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Por
Jacobo Márquez
INTRODUCCION
La noche de la gran borrasca donde solo se veía titilar los rayos de la gran
tormenta por las aberturas de las puertas y ventanales, haciéndose tan
fantasmal con un estruendo y chasquidos de árboles que se partían y parecía
ser el final de un comienzo que apenas se avecinaba para toda la familia que se
regocijaba en su humilde casa. Para la familia López Cabrera; no era tan
común aquella noche por que gozaban de un ambiente modesto y tranquilo,
mas era como un presagio de que algo iba a ocurrir por desgracia –pensó Juan
de Dios, mientras se levantaba a mirar la mañana que acaba de despuntar el
sol.
–Oh, Dios Santo ¡exclamó! Juan de Dios con mirada serena. Pues para él
era fácil ver y comprender como la naturaleza se agitaba a la hora menos
pensada. Mientras se arremangaba su camisa a cuadros oscura, al mirar cómo
había quedado todo después de aquella tormentosa noche destrozado los
arbustos. Él era un hombre de estatura aproximadamente de uno setenta y
siete, atlético por su aguerrido trabajo de aserrador y su tez del rostro moreno,
de ojos negros profundos y una mente brillante en medio de su ignorancia,
además poseía unos brazos de acero para ejecutar sus quehaceres diarios.
Enseguida salió una mujer con aspecto de espanto a mirar con su modorra
envuelta con un trapo de color algodón, parecía que fingía haber tenido un
dolor de cabeza anoche o quizás era su costumbre al levantarse siempre
envuelta. Al mirar ella a Juan de Dios parado con los brazos sobre su cintura
en posición de jarra, observando todo, como había quedado tras el vendaval.
–Creí que no amaneciéramos vivos –dijo ella con voz queda. Yo pensé lo
mismo atestó él con una mirada sobre ella. Pero gracias a Dios estamos vivos
y la Palma Africana por lo pequeña no le pasó nada –dice ella y agregó,
pondré a hacer una gota de tinto porque no hay para más. Tranquila, no te
preocupes Eva, que ya salgo para el caserío a cobrar lo de la maderita que
entregué en la semana–: afortunadamente hoy es sábado día de traerme un
morral lleno de comida –dijo él con entusiasmo. Por lo tanto ella le dio la
espalda para entrarse a dentro y hacer que entrara en calor el pisado de hornilla
sobre la cual pondría una olleta, cuyo culo poseía tiznado a cocer la gota de
café. Y Juan de Dios fue a coger su Pando castaño oscuro, para ponerle su
cabalgadura y emprenderse marcha al caserío. Al cabo de media hora ya tenía
su cabalgadura lista. Venga y tómese su café Juan –le gritó ella al otro lado de
la pared que separaba a la cocina de la pesebrera. Ya mija, ya voy –contestó él
mientras daba los últimos masajes sobre su dorso a su pando. Pando porque
tenía por naturaleza animal una figura de silla sobre su espalda y de ahí que le
nació su nombre o quizás apodo Pando. Apúrale que se le enfría hombre –le
volvió a instigar ella. Aquí estoy –contestó él ya en el umbral de la puerta de
la cocina y tomándolo a sorbos y expulsando resoplos para no quemarse su
guargüero y al mismo tiempo dejaba un hilo de humo del mismo. Papá, para
¿dónde va? Pregunta Jorge Ignacito que salía con una moquera que le absorbía
con cada respiración que inhalaba, pues parecía tener gripa después de la
borrasca acaecida. Cálcese –le dice Juan de Dios, en un tono agudo con
recelos. Papá, para ¿dónde va? Volvió el mocoso a interrogar. Contéstale al
niño. Salió en su defensa Eva mientras Juan de Dios ya ponía el pie derecho
sobre el estribo para montar su cabalgadura. Si, hijo voy para el caserío a traer
comida, pero colocase los zapatos que no miras que se refrías y empeoras con
esa moquera–, y se marchó Juan de Dios. Asintió Jorge Ignacito en ponerse
sus zapaticos, pues ya era un niño de siete años entrado en razón; pero para su
corta edad era muy inquieto, todo quería saber y todo quería tocar, hasta que
en una ocasión meses atrás su mamá había tocado por detrás a una de las
gallinas que tenían para el sustento, para saber si ya había puesto el huevo o
aún no y él la estaba espiando mientras jugaba jalando su carro de palo. Aun
no lo ha puesto –dijo ella soltando la chula negra–, tocará mañana hacerle la
misma operación. Y al otro día estaba correteando a la gallina para hacerle él
la operación, y Eva lo miró y le –gritó ¿qué es lo que está haciendo, Ignacito?
Paró él la cacería –contestando con ingenuidad para su corta edad, para
hacerle la operación.
–¡Pendejo! Que estás pensando hacer –espetó ella con disgusto–. Y añadió,
las operaciónes de las gallinas solo son para mujeres a los niños se les quema
el dedo y quedan mochos. Esto lo puso a él con los pelos de punta con
semejante susto que le dio su mamá. Volvamos nuevamente a donde habíamos
quedado después de esta historia de Ignacito. Entraron luego los dos a la casa
de bareque para seguir con los oficios de la casa y seguir atizando el fogón
para no dejar apagarlo mientras asaban unas tres gallinas en cascaron
acompañado de tres Artones para luego machacarlos y comérselos. No tardó
en salir de su cama Elvirita con sus doce años de pubertad pues ya había
pegado siete días atrás el grito cuando miró su sábana humedecida y para su
sorpresa de ella era que el vampirito empezaba a visitarla cada mes
aproximadamente, según su mamá se lo había indicado meses atrás. Entrando
más en detalles de ella, tenía su cabellera enmarañada negra y bostezaba con
indicios de sueño o quizás de hambre; lo único cierto fue que para ella al igual
que para Jorge Ignacio no fue problema la borrasca por que estuvieron más
que muertos de sueño que dormidos. Ahora ya estaban en sus butacas de roble
de los desperdicios que su padre había traído del aserradero con una tabla, para
armar el comedor porque la situación no daba para más que comprar
únicamente comida mas no botar la plata en comedores de lujo decía Juan de
Dios. Y eso que él se lo ganaba el sustento con el sudor de su frente y el sol
quemándole su espinazo de acero. Le alegaba en muchas ocasiones a ella
cuando ella le cantaleteaba por cosas demás.
Después de haber recorrido dos kilómetros.
Por fin llegamos Pando –dice Juan de Dios. Cuando escuchó ¡jijijijijiji!
¡jijicogida! El saludo del diablo que le daba a pando de bienvenida y éste le
respondió de igual forma con un relincho. Ah, parece que nos encontramos
con Matallanas –pensó él cuando desmontó de su caballo. Ahora bien; amarró
su cabalgadura al lado de diablo, en la baranda de la Fonda y se entró a saludar
a Matallanas que no se había equivocado por diablo que lo delataba desde
lejos.
–Quihubo, Matallanas ¡buenos días! –dijo Juan extendiéndole su mano
derecha.
–¡Buenos días! don Juan de Dios –respondió él pasándole su diestra y
añadió, mañanió no.
Bueno, buen hombre Matallana, vengo por la sal y la panela –contestó
Juan, retirando una silla de madera de la mesa para sentarse. Matallana era un
hombrecito de corta estatura y se ponía un saco de color negro y muy largo
para su estatura, quedando como enfaldado, personificaba su personalidad
única por ahí en el caserío con su voz gruesa y contextura rechoncha, de
cabello grisáceo desaliñado y patilludo, más un bigote de brocha
descompuesto gris y con una nariz de bruja encorvada y poseía una buena
cualidad para mi juicio juzgaría yo; muy enamorado de todas las muchas de
aquella región. Claro que él había llevado una vida ascética por su propia
soledad que vivía. Vivía de muy buen humor a pesar de las críticas que le
atestaban sus vecinos por ser enamorado que era contradictorio para ellos en
especial para las matronas de la época. Y al que resaltar algo, unos lo llamaban
Matallana y otros en plural.
Y, que ¿cómo va el trabajo Don Juan? –pregunta Matallana haciendo señas
a la señorita de que viniera a atenderlos. Esto está muy verraco amigo –
contesta Juan y prosigue desilusionado, con esta situación no sé adónde
lleguemos.
Si, a la orden señores –dice una voz dulce al llamado de ellos. Gracias su
merced contestó Juan de Dios mientras cruzaba los dedos de sus manos sobre
la mesa.
–¿Que se va a tomar don Juan? Pregunta él. Bueno amigo Matallana; será
un tintico –dijo con voz quebrajada un poco nervioso por tener a escasos unos
centímetros de distancia a la muchacha ahí parada en un vaivén de caderas,
pues el solo estaba acostumbrado a mirar solo a su mujer sin forma ni talla
debido a los embarazos de sus hijos. –¡Carajos! lo que pide don Juan, pide
hombre una Costeñita; sabes que chulita tráiganos dos Costeñitas por favor.
Con mucho gusto –respondió ella y se fue en su vaivén de caderas por el
pedido ordenado. Por eso es que a mí me encanta venir aquí a la Fonda, la
chulita es muy formal y está joven, como la ve don Juan–, terminó por decir
él. Tal vez tenga razón –contestó con incuria él.
Don Juan, sí está ya informado–; quésque, en la capital ya hay un caudillo
que está haciendo campaña, que aspira la presidencia de esta nación en los
próximos años y prosiguió Matallana, pues que es un hijo del pueblo que está
con nosotros los esclavos de este pueblo y le dio una palmadita suave sobre su
espalda a Juan para animarlo como oyente. Él asintió mirándole a los ojos su
discurso a última hora que conjeturaba. Por fin tenemos a un Moisés para que
nos líberes de los oligarcas –dijo con vehemencia Matallas.
–Señores; aquí tienen su Costeñita –dijo la mozuela y se retiró
nuevamente.
–Ve, don Juan, que por fortuna tenemos a un Moisés en nuestra patria
replicó una vez más. Dios lo oiga, Matallana –dijo Juan mientras alzaba la
costeñita y bebía un sorbo mezclando ya un sentimiento patriótico. Dios
mando a Moisés a liberar a Jacob o mejor dicho a Israel de la esclavitud
egipcia en el antiguo testamento de la Sagrada Biblia más exactamente en el
libro del éxodo para que usted me entienda un poco don Juan. Claro, amigo
Matallana que entiendo y comprendo su charla, aunque yo no leo la biblia
porque enloquece –y prosiguió– Dios quiera, que por fin salga un verdadero
hombre del pueblo y para el pueblo a hacer valer nuestros derechos y que la
oligarquía sea abolida porque si seguimos como vamos seremos más pobres –
dijo Juan ya con las neuronas ebrias.
–¡Bravo! Exclamó ¡Bravo! Así se habla –dice Matallana eufóricamente–.
Sacó un cigarro de su bolsillo de debajo de su saco Matallana y lo desenvolvió
del papel plata, luego le pellizcó su punta y se lo llevó a su boca–, sacando del
bolsillo de su pantalón una caja más o menos del tamaño de la mitad de su
palma de mano que por ambos lados se leía “diablo” que era la marca, con su
respectivo icono pareciera que la palabra “diablo” estuviera ligada hacia él
porque hasta su caballo tenía el apelativo de la caja y rastrilló la cerilla
chupando el tabaco y expulsó una bocanada de humo. Esto sí, es vida –dijo
Matallana con honor, mientras expulsaba otra bocanada de humo que se
disipaba en el aire. El solo hecho de aspirar Juan de Dios, el olor fuerte a
tabaco que se esparcía frente a sus narices ya se sentía borracho y él se sacudía
su cabeza que le parecía que fuera un ensueño que estaba viviendo. –¿Quieres
probar uno? Don Juan, son de los mejores vienen importados de nuestra
hermana república Cuba, que incluso ya ellos están por dar una revolución.
Soy pobre, pero me doy el gusto de vez en cuando chuparme uno de estos,
cuando cojo algunos centavos arañando mi madre tierra para los oligarcas y
así adquirir mi sustento y mis pocos placeres de fumarme uno en compañía de
una Costeñita. Ya era a eso como las diez menos quince, de la mañana y ellos
seguían ahí sentados parloteando, empero Juan dio un vistazo a su siniestra
mano que pendía su arepa tres tornillos marca “Orient” y dice: rayos, como ha
corrido ya el tiempo Matallana y yo aquí sin la platita para el mercadito–.
Tranquilo deje mear el macho primero y soltó una regia carcajada Matallana
con su ocurrencia mostrando su dentada con unas piezas de plata, y Juan
esbozó una mueca sonrisa–: y continuó Matallana diciendo: con su voz de
trueno, le recuerdo mi querido amigo don Juan, que no estamos perdiendo el
tiempo–: hemos hablado de algo y poco sobre el futuro de nuestros hijos que
le depara nuestra nación en manos de los oligarcas el día de mañana, pero
cuando él pronunció hijos era como si se sintiera un eunuco en medio de un
serrallo, pues él nunca había soñado con tener hijos. Si, en eso tienes razón en
el futuro de nuestros hijos –dice Juan con leve balanceo de cabeza. Eso pienso
yo, en el futuro de los hijos de esta nación se justificó Matallana
inmediatamente.
–¿Cómo le cayó la Costeñita don Juan? Preguntó con simplicidad él.
–Creo que de maravilla –responde Juan con sorna y prosiguió–: hacía días
o quizás meses que no estaba levantándome una Costeñita desde la última vez
que estuve metido donde un hombre casado no debe meterse. ¡Ah, ya! –
expresó Matallana y añadió, mi hombre que es de pocas palabras y de
pensamiento rápido cuando de placeres con coño se trata. ¿No; picaróngo? y
descargó una nueva carcajada Matallana mientras el expulsaba una de las
muchas bocanadas de humo que se iban en espiral.
–Vamos por la segunda tanda de Costeñitas –dijo Matallana e hizo señas
nuevamente a la muchacha que volvió a ponerse a sus órdenes. Otras dos,
hágame el favor rosita caída del cielo–, fue el segundo piropo que le lanzó él.
Pero, hombre Matallana usted siempre buscando lisonjear a las mujeres con
ese tacto varonil –dice Juan mientras por el rabillo del ojo, le veía el vaivén de
caderas a la muchacha siempre que les daba la espalda.
Ya, van haber cambios en esta nación, mi querido amigo ya le llegó la hora
a los oligarcas de que dejen de vivir del pobre como nosotros–, solo parecen
parásitos y tenías alimentándose de la clase campesina y obrera –dijo
Matallana con gran acento grave y repulsivo. Aquí están sus cervezas, señores
–dijo ella y dio media vuelta y se marchó a atender nuevos comensales que
empezaban a llegar a la Fonda. Nuestro caudillo es enemigo de los oligarcas y
noble con el pueblo –dice Matallana. Y ¿cómo lo sabes Matallana? Preguntó
sobresaltado Juan de Dios, incrédulo. Bueno; eso es lo que me contó un
paisano que vino de la civilización central de la nación, hace unos días a
visitar a sus padres –respondió él mientras se lamia los labios por debajo del
bigote que le quedaban a sabor picante. Eso puede ser pura cháchara –dice
Juan y añadió complementando–; todos los caudillos o políticos se vuelven en
contra del pueblo o lo peor de todo corruptos –dijo sin escrúpulos él, y es más
los políticos son espadas de doble filo y para la muestra de un botón ahí
tenemos un caso muy peculiar el de nuestros dos caudillos que le dieron la
libertad a nuestra patria los que hicieron historia; si ¿sabe de cuáles hablo? No,
la verdad no o a lo mejor no lo recuerdo ahora –contestó inquieto Matallana.
–¡Pardiez! Hombre Matallana olvidaste lo que yo no olvidé en mis pocos
años de escolaridad o es que la Costeñita le está cerrando la mollera. Pues
habla, don Juan –dice él ya molesto porque ya quien había tomado la charla
era Juan de Dios y él se había convertido en oyente más no en exponente de la
razón. Hablo del general Simón Bolívar y el general Francisco de Paula
Santander, quien el último mencionado le quiso arrebatar la vida al primero;
solo por discrepancias entre ellos dos. Ah, ya lo recuerdo cuando la señorita
Candelaria Ortiz Casanova nos enseñaba historia patria –respondió Matallana
dejando pasar por su guargüero un trago de cerveza amargo. Pero en esta vez
no es así–, atestó seguro Matallana, ahora si tenemos un caudillo antagonista
que nos liberará de la pobrecía. Si eso es así; Dios quiera que se den las cosas
para salir de la olla y así poderle ofrecer un mejor futuro a los que están en
gestación –dijo Juan terminando su último trago. Y, ¿quién es el caudillo del
que me hablas? Pregunto –dice Juan flotándose las manos ya entrado en
emociones populistas. Hablo de un gran caudillo no porque lo conozca sino
por lo que he oído hablar de él, y su nombre me lo dijo así el paisano, se llama
algo así como Jorge Eliecer Gaitán, algo así; quien pertenece al partido liberal
–dijo Matallana con gran heroísmo. Pero hombre –grito Juan exasperado
nosotros somos del partido conservador, mas no liberales replicó rascándose
con su mano derecha la cabeza. O es ¿que usted es liberal? –Pregunta Juan en
voz baja. Por supuesto que yo no soy liberal ni más faltaba, pero dígame una
cosa–: que sacamos con que sigan los oligarcas montando su aparato
conservador donde solo latigazos es lo que recibe la clase obrera y campesina
con esta pobrería que nos abruma.
Entrando ya en razón Juan de Dios y con su mente hecha ya un ovillo de
ideas echó un segundo vistazo a su flamante conservador reloj arepa y miró la
hora y ¡exclamó alarmado! Ya las once y cuarenta y cinco de la mañana y aún
no he ido a llenar el morral. La verdad no fue que se hubieran gastado toda la
mañana en tomarse dos cervezas cada uno, más bien se les pasó el tiempo más
en hablar de la situación que se venía presentando en cada uno de ellos con
esos ingresos miserables que auras penas lograban alcanzar para comprarse
algo de vestidos y comida, y eso comida de la que había ya empaquetada
porque en su mayoría la producían con sus manos en sus labranzas. Bien
amigo Matallana, yo ya tengo que irme gracias por la charla y las cervezas –
dijo él. No hay de qué; para eso estamos los amigos –respondió Matallana
dándole un apretón de manos a Juan y luego éste salió de ahí dejándole a él
con otro pedido, solo que en esta vez era para él solo, claro que a él no le
corría afán por nada a pesar de que hablaba del futuro, pero él no tenía futuro
con esa vida de ascética que llevaba. Juan se puso en la búsqueda de su deudor
ya prácticamente a eso después del post merídiem. Parecía que se le había
olvidado su rebaño familiar, que estaban esperando el morral lleno de lo poco
que le pudiera alcanzar esos cuantos centavos que recibiría. Hasta que por fin
dio con el hombre es decir con el comprador o mayorista, con el que si le
hacia la plata, a costilla de los aserradores–: él tenía que pagar la madera que
con mucho tesón le había aserrado durante toda la semana en compañía de
otro amigo.
–¡Buenas tardes!, Señor Caquimbo –dice Juan un poco mareado por la
aspiración del humo que le hizo respirar su amigo en la Fonda.
Respondiéndole Caquimbo de la misma forma y agregó–, señor Juan de Dios,
que bueno que nos encontramos justo a tiempo para pagarle su plática, aquí se
la tengo todita y se mandó mano derecha sobre su bolsillo y sacó un atado de
billetes en varias denominaciones de valores y se los fue contando uno tras
otros hasta contarle quinientos pesos–. Creo que en eso habíamos quedado no;
en quinientos pesos por el lote de madera señor Juan de Dios. Si, era eso en lo
que teníamos la deuda –respondió Juan con templanza. Hasta otra nueva
oportunidad don Juan –dijo Caquimbo y se marchó.
–Loable sea ¡Nuestro buen Dios! ya tengo lo de la sal y la panela –pensó
Juan entre sí–. Y se dirigió hacia la TIENDA LOS HUACAS, que estaba
escrito todo en mayúscula y en tinta azul como para resaltar quienes eran ellos
en ese caserío, y además era la más surtida con productos traídos desde la
capital del departamento. Para Pando, su peor pesadilla era el fin de semana en
especial el día sábado que lo ponían a hilar de hambre amarrado a un posta o
como había sucedido hasta la presente. Ya, a eso de la una de la tarde Juan de
Dios venía con el morral al hombro para ponérselo sobre la cabeza de su
montura a Pando para luego marcharse de regreso a su rancho–. Dando un upa
Juan a Pando y éste daba un relincho de despida a quien estaba remplazando a
“diablo” que por fortuna ya hacia un rato su jinete se había marchado también.
Pero el caballo lo volteaba a mirar con desilusión sin responderle al relincho
porque ya sabía lo que le esperaba por ser dueño de un empedernecido
borracho quedarse petrificado como una piedra el siguiente medio día.
Para Pando, el regreso al rancho era más motivado que su paso lo hacía
con mayor ahínco por llegar, para luego ser bien recibido por Jorge Ignacio,
que mientras su jinete le quitaba su montura; Jorge Ignacio tenía que traerle
por costumbre un baldado de agua, por orden de su papá, para que él fuera
aprendiendo a cuidar de Pando. Entre tanto Juan se devanaba sus sesos, por
todo aquello que le había informado su amigo, era creíble o ¿no? que por fin
apareciera un gran liberador como se lo había descrito Matallana, un hombre
de su misma región, sin gran educación estuviera informado, a lo menos eso
era lo que él pensaba y que además con esa vida de ermitaño que llevaba era
una locura que supieras todo eso –pensó él–, pero recordaba que en una
ocasión que había pasado por el frente de su choza y entrado un prestico le
miró un arrume pequeño de aproximadamente unos diez libros sin exagerar
por demás. Entonces sí, era cierto lo del paisano que mencionó que le había
contado en la fonda, y cabe pensar que además le traía información impresa
como eran los libros para que se fuera instruyendo en forma autodidacta él
mismo, y se saliera de su ignorancia que imperaba actualmente. Ahora si
comprendo porque estamos jodidos –pensó Juan, mientras Pando aligeraba su
paso por la trocha. Y de razón que Matallana, tiene su esperanza en Gaitán
como el gran caudillo de los pobres para los pobres –terminó pensando–;
cuando ya estaba a unos cuantos metros de su rancho.
–¡Mamá! ¡Mamá! Ahí viene papá –gritó Jorge Ignacio, mientras
visualizaba a su padre sobre Pando llegar. Y ella salió en seguida para gruñirle.
–Bonitas horas de llegar no –fue el saludo de ella enfurecida. Cuando
Pando llegó exhausto por la fatiga que le sobre cogió el rayo de sol.
–Tranquila Eva –dice Juan con parsimonia sin alardes de reproche, él
entendía sobremanera natural el sexto sentido de la mujer cuando le coge la
cantaleta, prefería dejarla hablar sola que tener un enemigo compartiendo en la
cama–, él sabía que la pataleta se le pasaba, era a veces por el periodo y a lo
mejor había amanecido empachada –pensó instintivamente él. Para ella era
muy común que llegará a las once y media o quizás a las doce menos quince,
pero jamás casi a las dos de la tarde con la carne. Y; ¿Por qué tanta demora,
Juan? Pregunta ella excitada, mientras recibía el morral de manos de él. Ahora
le cuento –respondió él, mientras quitaba la montura y – prosiguió Nachito por
favor tráemele el baldado de agua a Pando.
–Sí, papá ya voy. Y ella al ver que no le contó inmediatamente se entró
refunfuñando a la cocina. Y el alcanzó a oírla ¿Qué es lo que dices? Preguntó
él. No, nada –le gritó ella, desde la cocina con los ojos hechos una mar en
lágrimas. Por lo tanto, Jorge Ignacio corrió con sus paticas electrizables cortas
en busca del pedazo de balde metálico con moho, porque por cierto lo había
heredado su padre del patriarca, antes de morir quien llevaba su mismo
nombre Juan de Dios. Jorge Ignacio con esa virtud que poseía de ser ligero
para las cosas a pesar de su corta edad ya tenía a Pando bebiendo agua.
Elvirita estaba en su camastro jugando con su muñeca de trapo tuerta:
porque días anteriores en un arrebato de nachito por probarse todos sus
dientecitos de ratón, que tan fuertes eran le pegó un mordisco a un ojo negro
de botón y se lo arrancó, quedando el muy satisfecho por su experimento de
poseer unos dientes peores que los de los ratones que se comían el borde de
sus zapatos de material cuando se humedecían. Elvirita venga por un paquete
de galletas de Leche, y le lleva una a su hermanito –dice Eva, desde la cocina
que quedaba contigua a la pieza de Elvirita–, ya con sus ojos secos y un poco,
más tranquila. Sí, señora –contestó ella, pero siguió sin mosquearse de ahí.
–Hija, venga por amor a Dios –dice ella en un tono más subido sin perder
su postura y añadió: venga por su galleta y la de Ignacito, que le decía ella con
diminutivo por cariño a su hijo. –Ya, voy mamá –contestó Elvirita y dejó de
lado su muñeca sin hacerse esperar un tercer llamado. Mire hija, esta es su
galleta y esta otra la de su hermano. –¡Uff! que hartera llevársela –
respondió ella. Que es esa forma de contestarme –dice Eva. Y continuó
Elvirita diciendo: el siempre metiéndose con mis cosas mamá, así como le
arrancó el ojo a mi muñeca mañana me sacará un ojo a mí. Que brutalidad está
diciendo–, el solo es un niño no vez –respondió Eva y agregó más bien vaya y
le lleva la galleta. Está bien mamá y se fue sonrojada de la rabia, dando la
vuelta a la pared de la cocina y casi se estrella con su papá por ir en busca de
su hermano. Cuidado hijita –dijo Juan al mirarla trastabillar.
Ya, Juan había dejado todo en orden en la pesebrera y llegó a la cocina
para verle la cara a su mujer, que por lo que podía adivinar estaba bastante
encolerizada por su llegada posterior a la habitualmente conocida por ella. Él
se quedó mirándola por su espaldar mientras él se sentaba sobre uno de esos
pedazos de banco y respiraba silenciosamente mientras tamborileaba con sus
dedos sobre la tabla que tenía por mesa, para hacerse anunciar de que ahí
estaba, empero ella no le dio la cara mientras ella ponía a prueba sus pulmones
llenándolos de aire para luego soplar la débil llama y hacer posible que cogiera
fuerza la llamarada y diera calor a ese triste fogón; y poner a cocer un poco de
costilla de res. Eso sí, ella no podía vivir sin comer carne, se había convertido
en una verdadera Leona que por eso Juan de Dios no podía dejar de ir el día
sábado atraer unas cuantas libras de carne sin importar que fuera de la peor
calidad, lo que si importaba era llegar con parte de un cadáver así fuera hígado
o boje o las patas de la res.
–¿Es que no va hablar? Dice ella sin dar aun la vuelta, porque ahora está
llorando de humo y también resentida. Mija, la cosa es la siguiente. Lo
escucho –dice ella mientras le pegó otro soplido al fogón. Me acabo de enterar
que parece que nosotros somos los únicos que no sabemos que a los oligarcas
se les va a dañar el tajo. Y de dónde diablos sacas usted eso Juan –contesta ella
ya dándole la cara mientras se sobaba con la palma de su mano los ojos por el
fastidio que le impedía el humo. Bueno; para que veas Eva, me lo contó todo
Matallana–, y continúo él, que en la capital está un hombre de apellido Gaitán,
y que él va a ser nuestro liberador, pero hay un solo detalle no es de nuestro
partido –dijo él. – ¿y si no es de nuestro partido como vamos a creer en él?
Preguntó inquieta ella mientras montaba la olla. Eva, por amor a Dios, así
como le impedía el humo para ver, nosotros no debemos de dejarnos impedir
de esta gran verdad así no sea de nuestro partido –terminó diciendo él, con
certeza de ser ya un adepto más del liberador sin conocerlo aún. Y, en el
transcurso de la cocción de la costilla él siguió contándole todos los
pormenores que le soltó su amigo en la Fonda. A estas alturas de dialogo, Eva
se sentía más segura de sí misma, era como que, si un ataque de celos le
hubiera llegado por su moreno Juan, que hasta donde ella sabía nunca en la
vida le había jugado sucio desde que se casaron, hasta la fecha de la edad de
Elvirita, pero todo hombre por ser hombre tiene su escondido –le caviló en ese
preciso momento la idea a ella. Sabes Dios que sea así –dijo ella. ¿Cómo es
que dices? Pregunta él enderezándose un poco. No, nada de especial –
responde ella esbozando una sonrisa. Juan llama a los niños para que vengan a
comer que ya deben de estar desvariando de hambre –dice Eva. Enseguida
Juan, se paró como buen marido y padre que no se siente incómodo por recibir
una orden de su cónyuge sin subestimarse por ser él, el varón de esa familia.
Elvirita y Jorge Ignacio estaban vareando sobre un árbol de guayabas y
escogiendo las mejores para ellos y las peores se las tiraban a Pando, que las
hacia trizas en su mandíbula. Hijos; ven donde mamá –les grita Juan–, para
que se tomen el caldo y ellos de inmediato asintieron al llamado de su padre,
mientras Eva les tenía ya todo servido sobre ese rustico comedor–. Así
transcurrió toda esa tarde en la familia López.
*
En la capital, se respiraba un aire de cambios burocráticos, ante el gobierno
de turno precedido por el conservatismo; quienes habían tomado la jefatura y
finalmente imponiendo un gobierno hegemónico conservador. Y toda la
oposición contraria estaba molesto por la persecución oficial que se le había
declarado; sin tenerlos en cuenta a ellos por ese entonces. Pero, ya el partido
de oposición había puesto en su cabeza a su gran jefe único del liberalismo
quien levantó la más grande campaña acusatoria contra el jefe de turno,
despertando así su inconformidad nacional.
–Señor presidente; que vamos a hacer con ese sedicioso –pregunta Isidoro
Vásquez, entrando a la oficina del presidente, y quitándose su sombrero de
marca Royal Extenso, de color negro poniéndolo sobre el escritorio. Quien
estaba al servicio del presidente y era uno de los más fieles colaboradores,
para el señor Presidente. Isidoro era un hombre de fisionomía rechoncha,
moreno y alto con una mirada profunda y personalidad única en él, cuando de
rendir lealtad se trataba a su partido conservador. El presidente se levantó
inquieto e intrigado por escuchar hablar así a su más fiel colaborador Isidoro y
pregunta: que tanto es lo que ha oído hablar de ese tal Gaitán, mientras tomaba
la tetera para servir un Café cargado para él junto a Isidoro –y prosiguió
diciendo: habla amigo–, mientras le estiraba su mano derecha con el Café.
Sobándose las manos sobre el escritorio Isidoro con síntomas de nerviosismo
–responde con voz estentórea. ¡Gaitán! ¡Gaitán! es el hombre quien está
poniendo en tela de juicio su carrera política–, poniendo en contra de usted al
pueblo con sus discursitos en la plaza para ganar él más adeptos para las
próximas contiendas electorales que se aproximan. Ya, sentado el Presidente y
dando sorbos de su bebida favorita–. ¿Qué propones Isidoro? Pregunta él
mirándole fijo a los ojos por encima del borde del pocillo mientras tomaba
otro trago. Isidoro descargando su pocillo con cuidado sobre el escritorio–.
Algo debemos de hacer –dice él, con una mirada cauta. Quitarlo de nuestro
camino, para que no nos asiente el talón en cada paso que demos a nuestro
antojo. No ¿crees señor presidente? Interrogó el pensamiento del presidente.
Sin éste aun haberse pronunciado aún.
Eres bastante listo, Isidoro –contesta él, me das una gran idea, pero… iba a
seguir él cuando–, entró, la secretaría privada del Presidente en ese preciso
momento para que firmaras unas actas que debían de enviar a otras
dependencias. –Perdón señor Presidente ¿interrumpo? –dice ella con su voz
melódica y su mirada de paloma. Asomando su cabeza en el umbral de la
puerta. No delante siga –responde el Presidente enderezándose sobre su silla y
ella se vino derechito hacia donde él, vea señor presidente para que hagas el
favor y firmes las actas que estaban previstas para el día de hoy, lo recuerdas
¿verdad? –dice ella. Ah, sí lo había olvidado –dice él tomando las actas y
firmando en pie de letra. Ya firmadas las dos actas se retiró ella de su oficina
dejando un olor embrujador; claro que ella era una joven de unos veinticuatros
años aproximadamente con un talle delgada y una cabellera negra que dejaba
relucir hasta la cintura, con unos ojos color miel, y unos labios de color rosa
en su pleno esplendor, en pocas palabras ella era el florero que adornaba la
oficina del señor Presidente.
Cuando ella se hubo ya salido del despacho del Presidente–; retomó la
palabra Isidoro preguntando, pero ¿que ibas a decirme? Señor Presidente. Pero
¿quién nos hará el trabajito? Pregunta el Presidente en voz baja acercándosele
por la espalda a Isidoro cuando venía de inspeccionar que la puerta estuviera
bien segura. El sol estaba pegando por la ventana, entrando los rayos sobre el
escritorio y, Isidoro se paró y fue hacia la ventana corriendo el visillo para no
dejar entrar la luz solar. –Tranquilo, que de eso me encargo yo, porque, así
como bloquee la luz debo de no dejar indicios de lo que hemos hablado para
no echarnos encima la turba el día en que los hechos queden consumados. Y
volvió nuevamente a tomar asiento él; con una sonrisa malévola que hasta el
señor Presidente recobró ánimos para sonreírle, –y luego dijo: ahora le invito
yo un trago de “agua de vida” Whisky escocés; original que tengo en reserva
como para celebrar por este plan que nos trazamos y prosiguió; porque el
americano no me inspira originalidad y yo soy un hombre de originalidad en
mis planes que me impongo a trazar –dijo el Presidente, mientras ponía las dos
copas servidas sobre el escritorio. Tomando Isidoro la copa del escritorio al
igual que su jefe –le dice: brindemos y dando un tilín de copas añade por la
victoria autoritaria ante el liberalismo derrocado.
II
III
IV
VI
Eva miraba con mucho gusto y agrado a su hija toda ataviada luciendo un
vestido muy esplendido en la sala y veía además quince rosas formando un
florero y bailando con su hombre Juan de Dios al son de los compas de la
guitarra. ¡Qué hermoso día el de mi hija! Expresaba ella al lado de Nachito.
Ahora me toca a mi mamá bailar con ella –responde Nachito. Juan de Dios,
vea el sueño hecho una realidad, pero contesta Juan, no se quede callado diga
algo por amor a Dios. Juan, Juan contesta hasta que ella se despertó de su
pesadilla jactanciosa mandando la mano por coger a Juan del brazo y
comprendió que esa noche no había llegado. Todo este cuento de los quince de
Elvira la tenía a ella hasta en las nubes que terminaba por soñárselos. En la
Casa de la Palma Africana, la aurora ya se hacía más patente y posterior a
unos minutos despuntillaba el sol con más claridad. Amparo ya hacia un rato
estaba en la cocina con sus quehaceres de fregona por despachar con el
desayuno a la niña Elvirita al igual que a Nachito, quienes salían a primera
hora para la escuela a recibir sus enseñanzas. Elvirita se había levantado un
poco indispuesta y más aun con una mirada lívida que parecía haber tenido
una mala noche. Era que había tenido una visita de sorpresa le había visitado
el vampiro causándole un empacho mientras ella dormía, dejándole sus
calzones con vestigios de color sanguinario que había despertado asustada
cuando se sintió mojada y se tocó mirándose la mano por un rayito de luz que
penetraba y comprobó que estaba untada de sangre. Pues estaba atónita y lo
peor de todo desprevenida para tal cambio de su naturaleza que si no la
traicionaba el pensamiento era su primera vez antes de los quince de ella.
¿Qué le pasa? ¿Por qué amanece desanimada Elvirita? pregunta Amparo. Ah,
ya sé que es, déjame adivinar –dice ella con complicidad–, tiene la regla –dijo
bruscamente y prosiguió ya eres toda una mujer Elvira. Ahora si entiendo
porque mamá quiere y esta tan obstinada porque yo me vaya para el convento
–dice ella mientras tomaba un sorbo de chocolate. Elvira, pero si ella quiere
que usted vaya allá, es por su propio bien, es para que no sufras más tarde las
consecuencias del pecado –dijo Amparo mientras le veía a los ojos. ¿Cuál
pecado? Pregunta a golpe ella con su ingenuidad. Bueno Elvira ya es bueno
que sepas a calzón quitado toda la verdad –contesta ella. Ella de inmediato
quedó tan absorta al escucharle hablar de esa manera a la criada, cuando nunca
antes ella le hablaba de mujer a mujer lo único que hacía era debes en cuando
hablarle en calidad de sustituta. La verdad del pecado es cuando uno…
alcanzó a decir, y luego se escuchó ¡buenos días! Hija. Buenos días mamá –
responde ella. ¿Cómo amaneció? Pregunta Eva. Ahí, más o menos bien –
contesta Elvira. De inmediato la fregona se puso a batir el chocolate para
servirle a la matrona. Papá ya llegó preguntó Nachito mientras terminaba sus
últimos bocados, él hacía rato estaba ahí pero no les había escuchado o quizás
no entendía nada de lo que platicaban las dos mujeres. No, haciendo un
ademan de cabeza y prosiguió su papá aún no ha llegado Nachito, pero no
demorará por llegar –responde ella. Cuando se escuchó el relincho de Pando a
unos escasos cien metros. Es pando quien relincha –dijo Nachito saliendo a
zancadas hacia afuera por ver llegar a su viejo.
¡Buenos días Macario! –dice Juan de Dios, quien topó primero con él. Pues
Macario estaba como de costumbre en horas de la mañana, dando forraje a
unas bestias en la pesebrera. Don Juan ¿cómo le fue? Preguntó él. Bien,
gracias a Dios porque regrese sano y salvo –contesta Juan de Dios. Nachito ya
estaba puesto en la pesebrera para saludar a su papá con entusiasmo, dándole
un beso en la mejilla. De igual forma lo estaba haciendo Elvira por respeto a
su papá y más por instigación de su mamá quien le decía que debiera de ser
muy atenta con él. Ya salen para la escuela –pregunta él a sus dos mozos. Si
papá hasta luego –dijo Elvira. Les echó él la bendición –diciendo que Dios los
bendiga. Entre tanto Macario tomó a pando para darle un merecido forraje
porque había llegado con el patrón sano y salvo como él mismo lo había
manifestado.
–¿Cómo le fue? Juan de Dios –pregunta Eva con expectativas. Bien Eva,
ya la vuelta quedó en manos de un amigo de Matallana–. Ahora solo hace falta
esperar pacientemente para que todo salga bien terminó diciendo. Dios quiera,
que todo salga bien replicó ella.
–Amparo –gritó Eva. Patrona a sus órdenes –contesta ella de inmediato
saliendo con el molinillo en su diestra mano. Hágame el favor y me le sirve el
chocolate a Juan ordenó Eva, mientras ella se sentaba al lado de él, para
cuestionarle todo.
–Por fin llegó al desayuno no Macario –dice Amparo, por poco casi se lo
llevo para que comiera en compañía de las bestias. No digas semejante
bestialidad Amparito –contesta el con sonrisa, si lo que más añoro es poder
desayunar al lado suyo, ya entiende que me tocó a última hora dar forraje a
Pando. Entre tanto ella seguía revoleteando en la cocina por servirle al patrón.
Ahora si podemos pegarnos dentro de unos días la bailadita Amparito porque
parece que al patrón le fue bien con la diligencia –dice Macario mientras le
veía el vaivén de sus caderas. Sabes que, más bien no digas bobadas pendejo –
atestó ella. Aunque en el fondo ella pensaba que no estaba de mal admitir al
indio, pero primero casada que pecadora. Porque si a Elvira eso precisamente
le quería decir que si quedaba por ahí era lo más probable que se volviera
pecadora porque con esa cara angelical que poseía la moza los demonios
entraban en persecución y tal vez Eva tuviera razón de que más bien debiera
de irse para el convento –pensaba Amparo, y que para la muestra de un botón
ahí tenía por poco encima a Macario con su pertinencia de atraparla en sus
redes. Amparito gracias por el desayuno –dice Macario, mientras salía
nuevamente para la pesebrera a seguir alistando las bestias que a lo mejor el
patrón dijera que debían de ir al aserradero. Y precisamente por espacio de una
hora ya estaba Juan al lado de Macario arreglándose para irse a bajar unos
cuantos bloques de madera, que tenía que sacar para el mercado.
Ya habían transcurrido unos meses en que todo se veía en orden en la Casa
de la Palma Africana, desde que Elvira ya estaba a punto de llegar a sus años
primaverales, pues todos la veían como la niña de la casa, pues en cierto modo
tenían razón de que Juan de Dios le temblaba la voz cuando María Eva, le
canturreaba por lo de la celebración porque ya se iba a convertir en mujer. Él
hubiera querido petrificar la mocedad de su hija en ver de verla seguir
volviendo cada día vieja, que hasta llegó a pensar que si hubiera un yerbatero,
que tuviera la fórmula mágica de una poción para detener la edad de Elvirita la
compraría al precio que fuera con tal de que siguiera siendo su niña de ojos de
paloma. En una ocasión su amada Eva le habló sobre Elvira diciéndole que era
casi un hecho de que Elvira se iría para el convento, porque la señorita Inés le
había prometido una beca para ella y así ella haría sus votos de castidad,
entregándose a chuchito para ganar indulgencias en la familia. Esto lo molestó
a él, que pensó que era muy atrevida de parte de ella en decir semejante
brutalidad, cuando Elvirita no tenía nada que ver con dichas indulgencias
pensó él. Más bien él estaba de acuerdo que si no podía detener su pubertad a
lo mejor fuera una mujer que se destacará en el ámbito social luchando por los
más débiles como planteaba el caudillo. De todos modos, Dios prevería el
futuro de ella pensó él, mientras Eva se devanaba sus sesos con lo del
convento día tras día.
Una mañana les cogió por sorpresa su amigo Matallana, quien venía a dar
previo aviso de que ya le habían hecho llegar de la capital a él un telegrama
del hijo de su amigo Buitrago informándoles que ya todo estaba listo, que solo
restaba llegar con las cosas para la quinceañera. Esta noticia puso feliz a Eva,
que incluso dio a Amparo orden de matar gallina, para atender al señor
Matallana. Desde luego él se negó rotundamente a la invitación de comer
gallina, pues le rogó tanto ella y más que rogarle le suplicaba que no fuera a
rechazarle la invitación. Él por fin se dejó convencer admitiendo que le
acompañaría al banquete, aunque lo hacía más por su amigo Juan de Dios, que
también se unió a la petición de su mujer. Aunque no era del todo apetitivo el
plato de gallinaza para él, así era que él lo llamaba vulgarmente, aunque era un
hombre desaliñado por su aspecto empero no le gustaba por que las veía
comer de todas clases de porquería empezando por mierda.
Después de un largo parloteo en la cual hablaban de la fiesta, que era un
acontecimiento único por ahí, porque jamás él había presenciado una
celebración a una muchacha decía él. Para que vea mi buen amigo que estos
son los cambios que van a empezar en esta nación –dijo Juan de Dios.
¡Carambas! Expresó –diciendo Matallana –esto suena bien. Eva con Amparo
en la cocina atareada, sirviendo de lo mejor para el comensal que
inoportunamente les había llegado con gran noticia. ¿Entonces siempre va a
ver la celebración? –dice la fregona. Sí; por supuesto que sí –respondió Eva,
mientras daba una probada al suculento sancocho. Lo hicieron pasar a la mesa
luego indicándole Eva el puesto reservado para él, donde solo se sentaron los
tres porque Elvira y Nachito estaban en la escuela y no regresarían hasta el
último periodo de la tarde. Matallana mando mano al vaso de jugo sin
percatarse de que Eva ya estaba lista, pero para dar paso a la oración en acción
de gracias por esos platos que se disponían a devorar. Quedando Matallana
inculto porque él qué; estaba acostumbrado a vivir solo y menos a tales
oraciones impropias para su persona. Ahora sí comamos –dijo ella terminado
el responsorio amén de Juan. Coma que está en su casa, siéntase como en su
casa –dijo Eva afectivamente–; mientras ella le mandó mano a la primera
presa, la cabeza. Y Juan un pernil tomó para devorarlo, mientras Matallana
solo cuchareaba el plato saboreando lo que más detestaba en la vida comer
gallina. Nerón esbozó un bostezo inarticulado al lado del comensal
desesperado por atrapar un infeliz hueso que quizás le botaran. Silencio Nerón
–le gritó Eva, mientras ella hacia trizas los huesillos de la cabeza. Hasta que
rompió el silencio Matallana hablando de los cambios diciendo: que sí había
oído hablar de su amigo Buitrago sobre los futuros comicios, que le
cambiarían la cara a la moneda a los oligarcas. Ahora si comprendo –porque
usted está al tanto de todo –terminó diciendo Juan de Dios. Él tiene un hijo
que se llama Tulio, yo por cariño le digo Tulito y es un muchacho que está
empecinado según me lo contó su viejo, en estudiar para no caer en la trampa
de los oligarcas, porque según él se ganó o mejor dicho está estudiando gracias
a una beca que le concedió el director de Sutatenza el padre quesque se llama
algo así como: José Ramón Savogal. Vea lo que Elvirita está esperando –
contestó de inmediato Eva, casi atragantándose un pedacillo de hueso y –
prosiguió solo que mi hija va a servirle al señor Jesús. Dio Nerón otro pequeño
ladrido solo que en esta vez le pasó un buen pernil sin hacerlo esperar más
quedando Juan de Dios y Eva desorbitados al mirar bien premiado a Nerón.
Mientras él seguía solo cuchareando caldo. Entre tanto Amparo en la cocina
comía con el indio Macario como ella misma le llamaba. Pero la cosa va bien;
no Amparo –dice Macario. Si eso parece –responde ella con un ala a punto de
llevar a la boca. Por fin nos está llegando el día –dijo Macario con malicia de
indio. Él siempre buscaba la forma de persuadir a Amparo para que le diera el
sí. Vea, Macario déjese de sus tonterías el día le está llegando es a la niña
Elvirita –contesta ella mientras hacía trizas un huesillo. Por Dios mujer,
nosotros también podemos hacer que ese día florezca también en nuestro nido
–decía Macario mientras se lamia sus dedos de demonio. ¿Cuál nido? pendejo
–contesta inmediatamente encolerizada ella. Mijita el nido del amor –responde
el con una sonrisita barata. Usted sabe muy bien Macario que no tenemos
ningún nido –dice ella un poco enfadada y prosiguió en definitivamente no se
le puede dar confianza a éste, porque se crea un nido para llevárselo a uno pa,
allá. Listo Macario, ya comió; escuchó una voz en el umbral de la puerta a la
cocina. Pues era el patrón que ya había despedido a su amigo y estaba
puyando al burro de Macario para salir camino al aserradero. Si señor ya acabé
–contestó Macario mientras bebía la sobremesa a sorbos grandes. Eso sí más
bien coja oficio –dice Amparo un poco fastidiada por su parloteo ocioso de
Macario. Hay Amparito usted me va a matar un día de estos –dijo él saliendo a
zancadas para la pesebrera. Pendejo tiene que ser –pensó ella. Ya el sol estaba
a pleno esplendor y las bestias mulares estaban listas para partir al aserradero,
que era la pequeña empresa que Juan de Dios, había creado por esfuerzo
propio y duro trabajo: para levantar a su familia y tener trabajadores a su
servicio, partiendo ellos dos y Eva se quedaba al cuidado de los niños en
compañía de la mulata, hasta el fin de semana que regresarían con las mulas
cargadas de bloques.
VII
VIII
IX
Se sobre saltó Juan de Dios a eso de las cinco de la mañana, cuando cantó
el gallo, pues durante toda la madrugada desde que empezó a cantar el animal
él no le había escuchado, tal vez por haber llegado molido esa tarde anterior
pensó y de inmediato se levantó a la par de la alborada. Fue hacia el lavabo en
busca y dio un trastabillón en su jarrete siniestro con una butaca que habían
dejado y solo a la luz de los orificios que penetraban por las aberturas de la
puerta no pudo verla. Esto le hizo el sonambulismo huir de él y poner más en
orden sus sentidos que de inmediato fue a la pieza a mirar a su hijo nachito.
Sigilosamente abrió la puerta y le miró a la cara un poco más ya con la luz
matinal que se hacía patente, el angelito solo dio un movimiento de lado
contrario dándole la espalda, pero para él fue una satisfacción ver que nachito
mejoraba como su mujer misma se lo había hecho saber.
A eso de las seis de la mañana ya había prendido candela en el fogón de
leña ahorrándole a Amparo la tarea de prenderlo y la olleta del tinto también
estaba sobre el mismo hirviendo.
Ya las gallinas cacareaban con su padrón al lado fuera sobre el patio
pidiendo a Elvirita las tasadas de maíz que ella les proporcionaba antes de irse
para la escuela. Y Amparo ya estaba ataviada con su delantal al lado del
molino haciendo movimientos de sus protuberantes caderas cuando giraba el
mango del molino moliendo el maíz para las arepas. Porque otra cosa que
debo hacerles saber es que día de por medio era el desayuno con caldo y
arepas; porque algo que le gustaba a don Juan de Dios era trabajar duro como
negro; y comer bien en medio de su pobreza como el mismo le llamaba,
aunque los oligarcas se comieran los mejores manjares de la nación a costilla
del pueblo –dijo Juan de Dios en una ocasión que Eva respingó por la adición
que él tenía a la arepa. Nachito estaba junto a ellos en el comedor esa mañana
con un ánimo muy bueno que se comió todo y hasta preguntaba por las cosas
del aserradero y también preguntó por Titimbo quien había ganado la buena
honra ahí en la casa.
–Este bendito perro casi no me deja dormir –dijo Amparo, mientras pasaba
los platos al comedor. En cambio, yo no lo sentí –contestó Juan de Dios. Usted
durmió como un muerto seria –respondió toscamente ella y continuó debió de
ser por el cansancio. Tal vez tenga razón Amparo –dice Eva, porque yo
también sentí a Nerón un rato. Yo no lo sentí tampoco papá –dice Jorge
Ignacio, mientras se llevaba media arepa a la boca. Le quedaron muy buenas
las arepas Amparo –dice Juan de Dios. Eva al escucharlo le miró por el rabillo
del ojo como adulaba a la fregona entrada en celos y pensó tal vez es que a mí
no me quedan buenas las arepas. Es que a mí todo me queda bien señor –
responde ella mientras llegaba con una sobremesa para Elvirita quien en el
desayuno solo se limitó a escuchar sin decir palabra alguna.
Cuando acabaron de desayunar todos se limitaron a hacer sus quehaceres,
Elvirita a ir a la escuela menos nachito que aún seguía en sus cuidados de su
madre, que ella consideraba todavía no prudente de mandarlo a la escuela
hasta que le pasara bien la tosferina. Juan de Dios se puso como mosca en el
cuidado de sus mulares ya que quien lo hacía en esta vez no pudo estar,
haciendo su labor. Y Amparo seguía con todo lo pertinente a los oficios de la
casa, arreglándola en compañía de Eva quien le ordenaba, porque ya Eva se
sentía cansada de las piernas quizás las venas varices le empezaban a hacer
culebrillas y debido a sus golpes años atrás en sus piernas, que pensó que
debía de ser por eso. Y claro que Amparo como buena india, que no le daba ni
un solo síntoma a excepción de las visitas periódicas de su vampiro que la
conturbaba un poco, pero de ahí no pasaba–: a lo contrario de su patrona de
dolor de cabeza que cada mañana amanecía envuelta con un trapo; ella era
todo lo contrario como un roble para todas las tereas que le impartía Eva.
Casi que a las diez de la mañana nachito se salió a darse la resolana un
poco, que había perdido el contacto con la naturaleza debido a su enfermedad
y quiso apearse una guanábana, que había sembrado Eva porque ella para la
siembra de las plantas y árboles frutales poseía una mano mágica las
cualidades que no tenía Juan de Dios, que en una ocasión ella le pidió que
sembrara una semilla de naranjo en la cual nunca creció. Nachito estaba con
un garabato halando una pequeña guanábana para comer cuando divisó a
cierta distancia que se aproximaba algo, pero aun no entendía que era, era algo
extraño para él, que incluso dejó tirada su empresa que tenía en ese momento
–. Que de inmediato corrió en zancadas con ímpetu enérgico hacia la pesebrera
donde se encontraba Juan de Dios. –Papá, papá alguien viene llegando –dice
nachito puesto a su lado. ¿Qué es nachito? –responde el mientras se
desdoblaba de la canoa en la cual picaba unas cañas. Vamos a mirar que es –
repuso Juan de Dios llevándole la idea.
Mientras ellos seguían buscando con la vista el ruido se hacía más sonoro y
el carro iba llegando por la trocha que días anteriores se había puesto manos a
la obra con Macario de tratar de hacer del camino de herradura una trocha más
amplia pensando en la llegada de la posible encomienda. Por Dios, nachito han
sabido llegar –dice él. Ya estaba Eva también mirando el pequeño carro
llegando al patio de la casa, era un asombro para ellos ver por primera vez
llegar una mula mecánica. Todos estaban ahí parados menos la flor de la
primavera–, mirando con sus propios ojos el espectáculo del sonido, aunque
Juan de Dios, ya había montado en el Jeep de su amigo.
Ya habían apagado el carro. Cuando puso un pie un joven de contextura
delgada y más bien alto, de tez blanca y ojos de color miel.
–¡Buenos días! –dice Matalla, quien era el segundo de bajarse del cacharro.
Juan de Dios de igual forma le respondió dándose un abrazo acompañado de
un apretón de manos. Por fin llegamos amigo Juan de Dios, con la encomienda
–dice él. Pensé que no viniera –responde Juan de Dios. No señor yo soy un
hombre de guevas y de palabra –responde Matallana soltando una recia
carcajada–: sin pulimiento en su hablar y sin importar que ahí tuviera al frente
a dos damas. Aquí vine con el favor que me pidió –replica él. Y aquí les
presento a dos amigos, ellos son el joven Tulio Buitrago hijo de Buitrago y él
es el italiano Emilio Casella, quien es amigo de él. Se hicieron las
presentaciones como se debía y desde luego que Juan de Dios presentó a su
familia. Cuando Eva escuchó la palabra italiano casi se desmaya de pensar qué
demonios hacia ese italiano ahí en esta casa mal arreglada cuando ella había
escuchado hablar que los italianos eran personas muy cultas y sobre todo les
gustaba comer muy bien acompañados de vino como príncipes y ahí solo le
podrían ofrecer auras pena agua panela de sobremesa. ¿Y dónde está la futura
quinceañera? –pregunta Matallana. Mi hermana está en la escuela –dice
nachito y continuó– vendrá más tarde. Parece que si le sirvió la leche de mi
yegua negra a nachito –dice Matallana y añadió–, también le mandé a decir a
su mamá que le diera mierda de vaca con leche. Y soltó nuevamente Matallana
una carcajada dejando ver sus pocos dientes de color cetrino. Quedando
nachito desconcertado y apenado y con un asco profundo al saber de
semejante porquería, que le habían dado también. Tranquilo nachito no se
apene que a mí me tocó beber unas cuantas pociones que me dieron cuando
tenía más o menos la edad suya –dijo él remediando la afrenta sobre nachito.
Después de este parloteo Juan de Dios en compañía de Eva los hizo seguir y
desde luego que dio orden a Amparo para que les hiciera una limonada, para
darle a la visita. Después de un corto descanso bajaron todas las cosas
empezando por la pianola que Eva quedó admirada al mirar entrar el aparato
musical con el cual su hija daría sus primeros pasos de vals. Y así
sucesivamente fueron entrando demás cosas. Después de hacer rendir el
almuerzo con unas cuantas tasadas de agua para el caldo en la que si tenía esa
habilidad Amparo por la costumbre que a veces llegaban peones del
aserradero imprevistamente. Les hicieron pasar al convite y los dos
muchachos muy entusiasmados no se hicieron rogar a la tentativa de comer
porque en realidad la solitaria los tenía en aprietos. Por otra parte, Amparo fue
muy recursiva y generosa con los jóvenes, ofreciéndoles hasta repetir
sustancia de costilla de marrano. Y ellos pues hacían años que no probaban
comida cocinada en fogón de leña y sobre todo al italiano le resultó de gusto la
sazón de la india que se sintió como en casa que rompió la regla de comer con
utensilios y agarró su costilla con sus dedos lánguidos y blancos.
–En el transcurso de la tarde empezaron por desempacar y pasarle a Juan
de Dios, las pocas cosas, pero de gran importancia para ellos ahí en la
montaña. Hablaron de política, y quien más daba muestra e interés por los
cambios que se estaban por albergar en la nación gracias al gran caudillo del
pueblo; para mejorar la vida de los compatriotas del campesinado era Tulio.
Decía que por fin la oligarquía de los mismos se iba a venir a pique y nacería
una nueva esperanza, para las futuras generaciones como el niño que tenemos
aquí presente–. Nachito no se quitaba del lado de ellos, pues sentía una gran
alegría de verlos ahí en su casa, y cada rato le hacía preguntas en especial a
Emilio que le escuchaba un acento no común al oído de él. El italiano sacó una
armónica y se la enseñó dándole los primeros sonidos musicales. Nachito
quedó hipnotizado con su nuevo instrumento y se la pasaba de un lado para
otro con ella soplándola sin poder sonar, hasta que por fin de tanto Emilio
repetirle empezó a dar los primeros frutos.
–Matallana por su parte se despidió, dejando a los dos jóvenes, para que le
enseñaran a la célibe joven el vals, por su puesto la forma como debiera de
tocar la pianola hacia futuro.
Eva por su parte con Amparo se devenían sus sesos por arreglarles lo
mejor que podían para sus huéspedes, que hasta llegaron a pensar por pocas
piezas que habían, debieran de acomodarlos de la siguiente forma: al italiano
en la pieza de nachito y él se lo llevaban para la pieza de ellos y la pieza de
Amparo en común acuerdo la tomaron para Tulio y ella se mudaría para la
pieza de Elvirita por poco tiempo puso en evidencia Eva, mientras pasaba todo
este cuento de Elvirita porque a ciencia cierta ellos estaban era por la futura
mujer que se estaba a punto de convertir a escaso de un mes.
–Por fin llegó bien entrada la tarde Elvirita en su caballo a la casa; con
tremenda sorpresa que la saludaron los dos jóvenes diciéndole: buenas tardes
jovencita y ella les contestó de igual modo y fue pasando en busca de su
madre, aunque ella por su instinto comprendió que por fin habían llegado.
–Elvirita les quiero presentar a los dos jóvenes uno es italiano –dice Eva,
interrumpiendo ella ¿Cómo, mamá? –contesta Elvirita. Si hija él se llama
Emilio Cassella, y él es Tulio Bitrago quien lo trajo y nos dice que es muy
buen músico para que le enseñe algo de la pianola. Mucho gusto Elvirita –dice
Tulio dándole un apretón de mano suave y de igual forma el italiano pasándole
su mano lánguida suave. Aquí nos tiene para colaborarle en todo lo que sea
posible –dijo Casella mientras le quitaba los pedazos de cartón que protegía la
pianola.
Mañana comenzaremos a valsar –dijo Emilio mirándole a la cara a Elvirita.
Y ella se sonrojó al mirar al italiano que le miraba y le decía aquella palabra
que en verdad poco entendió ella. ¿Y que es valsar? –preguntó ella
ingenuamente. Lo que él quiere decir es bailar el vals –aclaró Tulio, dando un
rodeo de risas entre ellos. Y también me enseñará a tocar la pianola –dice ella.
Y por supuesto que le enseñaré la pianola –contesta Emilio. Pero bueno
mañana será otro día –repuso Tulio. Eva entró a la sala diciendo: Jóvenes la
pieza para cada uno de ustedes está ya lista –y prosiguió– ahora después de la
cena pueden pasar a descansar, que a lo mejor han tenido un largo viaje y
agotador día. Entre el crepuscular de esa tarde, Juan de Dios prendió la
petromal para dar luminaria sobre la sala amplia que al mismo tiempo serbia
de comedor y todos sentados comían y el italiano clavaba la mirada en
Amparo por cada vez que venía a traerles un plato de comida mientras veía
vapulear las caderas de la mulata; pues pensó que en su país no había mujeres
con esa gracia. Y así aconteció tal como Eva lo había predispuesto esa noche
después de la cena todos se fueron a sus respectivas piezas en la cual Eva se
las iba enseñando a cada uno de ellos.
Después de unos días pasados los dos jóvenes se volvieron muy allegados
a la familia López, que incluso se habían ganado la confianza en plenitud de
Elvirita, quien era la más recia en adquirir confianza en ellos en especial del
italiano. Todos buscaban la forma de hacer sentir bien a los dos, claro que Eva
le preocupaba más el bienestar por Emilio, quien sabía que era harina de otro
costal–, como se lo había hecho saber Eva a Juan de Dios, y éste le decía en
cambio que no se complicara por la atención del extranjero que de todos
modos era de carne y hueso mas no un dios. Esto Eva no le gusto esta actitud,
porque ella le recordaba que debían de hacer que el italiano se llevara una
buena imagen de ellos y además le ponía en tela de juego el motivo por el cual
ellos estuvieran ahí era por la niña. Y hablando de la niña ya la ha visto dar los
primeros pasos del vals –le preguntó Eva a Juan de Dios, una mañana que él se
disponía a salir a toda prisa para el aserradero que Macario aún no había
llegado y esto preocupó a Juan de Dios.
–No; la verdad no tengo tiempo para tales cosas –contestó él ya subido en
Pando y se marchó a ver qué había pasado. Entre tanto el italiano continuaba
dándole sus clases a Elvirita primero empezó a hacerle sonar la pianola con
sus notas y luego le seguía los pasos del vals. Porque por fortuna Tulio ya
había aprendido en la capital algo de la pianola gracias a la amistad que tenía
con Casella y éste tocaba para ellos que practicaban los pasos fundamentales
del vals. Para Elvirita le resultó fácil aprender, aunque debo de decir que al
comienzo se tornaba muy rígida a los movimientos del cuerpo que hacía con
destreza su parejo Emilio; y Eva por lo tanto hacia vigilar y vigilar todos los
movimientos de ellos ahí sentada sobre la silla mecedora de Juan de Dios. Ella
no se perdía ni un solo detalle, que hasta de tanto mirarles ya ella se había
aprendido los movimientos mentales–, y en una ocasión se quedó dormida en
la sala sola después que ellos terminaron. Y por otro lado la mulata se sentía a
gusto atendiendo a todos los favores que le pedía Emilio, que por favor
páseme un vaso de agua puro con unas cuantas gotas de limón, que si me
puedes hacer el favor de lavarme la camiseta después de entrenar, favor va
favor viene, pero para ella era todo un honor servir para él. En una ocasión que
entró Amparo a la pieza donde estaba alojado el italiano pensando que no
estaba en ese momento a llevarle la camiseta le miró desnudo como una rana,
que quedó ella fascinada, pues jamás sus ojos habían visto semejante cosa,
porque para ser sinceros ella solo estaba acostumbrada a mirar el indio
Titimbo y eso con pantalones jamás en bola. El italiano se quedó tan fresco en
su cultura, que no hizo ni el menor gesto por disculparse–, de inmediato ella
tiro la camiseta sobre la cama y salió de enseguida con pena. Por Dios, que
esto no le vaya a pasar a Elvirita –pensó y se santiguó como muy buena
santurrona, saliendo al trote para la cocina. Elvirita cada día se preparaba más
para su majestuoso cumpleaños, Eva le hizo medir un día los zapatos que le
quedaron como mandados a hacer para ella y el color fue de su agrado. El
vestido sí falló un poco –dijo Eva, pues el vestido le quedó nadando en la
cintura de Elvirita que gozaba de un talle de guitarra. Pero para Eva nada le
quedaba grande había aprendido a ser recursiva en medio de las dificultades
que vivían–, tranquila hija que el vestido se lo arreglaré con unos prenses
sobre la cintura a mano. La moza como buena hija no dio ningún pataleo ni
protestó por el vestido. –Si mamá usted sabe más que yo –fue lo único que
pronunció ella. Y, ahora miremos lo demás Elvirita –dice Eva, poniendo la
pequeña corona sobre la cabeza de ella. Es perfecta la corona –dice con una
sonrisa esbozada, ah falta otra cosa los guantes. Poniéndose los guantes con la
ayuda de Eva le llegaron hasta antecito de los codos. Parece una reina mi hija
–dijo Eva felizmente. Ya estaba Elvirita ataviada, aunque parecía la reinita de
las brujas con su cabellera enmarañada sin ningún peinado en especial y el
vestido ancho en la cintura haciendo sonar los pequeños taconcitos en el
entablado por cada paso que daba tambaleándose al mismo tiempo; porque la
verdad era primera vez que sentía ella dar pasos como en el aíre en el entorno
de la pieza.
–Él italiano se paseaba en compañía de Tulio por las inmediaciones de la
casa, y parloteaban de la experiencia que estaban teniendo ellos ahí, con ésta
digna familia humilde y por supuesto que era bien interesante hacer posible
que Elvirita disfrutara de sus quince. Que realmente esto demostraba mucho
amor por su hija –dijo Casella, y agregó diciendo: a pesar de sus
incomodidades buscaron la forma de hacer posible lo imposible en estos
campos. Admitiendo Tulio lo dicho por su amigo –responde él, que la vida es
así, pero que él quisiera buscarle una beca a la moza para que se vaya a la
capital a estudiar. Tienes un corazón muy generoso amigo Tulio –responde
Emilio, y vea a mí me trajo como el concertador y, voz haciendo todo esto a
cambio de nada. Vale la pena hacer por las demás cosas que le hagan sentir
bien a uno mismo, como lo está haciendo nuestro gran caudillo por la gente
campesina y trabajadora–; y más aún cuando se trata de amigos como es mi
viejo con Matallana –respondió Tulio con corazón sincero. Continuaron ellos
hablando y Emilio le contó todo lo acaecido la sorpresa que le dio la mulata
mientras él se cambiaba de ropa –soltando una carcajada Tulio y dijo quedaría
estupefacta de mirarle su trasero pálido y ella no está acostumbrada a tales
cosas. Ambos rieron nuevamente, pero –interrumpió Cassella diciendo: ojalá
me hubiera visto mi trasero lo que vio ella fue el fenómeno paranormal que
descolgaba –dieron tremenda carcajada por la gracia que lo decía Emilio y
agregó con esto le quiero decir que yo estaba in púribus. Por poco se
destornillaban en carcajadas los dos; porque de buen humor gozaba el italiano
y más aún cuando chistes efímeros y picantes salían de su cerebro.
Después de un largo rato de estar ellos por los alrededores de la casa se
regresaron nuevamente. Y ya tenía el italiano en buena gana de pegarle una
revolcada a la mulata pues pensaba que nunca había tenido la oportunidad de
foliarse una mulata de buen volumen en su especie desde que llegó a la
nación. Se ensimismaba él en su propio interior, ¿qué sería la experiencia entre
él y porque no la mulata? Para que se convirtiera su historia como había leído
años atrás antes de venirse de su Italia la obra Elegía de Madonna Fiammentta,
por Boccaccio. Solo que a diferencia aquí seria la Madonna mulata, era un
ensueño que le cavilaba en ese momento.
–En el transcurso de esos días después de la llegada del extranjero, la casa
de la Palma Africana, se volvió muy popular dentro de los vecinos de ese
sector pues se había regado el chisme de la presencia de un italiano donde los
López–, en especial las muchachas pues venían cada rato, a mirar el cuento de
la pianola pero más lo hacían por curiosidad por el italiano, quien se deleitaba
haciendo sonar la pianola y ellas quedaban rendidas al mirar al italiano todo
esbelto con su delicado movimiento de dedos lánguidos sobre el teclado del
instrumento. Él solo hacía clavar la mirada sobre una partitura que tenía frente
de él sobre la pianola. Y ellas por su parte ni pestañeaban de pelarle el ojo, que
hasta Eva pensó que su casa se iba a volver una de esas que había oído
mencionar donde que, se agrupaban solo mujeres de la vida fácil. Era
magistral como Emilio tocaba la pianola, para ellas. Que a pesar de ser hijas
de indias habían perdido la pena y se apretujaban una tras otra por saludarlo
con un beso sobre la mejilla–, cuando el daba por terminada la melodía. Y
ellas salían con sonrisas de oreja a oreja, de haber sido correspondidas por el
extranjero saltando como gacelas para sus ranchos.
Después de esto Emilio se sacaba una botella de vino, que se empaquetó y
servía dos copas dentro de la pieza de Emilio a puerta cerrada y los dos se
reían de mirar el ocio sobre las pobres muchachas por venir a mirarle como un
animalejo raro –decía Tulio mientras se llevaba un trago.
Los días continuaban con el mismo tesón para ellos dos, enseñándole a
Elvirita los pasos para su gran día que por cierto faltaba poco. Y su mamá
acechando muy pendiente de ella por si las moscas; pensaba que de pronto se
sobre pasara el italiano con esa cultura excéntrica que le caracterizaba a los
extranjeros. Que hasta en una ocasión que Juan de Dios pasaba por ahí y
después de haber visto más a su mujer que no le quitaba mirada alguna –le
dijo que dejara de ser mujer sin escrúpulos de estar viendo todos los
movimientos que le hacía y coqueteos, que eso era el ritual que hacía parte del
vals y continúo diciéndole: que hasta marica seria, era probable que no le
gustara las mujeres–; pues además con ese peinado cuca, que siempre poseía y
que le ponía por claro que siempre los artistas terminaban más por inclinarse
hacia el mundo mariposón. Ella después de haberle escuchado decir
consabidamente a su hombre estos argumentos entró en razón, pues se le quitó
el peso de encima por su conciencia.
Ya había aprendido Elvirita a dar los primeros pasos que incluso le salió
parejo en una de las tardes un galancito bien puesto en su punto, pues era su
hermano que quería ensayar con su hermana esos pasos que tanto él se daba
cuenta como se movían de un lado para otro. Y salió jalador el niño –dijo
Tulio que estaba cruzado de brazos ahí parado mirándoles. Aunque un pisón se
llevó ella, que ella le corrigió con buen modo y templanza.
En un día de los seguidos al día que miró el fenómeno paranormal la
mulata, tuvo más precaución en entrar a la pieza a llevarle una camiseta de
nuevo; golpeo la puerta con cuidado anunciándose que desde luego Emilio
estaba con un bañador semejante al pantalón bermudas y él le hizo un ademán
para que entrara. Ella por su parte entró con ese movimiento de caderas, que le
hizo despertar el demonio interior. –Mire aquí le traigo su camiseta –dice ella
sonrosada por el caso de la vez pasada.
Pero ni modo de verle el color, ya entenderán no…
–Él por su parte le dice que se la ponga ahí sobre una mesita y ella
nerviosa pasa por su lado con cuidado de no tocarlo–: pero él le manda un
apretón al culo donde solo ella pegó un salto como de potra cerrera sin decir
palabra alguna. Tranquila mujer –dice Emilio, pero fue que me despertó uno
de los demonios dejándola intrigada. –¡Caray! Responde ella nerviosa –y
continúo diciendo: si eso es un demonio como será los demás demonios
despiertos. La mulata no era del todo tonta y bruta comprendía en pocas
palabras lo que escuchaba. Tómese un trago de vino le ofreció él, y ella negó
recibirlo y fue tanto la insistencia que le hizo diciéndole que era vitamina para
el alma y cuantas otras cosas más le decía que incluso le dijo que no se diera el
lujo de despreciarlo porque nunca jamás iba a volver a tener un italiano al
frente de ella. En eso si tenía razón tal vez, pensó por un momento y
recapacitó, que ella al que tenía de costumbre era al indio al frente y hasta en
una vez recordó que la forcejaba, ¿también sería por impulso del demonio?
Por fin de tanto escucharle su parlar terminó aceptando y recibió la copa
temblorosamente, pero puso una condición preguntando primero que si tocar
la pianola es difícil y luego le dijo que le enseñara. –Soltando una leve risa
Emilio le –dijo que le enseñaría no solo tocar la pianola sino mucho más. Se
bebió su copa ella y salió zigzagueando sin decir ni siquiera gracias. Emilio
con su picardía que se llevaba por dentro detrás de su personalidad, disfrutaba
de la experiencia de haber distinguido a la negra Amparo haciéndole creer el
cuento de los demonios.
*
–Todos los días en la casa continuaba aglomerándose de célibes
muchachas buscando el lugar perfecto para gozar de la música que Cassella
deleitaba con las notas a sus seguidoras. Hasta en una ocasión le dijo a Tulio
que estaba pensando muy seriamente en hablar con los papases de las mozas
para él culturizarlas con la música ya que la Divina Providencia le había
otorgado ese don para la música; y que él les hacía un cobro muy mínimo que
más lo hacía por caridad que por las ganancias ya que la nación lo había
acogido muy bien y para la muestra de un botón–, ahí las tenía a todas
haciendo fila por verle y escuchar la pianola. Tulio por su parte le dijo que le
parecía bien, pero que se estaba apresurando con esa empresa, que debiera de
pensarlo más afondo porque él; que era un hombre de cultura y ahí estaban en
un lugar donde abundaba las necesidades, que él le recomendaría si de verdad
quisiera llevar a cabo dicha empresa debiera de hacerlo el año entrante si Dios
fuera mediante. El joven Cassella admitió la subgerencia que le hacía su
amigo más confidencial y repuso que sí, que tal vez el tuviera razón con el
apresuramiento. Ya el italiano llevaba aproximadamente un mes de ensayos
con Elvirita y ella había dado buenos dotes de aprendizaje cada día más–: esto
le daba la certeza clara y manifiesta de la que no se puede dudar, que las
jovencitas de ese poblado tenían un espíritu noble y fiable para él dar lo mejor
de él; el año entrante. En una ocasión Elvirita al terminar una de las clases le
preguntó a Emilio que significaba vals. Él desde luego le enseñó cuyo
significado –diciéndole que el vals era un baile, de origen alemán, que
ejecutan las parejas con movimientos de rotación y de traslación. En la cual se
acompaña con una música de ritmo ternario, cuyas frases constan
generalmente de dieciséis compases, en aire vivo. Como venían haciendo ellos
las prácticas y el sacó un pedazo de papel del bolsillo de su pantalón y
tomando un lápiz le escribió en lengua alemana de la siguiente forma: Walzer,
de walzen, dar vueltas y se lo pasó a ella quien le clavó los ojos sin poder
entender mucho. Pero con su duda despejada sobre el origen.
Eva cada día veía realizado el sueño de su adorable hija, y le preguntó a
Emilio que como veía a la niña, si sí había aprendido; él le dijo que diera
gracias a Dios de tener una hija muy juiciosa y aplicada.
–Entonces eso quiere decir que ella ya aprendió tan rápido –dice ella. Él le
hizo saber que tan rápido todo no, pero que lo básico de la pianola sí y con
respecto al vals solo faltaba que llegara ese día. Quedando Eva aliviada con
esa respuesta que le dio el extranjero que lo había mandado Dios como
mandado a hacer, para que su hija lograra lo que ella nunca había logrado
pensó. Hasta que por fin llegó la hora de ellos partir para la capital;
haciéndoselo saber a Juan de Dios, y le explicaron que tenían pendiente unos
asuntos y Emilio –le dijo que debiera de ir al correo para saber si le habían
enviado correspondencia desde Europa más exactamente de su país–, y Tulio
estaba pendiente de un evento magno que se tenía previsto, pero no sabía con
exactitud la fecha para un “pacto en la capital” que se iba a realizar. Ese era el
motivo de regresarse para la capital, pero con la promesa de que ellos a los
ocho días regresarían es decir para el diez de abril para estar listos para la
celebración del día dieciséis que cumplía ella las quince primaveras. Juan en
unanimidad con Eva y Elvirita, aceptaron que ellos se regresarían para la
capital que incluso el italiano dijo que él ponía unas botellas de vino para el
agasajo a su regreso y que lo hacía porque se sentía honrado de haber tenido el
honor de haber preparado a una niña que pronto se convertiría en toda una
mujer.
–Siendo así no al más que preguntar –contestó Eva con una sonrisa. Y Juan
dio orden a Macario quien ya había llegado a los quince días y no como
habían quedado con el patrón el fin de semana por un percance que tuvo. De
que cogiera dos bestias incluyendo a Pando y los aperara muy bien para que él
mismo ayudara a los dos jóvenes llegar hasta donde Matallana, que de ahí
salían para la capital en una mula mecánica. Y así efectivamente sucedió, ellos
se despidieron muy afectivamente con Juan de Dios, dándoles las gracias por
ser tan generosos con ellos y de igualmente se despidió Elvirita dándoles un
apretón de manos y nachito ya estaba totalmente curado que hasta el ejercicio
de soplar la armónica le ayudó a fortalecer sus pequeños pulmones y les dio un
apretón de manos a cada uno de ellos con nostalgia por el cariño que les había
tomado en especial al italiano de que se iban pero Emilio le decía a nachito
que tranquilo que el volvería y que le traería otro instrumento de aire.
Aceptando él la promesa del italiano con un ademán de cabeza positivo.
Cada uno se montó en su cabalgadura, aunque quien bregó más para subir
fue Cassella, quien por primera vez iba a montar una bestia advirtió él y casi
pasa derecho cuando descargó la otra pata sin poder meterla sobre el estribo;
en definitivamente tenía razón era muy torpe para montar un caballo –pensó
Macario quien se convertía en su edecán. Emprendieron la marcha triunfal de
regreso a la capital–. La que no salió o quizás se hizo la ocupada fue la mulata
a despedirse de ellos, solo salió cuando iban como a medio kilómetro de
distancia; ella sentía pena y vergüenza del italiano por los incidentes que
tuvieron entre ellos dos, aunque tenía la esperanza forzada de volverle a mirar
nuevamente dentro de unos días futuros.
–Ha sido mi mejor aventura la que he vivido a plenitud –dice Emilio al
lado, de Tulio, y tulio le miró con buen garbo. Fue una expedición en la que ha
marcado en mi vida –repuso Emilio. Su único edecán que iba detrás de ellos a
paso del caballo muy poco interés daba a su conversación pues el poco se dio
cuenta de ellos y supo. Solo se limitaba a guiarles el camino hasta donde el
patrón dio la orden. Por su parte Emilio iba pensativo, pero con un espíritu
alegre pues la verdad fue algo imprevisto que se hubiera follado el coito de la
morocha la noche antes, cuando él le pidió en el transcurso de la tarde que por
favor pasara a la pieza bien entrada la noche para el enseñarle algo nuevo y de
gran utilidad en su vida futura; y ella como buena servidora aceptó para
aprender algo nuevo como él se lo había dicho días anteriores.
Por lo tanto, en la casa de la Palma Africana, nachito no se desprendía del
lado de la moza quien practicaba tocando las notas básicas de la pianola; y él
intentando seguirle el ritmo con su armónica, que hasta se hartó Elvirita
diciéndole que la dejara concentrar para no olvidar lo mucho y poco que había
aprendido ya que había tenido muy poco tiempo para aprender al lado del
genio de la música. Nachito por su parte se quedaba mirándola con ojitos de
perro regañado sin protestar porque él le tenía respeto a su hermana por su
edad. De todos modos, él le hacía preguntas sobre esto como se llama y lo otro
u aquello, de la misma y ella le –decía que no le interrumpiera y porque no le
había hecho las preguntas a Emilio que ella no sabía, tonto –le dijo saliéndose
de los chiros ella. Más tonta es usted que no sabe para dónde va –le contestó
nachito en represalia, y él la dejó mientras se retiraba con su instrumento
haciéndolo sonar. Y sí; él tenía razón la pobre no sabía para donde iba con ese
instrumento ahí y solo como un mes de entrenamiento era poca cosa para el
sinfín de la cultura de la música pensó ella, ya aturdida de dar sonidos
descompuestos sin razón alguna de ser.
–Ya hija no ensaye más descanse –dijo Eva, mientras pasaba por la sala
mirando la concertista más desconcertada con ella misma.
–Admitiendo Elvirita el consejo de su madre se levantó de la butaca –y
dice: he quedado más confundida mamá ahora que él no está con las notas.
Tranquila Elvirita que Emilio va a volver y que mejor que le refuerce
nuevamente la práctica responde ella motivándola; pero sabes hija lo que
cuenta y vale en verdad es que él esté para arreglarlo todo y además usted
baile el vals antes jamás visto en este sector.
Juan de Dios, se deleitaba de ver y escuchar a nachito con su armónica
quien se ponía al lado de la canoa mientras el picaba unas cuantas cañas, para
las bestias y así ahorrarle a Titimbo el trabajito, porque Juan de Dios, era un
hombre muy considerado con sus servidores, nunca le gustaba abusar de ellos
y jamás pagarles injustamente y menos tratarlos mal era una persona culta a
pesar de que solo fue quizás dos años a la escuela. En una ocasión él mismo le
decía a Eva que así debieran de ser los oligarcas del país pagar bien a la clase
obrera como él era, y que por ningún motivo se debiera de oprimir al hermano
servidor o indio o quizás negro que les veían como esclavos los oligarcas de la
nación pero gracias a Dios eso va a ser abolido con nuestro gran líder el
caudillo de los pobres, la voz de los que no tenemos voz, por nuestra
ignorancia desafortunadamente admitía diciéndole a Eva, cuando en el
comedor se ponían a reflexionar y se debatían sobre las cosas y dificultades
que miraban en los vecinos que ya tenían–: en cuando fuera cuidándoles a los
terratenientes sus tierras.
–Que injusticia Eva –le decía rascándose él la cabeza y continuaba, se
puede usted mija imaginar que nosotros estuviéramos cuidándole a esos
desgraciados las tierras por un mísero pan. Por gracia de Dios nosotros
tenemos lo nuestro –le contestaba ella.
Y así, pasaba el tiempo previsto lentamente para Elvirita que le parecía que
no llegaban los días de tener a su segundo maestro personal después de la
señorita Inés en la escuela, ella de todos modos después de llegar de la escuela
se ponía a practicar, recordando las posturas de los dedos sobre cada nota
musical; era tan aburrida las notas que interpretaba; que hasta Nerón una tarde
se puso aullarle tristemente fuera del corredor. Entre tanto Eva con Amparo
arreglaban a diario por la mañana la casa con el fin de que no las cogieran en
pleno aseo a eso del mediodía, los jóvenes que habían dado ellos la palabra de
volver y solo bastaba tener paciencia.
En la capital, por aquellos días efectivamente se iba a dar un gran evento
de carácter nacional e internacional como había dicho Tulio Buitrago, una
gran firma por un pacto para soluciones pacíficas suscrito en la capital y él ya
estaba al tanto de los pormenores que le concernía–; mientras que el italiano
corría al correo para recibir correspondencia de su patria incluyendo unas
cuantas liras y enviar de la misma forma correspondencia. Y así alistarse para
regresar nuevamente a la montaña.
XI
XII
La negra Amparo en una mañana del domingo sentada sobre una butaca
contemplaba a Marcos sobre el lavabo que se había dejado crecer la barba, y
parecía ya un ermitaño con una pelambrera de alambres y posteriormente su
mejilla embadurnada de espuma, y en su mano diestra la navaja barbera lista
para barrer su mentón. Marcos se miraba en su espejo de mano que tenía y se
elogiaba entre sí, si dejarse su bigote de brocha; pero pensaba que parecía a
unos de esos hombres asesinos con bigote y pensó más bien en dejarse la cara
lampiña. Me gustaría verlo con el bigote –dijo Amparo con una sonrisa
coquetona. Esto le tomó por sorpresa a Marcos, pues él nunca había tenido un
roce de palabras con la criada que le había atendido muy bien desde que él
llegó a esa casa. La verdad me sorprende –contesta él fingiendo una pena
escondida–. Y pensó que se tendrá entre manos esta india diciéndome que le
gusta verme con el bigote. Ella seguía viéndole a él ahí parado mientras él
seguía con su tarea, pero a ella le picaba la lengua por sonsacarle palabras
demás. Marcos ya lleva unos meses aquí y aun no me has hablado de su vida
privada le –preguntaba ella y proseguía interrogándolo. ¿Usted tiene mujer es
decir esposa? Él le miraba con sonrisa sorna–. No, no tengo mujer ni menos
esposa como usted lo dices –contesta él diciendo: a uno feo nadie lo voltea a
mirar y además pobre. ¡Pobre dices, que pobre! Todos aquí en la nación somos
pobres –responde ella justificando lo de pobres, pero que ese no era el
verdadero motivo de que él estuviera solo sin pareja–. Que lástima que un
hombre como usted, trabajador, responsable y honesto esté solo –decía ella en
adulaciones por él. Sí es una lástima –responde él mientras se bañaba su nueva
mascara lampiña ahora. Amparo se sentía enamorada por él, a pesar de que
nunca se lo había hecho saber, sería que este hombre si contraería nupcias
conmigo pensaba ella mientras le miraba su medio cuerpo de la cintura para
arriba en cueros. ¿Y usted como esta de situación sentimental? Pregunta
Marcos mientras le clavaba los ojos sobre sus protuberantes seños, pero el
disimulaba de lo que le traicionaba su mirada. Ella a sabiendas que él estaba
obsesionado por lo que había tratado de mirar le dijo que era mujer soltera y
que gozaba de su lozanía por bondad de Dios. Ya esto le daba a él una buena
señal que podía conquistarla y poseerla como su amante; poniéndole en
aprietos su naturaleza humana en él. Y desde ese día que ya habían hablado un
poco del uno al otro ella sentía cada día la necesidad de estar con él al menos
acariciándole un poco su cara lampiña y convencerlo de que se dejara el bigote
para ella sentir lo que jamás y nunca había sentido una brochita rosándole por
su cuello cimarrón –pensaba ella. Y mientras esto ocurría él se disipaba en una
mar de pensamientos amorosos, buscando la forma de atraerla como las flores
que atraen a las abejitas a sustraer el dulce néctar de las mismas. En una
ocasión el fingió estar enfermo de dolor de espalda para que ella fuera a
masajearle la espalda y ella desde luego como muy buena servidora con el
prójimo; como se lo había hecho saber su mamá hacer siempre el bien sin
mirar a quien, solo que ahora el prójimo era el hombre que le había hecho
nacer de nuevo la esperanza del amor. Y sí; ella sin hacerse rogar al llamado
de Marcos aceptó pasar una noche a darle una buena masajeada sobre los
hombros y espalda encendiendo los ánimos de Marcos que por cierto ya había
perdido la cuenta cuando fue su última vez que se había levantado una
fufurufa antes de haber emprendido su éxodo. Y así sucesivamente estuvieron
varias noches chapaleando en plena pasión sin medida alguna, porque tanto el
uno como el otro se necesitaban para olvidar la mala racha por la que estaba
pasando la nación sin ellos tener culpa alguna. Pero la necesidad de amar y ser
amados no se negarían; ya Amparo había roto la regla por culpa del italiano
ahora no perdía nada si perdió la pena con Emilio pensaba ella, y era tanto su
embrujo de ellos dos con su complicidad del dolor de espalda que terminaban,
acariciándose y besándose y por últimos desnudos poniendo ella su sien sobre
su pecho de oso peludo. Y así durante todo el resto de noche amaneciendo
mancornados hasta las cinco y media de la mañana. Y por poco los pilla,
María Cabrera, una mañana que se había levantado para pasar al retrete que
quedaba contiguo del cuarto de Marcos.
*
–Días después se empezaron a escuchar noticias bajo el régimen de un
militar sobre la amnistía para las chusmas liberales, entre tanto el partido
liberal y conservador pactan la paz. Entre tanto no todos se acogen a ese pacto
empezando por alias “chispas” quien desconfía del pacto y no se acoge a la
tregua. Siguiendo el con su accionar como bandolero con un escuadrón,
haciendo de las suyas adquiriendo gran notoriedad por sus atroces crímenes.
En la capital los conservadores y liberales, ya habían aceptado el pacto de paz,
por que otro presidente de turno que estaba al mando de la nación actualmente
llamaba a la calma y a trabajar por la unidad de la nación. Porque ya habían
pasado los tiempos de “gobernar a sangre y fuego” que incluso esto prendió
los ánimos que incendiaron los diarios El Tiempo y El Espectador, se impuso
la censura de prensa. Al igual que ya uno de los presidentes había abandonado
la nación refugiándose en Europa. Por su parte los liberales no perdían las
esperanzas de llegar a tomar posesión de algunos escaños en la nación.
–Mientras esto seguía en la cuerda floja en la capital, en los ríos de la
nación bajaban cadáveres con chulos encima comiéndoselos, y a esto se le
sumaba <<El corte corbata>> dejando la lengua colgando y era evidente que
alias “Sangrenegra” era el autor de semejante crueldad. Los habitantes de los
campos, cuando se encontraban con estas características ya sabían de
antemano qué quien había ya pasado por ahí era el temible alias
“Sangrenegra”, pero nada se podía hacer ante semejante monstruo pensaban
los humildes aldeanos.
Y el otro vándalo de alias “chispas” seguía con su colección de crímenes
dejando el horror en los territorios del centro-occidental de la nación que él
hacía presencia.
Sin que nadie le pudiera hacer frente.
Con el correr de los años Elvira seguía siendo nada más que otra mujer sin
futuro, que solo miraba crecer su mocoso solo sometida a las órdenes de su
marido y caprichos sin poder protestar dentro del marco matrimonial. Aunque
veía como la nación protestaba y venia protestando por los oligarcas, que esto
le hizo pensar con cabeza fría y decidió ir donde su mamá a visitarla para ver
como seguía de su mala salud ya que cada día empeoraba de la pierna. Y así
pasó ella le dijo a Filomeno que iría a visitar a su mamá con el consentimiento
de él y se encaminó tomando de la mano a su hijo Isidro y se marchó.
*
Marcos se había vuelto ya mano derecha de Juan de Dios, en todas las
labores del día a día en los trabajos de campo; y ya él pensaba muy seriamente
en proponerle matrimonio a Amparo, pues para formar su propia familia, ya él
olvidaba su poca familia con el transcurso de los años y la violencia que era la
dueña de los destinos de las familias que se desintegrarían. Ahora faltaba la
opinión de Amparo pensaba él si lo aceptaría como su marido le venía
cavilando día tras día ese pensamiento porque una razón poderosa para
resistirse a su propuesta era que ella le llevaba unos años de más y por
naturaleza el hombre es quien debe de ser mayor dándole cabida a su designio.
Ellos seguían con su enamoramiento secreto, pues hasta la vista no había
sospecha alguna en la casa, se habían prometido y comprometido Marcos con
Amparo, en que cada fin de semana el pasaba la noche con él, y ella le había
aceptado, eso si hasta cierto punto le decía ella esbozándole una sonrisa sin
que se le fuera a ir la mano. Y Amparo se sentía toda una mulata premiada con
el premio gordo, pues la verdad ella jamás había imaginado tener a un hombre
menor que ella como su esclavo amoroso. Ella soñaba y añoraba la hora de
establecer un vínculo matrimonial con Marcos porque no quería llegar a
lamentarse en haberse quedado convertida en una solterona por culpa del
miedo a enfrentar la realidad misma del pecado.
Una solana mañana, tuvieron la sorpresa de la llegada de Elvirita, pues de
tanto tiempo después de irse a vivir con su marido llegó en un caballo alazán
ella con un pequeño crío en anca del animal. Todos quedaron llenos de
sorpresa al mirar a quien muchos años atrás era la niña Elvirita. Que Juan de
Dios, a pesar de su edad corrió apoyado por su bordón, a ayudarla a desmontar
del caballar. A Eva se le vinieron las lágrimas de la misma alegría de mirar
justo al frente a su adorable hija en la sala, que no le veía desde que salió
encinta del que ahora tenía ahí al lado como prendedor de su vestido. El niño
se volvió el centro de atención por todos ellos que incluso decían se parece
más a nachito, en especial la abuela Eva era la que con sus frases jactanciosas
fustigaba al pobre muchachito que se sentía él la mascota del circo. Ella es la
abuela Eva –le dijo Elvira, presentándosela. El seguía más arisco que muleto
cerrero, pues no se sentía cómodo ahí con la mirada de todos sobre él clavada;
y eso que hasta Marcos no se perdió de la llegada de la hija de sus patrones.
Vea, pues no sabía que ellos tuvieran una hija –dice Marcos al lado de
Amparo. Si, ella es su única hija aprobó Amparo y prosiguió diciendo: ella es
casada y mire su retoño que trajo ya. Bienvenida hija le decía Eva, y la abuela
María Cabrera, también dio una salve de alabanza –diciendo conocí a mi
biznieto ahora ya puedo morir tranquila terminó diciendo ella con una sonrisa
arrugada en su pequeño rostro enjuto. Todos le seguían tocando y acariciando
su cabeza como toalla de manos sobre el pobre niño. ¿Cuántos años tiene?
Pregunta Eva mirándole su cara de inocente, mientras la nación se derramaba
en sangre pensó. Tiene siete añitos –respondió Elvira con un ademán de manos
enseñándole los siete. Válgame Dios, me trae a la memoria nachito –contesta
ella melancólica. Y que se sabe de mi hermano –pregunta ella mientras se
hacía un moño de ratón. Ya Elvirita había perdido su compostura de mujer
estudiada desde que terminó la primaria y se fue truncada con sus sueños de
futuro. Tal vez sería la rebeldía de ella la que la castigó por no querer ir al
convento de monjas como su madre quería, y ella se negaba a ser monja –
pensó en ese momento Eva. No hija de él no sabemos nada desde que se
decidió irse de la casa debido a esta violencia que usted más que nadie ya sabe
–responde ella desconsolada. Si mamá, esta violencia nos está matando en
angustia. Amparo llegó a la sala con un vaso de limonada para Elvira su
consentida. Y Amparo sigue la misma –dice Elvira sonriéndole y añade los
años no le entran a esta muchacha. Amparo soltó una carcajada dejando de
entrever un diente que le hacía falta y también sonrío Eva. No Elvirita no crea,
que yo sea la misma de antes –dijo ella. Si en eso tiene razón ya no soy la
misma de antes que era una santurrona, desde que conocí como meter el
demonio al infierno con Cassella, pero ya soy una experta en meter al demonio
en el infierno cada vez que se endemonia pensó ella misma sonriendo. ¿Y
quién es ese hombre que miré cuando llegué mamá? pregunta Elvira
buscándole con la cabeza por las puertas abiertas. Ah, hija él es Marcos, quien
nos llegó como un ángel mandado por Dios –dice Eva, mientras movía su
pierna con cuidado. Para Amparo le tomó por sorpresa que Elvira preguntara
por Marcos–. Acababa de nacer un presentimiento de desconfianza para ella,
por su hombre. ¿Y cómo sigue mamá de la pierna? Hija ahí, como la mira cada
día engruesándome más. Las horas transcurrían para ellas ahí y Eva al igual
que la abuela María, le preguntaban cómo estaban las cosas por allá y además
como le iba con su marido, ella por su parte les contó de todo un poco, aunque
no le notaron la felicidad de haberse ido con ese hombre sin la bendición de
Dios. Que el niño si era una bendición de Dios decía ella empero la vivencia
con Filomeno no era de lo mejor era un pernicioso, le encantaba la buena vida
en medio de la pobreza, siempre se metía en esa cantina a dejar los pocos
pesos que ganaba durante toda la semana, se lamentaba de haberse ido y
haberle creído a Filomeno de lo que le había prometido. Por fortuna la criada
no estaba ahí escuchándole a Elvira su mar de lamentaciones de pareja, porque
de lo contrario esta se correría de su empresa que estaba a punto de culminar
con Marcos. Esa es la vida hija –le decía María Cabrera con un rostro lleno de
experiencias.
–A eso de las cuatro de la tarde llegaron nuevamente Marcos con Juan de
Dios, para tomarse una segundilla, y desde luego que ya la mesa estaba
servida con unas hojaldras y aguapanela que Amparo se había puesto en la
tarea de hacerles con mucho empeño, para satisfacer a Elvirita. Juan de Dios,
le dijo a Marcos a modo de presentarse que ella era la hija. Quedando Marcos
encantado de mirar a una mujer blanca tallada cuya edad calculó Marcos unos
veinte algo. Todos ahí servidos comenzaron a comer y hablaban de las cosas
del día y la sorpresa que la hija les había dado que hasta pensó Eva que algún
día Nacho llegaría como Elvirita. Marcos le miraba por el rabillo del ojo a
Elvirita mientras esta le atarugaba de comida al pequeño.
–¿Y cómo llama el niño? Pregunta Marcos mirándole por encima del
pocillo a Elvirita. Él se llama Isidro –contesta ella de golpe. ¡Ve, mi hija le
puso a mi nieto el mismo nombre de San Isidro Labrador, bendito sea Dios! –
dice Eva desde la silla que tenía especial para ella sentarse al pie del comedor
debido a su pierna, que le impedía sentarse junto a ellos. Coma papito –le dijo
Eva desde su silla. Isidro por su parte se resistía en no querer comer más y
Elvirita le hablaba con poder de palabra que debiera de comer unos bocados
de más. Papá hasta cuando seguirá esta situación –dijo Elvirita mirándole ya
entrado en años a Juan de Dios. Quien sabe hija –responde él con parsimonia.
Mientras se mascullaba unos bocados de frita. ¡No se ha muerto todavía! –dice
Elvirita mientras miraba a Nerón viejo cuerudo ya con un color blanquecino
canoso. El perro miró a Elvirita y batió su cola no con la misma energía que
cuando ella partió de la casa. E intentó dar un aullido, pero su poca fuerza de
perro viejo le impidió. Ella le pasó un pedazo de su hojaldra que hasta para
tragarlo por poco se atora con la hojaldra tostada.
Marcos por su parte se pronunció diciendo que la violencia era un mal muy
grande el que nos hacía a nosotros los hombres trabajadores. Ella admitió
diciendo que ella había sido una mujer ya sin futuro debido a todo ese
conflicto entre los liberales y conservadores. Pero ahora les voy a contar este
hecho que de lógica me lo contaron y comenzó él a narrarles de la siguiente
forma:
– “Que en un poblado de influencia goda un enfermo de dolor de muela
busca al único dentista de apellido Parada, que tiene esa localidad que a la vez
es un sectario conservador y lo interroga al paciente diciéndole: que si es
conservador le cuesta doscientos pesos y si es de esos collarejos cachiporros le
cuesta quinientos pesos. El pobre hombre con su dolor agudo le pregunta el
por qué quinientos. El dentista le responde porque tengo que operarlo por el
culo” soltando de inmediato una carcajada Amparo que por poco se cae. Y el
terminó diciendo: porque bien sabe usted que los cachiporros no pueden abrir
la boca. Hasta Elvira se carcajeó de ver cómo había terminado esta
ocurrencia–. Diciendo se haría godo si era collarejo. Y Juan de Dios, con
disimulo se sonrió, pero para la que no le sonó a modo de chiste fue para la
abuela y Eva quienes se hicieron las desentendidas de semejante vulgaridad.
Me perdonan ustedes, pero así fue como me lo contaron –dice Marcos
carcajeándose. Pero la que más se reía era Amparo de mirar a su futuro
prometido haciéndoles reír en medio de un abrupto tiempo, y Elvirita
terminando de tomarse su aguapanela le dijo que hacía años no se reía tan
bueno desde que le sacaban los dientes de nachito diciéndole que eran para el
ratón. Que hombre éste –dice Elvirita para decir las cosas y prosiguió cabe
decir que es una muy buena anécdota. Ellos seguían ahí sentados e Isidro se
perdió por el rancho descubriendo los escondites; era como su tío en verdad
muy inquieto este niño, lo recordaba Eva cuando lo llamó y no le contestó él.
Amparo se sentía atacada por celos de ver como Marcos parloteaba con la hija
de sus patrones, de hecho, Elvirita era muy habladora y hasta hablaron de las
desgracias de sus vidas personales que cada uno había terminado por pagar a
costa de los malos dirigentes. La tarde se les pasó a los López como por arte
de magia por la llegada de Elvirita, y no tuvieron la necesidad de ser llamados
a la cena porque ya estaban prestos para ella excepto Marcos que se paró por
un instante para encender la Petromal y dar iluminaria en la pequeña sala
mientras comían.
XIII
Tal cual como lo había pronosticado la abuela, muchos años atrás “quien
mata a hierro a hierro muere”. Y ahora ella que había estirado la pata también,
pues le hicieron un funeral enterrándola hacia las inmediaciones del caserío
donde estaban exiliados los López desde muchos años atrás por la violencia; la
que si murió primero fue ella sin saber nada de sus pronósticos –le contaba
Eva a su hija, días después del funeral. Pues los hombres que habían
germinado el terror por la nación empezaron a ir cayendo en las garras de la
muerte. A comienzo de año para ser más exactos en el mes de enero se
rumoreaba entre los aldeanos trabajadores que había caído ya el famoso alias
“chispas” que un comando del ejército le había dado de baja en una aldea que
quedaba ubicada en el centro-occidental; la zona de sus sangrientas andanzas.
Esto para muchos les tomó por sorpresa que incluso veían una posible crisis
que se agudizaría, porque sus hombres de confianza podían tomar con mucho
más rigor represalias contra los godos. Esto fue la notica del momento los
conservadores celebraron la gran a saña del Ejército que ya estaba a estas
alturas derrocando al sectario. Muchos de los conservadores celebraron de la
muerte de este forajido hombre. Y en especial los oligarcas se llenaron de
júbilo, celebraron hasta tarde de la noche, porque era mejor que haber ganado
la lotería, se emborrachaban tomando aguardiente y los más pobres por no
decirlo de chicha. Decían que no había forma de que este hombre pagara por
todas sus atrocidades ni siquiera en el infierno. Pues pensaban que era poco el
infierno para él. Hasta la propia iglesia de la nación al enterarse y comprobar
de que el verdugo había dejado de vivir dio un decreto eclesiástico impidiendo
a Teófilo Rojas Varón, alias “chispas” ser enterrado en tierra santa y por si
fuera poco sus más de mil crímenes le valieron su excomunión para luego ser
enterrado en el campo de los suicidas.
–Uno menos –pensó el presidente de aquel entonces que era godo
impartiendo su consigna a sus generales. Pero era como torear el avispero por
la muerte del collarejo, porque los crímenes no paraban con la señal de “corte
corbata” era difícil de creer, pero la realidad de la nación en su baño de sangre
aún no se detenía. Cuando mandaron de regreso al infierno, como lo tuvo que
haber dicho el pelotón que le dio la baja, ya estaba un hombre tomando las
riendas de su nueva empresa que años atrás había estado en la revuelta en la
capital y posteriormente había pertenecido a las Autodefensas campesinas
liberales por defender su vida de la guerra que había declarado el presidente.
Este hijo humilde, de labradores liberales quien llevaba el partido y la
revolución en su sangre, que incluso su abuelo antioqueño de tendencia
liberal; había sido un heroico combatiente de la guerra de los mil días. Manuel
Marulanda, era de raza amerindia fornido, con una mirada fija y que además
tenía muy bien en claro lo que quería. De niño cursó toda su primaria
abandonó la casa a su escasa edad de trece años por su pobreza. Partiendo para
nunca más volver a su rancho–. Se dedicó al sano trabajo y desempeñándose
en oficios varios probando suerte económica como expendedor de carne,
panadero, vendedor de dulces, constructor, tendero y comerciante. Era un
muchacho entregado a su trabajo con sueños de una nación prospera, pero las
circunstancias le hicieron cambiar de rumbo. Que en definitivamente optó por
irse para las montañas a pesar que no tenía conocimientos de milicia militar,
pero se había apoyado en los conocimientos de su abuelo guerrero que había
vivido y participado en la guerra de los mil días, esto le bastó para él aprender
de la estrategia militar y convertirse en un estratega más. Cuando el presidente
había pactado la amnistía, él había madurado en su concepción sobre la
política de la nación, y no dar cuartada de ingenuidad para luego tomar rumbo
de guerrilla revolucionaria. Ahorrándose la hipocresía del presidente, por que
quienes entregaron sus pocas armas como guerrillas liberales, fueron
acribillados vilmente por las balas asesinas del presidente con el transcurso de
los días.
–De lo que nos salvamos –les decía a sus pocos hombres, de haber caído
en manos del enemigo y caer en las garras de la tiranía. Sí; tiranía, era bien
cierto; porque las cosas aun no cambiaban seguían de peor en peor para los
pobres. Días después reunidos con sus pocos camaradas se dijeron “nos
empujan a esa lucha, no hay más remedio que prepararse y decidirse a
emprenderla…” Quienes se decidieron emprender esta pequeña empresa,
como guerrilla comunista, de rostro campesino, con objetivos esencialmente
agrarios, con visión militar recortada; eran los más viejos, poco a poco iban
ganando adeptos con los jóvenes quienes les impartían la retahíla del porqué la
nación estaba como estaba, y que además el complot del presidente godo del
asesinato del máximo líder democrático popular era también apoyado por la
oligarquía y los Yanquis, debemos de hacer algo les instigaban a estos jóvenes
llenos de vigor y sin futuro. Los jóvenes por su parte salían a los poblados a
buscar armas entre los pequeños aldeanos pidiendo lo que fuera, escopetas,
revólveres, cuya marca eran Col Caballo “32” corto. Hasta Pistola Beretta de
la U calibre “21”. Los campesinos en medio de su miedo por los enemigos que
se podían ganar de poner su cabeza al blanco de los “chulavitas” no se
negaban a donar lo poco y miserable de armas que pudieran aportar por la
causa. Y así sucesivamente se iba poco a poco armando la guerrilla siendo el
brazo armado por comisión de los humildes campesinos para la defensa de sus
comunidades. Siendo ellos animados por el Partido Comunista desde la
capital. A medida que pasaban los días y meses ya decidas a continuar su
lucha de forma organizada. Ya operando luego en condiciones
excepcionalmente adversas, la mayoría de sus nuevos líderes de esta
disciplinada militancia se replegaron hacia el sur de la nación en cabeza de su
máximo comandante.
*
Desde la muerte de la abuela María, Elvirita por su parte se había quedado
con su hijo, a vivir con sus padres, por todo lo que ya sabían ellos de la mala
vida que llevaba al lado de su marido Filomeno. Por lo que ella contó a ellos.
De hecho, para Eva no era malo que su hija, se quedara con ellos a veces se
sentía sola y ya ella no contaba con la compañía de María. Para quien no le
cayó nada buena la idea de la quedada de Elvirita fue para Amparo, se mordía
los labios gruesos y respiraba presurosamente–. Pues pensaba que esto no era
buena señal para ella tener ahí de fijo a una mujer que había abandonado a su
marido; aunque ella haciendo memoria ella no había hecho votos esponsales
con la bendición del cura, en pocas palabras vivía mancebadamente con el que
decía ser su marido y sabe Dios si era verdad de lo que les decía a sus padres
pensaba Amparo. De todos modos, ella seguía ahí por encima de lo que fuera
porque al fin y al cabo era la hija predilecta para ellos por el momento porque
nacho había abandonado su nido familiar. Marcos por su parte seguía con ellos
ahí trabajando y habiéndose ganado la confianza de Juan de Dios, que ya le
tenía en buena estima como un hijo que incluso ya le decía hijo cuando le
ordenaba algo. Que por cierto Elvirita al comienzo sintió celos de ver cómo
había ganado el forastero de hace años atrás confianza con ellos; pero Eva le
hizo saber de qué era un buen hombre y muy trabajador y sobre todo
respetuoso en especial con ellos, que nunca se le oía decir palabras vulgares,
excepto que a veces se le escachaba una quiotra. Elvirita le preguntó a Eva en
una ocasión si Marcos era casado o a lo mejor viudo. Ella le decía que eso no
lo tenía bien en claro, lo único que si podía decir era que había dejado su
familia por salvar su pobre vida. Elvirita de tanto verlo y conversar con él se
fue encariñando con Marcos, hasta que por fin Amparo empezó a sospechar
que algo se traía entre manos ella con su bonachón de hombre, pero nunca le
preguntó nada por temor a estar equivocada. En una ocasión que Amparo se
cruzaba por la sala miró a Elvirita pidiéndole a Marcos que le subiera la
cremallera del vestido por su espalda echándose ella su cabellara sobre su
corpiño y el muy gentilmente le hizo el favor sin poderse negar a la hija de su
patrón. Para Amparo era la tortura de vivir ella echa un ovillo de ideas desde
la llegada de Elvirita.
Al año siguiente desde la muerte del forajido “chispas” un medio día que
estaban todos puestos en la mesa almorzando. Juan de Dios, pidió a Elvirita
que le pasara la radio y prendiéndola luego estaba una melodía de Julio Sosa,
que era su más debilidad los tangos y enseguida daban aviso a una noticia de
interés nacional el locutor decía atención mucha atención: “que habían dado
de baja al hombre más temible; que en la tarde de ayer domingo había caído
alias “Sangrenegra”. Cuando Eva escuchó la noticia desde su silla perezosa, se
estremeció y exclamó. ¡Murió el propio demonio en persona! Por su parte
Marcos –dijo que eso era de esperarse, porque era un hombre muy malo.
–Ojalá la nación se componga y mejore para las futuras generaciones como
para mi nieto Isidro –dijo Juan de Dios, con pesadumbre por sus años. Ya él
estaba bastante viejo, su cabellera ya era completamente grisácea, y ya él
había perdido el interés por la justicia sobre los pobres y la prosperidad era
algo inalcanzable para él pensó–: mientras se recostaba en una mecedora de la
abuela y estiró sus pies como llamando la muerte.
XIV
XV
A medida que habían pasado muchos años, para la capital todo transcurría
en plena normalidad; los habitantes habían ya olvidado el sueño de la
transformación de su pueblo, y sus sueños de igualdad habían desaparecido
como un eslabón. Ahora sometidos y acostumbrados a vivir bajo la
politiquería de los mismos de siempre quienes imponían los mismos salarios
de hambre y los cambios a favor de ellos. El pueblo sin un representante a
favor de los pobres, que los representara para no seguir siendo explotados y el
yugo de la injusticia fuera abolido por la clase oligarca. Con el transcurso de
los años Miguel Palomares, ya se había vuelto un viejo resentido y ambicioso
que usufructuaba, por las políticas del presidente. Ahora tenía en mente
apropiarse de más tierras a costilla de los más débiles. Siguió él apoyando con
sus colegas la empresa erradicadora para el exterminio dictados por el
Imperialismo y ejecutado por el estado oligárquico y poniendo siempre al
presidente de turno sin importar el color siempre y cuando se ajustara a sus
propios intereses personales que a su vez se convirtiera en títere de las
transnacionales que poco a poco iba creciendo la fiebre por la explotación de
las riquezas de la nación con salarios de hambre. Miguel veía que el sueño de
su padre se estaba volviendo una realidad, ya por fortuna el comunista de esa
guerrilla ya había muerto según los comunicados del presidente años atrás,
solo bastaba seguir atisbando cual era el otro que promulgara dichas
porquerías para bajarlo del palo. Vamos mejorando les decía a sus colegas
cuando se reunían para desarrollar sus planes trazados. Una tarde un emisario
llamado Antonio quien estaba al servicio de Miguel le llegó a su casa para
ponerlo al tanto de lo que él había logrado averiguar acerca de los comunistas.
–¿Qué pasa Antonio que me llegó de imprevisto? Pregunta Miguel
mientras se fumaba un cigarro–. Pero siéntase hombre –dice él sentándose
sobre una silla. De igual modo se sentó Antonio. Don Miguel la verdad de mi
venida repentina es… decía con balbuceo por la actitud de su jefe que
reventaría. Habla Antonio, que es lo que usted sabe que me impacienta –
responde él con voz estentórea. Antonio no sabía cómo decirle o como
comenzar pues sabía que esta noticia le iba a dañar la tarde a su jefe. Bueno la
verdad es que ha resucitado. Resucitado quien –interrumpe Miguel, poniendo
su cigarro nuevamente en su boca. Ha resucitado el comandante de la guerrilla
–dice Antonio.
–¿Qué rayos dices? Hombre –contesta Miguel alterado–. Que va ni ochos
cuartos que ha resucitado –responde Miguel furioso y prosiguió deja de decir
semejante estupidez–. Está muerto eso fue lo que dijo el presidente en un
comunicado –repuso Miguel. Es verdad don Miguel, ya lo averigüé y me dicen
unos militares que tuvieron un enfrentamiento con él y su cuadrilla de
hombres. Es más, me dicen que parece que tiene un pacto con el demonio
mismo; que cuando el ejército tiene rastros de él y ellos van tras de él, en
muchas ocasiones ven salir un animal del rastrojo y que incluso dicen que
hasta se convierte en una mata para confundir a las tropas. Cuando Miguel
escuchó que estaba vivo se le cruzó un torcijón de estómago de la rabia el
pensar que el mal aún seguía vivo; cuando ya él lo había dado por un caso de
exterminio. Para el presidente de turno “los planes se le volvieron loma”,
cuando se había dado cuenta que su enemigo; el comandante de la guerrilla
seguía con la suya haciéndose sentir cada vez más con sus seguidores los
campesinos jóvenes que no tenían oportunidades de nada sobre la nación que
los vio nacer.
Cada día los jóvenes campesinos simpatizaban más por el comandante
quien por donde iba con sus camaradas pasando se les unían aquellos jóvenes
y menores de edad que veían un futuro incierto para ellos y un abandono
completo por la política mezquina ejercida por la nación. Ellos por su parte en
sus charlas les decían sus planes y además proponían una política de reforma
con el Programa Agrario y esto fue el emblema como bandera de lucha por la
causa; con el apoyo del “pc” que incluso en las filas llegaban hombres y
mujeres letrados en cabeza de la empresa revolucionaria, que veía posible una
nueva nación. Años tras años el comandante Manuel M. Vélez, veía la
empresa como un eslabón y ponía su sueño y la esperanza de ver una nación
próspera e igualitaria, en donde el campesinado fuera el motor para el
desarrollo y sostenibilidad del pueblo. El comandante con sus camaradas se
oponía al capitalismo salvaje, por razones éticas y prácticas. Según él, junto a
sus camaradas, el capitalismo constituía una injusticia: que explotaba a los
trabajadores, llevándolos a la degradación, transformándolos en máquinas o
bestias hacia futuro, y permitía a los ricos incrementar sus rentas y fortunas
mientras ellos usufructuaria ese beneficio; entre tanto los trabajadores se
hundían en la miseria creando una brecha entre pobres y ricos generando un
descontento en la mayoría de desdichados en la cual se unían a ellos. Creían
también que el capitalismo era un sistema ineficaz e irracional para desarrollar
las fuerzas productivas de la sociedad, que atravesaba crisis cíclicas causadas
por periodos de superproducción o escasez de consumo, no proporcionaba
trabajo a toda la población “con lo que permitía que los recursos humanos no
fueran aprovechados o quedaran infrautilizados” y generaba lujos, en vez de
satisfacer necesidades. Y en esta trampa no debemos de caer les decía a sus
secuaces. El socialismo suponía una reacción al extremado valor que el
liberalismo concedía a los logros individuales y a los derechos privados, a
expensas del bienestar colectivo pensaba él cuando dialogaba con sus colegas.
Mientras ellos seguían huyendo al exterminio en las montañas de la nación en
una ocasión uno de sus subalternos al mirarle un disparó y dándole al blanco
exclamó diciendo que había sido tiro fijo y prosiguió que la verdad “donde él
pone el ojo pone la bala” naciendo en ese instante su alias de “tirofijo”
aceptándolo de buen bonachón modo por el respeto que se había ya ganado en
la guerrilla como su máximo comandante.
Debemos de continuar con nuestra lucha, para llegar al poder y construir
una sociedad socialista por los pobres y en especial por los campesinos
tomando el ejemplo de la revolución cubana que ya ellos triunfaron, y también
de la URSS, decía él a sus camaradas, que incluso uno de ellos habían ido a
prepararse en la Unión Soviética, que ellos ya el olor a revolucionario lo
llevaba en su sangre y dependiendo de las cualidades para el combate y
antigüedad iban ganando ascenso para manejar varios frentes y columnas
móviles.
A medida que pasaban los años y el comandante seguía en cabeza de su
empresa socialista; iba adquiriendo más conocimiento sobre la geografía de la
nación en la cual el estado no hacía presencia y de igual modo organizaba los
frentes para irlos desplegando por donde se le facilitara el transcurso de sus
soldados de causa común; enfrentando aguerridos combates contra el ejército
dejando de lado y lado varias bajas. Cuando ellos lograban su triunfo
celebraban en sus campamentos en medio de la montaña en donde vivían y
pasaban la mayor parte de su tiempo haciendo entrenamientos y recibiendo
instrucciones de carácter militar del partido comunista. El comandante se
sentía feliz cuando sus hombres de confianza le daban parte de las emboscadas
que habían sido un éxito.
El presidente por su parte se devanaba sus sesos con sus comandantes y sus
colaboradores más cercanos discutiendo sobre el caso de la guerrilla que había
arremetido contra las fuerzas públicas. Esta guerrilla de mierda, qué daño le
hace a la nación –decía él y proseguía nos quieren dañar el negocio con los
gringos que están dispuestos en seguir invirtiendo en la nación para seguir
llevando a cabo el desarrollo floreciente que han dejado presidentes anteriores
para todos los que tenemos el sueño de ser prósperos y dejarles un mejor
futuro a nuestros hijos; pero ahí tenemos esta manada de comunistas
poniéndonos en aprietos. Necesitamos de más hombres en las filas para
defender a la nación –les decía el presidente a sus jefes militares. Ellos por su
parte le dijeron que la única solución era reclutar jóvenes ignorantes sin
oportunidades hijos de pobres labradores para llevarlos al servicio militar
obligatorio para que le sirvieran a la patria y así hacerle frente a la guerrilla
comunista. Y que esperan que no lo hacen –contestó el presidente y prosiguió
de inmediato hagan recogidas de muchachos en toda la nación para que les
den entrenamiento militar. Ya con este edicto empezaron posteriores días a
seguir recogiendo muchachos que no tuvieran su libreta militar para llevarlos a
los batallones de milicia militar, para que se convirtieran en héroes por
defender la patria ante la barbarie de los comunistas miserables que ellos
mismos les denominaban.
*
¡Llegó hijo! ¡Qué bien que llegó hijo! Decía Eva levantándose de
inmediato de su silla sin sentir molestia por la elefantiasis que de un solo salto
se le colgó de su pescuezo a Jorge Ignacio, y le besó su mejilla de verlo de
nuevo junto a ella vivo. Dios es bendito por traerme a mi muchacho a casa de
nuevo –decía Eva tan emocionada. Hasta que despertó y cayó en la cuenta de
que solo era una pesadilla la que acababa de tener en ese momento. Pues para
ella su desiderátum no se le había cumplido de volver a mirar a su hijo
nachito. Le atormentaba muy de seguido estos sueños de ver a su hijo tal cual
como había partido de la casa con su misma estampa. No era fácil para ella
admitir la partida de su hijo, dejándoles tal incertidumbre si era que estaba
vivo o lo peor de todo muerto o quizás a lo mejor se hubiera vuelto un
revolucionario más; por lo mismo que él vivió en carne propia de niño –
pensaba ella.
A medida que corría el tiempo Eva seguía empeorando con su mala salud
que le agobiaba ya, poco podía andar y Elvirita mantenía pendiente de ella,
llevándole las agüitas de plantas que la negra Amparo le hacía cada mañana.
–¡Mamá buenos días! - saludó Elvirita poniéndose al lado de la cama de
Eva.
–¡Buenos días hija! –responde ella con voz frágil, acompañada de un
destornudo que hacía vibrar su pecho de flema que le impedía hablar con
fuerza. Miré a nachito esta mañana Elvirita –dice ella. Mamá le traje su
aromática de cidronela. Eva estiró sus manos débiles y lánguidas recibiendo el
pocillo –diciendo gracias hija. Mamá volvió a tener otra pesadilla con mi
hermano –responde Elvirita y prosiguió eso no es bueno mamá que mate
cabeza pensando en él; ya lo que fue fue, mejor dicho, lo que Dios quiera. Hay
hija si usted supiera el dolor que me invade en mi corazón de no saber nada de
su hermano solo yo sé lo que es sentir la pérdida de un hijo –responde Eva
mientras soplaba para tragar sorbos de aromática.
¿Pero dígame mamá, que sacas su merced con preocuparse o que decir yo
angustiarse por él, a ver qué sacas con eso mamá? pregunta Elvirita mientras
abría un poco la ventana para que la resolana de la mañana entrara en el cuarto
de su mamá y le calentara un poco su ambiente y su esqueleto óseo entrara en
calor. Hija tal vez tengas razón, pero mamá solo hay una y esa soy yo para él
así sea que sea un revolucionario o un mendigo terminó diciendo ella con
palabras fervorosas. Entre tanto Elvirita salió a zancadas de su pieza dejándola
y desplazándose para la cocina, para supervisar el desayuno de Amparo y
traerle el huevo duro con galletas del tarro Saltines marca Noé, porque su
apetito se iba cerrando cada día más y se rehusaba en comer ella.
Marcos era el hombre de la casa por ese entonces, él era el que seguía con
las labores al mando de Elvirita quien se las impartía día a día. Él sabía
perfectamente todo lo que tenía que hacer, pero Elvirita le gustaba estar
vigilante sobre la ordeñada de las vacas y el manejo de los pocos mulares que
había dejado su papá para alquilarlos a quienes los necesitaban.
Y para la mulata le resultaba de agrado tener por gurú a Elvirita quien le
daba órdenes con modestia y no como lo hacía su patrona Eva con indirectas.
Ellas pues se la llevaban muy bien que incluso se compartían las tareas en
muchas ocasiones; a pesar que Amparo la tenía en mucha estima y no le
gustaba que ella hiciera más de la cuenta; pues la consideraba una mujer
educada y eso que solo había ido a la escuela primaria. En una mañana en la
cocina le dijo Amparo: usted es una gran mujer Elvirita y que lástima que su
marido no la haya valorado como a su mujer, una mujer trabajadora y con
buenos principios que le inculcaron mis patrones que yo soy testigo desde su
crianza. Al escuchar esto se le estremeció el corazón a Elvirita y se ruborizó
dejando segregar lágrimas y le vino a la memoria todas las esperanzas que
ellos ponían en ella, y ver ahora una mujer más de la nación hecha una mar de
desgracias debido a la oligarquía pensó ella. Pero así es la vida –contestó ella
secándose sus lágrimas con las palmas de la mano. En la vida no todo es color
de rosa, Amparo –dice ella sacando valentía del fondo de su corazón para
afrontar su desdichada vida; aunque del todo no era una mujer desdichada
reconocía ella misma, pues pensaba que por fortuna había tenido la suerte de
haber sobrevivido a la infamia de la política que borboteaba en sangre desde
su niñez. Hay Elvirita tal vez tenga razón –contestó Amparo mientras batía el
chocolate. Mira esté pobre hombre Marcos que le arrebataron su familia y por
poco le arrebatan su pobre vida puso por evidencia Elvirita a modo de
consolación. Por favor con mi hombre no se meta, lo que faltaba ahora –pensó
la mulata y quiso decirle que no lo tomara, por ejemplo, pero desistió de su
arrogancia más bien. Por favor Elvirita, Marcos no es el único que haya
sobrevivido a tales cosas como mencionas usted protestó Amparo sin dejar
destello de disgusto–. Allá de arriba abajo y de lado a lado de la nación.
Perdón querrás decir de Norte a Sur y de Oriente a Occidente le corrigió
Elvirita la orientación geográfica de la nación. Eso mismo como usted dijo
Elvirita usted que estudió sabe y entiende lo que quise yo decir hay muchos
hombres y mujeres que han vivido o han pasado por lo mismo de este pobre
hombre como usted misma le llama. Pues bien, el desayuno ya está listo –dijo
Amparo sacudiéndose las manos. Que espera que no sirve el desayuno de
nosotros mientras yo sirvo el de mamá –contestó Elvirita mientras le batía el
chocolate para su mamá. Amparo desde luego se puso a ejecutar con esmero la
orden de su nueva patrona. Entre tanto Marcos, pasó por el lado de la cocina y
le miró Elvirita. Marcos, ya puedes venir al desayuno –dijo Elvirita. Para la
mulata fue una punzada en su corazón, que sintió celos de ver como su más
querida niña como ella misma le llamaba años atrás; fuera tan atenta con su
hombre Marcos, sería que ella sentía buena voluntad solo por él pensaba
Amparo sumergida en su estupor. Por un instante le ordenó Elvirita a Amparo
que le llevara el desayuno a la pieza a su mamá, y que ella se encargaba de lo
demás le dijo. Amparo sin rezongar tomó la bandeja en la cual estaba servido
el plato con los huevos duros y se marchó.
Marcos ya estaba sentado en la mesa de la criada de la cocina esperando y
mirando a Elvirita que se debatía trayéndole el desayuno, poniéndoselo sobre
el mismo.
–Aquí tiene su desayuno Marcos –dice ella.
–Gracias Elvirita –contestó él mientras se llevaba de primero el pocillo de
chocolate a la boca. Le quedó muy rico el chocolate Elvirita –dice él
mirándola de arriba abajo. Lo hizo Amparo, yo no lo hice –contestó ella,
mientras se venía con su desayuno a sentarse frente a él. Cuando él escuchó
que no había sido Elvirita frunció el entrecejo en protesta, pero ella no se dio
cuenta. Está muy linda Elvirita –dice él, clavándole la mirada fija sobre sus
ojos. Para Elvirita fue una rara sensación de sentimiento la que le vino esa
mañana, pues hacía mucho tiempo que no escuchaba que un hombre le dijera
que estaba muy linda; le caviló por un instante por su cabeza. Porque me dices
eso, Marcos de que estoy muy linda –pregunta ella mirándole a los ojos. Es la
verdad Elvirita, pues vea ahora último me he estado dando cuenta de eso –
respondió él con un guiño de ojo. Elvirita esbozo una leve risita por encima
del pocillo. ¿Pero, no le da miedo que su prometida le ponga un ojo morado al
escucharle eso que me dijo? Pregunta ella poniéndole a modo de confección.
Ni Dios lo quiera –contesta él sin titubeo y prosiguió –yo con ella no tengo
nada ni mucho menos es mi prometida afirmó él. Está seguro de lo que me
dices Marcos –interroga Elvirita. Completamente seguro de ser estúpido –
pensó él decir. Si completamente seguro Elvirita yo y ella no somos nada.
Pues si era evidente desde la llegada de Elvirita meses y años atrás ya Marcos
no cortejaba a la negra Amparo, pues veía en Elvirita la mujer de sus sueños.
Y quería levantársela solo que le daba miedo de la negra que de pronto le
hiciera una brujería o hechicería con tal de que no se le apartara él de ella.
Cuando llegó Amparo al comedor con los platos vacíos sobre la bandeja
diciendo que Eva había amanecido de buen apetito y que le había pedido que
la acompañara al desayuno en cuando fuera viéndola comer. Marcos se
desentendió del todo, cuando miró a su negra puesta ahí frente a él con una
mirada escrupulosa. ¿No me vas a decir nada Marcos? Pregunta ella, mientras
se paraba de ahí Elvirita, quien ya se había llevado los elogios de Amparo. No,
no tengo nada que decir –contestó él encogido de hombros. Pero si debiera de
decirle que usted ya no hace parte de mi vida –pensó, pero recapacitó, que
mejor dejar las cosas como estaban, así se ahorraría miles de inconvenientes y
desafueros con ella; porque se imaginaba donde le entrara el diablo a esta
negra y lo peor de todo ponerla por enemistad con Elvirita la hija querida de
su difunto patrón que le dio la oportunidad de entrar en ese calor hogar. Por la
cabeza de Amparo se le pasaban miles de ideas, será ¿que ya no me quiere
Marcos? Se preguntaba ella, o será ¿que la vela se le está apagando a este
pobre hombre? ¿Qué será? ¿O la hija de la patrona será la causante de que él
ya no me quiera? Todas estas interrogantes, se hacía; a medida que el tiempo
seguía pasando.
XVI
XVII
XVIII
FIN
MANIFIESTO