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Beber

La sed, como la necesidad de aire, impone exigencias implacables al organismo humano. En


circunstancias de temperatura ambiente elevada, poca humedad y gran actividad, la carencia de fluidos
puede ocasionarla muerte por deshidratación en pocas horas. En condiciones de humedad se puede
resistir más tiempo. Andress Mihaverz, preso austriaco que fue encarcelado en una celda y abandonado
por error, sobrevivió tras pasar dieciocho días sin agua (ni comida). La sed apremia mucho más que el
hambre. Una persona gruesa que prescinda de todo menos de líquidos puede vivir durante un período
sorprendentemente largo. Angus Barbieri, de Tayport (Fife, Escocia), vivió tomando sólo té, café,
agua, sifón y vitaminas durante 382 días. Cuando empezó el ayuno, pesaba 175 kilos; al terminarlo, 66
kilos. Después de una privación prolongada, se reduce el ansia de comida y aumenta la de líquidos.

Pero la sed, como la necesidad de aire, no ha desempeñado un papel capital en la evolución de


la cultura, por lo menos hasta épocas recientes. El agua para saciar la sed empieza a constituir un
problema sólo después de la aparición de las ciudades y del desplazamiento de poblaciones a hábitats
áridos. Durante la mayor parte de la prehistoria y de la historia, nuestro género ha vivido en regiones
donde el agua potable era casi tan abundante como el aire. Grandes cortinas de agua caían del cielo, se
derramaban por ríos y arroyos y se acumulaban en innumerables charcas y lagos. No constituían el tipo
de material que las personas intercambiasen por comida y servicios. Podían obtenerla por sí mismas.
Además, la mayoría de los alimentos se componen principalmente de agua, por lo que resulta difícil
que se deshidrate alguien que esté bien alimentado. Debido a ello, el agua ha desempeñado en la
evolución cultural un papel más importante como condicionante de la producción alimentaria -en los
sistemas de regadío, por ejemploque como fuente de bebida.

El agua potable es todavía tan abundante que fluye en nuestras casas mezclada de modo
indiscriminado con el agua para lavar los platos y la ropa, llenar la cisterna del retrete y regar el jardín.
Si queremos agua pura, limpia y sin cloro, todavía podemos comprarla embotellada en el súper algo
más barata que un refresco. El invitado modélico todavía no se presenta con un bidón de agua de
manantial a modo de regalo para el anfitrión. Pero si las sociedades industriales continúan ensuciando
y contaminando ríos, lagos y acuíferos subterráneos, el valor de una botella de agua natural, sin cloro,
sin destilar, pura, rivalizará irresistiblemente con el de una botella de buen vino. Y las personas
buscarán afanosamente las mejores marcas en las tiendas de delicatessen.

La comida es diferente. A través de la historia y de la prehistoria, la comida se ha podido


intercambiar siempre por otros bienes y servicios. El agua potable podía empezar a escasear sólo en
algunos hábitats áridos; la comida, en cualquiera. La comida ha requerido siempre un esfuerzo
productivo. Nunca nadie ha confundido jamás la comida con un bien gratuito.

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