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Poco a poco, pues, El poder del dinero va descubriendo sus cartas: en realidad no
denuncia la deshumanización del capitalismo, como parece, ni relata el paso a la
madurez de un chaval de Brooklyn enfrentado al mundo, sino que más
bien propone un puzle entre formas cinematográficas que se ofrecen al
espectador como un montón de piezas para ensamblar. Algo parecido, por
cierto, a lo que ha hecho George Clooney en Monuments Men, quizá una de las
películas más injustamente machacadas de los últimos tiempos (Quim Casas ya
se ha encargado de reivindicarla en Sensacine). Mientras Clooney juega con las
elipsis para centrarse, de una manera muy atrevida, en cuadros naif
independientes, tableaux vivants del cine de wild bunchs, Luketic prefiere
acumular géneros, tonos, registros, para luego conectarlos con un hilo argumental
que los atraviese. Puede que el resultado no sea una película de Hitchcock o
Polanski, ni tampoco Los tres días del cóndor, pero sí es puro cine, nos guste
más o menos: un ejercicio que solo habla de formas, y de cómo
componerlas y estructurarlas; un juego con los límites del relato y del género en
un registro puramente comercial, con las herramientas del cine contemporáneo
más mayoritario como punto de partida.