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La experiencia orante por y con la

fragilidad humana y cósmica


La experiencia orante o contemplativa de nuestro discipulado tiene como experiencia
primordial la memoria de la experiencia sanadora de Jesús. Esta memoria en la vida de sus
amigos y amigos se fue fraguando en torno a la evocación compartida de sus gestos y palabras
en las largas horas de silencio, en comunión de vida desde el compartir la mesa en la fracción
del pan.

Jesús se deja afectar en lo más profundo de su ser por el dolor de las personas y de los grupos
excluidos de su tiempo... experimenta que sus entrañas se le conmueven, le duele el pueblo, le
duele la tierra, le duele la historia, le duele la injusticia, le duele la pobreza de su gente, le duele
el abandono de los enfermos-as.

La misericordia compasiva aparece como la experiencia fundante del anuncio de la Buena


Noticia que trae.... desde allí, los débiles se fortalecen, las mujeres encuentran su dignidad
perdida, los muertos recobran la vida y son invitados-as a sentarse, de manera preferencial, en
la mesa del Reino.

Todos los encuentros de Jesús nacen de su amor gratuito. Y la gratuidad se manifiesta en la


preferencia que siente Jesús por los pobres, por los pequeños y los marginados (extranjeros,
enfermos, minusválidos, pecadores, publicanos, prostitutas). La vida misma, el sufrimiento y el
dolor denso es oración, lugar desde donde emerge el Espíritu Divino.

Toda la escritura está plagada de voces que piden auxilio, de llantos de desesperación, de quejas
que exigen explicación y consuelo. Algunos personajes encajan silenciosamente la experiencia
desconsoladora del dolor; sin embargo, muchos otros exigen a Dios, una respuesta que dé
cuenta de su sufrimiento o su fracaso: el lenguaje de la oración es audaz y se atreve a plantear
las preguntas más hondas de la existencia humana y cósmica. Muchas veces acaba en un puro
clamor, o en un mudo suspiro de la criatura. Ese lenguaje no conoce barreras porque a Dios
puede decírsele todo: “¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me escuches,…” (Hab 1, 1-
2). “Porqué se ha vuelto crónica mi llaga y mi herida. Te me has vuelto arroyo engañoso de
agua inconstante” (Jer. 15, 18)”1

Vamos a desentrañar y ahondar con mirada contemplativa-orante de la praxis compasiva de


Jesús en su relación con las mujeres, especialmente de los iconos de la curación de la hija de
Jairo y la hemorroisa (Mc 5, 21-25), la viuda de Naín (Lc. 7, 11-17) y la Sirofenicia (Mc. 7, 24-
30).

Jesús se pone abiertamente a favor de todas estas mujeres y, solidarizándose con su dolor, físico
o espiritual, engendra una nueva corriente de humanidad desde su interior. Procediendo de este
modo, Jesús invierte la escala de valores propuesta por la sociedad; supera las discriminaciones
vigentes con su actitud gratuita; con su relación “amorosa-cercana, solidaria e igualitaria”; con
las mujeres visibiliza su dolor, pero con la calidez de su contacto con ellas les da la posibilidad
de convertir su “cuerpo” en lugar de encuentro y revelación de la gratuidad de un amor divino
que no conoce límites.

1 Cf. Aleixandre, Dolores. “Contar a Jesús”, Editorial CCS, Madrid 2004, p. 224

1
Jesús, reconoce en las mujeres, una nueva fecundidad vinculada al seguimiento, al
discipulado en la nueva familia de hijos e hijas. Las mujeres emergen de los espacios en blanco
donde habían sido relegadas y se abren paso en una nueva dinámica histórica, social y religiosa,
que desplaza al sin-sentido las viejas conductas asignadas, las palabras alienantes y los silencios
obedientes2.

1. Mc 5, 21-43: La curación de la hija de Jairo y de la


hemorroisa
La curación de la hija de Jairo y de la hemorroisa, Marcos nos narra de manera entrelazada. La
relación entre las dos escenas es muy profunda: ambas presentan a dos mujeres en peligro, doce
años tiene la adolescente muerta y doce años lleva la hemorroísa con su enfermedad, ambas
aparecen como hijas y son dos figuras femeninas. Sin nombre, ambas renacen a la vida, gracias
al encuentro con Jesús. Por tanto, Jesús aparece como “Señor de la Vida y de la muerte”.

Mc 5,21-24: introduce la narración. La hija de un jefe de la sinagoga de Cafarnaún enferma


gravemente y el padre, desesperado, pide ayuda a Jesús. En Mc 5,35-43, se retoma la narración
que había sido interrumpida por la curación de la hermorroísa. Camino de casa, le dicen al
padre que la niña ha muerto. Jesús lo oye y le pide que tenga fe. Rodeado de gritos y llantos,
entra en la casa acompañado de Pedro, Santiago y Juan, además del padre y la madre de la
niña. Jesús la toma de la mano y le dice: “Talita kumí”.

Una niña que supuestamente lo tenía todo en la vida, en realidad no poseía nada. Llega Jesús
y le devuelve a la vida, sin pedirle ni imponerle nada. Le ofrece un camino de vida, de libertad.
Lo mismo hará con la hemorroísa. Éstas, son dos mujeres liberadas por la fe en Jesús.

¿Quién es esta niña? No conocemos su nombre, sólo sabemos que es hija de Jairo. Su
enfermedad, también, ha afectado a la familia. Como mujer le pertenece el lugar privado, por
eso su padre va en busca de Jesús y al encontrarlo se le echa a sus pies, para suplicarle con
insistencia su curación. El gesto del jefe de la sinagoga es inusual en su vida, porque está
acostumbrado a dirigir, tanto fuera como dentro de casa. Sin embargo, la anulación del poder
le da la posibilidad, tanto a él como a la hija a entrar en el espacio de gracia que Jesús ofrece.

En este contexto nos podemos cuestionar: ¿Qué pasa con mis muertes y nuestras muertes? ¿Qué
cantidad de las dimensiones de mi ser están dormidas? Se nos ha podido dormir hasta la
vida de oración. Por tanto, sólo estoy pensando que debo orar por los enfermos-as y no vivir
la honda experiencia contemplativa de mi existencia.

Nuestra creatividad, nuestro entusiasmo, nuestras relaciones, ¿se nos han dormido o se nos han
muerto? Si creemos que se nos han muerto, ni siquiera le pediremos nada al Señor. Pero, si
creemos que no están muertas sino dormidas, nos volveremos a Él, porque creeremos
que su mano puede despertar todo y experimentaremos, una y otra vez, “que para Dios no
hay nada imposible”.

Ahora, nos fijamos en la hemorroisa es una persona sin familia. La Ley, Judía, expulsa de la
sociedad a mujeres como ella. Está condenada a la soledad, maldición-exclusión social y

2Seguimos la propuesta del texto de Estévez Elisa, Mediadoras de Sanación, encuentros entre Jesús y las mujeres: Una nueva mirada,
San Pablo-Comillas, Madrid 2008.

2
religiosa; prohibida de casarse, prohibida de tener relaciones sexuales, prohibida de convivir
con parientes; prohibida de tocar porque, todo lo que toca se vuelve impuro (silla, platos, cosas
y personas,...). El mayor milagro, que Jesús se deja tocar. Jesús la valora como mujer, como
persona; le devuelve la dignidad perdida, acepta que toque su manto, la anima a vivir, la cura
para que sea más humana.

Su cuerpo es portador de impureza, pero a la vez su cuerpo es espacio de gracia y sanación. Su


flujo de sangre que, aparentemente, es signo de muerte es posibilidad de vida.

Jesús es el rostro del Dios de la Vida. A la mujer enferma de hemorragias se le estaba escapando
la vida; la niña, de doce años, la edad en la que podía ser madre y dar vida, estaba amenazada
por la muerte. Jesús, el rostro del Dios de la Vida, se cruza en su camino. La confianza y la fe
van unidas a la curación. Ambas se dejan tocar por Jesús: la hemorroísa a través del manto y la
hija de Jairo es tomada de la mano. Ambas escuchan enseguida la voz de Jesús, para la mujer
cesa en el acto la hemorragia; la niña se puso en pie al instante. Ambas han recobrado
la vida, la esperanza. Dos mujeres sin nombre se han convertido, por la fe, en figuras
ejemplares para las comunidades cristianas de todos los tiempos.

Hoy, se nos está escapando la vida, o quizá tengamos aspectos de nuestra vocación de pastores
muertos. Acerquémonos al Maestro de la Vida con fe para seguir saboreando en su corazón la
certeza de ser elegidos y amados incondicionalmente3. Dejémonos tomar por Él de la mano,
que su contacto y su voz nos levanten al instante para continuar siendo transmisores de la Vida
que se nos ha dado.

Ninguno está excluido de su corazón (Cristo), de su oración y de su sonrisa. Con


mirada amorosa y corazón de padre, acoge, incluye, y cuando debe corregir,
siempre es para acercar; no desprecia a nadie, sino que está dispuesto a ensuciarse
las manos por todos4.

2. Lucas 7, 11-17: La viuda de Naín


En el itinerario del “camino a Jerusalén, Lucas nos presenta a Jesús, en este texto, llegando a
las puertas de la ciudad de Naín procedente de Cafarnaúm, un viaje que suponía haber recorrido
unos 62 km, posiblemente, caminando. Junto a él iban sus discípulos-as y mucha gente que
había dejado sus casas atraída por la palabra y actuación de Jesús, Maestro sanador. Al entrar
se cruzan con el entierro del hijo único de una viuda pobre. Jesús, cansado del viaje y metido
en el bullicio de la gente, es capaz de centrar su atención en la mujer que sufre5.

El hecho de que sea viuda acrecienta su horizonte de desesperación, pues está enterrando a su
único hijo, el único que podía asegurarle un futuro. Las viudas se encontraban entre los sectores
de población más vulnerables y más necesitados de ayuda (Dt 22, 22-23; Sal 94, 6; Is 1, 23; Job
22,9; Mt 12, 40, Lc 18, 3-4… etc). Como mujeres no tenían voz en la sociedad, pero si además
carecían de un varón adulto que pudiese sostenerlas, no solo económicamente, sino jurídica y
religiosamente estaban condenadas a la pobreza y a la marginación6.

La experiencia compasiva brota en Jesús a partir de su mirada contemplativa de la realidad.


Queda impactado por el dolor de esa mujer, viuda y a la que no le queda ningún hijo. Siente
que sus entrañas se conmueven delante de una madre que ha perdido definitivamente el fruto

3 Cf. Papa Francisco, homilía a los sacerdotes, 04 de junio de 2016


4 Papa Francisco, homilía a los sacerdotes, 04 de junio de 2016.
5 Cf. Comentario de la liturgia dominical, Lucas 7, 11-17. FEADULTA.
6 Ibídem.
3
de sus entrañas. Jesús se siente afectado allí donde la misma madre se siente herida y
dolida. Aquella mujer experimentaba el sabor amargo de la muerte de su hijo. Quedaba
desamparada y llena de tristeza, como refleja el llanto que la sobrecoge (7, 13). Jesús se fija
en ella y no permanece indiferente. Ante sus ojos, la mujer emerge, se hace visible en su
situación de extrema necesidad, de abandono en una sociedad profundamente excluyente
desde el sistema religioso.

Su mirada tiene tal hondura, tal densidad, que capta hasta el fondo la situación de esta
mujer y la ama con entrañas de misericordia. Es decir, las entrañas le duelen cuando se ha
abierto al sufrimiento de la mujer, cuando acepta el riesgo de penetrar en la espesura del dolor
y, sobre todo, cuando permite que todo ello le traspase el corazón. Frente a una realidad
cultural que ignora a las mujeres, Jesús se ofrece como VIDA. El milagro de la resurrección del
hijo es un gesto de reconocimiento de ella. La mujer y su situación son para Jesús lo más
importante en ese encuentro.

La mirada es previa a la conmoción de las entrañas, tal y como se refleja en el relato (7, 13).
Descubrir a esa mujer entre la multitud, fijarse en ella y ofrecerle un signo del amor
misericordioso de Dios, sólo es posible para quien ha hecho de su vida mesa compartida y casa
común.

Jesús toca el féretro donde está el muerto. Una vez más Jesús pasa por alto las normas
de impureza, y traspasa los límites prohibidos. El amor es más fuerte que las normas sociales
y religiosas. Se trata de un contacto liberador, de manera que, Jesús, de modo único, comunica
su fuerza creadora y hace suyo el sufrimiento humano. La energía sanadora que Jesús
comunica al joven muerto llega también, a la madre, y a quien se devuelve la vida.

Jesús establece relaciones profundas. Con la viuda entra a compartir hasta el fondo su dolor,
“no llores” (v. 13). Acepta el riesgo de una comunicación que toca la herida abierta y le mueve
a pararse y comprometerse desde lo real y no desde la huida del sufrimiento (vv. 14-15). Jesús
le ofrece el consuelo y le anuncia la esperanza de la liberación; de la viuda conoció su carencia
más honda. Por eso, su gesto culmina devolviéndole al hijo que la muerte le había arrebatado
(v. 15)

La afirmación: “Dios ha visitado a su pueblo” (v. 16) nos ofrece la clave de comprensión
del texto. Dios se ha hecho cercano a su pueblo en la vida de una mujer. El Dios de Israel se
manifiesta una vez más reconociendo el valor de una mujer, tomando en peso su situación
dolorida y devolviéndole el hijo que le pertenece. La compasión traducida en gesto de
liberación y salvación lleva al pueblo que ha sido testigo del milagro a confesar su fe en el Dios
misericordioso (Lc 7, 16-17), que se ha sido reconocido en una mujer. La misericordia encarnada
es condición para que el pueblo reconozca su presencia7.

3. Marcos 7, 24-30: La Sirofenicia


En el camino de Galilea a Jerusalén, Jesús se encuentra con una israelita impura a causa de su
enfermedad, con una cananea de cultura griega, con una pecadora pública y con muchas
discípulas, que con tal de seguir al Maestro en su misión no tuvieron miedo de transgredir el
sistema que dominaba la sociedad israelita del siglo I.

77Cf. Estévez, Elisa. “Prácticas compasivas y visibilidad femenina”, pp. 1-7. En:
http://www.laici.va/content/dam/laici/documenti/donna/bibbia/espanol/pra_cticas-compasivas-y-visibilidad-femenina.pdf

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¿Quién es esta mujer? No tiene nombre, no tiene “marido”, su única hija está esclavizada por
el demonio y espera que Jesús la libera; además, es de cultura helenista y no pertenece al pueblo
elegido. Por tanto, nacionalidad y religión determinan su figura.

Si nos fijamos bien, de ella, brotan dos rasgos decisivos: su inteligencia impregnada de amor a
su hija y su afecto de madre que dirige la sagacidad de su razonamiento. Integración que
“sorprende” a Jesús abriéndole perspectivas nuevas a su misión.

El argumento, de Jesús, según el cual el alimento destinado a los hijos (Israel) no debería ser
entregado a los perros (los gentiles), es rechazado por la mujer al referirse a la abundancia
mesiánica de la mesa compartida de la comunidad cristiana. La bondad y la misericordia
del Dios de Jesús es suficientemente abundante para satisfacer no sólo a los judíos, sino
también a los gentiles. El poder del Reino libera no sólo a los «hijos» de Israel sino
también a la niña que, como mujer y como gentil, es doblemente impura y está sujeta
a la «esclavitud» de la impureza ritual. Reconocemos que en aquella época, se llamaba a los
judíos “los hijos a quienes se dirigen las promesas de Dios”; y que los paganos eran considerados
habitualmente como “perros”8.

En el v. 29: Jesús ha sido confrontado por el amor tenaz y humilde de estar mujer que no quería
nada para sí misma, ha sido interpelado en su “discernimiento personal” acerca de su misión.
Descubre que la voluntad de Dios, su amor proyectado sobre el mundo, tiene caminos que él
va a recibir también a través de los otros-as, las mujeres en este caso. Ella le había revelado algo
más acerca del sueño de Dios9. Le posibilita comprender y abrirse a la universalidad de su
misión10.

4. Nuestro universo gime dolores de parto:


El grito de los pobres es el grito de la tierra que gime dolores de parto (Rom. 8, 22-23). El
dolor y la angustia del sufrimiento humano es expresión del sufrimiento de la tierra, del universo
que nos cobija como “madre que cobija a sus polluelos”. Se nos ha invitado a un vivir un
proceso de “conversión ecológica integral”, dejándonos seducir por la belleza insondable que
emerge del universo cósmico que nos sostiene y contiene.

Para ello termino con la invitación que nos hace el Papa Francisco en la LS 225-226, que nuestro
crecimiento y maduración depende de ir generando en las honduras de nuestro ser una
profunda paz interior:

“.. ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad si no está en paz consigo
mismo. Parte de una adecuada comprensión de la espiritualidad consiste en ampliar
lo que entendemos por paz, … La paz interior de las personas tiene mucho que ver con
el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja
en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la
profundidad de la vida. La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo
podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y
ansiosa, o del culto a la apariencia?

8 Gnilka señala que aparte de esta interpretación existen también ejemplos de cómo los peritos en la ley aplicaban este término al
pueblo llano que no conocía la ley. J. GNILKA, El Evangelio según san Marcos (vol. I), Sígueme, 1986, p. 341
9 Citado por López Villanueva, Mauriola. “Lo había seguido y servido” (Mc. 15, 41: Mujeres significativas en la misión de Jesús”. En: “Jesús y

la mujer sirofenicia. Una historia desde la frontera”. Concilium, 280 (abril 1999), pp. 291-298
10 Cf. López Villaueva, Mauriola. «Lo Habían seguido y servido» (Mc 15,41): Mujeres significativas en la misión de Jesús”, pp. 1-17.

En: http://documents.mx/documents/lo-habian-seguido-y-servido-mc-15-41-mujeres-significativas-en-la-mision.html
5
Muchas personas experimentan un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las
cosas a toda velocidad para sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las
lleva a atropellar todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo
como se trata al ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para
recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de
vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que
nos rodea, cuya presencia « no debe ser fabricada sino descubierta, develada».

Cultivar una actitud del corazón es vivir todo con:

“…serena atención, que sabe estar plenamente presente ante alguien sin estar pensando
en lo que viene después, que se entrega a cada momento como don divino que debe
ser plenamente vivido. Jesús nos enseñaba esta actitud cuando nos invitaba a mirar los
lirios del campo y las aves del cielo, o cuando, ante la presencia de un hombre inquieto,
« detuvo en él su mirada, y lo amó » (Mc 10,21). Él sí que estaba plenamente presente
ante cada ser humano y ante cada criatura, y así nos mostró un camino para superar la
ansiedad enfermiza que nos vuelve superficiales, agresivos y consumistas desenfrenados”.

Estamos invitados a cultivar de manera imperiosa, como dice San Juan de la Cruz, la atención
amorosa o el silencio de amor, dejándonos espacios y tiempos para “despertar” a la plenitud
de nuestra existencia compartida con el universo en el que habitamos. Y, de allí hacer germinar
“la paz interior”.

En el lento aprendizaje del silencio, como Francisco de Asís, reaprendemos a darnos cuenta que
somos tierra, somos aire, somos vida, somos cosmos, somos universo que, en un largo y proceso
crecimiento y maduración aprenderemos a sentir, a amar, a pensar, a preguntar, a adorar junto
con la vida que nos envuelve. Es complicado, pero a la vez es profundamente simple:
“contemplar, comprender, sentir, admirar y adorar el universo como Dios mira, admira, siente
y contempla el mundo”.

 ¿Cultivo de manera constante, como el aire que respiro, el silencio orante y


contemplativo para dejarme sanar y ser mediador de sanación para las personas y este
mundo que me rodea?
 ¿Qué cultos le rendimos a la “apariencia”?
 ¿Aún, nos acompaña la ansiedad enfermiza que nos hace superficiales, agresivos y
consumistas desenfrenados?

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