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I. Primera pregunta: Una cosa tan compleja como un grupo, ¿puede servir
para algo bueno?
Traigo aquí a Le Bon por dos razones: por ser él quien llama la atención con
más fuerza sobre la existencia de fenómenos grupales, como el contagio
emocional, y porque suscita una polémica (de la que el mismo Freud no se
verá libre) sobre si la pertenencia a grupos es dañina o beneficiosa para la
persona. Esta polémica a la larga ha resultado fecunda para los que nos
dedicamos a la terapia de grupo, pues nos ha llevado a plantearnos si
realmente un grupo puede ayudar a la maduración de las personas, y, en caso
de una respuesta afirmativa, a indagar qué dimensiones grupales sean las más
eficaces.
Queda ya solamente hacer alusión a una tercera idea base sobre la fuerza
sanadora de un grupo. Viene de Kurt Lewin, el gestaltista alemán trasladado a
Boston en los años treinta. El grupo, naturalmente es un todo, una Gestalt. Es
verdad que el grupo es un campo de batalla, en el que el conflicto es inevitable,
ya que los miembros que lo componen luchan por obtener y mantener su
espacio vital. Pero en este campo de batalla cualquier movimiento de un
miembro origina tensiones, necesidades y movimientos en los demás. Y
cuando estas tensiones llegan a fluir de manera constructiva y organizada, el
resultado es equilibrio y redondez, con el consiguiente resultado sanador para
cada uno de los sujetos individuales.
Señalo, para acabar, algo que ya está apuntado, pero que puede ser la
principal aportación deLewin a la terapia grupal: El foco de atención, para todo
aquel que quiera entender lo que en el grupo sucede, y convertir en
constructiva su intervención, debe estar puesto en el aquí y ahora.
II. De cómo la psicología descubre al grupo como un lugar de terapia. Un
poco de historia.
Las bases teóricas han sido puestas por los autores que acabamos de citar.
Pero ninguno de ellos pasó en su día a la verdadera práctica de sanación que
se puede llamar con derecho terapia. Queda ahora bajar a las concreciones.
Fruto de un interés semejante por los enfermos sin recursos, otro médico, esta
vez un psiquiatra,Edward W. Lazell, comenzó en 1918 a "tratar" a los soldados
que volvían a Norteamérica de la Guerra Europea, aquejados de desórdenes
psicóticos, en reuniones de grupo. De nuevo advierte que el grupo, cuando se
le permite comunicarse en cierta libertad, aborda temas que tienen que ver con
la situación global de la persona, y no se reduce a lo que toca al síntoma
concreto que al comienzo trajo a cada persona a recibir tratamiento. Lazell,
como Pratt, guiado de su buen sentido, insistía de forma inconsciente en la
importancia que tiene para toda curación el recibir información adecuada, el
recibir consejos sensatos, el verse apoyados por otras personas en situación
semejante, y el que los pacientes se identificaran unos con otros de forma
espontánea y cordial.
Samuel Slavson suele ser citado como el fundador de esta nueva actividad.
Quizá el haberse sometido a un psicoanálisis él mismo, y su actividad con
niños durante tantos años, sean las causas de su descubrimiento. Slavson,
trabajando con niños, organiza lo que al comienzo llamó Grupos de Terapia
Activa, en los que el juego, y otras actividades, tenían tanta importancia como
la palabra misma. Basta que sus niños crezcan, que cualquier actividad sea
sustituida por la palabra, y habrá dado con un grupo que no solamente tiene
libertad proyectiva de acción, sino verdadera libertad de
asociación. Slavson practicaba, ya en los años treinta y cuarenta, una
verdadera psicoterapia analítica en grupo.
Dentro de este capítulo de influjo del psicoanálisis hay que situar a dos
psiquiatras bien conocidos, Alexander Wolf y Emmanuel Schwartz. El
primero, a partir de 1938, se ha decidido a organizar grupos de 10 personas,
diez mujeres y diez varones, que se someten a lo que, con toda propiedad, se
puede llamar un análisis personal en grupo. El destinatario final de todo el
proceso era cada uno de los participantes. La base teórica empleada era el
mundo conceptual psicoanalítico, y su principal herramienta de trabajo la
asociación libre y la interpretación del inconsciente personal.
Ni una sola mención a lo que pudiera ser el grupo como una entidad de
derecho propio. Sólo se habla de personas individuales.
Era verdad que el mismo concepto de "grupo como totalidad", con vida propia y
propia dinámica, no era fácil de aceptar para muchas personas. Para unos
simplemente porque, muy comprensiblemente, encuentran más obvio que se le
reconozca autonomía e individualidad a una entidad con base tan física como
es la del ser humano. Para otros, porque ya el hablar de "grupo como totalidad"
como algo que supera al individuo, y en el que éste se ve inmerso, tiene
connotaciones terriblemente amenazantes, totalitarias, por no decir
fascistas.3 Pero ha tenido lugar un importante paso adelante, y la Psicología no
puede ya evitar ocuparse de los procesos grupales. Todo terapeuta va a saber,
en adelante, que si logra hacer intervenciones que mantengan en el grupo el
conveniente equilibrio entre las tensiones y las resistencias grupales, y que
animen a todos a expresarse con libertad, sin excesiva ansiedad ni
sentimientos de amenaza, se va a producir un proceso de profundo poder
integrador.
e. La corriente existencial-experiencial. Probablemente no hay en estos
momentos una orientación más difundida entre los que trabajan con grupos
como la que mencionamos a continuación. Le hemos dado este nombre porque
podemos considerar que tiene su origen en la psiquiatría y psicopatología
existencial que iniciaron en Alemania Ludwig Binswanger yMedard Boss. Si
bien es verdad que al ser retomada en Estados Unidos por autores comoRollo
May o Carl Rogers bien podría llamarse corriente humanista.
Una experiencia de este tipo no cree que el éxito terapéutico tenga lugar
cuando se aprendan determinadas habilidades sociales que le serán útiles en
la vida, ni cuando cada persona obtenga insights lúcidos que desvelen sus
conflictos inconscientes. Exito se dará cuando cada uno de los miembros, en el
ámbito resonador y facilitador del grupo, obtenga experiencias intensas de
hondo valor catártico. No importa tanto la transferencia de lo así obtenido a la
realidad exterior al grupo. La experiencia de encuentro tiene ya valor en si
misma, y hace a la persona más auténtica (le ayuda a "ser más"5).
La situación de igualdad que se establece entre los miembros del grupo hace
que muchos consejos directos se den y se reciban sin que el terapeuta
abandone su rol. Por otra parte una actividad tan estructurada como es el
consejo, ayuda a que aparezcan patologías ocultas, como sería, por ejemplo, la
del rechazador de todo consejo. O el mecanismo de negación.
El grupo es el lugar de los otros. Ellos, como el coro griego, abren ante mí un
horizonte de emociones. En ellos los sentimientos resuenan, se amplifican,
cobran una extraña realidad. El fenómeno de la empatía se multiplica como en
una situación de vértigo, haciéndose más real y más pregnante. Moreno usaba
bellas palabras para expresar esa experiencia indefinible que proporciona el
grupo: "Y cuando estés cerca yo tomaré tus ojos y los pondré en el lugar de los
míos, y tú tomarás mis ojos y los pondrás en el lugar de los tuyos. Y entonces
yo te miraré a ti con tus ojos y tú a mi con los míos"10. El encuentro realiza
frecuentemente el paradigma de la situación empática sanadora.
Las técnicas del secreto anónimo han venido a revelar tres contenidos como
principales "secretos" que bloquean campos enteros de la actividad psíquica de
las personas:
* sentimientos de inadecuación.
* Alienación personal.
Cuando se está mal, es creencia común, ayudar es la única salida para romper
el círculo infernal de la enfermedad.
La historia de los últimos años ha ido matizando el papel que aquel que está al
frente de un grupo desempeña en el buen funcionamiento de éste. Siempre se
trata de un papel decisivo como elemento de impulso a la maduración y al
crecimiento. El gran elemento sanador de un grupo es la persona focal de su
terapeuta.
Mantiene la atención fija en los datos de cada una de las personas que
suceden en el presente del grupo, procurando a la vez que sea el grupo, y no él
mismo, quien genere esos datos, logrando así transmitir una postura
clarificadora sumamente eficaz.
Se puede decir que la relación creada en el grupo es una relación “en abanico”.
Cada uno de los pacientes se relaciona principalmente con el centro evidente
que es el terapeuta, y bajo su mirada permite que le afecten las presencias
ajenas que le rodean, y así hagan más patentes las conductas conflictivas o
constructivas.
Con su ambigüedad como rol de referencia, suscita que cada paciente proyecte
en él vivencias muy primitivas, que podrán ser luego interpretadas. La
interpretación es un arma de gran potencia, especialmente si se dirige a
emociones y procesos grupales, a los conflictos más focales de esta pequeña
colectividad que representa la vida en el mundo real.
Desde la neutralidad de su papel, es el gran transmisor de implacable
honestidad a la hora de afrontar los procesos del grupo. Él es el responsable
de que los miembros del grupos vayan distinguiendo lo que realmente viene de
afuera de lo que es producto de sus “objetos internos” en las vivencias que
aportan. Él pone de relieve que el material que debe ser elaborado no es sólo
el que aporta la memoria, sino el que se está produciendo “aquí y ahora” en la
situación de grupo. Sobre ese material se puede trabajar útilmente, porque es
un material maleable, no endurecido por el paso del tiempo.
Bien es verdad que el que se dedica a esta actividad de forma regular, conoce
bien cuáles son las tentaciones del terapeuta: Sometido a la mirada directa de
¿siete?, ¿ocho?, pares de ojos, soporta la tensión de una intensa vivencia que
le toma a él por pantalla de proyecciones, que deposita en él la electrizante
responsabilidad de contactar con lo común, lo focal. Ese terapeuta siente una y
otra vez la llamada a la omnipotencia gratificante a corto plazo, de la
interpretación individual, o a la acogedora situación del que suscita y acaricia la
confidencia personal.
1. Así se pronuncia Le Bon, G., en Psicología de las Masas, Morata, Madrid 1983, 37.
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2. Spotnitz, H., 1961, The couch and the circle, New York: Knopf, pg. 29.
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4. Recordemos que, según algunas estadísticas, el autor más citado por los psicólogos
humanistas no es otro psicólogo, sino el pensador alemán Martin Buber, a través de su
librito Yo y Tú. Sintomática realidad.
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5. No olvidar que el libro de cabecera para muchos de los autores que estamos tratando es el
conocido volumen deA. Maslow cuyo título en inglés es tan significativamente Towards a
Psychology of Being.
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6. Yalom, I.D., 1985, The Theory and Technique of group psychotherapy (3rd. Ed.), New York:
Basic Books.
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7. Es interesante la exposición de Wells, L.,The Groups-as-whole perspective and its
theoretical roots, en Arthur D. Colman y Marvin H. Geller, 1985, Group Relations Reader 2,
Washington: A.K. Rice Series
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8. Ver a este propósito Singer, D.L. et al., Boundary Management in Psychological Work with
Groups, en Lawrence, W.G., Ed., 1979, Exploring Individual and Organizational Boundaries,
Londres: Wiley.
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10. La cita está tomada de Johnson, P., Psychology of Religion, N.Y., 1959.
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