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Desde hace un tiempo —no sé exactamente cuánto, pero bastante—, me viene pasando
algo bastante peculiar con algunas noches de domingo; la sensación tiene un
componente invernotoñal absolutamente —según parece— imprescindible, por lo que
tiende a manifestarse con los primeros frescores e intensificarse a medida que se van
transformando en frío. No consiste en nada de otro mundo, la verdad, pero sí de otro
tiempo: en domingos como este, me siento en el Buenos Aires de los ochenta.
No por inevitable deja de ser errónea la asociación: no estamos evocando aquí,
otra vez, el trillado tópico del bajón dominical, sino —más bien— algo que podría
pensarse como su evolución. La “depresión” que suele endilgarse al domingo está
empíricamente ligada al crepúsculo y convencionalmente asignada a un horario: las
siete de la tarde; lo nuestro tiene más que ver con la hora de la cena, y las dos o tres que
la suceden.
Pero no solo en horario se distancia de ese lugar común, y es precisamente ese
matiz lo que habilita concebirlo como eventual evolución suya: no se trata de angustia,
tristeza (o alguna de sus variantes) en sí, sino de una especie de fortaleza nacida de la
resignación. Se siente como algo muy parecido a lo que puede producir —en un plano
polémicamente subjetivo, claro— un Piazzolla como el de Reunión cumbre: acá tenés
todo este frío que, templado por el saxo, en vez de lograr que tu alma tirite, va a hacerla
notar que podría estar haciéndolo pero no: algo (la edad, la sucesión de los ciclos, la
experiencia, o andá a saber qué) te apuntala para ver el domingo y su bajón retirarse y
saludarlos con respeto, pero con la debida distancia.
•••
Hubo que dejar pasar una semana para notar que el matiz que separa crepúsculo de
(post)cena está en estrecha relación con la sombra de las obligaciones: a las siete de la
tarde, el trabajo —o lo que sea que ocupe su lugar— aún se siente lejos, pero lo
suficientemente cerca como para generar una incomodidad que, en función de esa
distancia, se centra más en el propio ser que en lo que dicho ser tenga que hacer
mañana. Para las once de la noche, en cambio, el lunes ya monopolizó la sombra: el
enemigo es declarado, el tiempo se diluye y cualquier mariconada introspectiva se vive
como desperdicio: el eje de la molestia se ha desplazado hacia lo que vendrá,
posibilitando que el lo que soy deje de enrollarse en la autoindagación y se dedique a
fortalecerse ante la inminente puesta en ON de otra puta semana.
1Lo de llagadas nació de un simple error de tipeo, pero en este marco —la verdad— le pasa el trapo a
cualquier llegadas.