Se arrastra alejándose tanto como puede de su perseguidor.
El cazador la detiene y la arrastra hacia sí. De rodillas, la abraza con ternura y
fuerza a la vez hasta que la niña deja de golpearle la espalda y comienza a
calmarse en sus brazos fuertes como debieran ser los brazos de todos los
padres. Repentinamente, el mundo se ha vuelto mucho más dulce y brillante
que hace unos minutos atrás. La niña cierra los ojos y se deja llevar. Hay
ángeles cantando en sus oídos. El cuerpo ya no duele. Y tampoco el corazón.
Una euforia extraña la acomete y le hace desear estar en la cabaña de nuevo.
Demonios, no es eso. Es más bien que sabe que estará allí de nuevo, con toda
seguridad. Los rayos del sol caen nuevamente sobre los cuadernos de sus
deberes a través de la ventana mientras Iosephus ronca de felicidad en su
regazo. Papá ha ido de pesca y regresa con lo que será la cena de ambos. De
noche observan las estrellas recostados de espalda sobre la hierba. Escuchan las
cigarras cantando alrededor. Papá las imita y la hace reír. Ella también canta
como las cigarras. Y cuando apoya la cabeza en su almohada aún quedan
ramitas de pasto silvestre en su cabello que papá retira con minuciosidad. Cierra
los ojos para sentir su beso de buenas noches sobre la frente. Pero el beso no
llega. Abre los ojos y papá tiene su cabeza apoyada en su pequeño hombro.
Está pálido, sus ojos se han puesto blancos y líneas violáceas surcan su cuello.
_¡Papi!_, exclama horrorizada y deshace el abrazo dejando que Dean se doble
sobre sí mismo en el suelo, completamente exhausto. Tío Sam está allí también.
Intenta acercarse pero papá se lo impide con un gesto de su brazo.
_No me toques, Sam_, dice. _No todavía_.
Y entonces levanta la mirada hacia ella y le sonríe.
_¿Estás bien, cariño?_
Angie mira alrededor un instante y se echa a llorar, esta vez sinceramente.
Quisiera que todo hubiese sido sólo una pesadilla, pero la realidad está ante sus
ojos.
_Perdóname, papá. Perdóname_, llora desconsolada.
Los brazos de Dean la rodean nuevamente.
_Está bien, cariño_ le dice mientras ella hunde el rostro en su chaqueta, hipando
inconteniblemente. _Ya acabó_.
_Seré una buena niña_
_Lo sé_
_¿Aún me amas?_
_Siempre te amaré_.
_No me dejes_
_Nunca más_
Ninguno de los presentes se preocupa si son minutos u horas las que
permanecen los dos allí, abrazados, hasta que el llanto amaina y a cambio cae
sobre todos un sopor de sosiego.
Hay silencio afuera. Los engendros se han ido. Es hora de que otros se marchen
también, piensa Sam con un nudo en la garganta. Mira a Castiel a su lado,
absorto en la escena que se desarrolla entre Dean y Angie, y da un paso atrás
silenciosamente.
_¿Adónde vas, Sam?_. Dean le está mirando ahora. Y también Cas. Y Angie.

131
_Yo… necesito algo de aire_, intenta explicar.
Por supuesto, no lo ha engañado. El cazador deshace el abrazo suavemente.
_Quédate aquí, ¿de acuerdo?_, le dice a la niña, y luego al ángel, _¿Cas?_
Enseguida el ángel va hacia Angie y toma el lugar de Dean. La niña lo aprisiona
entre sus brazos.
_Te amo, Cas_
_Yo también a ti, pequeña niña_
_Tus alas son hermosas_
Dean no puede menos que sonreír ante el intercambio de frases. Con esfuerzo
se pone de pie (Dios, siente que lo han pasado por el cedazo) y se dirige hacia
su hermano. Sam, instintivamente, comienza a retroceder en tanto el cazador
avanza.
_¿Q… Qué se supone que vas a hacer?_
_Lo prometí, Sam_
_No, no, espera un momento. Estás demasiado débil. No puedes. No ahora…
no por mí.
Dean se detiene y frunce el ceño.
_¿No por ti? ¿Qué se supone que significa eso?_
_Voy a lidiar con esto, Dean. Lo juro. No es necesario que te arriesgues por mí
de nuevo… especialmente después de lo que he hecho_.
El cazador lo contempla un instante. Luego se lleva una mano al cuello en un
gesto ausente de reflexión.
_Bueno,… tal vez tengas razón_
Sam se relaja. Al menos esta versión de su hermano parece no ser tan
cabezotas. Apenas se da cuenta cuando súbitamente Dean lo aferra y pone una
mano sobre su cabeza.
_¡NO!_, es la única protesta que alcanza a salir de su boca antes que la Gracia
comience a hacer lo suyo. Lo que sigue a continuación es como lo que vivió
antes con Angie, sólo que más intenso aún. Todo se hace luz. Y felicidad. Es
como estar drogado y comenzar a ver elefantes violetas. Tiene ganas de reír
como un niño. Y de pronto lo es. Está en el parque sobre un columpio que
alcanza las alturas. Puede ver las copas de los árboles y abajo a Dean,
esperándolo para darle un nuevo impulso. Ve a Angie corriendo hacia él con
una corona de flores silvestres sobre el pelo y una cabaña que él aún no conoce
como telón de fondo. La niña le muestra el cuarto que será suyo y el rincón con
sus libros de estudios. _Papá dice que me parezco a ti_, le informa. Sam sonríe
y a continuación siente el peso de la cabeza de su hermano contra su hombro.
_¡DEAN!_ grita espantado, pero no puede verlo, hay demasiada luz.
_Shhh_, escucha contra su oído. _Cierra tus ojos_ y al instante siguiente el
mundo explota en blanco.

Despierta con un sobresalto en un cuarto desconocido, tendido en una cama


bajo la atenta mirada de Bobby y Cas. Manotea con urgencia para erguirse en el
lecho.
_¿Dónde está Dean?_
_Calma, muchacho_, le dice Bobby mientras intenta devolverlo a la posición
horizontal. _Está en otra habitación, con Angie_

132
_¿Cómo se encuentra?_
El hombre y el ángel intercambian una mirada poco auspiciosa que no hace
nada por calmar sus aprensiones.
_¿Bobby?_, presiona.
El viejo cazador aprieta la mandíbula tan fuerte que Sam juraría que oyó
fracturarse sus dientes.
_Está vivo_, responde al fin.
_¿Pero?_
_Pero ya van tres días desde que todo terminó y aún no despierta… y no
sabemos por qué_

133
25

Epílogo.

Sam puede imaginar por qué Dean eligió ese lugar para vivir, en lo alto de una
loma, con sólo una sola huella para vehículos que hacía imposible a cualquier
extraño no ser detectado desde la cabaña a su llegada. Un lugar suficientemente
aislado para encontrar paz en la soledad, pero no demasiado como para cortar
lazos definitivamente con el mundo allá afuera. Y aunque su hermano negará
siempre poseer un lado sensible, sin duda que la forma en que la niebla se cuela
entre los quiebres de los montes vecinos mientras el sol asoma y forma arcos
dorados sobre los árboles por la mañana, también tiene que ver con su elección.
Angie le ayuda a acondicionar el taller de Dean para transformarlo en su
habitación porque en la de su hermano no cabe otra cama. La niña le muestra su
propio lecho y su mesita de noche y su escritorio y con todo entusiasmo le
explica que todo lo ha hecho su papá para ella. La ventana del cuarto da hacia
un costado de la loma desde donde se puede apreciar una porción del lago allá
abajo. No es difícil hacerse la imagen de Dean trabajando en su banquillo con la
ventana abierta, contemplando el paisaje en las pausas o vigilando a Angie en el
comedor a través de la puerta abierta. Y mientras trasladan muebles y
herramientas de un lado a otro, Sam se abofetea mentalmente por nunca haberse
dado cuenta que su hermano sabía hacer más que tan sólo arreglar autos y cazar
monstruos.
Cada mañana, Angie salta de la cama directo a la cocina, el gato pisándole los
talones, mientras Sam se ocupa de asear, vestir y acomodar a su hermano en la
silla de ruedas que alguna vez ocupara Bobby. Cuando lo traslada hacia el
pequeño comedor, el desayuno ya está listo. Sólo para él y la niña. Dean
únicamente permanece allí, en su lugar en la mesa donde Sam lo ha dejado,
encerrado en un mundo que los otros dos no pueden alcanzar. Ya se han
rendido a las tentativas de hacerlo ingerir algún alimento. De todas maneras,
Cas les ha dicho que no lo necesita. El ángel no tiene respuestas para otras
preguntas.
_Te lo advertí, Sam_, dice cuando surgen y se vuelve con pena a Dean sobre la
silla de ruedas, la mirada del cazador perdida en el horizonte, la cabeza
inclinada hacia un costado y sus labios moviéndose como si recitaran una
secreta letanía. _Se lo advertí a él también_. Y cada vez se marcha con
expresión triste y derrotada.
Sam ayuda a Angie con su educación. Le basta dar un vistazo al sistema que
estaba utilizando Dean para tomarle el ritmo y darle continuidad mejorando
algunos puntos. Es más estricto que su hermano a juzgar por la cantidad de
mohínes y reclamos que obtiene a cambio. Pero la chica es lista y rápida y
termina acatando los horarios que le impone. A veces, si el tiempo los
acompaña, le permite hacer sus tareas en la mesita del porche. Entonces instala
a Dean al frente de la cabaña, en dirección hacia las cumbres en la lejanía, con
Iosephus sobre sus rodillas y se sienta a su lado, en uno de los banquillos que su
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hermano construyera con sus propias manos. Le charla durante horas, sobre
todo y nada, con la esperanza que de un momento a otro Dean le haga callar
con un juramento. Pero eso nunca sucede.
Los hombres que pasan a saludar después de la pesca miran recelosos en un
principio al nuevo habitante de la cabaña, atisbando con sospecha hacia el
interior como si esperaran encontrar una escena del crimen. La presencia de
Angie, sin embargo, y la explicación de la enfermedad que mantiene postrado a
su padre, (una trombosis es lo que les dicen) logran que sus simpatías se
inclinen, piadosamente, hacia el tío Sam y muestren interés sincero por saber
cuánto demorará su vecino en sanar y hasta qué punto lo logrará. Sam les sonríe
con tristeza y les da la única respuesta que puede dar.
_No lo sabemos_.
La pareja dueña del negocio de víveres en el pueblo también envía sus
parabienes y después de la primera visita fugaz de Sam a su tienda (porque,
aunque ha dejado al ángel a cargo de Dean y Angie, no quiere permanecer lejos
de ellos mucho tiempo) también los suministros que necesitan, solicitados a
través del teléfono. Dean suele tener ese efecto en las personas, se recuerda
Sam. Así como su padre las espantaba de su lado, su hermano solía conquistar
su lealtad y respeto.
Bobby les visita tan seguido como se lo permite la reconstrucción de su casa y
su negocio. El cazador parece haber envejecido de golpe. Sam sabe que
preferiría mil veces quedarse con ellos, con Dean, que volver a South Dakota,
pero la vida sigue y hay cientos de cazadores que cuentan con su ayuda allá
afuera. Las noticias que trae desde el exterior ahora son siempre buenas. Los
demonios parecen estar desapareciendo. Los monstruos también. Pero Bobby
no se fía. Aún hay enemigos poderosos que podrían tomar la posta dejada por
Meg. Crowley, por ejemplo. El cazador contempla a Dean un momento, la
cerveza a medio terminar en la mano.
_El mundo sería mucho más seguro contigo en él, hijo_. No es un reproche,
comprende Sam. Es sólo el anhelo que comparten como familia. No es lo
mismo sin Dean. El viejo palmotea con cariño la mano laxa del cazador, los
ojos humedecidos por una pena que se niega a abandonarlo, y acaba el resto de
la cerveza antes de marcharse.

Sam encuentra los papeles de casualidad el día que ya no puede imaginar otra
tarea para distraerse de la realidad más que ocuparse del Impala y dejarlo
limpio y reluciente para cuando su hermano decida regresar. Estaban en el
fondo del cofre, apilados en montones desordenados unidos por un viejo cordel.
Sam recordaba vagamente haberlos visto en manos del cazador alguna vez, en
aquel pueblo, tras la entrevista con el Pastor. Nunca supo los detalles de aquella
conversación, Dean jamás la volvió a mencionar. Tampoco tuvo ya la
oportunidad de preguntarle dónde aprendió braille. Su hermano sigue siendo un
cajón lleno de sorpresas.
Busca un tacho de lata en el granero y coloca allí los papeles. Tiene los fósforos
en la mano pero no se decide a usarlos. No hay duda de que podría hacer un
curso rápido de escritura y lectura para ciegos, eso está claro. Pero de lo que no
está seguro es si desea realmente enterarse de lo que dicen aquellas páginas

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blancas, caóticamente escritas a punzón. El ruido ligero del batir de unas alas a
sus espaldas interrumpe sus cavilaciones.
_¿Conoces lo que hay escrito allí?_, pregunta sin darle tiempo al ángel a
protestar por lo que está haciendo. Cas tarda tanto en responder que Sam piensa
que en realidad se ha equivocado y está solo en el lugar.
_No con certeza_, responde al fin.
Y esta vez es Sam quien guarda silencio, la lucha sobre lo que debe hacer
desarrollándose en su interior. Lo que está a punto de quemar podría darle
muchas respuestas sobre el terrible episodio que han vivido meses atrás. Pero,
¿y después? ¿qué pasará después? ¿será capaz de seguir mirando a su hermano
de la misma manera si allí hay algún secreto sobre su persona como él sospecha
que lo hay? Además, está Castiel. La ansiedad brota del ángel en oleadas desde
la posición en que se encuentra a sus espaldas.
_Cas, yo debería…?_
_Deberías, sí_.
Voltea a ver al ángel, sorprendido por su respuesta. Él había pensado que estaba
allí para detenerlo. Pero Cas lo mira de vuelta con determinación. Es todo lo
que necesita. Enciende los fósforos y los deja caer en el tacho.

La mañana en que Sam entra en la habitación de su hermano y encuentra la


cama vacía, está a punto de sufrir un infarto. No hay lugar en la cabaña donde
Dean pueda haber ido salvo el baño, pero él acaba de desocuparlo y
definitivamente su hermano no estaba allí. Sale corriendo como una exhalación
hacia el exterior, seguido por una asustada Angie en pijamas que exige saber
qué sucede. Allá, cerca del límite del bosque, vestido tan sólo en boxers y
polera a pesar del frío reinante, está Dean, de pie, descalzo.
_Trae una manta_, le ordena a la niña y ella corre de regreso en busca de lo
pedido.
Sam se le acerca con cautela, no quiere espantarlo. Su hermano, sin embargo,
apenas parece prestarle atención.
_¿Dean?_, intenta y se acerca un poco más. _¿Dean?_, lo toma con suavidad
del brazo pero el cazador se libera de inmediato, su atención puesta en algún
punto por arriba de su cabeza. _Vamos, hombre. Está helando aquí_
_Shhh_.
Sam queda clavado en su lugar.
Dean le ha hecho callar.
_¿Dean?_
_¿Los escuchas?_
Sam siente que sus ojos se humedecen. Puede deberse al frío de la mañana, se
dice.
_No, Dean_, se obliga a contestar. _¿Qué es lo que oyes?_
El cazador cierra los ojos.
_Es increíble_
Y permanece así, con los ojos cerrados mientras Sam le coloca sobre los
hombros la manta que ha traído Angie y comienza a llevarlo a suaves
empujones de regreso a la cabaña.
De allí en adelante, todo parece comenzar a mejorar.

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Sam le ayuda a vestirse y es como vestir a un niño pequeño que se distrae con
cualquier cosa. No puede discernir entre frío y calor todavía aunque su cuerpo
ha comenzado a reaccionar ante los cambios de temperatura. Por eso, Sam debe
estar atento a aplicarle nuevas capas de ropa cuando la tarde comienza a caer.
Aún no come a pesar de que ha comenzado a adelgazar. Habla poco, a menudo
se tapa los oídos como si el volumen del mundo fuera demasiado para él. Angie
lo lleva de la mano por los alrededores de la cabaña, enseñándole cosas,
intentando compartir su visión del mundo con él aunque Dean no da la menor
muestra de escuchar ninguna de sus explicaciones. La niña le ayuda a sentarse a
lo indio en el suelo, manipulándolo como si fuera un muñeco gigante, para
enseñarle lo que es un hormiguero. Le acomoda el gorro negro que le ha
encajado Sam como condición para dejarlo salir con ella y se sienta al frente,
del otro lado del hormiguero, a lo indio también, antes de comenzar su
disertación repitiendo las palabras con que el mismo Dean le explicara la vida
de las hormigas comparándola a la de un destacamento militar. Se detiene
cuando nota que el cazador encuentra más interesantes las ranuras en la suela de
su calzado que su narración.
_¿Me estás oyendo?_, parece que no. _¿Papá?_. Nada. Angie deja escapar un
suspiro de frustración. _Extraño a mi papá_.
_Yo extrañaba a mi niña_, replica él, escarbando aún en sus zapatones.
Angie lo mira con los ojos muy abiertos, el aliento retenido en el pecho.
_¿Papá?_
Dean mira hacia el cielo y parece que la niña lo ha perdido de nuevo, pero no.
_¿Puedes escucharlos?_
Y esta vez, clava sus ojos en los de la niña, claros, lúcidos. Angie tarda un poco
en enterarse de que está hablando de las voces de los ángeles, demasiado
aturdida aún por su sorpresiva reacción.
_Ya no_, responde entonces en un hilo de voz, muy quieta en su lugar, como si
pensase que cualquier movimiento en falso podría romper la frágil conexión
con su padre.
Dean alza su vista al cielo de nuevo.
_Bien_.
La sonrisa de la niña ilumina toda la loma hasta el pueblo y un poco más allá.
Esa noche, intenta traer a Cas de vuelta para que sepa de la buena noticia. Pero
el ángel no aparece. Angie sólo espera que el motivo de su silencio sea que los
asuntos en el Cielo lo mantienen demasiado ocupado para atender.
Para cuando Bobby regresa, Dean ya ha redescubierto el placer de la comida y
de una buena ducha, y rechaza a manotazo limpio la ayuda de su hermano para
vestirse aunque para completar la tarea necesite tres largos cuartos de hora. Su
figura, de pie en la puerta de la cabaña, las manos en los bolsillos de su
chaqueta, es la segunda cosa que divisa Bobby al bajar de la camioneta. La
primera es Angie corriendo hacia él para saltarle a los brazos mientras chilla lo
suficientemente fuerte como para provocarle un trauma auditivo al señor
Rumsfield Tercero que viaja en el asiento del copiloto. No se da cuenta hasta
que la tiene encima que lo que la chica anuncia a todo pulmón es que papá está
de vuelta.

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El viejo, casi sin poder creerlo, avanza hacia el cazador y posa una mano sobre
su hombro. Lo contempla incapaz de hablar en un primer momento.
_¿Estás allí, muchacho?_, dice finalmente y Dean asiente con una sonrisa de
esas brillantes que le caracterizan. _¿Estás bien?_
_Supongo que aún me falta ajustar un par de tuercas…_, se señala la sien
girando su índice en círculos. _… pero bien_.
El viejo le palmotea la mejilla con la mano libre.
_Nunca más, hijo_, dice con voz quebrada. _Nunca más. O vas a matarme_.
Dean sonríe, conmovido.
_De acuerdo_
Eso es suficiente. Bobby carraspea y deshace el contacto.
_Bueno, terminemos con esto antes de que nos crezcan tetas. ¿Dónde está tu
hermano?_

Sam se instala en el sofá junto a Bobby esperando escuchar las últimas


novedades. Con Dean en franca recuperación, no pasará mucho tiempo para que
se decida a acompañarlo en una cacería. El Winchester mayor es otra cosa.
Bobby observa cómo el hombre parece vivir en cámara lenta, aún en el contexto
de una cosa tan pequeña como preparar un refrigerio. Ni pensarlo. Aparte de
eso, está el asunto de Angie. Dean no querrá arrastrarla de Estado en Estado
persiguiendo monstruos como lo hizo John con ellos. Un par de infancias
fastidiadas es suficiente y no hay por qué repetir la historia. Menos aún cuando
las criaturas de la noche han disminuido tan drásticamente su número.
_Entonces, ¿qué piensas? ¿Tendrá algo que ver con lo que sucedió con Meg?_
_No lo sé, Sam. Tal vez nuestro no-ángel rompió alguna clase de equilibrio
infernal._
_O lo restableció_, especula Sam. _Ya no hay una reina o un rey del
infierno..._, se señala a sí mismo. _...andando por la Tierra, lo cual era bastante
antinatural. Dean se encargó de eliminar cualquier posibilidad de que algún
demonio vuelva a intentarlo_.
_Entonces, ¿has estado bien?_
_Limpio, como nuevo_
_¿Angie no ha mostrado ninguna facultad especial?_
_A no ser la de ganarme en el ajedrez constantemente, a mí me parece que no_.
_¿Tampoco Dean?_
_Tampoco él. ¡Diablos! ¡Mi hermano apenas acaba de aprender a atarse las
agujetas de nuevo!_
Bobby le echa un vistazo a Dean y Angie en la cocina preparando sándwiches
mientras parlotean alegremente.
_La Nat Geo está investigando de nuevo, ¿sabes? La montaña, me refiero_.
Sam frunce el ceño.
_¿Ahora? ¿Por qué ahora?_
_Al parecer, detectaron la súbita desaparición de la nube en la cumbre hace
algunos meses_, le echa una mirada significativa.
_Entonces, ¿ya no hay más montaña mágica?_
Bobby toma un trago largo de su botella de cerveza.
_La nube volvió_, dice. _Hace una semana_.

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El tiempo en que Dean comenzó a recuperar la razón. Sam mira a su hermano y
su sobrina que acomodan los sándwiches y refrescos en una bandeja.
_Sabes que él no debería haber sido capaz de soportar todo eso, ¿verdad?_,
continúa Bobby. _Recipiente de Michael o no_.
Sam siente que necesita un trago y lo toma de su propia cerveza.
_Lo sé_, dice.
_¿Entiendes lo que eso significa?_.
Por supuesto que sí, pero no va a ser capaz de admitirlo nunca delante de
alguien, ni siquiera de Bobby.
_¿Lo sabe él?_, replica en cambio.
_Pienso que sí. Pero Negación es el segundo nombre de tu hermano_.
_Entonces,… ahora qué?_
Bobby se encoge de hombros.
_Nada. Vive la vida, muchacho. Paso a paso. El sol está brillando allá afuera_.
Angie se dirige saltando hacia la mesa del comedor con platos y servilletas en
sus manos. En el camino, le dedica una sonrisa contagiosa a su tío que él
corresponde de inmediato.
_De acuerdo. Vivir la vida. Eso es algo que puedo hacer ahora_.

The end.

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